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miércoles, 1 de junio de 2011

Capítulo 22


En Londres, el día amaneció frío pero despejado. El viento arrastraba las hojas de los árboles hasta las alcantarillas, y la gente salía a la calle envuelta en gruesos abrigos de lana. El coche que Andrew había tomado tras atracar en el muelle para que lo condujera a su residencia recorría las avenidas, y la brisa fresca parecía contribuir a su impaciencia por llegar.

Llevaba semanas pensando en ese instante, lo había imaginado mil veces. Desde que había zarpado a bordo del Diablo de los Mares, nada había deseado más que dejar atrás la guerra y regresar a casa.

Regresar a Brittany.

La amaba, ahora lo sabía. Aquellos meses anhelando su presencia le habían servido para aclararse, aunque los problemas que existían entre ellos no hubieran desaparecido. Se había jurado llevar a su padre ante la justicia, y ahora que estaba de vuelta en la ciudad, su honor le reclamaba cumplir con su promesa. Fuera como fuese, la búsqueda no la iniciaría ese mismo día.

Ese primer día se dirigía a casa, y cuando el coche se detuvo frente a ella, sus pensamientos regresaron al presente. Pagó al cochero, bajó los peldaños de hierro y permaneció unos instantes plantado frente a su hogar, contemplando sus tres plantas de ladrillo que representaban todo lo que quería en la vida, lo que le había mantenido vivo durante los meses que había pasado en alta mar.

Ascendió el tramo de escaleras del porche, y se disponía a usar el picaporte de latón para llamar a la puerta cuando descubrió que ésta se abría.

Owen: ¡Lord Belford! ¡Qué grata sorpresa! ¡Bienvenido a casa, milord!

Owen sonreía, y el hecho le resultó tan excepcional que él mismo se vio obligado a esbozar una sonrisa.

Andrew: Me alegro de estar de regreso, Owen.

Owen: No teníamos idea de que venía. ¿Desea que informe a su esposa?

Andrew: ¿Dónde se encuentra?

Owen: En el salón verde, señor.

Andrew: Gracias, la informaré yo personalmente.

Avanzó por el vestíbulo en la dirección señalada. Estaba nervioso y se le notaba algo más la cojera. Al llegar a la puerta del salón, entreabierta, se detuvo y contempló a la mujer que, sentada en el sofá, leía en silencio.

Se veía más guapa de lo que recordaba, su piel de porcelana suave y radiante, su glorioso pelo rubio recogido en lo alto de la cabeza, en rizos amplios que se descolgaban y brillaban a la luz de la tarde. No importaba que estuviera inmensa por el bebé que esperaba. A él le parecía la mujer más guapa del mundo.

Permaneció allí un poco más, apurando aquella visión, aquel deseo casi doloroso de acercarse a ella. Pero no estaba seguro de qué iba a decirle, ni siquiera sabía si ella se alegraría de verle. Esperaba que sí, que ella también sintiera, al menos en parte, lo que él sentía por ella, que de algún modo lograra salvar el abismo que se abría entre ellos.

Ahora ya estaba preparado, preparado para dejar atrás el pasado y seguir adelante, como ella le había suplicado en una ocasión.

En ese instante ella alzó la vista de la lectura y lo vio, y por una fracción de segundo sus ojos se encontraron, y los de ella, azules, desconcertados, comenzaron a llenarse de lágrimas. A él se le encogió el corazón y mil emociones lo asaltaron y se fundieron en algo que apenas empezaba a comprender.

Andrew: Hola, Brittany.

Brittany permaneció sentada, petrificada. Durante unos momentos eternos fue incapaz de moverse. Llevaba media hora sentada en el sofá, le dolía la espalda, y las costillas parecían expandírsele más allá de todo límite razonable. No había dejado de pensar en Andrew en todo ese tiempo, preocupada por su paradero y su estado.

Y ahora estaba ahí, como si de algún modo le hubiera leído los pensamientos, y le parecía que el corazón iba a dejar de latirle de un momento a otro.

