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viernes, 31 de marzo de 2017

Capítulo 4 - Por agosto, las tronadas suelen ser más pesadas


Zac tenía trabajo por castigo, como acompañante de los inspectores de la Consejería. Ya era raro que el Gobierno enviara a sus funcionarios por aquellos pueblos recién comenzado un mes tan poco hábil como suele ser agosto para asuntos oficiales. Por ese motivo, pasó el día entero de granja en granja, la mayoría del tiempo sin cobertura. No fue hasta bien pasadas las tres de la tarde cuando se enteró, por boca de su padre, cuando se presentó en el mesón a recoger a las niñas.

Impactado y cada vez más aterrorizado, apenas escuchó que Vanessa estaba herida grave y que la habían evacuado en un helicóptero medicalizado al hospital, salió pitando hacia allí, no sin antes rogar a sus padres que se hicieran cargo de las niñas hasta su regreso.

Condujo obligándose a no pisar el acelerador más de lo permitido y con la incertidumbre del estado real de Vanessa, cualquiera sabía si al ir la noticia de boca en boca se había exagerado en exceso, como suele suceder. Pero antes de tomar la nacional 232, paró en la salida de una rotonda y llamó a su hermano. Fue Drew, por boca de Brittany, el encargado de explicarle lo sucedido. Su hermano confirmó las peores sospechas de Zac cuando le contó que Vanessa iba de patrulla cuando ella y su compañero Troy sorprendieron en un paraje solitario a un par de ladrones de hilo de cobre de los tendidos eléctricos. Uno de ellos huyó al ver a la patrulla, pero el otro, según sospechaba la Policía, bajo el efecto de la cocaína, plantó cara a los agentes con un cuchillo de monte. Con tan mala fortuna que, cuando intentaron reducirlo sin recurrir a la opción extrema de desenfundar sus armas reglamentarias, Vanessa recibió una cuchillada en el brazo. Por lo que Drew contaba, el tipo huyó en un coche y no tardó en ser detenido y arrestado a dos kilómetros del pueblo. Pero lo importante era que la rápida intervención de Troy, que practicó un torniquete a Vanessa con su propia corbata, le había salvado la vida, ya que le había seccionado la arteria humeral. Drew concluyó con la última información que tenían los compañeros de Vanessa. El brigada Parker había volado junto a ella en el helicóptero y, por una llamada suya, sabían en el cuartel que había entrado en quirófano de urgencia.

Zac no supo de dónde sacó las agallas necesarias para continuar. Odiaba los hospitales. Desde la muerte de Michelle, los asociaba con el dolor y el sufrimiento. Condujo los ciento tres kilómetros restantes con el miedo atenazándole la garganta. En cuanto aparcó el todoterreno frente al hospital, corrió como una exhalación a la puerta de urgencias. Tuvo que apoyarse en la pared para serenarse cuando en la ventanilla de admisión le confirmaron que Vanessa ya había sido intervenida y pasada a planta.

Sintió escalofríos cuando el ascensor se detuvo en el segundo. Aunque no se trataba del mismo edificio, pero esa fue la planta del contiguo Hospital Materno Infantil donde, tras la alegría de saber que era padre de una niña sana, recibió la peor noticia de su vida cuando le comunicaron que su esposa acababa de fallecer a causa de una hemorragia posparto, a pesar de haber hecho por ella todos los esfuerzos médicos posibles.

Las puertas se abrieron en la planta sexta y Zac avanzó por el pasillo, buscando con la mirada el número seiscientos veintitrés. Abrió la puerta con cuidado y enseguida la vio en la cama, junto a la ventana. Con la mirada adormilada por los analgésicos y la melena desmadejada sobre la almohada. Ella giró la cabeza y, cuando Zac quiso ir hacia ella, los pies no le respondieron. Durante un par de segundos se quedó clavado en el sitio, abrumado por la emoción. Hasta en un momento tan duro, Vanessa tenía una sonrisa tranquilizadora para él.


Con voz cansina y medio atontada por la medicación, Vanessa le contó lo ocurrido, restando gravedad al incidente al ver a Zac tan afectado. Aunque trataba de disimular el pánico, ella veía en su mirada hundida y en el color cetrino de su rostro lo asustado que estaba. Y sabía también que no era ella la única causa de su alterado estado de ánimo, era evidente que el entorno hospitalario lo había obligado a revivir la tragedia sufrida dos años atrás.

Ness: Ya lo ves -añadió agarrándole la mano con la que él le acariciaba el pelo-. No hay de qué preocuparse, me han cosido y problema solucionado. Menos mal que estaba Troy allí. Es rápido, el tío… Vale millones como compañero… y como persona -reconoció intentando no caer rendida por el sopor-.

Zac: Le debes la vida -exhaló llevándose la mano de Vanessa a los labios-.

Le besó los nudillos y, después, la sujetó junto a su mejilla, sin dejar de mirarla a los ojos. A ella le pesaban los párpados e hizo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos.

Zac se levantó de la silla y observó la etiqueta de la medicación gota a gota que le estaban administrando por vía intravenosa. Antibiótico y analgésico, como ya imaginaba.

Zac: No muevas la mano -la riñó para que no se le soltara la aguja de la vía que llevaba sujeta con esparadrapo-.

Ness: Me quedará una cicatriz feísima.

Zac: ¿Qué más da eso? -rebatió con un deje de rabia y desesperación-. Lo importante es que ya ha pasado y que vas a ponerte bien.

Ness: Está en la parte de dentro del brazo -comentó siguiendo a la suya-. Espero que no se vea… mucho.

Era una chica y, pasado el peligro, su sentido de la estética femenina prevalecía sobre la sensatez. ¿Cómo no iba a preocuparle la fea cicatriz?

Zac: ¿Quién se queda contigo? -preguntó llevando la conversación hacia asuntos más importantes que la estética-.

Vanessa le había dicho hacía un momento que Parker se había marchado para informar en persona de lo ocurrido. A Zac lo imaginaba ocupado en trámites y papeleos burocráticos.

Ness: No hace falta que se quede nadie como acompañante -alegó señalando el timbre avisador con la frente-. En cuanto aviso, las enfermeras no tardan nada en venir a ver qué necesito. Además, mis padres ya están de camino.

Ella le dijo a la hora que habían salido de San Francisco y Zac hizo un rápido cálculo mental. Entre tanto, ojeó a su alrededor con una mirada furtiva; el color de aquellas paredes y el característico olor a hospital le ponían enfermo.

Zac: En un par de horas los tendrás aquí contigo -informó, para que estuviese tranquila. Y por su propia tranquilidad-. Cariño, yo no puedo quedarme, el trabajo, las niñas y la distancia…

Ness: ¡Zac, no te preocupes, por favor! -lo frenó al ver su mirada desolada-. De verdad que no es necesario. Si me darán el alta enseguida, lo ha dicho el médico.

Zac: Te llamaré todos los días, por la mañana y por la tarde -aseguró-.

Se sentía culpable porque todos los impedimentos que acababa de enumerar eran ciertos, pero en su fuero interno reconocía que eran puras excusas porque en realidad no quería pisar aquel lugar que tan malos recuerdos le traía. Ni ver a Vanessa en aquella cama…

Vanessa sintió lástima al verlo respirar hondo con la vista clavada en el techo para aliviar la presión.

Ness: Zac, mis padres han insistido en que me marche con ellos a San Francisco en cuanto me den el alta -dijo sabiendo que con ello le quitaba un peso de encima-. Quieren cuidarme, hasta que me recupere del todo.

Zac: Debes hacerlo, más por ellos que por ti -aconsejó. Y fue absolutamente sincero al decirlo-. Eres su niña, sé muy bien lo que sienten.

Vanessa por fin perdió la batalla ante el letargo. Zac, viendo que los párpados se le cerraban por momentos, la besó suavemente en los labios.

Zac: Descansa, mi vida -murmuró-. Se hace tarde y yo me tengo que marchar.

Con una última caricia se despidió de ella y salió escopetado del hospital. Ya en el coche, aún retenía el inconfundible olor a asepsia y enfermedad, como si lo llevara impregnado en la camisa. Puso el Toyota en marcha y se fue guiando el volante como un autómata.

Durante el trayecto, los recuerdos dolorosos lo asaltaron a traición. Se vio a sí mismo, ante el cristal de la maternidad, contemplando con el corazón fulminado a Sarah en aquella incubadora, tan pequeña y desvalida. Recordó que las lágrimas le corrían por la cara mientras le prometía en silencio que siempre cuidaría de ella. «Vamos a hacer cuanto esté en nuestra mano, pero no voy a engañarle: el estado de la madre es crítico, es mejor que se prepare para lo peor…»

Estaba a mitad de camino cuando tuvo que coger un desvío y detener el coche en un yermo. Apoyó los antebrazos en el volante y la cabeza sobre estos. Estaba temblando y el aire no le llegaba a los pulmones.


La recuperación de Vanessa fue todo lo excelente que cabía esperar en una mujer joven y saludable. Durante las tres semanas que pasó en San Francisco se dejó cuidar y mimar por su madre hasta que, acostumbrada como estaba desde hacía años a vivir en la marcial independencia de los cuarteles, los desvelos cariñosos de sus padres llegaron a agobiarla.

Regresó a Clermont a finales de agosto, ya repuesta y con el alta médica bajo el brazo. Pero a pesar de las ganas que tenía por reincorporarse al trabajo, una preocupación empañaba la alegría de su vuelta a aquel entrañable rinconcito de Florida. Tenía un presentimiento negativo, o quizá es que en San Francisco había tenido demasiado tiempo para darle vueltas a la cabeza. El caso es que Vanessa tenía la certeza de que Zac había cambiado y no entendía el motivo.

Cierto era que la distancia entre Spring Hill y Clermont, sumada a las obligaciones que lo tenían tan atado, fueron un impedimento para que la visitara por segunda vez en el hospital. Entonces ella lo excusó diciéndose que su ausencia se debió, además de a los justificados motivos que ya conocía, a la rapidez con que le dieron el alta. Y abandonado el hospital e instalada en casa de sus padres, nuevamente lo excusó repitiéndose, a fin de convencerse a sí misma, que San Francisco aún estaba más lejos de Spring Hill y que una escapada de Zac, con las niñas y el trabajo, era misión imposible. A pesar de la sensatez de sus argumentos, Vanessa esperó cada día una llamada suya anunciándole un viaje relámpago para ir a verla. Pero esa tan anhelada y a la vez tan lejana buena nueva nunca llegó. Por el contrario, las llamadas de Zac, dos diarias durante la primera semana, fueron cada vez más espaciadas.

Vanessa lo notaba distante, y le dolía el desapego que notaba hacia ella, a pesar de que ante sí misma lo excusaba siempre recordándose, cada vez que la asaltaban los pensamientos pesimistas, que Zac era un hombre muy ocupado y sus parcas muestras de afecto no eran fruto del desinterés hacia ella sino del cansancio.

Esa mañana, en la piscina del pueblo, a pesar de lo concurrida que estaba, Vanessa se sentía inmensamente sola. Miró el reloj y decidió recoger sus cosas. No quería que se le hiciese tarde y aún debía prepararse la comida antes de incorporarse a su turno de trabajo.

Vio llegar a Zac con las niñas cuando estaba ya plegando la toalla. Jessica corrió hacia ella y se lanzó a sus brazos. Ella la cogió a pulso, mordiéndose los labios para ahogar un quejido. La herida había cicatrizado pero el brazo aún le dolía al realizar algún esfuerzo. Y Jessica, que había dado un estirón durante su ausencia, pesaba lo suyo.

La dejó en el suelo y se agachó a juguetear con Sarah, que agarrada de la mano de su padre parecía tener un ataque de vergüenza al verla. Vanessa se incorporó y se colgó la bolsa del hombro sano.

Ness: Parece que ya no me conoce -le dijo a Zac, a la vez que se levantaba las gafas de sol-.

Él le dio un beso en la mejilla y le acarició el hombro desnudo. Pero el gesto duró solo un segundo porque apartó la mano y levantó en brazos a Sarah. Vanessa sintió una extraña inquietud; los gestos de Zac no hacían sino confirmar sus sospechas de que algo había cambiado para mal.

Zac: Cosas de niños, no le des importancia.

Ella acarició los ricitos de Sarah, con lo que consiguió que le regalara por fin una sonrisa.

Ness: No sabía que tenías intención de venir a la piscina -comentó, algo decepcionada-. Si me lo hubieses dicho, os habría esperado para venir juntos.

Zac: Ha sido pensado y hecho.

Una respuesta tajante y escueta que a Vanessa le sonó a excusa más que a otra cosa. Ladeó la cabeza y le guiñó un ojo, en un gesto cómplice.

Ness: Me tengo que marchar que se me hace tarde. Adiós, preciosas -dijo mirando a las niñas, luego miró a Zac-.

Él sonrió, se besó el dedo índice y lo apoyó en los labios de Vanessa a modo de despedida.

Zac: Mañana es mi cumpleaños -anunció-.

Ness: ¿En serio? No tenía ni idea -dijo con una sonrisa de sorpresa-.

Zac: ¿Cenamos juntos?

Vanessa descifró en la mirada chispeante de Zac la invitación implícita a dormir juntos también.

Zac: ¿A las nueve va bien?

Ness: Perfecto.

Ella se despidió definitivamente de los tres y les dio la espalda camino de la salida. No había avanzado ni diez metros cuando Zac la llamó.

Zac: Vanessa -ella giró la cabeza-. A las nueve te espero en casa, no lo olvides.

