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viernes, 1 de septiembre de 2023

Capítulo 11


Vanessa adoraba la Nochebuena. El resort cerraba a mediodía después de que los últimos huéspedes se marcharan, y permanecía cerrado hasta el día después de Navidad. Por supuesto, los vigilantes harían la ronda, por turnos, y se atendería a los caballos. Pero, a efectos prácticos, todos disponían de un día y medio para pasarlo con amigos y familiares.

Las abuelas vendrían a pasar la noche, y los mozos del rancho y todos los empleados que no estaban con sus familias tenían la puerta abierta para hartarse de comida y bebida.

Vanessa regresó a casa a caballo con Zac mientras la nieve caía sin cesar; ya era una costumbre al menos tres veces a la semana.

Ness: ¿Vas a ver a tu madre y a tu hermana en Navidad? 

Zac: Mañana, sí, para cenar.

Ness: Salúdalas de mi parte. ¿Qué hacías en Navidad en California?

Zac: Cenar de gorra con amigos. Como haré en tu casa esta noche.

Ness: Tenemos comida suficiente para un ejército. Solo doy gracias a Dios porque las mujeres de mi familia consintieran hace años en dejar este asunto en manos de la cocina del resort. De lo contrario, me pondrían a pelar y a picar en cuanto entrara por la puerta.

Zac: Podrías venir a esconderte en la choza conmigo para ayudarme con los regalos que mañana llevaré a casa de mi hermana.

Ness: ¿Aún no los has envuelto?
 
Zac: Tengo hasta mañana, ¿no? Y yo no envuelvo nada. Para eso están esas bolsitas tan monas.

Zac la miró. Vanessa llevaba el largo pelo recogido en una trenza y tenía la cara arrebolada de frío y de satisfacción.

Zac: ¿Tú ya los tienes envueltos?

Ness: Envueltos, con el lazo y la tarjetita, y debajo del árbol. 

Que orgullosa estaba. Y tan bonita como una cinta de Navidad.

Zac: Presumida.

Riéndose, Vanessa ladeó la cabeza, le hizo ojitos.

Ness: Ser inteligente y organizada no es presumir. Además, reconozco que he pedido a Britt que me ayude. Le gusta envolver regalos, se le da mucho mejor que a mí, aunque tarde medio siglo. Y así se ha distraído. -La sonrisa se le apagó, se le borró de los labios-. Echa de menos a Bonnie. Siempre pasaban la Nochebuena juntas bebiendo cócteles de champán. Y ahora esa otra chica ha desaparecido, y Britt está convencido de que se la ha llevado el mismo que mató a Bonnie. -Como Zac no decía nada, lo miró-. ¿Tú piensas lo mismo?

Zac: Creo que las dos eran mujeres que iban solas, que las dos tuvieron una avería: una se quedó sin gasolina y la otra sufrió un pinchazo. Dejo el resto de la reflexión al sheriff.

Ness: El coche estaba levantado con el gato como si hubiera empezado a cambiar la rueda, pero no tenía llave inglesa..., por lo que he leído. Parece que habría llamado a alguien, ya que su madre dijo que llevaba el móvil cuando se fue. Pero tal vez no tuviera batería. Podría ser, es lo más probable, que hiciera dedo y luego... Tuve que cruzarme con ella. O casi.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: He leído a qué hora dicen que salió de casa de su madre. Había ido a visitarla y regresaba a Missoula para verse con unos amigos, algunos de sus compañeros de clase. Estudia en la Universidad de Montana. Jessie y yo casi tuvimos que cruzarnos con ella esa tarde, cuando ella iba a la ciudad y nosotras volvíamos. Pasé justo al lado del lugar donde encontraron su coche. No puedo evitar preguntarme por cuánto tiempo no la vi. -Se lo quitó de la cabeza-. Sin embargo, creo que lo que le pasó a Bonnie lo hizo alguien que no es de aquí. Hasta podría haber sido un huésped, aunque odio pensarlo. Creo que alguien ha secuestrado a esa chica, y es algo horrible, pero no es lo mismo. Solo tiene dieciocho años, es mucho más joven, y Bonnie volvía a casa por el mismo camino de siempre. Esa chica, Karyn Allison, no visitaba a su madre, según he oído, desde hacía un par de semanas.