Parpadeó, tratando de convencerse de que su presencia era real, y las lágrimas que se agolpaban en sus ojos rodaron por sus mejillas. Se le hizo un nudo en la garganta cuando se levantó del sofá, sin dejar de mirarle. Se veía más delgado, aunque no menos apuesto, y llevaba una camisa y unos pantalones limpios, y el pelo húmedo y un poco más largo de la cuenta. Desprendía el mismo poder y sensualidad que recordaba de él, y por un momento, al pensar en su propia figura deformada, balbuceó.

Britt: Andrew…

Siguió avanzando, casi a tropezones, con las manos temblorosas, las piernas tambaleantes bajo la falda. Él se fijó en su vientre, y ella temió ver desprecio en aquellos ojos azules tan bonitos. Pero lo que vio fue algo totalmente distinto.

Andrew se plantó a su lado en dos zancadas y la abrazó, la atrajo tan cerca como la barriga le permitía, y unieron sus mejillas.

Andrew: Brittany… Dios, cuánto te he echado de menos… Te he añorado tanto…

Brittany se aferraba a él, y las lágrimas que se agolpaban en su garganta le impedían decir nada.

Britt: Yo también -balbuceó. Sintió que él la estrechaba con más fuerza entre sus brazos, y le sorprendió descubrir el leve temblor que recorría todo su cuerpo-. Temía que pudieras estar muerto.

Andrew tragó saliva y se fijó en la expresión de su rostro.

Andrew: Estuvimos un tiempo en España. No podía informar de mi paradero. He pensado en ti todos los días, a cada minuto. Te he añorado tanto…

Ella se retiró un poco y le posó la mano en una mejilla. Se veía distinto, cambiado, aunque no era capaz de precisar en qué sentido.

Él le hundió la cara en la palma.

Andrew: Britt… Amor mío…

Ella reprimió un sollozo y, acercándose más a él, le besó los labios. No estaba segura de qué haría él, pero Andrew le devolvió el beso dulce, tiernamente, como si fuera a romperla si lo hacía como ella deseaba.

Ahora fue él quien se retiró un poco, y sus ojos claros recorrieron el perfil de su cuerpo.

Andrew: ¿Estás bien?

¿Lo estaba? Exceptuando el regreso de Andrew, todo parecía ir de mal en peor. Con todo, logró esbozar una tímida sonrisa.

Andrew: Me siento gorda, fea y estoy fatal. Pero contentísima de estar a punto de ser madre.

Él le pasó un dedo por la mejilla.

Britt: No estás nada fea. Estás más guapa que nunca.

A Brittany se le aflojó la sonrisa.

Britt: Debes de haber perdido vista en alta mar.

Él negó con la cabeza.

Andrew: Te lo digo en serio.

Ella apartó la mirada y echó la cabeza hacia atrás.

Britt: Tu hijo nacerá pronto, y mi cuerpo recuperará la normalidad.

Temió que él se distanciara al oír hablar del bebé, pero no sólo no lo hizo, sino que esbozó una sonrisa.

Andrew: Tal vez sea una niña.

Brittany alzó la vista para mirarlo y negó con la cabeza.

Britt: Va a ser niño. Estoy segura.

Él la miró con dulzura.

Andrew: Tú siempre tan guerrera.

Ella se acurrucó una vez más entre sus brazos.

Britt: Me alegra tanto que estés de nuevo en casa…

Andrew: Ya no volveré a irme -le susurró al oído-. Te lo prometo.

El corazón le dio un vuelco. Andrew no era de los que incumplían su palabra. Había regresado para quedarse, y la había añorado. Había imaginado muchos reencuentros, pero ninguno mejor que ése.

Brittany sonrió. Andrew estaba en casa y ella era muy feliz.

Pero entonces recordó la carta que le había enviado su padre, y el encuentro al que pensaba asistir, y su sonrisa se heló en sus labios, y se le formó un nudo en la boca del estómago.

Andrew dejó dormida a su esposa en su dormitorio. Dios, era tan agradable estar de vuelta en casa. El Ministerio de la Guerra le había presionado para que aceptara otra misión, pero esa vez la había rechazado. La gran victoria en Trafalgar había dado a la fuerza naval británica el dominio de los mares, y él creía que antes o después eso supondría el fin de Napoleón. Había cumplido con su deber. Pero ahora tenía otro, y ya iba siendo hora de que se ocupara de él.

