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viernes, 27 de septiembre de 2019

Capítulo 2


A las 19.25 del 22 de julio, la agente Sarah Parker terminó el informe in situ sobre un topetazo sin importancia en el aparcamiento del centro comercial DownEast.

No había habido lesiones y los daños eran mínimos, pero el conductor del Lexus se había puesto bastante agresivo con el trío de universitarias del Mustang descapotable.

Aunque estaba claro que la culpa era del Mustang -la sollozante conductora de veinte años lo había reconocido- por salir de la plaza de aparcamiento marcha atrás y sin mirar, el pez gordo del Lexus y su abochornada cita habían bebido -también estaba claro- unas cuantas copas de más.

Sarah dejó que su compañero se encargara del Lexus, pues sabía que Brad recurriría al viejo tópico de las mujeres al volante. No se lo tendría en cuenta, pues también sabía que Brad denunciaría a aquel tipo por conducir bajo los efectos del alcohol.

Ella calmó a las chicas, tomó declaraciones y datos, y puso la multa. Al del Lexus no le sentó bien la denuncia -ni que Brad le pidiera un taxi-, pero su compañero lo gestionó con su habitual «Ya vale».

Cuando la radio crepitó, Sarah aguzó el oído. Los cuatro años que llevaba en el puesto no impedían que se le saltara el corazón cada vez que ocurría eso.

Se acercó a Brad y, por la expresión de su cara, advirtió que él también había aguzado el oído. Volvió la cabeza hacia su micro.
 
Brad: Unidad cuatro-cinco en el lugar de los hechos. Estamos justo en la puerta del cine.
 
Brad abrió el maletero y le arrojó un chaleco.

Con la boca más seca que el desierto, Sarah se lo puso y revisó su arma; nunca la había disparado fuera del campo de tiro.
 
Sarah: Vienen refuerzos, están a tres minutos. Los de operaciones especiales se están movilizando. Madre mía, Brad.
 
Brad: No podemos esperar.
 
Sarah sabía lo que tenían que hacer, estaba entrenada para aquellos casos, aunque en realidad siempre había pensado que no lo necesitaría. «Tirador activo» quería decir que hasta el último segundo contaba.

Corrió junto a Brad hacia las amplias puertas de cristal.

Sarah conocía el centro comercial y se preguntó qué giro del destino los había puesto a ella y a su compañero a segundos de distancia de la entrada del cine.

No se preguntó si volvería a casa para alimentar a su viejo gato o para terminar el libro que había empezado. No podía preguntarse eso.

Localizar, detener, distraer, neutralizar.

Reprodujo la escena mentalmente antes de llegar a las puertas.

El vestíbulo del cine se abre a la zona de tiendas, hay que girar a la derecha hacia la taquilla, avanzar en dirección al puesto de palomitas, doblar a la izquierda hacia el pasillo de las tres salas. El nueve uno uno ha informado de un tirador en la sala uno, la mayor de las tres.

Sarah miró por el cristal, entró y giró a la izquierda mientras Brad viraba a la derecha. Oyó la música ambiental del centro comercial, el ruido sordo de los compradores.

Los dos tipos del puesto de palomitas miraron boquiabiertos al par de policías con las armas desenfundadas. Ambos levantaron las manos de inmediato. El refresco gigante que sujetaba el de la de la izquierda chocó contra el mostrador y salpicó.
 
Brad: ¿Hay alguien más aquí?
 
**: Solo Julie, en el guardarropa.
 
Brad: Id a por ella y salid. ¡Ya! ¡Vamos, vamos!
 
Uno de los chicos se precipitó hacia una puerta situada detrás del mostrador. El otro se puso de pie, con las manos en alto, tartamudeando aún:
 
*: ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
 
Brad: ¡Largo!
 
Se largó.

Sarah giró a la izquierda, comprobó que la esquina estuviera despejada, vio el cuerpo que yacía boca abajo ante la puerta de la sala uno y el rastro de sangre detrás.
 
Sarah: Tenemos un cuerpo -comunicó a la central, y siguió avanzando-.
 
Despacio, con cuidado. Dejó atrás las risas de la sala a su derecha y se dirigió a los sonidos que presionaban la puerta de la sala uno.

Disparos, gritos.

Intercambió una mirada con Brad y pasó por encima del cuerpo. Su compañero hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y Sarah pensó: Allá vamos.

Cuando abrieron las puertas de la sala, los ruidos de la violencia y el miedo inundaron el exterior, y la tenue luz del pasillo se filtró en la oscuridad.

Sarah vio al tirador: varón, chaleco antibalas, casco, gafas de visión nocturna, un rifle de asalto en una mano y una pistola en la otra.

Durante el breve instante que la agente tardó en captar esos detalles, él disparó por la espalda a un hombre que corría hacia la salida lateral.

Luego apuntó con el rifle a las puertas de la sala y abrió fuego.

Sarah se lanzó a cubierto tras la pared del fondo y vio que el impacto que recibía Brad en el chaleco lo arrojaba de espaldas al suelo.

Al pecho no, se dijo a sí misma cuando la invadió la adrenalina, al pecho no, porque, como Brad, el tirador llevaba chaleco.

Inspiró tres veces, rápidamente, salió de su escondite y, asustada, vio que el hombre enfilaba el pasillo en dirección a ella.

Sarah disparó bajo (caderas, entrepierna, piernas y tobillos) y siguió disparando aun cuando el hombre ya estaba en el suelo.

Tuvo que reprimir el impulso de ir a atender a su compañero, se obligó a acercarse al tirador.
 
Sarah: Tirador abatido. -Sin dejar de apuntar al atacante con el arma, le quitó la pistola de la mano y plantó un pie sobre el rifle, que se le había escapado-. Agente abatido. Mi compañero ha recibido un disparo. Necesitamos un médico. Dios, hay múltiples víctimas por arma de fuego. Necesitamos ayuda ya. Necesitamos ayuda.
 
**: Tenemos informes de que hay otro tirador activo, tal vez dos o más, en el área del centro comercial. ¿Confirma la caída de un tirador?
 
Sarah: Ha caído -escudriñó la parte inferior del cuerpo del hombre, aquella masa de sangre-. No va a levantarse.
 
No había terminado de decirlo cuando la respiración áspera y rápida del tirador se detuvo.

Tenía un grano en la barbilla. Sarah se quedó mirándolo hasta que logró levantar la cabeza, hasta que fue capaz de enfrentarse a lo que había hecho el tirador.

Cuerpos desperdigados por el pasillo, desplomados en los asientos, acurrucados en los estrechos huecos entre las filas, donde habían caído o intentado esconderse.

Sarah no olvidaría aquello nunca.

Cuando una brigada irrumpió por las puertas de la sala, ella alzó la mano.
 
Sarah: Agente Parker. El tirador ha sido neutralizado. Mi compañero.
 
Mientras hablaba, Brad tosió, gimió. Sarah hizo ademán de enderezarse desde su posición, acuclillada, pero se mareó un poco y estuvo a punto de caerse.
 
*: ¿Estás herida, Parker?
 
Sarah: No. No, solo... No.

Se recompuso y se acercó a Brad.
 
Brad: La próxima vez que me queje del calor que dan y de lo que pesan estos chalecos, dame una colleja -susurró jadeante-. Joder, cómo duele.
 
Sarah tragó bilis y agarró a Brad de la mano.
 
Sarah: Te habría dolido más sin él.
 
Brad: Lo has abatido, Sarah. Has abatido a ese cabrón.
 
Sarah: Sí. -Tuvo que tragar de nuevo, con esfuerzo, pero asintió-. Creo que es un crío. Y, Brad, no está solo.
 
Entraron más policías y los servicios de emergencias médicas. Mientras nuevas unidades policiales irrumpían a toda prisa por las demás puertas del centro comercial en busca del otro tirador (o tiradores), Sarah y Brad fueron a comprobar que los baños, el almacén y el guardarropa del cine estuvieran despejados.
 
Sarah: Necesitas atención médica -dijo a su compañero cuando se acercaban al baño de señoras-.
 
Brad: Iré más tarde. La que llamó al nueve uno uno.

Señaló la puerta del baño con la cabeza.

Sarah la abrió de golpe, barrió la estancia con el arma y atisbó su propia cara en los espejos de encima del lavabo. Su palidez era enfermiza, pero ese tono era mejor que el gris que asomaba a la piel marrón oscuro de Brad.
 
Sarah: Somos de la policía -gritó-. ¿Vanessa Hudgens? Somos policías.
 
La única respuesta fue el silencio.
 
Brad: Tal vez haya salido.
 
Todas las puertas de los cubículos se hallaban abiertas, aunque una de ellas apenas una rendija.
 
Sarah: Vanessa -repitió mientras caminaba hacia ella-, soy la agente Parker de la policía de Rockpoint. Ya estás a salvo. -Abrió la puerta y vio a la muchacha en cuclillas encima del inodoro y con las manos apretadas contra los oídos-. Vanessa -se agachó y le puso una mano en la rodilla-. Ya pasó todo, estás bien.

Ness: Están gritando. Los está matando. A Miley, a Ash, a mi madre, a mi hermana.
 
Sarah: Ya ha llegado ayuda. Las encontraremos. Vamos a sacarte de aquí, ¿vale? Has sido muy inteligente. Esta noche, al pedir ayuda, has salvado vidas, Vanessa.
 
La chica levantó la vista; sus ojos castaños llenos de lágrimas y miedo.
 
Ness: Me he quedado sin batería. Se me olvidó cargar el móvil y se ha quedado sin batería. Así que me he escondido aquí.
 
Sarah: Está bien, no pasa nada. Ahora ven conmigo. Soy la agente Parker. Este es el agente Tompson.
 
Ness: El hombre, el hombre ha salido corriendo y se ha caído. La sangre. He visto... He... Miley y Ash están en la sala. Mi madre y mi hermana están de compras.
 
Sarah: Las encontraremos. -Le pasó un brazo por los hombros y la ayudó a bajar del inodoro y a salir del cubículo-. Tú te irás con el agente Tompson, y yo iré a buscar a tu madre, a tu hermana y a tus amigas.
 
Brad: Sarah.
 
Sarah: Estás herido, Brad. Llévate a la niña. Haz que la vea un médico.
 
Sarah acompañó a la chica por el pasillo hasta dejar atrás las salas de cine. El informe de la situación transmitido por radio indicaba que habían caído otros dos tiradores. La agente esperaba que no hubiera más, pero tenía que asegurarse.

No obstante, cuando Brad se hizo cargo de Vanessa y la guio hacia las puertas de cristal y las luces destellantes de los coches de policía y las ambulancias, la chica se detuvo y miró a Sarah directamente a los ojos.
 
Ness: Jessica y Natalie Hudgens. Ashley Tisdale y Miley Cyrus. Tiene que encontrarlas. Por favor. Por favor, encuéntrelas.
 
Sarah: Entendido. Me ocuparé de ello.
 
Sarah echó a andar en sentido contrario. Ya no oía disparos y, gracias a Dios, habían apagado el hilo musical. Su radio crujía informando de zonas despejadas y de peticiones de ayuda médica.

Dejó de caminar y contempló aquel centro comercial al que había ido de compras, a pasear y a comer desde que tenía memoria.

Conmocionada, pensó que tardarían en recoger los cadáveres, en atender y trasladar a los heridos y en tomar declaración a los que habían salido ilesos... ilesos físicamente, se corrigió. Dudaba que nadie que sobreviviera a aquella noche fuera a salir indemne.

Para entonces los paramédicos entraban en tropel, pero había muchísimas personas a las que ya no podían ayudar.

