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martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 2


El domingo por la mañana Zac apostó con su hermano a ver quién reemplazaba los postes estropeados que sujetaban la verja de uno de los lados más largos del pasto. Tras la nevada de la semana anterior, que había alcanzado unos doce centímetros de espesor, el día parecía más cálido, así que el objetivo era trabajar al máximo antes de que llegara otra tormenta.

Zac sacó la pajita más corta, pero a pesar de la mala suerte su buen humor no se desvaneció. Scott lo miró suspicaz.

Scott: Pareces el tonto del pueblo. ¿Hay algo que quieras contarme?

Zac: No -contestó alzando la herramienta mientras Scott colocaba el poste en su sitio-.

Scott: Lo único que se me ocurre que puede hacer sonreír a un hombre así es una mujer. ¿Qué hiciste anoche en Rapid City?

Zac: Eso no es asunto tuyo.

Scott: ¡Lo sabía! -rió. ¡Estuviste con una mujer!

Era cierto, pero no había pensado contárselo. Aún no. Era demasiado nuevo, demasiado… especial como para compartirlo.

Zac tarareó mientras caminaba por los pastos mirando el brillante color del cielo, sin nubes ni señal alguna de tormenta.

Resultaba incuestionable: la noche anterior había sido lo mejor que le había ocurrido en mucho tiempo. Estaba profundamente convencido de que lograría convencer a Vanessa para casarse el viernes.

Y estaba muy nervioso, como un niño, pensando en ello.

Pero no, no era lo mismo. Estaba nervioso, sí, pero ningún niño se sentía jamás como se sentía él cada vez que pensaba en la esbelta figura de Vanessa, en sus suaves y generosos labios, en sus ojos marrones. Todo indicaba que su sistema nervioso se mantendría alerta durante algún tiempo.

Bien, podía esperar para hacerle el amor a Vanessa. No demasiado, pero sí hasta el viernes.

Zac se quedó inmóvil hundiendo el poste dentro del hoyo que había cavado mientras reflexionaba sobre sus propios pensamientos. Aquella era la primera vez, desde la muerte de Tess, en que pensaba seriamente en una mujer. Había pensado en el matrimonio, sí, pero de un modo puramente abstracto.

Y también había pensado en el sexo que, suponía, lo acompañaría; sería tranquilo y sosegado. Lo había imaginado todo de un modo puramente objetivo. Sí, después de la muerte de Tess había gozado del sexo unas pocas veces, bastante pocas, pero jamás de un modo planeado. Y las mujeres con las que se había relacionado jamás le habían importado. Solo le interesaba pasar el rato.

Pero hacer el amor… eso sí que era problemático.

Había hecho el amor con Tess. Se lo había hecho a ella. Bien hecho y con frecuencia durante su matrimonio, que había durado nueve años. Tess había sido la primera y única mujer que él había conocido, y la había amado mucho. Sí, la había amado mucho. Zac se había casado convencido de que jamás podría ser más feliz. La boda se había celebrado una semana después de la graduación. Pero se había equivocado, porque al nacer Jessica su felicidad se había multiplicado.

Zac se deprimió al pensar en los embarazos de Tess. Él deseaba una casa llena de niños, niños de él y de Tess. Pero no había sido ese su destino. Tess había sufrido tres abortos antes de dar a luz a Jessica.

Y después…. después volvió a quedarse embarazada. Ella había tenido antes un pequeño tumor, y el médico le advirtió que no debía hacer grandes esfuerzos. Entonces ambos habían tenido miedo de perder aquel bebé igual que habían perdido a los anteriores, de modo que Zac la obligó a quedarse en Rapid City con una amiga durante unas cuantas semanas. Las cosas, sin embargo, habían ido tan bien, que ella volvió a casa enseguida, y con el correr del tiempo, mientras su vientre iba creciendo, ambos terminaron por despreocuparse.

El desastre no habría podido ocurrir en peor momento. Tess se puso de parto dos meses antes de lo esperado, y sin previo aviso. Zac estaba fuera, trabajando en un pasto mucho más alejado de casa de lo habitual. Tess fue a buscarlo en la vieja camioneta, y aquello no debió hacerle ningún bien. Luego ambos se apresuraron hacia el hospital.

Pero jamás lograron llegar. El parto fue rápido y temerario. Habían recorrido tres cuartas partes del camino a Rapid City cuando todo se precipitó. Zac tuvo que detenerse en el arcén de la I-90 para ayudar a dar a luz a su esposa. El bebé era tan pequeño y frágil que parecía un milagro incluso que respirara. Entonces Tess comenzó a desangrarse… y él no fue capaz de hacer nada excepto envolver al diminuto niño en su chaqueta y acelerar hacia el hospital.

Jamás olvidaría los últimos y frenéticos momentos de aquel viaje, cuando dejó de escuchar los débiles susurros de Tess en respuesta a sus urgentes ruegos de que se quedara con él, de que siguiera hablando…

Zac se sentía incapaz de recordar las terribles horas y los días que siguieron, días en los que apenas había abandonado el hospital. Por eso decidió volver a pensar en Vanessa.

Era completamente distinta de Tess. Tess era alta y fuerte, con generosos pechos y anchas caderas capaces, en apariencia, de dar a luz a una docena de bebés sin dificultad. No, Vanessa no se parecía en nada a Tess. Vanessa era pequeña se la mirase por donde se la mirase, esbelta y frágil, y sus huesos parecían tan finos que daba miedo romperla.

¿Cómo sería el sexo con ella? Porque con ella no se trataría de hacer el amor. No podía tratarse de hacer amor a menos que él la amara, cosa que era imposible. ¿O no? Le inquietaba pensar que con Vanessa quizá no se tratara simplemente de sexo.

No, cuando tuviera el cuerpo de Vanessa bajo el suyo, cuando la viera responder a las caricias de sus manos, cuando se dejara arrastrar por el placer que sabía que ella podía ofrecerle, no pensaría en Tess.

Aquellos pensamientos le resultaban tan turbadores que Zac decidió olvidarlo.

Había pensado en llamar a Vanessa la noche anterior, nada más llegar a casa, después de verla, pero temía mostrarse demasiado desesperado. Sin embargo, mientras hundía el poste en el hoyo y se preparaba para asestarle un golpe, Zac supo que no iba a esperar otra noche más para llamarla.

Zac apenas esperó a que el reloj diera las nueve y un minuto para marcar el número de Vanessa. El teléfono sonó dos veces, y enseguida la voz de una mujer, sin aliento, contestó:

**: ¿Sí?

Zac: Vanessa…

Ness: ¿Zac?

Zac: Sí, hola.

Ness: Hola.

Si había albergado alguna duda acerca de ella, todas se desvanecieron en el instante mismo de oír su voz suave pronunciando su nombre. Zac cerró los ojos y dijo lo primero que le vino a la cabeza:

Zac: Me gustaría estar contigo ahora mismo.

Hubo un corto silencio. Zac se reprochó a sí mismo su atrevimiento. El hecho de que él se sintiera tan… unido a ella no significaba que a Vanessa le ocurriera igual. Pero entonces ella dijo:

Ness: Yo también desearía que estuvieras aquí.

El suave tono de voz de Vanessa, con cierta nota de lástima inconfundible, le satisfizo.

Zac: Te echo de menos.

Ness: ¡Eso es una locura, no me conoces lo suficiente como para echarme de menos! -Luego se hizo un corto silencio, y confesó-: Yo también te echo de menos.

Zac respiró hondo y sintió que el pulso se le aceleraba. Tenía que luchar para reprimir sus ansias de subirse al coche en ese mismo instante y conducir hasta Rapid City. De no ser por Jessica, quizá lo hubiera hecho.

Zac: Entonces, ¿qué te parece el viernes a la una del mediodía?

Ness: ¿A la una? -repitió con voz trémula-. ¿Lo dices en serio? ¿De verdad quieres casarte tan de repente, el viernes a la una?

Zac: Sí, si tú aceptas.

Zac sabía que estaba presionándola demasiado, pero sentía la necesidad de saber que ella estaba dispuesta a comprometerse, necesitaba saber que iba a ser suya. No se dio cuenta de que contenía la respiración hasta que no la oyó contestar, con voz tímida:

Ness: Supongo que no hay razón para esperar.

Zac: Estupendo.

Zac estaba encantado, todo funcionaba a la perfección. Estuvieron hablando por teléfono durante una hora, conversando para conocerse mejor. El compartió con ella todas las cosas que se le ocurrieron en relación a Jessica, y al día siguiente comenzó a hablarle a su hija de Vanessa. Jessica parecía muy receptiva a la idea de tener una nueva madre en casa, y aquello lo animó.

Al día siguiente, lunes, Zac le contó a su hermano que se casaba aquel fin de semana. Scott trató de reponerse del shock, y Zac logró arrancarle la promesa de que su mujer, Ashley, cuidaría de Jessica ese viernes. Esa misma noche, y la noche del día siguiente, martes, volvió a llamar por teléfono a su prometida.

Zac le contó cosas sobre su familia, sobre su hermano, recién casado, y sobre sus vecinos más próximos, también recién casados.

Zac: Fue divertido -comentó-. Era yo el que quería casarse, pero todo el mundo, excepto yo, llegaba al altar.

Ness: Van a creer que estamos locos.

Zac: No me importa lo que crean mientras pueda compartir la cama contigo desde el anochecer hasta la madrugada, todos los días.

En principio Zac había pretendido que fuera solo una broma, pero para él, decir aquellas palabras, había sido como recibir un tiro por la culata. Nada más escuchar la voz dulce de Vanessa se había sentido como transportado, pero de pronto la excitación amenazaba con colapsarlo.

Al otro lado de la línea hubo un silencio. Zac juró entre dientes. ¿La habría ofendido? No era más que un bocazas.

Zac: Lo siento -se apresuró a disculparse-. ¿Podrías olvidarte de lo que he dicho?

Ella se echó a reír. Su risa era dulce, musical, como las notas de un instrumento sobre las cuerdas de sus nervios, penetrándolo hasta los huesos.

Ness: Imposible. Te tomo la palabra. Desde el anochecer hasta la madrugada, ¿eh?

Entonces fue el turno de Zac de echarse a reír. Verla responder así, sin enojarse, era tanto un alivio como un placer.

Zac: Eres una picara, pero espera a que te ponga las manos encima.

Ness: Muy bien -Zac gimió-. Quizá sea mejor que cambiemos de tema -añadió entonces, con una nota de timidez que él supo reconocer-.

Zac: No es mala idea -respondió buscando otro tema del que hablar, y quedándose en blanco-.

Hubo un breve silencio.

Ness: Cuéntame más cosas sobre tu rancho -pidió-.

Zac: Mi rancho. Bien -comenzó esforzándose por concentrarse en ese tema-. Ya te he dicho que es de mi hermano y mío. Trabajamos juntos. Es bastante grande, como de unos trescientos acres.

Ness: ¿Y tu hermano y tú vivís juntos?

Zac: No, ya no. Él y su mujer, Ashley, viven en una cabaña que construyó mi padre para mi madre nada más casarse, pero ahora se están haciendo su propia casa.

Ness: Yo no sé mucho sobre ranchos ni sobre vacas.

Zac: No importa, yo tampoco sé mucho sobre ropa interior femenina.

Vanessa se echó a reír, y hubo una corta pausa.

Ness: ¿Y has vivido siempre en ese rancho?

Zac: Toda mi vida. No puedo soportar estar encerrado.

Hubo otro silencio.

Ness: A mí me gusta aprender -dijo entonces-. Algún día me gustaría volver a estudiar.

Zac: ¿Y qué quieres estudiar?

Ness: Literatura -contestó echándose a reír después-. Hablaba en serio cuando decía que me gusta leer.

Zac: ¿Eras de esas que se llevaban un libro al patio a la hora del recreo, en el colegio? -preguntó en tono de broma-.

