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martes, 29 de diciembre de 2015

Capítulo 4


Horas más tarde, mientras la noche avanzaba inexorablemente hacia el alba, Zac pensó que Vanessa no había podido saciarse de él. Ni él de ella. ¿Por qué no? Por el límite de tiempo que ella había impuesto. Giró la cabeza para verla dormir. Tenía el cabello alborotado alrededor del rostro. El suave sonido de su respiración. La fresca fragancia que emanaba de su piel iba a turbar la memoria de Zac durante bastante tiempo.

Se sentía demasiado relajado como para preocuparse sobre el hecho de que nunca antes le había ocurrido nada semejante con nadie. Ese vínculo que él tan casualmente había mencionado para atraerla. Había sido... bueno... mucho más de lo que había esperado.

Se apoyó sobre un codo para mirarla bañada por los rayos dorados del amanecer. Ansiaba poder acariciarle el rostro, los labios, el cabello. La deseaba de nuevo. Quería sentirse dentro de ella, experimentar de nuevo su orgasmo... Quería mirar aquellos maravillosos ojos y...

Frunció el ceño. Tal vez no estaba tan relajado como había pensado. Sin embargo, se le pasaría. Por supuesto que se le pasaría. Y Vanessa se lo había dejado muy claro: una noche. A él le había parecido bien esa propuesta. Más que bien.

Suspiró aliviado. Después de todo, la cordura seguía intacta. Habían compartido unas horas fantásticas, pero había llegado el momento de ir pensando en marcharse de allí.

Con cuidado de no molestarla, Zac se levantó y se marchó hacia el cuarto de baño, comprobó su teléfono móvil para ver el estado de los horarios de los vuelos, se duchó y, después, se marchó a buscar algo para desayunar mientras ella se quedaba dormida.


Vanessa se despertó con el sonido del aire acondicionado y el sonido del agua corriendo en el cuarto de baño. No se movió durante un largo instante, reviviendo la noche anterior, todo lo que Zac y ella habían hecho juntos. Había perdido la cuenta de cuántas veces él le había hecho alcanzar el clímax.

Sin embargo, el lado de la cama que él había ocupado estaba vacío en aquellos momentos. Las sábanas ya casi estaban frías. Sintió una ligera desilusión porque él no la hubiera despertado antes.

En aquel momento, Zac salió del cuarto de baño afeitado y vestido.

Zac: Levántate. La nube de ceniza se ha levantado. Los vuelos van a volver a operar dentro de una hora aproximadamente. Tenemos que darnos prisa.
 
Ness: ¿Qué hora es? -murmuró sin moverse-.

Estaba completamente desnuda bajo las sábanas.
 
Zac: Las seis y media.
 
Ella lanzó un gruñido contra la almohada. Todo había terminado. Por un lado, le daba pena. Por otro, se sentía aliviada. La noche anterior, el cuerpo de Vanessa Hudgens parecía haberse visto poseído por una ninfómana. De hecho, en aquellos momentos prácticamente sentía vergüenza de mirarlo a los ojos. Un ligero rubor le cubría todo el cuerpo.
 
Ness: ¿Huelo a café? ¿Café de verdad?
 
Zac: ¿Capuccino o con leche? -le preguntó mientras levantaba un par de tazas de plástico del escritorio-. No sabía cuál te gustaba, así que he comprado uno de cada.
 
Ness: Prefiero el café con leche, por favor. ¿Ya has salido?
 
Zac: Organización, nena -contestó mientras se sentaba en la cama y le ofrecía una taza de café-. Creo que también necesitas esto.
 
Vanessa se apoyó sobre un codo y miró el interior de la bolsa que Zac le ofrecía. Se trataba de un par de braguitas color rosa chicle, con un mapa de Australia impreso en la parte delantera. De repente, ella recordó la razón por la que iba a tener que llevar aquellas braguitas durante el resto del día. Se ruborizó.
 
Ness: Ah. Gracias.
 
Zac: Es por mi bien tanto como por el tuyo. Me volvería loco imaginándome tu trasero desnudo bajo esa falda todo el día sin poder aprovecharme de la situación.
 
Vanessa se ruborizó aún más. Se sentó y se cubrió el torso todo lo que pudo.
 
Ness: Ah... bien. En ese caso...
 
Zac: Una mujer que está desnuda en la cama a excepción de un collar de perlas resulta algo misterioso. ¿Por qué llevas esas perlas?
 
Ness: Eran de mi madre -se limitó a decir. No iban a compartir secretos sentimentales. Dejó la taza sobre la mesilla de noche y se tapó un poco más con la sábana-. Yo...
 
Zac: ¿Va todo bien?
 
Ness: Sí, claro. ¿Por qué no iba a ser así?
 
Zac: Pareces...
 
Ness: Voy a darme una ducha -replicó como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo-.

Sin embargo, no se movió. Le resultaba imposible soltar la sábana. Le preocupaba lo que Zac pudiera pensar de ella.

 ¿Y por qué tenía que ser así? En menos de una hora, se despedirían y no volverían a verse. Lo único que tenía que hacer era superar aquellos momentos complicados. Luego podría relajarse y disfrutar de sus vacaciones.
 
Zac: Pues date prisa -replicó mientras consultaba el reloj. Entonces, se levantó, tomó su bolsa y se dirigió hacia la puerta-. Te espero en el vestíbulo dentro de quince minutos.
 
 
Vanessa agradeció la sensibilidad que él demostró al dejarla sola para que pudiera levantarse de la cama, a pesar de que la había visto, tocado y saboreado por todas partes. No obstante, el rubor no había desaparecido cuando se reunió con él en el vestíbulo. Al ver la gente que lo rodeaba, se metió la mano en el bolso y sacó las gafas de sol.

Echaron a andar hacia la terminal con buen paso, junto con el resto de las personas que abandonaban el hotel en aquellos momentos. No intercambiaron palabra alguna.

Cuando llegaron al interior de la terminal, Vanessa se volvió para mirarlo.
 
Ness: Gracias por todo -le dijo antes de que pudieran llegar al mostrador de facturación-. Bueno... me refiero a lo de rescatarme y todo eso.
 
Zac: Ha sido un placer -respondió con un brillo especial en sus ojos azules-.
 
Ness: Bueno... supongo que... Adiós, entonces.
 
Zac: Digamos mejor hasta la vista, nena.
 
Zac se inclinó para darle un casto beso en los labios. Entonces, Zac se dio la vuelta y se marchó, desapareciendo entre la multitud.

Vanessa se mordió el labio inferior y contuvo un fuerte impulso de llamarlo para que regresara. ¿Por qué estaba dejando que aquel hombre saliera de su vida cuando apenas existía la posibilidad de volver a encontrarse con él?

Echó a andar detrás de él, pero no tardó en darse cuenta de que era demasiado tarde. La terminal estaba sumida en el caos. Corría el riesgo de no encontrarlo y de perder el vuelo. Además, aunque lo encontrara, ¿qué iba a decirle?


Agradeció la comodidad y la relativa intimidad que le proporcionaba el asiento de la ventana en la parte delantera del avión. No tenía que mirar a otros pasajeros y, además, el asiento al lado del suyo estaba vacío. Se puso los cascos, cerró los ojos y se dejó llevar...

Tenía frío. Vanessa se frotó los brazos al notar el potente aire acondicionado del avión, luchando contra el sueño y las imágenes que llevaban turbándola ya seis semanas.

Austin en la cocina de su casa, tan guapo como siempre.

Austin: He decidido presentarme a candidato para la siguiente elección del estado.
 
Ness: ¿Cómo? ¿Política? -preguntó sin entender-. Pensaba que estabas simplemente haciendo contactos entre el electorado, ofreciendo tus habilidades como voluntario. Que era parte de tu plan para nuestro negocio de vinos y quesos...
 
Austin: Ese negocio no va a existir, Vanessa.
 
Ness: Pero el curso de viticultura...
 
Austin: Cambié de curso el año pasado.
 
Ness: ¿Y no me lo dijiste? -le había preguntado, muy enojada-. ¿No te molestaste en decirle a tu prometida que estabas considerando una carrera en el mundo de la política? ¿Qué ha pasado con lo de compartir todo lo que hay entre nosotros? ¿Cómo has podido dejarme al margen de ese modo?

Austin: Sé cómo te sientes al estar en el ojo público -respondió encogiéndose de hombros-. Y, francamente, estar casado con una doña nadie que odia ser el centro de atención no es bueno para un futuro político. Mírate, Vanessa. Mira este lugar -añadió mientras miraba la cocina en la que se encontraba-. Vives en otra época. Yo necesito una esposa que pueda estar a mi lado en el futuro. Una mujer que sepa cómo convertirse en icono de moda. Una mujer que tenga agallas suficientes como para no temer hablar en público.

Aquella traición de todo en lo que ella había creído sobre Austin, sobre ambos, la hirió profundamente.


Vanessa se despertó cuando el avión atravesó unas turbulencias. Se puso a mirar por la ventana y contempló la línea costera sobre la que el avión descendía, en Nadi. Austin había utilizado la posición social de su prometida para establecer contactos. Luego, se había deshecho de ella.

Una doña nadie.

Apretó los dientes mientras contemplaba el paisaje. La noche anterior había demostrado que era una mujer segura y capaz de ser quien quisiera ser. Debería darle las gracias a Austin por haberla hecho reaccionar.

Salió del avión para encontrarse rodeada de un aire húmedo y tropical. Siguió al resto de los pasajeros a través del asfalto para llegar a la terminal. Cuatro componentes del personal local, ataviadas con ropa de brillantes colores, el Sulu Jaba, la tradicional falda larga y flores de hibisco tras la oreja, los recibieron con sus resplandecientes sonrisas. Tocaban el banjo para acompañar unas deliciosas armonías isleñas.

Vanessa sonrió a las mujeres y se dirigió a la zona de recogida de equipajes para recoger su maleta. Ya le encantaba Fiji. Un lugar en el que no conocía a nadie ni nadie la conocía a ella...

Aquel pensamiento se esfumó cuando vio un par de anchos hombros cubiertos por una familiar camisa oscura cerca de la cinta del equipaje. El corazón se le detuvo durante un instante. Observó cómo él tomaba su maleta. Antebrazos bronceados. Músculos tensándose.

Zac.

No podía moverse. Contra su voluntad, tampoco podía apartar la mirada de él. Su alto y bronceado cuerpo, las largas piernas que lo llevaban hasta las Aduanas. ¿Qué estaba haciendo él en Fiji? Trató de apartar la mirada, pero le resultó imposible. La única aventura de la que se había permitido disfrutar...

Vanessa atravesó las Aduanas guardando las distancias con él, pero, de repente, Zac se detuvo con el móvil en la mano, justo en las puertas de salida. ¿Cómo iba a poder pasar a su lado?

Entonces, como si él sintiera que Vanessa le estaba observando, giró la cabeza y, por encima del hombro, cruzó su mirada con la de ella. Sin dejar de hablar por teléfono, la miró muy fijamente. Vanessa no podía moverse. Por fin, terminó con su llamada y se dirigió hacia ella.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?
 
Zac dejó su maleta en el suelo y le dedicó una sonrisa llena de encanto.
 
Zac: ¿Qué es lo que hace uno habitualmente en Fiji? Relajarse y disfrutar.
 
Ness: Me mentiste.
 
Zac: ¿Mentirte, dices? -repitió frunciendo el ceño-.
 
Ness: Dijiste que ibas a Hawaii.
 
Zac: No. Tú diste por sentado que yo iba a Hawaii.
 
Ness: Y tú me lo permitiste -le espetó-. Hablamos al respecto y tú me dejaste creer que...
 
Zac: Me preguntaste si había estado antes en Hawaii. Yo te dije que trato de ir cada dos años más o menos. Da la casualidad que este año no voy.
 
Ness: Tú sabías exactamente a lo que yo me refería. No me dijiste que te dirigías a Fiji cuando hablamos sobre Hawaii.
 
Zac: ¿Y por qué iba a hacerlo? Dijimos que nada de intercambiar información personal. Tus reglas, Vanessa, ¿recuerdas?
 
Ness: No te vi en la sala de embarque de Melbourne ni en las Aduanas...
 
Zac: Esa era mi intención. Tú insististe mucho en que solo querías una noche. Que no requerías más servicios.
 
Vanessa se sonrojó al escuchar aquella manera tan cruda de resumir su velada juntos. Evidentemente, eso era lo que le parecía a él. Acababa de hacer que su noche juntos pareciera algo barato y sórdido. Acababa de estropear los recuerdos. Vanessa sintió que le odiaba por eso.

Ness: Habría estado mejor enfrentándome a ese reportero.
 
Zac: Venga, Vanessa -comentó con una sonrisa-. Relájate un poco.
 
Ness: ¿Y ahora qué? Ahora no estás tratando de evitarme. De hecho, has hecho todo lo posible por encontrarte conmigo. Tal vez tú también seas un reportero y estabas metido en esto con ese tipo.
 
