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martes, 28 de febrero de 2017

Capítulo 6


El final de octubre significaba reuniones de padres con profesores y las tan anheladas vacaciones para los alumnos. Pero para Zac significó también serios quebradores de cabeza. Tuvo que hacer malabarismos para dejar a los gemelos con su hermana, Kim y la señora Hollis, y poder hacer así un viaje de encargo de materiales y una inspección de instalaciones eléctricas.

Para cuando aparcó la camioneta en el complejo educacional, estaba hecho un manojo de nervios. Estaba a punto de enterarse de cómo se habían comportado sus hijos cuando estaban fuera de su vista y de su control. Le preocupaba no haber dispuesto de tiempo suficiente para ayudarlos con sus deberes y, de alguna manera, sentía que había fracasado en su misión de apoyarlos en las demandas tanto educativas como emocionales de su primer curso. Por culpa de su fracaso, sus hijos podían convertirse en seres neuróticos, ignorantes y antisociales.

Sabía que semejantes pensamientos eran ridículos, y sin embargo no podía evitar verse continuamente asaltado por aquella clase de temores.

Miley: ¡Zac! -el bocinazo y el sonido de su nombre lo sacó de su ensimismamiento, hasta que descubrió el coche de su hermana. Tenía la cabeza fuera de la ventanilla-. ¿Dónde te habías metido? Te llamé hasta tres veces.

Zac: Dentro de un minuto tengo una entrevista con la profesora de primero -le dijo mientras caminaba al lado del coche, en la misma dirección-.

Miley: Ya lo sé. Yo vengo de una reunión en el instituto.

Zac: Perdona, pero no puedo llegar tarde.

Miley: Tranquilo, que no te multarán por ello… Mi reunión era para recaudar fondos para los uniformes del nuevo coro. Esos chicos llevan doce años con esas viejas togas. Esperábamos recoger dinero para comprarles algo más bonito.

Zac: Vale, yo también haré una donación, pero ahora de verdad que no puedo entretenerme…

Ya se estaba imaginando a la joven profesora de primer curso mirándolo mal por haber llegado tarde, uno más en la larga lista de defectos de los hombres de la familia Efron.

Miley: Sólo quería decirte que Vanessa parecía molesta por algo.

Zac: ¿Qué?

Miley: Molesta -repitió contenta de haber atraído por fin toda su atención-. Se presentó con un par de estupendas ideas para recaudar fondos, pero obviamente estuvo muy distraída -enarcó una ceja, mirándolo con expresión desconfiada-. ¿No habrás hecho tú algo que le haya molestado, verdad?

Zac: No. ¿Por qué habría de hacer una cosa así? -tuvo que hacer un esfuerzo para no removerse inquieto, de puro culpable que se sentía-.

Ness: Yo no lo sé. Pero como la has estado viendo…

Zac: Sólo fuimos al cine.

Miley: Y a comer pizza -añadió-. Un par de compañeras de Kim os vieron.

«La maldición de los pueblos pequeños», pensó Zac, hundiendo las manos en los bolsillos.

Zac: ¿Y?

Miley: Y nada. Que me alegro por ti. A mí me cae muy bien. Kim está loca por ella. Supongo que me siento un tanto… protectora. Definitivamente está molesta, Zac. Preocupada. Y se esfuerza por disimularlo. Quizá deberías hablar con ella.

Zac: No pienso husmear en su vida privada.

Miley: Tal como yo lo veo, ya formas parte de su vida privada. Nos vemos después -y aceleró de pronto, sin darle oportunidad a despedirse-.

Mascullando entre dientes, Zac se encaminó hacia el edificio de la escuela primaria. Cuando media hora después volvió a salir, su humor había mejorado mucho. Sus hijos no habían sido formalmente declarados inadaptados sociales con tendencias homicidas, después de todo. De hecho, su profesora los había elogiado.

Por supuesto, lo había sabido durante todo el tiempo.

Quizá Alex olvidara de vez en cuando las normas y se pusiera a hablar con sus compañeros en clase. Y quizá David fuera demasiado tímido a la hora de alzar la mano cuando sabía la respuesta a alguna pregunta. Pero al final se estaban adaptando bien.

Una vez aligerado aquel enorme peso de sus hombros, se dirigió por impulso hacia el instituto. Sabía que su entrevista había sido la última de la jornada. Ignoraba cómo funcionaban las entrevistas con los padres en la secundaria, pero a esas horas el recinto estaba prácticamente vacío. Vio el coche de Vanessa, sin embargo, y decidió acercarse.

No fue hasta que estuvo dentro del edificio que se dio cuenta de que no tenía la menor idea de dónde localizarla. Se asomó al auditorio, pero estaba desierto. Dado que se había aventurado tan lejos, decidió preguntar en recepción. Siguiendo las instrucciones de una de las secretarias, que ya se marchaba, recorrió un pasillo, subió una rampa y giró a la derecha.

El aula de Vanessa estaba abierta. No se parecía, por cierto, a ninguna otra que hubiera visto antes. Aquella tenía un piano, atriles, instrumentos, un magnetófono de grabación. También estaba la inevitable pizarra, toda limpia, y el escritorio donde Vanessa se encontraba trabajando.

Se la quedó mirando durante un buen rato: la manera que tenía de sostener el bolígrafo, el suéter que llevaba atado al cuello, la cortina de pelo que parecía derramarse sobre el papel. Se le ocurrió de pronto que si de niño hubiera tenido una profesora como ella, se habría interesado muchísimo más por la música.

Zac: Hola.

Alzó rápidamente la cabeza. Detectó en sus ojos un brillo de hostilidad que le sorprendió, un gesto crispado de su mandíbula. Pero luego soltó un profundo suspiro y forzó una sonrisa.

Ness: Hola, Zac. Bienvenido al caos de papeles.

Zac: Parece que tienes mucho trabajo -entró y se acercó al escritorio-.

Estaba cubierto de papeles, libros, impresiones de ordenador y partituras, todo ordenado en montones.

Ness: Todo el que supone terminar la primera evaluación, planificar las próximas clases, diseñar las estrategias de recaudar fondos, rematar los preparativos del concierto de vacaciones… e intentar estirar el presupuesto para el festival de primavera -respondió, esforzándose por sacudirse su aparente mal humor-. ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido el día?

Zac: Bastante bien. Acabo de entrevistarme con la profesora de los chicos. Van muy bien. Sudaba de miedo a la espera de recibir las notas.

Ness: Son unos chicos estupendos. No tienes por qué preocuparte.

Zac: La preocupación viene con la paternidad. ¿Qué es lo que te preocupa a ti? -le preguntó antes de que pudiera recordarse que debía ser discreto-.

Ness: ¿De cuánto tiempo dispones?

Zac: Del suficiente -curioso, apoyó la cadera en el borde del escritorio. Descubrió de pronto que ansiaba consolarla, borrar aquel oscuro ceño suyo-. ¿Un día duro?

Irguió los hombros y se levantó del escritorio. La indignación le impedía quedarse quieta.

Ness: Los he tenido mejores. ¿Sabes cuánto dinero recibe el equipo de fútbol de la escuela y de la comunidad? ¿En general, todos los equipos deportivos? -empezó a llenar una caja de cintas de audio, sólo para mantener las manos ocupadas-. Incluso la banda de música. En cambio, para el coro, tengo que mendigar cada dólar.

Zac: ¿Estás molesta por el presupuesto?

Ness: ¿Por qué habría de estarlo? -replicó, echando chispas por los ojos-. No hay problema alguno en conseguir material para el equipo de fútbol para que un puñado de chicos puedan salir al campo y darse de topetazos, pero yo tengo que arrodillarme para conseguir ochenta dólares para afinar el piano -interrumpiéndose, suspiró-. Y no tengo nada en contra del fútbol. Me gusta. Los deportes en el instituto son importantes.

Zac: Yo sé de alguien que afina pianos. Probablemente lo haría gratis.

Vanessa se pasó una mano por la cara y se frotó la nuca como para aliviar la tensión de sus músculos. «Papá lo arregla todo». Recordó la frase que le habían soltado los gemelos.

Ness: Eso sería estupendo -esbozó una sonrisa sincera-. Si es que me salgo con la mía y consigo la aprobación del consejo escolar. Ya sabes: ni siquiera puedes aceptar regalos sin contar antes con su consentimiento -aquello era algo que siempre la había irritado-. Uno de los peores aspectos de la enseñanza es la burocracia. Nunca debí de dejar de actuar en clubes.

Zac: ¿Tú actuabas en clubes?

Ness: En otra vida que tuve -masculló, haciendo un gesto de indiferencia-. Canté un poco para pagarme los estudios. Era mejor que trabajar de camarera. De todas formas, no es el presupuesto lo que me preocupa realmente. Ni siquiera la falta de interés por parte de la comunidad. Estoy acostumbrada a eso.

Zac: ¿Quieres decirme de qué se trata, o quieres callártelo y seguir bullendo como una caldera?

Ness: Me lo estaba pasando muy bien bullendo como una caldera -suspiró de nuevo y alzó la mirada hacia él. Parecía tan sólido, tan de confianza…-. Quizá sea demasiado urbanita, después de todo. He tenido mi primer encontronazo con la típica y anticuada actitud de pueblo… y me he quedado perpleja. ¿Conoces a Hank Rohrer?

Zac: Claro. Es el dueño de la granja lechera de Old Oak Road. Creo que su hijo mayor está en la misma clase que Kim.

Ness: Hank júnior. Sí, es uno de mis alumnos… un estupendo barítono. Está muy interesado por la música. Incluso compone.

Zac: ¿En serio? Eso es fantástico.

Ness: Sí. A cualquiera se lo parecería, ¿no? -se echó el pelo hacia atrás y volvió a su escritorio para ordenar sus ya ordenados papeles-. Pues bien, pedí al matrimonio Rohrer que viniera esta mañana porque resulta que Júnior renunció a presentarse a las audiciones estatales de este fin de semana. Yo sabía que era muy probable que superara la prueba, y quería tratar con sus padres de la posibilidad de conseguir una beca del conservatorio. Cuando les hablé del gran talento de su hijo y les dije que esperaba que lo animaran a cambiar de idea y presentarse, el padre reaccionó como si lo hubiera insultado. Se quedó consternado -había amargura en su voz, y también furia-. Dijo que ningún hijo suyo perdería jamás el tiempo cantando y componiendo música como si fuera un… -Se interrumpió, demasiado indignada para repetir la opinión que aquel hombre tenía de los músicos. Zac la escuchaba expectante-. Ni siquiera sabían que su hijo estaba en mi clase. Yo intenté tranquilizarlo, le dije que Júnior necesitaba una beca de bellas artes para graduarse. No sirvió de nada. El señor Rohrer apenas aceptó la idea de que Júnior estuviera en mi clase. Me contestó que su hijo no necesitaba recibir lecciones de canto para dirigir una granja. Y que no estaba dispuesto a permitir que perdiera un sábado en asistir a la audición cuando tenía que trabajar en casa. Finalmente me exhortó a que dejara de llenarle la cabeza con historias y fantasías sobre la universidad.

Zac: Tienen cuatro hijos. Y una matrícula universitaria es cara.

Ness: Si ése fuera el único obstáculo, deberían sentirse agradecidos por la posibilidad de que lo becaran -cerró de un golpe su manual-. Lo que tenemos aquí es un chico brillante y con talento que tiene sueños… que nunca podrá realizar porque sus padres no se lo permitirán. O su padre, más bien -añadió-. Porque su madre no habló apenas durante el tiempo que duró la entrevista.

Zac: A lo mejor ella puede convencerlo cuando se quede a solas con él.

Ness: O a lo mejor él le contagia a ella su desagrado por mi persona.

Zac: Hank no es así. Es terco y se cree que lo sabe todo, pero no es un hombre malo.

Ness: Me resulta un poco difícil ver sus virtudes después de lo que me llamó -aspiró profundamente-: Una urbanita con mucha labia que vive de sus impuestos: un dinero duramente ganado y mal invertido. Yo habría podido ayudar mucho a ese chico -murmuró mientras volvía a sentarse-. Estoy segura.

Zac: Quizá no puedas ayudar a Júnior, pero sí a otros. Con Kim lo has conseguido.

Ness: Gracias -sonrió fugazmente-. Eso me consuela un poco.

Zac: Hablo en serio -detestaba verla así, toda aquella energía esplendorosa y aquel optimismo apagados-. Ha ganado muchísima confianza en sí misma. Siempre ha sido muy tímida a la hora de cantar, y con muchas otras cosas. Ahora se está lanzando.

La ayudó escuchar aquello. Esa vez Vanessa tuvo muchos menos problemas en sonreír.

Ness: De modo que, en tu opinión, debería animarme.