Asintió sonriente y rodeó la piscina camino de la salida con renovadas esperanzas con respecto a ellos dos. Había dicho «en casa» no «en mi casa», eso significaba que todas sus dudas tontas no eran más que una falsa alarma.


Zac se quedó sin aliento cuando abrió la puerta.

Ness: Feliz cumpleaños -dijo para romper el silencio-.

Con una sonrisa y un beso suave en los labios, pasó delante de él. Zac la siguió por las escaleras sin poder apartar la mirada de los altos tacones negros y las medias con costura del mismo color. El vestido corto de seda estampada era tan liviano y holgado que, con cada movimiento le dejaba un hombro al aire.

Vanessa entró en el comedor con la espalda erguida, dominando la situación. El silencio que reinaba en la casa le dijo que estaban solos esa noche. Observó la mesa preparada para dos, con servilletas de hilo, copas de cristal tallado y el solomillo humeante en el centro.

Giró en redondo con un movimiento que era pura seducción y clavó sus ojos en los de Zac.

Ness: ¿Tu regalo lo quieres antes o después de cenar?

Zac: No veo ningún paquete -murmuró repasándola de arriba abajo con una mirada intensa-.

Casi se traga la lengua cuando Vanessa agitó los hombros, haciendo resbalar el vestido que cayó con la ligereza de un pañuelo hasta quedar arremolinado a sus pies. Admiró las medias con liga de encaje, que se sujetaban solas en torno a sus muslos, el tanga negro y el sujetador balconet a juego que dejaba la mitad de los pechos a la vista.

Ness: ¿Te gusta tu regalo? -tuvo tiempo de decir antes de que él la levantara por la cintura con ambas manos-.

Vanessa enroscó las piernas a su cuerpo y lo besó en el cuello mientras la llevaba hacia el dormitorio. Zac abrió la puerta con el pie y fue directo a la cama. La tumbó primero para no hacerle daño, aunque tentado estuvo de lanzarse en plancha con ella en brazos. Vio que iba a quitarse los zapatos y la detuvo con una silenciosa negación. Ella sonrió y se los dejó puestos; era su noche, él decidía cuándo y cómo desnudarla.

Sin dejar de mirarla, se quitó toda la ropa y, antes de tumbarse a su lado, se acarició la entrepierna despacio y a conciencia, durante un breve lapso de autosatisfacción de voyeur. La morena de sonrisa juguetona, transformada en diosa del sexo ante sus ojos para su exclusivo disfrute, merecía demorar el momento de tocarla.

Ella le tendió la mano y él no se hizo de rogar. Se tumbó de lado, con el codo apoyado en el colchón para poder contemplarla sin perder detalle. Ella se acariciaba el estómago, dibujando con el dedo filigranas invisibles alrededor del ombligo.

Zac se reservó los labios para el final y posó los suyos calientes sobre la curva de un pecho y recorrió con la boca el valle que lo separaba del otro. Quería ir despacio pero la suya era una seducción hambrienta. Con la mano la recorrió de arriba abajo, mientras le lamía los pezones, los saboreaba y mordisqueaba cada vez más excitado al sentirla agitarse contra él y gemirle al oído pidiéndole más. Introdujo los dedos por el borde del tanga. Una sorpresa lo impulsó a alzar la mirada, Vanessa se había depilado entera. Se deslizó hacia abajo, se colocó de rodillas sobre el colchón y de un tirón le bajó el tanga. Como se enredó en los altísimos tacones, le quitó los zapatos y los lanzó por encima del hombro; el diminuto triángulo de encaje siguió el mismo camino.

Zac lamió con un roce provocador el vértice de sus muslos sellados y la miró a los ojos. Ella abrió las piernas; bastó una mirada para que entendiera que estaba lista, deseosa de ser devorada. Y él disfrutó del inconfundible sabor a ella, excitándose de llevarla al límite mientras la oía gemir. A Zac se le escapó un jadeo cuando Vanessa le cogió la cabeza con ambas manos suplicándole que apartara la boca de su sexo.

Ness: Por favor…

Zac: ¿No te gusta? -murmuró besándole el pubis-.

Pregunta que era pura ironía; Zac sabía muy bien cómo volverla loca de deseo. Recorrió con suaves mordiscos y besos el camino desde el ombligo hasta su boca y la besó sin tregua, minando sus reservas a la vez que la acariciaba entre las piernas con un solo dedo.

Ness: Baja… -exigió con un gemido-. Baja de la cama.

Él se quedó mirándola un segundo y al ver sus ojos felinos esbozó una lenta sonrisa. Echarlo con tono de orden formaba parte del juego. Obedeció y se quedó de pie, con las piernas abiertas y las rodillas tocando el borde del colchón. Con los ojos fue él quien le dio una orden silenciosa que Vanessa entendió a la primera. Zac tuvo un subidón de adrenalina al verla gatear hacia él. Y cerró los ojos, con un grito atascado en la garganta, cuando ella abrió los labios y lo engulló hasta donde fue capaz. Entonces fue él quien agarró la cabeza de Vanessa con ambas manos, sus dedos se movían erráticos enredados en la melena, porque las sabias caricias de su lengua le proporcionaban un placer tan intenso como un chispazo eléctrico.

Zac: Vanessa, para, por favor -gimió-. Si sigues me voy a…

Ella lo liberó.

Ness: ¿No te gusta? -lo provocó con una risa traviesa, cómo él había hecho momentos antes-.

Arrodillada, enroscó los brazos a su cintura y apoyó la boca abierta en el centro de su pecho. Bajó de la cama y sacudió la melena a un lado y a otro. Zac la vio caminar hacia la ventana. Cuando apoyó la espalda en la pared y le hizo una seña con un dedo para que se acercara, supo lo que quería. Las fantasías de película eran una cosa y la realidad muy diferente, mantenerla a pulso y lograr un orgasmo memorable no era fácil. Y lo último que quería era fracasar en el intento. Por otra parte, estaba tan al límite de su aguante que en cuanto la penetrara iba a correrse tan rápido que su semen saldría disparado dentro de ella como ráfagas de metralleta.

Eso le hizo recordar un detalle importante: el preservativo. Pero esa noche la quería sin barreras. Era una locura, un riesgo añadido… ¡Pero deseaba sentir el roce piel contra piel! Fue hacia ella, la cogió por las caderas y la besó en la boca con lenta sensualidad, dominándola con su cuerpo, aplastándola contra la pared.

Zac: Quiero sentirte al natural -murmuró sobre sus labios-.

Ness: Yo también -aceptó con un beso ansioso-. No hay problema, tengo controlado mi ciclo.

Saber que compartía sus deseos lo excitó todavía más. No estaba seguro de poder aguantar y quería darle a Vanessa todo el placer imaginable.

Zac: Quieta -ordenó. Le lamió los pechos y con la boca fue bajando hasta quedar en cuclillas-. Separa las piernas.

Ella apoyó las manos en sus hombros e hizo lo que le pedía. Zac se abrió camino con los pulgares, selló su sexo con la boca abierta y la hizo gozar con la lengua. La respiración errática de Vanessa, el temblor de sus muslos y los dedos crispados en su nuca le indicaron que estaba llevándola por el camino de no retorno. Pleno de satisfacción interior, lamió con intensidad cuando a ella le sobrevino el orgasmo. Sin darle tiempo a recuperarse y antes de que se dejara caer sobre él agotada de placer, se puso de pie y la levantó en vilo, obligándola a que se agarrara a su cuerpo con brazos y piernas. Cuando la tuvo bien sujeta contra la pared, empuñó su miembro. Estaba tan caliente que la erección era casi dolorosa.

Zac: No voy a durar -gimió penetrándola de un solo empujón-.

Vanessa le besó la mandíbula, lamió el lóbulo de la oreja y le habló al oído.

Ness: Déjate llevar.

A Zac le flaquearon las rodillas, con un rudo movimiento de cadera se enterró todavía más en ella, cogiéndola bien fuerte por las nalgas. Con el rostro cobijado en su cuello, exhaló una sarta de murmullos entrecortados al sentir su dulce opresión. Y Vanessa siguió contrayendo los músculos con un ritmo creciente que, sin necesidad de moverse, lo llevaron hasta la locura.


Fue una noche insuperable, maravillosa. Un cumpleaños digno de recordar, de eso estaba segura Vanessa al día siguiente. Durante la ronda de patrulla, no se le borraba la sonrisa de la boca; y por ir medio alelada en el asiento del copiloto del Land Rover, tuvo que soportar las bromitas de Troy.

Troy: Decidido. Vamos a hacer una paradita rápida, para que te dé el aire a ver si espabilas -anunció reduciendo la velocidad al entrar en estrechas calles-. Y de paso compraré una papeleta de lotería para Navidad. No sea que toque y…

Vanessa salió de su letargo romántico y alzó la vista. Su compañero aparcó en batería enfrente de Casa Royo. Ambos bajaron del vehículo y, sin preocuparse por cerrar las puertas como tenían por costumbre, entraron en el bar restaurante. Mientras Troy pedía un par de refrescos en la barra y entablaba conversación con el camarero, bromeando y haciendo planes en el caso de que las papeletas que colgaban a la vista resultasen premiadas en el sorteo más esperado del año, Vanessa se sentó en un taburete y dio un trago a su Coca Cola.

Paseó la mirada por las botellas de las estanterías de la pared. Observó que las camareras entraban y salían de la cocina cargadas de platos, con el ajetreo propio de las tres de la tarde. Ella había almorzado temprano, como acostumbraba cuando entraba de turno de las dos. Entonces cayó en la cuenta de que había olvidado sacar del congelador la merluza para la cena. Hizo un repaso mental de las existencias de su nevera. No le apetecía cocinar, después de la ducha y en pijama, se conformaría con un arroz tres delicias congelado, recurso rápido al que recurría bastante a menudo, y un melocotón o un puñado de cerezas.

De reojo vio que de la cocina salía una tarta con velas encendidas de cumpleaños, pero no le prestó atención porque su compañero Troy la introdujo, sin comerlo ni beberlo, en la ilusa conversación que se traía con el camarero.

Ness: Cuánto os gusta jugar al cuento de la lechera -los reconvino, dado que la fantasía había derivado hacia coches deportivos y cruceros por el Caribe-.

No había acabado de decirlo cuando a través de las puertas abiertas del comedor se escuchó que cantaban el típico Cumpleaños feliz y, por curiosidad, miró hacia allí.

La botella estuvo a punto de resbalársele de la mano. Sin apartar la vista de la mesa del cumpleaños, la dejó sobre la barra y se hizo hacia atrás para ver mejor. Estaba tan atónita que bajó del taburete de un salto. No podía creer lo que veían sus ojos: el hombre que soplaba en ese momento las velas era Zac. Y toda su familia se arrancaron a aplaudirle: las niñas, sus padres y su hermano. Estaba celebrando su cumpleaños con las personas que más quería y a ella no la había invitado.

Troy: No me lo agradezcas -la distrajo tendiéndole la participación de lotería que le regalaba-. Pero si toca, al menos que te lleves un pellizco tú también.

Vanessa respondió con un breve asentimiento.

Ness: Dame un cuarto de hora, por favor -rogó a la vez que guardaba la papeleta en el bolsillo de su camisa-. ¿No te importa?

Troy: ¿Te encuentras mal?

Ness: Necesito estar sola -murmuró-.

Giró en redondo y salió del restaurante todo lo rápido que pudo. Caminó hasta un callejón estrecho y desierto, no quería que nadie la viera. Apoyada en la pared, revivió la escena que acababa de contemplar hacía apenas dos minutos. Se sentía excluida. ¿Por qué a ella la había invitado a celebrarlo en privado la noche anterior? Qué ridícula e indigna se vio a sí misma al recordar la escena de la lencería, ofreciéndose a sí misma como regalo cachondo de cumpleaños dentro de un envoltorio aún más caliente. Con las lágrimas quemándole en los ojos, tuvo que rendirse a la evidencia: Zac le había hecho un hueco en su cama, pero no en su vida. Ella no era nadie. No entraba en ese reducido grupo de las personas que a él le importaban de verdad. Vanessa se tapó la cara con las manos y, por primera vez, lloró por un hombre.




Pobre Ness...😩
¡¡Zac, eres un insensible!!😠

¡Gracias por leer!


lunes, 27 de marzo de 2017

Capítulo 3 - Julio caliente, quema al más valiente


A principios de Julio, Zac aprovechó las vacaciones escolares para que Jessica y Sarah disfrutaran de un par de semanas de playa con sus abuelos maternos.

Estaba solo en Clermont y era noche de fiesta, así que salió de casa con el ánimo dispuesto a tomarse una copa y disfrutar del ambiente verbenero. En la plaza de la Iglesia, una disco-móvil llenaba la noche con un rabioso reguetón. La habían contratado con motivo de la festividad de San Cristóbal, patrono de los conductores. En una comarca rural como Clermont, y en las vecinas, era una fiesta muy celebrada por la cantidad de chóferes que se dedicaban al transporte de ganado y cereales.