Zac: ¿De verdad crees eso? ¿Por qué no nos buscamos un lugar un poco más privado para hablar...?
 
Ness: Nada de eso. Aquí estamos bien
 
Zac: Está bien. Me he pasado todo el vuelo pensando en ti. Me preguntaba si habrías cambiado de opinión porque realmente me gustaría volver a verte mientras los dos estemos aquí.
 
Ness: Yo no he venido a Fiji para estar con nadie. He venido aquí para estar sola.
 
Zac: Pues es una pérdida de puestas de sol románticas, ¿no te parece?
 
Ness: No...
 
Zac: Admítelo, Vanessa. Disfrutaste del tiempo que pasamos juntos tanto como yo. Podría ser mucho mejor en una cálida noche tropical, con las ventanas abiertas, la brisa del mar entrando por la ventana y refrescándonos la caldeada piel...
 
Ness: Sí -le espetó-. No me refiero a lo de que podría ser mejor... Anoche lo dije en serio. Lo admito, pero eso solo fue anoche.
 
Zac: Y ahora estás pensando en lo mucho que te gustaría volver a repetir.
 
Ness: Tú... tú estás demasiado seguro de ti mismo.
 
Zac: ¿Acaso prefieres un hombre menos firme?
 
Ness: Prefiero estar sola, como ya te he dicho. En estos momentos, los hombres no están en mi agenda.
 
Zac. Sin embargo, conmigo has hecho una excepción. Me siento halagado.
 
Ness: Pues no deberías estarlo. Tú estabas disponible. Resultabas conveniente y te utilicé. Te utilicé sin vergüenza alguna. Una noche. Nada más -concluyó-. Espero que disfrutes de tus vacaciones. Adiós.
 
Zac: Tengo un coche esperando. Al menos, permíteme que te lleve a tu hotel. ¿En dónde te alojas?
 
Ness: He pedido que un coche de mi hotel venga a recogerme. De hecho, el chófer se estará preguntando dónde estoy.
 
Zac: En ese caso, te acompañaré fuera.
 
Vanessa comenzó a tirar de su maleta y se dirigió a la salida. Mientras examinaba la zona para descubrir su coche, vio que Zac le hacía una señal a una reluciente limusina que se acercó inmediatamente al bordillo. El chófer bajó y les dedicó una sonrisa.
 
**: Hola, Zac. ¡Buenos días!
 
Zac: Malakai, hola.
 
Vanessa contempló asombrada cómo los dos hombres se daban la mano y se saludaban con gran familiaridad.
 
Malakai: Otra huésped del hotel que iba en tu vuelo va a venir con nosotros -dijo el chófer mirando a su alrededor-. Aún no la veo.
 
Zac miró a Vanessa.
 
Zac: ¿Vas a Vaka Malua Resort, por casualidad?
 
Vanessa no se lo podía creer. Entonces, se fijó en el uniforme que llevaba el chófer y reconoció el logotipo. ¿Por qué de todos los hoteles de Fiji había tenido que escoger precisamente aquel? El destino la estaba sometiendo a un duro castigo...

Asintió lentamente.

Zac le dijo algo al chófer en voz muy baja y luego se dispuso a ocuparse del equipaje de Vanessa. Lo metió en el maletero de la limusina y dijo:

Zac: Vanessa, te presento a Malakai.

Malakai le dedicó una amplia sonrisa y abrió la puerta del coche.
 
Malakai: Hola señora. Bienvenida a Fiji.
 
Ness: Hola -repuso con una sonrisa forzada mientras entraba en el vehículo-.
 
Se sentía muy confusa. Tal vez lo comprendería mejor cuando pudiera cerrar por fin la puerta de su suite y olvidarse del resto del mundo. Vaka Malua era un resort de lujo y, según la página web, resultaba espacioso e íntimo. Ella tenía una piscina privada y vistas al mar. Si quería, podía evitar al resto de los turistas. A Zac, por ejemplo.

Cuando Vanessa estuvo en el interior del coche, Zac se montó también. Se sentó a su lado, aunque se aseguró de dejar el espacio suficiente entre ellos.

No creía ni un minuto en la aseveración que Vanessa había hecho sobre la noche que habían pasado juntos. Conocía bien a las mujeres y ella no era ese tipo de fémina. Él había manipulado la situación para que se convirtiera en lo que él quería, por lo que, comprensiblemente, Vanessa estaba enojada con él.

Al contrario que él, resultaba evidente que ella provenía de una familia de dinero. Una niña rica con algo que ocultar. Zac había notado cómo la emoción le nublaba la mirada cuando ella le habló de las perlas de su madre y de las vacaciones familiares en Hawaii. Resultaba evidente que la familia era muy importante para ella.

Había afirmado que no quería tener nada que ver con él. Por lo tanto, le quedaban cuarenta minutos para trabajar en esa situación.

Apretó el botón y abrió un poco su ventanilla para dejar que el aroma de los trópicos entrara en el vehículo.
 
Zac: ¿Has estado antes en Fiji, Vanessa?
 
Ness: No.
 
Zac: ¿Y tu primera impresión?
 
Ness: Me parece que se trata de un lugar agradable, relajante...

Zac: ¿Te molesta que haya abierto la ventanilla?
 
Ness: No. Conoces al conductor -murmuró en voz muy baja-.
 
Zac: Suelo venir con frecuencia a Fiji y siempre lo hago a Vaka Malua. Malakai trabaja allí desde que abrieron el resort.
 
Ness: Entiendo...
 
Zac: ¿Sueles viajar mucho?
 
Ness: No. Llevo dos años sin hacerlo.
 
Zac: ¿Cuánto tiempo te vas a quedar aquí?
 
Ness: Dos semanas.
 
Zac: Bien. Espero que encuentres lo que andas buscando.
 
Vanessa no respondió.

Por fin, el resort apareció en la distancia. Se trataba de un grupo de tejados de color gris, construidos según la arquitectura local de Fiji. Los lujosos bungalows se extendían por la ladera de una colina mientras que el resto del resort se extendía hacia la playa.

Malakai se detuvo bajo el pórtico de entrada, en el que se encontraba la recepción.
 
Ness: ¿Tú también te bajas aquí? -le preguntó a Zac-.
 
Zac: No. -Entonces, se volvió para mirar a Vanessa mientras Malakai descendía del coche para abrirle la puerta-. Ya hemos llegado. Tengo algo de lo que ocuparme en otra parte.
 
Ness: Espero que disfrutes tu estancia aquí.
 
Zac: Tú también.
 
Zac observó cómo descendía del coche. Vanessa tenía el trasero más sexy que había visto en mucho tiempo.

E iba a estar allí durante dos semanas.
 
Zac: Espera. -Entonces, abrió la cartera y sacó un billete de cincuenta dólares australianos y anotó su teléfono en el borde. Después, bajó de la limusina y la rodeó para entregárselo-. Por si cambias de opinión. -Sin esperar a que ella respondiera, se volvió a meter en la limusina y cerró la puerta-. Llévame a casa, Malakai.
 
Entonces, con una sonrisa, se preguntó quién cedería el primero.




Está claro que el destino quiere que estén juntos XD

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domingo, 27 de diciembre de 2015

Capítulo 3


Zac escuchó la risa en cuanto abrió la puerta y sonrió él también. Hasta que la vio sentada en el sillón, de perfil, mirando por la ventana. Su cabello oscuro parecía arder con los últimos rayos del sol. Su sonrisa se transformó en una expresión de admiración. Suelta y brillante, aquella sedosa melena le caía por los hombros como si estuviera celebrando su libertad.

Ella había encendido la televisión para escuchar un canal de radio. Se trataba de algo suave, con notas de jazz. Resultaba evidente que ella no le había escuchado entrar, por lo que Zac aprovechó el momento para observarla.

No tardó en darse cuenta de que estaba siendo testigo de algo que dudaba que vieran muchas personas cuando miraban a Vanessa. Su belleza interior. La sexualidad innata que él encontraba tan irresistible. Le daba la sensación de que ella no mostraba a menudo aquella faceta de su personalidad y que mucho menos la compartía.

Esperaba que se atreviera a compartirla con él.

Se había quitado el horrible traje y se había puesto el albornoz del hotel. ¿Estaría completamente desnuda debajo? Sintió que la entrepierna se le tensaba. Vanessa aún llevaba puestas las perlas. Su iridiscencia reflejaba los rayos del sol. Zac se imaginó levantándolas, notándolas cálidas por la piel con la que habían estado en contacto y deslizar la mano por debajo para explorar la cremosa garganta. No recordaba haberse sentido nunca tan cautivado por una mujer.

Una vez más, se sintió atrapado por la sensación de que aquello era diferente, de que ella era diferente. Discretamente, se aclaró la garganta para anunciar su presencia.

Zac: ¿Le apetece a alguien un trozo de pizza?

Vanessa se dio la vuelta para mirarlo. Parecía contenta de verlo.

Ness: Sí, por favor -dijo mientras se levantaba del sillón-. ¿Dónde la has comprado?

Zac: En la pizzería del aeropuerto. Era la última. O más bien la última mitad. Tuve que pelearme con las hordas hambrientas.

Colocó la caja sobre el escritorio y encendió la lámpara. Entonces, agarró la botella de vino que había sobre el frigorífico del bar.

Vanessa sonrió y se arrebujó un poco más el albornoz.
 
Ness: Eres mi héroe.

Zac: ¿Te apetece un poco de vino?
 
Ness: Gracias. -Entonces, levantó la tapa de la caja-. ¡Qué buena! ¡Me encantan las alcachofas! Porque es de alcachofas, ¿verdad?
 
Zac: Creo que sí.
 
Vanessa tomó su bolso y sacó una servilleta de lino bordada con su nombre. Entonces, procedió a limpiar la cubertería. Zac se quedó muy sorprendido. Abrió la botella de vino y tomó un par de platos de cartón que había junto a la caja.
 
Zac: ¿Te gusta la comida italiana?
 
Ness: Sí, pero el marisco es mi favorito -respondió mientras separaba las porciones con un cuchillo y las colocaba en los platos-. En Glenelg, en el embarcadero del paseo marítimo, hay una maravillosa marisquería.
 
Zac: Sé a la que te refieres -afirmó. No le dijo que su apartamento tenía vistas a ese embarcadero. Se limitó a servir una generosa cantidad de vino en las copas-. Estoy de acuerdo contigo. Cuando estoy en Adelaida, es uno de mis restaurantes favoritos.
 
Ness: El mío también. Parece que tenemos algo en común -comentó conteniendo el aliento-.
 
Zac: Espero que no sea todo lo que tenemos en común -susurró mientras le acariciaba suavemente la mejilla con los nudillos-.

La piel de Vanessa era tan suave como la seda y olía a flores.
 
Ness: No íbamos a hablar sobre nosotros...
 
Zac: ¿Y quién ha dicho nada de hablar?
 
Sus miradas se cruzaron, pero Zac no respondió al deseo que atenazaba la parte inferior de su cuerpo. Ya habría tiempo. Una mujer como Vanessa necesitaba tiempo y él ya había decidido darle la oportunidad de decidir si aún quería dejarse llevar por la pasión que había visto reflejada en sus ojos anteriormente.

Por lo tanto, se limitó a levantar las copas, le ofreció una a ella y dijo:
 
Zac: Vamos a cenar antes de que la pizza se enfríe aún más. Salud.
 
Ness: Gracias. Y salud.
 
Vanessa tomó su plato y regresó al sillón mientras que Zac se sentaba en la silla del escritorio. Dio un sorbo de su copa y luego la dejó sobre la mesita de café que tenía delante. Sentía un ligero hormigueo en la mejilla, justo en el lugar en el que él la había tocado. También lo sentía en otras partes de su cuerpo, al igual que una desesperada necesidad que jamás había experimentado. Sin embargo, sabía que él le estaba dando espacio y se lo agradecía.

Ness: Hawaii es muy bonito en esta época del año -dijo, para apartar la mente del camino que estaba tomando-.
 
Zac miró los folletos y luego la miró a ella de un modo pensativo. Inescrutable.
 
Ness: Sé que acordamos que no habría nada personal entre nosotros, pero estaban ahí...
 
Él sonrió. De repente, aquella enigmática mirada desapareció con un parpadeo.
 
Zac: No pasa nada, Vanessa. Y sí, es la mejor época del año. Así se aleja uno del frío.
 
Ness: ¿Has estado allí antes?
 
Zac: Trato de ir cada dos años. Las olas son magníficas allí. ¿Y tú? ¿Has estado alguna vez?
 
Ness: Una vez. En Maui. Fue por unas vacaciones familiares para celebrar... -se interrumpió. Recordó el décimo aniversario de boda de sus padres. Sintió una pequeña presión en el corazón, que le hizo frotarse la zona y acariciarse las perlas que llevaba en la garganta-. Pero eso va en contra de las reglas.
 
Zac: Claro. Si tú lo dices. ¿Te encuentras bien?
 
Ness: Sí -respondió relajándose un poco. Se terminó la pizza y se limpió los labios. Entonces, volvió a meter la elegante servilleta de nuevo en su bolso-. ¿Sabes una cosa? Eres un hombre muy agradable.
 