Entró en su estudio para iniciar la laboriosa tarea de poner al día los libros de sus fincas, pero su mente seguía fija en Brittany y en lo que les depararía el futuro. En los meses que llevaba fuera, incluso durante las batallas que su tripulación y él habían librado, jamás había apartado a su esposa de su mente.

Y en cuanto la vio, en tan avanzado estado, con la expresión radiante y ese brillo de la maternidad inminente, supo que estaba en lo cierto. Estaba enamorado de ella, no podía seguir negándoselo.

Estaba enamorado de Brittany, pero los problemas a los que se enfrentaban no habían cambiado. A su padre lo buscaban por traición, y el juramento que él había hecho de llevarlo ante la justicia le atormentaría hasta que cumpliera con él.

Así, aunque pensaba en el amor que sentía por su esposa, su confianza en el futuro era cada vez menor.

Brittany creyó ponerse de parto al día siguiente. Aunque resultó ser una falsa alarma, Andrew, desesperado, llamó al médico y a una comadrona.

Patrick: Me alegro de que no le quites la vista de encima -le dijo el doctor McCauley, un amigo de Andrew-. Pero el bebé no vendrá al mundo hoy.

Brittany oía hablar a los dos hombres a los pies de su cama y rogaba a Dios que su hijo tardara al menos unos días más en nacer. Debía encontrarse con su padre en la tarde siguiente. No tenía ni idea de cómo iba a salir de casa sin que Andrew se diera cuenta, y no sabía cómo iba a hacer para llegar a la Taberna de la Rosa en su estado. Pero sí sabía que era su deber asistir.

Entretanto, los efectos del embarazo se le hacían cada vez más evidentes. Sentía ardor de estómago si comía demasiado. Le dolían la pelvis y las costillas, la espalda casi siempre, y visitaba el cuarto de baño cada pocos minutos.

De pie en el saloncito contiguo a su dormitorio, más tarde, apoyaba las manos en los riñones para aliviar la pesadez que sentía.

Andrew: ¿Te duele la espalda?

Un suave temblor recorrió todo su ser al oír la voz de Andrew. Se volvió y lo vio de pie, junto a la puerta, alto y varonil. Desde su regreso se había hecho con el mando de la casa como si ésta fuera un barco, y su primera orden fue que la puerta que separaba sus dos dormitorios permaneciera abierta desde que oscureciera.

Andrew: ¿Y si llega la hora? -preguntó con entusiasmo-. ¿Y si necesitas algo en plena noche?

Ella no quiso recordarle que contaba con una doncella que velaba por sus necesidades. Llevaba tanto tiempo fuera de casa, y lo había echado tanto de menos que ahora disfrutaba con todas sus atenciones.

Britt: Me duele la espalda, sí -respondió con media sonrisa-. Como todo lo demás.

Andrew: Ven, túmbate, te daré un masaje.

Ella giró la cabeza para mirarle. Nada le iría mejor que un masaje en la espalda.

Britt: ¿Estás seguro?

Andrew: Tu embarazo está demasiado avanzado y no podemos hacer el amor. Déjame que haga esto por ti.

Hacía tanto tiempo que Andrew no le había hecho el amor que se ruborizó al oír el comentario. No podía resultarle atractiva en su estado, pero el niño nacería pronto y ella volvería a ser la de antes. Ojala la deseara como la había deseado hasta hacía unos meses.

Andrew cruzó la habitación, decidido. Echó más leña al fuego para acabar con aquel frío de octubre, y luego la ayudó a quitarse la enagua, la ayudó a subirse a la cama y la colocó de lado.

Brittany cerró los ojos mientras las manos de su esposo recorrían su cuerpo, masajeaban con suavidad sus doloridos músculos, sus pantorrillas, sus piernas y sus pies. No le tocó los pechos, aunque a ella le pareció que le habría gustado hacerlo, y al pensarlo éstos se estremecieron como si hubieran sido acariciados.