Ness: Exacto. Mis amigos se enfadaban conmigo porque tenían que preguntarme las cosas tres veces, yo ni siquiera los oía.

Zac: Pues recuérdame que no te hable cuando tengas un libro en las manos.

Vanessa rió. Su risa era dulce y musical. Aquella risa le aceleraba el pulso y le afectaba también a otras partes de su anatomía.

Ness: ¿Qué tal has pasado el día hoy? Me gustaría poder hacerme una idea de cómo es tu vida.

Zac: Bueno, ha sido un día normal y corriente para la temporada del año en que estamos. He estado casi todo el tiempo en el pasto de los vecinos, buscando a tres toros que no aparecían la última vez que les dimos de comer. Al final los encontramos. Dos de ellos se pusieron contentos de volver a casa, pero el tercero no se mostró tan cooperativo.

Ness: ¿Y qué hicisteis?

La vida de Zac le resultaba tan extraña como la de un extraterrestre. Vanessa había vivido siempre cerca de una ciudad. Rapid City, que apenas podía compararse con Los Ángeles o San Diego, era, sin lugar a dudas, la ciudad más pequeña en la que había vivido jamás. Y un rancho… aquella, desde luego, sí que iba a ser una nueva experiencia.

Zac contestó a su pregunta sin dejar de reír:

Zac: Agotarlo. No estaba dispuesto a hacer lo que queríamos, así que lo pinchamos y pinchamos hasta que al final estaba tan cansado que tuvo que ceder. Después debió pensar que volver a casa no era tan mala idea, al fin y al cabo. -Escuchó un ruido que le llamó la atención. Provenía de la planta superior de la casa. Se quedó escuchando un rato sin moverse. Parecía como si Jessica tuviera una pesadilla-. Detesto tener que colgar, pero tengo que dejarte. Te llamaré mañana por la noche, ¿de acuerdo?

Ness: De acuerdo.

Zac: Nos vemos el viernes -añadió en tono de promesa-.

Ness: Está bien. Adiós, Zac.

Zac seguía escuchando la voz de Vanessa en su imaginación mientras se apresuraba a subir las escaleras en dirección a la habitación de Jessica ¡Dios!, apenas podía esperar a verla.

Durante el resto de la semana Zac llamó a Vanessa a diario por las noches.

Era una tontería depender de algo tan insignificante como una llamada telefónica, se decía ella. Sin embargo, no podía evitar mirar la hora a cada rato, llena de entusiasmo cuando la aguja larga se acercaba a las doce.

Zac y ella conversaron y conversaron aquella noche, hasta que Vanessa hizo una mueca pensando en lo que iba a costarle tanta conferencia.

Zac: Pronto podremos charlar cara a cara cuando queramos -señaló-.

Zac le contó cosas sobre su hija, y Vanessa comprendió enseguida que aquella niña iba a ser todo un desafío. Tenía solo cuatro años, pero se le daba bien salirse con la suya. Bueno, le gustaban los desafíos de la vida. Y ansiaba ser madre de otra niña. Era evidente que Jessica la necesitaba.

También hablaron de otros temas. Sobre sus infancias, sus familias. Él se enteró de que Vanessa era la hija única de un militar, y de que jamás se había quedado el tiempo suficiente en ningún sitio como para echar raíces. Todo lo contrario que él que, según le contó, tenía raíces profundas en el rancho. Él le habló de sus padres. Su padre había muerto, y su madre vivía en Florida, con su segundo marido. Zac le contó cosas sobre su hermana gemela y sobre su hermano, le contó todas sus batallas de niño. Y le contó, además, el accidente reciente que había atravesado la vida de su hermana, los malentendidos y el sufrimiento que aquel acontecimiento le habían causado, y cómo había logrado, últimamente, superarlos.

Vanessa, en cambio, continuó sin hablarle de Charlie.

No sabía muy bien por qué dudaba. Después de todo él tenía una hija, así que debían gustarle los niños.

Pero Charlie no era hijo suyo, repetía insistentemente una voz en su interior. Entonces Vanessa desechaba la idea de inmediato. Zac era un hombre bueno, agradable. Un hombre maravilloso. Y tenía que saber que iba a convertirse en padrastro. Aún así…

El miércoles era la víspera de Año Nuevo. Vanessa no había hecho ningún plan especial. Ni Zac, tampoco. Él la llamó a las diez, y a media noche seguían aún al teléfono cuando dieron las campanadas de Año Nuevo.

Zac: El año que viene por estas fechas estaremos celebrando nuestro primer aniversario -comentó-.

Eso esperaba Vanessa. Sin embargo tenía que decirle lo de Charlie. Cani, su perrito mascota, un Pomeranian, estaba tumbado hecho un ovillo junto a ella en la cama, mientras hablaba por teléfono. También tenía que decirle que tenía perro. Quizá lo mejor fuera comenzar por lo menos importante para decirle después lo de su hijo, reflexionó.

Ness: Mmm… Zac -lo interrumpió, buscando las palabras exactas-. Tengo algo que decirte.

Zac: ¿Y qué es?

Ness: Que tengo un perro -declaró conteniendo el aliento y esperando su reacción con el pulso acelerado, de un modo desproporcionado para la gravedad de la noticia-.

Zac: ¿En serio? -preguntó ligeramente defraudado-. No sabía que se pudieran tener perros en esos apartamentos.

Ness: Sí, en este apartamento permiten tener perros pequeños -explicó mientras su tensión se iba disipando-.

Zac: Bueno, supongo que no será un problema. Podemos dejarlo fuera, con el resto de los perros del rancho. ¿Cuántos años tiene? Quizá pueda entrenarlo para que trabaje conmigo durante la cosecha -sugirió-.

Ness: No lo creo -rió-. Es… probablemente es demasiado pequeño para eso.

Zac: ¿Cómo de pequeño exactamente? -volvió a preguntar con renovada cautela-.

Ness: Pesa unos dieciocho kilos -contestó respirando hondo-. Es un Pomeranian. Y es muy fuerte para su raza.

Zac: ¿Dieciocho kilos? -repitió incrédulo-. ¡Dios mío! ¡Los otros perros se lo comerán para el almuerzo! Pondrá nerviosos a los caballos, acabarán por pisarlo. No… -negó con decisión-… es demasiado pequeño. Tendrás que buscarle una casa donde pueda quedarse.

Ness: ¡Pero Zac… no puedo deshacerme de él! -exclamó con voz trémula, haciendo esfuerzos por permanecer serena. ¿Regalar a Cani? Había sido su mejor compañero durante el embarazo y tras la muerte de Mike. Zac no lo comprendía. Era excesivamente inflexible-. ¡Fue el regalo de boda de mi marido! -La respuesta de Zac fue, sencillamente, un mortal silencio. Vanessa reunió valor y comenzó a enumerar las virtudes de Cani-: Además, de todos modos, siempre está en casa. Apenas ladra, y está entrenado para ir a por el periódico él solo, si nadie puede sacarlo. Es lo suficientemente grande como para manejarse por la casa, subir y bajar escaleras, saltar por los muebles sin ayuda o…

Zac: ¿Le dejas saltar por los muebles? -repitió demostrando un profundo shock-. ¡Nosotros jamás dejamos entrar a los animales en casa! Cuando hace frío d-uermen en el establo. No puedes tener a un perro en casa -añadió inflexible-.

De pronto Zac había dejado de ser el hombre tierno y encantador con el que había pasado la noche del sábado, el hombre con el que acababa de estar hablando por teléfono minutos antes. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, sentía que se le rompía el corazón. ¡Ni siquiera la había escuchado!

Y si reaccionaba así con respecto a Cani, ¿cómo lo haría cuando le contara que tenía un hijo? La sola idea resultaba desoladora. Quizá lo de casarse fuera ridículo. Vanessa quería casarse con él, lo deseaba ardientemente, pero quizá…

Zac: ¿Vanessa?

La voz de Zac sonó tan débil que Vanessa apenas lo oyó, sumida como estaba en sus pensamientos. Por fin, sin embargo, se dio cuenta de que la estaba llamando.

Ness: ¿Sí? -contestó llorando, acariciando la cabeza del perro-.

Zac: ¿Estás llorando?

Ness: No -tragó tratando de respirar con normalidad-.

Zac: Sí, estás llorando -aseguró prudente, preocupado-. Escucha, lo siento. No me he tomado la noticia demasiado bien. ¿Me concedes una segunda oportunidad?

Zac había hablado con una increíble y tierna humildad. Vanessa podía imaginar sus ojos azules, serios y llenos de culpa.

Ness: Por supuesto, yo también lo siento.

Zac: Supongo que tener un perrito pequeño en casa no será para tanto -afirmó mientras Vanessa comprendía que estaba haciendo un esfuerzo para hacerse a la idea-. El hecho de que yo nunca lo haya tenido no significa que sea tan malo. Conozco a mucha gente que lo tiene.

Vanessa rió ligeramente, a pesar de sí misma, y luego contestó:

Ness: Oh, Zac, quizá no sea tan buena idea lo de casarnos sin conocernos, después de todo. Quiero decir, ¿y si…?

Pero Zac no la dejó terminar.

Zac: Eh, cariño, no podemos darnos por vencidos por un desacuerdo tan insignificante. No te dejes llevar por esa idea, ¿de acuerdo?

Ness: No, pero…

Zac: Pero a pesar de todo te casarás conmigo el viernes -insistió. Al ver que ella no respondía, Zac bajó la voz y declaró en tono cálido, tierno e íntimo-. Ángel mío, vamos a estar muy bien juntos. En muchos sentidos. Apenas puedo esperar al viernes para tenerte aquí conmigo y abrazarte de nuevo.

Ness: Yo tampoco puedo esperar.

Y era cierto. Necesitaba sentir los brazos de Zac a su alrededor, necesitaba gozar de sus besos, que le hacían olvidar todas las preocupaciones.

Solo al colgar Vanessa se dio cuenta de que aún no le había dicho nada acerca de Charlie, pero… había reaccionado tan mal a la noticia del perro. ¿Qué ocurriría si decidía que era mejor no casarse con ella?
Vanessa sintió que el estómago se le agarrotaba. No estaba segura de que fuera inteligente casarse tan deprisa, pero sí estaba segura de una cosa: amaba a Zac Efron. Le había entregado su corazón a un hombre al que apenas conocía, por mucho que le pesara o su sentido común le dijera lo contrario. Y si la abandonaba jamás lo olvidaría. Pero si le contaba que tenía un hijo se arriesgaría a que la abandonara.

Por otro lado, pensó, tenía tantas posibilidades de que él se sintiera encantado de tener otro hijo como de que lo rechazara. ¿Por qué razón no iba a estar encantado? Vanessa se quedó dormida, pero su sueño fue inquieto. Aún no había decidido qué hacer, no sabía si contárselo o no. Ni cuándo.

A pesar de las larguísimas sesiones telefónicas la semana pareció no acabar nunca. Las horas en la tienda se le hicieron interminables, aunque trabajara lo mismo de siempre. En casa Vanessa se dedicaba a meter sus pertenencias en cajas, separando sus muebles de los del apartamento para llevárselos al rancho. Vanessa había advertido a su jefe de su marcha disculpándose por darle el aviso con tan poco tiempo de antelación. Estaba convencida de que nunca llegaría el viernes, pero por fin llegó. Vanessa trabajó aquella mañana unas últimas horas en la tienda, y después se fue a casa a esperar. Zac iría a buscarla en cuestión de una hora.

La vecina había cuidado de Charlie todos los días, mientras trabajaba, desde que se había mudado a Rapid City. Aquel había sido un arreglo perfecto para ambas: para la madre trabajadora y para la mujer mayor, ya retirada, que iba a ser la niñera de Charlie durante una última mañana, mientras Vanessa se casaba. Ella le había contado solo que se mudaba y que dejaba el trabajo. No quería que pensara que estaba loca.