Zac: ¿Agradable? -repitió levantando las cejas-. Eso me preocupa...
 
Ness: Quería decir honrado. Considerado.
 
Guapo.

Zac se echó a reír y se metió lo que le quedaba de su pizza en la boca.

Zac: ¿Estás segura de que no eres una princesa a la fuga de algún pequeño país de Europa?
 
Ness: ¿Cómo? ¡Ah! ¿Lo dices por la servilleta? Llevaría mis propios cubiertos si me lo permitieran las compañías aéreas. También tengo personalizado el jabón. En alguna parte... -comentó mientras rebuscaba sin éxito en el bolso. Entonces, se encogió de hombros-. Dirás que soy una excéntrica.
 
Más bien el resultado de una educación privilegiada y muy tradicional. Si sus padres pudieran verla en aquellos momentos y supieran lo que estaba pensando...

Estaba segura de que Zac tenía una larga fila de mujeres en su vida. Se preguntó cuántos años tendría. ¿Treinta? Se recordó que no quería saberlo porque, si supiera aquel detalle, querría saber más. Su lugar de residencia, su trabajo... cómo le gustaba hacer el amor.
 
Zac: Verdades o Mitos sobre el sexo.
 
Vanessa estuvo a punto de escupir el vino.
 
Ness: ¿Cómo has dicho?
 
Zac: Se trata del cuestionario. -Estaba mirando la portada de la revista que ella había dejado sobre la mesa-. ¿Aún no lo has leído?
 
Ness: Se me ha debido de pasar por alto. Evidentemente, a ti no.

Zac: Soy un hombre. He visto la palabra sexo. Está bien, pongamos a prueba tus conocimientos -anunció mientras comenzaba a buscar en la revista-. Las ventas de preservativos bajan cuando hay recesión. ¿Verdad o Mito?
 
Vanessa tardó un instante en recuperar la compostura. Entonces, se puso a considerar aquella afirmación.
 
Ness: Mito. Sin duda. Salir resulta demasiado caro. Tener hijos resulta demasiado caro.
 
Zac: Correcto. A ver esta. Los humanos son la única especie que realiza el acto sexual por placer.
 
La manera en la que pronunció la palabra placer, tan viril y aterciopeladamente, le subió unos grados la temperatura de la piel a Vanessa. Tomó otro sorbo de vino.
 
Ness: Sí.
 
Zac: En realidad, no. Aparentemente, no somos las únicas criaturas del planeta que lo hacen.
 
Ness: ¿No? -preguntó tan tensa como una cuerda de violín-.
 
Zac: ¿Qué te parece esta? Los órganos sexuales masculinos están más diseñados para el placer que los de la mujer.
 
Ness: Umm... -susurró. Sus propios órganos se humedecieron-. Mito.
 
Zac: Sí. Las mujeres superan a los hombres en este departamento. Según este cuestionario, el clítoris es el único órgano conocido que existe con el único propósito del placer.
 
Ah. Vanessa sentía las mejillas como si le estuvieran ardiendo. ¿Había tenido alguna vez aquella conversación tan extraña y tan íntima con un hombre?
 
Ness: Dejando aparte los órganos sexuales... -comentó mientras se mordía el labio inferior-. Supongo que eso depende de quién esté dando el placer.
 
Zac levantó la cabeza y la miró fijamente.
 
Zac: Tú eres una mujer. Dímelo tú.
 
Ness: Para mí... Depende al cien por cien de mi pareja.

Zac: ¿No tendrá algo que ver la habilidad de esa pareja? Aparte de sentir atracción por el hombre en cuestión, claro está.
 
Ness: Ah...
 
Zac: Es decir, podrías sentir un gran deseo por él, pero si él no sabe cómo complacerte... ¿Has conocido alguna vez a un hombre así? Un hombre que te guste, con el que haya chispa, deseo, pero que luego te deje fría. Por decirlo de algún modo.
 
Ness: Yo... Umm...
 
Austin. Con él, la tierra no le había temblado bajo los pies. Nunca. Se había dicho en innumerables ocasiones que eso no importaba porque ella lo amaba. El amor, el afecto y los objetivos comunes eran mucho más importantes que la satisfacción física.

Tal vez se había equivocado. Desde que besó a Zac, ciertamente había tenido lugar un desplazamiento de las placas tectónicas bajo sus pies. Instintivamente, sabía que él no sería la clase de hombre que dejara insatisfecha a una mujer.
 
Zac: ¿Qué es lo que quieres decir con eso?
 
Ness: Significa que sí, ¿de acuerdo? -le espetó. No le gustaba admitirlo ni que él ya se lo hubiera imaginado-. Ha habido hombres así en mi vida -confesó. Entonces, Vanessa decidió cambiar el enfoque de aquella afirmación-. Sin embargo, un hombre puede disfrutar del sexo con cualquiera porque se trata solo de la satisfacción del deseo, ¿no?
 
Zac: En mi caso, me gusta conectar con la mujer con la que estoy. Disfrutar del sexo tiene que ser algo más que la satisfacción de una necesidad básica. Contigo, siento un vínculo, Vanessa y estoy bastante seguro de que tú también lo sientes. Me gustaría ver adónde nos lleva.
 
Ness: ¿Estás esperando que te dé luz verde?
 
Zac: Tú me dirás -respondió completamente tranquilo, con las piernas estiradas delante de él. Solo un músculo de su rostro traicionaba su tensión-. Tienes que estar segura de que esto es lo que quieres, pero te ruego que te decidas pronto -añadió mientras se miraba la bragueta-. Porque te aseguro que estás a punto de terminar conmigo.
 
Vanessa había mantenido deliberadamente la mirada por encima de la cintura de él, pero, al escuchar aquellas palabras, tuvo que seguir la dirección que los ojos de Zac le indicaban para mirar el impresionante abultamiento que tenía en los pantalones cortos. Tragó saliva. Se sintió flaquear. El pulso se le aceleró. También se dio cuenta de que tenía los muslos tan bronceados como el cuello y cubiertos de un vello oscuro. Los músculos eran fuertes y pesados, como si hiciera mucho ejercicio.

Quería tocarlo. Quería sentir cómo aquellos muslos se frotaban contra los suyos. Quería sentirlo dentro de ella.

Sin embargo, no quería ataduras. Ni una relación ni conocerse el uno al otro más allá de lo físico.
 
Ness: Solo esta noche.
 
Zac: Bien. ¿Me ducho primero?
 
Ness: No. Ya te dije que eres muy considerado -contestó sonriendo. Le gustaba cómo olía Zac. Cálido, con un aroma masculino, pero no desagradable. Un aroma que excitaba sus instintos más femeninos-. Lo deseo. Te deseo a ti, tal y como eres. Quiero sentir tu sudor en mi piel. Ahora mismo.
 
Zac: Empieza tú -repuso también sonriendo-.
 
Ness: ¿Yo?
 
Zac: Podrías empezar quitándote el albornoz -sugirió al ver que Vanessa permanecía inmóvil-. O podrías venir aquí y dejar que yo me ocupara. Decide tú.
 
Sin dejar de mirarlo, Vanessa se levantó del sillón. Los pocos pasos que dio le parecieron kilómetros de distancia. Se alegraba de tener música de fondo para que no se pudiera escuchar el sonido de su corazón. No latía con tanta fuerza por miedo sino ante la perspectiva ilícita y turbadora de tener relaciones sexuales con un hombre que, a los ojos de todos, era tan solo un desconocido para ella.

Se detuvo delante de él y se aflojó el cinturón para permitir que el albornoz se le abriera ligeramente.
Él la miraba a los ojos muy fijamente.
 
Zac: Vaya con las decisiones...
 
Zac le agarró por la cintura y tiró de ella, colocándola entre sus muslos duros y firmes. Su aliento, su aroma y su calor se mezclaron con los de ella mientras seguían mirándose fijamente a los ojos.
 
Zac: Entonces, te gusta estar encima.
 
Vanessa se echó a reír.
 
Ness: Me gusta estar de cualquier modo.
 
Inmediatamente, se quedó atónita. ¿De verdad había dicho ella eso?
 
Zac: Entonces... -susurró mientras le desabrochaba el cinturón y metía las manos por debajo del albornoz para rodearle ligeramente la cintura-... lo de colgar completamente desnuda de la lámpara también es una posibilidad.
 
Ness: Aquí no hay lámparas -replicó arqueándose. Ansiaba que él acariciara y besara sus senos-. Solo focos y una lámpara en la mesilla de noche.
 
Zac: Una pena.
 
Ness: Sin embargo, hagamos lo que hagamos, ¿tienes preservativos?
 
Zac: Ya llegaremos a eso. ¿O acaso tienes prisa?
 
Ness: Pensaba que la prisa la tenías tú. ¿No acabas de decir...?
 
Zac: Sobreviviré un poco más de tiempo.
 
Vanessa se preguntó si ella también podría. Se sentía acalorada por todo el cuerpo. Era un milagro que no empezara a arder.
 
Ness: Zac...
 
Zac: Vanessa... -musitó. Retiró las manos y se las colocó detrás de la cabeza-. ¿Qué es lo que estás ocultando bajo ese grueso albornoz?
 
Con una osadía que no había sentido jamás, Vanessa se quitó el albornoz. La prenda le hizo cosquillas sobre la piel mientras caía al suelo.  

Zac la observó conteniendo el aliento. Entonces, lanzó un gruñido de aprobación. ¿Quién lo habría imaginado? A la conservadora Vanessa le gustaba la ropa interior sexy. Llevaba un minúsculo sujetador y unas braguitas no mucho más grandes de un encaje tan transparente que casi era como si estuviera completamente desnuda. Los oscuros y erectos pezones se erguían contra la delicada tela y los senos se vertían por la parte superior como un ofrecimiento de abundancia.
 
Zac: Estás llena de sorpresas -murmuró-. Eres preciosa.
 
No era una mujer ni demasiado voluptuosa ni demasiado delgada. Curvas limpias y perfectas. Exquisitas. Ocultar tanta belleza debería considerarse un crimen en contra de la humanidad.

Vanessa se inclinó un poco sobre él. Le colocó los senos frente a los ojos. Con cualquier otra mujer, habría colocado la boca inmediatamente sobre aquella cremosa piel, le habría apartado la tela con los dientes y habría comenzado a explorar con la lengua.

Sin embargo, por muy apetitosos que resultaran aquellos senos, eran los ojos de Vanessa lo que más llamaban su atención. Grandes, de color café, llenos de secretos y de sombras. Su fragancia, un fresco y ligero perfume, lo envolvía como si fuera la bruma de la tarde. Si creyera en los embrujos, estaba convencido de que serían así.
 
Zac: No estás acostumbrada a esto, ¿verdad? -murmuró-.
 
Ness: ¿A qué te refieres? ¿Al sexo?
 
Zac: No. A una noche de sexo.
 
Ness: ¿Tan evidente resulta?
 
Zac: No, no. Lo decía de un modo positivo. Sigue con lo que estás haciendo. Eres fantástica.
 
Sonriendo, ella bajó los labios hasta los de él y lo besó suave y seductoramente. El cabello de ella actuaba como una cortina de seda a su alrededor y el ritmo de la música contribuía a la sensualidad del momento. Zac pensó en las lánguidas tardes junto a una piscina, piel caliente y una fría y cremosa protección solar.

Levantó los brazos y agarró los hombros de Vanessa para atraerla más contra su cuerpo. Ella le enredó los dedos en el cabello y le sujetó la parte posterior de la cabeza. Sin dejar de mirarlo a los ojos. Entonces, se produjo una caricia de seda cuando ella separó las largas piernas y las deslizó por encima de los muslos de Zac para enredarse con él. Después, enganchó los pies en las piernas de él y dejó que el calor de su feminidad se acomodara contra la ardiente erección.

Sin soltarle la cabeza, Vanessa se inclinó hacia delante y lo volvió a besar. Zac dejó escapar un gruñido de placer. Ella sonrió y, entonces, le agarró la camiseta y se la sacó por la cabeza.

Comenzó a acariciarle el torso con los dedos, rodeándole los pezones para luego detenerse en el centro y comenzar a bajar hasta llegar a la cinturilla de los pantalones. Entonces, metió las manos por debajo y rodeó su sexo con los dedos.
 
Ness: Zac...
 
Zac: Estás jugando sucio -susurró-.

Le llevó las manos a la espalda y le soltó el broche del sujetador. Entonces se lo quitó.

Cremosa piel, oscuros y abultados pezones. La avaricia se apoderó de él, pero Vanessa no le dio tiempo para darse un festín. Se echó hacia delante y comenzó a frotarlos contra el torso de él sin dejar de mirarlo.
 
Ness: Me gusta jugar sucio, ¿sabes? -susurró mientras apretaba y masajeaba-. Mejor aún, rápido y sucio.
 
Zac: Eres una mujer malvada...
 
Ness: ¿Demasiado malvada para ti?
 
