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sábado, 23 de septiembre de 2023

Capítulo 22


El tiempo fue pasando. Mientras gran parte de la vida doméstica giraba alrededor de Alice -qué decir, qué no, qué hacer, qué no-, la primavera llegó con toda su dulzura y todas sus exigencias. El sol salía antes, se quedaba más tiempo, y con esas horas de luz ganadas aumentó el trabajo.

Vanessa a menudo consideraba ese trabajo como una evasión de la tensión y la preocupación que le creaba tener que ser tan cautelosa y comedida en casa. Después se sentía culpable por pensar así.

Consideraba las noches que pasaba con Zac en su estrecha cama o en una cabaña vacía como otra clase de evasión. Y no se sentía nada culpable por ello. Si lo analizaba, como hacía a veces, concluía que Zac le proporcionaba equilibrio, compañía, un oído atento, un pulso más firme de lo que ella jamás habría pensado.

Y un sexo increíble.

Le gustaba creer que ella le daba lo mismo a él.

Casi todos los días ensillaba su caballo e iba al trabajo con Zac, y también volvían juntos. Si conseguía organizarse, regresaba a casa a mediodía para dar un respiro a las abuelas relevándolas con Alice.

Ness: Me cae bien. -Aunque estaba pensando en todo lo que tenía que hacer, cabalgaba sin prisas junto a Zac-. De vez en cuando, algo, alguien, asoma por encima del trauma. Y sé que esa persona me caería bien. Y a los perros les gusta, lo que es un buen indicador.

Zac: ¿A los perros les gusta Alice?

Ness: Y es mutuo. Muy a menudo se repantigan y roncan a sus pies cuando hace ganchillo. El sheriff ha venido esta tarde mientras yo estaba en casa. Él también tiene mano con ella.

Zac: ¿Ha obtenido algún dato más?

Ness: Ha averiguado que Alice tenía veintiún años, recién cumplidos, cuando decidió volver a casa haciendo autoestop. Así que eso le da una fecha más precisa. No sé qué puede hacer para investigar veintiséis años y encontrar algo, pero he visto que era importante saberlo. Alice ha querido que me quedara mientras él hablaba con ella. Se ha puesto contenta, como si hubiéramos ido a visitarla. Está tejiendo otra bufanda... para mí. Ha terminado la de Mike. -Alzando la cara al cielo, Vanessa negó con la cabeza-. Estoy muy despistada.

Zac: No tanto. Le caes bien, confía en ti. Le cae bien Tyler. Es tímida conmigo si me ve, pero no le doy miedo.

Ness: Le pasa lo mismo con papá y Alex; es tímida con ellos, pero no les tiene miedo. Y sigue sin querer salir de casa. Como fuera hay gente, no hay más que hablar.

Zac: Necesita más tiempo.

Ness: Lo sé, y aún no ha pasado demasiado. Pero... todos tenemos que andarnos con mucho cuidado, y eso agota, Zac. La ayuda, pero es agotador. Algunos días sabe que Mike no es su hijo. Otros, se empecina en que lo es como una osa con sus oseznos. Es duro para Mike. Lo está llevando mejor de lo que nadie podía esperar. A veces nos olvidamos de su gran corazón. Tiene un corazón de oro.

Zac: ¿Quieres saber lo que pienso?

Ness: Estoy soltándote el rollo, otra vez, así que debo de quererlo.

Zac: Vosotros siempre habéis estado muy unidos. Dios mío, llevo toda la vida admirándolo, y envidiándolo. Tu familia hace piña, y esta situación os ha obligado a hacer más piña aún. Imagino que Alice está empezando a superar lo que ese hijo de puta le hizo porque tiene esa capacidad. Sé lo que es tener dieciocho años y estar cabreado con el mundo. Más que tú -añadió con rotundidad-.
 
Ness: Yo he tenido bastante suerte con mi mundo.

Zac: Es más que suerte, pero sí. Sé lo que es querer volver a casa, necesitarlo. A mí no me lo ha impedido nadie, nadie me ha robado más de la mitad de mi vida. Y aun así ha sido duro.

Ness: Nunca lo había pensado -dijo en voz baja-. Nunca había pensado que volver ha sido duro para ti. -Mientras cabalgaban, despacio y sin prisas, escrutó el perfil de Zac-. Debería haberlo pensado.

Zac: Nunca sabes qué ha cambiado, qué sigue igual y si volverás a encajar. Es el riesgo que corres marchándote y volviendo. Yo diría que el hecho de que Alice sea capaz de hacer sus bufandas y hablar con Tyler, con cualquiera sin gritar, de levantarse por la mañana y acostarse por la noche, significa que la persona que era a los dieciocho años, por mucho que ese hijo de puta intentara cambiarla, tiene mucho de Hudgens. Hará más que asomar la cabeza.

Ella tardó un momento en poder hablar.

Ness: ¿Quieres saber lo que pienso yo?

Zac: Estoy escuchándote el rollo, así que debo de quererlo.

Ness: Creo que podría volverme un poco loca si no te tuviera a ti para hablar. Ahora, en el rancho, hemos de ser muy cuidadosos con las cosas que decimos, y bien sabe Dios que con las que no, también. Tiene que ser así. Mamá y la abuela están preocupadas por la yaya, papá está preocupado por todas. Alex se lleva a Mike más de lo que necesita para que pueda darse un respiro.

Zac: Tú haces lo mismo.
 
Ness: Sí, solo que no hablamos mucho del tema. No podemos, la verdad. Y estoy segura de que no soy la única que se apoya en ti.

Zac: Soy una persona equilibrada.

Ness: Estaba pensando justo eso.

Cambiando de postura en la silla, Zac la miró de hito en hito.

Zac: Así que no hace falta que pienses que tienes que tomar otra dirección y no seguir por el camino que llevas. Ya estamos en unas tierras que podrían haber sido mías si las cosas hubieran sido distintas. No han sido distintas. No son mías.

Ness: Lo siento -mandó parar su caballo, comprendió que no debería estar sorprendida de que Zac la hubiera pillado alejándose de su antigua casa-. Me parecía buena idea. Ya no me lo parece.

Él se conocía las tierras como la palma de la mano. Por el momento, estaba satisfecho con contemplarlas desde su caballo.

Zac: Firmamos el contrato, y son vuestras. De tu familia. No lo lamento.

Ness: Confieso que me partiría el alma si tuviéramos que vender nuestras tierras.

Extrañado, Zac pensó que también se le partiría a él si eso llegara a ocurrir.

Zac: Para mí estas tierras no son lo mismo. No sé si alguna vez lo fueron. Un día de estos querré tener mis tierras, y las tendré. -Se encogió de hombros y le sonrió-. Me fue bien en California. Tú no eres de las que no pregunta por educación, pero no lo has hecho.

Ness: Está no preguntar por educación y está ser de lo más grosero. Yo puedo ser de lo más grosera -decidió-. ¿Qué es «bien» para ti, más o menos?

Zac: Suficiente para no verme obligado a vender. Podría haberme quedado con las tierras, haber dado a mi madre y a mi hermana la parte que les correspondía. Haber comprado algunas cabezas de ganado, haber puesto en marcha un rancho decente.
 
Puede que le hubiera ido mejor de lo que Vanessa imaginaba y esa fuera una faceta de Zac que ella no había considerado. Valoraba tener cabeza para los negocios y saber administrarse.

Ness: Pero no lo has hecho.

Zac: No. Porque no es lo que quería. No me molestó llevar mi propio negocio, y no se me daba mal.

Ness: ¿Qué quieres decir con tu propio negocio?

Como Zac sabía hacia dónde se dirigía Vanessa, se adelantó.

Zac: Me junté con un socio en California y montamos una empresa de doma, por llamarla de alguna forma. Y nos fue bien. Cuando estuve listo para volver, él compró mi parte. Tampoco me molesta trabajar para otros. Así que estoy contento con mi situación.

Otra faceta más que ella no había considerado.

Ness: No sabía que habías montado una empresa; pensé que solo trabajabas para una.

Zac: Quise probarlo. -Tan sencillo como eso, en realidad, pensó en ese momento. Había querido probar cosas, hacerse una idea-. Se me dio bastante bien, durante un tiempo. Se te da mejor a ti, por lo que veo. Me han acabado gustando mucho las mujeres que saben llevar una empresa, y no puedo sino admirar a una que se organiza para ir una hora a casa en pleno día porque antepone la familia a todo lo demás.

Ness: Caray, Zac Efron. -Con los ojos como platos por la sorpresa, se llevó una mano al pecho-. Vas a hacer que me suban los colores.

Zac: No caerá esa breva.

Zac divisó la casa más adelante, la casa de dos pisos con la planta en «L» un poco torcida. Los potreros vacíos, el patio cubierto de malas hierbas, el destartalado gallinero. La cuadra vacía donde su padre se había ahorcado con las paredes ya grises rayadas de rojo.
Algunas flores silvestres estaban intentando abrirse. A lo lejos, las montañas mostraban franjas azules, verdes, bajo la fina capa de nieve.

Zac: ¿Cuál era la idea al venir hasta aquí? 

Ness: Aún estamos decidiendo qué hacer. Tenemos varias opciones. La primera es si las incorporamos al rancho o al resort. Yo me inclino (menuda sorpresa) por el resort.

Zac: Tremenda, sin duda.

Ness: Alex no se moja; otra tremenda sorpresa. Aunque creo que, en parte, está esperando a saber qué prefieres tú.

Zac: No son mis tierras.

Ness: Cállate. Mike está de mi parte. Mamá está demasiado distraída para pensar con claridad en uno u otro sentido, y papá se inclina por el rancho, pero es flexible. No hemos preguntado a las abuelas, pero lo haremos.

Zac: Vale.

Ness: Cada opción abre más posibilidades, pero ahora mismo el resort parece la alternativa más probable, así que te hablaré de ellas. Podríamos arreglar la casa, los cobertizos, y alquilarlo como un ranchito para familias, grupos o empresas que quieran tener una experiencia vaquera. Podríamos tirar la casa, los cobertizos y hacerlo todo nuevo, para esa experiencia vaquera o para una serie de cabañas de lujo, con una cocina central y una zona comunitaria, como tenemos en los campings de lujo. Traer caballos, convertirlo en una experiencia educativa para grupos de jóvenes: cómo ocuparse de los caballos, las vacas, los pollos. Hay muchas opciones.

Zac: Tú tienes tu preferencia. ¿Cuál es? 

Vanessa negó con la cabeza.

Ness: Todas son factibles, todas son buenas y todas pueden adornarse y publicitarse. Te estoy preguntando qué opinas tú.
 
Zac: Ya te lo he dicho, me parece bien. Además, yo no tengo voz ni voto. 

Vanessa resopló y desmontó.

Ness: Oh, bájate del burro, Efron. Lo digo literal y metafóricamente. -Llevó a Leo al potrero, ató las riendas a la cerca-. Creciste en esa casa. Trabajaste estas tierras, criaste caballos y ganado. Tienes una opinión, maldita sea. Tienes sentimientos.

Zac bajó del caballo y notó claramente los bordes de la esquina en la que Vanessa lo había arrinconado.

Zac: No me importa tanto como parece que tú quieres que me importe.

Ness: Mentira. Mentira podrida. Te estoy pidiendo que me lo digas ahora, mientras estamos aquí. Lo tiramos, la casa, la cuadra, todo, o lo reformamos. Solo eso. Respóndeme. -Más enfadada de lo que le gustaría, le dio con el puño en el pecho-. Dime qué piensas, qué querrías.

Dejó la mano sobre su corazón. Zac habría jurado que le atravesó la piel, como el sol cuando atraviesa el cielo en su lento descenso. Como lo atravesaban sus ojos.

Zac: Tíralo. Todo. Yo...

Ness: Hecho.

Zac: Vanessa...

Ness: Hecho. No necesito más.

Zac la agarró por la muñeca antes de que pudiera alejarse. El enfado que ambos sentían se disolvió cuando Vanessa le puso la otra mano en la mejilla.

Ness: Tu opinión importa, Zac. No solo a mí, pero desde luego que me importa. Son opciones, y todas buenas. ¿Por qué no debería contar con lo que tú quieres?

Zac: No es mío.

Ness: Lo era.
 
Zac: Podría haberlo sido, pero no lo es. Si mi única alternativa para volver hubiera sido venir aquí, a estas tierras, a esta casa, no habría vuelto. Mis raíces no están aquí, y si había alguna, era tan poco profunda que arrancarla no ha cambiado nada. -La arrimó a él para que pudieran mirar juntos la fachada de la casa-. Tengo recuerdos ambivalentes, buenos y malos. No sé si unos pesan mucho más que otros. Recuerdo cuando a mi padre se le metió en la cabeza ampliar la casa. No sabía lo que se hacía, y yo tenía unos doce años, así que tampoco lo sabía. Pero él lo intentó.

Zac oyó la voz de su madre junto a la tumba de su padre, de pie, mientras el viento soplaba.

«Lo intentó.»

Zac: Lo intentó -repitió, quizá aceptándolo al fin-. E hizo feliz a mi madre. Está torcida, y dentro el suelo está inclinado, pero él lo intentó y la hizo feliz. Son ambivalentes en ese sentido.

Sin decir nada, Vanessa se apoyó un poco en él, ofreciéndole consuelo.

Zac: Pero mi madre ya no va a pisar ese suelo nunca más. Y no va a estar nunca aquí de pie, mirando la cuadra y recordando qué aspecto tenía mi padre cuando se ahorcó. No quiero que lo derribes por mí.

Ness: He dicho que está hecho -contestó. Y a continuación, volviéndose hacia él, le puso otra vez la mano sobre el corazón-. Puede que un día regrese para ver lo que hemos construido. Puede que eso la haga feliz. Que te haga feliz a ti. -Señaló hacia un lugar, esperó a que él dejara de mirarla y dirigiera los ojos hacia ahí. Entonces añadió-: Ahí tienes un par de rosales. Deberías llevártelos. Asegúrate de desenterrarlos con las raíces, envuélvelas en arpillera y llévaselos a tu madre. Seguro que tu hermana sabrá cómo replantarlos. Significaría mucho para tu madre.

En la garganta de Zac, la emoción se encalló junto con la gratitud.

Zac: Hay veces en que no sé qué decirte. Que me desarmas. -La atrajo hacia él y la abrazó-. Los desenterraré -le aseguró-. A ella le gustará, y a mí no se me habría ocurrido.
 
Ness: A lo mejor sí.

Zac: Yo lo tiraría todo a la basura -dijo él, mirando por encima de la cabeza de Vanessa lo que podría haber sido suyo-. Esa no es la manera. Hay algunos narcisos intentando brotar junto a la casa. También podría desenterrarlos. A Miley le gustaban cuando éramos pequeños. Y...