Se ruborizó al ver el bulto que destacaba en sus pantalones.

Britt: Es imposible que sientas deseo por mí.

Él sonrió con ternura.

Andrew: ¿No? Admito que jamás pensé que una mujer en estado de embarazo pudiera atraerme, pero he descubierto que, al menos por lo que respecta a la mía, mi deseo no ha menguado.

El calor se apoderaba de ella. Andrew siempre había sido un hombre varonil, pero eso le resultaba del todo inesperado.

Britt: Gracias.

Andrew: ¿Por el masaje?

Britt: Por hacerme sentir mujer.

Él empezó a quitarle las horquillas del pelo, que cayó sobre sus hombros.

Andrew: Eres la más mujer de todas las mujeres a las que he conocido en mi vida. -Apartó la manta y, con suavidad, la cubrió con ella-. Duerme un rato. Pediré a Phoebe que te despierte cuando sea hora de cenar.

Brittany no se negó. A medida que se acercaba la hora del nacimiento, se sentía muy cansada y al mismo tiempo le costaba conciliar el sueño. De noche permanecía despierta, dolorida, necesitada de descanso pero era incapaz de dormirse. Al día siguiente debía reunirse con su padre.

Y esa preocupación, por sí sola, bastaba para mantenerla en vela.

Andrew no se acostó hasta pasada la medianoche. Desde su regreso había dormido muy poco. ¡Habían sucedido tantas cosas! Era mucho lo que había cambiado desde que se hizo a la mar. Apenas reconocía a la mujer que le había recibido en el salón verde, y sin embargo, a pesar de su estado, seguía sintiendo el anhelo, la misma atracción que había experimentado la primera vez que la vio a bordo del Lady Anne.

Brittany permanecía en su dormitorio, y él la oía revolverse en la cama y sabía que estaba despierta. Se había percatado de que, por las mañanas, amanecía con ojeras y pequeñas arrugas en las comisuras de los labios. Apartó las sábanas de su cama y agarró su batín de seda color borgoña, se lo puso y cruzó la puerta que separaba los dos dormitorios.

Britt: ¿Andrew? -El sonido de su voz le llegó a través de la oscuridad-. Espero no haberte despertado.

Andrew: Ya estaba despierto. Me he estado fijando y veo que te cuesta dormir. -La débil luz de la luna bastaba para iluminar sus preciosos ojos azules, y para confirmar que se sentía tan preocupada como él-. Me ha parecido que tal vez…

Britt: ¿Sí?

Andrew: Me ha parecido que tal vez podría ayudarte.

Transcurrieron varios segundos.

Britt: El fuego se ha apagado -dijo con dulzura-, y hace frío. Si te metieras conmigo en la cama, quizás entraría en calor y me dormiría.

Brittany apartó las sábanas.

Tras varias semanas deseándola, dormir con Brittany y no poder hacerle el amor sería un castigo de los peores.

Y una felicidad absoluta.

Se libró del batín y esperó a que ella se echara a un lado y le dejara sitio. Entonces se subió a la cama con el torso desnudo, en ropa interior.

Con su largo camisón blanco ella estaba tendida boca arriba a su lado, y su inmensa barriga sobresalía notablemente. Andrew le pasó las manos por los hombros con gran ternura y empezó a frotarle la espalda, las nalgas, las piernas, mientras oía su débil suspiro de placer. Cuando le pareció que ya había hecho un buen trabajo, y cuando su erección le resultaba ya del todo insoportable, se acurrucó tras ella y de ese modo, encajados como dos cucharas, permanecieron hasta que Brittany se quedó dormida.

Él, a su lado, trataba de no pensar en su reunión con Justin McPhee, con el que debía verse al día siguiente. Al parecer había noticias frescas sobre el vizconde.

Se decía que Víctor Vennet se encontraba en la ciudad.

Brittany estuvo inquieta todo el día. No se decidía por ninguno de los numerosos planes que había ideado para escapar de la casa y del ojo atento de Andrew.