Zac entendía por qué necesitaba creer eso... y a lo mejor tenía razón. Pero creerlo no la convencería para tomar precauciones. De manera que destrozó su teoría sin piedad:

Zac: Podría ser que dos personas distintas fueran a por dos mujeres que tienen una avería en menos de un mes a menos de treinta kilómetros entre una y otra.

Vanessa soltó una bocanada de aire.

Ness: Es lo que le digo a Britt cuando se pone nerviosa, y lo que me digo a mí misma porque quiero dormir por las noches.

Zac asintió, satisfecho por la respuesta.

Zac: No hay nada de malo en eso, mientras sigas haciendo uso de tu inteligencia y tengas los ojos abiertos. Nunca te he visto hacer otra cosa.

Ness: Ni siquiera sé por qué estoy hablando de esto en mi noche del año favorita. Salvo por una cosa: estaba pensando que tu madre debe de estar contentísima de tenerte en casa por Navidad, y en cambio esa otra madre no sabe dónde se encuentra su hija y tampoco si está bien. -Para consolarse, se inclinó hacia delante y acarició a Leo. Luego se irguió en la silla-. Un momento. ¿Tener los ojos abiertos? ¿Por eso Mike o tú acabáis llevándome en coche si al final no voy con Leo?

Zac siguió cabalgando como si nada.

Zac: Solo ahorramos combustible.

Ness: ¿Solo pensáis en el medio ambiente? -espetó rezumando sarcasmo por los poros-.

Zac: Más gente debería hacerlo.

Eso no se lo podía discutir. Y descubrió, cuando lo analizó a fondo, que tampoco podía tomárselo como una ofensa. Grave.

Ness: Agradezco la preocupación. Aunque me defiendo bastante bien, agradezco esta protección masculina camuflada.

Esbozó una sonrisa exagerada cuando Zac la miró con recelo.

Zac: ¿Ah, sí?

Ness: Sí. No me gusta que los hombretones lo hayáis ocultado para no herir los sentimientos de esta mujercita, pero agradezco la preocupación.

Zac: No ha sido por tus sentimientos. Sino por tu cabezonería y tu genio.

Ness: ¿Por qué será que a los hombres os llaman fuertes o duros y a las mujeres nos llaman cabezonas?

Zac: No pienso entrar en eso. 

Zac chasqueó la lengua y puso a Atardecer al trote.

Ness: Cobarde -lo acusó, pero se rio cuando lo alcanzó-.

Zac: En algunos terrenos.

Entraron amigablemente en el patio del rancho.

Zac: Tengo que ir a buscar una cosa a la choza.

Cuando Zac se alejó, Vanessa se encogió de hombros y se llevó a Leo a las caballerizas.

Ness: Ha sido un paseo agradable -dijo mientras lo desensillaba y le quitaba las bridas-. Te mereces que te cepille a fondo, y puede que luego te dé un regalito.
 
Cogió un rascador y le limpió los cascos antes de frotarlo bien con un trapo. Cuando se disponía a usar una almohaza suave, oyó que Zac entraba con Atardecer.
Como le sacaba ventaja, terminó antes, llevó su silla al cuarto de los arreos y después regresó para coger la de Zac.

Zac: Enseguida la llevo.

Ness: Ya la he cogido -se quedó fuera de la caseta-. Y también tengo un bote de pastillas de menta...

Cuando Zac exclamó «¡No!», Atardecer soltó un relincho largo y agudo y propinó a su dueño un entusiasta topetazo con la testuz antes de sacar la cabeza por encima de la puerta. Luego miró a Vanessa con un turbador brillo en los ojos.

Zac: La próxima vez deletréalo. Supongo que lo pillará enseguida, pero por ahora no digas ninguna de esas palabras en voz alta. Tú, aparta.