Zac: Eso no es posible -musitó. Le cubrió la húmeda entrepierna y observó cómo los ojos de Vanessa ardían y su juguetona sonrisa se volvía muy seria-. Ha llegado la hora de la venganza.
 
Deslizó un dedo por el borde de las braguitas y sintió cómo ella se echaba a temblar. Entonces, lo hundió un poco más para acariciar los húmedos pliegues. Escuchó cómo ella gemía de placer. La excitación se acrecentó y la respiración se aceleró.

De algún modo, consiguió agarrar los pantalones que estaban en el respaldo de la silla y sacar un preservativo al tiempo que daba las gracias al cielo por tener la ropa a mano.

Impaciencia, desesperación, exigencias y necesidades. Se liberó y se puso el preservativo. Con un rápido tirón, consiguió que las braguitas se le deshicieran entre los dedos. Ya no había risas ni bromas. Pasión en estado puro, oscuro deseo y todas las fantasías que él había tenido hechas realidad. Se hundió en ella profundamente, penetrando su sedoso calor con gozo y deseo.

La miró a los ojos lo suficiente para que la respuesta de ella igualara la de él. Le agarró las caderas y notó cómo ella le agarraba con fuerza el cabello. Encontraron su ritmo. El mundo se evaporó, dejando solo velocidad, avaricia y calor.

La silla se meneaba bajo ellos. A Zac le pareció escuchar el sonido de un vaso que se vertía, aunque podría ser también el sonido de su cordura haciéndose pedazos.

Vanessa alcanzó el clímax con un profundo gemido. Los músculos del interior de su cuerpo se tensaron con fuerza alrededor de él. Zac no tardó en seguir aquella gloriosa sensación.




¡Qué noche! ¿Después de esto serán capaces de separarse?

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sábado, 26 de diciembre de 2015

Capítulo 2


Cuando llegaron al concurrido vestíbulo del hotel, Vanessa decidió que la suerte era para él. Tras haberlo pensado detenida y racionalmente, no pensaba ir con él a su habitación. Ya había cumplido su cuota de comportamiento atrevido y poco propio de ella para los próximos diez años.

Zac: Espera aquí.

Entonces, se dirigió hacia el mostrador de recepción.
 
Vanessa se dirigió a la cola de la fila. Seguramente, aún quedaba algo disponible.

Instantes más tarde, él regresó con un par de tarjetas.
 
Zac: Bueno, ya estamos.
 
Ness: Gracias por todo, pero quiero una habitación para mí sola.

Zac: ¿Acaso no confías en mí después de todo lo que hemos compartido? -replicó con una sonrisa-. ¿Cuando me has llamado cielito?
 
Ness: Te podrías haber detenido cuando te dije que me dejaras en paz...
 
La sonrisa se borró de los labios de Zac.
 
Zac: No me gustan los acosadores -replicó encogiéndose de hombros-. Simplemente reaccioné.
 
Ness: Gracias.
 
Zac: Si yo...
 
Ness: Te ruego que no te disculpes...
 
Zac: ¿Y por qué iba yo a disculparme? -La sonrisa volvió a reflejársele en los labios-. No lo siento en absoluto. ¿Y tú?
 
«En absoluto». Desgraciadamente, todo había terminado.
 
Ness: Gracias por tu ayuda, pero sigo queriendo tener mi propia habitación.
 
Zac: ¿Con toda esta gente? -dijo mirando a su alrededor-. Quiero que conozcas a una persona -añadió. La agarró del brazo y la llevó de nuevo al mostrador de recepción-. Kate, esta es...
 
Kate: Vanessa.
 
Zac: Vanessa -repitió-. ¿Hay algo que puedas hacer por ella?
 
Kate, una atractiva rubia de ojos azules, apenas levantó la mirada. Estaba demasiado ocupada tecleando en el ordenador.
 
Kate: Lo siento, Vanessa. Estamos al completo. Sin embargo, Zac ha hablado conmigo y puedes compartir la habitación con él sin gasto adicional.
 
Ness: No importa -dijo mientras se aferraba a su bolso y se preparaba para una larga noche-. Me compraré un libro o una revista y encontraré algún sitio en el que esperar.
 
Kate miró a Zac y luego se llevó a Vanessa hacia un lado.
 
Kate: Luke, mi pareja, y yo conocemos a Zac desde hace años. Es un buen tipo. Tienes la oportunidad de pasar las próximas doce horas cómodamente. Si estuviera en tu lugar, la aceptaría.
 
Vanessa asintió.
 
Ness: Gracias de todos modos.
 
Kate: Es tu decisión -concluyó-. Ahora si me perdonas...
 
Zac: Mira, quédate la habitación -dijo de repente, mientras le entregaba a Vanessa la llave-. Yo utilizaré el gimnasio, me pondré al día con mi trabajo y luego me relajaré en la terminal. Te avisaré cuando vayamos a despegar.
 
Ness: No, no. Es muy generoso de tu parte, pero no puedo aceptar. No estaría bien. Seré yo quien espere en la terminal.
 
Zac: ¿Y si nuestro amigo vuelve a presentarse? Parecía bastante insistente. Y bastante astuto.
 
A Vanessa se le puso el vello de punta. No pudo evitar mirar hacia la entrada del hotel.
 
Ness: En ese caso, me sinceraré con él y tal vez me deje en paz. Sobre eso... tal vez debería explicar...
 
Zac: Pero en realidad no quieres. No importa. No necesito conocer tus asuntos. Te propongo una cosa. Nos registraremos juntos en la habitación. Entonces, yo dejaré allí mis cosas y te dejaré en paz. ¿Te parece bien?
 
La sinceridad se reflejaba en aquellos ojos azules. Tan atractivos. Tan seductores. También algo que no había visto desde que su padre le dio un beso de buenas noches y le dijo que era su princesita. Antes de que su familia se subiera a aquel maldito helicóptero...  

Su padre había sido el único hombre con el que siempre había podido contar. Confiar. En cierto modo, se imaginó que su padre aprobaría a Zac. Que le diría que ella podía confiar en él.

Asintió.
 
Zac: Bueno, pues ya está. Todo solucionado.
 
Zac se hizo cargo del equipaje de Vanessa y se dirigió hacia los ascensores.

No intercambiaron palabra alguna en el concurrido ascensor. Tampoco mientras se dirigían por el silencioso pasillo hasta la habitación. Zac introdujo la tarjeta en la cerradura y la invitó a pasar. Entonces, hizo él lo propio con el equipaje.

El cegador sol de la tarde inundaba la habitación, reflejándose en las pistas del aeropuerto, que se divisaban desde la ventana. Vanessa cerró las cortinas para aliviar su dolor de cabeza, pero, inmediatamente, se dio cuenta de cómo podría interpretarse su gesto.

La habitación quedó sumida en la penumbra. Aquella intimidad no pasó desapercibida para Zac. Las sombras suavizaban los rasgos de Vanessa, pero no lograban ocultar la tensión de su cuerpo. Resultaba evidente que no estaba cómoda con la situación.

Él tampoco, aunque por razones muy diferentes. Se había visto sumido en un doloroso estado de excitación desde que descubrió que ella sabía mejor de lo que había imaginado. Señaló las cortinas cerradas.

Zac: ¿Sigue molestándote el dolor de cabeza? ¿Quieres echarte una siesta?
 
Ness: Gracias, pero no a las dos cosas. Tal vez vea un poco la televisión, si a ti no te importa, claro.
 
Zac: Por supuesto que no. Ponte cómoda. Yo me voy a correr un rato.
 
Sin mirarla, Zac sacó un par de pantalones cortos, una camiseta y unas deportivas de la mochila y se marchó al cuarto de baño para cambiarse. Necesitaba soltar su propia tensión y una dosis del frío aire de Melbourne le enfriaría la sangre. Cuanto más frío, mejor.

Cuando salió del cuarto de baño, Vanessa estaba exactamente en el mismo lugar en el que él la había dejado. La televisión seguía apagada y la habitación estaba sumida en un silencio absoluto.
 
Zac: ¿Todo bien?
 
Ness: Mira, no quiero echarte de tu habitación. Por favor, quédate. Me parece bien -dijo mirando la cama doble. Entonces, volvió a mirarlo a él y a Zac le pareció que el aire restallaba a su alrededor-. De hecho, me sentiría mucho mejor si te quedaras.
 
Zac sonrió. Ella tenía un brillo en los ojos. Caliente. Cauteloso también, pero decididamente caliente. Sintió que el cuerpo se le tensaba y que una gota de sudor le caía por la espalda. Entonces, colocó la ropa que se había quitado sobre la silla que había frente al escritorio.
 
Zac: ¿Cuál es tu verdadero nombre? ¿O tampoco podemos hablar de eso?
 
Ness: Ya te lo he dicho. Es Vanessa, pero nada de apellidos ni de intercambiar historias de nuestra vida. Nos separaremos mañana.
 
Eso era lo que él pensaba. Ella no quería nada personal. Nada complicado. Una noche. Aquel tenía que ser su día de suerte.
 
Zac: A mí me parece bien.
 
Ness: Ahora, me voy a dar una ducha. Sola -añadió mientras abría su bolso-. Salgo enseguida.
 
Zac: Está bien. -Ella quería tiempo para prepararse. No le importaba esperar-. Me marcho a correr un rato. Cuando regrese... ya veremos lo que hacemos -añadió antes de salir por la puerta-.
 
Bajó las escaleras al vestíbulo de dos en dos. Salió al exterior y comenzó a correr. Volvió a recordar el modo en el que Vanessa había respondido a su beso. Parecía como si no pudiera saciarse. ¿Quién lo habría pensado? Vanessa era una mujer muy caliente.

Y lo estaba esperando en su habitación. La habitación que los dos iban a compartir.

Entonces, ¿a qué diablos estaba esperando? ¿Por qué estaba corriendo con aquel desapacible viento cuando podía acomodarse en aquella enorme cama con una mujer que, si no estaba equivocado, buscaba lo mismo que él?

La testosterona se apoderó de él. En lo único en lo que podía pensar era en desnudarla y en explorar aquel cuerpo de pecado. Con los ojos, con las manos, con la boca... Solo esperaba que no fuera la clase de mujer que cambia de opinión.

Miró el reloj. Ya había tenido tiempo más que suficiente de darse esa ducha. Si no... bueno, entonces tendría que terminarla con ella. Se dirigió de vuelta hacia el hotel, tomando un desvío para acercarse a la zona de restaurantes de la terminal.
 
 
Vanessa se dio su ducha. Como no tenía muda de ropa disponible y no quería arrugar el traje más de lo que ya estaba, se puso el albornoz del hotel encima de la ropa interior.

Secó el espejo y se miró. Sus labios parecían más gruesos, más sugerentes. Sus ojos más grandes, más evocadores... Ojos de dormitorio.

Dios.

Se puso la mano en el corazón. No había tenido nunca una aventura de una noche. Nunca antes había estado con otro hombre. Austin había formado parte de su vida desde la adolescencia.

¿Parte de su vida? ¡Ja! Agarró el cepillo y comenzó a peinarse. Menos de dos semanas después de que terminaran su relación, Vanessa lo vio con la glamurosa hija de un acaudalado hombre de negocios en las páginas de sociedad de un periódico.

De igual modo, ella iba a seguir con su vida e iba a empezar aquel mismo día. Y, por la mirada que Zac le había dirigido antes de marcharse, solo podía esperar una cosa cuando él regresara: sexo. Apasionado, rápido y sin complicaciones. Espontáneo. Frívolo. Alegre. ¿Acaso no era eso lo que ella también quería? Solo una noche. Entonces, no tendría que volver a verlo nunca más.

Dios santo. ¿De verdad era Vanessa Hudgens la que estaba teniendo aquellos pensamientos?

Abrió la puerta. No escuchó nada, lo que significaba que Zac aún no había regresado.

Vio la mochila de él junto a su propia maleta. Se fijó en los folletos que él había dejado sobre el escritorio. No quería implicarse personalmente con él ni estaba lista para otra relación, pero... Eran tan solo folletos de viajes. Nada personal, nada íntimo. No pudo resistirse a mirarlos.

Las Hawaii. Folletos sobre pesca submarina, golf, excursiones para ir a ver a las ballenas. Los mejores lugares para el surf. Él había marcado algunos, había realizado notas que ella no podía descifrar y había tachado otras. Parecía que él iba de camino a Hawaii de vacaciones. Parecía disfrutar de las actividades al aire libre, lo que explicaba que estuviera tan en forma. Tan bronceado. Tan bien alimentado. Evidentemente, sabía cómo relajarse y divertirse.

Aquella palabra conjuró toda clase de posibilidades y no precisamente de actividades al exterior, sino de otras mucho más íntimas, que tenían que ver con ella y con aquella enorme cama de suaves almohadas. El cuerpo le ardía. Quería arder junto a él. Quería saber lo que era hacer el amor con un hombre como Zac, del que no dudaba de su habilidad para complacer a una mujer. Entonces, él se marcharía a Hawaii y ella quedaría completamente satisfecha.