Sin embargo, al fin resolvió que lo mejor era lograr que fuera Andrew quien saliera. Ella se desplazaría hasta Covent Garden mientras él se ausentaba, y por si volvía antes que ella le dejaría una nota en la que le explicaría que había ido a casa de Vanessa a ver al pequeño Derek, pero que regresaría en breve.

En cualquier caso, no iba a serle fácil convencerle para que se fuera. Faltaba tan poco para el nacimiento que Andrew la vigilaba como un lobo protegiendo a su hembra. Era importante para él, no había duda, y sus acciones de los días pasados la habían convencido de ello.

Al final, pagó a un recadero para que le entregara un mensaje, que supuestamente le enviaba el secretario del coronel Pendleton, en el que éste le solicitaba una reunión urgente para abordar el caso del vizconde Forsythe. Le citaba a la una en el despacho que el coronel tenía en Whitehall. Pensó que era irónico que para ayudar a su padre hubiera de atraer a su marido con la promesa de su captura.

Haciendo caso omiso de su dolor de espalda, Brittany se sentó en el sofá del salón y se puso a bordar, tratando de no consultar a cada rato el reloj.

Oyó que el recadero llamaba a la puerta principal, escuchó los pasos del mayordomo, que llevaba la nota a su señor. Minutos después Andrew apareció en la puerta.

Andrew: Me temo que he de salir un rato. ¿Estarás bien si me ausento?

Britt: Estoy embarazada, Andrew, no agonizando de peste. Me encontraré perfectamente en tu ausencia.

Él pareció no verle la gracia.

Andrew: ¿Estás segura?

Britt: La verdad es que a mí tampoco me iría mal tener un rato para mí sola. Llevas vigilándome como una gallina a su polluelo desde que volviste a casa.

Ahora sí esbozó una tímida sonrisa.

Andrew: Y así seguiré haciéndolo hasta que hayas dado a luz a tu bebé.

«Tu bebé.» Brittany pasó por alto la referencia de Andrew a un niño que también iba a ser suyo. Aunque había empezado a aceptar sus propios sentimientos hacia ella, todavía no había asumido la idea de un hijo que llevaba la sangre del hombre a quien más odiaba.

Andrew: Pendleton desea verme. No tardaré mucho. Le he pedido a Owen que esté pendiente de ti. Si te sucede algo, tú…

Britt: No va a sucederme nada en el breve tiempo que vas a ausentarte. Ve a la reunión. Nos veremos a tu regreso.

Pero él no abandonó el salón todavía; acercándose a ella, sostuvo su rostro entre las manos, le acercó el suyo y la besó largamente.

Andrew: Te veo dentro de un ratito.

Cuando se retiró, Brittany sintió que le faltaba el aire, y en ese caso la razón no era la presión del bebé contra sus costillas. Oyó que su esposo mandaba que dispusieran su faetón, y que esperaba a que un mozo de cuadra lo acercara a la puerta. Tan pronto como se hubo ido, pidió a uno de los lacayos que le preparara el carruaje con que ella contaba para su uso privado. Habría preferido no llevar cochero, pero no podía ponerse ella misma en el asiento del cochero.

Si Andrew regresaba antes que ella a casa, esperaba que creyera sin más la versión de la nota que le dejaba escrita, y que no le preguntara nada al encargado de manejar su vehículo.

Owen la interceptó cuando intentaba escapar.

Owen: ¿Sale usted, milady?

Britt: Voy a dar una vuelta. Tal vez me llegue hasta la residencia de lady Brant, quiero visitar al niño.

Owen: ¿Está segura de que debe salir… en su estado?

Britt: Ya sé a qué te refieres, Owen. Y sí, estoy segura.

Y se escurrió ante los ojos del mayordomo sin darle tiempo a protestar de nuevo -aunque tal vez «escurrirse» no era el término más adecuado, pues sus movimientos resultaban bastante aparatosos y debía hacer esfuerzos por no emitir gemidos en su descenso por la escalera del porche-.