Una mujer con el brazo ensangrentado mecía en su regazo a un hombre al que ya era imposible ayudar. Había un chico con una camiseta de los Red Sox tumbado boca abajo, y Sarah atisbó materia gris en la herida que presentaba en la cabeza. Una chica de poco más de veinte años se hallaba sentada en el suelo delante de Starbucks, llorando y con el delantal salpicado de sangre.

Vio una zapatilla pequeña, rosa, y aunque rezó por que la niña que la había perdido estuviera a salvo, se le encogió el corazón.

También vio a un joven -no debía de tener mucho más de veinte años- que salía tambaleándose de GameStop. Llevaba las gruesas gafas torcidas sobre unos ojos de mirada tan aturdida como la de un sonámbulo.
 
Chad: ¿Se ha acabado? ¿Se ha acabado?
 
Sarah: ¿Estás herido?
 
Chad: No. Me he dado un golpe en el codo. Yo... -Aquella mirada revoloteó sobre ella y después sobre los que sangraban, sobre los muertos-. Dios mío, Dios mío. En la... en la trastienda. Tengo gente en la trastienda. Como nos dijeron que hiciéramos si... Están en la trastienda.
 
Sarah: Espera un minuto -se dio la vuelta para usar la radio, para preguntar si podía guiar a un grupo hasta el exterior y hasta qué punto de control-. ¿Cómo te llamas? -preguntó al chico-.
 
Chad: Chad Danford. Soy más o menos el encargado del turno esta noche.
 
Sarah: Bien, Chad, lo has hecho bien. Ahora vamos a sacar a esa gente. Fuera hay policías que os tomarán declaración, pero antes hay que sacaros a todos de aquí.
 
Chad: Tengo un amigo. Zac, Zac Efron. Trabaja en el restaurante Mangia. ¿Puede encontrarlo?
 
Sarah: Lo encontraré.
 
Sarah lo añadió a su lista.
 
Chad: ¿Se ha acabado? -preguntó de nuevo-.
 
Sarah: Sí -contestó aun a sabiendas de que era mentira-.

Para los afectados por la violencia de ese día, aquello no acabaría nunca.
 
 
Zac llevaba a Brady en la cadera cuando vio a algunos compañeros del Mangia. Varios estaban sentados en la acera, abrazados unos a otros. Rosie, todavía ataviada con el delantal de cocinera, se tapaba la cara con las manos.
 
«Cómete esa pasta -le decía siempre-. Engorda un poco, flacucho.»
 
Zac: Estás bien, estás bien -cerró los ojos al tiempo que se agachaba hacia ella-.

La mujer se levantó de un salto y lo abrazó.
 
Rosie: No estás herido.
 
Rosie le sujetó la cara entre las manos y el chico negó con la cabeza.
 
Zac: ¿Están todos bien?
 
Rosie dejó escapar un sonido como algo que se desgarra.
 
Rosie: Ha entrado y... -se interrumpió al fijarse en el niño que sostenía Zac-. Luego lo hablamos. ¿Quién es este chico tan guapo?
 
Zac: Este es Brady. -No todos estaban bien, se dijo-. Hemos... Bueno, hemos pasado un rato juntos. Tengo que ayudarlo a encontrar a su madre.
 
Y llamar a la suya, pensó Zac. Le había enviado un mensaje desde dentro para decirle que estaba bien, que no se preocupara. Pero tenía que llamar a casa.
 
Brady: Han venido los buenos. Me lo ha dicho Zac.
 
Rosie: Sí, están aquí.
 
Rosie forzó una sonrisa empapada de lágrimas.
 
Brady: Quiero a mi mamá.
 
Zac: Voy a pedir ayuda a uno de los policías -se irguió de nuevo y se acercó a una policía, pensó que Brady quizá aceptara ir con una mujer-. ¿Agente? ¿Puede ayudarme? Este es Brady, y no encuentra a su madre.
 
Sarah: Hola, Brady. ¿Cómo se llama tu madre?

Brady: Mami.
 
Sarah: ¿Cómo la llama tu papá?
 
Brady: Cariño.
 
Sarah sonrió.
 
Sarah: Seguro que tiene otro nombre.
 
Brady: Lisa Cariño.
 
Sarah: Vale, ¿y cuál es tu nombre completo?
 
Brady: Soy Brady Michael Foster. Tengo cuatro años. Mi papá es bombero y tengo un perro que se llama Mac.
 
Sarah: Bombero, ¿y cómo se llama él?
 
Brady: Michael Cariño.
 
Sarah: Vale. Espera un segundo.
 
Los bomberos habían sido de los primeros en llegar a la zona, así que Sarah localizó a uno.
 
Sarah: Necesito a un tal Michael Foster. Tengo a su hijo.
 
*: Foster es uno de los míos. ¿Tienes a Brady? ¿Está herido?

Sarah: No.
 
*: Su madre va de camino al hospital. Dos disparos en la espalda, ¡no me jodas! Foster está buscando al crío. No sabía que estaban aquí hasta que nuestros paramédicos han encontrado a Lisa. -Se pasó las manos por la cara-. No sé si sobrevivirá. Aquí viene Foster.

Sarah vio al hombre, que se abrió paso a toda velocidad por la multitud conmocionada. Era de constitución compacta y tenía el cabello castaño y muy corto. Su cuerpo subió, bajó y finalmente cambió de dirección para correr hacia su hijo.

En los brazos de Zac, Brady soltó un chillido.
 
Brady: ¡Papá!
 
Michael cogió a su hijo, lo abrazó, lo llenó de besos, en la cabeza, en la cara.
 
Michael: Brady, gracias a Dios, gracias a Dios. ¿Estás herido? ¿Te han hecho daño?
 
Brady: Mamá se ha caído y no la encontraba. Zac me ha encontrado y me ha dicho que teníamos que estar muy callados y esperar a los buenos. Me he quedado muy callado, como me ha dicho, incluso cuando me ha metido en el armario.
 
A Michael se le llenaron los ojos de lágrimas cuando miró a Zac.
 
Michael: ¿Tú eres Zac?
 
Zac: Sí, señor.
 
Michael alargó una mano de inmediato y tomó la de Zac.
 
Michael: Nunca podré agradecértelo lo suficiente. Tengo cosas que decirte, pero... -Se interrumpió cuando la cabeza se le despejó lo suficiente para fijarse en la sangre de los pantalones y los zapatos de Zac-. Estás herido.
 
Zac: No. No creo... No es mía. No es...

Se quedó sin palabras.
 
Michael: Vale. Está bien, Zac. Escucha, tengo que sacar a Brady de aquí. ¿Necesitas ayuda?
 
Zac: Tengo que encontrar a Chad. No sé si está bien. Tengo que encontrarlo.
 
Michael: Espera.
 
Michael se colocó a Brady en la cadera y sacó su radio.
 
Brady: Quiero a mamá.
 
Michael: Claro, campeón, pero vamos a ayudar a Zac.
 
Mientras Michael hablaba por la radio, Zac miró alrededor. Había muchísimas luces, todo era brillante y borroso. Demasiado ruido. Palabras, gritos, lloros. Vio a un hombre que gemía, que sangraba, tumbado en una camilla que cargaban en una ambulancia. Una mujer con un solo zapato y un lento reguero de sangre que se deslizaba por su mejilla caminaba en círculos cojeando y llamando a Judy, hasta que alguien de uniforme se la llevó.

Había una chica con una larga coleta negra sentada en la acera hablando con un agente de policía. La muchacha no paraba de negar con la cabeza, y sus ojos -del color de un tigre- brillaban bajo las luces, que giraban como remolinos.

Zac vio furgonetas de la televisión y más luces brillantes detrás de la cinta policial amarilla. La gente se agolpaba detrás del precinto; algunos repetían nombres a gritos.

Y de pronto, como un mazazo, cayó en la cuenta: algunos de los nombres que gritaban nunca responderían.

Comenzó a temblar de dentro hacia fuera. Tripas, entrañas, corazón. Empezaron a zumbarle los oídos y se le nubló la vista.
 
Michael: Eh, Zac, ¿por qué no te sientas un minuto? Voy a preguntar por tu amigo.
 
Zac: No, tengo que... -Vio que Chad salía con un grupo de gente, escoltado por policías-. Dios. Dios. ¡Chad!
 
Gritó su nombre, igual que una de las personas situadas detrás del precinto policial, y echó a correr.
 

En la acera, Vanessa esperaba a sentir las piernas de nuevo. A volver a sentirlo todo. Se le había adormecido el organismo, como si le hubieran inyectado una dosis de cuerpo entero de novocaína.
 
Sarah: Tu madre y tu hermana están bien.
 
Oyó las palabras de la agente Parker, intentó sentirlas.
 
Ness: ¿Dónde están? ¿Dónde están?
 
Sarah: Van a sacarlas pronto. Tu madre tiene unas cuantas heridas leves. Leves, Vanessa. Está bien. Se han metido en una tienda, se han puesto a salvo. Tu madre presenta algunos cortes por los cristales que han volado por los aires y se ha dado un golpe en la cabeza. Pero está bien, ¿de acuerdo?
 
Vanessa solo podía negar con la cabeza.
 
Ness: Mamá se ha dado un golpe en la cabeza.
 
Sarah: Pero se pondrá bien. Se han puesto a salvo y saldrán pronto.
 
Ness: Ash, Miley.
 
Lo supo, lo supo por la forma en que la agente Parker le rodeó los hombros con un brazo. En realidad no sintió el brazo, solo su peso.

El peso.
 
Sarah: Ash está de camino al hospital. Van a cuidar muy bien de ella, harán todo lo que puedan.
 
Ness: Ash. ¿Él le ha disparado? -Su voz se agudizó, le hirió sus propios oídos-. ¿Le ha disparado?
 
Sarah: Va al hospital, allí la están esperando para cuidar de ella.
 
Ness: Tenía que hacer pis. Yo no estaba. Tenía que hacer pis. Miley sí estaba. ¿Dónde está Miley?
 
Sarah: Tenemos que esperar hasta que salgan todos, hasta que identifiquen a todo el mundo.
 
Vanessa seguía negando con la cabeza.
 
Ness: No, no, no. Estaban sentadas juntas. Yo tenía que hacer pis. Ha disparado a Ash. Él le ha disparado. Miley. Estaban juntas.
 
Miró a Sarah y lo supo. Y saberlo hizo que sintiera de nuevo. Que lo sintiera todo.
 
Zac envolvió a Chad en un abrazo de oso y sintió que al menos parte del mundo volvía a estar bien. Se aferraron el uno al otro delante de la chica de la larga coleta negra y los ojos de tigre.

Cuando la muchacha dejó escapar un gemido lastimero y sin palabras, Zac apoyó la cabeza en el hombro de Chad.

Sabía que dentro de aquel lamento había un nombre que nunca volvería a responder.


No consiguieron convencerla de que se fuera a casa. A su alrededor todo estaba confuso y revuelto, pero sabía que se encontraba sentada en una silla de plástico duro de la sala de espera de un hospital. Tenía una Coca-Cola en la mano.

Su hermana y su padre estaban sentados con ella. Natalie se había acurrucado junto a su padre, pero Vanessa no quería que la abrazaran ni que la tocaran.

No sabía cuánto tiempo llevaban esperando. ¿Mucho? ¿Cinco minutos?

Había más personas esperando.

Oía números, números distintos.

Tres tiradores. Ochenta y seis heridos. A veces el número de heridos subía, a veces bajaba.

Treinta y seis muertos. Cincuenta y ocho.

Números cambiantes, siempre cambiantes.

Miley estaba muerta. Eso no cambiaría.

Tenían que esperar en esas sillas duras mientras alguien extraía cristales de la cabeza a su madre y le curaba los cortes de la cara.