Fuera helaba. El hombre del tiempo había pronosticado una mañana suave, para estar a primeros de enero. Vanessa esperó a Zac en el vestíbulo del bloque de apartamentos. Llevaba un abrigo de lana largo y un vestido blanco.

Zac llegó a las doce en punto, tal y como había prometido cuando ella le dio su dirección. Vanessa lo observó acercarse por el cristal.

Su aspecto la sorprendió. Era enorme e imponente. No recordaba que fuera tan grande. Llevaba un sombrero marrón y una chaqueta de piel a tono, y sus hombros parecían anchísimos al subir las escaleras.

Vanessa sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Respiró hondo y abrió la puerta.

Ness: Hola -dijo sin poder evitar esbozar una sonrisa-.

Él sonrió a su vez, y el corazón de Vanessa se paró. ¡Era tan guapo! Zac se detuvo delante de ella.

Zac: Hola. -Sus ojos eran del color del cielo en verano, y al encontrarse los de ambos el nudo de su estómago pareció crecer hasta ahogarla. Zac se acercó a ella y la tomó de las manos-. No me acordaba de lo guapa que eras -dijo en voz baja-.

Vanessa se ruborizó. Sí, sabía que tenía una cara bonita, pero la palabra «guapa», a su parecer, solo debía aplicarse a las mujeres bien desarrolladas hacia las que los hombres volvían la vista al pasar. Vanessa no tenía verdaderamente curvas, solo podía considerársela desarrollada comparada con una niña de doce años. Aunque, pensándolo bien, había visto a muchas niñas de doce años más desarrolladas que ella, con tallas mayores de sujetador.

Ness: Gracias.

Zac dio un paso adelante, y el corazón de Vanessa volvió a detenerse al contemplar sus ojos azules, intensamente azules. Apenas podía respirar, con las manos de Zac sobre su cintura.

Zac: Ha sido una semana eterna -comentó-. Dame un beso de buena suerte.

Zac comenzó a inclinar lentamente la cabeza. Vanessa cerró los ojos mientras los labios de él rozaban los suyos para, después, afianzar su posición muy despacio, pero con firmeza, besándola con tal dulzura que ella sintió las lágrimas correr por sus mejillas.

Amaba a ese hombre.

Zac la estrechó contra sí, y ella deslizó los dedos por su nuca jugueteando con su pelo dorado. Él gimió ligeramente, dentro de su boca, apartándose después para sonreír.

Zac: Vamos, casémonos. Ya tendremos tiempo luego de pensar en… otras cosas.

Se refería al sexo, Vanessa lo sabía. Todo su cuerpo se tensó deliciosamente mientras lo precedía por las escaleras, en dirección a la camioneta.

Zac la llevó por la calle St. Joseph hasta el Ayuntamiento, y mientras tanto Vanessa no dejó de pensar en Mike, su primer marido. Habían sido felices juntos. Al menos al principio, hasta que su madre decidió interponerse entre el matrimonio para formar un triángulo. Pero aún así Vanessa no recordaba haber sentido jamás aquella increíble excitación por el simple hecho de estar a su lado. ¿Cómo podía haber sido feliz durante casi dos años sin conocer en absoluto las emociones que le inspiraba Mike?

Zac la hizo sentarse a su lado, en el centro del asiento delantero, manteniendo un brazo sobre sus hombros durante todo el trayecto. Su actitud hacia ella era cortés y protectora, le hacía sentirse a salvo, segura. Por fin, tras una semana debatiéndose entre el deseo salvaje de volver a verlo y la certeza de que se había vuelto loca, Vanessa comprendió que casarse con Zac era la decisión más inteligente que había tomado en mucho tiempo.

Él aparcó la camioneta y la miró sonriente, con una sonrisa picara que iluminó sus ojos azules confiriéndole un tremendo sex appeal.

Zac: ¿Lista?

De pronto un sentimiento de culpabilidad la invadió. No le había dicho nada acerca de Charlie. En parte se debía a que no sabía ni cómo ni cuándo hacerlo. Por un lado estaba preocupada por su posible reacción, pero por otro pensaba que era una tontería. Charlie lo cautivaría.

Vanessa se aclaró la garganta y contestó:

Ness: Sí, pero deberíamos conversar un poco más acerca de nosotros antes. Yo…

Zac: Espera, ángel mío -la interrumpió saliendo del vehículo para ayudarla a ella. Luego la tomó de la mano y añadió-: Ya tendremos tiempo de hablar durante el resto de nuestras vidas.

Tenía razón, pensó Vanessa. Seguramente no había motivo de preocupación.

La ceremonia civil no tuvo nada que ver con la boda celebrada en la iglesia con Tess, pero mientras decía las palabras que lo atarían legalmente a aquella pequeña morena para el resto de su vida Zac comenzó a sudar.

Aquello lo había elegido él, él había escogido a esa mujer y la había perseguido. Aquel día se casaba por su propia voluntad, y no había razón alguna para sentirse culpable. Sin embargo así era exactamente como se sentía Zac. Llevaba toda la semana pensando en los encantos de Vanessa, fantaseando despierto con llevársela a la cama y soñando por las noches cosas más eróticas aún y, aunque en parte sabía que no había nada de malo en ello, por otro lado se despreciaba a sí mismo. Él ya había hecho promesas de matrimonio ante Dios en otra ocasión, le había prometido a Tess que la amaría toda la vida. Y así lo habría hecho de no haber muerto ella.

Pero Tess había muerto. Zac no podía evitar sentirse avergonzado por lo deprisa que la había olvidado.

Tras acabar la ceremonia, mientras se dirigían de vuelta al apartamento de Vanessa para recoger sus cosas, Zac permaneció callado. «Tess, te prometí que no te olvidaría nunca», iba pensando. Vanessa, a su lado, estaba igualmente callada, probablemente sufriendo un ataque de nervios similar al suyo. No hacía más que darle vueltas al anillo de platino con cinco diamantes de su dedo. Zac imaginó que se sentiría extraña llevando un anillo de nuevo. Él jamás había llevado ninguno por miedo a perder un dedo trabajando con las cuerdas, un accidente muy frecuente entre los vaqueros que se empeñaban en llevarlo.

Al llegar al apartamento de Vanessa, Zac hizo un esfuerzo por sobreponerse.

Zac: ¿Tienes muchas cosas que cargar?

Ella sacudió la cabeza sin atreverse a mirarlo a los ojos.

Ness: Muy poco, en realidad. Alquilé el apartamento amueblado. Lo tengo todo amontonado en el hall, delante del ascensor.

Zac subió con ella y juntos cargaron con varias cajas y maletas. De pronto él se dio cuenta de que ni siquiera había visto el interior del apartamento en el que ella vivía, y sintió un pánico repentino.

¿Qué ocurriría si le volvía loca el azul? Zac detestaba el azul. No para los vaqueros o las camisas, pero sí, definitivamente, para las paredes. Era lo único en lo que Tess y él jamás se habían puesto de acuerdo. Ella habría pintado toda la maldita casa de azul de no haber protestado él.

Zac estaba de pie, junto a la camioneta a medio cargar, pensando en cosas tan estúpidas como esa, cuando escuchó a Vanessa, detrás de él, decir:

Ness: ¿Zac? Este es mi perro.

Zac se volvió esperando verla con una correa de perro en la mano, pero en lugar de ello llevaba una jaula en brazos. Parecía como si pesara dieciocho toneladas en vez de dieciocho kilos.

Ness: Este es Canijo. Cani, para acortar. Tiene casi tres años -añadió mientras él miraba la jaula dudoso-. Se porta muy bien.

Estupendo. Regalo de su primer marido. Zac había tratado de prepararse para tolerar a aquella criatura en la casa, pero verla de cerca resultaba mucho más real. Alargó la mano hacia la jaula que Vanessa luchaba por sostener y la levantó, dejándola con el resto de cajas. Vanessa volvió dentro a por más cosas, y él se quedó colocándolas.

Aquello no era un perro. Zac se quedó mirando a la ratita negra en su jaula. El animal lo miraba fijamente, con sus ojitos de botón. Más que un perro, tenía el tamaño de una rata. Probablemente durara menos de una semana en el rancho.

Zac: Canijo -musitó-. Vaya nombre más estúpido tienes, colega.

Zac estaba terminando de cargar las cajas en la camioneta cuando por fin apareció Vanessa. Se volvió para aconsejarle que no se dejara nada y, al ver lo que llevaba en brazos, el aire de sus pulmones pareció helarse súbitamente.

Zac: ¿Qué diablos es eso?

Vanessa se enderezó. El tono de voz de Zac le producía deseos de darse la vuelta y desaparecer. Su corazón se hundió como una piedra en el fondo del mar. Apartó el embozo de la sábana para mostrarle la cabecita de su hijo, abrigada con un gorrito de invierno, y contestó:

Ness: Es mi hijo.

Zac: ¡Tu hijo!

El tono de voz de Zac era de enfado, su rostro reflejaba incredulidad, sus ojos azules enormes… furia. Vanessa decidió concederle unos minutos. Sabía que aquello iba a ser un shock, pero Zac parecía una persona de carácter templado, un hombre razonable, y esperaba que aquello no le importara demasiado.

Ness: Sí -contestó apresurándose a soltar la parrafada que llevaba una semana ensayando-. Tiene casi tres meses, y es un bebé muy bueno. No será un problema. Tendré tiempo para ocuparme de todas las tareas de la casa y para ser la madre de Jessica, también…

Zac: ¿Y no se te ocurrió pensar que podía ser importante preguntarme antes si me interesaba incluir a un bebé en el trato?

Aquella pregunta fue como un latigazo. El rostro de Zac reflejaba ira y estaba colorado. Vanessa tragó mientras se le formaba un nudo en el estómago. Zac estaba mucho más molesto de lo que ella había imaginado. Después de todo, él tenía ya una hija.

Ness: Pero yo… tú ya tienes una hija, pensé que otro niño más no sería un gran problema.

Zac cerró los puños con fuerza. Parecía dispuesto a pegar a alguien.

Zac: Pues pensaste mal -soltó. La ira contenida en su expresión pareció diluirse de pronto, pero Vanessa vio entonces la angustia reflejada en sus ojos antes de que se volviera hacia la camioneta y se aferrara a ella con ambas manos-. No es… es solo que… ¡Oh, mierda! -exclamó enfadado-.

Vanessa dio un paso atrás. ¿Qué diablos le pasaba a Zac? ¿Cuál era la causa de aquella indescriptible pena que se reflejaba en sus ojos?

Ness. Lo siento -se disculpó en voz baja. Entonces acudieron a su mente todas las ideas sobre las que había estado reflexionando de camino a casa desde el Ayuntamiento-. Cometí un error al no decirte nada sobre Charlie antes de casarnos. Si prefieres que anulemos la boda… -continuó forzándose a sí misma a decir algo que no se sentía capaz de hacer- …no me opondré.

Zac se volvió y la miró, y por un largo, tenso instante, ella creyó que iba a aceptar su ofrecimiento de anulación. Pero entonces contestó:

Zac: Hemos hecho un trato, y pienso mantenerlo.

Vanessa se subió a su coche y lo siguió, conduciendo con manos temblorosas. En su ánimo se mezclaban el alivio por saber que él aún deseaba aquel matrimonio y la preocupación. ¿Qué estaría pensando Zac en ese momento? ¿Por qué estaba tan furioso?

Mirándolo retrospectivamente, tenía que admitir que había sido una estupidez ocultarle la existencia de Charlie al hombre que iba a criarlo. Entonces comenzó a sentir que le dolía la cabeza, y a cada kilómetro que iba recorriendo el dolor se hacía más intenso.