Ness: ¿Qué?

Zac: A lo mejor arranco un par de tablones del suelo antes de que tires la casa abajo. Entre Justin y Miley podrían hacer algo. A ella le gustará.

Ness: Eso mismo -echó la cabeza hacia atrás lo suficiente para besarlo-. ¿Por qué no nos damos una vuelta y vemos si hay algo más?

Antes de que Zac pudiera responder, su móvil pitó.

Zac: Un mensaje de mi madre. -Frunció el ceño al leerlo-. Ella nunca manda mensajes. Solo... Dios santo, mi hermana está de parto.

Ness: ¡Pues tienes que marcharte! -lo agarró de la mano y lo arrastró hacia los caballos-. Tienes que ir.

Zac: Va a dar a luz en casa. ¿A quién se le ocurre? Debería haber una ley o algo. ¿Por qué...?

Ness: Monta, Efron. -lo dijo soltando una carcajada, encantada de vivir ese momento con él y por su puro nerviosismo masculino-. Puedes estar en tu camioneta en menos de diez minutos, ir a su casa y preguntárselo tú mismo.

Zac subió al caballo.

Zac: Puede que Miley no me quiera por ahí en medio, estorbando.

Ness: Los hombres son idiotas.


Vanessa puso a Leo al galope. Sabía que Atardecer la seguiría.
 
Vanessa entró en la casa de buen humor. Encontró a Clementine en la cocina con Alice, pelando patatas.

Alice: Estoy haciendo puré de patatas. Clementine me está enseñando. Así la veo freír el pollo.

Ness: Y yo me lo puedo comer -dijo, lo que indujo a Alice a agachar la cabeza y a sonreír-. Algo ya huele muy bien.

Alice: Hemos hecho una tarta de chocolate. Me gusta cocinar con Clementine. Mi casa no tiene horno. No podía hacer tarta de chocolate.

Ness: Me están entrando ganas de comérmela. -se sirvió una copa de vino cuando su madre entró-. Traigo noticias -anunció-. La hermana de Zac está de parto.

Anne: Es una buena noticia. Sírveme una copa, y beberemos para que el bebé nazca sano.

Alice: Yo tuve bebés -siguió pelando mientras hablaba, pero se encorvó-. Duele, y hay sangre, y duele cada vez más. Si son niñas, no te las puedes quedar porque se venden a buen precio. La hermana se queda con su hija, pero yo no puedo quedarme con las mías. -Lanzó una mirada furibunda a Anne-. Mis hijas serían tan bonitas como la tuya. ¡Más aún! No es justo.

Anne: No, no lo es -comenzó a decir-. Siento...

Alice: No quiero tu compasión. No quiero tu compasión. Quiero a mis hijos. Quiero a mi Mike. ¿Por qué es tuyo también? ¿Por qué te quedas con todo?

Ness: Vamos a sentarnos, Alice -se acercó a ella-. Puedes enseñarme la bufanda que me estás haciendo.

Alice: ¡No! -Por primera vez intentó dar una bofetada a Vanessa y se encaró con ella-. Tú eres la hija. ¡Yo también soy la hija! Soy la hija. ¿Por qué se queda siempre con todo?
 
Anne: Basta. -Igualmente crispada, se interpuso entre las dos-. Basta, Alice.

Alice: Tú cállate. ¡Cállate, cállate! Tú no me mandas. Anne, Anne, Anne. La buena siempre, la que gana siempre, siempre, siempre -la empujó-.

Para sorpresa de Vanessa, Anne le devolvió el empujón.

Anne: A lo mejor deberías empezar a comportarte de acuerdo con tu edad. A lo mejor deberías dejar de quejarte de todo igual que hacías siempre. A lo mejor deberías dejar de culpar a todos salvo a ti.

Alice: ¡Te odio!

Anne: Ya. Dime algo que no sepa.

Cora: ¡Chicas! -irrumpió en la cocina, con doña Fancy pisándole los talones-. Parad ahora mismo.

Alice: Ha empezado ella -clavó el dedo índice en Anne-. No puede mangonearme, mamá. Tú siempre te pones de su parte. No es justo. ¿Cómo es que yo tengo que fregar los platos durante una semana y ella no? ¿Solo porque ella saca sobresalientes? Le caigo mal a la profesora, ¿vale? E iba a limpiar mi habitación, ¡mamá, iba a limpiarla! Pero se me ha olvidado. Anne, Anne, Anne es una novia guapísima. Pues yo voy a ser estrella de cine. Espera y verás. ¿Por qué se queda con sus bebés? ¿Por qué? -Hecha un mar de lágrimas, se llevó las manos a la cabeza-. ¿Por qué, por qué, por qué? No lo entiendo. ¿Quién soy? ¿Quién soy? No soy la mujer del espejo. ¡No, no, no! La vieja, ¿quién es la vieja del espejo? ¿Quién soy yo, eh?

Cora: Alice. Mi Alice -dio un paso adelante-. Alice Hudgens. Tranquilízate -con las yemas de los dedos, le enjugó las lágrimas-.

Alice: ¿Quién soy yo?

Vanessa también notó un nudo en la garganta mientras veía sufrir a Alice.

Alice: Mamá. Mamá. Yo... yo volvía a casa.
 
Cora: Lo sé. Lo sé. Ahora estás en casa.

Alice: No me siento bien. No me siento bien por dentro. ¿Puedo volver? ¿Solo volver?

Cora: Empezaremos desde aquí, y todo irá bien.

Alice: Anne está enfadada conmigo.

Anne: No, no lo estoy -le pasó la mano por la trenza-. No estoy enfadada. Me alegro de que hayas vuelto a casa, Alice.

Alice: Yo estaba enfadada. Estaba enfadada. Estaba enfadada. No recuerdo por qué. Me duele la cabeza.

Cora: Puedes acostarte un rato. Te acompañaré.

Alice. No. No, estoy haciendo puré de patatas. Clementine me está enseñando. Clementine... Si las quejas valieran un dólar, tú serías multimillonaria.

Clementine: Exacto. -Aunque tenía los ojos brillantes, señaló una patata a medio pelar-. No van a pelarse solas, muchacha.

Fancy: Voy a sentarme a tu lado, a asegurarme de que lo haces como Dios manda. 

Doña Fancy se acercó a ella y se sentó en un taburete.

Alice: Abuela -apoyó la cabeza en el hombro de doña Fancy-. La abuela siempre huele muy bien. ¿Dónde está el abuelo?

Fancy: Está en el cielo, cariño, cuidando a tu Benjamin.

Alice: El abuelo está con Benjamin. No tengo de qué preocuparme. -Cuando cogió el pelador, miró a Anne con los ojos cargados de dolor-. No es mi Mike. Es el tuyo.

Anne: Somos hermanas. Lo compartimos todo.

Alice: No soporto compartir. 

Anne se rio.

Anne: Dímelo a mí.

Detrás de ellas, Vanessa rodeó a Cora con el brazo y le habló con ternura:

Ness: Ven a sentarte. Estás temblando. Te prepararé un té.
 
Cora: Prefiero tomar vino.

Ness: Antes, siéntate.

Vanessa corrió a buscar el vino, esperó hasta que su abuela cogió la copa con ambas manos y tomó un sorbo.

Cora: Me ha llamado «mamá».

Ness: Lo sé.

Cora: Es la primera vez. Me ha llamado «mamá», y cuando me ha mirado, ha recordado. Lo he visto en sus ojos. Está volviendo. Alice está volviendo.


Agotado, confundido y apabullado, Zac entró en la choza. Arrojó el sombrero y la chaqueta cerca de una silla. Aunque se moría por beberse una cerveza, dormir era lo que necesitaba aún más. Se dirigió a la habitación y, cuando se dejó caer en la cama para quitarse las botas, se sentó encima de Vanessa.

Soltó un «¡Hostia!» en los pocos segundos que le llevó reconocer en aquel bulto a una mujer en vez de Dios sabe qué. Ella se incorporó con un gruñido.

Ness: Se supone que hay que mirar antes de sentarse.

Zac: Eso es antes de cruzar -encendió la luz a tientas, lo que indujo a Vanessa a taparse los ojos con la mano-. ¿Qué haces durmiendo encima de mi cama con toda la ropa puesta?

Ness: No podía dormir.

Zac: Pues lo disimulas muy bien.

Ness: En casa. Se me ha ocurrido venir a esperarte y me he quedado traspuesta. ¿Miley? ¿La niña?

Zac: Genial, y preciosa. Creo. Es mi primera recién nacida. Mira -sacó el móvil-. Compruébalo tú misma.

Vanessa parpadeó con ojos soñolientos, concentrándose en la fotografía de una niña minúscula que estaba envuelta en una manta blanca y rosa, luciendo un gorro rosa.

Ness: No es preciosa. Es una belleza. ¿Qué nombre le han puesto?

Zac: Astrid. Astrid Rose.

Ness: ¿La has cogido en brazos?

Zac: Reconozco que no quería. Preferiría coger dinamita en mal estado, pero me han obligado. Y ha sido un momento especial. Ha habido muchos momentos así. 

Le enseñó más fotografías de la niña, en los brazos de su madre, su padre, su abuela. Y, por último, en los suyos.

Lo que Vanessa pensó, cuando lo vio con su sobrina, fue: «Se le cae la baba».

Zac: Sobre todo, me asombra que una mujer pueda querer pasar por eso. No me da vergüenza decir que he salido de la habitación tanto como he podido, pero ellos no hacían más que volver a meterme. Sí, muchos momentos especiales.

Por fin se quitó las botas y se estiró junto a ella, los dos aún vestidos-. No he movido un dedo, y me siento como si hubiera subido un par de montañas. -Cerró los ojos-. Y en ese momento he dicho que me quedaría al bebé durante unas horas un par de días de esta semana, para que descansen. Ya pensaré qué hago con él. Paseos en poni, le dejaré recoger estiércol con la pala. A una niña de esa edad no hay nada que le guste más.

Ness: Miranda, la coordinadora de actividades infantiles, puede echarte una mano.

Zac: ¿Sí?

Ness: Claro.

Zac: A lo mejor me salva de volverme loco -empezó a desconectar-. ¿Qué tal tu tarde?

Ness: Intensa. Mamá y Alice se han peleado de lo lindo antes de cenar. Con gritos, empujones.

Zac: ¿Qué? -El cerebro se le volvió a activar-. ¿Qué?

Ness: De hecho, el motivo ha sido Astrid Rose. He mencionado que tu hermana estaba de parto, y Alice se ha puesto hecha una furia, y luego mamá y ella se han enganchado. Es una revelación ver a tu madre pelearse con su hermana como yo podría pelearme con los míos. Y la yaya ha intentado separarlas, y Alice ha explotado. -Se volvió un poco más para colocarse de cara a él-. Ha ido recordando cosas, Zac. Cosas mezcladas, cosas tontas, insignificantes, infantiles, pero las ha recordado. Ha llamado «mamá» a la yaya, no «la madre», como estaba haciendo. Ha llamado «Anne» a mi madre. Ha sido mucho. Muchísimo. Quizá sea un gran adelanto. No lo sé. La yaya está segura de que lo es, y a mí me preocupa que se haga demasiadas ilusiones, porque Alice podría levantarse mañana y no acordarse de nada.

Ness: Hacerse ilusiones no tiene nada de malo. Tú deberías hacer lo mismo.

Zac: Puede. Alex, Mike y yo nos hemos reunido un momento después, en el establo. Hemos pensado que papá se ocupará de mamá, y durante el día Mike y yo estaremos pendientes. Alex se ocupará de la abuela, Mike de la yaya y yo de Alice. Podría apoyarse demasiado en Mike, y aún está más a gusto conmigo que con Alex. Lo único que tengo que hacer es pensar en cómo manejo la situación. Hoy ha sido el primer día sin las enfermeras, y, ¡bum!, menuda intensidad.

Ness: Podrás con ello. Deberíamos desnudarnos y meternos en la cama.

Zac: Sí. Solo un minuto.

Un minuto después, los dos se habían quedado dormidos tal como estaban.


El hombre conocido como «señor» confeccionó un tosco bastón con una recia rama. Le ayudaba cuando las piernas le temblaban demasiado para terminar las tareas del rancho.

El perro se le murió, pero los perros eran fáciles de conseguir. Buscaría uno cuando se sintiera con fuerzas.

Pensó en pegarle un tiro al caballo -le daba más problemas de lo que valía-, pero opinaba que, si bien un hombre podía pasar un tiempo sin perro, un hombre sin caballo estaba atado de pies y manos.

Así pues, lo alimentó con frugalidad, racionando el forraje.

Dedicó más tiempo a la vaca. La vaca aún daba leche, aunque ordeñarla lo dejaba agotado.

Resollaba al andar, pero andaba. Al menos hasta que sufría un acceso de tos. Cuando esto ocurría, tenía que detenerse, sentarse y esperar a que se le pasara.

Dentro de unos días, cuando se encontrara mejor, iría a buscar más medicamentos, gastaría dinero para forraje, heno.

Empezaría a buscar a otra esposa que fuera joven. Una con fuerza suficiente para arar la tierra y sembrarla. Una con vitalidad suficiente para darle hijos varones. Una lo bastante hermosa para darle placer.

De momento, tenía que esperar.

Todas las noches cuando se acostaba se decía que por la mañana recobraría las fuerzas. Las suficientes para ponerse a buscar.

Había preparado el sótano, donde viviría ella. Y de igual manera que ella araría el campo, él la araría a ella. De igual manera que el campo daría su fruto, también ella daría el suyo. De su simiente.

Todas las noches dormía con un revólver bajo la almohada y una bala lista para despachar a quien tratara de impedirle defender los derechos que Dios le había otorgado.


jueves, 21 de septiembre de 2023

Capítulo 21


A Vanessa se le pegaron las sábanas, lo que no le había ocurrido jamás. Media hora podía ser poco tiempo, pero desbarataba su rígido horario matutino.

Se levantó tan deprisa que Zac perdió la oportunidad de agarrarla.

Zac: ¿A qué viene tanta prisa?

Ness: Voy retrasada antes de empezar. Puedo hacer menos ejercicio, priorizar los emails. -Mientras se vestía a toda prisa, hizo cálculos-. Cogeré la camioneta en vez de ir con Leo.

Zac: Puedo dar de comer a Leo y ensillártelo. Esperaba utilizarlo hoy.

Vanessa se volvió para mirar la cama, la silueta en sombras del hombre con quien se había acostado.

Ness: Eso te dará más trabajo del que ya tienes.

Zac: Parece que de todas maneras voy a levantarme.

No era una queja, pensó ella, divertida, más tranquila.

Ness: ¿Quieres venir al rancho a desayunar?

Zac: Me darán algo mejor que un huevo frito y una tostada.