Vanessa tenía grabada una imagen de ese rostro, de todas aquellas pequeñas muescas y de la cara pálida, palidísima, bajo el maquillaje. Del pelo rubio de su madre, siempre perfecto, ensangrentado y enredado.

La habían sacado en una de esas camillas con ruedas, con Natalie agarrada a su mano y llorando.

Natalie no estaba herida porque su madre la había empujado hacia la tienda antes de caerse. Después Natalie había tirado de ella para arrastrarla hacia el interior, hasta meterla detrás de un mostrador en el que se exponían camisetas de verano.

Natalie era valiente. Vanessa le diría que era valiente cuando pudiera volver a hablar.

Pero en ese momento debían sacarle los cristales a su madre, y examinarla, porque se había dado un golpe en la cabeza y había perdido el conocimiento durante un par de minutos.

Conmoción cerebral.

Sabía que Natalie quería irse a casa porque su padre no paraba de decirle que su madre iba a ponerse bien y que saldría pronto y se irían a casa.

Pero Vanessa no pensaba marcharse, y no podrían obligarla.

Miley estaba muerta, Ash estaba en el quirófano, y a ella no podrían obligarla.

Sujetaba la lata de Coca-Cola con ambas manos para que su padre no volviera a agarrárselas. No quería que nadie la cogiera de la mano ni la abrazara. Todavía no. Tal vez nunca más.

Solo necesitaba esperar en la silla de plástico duro.

El médico salió primero, y su padre se puso de pie enseguida.

Papá es muy alto, pensó Vanessa con aire distraído, muy alto y muy guapo. Seguía llevando el traje y la corbata del trabajo, porque acababa de volver a casa tras una cena de negocios cuando puso las noticias.

Entonces cogió el coche y se fue directo al centro comercial.

El médico dio instrucciones a su padre. Conmoción leve, algunos puntos.

Cuando salió su madre, Vanessa se levantó tambaleante. Hasta entonces no había entendido que la asustaba que en realidad su madre no estuviera bien.

Su madre estaría como Ash, o peor, como Miley.

Pero su madre entró en la sala de espera. Llevaba aquellas vendas raras en un par de sitios de la cara, pero ya no tenía el aspecto pálido, palidísimo, de antes. El aspecto que Vanessa imaginaba que tenían los muertos.

Natalie se levantó de un salto y rodeó a su madre con los brazos.

Jess: Aquí está mi niña valiente -murmuró-. Mis niñas valientes -dijo al tiempo que tendía una mano a Vanessa-.

Y por fin Vanessa quiso que la tocaran, abrazar y que la abrazaran.

Con Natalie en medio, Vanessa estrechó a su madre entre sus brazos.
 
Jess: Estoy bien, es solo un golpe en la cabeza. Llevémonos a las niñas a casa, David.
 
Vanessa oyó las lágrimas en la voz de su madre y se aferró a ella con más fuerza durante un instante más. Y cerró los ojos cuando su padre las abrazó a las tres.
 
David: Iré por el coche.
 
Vanessa se apartó.
 
Ness: Yo no me voy. No voy a irme a casa ahora.
 
Jess: Cariño...
 
Pero Vanessa negó con la cabeza de forma implacable y se alejó un paso más del rostro agotado de su madre, con sus cortes y sus vendas.
 
Ness: No me voy. Ash... Están operando a Ash. No me voy.
 
Jess: Cariño -volvió a intentar-, aquí no puedes hacer nada, y...
 
Ness: Puedo estar aquí.
 
David: Nat, ¿recuerdas dónde hemos aparcado el coche?
 
Nat: Sí, papá, pero...
 
David: Acompaña a mamá. -Pasó la llave a Natalie-. Id las dos al coche y dadnos un minuto a Vanessa y a mí.
 
Jess: David, las niñas necesitan estar en casa. Tienen que salir de aquí.
 
David: Id al coche -repitió mientras Vanessa volvía a sentarse con los brazos cruzados, una imagen de tristeza desafiante-.
 
Dio un beso en la mejilla a su esposa, murmuró algo y luego fue a sentarse junto a Vanessa.
 
David: Sé que tienes miedo. Todos lo tenemos.
 
Ness: Tú no estabas allí.
 
David: Ya, lo sé. -La joven captó la tristeza de la voz de su padre pero hizo caso omiso. La rechazó-. Vanessa, siento muchísimo lo de Miley. Siento muchísimo lo de Ash. Te prometo que pediremos información sobre Ash desde casa y que mañana te traeré a verla. Pero tu madre necesita irse a casa, y Natalie también.
 
Ness: Llévalas.
 
David: No puedo dejarte aquí.
 
Ness: Tengo que quedarme. Las he dejado solas. Las he dejado solas.
 
David la atrajo hacia sí. Vanessa se resistió, trató de zafarse, pero su padre era más fuerte y la abrazó hasta que se derrumbó.
 
David: Siento muchísimo lo de Miley y Ash -repitió-. Y estaré agradecido durante el resto de mi vida por que tú no estuvieras en la sala en ese momento. Ahora tengo que cuidar de tu madre y de tu hermana. Tengo que cuidar de ti.
 
Ness: No puedo dejar sola a Ash. No puedo, no puedo. Por favor, no intentes obligarme.
 
David podría haberla obligado, y a Vanessa le preocupaba que lo hiciera, pero justo cuando se apartaba de su padre, entró CiCi a toda prisa.

La larga melena negra al viento, media docena de collares de cuentas y cristales alrededor del cuello, una falda azul con vuelo y sandalias Doc Martens.

Cogió a Vanessa y la envolvió en sus brazos forjados a base de yoga y en una nube de perfume amelocotonado con un levísimo toque de marihuana.
 
Cici: ¡Gracias a Dios! ¡Ay, mi niña! Gracias a todos los dioses y diosas. ¿Y Jessica? -le preguntó a David en tono apremiante-. ¿Y Natalie?
 
David: Acaban de salir hacia el coche. Jessica tiene un par de golpes y rasguños, nada más. Nat está bien.
 
Ness: CiCi se quedará conmigo -acercó los labios al oído de su abuela-. Por favor, por favor.
 
Cici: Claro que sí. ¿Estás herida? ¿Estás...?
 
Ness: Ha matado a Miley. A Ash... la están operando.
 
Cici: Oh, no -la meció, la acarició y lloró con ella-. Pobres chicas..., pobrecitas.
 
Ness: Papá tiene que llevar a mamá y a Natalie a casa. Yo tengo que esperar aquí. Tengo que esperar a Ash. Por favor.
 
Cici: Claro que sí. Yo me encargo de ella, David. Me quedaré con ella. La llevaré a casa cuando Ash salga del quirófano. Yo me encargo.
 
Vanessa percibió el tono acerado de las palabras de CiCi y supo que su padre había estado a punto de oponerse.
 
David: Muy bien, Vanessa. -Le tomó la cara entre las manos, la besó en la frente-. Llámame si me necesitas. Rezaremos por Ash.
 
Vanessa lo miró alejarse y deslizó una mano entre las de CiCi.
 
Ness: No sé dónde está. ¿Puedes averiguarlo?
 
CiCi Lennon tenía facilidad para lograr que la gente le dijera lo que quería saber, para que hicieran lo que ella pensaba que debían hacer. No tardó mucho en guiar a Vanessa hasta otra sala de espera.

Aquella tenía sillas acolchadas, sofás y bancos, e incluso máquinas expendedoras.

Vanessa vio a los padres de Ash, a su hermana mayor, a su hermano pequeño y a sus abuelos. El padre de Ash fue el primero en verla a ella. Parecía mil años más viejo que cuando habían pasado a recoger a Ash para ir al cine.

El hombre estaba trabajando en el jardín delantero, recordó Vanessa, y les había dicho adiós con la mano.

Se levantó y se acercó a ella con lágrimas en los ojos para abrazarla.
 
*: Me alegro mucho de que no te hayan herido.
 
Su inglés era perfecto y preciso, y olía a hierba recién cortada.
 
Ness: Las he dejado solas. Tenía que ir al baño y las he dejado solas. Entonces...
 
*: Pues me alegro por ello. Señorita Lennon, es muy amable por su parte haber venido.
 
Cici: CiCi -lo corrigió-. Ahora todos somos familia. Nos gustaría esperar con vosotros, enviar a Ash todos nuestros pensamientos y luces de sanación.
 
Al hombre le tembló la barbilla mientras luchaba por mantener la compostura.
 
Cici: Vanessa, tesoro, ¿por qué no vas a sentarte con la madre de Ash? -Pasó un brazo por los hombros del señor Tisdale-. Vamos a dar un paseo.
 
Vanessa fue a sentarse junto a la señora Tisdale. Y cuando esta la agarró de la mano, Vanessa se la sujetó con fuerza.

Sabía que CiCi creía en las vibraciones, en la luz, en quemar salvia y en la meditación. Y en todo tipo de cosas que llevaban a su hija a poner los ojos en blanco.

Vanessa también sabía que si alguien podía lograr por pura fuerza de voluntad que Ash se pusiera bien, era CiCi.

Así que se aferró a esa idea igual que a la mano de la madre de su amiga.


martes, 24 de septiembre de 2019

Primera parte: Inocencia perdida. Capítulo 1


El viernes 22 de julio de 2005, Vanessa Hudgens pidió una Fanta de naranja grande para acompañar las palomitas de maíz y las gominolas. Aquella elección, la habitual las noches de cine, le cambió la vida, y muy probablemente se la salvó. Aun así, nunca volvería a beber Fanta

Pero en ese momento lo único que quería era acomodarse en la butaca con sus dos amigas del alma y perderse en la oscuridad. 

Porque su vida, entonces y sin duda el resto del verano y tal vez para siempre, era un asco total. 

El chico al que quería, el chico con el que había salido de manera exclusiva durante siete meses, dos semanas y cuatro días, el chico con el que había imaginado que pasaría el último año de instituto -mano a mano, corazón con corazón-, la había dejado. 

Con un mensaje de texto. 
   
“Harto de perder el tiempo pq tengo q estar con alguien q quiera llegar hasta el final conmigo y no eres tú, así q se acabó. Chao”
   
Segura de que no lo decía en serio, había intentado llamarlo, pero él no había cogido el teléfono y Vanessa se había humillado enviándole tres mensajes. 

Luego había entrado en su página de Myspace. La palabra «Humillación» era demasiado suave para describir lo que había sufrido. 
   
“He cambiado el viejo modelo DEFECTUOSO por uno nuevo y cañón. 
¡Sale Vanessa! 
¡Entra Tiffany! 
Me he deshecho de una FRACASADA y pasaré el verano y el último año de instituto con la tía más cañón de la promoción de 2006.”
   
Aquella publicación, con fotos, ya había generado comentarios. Puede que Vanessa fuera lo bastante lista para saber que Austin había pedido a sus amigos que dijeran cosas feas y crueles sobre ella, pero eso no aliviaba ni la punzada de dolor ni la vergüenza. 

Pasó días dolida. Se regodeó en el consuelo y la rabia justificada de sus dos mejores amigas. Se puso furiosa con las pullas de su hermana menor, se arrastró hasta el trabajo de verano y hasta el club para las clases de tenis semanales que su madre se empeñaba en que recibiera. 

Un mensaje de su abuela la hizo echarse a llorar. CiCi podía estar meditando con el dalái lama en el Tíbet, dándolo todo con los Stones en Londres o pintando en su estudio de Tranquility Island, pero siempre se las arreglaba para enterarse de todo. 
   
“Ahora duele, y el dolor es real, así que abrazos, tesoro. Pero dentro de unas semanas te darás cuenta de que no es más que otro imbécil.
A por todas y namasté.” 
   