Zac: Deprimirte no te va -se sorprendió a sí mismo, y a ella, cuando estiró una mano para acariciarle una mejilla con los nudillos-. Lo que te va es sonreír.

Ness: La verdad es que nunca he sido capaz de mantenerme deprimida durante mucho tiempo. Drake solía decirme que eso era porque era una frívola.

Zac: ¿Quién diablos es Drake?

Ness: El único que sigue deprimido.

Zac: Está claro que se lo merece.

Vanessa se echó a reír.

Ness: Me alegro de que te hayas acercado por aquí. Probablemente me habría pasado otra hora sentada aquí rechinando los dientes…

Zac: Unos dientes muy bonitos, por cierto -murmuró antes de apartarse-. Tengo que irme. He de preparar unos disfraces para Halloween.

Ness: ¿Necesitas ayuda?

Zac: Yo… -resultaba tentador, demasiado tentador. Y demasiado peligroso, pensó, empezar a compartir tradiciones familiares con ella-. No hace falta.

Vanessa procuró disimular su decepción.

Ness: ¿Los traerás el sábado por la noche, verdad? ¿Para el «dulce o travesura» de costumbre?

Zac: Claro. Nos vemos entonces -se dispuso a marcharse, pero se detuvo en el último momento, en el umbral-. ¿Vanessa?

Ness: ¿Sí?

Zac: Algunas cosas necesitan un tiempo para cambiar. Los cambios ponen nerviosa a la gente.

Ness: ¿Estás hablando de los Rohrer, Zac? -ladeó la cabeza-.

Zac: Entre otros. Te veré el sábado por la noche.

Vanessa se quedó mirando el umbral vacío mientras se apagaba el eco de sus pasos. ¿Pensaría Zac que ella estaba intentando cambiarlo? ¿Estaba intentando cambiarlo realmente? Se recostó en su asiento, incapaz de volver a concentrarse en los papeles.

Siempre que Zachary Efron andaba cerca, le costaba concentrarse. ¿Cuándo había empezado a mostrarse tan afectada por aquella clase de hombres, tan callados y reconcentrados? Desde el mismo instante en que lo vio entrar en el auditorio para recoger a los gemelos, admitió.

¿Amor a primera vista? Vanessa era demasiado inteligente, demasiado ilustrada para creer en tales cosas. Como lo era también para colocarse a sí misma en la vulnerable posición de enamorarse de un hombre que no correspondía a sus sentimientos. O que no deseaba hacerlo. Lo cual era aún peor.

No importaba que fuera bueno, amable y devoto de sus hijos. No debería importar que fuera guapo, fuerte y sexy. No debería importar que estar con él, pensar en él, le hubiera hecho anhelar cosas. Un hogar, una familia. Risas en la cocina y pasión en la cama.

Suspiró profundamente, porque todo importaba. Importaba cuando una mujer estaba justo a punto de enamorarse.




No estás a punto de enamorarte, ya lo estás 😜

¡Gracias por leer!


viernes, 24 de febrero de 2017

Capítulo 5


No había ninguna necesidad de que lo ignorara tan ostentosamente, pensó Zac mientras bebía un sorbo de la sidra que le había ofrecido su cuñado y miraba resentido la espalda de Vanessa.

Llevaba cerca de una hora dándole la espalda. Una espalda preciosa, por cierto, se dijo mientras el director del instituto continuaba parloteando demasiado cerca de su oreja. Esbelta y erguida, coronada por la elegante curva de sus hombros. Estaba muy seductora con la fina chaqueta color ciruela que llevaba sobre un corto vestido a juego.

Tenía unas piernas espléndidas. Dudaba que se las hubiera visto antes: en ese caso se habría acordado. Cada vez que se había encontrado con ella, había llevado pantalones. Probablemente se había puesto aquel vestido para atormentarlo.

Incapaz de soportarlo más tiempo, dejó plantado al director en medio de una frase y se acercó a ella.

Zac: Mira, esto es una estupidez.

Vanessa levantó la mirada. Había estado manteniendo una agradable conversación con un grupo de amigos de Miley… y disfrutando perversamente del simple acto de ignorar olímpicamente a su hermano.

Ness: ¿Perdón?

Zac: Que es estúpido -repitió-.

Ness: ¿La necesidad de conseguir más dinero para actividades artísticas en la escuela es estúpido? -le preguntó, perfectamente consciente de que no se refería al tema del que habían estado hablando-.

Zac: ¿Qué? No. Maldita sea, sabes bien lo que quiero decir.

Ness: Disculpadme -se disponía a abandonar el grupo cuando él la tomó del brazo y se la llevó a un aparte-. ¿Qué pasa? ¿Quieres que monte una escena en casa de tu hermana? -siseó entre dientes-.

Zac: No -se abrió paso con ella entre los invitados, atravesó el salón y entró en la cocina. Su hermana estaba ocupada rellenando una bandeja de canapés-. Déjanos solos un momento -le ordenó a Miley-.

Miley: Zac, estoy ocupada… -distraída, se pasó una mano por su corto cabello castaño-. ¿Por qué no vas a buscar a Will y le dices que se nos está acabando la sidra? -sonrió a Vanessa con un gesto de cansancio-. Creía que era una mujer organizada, pero ahora ya no estoy tan segura.

Zac: Déjanos solos, por favor -insistió-.

Miley lanzó un suspiro de impaciencia. De repente arqueó las cejas, como si por fin se hubiera apercibido de la situación.

Miley: Está bien, me voy. Quiero ver a ese chico que tanto le gusta a Kim -recogió la bandeja y abandonó la cocina-.

El silencio se abatió sobre ellos como una losa.

Ness: ¿Y bien? -picó un palito de zanahoria de un cuenco-. ¿Qué es lo que quieres, Zachary?

Zac: No entiendo por qué tienes que ser tan…

Ness: ¿Tan qué? -masticó la zanahoria-.

Zac: Me has estado ignorando a propósito.

Vanessa se sonrió.

Ness: Efectivamente.

Zac: Es una estupidez.

Vanessa localizó una botella abierta de vino blanco y se sirvió un vaso. Tras beber un sorbo, sonrió de nuevo.

Ness: No lo creo. Tengo la impresión de que, por una razón que no acierto a discernir, mi persona te desagrada. Dado lo encariñada que estoy con tu familia, me parece tan lógico como cortés dejarte tranquilo y en paz todo lo que pueda -bebió otro sorbo-. ¿Eso es todo? Hasta ahora he estado disfrutando de la fiesta. Si me disculpas…

Zac: Tú no me desagradas -no sabía qué hacer con las manos, así que tomó un palito de zanahoria y lo partió en dos-. Siento lo de… antes.

Ness: ¿Sientes haberme besado o sientes haberte comportado después como un imbécil?

Zac: Eres una mujer dura, Vanessa -arrojó sobre la mesa los trozos de zanahoria-.

Ness: Espera un poco -con los ojos muy abiertos, se llevó una mano a la oreja-. Creo que me está fallando el oído. Me ha parecido oír que, por una vez, me has llamado por mi nombre… ¡Increíble!

Zac: Déjate de bromas -le dijo, y añadió deliberadamente-: Vanessa.

Ness: Zachary Efron ha iniciado una conversación conmigo y además me ha llamado por mi nombre. Estoy impresionada.

Zac: Mira -impaciente, había rodeado el mostrador para acercarse a ella. Por un instante estuvo a punto de agarrarla de un brazo, pero se contuvo a tiempo-. Sólo quiero que nos relajemos. Hay demasiada tensión entre nosotros.

Se quedó contemplando fascinada su expresión, que de pronto se había tornado imperturbable.

Ness: Parece como si tuvieras un botón de autocontrol que pudieras apretar a voluntad, Zac. Es admirable. Y sin embargo no puedo evitar preguntarme por lo que sucedería si no lo apretaras tan a menudo.

Zac: Un hombre con dos niños a su cargo necesita autocontrolarse.

Ness: Supongo que sí -murmuró-. Y ahora, si no tienes más que añadir…

Zac: Lo siento -dijo de nuevo-.

Esa vez Vanessa se ablandó. Nunca había sido una persona resentida.

Ness: Está bien. Olvidémoslo. Amigos -y le tendió la mano-.

Zac se la estrechó. Era tan fina, tan pequeña, que de repente fue incapaz de soltársela. Su expresión se había suavizado. Tenía unos ojos enormes, de mirada líquida, como de cervatillo.

Zac: Eh… ¿te gusta la fiesta?

Ness: Me gusta la gente -respondió con el corazón acelerado. Lo maldijo para sus adentros-. Tu hermana es maravillosa. Llena de ideas y de energía.

Zac: Hay que vigilarla -sonrió levemente-. Acabará enredándote en alguno de sus proyectos.

Ness: Demasiado tarde. Ya me ha metido en el comité artístico. Y me he ofrecido a ayudarla con la campaña de reciclaje.

Zac: El truco consiste en escabullirse.

Ness: No me importa. Creo que me va a gustar -podía sentir la leve caricia de su pulgar en la cara interior de su muñeca-. Mira, no empieces nada que no estés dispuesto a terminar…

Frunciendo el ceño, Zac bajó de pronto la mirada a sus manos entrelazadas.

Zac: Pienso mucho en ti -le confesó en un impulso-. Y no tengo tiempo para pensar en ti. Ni quiero tener ese tiempo.

Estaba sucediendo otra vez. El nudo de inquietud en el estómago sobre el que no ejercía ningún control.

Ness: ¿Qué es lo que quieres?

Zac: No lo sé ni yo…

La puerta de la cocina se abrió entonces de golpe para dar paso a una horda de adolescentes. La encabezaba Kim, que se detuvo en seco. Abrió mucho los ojos cuando vio a su tío soltando apresuradamente la mano de su profesora. Ambos se separaron como un par de adolescentes a los que hubieran sorprendido besándose en el sofá del salón.

Kim: Lo siento. Oh, lo siento -repetía, mirándolos con ojos como platos-. Nosotros sólo… -giró sobre sus talones y empujó fuera de allí a sus amigos-.

Los chicos se marcharon, riendo.

Ness: Lo que faltaba -masculló irónica. Llevaba en el pueblo el tiempo suficiente como para saber que, a la mañana siguiente, todo el mundo estaría especulando sobre la supuesta relación entre Zac Efron y Vanessa Hudgens-. Escucha, ¿por qué no intentamos ir poco a poco, paso a paso? ¿Quieres que salgamos a cenar mañana? ¿A ver una película o algo así?

Esa vez fue él quien se la quedó mirando fijamente.

Zac: ¿Una cita? ¿Me estás pidiendo que salgamos juntos?

Ness: Sí, una cita -le aseguró impaciente-. Lo cual no quiere decir que te esté pidiendo que tengas más hijos conmigo. Aunque, pensándolo bien, mejor será que lo dejemos antes de seguir adelante y…

Zac: Quiero acariciarte -se oyó a sí mismo pronunciar las palabras-.

Y supo que era ya demasiado tarde para retirarlas.

Vanessa estiró una mano hacia su copa de vino, en un gesto de autodefensa.

Ness: Bueno, eso es bastante fácil…

Zac: No. No lo es.

Vanessa volvió a alzar la mirada hacia él.

Ness: No. Tienes razón -convino con tono suave. Se preguntó cuántas veces aquel rostro había asaltado su mente durante las últimas semanas. Era incapaz de contarlas-. No es nada fácil.

Pero algo había que hacer, decidió Zac. Un movimiento hacia adelante, un movimiento hacia atrás. «Da un paso adelante», se ordenó. «A ver qué sucede».

Zac: Ya ni me acuerdo de la última vez que fui al cine sin los chicos. Podría conseguirles una canguro.

Ness: De acuerdo -lo estaba mirando casi con tanta cautela como él-. Llámame cuando la consigas. Mañana estaré casi todo el día en casa, corrigiendo exámenes.

Volver a lanzarse a la piscina y salir con mujeres no era precisamente la cosa más fácil del mundo… por muy caliente y tentadora que estuviera el agua. Le irritaba que estuviera tan nervioso, casi tanto como le irritarían las sonrisas y preguntas de su sobrina cuando le pidiera que hiciera de canguro…


En ese momento, mientras subía la empinada escalera exterior que llevaba al apartamento del tercer piso de Vanessa, Zac se preguntó si no sería mejor olvidarse de todo aquel asunto.

Ya en el rellano, vio que había decorado la puerta con dos tiestos de crisantemos. Era un bonito detalle. Siempre le gustaba que sus inquilinos tuvieran esa clase de detalles.

«Sólo vamos a ir a ver una película», se recordó antes de llamar a la puerta. Cuando ella abrió, Zac se alegró que se hubiera vestido como de costumbre: un suéter largo hasta las caderas, sobre las ajustadas mallas que a Kim le gustaban tanto.