Al llegar a la plaza, Zac fue directo en el mesón y salió de allí con un vaso de tubo en la mano. Se apoyó en una esquina solitaria y se dedicó a observar al personal. El baile estaba a reventar de gente. No le costó distinguir a la mayoría de guardias jóvenes del cuartel. En realidad sus ojos buscaban a Vanessa que, entre risas y bromas, empezó a perrear con otro guardia jovencillo en cuanto comenzó a sonar una canción de Daddy Yankee. Con tanto contoneo y refriega, aquello era lo más parecido a una danza del apareamiento. Zac dio un trago sin dejar de mirar a Vanessa, tenía gracia para moverse. La Naturaleza en estado puro, pensó por defecto profesional. Instinto animal: la hembra se ofrece y el macho se encela por cubrirla. Con algo muy similar a la rabia bulléndole en la boca del estómago, Zac entornó los ojos y desechó de manera tajante las comparaciones zoológicas. No le hacía la menor gracia contemplar ante sus ojos los preliminares de la cópula de esa hembra en concreto. Cuando apuró los dos dedos de whisky que le quedaban y los cubitos de hielo le golpearon los labios, reparó en que podía haberse bebido media docena sin saborearlo siquiera porque los meneos sensuales del culo de Vanessa le tenían absolutamente hipnotizado.

Entró de nuevo en el mesón, pero esa vez salió con un vaso en cada mano y la estrategia clara en mente: apartar a la chica de verde con el cuerpo más apetecible de la zona del resto de machos de la manada. Sorteó a la multitud y se plantó delante de Vanessa ofreciéndole una copa en silencio. Ella, encantada con el detalle, lo recibió con una enorme sonrisa y un par de besos en las mejillas que dejaron a Zac pasmado. Y aprovechando la euforia de Vanessa, la cogió de la mano como si tuviera todo el derecho del mundo a hacerlo y se la llevó de allí.

En el rincón más apartado de la plaza compartieron dos copas más, con mucho tonteo y cruces de miradas. Zac se lanzó con un primer beso en el pulso de la muñeca. Vanessa, como quien no quiere la cosa, sonrió y le apartó a Zac el pelo de la frente. La conversación y el whisky fueron a más, las bromas con doble sentido subieron de tono y Zac aprovechó que Vanessa echó la cabeza hacia atrás muerta de risa para robarle un beso en el cuello que se alargó más de la cuenta.

Como una cenicienta moderna, Vanessa miró la hora en el reloj del Ayuntamiento.

Ness: Se me hace tarde -anunció con una mueca conformista-. Mañana toca madrugar.

Zac le cogió el vaso de la mano.

Zac: Déjame que lleve esto ahí adentro y te acompaño al cuartel.

Ness: No hace falta, de verdad. Sé protegerme sola.

Zac: De eso no me cabe duda -afirmó yendo hacia el Mesón-.

Un minuto después, Vanessa lo tenía de regreso.

Zac: ¿Nos vamos? -propuso poniéndole la mano en la parte baja de la espalda-.

Ella miró hacia los que bailaban; la mayoría de sus compañeros ya se habían marchado. Se despidió moviendo la mano de un par de guardias que aún se movían en el centro de la plaza y caminó junto a Zac en dirección a la calle mayor; la casa de él quedaba de camino, apenas cien metros antes de llegar al acuartelamiento.

Con la excusa de que la pendiente cuesta abajo se le hacía difícil con los tacones, Vanessa se agarró del antebrazo de Zac y él no desaprovechó la ocasión. La agarró por la cintura, tiró de ella y la besó con decisión. Ella le enroscó los brazos al cuello y se entregó con muchísimas ganas.

Zac se separó de su boca poco a poco, acariciándole los labios con los suyos. Vanessa lo miró a los ojos, entre satisfecha y curiosa.

Ness: Quién iba a sospechar que el papá perfecto sabía besar como un demonio.

El comentario no fue bien recibido por Zac, porque se puso serio y le tomó las manos aún enlazadas en su cuello para que lo soltara.

Sin pronunciar palabra, continuaron camino hasta que llegaron a la puerta de su casa. Él con las manos en los bolsillos y ella haciendo equilibrios para no caerse de culo por culpa de los tacones. Incómoda, Vanessa, se esforzó en improvisar una despedida que aliviara la tensión que se había instalado entre ellos mientras Zac sacaba las llaves y abría el pesado portalón de madera. Finalmente, decidió no andarse por las ramas.

Ness: ¿Qué es lo que he hecho o dicho que te ha sentado tan mal? -le preguntó cogiéndole del brazo para que se diera la vuelta-.

Zac la miró de frente.

Zac: No admito bromas sobre ese tema.

Entonces fue Vanessa la que se puso seria, ofendida por el hecho de que malinterpretara un comentario que a cualquier otro hombre le habría hecho hincharse más orgulloso que un pavo.

Ness: Perdóname, pero lo último que pretendía era ofenderte. Olvida que lo he dicho y pasemos página.

A pesar del tono áspero con que lo dijo, Zac se quedó admirado de su valentía a la hora de pedir perdón, un gesto que al noventa por ciento de la humanidad le cuesta tanto. Se sintió como un gusano al reconocer que su reacción había sido desmedida y aquella chica no tenía ninguna culpa de que su abrumadora vida familiar le hiciese mostrarse en ocasiones demasiado susceptible.

Zac: Eres tú quien debe disculparme. A veces me siento juzgado…

Ness: A lo mejor eres tú el único que se juzga y por eso ves maldad donde no la hay -contraatacó con acritud-.

Zac alzó la vista hacia las estrellas respirando hondo; después, miró a los ojos a Vanessa y la atrajo por la cintura.

Zac: ¿Me perdonas? -suplicó con un murmullo-.

Ness: Me lo estoy pensando -dijo con su característica mirada de bruja mala-.

Zac se inclinó sobre su boca, se moría por verla sonreír como un rato antes en la plaza.

Zac: No entiendo cómo me gustas tanto siendo tan arisca -murmuró sobre sus labios, antes de sorprenderla con un beso tan intenso como breve-.

Vanessa sintió un cosquilleo de deseo irrefrenable y decidió no quedarse atrás.

Ness: Pues yo no sé por qué me tienes el corazón loco con lo antipático que eres.

Y remató tomando su boca con un beso de puro fuego. Zac la cogió en brazos sin dejar de besarla, entró con ella en la casa y cerró la puerta de un empujón.

Ya estaban en el arranque de las escaleras cuando Vanessa lo detuvo. Zac trató de ver sus ojos en la penumbra.

Ness: No te equivoques conmigo, porque no me gustan los rollos de una noche y luego te olvidas.

Zac la hizo callar con un beso.

Zac: Te juro que esta noche no vas a olvidarla.

Y, con ella en brazos, empezó a subir las escaleras.


Qué noche de sexo digna de apuntar en la lista de momentos memorables. Eso se decía Zac cuando despertó por la mañana.

Apenas había amanecido. Envuelto en la penumbra del dormitorio, cerró los ojos y recordó las últimas horas, en las que Vanessa y él se habían sumido en el desenfreno más caliente que era capaz de recordar. Hacía mucho que no disfrutaba tanto del placer inenarrable que proporciona el sexo con letras mayúsculas. Soltó una palabrota en voz baja, sin querer, acababa de clavarse sin querer los dientes en el labio inferior al recordar a Vanessa cabalgándolo, como una ninfa poseída por el diablo de la lujuria. Se acarició entre las piernas con un gemido, a medida que revivía las imágenes de la noche pasada gozándola en todas las posturas posibles, un orgasmo tras otro hasta la extenuación… su pene empezaba a volver a pedir atención.

Detuvo la mano al recordarse a sí mismo que estaba solo. Un despertar al que ya estaba acostumbrado pero que esa mañana le supo más amargo que los demás.

Se incorporó para observar la flacidez repentina de su miembro y pensó que alguna conexión había entre el estado de ánimo de su corazón y su sexo, porque igual de abatido se sentía por dentro ante la ausencia de Vanessa en su cama esa mañana.

Su abandono en plena noche le irritó más de lo que habría supuesto. No le parecía que largarse sin un adiós fuera el final perfecto para una primera vez; porque estaba seguro de que era eso, la primera y no la única vez que compartían algo tan bueno. En ese momento le importaba un carajo la diferencia de edad, lo poco que se conocían y la disparidad de sus caracteres que hacía que estallasen petardos cuando la chica del uniforme verde fruncía el ceño y le tocaba la moral. Vanessa era pura tentación, enfadada o cuando sonreía con una inocencia que le encogía el alma. Habría más noches como la pasada, se juró a sí mismo.

Tras una ducha y un café, ambos más solitarios de lo que esa mañana le habría gustado, se acercó paseando hasta el cuartelillo de la Policía. Zac preguntó al cabo de guardia, que fue hacia el interior a llamar a Vanessa. Un par de minutos después estaba de regreso, seguido de ella.

Ness: Buenos días -dijo plantándose delante de él-.

Zac: Buenos días -murmuró con una mirada intensa-. ¿Por qué has desaparecido esta mañana?

Ella alzó las cejas y se señaló el uniforme que llevaba puesto.

Ness: Tenía que madrugar, el cuerpo me reclama.

A Zac a punto estuvo de escapársele de la boca «mi cuerpo también te reclama», pero se recordó dónde estaban y se guardó mucho de bromear sobre el asunto en territorio de la policía. Cogió la mano de Vanessa y se dedicó a jugar con sus dedos, contento de que ella no la retirara.

Zac: Podías haberme despertado antes de irte. Te habría preparado el desayuno, a la hora que fuera.

Vanessa lo miró sin pestañear.

Ness: Muy bien. La próxima vez te agobiaré para que me lleves el desayuno a la cama.

Zac se obligó a no sonreír de oreja a oreja.

Zac: ¿Eso significa que habrá próxima vez?

Ness: Eso espero -afirmó sorprendiéndole con su sinceridad-. Ya te dije que no me gustan los rollos de un polvo.

Zac: Lo de anoche no fue un polvo -la corrigió; tiró de su mano y se inclinó sobre su oído-. Fue un polvazo. Tengo el culo lleno de arañazos -susurró, sellando lo dicho con un beso en la oreja-.

Ella se apartó, riendo con disimulo.

Ness: No me digas esas cosas -rogó azorada-. Vas a conseguir que me ponga roja.

Zac observó de refilón que el cabo de guardia no les quitaba ojo y se mantuvo a una distancia prudencial.

Zac: ¿A qué hora acabas el turno, Vanessa?

Ness: A las dos, me parece.

Zac: ¿Te apetece acompañarme esta tarde a un sitio que te va a encantar?

Ness: ¿Cómo sabes que me gustará? -cuestionó haciéndose de rogar-.

Zac: Porque lo sé.

A ella le hizo gracia que lo dijera con aire misterioso, como si se tratara de una sorpresa. Y en lugar de preguntar directamente, le siguió el juego.

Ness: ¿No vas a decirme dónde piensas llevarme?

Zac negó con la cabeza.

Zac: Te recogeré aquí mismo a las dos y cuarto. Tráete el bikini y una toalla -advirtió, a modo de despedida-.


¡A la playa! Eso sí que no se lo esperaba Vanessa. Si la intención de Zac era sorprenderla, acertó de pleno.

Mientras conducía en dirección a la costa, él le contó que sus suegros vivían en Spring Hill y que no quería que las niñas dejaran nunca de tener contacto con sus abuelos: Por ese motivo las enviaba con ellos parte de las vacaciones y algún fin de semana. O de tanto en tanto se acercaban los tres a pasar unos días con los padres de su fallecida esposa, por Pascua o Navidad.

Y como si el Toyota se hubiera convertido en el sitio ideal para las confidencias, Zac le fue revelando a Vanessa importantes detalles de su vida pasada. Que él y Michelle se conocieron un verano en la playa, ya que ella era de Spring Hill, y que él decidió opositar allí a una plaza de veterinario rural. Le dijo también que se casaron allí y establecieron su hogar porque a ella le tiraba más la tierra que la había visto nacer y la compañía de sus padres que las montañas cada día más despobladas Clermont.

Ness: Y qué hay de ti. ¿Llevaste bien el cambio?

Zac esbozó una casi imperceptible sonrisa de añoranza.

Zac: Yo la habría seguido hasta la Luna, si ella me lo hubiera pedido -confesó sin quitar la vista de la carretera-.

A Vanessa le calaron muy hondo aquellas palabras. Imaginó qué debía sentirse al amar con tal intensidad, y sin que su voluntad fuera partícipe en el rumbo que tomaron sus pensamientos, sintió envida.

Zac también le contó que, tras la muerte de su mujer, consiguió lo imposible: permutar su plaza en propiedad, por otra idéntica que ocupaba el veterinario titular en Clermont cuando este, ya cerca de su jubilación, quiso mudarse más cerca de sus hijos, que vivían en Sumterville. Pero Vanessa no le prestaba atención, se preguntaba mientras tanto si alguna vez un hombre la amaría de esa manera. No pudo evitar que los ojos se le fueran solos a la mano derecha de Zac.

Ness: Aún llevas la alianza de casado -se le escapó; no pretendía decirlo en voz alta-.

Zac se miró la mano de refilón y retornó la vista a la carretera.

Zac: Sí, aún la llevo -se limitó a decir-.

A pesar de que Vanessa no pretendía ahondar en ello, algo muy adentro la incitó a seguir.

Ness: Ese anillo en tu dedo solo puede significar dos cosas -opinó sin mirar a Zac-: o sigues casado con ella o lo usas para advertir a las mujeres de que no se hagan ilusiones contigo.

Zac negó con la cabeza. El tono decepcionado de Vanessa lo hizo sentirse en cierto modo culpable al recordar que la única mujer que había pasado por sus brazos y por su cama en los últimos meses era precisamente ella.

Zac: Ni una cosa ni otra -confesó; y la miró a los ojos, aprovechando que acababa de detener el coche ante una señal de stop-. Lo llevo por costumbre, te lo aseguro.