Ness: Pues te veo dentro de una hora -vaciló, retrocedió, se inclinó y lo besó-. De haber sabido que iba a pasar esto, habría insistido en ponerte una cama más grande.

Zac: Esta nos ha bastado.

Ness: Yo diría que sí. Tengo que irme.
 
Vanessa salió a toda prisa. Segundos después, Zac oyó cerrarse la puerta de la cabaña.

Sin duda, era rápida, pensó cuando se levantó para preparar café.

En menos de esa hora, Vanessa terminó su serie corta de ejercicios, se dio una ducha, se vistió y respondió unos cuantos emails. El resto podía esperar. El café no.

Dado que aún llevaba diez minutos de retraso, había sacrificado la taza de café que se tomaba a palo seco. Clementine ya estaría en la cocina.

Como era de esperar, cuando bajó corriendo por la escalera trasera el aroma a café lo impregnaba todo. Clementine tenía masa de galletas en una fuente y estaba rallando patatas. No le extrañó demasiado ver a Anne charlando con ella y friendo beicon y salchichas.

Pero ver a Alice sentada a la mesa de la cocina, con la cabeza inclinada sobre su labor de ganchillo, la hizo titubear.

Anne: Vas atrasada -dejó el beicon recién hecho sobre un trozo de papel absorbente, e hizo un gesto disimulado a su hija-.

Ness: Solo un poco. Buenos días, Clem. Buenos días, Alice.

Alice: Estoy haciendo una bufanda.

Ness: Y te está quedando bien.

Anne: Como tú, Alice es madrugadora. La abuela aún duerme, pero la yaya se está duchando. He dicho a Cathy, es la enfermera del turno de noche, que no se dé prisa, y que Alice podía tomarse el té aquí mientras preparamos el desayuno.

Alice: Cathy es la enfermera. Vino al hospital. Clementine hace galletas. Me gustan las galletas.

Clementine: Les he puesto un poco de pimienta de cayena -dijo con naturalidad-. Siempre te gustaba que les añadiera un poco de cayena. Acabo de preparar café.
 
Ness: Sí -se sirvió una taza-.

Alice: A las mujeres en edad de tener hijos no se les permite tomar café. Puede impedir que se plante la simiente.

Ness: Es la primera vez que oigo algo así -se recostó en el respaldo de la silla y tomó un sorbo de café-. Eso lo convertiría en el método anticonceptivo más sencillo de todos los tiempos.

Anne: Vanessa -masculló-.

Ella siguió sonriendo, y fue a sentarse con Alice.

Ness: No creo que el café vaya a lograrlo, pero aún no estoy preparada para tener hijos.

Alice: Estás en edad de tenerlos.

Ness: Sí.

Alice: Alumbrar hijos varones es el deber de una mujer para con su esposo. Deberías tener esposo, un esposo que te mantuviera.

Ness: Yo me mantengo sola. Es posible que un día de estos quiera un esposo, pero va a tener que cumplir todos mis requisitos. Y soy bastante exigente, ya que tengo a mi padre como figura de referencia. Así que mi futuro marido tendrá que ser guapo, fuerte, inteligente, amable y divertido. Tendrá que respetarme por ser quien soy, como papá respeta a mamá. Probablemente, dadas mis inclinaciones personales, también tendrá que ser un buen jinete. Y tendrá que quererme como si fuera una reina, una guerrera, un genio y casi la mujer más sexy del planeta.

Alice: El hombre elige.

Ness: No, Alice, las personas se eligen. Siento mucho, lo siento muchísimo, Alice, que alguien no te dejara elegir.

Percibió movimiento, vio a la mujer que aguardaba en la puerta de la cocina. De una edad parecida a la de su madre, con el pelo rubio ceniza corto y un rictus un tanto severo.
 
La enfermera, pensó Vanessa, preocupada por si se había pasado de la raya.

Pero la mujer asintió.

Ness: Creo que eres muy valiente -concluyó, viendo que Alice entornaba los ojos como parecía hacer cuando le costaba asimilar las cosas-.

Alice: Las mujeres son débiles.

Ness: Algunas personas son débiles. Tú no lo eres. Creo que podrías ser la persona más valiente que conozco.

Alice agachó la cabeza, se encorvó, pero Vanessa atisbó un amago de sonrisa en ella.

Alice: Estoy haciendo una bufanda. Clementine está haciendo galletas para el desayuno. La hermana está...

Se interrumpió, se le escapó un grito cuando Zac apareció en la puerta del recibidor.

¡Mierda!, pensó Vanessa. Debería haber vuelto corriendo a la cabaña para decirle que esperara.

Zac: Buenos días -se quedó donde estaba-. He venido a gorronear. ¿Son tus galletas de mantequilla, Clementine?

Clementine: Sí. ¿Tienes las manos limpias?

Zac: Las tendré. Usted debe de ser la señorita Alice -habló con calma, en un tono que Vanessa le había oído utilizar con un caballo asustado infinidad de veces-. Me alegro de conocerla.

Alice: Uno de los hijos, uno de los hijos de la hermana.

Anne: Un hijo honorífico. -Puede que la alegría de Anne fuera un poco forzada, pero Alice dejó de mover las manos con nerviosismo-. Te presento a Zac. Zac es como de la familia. Es un buen muchacho, Alice.

Alice: Hombre. No es un muchacho. Alice se tocó las mejillas.

En respuesta, Zac se restregó las suyas.

Zac: Esta mañana no he pensado en afeitarme. Se me ha ido de la cabeza. Qué bonito lo que está haciendo. Mi hermana sabe hacer punto. No me sorprendería que lo próximo que tejiera fuera una casa.

Alice: No se puede hacer una casa de punto. Yo hago ganchillo. Estoy haciendo una bufanda.

Clementine: Si quieres algo de esta cocina, ven aquí y lávate las manos -ordenó mientras recortaba galletas-. El desayuno estará listo enseguida.

Zac: Sí, señora.

Alice: Da órdenes al hombre -le susurró a Vanessa-.

Ness: Nos da órdenes a todos.

Zac: Yo me he lavado las manos.

Aunque los ojos se le humedecieron, Clementine miró a Alice y asintió.

Clementine: Entonces tendrás tu desayuno.

Al oír pasos en la escalera, Alice volvió a sobresaltarse. Vanessa puso una mano sobre la suya.

Mike irrumpió en la cocina con la vivacidad de un perrito, el pelo todavía húmedo, la cara recién afeitada.

Mike: Me he dormido. Qué bien huele aquí. Me vendría bien...

Vio a la mujer sentada a la mesa con Vanessa. Como al resto de la familia, lo habían puesto sobre aviso. Y Mike era, fundamentalmente, un vendedor. Le dirigió una megasonrisa.

Mike: Buenos días, Alice. No he tenido ocasión de conocerte. Soy Mike.

Alice relajó las facciones. Vanessa oyó sus dos leves gritos sofocados antes de que su cara adquiriera una expresión que iba más allá de la alegría. Una expresión demasiado exultante incluso para la alegría.

Alice: Mike. Mike. -Se le saltaron las lágrimas al tiempo que se reía. Y mientras se reía, se levantó de la mesa y corrió hacía él. Lo abrazó-. Mi bebé. Mi Mike.

Dándole palmaditas en la espalda, bastante incomodado, Mike miró a su madre desconcertado.

Anne: Este es el menor, Alice -dijo con cautela-. Este es mi hijo, Mike.

Alice: Mi Mike -retrocedió lo suficiente para mirarle la cara, para acariciarle las mejillas-. Mira qué guapo. Eras un bebé precioso, un niño precioso. Ahora eres guapo. ¡Qué grande estás! ¡Y qué alto! Mamá ya no puede acunarte, mi bebé.

Mike: Esto...

Cathy: Alice -dijo la enfermera sin alterar la voz, con naturalidad-. Este es el hijo de tu hermana. Es tu sobrino.

Alice: No. No -volvió a agarrarlo-. Mi bebé. Él es Mike. No os lo podéis llevar. No dejaré que nadie me lo vuelva a quitar.

Mike: Yo no me voy a ninguna parte. No te preocupes.

Alice: Recé por mis bebés. Por Cora y Fancy, por Mike, Lily, Anne y Sarah, y por Benjamin, aunque él se fue derecho al cielo. ¿Sabes dónde están los otros bebés, Mike? ¿Mis niñas?

Mike: No, lo siento. Vamos a sentarnos, ¿de acuerdo?

Alice: Te estoy haciendo una bufanda. Es verde. Mi Mike tiene los ojos verdes.

Mike: Es bonita. Es muy bonita.

Y cuando Mike miró otra vez a su madre, Vanessa se levantó. Fue a la escalera trasera para abrazar a Cora mientras ella lloraba.


Estuvo muy enfermo durante una semana entera. Apenas podía levantarse de la cama para hacer sus necesidades y aún menos para tomar más jarabe o abrir una lata para comer.

La fiebre lo consumía, los escalofríos lo atormentaban, pero la lacerante tos seca era peor. Lo dejaba débil, sin aliento, con el pecho duro como un puño, la garganta escocida por la mucosidad espesa y amarilla que segregaban sus pulmones.
 
Culpaba a Esther, la maldecía mientras yacía sobre sábanas manchadas de sudor.

La encontraría cuando se recobrara. La encontraría y la molería a palos, la estrangularía hasta matarla. No era digna de recibir una bala.

Incluso cuando conseguía estar levantado durante más de unos minutos, la tos podía postrarlo de rodillas de nuevo.

Cuando se sintió capaz de salir de casa, vio que el perro estaba medio muerto; puede que más que eso. Echó comida en un cubo. Bombear agua para llenar otro le provocó un violento ataque de tos. Escupió mucosidad teñida de sangre, resolló ruidosamente mientras echaba un vistazo a la vaca.

No la habían ordeñado en un par de días, calculó, y al igual que el caballo, había sobrevivido comiéndose la nieve y la hierba que había debajo. Los pollos no estaban mucho mejor. Todo le demostraba, clara y amargamente, que el muchacho apenas había ido a la cabaña. Y cuando lo había hecho, había dejado el trabajo a medias.

El muchacho era un inútil, al igual que su maldita madre.

Cuando recobrara las fuerzas, le echaría un buen rapapolvo. Y saldría a buscarse una esposa, una esposa joven que alumbraría hijos varones que respetarían a su padre, en vez de un hijo que iba y venía cuando le daba la gana.

Había cometido un error con Esther, lo reconocía. Había desperdiciado demasiados años en ella. Había cometido un par de errores al intentar tomar otra esposa, pero no cometería más.

Solo tenía que recobrar las fuerzas, recobrar las suficientes para al menos comprar medicamentos y provisiones.
 
Mareado por el esfuerzo de atender a los animales, volvió a entrar en la casa tambaleándose. Quería mirar en internet, consolarse con las palabras de hombres que sabían lo que él sabía, que creían lo mismo que él.

Había pagado un dineral por la antena Wi-Fi, por el aparato para conectarse a la zona Wi-Fi y los repetidores. Y había aprendido a utilizarlos sin que nadie pudiera localizarlo.

Maldito gobierno, espiándolos a todos, robándoles las tierras, haciéndoles tragar a los auténticos estadounidenses sus homosexuales, sus negros y sus mexicanos.

Él era un ciudadano soberano, pensó, un hombre dispuesto, incluso deseoso, de hacer correr la sangre para proteger sus derechos.

Había hecho correr la de Esther, pensó. Inculcaría algo de respeto al mequetrefe que ella le había endosado. Y encontraría una esposa que le diera los hijos varones que merecía.

Pero lo único que pudo hacer fue meterse otra vez en la cama, tiritar y resollar con los pulmones llenos de mucosidad.


Zac notó un nudo en el estómago cuando vio llegar al sheriff Tyler a caballo.

Zac: Avísame si necesitas algo -dijo al herrador mientras iba al encuentro de Tyler-. ¿Ha habido otro?

Tyler: No. Eso es un consuelo. Hace tiempo de mayo, y eso que estamos en marzo.

Zac: Luego hará frío en mayo, pero lo soportaré. Tyler miró los potreros, el cobertizo.

Tyler: ¿Estás solo?

Zac: Tenemos dos paseos a caballo en marcha, otros dos esta tarde y un par de clases en el centro. Con el buen tiempo hay más reservas.

Tyler asintió.

Tyler: ¿Ese de ahí es Spike?

Zac: Sí. Lo llamamos Púa, un nombre tremendo para un herrador.

Tyler: No es muy frecuente ver a un herrador con un collar de perro de púas y luciendo media docena de tatuajes. Pero conoce el oficio. ¿Puedes tomarte un descanso?

Zac: Parece que ya me lo estoy tomando.

Tyler: Vayamos hacía ahí -señaló el potrero grande-. Bonitos caballos.

Zac: Hoy hemos traído más. Mañana los llevaremos a pacer si el tiempo aguanta como se supone que tiene que hacer. Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que llevé caballos a pacer al amanecer y volví a buscarlos por la noche.

Tyler: Parece que estás deseándolo.

Zac: Supongo que sí. Este trabajo me gusta, aunque tenga mucha parte de ordenador y papeleo -alargó la mano para acariciar el hocico a un bayo curioso-. Sé que no ha venido hasta aquí para ver cómo me estoy adaptando al trabajo.

Tyler: No. Me dirijo al Rancho Hudgens para hablar con Alice. Ahora estará en su sesión con la psiquiatra. Confío en que recuerde un poco más.

Zac: Puedo informarle de que ha dicho bastantes más cosas. Las he oído yo mismo cuando he ido a desayunar. Ha pensado que Mike era hijo suyo. Ha nombrado siete hijos en total. Todas niñas, menos uno llamado Mike y otro más. Por cómo se ha expresado, ese otro hijo murió durante el parto o justo después.

Tyler: Oh, Dios mío.

Zac: No creo que le esté contando nada que no deba cuando le digo que se ha agarrado a Mike como una lapa. Ha hablado de cómo lo acunaba, le cantaba y jugaban al escondite, de cómo aprendió a andar solo. Casi me rompe el corazón. ¿Tiene alguna pista sobre ese hijo de puta, sheriff?
 
Tyler: Ojalá pudiera decir que sí. Estamos trabajando con la policía del estado. Les hemos mandado una foto de Alice, y también a los medios de comunicación, por si alguien la ha visto. Llevamos perros para intentar encontrar su rastro, pero con la lluvia, y sin tener ni puñetera idea de cuánta distancia recorrió por la carretera antes de desplomarse, ni tan siquiera tenemos un punto de partida.

Zac: Necesita que se lo diga ella, pero no puede presionarla.

Tyler: Tienes razón en las dos cosas. -Cuando el bayo curioso le dio un topetazo en el hombro, Tyler lo acarició con aire ausente-. Pero cualquier cosa que pueda decirnos será una pista más que investigar. Pero no he venido a verte por eso. Me he enterado de que Garrett vino aquí en un vehículo oficial, con su uniforme oficial, y volvió a tirársete a la yugular.