Zac consiguió volver a meterle la cabeza en la caseta y salir antes de que volviera a sacarla.

Vanessa no se resistió a hacer una prueba, y dijo:

Ness: Pastillas de menta.

Zac: Oh, por... 

Negando con la cabeza, Zac le cogió la silla mientras Atardecer bailaba y relinchaba.

Ness: ¿Está... dando... gritos de alegría?

Zac: Podría decirse que es su versión de «¡Yupi!». Espera un momento.

Fascinada, Vanessa volvió a entrar en la caseta de Leo mientras Zac iba a guardar su silla. Cogió el bote de pastillas de menta que había comprado especialmente para Leo, con todo su amor, por Navidad.

Cortó el precinto con la navajita que llevaba en el bolsillo.
 
Dio dos a Leo, que se las zampó deleitado, y lo besó en la mejilla.

Ness: Feliz Navidad, Leo.

Sacó otras dos del bote y salió de la caseta. Al verlas, Atardecer se relamió como haría una persona.

Ness: Es tremendo -dijo cuando Zac regresó-. ¿Puedo dárselas?

Zac: No hasta que te lo pida por favor.

En respuesta, Atardecer emitió un ruido gutural, y sus ojos expresaron un «por favor» igual de claro que si lo hubiera dicho con palabras.

Vanessa se las ofreció en la mano y el caballo se las cogió de la palma.

Pareció suspirar y después le rozó la mejilla con los labios.

Ness: De nada. Leo está encantado de compartir contigo sus... no voy a pronunciar la palabra... de Navidad. De haber sabido que le gustaban tanto, habría comprado otro bote.

Zac: Tengo uno en la choza. Si lo guardara aquí, encontraría la manera de hacerse con él, aunque lo metiera en una maldita caja fuerte. Y hablando de la Navidad...

Zac volvió a abrir la caseta y sacó una bolsa de regalos.

Ness: Oh. -Azorada, se la quedó mirando antes de alzar la vista hacia Zac-. Yo no... No tenías por qué regalarme nada.

Zac: ¿Quién dice que es para ti? Intenta recordarlo, el espíritu navideño consiste en dar, no en recibir, Vanessa. Es para Leo, de parte de Atardecer.

Ness: Es... ¿Tu caballo le ha comprado un regalo al mío?

Zac: Se han hecho buenos amigos. ¿Se lo vas a dar?

Ness: Claro. Creo que tendré que abrirlo yo, si a Atardecer le parece bien.

Zac: ¿Eso es un sí? -preguntó a su caballo, y Atardecer asintió de inmediato-.

Ness: Bueno, veamos qué tenemos aquí, Leo -entró en la caseta de su caballo, metió la mano bajo el papel de seda y palpó piel-. Mira, Leo, tienes una cabezada nueva. Y, además, bonita. Oh, lleva grabados su nombre y nuestra marca de ganado. Zac, qué detalle tan bonito. Gracias.

Zac: No me las des a mí. -Apoyado en la puerta de la caseta, señaló detrás de él-. La ha elegido Atardecer.

Ness: Claro. Gracias, Atardecer. Es la cabezada más bonita que Leo ha tenido nunca. Vamos a probarla ahora mismo. A ver... -susurró al caballo mientras se la colocaba-. Le queda perfecta, y mira qué guapo está. -Se volvió hacia Zac-. Te agradezco que hayas ayudado a Atardecer con los detalles.

Zac: Bueno, él lo tenía clarísimo.

Al verla junto a Atardecer y su caballo, Zac también lo tuvo claro.

Zac: ¿Ves eso de ahí?

Le señaló el techo.

Ella alzó la vista y no vio nada aparte de vigas.

Ness: No veo nada.

Zac: Ese muérdago de ahí. 

Ella volvió a mirar.

Ness: Ahí no hay muérdago.

Zac: No debes de estar mirando en el sitio correcto. 

Pero él sí, pensó. Sin duda.

Zac la atrajo hacia sí.