Vanessa le indicó con una leve sonrisa que no era necesario que le diera explicaciones.

Ness: ¿Cómo era ella? -preguntó con sincera curiosidad-.

Zac no la miró al responder.

Zac: Muy guapa.

E inmediatamente lamentó haberlo dicho. Vanessa era atractiva, graciosilla como un gatito juguetón y su sonrisa seducía a primera vista, pero su rostro no admitía comparación con la elegante belleza de Michelle.

Ness: Me alego de que lo fuera -comentó sorprendiéndole una vez más-. Porque verás su belleza en tus hijas y así siempre te acompañará un poquito de ella.

Zac la miró durante un segundo y aceleró de nuevo. Cualquier mujer se habría sumido en un mutismo incómodo. En cambio Vanessa, estaba tan segura de sí misma, que solo veía cosas buenas en una afirmación que otras entenderían como una ofensa. Definitivamente, era una chica especial.

Continuaron el resto del trayecto hablando de todo y de nada, en apariencia, porque esa conversación intrascendente que compartieron por el camino y durante la parada para comer un bocadillo y estirar las piernas, les ayudó a conocerse el uno al otro más de lo que ambos imaginaban.

Al llegar a Spring Hill, Vanessa se arregló el pelo mirándose en el espejo interior del para-sol del copiloto. Cuando se acababa de dar una pasada de brillo en los labios, notó que el coche se reducía la velocidad. Vio que se detenían junto a la tapia de un chalé al final de una hilera de coches.

Ambos se apearon; Zac pulsó el timbre y habló por el interfono. Miró a Vanessa y sonrió con innegable satisfacción.

Zac: Es hora de que conozcas a mis hijas -dijo a la vez que desde el interior de la casa abrían automáticamente las puertas metálicas-.

Tras ellas y a cierta distancia, Vanessa miró a la mujer con una niña en brazos, adivinó que se trataba de la suegra de Zac y la pequeña. Y al ver a la niña mayor con aquella sonrisa de sorpresa, sonrió tan extrañada como ella y abrió los brazos para recibirla.

Aunque fue Zac el más sorprendido de todos. Boquiabierto contempló a su hija mayor arrancarse a la carrera. Zac las observó mientras Vanessa alzaba a Jessica en el aire para darle un par de ruidosos besos. De ningún modo habría imaginado que ya se conocían.

Un segundo después, mientras cogía a su hija de los brazos de Vanessa, ella le explicó.

Ness: ¡Pues claro que nos conocemos! Jessica y yo somos amigas desde hace mucho -comentó mirándolos a ambos-. Una vez al año, impartimos clases de educación vial a todos los alumnos de la escuela del pueblo, ¿a que sí?

La niña confirmó sus palabras a la vez que se comía a besos a su padre.

Vanessa se acercó a la mujer, que aguardaba con la pequeña en brazos y se presentó a sí misma dándole un par de besos. La mujer hizo lo propio presentándole a Sarah.

La niña gritó «¡papi!» desde los brazos de su abuela, reclamando la atención de Zac y él se acercó a cogerla en brazos también. Notó que la madre de Michelle miraba a sus nietas, miraba a Vanessa y luego le miraba a él con la felicidad pintada en la cara. La mujer llevaba mucho tiempo diciéndole que debía rehacer su vida. Zac dejó a Jessica en el suelo antes de coger a la pequeña Sarah. «Mujeres», se dijo para sí. Adivinó los pensamientos de la abuela de sus hijas y pensó que se estaba precipitando en sus conclusiones.

A pesar de su escepticismo, sintió una inesperada paz interior al cruzar de nuevo la mirada con la madre de Michelle. Zac sabía que aquella expresión risueña era su modo de dar la bienvenida a Vanessa a la vida de los tres, sin conocerla siquiera.


El verano se sucedía con agradable placidez. Para Zac, la presencia inesperada de Vanessa en su vida lo hacía sentirse persona y no padre. El hecho de poder conversar con otro adulto, no solo durante las horas de trabajo, sino también durante el tiempo de ocio que pasaba con las pequeñas, era como disfrutar de un respiro. En cuanto a Vanessa, el descubrimiento de compartir su tiempo con un hombre y dos niñas, le resultaba insólitamente encantador. Quizá, porque disfrutaban con más ansia el uno del otro, bebiéndose cada minuto exclusivo para los dos, cada vez que las niñas no estaban, como el sediento que valora más que un diamante cada gota de agua.

Durante ese mes de julio, alternaron las tardes de piscina con alguna escapada a la playa. Vanessa fue con ellos, cuando Zac decidió llevarlas hasta a comer al Burger King como premio por las buenas notas de Jessica. Y también fueron juntos de excursión a un parque de atracciones, donde pasaron los cuatro un día inolvidable, como algo muy parecido a una verdadera familia.

Los días que Vanessa tenía turno de noche, solía pasar por casa de Zac y se auto invitaba a desayunar; visitas que las niñas recibían contentas. Y cuando las pequeñas marcharon una semana con los abuelos maternos, era Zac quien la recibía con doble entusiasmo y la llevaba en brazos hasta el dormitorio, para dedicarle a ella y solo a ella cada segundo de su existencia. Fue durante una de esas mañanas cuando Zac descubrió a Vanessa mirando una fotografía enmarcada sobre la cómoda en la que aparecían él y Michelle. Él aparentó no darse cuenta de ese detalle y, aunque ella jamás dijo nada al respecto, decidió que había llegado el momento de pasar la última página que cerraba ese capítulo de su vida. Nunca olvidaría a Michelle, pero Zac tampoco se sintió culpable al asumir que su presencia constante en el día a día ya no le era tan necesaria.

Aprovechando el relajo estival, muchas veces, después de la cena dejaban a las niñas al cuidado de los padres de Zac y salían a dar una vuelta que, casi siempre, concluían devorándose como dos adolescentes en el asiento trasero del Toyota, oculto en algún pinar. Una de esas noches, Vanessa entrelazó los dedos con los de Zac y, sonrió sin que él la viera al notar que ya había desterrado de su mano la alianza de boda. Imaginó ese anillo guardado en el joyero, del mismo modo que atesorados llevaría para siempre los recuerdos del pasado en una parte de su corazón. Zac supo que Vanessa se había dado cuenta, pero prefirió no decírselo. Se limitaron a mirarse en silencio. Unieron sus bocas, degustando algo desconocido y cómplice que acababa de nacer entre ellos. Y esa noche, en el incómodo habitáculo del todoterreno, hicieron el amor con una fiereza posesiva que les sorprendió a los dos.


Una semana después, Vanessa notó que las fotografías de Michelle iban desapareciendo de sus lugares de siempre. Y, a pesar de que era una decisión que no le concernía, se atrevió a darle a Zac su parecer.

Ness: No debes quitarlas todas. Por ellas -aclaró, señalando con la cabeza a Sarah y a Michelle que estaban distraídas viendo los dibujos animados de Peppa Pig-.

Zac la llevó de la mano hacia la cocina, para poder hablar sin peligro de que las niñas escucharan la conversación.

Zac: Ya he dejado varias en el dormitorio de las chicas.

Vanessa le acarició el pecho por encima de la camisa y ladeó la cabeza, pensativa.

Ness: Es bueno que tengan siempre a la vista la imagen de su madre -convino-. Pero si te interesa mi opinión… -añadió jugueteando con un botón de manera distraída-.

Zac: Me interesa.

Ella alzó el rostro y lo miró sin reparos.

Ness: Yo creo que debes hacerles un álbum de fotos. Uno para cada una, pero sobre todo por Sarah -opinó-. Jessica tiene recuerdos de su madre y debes hacer lo posible porque los conserve siempre. Pero Sarah no tiene ni una sola fotografía con ella. Créale tú esos recuerdos, no permitas que la olvide con el tiempo.

Tras un breve abrazo que acabó en un ataque de cosquillas, con el que Zac ocultó sus emociones, regresaron al salón y la tarde transcurrió sin que volvieran a hablar del tema.

Pero Zac tuvo muy en cuenta la sugerencia de Vanessa y pasó las semanas siguientes rebuscando entre los cientos de archivos de fotografías digitales que conservaba en el disco duro de su ordenador. Pidió ayuda a los padres de Michelle y aprovecharon una excursión dominguera a Spring Hill para hacerse con las fotos familiares de la madre de sus hijas, casi todas de cuando era pequeña y de jovencita. Con todas ellas llenó dos álbumes bien voluminosos, uno para cada niña. Desde entonces, cuando estaban solos los tres, pasaban largo rato ojeándolos y él les contaba cosas de Michelle, para que Jessica y Sarah no olvidaran nunca a su mamá.


Ness: Tenemos un pequeño problemilla.

Zac alzó la vista, con la plancha en el aire.

Le había pedido a Vanessa el favor de que le echara una mano para entretener a las niñas mientras él se hacía cargo de la tediosa tarea de planchar la ropa. La señora que le ayudaba en las faenas de la casa estaba de vacaciones. Durante un mes, no le quedaba otra que hacerse cargo de todo, aprovechando los ratos que le dejaba libre su trabajo como veterinario.

Sarah: ¡Papá pipi! -exclamó en brazos de Vanessa-.

Él observó desesperado el manchurrón húmedo en sus pantaloncitos rojos.

Zac: ¿Pipi ahora? Se pide antes, cariño, no después.

Todos le aconsejaron que aprovechara el verano, pero el proceso de quitarle el pañal a su hijita pequeña estaba resultando más frustrante que otra cosa. Sarah ya tenía dos años y medio, Zac no sabía qué hacer.

Zac: Más colada y más plancha -barbotó, con el desespero de un condenado a trabajos forzados-. ¡Por favor, que vuelva ya Diane!

Aunque sabía de sobra que su salvadora en asuntos domésticos no regresaba hasta primeros de agosto de sus vacaciones por Miami.

Ness: Mírale el lado positivo, hombre -opinó al ver su cara de frustración-. Al menos se da cuenta y lo pide, eso quiere decir que está aprendiendo, ¿verdad, cosita guapa? Ya me ocupo yo de cambiarla.

Zac: Gracias, de verdad -dijo cuando ya salía con la niña por la puerta del cuartito de la lavadora-. ¿Te quedas a cenar? -aventuró con expresión anhelante-.

Vanessa giró la cabeza y sonrió. En su abrumada cara de súplica adivinó que en realidad le estaba pidiendo que preparara la cena.

Ness: ¡Claro! Si quieres, me ocupo yo de la cocina mientras tú terminas. Jessica me ayudará, será divertido. ¿Qué te apetece?

Zac: Algo rápido, no te compliques la vida. ¡Pizza! -se apresuró a pedir señalándole el arcón congelador con la cabeza-. ¿Te parece bien?

Ness: Me parece una idea estupenda -dijo ensanchando la sonrisa-.

Aún sonreía cuando subía las escaleras para cambiar a la pequeña los pantalones mojados por otros limpios. La mirada de agradecimiento de Zac hacía que mereciera la pena cualquier esfuerzo.


Después de cenar, Zac regresó al salón, intrigado por la conversación que había oído desde la cocina mientras cargaba el lavavajillas.

Ness: No puedo quedarme, cielo -decía en ese momento-.

Jess: ¿Por qué? -protestaba-.

Ness: Porque yo tengo mi cama en el cuartel.

Jess: ¿Te reñirán si no vas a dormir? -preguntó, con una mirada de esperanza-.

Vanessa se derritió al ver su carita de ilusión, y miró a Zac.

Ness: Jessica quiere que me quede a dormir con ellas -comentó para explicarle la situación-.

Él reiteró la pregunta de su hija con una simple elevación de cejas.

Mientras decidía, Vanessa se apartó el pelo detrás de las orejas. Al día siguiente libraba, podía hacer una llamada y avisar de que no acudiría esa noche a la casa cuartel.

Zac empezó a fantasear con la idea de dormir con ella entre los brazos, pero frenó el deseo de raíz a favor de su hija mayor.

Zac: Podrías quedarte -la invitó-. Si colocamos los dos colchones de las niñas en el suelo, cabéis las tres de sobra.

Eso acabó de decidirla. Vanessa chochó la palma de la mano con Jessica.

Jess: Hecho, ¡fiesta de pijamas!

Zac: Suena divertido.

Jess: Tú no, papi -saltó riéndose como si su padre acabara de decir la tontería más grande del mundo-.

Zac: ¿Cómo que no?

Jess: ¡Es una fiesta de chicas!

Zac apretó los labios y las miró a las tres, por turnos. Hasta la pequeña Sarah parecía convencida de que él sobraba esa noche de Pijama’s party.

Zac: ¿Y yo, qué?

Ness: Tú a dormir a tu cama -le recordó con una miradita traviesa al verlo tan contrariado-.

Fue ella la que se levantó del sillón y cogió de la mano a Jessica. Dejó que la niña la llevara hacia el dormitorio mientras Zac iba tras ellas con Sarah en brazos.

Ness: El único problema es que yo no tengo pijama -comentó viendo a Jessica cómo sacaba el suyo de debajo de la almohada-.

Zac dejó a Sarah en el suelo y le dio su osito de peluche preferido, para que entendiera que, a pesar de la novedad de tener a Vanessa allí, era hora de irse a dormir.

Zac: Yo te presto uno -dijo en respuesta a su problema-. Ven conmigo.

Vanessa lo acompañó hasta el dormitorio grande. Mientras él abría el primer cajón del armario, Vanessa aprovechó para sacar el móvil del bolsillo y avisar al cuartel que no acudiría a dormir. Estaba guardándolo cuando Zac le tendió un pijama casi nuevo. Ella extendió la camiseta en el aire.