Al llegar a Wall salieron de la autopista I-90 para hacer un pequeño descanso. Vanessa paseó al perro y le cambió el pañal a Charlie mientras Zac permanecía en la camioneta, de espaldas a ella. Ni siquiera había mirado de cerca, ni una sola vez, a su hijo. Aquello comenzaba a enfadarla. ¿Cómo podía saber que no le gustaba Charlie cuando ni siquiera se había molestado en mirarlo?

Era una suerte que el trayecto a casa fuera directo. Zac condujo como un autómata, sin prestar atención. Durante aquel viaje interminable se aferró al volante hasta el punto de que para soltarlo tuvo que hacer un gran esfuerzo.

Los recuerdos acudían a su mente como semillas que brotaran, como la mala hierba. No había hablado con Vanessa sobre el tema de los niños, pero era porque se sentía incapaz. Y, como ella tampoco lo había sacado a relucir, Zac había supuesto que no era una de sus prioridades. Más niños… ¡Demonios, si ni siquiera soportaba estar cerca de un bebé! Y mucho menos, por supuesto, tenerlo como hijo.

La mente de Zac voló, en contra de su voluntad, recordando de nuevo los días transcurridos en el ala de pediatría del hospital de Rapid City… Su esposa, su preciosa, alegre esposa, había fallecido, y su bebé, tendido en una incubadora, luchaba por sobrevivir. Apenas oía los susurros de las enfermeras o el zumbido de las máquinas. La pena lo cubría como un manto de pesada nieve. Tess… hubiera debido estar allí.

Pero no estaba. Y su vida jamás volvería a ser la que era. ¿Cómo continuar sin ella? No se sentía capaz de criar a dos niños solo. Las cosas no estaban saliendo como se suponía que debían salir.

Y no terminaron bien. Su hijo, su diminuta, preciosa criatura prematura, había sido sencillamente demasiado pequeño como para sobrevivir. Eso fue lo que dijo el doctor. Así que, junto a las lápidas de la familia, se agregó una más, exactamente al lado de la de Tess.

Zac respiró hondo, entrecortadamente, negándose a derramar las lágrimas que inundaban sus ojos.

¿Qué diablos iba a hacer? Ni siquiera había sido capaz de mirar al hijo de Vanessa cuando pararon en Wall. La simple idea de escuchar un llanto infantil lo ponía enfermo.

De pronto se le ocurrió pensar en cómo afectaría eso a Jessica.

Había llegado muy lejos, tratando de preparar a su hija para recibir a una nueva madre en su casa. Sin embargo no le había dicho nada sobre bebés. Y compartir la atención de los adultos no era precisamente la especialidad de Jessica.

Zac recordó la mirada destrozada de Vanessa al ofrecerle la anulación. Probablemente aquella fuera la mejor solución, pero no había podido aceptarla. Durante aquella semana, tras conocerla, había llegado a necesitar a Vanessa en su vida. Aunque desapareciera ese mismo día y no volviera a verla nunca, una parte de él la recordaría para siempre. Y se lamentaría.

Además, no solo había preparado a Jessica para el gran acontecimiento que cambiaría sus vidas, también había contado la noticia por todo Kadoka. Incluso se había molestado en poner orden en la casa para evitar que Vanessa se hiciera una mala opinión de él. De ningún modo estaba dispuesto a anular el matrimonio.

Una cosa era un perro. Era molesto, desde luego, pero insignificante. Podría acostumbrarse. ¡Pero, por el amor de Dios, un bebé! Era evidente que Vanessa tenía más razones para casarse de las que él había sospechado. No se trataba sencillamente de que se hubiera dejado seducir por sus encantos: lo había escogido como padre para su hijo.

Su hijo, reflexionó estremeciéndose, tratando de no gritar ante aquella angustiosa idea. ¿Cómo iba a soportar ver crecer al hijo de otro hombre a su lado, día a día?

Un hijo. Hijastro, tal vez, pero hijo, igualmente.

Suyo no. Zac dio un puñetazo sobre el salpicadero con rabia e impotencia. Suyo jamás.




Jolines con Zac... ¡Es un egoísta! No es capaz de aceptar a un perrito y a un bebé. Idiota ¬_¬
Pues mira, si fuera Vanessa lo mandaba a la mierda y me volvía a mi casa. Y que se pudra en su rancho.

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¡Último día del año!
Pasadlo muy bien esta noche, no os atragantéis con las uvas y que todas vuestras metas se cumplan.

HAPPY NEW YEAR!!


sábado, 28 de diciembre de 2013

Capítulo 1


La mujer le llamó la atención en el mismo instante en que entró en el patio restaurante del centro comercial Rushmore de Rapid City, Dakota del Sur. Y no precisamente porque estuviera muy bien dotada, lo cual hubiera sido más de su agrado, sino por lo guapa que era.

Pero que muy guapa, se repitió Zac en silencio. No era sencillamente bonita, sino tremendamente guapa.

Era muy menudita. Probablemente midiera un metro sesenta, y parecía tan frágil que un soplo de viento fuerte la arrastraría. La había visto de pie, en medio del corredor que daba al patio restaurante, cuando de pronto un débil rayo de luz invernal entró por la claraboya dando de lleno sobre su negra y bronceada belleza. Por un momento Zac solo pudo pensar que era un ángel.

Tenía el rostro fino, y los ojos marrones más grandes que hubiera visto jamás. Sus cabellos, negros y brillantes, iban sujetos a la nuca en un elegante moño. Tenía una naricita pequeña y recta, y una boquita pintada que le recordaba a una muñeca de porcelana. Una muñeca perfecta. El vestido, blanco y sencillo, resaltaba su morenez y su figura esbelta, fina, y casi infantil. Ella lo miró una vez. Fue una mirada intensa, parda. Y después apartó la vista ruborizándose.

Zac quedó encantado. Entusiasmado. No había estado con una mujer desde… ¿cuánto tiempo hacía? Era muy mala señal el hecho de que un hombre ni siquiera recordara la última vez que había gozado del sexo.

La verdad era que apenas tenía tiempo nunca, eso por no hablar de la falta de oportunidades. Las mujeres solteras no abundaban en Kadoka, y las pocas interesadas en pasar un rato con él no eran precisamente de su agrado. Después de todo, él era padre de familia. Tenía principios.

¡Dios! ¿Y si aquella era la mujer que buscaba? Sería maravilloso, reflexionó Zac dándose cuenta de pronto de lo que, inconscientemente, estaba pensando. No necesitaba una esposa bella. De hecho había conocido mujeres bellas gracias al anuncio, mucho más de su tipo. No obstante la cosa no había funcionado. Zac se había jurado a sí mismo ser menos selectivo la próxima vez. No había tantas mujeres que contestaran a su anuncio, no podía permitirse el lujo de rechazarlas para buscar a la candidata perfecta.

Y deseaba casarse. No simplemente por el sexo, sino también por la compañía. Echaba de menos compartir las cosas sencillas de la vida, como ir a comprar el regalo de cumpleaños de Jessica o tomar café por las mañanas con alguien, charlando.

De pronto aquel ángel se volvió de nuevo hacia él. Sus miradas se encontraron, y ella arqueó una ceja en un gesto interrogativo. Se dirigía hacia él. Zac recordó entonces que la mujer que había contestado a su anuncio había dicho que vestiría de blanco.

El corazón comenzó a latirle acelerado. Se puso en pie, haciendo un gesto con el sombrero Stetson para facilitarle la identificación, y ella se acercó y preguntó:

Ness: ¿Es usted el señor Efron? -Zac asintió, dudoso e inseguro ante su propia voz. Aquella mujer estaba frente a él-. Soy Vanessa Hudgens -añadió el ángel alargando una mano y sonriendo-.

Zac esperaba que su rostro no delatase el shock que aquella aparición le había producido. Alargó una mano fuerte y poderosa y tomó la de ella, frágil. Aquella sonrisa había transformado por completo su rostro de ángel: ya no resultaba solo guapa y encantadora, en un sentido clásico, sino que además sus ojos reflejaban un brillo juguetón, y su sonrisa mostraba una dentadura blanca perfecta. Parecía la sonrisa de un duende, y mostraba tal simpatía que enseguida cautivó a Zac.

Zac: Me alegro de conocerla.

Aquello fue lo primero que Zac consiguió articular tras enredársele la lengua y sentir que su mano envolvía por entero la de ella. Ella tenía las manos más diminutas que jamás hubiera visto, y su piel era cálida y suave, tan femenina como había imaginado.

Entonces se hizo un incómodo silencio.

Zac trató de salir de su estupor. Por lo general se le daban bien las mujeres, y estaba orgulloso de ello, pero si no se ponía a hablar de inmediato Vanessa Hudgens pensaría que era un paleto de pueblo, un palurdo incapaz de mantener una conversación.

Zac: ¿Quiere usted sentarse?

Bien, era un comienzo.

Ness: Gracias.

De nuevo un ligerísimo rubor en las mejillas de ella. Un discreto tirón de la manita fue suficiente para comprender que él aún la retenía. Zac le soltó reacio, lamentándolo. El sentimiento resultaba de lo más inquietante. Le había gustado agarrarla de la mano. Al sujetarle la silla para que se sentara, ella se ruborizó otro poco más. Zac se preguntó si su cutis sería tan suave como el de un bebé, tal y como parecía. Ella sonrió de nuevo y se sentó en la mesa.

Ness: Gracias por llevar el sombrero, me ha facilitado mucho la identificación.

Zac asintió, pero no dijo nada de que había hecho lo mismo una docena de veces antes, con otras tantas candidatas que resultaron fallidas.

Zac: De nada -contestó señalando los mostradores llenos de platos preparados entre palmeras y columnas blancas-. ¿Quiere usted algo de comer o de beber?

Ness: No, gracias -sacudió la cabeza, echando un vistazo al reloj de oro de su estrecha muñeca-. Solo dispongo de unos minutos de descanso. ¿Por qué no hablamos, sencillamente?

Él asintió y respiró hondo. Luego inquirió:

Zac: ¿Por qué contestó usted a mi anuncio?

«¿Por qué iba a necesitar una mujer como usted casarse con un extraño?», hubiera querido preguntar, en su lugar.

Ella frunció el ceño delicadamente, algo perpleja.

Ness: Fue… un impulso, a decir verdad.

Zac: ¿Y cómo se siente en este momento con respecto a ese impulso? Lo digo porque no estoy interesado en relaciones a corto plazo, señora Hudgens. Yo deseo un acuerdo permanente.

Ness: Por favor, llámame Vanessa. Aún estoy interesada, señor… Zac.

Los ojos de ella eran dulces, luminosos. Zac habría podido contemplar aquellos ojos el resto de su vida. Sin problemas.

Zac: Bien -asintió reprimiendo el deseo de tomarla de la mano, de tocarla de nuevo. ¡Dios, sí que tenía una piel suave! ¿Sería así de suave toda ella? Apenas podía esperar a descubrirlo-. Bien, así que… trabajas en el centro comercial.

Ness: Sí. Y tú eres ranchero.

Sí, no habría sido difícil adivinarlo, aunque no lo hubiera especificado en el anuncio. Zac tenía la piel algo morena de tanto trabajar al sol, sobre todo después del suave otoño del que habían gozado, justo antes de la primera gran nevada. No, se dijo observando sus rudas manos, era imposible que nadie lo confundiera. Tenía las manos llenas de heridas y señales, señales producidas por la lucha con las vacas, con la alambrada de púas, con las crías de búfalo o las astillas de la leña o los martillos. Demasiadas marcas para un chico de ciudad.

Ness: ¿Vacas u ovejas?

Zac: Vacas. Mi hermano y yo tenemos un rancho cerca de Badlands. Se llama Lucky Stryke.

Ness: ¿Y siempre has vivido allí?

Zac: Toda mi vida. ¿Eres de por aquí?