Esta vez sus labios no se chocaron por accidente. Esta vez fue intencionado, y Zac se aseguró de que Vanessa lo supiera. Dejó de agarrarla por los hombros y bajó las manos por su cuerpo hasta ceñirla por la cintura, mientras su boca tomaba la suya como había imaginado. Despacio, con seguridad, fuerza.

Y como había imaginado, ella no se apartó, sino que aceptó el desafío.
 
Se había puesto más guapa, pensó, y sus labios eran carnosos, cálidos y nada tímidos. Se apretujó contra él hasta que Zac supo que la forma de su cuerpo se quedaría grabada en su mente.

Cuando Vanessa levantó la mano para agarrarlo por la nuca, Zac sintió que cada célula de su cuerpo daba un vuelco.

Ella ya sabía que eso iba a ocurrir, antes o después. Demasiado fuego, demasiadas chispas en aquellos afables paseos para no acabar así. Aunque se había preguntado cómo reaccionaría, si ella daría el paso o sería él, pensaba que estaba totalmente preparada.

Se equivocaba.

Era más grande, formidable y radiante que nada de lo que había previsto. La reacción de su cuerpo la dejó estupefacta cuando se sintió temblar, al menos en su fuero interno.

Zac sabía a fuego y a secretos, olía a caballos, a cuero y a hombre, y su boca revelaba destrezas que ella había subestimado.

Cuando él empezó a apartarse, ella se lo impidió. Él lo había empezado. Así que ella lo terminaría.

Cuando estaba a punto de quedarse sin aliento, se retiró.

Ness: Muérdago... Y una mierda.

Zac: A lo mejor me he equivocado -volvió a alzar la vista, parecía pensativo, y después la miró a los ojos. Más azules en ese momento, observó Vanessa. Como un relámpago que brilla en la tormenta-. Pero quería darnos un aperitivo de lo que nos espera.

Ness: ¿Y qué nos espera, Efron?

Zac: Lo sabes tan bien como yo, pero lo dejaremos hasta que Andy vuelva en primavera. Yo puedo esperar.

Ella se volvió para coger el abrigo que estaba colgado fuera de la caseta.

Ness: Pareces muy seguro.
 
Zac: Estoy más que seguro. 

Maldita sea, la hizo reír.

Ness: Quizá, pero tengo algo que decir al respecto.

Zac: Acabas de hacerlo.

Mirándolo con recelo, Vanessa se puso el abrigo. Dudaba entre empezar a discutir o encontrar una caseta vacía y acabar de verdad lo que él había empezado.

Ness: A lo mejor solo se trata del espíritu navideño.

Zac: Podemos comprobarlo.

Zac dio un paso hacia ella. Vanessa alzó la mano.

Ness: Creo que por ahora es mejor que lo dejemos aquí. 

Zac se limitó a meterse las manos en los bolsillos.

Zac: Como he dicho, puedo esperar.

Ness: Falta mucho para abril. Los dos podemos cambiar de opinión antes de que llegue.

Zac: Yo no lo creo. Pero lo veremos en primavera.

Ness: De acuerdo -se lo tomaría como una especie de objetivo. En primavera ya verían-. ¿Vienes?

Zac: Antes voy a lavarme un poco.

Ness: Entonces te veré cuando acabes -echó a andar resueltamente por la rampa de hormigón-. ¿Sabes, Efron? -dijo sin volverse-, a lo mejor me acuesto contigo solo por tu caballo. Tenlo presente.

Cuando ella cerró la puerta al salir, Zac miró a Atardecer.

Zac: Tú no eres la razón.

Atardecer demostró que un caballo era capaz de reírse a carcajadas.


La boda de Linda, incluso con la pompa de más y las circunstancias, resultó ser todo un éxito, y la eficacia de Jessica fue para quitarse el sombrero. Aunque ella siguió luciendo el Stetson de ala plana que Vanessa le había regalado por Navidad.

Se ocupó de la novia y su séquito, puso a Will a cargo del novio y su séquito, y con la ayuda de Chelsea lidió con el mayor problema.

La madre de la novia.