Ness: Esto me vendrá gigante.

Zac tiró de ella, aprovechando que estaban solos.

Zac: La otra opción es que uses uno de Jessica, pero como yo vea estas dos -le atrapó un pecho con cada mano- embutidas en una camisetita de la talla ocho, me voy a ir a la cama con la entrepierna más dura que…

Ness: Shhhh -lo acalló con un beso rápido-. Que te van a oír las niñas.

A él le supo a poco, quería más. Pero tuvo que contentarse con un par de piquitos porque Vanessa se negó a que la cosa se les fuera de las manos. Zac aceptó a regañadientes y se contentó con mirarle el culo mientras iba al cuarto de baño a ponerse el pijama.

Cuando Vanessa llegó al cuarto de las niñas, Zac ya había bajado los colchones al suelo y preparado una cama para tres con una sábana de matrimonio y unos cuantos almohadones. También le había puesto el pijama a Sarah y los tres la esperaban sentados en la improvisada cama comunitaria.

Ness: He usado tu cepillo de dientes -dijo mirando a Zac; él le guiñó un ojo en señal de aprobación-.

Vanessa notó que a él le agradaban tanto como a ella esos pequeños detalles de íntima complicidad. Se sentó a su lado con las piernas cruzadas. Zac, automáticamente, le rodeó la cintura con el brazo.

Pero a Jessica le entró un ataque de risa, sin que ninguno de los dos adultos entendiera por qué.

Jess: A Vanessa se le notan las gominolas -exclamó, sin dejar de reír, señalándole el pecho con el dedo-.

Ella se miró los pezones, que resaltaban en la camiseta y se tapó con las manos.

Ness: ¡Jessica, eso no se dice cuando hay chicos delante! -protestó con las mejillas rojas como amapolas-.

Con una risa malvada, Zac le hizo cosquillas, divertido ante su repentino ataque de timidez.

Jess: Papá no es un chico.

Zac: ¿Ah, no?

Jess: Tú eres un padre.

Zac aún no acababa de asimilar aquella categoría nueva en la que acababan de clasificarlo, cuando Sarah gateó hasta sus rodillas y le tiró de la camisa para ponerse de pie.

Sarah: Quero gominolas.

Su hermana Jessica aún rio todavía con más ganas y, antes de que Zac respondiera a la pequeña con un doble sentido cachondo, Vanessa se apresuró a finiquitar el asunto.

Ness: No, cielo, después de lavarse los dientes no se pueden comer chuches, ¿a que no, papi?

Zac le dio la razón, con una mirada que quería decir lo contrario. Por suerte para Vanessa, Jessica pidió el beso de buenas noches y distrajo a Zac de las fantasías eróticas que empezaba a maquinar, protagonizadas por gominolas y tetas. Él dio los besos de costumbre a cada una de sus hijas. Iba a ponerse de pie para despedirse cuando Vanessa lo miró a los ojos.

Ness: Yo quiero un beso de mariposa -pidió-.

Él le sostuvo la mirada durante un segundo, se acercó a su mejilla y pestañeó sobre la piel haciéndole cosquillas.

Ness: Me gusta mucho -murmuró-. Te advierto que voy a querer muchos más.

Zac: Si te portas bien, me lo pensaré -concedió mirándola con intensidad-.


Durante el desayuno, Zac no podía dejar de mirar a Vanessa. Intentaba disimular delante de las niñas, pero los ojos se le iban solos hacia la mujer que tenía enfrente, sin más aditivos que la cara lavada y una pasada de peine. Qué guapa estaba con el pelo suelto, que en ese momento brillaba con un halo dorado a la luz del sol que entraba por la ventana. Adivinó que la coleta tirante no le gustaba y solo se peinaba así cuando iba de uniforme y obligada por el reglamento.

Esa noche no durmieron juntos ni hubo nada entre ellos, pero la sensación que tenía Zac era tan placentera o más que la laxa plenitud con la que amanecía después de una maratón de sexo con Vanessa.

Ella notó que no dejaba de observarla y, para disimular, Zac se levantó y abrió la nevera. Como no sabía qué sacar, la cerró. Abrió el armario de al lado y trasteó cambiando de sitio una caja de galletas. Vanessa se levantó y se puso a su lado a servirse un poco más de la cafetera, que estaba sobre la vitrocerámica. De reojo, Zac la vio bromear con las niñas mientras daba sorbos de café con leche, apoyada en la encimera. Pensó en lo bien que se llevaba con las niñas. Se notaba que les tenía cariño, y las pequeñas también se habían encariñado con ella. No imaginó que otra mujer que no fuera Michelle podría encajar tan bien en ese pequeño mundo que ahora ocupaban ellos tres. Y él que la juzgó demasiado joven… Vanessa tenía veinticinco años, eso era una obviedad tanto como los treinta que él estaba apunto de cumplir. Pero en ese momento, conociéndola bien, tenía la certeza de que no era una chiquilla con la cabeza llena de tonterías. Vanessa era más mujer que muchas que le doblaban la edad.

Casi se sobresaltó cuando ella le puso la mano en la cintura.

Ness: ¿Cómo has dormido? -preguntó con una mirada que valía por ese beso que aún no se atrevía a darle delante de sus hijas-.

Zac le acarició la mejilla con los nudillos.

Zac: De un tirón -confesó mirándole los labios-. Pero mejor habría dormido si tú hubieses estado en mi cama.

Ella rio por lo bajo.

Ness: No habríamos dormido casi nada -le contradijo bajando la voz para que no la oyeran Jessica y Sarah-.

Zac la miró con ojos codiciosos. Ojeó una décima de segundo a sus hijas y, aprovechando que estaban distraídas, le dio un apretón en el culo. De estar solos, no le habría importado comérsela entera como parte del desayuno.




Pues sí que ha sido un Julio caliente 😆

¡Gracias por leer!


viernes, 24 de marzo de 2017

Capítulo 2 - Tormenta de junio, golpea como un puño


Los problemas de Jay Parker, brigada al frente del puesto de Clermont, comenzaron en el momento en que vio saltar al pastor alemán del asiento trasero del Peugeot 205 de la guardia Hudgens.

Jay: No insistas, Vanessa. En la Casa Cuartel no puede quedarse.

Ness: Pues no entiendo por qué no me da su permiso, mi brigada -protestó, cruzada de brazos, con la cabezonería de una niña tozuda en lugar de comportarse como una mujer sensata y acostumbrada a acatar órdenes de un superior-.

Jay: Vanessa, los dos sabemos que este no es el mejor sitio para tu perro, por muy picoleto que sea su corazoncito.

Ness: Pero a Chispa si la dejaste quedarse -alegó, retornando al tuteo que utilizaban entre ellos cuando no se trataba de trabajo-.

Jay resopló, harto de explicárselo. Maldita la hora en que aceptó a la pointer como mascota de la casa cuartel. Claro que, quién se habría negado cuando la pareja de guardias apareció con aquella cachorrita indefensa con una pata dislocada.

Jay: Chispa es un perro de caza y vive medio asilvestrada, entra y sale del cuartel cuando le da la gana. ¿Es esa la clase de vida que quieres para este perro? Sinceramente Vanessa, me parece que no te has parado a pensarlo. Un pastor alemán de esa edad se merece algo mejor.

Ella lo miró con una idea brillante en mente.

Ness: ¿Por qué no lo adoptas tú? Susan estará encantada y como ya no vives en el cuartel…

Jay negó con la cabeza con gesto tajante. Con los imprevisibles turnos de guardia de Susan como enfermera, por no hablar de la locura de sus propios turnos de trabajo, adoptar un animal suponía precisamente eso: una locura de las gordas.

Jay: Ni pensarlo. Para empezar, vivo en una casa en el centro del pueblo -adujo; se refería al segundo piso de la casa del abuelo de Susan, que antaño se usaba como granero; al casarse la habían reformado como vivienda propia, independiente de la planta baja y el primer piso que usaban el resto de la familia por temporadas-. Mi mujer trabaja fuera, yo también, el perro se pasaría el día solo y encerrado entre cuatro paredes. Para eso, mejor que se hubiera quedado en San Francisco.

Ness: Eso es verdad -reconoció-. Además, mis padres lo cuidan de maravilla.

Jay: Pues eso es lo que tenemos que buscarle, una familia que lo cuide como un rey. Después de años al servicio de los demás y con tantas vidas como ha salvado, creo que es lo mínimo que se merece.

Vanessa asintió, asumiendo que Jay llevaba razón. Thor había rescatado infinidad de personas sepultadas en derrumbes y terremotos, desde Florida a Turquía. Allí donde fueran requeridos acudían el perro y su padre, pero se había hecho mayor, se resentía de los huesos y merecía todo el cariño y cuidados durante los años que le restaban de vida.

Ness: Bueno, pues ahora mi problema suma y sigue. A ver cómo consigo encontrar a las personas adecuadas que cuiden de él.

Jay la miró a los ojos y alzó las cejas, en un gesto de muda pregunta.

Jay: Me parece que los dos sabemos quien es la persona idónea para ayudarnos a encontrarle un hogar a Thor, ¿o no?


Era cierto. Vanessa sabía que nadie mejor que el veterinario que atendía las explotaciones ganaderas de media comarca para echarle una mano en su empeño. Con todo, asistía un poco inquieta a la conversación que mantenían Zac y Jay mientras su superior explicaba la situación.

Zac: No creo que tengamos problemas para encontrarle una familia -opinó el veterinario, mirándolos por turnos-. Pero antes, vamos a ver qué tal está este campeón.

Si algo de enemistad le quedaba a Vanessa cuando entró en la planta baja de la casa de Zac, donde estaba instalada su clínica y despacho, se esfumó al verlo examinar al perro con esmero. Era evidente que había escogido la medicina de animales por vocación. A Vanessa la enterneció su interés por la salud de Thor y verlo interactuar con el perro con tanto afecto.

Zac: No debemos de preocuparnos más que por los achaques propios de la edad. ¿Lo están tratando para el desgaste de los huesos de la cadera?

Ness: Está tomando esto a diario. Y estas pastillas sólo cuando le duele -dijo entregándole la caja de analgésicos y la del suplemento para el cartílago que su padre le dio antes de marchar de San Francisco-.

Zac examinó las medicinas.

Zac: Por ahora, si le va bien, mantendremos este tratamiento.

Jay interrumpió la conversación sobre la salud canina.

Jay: Se me hace tarde -informó tras ojear el reloj de la pared-. Zac, ¿ya tienes alguien en mente que esté dispuesto a acogerlo en su casa?

Zac: Sí, creo que tengo a la pareja idónea.

Jay: Yo me marcho, ya me contarás cómo queda la cosa -dijo a Vanessa antes de marchar; y luego se dirigió a Zac-. Y gracias por todo.

Zac: No tiene importancia, hombre -aseguró estrechándole la mano. Cuando se quedaron solos, el veterinario miró a Vanessa que acariciaba la cabeza de Thor. No vestía el uniforme, así que supuso que no estaba de servicio esa tarde-. ¿Te apetece acompañarme a ver si convenzo a las personas que creo que pueden hacerse cargo de él?

Ella alzó el rostro, con expresión agradecida.

Ness: Si no te importa… -dudó-. Así me quedo más tranquila.

Zac sonrió despacio y dio un par de palmaditas a Thor en el costado para indicarle que lo siguiera.

Zac: Vamos.


Mike cruzó los brazos con el ceño fruncido.

Mike: Está bien, el perro se queda -aceptó a regañadientes; y se dirigió a Zac con una mirada de aviso-. Pero solo como una solución temporal, ¿estamos?

Vanessa y el veterinario asintieron aliviados. Entre otras cosas, porque el flechazo que sufrió Thor en cuanto vio a Michael Hollins fue de los que solo ocurren en las novelas. El pastor alemán no se separaba de Mike, sentado a su lado como un centinela guardián. Parecía que fuera el perro quien acababa de adoptar a su nuevo amigo humano y no al revés. Ni a Zac ni a ella les pasó desapercibida la alegría en la expresión de Max, que fue quien insistió en que Thor se quedara con ellos.

Zac: No te preocupes que no voy a dejar de buscarle una familia definitiva -aseguró a su amigo de juventud-. Solo te pido que tengas un poco de paciencia.

Mike: No es que no me gusten los animales -explicó-. Sencillamente, no me hago a la idea de asumir las obligaciones que conllevan. Una mascota, o se tiene en condiciones o mejor no tenerla.

Zac asintió, cruzado de brazos.

Zac: No critico tu postura, todo lo contrario -confirmó-. Me parece la más sensata y la más consecuente.

Ness: Un animal no es un capricho -opinó-.

Max pasó un brazo por encima del hombro de Mike. Conocía lo suficiente a su marido como para adivinar que ya empezaba a encariñarse con aquel perro veterano de pelaje soberbio. Y estaba claro que la admiración era mutua porque Thor ni se movía de su lado.

Mike: A nosotros nos gusta viajar -alegó el cocinero televisivo-. Llevamos una vida tan liada que en cuanto tenemos un hueco, aprovechamos para subirnos a un avión. Y no me apetece irme por ahí pensando que hemos dejado al perro solo en casa…

Max: Solo no, Mike -intervino-. Tampoco exageres, que está el personal de la finca.

Mike: Sí, pero no es lo mismo.

Ness: Te aseguro que yo preguntaré también, a ver si entre todos le encontramos un hogar lo antes posible -indicó-.