Estaba seguro de que no lo era, pero no lograba distinguir por su acento de dónde era. Ella dudó brevemente, tal y como él había supuesto que haría, y luego contestó:

Ness: No, llevo muy poco tiempo en Rapid City. Nací en California, pero mi familia viajaba mucho, así que no hay ningún lugar al que verdaderamente pueda llamar mi hogar.

Zac: ¿Dónde trabajas?

Ness: De momento estoy trabajando en una tienda de ropa, pero lo que de verdad me gustaría sería trabajar en una librería. Aunque, por supuesto, jamás ganaría mucho dinero, porque me lo gastaría todo en libros.

Zac: Sé a qué te refieres -rió. ¿Qué libros te gusta leer?

Ness: Bueno, leo cualquier cosa que caiga en mis manos -contestó encogiéndose de hombros-. Libros de ficción, de no ficción, revistas… la única condición es que estén bien escritos y que enganchen.

Zac: Entonces quedarán excluidas las cajas de cereales, que están llenas de letras.

Ella sonrió otra vez, y de nuevo aquella sonrisa fue como un puñetazo. ¿Había conocido alguna vez a una mujer tan bella, tan… vibrante?

Ness: No lo creas.

Zac tuvo que hacer memoria para recordar de qué estaban hablando. Sí, de las cajas de cereales.

Hubo otro corto silencio, y él sonrió encantado. Ella sacudió la cabeza.

Ness: No puedo creer que tengas que poner un anuncio para encontrar esposa.

Zac: No hay demasiadas mujeres dispuestas a vivir en un lugar apartado, con un montón de vacas -respondió encogiéndose de hombros-.

Ness: ¿Qué es lo que deseas exactamente de una esposa?

Zac dudó y se encogió de hombros.

Zac: No tiene sentido que trate de engañarte. Yo trabajo muchas horas al día, en el rancho, fuera de casa. Necesito a alguien que la mantenga limpia y arreglada, que lave y cosa la ropa, que haga las comidas y cuide de mi hija. Que plante quizá un jardín en verano, que ayude un poco a almacenar la cosecha…

Ness: Yo estoy deseosa de trabajar -declaró abriendo enormemente los ojos-. Me gusta cocinar, pero puede que tengas que enseñarme unas cuantas cosas sobre jardines y animales.

De modo que era una chica de ciudad, se dijo Zac. Lo había sospechado.

Zac: Eso no será problema.

Ness: ¿Cuántos años tiene tu hija?

Zac: Cumplirá cinco en junio. Su madre murió hace dos años y… -se interrumpió. Esperaba que la pena y la culpabilidad lo embargaran tal y como le había sucedido en otras ocasiones, de modo que reprimió la emoción y continuó-: … y, definitivamente, necesita una mano femenina.

Vanessa asintió. Su rostro expresaba simpatía, pero estaba serio. Zac se encogió de hombros y deseó ser otro hombre, deseó haber conocido a aquella mujer en otro momento, sin la carga que arrastraba en su vida. Y de inmediato se vio embargado por un sentimiento de culpa. ¿Cómo podía estar pensando todo aquello después de haberle jurado amor eterno a Tess? Amor hasta la muerte. Hubiera deseado estrangularse a sí mismo hasta conseguir que todas aquellas emociones se diluyeran en el vacío.

Zac: No suena muy atractivo, lo sé, pero…

Ness: Para mí sí -declaró-.

Zac: ¿En serio? -preguntó mirándola-.

Ness: Creo que me gusta ser ama de casa -sonrió-. Eso es lo que quieres, ¿no?

Zac: Sí, pero hoy en día el término políticamente correcto es «empleada del hogar».

Ness: Me gusta cómo suena -rió volviendo a mirar el reloj-. Será mejor que me vaya a trabajar.

Zac: ¿Temes que te echen?

Ness: No, soy buena vendedora -sonrió serena-.

Zac: ¿Y te gusta?

Ness: Es un trabajo como otro cualquiera, un mal necesario en la vida -se encogió de hombros-.

Zac: A menos que te cases conmigo.

Dicho así, de ese modo tan directo, la cosa había sonado demasiado… íntima. La mente de Zac voló hasta la oscuridad de la noche en una cálida cama.

Ella levantó la vista hacia él, y por un largísimo instante Zac lo olvidó todo a su alrededor, dejándose envolver por aquellos ojos. ¿Estaría ella pensando lo mismo que pensaba él?

Ness: Tengo que marcharme, de verdad -dijo en voz baja, levantándose de la silla-.

Ella echó a caminar para abandonar el patio restaurante, y él tomó su sombrero y la siguió. Luego, cuando hubieron llegado al corredor del centro comercial, Zac la tomó del codo. En la galería todo era más espacioso, en comparación con el restaurante abarrotado.

Bajo la suave y cálida piel, Zac pudo sentir los frágiles huesos de su brazo. Junto a él, caminando, ella parecía diminuta, y Zac no pudo evitar notar que aquello lo excitaba, que su cuerpo respondía. Su corazón sería siempre de Tess, pero su cuerpo había comprendido ya que llevaba dos años sin ella. Eso era incuestionable.

Zac: Te acompañaré.

Ness: Bien -sonrió mirando para arriba-. Es por aquí, al fondo.

Caminaron juntos por la galería pasando por establecimientos especializados en joyas, gafas y objetos de piel. Al llegar a la esquina de aquel corredor, nada más ver otra tienda, ella aminoró la marcha, parándose justo delante de una puerta.

Ness: Es aquí.

Zac apartó la vista de ella para mirar el escaparate de la elegante tienda tras ella.

Zac: ¿Aquí es donde trabajas?

Ness: Sí.

Zac se ruborizó al sentir que los pantalones se le ajustaban, a punto de estallar. La situación era violenta. La tienda se llamaba «Placeres ocultos», y la razón por la que debían permanecer ocultos era evidente. ¡Vanessa trabajaba en una lencería! Y no en una lencería cualquiera. En el escaparate había prendas íntimas, trasparentes, delicadas, cubiertas de lazos y encajes, asombrosamente pequeñas, adornadas con satén y terciopelo. Prendas que harían soñar a cualquier hombre con una mujer vestida con ellas. O sin ellas.

Ness: Zac… -lo llamó sonriendo con aquella sonrisa que le paralizaba la mente-.

Zac desvió la vista hacia ella, tímido y avergonzado.

Zac: Lo siento, es que me ha sorprendido.

Ness: ¿Volveremos a vernos? -preguntó alargando una mano-.

¿Volver a verse? ¿Giraba la tierra alrededor del Sol? Necesitaba algo más de tiempo para decidirse, pero se la imaginaba perfectamente viviendo en su casa.

Zac: ¿Qué te parece si tomamos algo después del trabajo? Podríamos conocernos un poco mejor.

La sonrisa de Vanessa se desvaneció, reemplazada por una expresión de ansiedad que enseguida se despejó.

Ness: Bueno, quizá un ratito corto. Tengo cosas que hacer en casa.

Zac: Bien, entonces nos vemos a las… ¿a qué hora?

Ness: A las siete -sugirió-. Aquí mismo -añadió dándose la vuelta para entrar en la tienda y girando la cabeza sonriente una última vez, por encima del hombro, para despedirse-.

Zac se alegró de que le diera la espalda. Era incapaz de ocultar la reacción de su cuerpo ante aquella sonrisa. Se dio la vuelta de mala gana y caminó por el centro comercial, tratando de pensar en otra cosa que no fuera en mujeres y dormitorios. Y en Vanessa Hudgens, la vendedora de lencería más sexy del mundo, y su posible esposa.

Veinte minutos antes de las siete Zac volvió a aparecer por el mismo sitio. Vanessa lo vio a través del escaparate, mientras calculaba el coste de una venta y metía las prendas en una bolsa. Él se había sentado en uno de los bancos de la galería, entre las plantas artificiales que adornaban el enorme paseo. Al levantar la vista, él abrió una bolsa y sacó un libro.

Vanessa no sabía muy bien qué tipo de hombre se podía esperar encontrar a través de un anuncio, pero desde luego Zac no parecía necesitar en absoluto ponerlos. Era increíblemente guapo. Tenía el pelo liso, al contrarío que ella, y sus cabellos castaño claro eran como destellos dorados sobre la cabeza. Probablemente las horas al sol, en el rancho, le confirieran ese color. Se había quitado el sombrero y lo había dejado en el banco, junto a su enorme e imponente cuerpo.

Los ojos de Zac eran del más puro azul cielo que jamás hubiera visto, contrastando con el ligero moreno, que hacía brillar su piel. Llevaba una chaqueta de cuero, pero bajo los vaqueros y la camisa texana se destacaban sus hombros anchos, sus estrechas caderas y sus largas piernas. En resumen: era terriblemente sexy.

Vanessa lo saludó, y poco después volvió de nuevo la vista hacia él por encima del hombro y lo vio paseando por la galería. Los vaqueros moldeaban su trasero y se ajustaban a las musculosas piernas. Vanessa no pudo evitar preguntarse cómo sería como amante. Aquel pensamiento la hizo detenerse a reflexionar un momento.

¿De verdad estaba considerando la posibilidad de casarse con un perfecto extraño?

Conocía la respuesta. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, de alguno de los que abundaban por el centro comercial, probablemente le habría dicho, muy educadamente, que había cometido un error. Después de todo había dudado incluso en el momento de mandar la primera carta. Nada más recibir respuesta había estado a punto de echarse atrás, de olvidarlo todo.

Sin embargo en ese momento… todo había cambiado.

Al ver a Zac en el patio restaurante Vanessa había sentido una especie de enorme nudo en el estómago. Había contenido la respiración, y había tenido que hacer un enorme esfuerzo por volver a respirar. ¿Se había sentido alguna vez así de atraída hacia Mike? Así debía haber sido, aunque no lo recordara. Sí, por supuesto. Ser madre y quedarse viuda debía haber contribuido a que lo olvidara, sin embargo.

Sex appeal, eso era todo. Solo eso. Hubiera debido olvidarlo rápidamente, como habría hecho de tratarse de cualquier otro hombre. Sin embargo había conocido a Zac, y había descubierto que el hombre que se escondía tras aquel impresionante aspecto tenía una personalidad tan atractiva como su físico.

Le gustaba. Mucho.

Claro que le gustaba, reflexionó mientras se dirigía a los vestuarios a atender a una clienta. ¿Por qué, si no, iba a haber llamado a la niñera para pedirle que se quedara con Charlie hasta más tarde esa noche? Por lo general Vanessa era muy estricta en cuanto a la hora de volver a casa con su hijo. En aquel momento, sin embargo, se sentía dividida en sus sentimientos. Jamás, antes de nacer Charlie, habría podido imaginar la fuerza del cariño maternal. Era un amor que regía toda su vida. Todo lo medía según el efecto que pudiera tener sobre su hijo. No obstante, en ese momento…

Debía estar loca. Zac la atraía de un modo irresistible, era incapaz de alejarse de él. Parecía un buen hombre. Y sería un padre maravilloso para su hijo. Si no aprovechaba aquella oportunidad después lo lamentaría. Perdería algo importante, algo que podía cambiar toda su vida.

Los últimos minutos antes de cerrar la tienda transcurrieron interminables hasta que, por fin, la última clienta se marchó.

Zac se quitó el sombrero y sus ojos buscaron los de Vanessa. Cuando sus miradas se encontraron ella contuvo el aliento. Él no sonrió, no se movió, pero sus ojos la penetraron profunda, posesivamente, y ella sintió que los nervios de todo su cuerpo se ponían alerta.

Aquellos vibrantes instantes se prolongaron incluso después de que dejaran de mirarse. Él esperó a que Vanessa cerrara y la escoltó hasta el aparcamiento. Entonces la invitó a un famoso bar cuyo nombre había oído Vanessa mencionar entre sus compañeras. Zac no puso ninguna objeción a que ella fuera en su propio coche.