Vanessa no creía que Austin fuera un imbécil (aunque tanto Miley como Ash estaban de acuerdo con CiCi). Tal vez la había echado de su lado, y de una forma cruel, solo porque se negaba a hacerlo con él. Sencillamente no estaba preparada. Además, Miley lo había hecho con su exnovio después del baile de graduación (y dos veces más), y él la había dejado de todos modos. 

Lo peor era que Vanessa todavía quería a Austin y que, en su corazón desesperado de dieciséis años, sabía que no volvería a amar a nadie jamás. A pesar de que había arrancado las páginas de su diario donde había anotado sus futuros nombres -señora de Austin Butler, Vanessa Hudgens-Butler, V. H. Butler-, y de que las había hecho pedazos y las había quemado, junto con todas las fotos que tenía de él, en la hoguera que había encendido en el patio durante una ceremonia de empoderamiento femenino con sus amigas, seguía queriéndolo. 

Pero, como había señalado Ash, tenía que continuar viviendo aunque una parte de ella solo quisiera morir, de forma que había dejado que sus amigas la arrastraran al cine. 

De todos modos, ya estaba cansada de quedarse enfurruñada en su habitación y no tenía ningunas ganas de dar vueltas por el centro comercial con su madre y su hermana pequeña, así que ganó la opción del cine. Su amiga Ash también ganó, pues le tocaba elegir, y Vanessa tendría que tragarse un rollo de ciencia ficción llamado La isla que Ash estaba deseando ver. 

A Miley no le importaba qué escogiera. Como futura actriz, sentía que experimentar con todo tipo de películas y obras de teatro era tanto un deber como una formación previa necesaria para su carrera. Además, Ewan McGregor ocupaba uno de los cinco primeros puestos en la lista de novios de película de Miley. 
 
Ash: Vamos a coger sitio. Quiero un buen sitio. 
 
Ash, pequeña, compacta, con los ojos oscuros e intensos y una espesa mata de pelo rubio, recogió sus palomitas -sin mantequilla de mentira-, su bebida y unos M&M de cacahuete, sus favoritos. 

Ash había cumplido los diecisiete en mayo, tenía citas esporádicas, ya que por el momento prefería la ciencia a los chicos, y solo se libraba de la etiqueta de empollona debido a su habilidad como gimnasta y a la sólida posición que ocupaba en el equipo de animadoras... 

Un equipo capitaneado por desgracia por una tal Tiffany Bryce, ladrona de novios y zorrón. 
 
Miley: Tengo que ir al baño -palomitas con doble de mantequilla de mentira, una Coca-Cola y bombones de menta, pasó sus aperitivos a sus amigas-. Os busco. 
 
Ash: No te entretengas arreglándote -le advirtió-. Una vez que empiece la película tampoco va a verte nadie. 
 
Y además ya estaba perfecta, pensó Vanessa mientras hacía malabares con las palomitas de Miley de camino a una de las tres salas del Cineplex del centro comercial DownEast

Miley tenía el pelo largo, sedoso y castaño con reflejos dorados de peluquería, porque su madre, al contrario que la de Vanessa, no se había quedado estancada en los años cincuenta. Los hoyuelos añadían cierto encanto coqueto al óvalo clásico de su cara -a Vanessa le encantaba estudiar las caras-, y la verdad es que los hoyuelos salían a coquetear a menudo, ya que Miley siempre encontraba alguna razón por la que sonreír. Vanessa suponía que ella también sonreiría mucho si fuera alta y tuviera curvas y hoyuelos y los ojos de un azul brillante. 

Por si fuera poco, los padres de Miley apoyaban incondicionalmente su ambición de dedicarse a la interpretación. En opinión de Vanessa, su amiga se había llevado el premio gordo: tenía una apariencia espectacular, personalidad, cerebro y unos padres con una idea clara de qué iba la cosa. 

Pero Vanessa quería a Miley a pesar de todo. 

Las tres ya habían hecho planes -de momento en secreto, porque los padres de Vanessa no tenían idea de qué iba la cosa en absoluto- para pasar en Nueva York el verano después de la graduación. 

Tal vez incluso se mudaran allí; sin duda sería más emocionante que Rockpoint, Maine. 

Vanessa imaginaba que una duna de arena en mitad del Sahara sería más emocionante que Rockpoint, Maine. 

Pero ¿Nueva York? Luces brillantes, multitudes. 

¡Libertad! 

Ash podría hacer medicina en Columbia, Miley podría estudiar interpretación y presentarse a audiciones. Y ella... podría estudiar algo. 

Algo que no fuera derecho, como querían aquellos padres suyos que no tenían ni idea. No era de extrañar, aunque sí bastante patético y tópico, pues su padre era un abogado importante. 

David Hudgens se llevaría una decepción, pero no quedaba otra. 

Quizá estudiara arte y se convirtiera en una artista famosa, como CiCi. Eso sí que desquiciaría a sus padres. Y, como CiCi, aceptaría y rechazaría amantes a su antojo (cuando estuviera lista para hacerlo). 

Austin Butler se iba a enterar. 
 
Ash: Sal -ordenó al tiempo que le propinaba un codazo-. 
 
Ness: ¿Qué? Si estoy aquí. 
 
Ash: No, estás en la Zona de Rumia de Vanessa. Sal, únete al mundo. 
 
Tal vez le gustara estar en la ZRV, pero... 
 
Ness: Es que he de abrir la puerta con el poder de la mente porque tengo las manos ocupadas. Vale, hecho. Ya he vuelto. 
 
Ash: La mente de Vanessa Hudgens es algo increíble de contemplar. 
 
Ness: Debo usarla para hacer el bien, y no para derretir a Tiffany hasta reducirla a un charco de baba de zorrón. 
 
Ash: Tampoco es necesario. Su cerebro ya es un charco de baba de zorrón. 
 
Las amigas, pensó Vanessa, siempre sabían qué decir. Se uniría de nuevo al mundo con Ash -y con Miley, cuando dejara de toquetearse la cara y el pelo, ya perfectos, y volviera- y dejaría atrás la ZRV. 

Asistir a un estreno un viernes por la noche implicó que Vanessa entrara en una sala medio llena ya. Ash consiguió tres asientos justo en el centro; se quedó con el que estaba más alejado del pasillo para que Vanessa, aún sensible, ocupara el del medio, y dejó para Miley la butaca contigua al pasillo, pues sus piernas, más largas, lo agradecerían. 

Ash se removió en su asiento. Ya había calculado que quedaban seis minutos para que se apagaran las luces. 
 
Ash: Tienes que venir a la fiesta de Ally mañana por la noche. 
 
La ZRV empezó a llamarla. 
 
Ness: No estoy lista para una fiesta, y sabes que Austin estará allí con Tiffany, la del cerebro de baba de zorrón. 
 
Ash: Precisamente por eso, Ness. Si no vienes, todo el mundo pensará que te estás escondiendo, que no lo has superado. 
 
Ness: Es que me estoy escondiendo y no lo he superado. 
 
Ash: Pues por eso. No les des esa satisfacción. Tú te vienes con nosotras; Miley irá con Jake, pero es buen tío. Y ponte algo espectacular, deja que Miley te maquille, que se le da muy bien. Y te pones en plan: ¿quién?, ¿qué?, ¿ese? Ya sabes, como que lo tienes superadísimo. Dejas las cosas claras. 
 
Vanessa sintió que la ZRV tiraba cada vez más de ella. 
 
Ness: No creo que pueda hacerle frente. La actriz es Miley, no yo. 
 
Ash: En el musical de primavera hiciste de Rizzo en Grease. Miley estuvo increíble de Sandy, pero tú fuiste una Rizzo igual de alucinante. 
 
Ness: Porque he ido a clases de baile y sé cantar un poco. 
 
Ash: Cantas muy bien y estuviste genial. Sé Rizzo en la fiesta de Ally; ya sabes, segura de ti misma, sexy y a la mierda con todo. 
 
Ness: No sé, Ash. 
 
Aunque casi podía imaginárselo. Y también que Austin, al verla segura de sí misma, sexy y a la mierda con todo, querría volver con ella. 

Entonces Miley entró corriendo, se agachó junto a Vanessa y le agarró la mano. 
 
Miley: No vas a perder los papeles. 
 
Ness: ¿Por qué iba a...? ¡Ay, no, por favor! 
 
Miley: El zorrón se está retocando el brillo de labios, y el imbécil la espera a la puerta del baño como un perrito faldero. 
 
Ash: Mierda -agarró a Vanessa del brazo-. A lo mejor van a ver otra película. 
 
Ness: No, vendrán aquí, porque así es mi vida. 
 
Ash le apretó aún más el brazo. 
 
Ash: Ni se te ocurra pensar en irte. Austin te vería y quedarías y te sentirías como una fracasada. No eres ninguna fracasada. Este es tu ensayo general para la fiesta de Ally. 
 
Miley: ¿Va a ir? -Sus hoyuelos aparecieron de inmediato, deslumbrantes-. ¿La has convencido? 
 
Ash: Estamos en ello. Tú siéntate -se volvió lo justo para ver la puerta-. Tienes razón, están entrando. No te muevas -susurró al sentir que el brazo de Vanessa temblaba bajo su mano-. No les prestes la menor atención. Estamos aquí contigo. 
 
Miley: Aquí mismo, ahora y siempre -recalcó, que apretó la mano a Vanessa-. Somos... un muro de desdén. ¿Entendido? 
 
Pasaron por su lado: la rubia de la cascada de rizos, que llevaba unos vaqueros cortos y ajustados, y el chico de oro, alto, guapísimo, quarterback de los Wildcats, el equipo de fútbol americano del instituto. 

Austin dedicó a Vanessa esa sonrisa lenta que tiempo atrás le derretía el corazón y acto seguido, de forma deliberada, deslizó la mano por la espalda de Tiffany hasta el trasero y ahí la dejó. 

Cuando Austin le susurró algo al oído, Tiffany volvió la cabeza. Esbozó una sonrisa burlona con sus labios perfectos de brillo recién aplicado. 

Tenía el corazón roto y Austin había dejado un vacío en su vida, pero Vanessa seguía pareciéndose demasiado a su abuela para tolerar ese tipo de insulto. 

Le devolvió la sonrisa desdeñosa y levantó el dedo corazón. Ash dejó escapar una risita ahogada. 
 
Ash: Bien hecho, Rizzo. 
 
Pese a que se le aceleró el corazón, Vanessa se obligó a observar a Austin y a Tiffany mientras se sentaban tres filas más adelante y, sin perder un segundo, comenzaban a enrollarse. 
 
Miley: Todos los hombres quieren sexo -dijo sabiamente-. Vale, ¿por qué no iban a querer sexo? Pero cuando es lo único que quieren, no merecen la pena. 
 
Ash: Somos mejores que ella -pasó a Miley sus bombones de menta y su Coca-Cola-. Porque Tiffany no tiene nada más. 
 
Ness: Tienes razón. -Quizá le escocieran un poco los ojos, pero el corazón le ardía, y aquella quemadura la estaba sanando. Dio a Miley sus palomitas-. Iré a la fiesta de Ally. 
 
Miley soltó una carcajada deliberadamente socarrona y ruidosa. Lo bastante para que Tiffany diera un respingo. Luego sonrió de oreja a oreja a Vanessa. 
 
Miley: Seremos las reinas de la fiesta. 
 
Vanessa se colocó las palomitas entre los muslos y cogió de la mano a sus amigas. 
 
Ness: Os quiero, chicas. 
 