Mike: Bueno, bueno, tampoco te lo tomes como algo urgente que no hay prisa. Thor puede quedarse con nosotros el tiempo que sea necesario -decidió, acariciando la cabeza del animal-.

Como Zac tenía varias visitas que realizar a las granjas de la contornada, para revisiones de rutina al ganado, obligatorias para evitar epidemias, sugirió a Vanessa que era hora de irse.

Ness: ¿No te importa dejarme de camino en el cuartelillo? -pidió-.

Zac: Claro que no.


Hasta que no quedó bien atrás la Casa Grande, Zac no se atrevió a confesarle la idea que le rondaba en la cabeza desde hacía rato.

Zac: Al final va a resultar que eres una buena chica -dejó caer-.

Vanessa lo escrutó con una mirada que exigía explicaciones y él se echó a reír al verla.

Ness: Aunque me dedique a poner multas y quitar puntos, ¿no? -adivinó-.

Zac: No te subestimes, ya sé que te dedicas a tareas más importantes que eso. Y no hablemos de los puntos, que cada vez que pienso en los que me van a restar del carné de conducir se me calienta la boca.

Ness: Eras tú quien iba hablando por el móvil.

Zac: Podrías haber hecho la vista gorda -apostilló, mirándola de reojo-.

Ness: Y tú podrías haberte despeñado por un barranco si el coche, en lugar de a la izquierda, se te hubiera ido hacia la derecha.

Zac: Tú ganas. No voy a discutir porque tienes razón -aceptó para dejar el tema de lado-. Pero a lo que iba: me has sorprendido. Alguien que muestra tanto cariño por un perro, de ningún modo puede ser mala persona.

Vanessa se encogió de hombros, sin entender el porqué de su sorpresa, ya que para ella era algo natural como el respirar.

Ness: Thor no es un animal de compañía, es uno más de la familia.

Él asintió brevemente y condujo sin añadir nada más. Vanessa no llegó a sospechar lo hondo que calaron en Zac aquellas pocas palabras. Tenía la certeza de que la morena con mal genio que se sentaba a su derecha, distraída en observar el paisaje a través de la ventanilla, era una mujer con un corazón inmenso.


El fin de semana pasó como una exhalación para Vanessa. Aprovechó que no le tocaba guardia para hacer un viaje relámpago a San Francisco. Y el tute de carretera le pasó factura porque el lunes se levantó cansada y somnolienta.

Mientras su compañero Troy hablaba con el mecánico encargándole la revisión de las motos del puesto, ella aprovechó para acercarse al mesón a tomar el segundo café de la mañana.

Tom: Está pagado -indicó el mesonero cuando ella se echó la mano al bolsillo, y señaló con la cabeza a su hijo mayor que en ese momento se despedía de su madre en el umbral de la cocina-.

Ness: Gracias -dijo cuando estuvo a su lado-.

Él miró el reloj de la pared.

Zac: ¿Tienes tiempo de tomártelo conmigo ahí fuera en la terraza?

Ness: Sí, creo que sí -aceptó con una sonrisa-.

Mientras ella salió y fue hasta el taller mecánico a pedirle a su compañero unos minutos antes de continuar con la ronda, Zac sacó la taza de Vanessa a la calle y otra para él.

Ness: Deja que te ayude -se ofreció, acercándose al verlo con las dos manos ocupadas-.

Zac: Será que no he servido miles de cafés en este bar -comentó, recordando sus tiempos de estudiante-.

Vanessa ya lo suponía. Hasta que Drew empezó a trabajar en la bodega de la Casa Grande, era habitual verlo detrás de la barra echando una mano. El mesón era un negocio familiar en el que solo se contrataban camareros como extras en fechas excepcionales. Tanto Zac como Drew habían ayudado a sus padres desde bien pequeños; y mucho más durante los años en que fueron estudiantes.

Se sentaron frente a frente. Zac estiró las piernas, era tan alto que Vanessa tuvo que plegar las suyas debajo de la silla.

Zac: Un pequeño descanso -comentó a la vez que se echaba el sobrecito de azúcar-. Dentro de un cuarto de hora salen las niñas del colegio y aún tengo que hacer la comida.

Vanessa dio un sorbo de café, sin dejar de observarlo. Estaba aburrida de salir con niñatos que se tomaban la vida en broma. Y no tenía que ver con la edad, ella conocía a hombres en mitad de la treintena que eran auténticos idiotas malcriados. Por eso le resultaba doblemente admirable con qué madurez asumía Zac las obligaciones hacia sus hijas, ya que la vida lo había obligado a ejercer a la vez de padre y de madre. Cada ver se sentía más atraída por aquel hombre con la cabeza tan en su sitio.

Ness: ¿Cómo se llaman tus niñas?

Zac: Jessica y Sarah -dijo mirándola a los ojos-. Los eligió Michelle.

Ness: Qué nombres tan bonitos. Los tres.

Zac: El tuyo también lo es -dijo tomando un sorbo de café-.

Ella hizo una mueca.

Ness: A mí me gusta, pero todo el mundo piensa que es muy choni.

Zac le levantó la barbilla con un dedo.

Zac: Pues diles de mi parte que Vanessa es el nombre de una mariposa. Uno de los animales más bellos que ha dado la naturaleza. Y a ti te queda perfecto.

Ella esbozó una sonrisa y estudió sus ojos, sin creerse del todo que allí, en medio de la plaza y a la vista de los curiosos, hubiese decidido iniciar el juego de la seducción.

Zac: ¿Sabes dar besos de mariposa? -curioseó-.

Ness: Pues no.

Él rio con suavidad.

Zac: Mis hijas sí saben -dijo, y la sonrisa se le esfumó-. ¿Cuántos años tienes, Vanessa?

La rapidez con la que apartó la mano y la cautela en su tono de voz, fueron para ella como un jarrazo de agua helada.

Ness: Veinticinco. ¿Y tú?

Zac: Dentro de nada cumpliré treinta.

Ella adivinó a qué se debía su repentina seriedad.

Ness: ¿Tanto importa la edad?

Zac: Sí.

Vanessa apuró su café, de repente se le habían quitado las ganas de charla. Con una parca despedida de trámite, le dio las gracias y se alejó en dirección al taller mecánico profundamente dolida e irritada. El hecho de que la pregunta acerca de su edad la hiciera tras mencionar a sus hijas, permitía adivinar que la consideraba demasiado joven para una relación seria. Pero no para un polvo rápido y sin compromiso, si no, a qué cuento venían las miraditas, la caricia en la barbilla y hablar de besos.

Vanessa no soportaba a la gente con prejuicios y ella se consideraba toda una mujer. Si por cinco años de diferencia la veía como una cría, quizá el veterinario guaperas no era tan inteligente como pensó en un principio.




Ay, la edad...
¿Será realmente un obstáculo? =S

¡Gracias por leer!


martes, 21 de marzo de 2017

Capítulo 1 - Las mañanas de mayo, las mejores del año


Scott: Ashley, recibe este anillo, símbolo de mi amor por ti -dijo, deslizándolo en su dedo-. Esta alianza te recordará cada día cuánto te quiero, que te soy y seré fiel y que, pase lo que pase, siempre me tendrás a tu lado.

Ella le tomó la mano derecha y lo miró a los ojos.

Ash: Scott, recibe este anillo -pronunció, al tiempo que se lo colocaba en el dedo anular-, como símbolo de mi fidelidad, de mi entrega a ti y que te recordará siempre lo grande que es nuestro amor.

Él sonrió. Tomó la mano de Ashley y se la llevó a los labios.

Scott: Te quiero -silabeó en silencio, antes de besar la alianza que acababa de ponerle y que ella no se quitaría jamás-.

Morris Silvino continuó con la ceremonia y Ashley se hizo un nudo en la garganta al escuchar su precioso alegato, que hablaba de dos manos unidas para siempre, dos corazones en un solo latir, dos almas y una sola vida.

Emocionada, observó de reojo a su suegra que, al lado de Scott, miraba hacia el cielo en un esfuerzo imposible por contener las lágrimas. Ashley atisbó hacia la derecha, su padre y padrino de boda sacaba en ese momento un pañuelo del bolsillo del uniforme de gala de Infante de Marina. Miró con disimulo por encima del hombro y al ver a su madre tan guapa, con dos lagrimones y la nariz roja como un tomate, ya no pudo contenerse. Una lágrima se le escapó, a pesar de haberle prometido a Scott que no lloraría.

Al verla coger el pañuelo de la mano de su padre, Scott le tomó el rostro entre las manos y le secó la mejilla con el pulgar, con cuidado de no estropearle el maquillaje.

Ash: Es de felicidad -se excusó, ya que él no quería llantos en un día tan feliz-.

Scott: Lo sé -murmuró con una sonrisa-.

En ese momento se sentía el hombre más completo de la tierra y supo que recordaría esas lágrimas de Ashley hasta el día de su muerte. Convertidas en el símbolo de su felicidad, qué valiosas eran.

El cura carraspeó para que los novios le prestaran atención y ellos dos miraron al frente para retomar el hilo de la ceremonia.

A unos metros por detrás, Michael Hollins se estiró el chaqué y cogió a Max de la mano. Todo estaba saliendo a la perfección. Ya tenían experiencia en lo tocante a organizar bodas de lujo, puesto que el enlace de Susan y Jay, celebrado también en la casa Grande durante el otoño anterior, había supuesto la prueba de fuego para su restaurante y fue todo un éxito. Mike miró a su alrededor, qué maravilloso se veía el jardín de la finca. Parecía un homenaje a la primavera: las sillas con sus faldones de blanco piqué, las flores, el templete emparrado de hiedra sobre el altar. Pensó en el banquete que había preparado, y que constituía su regalo de boda a sus dos mejores amigos. Estaba seguro de que las sorpresas exquisitas que les tenía preparadas arrancarían aplausos entre los invitados.

El reputado enólogo Maxim Travis miró a su marido.

Max: Estás orgulloso, ¿a que sí? -murmuró apretando sus dedos unidos-.

Mike: Gracias a ti -aseguró con una sonrisa agradecida; el apoyo incondicional de Max era su seguridad-.

Aquella era una dichosa y soleada mañana de finales de mayo. Todos los allí reunidos, el pueblo entero de Clermont, además de los invitados llegados de los alrededores, de Groveland, Montverde y otros puntos de la geografía, eran la imagen de la felicidad.

Todos, menos un hombre. Solo uno de entre todos los presentes, tenía la mirada ensombrecida por los recuerdos tristes. Zac Efron odiaba las bodas desde hacía dos años y medio, pero Scott y él habían sido amigos de juventud. Solo era un año mayor que Mike y que él, pero los tres pertenecieron a la misma pandilla que recorría los pueblos en verano de verbena en verbena. Zac había regresado a Clermont hacía seis meses y la invitación a la boda de Scott Tisdale lo pilló por sorpresa, pero habría sido un feo gesto por su parte rehusar asistir.


Zac suspiró con alivio al escuchar los primeros acordes de la marcha nupcial, que indicaban que el mal trago tocaba a su fin. La fiesta posterior ya sería otra cosa. El banquete, los gritos pidiendo «¡Que se besen!», las risas y el baile no se le hacían tan cuesta arriba. Zac Efron contempló a los novios cuando desfilaron por el pasillo cogidos de la mano. Tuvo que tragar en seco. Hacía ya mucho que había asumido que Michelle se había marchado para siempre. Pero le costaba hacerse a la idea de que su vida no era la que había imaginado el día de su boda, cuando caminaba con ella del brazo sonriendo a los invitados, con la misma felicidad contagiosa que irradiaban los rostros de Scott y de Ashley en ese momento. En lugar de un matrimonio dichoso, el destino había convertido su existencia en una continua prueba de obstáculos. Y no por la soledad; era muy duro enfrentarse al día a día, viudo a sus treinta años y padre de dos niñas pequeñas.

Acabó la balada y vino el aplauso. El baile quedaba inaugurado. Los novios se retiraron de la explanada, que fue literalmente invadida en cuanto los músicos la emprendieron con un ritmo latino.

Scott entrelazó los dedos con los de Ashley y la llevó hacia la mesa de las bebidas, en la que Michael pedía a un camarero, justo en ese momento, una botella de cava que este le entregó junto con dos copas.

Scott: Nunca podremos agradecerte todo esto, Mike -dijo agarrando a su amigo en un fraternal abrazo-. Más que un regalo de boda, nos has preparado un auténtico homenaje.

Mike: Nada que vosotros no merezcáis, así que no me des las gracias -concedió satisfecho-. Me conformo con que me traigáis un imán para la nevera de Sicilia.

Ashley y Scott se miraron sonrientes. La bella isla del Mediterráneo era el lugar escogido para su luna de miel y, aunque se sentían felices de tener alrededor a tantas personas queridas, apenas faltaban unas horas para poder gritar el tan deseado «¡al fin solos!».

Mike: Me voy a ver si encuentro a Max por ahí -decidió-. Ya es hora de que brinde con él por lo bien que está saliendo el convite. Y tú, ten cuidado -advirtió a Scott, señalándole a Ashley con la barbilla-, que los italianos disparan a todo lo que se mueve. A ver si en un descuido te la van a quitar.

Scott miró a Ashley y sonrió con orgullo.

Scott: No hay peligro -aseguró-. Mi mujer no tiene ojos para otro.

Ash: Mi mujer -repitió emocionada-. ¡Ay, qué bien suena eso en boca de mi marido!