El bar era amplio, ruidoso, y estaba atestado de gente. Zac la hizo sentarse en una pequeña mesa junto a la pista y se dirigió a la barra. Ella le había pedido una soda, y cuando lo vio volver con dos se extrañó de que tomara lo mismo. Él debió notar su gesto de extrañeza, porque enseguida dijo:

Zac: Esta noche tengo que conducir dos horas para llegar a casa. No debo beber alcohol.

Ness: Eso está bien -asintió-.

Entonces él señaló hacia una pareja que bailaba en la pista.

Zac: ¿Sabes bailar así?

Ness: No, lo he visto a veces, pero nunca he probado -contestó sacudiendo la cabeza-.

Zac: Pues ya va siendo hora de que pruebes -dijo agarrándola de la muñeca y sacándola a la pista-.

Ness: ¡Zac, te voy a pisar!

Él se detuvo un momento y la miró por encima del hombro, hizo un gesto con los labios y abrió la boca para echarse a reír.

Zac: Eres diminuta. Te levantaré y ni siquiera tendrás que poner los pies en el suelo.

Vanessa sonrió y se dejó arrastrar hasta la pista, pero cuando él se dio la vuelta y la miró a los ojos tendiendo las manos se dio cuenta de que estaba lanzándose en brazos de un hombre al que ni siquiera conocía. Otras mujeres lo hacían constantemente, se dijo a sí misma. Solo era un baile, simplemente.

Sin embargo Vanessa intuía en lo más profundo de su ser que, con aquel hombre, podía tratarse de algo más. De mucho más. Zac deslizó las manos por su cintura y la envolvió con sus fuertes brazos, y ella se sintió tan bien que, automáticamente, se dejó llevar.

Bailaron unas cuantas canciones. Zac le enseñó los pasos, repitiéndoselos pacientemente hasta que ella consiguió memorizarlos. Él la llevaba de un lado a otro con energía; lo único que tenía que hacer era relajarse y dejarse llevar.

Vanessa escuchó atentamente la letra de una de las canciones. Era una canción de amor. Cuando Zac la atrajo hacia sí y apoyó la barbilla sobre su cabeza ella sintió que hubiera podido permanecer así toda la noche. Juntos se deslizaron por la pista abarrotada de gente, bailando lentamente. Vanessa luchó contra el deseo de estrecharse contra él, de sentir su calor y su fuerza, de dejar que cuidara de ella.

Zac: Tengo que preguntarte algo -dijo en voz baja-.

Vanessa ladeó la cabeza para ver su expresión.

Ness: ¿El qué?

«Sí, puedes besarme. ¡Por favor, bésame!», contestó en silencio.

Zac bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron el oído de Vanessa.

Zac: ¿Llevas puestas esas cosas que vendes?

El tono de su voz era profundo y ronco, sus brazos la estrechaban con fuerza, sus labios le rozaban la oreja. Vanessa sintió una excitación tan repentina que tuvo que arquearse contra él. Zac la envolvió entonces con más fuerza, sus manos se deslizaron por toda ella hasta presionarla contra sí y sentir cada uno de los centímetros de su enorme cuerpo masculino y tenso. Cada uno de ellos. Vanessa tragó.

Ness: Supongo que tendrás que esperar para saberlo -contestó al fin-.

¡Dios!, ¿qué le estaba sucediendo? ¿Qué fuerza era la que la poseía?

Zac dejó de bailar por un instante. Luego la hizo girar una vez más, amoldando su cuerpo al de él, y Vanessa lo escuchó echarse a reír.

Zac: Está bien. ¿Has pensado ya la fecha?

Ness: ¿La fecha? -repitió mirándolo-.

Zac: Para la boda. Quiero casarme contigo.

Vanessa abrió la boca perpleja. Y volvió a cerrarla sin decir palabra. Había esperado contar con más tiempo para pensarlo.

Ness: A mí también me gustaría casarme contigo, pero…

Zac: ¿Qué te parece el viernes? -la interrumpió-. Puedo pedir la licencia y arreglarlo todo para comenzar el nuevo año casados.

Ness: ¿El viernes que viene? Pero eso es… muy pronto -contestó con los ojos como platos-.

Él asintió y sonrió ante su reacción.

Zac: Yo no tengo motivo alguno para esperar. ¿Y tú?

Vanessa trató de decir que sí, pero aquella palabra no parecía querer salir de sus labios.

Ness: Pues… supongo que no.

Zac: Bien -contestó respirando hondo y levantándola en brazos por un momento-.

Vanessa miró automáticamente el reloj. No podía ser que fueran ya las nueve. ¿O sí? Tenía que volver a casa con Charlie. Podría haber pasado una semana en brazos de Zac, y ni siquiera se habría dado cuenta.

Ness: Tengo que irme -murmuró lamentándose-.

Zac: Sí, yo también me arrepentiré si no me voy.

Sin embargo Zac no hizo un solo gesto de soltarla. Por fin ella dio un paso atrás y se soltó.

Ness: De verdad que tengo que irme.

Zac alargó la mano por encima de la barandilla que separaba la pista de las mesas y alcanzó su chaqueta y el abrigo de ella, sujetándoselo para ayudarla a ponérselo. Luego se puso su chaqueta. Entonces, con la mayor naturalidad, como si llevara años haciéndolo, la tomó de la mano y la guió hasta el aparcamiento, donde ambos habían aparcado los coches a escasa distancia.

Zac la acompañó hasta su vehículo, deteniéndose junto a la puerta y sujetando aún su mano.

Zac: Vanessa…

Su voz era débil, dudosa.

Ness: ¿Sí? -contestó en un murmullo-.

Zac: Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo, antes de esta noche.

Ella asintió, contenta al ver que él sentía algo de la magia que la embargaba a ella.

Ness: Sí, lo sé.

Él dio un paso hacia ella, la tomó de las manos y se las colocó sobre los hombros, tirando después de ella.

Zac: Voy a besarte -declaró-.

Mientras Zac inclinaba la cabeza y la envolvía en sus brazos desvaneciendo el frío del helado viento de diciembre, Vanessa se preguntó qué habría hecho de no haberla besado. Deseaba sentir la boca de Zac contra la suya más de lo que había deseado nada nunca. O, por lo menos, nada que recordara.

El aliento de Zac rozó primero sus mejillas lentamente para, después, comenzar el beso que tanto había deseado. La sensación fue exquisita. La boca de Zac era cálida y firme, y se movía sobre la suya mientras Vanessa deslizaba las manos hasta su nuca, ofreciéndose a sí misma en un movimiento mudo pero expresivo, que él supo claramente interpretar.

Para ser sincera, Vanessa había echado de menos el cálido placer de las sensaciones físicas que dos adultos podían compartir. Ni siquiera recordaba haberse sentido nunca tan vibrante, tan trémula, tan completamente excitada.

Entonces Zac se mostró aún más audaz, y Vanessa dejó de pensar y abrió los labios permitiéndole penetrarla con la lengua. Zac la estrechó con fuerza para que pudiera sentir la excitación de su cuerpo, confinado en los ajustados vaqueros. Los pechos de ella se aplastaron contra el torso de él. Ella se retorció ligeramente, gimiendo dentro de su boca y rogando inconscientemente para que le diera más, y él la correspondió arqueando todo su cuerpo y sosteniéndola con un brazo. La boca de Zac la devoraba creando un sendero de fuego por el cuello mientras lamía su piel por el escote del abrigo. Zac le besó incansable el cuello, y ella se estremeció en sus brazos. Entonces él deslizó los labios un poco más abajo, rozando la parte superior de sus pechos hinchados. Alzó una mano y retiró el vestido blanco. De pronto, repentinamente, comenzó a besarla y a succionar su pecho a través de la tela del sujetador de encaje.

Vanessa se arqueó contra él gimiendo ante aquella sensación poderosa y excitante. Enseguida comenzó a sentir una inquietud entre las piernas que exigía satisfacción, y se estrechó contra él abriéndolas a medias hasta notar uno de sus muslos entremedias.

Entonces él levantó la cabeza y se quedó completamente quieto. Y ella hizo lo mismo. Zac alzó su rostro para que lo mirara de frente y ambos gimieron levemente al sentir que ella se deslizaba por su torso rígido, buscando su mirada.

Vanessa cayó entonces en la cuenta de que lo estaba agarrando por los cabellos con tanta fuerza que debía hacerle daño. El pecho de Zac subía y bajaba pesadamente, cada músculo de su cuerpo estaba duro como el acero. Vanessa soltó sus cabellos y deslizó deliberadamente las manos por su pecho para dejarlas ahí. Luego, mientras recobraba la sensatez, se sintió avergonzada. ¿Qué pensaría Zac de ella?

Zac: Estamos en medio de un aparcamiento -dijo con los dientes apretados. Suspiró y apoyó la frente sobre la de ella-. Las cosas que quiero hacerte, las cosas que quiero hacer contigo, no deben suceder en un aparcamiento ni en ningún otro lugar público. Y no van a suceder hasta que no nos conozcamos mejor el uno al otro.

Ness: Gracias -dijo en voz baja, conmovida ante su forma de reprimirse-. Yo no… este no es el tipo de cosas que… -la lengua se le trababa, porque lo que estaba diciendo no era verdad-.

Ella sí hacía esas cosas. Sí las habría hecho, probablemente, con él.

Zac: Lo sé -contestó besando su frente-. Lo sé. No es mi estilo, tampoco -levantó su barbilla con un suave movimiento del dedo y escrutó su rostro, de mirada perpleja-. ¿Tienes un papel y un lápiz?

Ness: Creo que sí.

Zac: Apúntame tu número de teléfono.

Ness: Ah, bien -contestó dejando que él la soltara para rebuscar por el bolso-. Toma.

Vanessa le tendió un papel. Aún le costaba respirar. Por el rabillo del ojo pudo ver que una sonrisa satisfecha iluminaba el rostro de Zac.

Zac: Me alegro de no ser el único que tiene problemas para recobrarse -bromeó. Vanessa sonrió. Entonces él la atrajo a sus brazos de nuevo, sujetándola sin estrecharla, con las manos entrelazadas a su espalda-. Te llamaré esta misma semana.

Ness: Yo no llego a casa hasta por la noche. Será mejor que esperes hasta las nueve.

No era cierto, no llegaba tan tarde a casa, pero deseaba saborear a su antojo aquella llamada, sin tener que preocuparse de Charlie, que estaría aún despierto.

Zac: Bien, entonces hablaremos más sobre el viernes.

Ness: Zac… -dijo con una voz que delataba su preocupación-. El viernes es muy pronto. ¡Esto es una locura!

Zac: Yo estaría de acuerdo contigo, si fuéramos adolescentes -asintió-. Pero somos adultos. Llevo mucho tiempo pensando en volver a casarme, y sé lo que quiero -añadió apoyando la frente sobre la de ella-. Te quiero a ti.

«Y yo a ti», respondió en silencio el corazón de Vanessa. «Te quiero». Vanessa apenas pudo contenerse para no pronunciar aquellas palabras. Se quedó muy quieta, estaba demasiado asustada como para moverse. ¿Sería cierto que estaba enamorada de un hombre al que apenas había conocido hacía unas horas?

Por supuesto que no, era imposible. Se trataba de un simple capricho, sencillamente. Nadie podía enamorarse tan deprisa. ¿O sí?

Zac la soltó y la hizo volverse hacia su coche. Ella sacó las llaves, pero él se las quitó y le abrió la puerta. Luego, caballerosamente, la ayudó a subir. Vanessa se habría encaprichado de él solo por aquel gesto. De no haber estado encaprichada ya, claro.

Zac: Piénsalo, y ya hablaremos -dijo inclinándose y tomando sus labios una vez más en un beso final, introduciendo la lengua y exigiendo de ella una respuesta-.