Zac: Clintok no me preocupa.

Tyler: Lo he suspendido.

Zac se volvió, se bajó el sombrero.

Zac: No hay motivo para que haga eso por mí.

Tyler: No lo he hecho por ti. -El enfado enrojeció sus mejillas-. Desobedeció una orden directa. Acosó y amenazó a un civil. He suspendido a ese imbécil arrogante en vez de despedirlo porque tiene algunas buenas cualidades pese a sus fantochadas, y... yo debo encontrar a dos delincuentes. Hay dos mujeres muertas, y ninguna pista sobre quién las mató. Hay un hombre que mantuvo encerrada a una mujer a la que aprecio durante no sabemos cuántos años. Y ahora mismo tampoco hay pistas. Pero si Garrett vuelve a pasarse de la raya, perderá su empleo, y eso me corresponde decirlo a mí. -le tocó el pecho con el índice-. ¿Aquí mandas tú?

Zac: Yo diría que sí.

Tyler: ¿Tolerarías que una de las personas que guían los paseos a caballo, dan clases o atienden a las monturas hiciera lo contrario de lo que tú le has dicho? ¿Que se pusiera gallito con uno de los huéspedes? ¿Qué despreciara tu autoridad?

Arrinconado, Zac suspiró hondo.

Zac: De acuerdo, me ha convencido.

Tyler: Aún hay más. Está cabreadísimo. Si se mete contigo, Zac, quiero enterarme. No quiero que me vengas con ese cuento de que sabes pararle los pies, de que no te preocupa. Es uno de los míos, y si vuelve a meterse contigo, debo saberlo. No puedo tener a un hombre que hace eso llevando una placa y un arma y trabajando bajo mis órdenes. ¿Te queda claro?

Zac: Sí, sí.

Tyler: No hace falta que te guste.

Zac: Bueno, no me gusta. Pero lo entiendo.

Tyler: Dame tu palabra -le tendió la mano-.

Zac: Puñetas. -De nuevo acorralado, se la estrechó-. Le doy mi palabra.

Tyler: Pues todo arreglado. Me voy a hablar con Alice. -Sin embargo, se quedó mirando los caballos un rato más-. Siete hijos.

Zac: Los ha nombrado. Les puso nombre.

Tyler: Dios santo -masculló, y se alejó-.

Al llegar al rancho, esperó haber calculado bien. Reconoció el coche de la doctora Minnow, de manera que sí. También quería saber su opinión.

Cuando llegó a la puerta, Cora salió a abrir.

Tyler: Espero no molestar, señora Hudgens.

Cora: Por supuesto que no. Me llamaste «Cora» en el hospital, Bob. Sigue llamándome «Cora». Ah, Alice está hablando con la doctora. Con la doctora Minnow. Creo que deben de estar a punto de terminar. Pasa.
 
Tyler se quitó el sombrero al entrar.

Tyler: ¿Qué tal le va a Alice, señora, desde que la trajeron a su casa?

Cora: Creo que mejor. De veras. Mamá, mira quién ha venido.

Fancy: Vaya, Bobby Tyler. -Dejando su labor, doña Fancy dio una palmadita en el cojín del sofá junto a ella-. Ven a sentarte y cuéntame todos los chismes y noticias locales.

Tyler: Ojalá pudiera, señora.

Fancy: Bueno, voy a traerte una taza de café.

Tyler: Por favor, no se moleste, doña Fancy.

Fancy: El día que no pueda llevarle una taza de café a un hombre apuesto que viene de visita será el día que me reúna con mi Creador.

En la camiseta que llevaba ponía:

EL LUGAR DE LAS MUJERES ES LA CASA Y EL SENADO

Doña Fancy creía en ambas afirmaciones con idéntico fervor.

Fancy: De todas maneras, vas a tener que esperar un rato -añadió-. Alice está arriba, hablando con la loquera. Siéntate y te traeré el café.

Cora: Estamos buscándonos cosas que hacer -explicó cuando su madre salió de la habitación-. Intentando mantenernos ocupadas. Supongo que si hubieras averiguado algo, me lo habrías dicho nada más entrar.

Tyler: Lo siento, señora Hudgens... Cora. Estamos haciendo todo lo posible.

Cora: No lo dudo. Oh, doctora Minnow. ¿Ha terminado?

Celia: Hemos hablado mucho. Sheriff.

Cora: Doctora Minnow. ¿Puede seguir hablando?

Celia: Dele un momento. Está mejorando mucho, señora Hudgens. Creo que su intuición, y la de Anne, de traerla aquí era acertada. Es solo el comienzo, pero está tranquila.
 
Cora: ¿Puede decirme si recuerda algo de su secuestrador, de su cautiverio?

Celia: Evita el tema, y es natural, sheriff. Tiene un conflicto entre lo que él le ha inculcado y esta realidad. Esta realidad que recuerda en alguna parte de su mente y donde se siente más segura, incluso más feliz. Sí ha hablado de la casa, y cuando le he preguntado si era más grande que su habitación, la de arriba, ha dicho que era más o menos igual, pero ahora tiene ventanas y paredes bonitas.

Celia -dirigió otra sonrisa a Cora-. Pintarla igual que estaba le ayuda a sentirse a gusto, a identificarse con ella, aunque no la reconozca como propia -se volvió hacia Tyler-. Su secuestrador no vivía en la casa con ella. Yo diría que tenía el tamaño de un cobertizo más bien. No está lista para hablar de lo que veía cuando salía fuera. Ha mencionado un perro, uno malo, pero, aparte de eso, se ha cerrado en banda.

Tyler: Un cobertizo y un perro es más de lo que tenía cuando he llegado.

Fancy: Aquí tienes, Bob. -Doña Fancy llevó el café a Tyler-. Oh, doctora Minnow. ¿Le apetece un café?

Celia: Gracias, pero tengo que volver. Mañana vendré a la misma hora. De momento no le pregunten por Mike. Le daremos tiempo en ese terreno.

Fancy: Le traeré el abrigo y la acompañaré a la puerta.

Tyler se quedó de pie, con el sombrero en una mano y el café en la otra.

Tyler: Doña Fancy, voy a subir a verla, si le parece bien.

Fancy: La enfermera que está con ella es... -se frotó la sien-. Puñetas, se me ha olvidado cómo se llama.

Tyler: No se preocupe por eso. La veré antes de irme.

Tyler suponía que la habían instalado en su antigua habitación, y sabía dónde encontrarla. Hacía tiempo, él había languidecido bajo la ventana de su habitación durante unos cuantos meses. Y a veces Alice había salido por ella para verse con él.

Ahora, avejentada por los años que habían transcurrido, estaba sentada junto a la ventana, haciendo ganchillo.

La mujer de la otra silla leía un libro, pero se levantó cuando él entró.

Cathy: Tienes compañía, Alice.

Alice levantó la vista y sonrió con timidez.

Alice: Te conozco. Viniste al hospital. Fuiste muy amable y viniste a visitarme. Tú... -Entornó los ojos-. Tú sabes andar con las manos.

Tyler: Antes sí.

El corazón le dio un pequeño vuelco al recordar cómo la había hecho reír andando haciendo el pino por la hierba. Tenían dieciséis años, pensó, y él estaba locamente enamorado de ella.

Tyler: No estoy muy seguro de que ahora pudiera hacerlo.

Cathy: Los dejaré a solas para que hablen. Estoy en la habitación de al lado -le dijo la enfermera a Tyler en voz baja-.

Alice: Estás bebiendo café. Yo no debo tomar café, pero Vanessa lo toma. Es la hija de la hermana. También es simpática.

Tyler: Conozco a Vanessa. Es una muchacha encantadora. ¿Puedo sentarme contigo?

Alice: El hombre no necesita preguntar. El hombre hace.

Tyler: Un hombre educado pregunta. ¿Puedo sentarme contigo, Alice? 

Ella se ruborizó un poco.

Alice: Puedes sentarte. Estoy haciendo una bufanda. Es para Mike. Es para mi hijo. Tiene los ojos marrones. Es guapísimo. Se ha puesto muy alto.

Tyler: ¿Desde cuándo no lo ves?

Alice: Hemos desayunado. Clementine ha hecho galletas. Me... me gustan sus galletas.

Tyler: Me refiero a antes del desayuno. ¿Desde cuándo no lo veías?

Alice: Ay, madre... Solo tenía un año. Solo un año. Era un bebé delicioso. Pude quedármelo y darle el pecho, bañarlo y enseñarle a aplaudir. Le enseñé a andar y a decir «mamá». Porque era el hijo varón.

Tyler: También tuviste hijas.

Alice: Sí. Cora, Fancy, Lily, Anne y Sarah.

Tyler: ¿Les enseñaste a aplaudir?

Alice: No pude. El señor tuvo que llevárselas. Las niñas no le sirven para nada y se venden a buen precio. A lo mejor puedes encontrarlas.

Tyler: Puedo intentarlo.

Alice: Pero a Benjamin no. Dios se lo llevó al cielo antes de que saliera de mi vientre. Ni a Mike. He encontrado a Mike aquí. Me alegro de haber venido.

Tyler: ¿Tuviste a tus hijos en tu casa? Me refiero a si nacieron en tu casa.

Alice: Solo Lily, Anne, Sarah y Benjamin. El señor me procuró la casa porque le di un hijo varón, como una mujer debe hacer.

Tyler: ¿Dónde tuviste a Cora, Fancy y Mike?

Alice: En la habitación de abajo -apretó los labios-. No me gustaba la habitación de abajo. No me gustaba. La casa me gustaba más.

Tyler: Tranquila. -le tocó la mano temblorosa-. No volverás a esa habitación jamás.

Alice: Puedo quedarme aquí con Mike. Con la madre, la hermana y la abuela... La abuela. El abuelo tiene chocolatinas. Huele a cerezas y lleva barba.

Tyler: Así es -comprendió que ella no debía de saber que su abuelo había muerto, de manera que fue prudente-. ¿El señor tiene barba?

Alice: Por todas partes, por todas -se pasó la mano por las mejillas y la barbilla-.
 
Tyler: ¿Huele a cerezas?

Alice: No, no. Huele al jabón que al principio escuece. Y a veces no. A veces a whisky. A veces a whisky y a sudor. No me gusta. Me gusta hacer la bufanda, me gusta hacer la bufanda, me gusta hacerla, y la ventana y las galletas. Me gustan las paredes de color rosa.

Tyler: Son muy alegres, desde luego. ¿De qué color eran las paredes de tu casa?

Alice: Grises con manchas y rayas. Estas me gustan más. Soy una desagradecida, soy una desagradecida con lo que el señor me procuró.

Tyler: No, no lo eres. Agradeces estar en casa con tu familia. ¿Puedes decirme una cosa, Alice?

Alice: No lo sé.

Tyler: ¿Puedes decirme dónde estabas cuando viste al señor por primera vez?

Alice: No lo sé. Tengo que terminar la bufanda, terminarla para Mike.

Tyler: Está bien. Ahora debo irme, pero volveré, si te parece bien.

Alice: Me parece bien. Yo quería volver a casa -dijo cuando Tyler se levantó-.

Tyler: Ahora estás en casa.

Alice: Debería haber llamado al abuelo desde Missoula cuando llegué allí. Él habría venido a buscarme. No se habría enfadado.

Tyler: ¿Volvías a casa desde Missoula?

Alice: Desde... otro sitio. No lo sé. Ahora estoy muy cansada.

Tyler: Iré a buscar a la enfermera. Puedes descansar un rato.

Alice: Hacen pavo al horno en Acción de Gracias, pero a mí me gusta más el jamón de la abuela. La abuela siempre pone jamón en Acción de Gracias, y todas preparamos pasteles. Me voy a dormir.

Tyler: Muy bien, Alice. Anda, yo te ayudo. 

Tyler la ayudó a ir hasta la cama y la tapó con una colcha.
 
Alice: Es suave. Aquí todo es suave. ¿Está aquí la madre?

Tyler: Iré a buscarla. Descansa.

Tyler salió, e hizo una seña a la enfermera antes de bajar en busca de Cora. Un cobertizo, un perro, algún punto de la carretera de Missoula al rancho, en algún momento próximo a Acción de Gracias, aunque solo Dios sabía cuánto tiempo hacía de eso.

Era más de lo que tenía antes de ir allí.


martes, 19 de septiembre de 2023

Capítulo 20


Alice tembló durante todo el trayecto del hospital -con esa habitación con la cama que subía y bajaba, el postre de gelatina roja, la puerta que se abría y cerraba sin cerrojos- al rancho.

Por su mente se sucedieron confusas imágenes de una casa con montones de ventanas en vez de solo una. De un perro que no gruñía ni mordía, de una habitación con bonitas paredes de color rosa y cortinas blancas.

Ruidos lejanos llegaban a sus oídos. Voces que la llamaban: Alice, mi gatita callejera; «¡Deja de ser tan caprichosa! Cómete unos pocos guisantes si quieres helado».

El olor a... caballos y a comida casera. Una bañera llena de burbujas.

Todo ello la asustaba, le aceleraba demasiado el corazón aunque la madre la tuviera cogida de la mano.

Pero más aún, todo iba demasiado deprisa. Todo. El coche que la hermana conducía mientras la abuela... («Abuela, abuela, qué pelo tan bonito. Yo también quiero ser pelirroja», dijo la voz de una niña en su cabeza, y después hubo risas.)

La abuela pelirroja iba sentada delante. Alice iba detrás con la madre, bien agarrada a su mano porque el coche corría mucho, y el mundo no hacía sino cambiar.

Echaba de menos el silencio de su casa, y su calma. Se preguntó si ese solo era uno de sus sueños, los sueños que ocultaba al señor.
 
El señor. ¿Estaría en esa casa? ¿Estaría esperándola, esperando para llevarla de regreso a su silenciosa casa?

Cerrojos, cerrojos en la puerta, la minúscula ventana. Manos ásperas que la golpeaban, el cinturón que estallaba.

Bajó la cabeza y se estremeció.

Cora: Enseguida llegamos, cariño.

La doctora había dicho que era normal ponerse nerviosa, incluso asustarse.

Alice llevaba mucho tiempo sin montar en coche, y todo le parecería nuevo y distinto. Cuando se pusiera demasiado nerviosa y se asustara, podía cerrar los ojos y pensar en algo que la hiciera feliz.

Estar sentada en el porche de su silenciosa casa y contemplar la puesta de sol la hacía feliz. Así que cerró los ojos y lo imaginó. Pero cuando la lisa carretera se llenó de baches, gritó.

Cora: Tranquila. Estamos en la carretera del rancho.