Pero entonces sonrió y a Zac se le secó la garganta.

Ness: Hola. Llegas puntual. ¿Quieres entrar y ver lo que he hecho con tu casa?

Zac: Es la tuya ahora… siempre y cuando pagues el alquiler -replicó, pero ella ya le había tomado de la mano para hacerle pasar-.

Zac había derribado los tabiques de las antiguas habitaciones para crear un único espacio diáfano que hacía de salón, cocina y comedor. Y Vanessa lo había sabido aprovechar bien. Había un enorme sofá en forma de ele con una llamativa tapicería de flores que quedaba sencillamente perfecta. Bajo la ventana había colocado una mesita con un cuenco de hojas otoñales. Una pared entera estaba llena de estantes con libros, un equipo de música, una pequeña televisión y el tipo de adornos que sabía gustaba a las mujeres.

Había convertido el comedor en una mezcla de sala de música y despacho, con un escritorio y un pequeño piano de pie. Sobre un atril había una flauta.

Ness: Me he traído muy pocas cosas de Nueva York -le explicó mientras se ponía el abrigo-. Sólo lo más importante. Con los años me he dedicado a acumular todo tipo de cosas de tiendas de antigüedades y mercadillos.

Zac: Yo también tengo un millón de esas cosas -murmuró-. Me gusta -sentenció, mirando la vieja alfombra del suelo y las vistosas flores de las ventanas-. Es un piso muy cómodo.

Ness: La comodidad es algo muy importante para mí. ¿Listo?

Zac: Sí.

Al final no resultó tan difícil. Le había pedido que eligiera una película, y ella se decantó por una comedia. Sentarse en el cine a oscuras y compartir palomitas de maíz y carcajadas se reveló como una experiencia sorprendentemente relajante.

Sólo pensó en ella como en una mujer, una mujer muy atractiva… un par de docenas de veces. Salir a comer una pizza después le pareció un paso natural, lógico, que él mismo sugirió.

Ness: ¿Y bien? -dijo sentándose en el banco-. ¿Qué tal marcha Alex con el deletreo de palabras?

Zac: Es toda una lucha. Se esfuerza mucho, la verdad. Es curioso: David puede deletrear casi cualquier palabra a los pocos minutos, pero Alex tiene que estudiar cada término tan a fondo como un erudito los manuscritos del Mar Muerto.

Ness: En matemáticas es muy bueno.

Zac: Sí -no sabía muy bien cómo tomarse que conociera tan bien a los chicos-. Los dos están locos por ti.

Ness: El sentimiento es mutuo -se pasó una mano por el pelo-. Te parecerá extraño, pero… -vaciló, sin saber cómo expresarlo-. Pero aquel primer día de ensayo, cuando los vi por primera vez, tuve la sensación de que… No sé. Sentí algo así como «oh, aquí estáis. Me estaba preguntando cuándo apareceríais». Suena raro, pero es como si los hubiera estado esperando. Ahora, cada vez que Kim viene sin ellos, me pongo triste.

Zac: Supongo que te has acostumbrado a su compañía.

Era más que eso, pero no sabía cómo explicárselo. Y tampoco estaba muy segura de que Zac pudiera llegar a aceptar el hecho de que, sencillamente, se había enamorado de sus hijos.

Ness: Les encanta contarme lo que hacen en clase y enseñarme sus trabajos.

Zac: Las notas de la primera evaluación están al caer -sonrió-. Y yo estoy más nervioso todavía que ellos.

Ness: La gente concede demasiada importancia a las notas.

Zac: ¿Eso lo dice una profesora? -replicó arqueando las cejas-.

Ness: Aptitud, aplicación, esfuerzo, retentiva. Esas cosas son mucho más importantes que un aprobado, un notable o un sobresaliente. Pero puedo asegurarte, en confianza, que Kim sacará sobresaliente en Coro e Historia de la Música.

Zac: ¿En serio? -experimentó una punzada de orgullo-. Nunca había pasado del notable, como mucho.

Ness: El señor Striker y yo tenemos enfoques muy diferentes de las asignaturas.

Zac: Ya lo sé. Por el pueblo corre el rumor de que el coro de este año causará sensación. ¿Cómo lo has conseguido?

Ness: Lo han conseguido los chicos -lo corrigió irguiéndose en su asiento cuando les sirvieron la pizza-. Mi trabajo es hacerles pensar y cantar en equipo, no repasarle mi éxito al señor Striker por la cara -añadió, dando un generoso bocado a su pizza-. Pero tengo la impresión de que ese hombre sólo estaba matando el tiempo, contando los días que le faltaban para la jubilación. Si quieres enseñar a niños, lo primero es que te gusten, y lo segundo respetarlos. Hay mucho talento por ahí, aunque algunos no poseen tanto… -se acentuaron los coloretes de sus mejillas cuando se echó a reír-. Algunos de esos chicos no harán otra cosa que cantar en la ducha durante el resto de su vida… algo por lo cual el mundo les estará muy agradecido.

Zac: Tienes unos cuantos que desafinan, ¿eh?

Ness: Bueno -rio de nuevo-. Sí, unos pocos. Pero se lo pasan bien igualmente, y eso es lo que cuenta. Y hay unos pocos, como Kim, que son realmente especiales. La semana que viene la enviaré a ella y a dos más a las audiciones que convocan cada año para todo el estado. Y después del concierto de vacaciones, empezaremos a organizar el festival de primavera.

Zac: Hace tres años que el instituto no celebra un festival.

Ness: Pues este año tendremos uno. Y será fantástico.

Zac: Eso te supondrá mucho trabajo.

Ness: Me gusta. Y me pagan para esto.

Zac tomó una segunda porción de pizza.

Zac: Te gusta de verdad, ¿eh? La escuela, el pueblo. Todo el paquete.

Ness: ¿Y por qué no habría de gustarme? En un colegio estupendo, un pueblo estupendo.

Zac: No es Manhattan.

Ness: Precisamente.

Zac: ¿Por qué te marchaste de allí? -de repente esbozó una mueca-. Perdona, no es asunto mío…

Ness: No pasa nada, tranquilo. Tuve un mal año. Supongo que ya antes me encontraba un tanto inquieta, pero el último curso fue la gota que colmó el vaso. Eliminaron mi plaza de la escuela. Los famosos recortes sociales. Las clases de arte y música son las primeras en sufrir -se encogió de hombros-. Además, mi compañera de apartamento se casó. No podía permitirme pagar sola la renta… al menos si quería que me llegara para la comida, así que publiqué un anuncio en el periódico. Recogí referencias, hice entrevistas -suspiró-. Pensé que había tenido suficiente cuidado con la chica que elegí. Pero, a las tres semanas, un día volví a casa del trabajo y me encontré con que me la había vaciado.

Zac dejó de comer.

Zac: ¿Te robó?

Ness: Me despellejó. Televisión, equipo de música, las pocas joyas que tenía, dinero en efectivo, la colección de cajas de Limoges que empecé a hacer en la universidad. Primero me puse furiosa y luego me deprimí. No me sentía cómoda viviendo allí después de aquello. Luego, el tipo con el que había estado saliendo durante cerca de un año se puso a echarme sermones sobre lo muy estúpida e ingenua que era. Según su punto de vista, me lo tenía merecido.

Zac: Un gran tipo -murmuró-. Muy colaborador.

Ness: El caso es que pensé en él y en nuestra relación y pensé que, en cierto modo, tenía razón. Mientras estuviera con un tipo así, tenía ciertamente lo que me merecía. Así que decidí dejarlo.

Zac: Buena elección.

Ness: Eso pensé yo -«y él también», añadió para sus adentros, estudiando el rostro de Zac. Una muy buena elección-. Propongo un cambio de tema. ¿Por qué no me hablas de la casa que estás reformando?

Zac: Supongo que no sabrás gran cosa de fontanería.

Ness: Aprendo rápido -sonrió-.

Era casi medianoche cuando aparcó frente a su apartamento. No había querido prolongar tanto la velada. Y ciertamente tampoco había esperado pasar más de una hora hablando con ella de instalaciones eléctricas, fontanería y muros de carga. O dibujando rápidos bocetos sobre servilletas.
Pero, de alguna manera, se las había arreglado para superar aquella velada sin sentirse estúpido, tímido o torpe. Solamente una cosa lo preocupaba: quería verla de nuevo.

Ness: Creo que éste ha sido un gran primer paso -le dio un beso en la mejilla-. Gracias.

Zac: Te acompaño.

Ya tenía una mano en el picaporte, impaciente. Decidió que sería más seguro para ambos que se diera la mayor prisa posible.

Ness: No hace falta.

Zac: Te acompaño hasta la puerta -repitió-.

Bajó y rodeó el coche. Subieron juntos las escaleras. El inquilino de la primera planta aún seguía despierto. El rumor de la televisión, con su resplandor fantasmal, se filtraba a través de la ventana.

Era el único sonido en la noche silenciosa. Sobre sus cabezas, incontables estrellas salpicaban el cielo negro.

Zac: Si volvemos a hacer esto -empezó-, la gente del pueblo empezará a murmurar, imaginándose que somos… -se interrumpió, nada seguro de que fuera la frase adecuada-.

Ness: ¿Somos pareja, quieres decir? ¿Y eso te molesta?

Zac: No quiero que los chicos se hagan ilusiones, o se preocupen, o… lo que sea -ya en el rellano, se volvió para mirarla y volvió a quedarse hechizado-. Debe de ser tu cara. Tu aspecto -murmuró de pronto-.

Ness: ¿El qué?

Zac: Lo que me hace pensar tanto en ti -era una razonable explicación. La atracción física. Al fin y al cabo, no era de piedra: era un hombre. Un hombre muy prudente-. Y de que piense tanto en hacer esto.

Le acunó suavemente el rostro entre las manos: un gesto tan dulce, tan tierno, que Vanessa sintió relajarse cada músculo de su cuerpo. Fue todo tan lento, tan impresionante, tan delicado, aquella primera vez… El contacto de su boca contra la suya, su desconcertante paciencia.

¿Podría ser aquello lo que había estado esperando?, se preguntó. ¿Podría ser él el hombre de su vida?

Zac escuchó su leve y tembloroso suspiro cuando por fin se apartó. Sabía que prolongar aquel momento habría sido un error, así que dejó caer las manos y se retiró. Como si quisiera retener el último sabor de aquel beso, Vanessa se humedeció los labios con la lengua.

Ness: Besar es algo que se te da terriblemente bien, Zachary. Terriblemente bien.

Zac: Digamos que me he estado reservando -pero no creía que fuera solamente eso. De hecho, le preocupaba que no lo fuera-. Hasta la próxima.

Asintió débilmente mientras lo veía bajar las escaleras. Seguía soñando despierta, apoyada contra la puerta, cuando lo oyó arrancar el coche y alejarse.

Por un instante, habría jurado que el aire vibraba con una lejana música de cascabeles. Como los del trineo de Santa Claus.




Bueeeeno... Ya vuelve a estar bien encaminada la relación 😉
Ahora no la fastidies otra vez, Efron 😒

¡Gracias por leer!


lunes, 20 de febrero de 2017

Capítulo 4


De pie en el centro del escenario, Vanessa alzó las manos. Esperó hasta que estuvo segura de que las miradas de todos los alumnos estaban fijas en ella, y sólo entonces dio la orden de empezar.

Pocas cosas había que le deleitaran tanto como el timbre de las voces adolescentes entonando una canción. Se dejó envolver por el sonido, manteniendo los ojos y los oídos bien abiertos mientras se movía por el escenario. No pudo reprimir una sonrisa. La versión de Santa Claus vuelve a la ciudad de Bruce Springsteen suponía un cambio más que agradable con respecto a los convencionales himnos y villancicos del anterior director del coro.

Podía ver que sus ojos se iluminaban conforme iban alcanzando el ritmo. Bien. Ahora la sección de las sopranos. Y los altos. Los tenores. Los bajos… Sonrió con gesto aprobador.

Ness: Buen trabajo -anunció-. Tenores, la próxima vez habrá que hacerlo mejor si no queréis que la sección de bajos os ahogue. Holly, has vuelto a bajar la barbilla. Todavía nos queda tiempo para ensayar el tema Volveré por Navidad. ¿Kim?

Kim intentó ignorar el acelerado latido de su corazón y el codazo que le propinó Holly. Salió de su puesto en la segunda fila para situarse frente al solitario micrófono, casi como si estuviera enfrentándose a un pelotón de ejecución.

Ness: Puedes sonreír. Es gratis -le dijo con tono suave-. Y acuérdate de respirar. No te olvides de sentir las palabras. Tracy -hizo una seña a la pianista-.