Vanessa se inclinó hacia él todo lo que daba de sí el cinturón del coche, tratando de estrecharse contra él, pero Zac se apartó antes de que pudiera sentirse satisfecha. Sus toscos dedos le acariciaron la mejilla. Luego él dio un paso atrás y cerró la puerta, esperando a que ella pusiera en marcha el coche antes de marcharse al suyo.

Vanessa lo observó subir a su coche, y entonces, al ver que no se movía, se dio cuenta de que él esperaba a que se marchara para abandonar después el aparcamiento. Aquella forma tan considerada y educada de comportarse la conmovió.

Mientras se dirigía a la salida, y a pesar de la euforia, Vanessa sintió cierta sensación de culpabilidad. No le había dicho nada sobre su hijo.

Se lo diría, se prometió a sí misma tratando de evitar aquella angustiosa sensación. Todo había sido tan rápido, tan novedoso, tan especial, que… Tan perfecto. Vanessa había pensado evitar cortésmente aquella cita, no tenía ni siquiera el propósito de considerar la posibilidad de casarse con un extraño, pero al conocer a Zac…

Vanessa aparcó el coche junto al edificio de su apartamento con una sonrisa ensoñadora. Pronto le contaría lo de Charlie. Estaba convencida de que no había razón para sentir angustia. Zac tenía que ser un padre maravilloso para su hija, si estaba dispuesto a llegar tan lejos por ella. Y, precisamente por eso, sería un padre igualmente maravilloso para Charlie.




¡No fastidies! ¡Están chiflados los dos! XD XD
¿Se conocen de apenas unas horas y se van a casar en dos días?
Niños, no hagáis esto en casa XD

Que locura de novela. Por eso mola XD

¡Gracias por los coments!

Por cierto, no se escribían por Whatsapp XD
Era por carta.

¡Comentad!
¡Un besi!


jueves, 26 de diciembre de 2013

Prólogo


Zac Efron abrió su buzón en la oficina postal de Kadoka, Dakota del Sur, y recogió la carta dirigida a él con letra femenina desconocida con sumo cuidado, como si fuera venenosa. Se paró junto a una papelera y tiró la propaganda.

¿Debía leerla? Las últimas cartas recibidas habían sido tan tontas que ni siquiera se había molestado en contestarlas. Enseguida rasgó el sobre y leyó:

Querido ranchero:
¿Cuánto debo saber sobre niños para casarme con usted? Tengo dieciocho años. Sé que pensará que soy demasiado joven, pero…

Zac bufó y tiró la carta a la papelera. Otra más que mordía el polvo.

Desilusionado, abrió la pesada puerta y salió fuera, a la tarde helada. Tenía la camioneta aparcada en una esquina, a unos pocos pasos, en Main Street. Caminó a grandes zancadas y se subió a ella, poniendo la calefacción y quedándose quieto un minuto para calentarse. Se quitó el sombrero de cowboy y lo dejó sobre el asiento de al lado, pasándose la mano por los cabellos dorados y lisos.

Entonces comenzó a sentirse deprimido. Había puesto anuncios en varios periódicos de Rapid City, Dakota del Sur, desde hacía un año. Anuncios buscando esposa. ¿Quién habría podido imaginar que iba a ser tan difícil encontrar a una buena mujer?

Arrancó el motor y condujo hacia el sur, hacia las afueras de la ciudad. Se dirigía a Lucky Stryke, el rancho en el que trabajaba con su hermano Scott. Lo único que deseaba era poder contar con una mujer bien capacitada, una mujer amable que compartiera con él la crianza de su hija y lo ayudara en las tareas del rancho. Alguien que disfrutara de un buen revolcón entre sábanas unas cuantas veces a la semana. No era necesario que le prometiera amor eterno; de hecho jamás tendría en cuenta a ninguna mujer que soñara con ello.

No, ya había disfrutado del amor. Y perder a Tess había sido insoportable. Lo único que quería era una compañera, alguien que llegara a gustarle lo suficiente como para compartir con ella el resto de su vida. Y no quería más hijos, así que tendría que ser alguien que no deseara tenerlos. Pero, aparte de eso no era necesario que cumpliera ningún otro requisito.

O quizá sí. Zac recordó algunos de los desastrosos encuentros de los últimos meses. Mujeres borrachas, mojigatas, mujeres que juraban tener treinta años cuando estaban más cerca de los sesenta… La única que parecía merecer la pena había sido, precisamente, la que declaró que jamás podría vivir en un lugar perdido de Dios como Kadoka.

Zac amaba su ciudad y a su gente, una ciudad de unos setecientos y pico habitantes. Amaba las praderas anchas, planas, y las suaves colinas. Amaba el viento que soplaba por ellas y su verano abrasador, el ganado vacuno y las horrorosas tormentas del norte. Entonces contempló por la ventana los erosionados picos de las Badlands, que se extendían hacia el oeste, oscuros y preciosos a sus ojos… Y, en contra su voluntad, recordó otro viaje que había hecho por esa misma carretera, hacía más de dos años, en dirección opuesta y a mucha más velocidad. Iba hacia el hospital de Rapid City, con su mujer, a punto de parir.

Sus manos se aferraron al volante. En aquel viaje había perdido la batalla contra el tiempo, había perdido a Tess y al bebé que llevaba en su seno, y desde entonces había vivido en soledad y lleno de pesar. Casarse no era el objetivo principal de su vida, pero tenía que pensar en su hija. Su preciosa y revoltosa hija necesitaba una madre. Y él estaba harto de dormir solo, de trabajar y de luchar contra el tiempo, de hacer las comidas, de poner lavadoras, de marcar y ayudar a parir terneros. Cansado del aspecto lamentable que su casa había adquirido sin la presencia de una mujer.

Por eso, lo mejor era continuar poniendo anuncios. Por mucho que su hermano y sus amigos pensaran que estaba loco.

Tenía que existir la mujer ideal. En alguna parte.


Vanessa Hudgens echó el sobre al buzón en la oficina postal de Rapid City, Dakota del Sur.

Un minuto más tarde seguía de pie, frente a él, dudando. ¿Qué diablos le sucedía, cómo se le había ocurrido contestar al anuncio de un perfecto extraño buscando esposa? Debía estar loca.

Se cruzó de brazos y siguió mirando el buzón. Era una mujer muy menudita. Quizá pudiera meter el brazo por la ranura y pescar de nuevo el sobre, si se quitaba el abrigo. Era ilegal, pero…

Vanessa estaba considerando seriamente la idea cuando alguien entró en la oficina postal. Y luego otra persona más. Era obvio que la carrera delictiva no estaba hecha para ella.

Agarró el cochecito de bebé en el que dormía su hijo Charlie, de seis semanas, y echó a andar. Bueno, probablemente aquel desconocido no contestara nunca. Quizá hubiera encontrado ya esposa. La sección de anuncios personales de aquel periódico era de lo más ridícula. Había estado leyéndola en el aeropuerto, de vuelta de California. Primero le había echado un vistazo solo por pasar el tiempo, pero de pronto se le había ocurrido pensar que si se casaba de nuevo su suegra no podría seguir importunándola, tratando de conseguir que se quedara a vivir con ella.

Casarse de nuevo. Parecía un paso demasiado drástico, pero con su suegra era necesario ser drástico. Cada vez le ponía más difícil tomar sus propias decisiones, desde que se había quedado viuda. Su suegra había estado tomándolas por ella durante el embarazo, tras la muerte de Mike. Pero ya no estaba embarazada, ya no era una exhausta y dolida viuda. Por desgracia, sin embargo, al tratar de reorganizar su vida, Molly Hannigan había actuado a sus espaldas, alquilando el apartamento al que pensaba mudarse y haciéndose cargo de la cuenta bancaria de Mike. Y todo ello, según decía, por el bien de la familia. La familia debía permanecer unida.

Aquello era ya demasiado. También mudarse a Rapid City le había parecido al principio una decisión drástica, pero enseguida se había dado cuenta de que no lo era tanto. Molly tenía mucho dinero, y el dinero lo podía todo. Molly había sobornado a los dueños del almacén en el que Vanessa había encontrado su primer empleo. Su jefe le había dado dos semanas de plazo para marcharse, advirtiéndole de que la próxima vez no debía informar a su suegra de su paradero. Vanessa había encontrado un segundo empleo y había seguido su consejo, pero la actitud de su suegra la preocupaba cada día más.

No estaba dispuesta a que Charlie creciera bajo la estricta tutela de su abuela, tal y como había crecido su padre. Oh, sí, había amado mucho a Mike, pero lo había conocido en la Universidad y se habían casado repentinamente, antes de volver a su ciudad natal… y de conocer a su madre. ¿Se habría casado con Mike de haber sabido lo estrechamente pegado que seguía a las faldas de su madre? Vanessa no había querido jamás pensar demasiado en ello. Por supuesto que había amado a Mike, por supuesto que se habría casado con él.

Quizá.

Molly era una mujer de buena posición social. Ella y Vanessa jamás habían discutido abiertamente, pero más que nada se debía a que la nuera la trataba con el mayor de los tactos. Al morir Mike, paulatinamente, Vanessa se había dado cuenta de que, si la dejaba, Molly era capaz de gobernar su vida. Así que no se lo había permitido.

Vanessa se dirigió resuelta al coche y ató a Charlie en su sillita, en el centro del asiento trasero. Se sentó al volante y volvió a leer el anuncio del periódico al que acababa de contestar:

Hombre blanco, viudo, veintiséis años, y próspero ranchero, busca esposa para casarse, mantener la casa y cuidar niños. Ofrece seguridad, fidelidad, y un buen nivel de vida.

Aquel anuncio era distinto de los otros, era directo. El hombre no se proponía a sí mismo de un modo romántico, no parecía dispuesto a volcar todo su afecto sobre su futura mujer. Ni especificaba que la esposa requerida tuviera que tener una talla determinada de sujetador o una edad concreta. No le importaba si a ella le gustaba contemplar la luna o que le regalaran rosas, bailar o cenar a la luz de las velas. Y, lo más importante de todo: tenía hijos, porque requería a una mujer que supiera cuidarlos. Por eso, probablemente, tampoco le importara que ella los tuviera. No le importaría tener otro más.

No obstante Vanessa no había mencionado a Charlie en su respuesta. El instinto le había prevenido en contra. Era mejor esperar.


Zac Efron rasgó el sobre y leyó la breve nota, escrita a mano, que encontró en su buzón de la oficina postal de Kadoka, Dakota del Sur:

29 de Noviembre

Querido señor:

Le escribo en respuesta a su anuncio solicitando esposa. Si la plaza está aún vacante, desearía que me considerara su candidata. Tengo veinticuatro años, he estado casada y ahora soy viuda. Sé cocinar, limpiar y llevar una casa. Me interesan los niños, y cuidaría gustosa de los suyos. Si desea que nos conozcamos, actualmente vivo y trabajo en Rapid City.
Espero ansiosa sus noticias.

Sinceramente,
Vanessa Hudgens


Querida señora Hudgens:

Muchas gracias por su carta. Tengo una hija de cuatro años y necesito a alguien que me ayude con ella. También necesito a una persona que se ocupe de la casa, porque soy ranchero y trabajo fuera todo el día. Me encantaría encontrarme con usted en Rapid City. Preferiblemente un sábado o domingo por la tarde.

Sinceramente,
Zachary David Efron, Junior


12 de Diciembre

Querido señor Efron:

Es un placer recibir su carta. Espero ansiosa el momento de saber más sobre su hija y su rancho. ¿Sería posible que nos encontráramos en el patio restaurante del centro comercial Rushmore el sábado, 27 de Diciembre, a las dos de la larde? Soy morena, y llevaré un vestido blanco.

Sinceramente, Vanessa Hudgens


20 de Diciembre

Querida señora Hudgens:

Por favor, llámeme Zac. El sábado 27, a las dos en punto, me viene bien. Espero ardientemente el momento de conocerla. Yo llevaré un sombrero texano Stetson para ayudarla a identificarme.