No quería mirar, no quería ver, pero no podía evitarlo. Vio prados y árboles, la nieve derritiéndose al sol. Vacas, no esqueléticas, sino...

«ganado»; recordó la palabra. Grandes, saludables, paciendo entre la nieve derretida. La carretera torcería enseguida, hacia la derecha. ¿Era eso un sueño?

Cuando lo hizo, la respiración se le aceleró. Vio mentalmente a una guapa muchacha -¡oh, guapísima!- con llamativas mechas rojas en el pelo, conduciendo una camioneta y cantando al son de la radio:

**: «I see you driving by just like a Phantom jet.»

Oyó la voz, no solo en su cabeza, sino saliendo de su boca. Dio un respingo, y la madre le apretó la mano con más fuerza.

La hermana la miró por el espejo retrovisor y le cantó:

Anne: «With your arm round some little brunette.»

Se le escapó una risa, breve, extraña, rescatada del olvido. Los prados, el cielo -oh, Dios mío, qué grande era-, las montañas que no parecían las mismas que desde su casita, dejaron de asustarla tanto en cuanto cantó el verso siguiente. En cuanto la hermana cantó el de después.

Y cantaron juntas el estribillo.

A su lado, la madre hizo un ruidito, y Alice la miró, vio que lloraba. Volvió a temblar.

Alice: Hice mal. Fui mala. Soy mala.

Cora: No, no, no -le besó la mano, la mejilla-. Estas son de alegría. Siempre me encantó oír a mis niñas cantando juntas. Mis niñas tienen una voz preciosa.

Alice: Yo no soy una niña. Y una mujer es...

Cora: Tú siempre serás mi niña, Alice. Igual que Anne.

La carretera ascendió y Alice vio la casa. Se le escapó un sonido confuso mientras su mente rebotaba entre los recuerdos y un cuarto de siglo de negación obligada.

Cora: Está un poco cambiada. Hemos añadido varias habitaciones y tirado algunos tabiques. Está pintada de otros colores -continuó cuando la hermana paró el coche-. Hay algunos muebles nuevos. La cocina es lo que más ha cambiado, diría yo. Pero en esencia es la misma. -Mientras hablaba, la rodeó con el brazo, le hizo friegas para que entrara en calor-. Sigue teniendo el establo detrás, y las caballerizas, los potreros. Están los pollos, y desde hace un tiempo tenemos cerdos.

Unos perros corrieron hacia el coche y Alice se encogió.

Alice: ¡Perros! Gruñen, muerden.

Anne: Estos dos no. Son Chester y Clyde, y no te morderán.

Cora: Son muy mimosos, los dos. 

Para sorpresa de Alice, la abuela bajó de inmediato. Los perros corretearon alrededor de ella, pero no gruñeron, ni mordieron. Movieron el rabo como locos cuando ella los tocó.
 
Alice: Mimosos.

Cora: ¿Quieres acariciarlos? -Alice solo fue capaz de encorvar la espalda-. No tienes que hacerlo, pero no muerden y no te gruñirán -abrió la puerta del coche, bajó. El pánico le atenazó la garganta, pero la madre le tendió la mano-. Vamos, Alice. Estoy aquí contigo.

Cogiéndole la mano, Alice se corrió despacio en el asiento. Volvió a encogerse cuando uno de los perros metió el hocico y la olfateó.

Anne: Siéntate, Chester. 

Y para sorpresa de Alice, y una sensación que no reconoció como placer, el perro se sentó sobre sus patas traseras. Parecía que sus ojos sonrieran. No eran ojos malvados. Parecían felices. Tenía ojos de felicidad.

Se acercó un poco más a la puerta y el perro meneó el trasero, pero se quedó sentado.

Puso un pie en el suelo; iba calzado con una zapatilla de deporte rosa de cordones blancos. Alice se quedó mirándola un momento, hipnotizada, y movió el pie para asegurarse de que era suyo.

Puso la otra zapatilla de tenis rosa en el suelo, inspiró, se levantó del asiento.

El mundo quería dar vueltas, pero la madre la tenía cogida de la mano. Aferrándose a ella, puso un pie delante del otro.

Llevaba una falda vaquera; no había podido ponerse ninguno de los pantalones o los vaqueros que las mujeres le habían comprado. Pero la falda le tapaba las piernas en su mayor parte, como dictaba el recato. Y la blusa blanca podía abotonarse hasta el cuello. El abrigo le daba calor, a diferencia del viejo chal que llevaba en su casa. Todo lo que vestía le parecía muy suave, olía mucho a limpio. Y aun así tembló cuando subió al porche.
 
Se quedó mirando un par de mecedoras, negando con la cabeza.

Anne: Las pintamos el año pasado. Me gusta el azul.

Como el cielo en verano.

Alice vio entonces la puerta abierta, dio un paso atrás. La abuela le pasó un brazo por la cintura.

Cora: Sé que tienes miedo, Alice. Pero estamos todas contigo. Solo las mujeres, de momento.

Alice: Dos galletas después de hacer las tareas -farfulló Alice-.

Fancy: Exacto, corderito. Yo siempre tenía dos galletas para mis niñas después de las tareas. Hoy no hay tareas. Pero tomaremos galletas. ¿Te apetece un té con galletas?

Alice: ¿Está el señor dentro?

Fancy: No -rezumó ira-. Él jamás pondrá un pie en esta casa.

Cora: Mamá...

Fancy: Cállate un momento, Cora -se volvió hacia Alice-. Este es tu hogar, y nosotras somos tu familia. Aquí hay tres generaciones de mujeres que pueden con todo. Eres fuerte, Alice, y estamos aquí para apoyarte hasta que recuerdes lo fuerte que eres. Venga, entremos.

Alice: ¿Tú también te quedarás conmigo? ¿Te quedarás en la casa como la madre?

Fancy: Ni lo dudes.

Alice pensó en cómo había salido por la puerta que el señor había olvidado cerrar con llave y entró por la que estaba abierta.

Había flores en un jarrón, y mesas, y había sillas, sofás y cuadros. Un fuego, no una hoguera, ni una estufa. Una chimenea. Una chimenea donde las llamas danzaban.

Ventanas.
 
Cautivada, anduvo sola de una ventana a otra, maravillándose. Todo era inmenso, y estaba tan lejos, tan cerca... Y no resultaba tan aterrador desde dentro. Dentro de la casa volvía a sentirse segura.

Anne: ¿Quieres ver el resto? 

¿Cómo podía haber más? Tanto, tan grande, tan lejos, tan cerca. Pero sí.

Alice: Una habitación con las paredes de color rosa y cortinas blancas.

Anne: ¿Tu habitación? Está arriba -se encaminó hacia una escalera; cuántos peldaños, cuánto espacio-. La abuela se acordaba de que habías querido paredes rosas, así que he hecho que mis muchachos las pintaran como estaban. Tan iguales como hemos podido recordar. Sube, a ver qué opinas.

Cora: Antes te quitaremos el abrigo. 

Alice se encorvó.

Alice: ¿Puedo quedármelo?

Cora: Claro que sí, cariño. -Con delicadeza, se lo quitó-. Es tuyo, pero no te hace falta llevarlo dentro de casa. Se está calentito, ¿no?

Alice: En mi casa hace frío. Las infusiones te quitan el frío.

Cora: Merendaremos dentro de un ratito -condujo a Alice hacia la escalera-. Recuerdo la primera vez que vi esta casa por dentro. Tenía dieciséis años y tu padre me estaba cortejando. Nunca había visto una escalera tan imponente. Cómo sube y después se bifurca. Fue tu bisabuelo quien la construyó. Según dicen, quería construir la casa más elegante de Montana para convencer a tu bisabuela de que se casara con él y viviera en ella.

Alice: El señor me construyó una casa. El hombre es el sostén de la familia.

Cora pasó por alto el comentario, la condujo por un amplio pasillo y ha hizo pasar a una habitación con paredes de color rosa y cortinas blancas.
 
Cora: Sé que no está exactamente igual. Siento no haber guardado todos tus pósteres y...

Se interrumpió cuando Alice se alejó de ella y se paseó por la habitación con cara de asombro; tocó la cómoda, la cama, las lámparas, los cojines del banquito de la ventana.

Alice: Está orientada al oeste para ver la puesta de sol -murmuró-. Me siento en el porche una vez a la semana si me porto bien. Una hora, una vez a la semana, y veo cómo se pone el sol.

Anne: ¿Tenías una ventana en tu casa? 

Alice: Es una ventanita, casi tocando el techo. No puedo ver la puesta de sol, pero veo el cielo. Es azul y es gris, y es blanco cuando nieva. No como en la habitación sin ventanas.

Cora: Puedes ver la puesta de sol todas las tardes. Dentro de casa, o fuera.

Alice: Todas las tardes.

Abrumada de solo pensarlo, se volvió. Y dio un respingo al verse delante de un espejo. La mujer llevaba una falda larga y una blusa blanca, y deportivas rosas. El pelo, gris como un cielo borrascoso, estaba trenzado y retirado de la cara surcada por profundas arrugas.

Alice: ¿Quién es? ¿Quién es esa? No la conozco.

Cora: Lo harás -abrazó a Alice, a la mujer del espejo-. ¿Quieres descansar un rato? Apuesto a que Anne te traería las galletas y el té.

Alice fue a la cama tambaleándose, se sentó en ella. Notó el colchón tan grueso, tan blando, que se puso de nuevo a llorar.

Alice: Es blanda. ¿Es mía? Es bonita. ¿Puedo quedarme con el abrigo?

Cora: Sí. ¿Lo ves? También se puede llorar de felicidad.

La madre se sentó junto a ella y la abuela lo hizo al otro lado. La hermana se sentó en el suelo.
 
En ese momento, durante ese instante al menos, Alice se sintió segura.


Aunque el traslado de Alice al rancho seguía despertando en ella sentimientos encontrados y confusos, Vanessa puso cara de alegría cuando entró en la cocina.

Encontró a su madre y a doña Fancy pelando patatas.

Ness: Esperaba ver a Clementine.

Anne: La he mandado a casa. El primer día, hemos decidido reducir a un mínimo las caras nuevas, o las que Alice solo recuerda a medias. Y la enfermera ya está arriba con ella y tu abuela.

Ness: ¿Cómo ha ido?

Fancy: Mejor, creo, de lo que nadie se esperaba -dejó una patata pelada y cogió otra-. Ha tenido algún momento malo, y más que tendrá, pero juro por Dios que también ha tenido algunos buenos. Hemos hecho bien trayéndola, Anne.

Anne: Sí, y mamá ya parece más relajada. Creo que esta noche dormirá por primera vez de un tirón. Clementine ha metido un pollo en el horno antes de marcharse. Nos lo comeremos con puré de patatas, salsa, las zanahorias confitadas de la abuela y brócoli con mantequilla. Es una comida que a Alice le gustaba, así que...

Ness: Os ayudaré.

Anne: No. -dejó el pelador y se limpió las manos en un paño-. Quiero que subas a conocerla.

Ness: Pero...

Anne: Hemos decidido esperar para presentarle a los muchachos, o para que Sam suba. Limitarlo hoy a las mujeres. Vamos a subirle una bandeja con la cena a la habitación, para que vaya sintiéndose a gusto en ella. Pero debería conocerte.
 
Ness: De acuerdo.

Fancy: Id subiendo vosotras. Yo pelaré estas patatas y las pondré a hervir. 

Fueron arriba por la escalera trasera.

Anne: Todas hemos convenido actuar con la mayor calma y naturalidad posible.

Ness: Lo sé, mamá.

Anne: Sé que esto es duro para ti, Vanessa.

Ness: No lo es.

Anne: Lo es. Para ti, para todos nosotros. Así que te lo digo a ti igual que voy a decírselo a los demás: cuando necesites tomarte un descanso, tómatelo.

Ness: ¿Y tú?

Anne: Tu padre ya me ha dejado claro que voy a tomármelo de vez en cuando -bajó la voz cuando llegaron a la primera planta-. Las enfermeras se quedarán en el saloncito contiguo a la habitación de Alice cuando no estén con ella, y utilizarán el baño del pasillo que también usa Alice. Celia viene mañana alrededor de las once. Nuestra casa va a estar llena de gente durante algún tiempo.

Ness: Mamá -la hizo parar-. ¿No ayudamos todos, todos nosotros, cuando el abuelo se puso enfermo? ¿No lo trajimos aquí de la Casa Hudgens y le hicimos compañía, le leímos, hicimos todo lo que pudimos, incluso con las enfermeras, para que pudiera morir en casa, en la casa que él había elegido? Alice no se está muriendo, pero es lo mismo. Vamos a hacer todo lo posible para ayudarla a empezar otra vez a vivir.

Anne: Te quiero mucho, mi niña.

Ness: Yo también. Anda, preséntame a tu hermana.

Estaban haciendo ganchillo juntas, madre e hija, en las dos sillas que Anne había elegido precisamente con esa intención.

Aunque Vanessa estaba preparada para el aspecto de Alice, de no haber sabido que era unos dos años menor que su madre, habría jurado que le sacaba diez.

Anne: Alice.

Alice alzó la cabeza de golpe al oír la voz de Anne; la angustia le nubló los ojos cuando vio a Vanessa.

Alice: ¿Es una doctora? ¿Es una enfermera? ¿Es una policía?

Anne: No, es mi hija. Es tu sobrina, Vanessa.

Alice: Vanessa. Vanessa Anne. La madre dice Vanessa Anne Hudgens.

Anne: Le puse Vanessa para honrar a mi bisabuela.

Alice: Tiene los ojos marrones. Tú tienes los ojos marrones.

Ness: Como los de mi madre, y los tuyos. -Intentando parecer relajada, se acercó-. Me gustan tus deportivas.

Alice: Son rosas. No me hacen daño en los pies. Destrocé mis zapatillas y también los calcetines. Eso estuvo mal y fue un despilfarro.

Ness: A veces las cosas se gastan. ¿Es una bufanda lo que estás tejiendo?

Alice: Es verde. -Casi con cariño, alisó la prenda de lana-. Me gusta el verde.

Ness: A mí también.

Alice. Nunca le he pillado el truco al ganchillo. -Con los labios apretados, se aplicó a la tarea-. La hermana tiene una hija -murmuró para sus adentros-. Yo tuve hijas. La hermana ha podido quedarse con la hija. Yo no pude quedarme con las mías. Un hombre necesita hijos varones.

Vanessa abrió la boca, vio que su abuela negaba con la cabeza.

Ness: Esta habitación es bonita. Este color rosa es alegre. ¿Te gusta?

Alice: No hace frío. No necesito llevar chal. La cama es blanda. Está orientada al oeste para ver la puesta de sol.
 
Ness: Eso es lo que más me gusta de ella. Hoy hay una puesta de sol preciosa. 