Las primeras notas sonaron muy bien. Utilizando las manos, la cara, los ojos, Vanessa dio la entrada al suave y armonioso tarareo de fondo. Entonces Kim empezó a cantar. Con demasiada cautela al principio.

Sabía que debería trabajar con aquellos nervios iniciales. Pero la chica tenía talento, y sentimiento. Segundos después, Kim se dejó cautivar lo suficiente por la canción como para olvidarse de sus nervios. Lo estaba haciendo muy bien, pensó Vanessa, complacida. Aquella canción tan sentimental casaba perfectamente con su voz, con su aspecto.

Vanessa dio la entrada al coro, que quedó perfecto como trasfondo de la romántica voz de Kim. Con los ojos llenos de lágrimas, pensó que si lo hacían tan bien la noche del concierto, el público se hartaría de llorar.

Ness: Precioso -sentenció al término de la canción-. Precioso de verdad. Chicos y chicas, habéis progresado mucho y en poco tiempo. Estoy absolutamente orgullosa de vosotros. Y ahora largo de aquí, que paséis un buen fin de semana.

Mientras Vanessa se acercaba al piano para recoger las partituras, empezaron los comentarios.

Holly: Eso ha sonado muy bien -le dijo a Kim-.

Kim: ¿En serio?

Holly: En serio. Y Brad piensa lo mismo -desvió discretamente la mirada al galán de la escuela, que se estaba poniendo la chaqueta del uniforme-.

Kim: Pero si ni siquiera sabe que existo.

Holly: Ahora ya lo sabe. No ha dejado de mirarte en todo el tiempo. Lo sé porque yo lo estaba mirando a él -suspiró-. Si yo me pareciera a la señorita Hudgens, seguro que me miraría a mí.

Kim se echó a reír, pero lanzó una subrepticia mirada a Brad.

Kim: La señorita Hudgens es fabulosa. Es tan amable con nosotras… El señor Striker siempre nos estaba regañando.

Holly: El señor Striker era un viejo gruñón. Te veo después, ¿vale?

Kim: Sí -fue lo único que logró pronunciar mientras veía a Brad avanzar hacia ella-.

Brad: Hola -le lanzó una sonrisa, con sus dientes blanquísimos-. Lo has hecho muy bien.

Kim: Gracias -se le había atascado la lengua-.

Estaba hablando con Brad, se recordó. Un alumno de último curso. Capitán del equipo de fútbol. Presidente de la asociación de estudiantes. Rubio y de ojos verdes.

Brad: La señorita Hudgens es genial, ¿verdad?

Kim: Sí -«di algo», se ordenó-. Esta noche vendrá a casa, a una fiesta que da mi madre.

Brad: ¿Sólo para adultos?

Kim: No, se pasará también Holly y algunos más -el corazón le atronaba en los oídos mientras se esforzaba por reunir coraje-. Puedes pasarte tú también, si quieres.

Brad: Eso sería estupendo. ¿A qué hora?

Al menos pudo cerrar la boca y tragarse el nudo que sentía en la garganta.

Kim: Oh, a eso de las ocho -dijo, forzando un tono de naturalidad-. Yo vivo en…

Brad: Sé dónde vives -le sonrió de nuevo, acelerándole todavía más el pulso-. Oye, ya no estás saliendo con Jack, ¿verdad?

Kim: ¿Jack? Oh, no, eh… rompimos este verano.

Brad: Bien. Hasta luego entonces.

Y se marchó para reunirse con un grupo de amigos.

Ness: Es un chico muy guapo -comentó apareciendo de pronto detrás de Kim-.

Kim: Sí -suspiró, soñadora-.

Alex: Kimmy tiene novio, Kimmy tiene novio… -empezó a cantar con el timbre alto y molesto que reservaba siempre para sus parientes más jóvenes… o para sus primas mayores-.

Kim: Cállate, mocoso.

El niño se limitó a reír y se puso a bailar por el escenario, recitando su cantinela. Vanessa decidió intervenir al ver la mirada asesina que le lanzó Kim.

Ness: Bueno, chicos, supongo que hoy no querréis ensayar Jingle Bells

David: Sí que queremos -dejó de bailotear por el escenario con su hermano y se acercó al piano-. Yo me la sé -añadió, atacando el bien ordenado fajo de partituras de Vanessa-. La encontraré.

Alex: No, la encontraré yo -pero para entonces su hermano exhibía ya triunfante la partitura-.

Ness: Muy bien -se sentó en el banco del piano, con un niño a cada lado. Empezó con unos dramáticos acordes que arrancaron una carcajada a los gemelos-. Por favor, la música es un asunto serio. Uno, dos y…

Y se pusieron a cantar la canción, que no a chillarla, que fue lo que habían hecho la primera vez que lo habían intentado. Lo que les faltaba de estilo, lo suplían con su entusiasmo. A espuertas.

Para cuando terminaron, incluso Kim estaba sonriendo.

David: Ahora cante usted, señorita Hudgens -puso una expresión lastimera-. Por favor…

Ness: Vuestro padre probablemente os estará esperando.

David: Sólo una canción.

Alex: Sí, sólo una -secundó-.

En cuestión de semanas, resistirse a una petición de los gemelos se había convertido en una misión imposible.

Ness: Está bien. Sólo una -cedió, y volvió a rebuscar entre las partituras-. Seguro que habréis visto la película La sirenita.

Alex: ¡Muchas veces! -alardeó-. La tenemos en casa.

Ness: Entonces reconoceréis esto -atacó la obertura de Parte de tu mundo-.

Zac se encaminó por fin a la puerta de la escuela. Estaba más que cansado de esperar en el aparcamiento. Había visto a los demás chicos salir desde por lo menos unos diez minutos antes.

Maldijo para sus adentros: tenía cosas que hacer. Sobre todo desde que estaba obligado a pasarse por la fiesta que aquella tarde daba Miley. Odiaba las fiestas.

Entró en el vestíbulo. Y entonces la oyó. No las palabras: no pudo reconocer las palabras, porque quedaban ahogadas por las puertas del auditorio, pero sí el sonido de su preciosa voz. Una voz sensual, seductora. Sexy.

Abrió la puerta. Tenía que hacerlo. Y la sensual marea de aquella voz lo arrolló por entero.

Era una canción infantil. La reconoció de la película que tanto les gustaba a los chicos. Se dijo que ningún hombre en su sano juicio se emocionaría con una canción infantil de ese tipo. Pero él no era un hombre en su sano juicio. No había vuelto a serlo desde que cometió el colosal error de besarla.

Supo que, de haber estado solos, se habría acercado directamente al piano y la habría vuelto a besar. Pero no estaban solos. Kim se hallaba de pie a su lado, y además estaba flanqueada por los chicos. Los miraba de cuando en cuando mientras cantaba, ladeando la cabeza…

Algo se removió en su interior mientras la observaba. Algo doloroso e inquietante. Y muy, muy dulce. Estremecido, hundió las manos en los bolsillos y cerró los puños. Aquello tenía que acabar. Fuera lo que fuera que le estuviera sucediendo, tenía que acabar.

Aspiró profundo cuando la canción tocó a su fin. Le pareció escuchar una especie de mágico tarareo en el silencio que siguió.

Zac: Se nos hace tarde -dijo alzando la voz, decidido a romper el hechizo-.

Las cuatro cabezas se volvieron en su dirección. Los gemelos saltaron como un resorte del banco.

David: ¡Papá! ¡Hey, papá! ¡Sabemos cantar fenomenal Jingle Bells! ¿Quieres oírnos?

Zac: No puedo -intentó sonreír para amortiguar el efecto, al ver el puchero que hacía David-. De verdad que se me está haciendo tarde, chicos.

Kim: Lo siento, tío Zac -recogió su abrigo-. Perdimos la noción de la hora.

Mientras Zac se removía incómodo, Vanessa se acercó a los chicos para susurrarles algo. Algo que, según advirtió Zac, puso una sonrisa en la cara de David y borró la expresión rebelde de la de Alex. Acto seguido, ambos la abrazaron y besaron antes de correr fuera del escenario en busca de sus abrigos.

Alex: ¡Adiós, señorita Hudgens! ¡Adiós!

Kim: Gracias, señorita Hudgens -añadió-. Hasta luego.

Vanessa se levantó del banco, tarareando por lo bajo mientras recogía sus partituras. Y Zac experimentó una punzada de arrepentimiento mientras esperaba a los gemelos al fondo del auditorio.

Zac: Ah, y… gracias por haberlos tenido entretenidos -le dijo, alzando la voz para que pudiera oírlo-.

Vanessa alzó la vista. Zac podía verla ahora claramente, bajo los focos del escenario. Al menos lo suficiente para poder distinguir su leve arqueamiento de cejas y la frialdad de su boca antes de que volviera a bajar la cabeza, sin decir nada.

«Estupendo», se dijo Zac mientras se marchaba con los chicos. De todas formas, no quería hablar con ella.




¡Ja! Ahora te ignora. ¡Te jodes! 😝

¡Gracias por leer!


sábado, 18 de febrero de 2017

Capítulo 3


Media hora más, pensó Zac, y terminaría de colocar el tabique del dormitorio principal. Quizá incluso se animara a aplicar la primera capa de yeso. Miró su reloj: a esa hora, los chicos ya habrían regresado a casa de la escuela. Pero ese día venía la señora Hollis, y se quedaría hasta las cinco.

Eso le daría margen suficiente para terminar de instalar el tabique de pladur y volver a casa a tiempo. Pensó en comprar una pizza de camino. No le importaba cocinar, pero le molestaba el tiempo que le quitaba: pensar las recetas, elaborarlas, limpiarlo todo después. Seis años como padre soltero le habían hecho tomar conciencia de lo duro que resultaba el trabajo doméstico y de lo mucho que había trabajado su madre, un ama de casa a la antigua usanza.

Interrumpiéndose por un momento, se dedicó a contemplar el dormitorio principal. Había tirado abajo paredes, levantado otras, reemplazado las antiguas ventanas de un solo cristal por otras de doble. Dos claraboyas gemelas dejaban entrar la luz otoñal. Ahora había tres amplios dormitorios en el primer piso del viejo caserón, en lugar de las tres habitaciones y el larguísimo pasillo de la primera estructura. El dormitorio principal albergaría un cuarto de baño lo suficientemente grande como para contener una bañera y una cabina de ducha.

Si se ajustaba al calendario, la casa podría estar terminada para Navidad. Y, para principios de año, lista para ser vendida o alquilada. «En realidad debería venderla», pensó mientras acariciaba el tabique que acababa de levantar. Tenía que superar aquel sentimiento de posesión que le embargaba cada vez que trabajaba con una casa.

Suponía que debía de ser algo hereditario. Su padre se había ganado muy bien la vida reformando casas. Zac había descubierto la satisfacción que daba poseer algo que uno había hecho con sus propias manos. Como la vieja casa de ladrillo en la que Vanessa residía actualmente. Se preguntó si sabría que tenía más de siglo y medio de antigüedad. Si sería consciente de que estaba viviendo en un edificio histórico.

Y se preguntó también si volvería a quedarse sin gasolina otra vez.

Mientras recogía las herramientas y la cinta adhesiva, volvió a pensar en Vanessa Hudgens, pese a saber que no debía hacerlo. Las mujeres daban problemas. De una manera u otra, siempre acababan dando problemas. Bastaba mirar una sola vez a Vanessa para darse cuenta de que ella no era ninguna excepción.

No había seguido su consejo de dejarse caer por el auditorio para asistir a los ensayos. Había querido hacerlo un par de veces, pero su sentido de la prudencia lo había disuadido de hacerlo. Vanessa era la primera mujer en mucho, mucho tiempo que le había removido algo por dentro, pensó ceñudo. Y eso no podía ser. Tenía demasiadas obligaciones, demasiado poco tiempo libre y, lo que era aún más importante, dos hijos que constituían el centro de su vida.

Fantasear con una mujer ya era bastante malo. Hacía que un hombre se volviera lento en su trabajo, distraído… e inquieto. Pero hacer algo al respecto era aún peor. Hacer algo significaba que había que encontrar temas de conversación y maneras de entretener. Una mujer esperaba que la llevaran a sitios, que la trataran bien. Y una vez que uno empezaba a enamorarse de ella, a enamorarse de verdad… entonces esa mujer adquiría el poder de destrozarle el corazón. Zac no estaba dispuesto a volver a arriesgar su corazón. Y ciertamente tampoco el de sus hijos.

No compartía ese absurdo que decía que los niños necesitaban una figura femenina, el amor de una madre. La madre de los gemelos no se había preocupado por ellos. A una mujer no le salía la veta maternal por el simple hecho de serlo: eso sólo le hacía físicamente capaz de tener hijos. Asunto diferente era que los quisiera.