Desde la recepción de los invitados hasta los imprevistos con el vestuario, desde las flores hasta los adornos pasando por la música, y la arpista, la boda tuvo a Jessica y a su equipo improvisando, adaptándose, consolando, animando y coordinando durante tres días seguidos.

El evento se juntó con el paquete de Nochevieja: la oferta de actividades, los espectáculos y la bulliciosa gran fiesta.

Jessica no protestó cuando Vanessa le ordenó que se tomara dos días libres después, y se pasó casi la mitad de ellos durmiendo.

En una ocasión se despertó de repente a las dos de la madrugada y, desorientada, se levantó de la cama y miró por la ventana cuando fue a la cocina para coger una botella de agua. Vio una camioneta desconocida en la carretera, justo delante del Pueblo Hudgens, en lugar de en el aparcamiento.

Distraídamente, se preguntó si Chelsea, su vecina más próxima, tenía un invitado esa noche y por qué había aparcado en la carretera.

Pero, cuando volvió a pasar, la camioneta ya no estaba. Sin darle más vueltas, volvió a acostarse y se quedó otra vez dormida.

El período de calma de principios de enero tocó a su fin con el encuentro de escritores (otro éxito para ella) y este dio paso al festival de esculturas de nieve.

Cada vez que tenían una nueva reserva, Mike irrumpía en el despacho de Jessica y se ponía a dar saltos para celebrarlo.

El interés de los medios de comunicación locales no les vino nada mal.
 
Con el prado que se extendía a su espalda repleto de gente, trineos de caballos tripulados cargados de visitantes y niños pequeños dando paseos en poni en el potrero más cercano, Vanessa realizó una entrevista para la televisión local.

Ness: Nos hace mucha ilusión presentar nuestro primer festival anual de esculturas de nieve aquí, en el Resort Hudgens. Contamos con huéspedes de todo el país, y de Canadá. Tenemos unos recién casados ingleses que están pasando su luna de miel aquí y hoy han decidido participar en este evento.

Con el rabillo del ojo vio que Zac se subía un niño a la espalda mientras el crío esperaba su turno para montar en poni, y se preguntó de dónde había sacado aquel don para meterse a los niños en el bolsillo.

Pero mantuvo su atención en el periodista y respondió a sus preguntas.

Ness: Debo decir que todas las personas vinculadas con el Resort Hudgens han trabajado duro, lo han dado todo para hacer de este evento algo especial, para que todos los que participan lo pasen bien. Y nos alegra ver cuántos amigos y vecinos nuestros se han animado a venir, ya sea como concursantes, ya sea simplemente como espectadores. Nos complace tener a Anna Langtree y los Mountain Men para amenizar el festival con su música esta tarde de dos a tres y media, y de nuevo esta noche a las nueve en el Molino.

Cuando terminó la entrevista, Vanessa fue al encuentro de Jessica.

Jessie: Se te da genial. Transmitir el mensaje y la información y, a la vez, parecer relajada.

Ness: Solo hay que hablar. Oye, algunas esculturas ya empiezan a resultar bastante impresionantes. Parece que ahí están construyendo una familia entera de nieve, hay un par de castillos a medias. Creo que eso podría ser un caballo, uno enorme. Y... eso no sé qué es, justo en línea recta.

Jessie: Parece una serpiente grande.

Ness: No me gustan las serpientes, pero para gustos, colores. -Sonriendo, le tocó el ala del sombrero-. ¿Sabes?, te pega.

Jessie: Me encanta, la verdad. ¿Quién lo iba a decir? Bueno, tú. Si hace un año alguien me hubiera sugerido que estaría en Montana, llevando un Stetson y viendo cómo alguien hace una serpiente de nieve, me habría tronchado de la risa. Y aquí estoy.

Ness: Esto también te pega. Como te pega, y mucho, vamos a nombrarte directora de eventos y te daremos un aumento.

Jessie: Bien -se quitó las gafas de sol, entornando los ojos por el reflejo de la luz en la nieve-. Caray. Íbamos a hablar de eso cuando llevara un año aquí.

Ness: Lo hemos adelantado. Te lo has ganado.