Confundida, Alice miró hacia la ventana.

La labor le resbaló de las manos al regazo. Se le escapó un larguísimo grito de sorpresa mientras la cara se le transformaba. Cora dejó el ganchillo y la madeja cuando Alice se levantó.

Al otro lado de la ventana el cielo parecía llenar el mundo, colores vivos e intensos, algodonosas nubes teñidas de tonalidades doradas, rayos de luz que surgían de ellas y pintaban las blancas montañas.

Anne: ¿Quieres ir a verla fuera? 

Alice: Fuera. -El asombro impregnó su voz, su cara; luego bajó la vista, negó rápidamente con la cabeza-. Personas, fuera hay personas. No puedes hablar con las personas. Si te ven, te oyen, Dios te fulminará. Te fulminará mientras ellas mueren.

Cora: Aquí no pasa eso -se levantó y se colocó junto a su hija-. Pero esta tarde la veremos desde aquí. Es bonita, ¿verdad, Alice?

Alice: ¿Todas las tardes? ¿No una vez a la semana?

Cora: Sí, todas las tardes. Creo que un Dios que nos da algo tan hermoso como esta puesta de sol es demasiado amoroso, demasiado bueno, demasiado sabio para fulminar a nadie.

Lo creyera o no, las palabras y la belleza eran tranquilizadoras, y Alice apoyó la cabeza en el hombro de su madre.


En la cabaña, Zac fregaba los platos. Había estado esperando que llamaran a su puerta, pero como eso no había ocurrido, estaba pensando en irse al barracón. Buscar la compañía de hombres. Jugar quizá una partida de póquer.
 
No jugaba a menudo ni tampoco mucho, pero como no tenía el problema de su padre, le gustaba hacerlo de vez en cuando.

Una cosa sí sabía: esa tarde no quería quedarse solo en la cabaña. Pensaría demasiado y se preocuparía por lo que podía estar sucediendo en el rancho, pensaría demasiado en Vanessa y en sus ganas de verla. Pensaría demasiado en todo lo que su madre le había dicho. Pensaría demasiado, ni más ni menos. De manera que quizá se tomara una cerveza con los muchachos y jugara unas manos a las cartas, lo que podía llenarle un poco más los bolsillos. No tenía el problema de su padre y, por lo general, tenía mucha más suerte.

Hablaría con Vanessa por la mañana de camino al trabajo, montados a caballo. Podía conformarse con solo hablar hasta que la vida de ella se normalizara un poco.

Entonces llamaron a la puerta. Se quedó en el fregadero, irritado consigo mismo por el instantáneo fogonazo de placer. Le convendría, sabía que le convendría no estar tan ligado a Vanessa. Pero sencillamente no podía cortar la cuerda.

Zac: Está abierto -gritó-.

Cuando ella entró, tenía tal cara de tensión y cansancio que se arrepintió de haberse irritado.

Ness: Necesito escaparme un rato, en serio.

Zac: Has venido al lugar indicado. ¿Te apetece una cerveza?

Ness: No.

Zac: Vino. Aún tengo la botella de la cabaña.

Ella empezó a negar con la cabeza, pero después suspiró.

Ness: Sí. Sí, me vendrá bien. Esta noche no me he tomado mi copa de vino.

Zac: Siéntate. También tengo torta de arándanos.

Ness: ¿De dónde la has sacado?

Zac: ¿Yolanda, la chef de los postres? He dejado que su hijo montara a Atardecer. Llevaba una semana mirándome con ojos suplicantes todos los días después de clase. He cedido y a cambio he conseguido torta de arándanos.
 
Ness: ¿Con nata montada?

Zac: Sin ella no sería torta de arándanos.

Ness: Buen trato. Me apetece.

Vanessa se quitó el abrigo y se sentó. Zac sacó su navaja multiusos y abrió el sacacorchos. No vio que ella tenía lágrimas en los ojos hasta que hubo descorchado el vino.

Zac: Vaya, puñetas.

Ness: No voy a llorar, no te preocupes. Puede que esté un par de minutos al borde del llanto, pero no me derrumbaré.

Zac: ¿Tan malo ha sido?

Ness: Sí. No. No lo sé. No lo sé, esa es la verdad. -Respirando, solo respirando por un instante, se apretó los ojos como si quisiera contener las lágrimas-. Parece diez años mayor que mi madre, tiene las carnes blandas, fofas, y la cara muy arrugada, como una mujer que ha llevado una vida dura. Dios mío, sé que suena muy mal. No lo digo por criticarla.

Zac: Lo sé.

Zac le sirvió vino y, aunque le habría apetecido más tomarse una cerveza, se sirvió otra copa por solidaridad.

Ness: Tiene el pelo encrespado y seco como la paja, y debe de llegarle hasta el culo. Como si no se hubiera puesto suavizante ni cortado las puntas en años, y supongo que no lo ha hecho. Tiene ojos de susto: se ven animales con los ojos así cuando esperan una patada o un golpe de fusta si los han recibido demasiado a menudo. Entonces ha visto la puesta de sol, la ha visto por la ventana de la habitación que sé que tú has ayudado a pintar.

Zac: Solo al final.

Ness: Has ayudado a pintar -repitió sin poder evitar derramar una lágrima-. Y cuánta felicidad irradiaba su cara, Zac. Cuánto asombro, como el de un niño. No ha querido salir porque aún había algunos hombres trabajando fuera, pero no ha apartado los ojos de la puesta de sol, como si fuera un espectáculo pirotécnico, Nochebuena y un desfile circense, todo junto.

Zac: Ninguna puesta de sol puede compararse con las de Montana. 

Zac le puso un plato de torta delante.

Ness: Dios mío, Yolanda conoce su oficio. ¿Sabes?, Britt y yo, y un par de amigas más, fuimos a la costa de Oregón el verano después de graduarnos. Tienen unas puestas de sol impresionantes, pero no superan a las de Montana, no para mí. Y para Alice... Zac, ha dicho que él le permitía salir al porche durante una hora todas las semanas, cuando se ponía el sol. Si se portaba bien.

Zac: Va a recordar lo suficiente para que lo encuentren, Ness.

Ness: Está recordando algunas cosas, de las abuelas y de mamá, quizá de la casa. Ha dicho que tuvo hijas, pero que no pudo quedárselas como mamá se quedó conmigo. Me ha roto el corazón. -Cuando la voz se le quebró, se metió un trozo de torta en la boca-. Me lo ha hecho añicos.

La respiración se le entrecortó. Aguantó, y se obligó a comer más torta.

Zac no dijo nada, le ofreció el consuelo de escuchar en silencio para que pudiera terminar.

Ness: Hemos subido bandejas para ella, la yaya y la enfermera. Una rica comida casera en uno de los platos bonitos de mamá, con una servilleta de tela. Se diría que le habíamos servido un banquete. Los demás..., bueno, excepto Alex, hemos cenado abajo. Pero yo solo podía pensar en que había mirado un plato de pollo con patatas como si fuera la mejor cocina francesa, y no sabía muy bien qué hacer con él. -Suspiró y comió más torta-. Así que he tenido que escaparme un rato.

Zac: No digo que vaya a ser fácil, pero estoy convencido de que cada vez lo será más. Esperaba que pasaras.

Vanessa consiguió dirigirle una sonrisa.

Ness: Bueno, dijiste que querías sexo.

Zac: Eso también lo esperaba, pero el vino y la torta no están mal.

Ness: Es una torta riquísima. Alex ha ido a cenar a casa de Jessica.

Zac: Me he enterado.

Ness: Se ha llevado su DVD de Tombstone.

Zac se rio, contento de ver que a Vanessa se le alegraban los ojos.

Zac: No puede evitarlo.

Ness: Puede que hasta vean una parte. Estoy segura de que espera quedarse a dormir. Hoy le ha llevado flores.

Zac se limitó a gruñir, y comió más torta.

Ness: Está enamorado de ella.

Zac: ¿Porque le ha llevado flores?

Ness: Dímelo tú. Sé que has estado unos años fuera, pero tú lo conoces tan bien como yo, así que dime si alguna vez lo recuerdas regalando flores a una mujer, o a una chica en sus tiempos mozos.

Zac bebió vino, reflexionó.

Zac: Regaló a Missy Crispen una de esas. -Se rodeó la muñeca con el dedo-. Para el baile de primavera.

Ness: Esas pulseras de flores tienen que regalarse. Estamos a mitad de semana, ni tan siquiera es un día especial, y flores. Las he visto, sobresalían de la alforja. Lirios, así que ha ido a comprárselos a posta.

Zac meneó el tenedor, apuntándola con él.

Zac: ¿Estaban enamorados de ti todos los hombres que te han regalado flores?
 
Ness: Si un hombre se molestara en hacerlo, me quedaría muy claro que está coladito por mí. Y Alex es tímido con las mujeres. Para él, las flores son una declaración de intenciones.

Zac: Intenciones de...

Ness: Él no lo sabrá -se apresuró a continuar-. Pero yo lo sé. Está enamorado de ella, y nunca había estado ni la mitad de colado por nadie. ¿Sabes qué más?

Zac: Puede, pero tú me lo vas a decir igualmente.

Ness: No tengo claro si ella está enamorada de él; no la conozco lo suficiente para estar segura. Pero lo que sí sé es que está coladita por él. No medio colada -apartó el plato. Dios mío, me encuentro mejor. Creo que Mike salía con Chelsea.

Zac: ¿También está enamorado?

Ness: No, pero le gusta bastante y le atrae un montón. Y creo que el sentimiento es mutuo. Papá va a asegurarse de que mamá descanse un poco y las abuelas están mejor, ahora que se han instalado en el rancho. Así que... ¿tienes un cepillo de dientes de sobra?

Zac: No.

Ness: Vaya.

Zac: ¿Quieres lavarte los dientes?

Ness: No ahora mismo, pero mañana sí querré -se terminó el vino y se levantó-. Me gustaría probar tu cama.

Zac: No es tan grande como la que probamos, pero tiene buenos muelles.

Ness: Pues démosles un buen meneo. ¿Te importa que cierre con llave? Preferiría que no entre nadie mientras estoy desnuda encima de ti.

Zac: ¿Quién dice que estarás encima?

Ness: Ahora lo veremos.

Zac: Cierra con la llave.

Los muelles aguantaron bien. Y después Vanessa se quedó traspuesta, con el cuerpo relajado y sudoroso.

Ness: Oh, sí. Me encuentro mejor.

Zac: Me alegra haber podido ser de ayuda. Pero creo que es hora de que te encuentres mucho mejor aún.

Zac se dio la vuelta y se colocó encima de ella.

Vanessa estaba tan relajada y melosa que hundió los dedos en su pelo y solo sonrió.

Ness: Eso implicaría una recuperación heroica, Efron.

Zac: En realidad no, porque vamos a hacer una cosa que aún no hemos logrado hacer.

Ness: No se me ocurre nada que no hayamos hecho.

Zac: No hemos ido despacio. 

Zac le rozó la boca con los labios, le resiguió la mandíbula con ellos.

Ness: Lo de hacerlo a todo gas nos sale bastante bien.

Zac: A ver cómo nos sale a cámara lenta. Me gusta cómo estás hecha, Vanessa. -Le acarició el pecho derecho con los dedos, solo el lateral, de arriba abajo-. Tienes las piernas y los brazos largos, largos y bastante musculosos.

Ness: Hago ejercicio -consiguió decir-.

Zac: Pechos bonitos y firmes. -Luego le rozó el pezón con el pulgar-. Esta mata de pelo, ondulado y oscuro como la noche. Me gusta cómo te huele, por eso siempre quiero estar un poco más cerca de ti. Me gusta cómo sabes. -La besó en el cuello-. Y los ojos, marrón chocolate. El tacto de tu piel bajo mis manos, suave como la seda. La forma en que tu boca se acopla a la mía. -Volvió a besarla en la boca y dejó que el beso se prolongara, suave e indolente como un chubasco de primavera-. Me encanta cómo estás hecha.
 
Ness: Tanto halago se me va a subir a la cabeza.

Pero Vanessa no consiguió reírse. No cuando la cabeza había empezado a darle vueltas y sentía lenguas de fuego bajo la piel.

Zac: Cuanto más te toco, más quiero tocarte. Esta vez tendrás que soportarlo.

Zac notó el pulso de Vanessa contra sus labios, lento y fuerte, tal como él lo quería. Su cuerpo se estiró, ondulándose bajo sus manos, después se estremeció, luego se ablandó. Él la había querido así, no solo la excitación, la explosión, sino todo. ¿Cómo sería todo con Vanessa?

Suspiros y besos sublimes, gemidos quedos y la luz de la luna en una estrecha cama. Su respuesta, lánguida y pausada. Sus hermosos ojos, preñados de un deseo que él podía colmar.

Fue bajando por su cuerpo. Y esta vez, cuando ella suspiró, dijo su nombre.

A Vanessa ya no le daba vueltas la cabeza. En cambio, parecía que avanzara, que los dos avanzaran por una neblina cálida y maravillosa en la que todo relucía. Las manos de Zac, duras, encallecidas, solo volvían las indolentes caricias más eróticas si cabe. El roce de su barba contra su piel cuando le pasó la lengua por el vientre la hizo temblar.

Zac siguió bajando, lamiéndola, por fuera, por dentro, y la hizo rodar, despacio, sin remedio, como en un sueño, por encima de un pico cubierto de terciopelo.

Pero aun así, él no se dio prisa. Esas manos de palmas endurecidas la sumergieron, cada vez más, en una nube de placer tal que la reluciente neblina se tornó más espesa. Cuando volvió a besarla en la boca, ella ya se había abandonado.

Zac la penetró con suavidad, oyó que la respiración se le cortaba, vio que los ojos se le nublaban.
 
Zac: Esto también me gusta -le susurró, jugueteando con sus labios-.

Despacio. Muy despacito.

Prolongado, lento, profundo, y ella tan excitada, tan mojada alrededor de él. Vanessa volvió a gemir, pero él se contuvo, moviéndose dentro de ella, alargando cada momento, cada brizna de placer. Volvieron a ascender, despacio, imparables, hasta que él la sintió abandonarse, de nuevo, y se abandonó con ella.


domingo, 17 de septiembre de 2023

Capítulo 19


El tercer día, Vanessa estaba tan familiarizada con el ritmo del hospital que sabía identificar qué enfermera pasaba por delante de la sala de espera por el sonido de sus andares.

Trabajaba a distancia a través del portátil y el móvil durante lo que ella consideraba su turno de guardia. Su madre, su compañera de turno esa mañana, hacía lo mismo. La sala de espera hacía las veces de despacho, salón y limbo.