Dejó de pegar la cinta adhesiva y maldijo entre dientes. No había pensado en Amber en años. Al menos no a fondo. Cuando lo hacía, se daba cuenta de que todavía le dolía, como una vieja herida que hubiera curado mal. Se lo tenía merecido, por haberse dejado afectar tanto por cierta rubia…

Disgustado consigo mismo, colocó la última tira de cinta adhesiva. Necesitaba concentrarse en su trabajo, y no en una mujer. Decidido a terminar lo que había empezado, bajó las escaleras. Tenía más cinta adhesiva en la camioneta.

La luz se iba apagando con la cercanía del atardecer. Los días se hacían más cortos. Menos tiempo para trabajar.

Había bajado los escalones y se encontraba en el sendero de entrada cuando la vio. Estaba frente al jardín, contemplando la fachada y sonriendo levemente. Llevaba una chaqueta de ante, una camiseta color naranja subido y unos vaqueros desteñidos. Cargaba al hombro un maletín flexible que parecía viejo y gastado.

Ness: Hola -un brillo de sorpresa asomó a los ojos cuando lo miró, despertando inmediatamente sus sospechas-. ¿Es ésta una de tus casas?

Zac: Sí.

Pasó de largo frente a ella, hacia la camioneta, arrepentido de no haber contenido el aliento. Su perfume era tan sutil como penetrante.

Ness: Sólo la estaba admirando. El trabajo de la piedra es fantástico. Parece tan sólida y segura, rodeada de tantos, árboles… -aspiró profundo. El final del otoño se anunciaba en el aire-. Va a hacer una noche estupenda.

Zac: Ya -localizó la cinta y, haciéndola girar entre los dedos, se volvió hacia ella-. ¿Te has vuelto a quedar sin gasolina?

Ness: No -rio-. Me gusta pasear por el pueblo a esta hora del día. De hecho, me dirigía precisamente a casa de tu hermana. Está cerca de aquí, ¿no?

Zac la miró entrecerrando los ojos. No le gustaba la idea de que la mujer en la que pasaba tanto tiempo pensando frecuentara a su hermana.

Zac: Sí. ¿Por qué?

Ness: ¿Por qué… qué? -repitió, distraída-.

Se había quedado mirando sus manos. Tenían algo especial. Eran duras, de palma callosa. Grandes. Sintió una fugaz y muy agradable sensación en la boca del estómago.

Zac: ¿Por qué vas a casa de Miley?

Ness: Oh. Tengo unas partituras que pensé que podrían gustarle a Kim.

Zac: ¿De veras? -se apoyó en la camioneta, estudiándola con detenimiento. Pensó que su sonrisa era demasiado amable. Y demasiado atractiva-. ¿Forma parte de tu trabajo realizar visitas a casas de alumnos para entregar partituras?

Ness: No, pero resulta entretenido. Divertido -la leve brisa de la tarde le alborotó el pelo. Se lo recogió con una mano-. Ningún trabajo merece el esfuerzo que le dedicas si no le encuentras su punto de diversión -se volvió para mirar la casa-. Tú también te diviertes trabajando, ¿no? ¿Reformando casas y haciéndolas tuyas?

Zac quiso soltarle algún comentario sarcástico, hasta que se dio cuenta de que tenía toda la razón.

Zac: Sí. No parece divertido cuando estás tirando techos y reparando tejados con la lluvia cayendo sobre tu cabeza -sonrió levemente-. Y sin embargo lo es.

Ness: ¿Vas a dejármela ver? -ladeó la cabeza-. ¿O harás como esos artistas susceptibles que no dejan que nadie vea sus pinturas antes de darles la última pincelada?

Zac: No hay gran cosa que ver -de repente se encogió de hombros-. Está bien. Puedes entrar, si quieres.

Ness: Gracias -empezó a caminar por el sendero, pero se volvió hacia él al ver que se quedaba junto a la camioneta-. ¿No vas a hacerme de guía?

Volvió a encogerse de hombros, y se reunió con ella.

Ness: ¿Hiciste tú también los muebles de mi apartamento?

Zac: Sí.

Ness: Es un trabajo espléndido. Parece madera de cerezo.

Frunció el ceño, sorprendido.

Zac: Es madera de cerezo.

Ness: Me gustan sus formas redondeadas. Lo suavizan todo. ¿Contrataste a un decorador para los colores o los elegiste tú mismo?

Zac: Lo hice yo -le abrió la puerta-. ¿Hay algún problema?

Ness: Oh, no. Me encanta la gama de colores de la cocina, los mostradores de azul pizarra, el suelo malva. Oh, esta escalera es fabulosa… -atravesó el salón sin terminar para dirigirse hacia allí-.

Zac había trabajado duro en ella, reemplazando la antigua por otra de madera de castaño, más oscura, curva y con un rellano en saledizo que parecía flotar sobre el salón. Innegablemente, era un buen motivo de orgullo.

Ness: ¿También tallaste tú esto? -murmuró acariciando la curva de la barandilla-.

Zac: La antigua baranda estaba rota. No me quedó otro remedio.

Ness: Tengo que probarla -subió la escalera. Una vez arriba, se volvió para mirarla-. No cruje nada. Un gran trabajo, pero poco sentimental.

Zac: ¿Sentimental?

Ness: Ya sabes. Como la escalera de la casa familiar, cuando te escapas a escondidas de niño y tienes que saber qué tablas no debes pisar para evitar que crujan y alertes así a tu madre.

De repente Zac estaba teniendo problemas para respirar.

Zac: Es de madera de castaño -dijo, principalmente porque no se le ocurrió otra cosa-.

Ness: En cualquier caso, es preciosa. Quienquiera que viva aquí, tendrá que tener niños.

Zac: ¿Por qué? -inquirió, con la boca seca-.

Ness: Porque… -siguiendo un impulso, apoyó el trasero en la barandilla y se dejó caer. Zac abrió los brazos para recogerla cuando aterrizó volando en el rellano-, está hecha para deslizarse por ella -pronunció sin aliento-.

Estaba riendo cuando alzó los ojos hacia él.

Vanessa sintió que algo se removía en su interior cuando se encontraron sus miradas. La sensación de la boca del estómago, no tan placentera esta vez, volvió a asaltarla. Desconcertada, se aclaró la garganta y buscó algo que decir.

Zac: Siempre te presentas por sorpresa -masculló, sin saber por qué-.

Todavía tenía que soltarla, pero sus manos se resistían a obedecer a su cerebro.

Ness: Este es un pueblo pequeño.

Se limitó a sacudir la cabeza. Sus manos estaban en aquel momento sobre su cintura, aparentemente decididas a acariciarle la espalda. Le pareció sentir que temblaba, aunque habría podido ser él.

Zac: Yo no tengo tiempo para mujeres -le espetó, como intentando convencerse a sí mismo-.

Ness: Bueno… -intentó tragar saliva, pero se lo impidió el nudo que le atascaba la garganta-. Yo también estoy bastante ocupada -suspiró. Aquellas manos que habían empezado a acariciarle la espalda la estaban debilitando de deseo-. Y en realidad tampoco estoy interesada. He tenido un año muy malo, por lo que se refiere a las relaciones. Creo que… -Le costaba pensar. Los ojos de aquel hombre, de un precioso color azul, estaban tan intensamente concentrados en los suyos… No sabía muy bien lo que estaba viendo, o buscando. Lo que sí sabía era que estaban a punto de fallarle las piernas-. Creo… -empezó de nuevo-, que lo mejor para ambos es que decidas rápido si vas a besarme o no. Porque no podré soportarlo durante mucho más.

Él tampoco. Y sin embargo, se tomó su tiempo. Por algo era un hombre especialmente meticuloso. Sin dejar de mirarla a los ojos, bajó la cabeza.

Cuando su boca estaba a unos centímetros de la suya, Vanessa soltó un leve gemido lastimero. Y se le nubló la vista al contacto de sus labios suaves, firmes, aterradoramente pacientes.

Se inclinaba sobre ella como un gourmet que estuviera saboreando un plato exquisito, profundizando gradualmente el beso hasta que Vanessa lo abrazó sin darse cuenta. Nadie la había besado nunca de aquella forma. Ni siquiera lo había creído posible: con tanta lentitud, profundidad, concentración. Sintió temblar el suelo bajo sus pies cuando él le mordisqueó delicadamente el labio inferior. Se estremeció, gruñó… y se dejó llevar.

El aroma y el sabor de aquella mujer resultaban abrumadores. Zac sabía que podía perderse en ella por un instante… y para toda la vida. Su pequeño y menudo cuerpo estaba perfectamente adherido al suyo. Le tiraba prácticamente del pelo, y en contraste con aquel agresivo gesto, echaba lánguidamente la cabeza hacia atrás en un acto de rendición que le hacía hervir la sangre.

Ansiaba tocarla. Le ardían las manos por la necesidad de desnudarla prenda a prenda hasta encontrar la suave y cremosa piel que se escondía debajo. Para probarse a sí mismo, y a ella también, deslizó los dedos bajo su suéter y exploró la cálida piel de su espalda, mientras su boca proseguía su largo y meticuloso asalto.

Se la imaginó tumbada en el suelo, en el césped. Se imaginó a sí mismo contemplando su rostro mientras los satisfacía a ambos, sintiéndola arquearse hacia él, abierta, dispuesta.

«Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez», se dijo mientras se tensaban todos sus músculos y empezaba a jadear.

Demasiado tiempo. Pero sabía que no era solamente eso… lo cual resultaba aterrador.

Vacilante, se apartó. Pero incluso mientras empezaba a retirarse, ella se apoyó en él, dejando caer la cabeza sobre su pecho. Incapaz de resistir el impulso, enterró los dedos en su pelo.

Ness: La cabeza me da vueltas -murmuró-. ¿Qué ha sido eso?

Zac: Un beso. Nada más -él mismo necesitaba creer en ello, ya que le ayudaría a aliviar la tensión que sentía en el pecho-.

Ness: Creo que he visto las estrellas -todavía tambaleante, alzó la mirada hacia él. Sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegó hasta sus ojos-. Es la primera vez que me pasa.

Zac supo que si no hacía algo rápido, volvería a besarla.

Zac: Eso no cambia nada. -La luz de sus ojos casi había desaparecido. Le ayudó no poder verla con claridad en la penumbra-. Yo no tengo tiempo para mujeres. Y no estoy interesado en empezar nada.

Ness: Ah -no pudo menos que preguntarse por la procedencia del dolor que la había asaltado de pronto. Tuvo que hacer un esfuerzo para no llevarse una mano al corazón-. Pues ha sido un beso muy bueno, para tratarse de un hombre tan desinteresado… -se agachó para recoger el maletín que había dejado en el suelo antes de subir las escaleras-. Me marcho. No quiero que sigas perdiendo tu valioso tiempo conmigo.

Zac: No tienes por qué enfurruñarte.

Ness: ¿Enfurruñarme? -apretó los dientes. Clavándole un dedo en el pecho, le espetó-: Estoy algo más que enfurruñada, amigo. Tienes un ego impresionante. ¿Crees acaso que he venido aquí a seducirte?

Zac: No sé a qué has venido.

Ness: Bueno, pues no vendré más -se colgó el maletín del hombro y alzó la barbilla-. Puedes quedarte tranquilo, que no pienso obligarte a nada.

Zac tuvo que lidiar entonces con una incómoda combinación de deseo y de culpa.

Zac: Yo tampoco a ti.

Ness: No soy yo quien ha salido con excusas. ¿Sabes? No consigo imaginar cómo es que un zoquete tan insensible como tú tiene unos niños tan encantadores y adorables.

Zac: Deja a mis hijos fuera de esto.

Lo brusco de aquella orden hizo que Vanessa entrecerrara los ojos.

Ness: Oh, ¿así que tengo planes diabólicos para ellos también? ¡Imbécil! -caminó a grandes zancadas hacia la puerta, pero se detuvo en el último momento y le soltó un exabrupto final-: ¡Espero que ellos no hereden la retorcida imagen que tienes tú del sexo femenino!

Dio un portazo tal que hizo temblar la casa. Ceñudo, Zac hundió las manos en los bolsillos. Él no tenía una retorcida imagen de las mujeres. Y sus hijos eran un asunto únicamente suyo.




¡Primer beso! Pero Zac es un cretino 😒

¡Gracias por leer!


jueves, 16 de febrero de 2017

Capítulo 2


Pocas cosas había mejores que un paseo en coche por el campo en una tibia tarde de otoño. Vanessa recordaba la rutina de sus sábados libres en Nueva York. Un poco de compras, ya que suponía que si algo echaba de menos de Manhattan eran las compras, y quizá un paseo por el parque.

Correr, nunca. Vanessa no creía que tuviera sentido correr cuando podía llegar al mismo sitio andando.