Llegar a la Taberna de la Rosa, de Covent Garden, se le hizo eterno. Conocía el lugar, que se encontraba situado junto al Teatro de Drury Lane. Solían frecuentarlo los aficionados al arte de la comedia, aunque había oído que, últimamente, empezaba a adquirir fama de lugar pobre. Sin embargo se encontraban a plena luz del día, y estaba segura de que su padre no habría escogido ese establecimiento de no haberlo considerado seguro.

Envuelta en una capa forrada de pieles, con la capucha levantada para ocultar el pelo y gran parte del rostro, se arropó un poco más con la tela, con la esperanza de disimular mejor su figura abultada. En un primer momento no lo vio, y cuando lo hizo él ya estaba casi a su lado.

Víctor: Britt… querida. Sabía que no me fallarías. -Con la barba más larga y unas gafas de pinza en la nariz, casi no lo reconocía-.

Suponía que de eso se trataba precisamente. La tomó del brazo y la guió hacia una mesa pegada a la pared, pero al notar que se movía con torpeza bajó la cabeza y quedó petrificado al comprobar el gran tamaño de su vientre.

Víctor: ¡Dios santo!

Britt: En realidad -dijo sonriendo- ha sido mi esposo.

Víctor: Debes sentarte, querida -replicó retirándole la silla-. Deja que vaya a buscarte una taza de té. -Ella asintió, dando gracias a Dios por poder sentarse al fin, empezaban a torturarle el dolor de riñones y la presión en las costillas-. No deberías haber venido. No te lo habría pedido de haber conocido tu estado.

Britt: Pero me lo pediste, y aquí estoy. En tu nota decías que intentas demostrar tu inocencia. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

Regresó a casa agotada. Tanto, que casi no podía subir la escalera de entrada. La puerta se abrió al momento y Andrew salió al porche como un rayo. Se detuvo un instante con los brazos cruzados, como si se encontrara en la cubierta de su barco, y en sus ojos azules, pálidos, ella leyó su ira y su preocupación.

Andrew: ¿Te has vuelto loca?

Brittany jadeó cuando él la sostuvo en brazos, la levantó y la condujo escaleras arriba, sorprendida al comprobar que podía con su peso.

Britt: Estoy bien, Andrew, bájame.

Pero él no le hizo caso, y se limitó a meterla en casa y a llevarla hasta el salón, donde la tendió en el sofá.

Andrew: ¿Pero en qué diablos estabas pensando?

Ella se incorporó un poco y lo miró.

Britt: No soy una prisionera en esta casa, Andrew.

Andrew: Pero si estás a punto de dar a luz…

Britt: ¿Crees que no lo sé? ¿Quieres que te recuerde que has estado ausente todos estos meses y que he sobrevivido bastante bien sola?

Él apartó la mirada unos instantes, culpable, y volvió a posarla en ella.

Andrew: Pues ahora estoy aquí, y hasta que nazca el bebé vas a hacer lo que yo te diga.

Ella se acomodó en el sofá y le sonrió.

Britt: Como quieras, cielo.

Andrew examinó su rostro y frunció el ceño.

Andrew: ¿No estarías tan desesperada por salir de casa que habrás falsificado esa nota para hacerme salir a mí?

Ella arqueó las cejas.

Britt: ¿De qué hablas?

Andrew: Hablo de que la nota que recibí era falsa. El coronel Pendleton no la envió. No había ninguna reunión en su oficina.

Britt: Me temo que no sé nada del tema.

Andrew: Fuiste tú, ¿verdad? La escribiste tú porque sabías que no te dejaría ir a ninguna parte en tu estado.

A veces la verdad era la mejor mentira.

Britt: Pues sí, lo confieso. No te enfades conmigo, por favor, pero me sentía un poco asfixiada.

Andrew: Eres una brujita mala. Si estuviéramos a bordo de mi barco, te encerraría en mi camarote y echaría la llave al mar.

Brittany se rió.

Britt: Te prometo que no volveré a usar nunca más esa excusa.

«Al menos no la misma exactamente.» Fuera como fuese, había aceptado ayudar a su padre. Tan pronto como naciera el niño, trataría de cumplir con parte de las cosas que le había pedido.