Sin embargo, tenía que ser a su modo. Con sus reglas. No hablarían de sí mismos ni de sus vidas más allá de lo que ocurriera en aquella habitación. No intercambiarían números de teléfono ni direcciones de correo electrónico con la promesa de volver a ponerse en contacto. Vanessa no quería eso. Tan solo quería una noche para demostrarse que no era la mujer que Austin pensaba que era.

La anticipación se apoderó de ella. Para tranquilizarse, se preparó una taza de café por cortesía del hotel y apartó las cortinas. La tarde iba llegando a su fin y se iba tiñendo de tonalidades anaranjadas y violetas. Se sentó en el único sillón y comenzó a hojear una revista femenina que había comprado antes, pero no tardó en dejarla sobre la mesita. Se sentía demasiado nerviosa como para poder concentrarse en la vida privada de una superestrella reflejada en aquellas páginas.

Si no hubiera sido por Zac, su ruptura con el candidato para las próximas elecciones estatales podría haberse convertido en carnaza pública.

Ciertamente estaba en deuda con Zac. Podría haberle comprado simplemente una botella de vino o haberle invitado a cenar para mostrarle su agradecimiento. De hecho, estaban allí hasta el día siguiente por la mañana, por lo que no era demasiado tarde para sugerirle que tomaran un taxi y se fueran a la ciudad para buscar un restaurante.

No obstante, cuando regresaran a aquella habitación, con unas cuantas copas de vino en las venas, la situación volvería a ser la misma. La atracción seguiría siendo la misma.

Se recogió los pies por debajo de las piernas y comenzó a quitarse las horquillas del cabello. Se lo desenredó con los dedos, disfrutando de aquella nueva sensación de sentirse femenina y libre. ¿Por qué salir a cenar cuando podía darse un festín de algo mucho más placentero? Piel, labios y lengua masculina y... No pudo seguir pensando. La piel le ardía. Sin poder evitarlo, se echó a reír como una colegiala al pensar en los pensamientos que se le estaban ocurriendo.

Seguía riendo cuando Zac regresó a la habitación.




Estos dos van a por todas. Les da igual conocerse de un par de horas XD
El próximo capítulo promete. ¡No os lo perdáis!

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jueves, 24 de diciembre de 2015

Capítulo 1


Zac Efron siempre planeaba cualquier eventualidad. La nube de ceniza volcánica procedente de Chile que estaba barriendo toda Australia ya había empezado a afectar al transporte aéreo y, en cualquier momento, todos los vuelos del aeropuerto de Melbourne iban a ser cancelados.

Su instinto jamás le fallaba y no tenía intención alguna de convertirse en uno de esos pasajeros atrapados en el caos.

Mientras estaba en la fila de facturación, llamó a la recepción del hotel que había en el aeropuerto. Entonces, oyó la voz de Kate al otro lado de la línea telefónica. Sonrió.
 
Zac: Hola, nena. Soy Zac.
 
Kate: Hola, Zac.
 
Zac: ¿Cómo va todo por ahí?
 
Kate: Hay mucho jaleo.
 
Zac: Me lo imagino. Me parece que, después de todo, voy a necesitar esa reserva.
 
Kate: No eres el único. Hay una lista de espera interminable.
 
Zac: Ah, pero esas personas no conocen a la recepcionista como la conozco yo -sonrió-. Los enchufes, querida Kate...
 
Kate: Lo son todo. Sí, ya lo sé -comentó mientras tecleaba en el ordenador-. Entonces, ¿se trata de una habitación individual?
 
Zac: Depende -dijo con voz profunda y sugerente-. ¿Cuándo terminas de trabajar?
 
Kate: Eres incorregible -replicó riendo-.
 
Zac: Me lo dices constantemente -comentó. Zac se imaginó la risa en los labios de Kate. Sabía que ella y su pareja se reirían al respecto aquella noche-. Si sigo en tierra cuando termines de trabajar, ¿quieres pasarte para que te pueda dar las gracias invitándote a una copa?
 
Mientras hablaba, su atención se vio reclamada por la esbelta morena que guardaba la fila delante de él. Aquella mujer también había viajado en el mismo vuelo procedente de Adelaida en el que Zac había volado aquella misma mañana. Se había percatado de su perfume entonces igual que en aquel preciso instante, una esencia francesa y cara que, a la vez, resultaba ligera y refrescante.

Sin embargo, ¿era solo el perfume lo que había capturado su atención? Las mujeres de aspecto tan pulcro y conservador no eran su tipo, pero ciertamente... aquella mujer tenía algo. Algo intemporal. Aquel pensamiento lo turbó durante un instante. Solo durante un instante. A Zac no le iba en absoluto la nostalgia y el sentimentalismo en lo que se refería a las mujeres. De hecho, el sentimentalismo no le iba en absoluto. Punto final.

No obstante, así era exactamente como aquella mujer le hacía sentirse. Eso era lo raro. Se podía imaginar estar así, detrás de ella, al borde de un plácido lago observando cómo salían las estrellas. Apartándole el collar de perlas y los mechones de sedoso cabello, colocándole la boca justo allí, en aquel esbelto cuello.

Kate: Me encantaría volver a verte -le dijo devolviéndolo a la realidad-, pero, en este momento, la situación está tan complicada que no sé hasta cuándo va a durar mi turno.

Zac: No pasa nada. Estás muy ocupada. Te dejaré que sigas trabajando, pero espero verte muy pronto. Bye.

Cortó la llamada sin poder apartar los ojos del cuello de aquella mujer. Trató de apartar de sí la extraña sensación que ella había invocado dentro de él y la estudió de un modo puramente objetivo.

¿Qué clase de mujer llevaba perlas hoy en día? A menos que se hubiera vestido para una fiesta con la realeza.

Observó los hombros, cubiertos con una americana, y luego pasó a examinar la falda a juego, por debajo de la rodilla y el bien moldeado trasero, que tanto apetecía acariciar.

Ella había estado sentada en el asiento del pasillo una fila detrás de él. Llevaba sus cascos de música puestos y tenía los ojos completamente cerrados y los dedos rígidos sobre el portátil. No llevaba ningún anillo en la mano izquierda, pero sí uno muy grande en la derecha. Tal vez le ocurría lo mismo que a él. Desgraciadamente, la agobiante claustrofobia que le producía verse sellado herméticamente en una lata de sardinas volante era para Zac una tediosa necesidad en su vida.

Fuera cual fuera la razón de su tensión, aquella mujer había supuesto una intrigante distracción para él. La aparente falta de interés por parte de ella le había dado a Zac la oportunidad de observarla y de preguntarse si aquella boca color melocotón sabría tan deliciosa como parecía. Sobre cómo respondería ella si él llevaba a cabo sus planes. La expresión que vería en sus ojos si ella los abriera y lo viera observándola.

Sonrió. Sí, aquello era más propio de él. La excitación de la caza, la inevitable conquista. La temporalidad. Nada de esa tontería del sentimentalismo.

Dio un paso al frente para avanzar con la fila.

Ella también viajaba a Fiji. No parecía una mujer de negocios, pero tampoco tenía el aspecto de una turista. Tal vez Zac tendría la suerte de que ella se sentara a su lado para que él pudiera pasarse las siguientes horas descubriendo el color de sus ojos y si había una mujer apasionada bajo aquella apariencia aburrida y conservadora.

Eso, asumiendo que el avión despegara.

Ella se acercó al mostrador de facturación y colocó una enorme maleta sobre la cinta transportadora. Un instante más tarde, Zac observó cómo ella se alejaba, con sus misteriosos ojos ocultos tras un par de enormes gafas. ¿Sería una famosa o pertenecería a la alta sociedad?

Se limitó a poner su propia maleta sobre la cinta transportadora y sacó sus documentos. Fuera aquella mujer quien fuera, él no la reconocía.

Se dirigió hacia el control de pasaportes, incapaz de apartar los ojos de aquel atractivo trasero. «Olvídalo, Zac. No es tu tipo». Desgraciadamente, su cuerpo no quería escuchar. Por eso, se detuvo deliberadamente, se quitó la chaqueta y la guardó en su equipaje de mano. Entonces, estudió el panel de salidas durante un instante. Se suponía que debía utilizar aquel vuelo para resolver ciertos problemas que le estaba dando el juego en el que estaba trabajando en aquellos momentos, no pensando en una desconocida que, además, no era su tipo.

Volvió a verla entre la multitud. De repente, todos los pensamientos carnales se desvanecieron. Un periodista al que él reconoció y que pertenecía a una de las revistas locales le estaba cortando el paso. Ella negaba con la cabeza, pero el tipo, que fácilmente era el doble de corpulento que la mujer, no hacía más que impedirle que avanzara. Su actitud resultaba muy intimidante.

Zac sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar imágenes de su propia infancia. En aquellos momentos, como estaba ocurriendo en aquel instante, nadie fue a ayudar. A nadie le importó. Nadie quiso implicarse.

«Ni hablar». Agarró su equipaje de mano y avanzó con rapidez. No iba a permitir que aquel acosador se saliera con la suya.

**: Déjeme en paz -oyó que ella decía-. Ya le he dicho que me ha confundido usted con otra...

Zac: Por fin te encuentro -dijo al acercarse a ella-. He estado buscándote por todas partes.

Ella se volvió para mirarlo. La impecable piel de su rostro tenía un aspecto pálido y frágil, como si se tratara de una delicada rosa que se enfrenta a la primera ola de calor del verano. De cerca, el perfume que emanaba de su piel resultaba aún más sensual.

Zac no le apartó los ojos del rostro, deseando que ella le diera la oportunidad de que no quería importunarla.

Zac: Fuera de aquí, amigo -le espetó al periodista-. Ya te ha dicho que te has equivocado de mujer.
   
Vanessa parpadeó. Un instante antes estaba desesperadamente tratando de negar su identidad y, en aquel momento, se veía frente a un desconocido de camisa oscura y abdominales de acero que parecía estar pensando que ella era otra persona.

Unas enormes manos le sujetaron los hombros. Una profunda voz resonó junto a su mejilla.

Zac: Confíe en mí y sígame la corriente -susurró-.

Ella se quedó inmóvil. El corazón le latía con fuerza contra las costillas y le hacía temblar por dentro. Agarraba con fuerza el asa de su equipaje de mano mientras que los brazos de él la inmovilizaban como si fueran las barras de una celda. Bueno, no del todo. Resultaban grandes y cálidas, protectoras en vez de represoras. Sin embargo, aquel hombre no parecía conocerla, por lo que se aferró a la vía de escape que él le ofrecía como si le fuera en ello la vida y se obligó a sonreír.

Ness: Pues aquí estoy... cielito.

Él levantó las cejas al escuchar aquello y, a continuación, asintió una única vez. Entonces, devolvió la sonrisa y le deslizó las manos de los hombros para colocárselas sobre la espalda.

Antes de que ella pudiera volver a respirar, los labios de él tocaron los de ella. Tierna, pero firmemente. Vanessa recordó las palabras que él había pronunciado y sintió que los pechos se le erguían y vibraban con un seductor calor.

Durante un instante, se perdió en aquel beso. Apenas podía escuchar las voces que había a su alrededor. Aquel hombre sabía besar muy bien. Una voz en su interior le advertía que no lo conocía, pero, a pesar de todo, en vez de alejarse de él, le devolvió el beso.

Él la estrechó entre sus brazos y la besó más profundamente. Para Vanessa, aquello fue una experiencia inigualable. Jamás había experimentado algo parecido. En la distancia, escuchó que se anunciaba algo por los altavoces, pero la parte de su cerebro que se ocupaba del pensamiento racional había dejado de funcionar.

Vanessa sentía que las manos de él bajaban más y más, que los dedos le acariciaban la columna vertebral y se le instalaban sobre las caderas. El calor que emanaba de él la empapó por completo hasta llegarle a la piel.

Zac: Yo también te he echado de menos... cariño.

Vanessa se sentía como si estuviera despertando de un trance. Se dio cuenta de que había dejado de respirar y aspiró con fuerza. Un aroma poco familiar le atacaba los sentidos. La intimidad del momento había desaparecido, pero el pulso aún le latía con fuerza en las venas

Los ojos de aquel hombre eran azul cielo. Hipnóticos. Embriagadores. La clase de ojos en los que una mujer podía perderse y no volver a encontrar el camino.

Ness: Yo...

Él le colocó un largo y bronceado dedo sobre los labios, miró por encima del hombro de Vanessa y le advirtió con los ojos que los reporteros aún los estaban observando. Entonces, dijo:

Zac: Es mejor que nos vayamos. Está a punto de montarse un buen jaleo.

Le agarró con fuerza el brazo y comenzó a guiarla hacia la salida.

Ness: ¡Un momento! -De repente, aquello iba demasiado rápido-. ¿Adónde me lleva? ¿Qué es lo que está pasando aquí?

Zac: Calle -susurró-. ¿Acaso no ha escuchado lo que han anunciado por megafonía? No va a despegar ningún vuelo hasta mañana como pronto. Por lo tanto, nos vamos al hotel del aeropuerto.