Y conducir… bueno, eso era todavía mejor. Hasta ese momento no había tomado perfecta conciencia del placer que suponía no solamente poseer un coche, sino circular por una carretera rural con los cristales de las ventanillas bajados y la música de la radio a todo volumen.

Las hojas estaban empezando a cambiar conforme avanzaba septiembre. Pinceladas de color competían con el verde. En una carretera en particular que había tomado siguiendo un impulso, los grandes árboles se cernían sobre el asfalto formando una espectacular bóveda que dejaba entrar retazos de luz, corriendo en paralelo con un arroyo.

No fue hasta que vio la señal que se dio cuenta de que estaba en Mountain View. La gran casa marrón, había dicho David. No había muchas casas por aquella zona, a unos tres kilómetros del pueblo, pero había logrado distinguir algunas entre los árboles. Marrones, blancas, azules: algunas cercanas al arroyo y otras más elevadas, con estrechos caminos excavados que hacían de senderos de entrada.

«Un lugar solitario para vivir», pensó. Y para criar hijos. Por muy seco y taciturno que le hubiera parecido Zac Efron, había hecho un maravilloso trabajo con sus hijos. Ya sabía que había tenido que hacer el trabajo solo. No había tardado mucho tiempo Vanessa en entender el funcionamiento de las poblaciones pequeñas como aquella. Un comentario aquí, una pregunta allá, y ya había acumulado suficientes datos como para componer una biografía completa de los Efron.

Zac había vivido en Washington D.F. desde que su familia abandonó el pueblo cuando él apenas era un adolescente. Seis años atrás, cargado con los dos gemelos, había vuelto. Su hermana mayor había estudiado en una universidad local, se había casado con un chico del pueblo y se había establecido en Taylor’s Grove años antes. Había sido ella, según se decía en el pueblo, quien le había animado a volver para educar allí a sus hijos cuando su esposa lo abandonó. «Dejando a los pobrecitos niños en la estacada», le había dicho la señora Hollis a Vanessa en la panadería del supermercado. Al parecer se había marchado sin decir una palabra, y no había vuelto a aparecer desde entonces. De tal manera que el joven Zachary Efron había tenido que hacer de madre y de padre.

Quizá, pensó Vanessa cínicamente, si hubiera hablado con su esposa de vez en cuando, ella se habría quedado a su lado. Pero no: eso no era justo. No había excusa alguna que justificara que una madre abandonara a sus hijos pequeños y no volviera a ponerse en contacto con ellos durante seis años. Al margen de que Zac Efron hubiera sido un buen marido o no, los niños se habían merecido otra cosa. Pensó en ellos en aquel momento, la viva imagen duplicada de la picardía. Siempre le habían gustado los niños, y los gemelos Efron eran como un gozo doble. Le había encantado tenerlos de público una o dos veces por semana durante los ensayos.

Alex le había mostrado todo orgulloso su primer examen de deletreado… con su gran estrella de plata. De no haber sido por la única palabra que falló, según le había contado, habría conseguido la de oro. Tampoco le habían pasado desapercibidas las tímidas miradas que David solía lanzarle, o sus rápidas sonrisas antes de que bajara la mirada ruborizado.

Suspiró de placer cuando salió de debajo de la bóveda arbolada, otra vez a la luz del sol. Delante de ella estaban las montañas que daban nombre a la carretera, recortándose súbitamente contra el cielo azul. La carretera se curvaba sin cesar, pero ellas siempre estaban allí, oscuras y distantes.

El terreno se alzaba a cada lado de la carretera, en onduladas colinas y resaltes rocosos. Redujo la velocidad cuando distinguió una casa en lo alto de una loma. Una casa marrón. Probablemente de madera de cedro, pensó, con un basamento de piedra y lo que parecían metros y metros cuadrados de cristal. Tenía una terraza de madera en el segundo piso y árboles alrededor. De las ramas de uno de ellos colgaba un neumático a modo de columpio.

Se preguntó si sería ésa la casa de los Efron. Esperaba que sus pequeños y nuevos amigos vivieran en aquella casa tan sólida y bien diseñada. Pasó entonces al lado del buzón plantado al pie de la carretera, en la confluencia con la larga pista que llevaba hasta ella. Señor Efron e hijos.

Aquello le arrancó una sonrisa. Contenta, pisó el pedal del acelerador y se quedó de piedra cuando el motor empezó a fallar.

Ness: ¿Qué pasa aquí? -masculló, levantando el pie del pedal y pisándolo de nuevo. Esa vez el coche se detuvo hasta quedar como muerto-. Por el amor de Dios -se disponía a arrancar de nuevo cuando miró el tablero de mandos. El indicador de la gasolina estaba iluminado-. Estúpida, estúpida, estúpida… -dijo en voz alta, maldiciéndose a sí misma-. ¿No se suponía que tenías que llenar el depósito antes de salir de paseo?

Se recostó en el asiento, suspirando. Había tenido intención de rellenar el depósito, de verdad. Al igual que el día anterior, cuando terminó las clases. El problema era que se había olvidado. Y ahora se encontraba a unos tres kilómetros del pueblo. Apartándose el pelo de los ojos, alzó la mirada hacia la casa del señor Efron e hijos. Estaría a unos trescientos metros montaña arriba, calculó, lo cual resultaba ciertamente preferible a caminar los tres kilómetros de carretera que la separaban del pueblo. Además de que, en cierta forma, la habían invitado. Sacó la llave del encendido y emprendió la subida de la pista.

No había recorrido ni la mitad cuando la descubrieron los gemelos. Bajaron corriendo por el sendero a una velocidad que quitaba el aliento, como si fueran cabras. Los seguía de cerca un enorme perro amarillo.

David: ¡Señorita Hudgens! ¡Hola, señorita Hudgens! ¿Ha venido a vernos?

Ness: Más o menos -riendo, se agachó para abrazarlos. El perro decidió saludarla también. Pero al menos se contuvo lo suficiente como para plantarle sus enormes patas en los muslos, que no en los hombros. David contuvo el aliento al ver aquello, pero lo soltó cuando Vanessa se echó a reír y se agachó también para acariciarle las orejas al animal-. ¡Pero qué grande eres! ¡Y qué guapo!

Thor le lamió una mano a modo de agradecimiento. Vanessa vio que los gemelos intercambiaban una mirada de complicidad. Una mirada de satisfacción y entusiasmo.

Alex: ¿Le gustan los perros?

Ness: Claro que sí. Quizá me compre uno ahora. En Nueva York vivía en un apartamento, y me daba pena comprarme un perro para tenerlo encerrado -rio de nuevo cuando Thor se sentó y alzó educadamente una pata, como para darle la mano-. Ya es demasiado tarde para formalidades, amiguito -le dijo, pero se la tomó de todas formas-. Estaba dando un paseo cuando me quedé sin gasolina justo aquí, al pie de vuestra casa. ¿No es gracioso?

La sonrisa de David casi le partió la cara en dos de lo ancha que fue. Así que le gustaban los perros. Y se había detenido justo al pie de su casa. Era más magia: estaba seguro de ello.

David: Papá lo arreglará. Él lo arregla todo -ya más confiado, le tomó una mano-.

Alex, para no ser menos, le tomó la otra.

Alex: Papá está en el taller, haciendo una silla rondak.

Ness: ¿Una mecedora? -sugirió-.

Alex: No, no. Una silla rondak. Venga a ver.

Tiraron de ella para rodear la casa, pasando al lado de una galería curva toda acristalada que daba al sur. Había otra terraza en la parte trasera, con escalones que descendían a un patio con baldosas. El taller del jardín, de madera de cedro al igual que el resto de la casa, parecía lo suficientemente grande como para albergar a una familia. Vanessa oyó los repetidos golpes de un martillo contra la madera.

Desbordante de entusiasmo, Alex entró corriendo en el taller:

Alex: ¡Papá! ¡Papá! ¡Adivina qué ha pasado!

Zac: Que me has vuelto a interrumpir: eso es lo que ha pasado.

Vanessa escuchó la voz de Zac, profunda, divertida y tolerante, y vaciló.

Zac: No quiero molestarlo… -le dijo a Alex-. Quizá pueda hacer una llamada a la gasolinera del pueblo…

David: No pasa nada, entre -la animó-.

Alex: ¿Ves? ¡Ha venido!

Zac: Oh -sorprendido por la inesperada visita, dejó el martillo sobre el banco de trabajo. Se levantó la visera de la gorra y frunció automáticamente el ceño-. Señorita Hudgens.

Ness: Lamento molestarle, señor Efron -empezó, y fue entonces cuando vio la silla en la que estaba trabajando-. Una silla Adirondack -murmuró, sonriendo-. Es bonita.

Zac: Lo será.

¿Se suponía que tenía que ofrecerle un café?, se preguntó. ¿Enseñarle la casa? No debería ser tan guapa, pensó sin darse cuenta. A primera vista no tenía nada de espectacular, y sin embargo… Bueno, quizá los ojos. Eran tan grandes, de color castaño… Pero el resto parecía bastante normal. Debía de ser el conjunto y la disposición de todo ello, reflexionó, lo que la convertía en una belleza tan extraordinaria.

Vanessa, a su vez, no sabía si sentirse incómoda o divertida por la fijeza con que él se la había quedado mirando. Procedió a explicarse:

Ness: Pasaba por aquí delante, en mi coche, en parte para disfrutar de un paseo, y en parte para familiarizarme con la zona. Sólo llevo aquí un par de meses.

Zac: ¿De veras?

David: La señorita Hudgens es de Nueva York -le recordó-. Te lo dijo Kim.

Zac: Es verdad -recogió de nuevo el martillo, para bajarlo al momento-. Es un bonito día para pasear.

Ness: Eso pensaba. Tan bonito que me olvidé de llenar el depósito antes de salir. Me quedé sin combustible justo al pie de su casa.

Un brillo de sospecha asomó a los ojos de Zac.

Zac: Qué suerte la suya.

Ness: No tanto -su voz, aunque amigable, se había enfriado-. Si me permite usar su teléfono para llamar a la gasolinera del pueblo, se lo agradecería.

Zac: Tengo combustible -murmuró-.

David: ¿Lo ve? Ya le dije yo que papá se lo arreglaría -intervino todo orgulloso-. Y tenemos galletas caseras -añadió, loco por conseguir que se quedara más tiempo-. Papá las hizo.

Ness: Ya me parecía a mí que olía a chocolate… -levantó al niño en vilo y le olisqueó la cara-. Tengo un olfato buenísimo.

Actuando por instinto, Zac le quitó a David de las manos un tanto bruscamente.

Zac: Vosotros, chicos, encargaos de las galletas. Nosotros nos ocuparemos de la gasolina.

Alex: ¡De acuerdo! -y salieron disparados hacia la casa-.

Ness: No pretendía secuestrar a su hijo, señor Efron.

Zac: Yo no he dicho eso -se dirigió a la salida-. El combustible lo tengo en el cobertizo.

Apretando los labios, Vanessa lo siguió.

Ness: ¿Sufrió usted un trauma de pequeño con alguna profesora, señor Efron?

Zac: Zac. Llámeme Zac. No, ¿por qué?

Ness: Me preguntaba si tendría algún tipo de problema personal o profesional al respecto.

Zac: Yo no tengo ningún problema -se detuvo ante el pequeño cobertizo donde guardaba su máquina cortacésped y las herramientas de jardinería-. Qué casualidad que los chicos le dijeran dónde vivíamos… y que se le acabara a usted el combustible justo aquí.

Vanessa aspiró profundo, contemplándolo mientras se agachaba para recoger una lata de gasolina y se erguía para volverse hacia ella.

Ness: Mire, yo no estoy más contenta que usted con la situación, y después de este recibimiento… todavía menos. Da la casualidad de que éste es el primer coche que poseo, y todavía no me he acostumbrado del todo. El mes pasado me quedé sin gasolina a la puerta del supermercado del pueblo. Puedo aportarle testigos, si quiere.

Zac se encogió entonces de hombros, sintiéndose un estúpido… y absurdamente susceptible.

Zac: Perdone.

Ness: Olvídelo. Si me da esa lata, usaré la gasolina que necesite para regresar al pueblo y luego se la devolveré llena.

Zac: Ya lo haré yo -masculló-.

Ness: No quiero molestarlo más -estiró una mano hacia la lata-.

La agarró y dio un tirón, pero él no la soltó. Empezaron una especie de tira y afloja. Al cabo de unos segundos, el hoyuelo de la mejilla izquierda de Zac le hizo un guiño.

Zac: Soy más fuerte que usted.

Vanessa retrocedió un paso y se sopló el flequillo de los ojos.

Ness: Muy bien. Presuma de machote, entonces -frunciendo el ceño, lo siguió alrededor de la casa-.

La aparición de los gemelos alivió en parte su mal humor. Cada uno llevaba un par de galletas envueltas en papel de cocina.