Por la tarde, al igual que la tarde anterior, Sam o Mike acudirían con doña Fancy, y Vanessa y Anne regresarían para trabajar un poco más. Intentarían convencer a Cora para que se marchara con ellas y descansara hasta la noche. Pero hasta ese momento nadie lo había conseguido.

Vanessa sabía que Zac había pasado la noche sentado con Alex en ese mismo sofá bastante cómodo. Él no querría que ella le diera las gracias, pero le estaba agradecida.

Cuando había llegado con su madre, poco después de que amaneciera, había servido café a todos del termo que traía lleno de casa. Había desenvuelto bocadillos y los había repartido.

Fue entonces cuando Zac la había besado, con entusiasmo. «Los ha hecho mamá», le había dicho ella, y él se había vuelto hacia Anne y la había besado, con entusiasmo. Fue la primera vez en tres días que Vanessa había oído reír a su madre.
 
Sí, le estaba agradecida.

El entramado de sus vidas tejido en los últimos veinticinco años estaba roto. Sus rutinas hogareñas, laborales y familiares, destrozadas.

Su mundo se había convertido en el hospital, las guardias, las idas y venidas, los esfuerzos constantes por compaginarlas con ratos para dormir y comer a toda prisa. Las exigencias del trabajo, las personas y los animales que dependían de ellos, la soterrada preocupación por Cora.

Si el regreso de Alice generaba tantos desgarros y roturas, pensó Vanessa, ¿cuántos había causado su desconsiderada marcha hacía ya tanto tiempo?

Ness: ¿Es más duro? 

Anne dejó de leer un email con el ceño fruncido y miró por encima de sus gafas de lectura.

Anne: ¿El qué, cariño?

Ness: Que haya vuelto así, más de lo que fue que se marchara. No he planteado bien la pregunta.

Anne: No, la has planteado bien, sí. Yo me he preguntado lo mismo. -Para responder, tanto a su hija como a sí misma, apartó su tableta y dejó sus gafas plegadas encima-. Estaba tan enfadada que al principio no me preocupé nada en absoluto. Allí estaba yo, a punto de irme de luna de miel, y Alice va y monta un número para llamar la atención. No queríamos dejar a mamá con todo aquel follón, pero ella no consintió que nos quedáramos. Dijo que eso la disgustaría mucho más. Yo también quería irme. Y ahí me tienes, una mujer casada, rumbo a Hawái con mi marido. Tan exótico, tan romántico, tan excitante... No solo por el sexo. No esperé a estar casada.

Ness: Caramba, estoy escandalizada. Me escandaliza oírlo. 

Anne se rio un poco, recostándose en el respaldo del sillón.

Anne: Estaba tan ufana de haberme casado, tan locamente enamorada, tan emocionada de irme con mi marido a lo que para mí era como un país extranjero en esa época... Y Alice tuvo una de sus famosas pataletas, nos aguó la fiesta.

Bajando el brazo, Vanessa apretó la mano a su madre.

Ness: Yo también me habría enfadado.

Anne: Estaba cabreada. De hecho, no me preocupé hasta casi el final de nuestra semana de viaje. Día a día estaba segura de que volvería. Y día a día percibía un poco más de tensión en la voz de mamá cuando la llamábamos por teléfono. Así que volvimos un día antes, y entonces vi esa tensión. En mamá, en los abuelos. Íbamos a construir una casa.

Como estaba imaginando la tensión, el estrés, Vanessa no prestó atención a su última frase.

Ness: Perdona, ¿qué?

Anne: Tu padre y yo, íbamos a construirnos una casa. Ya habíamos elegido el terreno. Estaba lo bastante cerca para que él pudiera ir a trabajar a caballo, y yo también. Estábamos empezando a expandir el rancho turístico, a planificar en firme lo que ahora tenemos. Y nosotros nos construiríamos una casa. No llegamos a hacerlo.

Esta vez, Vanessa le cogió la mano y no se la soltó.

Ness: Porque Alice se fue.

Anne: No podía dejar a mi madre. Al principio pensamos que solo lo aplazaríamos hasta que Alice regresara y todo volviera a normalizarse. El primer año fue el peor, todos los días de ese primer año. Cuando encontraron la camioneta, con la batería descargada. La había dejado tirada: así era Alice. No lo arregles, solo vete. Las postales, todas alegres y fanfarronas. El detective que contrató mamá, siguiendo una pista y volviendo a perder el rastro. Fue la abuela quien obligó a mamá a no tirar más el dinero, a no atormentarse con eso. Y yo me quedé embarazada y tuve a Alex, todo en aquel primer año. Así que fue el año más feliz y duro de mi vida. De nuestras vidas. Alice no estaba, pero estaba en todas partes -alargó la mano y acarició la pierna a Vanessa-. Y míranos ahora, girando otra vez alrededor de ella. Y ahora mis hijos también giran, y no me gusta saberlo. No me gusta, cuando conseguimos sacar a mi madre de esa habitación durante diez minutos, lo cansada que se la ve, lo agotada que parece. Está blanca como el papel, Vanessa.

Ness: Lo sé.

Anne: No me gusta el feo rencor que llevo dentro. Está ahí aunque sepa que le han pasado cosas terribles, cosas que no pudo evitar, cosas que no merecía. Alguien ha hecho daño a mi hermana, le ha robado la vida, y quiero que pague por ello. Pero sigo resentida con aquella chica egoísta que no pudo festejar mi felicidad, que no pensó en su madre y solo pensó en sí misma.

Vanessa apartó el portátil y le pasó un brazo por los hombros.

Anne: Tengo que perdonarla. -Abandonándose, hundió la cara en el hueco del cuello de su hija-. Tengo que encontrar la manera de perdonarla. No solo por su bien, sino por mamá y por mí.

Ness: Nunca os he oído decir, ni a ti ni a papá, que pensabais construiros una casa. En parte, debiste de perdonarle algunas cosas hace ya mucho tiempo.

Anne volvió a ponerse derecha e intentó quitarle hierro.

Anne: Bueno, en una determinada época también iba a triunfar como cantante country.

Ness: Tienes una voz increíble.

Anne: No me arrepiento de no haberme ido a Nashville, y desde luego no me arrepiento de haber criado a mis hijos en la casa donde me criaron a mí. Las cosas se ponen en su sitio, Vanessa, si nos esforzamos y meditamos un poco nuestras decisiones.

Vanessa oyó pasos, tacones, no suelas de crepé, y cuando giraron para entrar en la sala de espera, su madre cambió de postura.

Anne: Celia.

Celia: Anne. Y esta debe de ser tu Vanessa. -La mujer, elegante, con una ondulada mata de pelo castaño que le llegaba a los hombros, se acercó y le tendió la mano-. Hola. Soy Celia Minnow.

Anne: Encantada. Es una de los médicos de Alice.

Celia: Sí -miró otra vez a Anne-. ¿Podemos hablar?

Ness: Me iré a dar un paseo -se apresuró a decir, pero Celia la disuadió con un gesto de la mano-.

Celia: Puedes quedarte. Tu abuela habla maravillas de ti. -Se sentó y se alisó la falda oscura-. He tenido tres sesiones con Alice, además de mi valoración inicial. Puedo daros una visión general.

Anne: Por favor.

Celia: Sé que habéis hablado mucho con el doctor Grove sobre su estado físico y estáis al tanto de su valoración sobre su estado mental y emocional.

Anne: Celia, espero que me conozcas lo suficiente para no sentirte obligada a darme evasivas o a suavizar las cosas.

Celia: Te conozco -dijo, y cruzando las piernas, fue al grano-: Alice ha sufrido un trauma físico, mental y emocional extremo durante años. Aún no podemos determinar el tiempo exacto. Ella no se acuerda y, de hecho, es posible que no lo sepa. Puede que recobre la memoria, o puede que no. Lo más probable es que empiece a recordar fragmentos sueltos. En mi opinión, durante ese período indeterminado de años fue adoctrinada mediante la fuerza, agresiones físicas, elogios y castigos. Tu madre me ha dicho que Alice nunca fue especialmente religiosa.

Anne: No.

Celia: Cita las Escrituras, el Antiguo Testamento, algunas partes textuales, otras tergiversadas. Un Dios vengativo, la superioridad y dominio del hombre sobre las mujeres. El pecado de Eva. Una vez más, creo que estas opiniones formaron parte de su adoctrinamiento. Agresiones físicas, fanatismo religioso, encarcelamiento y, dado que no habla de nadie aparte del hombre al que llama «señor», probablemente aislamiento.

Anne: Tortura.

Celia: Sí, ejercida hasta que se sometió, hasta que se doblegó y empezó a aceptar la voluntad de su torturador. Es un sádico sexual, un fanático religioso, un psicópata y un misógino. Además, era su sostén. Le proporcionaba techo, comida, compañía, por horrenda que fuera. Le pegaba, pero también la alimentaba. La violaba, pero le procuraba un techo bajo el que cobijarse. La tenía encerrada, pero, considerando su estado cuando la encontraron, le permitía tener una higiene básica. Dependía por completo de él. Aunque le tiene miedo, le profesa lealtad. Cree que es su esposo, y el esposo, por cruel que sea, está destinado a mandar por precepto de Dios.

Anne: Nadie mandaba a Alice. Y los chicos... Le gustaban los chicos. Le gustaba utilizar su atractivo. No con maldad, no era mala en ese sentido. Desconsiderada, quizá incluso insensible. No tenía buena opinión del matrimonio en aquella época, decía que solo era una trampa para las mujeres. Solía soltármelo cuando estábamos planeando mi boda. En parte, solo era su palabrería de siempre, y en parte, era su idea de ser una mujer libre, deseable y famosa algún día. Estaba siempre tan segura de sí misma, Celia, era tan impulsiva, testaruda y segura...

Celia: Quería fregar su habitación de hospital.

Anne: ¿Que quería qué?

Celia: Tiene que fregar su casa cada dos días. Se ha angustiado mucho por no poder limpiar su habitación.

Anne: Alice habría preferido quedarse sin comer a lavar un plato. Todas las mañanas había un drama para que se hiciera la cama. -Hundiendo la mano bajo su pelo castaño, Anne se frotó la sien-. ¿De verdad puede alguien cambiar a otra persona de esa forma? Convertirla justo en lo contrario de lo que es.
 
Celia: Si te dieran un puñetazo o una bofetada todas las mañanas antes de hacer la cama...

Anne: La haría más deprisa -completó la frase-.

Ness: ¿Puedo hacer una pregunta?

Celia volvió sus ojos castaños hacia Vanessa.

Celia: Claro.

Ness: Ha tenido hijos. ¿Ha dicho algo sobre ellos? No me los puedo quitar de la cabeza.

Celia: Ha dicho que el señor se los llevó, que su padre se los llevó. Se deprimió y se retrajo cuando abordamos el tema. No volveré a sondearla hasta que nuestra relación esté más consolidada. Ha aceptado a tu madre, no como su madre, sino como compañera y figura de autoridad. También recurre al sheriff Tyler, y parece confiar en él tanto como es capaz.

Anne: Ella y Bob eran amigos. Puede que fueran incluso más que eso durante un tiempo.

Celia: Sí, el sheriff me lo ha contado. Alice ha aceptado al doctor Grove, aunque sigue poniéndose nerviosa cuando él la examina, y puede alterarse con las enfermeras. Pero es obediente. Come cuando le llevan comida, duerme cuando le dicen que descanse, se ducha cuando se lo piden. ¿A quién se le ocurrió que su madre le enseñara ganchillo?

Anne: A Ness.

Celia: Pues es una terapia magnífica para las dos. Cora le está enseñando, y pasan el rato así, en silencio. Es beneficioso para ambas. Esto va a llevar tiempo, Anne. Ojalá pudiera decirte cuánto.

Anne: Alice no puede quedarse en esa habitación eternamente. Ni tampoco mi madre.

Celia: No, tienes razón. Físicamente se ha recuperado lo suficiente para darle el alta. El doctor Grove y yo hemos hablado de un centro de rehabilitación.

Anne: Celia, necesita volver a casa. Mi madre acabará durmiendo en su habitación en otra clase de hospital, igual que hace aquí. Podemos cuidar a Alice en casa.

Celia: Tenerla en casa, considerando su estado, es una alternativa complicada y muy absorbente. Debes saber qué conllevaría exactamente, para Alice y para todos vosotros.

Anne: Podrías recomendarnos enfermeras o auxiliares durante el tiempo que los necesite. Podrías seguir tratándola. Te la traeríamos todos los días si tú dices que lo necesita. Lo he pensado bien. Podría activar alguna cosa dentro de ella. La casa, las vistas, Clementine y Hec, trabajan para nosotros, y ya estaban cuando Alice y yo éramos adolescentes. ¿No le ayudaría estar en un entorno conocido, volver a la normalidad?

Celia: En su actual estado mental, no podríais dejarla desatendida ni un momento. Podría alejarse de la casa y perderse, Anne. Hay que medicarla, y lo que es más importante: no se la puede presionar ni agobiar.

Asintiendo, Anne volvió a frotarse la sien.

Anne: He estado leyendo todo lo que he podido encontrar, y creo que tengo una idea clara. El doctor Grove y tú me decís qué hay que hacer y qué no. Nosotros lo respetaremos. Sé que puedo llevármela a casa sin tu autorización, pero no quiero hacerlo. Y no quiero internar a mi hermana en un hospital psiquiátrico (porque con «centro de rehabilitación» te estás refiriendo a eso mismo) hasta que haya intentado llevármela a casa.

Celia: Necesita consentir. Necesita sentir que tiene algo de control.

Anne: Está bien.

Celia: Traerla aquí para las sesiones supone demasiados estímulos, es demasiado agobiante. Si el doctor Grove y ella están de acuerdo, accederé a hacer una prueba durante una semana. Necesito ir a verla, hablar con ella todos los días. Necesitaréis enfermeras psiquiátricas las veinticuatro horas del día hasta que yo esté convencida de que se adapta y no se hará daño.

Anne: ¿Hacerse daño?

Celia: No tiene tendencias suicidas. Pero podría autolesionarse sin darse cuenta. Tu madre debería estar cerca de ella.

Anne: Ella y mi abuela se quedarían en el rancho durante el tiempo que hiciera falta.

Celia: Empecemos ahora -se levantó-. Baja conmigo a verla, habla con ella.

Anne: Pensaba... pensaba que yo aún no podía.

Celia: Ya puedes.

Anne: Oh, yo... Dame un momento -alzó la palma de la mano-. Me lo has soltado demasiado rápido.

Celia: Ella lo hará aún más rápido.

Anne: Lo sé. Esta vez solo me ha dejado sin aire un momento -se levantó-. Vanessa.

Ness: Te espero aquí. Voy a llamar a Clementine para que prepare la habitación de Alice. La tendrá lista cuando la llevemos a casa.

Anne: Vanessa, eres mi báculo. De acuerdo, Celia.