Ness: Espere. Espere un momento, yo no...

Zac: ¿Prefiere quedarse aquí y correr el riesgo?

Por supuesto que no. Prefería marcharse con aquel desconocido que tan hábilmente la había besado.

Él le tiró de la mano, por lo que Vanessa no tuvo tiempo de seguir considerando sus opciones.

Zac: Ese periodista nos está siguiendo otra vez. No mire atrás.

Ness: ¿Cómo lo sabe?

Zac: Sé cómo funciona la mente de ese tipo. Está esperando para ver si nuestras demostraciones de afecto continúan. Está vigilándonos para pillarnos.

Ness: Pero mi equipaje...

Zac: Ya lo ha facturado. Tendrá que apañárselas con lo que tiene.

Salieron al exterior de la terminal. Los pasajeros que aún no se habían enterado de las noticias seguían llegando. Los dos se dirigieron hacia el puente que conducía hacia el aparcamiento y el hotel del aeropuerto.

Ness: Estoy segura de que lo hemos convencido -murmuró mientras tiraba de su equipaje de mano para que subiera la acera-.

Zac: ¿Usted cree? -le preguntó mirándola con una íntima y devastadora sonrisa. Los ojos le relucían-. Creo que deberíamos volver a intentarlo para estar completamente seguros -añadió. Antes de que ella pudiera reaccionar, le quitó las gafas-. Ah...
 
Ella levantó la barbilla, atreviéndose a mirarlo a los ojos.

Ness: ¿Estaba esperando unos impactantes ojos azules, tal vez verdes? ¿Violetas? Le agradezco su ayuda -le espetó mientras abría el bolso para meter en él sus documentos-. De verdad. Gracias, pero, ¿ha sido todo eso...? -dijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para definir la experiencia más orgásmica de su vida y sin conseguirlo-... ¿necesario?
 
¿Orgásmico? ¿Un beso? Tenía que vivir un poco más. Una vida nueva. ¿No era esa la razón de aquel viaje? ¿Tener tiempo para ponderar sobre su futuro y decidir lo que quería hacer, lo que, tal vez, podría incluir animar un poco su inexistente vida sexual?

Zac: Claro que era necesario -dijo mirándola a los ojos. Entonces, dejó caer su propia bolsa de viaje al suelo-. Las sutilezas se pierden con tipos como él.

Ness: Está bien. Sin embargo, no creo que sea necesario que repitamos la actuación.

Él miró hacia la terminal.
 
Zac: Piénselo de nuevo... nena.
 
Ness: Oh, no...
 
Ella no miró. Trató de volverse a colocar las gafas, pero él negó con la cabeza y se las sujetó. Entonces, le acarició un lado del rostro con un dedo.
 
Zac: Él no puede estar seguro de que usted es quien él cree que es. Está demasiado lejos para ver el color de sus ojos. Y es una pena porque son encantadores.
 
Dios santo... Austin también había sido un seductor de la palabra.
 
Ness: Son marrones.

No trató de volver a ponerse las gafas porque eso era precisamente lo que él estaba esperando que ella hiciera.
 
Zac: ¿Hay alguna razón por las que los oculta detrás de las gafas? -le preguntó mientras la estudiaba con curiosidad-.
 
No iba a contarle nada de su historia familiar.
 
Ness: Me he despertado con dolor de cabeza, si tanto le interesa.
 
Zac: Lo siento. ¿Se le ha pasado un poco?
 
Ness: Sí. Ahora, ¿podemos terminar con esto?
 
Él frunció el ceño.
 
Zac: Hace un instante le gustaba....
 
Así era. No podía negarlo.
 
Él volvió a acariciarle el rostro.
 
Zac: Debería ser usted quien tomara la iniciativa en esta ocasión para persuadir a ese hombre de que está desesperadamente enamorada de mí.
 
La brisa revolvió el cabello de aquel desconocido. Tenía el pelo castaño, algo argo, cejas oscuras y una piel ligeramente morena que le indicaba a Vanessa que él era de ascendencia pacífica. Tenía la mandíbula masculina, cuadrada, y mejillas prominentes. Tenía unas ligeras arrugas de expresión en los ojos, como si disfrutara de la vida al aire libre.
 
Ness: Yo ni siquiera sé su nombre...
 
Zac: Me llamo Zac. ¿Y el tuyo?

Ella negó con la cabeza y apretó los labios. Entonces dijo:

Ness: Debería decirte que ese hombre no se ha equivocado de mujer y que, probablemente, sabe leer perfectamente los labios.
 
Zac bajó la mirada inmediatamente a sus labios. Los ojos se le oscurecieron.
 
Zac: En ese caso, más importante resulta aún engañarlo, ¿no te parece? Bésame.
 
Aquellas palabras le acariciaron la piel, poniéndosela de gallina bajo las mangas de la chaqueta.
 
Ness: Yo...
 
Iba a decir que jamás besaba a hombres que no conocía, pero ya lo había hecho.
 
Zac: Di primero mi nombre si eso hace que te sientas más cómoda.
 
Ness: Zac... -Le gustaba el modo en el que le sonaba en la lengua. Le gustaba que él estuviera haciendo todo lo posible por tranquilizarla. Que acabara de salvarla de una humillación pública. Que, probablemente, fuera el hombre más guapo al que había besado en toda su vida-. ¿Zacarías?
 
Zac: Zachary.
 
Ness: Zachary.
 
Extendió la mano, sin poder mirarlo a los ojos. Le colocó la mano sobre el pecho. El tacto de su camisa resultaba suave y cálido bajo las yemas de los dedos. Unos duros músculos se tensaron bajo su mano y la obligó a apartarla instintivamente.

¿Qué había dicho Austin cuando él terminó con su compromiso? Que ella no era lo suficientemente desinhibida ni lo suficientemente glamurosa ni lo suficientemente segura de sí misma como para ser la esposa de un aspirante en política. Que, después de veinticuatro años de ser la hija de una pareja socialmente distinguida, debería acostumbrarse a estar en el ojo público.

Desde ese momento, ella había tomado la decisión de trabajar en sus carencias. De ahí ese viaje. Tenía que relajarse, reagruparse y centrarse en la nueva dirección que había tomado su vida. Trabajar en la mejora de la seguridad en sí misma. Tenía que demostrar que su ex se había equivocado. Entonces, podría seguir con su vida. ¿No había demostrado ya con ese horrible periodista que podría mostrarse segura de sí misma cuando era necesario?

Zac: Eh -murmuró mientras le agarraba la mano y se la colocaba sobre el pecho-. Cierra los ojos y déjate llevar. Si te ayuda, finge que soy otra persona.

Ni hablar. Si iba a hacerlo, iba a disfrutarlo y aquello significaba dedicarle toda su atención. Después, reservaría una habitación para lo que quedaba del día. No tendría que volver a verlo. No tenía por qué estar en su mismo vuelo.

Respiró profundamente y le deslizó la mano descaradamente por encima de la camisa. Se tomó su tiempo, disfrutando las sensaciones. La otra mano se unió a la primera

Ness: Zac -dijo, mirándolo a los ojos-, ¿hay alguna mujer en alguna parte que esté dispuesta a sacarme los ojos?
 
Zac: Yo podría preguntarte lo mismo. En mi caso, la respuesta es no.
 
Ness: Y en mi caso también -susurró-.
 
Zac: Entonces, dejémonos de rodeos.
 
Ness: ¿Crees que aún nos está observando? -le preguntó tras humedecerse los labios con la lengua-.
 
Zac: ¿Acaso importa?

Comenzó a juguetear con el botón de la chaqueta de Vanessa. Le acariciaba el torso con los nudillos.
 
Los pezones se le irguieron bajo aquella delicada caricia. Ella sonrió.
 
Ness: No... Zac -susurró-.

Se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Le rodeó el cuello con los brazos y comenzó a juguetear con los mechones de su sedoso cabello, sorprendida de que hubiera podido dejar escapar sus inhibiciones tan fácilmente.
 
Zac no era el hombre elegante, bien afeitado al que ella estaba acostumbrada. Aquella textura tan masculina le arañaba suavemente la barbilla, excitándola. Eso no le había ocurrido desde hacía mucho tiempo.

Separó los labios. Rápidamente, él tomó la iniciativa y deslizó la lengua entre ellos mientras la acercaba un poco más a su cuerpo. Le deslizó las manos sobre el trasero, apretándola contra él. Demasiado íntimo como para ser públicamente aceptable.

No supo el tiempo que permanecieron allí, unidos, ni le importó hasta que un hombre que pasaba junto a ellos les susurró:
 
**: Reservaos una habitación.
 
Zac se apartó y levantó la cabeza.
 
Zac: Me parece muy buena idea -dijo con voz ronca. Volvió a ponerle las gafas y, entonces, recogió su equipaje de mano-. Vamos.
 
Ness: Espera -Observó a los pasajeros que ya se dirigían a toda prisa hacia el hotel. Una curiosa mezcla de desilusión y alivio se apoderó de ella-. Parece que podría ser ya demasiado tarde...
 
Zac sonrió y le tomó la mano.
 
Zac: En ese caso, es una suerte que yo ya tenga reservada una habitación.




Menudo primer encuentro. Si eso ha pasado en el primer capítulo, no imagino que harán en los otros XD

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¡HAPPY HOLIDAYS!


domingo, 20 de diciembre de 2015

El precio de la fama - Sinopsis


Se ocultó de los periodistas... en la habitación de hotel de un guapo desconocido.

Vio cómo cancelaban su vuelo y cómo su prometido la dejaba por sus aspiraciones políticas. Además, la prensa iba pisándole los talones. Así eran los días en la vida de la discreta heredera Vanessa Hudgens. 

Entonces, Zac Efron le ofreció su habitación de hotel para que pudiera esconderse. ¿Iba a pedirle él algo a cambio? ¿Acaso le importaba a Vanessa? Ella se había pasado una vida entera de privilegios guardando las apariencias, no perdiendo el control jamás y no dejándose llevar nunca. Aquella noche, tal vez, podría perder la cabeza con Zac para luego regresar a la mañana siguiente a su ordenada existencia...




Escrita por Anne Oliver.




Esta novela tiene 14 capítulos y epílogo. ¡Espero que os guste!

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viernes, 18 de diciembre de 2015

Epílogo


Fecha: 5 de agosto
Para: Andrew Efron
Corresponsal de la revista World News International.
Departamento de Noticias de Moscú.
Microcasete número 4

Hola, tío Andrew, creo que la boda fue perfecta, ¿y tú? La piscina estaba muy bonita con tantas flores y velas flotando en ella. La tarta me gustó mucho y la abuela llora mejor que nadie. El tío James y tú estabais muy guapos y me gustó que a Mike, David y a mí nos pusieran trajes como el de papá. Pero lo mejor fue cuando Brutus se escapó y la cantante se desmayó y se cayó a la piscina y los de la ambulancia tuvieron que venir a reanimarla. ¡Eso sí que es una boda!

Me alegré mucho de verte. Y nos gustan mucho los tambores africanos que nos trajiste. Papá dice que te diga que algún día te devolverá el favor. También dice que te dé las gracias por el anillo. 

Todavía no puede creerse que solo costara nueve dólares, cuarenta y dos centavos.

Tengo que irme, tío Andrew. Ha llegado la limusina para llevarnos al aeropuerto para la luna de miel y me llama mi madre.

Siempre hago lo que dice porque es la mejor.

Se despide el sobrino más feliz de todo el mundo. Alex.

P.D. ¿Sabes? Ahora que tengo una madre, creo que no me vendrían mal una tía y algunos primos. He estado pensando…


FIN




Awww! ¡Pero que final más bonito!
Y menuda boda tuvieron XD

Espero que os haya gustado la novela. Pronto pondré la siguiente.

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lunes, 14 de diciembre de 2015

Capítulo 12


Zac: Vale, David. Aprieta el botón ahora.

David se inclinó desde su posición, a caballo sobre la cadera de Zac y apretó el botón de la máquina de palomitas.

Un chorro de palomitas cayó en el vaso que sujetaba Zac bajo la ranura.

Zac: Vale, ya está.

David soltó el botón y se enderezó.

Zac lo bajó al suelo, cogió unas servilletas de papel y le tendió el vaso de cartón.

David: ¿Lo he hecho bien?

Zac: Muy bien -sonrió-.

Levantó la vista para mirar a Alex y Mike, que revisaban la sección de tebeos mientras comían palomitas.

Zac: Cuidad de vuestro hermano -les dijo-. No os mováis de ahí. Voy a lavarme las manos.

Mike y Alex: Muy bien.

Cuando volvió a salir, no estaban a la vista.

No solo eso, sino que también habían desaparecido el dependiente y la otra cliente.

La alarma interna de Zac saltó al instante. Echó un vistazo rápido a su alrededor para asegurarse de que los niños no se habían escondido por allí y corrió hacia la puerta. ¿Qué habrían hecho esa vez? ¿Asaltar la tienda? ¿Coger de rehenes a los demás?