Para cuando terminaron los anuncios, Vanessa ya había dejado de prestar atención a las siluetas de tres filas más abajo. O casi. Esperaba ponerse a rumiar durante la película -de hecho, planeaba hacerlo-, pero la trama la enganchó. Ewan McGregor era maravilloso, y le gustaba lo fuerte y valiente que parecía Scarlett Johansson. 

Sin embargo, quince minutos más tarde se dio cuenta de que debería haber acompañado a Miley al baño -aunque habría sido un desastre con Tiffany, la del brillo de labios, ahí dentro- o haberse tomado con mucha más calma la Fanta

Al cabo de veinte minutos, se rindió. 
 
Ness: Tengo que hacer pis -susurró-. 
 
Ash: ¡Venga ya! -susurró-. 
 
Ness: No tardo. 
 
Miley: ¿Quieres que te acompañe? 
 
Negó con la cabeza mirando a Miley y le dio las palomitas y la Fanta que le quedaban. 

Salió de la fila de butacas arrastrando los pies y remontó el pasillo a toda prisa. Después de girar a la derecha, corrió hacia el baño de mujeres y abrió la puerta de un empujón. 

Vacío, sin cola. Aliviada, entró en uno de los cubículos y reflexionó mientras vaciaba la vejiga. 

Había gestionado bien la situación. A lo mejor CiCi tenía razón. A lo mejor estaba a punto de darse cuenta de que Austin era un imbécil. 

Pero era muy guapo, y tenía esa sonrisa y... 
 
Ness: Da igual -murmuró-. Los imbéciles también pueden ser guapos. 
 
Aun así, pensó en ello mientras se lavaba las manos y se estudiaba en el espejo que había sobre el lavabo. 

Ella no tenía los largos rizos rubios de Tiffany, ni sus intensos ojos azules ni su cuerpo de escándalo. Vanessa era del montón, lo tenía claro. 

Una melena negra del montón en la que su madre no le dejaba darse reflejos. Ya vería cuando cumpliera los dieciocho y pudiera hacer lo que le diese la gana con su pelo. Ojalá no se lo hubiera recogido en una coleta aquella noche, porque de repente eso hizo que se sintiera una cría. Quizá se lo cortara. De punta y con una cresta. Quizá. 

La boca pequeña, aunque Miley dijera que era sexy, a lo Julia Roberts. 

Y los ojos castaños, pero no profundos e intensos como los de Ash, sino castaños sin más, como su asco de pelo. Por descontado, Miley, porque Miley era así, le decía que los tenía de color ámbar. 

Pero ámbar no era más que un sinónimo elegante de marrón. 

Eso también daba igual. Tal vez fuera una chica del montón, pero no era falsa, al contrario que Tiffany, cuyo pelo también era castaño debajo del tinte. 
 
Ness: Yo no soy falsa -dijo al espejo-. Y Austin Butler es un imbécil. Tiffany Bryce es una zorra. Que les den. 
 
Asintió con determinación y salió del baño con la cabeza bien alta. 

Pensó que los estallidos (¿petardos?) y los gritos procedían de la película. Se maldijo por haberse entretenido y estar perdiéndose una escena importante y aceleró el paso. 

Ya estaba cerca de la puerta de la sala cuando esta se abrió de golpe. El hombre, con los ojos desorbitados, dio un paso tambaleante antes de caer de bruces. 

Sangre... ¿aquello era sangre? El hombre arañó la moqueta verde, una moqueta por la que iba extendiéndose el rojo, y a continuación se quedó inmóvil. 

Destellos, Vanessa veía destellos al otro lado de la puerta, que las piernas del hombre mantenían abierta apenas unos centímetros. Explosiones y más explosiones, gritos. Y personas, sombras y siluetas, que caían, corrían, volvían a caer. 

Y una figura, oscura en la oscuridad, que ascendía metódicamente fila tras fila. 

Vanessa miró petrificada a la sombra, que se dio la vuelta y disparó por la espalda a una mujer que corría. 

Vanessa se quedó sin respiración. De haber sido capaz de coger aire, lo habría expulsado en forma de grito. 

Parte de su cerebro no aceptaba lo que acababa de ver. No podía ser real, tenía que ser como en la película: una simulación. Pero su instinto se activó de golpe e hizo que volviera corriendo al baño y se agazapara detrás de la puerta. 

Las manos se negaban a responderle, buscó con torpeza en su bolso, toqueteó con torpeza su teléfono. 

Su padre había insistido en que asignara al 911, el teléfono de emergencias, el número uno en la marcación rápida del móvil. 

Se le nubló la vista y recuperó el aliento, aunque en jadeos irregulares. 
 
**: Nueve uno uno. ¿Cuál es su emergencia? 
 
Ness. Los está matando. Los está matando. ¡Ayuda! Mis amigas. Dios, Dios, Dios. Está disparando a la gente. 
   

Zac Efron odiaba trabajar los fines de semana. Tampoco es que el resto de los días lo apasionara trabajar en el centro comercial, pero quería volver a la universidad en otoño. Y la universidad conllevaba ese pequeño detalle llamado matrícula. Si se le sumaban los libros, el alojamiento y la comida, no quedaba otra que trabajar los fines de semana en el centro comercial. 

Sus padres cubrían la mayor parte de los gastos, pero no podían hacer frente a todo. Su hermana empezaría la carrera el año siguiente, y su hermano ya llevaba tres cursos en la American University de Washington D. C. 

Zac tenía clarísimo que no quería pasarse la vida como camarero, así que debía ir a la universidad. Y puede que antes de que se pusiera otro birrete y la toga averiguara a qué demonios quería dedicar el resto de su vida. 

Pero durante el verano servía mesas e intentaba verle el lado bueno. La ubicación del restaurante del centro comercial estaba bien, y las propinas no eran malas. Quizá trabajar de camarero en Mangia cinco noches a la semana con turno doble los sábados acabara con su vida social, pero comía bien. 

Los cuencos de pasta, las pizzas bien cargadas y los trozos del famoso tiramisú de Mangia no habían añadido mucha carne a su larga y huesuda complexión, pero no porque no lo hubiera intentado. 

Tiempo atrás, su padre albergaba la esperanza de que su hijo mediano siguiera sus pasos como estrella del fútbol americano, tal como había hecho el mayor, con gran éxito. Pero la completa falta de habilidad de Zac en el campo de juego y su delgadez frustraron esas esperanzas. Sin embargo, que a los dieciséis años las piernas le midieran ya un metro y que estuviera dispuesto a pasarse todo el maldito día corriendo lo habían convertido en una especie de estrella en el equipo de atletismo, y eso compensaba un poco. 

Más tarde su hermana había aliviado la presión con su increíble talento en el campo de fútbol. 

Sirvió los primeros de una mesa de cuatro: insalata mista para la madre, ñoquis para el padre, palitos de mozzarella para el chico y raviolis fritos para la chica. Coqueteó de manera inocente con la muchacha, que le dedicaba sonrisas largas y tímidas; de manera inocente porque calculaba que tendría unos catorce años y, por tanto, estaba fuera del radar de un universitario a punto de empezar segundo. 

Zac sabía tontear de forma inofensiva con las chicas jóvenes, con las mujeres mayores y con casi todas las demás. Las propinas eran importantes y, después de cuatro veranos sirviendo mesas, había perfeccionado su encanto con los clientes. 

Cubrió su sección: familias, varias parejas mayores, unas cuantas citas nocturnas de treintañeros. Lo más seguro era que fueran citas de cena y cine, lo que le recordó que podía preguntar a Chad, el ayudante de encargado de la tienda de videojuegos GameStop, si quería ir a la última sesión de La isla cuando acabaran su turno. 

Pasó tarjetas de crédito -hacer la pelota a los de la mesa tres le había granjeado nada más y nada menos que un veinte por ciento de propina-, recogió y puso mesas, entró y salió de aquella cocina de locos y, por fin, llegó la hora de su descanso. 
 
Zac: Dory, me cojo mis diez minutos. 
 
La camarera jefa echó un rápido vistazo a su sección y asintió con la cabeza. 

Zac salió por la puerta doble de cristal y se adentró en el caos del viernes por la noche. Se había planteado enviar un mensaje de texto a Chad y tomarse los diez minutos de descanso en la cocina, pero le apetecía salir. Además, sabía que Britt trabajaba en el quiosco de ropa deportiva los viernes por la noche y que podía dedicar cuatro o cinco de los diez minutos a un coqueteo no tan inofensivo. 

Britt tenía un novio intermitente, y lo último que sabía Zac era que habían vuelto a dejarlo. Podía probar suerte y, tal vez, conseguir una cita con alguien cuyo terrible horario coincidía con el suyo. 

Gracias a sus largas piernas, avanzaba deprisa entre los compradores, entre los grupitos de chicas adolescentes y los chicos adolescentes que las seguían, en torno a las mamás que empujaban cochecitos o perseguían a niños pequeños, en medio de la incesante música que adormecía el cerebro y que él ya no escuchaba. 

Zac tenía una gran mata de pelo castaño (cosa de la ascendencia italiana de su madre). Dory no lo pinchaba diciéndole que se cortara el pelo, y su padre por fin se había dado por vencido. Los ojos del chico, de mirada profunda y color azul pálido sobre una piel de tono aceitunado, se iluminaron cuando vio a Britt en el quiosco. Aminoró, se metió las manos en los bolsillos del pantalón, con aire informal, y se acercó a ella. 
 
Zac: Hola. ¿Qué tal? 
 
Ella le sonrió y puso en blanco sus bonitos ojos azules. 
 
Britt: Liada. Todo el mundo se va a la playa menos yo. 
 
Zac: Y yo -se apoyó en el mostrador bajo el cual se exponían las gafas de sol; esperaba tener buen aspecto con aquel uniforme compuesto de camisa blanca, chaleco y pantalones negros-. Estoy pensando en ir a ver La isla, hay una última sesión a las once menos cuarto. Es casi como ir a la playa, ¿no? ¿Te apuntas?

Britt: Uy... No sé -se toqueteó el pelo, una melena de color rubio playero a juego con el tono dorado de su piel, que, según las sospechas de Zac, obtenía del autobronceador de otro expositor-. La verdad es que me apetece verla. 
 
Sintió un rayo de esperanza y tachó a Chad de su lista. 
 
Zac: Hay que divertirse un poco, ¿no? 
 
Britt: Sí, pero... es que le he dicho a Misty que quedábamos después de cerrar. 
 
Chad entró de nuevo en la lista. 
 
Zac: No pasa nada. Iba a ver si Chad quería venir. Podríamos ir los cuatro. 
 
Britt: A lo mejor. -De nuevo aquella sonrisa-. Sí, tal vez. Le pregunto a Misty. 
 
Zac: Genial. Me voy a ver a Chad. -Se apartó para dejar más espacio a la mujer que esperaba pacientemente mientras su hija, que también rondaba los catorce años, se probaba medio millón de gafas de sol-. Mándame un mensaje con lo que sea. 
 
**: Si pudiera llevarme dos pares -comentó la niña, que miraba cómo le quedaban unas gafas espejadas con los cristales de color azul-, tendría uno de repuesto. 
 
*: Solo unas, Natalie. Estas son las de repuesto. 
 
Britt: Luego te escribo -murmuró, y acto seguido activó el modo trabajo-. Esas te quedan muy bien. 
 
**: ¿En serio? 
 
Britt: Sí, de verdad -oyó Zac que respondía mientras se alejaba-. 
 
Aceleró el paso, tenía que recuperar el tiempo. 

GameStop estaba llena del montón de frikis y flipados habitual y, acompañando a los frikis y flipados más jóvenes, de padres de ojos vidriosos que trataban de sacarlos de allí. 