Jessie: Gracias -abrazó a Vanessa riendo-. Gracias a todos. Yo... -Se interrumpió cuando el móvil la avisó de que acababa de recibir un mensaje de texto-. Chelsea, justo a tiempo. Están montando el bufet en el Molino. Puedes anunciarlo dentro de quince minutos. Voy a ir para asegurarme de que todo está en orden.

Ness: Por eso eres directora.

Cuando oyó carcajadas, Vanessa miró hacia el potrero y vio a Zac y a Atardecer improvisando un espectáculo. En ese momento, Zac estaba sentado en la silla pero mirando hacia atrás, mientras el caballo tenía la cabeza gacha y la movía de izquierda a derecha con aire triste.

*: ¡Tiene que darse la vuelta, señor! -gritó uno de los niños-.

Zac: ¿Que tengo que hacer qué?

**: Darse la vuelta -corearon varios niños-.

Zac: A lo mejor debería hacerlo él. 

Servicial, Atardecer se puso del revés.

Zac: ¿Mejor? 

Los niños se desternillaron mientras gritaban: «¡No!».
 
Escuchó, con aparente interés, cuando varios niños le explicaron que tenía que sentarse mirando hacia delante.

Zac: Vale, vale. A ver cómo paso de aquí a ahí.

Giró el cuerpo hacia un lado, lo giró hacia el otro, mientras Atardecer resoplaba a modo de burla. Zac medio resbaló de la silla por la izquierda, se escoró demasiado hacia la derecha mientras los niños se reían o se tapaban los ojos.

Zac: Vale, de acuerdo, creo que ya lo he pillado.

Pasó las dos piernas por el lomo del caballo y se quedó sentado de lado.

Atardecer volvió la cabeza y resopló de nuevo.

Zac: No quiero oír una palabra. Casi lo he conseguido.

En respuesta, el caballo levantó las patas traseras y Vanessa se sobresaltó un poco. Como si el movimiento lo hubiera impulsado hacia arriba, Zac se dio la vuelta en la silla.

El público estalló en aplausos y Atardecer bailó hacia la derecha, bailó hacia la izquierda, y después inclinó la cabeza.

Zac miró a Vanessa y le guiñó el ojo.

Un buen día, pensó ella en tanto que él hacía correr a Atardecer en círculos muy cerrados. Un día buenísimo.

Mientras la gente disfrutaba de la carne de res a la parrilla y el estofado de bisonte, una fotógrafa que quería sacar fotos del inmaculado paisaje nevado encontró lo que quedaba de Karyn Allison.

Para ella, casi tropezarse con sus restos mutilados supuso cualquier cosa menos un día buenísimo.


Veinticuatro horas más tarde, poco después de que el sheriff se sentara en el salón de la madre de Karyn para comunicarle que su hija ya no regresaría a casa, Garrett Clintok subió al coche en el aparcamiento del CAH.

Tal como él lo veía, nadie iba a decirle cómo debía hacer su trabajo. Ni el sheriff, que ya le había echado un rapapolvo, ni nadie.

Lo tenía más claro que el agua.

Llevaba el tiempo suficiente ejerciendo de ayudante para reconocer una manzana podrida en cuanto la olía. Había visto muchas mientras estaba en el ejército. Había visto muchas a lo largo de toda su maldita vida.

Casi todos los problemas de esa zona se debían a peleas, borracheras, disputas domésticas esporádicas -en las que, a su juicio, la mujer probablemente se merecía algún que otro cachete-, a universitarios consentidos que se fugaban, y quizá también a las drogas, muy de vez en cuando.

Tenían mujeres que alegaban que las habían violado, y él no creía ni a la mitad de ellas. Tenían accidentes, etcétera.

Pero lo que no tenían era a dos mujeres asesinadas en menos de dos meses. No hasta que Zac Efron había regresado.

A su modo de ver, dos y dos sumaban cuatro.

Puede que el sheriff hiciera la vista gorda dado que Efron estaba muy unido al clan de los Hudgens.

Él no la haría.