Decidió que no importaba; aunque lo único que hubieran hecho fuera salir hasta el coche, los castigaría igual.

Después de todo, no les había pedido tanto. ¿Es que no podían quedarse en el mismo sitio durante tres minutos? En particular, cuando él se esforzaba tanto por ser un buen padre. ¿Acaso no los había llevado al zoo? ¿No estaba dispuesto incluso a casarse para conseguirles la madre que querían? Lo cual le resultaría más fácil si…

Si la madre en potencia no estuviera en aquel momento con medio cuerpo colgando de un coche desconocido que corría colina abajo en dirección a la carretera principal.

Zac palideció al verla.

Alex: ¿No es fantástico, papá? -gritó-.

Los niños se acercaron desde donde estaban parados al lado del lugar en el que el dependiente trataba de consolar a una joven histérica, que mascaba chicle y lloraba.

Alex: Es igual que el programa de rescate de la tele. Va a salvar al hermano de esa chica.

Zac pensó que era más probable que se matara ella. En aquel momento el coche pasó un bache y estuvo a punto de lanzarla por los aires, aunque consiguió sujetarse.

Zac: ¡No os mováis! -les gritó a los niños-.

Y sin más, echó a correr colina abajo, apenas consciente de que el dependiente y la chica le pisaban los talones.

Como siempre en sus tratos con Vanessa, ella iba delante de él. Lo único que podía hacer era seguirla, lo bastante cerca para ver lo que ocurría, pero demasiado lejos para hacer nada.

Mientras miraba, ella se movió, tratando de entrar más en el coche. De repente, impulsó las rodillas y se metió lo suficiente para empujar al niño pequeño sobre el asiento y coger el volante. Lo giró y el coche se echó a un lado. A Zac le pareció que se deslizaba durante una eternidad antes de que los neumáticos se aferraran al suelo y el vehículo girara hacia la derecha de la carretera con Vanessa colgando de él.

La camioneta recorrió una docena de metros más ante de detenerse fuera del alcance del tráfico que avanzaba en dirección contraria. Zac se detuvo al lado de la puerta del conductor. Inclinó la cabeza jadeante, se abrazó las rodillas y contuvo el aliento. Luego tendió los brazos y sacó a Vanessa por la ventanilla en el momento en que llegaban a la escena el dependiente y la chica. Esta última abrió la puerta del coche llorando y abrazó con fuerza al niño.

Zac examinó un momento a Vanessa.

Zac: ¿Te encuentras bien?

La joven lo miró sin comprender.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Estás herida?

Vanessa sonrió débilmente.

Ness: No, no, claro que no -levantó las dos manos, que temblaban como hojas al viento-. ¿Lo ves? Ni un rasguño.

En aquel momento, se acercó la chica cuyo descuido había estado a punto de terminar en tragedia.

**: Gracias -dijo con fervor, estrechando la mano de Vanessa-. No sé lo que habría hecho si le llega a ocurrir algo a Dave.

Se echó a llorar de nuevo.

*: Vamos, Carrie -trató de calmarla el dependiente-. Será mejor que llamemos a tu casa. Creo que no estás en condiciones de conducir.

Carrie: Supongo que tienes razón.

Apretó de nuevo la mano de Vanessa, se volvió y siguió al joven colina arriba.

Zac, claramente impaciente con la interrupción, dijo:

Zac: ¿Seguro que estás bien?

Ness: Estoy bien.

Zac: ¡Gracias a Dios! -la levantó en el aire y la apretó contra él con fervor-. ¡Acabas de quitarme diez años de vida! -enterró su rostro en el cabello de ella-. ¿No sabes que yo…?

Ness: ¿Qué? -preguntó sin aliento-.

El hombre se estremeció.

Zac: Creo que ha sido la hazaña más estúpida e irresponsable que he visto nunca -dijo con furia-.

La soltó con tanta rapidez que estuvo a punto de caerse.

Vanessa parpadeó. Por un momento, hubiera jurado que él había estado a punto de decirle que la amaba.

Ness: ¿Qué?

Zac: Has tenido suerte de no matarte. ¿Quién diablos te crees que eres? ¿Arnold Schwartzenegger?

Ness: ¿Cómo dices?

Zac: Ya me has oído -gritó-.

Ness: ¡Te ha oído todo el condado!

Zac: No cambies de tema. Responde a mi pregunta. ¿Qué te creías que hacías?

Vanessa respiró hondo.

Ness: Exactamente lo que quería hacer: impedir que ese coche entrara en la carretera con el niño dentro.

Zac: ¿Ah, si?

Ness: Sí.

Zac: ¿Y si llega a salir mal? ¿Y si no hubieras podido girar el volante y el coche hubiera salido a la carretera contigo dentro? ¿Y si hubiera chocado contra un camión?

Ness: Pero no ha sido así.

Zac: ¿Y si te caes al suelo? ¿Has pensado en eso?

Ness: ¡Pero eso no ha ocurrido!

Zac: Pero podría haber ocurrido y es evidente que tú no te has detenido a pensarlo. ¡Podrías haberte matado! ¿Pero te importa eso a ti? ¡Claro que no! Tú has salido corriendo sin pensar en las consecuencias…

Vanessa no podía creerlo.

Ness: ¡Oh, por el amor de Dios! ¿Qué querías que hiciera? ¿Quedarme quieta viendo cómo se mataba ese niño? -movió la cabeza con incredulidad-. Es la cosa más ridícula que he oído jamás.

Zac la miró con dureza.

Zac: Vaya, perdóname. ¿Te aburro con mis miedos ridículos? Es que había olvidado que esta clase de cosas son innatas en ti, ¿verdad? Cuando dijiste que ibas a dejar tu trabajo, pensé que podíamos tener un futuro juntos, pero ahora…

Ness: ¿Qué? -exclamó-.

Zac: Ahora veo que me equivocaba. Supongo que debería estar contento por haberlo descubierto ahora antes de haberte propuesto matrimonio. Porque es evidente que los leopardos no pueden cambiar sus rayas.

Ness: Tienen manchas -dijo automáticamente, sin comprender muy bien lo que oía-.

Zac la miró con incredulidad.

Zac: ¡Se acabó! ¡Esto es el fin! Hemos terminado.

Se volvió y salió corriendo colina arriba.

Vanessa se quedó mirándolo atónita, tratando de comprender lo que acababa de ocurrir. Estaba claro que se había llevado un buen susto, pero ella también. Y a menos que estuviera alucinando, Zac acababa de retirar una proposición de matrimonio que no había llegado a hacer.

Respiró hondo, movió la cabeza y lo siguió. Antes de que pudiera alcanzarlo, la rodearon los niños.

Alex: ¡Ha sido genial!

Mike: Sí. Igual que en las películas.

David: Deberías salir en la tele.

La joven anduvo con ellos hacia el coche. Los niños no dejaban de demostrar su admiración.

Alex: Has sido muy valiente.

David: ¿Has tenido miedo?

Mike: Apuesto a que ese coche iba a cien kilómetros por hora.

Alex: No, por lo menos a doscientos.

David: Eres una verdadera heroína.

Zac: Ya basta, niños -dijo cortante, abriendo la puerta trasera del coche-. Entrad ahí y abrochaos los cinturones. -Los cuatro se volvieron a mirarlo-. ¿Y bien? ¿Qué miráis? ¡Subid al coche!

Alex: Pero papá…

Zac: ¡Ahora mismo!

Los niños abrieron mucho los ojos. Por un momento, no se movieron. Luego miraron bien la expresión de su padre y se apresuraron a entrar en el Mercedes.

Zac no se dignó a mirar a Vanessa. Cerró la puerta de golpe, abrió la suya, subió y puso el motor en marcha.

La joven corrió a su asiento. No creía que fuera a marcharse sin ella, pero no quería correr el riesgo. En el estado en que se hallaba, todo era posible.

Alex: No comprendo por qué estás tan furioso.

Zac: Cállate.

Alex: Ha sido fantástico. Vi a un hombre hacer lo mismo en la tele, pero a él lo atropellaron.

Zac lanzó una mirada de soslayo a Vanessa.

Zac: Eso no me sorprende.

Ness: Espera un momento… -comenzó a decir-.

Alex: Vamos, papá -musitó al mismo tiempo-.

Zac: No quiero oír ni una palabra más -gritó-.

Vanessa se cruzó de brazos. Aunque le costó trabajo, se las arregló para mantener la boca cerrada. A pesar de lo que pensara Zac, valoraba su vida lo bastante como para no enfrentarse a él en ese momento. Además, las cosas que deseaba decirle no eran apropiadas para que las oyeran los niños.

El viaje hasta la casa se hizo en silencio. Zac aparcó cerca de la puerta trasera y todos salieron fuera.

Ness: Id a buscar a la señora Rosencrantz -es pidió a los niños-.

Mike: Vale.

David y Mike entraron corriendo en la cocina.

Alex no se movió.

Alex: Pero…

Ness: Por favor.

El niño la miró a ella y luego a su padre.

Alex: Vale -dijo de mala gana-.

Se alejó arrastrando los pies.

Zac la miró de medio lado.

Zac: Gracias, señorita Hudgens, por ocuparte de mis asuntos como de costumbre.

Echó a andar hacia el patio y desapareció en la zona de la piscina.

Vanessa levantó los ojos al cielo y lo siguió.

Cuando llegó a la piscina, él estaba de pie en un lado pasando la red por el agua para sacar hojas.

La joven se llevó las manos a las caderas.

Ness: ¿Sabes? A pesar de lo bonito que tienes el trasero, empiezo a cansarme de ir detrás de él.

El hombre no levantó la vista.

Zac: Créeme, el sentimiento es mutuo.

Pescó un saltamontes muerto y lo echó en el cemento a los pies de ella.

La joven lo miró con fiereza.

Ness: ¿Vas a decirme qué es lo que pasa? ¿Por qué estás tan enfadado? ¿Y qué querías decir antes?

Zac: No.

Ness: Zac -le advirtió-.

El hombre levantó la vista.

Zac: Olvídalo, ¿vale? No tenía derecho a hablarte como lo he hecho. Te pido disculpas. Eso es todo.

Ness: No, no lo es.

Zac: ¿De verdad? -se encogió de hombros-. Como quieras. ¿Quieres que te lo diga claramente? Pensaba pedirte que te casaras conmigo, pero he cambiado de idea.

Vanessa decidió que hablaba igual que uno de sus hijos. Aquél era justamente el tono que usaban ellos cuando las cosas no iban como querían y anunciaban que ya no querían seguir jugando. Pero no tenía intención de dejar que Zac se librara con tanta facilidad.

Ness: ¿Por qué?

Zac: ¿Por qué? Porque les debo a los niños el elegir una esposa que vaya a estar con ellos un tiempo, por eso. Alguien que no corra detrás del peligro. Alguien que no se vaya a dejar matar delante de sus narices. Ya han perdido una madre. Y yo tengo que asegurarme de que no vuelvan a sufrir otra pérdida similar.

Ness: Oh, comprendo. Lo haces por ellos. ¿Es por eso por lo que ibas a casarte conmigo? ¿Por los niños?

Zac la miró a la defensiva.

Zac: Bueno, te llevas muy bien con ellos. Y están locos por ti.

Ness: ¿Y?

El hombre hizo como si no la entendiera.

Zac: Yo también les gusto, pero contigo aquí, no tendría que preocuparme cuando estoy fuera.

Ness: ¿Y?

Zac: Bueno, ¡qué diablos! Nos llevamos mejor que muchas parejas. Y tienes que admitir que el sexo es fantástico.

Ness: Ah. ¿Es eso lo que saco yo en este trato? ¿Una relación sexual muy buena?

Zac empezaba a ponerse nervioso con el tono razonable de ella.

Zac: Eso también, claro. Pero además, tendrías la clase de familia que no tuviste nunca de niña. Te harías también con todo esto -señaló la propiedad-. No tendrías que preocuparte por el dinero -bajó la voz-. Ni siquiera tendrías que volver a trabajar nunca si no quieres. Yo cuidaría de ti.

Ness: Eres muy amable. A ver si he entendido bien. Tú pensabas darme dinero y un techo y permitirme que vuelva a vivir mi infancia a través de tus hijos. Y además me llevarías a la cama siempre que pasaras por aquí. Y lo único que tenía que hacer yo a cambio era quedarme en casa y dedicarme a los niños y a ti. Pero entonces lo he estropeado todo al arriesgar mi vida por un niño desconocido, demostrando así que no puedes confiar en que me mantenga sana y salva para ellos y para ti.

Zac se ruborizó al oírla, pero rehusó rectificar.

Zac: Es más complicado que todo eso y lo sabes, pero sí. Más o menos es eso.

Ness: ¿Pues sabes lo que pienso, Zac? No creo que esto tenga nada que ver con los niños. No han sido ellos los que se han asustado en el Minimart.

Zac: ¿Y qué saben ellos? No tienen el sentido común de asustarse cuando debieran.