Scott: Mmm… Qué bien suena esa palabra en boca de mi esposa -murmuró comiéndosela con la mirada-.

Mike simuló estremecerse, con cara de disgusto.

Mike: Y qué angustia me está entrando a mí con tanto almíbar pasteloso. Parecéis un par de recién casados.

Scott premió la broma con un amistoso golpe en el brazo y Mike se escabulló entre los invitados en busca de Max, antes de que se enfriara la botella de cava que llevaba en la mano. Imaginó a su marido en medio de un corrillo de mujeres, embobadas con su encanto, su cabello rapado a lo presidiario y sus gafas de chico intelectual. O de hombres, quizá. Su irresistible acento francés seducía hasta a las piedras, a pesar de que Max marcaba las distancias en lo tocante al género masculino. Le bastaba con seducir cada día al hombre de su vida. Mike esbozó una sonrisa de orgullo porque ese hombre no era otro que él, y nadie más que él.

Los padres de Ashley, acompañados del abuelo Charles, se acercaron a los recién casados. El anciano, una vez más, dio la enhorabuena a Scott por la joya de mujer que se llevaba mientras Mary achuchaba a su hija con unos cuantos besos emocionados y le arreglaba la cola del vestido, a esas horas llena de rodales de tierra y pisotones.

Charles: Ya tenemos a las dos chicas casadas -comentó el abuelo con su hijo-. Y ahora, ¿qué?

Susan: Ahora a esperar a que vengan los nietos.

Susan, la hija menor, se incorporaba al grupo en ese momento. No le pasó desapercibida la significativa mirada de su padre al decir aquello. El comentario era una alusión directa, ya que ella y Jay llevaban casados varios meses pero habían decidido esperar un poco antes de tener niños, para poder viajar a su aire. Excusa que no convencía en absoluto a su progenitor.

Charles: Ya has oído, chaval -avisó el abuelo a Scott-. Ponte a la faena que no me quiero morir sin conocer a mis bisnietos.

Susan: Desde luego, abuelo -le riñó-. Hasta en un día como hoy tienes que nombrar a la muerte.

Y al decir aquello, Susan no pudo evitar que se le fueran los ojos hacia un grupito de invitados entre los que se encontraba Drew, el hijo de los mesoneros. Y con él, su hermano mayor. Susan sabía, como todo el pueblo, que Zac había regresado a Clermont para retomar su vida tras el triste e inesperado fallecimiento de su mujer, mucho más en pleno s. XXI en que resulta excepcional morir dando a luz. Susan no llegó a conocer a la esposa del hijo mayor de los dueños del mesón, pero lamentaba como todos que una chica tan joven fuese la excepción a la estadística, al perder la vida a causa de una hemorragia durante el parto de su segunda hija.

Ashley hizo señas con la mano a Brittany para que se acercara. La guardia más joven del cuartel, preciosa con un vestidito palabra de honor, hablaba muy animada con Drew. Se la veía risueña y con ganas de pasarlo bien. Susan se alegró por la chica. Por fin parecía que había dejado atrás la morriña que la embargó durante sus primeros meses destinada en la Casa Cuartel de Clermont.

Cuando Brittany llegó junto a ella, Susan tuvo que morderse la lengua aunque se moría de curiosidad, ya que por las miradas hambrientas que había visto lanzarse entre ella y Drew, intuía que había algo entre ellos o estaba apunto de haberlo.

Juntas caminaron hacia la Casa Grande. Cuando entraron en uno de los saloncitos y Brittany comprendió para qué requería Susan su ayuda, se quedó maravillada.

Brittany: ¡Pero qué bonitas! -exclamó cogiendo un par de zapatillas de cáñamo-.

Las había de todas las tallas y colores; la gente de Mike las había dispuesto en cestas de mimbre decoradas con volantes blancos.

Susan: Copié la idea de un blog de bodas. Tanto me gustó el detalle que enseguida lo comenté con July, la madre de Scott.

Brittany estaba segura de que las invitadas, cansadas de los tacones, aplaudirían tan original obsequio de parte de la madrina.

Brittany: Ay, no sé con qué color quedarme, son todas preciosas. Que no se me olvide guardar un par para Vanessa.

Susan: Apártalas ya, por si acaso -aconsejó.

Brittany: Pobrecilla, le habría encantado estar aquí. Pero ya sabes cómo son estas cosas.

Susan: Y tanto que sí -confirmó encogiendo un hombro-.

Ella misma, como enfermera de la comarca, estaba más que acostumbrada a trabajar festivos, nochebuenas, domingos y cuando fuera menester. Vanessa y su compañero Troy, los dos únicos guardias civiles ausentes, lo habrían pasado de miedo en la boda. Pero así funcionaban los servicios públicos.


Ness: ¿Tenía que tocarme precisamente a mí? -despotricaba en ese momento la guardia Vanessa, a dos kilómetros de distancia de la Casa Grande-.

Mientras tanto, su compañero encendía un cigarrillo de Marlboro, a la sombra. Habían parado en una curva amplia, ya que por aquellas carreteras no circulaba a esas horas ni un alma. La comarca entera estaba de festejo.

Troy: Te recuerdo que yo también estoy de guardia mientras el resto de los del cuartel se ponen ciegos de mojitos en la boda de la cuñada del brigada -dijo guardando el mechero en el bolsillo de la camisa-. Además, ¿qué más te da una fiesta más o menos si apenas conoces a los novios?

Vanessa sacudió la coleta y apoyó la cadera en el Land Rover de patrulla.

Ness: No es por la boda -le explicó, visiblemente enfadada-. Le pedí al brigada Parker un par de días de fiesta, pero ya ves. A mi padre no se le ha ocurrido nada mejor que comprar un piso en Los Ángeles. No sé qué chaladura le ha entrado con recordar su juventud.

La chica estaba que trinaba con sus padres. Eran mayores, y al llegar ella como una sorpresa tardía, no tuvieron más hijos. Su padre, sargento de la Policía, acababa de jubilarse. Vanessa estaba convencida de que los hombres tan activos, con el retiro, se chiflaban un poco. No le veía otra explicación al hecho de que, sin comerlo ni beberlo, hubiera decidido vender la casa de Florida para adquirir un piso en Los Ángeles, con la excusa de que en aquella ciudad hizo la mili y fue allí donde conoció a su madre. Como si el recuerdo de su romántica juventud fuera motivo suficiente para que él, su santa madre y el perro, también agente canino jubilado del cuerpo, se mudaran en un visto y no visto a la otra punta del país.

Ness: Para colmo, con lo cabezota que es mi padre -continuó explicándole a su compañero-, seguro que no querrá ni oír hablar de llamar a un pintor. Mira… Me tiene medio loca, te lo juro. Si al menos estuviera yo allí para ayudarles, me encargaría de impedir que se subiera a una escalera. A mi madre seguro que no le hace ni caso y… -miró a su compañero, que la escuchaba con una paciencia estoica-. ¡Y tú deja de fumar, que es malísimo!

Troy expulsó el humo por la nariz y se encogió de hombros.

Troy: De algo tengo que morirme.

Ni dicho adrede. En ese momento se escuchó un motor. Un vehículo apareció a la salida de la curva haciendo un quiebro peligroso hacia ellos, por un palmo escaso no arrolló al joven guardia.

Troy: Me cago en todo, si antes lo digo…

De no ser porque dio un salto hacia la cuneta, un todoterreno se lo habría llevado por delante.


El Toyota Land Cruiser se detuvo en la curva siguiente y su conductor apoyó los brazos sobre el volante, con el susto todavía en el cuerpo.

Drew: Joder, la que has estado a punto de armar por esquivar a un conejo -farfulló desde el asiento del copiloto-.

Zac sacudió la cabeza. Sí, su hermano pequeño tenía razón, pero el volante no se le habría desmandado de no haber ido hablando por el móvil cuando el conejo inoportuno decidió cruzar la carretera. Y todo por avisar a su tía de que iban hacia la masía para recoger a las niñas. Miró por el retrovisor y cerró los ojos a la vez que maldecía su suerte, al ver aparcar justo detrás el Land Rover de la Policía con el pirulo luminoso encendido. Por el rabillo del ojo observó que la guardia que saltaba del vehículo oficial tenía una mirada de bruja que daba miedo. Las cosas empeoraban por momentos. Bajó la ventanilla y mentalmente improvisó una colección de disculpas.

Zac: Lo lamento, agente…

Ness: Buenas tardes, ¿hace usted el favor de enseñarme su carné de conducir y la documentación del vehículo?

Zac: ¿Está bien su compañero? -se interesó mirándola a los ojos-.

Troy: Por poco -respondió por encima de la cabeza de Vanessa que se inclinaba sobre la ventanilla-.

Zac: Lo siento de veras, no comprendo cómo ha ocurrido.

Ness: A lo mejor la culpa la tiene ese móvil que aún lleva usted en la mano -dijo con ácida ironía-.

Zac: El teléfono no tiene ninguna culpa, es toda mía -farfulló reconociendo su error-.

Drew: Y el conejo que se nos ha cruzado en ese momento, señorita agente -apuntó el otro ocupante del todoterreno-. O coneja, cualquiera sabe.

Para colmo de males, a Drew, que llevaba un par de copas más de las que aconseja la prudencia, le entró un ataque de risa de lo más improcedente. Zac dio un codazo a su hermano menor, sin dejar de mirar a la guardia que entornaba los ojos de una manera nada tranquilizadora. Con lo mona que era aquella morena, incluso con el pelo recogido en una coleta tirante, lo miraba con una cara de mala uva que le hacía sentirse increíblemente pequeño a pesar de su metro setenta y cinco de estatura.

Ness: No entiendo de esas cosas -zanjó dejando claro que le importaba muy poco el asunto del sexo del conejo de marras-.

Zac: Verá, agente -intervino-, venimos de una boda y ahora mismo me esperan para recoger a mis hijas en Montverde.

Ness: Pues más cuidado la próxima vez -dijo con tono acre a la vez que iba formulando la correspondiente denuncia por conducir hablando por teléfono-.

Drew: Así que no entiende de los animales del campo -insistió-.

Zac fusiló a su hermano con una mirada asesina.

Ness: Pues no -dijo sacando la libreta de las multas-.

Drew: ¿Y de la fauna del mar entiende, señorita guardia?

Vanessa miró a Drew a los ojos, estaba claro que iba algo pasado de alcohol porque si no a qué santo le venía con aquel tratamiento tan florido cuando de ordinario la llamaba por su nombre y de tú. Al conductor apenas le conocía, sabía que era el hijo mayor de Tom y Meryl, los mesoneros, y de oídas estaba al tanto de las circunstancias de su vida y del porqué de su regreso a Clermont para ejercer su profesión de veterinario. Pero Drew y ella, que eran de la misma edad, se tenían más que vistos como para andarse con tonterías.

Ness: Pues sí, de eso si entiendo algo, aunque no lo creas -dijo para seguirle la corriente, y era cierto, ya que había nacido y crecido en Malibú, ciudad en la que su padre estaba destinado por aquellos años-.

Drew: Ya que entiende de mar… ¿esto qué diría que es, señorita agente? -preguntó palpándose la bragueta-. ¿Pulpo o calamar?

A Vanessa casi se le salen los ojos de las órbitas. Porque estaba de servicio, que si no le habría arreado un par de guantazos.

Zac: Cierra el pico, gilipollas -masculló dándole un codazo, mientras Drew continuaba desafiando a Vanessa con una sonrisilla etílica-. Disculpe al idiota de mi hermano, se lo ruego. Estos chavales es que no saben beber. Venimos de una boda…

Ness: Usted no habrá bebido solo agua, supongo.

Troy, que le vio las intenciones, cogió por el brazo a su compañera.

Troy: Vanessa… -quiso frenarla; el tipo había cometido un error, pero no era justo que pagara todo el mal humor que su compañera llevaba almacenado-.

Ella se zafó del agarre de Troy con un ágil movimiento, sin hacerle el menor caso.

Zac: Sí, he bebido un par de copas, no voy a negarlo -reconoció con creciente cabreo al adivinar por dónde iba a salirle la chica de verde-. Pero estoy en perfectas condiciones para conducir.

Ness: Permítame que eso lo decida yo.

Zac tenía claro que era una locura conducir por aquellas carreteras con más alcohol en el cuerpo del permitido, que no se debía hablar por teléfono con una mano y sostener el volante con la otra. Sí, era terrible e imperdonable haber estado a punto de arrollar a un guardia civil en una curva. Pero le enfureció la sonrisa de suficiencia de aquella bruja morena, propia de quien sabe que tiene la sartén por el mango, y se le agotó la paciencia.

Zac: Pues permítame también decirle a usted que venimos de fiesta, que no estoy borracho, que con una multa tengo bastante y que no me apetece nada que un picoleto con tetas acabe de joderme el día.

Vanessa lo asesinó con la mirada.

Ness: Troy -pidió sin apartar la vista del bocazas del Toyota-, tráete el alcoholímetro que este ciudadano tiene muchas ganas de soplar.


Ness: Así que ese de ahí es el que te trae medio loca.

Ella y su compañera Brittany eran las dos únicas mujeres del cuartelillo. Mientras a Vanessa la tenían por la dura, la Lara Croft del acuartelamiento, su compañera era la protegida de todos, ya que le había costado adaptarse a ese destino más que a ninguno. Vanessa, como el resto de guardias, se alegraba mucho de ver a Brittany contenta y cada día más a gusto en el puesto de la Policía de Clermont.