El trayecto por el pasillo del hospital le pareció interminable y demasiado rápido.

Anne: Estoy nerviosa.

Celia: Es natural.

Anne: Quiero preguntarte si estoy bien, y sé que parece una tontería.

Celia: Estás bien, eso también es natural. Su aspecto va a afectarte, Anne. Intenta disimularlo.

Anne: Ya me lo han dicho.

Celia: Que te lo digan no es lo mismo que verlo con tus propios ojos. Mantén un tono calmado, llámala «Alice», dile quién eres. Es probable que no se acuerde de ti, al menos conscientemente. Tiene un bloqueo muy profundo, Anne.

Anne: Y esto llevará tiempo, ya lo sé. 

Respirando hondo, Anne esperó a que Celia abriera la puerta y entrara en la habitación.

Se lo podrían haber dicho cien veces y nada la habría preparado para la transformación de su hermana. La impresión fue como un puñetazo en la barriga, pero contuvo el grito de sorpresa.

Como las manos le temblaban, se las metió en los bolsillos y esperó que el gesto pareciera natural.

La Alice que había regresado estaba sentada en la cama con el largo pelo canoso recogido en una pulcra trenza, mordiéndose el labio inferior mientras se concentraba en su labor verde de ganchillo.

Su madre estaba sentada en una silla, tejiendo una labor más compleja con diversos tonos de azul.

Tejían en un cómodo silencio.

Celia: Alice, Cora.

Alice dejó de mover los dedos, se le crisparon al oír la voz de Celia. Y clavó los ojos en la cara de Anne.

Se encorvó, bajó la barbilla.

Celia: Te he traído una visita.

Alice: Estoy haciendo una bufanda. Estoy haciendo una bufanda verde. No se admiten visitas.

Celia: Ahora sí.

Anne: Me gusta el verde -oyó sus propias palabras, reprimió el temblor de su voz antes de dar unos pasos hacia su hermana-. También me gusta hacer ganchillo. Me enseñó mamá. -Se inclinó, besó a Cora en la mejilla, y con la mano en el hombro de su madre, sonrió a la mujer que la miraba de hito en hito-. Me alegro mucho de verte, Alice. Soy tu hermana, Anne. Estoy distinta a como era antes.
 
Alice: Tengo que hacer la bufanda.

Anne: Pues adelante. Mamá te ha trenzado el pelo, ¿verdad? Te queda bien.

Alice: Las mujeres son criaturas vanidosas y se pintan caras falsas para tentar a los hombres con pensamientos lujuriosos.

Cora: Fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios -dijo con calma mientras continuaba tejiendo-. Creo que Dios quiere que tengamos una imagen agradable cuando podemos. Y dijo creced y multiplicaos, así que un poco de lujuria contribuye a eso, ¿no? Esos puntos están muy iguales y bonitos, Alice.

Alice las miró a las dos y Anne vio que intentaba curvar los labios hacia arriba.

Alice: ¿Están bien?

Cora: Están muy bien. Aprendes deprisa, siempre lo hiciste. Cuando eras pequeña, nunca conseguía que te estuvieras quieta el tiempo suficiente para aprender a coser.

Alice: Yo era mala. La letra con sangre entra.

Cora: No digas tonterías. Solo eras revoltosa. Sí que te gustaba plantar flores, eras muy creativa. Me encantaba cuando Anne y tú plantabais vuestro jardín de hermanas.

Anne: Nomeolvides y geranios -comenzó a decir-.

Alice: Anne, Anne, Anne -murmuró-. Siempre mandona, siempre mejor que nadie.

Anne: Alice, Alice, Alice -repitió con el corazón desbocado-. Siempre peleona, siempre de mala leche.

Con los ojos entornados, Alice alzó la vista. Y aunque se notó la garganta seca, Anne le sostuvo la mirada y sonrió.

Anne: Sigo alegrándome de verte, Alice.

Alice: A Anne nunca le gustó Alice.

Anne: Yo no diría nunca. Había veces que no me gustabas, pero siempre fuiste mi hermana. Sigo plantando el jardín, nuestro jardín de hermanas, en primavera. Nomeolvides y geranios, alisos de mar y guisantes de olor.

Alice: Bocas de dragón. Me gustan las rojas.

Los ojos empezaron a escocerle, parecieron palpitarle por las lágrimas que intentaba contener.

Anne: Aún planto las rojas.

Alice: Tengo que terminar esto, tengo que hacerlo bien. Las flores no dan de comer a nadie. Es absurdo plantar flores. Vano como las mujeres, e igual de inútil.

Cora: Las abejas las necesitan. Los pájaros, también -alargó la mano y apretó la de Anne-. Son criaturas de Dios.

Alice: ¡El señor decía que nada de flores! -exclamó como si escupiera las palabras-. Planta alubias y zanahorias, patatas, coles y tomates. Y pasa la azada, arranca las malas hierbas y riega si sabes lo que te conviene. Ya casi es época de sembrar. Tengo que volver. Tengo que terminar esta bufanda.

Celia tocó a Anne en el brazo, pero ella no había terminado. No del todo.

Anne: Me vendría bien un poco de ayuda para sembrar. El huerto y las flores.

Alice: El señor decía que nada de flores. -Una lágrima le rodó por la mejilla mientras tejía enérgicamente-. Si se lo pides por favor, tiene que pegarte para enseñarte qué significa «no».

Anne: Las tenemos en el rancho. ¿Te gustaría volver a casa, Alice, y plantar flores conmigo donde nadie va a pegarte?

Alice: ¿Volver a mi casa?

Anne: Volver al rancho, a tu hogar. Vuelve a plantar conmigo nuestro jardín de hermanas.

Alice: Dios castiga a los malvados. 

Anne lo deseaba con fervor.

Anne: Pero no a las hermanas, Alice. A las hermanas que plantan flores juntas y las cuidan, que las ven crecer. Ven a casa, Alice. Nadie volverá a pegarte nunca más.

Alice: Tú me pegabas.

Anne: Normalmente me pegabas tú primero, y se supone que mamá no debe enterarse.

Alice siguió llorando, pero pareció recobrar parte de su antigua identidad.

Alice: No sé lo que es real.

Anne: Tranquila. Yo sé que tú lo eres. Anda, sigue tejiendo la bufanda.

Volveré después para ver cómo te queda.

Anne retrocedió un paso.

Alice: Te has cortado el pelo.

Necesitó toda su fuerza de voluntad para que la mano no le temblara cuando se la pasó por el pelo.

Anne: ¿Te gusta?

Alice: Yo... Las mujeres no deben cortarse el pelo.

Cora: No te preocupes, mi gatita callejera. No todas las reglas son reales, eso seguro. Algunas solo son inventadas. Anne, ¿podrías ver si van a traernos té? Nos gusta tomarnos un té a media mañana, ¿verdad, Alice?

Alice asintió, y volvió a concentrarse en su bufanda.

En cuanto Anne salió de la habitación, se llevó las manos a la cara.

Celia, que se esperaba la reacción, la abrazó.

Celia: Lo has hecho genial. Lo has hecho mejor de lo que pensaba. Se ha acordado de ti.

Anne: Se ha acordado de que era una mandona. Supongo que lo era.

Celia: Se ha acordado de su hermana, de una dinámica. Se ha acordado de las bocas de dragón. Recordará más cosas. Esto ha sido positivo, Anne.

Anne: Le ha arrancado la vida, Celia.

Celia: Lo ha intentado, pero sigue ahí, y está volviendo. Acabas de hacer una sesión de terapia, Anne, con resultados muy positivos.

Anne: ¿Puede venir a casa?

Celia: Deja que hable con el doctor Grove. Tenemos que pensar en cómo enfocarlo, y ahora mismo vosotros necesitáis ayuda profesional. Pero creo que si tenéis cuidado, paciencia, continuar su recuperación en casa podría ser un buen paso. Diré a su enfermera lo del té. Tú ve a buscar a tu hija, dad un paseo.

Anne: No me vendría nada mal pasear, y sé que voy a apoyarme muchísimo en Ness.

Celia: Me parece una persona que puede darte el apoyo que necesitas. 

Anne asintió.

Anne: Está ahí dentro, Celia. Alice está ahí dentro.

Las siguientes veinticuatro horas volvieron a girar alrededor de Alice, esta vez por su regreso al hogar.

En el picadero, Vanessa sujetaba a la yegua por la brida.

Jessie: Sé que no tienes tiempo para esto -se abrochó el casco-. Estás intentando ponerte al día con el trabajo atrasado, y si tienes una hora libre, que no la tienes, deberías aprovecharla para echarte un rato.

Ness: Yo no discuto con la yaya, y me ha insistido en que te dé una clase. Dice que no debes perder más. Nuestro mundo está patas arriba, Jessie. Esto es normalidad. Una hora de normalidad me vendrá mejor que echarme una cabezada.

Jessie: Ojalá pudiera ayudaros más.

Ness: Has asumido más volumen del trabajo de Mike, y del de mamá, lo mismo que Britt ha asumido más volumen del mío. Zac ha pasado casi tanto tiempo en el hospital como cualquiera de nosotros. Hemos tenido mucha ayuda -apoyó la mejilla contra la de la yegua-. No sé si después de hoy va a ser más fácil o más difícil. Mamá y las abuelas están decididas a que Alice vaya a casa hoy, y probablemente tienen razón. Los médicos dicen que eso puede ayudarle a recordar. Y Dios sabe que todos queremos que recuerde lo suficiente para que el sheriff Tyler encuentre a ese cabrón. Ni siquiera la he conocido aún. No sé cómo debo comportarme con ella.

Jessie: Sabrás lo que hay que hacer.

Ness: Pues yo siento que no tengo ni idea. Pero sé lo que hay que hacer ahora. Monta.

Alex entró mientras Jessica daba una vuelta a la pista a un medio galope elegante. El corazón se le alegró, solo de mirarla; parecía que hiciera años desde la última vez, pero verla montar, y además sonriendo, le infundió una grata sensación de bienestar. La semana anterior había sido como abrirse camino entre la melaza. Todo oscuro y viscoso, cada paso un esfuerzo, dormir un poco, volver a empezar.

Ahora volvía a ver la luz.

Jessica puso a la yegua al paso por orden de Vanessa.

Ness: Tienes público -dijo, sonriendo a Alex-.

Alex: No quiero estorbar.

Ness: Si estorbaras, te echaría. De hecho, puedes sustituirme. Es hora de que esta principiante salga del potrero.

Alex: Oh, pero...
 
Ness: La yaya me ha dicho que la segunda media hora te saque. Puedes acompañarla, ¿verdad, Alex?

Alex: Sí. Tengo una hora.

Ness: Genial. Entonces me vuelvo al despacho, para ponerme con el trabajo atrasado.

Vanessa se marchó de inmediato antes de que nadie pudiera detener a Leo.

Jessie: Te ha cargado con el muerto.

Alex se acercó y agarró la brida. Se tomó un momento para mirarla, con el pelo rubio suelto bajo el casco, los ojos azules y límpidos.

Alex: Me alegro mucho de verte.

Jessie: ¿Cómo estás?

Alex: Te confieso que un poco cansado y algo más que confundido. Dar un paseo a caballo contigo me vendrá bien, me ayudará tanto en lo uno como en lo otro.

Jessie: Pues entonces lo daremos. Me pone un poco nerviosa no tener el picadero alrededor, las paredes.

Alex: Creo que te va a gustar estar al aire libre. -Sin soltar la brida, llevó su caballo junto al suyo-. Siento no haber... desde que... No quiero que pienses que...

Jessie: ¿Que me aproveché de ti y tú saliste huyendo?

Alex alzó la cabeza de golpe, con expresión atónita y no poco horrorizada.

Jessie: Alex, sé por lo que está pasando tu familia. No he pensado nada parecido.

Alex: No soportaría que lo hicieras. 

Cuando se encaramó a la silla, Jessica vio los lirios morados que asomaban por su alforja.

Jessie: ¿Estas flores son para mí o para mi caballo? 

Alex las sacó con cierta torpeza.
 
Alex: Solo quería que supieras..., asegurarme de que supieras... Esto se me da mal.

Jessie: Pues yo opino que no. Son muy bonitas, y gracias. Si no te importa, ¿puedes guardármelas mientras montamos? Creo que no sé tanto como para sujetar las flores y las riendas a la vez.

Alex: Claro.

Después de que Alex volviera a meter los lirios en la alforja, ella alargó la mano y lo agarró por la camisa.

Jessie: Supongo que tengo que volver a tomar la iniciativa.

Lo atrajo hacia sí, sintiéndose como si flotara en el instante en que sus bocas se tocaron. Cuando la yegua cambió de postura, se agarró al pomo de la silla y se rio.

Jessie: Es la primera vez que beso a alguien montada en un caballo. No está mal para una principiante.

Alex: Espera un momento -cogió sus riendas para sujetar bien los dos caballos y la arrimó a él-.

Ese gesto le recordó que, en cuanto ella ponía sus motores en marcha, no había quien lo parara.

Jessie: Esto ha estado aún mejor.

Alex: Te he echado de menos. Han sido unos días de locos, y me han parecido semanas. Te he echado muchísimo de menos, Jessie. A lo mejor podríamos salir esta noche. A cenar o algo por el estilo.

Jessie: ¿No tienes que estar en casa? Por lo de tu tía.

Alex: Dicen que es mejor ir despacio, no presentarle a todos a la vez. Iba a aparecer poco por casa. Podríamos salir si tú no estás ocupada.

Jessie: Podríamos. Pero he aquí una propuesta mejor: ven a mi casa esta noche. Cocinaré para ti.

Alex: ¿Cocinarás?
 
Jessie: Me gusta cocinar. Me gustaría cocinar para ti. Me gustaría que vinieras a mi piso. Me gustaría que pasaras un rato en mi cama.

Él sonrió tal como hacía todo lo demás. Despacio. Siempre empezaba sonriendo con los ojos.

Alex: Me gustaría hacer todo eso.

Jessie: Prepararé algo que podamos comernos en cualquier momento, para que puedas llegar cuando te sea posible.

Alex: Nunca he conocido a nadie como tú.

Jessie: Pues ya somos dos -miró alrededor, se rio-. He estado cabalgando. He estado cabalgando y ni tan siquiera me he dado cuenta.

Alex: Pasa cuando estás a gusto y cómoda con un caballo. Estás en buena forma.

Ella lo miró de soslayo.

Jessie: ¿Ah, sí?

Alex: En muchos sentidos. ¿Quieres probar el trote?

Jessie: Vale. -Antes alzó la cara y miró el cielo, las montañas, sintió el aire ya impregnado de los cautivadores efluvios primaverales-. Me gusta montar al aire libre, sí. Muy bien, vaquero, enséñame cómo se hace.


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