Se dirigió al lugar donde en ese momento Zac estaba ayudando a bajar un caballo del remolque.

Garret: Vas a necesitar que tu mozo se ocupe de los caballos. Acompáñame.

Con calma, Zac llevó al cobertizo la yegua que había descendido por la rampa.

Zac: ¿Y por qué voy a acompañarte?

Garret: Porque lo digo yo.
 
Zac: Evan, anda, cepíllala. Yo iré a por el otro.

Clintok sacó pecho. Un pavo ahuecándose las plumas. Un toro preparándose para embestir.

Garret: He dicho que me acompañes.

Zac: De eso nada. A menos que lleves una orden de arresto en el bolsillo -guio al segundo caballo por la rampa-. ¿Tienes una orden, ayudante?

Garret: Puedo conseguirla.

Zac: Pues ve a hacerlo -miró a Evan, que estaba al lado de la yegua con los ojos muy abiertos y la mandíbula un poco floja-. Cepíllala, Evan. -Luego, sujetando al otro caballo por la cabezada con una mano, se volvió de nuevo hacia Clintok-. Aquí tenemos cosas que hacer. Si quieres apuntarte a un paseo, debes ir dentro.

Garret: ¿Quieres ponérmelo difícil?

Zac: Eso parece, ¿no? -sonrió, pero sin humor-. Te lo voy a decir sin tapujos, y delante de este muchacho, que hará de testigo: si vienes a por mí sin una orden de arresto, yo iré a por ti. ¿Te parece bien si lo hacemos así de difícil?

Zac vio que la furia le encendía la cara. Y se quedó tal como estaba, con la mirada serena, el cuerpo engañosamente relajado.

Garret: ¿Dónde estuviste el doce de diciembre, entre las cuatro de la tarde y las nueve de la noche?

Zac: Bueno, vamos a ver. -Con la otra mano, sacó el móvil y abrió el calendario-. Parece que ese día me levanté temprano. Di una clase antes del horario escolar. Tuvimos algunos paseos en trineo. Cuando llegué, Evan, el mozo, guio uno, yo otro, y Ben, que ahora mismo aún está en el centro, guio los demás. Ese día nos trajeron forraje, y aquí pone que el pinto al que llamamos Cochise se apoyaba más sobre la pata delantera izquierda. Tuvimos...
 
Garret: Corta el rollo. A las cuatro.

Zac: Debí de irme sobre esa hora.

Garret: ¿Solo?

Zac volvió a meterse el móvil en el bolsillo.

Zac: Fue hace más de un mes, pero como no creo que de repente te interese cómo paso el rato, recuerdo que el doce de diciembre fue el día que desapareció la chica universitaria. En ese caso, debía de estar solo, dado que Vanessa estaba en Missoula, y llegué demasiado pronto para que Mike y yo fuéramos juntos.

Garret: ¿No tienes a los engreídos Hudgens haciendo cola para tu coartada? -miró alrededor exagerando el gesto-. No veo a Vanessa corriendo hacia aquí para que puedas esconderte detrás de ella.

Zac: Te conviene andarte con cuidado en ese aspecto -dijo en voz baja-.

Garret: Veremos quién tiene que andarse con cuidado. No es más inteligente por tener dinero, algo que los Hudgens han constatado al contratarte. Me pregunto qué se inventarán cuando estés entre rejas como mereces.

Aunque hervía de cólera, Zac habló sin alterar la voz:

Zac: Clintok, los dos sabemos que tu problema no es con los Hudgens, o no en su mayor parte, al menos. Así que, ¿por qué no nos ceñimos a ti y a mí?

Garret: Como esta vez no los tienes para cubrirte las espaldas, ¿te vio alguien el doce de diciembre? ¿Alguien que pueda verificar dónde estabas?

Nadie, maldita sea, pensó Zac, pues había subido a Atardecer a un remolque y lo había llevado al centro para trabajar con él durante un par de horas.

Zac: Es difícil decirlo.
 
Clintok se inclinó hacia él.

Garret: ¿Qué tiene de difícil?