Los monitores permitían probar distintos videojuegos: los que eran para todos los públicos en las pantallas de la pared y los menos amables en portátiles individuales. Estos últimos solo podían probarlos los mayores de dieciocho años o los menores bajo la supervisión parental. 

Localizó a Chad, rey de los frikis; estaba explicando un juego a una mujer de expresión confundida. 
 
Chad: Si a su hijo le van los juegos de estilo militar, estrategia y aventuras, este le encantará -se subió las gafas de culo de vaso por el puente de la nariz-. Salió hace solo un par de semanas. 
 
*: Parece tan... violento. ¿Es apropiado? 
 
Chad: Ha dicho que cumple dieciséis años. -Le hizo un gesto con la cabeza a Zac-. Y que le gusta la serie Splinter Cell. Si esos se le dan bien, este también. 
 
La mujer suspiró. 
 
*: Supongo que a los chicos siempre les gustará jugar a la guerra. Me lo llevo, gracias. 
 
Chad: La llamarán de la caja registradora cuando llegue su turno. Gracias por comprar en GameStop. No puedo hablar, tío -dijo a Zac cuando la clienta se marchó-. Estoy hasta arriba. 
 
Zac: Treinta segundos. Última sesión, La isla
 
Chad: Me apetece un montón. Somos clones, chaval. 
 
Zac: Genial. Tengo a Britt casi en el bote, pero quiere traerse a Misty. 
 
Chad: Vaya, bueno, yo... 
 
Zac: No me falles, tío. Es lo más cerca que he estado de sacarle una cita. 
 
Chad: Sí, pero Misty da un poco de miedo. Y... ¿tengo que pagarle la entrada? 
 
Zac: No es una cita. Estoy intentando convertirlo en una cita, pero para mí, no para ti. Tú eres mi compinche, y Misty, la de Britt. Clones -le recordó-. 
 
Chad: Vale. Supongo. Madre mía. No tenía pensado... 
 
Zac: Estupendo -dijo antes de que Chad cambiara de opinión-. Tengo que largarme. Nos vemos allí. 
 
Salió corriendo. ¡Iba a ocurrir! Una salida en grupo podía allanarle el camino para pasar un rato a solas con ella, y eso abría la puerta a la posibilidad de algo de roce. 

No le iría mal algo de roce. Pero le quedaban tres minutos para volver a Mangia o Dory lo mataría. 

Había echado a correr cuando oyó lo que parecían petardos o una serie de explosiones de tubo de escape. Le recordaron a los juegos de disparar de GameStop. Más sorprendido que alarmado, miró hacia atrás. 

Entonces comenzaron los gritos. Y el estruendo. 

Y se dio cuenta de que no procedían de detrás de él, sino de más adelante. El estruendo eran docenas de personas que corrían. Saltó a un lado para esquivar a una mujer que corría hacia él a toda velocidad empujando un cochecito con un crío que lloraba a pleno pulmón. 

¿Era sangre lo que tenía en la cara? 
 
Zac: ¿Qué...? 
 
La madre siguió corriendo, con la boca abierta en un grito silencioso. 

Tras ella se acercaba una avalancha. Una estampida de gente que pisoteaba bolsas de compras abandonadas, que tropezaba con ellas y con los que se caían. 

Un hombre resbaló, las gafas le salieron disparadas y acabaron aplastadas bajo el pie de alguien. Zac lo agarró del brazo. 
 
Zac: ¿Qué está pasando? 
 
*: Tiene un arma. Ha disparado, ha disparado... 
 
El hombre se puso de pie y corrió todo lo que le permitía la cojera. Un par de chicas adolescentes entraron a toda prisa, llorando y gritando, en una tienda que había a su izquierda. 

Y entonces Zac se dio cuenta de que el ruido -disparos- no procedía solo de delante de él, sino también de detrás. Pensó en Chad, a un esprint de treinta segundos a su espalda, y en la familia del restaurante, al doble de tiempo en sentido contrario. 
 
Zac: Escóndete, tío -murmuró a Chad-. Busca un lugar donde esconderte. 
 
Y echó a correr hacia el restaurante. 

Los estallidos y las explosiones no cesaban, y para entonces parecían llegar desde todas partes. Los cristales se resquebrajaban y se hacían añicos, una mujer con una pierna ensangrentada se acurrucó debajo de un banco; gemía. Zac oyó más alaridos y, lo que era peor, cómo se interrumpían de golpe, como cuando una grabación se corta. 

Entonces vio que el niño de los pantalones cortos de color rojo y la camiseta de Barrio Sésamo se tambaleaba como un borracho ante la puerta de Abercrombie & Fitch

El escaparate explotó. La gente se dispersó, se lanzó en busca de cobijo y el niño cayó al suelo llamando a su madre a gritos. 

Al otro lado del centro comercial, Zac vio a un tirador -¿un chico?- que se reía mientras disparaba, disparaba, disparaba. En el suelo, el cuerpo de un hombre se sacudía cada vez que recibía un impacto de bala. 

Zac cogió al niño de la camiseta de Barrio Sésamo al pasar corriendo y se lo metió debajo del brazo como si fuera el balón de fútbol que nunca había sido capaz de manejar. 

Los disparos -y nunca, jamás, olvidaría cómo sonaban- se acercaban. Por delante y por detrás. Por todas partes. 

No conseguiría llegar a Mangia con el niño a cuestas. De forma instintiva, cambió de dirección y se lanzó de cabeza hacia el quiosco. 

Britt, la chica con la que había tonteado cinco minutos antes, hacía una vida entera, yacía en el suelo en medio de un charco de sangre. Sus bonitos ojos azules lo miraban fijamente mientras el niño que llevaba bajo el brazo berreaba. 
 
Zac: Ay, Dios, madre mía. Ay, Dios, ay, Dios. 
 
Los disparos no cesaban, no cesaban. 
 
Zac: Vale, vale, estás bien. ¿Cómo te llamas? Yo soy Zac, ¿tú cómo te llamas? 
 
Brady: Brady. ¡Quiero a mi mamá! 
 
Zac: Vale, Brady, la encontraremos dentro de un minuto, pero ahora tenemos que estar muy callados. ¡Brady! ¿Cuántos años tienes? 
 
Brady: Estos -levantó cuatro dedos mientras unas lágrimas como puños le resbalaban por las mejillas-. 
 
Zac: Ya eres un chico grande, ¿eh? Tenemos que estar callados. Hay unos tipos malos. ¿Sabes que existen los malos? 
 
Con el rostro anegado de lágrimas y mocos, y los ojos como platos a causa del miedo, Brady asintió. 
 
Zac: Vamos a estar callados para que los malos no nos encuentren. Y voy a llamar a los buenos. A la policía. 

Hizo todo lo que pudo para evitar que el niño viera a Britt y para impedir que su propio cerebro se centrara en ella; en ella y en su muerte. 

Abrió una de las puertas correderas del armario de almacenaje y sacó la mercancía. 
 
Zac: Métete aquí, ¿vale? Es como si estuviéramos jugando al escondite. Yo no me muevo de aquí, pero tú métete ahí mientras llamo a los buenos. 
 
Ayudó al niño a esconderse, sacó el teléfono y entonces se dio cuenta de lo mucho que le temblaban las manos. 
 
**: Nueve uno uno, ¿cuál es su emergencia? 
 
Zac: Centro comercial DownEast -comenzó-. 
 
**: La policía está en ello. ¿Estás en el centro comercial? 
 
Zac: Sí. Tengo a un niño conmigo. Lo he metido en el armario del quiosco de ropa deportiva. Britt, la chica que trabajaba aquí... está muerta. Está muerta. Dios. Hay al menos dos tiradores. 
 
**: ¿Puedes decirme tu nombre? 
 
Zac: Zac Efron. 
 
**: Bien, Zac, ¿crees que estás a salvo donde estás? 
 
Zac: Joder, ¿está de coña? 
 
**: Lo siento. Estás en un quiosco, así que al menos estás algo cubierto. Te aconsejo que te quedes donde estás, que busques refugio en el interior en lugar de intentar salir del edificio. ¿Hay un niño contigo? 
 
Zac: Me ha dicho que se llama Brady y que tiene cuatro años. Se había separado de su madre. No sé si ella... -Miró a su alrededor, vio que Brady se había hecho un ovillo, que tenía los ojos vidriosos y se chupaba el dedo-. Creo que está, ya sabe, en estado de shock o algo así. 
 
**: Trata de mantener la calma, Zac, y no hagas ruido. La policía ya está en el lugar de los hechos. 
 
Zac: Siguen disparando. No paran de disparar. Y se ríe. Lo he oído reírse. 
 
**: ¿Quién se reía, Zac? 
 
Zac: Estaba disparando, el cristal ha estallado, había un hombre en el suelo, y él no paraba de dispararle y de reírse. Dios mío. 
 
Oyó gritos, no los chillidos de antes, sino una especie de grito de guerra. Algo tribal y triunfante. Y más disparos, pero entonces... 
 
Zac: Ha parado. El tiroteo ha parado. 
 
**: Quédate donde estás, Zac. Irán a ayudarte. Quédate donde estás. 
 
Zac se volvió hacia Brady. La mirada de ojos vidriosos del niño se cruzó con la suya. 
 
Brady: Mami. 
 
Zac: Iremos a buscarla enseguida. Ya vienen los buenos. Ya vienen. 
 
Aquella fue la peor parte, pensaría después. La espera... con el olor de la pólvora que abrasaba el aire, los gritos de ayuda, los gemidos y los sollozos. Y ver en sus propios zapatos la sangre de la chica a la que ya nunca llevaría al cine.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Un lugar donde esconderse - Sinopsis


Aquel caluroso día de verano, en cuanto sonaron los disparos en el centro comercial de Rockpoint, Vanessa Hudgens buscó un lugar donde refugiarse, tal y como le habían enseñado. Ella tuvo suerte y escapó de la muerte, pero nunca volvió a ser la misma.

Más de diez años después, Vanessa sigue luchando contra el dolor, el trauma y el sentimiento de culpa por seguir viva. Dedica gran parte de su tiempo a trabajar en sus cotizadas esculturas en una isla tranquila frente a la costa de Maine. Allí conoce a Zac Efron, otro de los supervivientes de Rockpoint, hoy convertido en detective.

Cerca de ellos hay alguien que también sigue pensando en el tiroteo, y espera el momento para terminar lo que comenzó aquel día. 

A veces no hay ningún lugar donde esconderse.




Escrita por Nora Roberts.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Capítulo 27


Celeste: Me siento muy dolida de que te hayas casado sin mí.

Ness: Ya te he contado que fue una estratagema.

Celeste: Estratagema o no, yo tenía que haber estado allí -se puso el fular nuevo y comprobó el efecto ante el espejo-. Además, si me permites mi modesta opinión, tendrás que correr muchas millas para librarte de un hombre como Zachary Efron. -Soltó una risita mientras iba tocando el fular-. Veinte años atrás yo también habría corrido, pero al revés, tras él.

Ness: Sea como sea, en cuanto el asunto esté solucionado, cada cual seguirá su camino.

Celeste: Cariño -dijo apartando la vista del espejo para mirar a Vanessa-, como actriz, no le llegas a tu madre a la suela de los zapatos.

Ness: No sé de qué me hablas.

Celeste: De que se diría que estás perdidamente enamorada de él. Y eso me emociona.

Ness: Los sentimientos no cambian los hechos en absoluto. -Le supo mal llevar el anillo puesto-. Zachary y yo llegamos a un acuerdo.

Celeste: Al contrario, Ness. -Le dio un beso en la mejilla-. Los sentimientos lo cambian todo. ¿Te apetece hablar un rato?