David: Papá hace las mejores galletas del mundo -le informó alzando su ofrenda hacia ella-.

Vanessa tomó una y la mordió.

Ness: Creo que tienes razón -se vio obligada a admitir, con la boca llena-. Y mira que yo entiendo de galletas.

Alex: ¿Sabe hacer galletas?

Ness: Da la casualidad de que soy famosa por mis galletas de chocolate -sonrió sorprendida cuando los gemelos intercambiaron otra mirada de complicidad y asintieron con la cabeza-. Lo comprobaréis si venís a visitarme un día.

Alex: ¿Dónde vive? -dado que su padre no estaba mirando, se metió una galleta entera en la boca-.

Ness: Market Street, justo al lado de la plaza. La vieja casa de ladrillo con tres porches. He alquilado el piso de arriba.

David: Esa casa es de papá. La compró y la arregló y ahora la alquila.

Ness: Oh -suspiró-. Vaya.

Enviaba los ingresos a Gerencia Efron… en la carretera de Mountain View. Sólo en ese momento cayó en la cuenta.

David: Así que usted vive en nuestra casa -terminó-.

Ness: Es una manera de hablar.

Zac: ¿Le gusta el lugar?

Ness: Sí, está bien. Allí estoy muy cómoda. Y está muy cerca de la escuela.

Alex: Papá siempre está comprando casas y arreglándolas -dijo al tiempo que se preguntaba si podría comerse otra galleta-. Le gusta arreglar cosas.

A juzgar por la vieja casa reformada en la que vivía Vanessa, resultaba obvio que las arreglaba muy bien.

Ness: ¿Es usted carpintero, entonces? -le preguntó, reacia-.

Zac: A veces hago cosas de carpintería -habían llegado al coche. Zac se limitó a hacer una seña con el pulgar para indicar a los chicos, y al perro también, que se mantuvieran apartados de la carretera. Destapó el depósito del coche y dijo sin volverse-: Si te comes una galleta más, Alex, vamos a tener que bombearte el estómago.

Tímidamente Alex volvió a guardar la galleta en su envoltorio de papel.

Ness: Excelente radar -comentó inclinada sobre el coche mientras Zac vertía la gasolina-.

Zac: Estoy obligado a tenerlo -sólo entonces la miró. Tenía el pelo despeinado por el viento y le brillaba por el sol, y la cara levemente sonrosada por la caminata. No le gustaba que el simple hecho de mirarla pudiera acelerarle el pulso de esa manera-. ¿Por qué Taylor’s Grove? Está lejos de Nueva York.

Ness: Porque quería un cambio -aspiró profundo al tiempo que miraba a su alrededor: las rocas, el árbol y la colina-. Y ya lo he conseguido.

Zac: Esto es bastante tranquilo, comparado con la vida a la que estaba acostumbrada.

Ness: La tranquilidad me gusta.

Se limitó a encogerse de hombros. Sospechaba que a los seis meses acabaría por aburrirse y marcharse.

Zac: Kim está muy entusiasmada con la clase de usted. Habla casi tanto de ello como del carné de conducir que quiere sacarse.

Ness: Eso es todo un cumplido. Es una buena escuela. No todos mis estudiantes son tan participativos como Kim, pero me gustan los desafíos. Voy a recomendarla para que se presente a las audiciones del estado.

Zac: ¿Tan buena es?

Ness: Parece sorprendido.

Zac: Bueno, siempre me pareció buena, pero el antiguo profesor de música no la destacaba precisamente entre los demás.

Ness: Corre el rumor de que nunca estuvo muy interesado por hacer un seguimiento individualizado de los estudiantes. Ni por las actividades extraescolares.

Zac: Es verdad. Striker era un viejo… -se interrumpió para mirar a los chicos, que seguían atentos la conversación-. Era simplemente viejo. Y hacía las cosas a su manera. Siempre el mismo programa de Navidad, el mismo programa de primavera.

Ness: Sí, he visto sus notas de clase. Yo diría que todo el mundo se llevará una buena sorpresa este año. Tengo entendido que ningún estudiante de Taylor Grove ha ido nunca a las audiciones del estado.

Zac: Sí, lo mismo he oído yo también.

Ness: Bueno, pues eso va a cambiar -satisfecha de que hubieran encontrado un tema agradable de conversación, se echó el pelo hacia atrás-. ¿Usted canta?

Zac: En la ducha -asomó de nuevo el hoyuelo de su mejilla, mientras sus hijos reían-. No quiero oír un solo comentario, chicos…

Alex: Canta muy, pero que muy alto -informó sin miedo alguno a las represalias-. Y consigue que Thor se ponga a aullar.

Ness: Estoy segura que eso debe de ser todo un espectáculo… -se agachó para rascar al perro detrás de las orejas-.

El animal movió entonces la cola y, por alguna razón, salió disparado colina arriba.

David: Aquí tiene, señorita Hudgens. Tome.

Los chicos le entregaron el resto de las galletas y echaron a correr detrás del perro-.

Ness: Supongo que no pueden quedarse mucho tiempo quietos -murmuró mientras los veía alejarse-.

Zac: Con usted han batido un récord. Les cae muy bien.

Ness: Soy una persona que suele caer bien a la gente -sonrió. Cuando se volvió hacia él, lo sorprendió mirándola fijamente, con una expresión hosca-. Bueno, al menos a la mayoría. No debería haberse molestado en bajar hasta aquí. Habría bastado con que me entregara la lata.

Zac: No hay problema -una vez vaciada la lata de gasolina, volvió a cerrar el depósito-. En Taylor’s Grove somos muy amables. La mayoría, al menos.

Ness: Avíseme cuando haya superado el periodo de prueba -metió casi medio cuerpo por la ventanilla para dejar las galletas en el asiento trasero-.

Zac disfrutó entonces de una tentadora y turbadora vista de su trasero enfundado en sus ajustados vaqueros. Podía oler su perfume: una deliciosa esencia que podía llegar a aturdirlo más que el humo de la gasolina…

Zac: No quería decir eso.

Vanessa sacó la cabeza del coche. Mientras se erguía, se lamió una mancha de chocolate de un dedo.

Ness: Quizá no. En cualquier caso, le agradezco su ayuda -sonrió mientras abría la puerta del coche-. Y las galletas.

Zac: Ha sido un placer -se oyó decir a sí mismo, para arrepentirse de inmediato-.

Ya sentada al volante, ella replicó:

Ness: Lo siento, pero no me lo creo -se echó a reír y arrancó el coche-. Deberías pasarte más veces por los ensayos del coro, Zac -lo tuteó de pronto-. Quizá aprendieras algo.

No estaba muy seguro de lo que había querido decir.

Zac: Ponte el cinturón de seguridad -le ordenó-.

Ness: Es verdad -obedeció, dócil-. Todavía no me he acostumbrado. Despídeme de los gemelos -y se marchó a toda velocidad, sacando una mano fuera de la ventanilla-.

Zac se la quedó mirando hasta que desapareció al doblar la curva, y se frotó lentamente el estómago, allí donde se le había formado un nudo. Aquella mujer tenía algo especial. Algo que le hacía sentirse como si se estuviera descongelando después de una larguísima helada.




Uy... Zac ya está sintiendo maripositas en el estómago... 😉

¡Gracias por leer!


martes, 14 de febrero de 2017

Capítulo 1


Taylor’s Grove, población; dos mil trescientos cuarenta habitantes. «No, trescientos cuarenta y uno», pensó Vanessa toda orgullosa mientras entraba en el auditorio del instituto. Sólo llevaba dos meses en el pueblo pero ya se había apropiado de él. Adoraba su ritmo lento, los cuidados jardines, las pequeñas tiendas. Le encantaba el trato fácil de los vecinos, los bancos de columpio en los porches, las aceras blanqueadas por la escarcha.

Si alguien le hubiera dicho, apenas un año antes, que terminaría cambiando Manhattan por un punto en el mapa del oeste de Maryland, lo habría tomado por un loco. Pero allí estaba, la nueva profesora de música del instituto de Taylor’s Grove, tan contenta como un viejo sabueso sesteando frente a un buen fuego de chimenea.

Había necesitado aquel cambio, eso era seguro. Durante el último año había perdido a su compañera de apartamento, que se había casado, para heredar un altísimo alquiler que no había sido capaz de pagar ella sola. Su nueva compañera, que había superado la correspondiente entrevista, también había terminado marchándose también… sólo que llevándose hasta el último objeto de valor de la vivienda. Aquel desagradable incidente había derivado en una discusión final, y todavía más desagradable, con su casi prometido. Cuando Drake la llamó estúpida, ingenua y despreocupada, Vanessa había decidido cortar por lo sano.

Apenas había despedido a Drake cuando la despidieron a ella. La escuela donde había pasado tres años dando clases estaba siendo «recortada», como eufemísticamente le habían señalado. Su puesto de profesora de música había sido eliminado, al igual que la propia Vanessa.

Un apartamento que no podía permitirse pagar; un prometido que había confundido su optimista naturaleza con un auténtico lastre; y la perspectiva de engrosar las colas de la oficina de empleo la habían impulsado a abandonar Nueva York. Y ya puestos a trasladarse, había decidido dar el gran paso. La idea de enseñar en una población pequeña había echado raíces. «Una verdadera inspiración», pensó en aquel momento, ya que a esas alturas tenía la sensación de llevar años en Taylor’s Grove.

El alquiler que pagaba era lo suficientemente bajo como para permitirle vivir sola. Su apartamento, la planta superior entera de un viejo caserón reformado, estaba a la distancia de un agradable paseo del campus que incluía los pabellones de enseñanza elemental, primaria y secundaria. Sólo dos semanas después de aquel primer y nervioso día de escuela, se sentía especialmente encariñada con sus alumnos y esperaba con verdadero entusiasmo su primera actividad extraescolar de coro. Estaba decidida a elaborar un programa de vacaciones que dejara boquiabierto al pueblo entero.

El viejo y gastado piano ocupaba el centro del escenario. Se acercó hasta él y se sentó en la banqueta. Sus alumnos entrarían dentro de poco, pero hasta entonces todavía disponía de unos minutos a solas.

Calentó la mente y los dedos con un blues, una vieja melodía de Muddy Waters. Pensó, gozosa, que los viejos y gastados pianos se llevaban bien con los blues.

**: Dios, mola un montón -murmuró Holly Linstrom a Kim mientras entraban sigilosamente en el auditorio-.

Kim: Sí -tenía una mano en cada hombro de sus primos gemelos, con un toque de firmeza que imponía silencio y prometía represalias-. El viejo señor Striker jamás tocó nada tan bonito.

Holly: Y la ropa que lleva… -la admiración y la envidia se mezclaban en el tono de Holly mientras contemplaba los pantalones de pitillo, la larga camisa y el corto chaleco de rayas que llevaba Vanessa-. No sé por qué nadie de Nueva York viene nunca por aquí. ¿Viste los pendientes que llevaba hoy? Apuesto a que se los compró en alguna tienda de moda de Nueva York.

La joyería de Vanessa se había convertido ya en una leyenda entre las estudiantes. Llevaba siempre lo más raro y llamativo. Su gusto en ropa, su pelo negro que le caía un poco por debajo de los hombros y que siempre parecía milagrosa y hábilmente despeinado, su risa y su desprecio por las formalidades la habían convertido ya en un personaje querido y apreciado por los alumnos.

Kim: Tiene estilo, eso está claro -aunque en aquel momento parecía más fascinada por la música que por el vestuario de la profesora-. Ojalá pudiera tocar yo así.

Holly: Ojalá tuviera yo ese aspecto… -repuso soltando una risita-.

Advirtiendo que tenía audiencia, Vanessa las miró sonriente.

Ness: Vamos, entrad, chicas. El concierto es gratis.

Kim: Esa canción suena preciosa, señorita Hudgens -sin soltar a sus primos, echó a andar por el pasillo en cuesta hacia el escenario-. ¿De quién es?

Ness: De Muddy Waters. Tenemos que incluir un poco de blues en el currículum -estudió a los dos niños de carita dulce que iban con Kim, experimentando al mismo tiempo una extraña sensación de familiaridad-. Hola, chicos.

Cuando los gemelos correspondieron a su sonrisa, dos hoyuelos idénticos se dibujaron en el lado izquierdo de sus caras.

Alex: ¿Sabe tocar Chopsticks?

Antes de que Kim pudiera reprender a su primo, muerta de vergüenza, Vanessa se volvió para ejecutar una animada versión de la melodía.

Ness: ¿Qué tal? -le preguntó al niño nada más terminar-.

Alex: ¡Qué bueno!

Kim: Perdone, señorita Hudgens. Es que tengo que quedarme con ellos durante una hora… Son mis primos, Alex y David Efron.