Compartían una Coca-Cola en el mesón, a modo de despedida, ya que Vanessa había conseguido por fin el permiso que solicitó y esa misma tarde se marchaba a San Francisco a ayudar a sus padres con la mudanza y la pintura del piso nuevo.

Brittany miró con disimulo hacia la mesa donde Drew tomaba café con su hermano mayor.

Brittany: El veterinario te mira mucho. Se ve que le gustas más con ropa de calle.

Brittany vestía de uniforme, pero Vanessa, ya libre de servicio, llevaba unos vaqueros de cintura baja y una camiseta roja que se le resaltaba el pecho, de por si llamativo, disimulado en horario laboral tras el corte insulso de la camisa reglamentaria.

Ness: No creo que me mire por eso ni que le guste un pelo -opinó, escudriñando de reojo al aludido-. Es más, debe odiarme, porque el otro día le casqué una multa que no se le va a olvidar así como así.

Brittany: ¿Por qué?

Ness: Por simpático.

Zac, en cuanto notó que lo miraba, fingió no verla. En cambio, Drew observaba a Brittany con un descaro que daba gusto. Ella lo miró a hurtadillas y se le escapó una risa tonta.

Brittany: ¿A que es mono?

Ness: Un encanto -masculló; no había olvidado el chiste marrano del pulpo y el calamar-.

Brittany: ¿A que no te imaginas cómo me entró? -explicó con una mirada maliciosa y con tono de confidencia-. Al principio todo eran miradas.

Ness: Por tu parte y por la suya -adivinó-.

Brittany: Pues sí -aceptó con cara de niña traviesa-. Luego, empezamos a hablar. Ya sabes, conversaciones que no van a ninguna parte con mucha mirada y ahí quedó la cosa. Una tarde, estaba yo sentada en un banco del parque leyendo tan tranquila, se me acercó y, así a voz de pronto, me suelta: «Tengo una cosa para ti que empieza por P y acaba por A.»

Ness: ¡Anda, qué difícil! Po-lla -ironizó, con los ojos fijos en el rey de las ocurrencias-. Cuánta sutileza.

Brittany: ¡Pues no! Aunque eso mismo fue lo que pensé, lo reconozco -adelantó-. Cuando yo ya estaba fusilándolo con los ojos y a punto de partirle la cara… Me plantó en las manos un libro de poemas de Benedetti.

Ness: ¿Poesía? -cuestionó con los ojos muy abiertos-.

Brittany: Empieza por P y acaba con A -recalcó-. ¡Me dejó tan sorprendida que me dio un ataque de risa!

Vanessa y Brittany se echaron a reír al rememorar el momento.

Ness: Mira por dónde, Drew empieza a caerme bien -reconoció-. No hay nada como un hombre con sentido del humor.

Tuvo que aceptar que tenía gracia para impresionar a una chica, a pesar de la broma bastorra que le dedicó a ella el día de la multa. Debió ser cosa del alcohol, se dijo Vanessa para disculparlo.

Brittany asintió sonriente, ella también adoraba a los hombres que sabían hacerla reír.

Brittany: Toda la noche estuve leyendo, del tirón me lo acabé -confesó con un suspiro-.

Ness: Tienes suerte -opinó-. A mí ya me aburren los guaperas que se las dan de castigadores.

Brittany: Drew no es feo.

Vanessa se quedó mirándolo…Y aprovechó para dar un repaso concienzudo también al hermano mayor. No, no eran nada feos. Todo lo contrario. Ambos eran altos y delgados, con su puntillo desgarbado. De ese tipo de hombres pura fibra, que se mueven con la elegancia de un gato y la ropa les sienta como un guante.

Ness: Así que te derritió con el truco romántico del libro de poemas.

Brittany: ¡Sí! Madre mía, qué locura de fiesta nos pegamos el día de la boda -comentó con expresión golosa-.

Vanessa dio un trago a su Coca-Cola y a la vez una mirada larga a los dos hermanos, hijos del dueño, quien, desde la barra no quitaba ojo a la mesa de sus vástagos ni dejaba de mirar a las chicas con una sonrisilla disimulada.

Ness: Entonces, ¿hubo pinchito después de la fiesta? -indagó imaginando que el uno y la otra debieron de poner la guinda a la boda con una sesión de sexo salvaje-.

Brittany: Pinchitos, banderillas, lanzas, jabalinas… -corroboró-.

De nuevo se echaron las dos a reír.

Brittany se estiró en la silla, con una mirada perezosa.

Brittany: No sabes lo bien que sientan los polvazos mañaneros.

Vanessa miró a la otra con ojos acusadores.

Ness: Y yo toda preocupada porque no volviste a dormir a la Casa Cuartel y no contestabas al móvil, mientras tú y nuestro amigo el ingeniero agrícola de la Casa Grande os entreteníais en fornicar como conejitos.

Brittany: Ni te imaginas -comentó guiñándole un ojo-.

Ness: Bueno, ¿y qué? Dicen que de una boda sale otra.

Brittany: Calla, calla, si es un crío.

Ness: ¿Cuántos años tiene?

Brittany: Veinticinco.

Ness: Pues ya tiene uno más que tú y los mismos que yo.

Brittany: Sí, pero no creo que sea de los que van en serio.

Vanessa miró hacia la mesa lejana, sin entender a qué venía la sonrisa de Zac y por qué se levantaba hacia la barra a hablar con su padre.

Ness: ¿Tú quieres algo serio? -preguntó a su compañera-.

Brittany se encogió de hombros.

Brittany: Lo único que tengo claro es que no quiero ser una amiguita con derecho a roce ni ser una muesca más en su revólver. El tiempo dirá.

Ness: Ese chico te tiene pillada, se te nota en la cara.

Brittany: Un montón -suspiró-. Pero si sus trucos de encantador de serpientes le funcionan con otras, conmigo va a aprender lo bien que se me da hacer la cobra.

Ness: Con lo buenecita que pareces…

Brittany le guiñó un ojo; ser buena no estaba reñido con ser lista.

Vanessa miró hacia la mesa de los chicos con disimulo. Por mucho humor ingenioso que derrochara, ella no sentía la más mínima atracción por Drew. En cambio, con el hermano mayor sí que estaría dispuesta a darse un homenaje. Lástima que fuera tan borde.

Tom, el dueño del mesón, se acercó a la mesa que ocupaban las chicas con una servilleta de papel. A pesar de llevarla doblada en cuatro, se trasparentaba algo escrito. El hombre les plantó delante un plato recién salido de la cocina que olía a gloria.

Tom: De parte de mi chaval mayor -dijo, entregándole la servilleta a Vanessa-.

Ella la leyó sin perder ni un segundo.

Estás increíblemente guapa cuando sonríes. Así que mejor tomémonos las cosas con humor. Ah, y te perdono lo de la multa…


«¿Te perdono?», se repitió incrédula. Vanessa miró el plato que acababa de invitarlas el mesonero y frenó a Brittany que ya se disponía a pinchar con el tenedor en alto.

Ness: Ni se te ocurra -avisó con tono lapidario-.

Alzó la mirada, pero en la mesa del fondo ya solo quedaba Drew que la miraba con cara de cachondeo. Zac había desaparecido. Y no, a diferencia de su amiga, ella no se derretía ante la peculiar agudeza humorística del veterinario. Junto con la nota le había hecho llegar una ración de calamares a la romana.


Vanessa se lanzó calle abajo, plato de calamares en mano, con una energía fruto de la furia.

Ness: «¿Pulpo o calamar?» -repetía por lo bajo-, qué gracioso.

Y caminó hasta encontrar la casa que andaba buscando.

**: El señor veterinario no está -anunció desde el balcón la vecina, al verla tocar el timbre con tanta insistencia-.

Ness: ¿Ah, no? -indagó mirando hacia arriba-.

La mujer tenía fama de cotilla, seguro que no tardaría en darle razón de su paradero.

**: Ha salido hace un rato con las niñas. Iban a los columpios del parque.

Ness: Entonces, digo yo que tardarán.

**: Pues una hora por lo menos.

Vanessa miró la puerta de madera de la casa de Zac. Después miró el plato que aún llevaba en la mano y tuvo la pérfida idea. Alzó la vista hacia la vecina, sonriendo como un ángel maligno.

Ness: Señora Rosy, ¿no tendrá por ahí una caja de herramientas?

Dicho y hecho. En cuanto la mujer le bajó los útiles que necesitaba, se puso manos a la tarea y una vez acabada su faena, se sacudió las manos contemplando su venganza. Se despidió de la vecina, que no salía de su asombro y miró el reloj. Era hora de ponerse en camino, puesto que desde Florida a San Francisco tenía la tira de kilómetros de autovía por delante.

Regresó a la Casa Cuartel, en busca de su equipaje y de su coche, pensando en la cara que pondría el tal Zac cuando regresara del parque y viera los calamares a la romana clavados con tachas en la puerta de su casa, como una copia mal hecha de los aros olímpicos.

Ya andaba a la altura de Texas cuando sonó el pitido de su teléfono que anunciaba un whatsapp. Vanessa paró a estirar las piernas en un área de servicio. Mientras removía en azúcar de su café cortado, miró la procedencia del mensaje y se quedó boquiabierta. Eso sí que no se lo esperaba. Se preguntó cómo y gracias a quién había averiguado Zac su número de teléfono. Leyó el texto y no pudo evitar una sonrisa. El veterinario tenía agallas, de eso no cabía duda.

Aún no he conseguido darle a mi hija mayor una explicación sensata que justifique qué coño hacían esos seis calamares clavados en la puerta de casa. Es una pena que no te gusten, porque a mi madre le salen de lujo. Lo tendré en cuenta. La próxima vez la tapita será de pulpo.


Y como despedida, el emoticono de un demonio con cuernecillos y sonrisa maligna.


Cuando Vanessa llegó a San Francisco se tranquilizó al saber que, gracias a la insistencia de su madre, el sargento Hudgens, o sea, su padre, había claudicado y contratado los servicios de un pintor. El pisito lucía monísimo con las paredes en colores suaves. Pero nada que ver con la casa adosada de Los Ángeles. Los cincuenta metros de aquel apartamento parecían mucho más pequeños de lo que se intuían en el plano que sus padres le enviaron por correo electrónico. Una monada con vistas al puerto, ideal para una pareja. El problema estribaba en que sus padres eran un matrimonio de tres. El miembro de cuatro patas del trío matrimonial, un enorme pastor alemán acostumbrado a correr al aire libre.

Brad: No sé qué le pasa a Thor, míralo -decía su padre, sin apartar la vista del que fue durante años su compañero de trabajo-.

El perro languidecía tumbado en el suelo de la diminuta cocinilla, más aburrido que un vendedor de hielo en Siberia.

Emma: Sí lo sabes, Brad -le contradijo su mujer-. Lo que le pasa al pobre animal es que no se adapta a vivir entre cuatro paredes.

Ness: ¿Y qué vamos a hacer? -se preguntó con las manos en las caderas sin dejar de contemplar al pobre perro-.

Le dolía verlo tan triste. El Thor que recordaba no parecía el mismo, acostumbrada a verlo de niña con el arnés de la Policía, con su padre llevándolo de la correa tan orgulloso. Como suele ser costumbre, su padre, que siempre fue el agente a cargo del perro mientras cumplió su servicio en la Unidad Canina del Cuerpo, fue quien lo adoptó cuando, tras años de servicio a la sociedad, empezaron a fallarle las piernas. Ya jubilado, Thor disfrutaba en Los Ángeles de un merecido retiro, con un jardín para él solo y diarios paseos por el campo. Hasta que el sargento Hudgens, su guía y compañero de fatigas de toda la vida, tuvo la brillante idea de mudarse a un diminuto apartamento en San Francisco.

Emma: Una solución tenemos que buscar, Brad -apuntó la mujer, con mucho sentido común-. Por mucho que te duela tenerlo lejos, amarrarlo aquí con nosotros es cruel y egoísta, sabiendo que el perro no está a gusto.

El hombre cabeceaba, abrumado por la preocupación. Quería mucho a aquel perro, desde que era un cachorro. Lo importante era la felicidad del animal y lamentó no haber pensado en su bienestar cuando le entró el arrebato del traslado a San Francisco. A Los Ángeles no podían volver porque habían vendido la casa y, si se le ocurría sugerir una nueva mudanza cuando aún no estaban ni medio instalados, su paciente esposa iba a ser capaz de asesinarlo. Miró al animal, siempre tan activo y juguetón, cualidades que lo hicieron idóneo para convertirse en perro policía. Y maldijo en silencio al verlo bostezar con la mirada perdida de puro hastío. Su querido Thor no era ni la sombra de lo que fue.

Ness: ¿Y si me lo llevo conmigo al cuartel, a Clermont? -sugirió como posible solución-.

Sus padres se miraron entre ellos y contemplaron al perro con infinita tristeza, ante la idea de tenerlo tan lejos. Pero en los montes de Clermont seguro que sería más feliz. Y en un cuartel, rodeado de hombres de uniforme que jugarían con él, como había vivido la mitad de su vida.

Brad: No es mala idea -aceptó su padre, con un suspiro-. ¿No te pondrán problemas en el puesto?

Vanessa negó muy convencida.

Ness: Seguro que no. Con nosotros ya vive Chispa, una perrita abandonada que recogió una patrulla. Además, Thor es uno de los nuestros -alegó convencida, aludiendo a la condición de agente canino retirado-. ¿Cómo van a negarse?




Uy, no empiezan muy bien los dos tortolitos... 😆
Va a ser divertida esta historia 😉

¡Gracias por leer!


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