Ness: Exacto -hizo una pausa-. Pero eso no les ocurre a los adultos, ¿verdad?

Zac apretó la mandíbula.

Zac: ¿Adonde quieres ir a parar?

Ness: Creo que eres tú el que tiene miedo. Lo dijiste tú mismo. Cuando murió Allison, pasaste de tener una vida perfecta a no tener nada excepto soledad. Y te has esforzado mucho por seguir así. Dios sabe que la mayoría de la gente estaría agradecida de tener salud, dinero, un aspecto físico atractivo y tres hijos preciosos e inteligentes. Pero tú no. Tú has pasado cuatro años manteniendo a todo el mundo a distancia y creo que es porque así te sientes seguro. Porque lo que no tienes no puedes perderlo.

Zac: No sabes lo que dices.

Ness: Puede que no. Pero creo que la razón de tu enfado es que al fin has comprendido que te importo más de lo que creías y eso te da miedo.

Zac: ¿Ah, sí? No estoy de acuerdo -dijo con furia-. Yo creía que una periodista como tú sería más realista.

Vanessa perdió al fin los estribos.

Ness: ¿Quieres hechos? ¡Yo te daré hechos! En primer lugar, yo no tengo miedo de reconocer que quiero a alguien. En segundo lugar, no soy demasiado orgullosa para admitir que he cometido un error aunque sea del calibre de haberme enamorado de ti. Y en tercer lugar, solo me casaría contigo si antes te pusieras de rodillas, me juraras amor eterno y me besaras los pies.

Zac: ¿Has terminado?

Ness: No del todo -le dio un empujón y lo arrojó a la piscina-. Ahora he terminado.

Y sin más, se volvió y se alejó corriendo.


Zac cruzó el patio, empapado. Se acercó a la puerta trasera de la casa y comenzó a quitarse la ropa, una tarea que empezaba a convertirse en algo habitual. Tanto era así que se había quitado ya la camisa antes de recordar que la señora Rosencratnz estaba en la casa.

Lanzó un juramento y se asomó por la puerta. No había ni rastro del ama de llaves, pero los niños estaban sentados en el mostrador comiendo.

Zac: ¿No os llenáis nunca? -gruñó-.

Los pequeños lo miraron con aire inocente.

Alex: ¿Qué?

Zac: Déjate de cuentos -dijo con impaciencia-. Os he visto escuchando en el patio. Debería enviaros a vuestro cuarto sin cenar.

Alex: Caramba, papá… -empezó-.

Zac: Olvídalo -dijo irritado-. ¿Dónde está la señora Rosencrantz?

Mike: Es su noche libre -le recordó-.

David: Sí -intervino-. Por eso ha dicho Alex que fuéramos a buscarte a la piscina.

Su hermano mayor lo miró con rabia.

Alex: Muchas gracias, David -volvió la vista a su padre-. ¿Os habéis reconciliado ya Vanessa y tú? -preguntó con franqueza, ya que era inútil seguir fingiendo-.

Zac tiró la camisa al suelo.

Zac: No.

Alex: ¿Y cuándo lo haréis?

Zac: No sé si lo haremos.

Se quitó los zapatos e hizo una mueca al ver el estado del cuero. Obviamente, el cloro no era el modo más adecuado de tratar los zapatos italianos.

Alex: ¿Qué? -bajó del taburete con tanta rapidez, que éste cayó al suelo-.

Zac se quitó los pantalones, cogió una toallita de un cajón y comenzó a secarse el pelo.

Alex: ¡Pero tenéis que hacer las paces! Si no, ¿cómo va a ser Vanessa nuestra madre?

Zac: Caramba, no lo sé -repuso sarcástico. Se inclinó para quitarse los calcetines-. A lo mejor tenemos que olvidarnos también de eso.

Salió al pasillo seguido por los tres niños.

Alex: ¡Pero no puedes hacer eso!

Zac: Oh, sí. Sí puedo.

Alex: Pero, ¿qué vamos a hacer? -gimió cuando todos llegaron a la puerta que conducía al sótano-. ¡La necesitamos!

Zac: No sé vosotros, pero yo voy a meter mi ropa en la lavadora -musitó. Encendió la luz de arriba y, al ver la expresión escandalizada de los tres niños, suspiró con impaciencia-. No os preocupéis, ¿vale? Os prometo que hablaremos de eso más tarde.

Alex: ¿Cuándo? -exigió-.

Zac: Mañana -repuso con firmeza-.

Alex: Pero papá…

Zac: Hemos terminado por esta noche.

Bajó las escaleras, negándose a seguir hablando.

Alex: Eso lo veremos -musitó-.


Zac pensó que ya estaba harto de que todo el mundo le dijera lo que debía hacer, sentir o pensar.

Vanessa, por ejemplo. ¿Cómo se las había arreglado para lograr que se sintiera como un desgraciado solo por querer casarse con ella? ¿Desde cuándo era un insulto ofrecerle a una mujer compartir todas tus posesiones con ella? ¿Le habría gustado más que le pidiera un acuerdo prematrimonial?

¿Y qué tenía de malo que valorara tanto la relación de ella con sus hijos? ¿No era ella la que hablaba siempre de lo estupendos que eran y de lo afortunado que era al tenerlos?

¿Y todas esas tonterías psicoanalíticas de que le daba miedo querer demasiado a alguien? Después de todo, él amaba a sus hijos, ¿no? Cierto que había faltado mucho en los últimos años, pero un hombre tenía que ganarse la vida. ¡Si le hubiera hecho caso, los niños estarían en aquel momento en un campamento militar aprendiendo a invadir países extranjeros!

Y en cuanto a sus sentimientos por ella, ¿qué tenía de malo que le gustara? A lo mejor no era amor, pero el miedo que sintió cuando la vio en aquel coche fue muy real. La idea de que pudiera caerse y matarse lo aterrorizó. No se había sentido tan indefenso, tan asustado, tan alterado desde que…

Desde la muerte de Allison.

Aquella idea lo asaltó con fuerza. Se agachó a echar el jabón en la lavadora sin darse cuenta de la cantidad que echaba. Movió la cabeza y se dijo que había cometido un error.

Aquella idea era ridícula, imposible. Por supuesto, aquel día no había sentido por Vanessa lo mismo que sintiera por Allison. A Allison la amaba. La quiso desde la primera vez que la vio, cuando los dos acababan de cumplir veinte años. Fue algo instantáneo y sin complicaciones.

Nada similar a lo que sentía por Vanessa. Lo que sentía por Vanessa era profundo y complejo. Era tan brillante como una de las sonrisas de ella, tan intenso como la pasión que suscitaba en él, tan vitalista, dinámico y multifacético como la personalidad de ella.

Eso no era amor.

¿O sí lo era?

Respiró hondo. Dios sabía que ya no era el joven abierto y sin complicaciones que había sido a los veinte años. Ni tampoco el hombre de cuatro años atrás, cuando creía estúpidamente tener el mundo a sus pies y se sentía invencible.

La vida había dejado marcas en él y no todas para bien. Solo en el último mes, cuando no se había mostrado difícil y desagradecido, era porque estaba ocupado siendo insensible y egocentrista.

Y Vanessa lo amaba a pesar de todo. Le había dado su calor, su risa, su corazón. ¿Y qué le ofrecía él a cambio?

La posibilidad de compartir su cama y hacer de niñera gratis.

Lanzó un gemido. Era un milagro que no lo hubiera arrojado antes a la piscina.

La cuestión era, ¿qué iba a hacer al respecto?

Antes de que tuviera tiempo de pensar, oyó pasos sobre su cabeza. Frunció el ceño y se preguntó qué diablos pasaría.

**: ¿Zac? -oyó una voz de mujer-. ¡Oh, gracias a Dios! ¿Dónde está?

Era Vanessa. Zac cerró la tapa de la lavadora y conectó la máquina justo en el momento en que Alex decía desde arriba:

Alex: Papá está ahí abajo.

Mike: Está muy mal -añadió-.

David: Date prisa -la exhortó-.

La joven apareció en la parte superior de la escalera, con expresión agitada.

Ness: ¿Dónde? -preguntó, mirando a su alrededor-.

Zac se apoyó contra la lavadora, se cruzó de brazos y trató de parecer tranquilo.

Los niños intercambiaron una mirada, se retiraron a toda prisa y cerraron la puerta.

Ness: ¿Qué ocurre? -se dio la vuelta-. ¿Alex? ¿Mike? ¿David? ¿Qué hacéis?

Zac: Creo que esto es otra trampa -dijo dando un paso adelante-.

Vanessa se giró hacia él.

Ness: ¡Zac! ¿Estás bien? Los niños me han dicho… -se interrumpió-, pero estás bien -dijo con aire acusador-.

Zac: Gracias. Tú también.

La joven iba descalza, ataviada con unos pantalones cortos y una camiseta.

Ness: Pero Alex ha llamado para decirme… -se ruborizó-. Es un embustero.

Dio media vuelta, subió de nuevo las escaleras y giró el picaporte.

La puerta no se movió.

Vanessa la golpeó con la palma.

Ness: ¡Alex! ¡Abre la puerta! ¿Me oyes?

Hubo un instante de silencio.

Alex: No. Hemos hecho una votación y no te dejaremos salir hasta que papá y tú hagáis las paces.

Zac: Parece que habla en serio -observó-.

Vanessa se dijo que no iba a volverse. No mientras él estuviera allí medio desnudo. No después de haberle confesado que lo amaba.

Golpeó de nuevo la puerta.

Ness: ¡Alex!

Zac: No sé de dónde ha sacado esa testarudez -prosiguió-. Debe ser de su familia materna. Claro que Andrew también puede ser muy obstinado. Y James no se queda atrás.

Vanessa se volvió y lo vio al pie de las escaleras.

Ness: No te quedes ahí parado diciendo tonterías en calzoncillos, Efron. Haz algo.

El hombre la miró con expresión indefinible.

Zac: Antes tengo una pregunta.

Ness: ¿No tienes nada que ponerte?

Zac: ¿Por qué has venido aquí?

Ness: ¿Por qué? Tus hijos me han llamado, han dicho que te habías caído y que me necesitabas. No es que me importe lo que te ocurra a ti -añadió con rapidez-. He venido porque creía que ellos necesitaban ayuda.

Los dos sabían que estaba mintiendo.

Zac subió las escaleras. Cuando le faltaban tres para llegar hasta ella, cayó de rodillas. Se inclinó hacia adelante, cerró la mano en torno al tobillo de ella y le besó el pie desnudo.

Ness: ¡Zac! ¿Has perdido el juicio? ¿Qué haces? -preguntó agarrándose a la barandilla para no perder el equilibrio-.

Zac: Te beso los pies -le informó-.

Ness: ¿Por qué demonios…?

Zac: Porque mis hijos tienen razón. Te necesito. Y porque tú has dicho que solo te casarías conmigo si me ponía de rodillas, te juraba amor eterno y te besaba los pies. Así que he pensado empezar por la parte más difícil y… -le besó de nuevo el pie-, ir subiendo.

Ness: Zac.

El hombre le soltó el pie y se incorporó.

Zac: Tenías razón -dijo con seriedad-. En todo. Soy un imbécil. Pero te quiero, Vanessa. Más que a nada. Haré lo que tú digas: dejar el trabajo, vender esta casa, quedarme en casa para que trabajes tú, lo que tú quieras. Pero dime que pasarás el resto de tu vida conmigo. Cásate conmigo, por favor.

Ness: Oh, Zac… sí.

El hombre la cogió en sus brazos y la apretó contra su corazón. Ella lo sintió temblar por segunda vez aquel día. Después de un momento, levantó la cabeza.

Zac: ¿Alex? ¿Michael? ¿David?

Alex: ¿Qué quieres, papá?

Zac le guiñó un ojo a Vanessa.

Zac: Hemos decidido besarnos y hacer las paces con una condición.

Alex: ¿Cuál?

Zac: Tenéis que dejarnos diez minutos solos.

Hubo una consulta apresurada.

Alex: Vale, de acuerdo. Pero tenéis que hablar de matrimonio.

Vanessa y Zac se sonrieron.

Zac: Trato hecho.

Hubo un instante de silencio atónito y luego Alex gritó:

Alex: ¡Bien!

Y los tres niños comenzaron a dar saltos de alegría.

Zac cogió a Vanessa en brazos y bajó con ella las escaleras.

Ness: ¿Adonde vamos? -preguntó besándole el cuello-.

Zac: Aquí abajo hay una cama -musitó-.

Un movimiento captó la atención de ella. Miró por encima de su hombro.

Brutus estaba encima de la lavadora.

Vanessa sonrió y decidió no decir nada. Cerró los ojos y suspiró feliz.




Bravo, Zac. Sabes hacer que una chica se sienta querida ¬_¬
Menos mal que ha sabido arreglarlo.

¡Thank you por los coments y las visitas!

Solo queda el epílogo.

¡Felicidades a Vanessa Hudgens! Hoy es su cumple. No os olvidéis de felicitarla.

¡Comentad, please!
¡Un besi!


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