Ness: No. -Soltó un suspiro y le molestó aquella reacción que le pareció lastimera-. Es más, ni siquiera quiero pensar en ello. Demasiadas cosas tengo en la cabeza.

La sonrisa de Celeste se desvaneció.

Celeste: Estoy preocupada por ti, por lo que pueda hacer tu padre en cuanto sepa que tienes el collar.

Ness: ¿Qué puede hacer? -Con un gesto de desdén, cogió el abrigo-. Querrá matarme. Pero con ello no va a recuperar el collar. -Se situó ante el espejo mientras se lo abrochaba-. Sé hasta qué punto lo quiere, sé que llegará al compromiso que sea para recuperarlo.

Celeste: ¿Cómo puedes hablar de ello con tanta tranquilidad?

Ness: Corre suficiente sangre beduina por mis venas para aceptar mi propio destino. Eso es lo que he estado esperando durante toda mi vida. No sufras, Celeste, no me matará, eso sí, pagará. -El espejo reflejó el endurecimiento de su mirada-. Y en cuanto lo haya hecho, por fin podré ver con más claridad el resto de mi existencia.

Celeste: ¿Ha valido la pena, Ness? -preguntó cogiéndole la mano-.

Vanessa reflexionaba sobre los caminos que había tomado durante aquellos años para llegar a una cámara mal ventilada de un antiguo palacio. Con gesto involuntario tocó los aros de sus orejas.

Ness: A la fuerza tendrá que haber valido la pena.

Al salir, decidió dar un paseo hasta su piso en lugar de tomar un taxi. La calle estaba tranquila. Febrero estaba a la vuelta de la esquina y hacía demasiado frío para que la gente saliera a pasear. No se encontraría más que a unos cuantos entusiastas del footing haciendo ejercicio por el parque, soltando nubes de vapor con su aliento. Los porteros de los edificios iban protegidos con sus uniformes de lana, sus orejas se veían enrojecidas por el viento. Con las manos en los bolsillos, Vanessa caminaba sin prisas.

Sabía que la seguían. Ya se había percatado el día anterior. Estaba segura de que era obra de su padre, pero no se lo había comentado a Zachary. El collar era su seguro de vida.

Zachary estaría reunido con Spencer en aquellos momentos. Algún secreto guardaba él, pensó. Aquella tarde, antes de ir cada cual por su lado, le había parecido que tenía la mente en otra parte. En realidad era una actitud que persistía desde que había informado de su llegada a Spencer.

Pero todo aquello no era cuestión suya, se dijo Vanessa. ¿Acaso no acababa de contar a Celeste que ella y Zachary habían llegado a un acuerdo? Si él tenía algún secreto o algún problema con sus superiores, era de derecho guardárselos. De todas formas, no podía evitar pensar que habría preferido que confiara en ella.

Vio la larga limusina negra frente a su edificio. No tenía nada de extraordinario en aquel lugar, pero el corazón empezó a latirle con más fuerza. Antes de que se abriera la puerta supo quién iba a salir de aquel vehículo.

Adel había cambiado su throbe por un traje oscuro, y sus sandalias, por unos zapatos de piel italianos, aunque seguía con el tocado que llevaba en su país. Los dos se miraron en silencio.

Adel: Vente conmigo.

Vanessa miró al hombre que lo acompañaba, consciente de que iba armado y de que obedecería sin vacilar cualquier orden que le diera su rey. La ira podía llevarlo a mandar derribar a su hija en plena calle, pero Adel no era estúpido.

Adel: Será mejor que vengas conmigo.

Vanessa dio media vuelta y, conteniendo el aliento, se dirigió hacia la puerta del edificio.

Ness: Deje a su hombre fuera -respondió al notar que la seguía-. Es algo entre nosotros.

Entraron en el ascensor. Un observador cualquiera habría visto a un hombre elegante y distinguido, con un abrigo cruzado, y a una joven, sin duda su hija, con un visón. Alguien se habría fijado en la curiosa imagen de los dos un instante antes de que se cerraran las puertas del ascensor.

Vanessa sintió calor, un calor que no tenía nada que ver con la calefacción del edificio, ni con las pieles que llevaba encima. Tampoco procedía del miedo, a pesar de que sabía que las manos de él tenían suficiente fuerza para estrangularla antes de llegar al último piso. Tampoco se trataba de un sentimiento de triunfo, al menos de momento, sino más bien de la expectativa ante aquel instante que había esperado durante tanto tiempo.

Ness: Así que ha recibido mi carta. -A pesar de que él no respondió, Vanessa inclinó la cabeza para mirarlo a los ojos-. Años atrás le escribí otra. Aquella vez no vino hasta aquí. Al parecer, el collar tiene para usted más valor que la vida de mi madre.

Adel: Podría llevarte de vuelta a Jaquir. Y deberías agradecer que solo te cortaran las manos.

Ness: No tiene ningún poder sobre mí. -Salió cuando se abrieron las puertas-. Eso ya se acabó. En una época le amé y luego le temí. Ahora incluso el temor ha desaparecido.

Abrió la puerta de su piso y vio que los hombres de Adel habían estado allí. Cojines rasgados, mesas patas arriba, cómodas con su contenido en el suelo. No era solo un registro, sino algo más personal y vengativo. La rabia incendió sus ojos.

Ness: ¿Creía que iba a guardarlo aquí? -Se paseó por la estancia, sorteando lo que estaba esparcido por el suelo-. He aguardado demasiado tiempo para ponérselo fácil. -Esperaba el golpe, de modo que pudo retroceder lo suficiente como para que la mano de Adel tan solo rozara su mejilla-. Levante de nuevo la mano contra mí -dijo sin alterarse-, y no volverá a ver el collar, se lo juro.

Adel apretó los puños.

Adel: Me devolverás lo que es mío.

Vanessa se quitó el abrigo y lo dejó de cualquier forma. La caja china estaba rota a sus pies pero había cumplido su cometido. La joya estaba de nuevo en una cámara de seguridad. Esta vez en la de un banco de Nueva York.

Ness: No tengo nada que sea suyo. Lo que tengo perteneció a mi madre y ahora me pertenece a mí. Así es la ley islámica, la ley de Jaquir, la del rey -sus ojos eran como un reflejo de los de él-. ¿Se atrevería a desafiar la ley?

Adel: Yo soy quien dicta la ley. El Sol y la Luna pertenecen a Jaquir y a mí, y no a la hija de una puta.

Vanessa se acercó al retrato de su madre, que habían tirado al suelo. Con cuidado, lo puso de nuevo en su sitio y lo volvió hacia él. Esperó un momento hasta comprobar que él miraba hacia allí, veía la imagen y recordaba.

Ness: El collar perteneció a la esposa de un rey, casada ante Dios y ante los hombres. -Se acercó a Adel-. Fue usted quien robó… su collar, su honor y por fin su vida. Juré que lo recuperaría y lo he hecho. Juré que se lo haría pagar y lo pagará.

Adel: Ya se sabe que las mujeres codician las piedras preciosas. -La agarró por el brazo, hundiendo en él sus dedos-. ¿Qué sabrás tú de su auténtico valor, de su verdadero significado?

Ness: Lo mismo que usted -respondió intentando deshacerse de la mano de él-. Puede que más que usted. ¿De verdad cree que lo que me interesa son el diamante y la perla? -Con un bufido de desprecio se soltó-. Lo que contaba para ella era el regalo y posteriormente la traición, cuando usted se lo usurpó. A ella le importaba poco el collar, la talla, la pureza, los quilates. Lo principal era que usted se lo había entregado por amor y se lo había quitado por odio.

Adel no soportaba aquel retrato allí, mirándolo fijamente, recordándole la historia.

Adel: Estaba loco cuando se lo entregué y cuerdo cuando se lo quité. Y si tú tienes el mínimo apego a la vida, me lo devolverás.

Ness: ¿Otra muerte en su conciencia? -encogió los hombros como si a ella también le importara poco-. Si yo muero, el collar desaparece conmigo. -Esperó a comprobar que él se lo creía-. Ya ve que hablo en serio. Me he preparado para morir por esto. Aunque desaparezca, seré yo quien se habrá vengado. De todas formas, preferiría no llegar a ese extremo. Puede llevarse el collar a Jaquir, pero no de balde.

Adel: Me lo llevaré, pero tú no quedarás indemne.

Vanessa se volvió para mirarlo. Estaba frente a su padre, pero no sentía nada.

Afortunadamente ya no sentía nada.

Ness: He pasado la mayor parte de mi vida odiándole. -Lo dijo tranquilamente, rotunda, en un tono que reflejaba sus emociones-. Sabe cuánto sufrió mi madre, cómo murió. -Hizo una pausa y lo miró a los ojos-. Sí, tiene que saberlo. El dolor, el tormento, la aflicción, la confusión. Yo vi cómo se apagaba día a día. Nada de lo que pueda hacerme me afectará.

Adel: Puede, pero no estás sola.

Tuvo la satisfacción de verla palidecer.

Ness: Si hace daño a Zachary, le mato, lo juro, y el Sol y la Luna acabarán en el fondo del mar.

Adel: ¿De modo que ese tipo te importa?

Ness: Más de lo que usted es capaz de comprender. -Con la boca ya seca, jugó su última carta-. Pero él tampoco sabe dónde está el collar. Solo yo lo sé. El trato tendrá que hacerlo conmigo, Adel. Tenga en cuenta que el valor en el que he tasado su honor será de lejos inferior al de la vida de mi madre.

Esta vez Adel levantó el puño. Vanessa se preparaba cuando de pronto se abrió la puerta.

Zac: Si vuelve a ponerle una mano encima, le juro que le mato.

Mientras Vanessa recuperaba el equilibrio, Zachary agarraba a Adel por las solapas.

Ness: No lo hagas. -Presa del pánico cogió el brazo de Zachary-. No. No me ha pegado.

Él la miró fugazmente.

Zac: Tienes sangre en el labio.

Ness: No es nada. Yo…

Zac: Esta vez no, Ness -habló con toda la calma del mundo un instante antes de lanzar el puño contra la mandíbula de Adel. El rey se vino abajo, llevándose con él en la caída una mesa estilo Queen Anne. El dolor que notó Zachary en los nudillos le produjo más satisfacción que sostener en su mano mil piedras preciosas-. Eso ha sido por la magulladura que le hizo en la mejilla. -Esperó a que Adel se incorporara y se dejara caer luego sobre el sofá hecho trizas-. Y por el resto, tendría que matarle, pero ella no desea su muerte. Le diré, de todas formas, que existen muchos sistemas para lisiar a un hombre. Usted debe de saberlo mejor que yo. Piense en ellos a conciencia antes de levantar otra vez la mano contra su hija.

Adel se secó la sangre de los labios. Respiraba a duras penas, aunque no a causa del dolor, sino por la humillación. Desde que había subido al trono nadie se había atrevido a tocarlo, a menos que él lo hubiera permitido.

Adel: Es usted hombre muerto.

Zac: No creo. Los dos esbirros que ha dejado fuera están respondiendo ahora mismo a las preguntas de mi socio sobre por qué llevan armas sin permiso. Él es el capitán Stuart Spencer de la Interpol. Creo que no mencioné que trabajaba para la Interpol, ¿verdad? -Echó una ojeada a su alrededor-. Me parece que tendremos que despedir a la señora de la limpieza, Vanessa. Me apetece un brandy. ¿Te importa traerme una copa?

Vanessa nunca lo había visto así. Jamás había oído aquel tono en su voz. Adel no la había asustado, pero en aquel momento tenía miedo de Zachary. Y miedo por Zachary.