Ness: Los Efron de Taylor’s Grove -se apartó del piano-. Veo que sois hermanos. Detecto un ligero parecido…

Ambos sonrieron, encantados.

David: Somos gemelos.

Ness: ¿De veras? Ahora se supone que tengo que averiguar quién es quién -se acercó al borde del estrado, se sentó y los examinó detenidamente. Los críos no dejaban de sonreír. Los dos habían perdido recientemente el primer incisivo izquierdo- Alex -dijo, señalándolo con el dedo-. Y David.

Complacidos e impresionados, asintieron a la vez.

David: ¿Cómo lo ha sabido?

Habría sido absurdo, aparte de nada divertido, confesarles que se lo había jugado al cincuenta por ciento de probabilidades.

Ness: Magia. ¿Os gusta cantar, chicos?

Alex: Bueno. Un poco.

Ness: Bien, pues hoy podréis escuchar. Sentaos en la primera fila. Seréis nuestro público.

Kim: Gracias, señorita Hudgens -murmuró dirigiéndolos hacia los asientos-. La mayor parte del tiempo se portan muy bien. Quedaos quietos -les ordenó, haciendo valer su autoridad de prima mayor-.

Vanessa hizo un guiño a los chicos mientras se levantaba, y se dirigió luego a los alumnos que ya estaban entrando:

Ness: Subid, que vamos a empezar.

Tanto ajetreo en el escenario no tardó en aburrir a los gemelos. Al principio los alumnos no hicieron otra cosa que hablar mientras ocupaban sus posiciones. Pero David no dejaba de mirar a Vanessa. Tenía un pelo bonito y unos grandes ojos marrones también muy bonitos. «Como los del Comandante Thor», pensó, encariñado. Su voz era graciosa, pero bonita. De vez en cuando lo miraba y sonreía. Cuando lo hacía, el corazón le daba saltos en el pecho, como si acabara de correr una carrera.

Vio que se volvía hacia un grupo de chicas y se ponía a cantar. Era un villancico, lo que hizo que David se la quedara mirando con ojos como platos. No sabía el nombre, algo sobre una noche de invierno, pero la reconoció de los discos que su padre solía poner por Navidad.

David: Es ella -susurró a su hermano al tiempo que le propinaba un codazo en las costillas-.

Alex: ¿Quién?

David: Es la mamá.

Alex dejó de jugar con el muñeco articulado que se había metido en un bolsillo y alzó la mirada hacia el escenario, donde Vanessa estaba dirigiendo la sección de altos del coro.

Alex: ¿La profesora de Kim es la mamá?

David: Tiene que ser ella -bajó la voz con tono conspirativo, todo emocionado-. Santa ha tenido tiempo más que suficiente para recibir la carta. Estaba cantando una canción de Navidad, tiene el pelo negro y una bonita sonrisa. Y le gustan los niños, también.

Alex: Tal vez -no del todo convencido, estudió detenidamente a Vanessa. Pensó que efectivamente era bonita. Y reía mucho, incluso cuando alguno de los chicos grandes cometía errores. Pero eso no quería decir que le gustasen los niños o que supiera hacer galletas-. Todavía no lo sabemos de seguro.

David soltó un impaciente suspiro.

David: Nos reconoció. Sabía quién era quién. Hace magia --miró con expresión solemne a su hermano-. Es la mamá.

Alex: Magia… -repitió, y se quedó contemplando como alelado a la profesora-. ¿Tendremos que esperar hasta Navidad para tenerla?

David: Supongo que sí. Probablemente -ése era un enigma sobre el que tendría que empezar a trabajar-.


Cuando Zac Efron aparcó su camioneta frente al instituto, su mente estaba ocupada por una docena de problemas diversos. Lo que les daría de cenar a los chicos. De qué manera embaldosaría los suelos de su proyecto de la calle Meadow. Cuándo podría encontrar un par de horas para acercarse al centro comercial y comprarles calzoncillos a los gemelos. La última vez que había puesto una lavadora, había descubierto que los que llevaban servían más bien para hacer trapos. Tenía que recibir una entrega de madera a primera hora de la mañana siguiente y una montaña de papeleo lo estaba esperando aquella noche. Y Alex estaba nervioso ante su primer examen de deletreado de palabras, para el que solamente faltaban unos pocos días.

Guardándose las llaves en el bolsillo, estiró los doloridos músculos del cuello. Se había pasado buena parte de las ocho horas de su jornada manejando un martillo. Pero no le importaba. La fatiga era una sensación positiva: significaba que había hecho algo. La reforma de la casa de la calle Meadow llevaba buena marcha, y ajustada al presupuesto. Una vez que la terminara, ya decidiría si venderla o alquilarla. Su contable intentaría decidir por él, pero Zac sabía que la decisión final sería suya.

Mientras atravesaba el aparcamiento en dirección al instituto, miró a su alrededor. Su tatarabuelo había fundado el pueblo, apenas un grupo de casas por aquel entonces, flanqueando el arroyo Taylor y subiendo por las colinas hasta el río del mismo nombre.

El ego del viejo Zachary Efron no había sido nada pequeño. Pero Zac había vivido durante más de doce años en Washington capital. Hacía ya seis que había regresado a Taylor’s Grove, y sin embargo seguía sintiéndose tan satisfecho y orgulloso como el primer día. Bastaba para ello la simple contemplación de las colinas, los árboles y la sombra de las montañas en la lejanía. Algo que jamás había pensado que acabaría ocurriendo.

Se percibía una cierta frialdad en el aire y soplaba una fuerte brisa del oeste. Pero todavía tenía que caer la primera escarcha y las hojas seguían teniendo un flamante verde de verano. El buen tiempo facilitaba las cosas en más de un aspecto. Mientras durara, podría terminar cómodamente la obra exterior de su proyecto. Y los chicos podrían seguir disfrutando de las tardes de juego en el jardín.

Experimentó una violenta punzada de culpa cuando empujó las pesadas puertas y entró en el instituto. Por culpa de las exigencias de su trabajo, los gemelos habían tenido que pasarse la tarde encerrados. La llegada del otoño significaría que su hermana se sumergiría de cabeza en sus proyectos para la comunidad. Y él no podía abusar de su generosidad pidiéndole que le cuidara a los niños. Kim tenía una agenda de actividades extraescolares cada vez más apretada, y sencillamente Zac no podía aceptar la idea de que sus hijos se pasaran la vida solos en casa.

Y sin embargo la solución había convenido a todo el mundo, al menos hasta el momento. Kim se llevaba a los gemelos a sus ensayos del coro, y él le ahorraba a su hermana un viaje al colegio para recogerlos y llevarlos a casa.

Kim se sacaría el carné de conducir en unos pocos meses, tal y como ella misma se ocupaba constantemente de recordar a todo el mundo. Pero Zac no tenía muchas ganas de sentar a los chicos en su coche, por grande que fuera la confianza que tuviera en su sobrina.

«Los mimas demasiado». Zac puso los ojos en blanco al oír en su cabeza la insistente voz de su hermana. «No puedes ser un padre y una madre para ellos, Zac. Si no quieres buscarte una esposa, entonces tendrás que aprender a relajarte un poco».

«Y un cuerno», exclamó para sus adentros. Mientras se acercaba al auditorio, oyó unas voces jóvenes entonando una canción. Una melodía preciosa que le hizo sonreír antes incluso de que llegara a reconocerla. Un villancico navideño. Se le hacía extraño oírlo en aquellas fechas, con el sudor de todo un día de trabajo empapándole la camisa.

Abrió las puertas del auditorio y se dejó envolver por la música. Fascinado, permaneció al fondo contemplando a los cantantes. Una de las alumnas, una verdadera preciosidad, tocaba el piano. Se estaba preguntando dónde estaría la profesora de música cuando descubrió a los chicos sentados en la primera fila. Avanzó con sigilo por el pasillo central y saludó discretamente con la mano a Kim. Sentándose detrás de los gemelos, se inclinó hacia delante:

Zac: Bonito espectáculo, ¿eh?

David: ¡Papá! -estuvo a punto de chillar-. Estamos en Navidad -bajó la voz, acordándose de donde estaba-.

Zac: Suena como si lo estuviéramos. ¿Qué tal lo está haciendo Kim?

Alex: Es muy buena -parecía tenerse a sí mismo por un experto en coros-. Va a hacer un solo.

Zac: ¿De veras?

Kim: Se puso roja cuando la señorita Hudgens le pidió que cantara sola, pero al final lo hizo muy bien -en aquel momento, sin embargo, Alex parecía mucho más interesado en Vanessa-. Es guapa, ¿verdad?

Zac asintió, algo sorprendido por el comentario. Los gemelos querían a Kim, pero rara vez le lanzaban cumplidos.

Zac: Sí. La más guapa de la escuela.

David: Podríamos invitarla a cenar en casa alguna noche -propuso astuto-. ¿No te parece?

Ya perplejo, Zac acarició el pelo de su hijo:

Zac: Ya sabéis que Kim puede venir cuando quiera.

David: Ella no -puso los ojos en blanco, en un gesto que le había copiado a su padre-. Caramba, papá. Estamos hablando de la señorita Hudgens.

Zac: ¿Quién es la señorita Hudgens?

Alex: La ma… -la respuesta fue interrumpida por el codazo que le soltó su hermano-.

David: La profesora -terminó lanzando una mirada hosca a su hermano-. La guapa -señaló con el dedo el piano-.

Zac: ¿Ella es la profesora?

Justo en ese momento, cesó la música y Vanessa se levantó.

Ness: Eso ha estado muy bien, de verdad -se echó la despeinada melena hacia atrás-. Pero tendremos que trabajar duro. El siguiente ensayo, el lunes después de las clases. Cuatro menos cuarto.

Se armó un cierto alboroto y Vanessa tuvo que alzar la voz para dictar el resto de instrucciones. Satisfecha, se volvió para sonreír a los gemelos y se encontró sonriendo a una versión mayor, y bastante más turbadora, de los mismos. Indudablemente, se trataba del padre. El mismo pelo castaño que se rizaba sobre el cuello de la camiseta. Los mismos ojos azules con las mismas largas y negras pestañas. El rostro carecía de la forma redondeada del de sus hijos, pero aquella versión más dura y angulosa resultaba igual de atractiva. Era alto y delgado, de brazos fuertes aunque no excesivamente musculosos. Estaba bien bronceado y también bastante sucio. Se preguntó si le saldría también aquel hoyuelo en la mejilla izquierda al sonreír…

Ness: Señor Efron.

En vez de molestarse en utilizar los escalones, bajó del escenario de un salto, tan ágil como cualquiera de sus alumnos. Le tendió una mano toda adornada de anillos.

Zac: Señorita Hudgens -se la estrechó, recordando demasiado tarde que no tenía la mano precisamente muy limpia-. Le agradezco que haya permitido quedarse a los chicos durante el ensayo de Kim.

Ness: No hay problema. Trabajo mejor cuando tengo público -ladeando la cabeza, miró a los gemelos-. ¿Y bien, chicos? ¿Qué tal lo hemos hecho?

Alex: Ha sido realmente bueno. Los villancicos de Navidad son las canciones que más me gustan.

David: Y a mí.

Todavía ruborizada y halagada por la sugerencia de hacer el solo, Kim se reunió con ellos.

Kim: Hola, tío Zac. Supongo que ya conoces a la señorita Hudgens.

Zac: Sí -no había mucho más que decir-.

Aquella mujer seguía pareciéndole demasiado joven para ser profesora. Aunque tampoco era la adolescente por quien la había tomado. Aquella piel cremosa y aquella complexión menuda resultaban engañosas. Y muy atractivas.

Ness: Su sobrina tiene mucho talento -en un gesto perfectamente natural, le pasó a Kim un brazo por los hombros-. Posee una voz maravillosa y entiende rápidamente el significado de la música. Estoy encantada de tenerla con nosotros.

Zac: A nosotros también nos gusta -repuso mientas Kim se ruborizaba-.

Pero David se removía nervioso. Se suponía que no deberían estar hablando de su prima…

David: Quizá le apetecería venir a visitarnos alguna vez, señorita Hudgens -sugirió de pronto-. Vivimos en la gran casa marrón de la carretera de Mountain View.

Ness: Eso sería estupendo -pero advirtió que el padre de David no secundaba la invitación, ni parecía particularmente complacido-. Y vosotros, chicos, estáis invitados a venir a vernos cuando queráis. Trabaja en ese solo, Kim.

Kim: Lo haré, señorita Hudgens. Gracias.

Ness: Encantada de haberlo conocido, señor Efron -mientras murmuraba una respuesta, Vanessa regresó al escenario para recoger sus partituras-.

Era una verdadera lástima, pensó, que el padre careciera tanto del encanto como de la simpatía de los hijos.




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