El niño, Alexander Andrew Seeley, que llevaba como segundo nombre el de su padre y su abuelo, nació el 4 de noviembre, una madrugada fría de otoño en la que una fina escarcha cubría el suelo, y negros y amenazadores nubarrones cubrían la ciudad.

Durante las largas horas del parto, el padre de la criatura, que parecía sentirse mucho peor que la madre, permaneció sentado en el sofá del salón principal, en compañía de sus dos mejores amigos, Zachary Efron, conde de Brant, y William Hemsworth, duque de Sheffield. Aquél había sido padre hacía poco, y sabía lo mal que se pasaba; éste desconocía la experiencia, pero parecía decidido a casarse y acabaría pasando por ella.

Al ver que Phoebe cruzaba el vestíbulo con un montón de toallas limpias, Andrew se puso en pie de un salto y se acercó a la puerta.

Andrew: ¿Cómo está? ¿Ha nacido el bebé?

Preguntas que había formulado al menos cien veces.

Phoebe: Su esposa se encuentra bien. Y el bebé ya casi está aquí.

Will: Pues para mi gusto ya tarda demasiado -murmuró el duque, que parecía casi tan alterado como Andrew-.

Zac: No sé qué es peor -balbuceó pasándose una mano por el pelo castaño claro-. Tener un hijo o sentarse a esperar a que el hijo nazca.

Will: Brindo por eso. -Levantó su copa de coñac y dio un buen sorbo, uno de los muchos que llevaba ingeridos durante las largas horas de la noche, mientras esperaban la llegada del bebé-.

Ness: ¡Es un niño!

Vanessa Efron apareció junto a la puerta sonriendo, y los tres hombres se pusieron en pie de un brinco.

Andrew: ¿Y Brittany está bien? -preguntó preocupado-.

Ness: Sí, está bien, y el bebé también. Es igualito a ti.

Andrew dudaba mucho que un recién nacido pudiera parecerse a otra cosa que no fuera una bola de piel pálida. Seguía sin sentirse cómodo con la idea de tener un hijo. En el fondo de su corazón debía admitir que era a Brittany a quien quería, que era de Brittany de quien estaba enamorado.

Pero su esposa sí quería a ese niño, lo había querido desde mucho antes de su nacimiento. Él había visto ese amor reflejado en su rostro, en la expresión de embelesamiento con que se observaba la barriga hinchada.

Andrew: ¿Puedo verla? -le preguntó a Vanessa-.

Ness: Danos unos minutos para lavarla a ella y al bebé, y sí, puedes subir a visitarla.

Esos minutos se le hicieron eternos. Andrew caminaba de un lado a otro, a los pies de la escalera, hasta que Vanessa reapareció y le indicó que subiera.

Con la respiración acelerada, ascendió a toda prisa, pensando que ser padre debía de ser la peor experiencia a la que podía enfrentarse un hombre.

4 comentarios:

Natalia dijo...

aiiiiiiiiiiiiiii, que capitulo más tierno!!!!!!
Y que deberá de hacer Britt por su padre?
Por cierto he comenzado a hacer otra novela..jajaja aunqe es adaptada.jajaja si quieres pasate, aunqe creo que sabras de que trata..muchos besitos:)

caromix27 dijo...

awwww!! reencuentro Awww! lo ame!
y britt tiene mas suerte q nessa! q siempre q salia zac llegaba antes xD!
me ha encantado! y Andrew! acepta a tu hijo!! ¬¬!
sigan comentando! q ayer vi q habia mejorado!!
tkm loki! bye!

Natalia dijo...

aiiiis
pues te aconsejo que veas le pelicula, porque esta..pa matarse vamos..yo la he llegado a ver por dos veces en el cine..jajaja
Aunque debo decir que con Zanessa sería mejor :D
Se nota que hoy tienes que estudiar..jajaja
Muacaaaa!

LaLii AleXaNDra dijo...

No te habia podido comentar porque no me servia el blogger..
pero ya me adelante en todos los capitulos
y he amado los capitulos..
tan bello que vanessa y Britt tengo niños..
espero ver el otro capi.. :D

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