Evan: Esto..., ¿jefe? -Tragando saliva, tanta que los dos pudieron oírlo, se acercó un poco-. Disculpe, pero creo que le está costando hacer memoria. El día que hubo que vendar la pata delantera a Cochise, ¿no fue el mismo día que nos pusimos con los arreos? A limpiarlos y arreglarlos. Usted terminó quedándose, trabajando conmigo hasta casi las seis. Después nos tomamos una cerveza, antes de irnos. Yo no creo que me fuera hasta poco antes de las siete, y usted todavía estaba. Quería verle la pata a Cochise antes de marcharse. Lo recuerdo con bastante claridad.

Zac le mantuvo la mirada un instante más.

Zac: Es posible.

Evan: Yo lo tengo bastante claro. ¿Es eso lo que quería saber, ayudante? 

Clintok se volvió hacia él.

Garret: ¿Me estás mintiendo? Porque mentir a un policía es delito.

Evan: ¿Por qué iba a mentirle? -retrocedió un paso-. Solo lo he dicho por lo que usted preguntaba. Que estuvimos aquí hasta más o menos las siete; fue agradable sentarse a tomar una cerveza después de un día largo, y luego me fui a casa.

Zac: Vuelve al trabajo, Evan.

Evan: Vale, jefe, solo intentaba ayudar.

Garret: ¿Cómo es que no tienes todo ese rollo que acaba de soltarnos en el puto móvil, Efron?

Zac: Tengo mi horario, y terminé a las cuatro. A veces hay cosas que hacer, o yo quiero que se hagan, y me quedo más rato. No anoto en mi calendario si me tomo una cerveza con uno de mis hombres. Si eso responde a tus preguntas, tengo caballos de los que ocuparme.
 
Garret: Dos mujeres muertas, Efron. Dos desde que has vuelto. A lo mejor investigo uno poco en California y encuentro más.

Zac: Ocupa tu tiempo como estimes conveniente, ayudante. Yo haré lo mismo.

Zac entró el caballo en el cobertizo, le quitó la manta con cuidado y después apoyó los puños apretados en su cruz. Calculaba que otros diez segundos, probablemente no más de cinco, y habría sacado a pasear esos puños.

No habría sido capaz de seguir conteniéndose.

Se obligó a aflojarlos cuando oyó a Clintok arrancar el coche y lo vio alejarse levantando gravilla con las ruedas.

Tenía que agradecer al muchacho que le hubiera ahorrado lo que habría sido una desagradable pelea. Pero...

Zac: No tenías por qué hacerlo, Evan.

Evan: Solo he dicho lo que recuerdo. Teníamos montones de arreos que limpiar.

Zac: Nos pusimos con los arreos un par de días después. Lo sabes tan bien como yo.

Evan: La verdad es que no -lo miró por encima de los lomos de los caballos. La firmeza obstinada de su mandíbula vaciló bajo la penetrante mirada de Zac-. Puede que lo sepa ahora que lo pienso, pero no me ha gustado cómo le ha hablado, jefe, ni su pinta. Juro que quería sacar el arma, apuntarle con ella. Lo juro. No quería ver cómo le causaba problemas, eso es todo.

Zac: Te lo agradezco. De veras. Pero la próxima vez, y con Clintok siempre hay una próxima vez, no lo hagas. No tiene sentido ponerte en su punto de mira. A mí me tiene ojeriza desde que éramos adolescentes, y eso no va a cambiar.
 
Evan: Algunas personas son malas desde que nacen, supongo. ¿Hablaba de la chica desaparecida? ¿Ha dicho que está muerta?

Zac: Eso me ha parecido.

Evan: Válgame Dios, Zac -soltó el aire despacio mientras cepillaba la yegua con una almohaza suave-. Eso es horrible. Eso no está bien. Pero tiene que ser un estúpido si cree que usted haría algo así.

Zac: Como he dicho, llevo mucho tiempo en su punto de mira. Antes o después, estará encantado de tener una excusa para apretar el gatillo.

Antes o después, pensó Zac, puede que él se viera obligado a dársela.


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