Ness: Zachary…

Zac: Te lo ruego. -Le acarició la mejilla-. Hazme ese pequeño favor.

Ness: De acuerdo. Vuelvo enseguida.

Esperó a que ella se hubiera marchado para sentarse en el brazo de una butaca.

Adel: En Jaquir no habría vivido usted para ver la puesta del sol y en el momento de su muerte daría gracias a Dios.

Zac: ¡Qué mezquino es usted, Adel! Que tenga sangre azul no le impide serlo más que otro. -Soltó un largo suspiro-. Y ahora que hemos acabado con los cumplidos, le diré que aquí me importan un comino sus métodos. Y que tampoco tiene la menor importancia lo que yo sienta por usted. Estamos hablando de negocios. Y antes de entrar a fondo en ellos, déjeme que le explique las reglas del juego.

Adel: No tengo ningún negocio con usted, Efron.

Zac: Independientemente de todo lo que usted sea, no es estúpido. No tengo por qué detallarle las razones que movieron a Ness a recuperar el collar. Ha de saber que el plan fue exclusivamente de ella. Yo intervine en el último momento y, aunque con ello se resienta mi orgullo, debo admitir que podría haberlo llevado a cabo sola. Ella es quien se lo quitó ante sus propias narices y a ella es a quien deberá pagar. -Hizo una pausa-. Ahora bien, si a ella le ocurre algo, usted responderá ante mí. Debería añadir que si se le ha pasado por la cabeza aceptar el trato para hacernos cortar el cuello luego, la Interpol está al corriente de todos los detalles. Nuestras muertes, accidentales o no, desencadenarán una investigación sobre su persona y su país que imagino preferirá evitar. Su hija le ha vencido, Adel. Le aconsejaría que aceptara la derrota como un hombre.

Adel: ¡Qué sabrá usted de lo que es ser hombre! Un perro faldero en manos de una mujer.

Zachary se limitó a sonreír, pero incluso aquel gesto resultó amenazador.

Zac: ¿O es que preferiría salir a la calle y resolver el asunto en algún callejón? Yo estoy dispuesto a ello. -Vio que llegaba Vanessa-. Gracias, cariño. -Cogió el brandy y con la copa señaló a Adel-. Creo que tendríamos que empezar a hablar de negocios. Adel es un hombre muy ocupado.

Vanessa había recuperado el aplomo. Se situó a posta entre Zachary y Adel.

Ness: Como decía antes, el collar es mío. La ley me ampara, incluso en Jaquir si se hiciera público el caso. Preferiría evitar la publicidad, pero si es preciso, recurriré a la prensa de aquí, a la de Europa y a la de Oriente. El escándalo tendría muy pocas consecuencias para mí.

Adel: Tu robo y tu traición te arruinarían.

Ness: Al contrario -exclamó sonriendo-. Podría vivir de la historia toda mi vida. Pero esa no es la cuestión. Le devolveré el collar y renunciaré a mis derechos sobre él. Guardaré silencio sobre los malos tratos que infligió a mi madre y sobre su deshonor. Podrá volver usted a Jaquir con el Sol y la Luna, con todos sus secretos, por cinco millones de dólares.

Adel: Valoras en mucho tu honor.

La mirada de Vanessa, dura, férrea, sostuvo la de él.

Ness: No se trata del mío, sino del de mi madre.

Podía hacer que los mataran. Adel imaginó la satisfacción de verlos volar por los aires con un coche bomba, la de que cayeran bajo el impacto de una bala silenciosa o acabaran envenenados en alguna de aquellas decadentes fiestas que organizaban los americanos. Disponía de los medios y del poder para llevarlo adelante. Su alegría podía ser inmensa. Pero las consecuencias también.

Si a partir del hilo de aquellas muertes se llegaba a él, Adel sería incapaz de contener las protestas. Si se hacía público que le habían arrebatado el Sol y la Luna, su pueblo podía rebelarse y la vergüenza caería sobre él. Necesitaba recuperar el collar y de momento no podía permitirse la venganza.

Sus lazos con Occidente le parecían aborrecibles, pero necesarios. Todos los días se extraían del desierto grandes sumas de dinero. Cinco millones de dólares menos se notarían poco en sus arcas.

Adel: Si lo que quieres es dinero, tendrás el dinero.

Ness: Es todo lo que quiero de usted. -Se levantó y sacó de su bolso una tarjeta-. Mis abogados -dijo, pasándosela a Adel-. Ellos se encargarán de la transacción. En cuanto me confirmen que se ha efectuado el depósito en mi cuenta Suiza, mis representantes le entregarán el Sol y la Luna.

Adel: No volverás a Jaquir, ni tendrás contacto con ningún miembro de mi familia.

El precio que se le imponía a ella era más considerable de lo que había imaginado.

Ness: No lo haré mientras usted viva.

Adel le habló luego en árabe, lentamente, y ella palideció. De pronto se levantó, se fue hacia la puerta y la dejó en medio de los destrozos de su casa.

Zac: ¿Qué es lo que te ha dicho?

Para ella, incluso en aquel momento, era importante que aquello no tuviera un peso excesivo, por ello hizo un gesto de indiferencia.

Ness: Me ha dicho que vivirá muchos años, pero que para él y para todos los miembros de la casa de Jaquir yo estaba ya muerta. Que suplicará a Alá que me dé una muerte dolorosa, en la desesperación, como la de mi madre.

Zachary se levantó y con sus dedos elevó su mentón.

Zac: No podías esperar su bendición.

Vanessa hizo un esfuerzo por sonreír.

Ness: No. Se ha terminado y yo esperaba sentir una inmensa oleada de alegría, por no decir de satisfacción.

Zac: ¿Y qué es lo que sientes?

Ness: Nada. Después de todo esto, después de tantas cosas, mi impresión es que no siento nada.

Zac: Pues tal vez lo mejor sería salir a ver cómo está el edificio de tu futuro centro.

Esta vez la sonrisa surgió espontáneamente. Y no solo eso, sino que todo su cuerpo reflejó la alegría.

Ness: No estaría mal. Tengo que constatar que ha valido la pena. -Cuando levantó la vista hacia el retrato de su madre, el nudo que tenía en el estómago empezó a ceder-. El dinero no significa nada para él, pero quería cerciorarme de que me entendiera y recordara.

Zac: Te ha entendido, Ness. Y no te quepa duda de que te recordará.

Ness: Zachary… -Tocó su mano pero la retiró al instante-. Tenemos que hablar.

Zac: ¿Necesitaré otro brandy?

Ness: Quiero que sepas que te agradezco todo lo que has hecho.

Zac: Hum…

Él decidió que sería mejor sentarse otra vez.

Ness: No te lo tomes a la ligera. Me has ayudado en la mayor encrucijada de mi vida. Sin ti, tal vez lo habría conseguido, pero no habría significado lo mismo.

Zac: ¡Eh! Lo dudo. Dudo que hubieras salido igual de airosa sin mí. Pero si te hace feliz, puedes creértelo.

Ness: Sabía exactamente… -se interrumpió-. Da igual, la cuestión es que quería darte las gracias por todo.

Zac: ¿Antes de ponerme de patitas en la calle?

Ness: Antes de que cada uno reanude su camino -rectificó-. ¿Qué pretendes, fastidiarme?

Zac: Ni por asomo. Intentaba comprender qué es lo que deseas. ¿Has terminado ya con los agradecimientos?

Ness: Sí -se volvió para empujar con el pie un jarrón roto-. Terminado.

Zac: Bueno, podrías deshacerte en elogios, pero habrá que conformarse. Y ahora, si no me equivoco, lo que te apetece es que salga por esa puerta y salga también de tu vida.

Ness: Querría que hicieras lo que fuera mejor para los dos.

Zac: En tal caso…

Cuando puso las manos en sus hombros, Vanessa se apartó.

Ness: Se acabó, Zachary. Tengo proyectos que poner en práctica enseguida. El centro, mi retiro, mi… vida social.

Zachary decidió esperar un par de días para comunicarle que iba a trabajar para la Interpol. Llegado el momento, la informaría también de que Adel tendría que responder a una serie de delicadas preguntas sobre posesión de objetos de arte robados. Pero de entrada tenían otros asuntos que resolver, asuntos personales.

Zac: ¿Y en tus planes no habrá un hueco para un marido?

Ness: La boda era una parte del montaje. -Se volvió, pensando que aquello no tenía por qué costarle tanto, que tenían que ser capaces de reírse de todo el asunto antes de irse cada cual por su lado-. Puede que resulte un poco violento tocar el tema con la prensa y con los amigos bien intencionados, pero, entre nosotros, la cuestión puede resolverse con facilidad. Ni tú ni yo debemos sentirnos atados por una…

Zac: ¿Promesa? -la ayudó-. Creo que hicimos unas cuantas.

Ness: No me lo pongas difícil.

Zac: Muy bien. Hasta el momento, hemos jugado siguiendo tus reglas. Concluyamos de la misma forma. ¿Ahora qué hago?

Vanessa tenía la boca seca. Cogió la copa de él y tomó un sorbo.

Ness: Es muy fácil. Solo tienes que decir tres veces: «Me divorcio de ti».

Zac: ¿Así, sin más? ¿No tengo que hacerlo a la pata coja o a la luz de la luna llena?

Vanessa dejó la copa con gesto brusco.

Ness: No me hace reír.

Zac: No, es ridículo. -Tomó su mano y la cerró para evitar que pudiera deshacerse de él. Sabía imaginar las probabilidades, siempre había sido su fuerte. De todas formas, esta vez no estaba seguro de dominar la situación-. Me divorcio de ti -dijo y acto seguido inclinó la cabeza y con sus labios rozó los de ella, que notó temblorosos. Los dedos de Vanessa también indicaron la tensión que vivía-. Me divorcio de ti. -Con la mano que tenía libre la atrajo hacia sí e intensificó el beso-. Me…

Ness: No. -Murmurando un juramento, lo rodeó con sus brazos-.¡Maldita sea, no!

El alivio hizo que a Zachary casi le flaquearan las rodillas. Por un instante, un instante y nada más, hundió su cabeza en la cabellera de ella.

Zac: Me has interrumpido, Ness. Ahora tendré que empezar de nuevo. Dentro de unos cincuenta años.

Ness: Zachary…

Zac: Lo haremos a mi manera. -La atrajo de forma que pudieran mirarse a los ojos. Volvió a verla pálida. Estamos avanzando, pensó. Esperaba haberle metido el miedo en el cuerpo-. Estamos casados, para lo mejor o lo peor. Si hace falta, organizaremos otra ceremonia aquí o en Londres. Una de esas que para romper exija abogados, mucho dinero y obstáculos a manta.

Ness: Yo nunca he dicho que…

Zac: Demasiado tarde -dijo mordisqueándole el labio inferior-. Has desaprovechado tu oportunidad.

Vanessa cerró los ojos.

Ness: No sé por qué.

Zac: Sí lo sabes. Dilo en voz alta, Ness. No se te va a caer la lengua por ello. -Iba a apartarse, pero él la sujetó con fuerza-. Vamos, cariño, tú siempre has sido valiente.

Aquello le hizo abrir los ojos. Zachary observó cómo echaban chispas contra él y sonrió.

Ness: Puede que te quiera.

Zac: ¿Puede?

Vanessa soltó un bufido.

Ness: Creo que te quiero.

Zac: Vamos, pruébalo otra vez. Casi lo has conseguido.

Ness: Te quiero. -En esta ocasión el aliento de Vanessa salió como una ráfaga-. Bueno, ¿satisfecho?

Zac: No, pero procuraré estarlo -respondió llevándola consigo hacia el maltrecho sofá-.


FIN


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