Sinceramente,
Zac Efron




¡No fastidies! ¡Vaya manera de conocerse! XD
Surrealista total XD
En la vida real no pasa ni de coña, aunque no es imposible que alguien ponga un anuncio buscando esposa, pero yo de vosotras no contestaría, hay gente muy loca XD

Espero que os haya gustado el prólogo.

¡Comentadme mucho!
¡Un besi!

HAPPY HOLIDAYS!


lunes, 23 de diciembre de 2013

Completamente tuya - Sinopsis


Desde el primer beso, Zac supo que toda su fuerza de voluntad no sería suficiente para evitar que su corazón se rindiera…

Cuando Zac Efron, un ranchero viudo, puso un anuncio en el periódico buscando esposa, lo último que se esperaba era una segunda oportunidad en el amor. Su hijita necesitaba una mamá cariñosa, y él necesitaba alguien con quien compartir su enorme cama, vacía desde hacía mucho tiempo. Pero no contaba con que su nueva novia, Vanessa Hudgens, también haría una aportación al matrimonio.




Escrita por Anne Marie Winston.




Espero que os guste esta novela. Se sale un poco de lo que habitualmente publico. Y es bastante surrealista, creo yo, porque en la vida real no creo que pasen esas cosas XD
Pero esta muy bien, es entretenida y tienes sus puntos divertidos. Ya lo iréis viendo.
Tiene prólogo, ocho capis largos y epílogo.

¡Comentad mucho!
¡Un besi!


jueves, 19 de diciembre de 2013

Capítulo 8


El despertador de Vanessa sonó temprano el martes por la mañana después de Navidad. Por lo general, no le gustaba levantarse a esa hora, pero se sentía muy afortunada ese amanecer.

Estaba de vuelta en su apartamento. Hacía un día gris y lluvioso. Había decidido ir a investigar sobre el futuro de su tienda.

Aparte de esa nube en el horizonte, toda su vida estaba en orden. Se casaría con Zac en tres semanas; sus padres estaban encantados, y él estaba ansioso de presentarla al resto de la familia.

Zac: El Año Nuevo será una buena oportunidad -había dicho-. Estamos preparando una fiesta sorpresa.

Ness: ¿Una fiesta sorpresa? ¿Para quién? -había preguntado-.

Zac: Para mi madre. Cumple sesenta años en esa fecha.


La llegada del cartero, mientras desayunaba, le recordó que aún no había abierto la correspondencia que estaba dentro de su bolso. Lo hizo mientras bebía el café.

La mayoría eran cuentas y saldos bancarios, pero también había un sobre. Tenía el membrete de una compañía que no conocía. Se trataba de un documento de un despacho de abogados.

Al principio no entendió lo que leía. Releyó la carta con la boca abierta de incredulidad. No podía ser cierto. Eso no podía suceder. Sus pensamientos giraban en un caos; experimentó la duda, la ira y finalmente la angustiosa conciencia de la traición. La carta decía:

«Ahora estamos en condiciones de comunicarle el nombre de nuestros clientes que comprarán el edificio donde se encuentra su local. Los señores Efron Brothers nos han pedido que contactemos con usted para decirle que, por desgracia, no podrán renovar su contrato de alquiler. Por favor, comuníquese con nosotros lo antes posible».

Con furia, Vanessa hizo una bola con la carta y la lanzó lejos de sí, tratando de no llorar de dolor. Pero fue inútil. Zac compraba Goodbodys Store y la dejaba en la calle. Vanessa sabía que no podría encontrar otro local en el centro que fuera tan barato.

Pensó que con razón él se había mostrado tan complaciente cuando le dijo que quería seguir trabajando en la tienda. Ya sabía que no podría seguir.

Ness: Durante todo este tiempo sabía que me moría de preocupación por la tienda, y no me dijo ni una palabra -murmuró con violencia. Tan grande era su ira, que no se le ocurrió pensar que las circunstancias fueran diferentes-. ¡El muy canalla! Es igual que Drake.

Se puso el abrigo y salió del apartamento. Iría a ver a los abogados en ese mismo momento. Después vería a Zac y le diría exactamente lo que pensaba de él.

La mañana que había comenzado tan bien, empeoró. Soplaba un viento violento, a Vanessa se le rompió el paraguas, pisó un charco... Para colmo, la oficina de los abogados aún estaba cerrada por Navidad.
Decidió ir a la tienda. Cuando informó de la situación a sus asistentes, se sintió aún peor, ya que antes quedarían sin trabajo, y una de ellas era madre soltera...

Ness: Tengo que echarle un sermón al hombre culpable de esto -les anunció-. Cuanto antes lo vea, mejor -decidió-.

Los almacenes Efron Brothers estaban tranquilos una vez pasada la Navidad. Vanessa se dirigió con decisión hacia el piso destinado a oficinas. Podía verse el lujo y la riqueza por todas partes.

Ness: Es por el dinero ganado con el sudor de otra gente -murmuró para sí-.

Llamó con fuerza en el despacho de Zac y, sin esperar, entró.

La secretaria, sorprendida, se levantó. No era la señora Macgowan.

**: ¿Puedo ayudarla?

Ness: Quiero ver al señor Efron -anunció con decisión-.

**: ¿Tiene cita?

Ness: No, pero creo que él querrá recibirme.

Se dijo que ni siquiera podía anunciarse como su prometida, ya que eso había terminado. Era el compromiso más corto de su historia.

**: ¿Me puede dar su nombre? -dudando aún, la chica pulsó un botón-. Aquí está la señorita Hudgens. Quiere verlo -se oyó algo y después se dirigió a Vanessa-. Puede pasar.

Vanessa entró y, antes de perder el valor soltó el discurso condenatorio, dirigiéndose a la silueta que le estaba dando la espalda. Pero apenas iba por la mitad, cuando el hombre se volvió; ella se quedó callada al encontrarse con un desconocido.

No, no era un desconocido, ya que ese hombre se parecía a Zac, solo que era más joven y sus facciones no eran tan enérgicas.

Ness: Per-perdón -tartamudeó-. Creí que era Zac.

**: Ah, con razón me preguntaba qué había hecho yo para merecer tal sermón. Bueno, me temo que mi hermano no está aquí. ¿Puedo...?

Ness: ¿Dónde está? -demandó-.

**: Tuvo que salir de viaje a una de las sucursales. ¿Puedo ayudarla en algo?

Ness: No, tengo que hablar con él.

**: ¿No es usted Vanessa, con la que él…?

Ness: Sí -interrumpió-. ¿Cuando vuelve?

**: No lo sé bien. ¿Le digo que se ponga en contacto con usted?

Vanessa dudó. Si Zac hubiera estado allí, nadie la habría detenido, pero ese retraso en sus planes había destruido su ímpetu. Aún estaba furiosa, pero también deprimida. Pensó que quizá sería mejor no verlo más.

Ness: No se moleste -dijo por fin-.

Se volvió y salió despacio del edificio. De pronto se sintió muy fatigada, deshecha. Siempre había presumido de su independencia, y en ese momento se daba cuenta de que necesitaba mucho a Zac. Al saber de su traición, había desaparecido su equilibrio y control.

Él se había portado muy bien cuando ella estaba preocupada por Brittany y necesitaba con quién hablar. En ese momento necesitaba un confidente, pero no acudiría a él.

Tampoco molestaría a Brittany. Su hermana aún estaba en el hospital, recuperándose. Pero podía ir a casa, con su madre.

Después del divorcio, ella había seguido viviendo en la misma casa; Vanessa y Brittany la visitaban a menudo.

Ella quería a las dos por igual, pero Vanessa se sentía más cerca de su madre. A ella también la había traicionado un hombre, y la comprendería.

En su apartamento, Vanessa preparó dos grandes maletas para una estancia larga. Se sentía avergonzada por su cobarde huida. Nunca antes huyó de alguien, ni siquiera de Drake, pero se alejaba de Zac.

Era fácil saber por qué. Una vez que la ira se había calmado, tenía miedo de verlo porque sabía que la traición sexual entre ellos la haría perder su fuerza. Sabía muy bien cómo la traicionaba su propio cuerpo cuando él se acercaba, y tal vez quisiera convencerla de ese modo.

Justo cuando iba a salir, sonó el teléfono.

**: ¿Hola? -era la voz profunda de Zac-. ¿Vanessa? Te llamo desde Bristol. Mi hermano me ha llamado. Ha dicho que tú...

Pero Vanessa colgó con violencia y, antes de que él tuviera tiempo de llamar otra vez, abandonó el apartamento.

Por primera vez deseó tener su propio coche. Cargando con las pesadas maletas tuvo que esperar varios minutos para conseguir un taxi.

Pensó que aquello era ridículo. Zac estaba muy lejos, pero ella sentía la ansiedad de alejarse antes de que pudiera atraparla.

Con un suspiro de alivio, se metió en el taxi y le indicó al conductor que la llevara a la estación de Euston. Cuando Vanessa subió al tren, tuvo que luchar contra las lágrimas que inundaban sus ojos.


**: ¡Querida, qué alegría verte!

La bienvenida de su madre era justo lo que Vanessa esperaba. El problema era que hubiera deseado visitarla en otras condiciones, pero la joven descubrió que su madre no estaba de acuerdo con la decisión que había tomado.

**: Quizá no debiste irte de Londres sin verlo antes, sin darle la oportunidad de que se explicara. A mí me costó años darme cuenta de que si yo hubiera preguntado a tu padre, en vez de simplemente acusarlo, quizá nuestro matrimonio se habría salvado. A veces creo que mi intolerancia hacia los viajes de negocios de tu padre, mis celos, fueron los que lo impulsaron a buscar otra mujer -le había dicho su madre-.

Vanessa se sintió muy confundida. ¿No se había equivocado cuando creyó que él tenía un montón de amantes?

Después endureció su corazón. Se dijo que eso habría sido diferente. No había forma de que él explicara su engaño en la compra del edificio y la ruptura de su contrato de alquiler.

Pensó que su madre tenía razón en una cosa. Debió quedarse en Londres para enfrentarse a él. En ese momento se daba cuenta de que no había pensado con claridad. Debió actuar con más energía para salvar su negocio, para renovar el contrato. Decidió quedarse allí para aclarar su mente y preparar su estrategia.

La brisa fresca del mar era un gran cambio de la contaminación de la ciudad. Blackpool era un lugar tranquilo.

Para estimular su mente, Vanessa solía pasear bien abrigada por la playa, levantando el rostro hacia la brisa marina y disfrutando de su aroma, tratando de recuperar algo de paz. Su saludable apetito había desaparecido. No podía tragar la comida, y casi siempre sentía náuseas por la mañana.

Al final de esos días, Vanessa tenía la seguridad de que estaba embarazada.

Pensó en su futuro. Su primera reacción fue de euforia. Llevaba un hijo de Zac, algo con lo que había soñado, pero no tardó en poner los pies en la tierra. Las circunstancias eran diferentes en ese momento, y el solo hecho de estar embarazada cambiaba sus planes.

No podía regresar y enfrentarse a Zac, consciente de que en ella se desarrollaba una nueva vida. Pensó que en alguno de los momentos de debilidad, que la asaltaban cuando se hallaba cerca de él, quizá se lo revelaría. Y después, parecía como si estuviera dispuesta a perdonar su traición por el bienestar de su bebé.

Le contó a su madre la verdad y ésta se quedó horrorizada. Procedía de una generación en la que quedarse embarazada sin estar casada era una señal de desgracia social.

**: ¿Qué vas a hacer? -le preguntó su madre-.

Ness: Tendré al bebé, claro.

**: Claro, pero ¿lo entregarás en adopción?

Nss: ¡No! -explotó-. No voy a pasar nueve meses de embarazo para después darle mi bebé a alguien.

**: Entonces, tendrás que decirle...

Ness: Aclaremos algo, madre. No le diré nada a Zac. Dejaré mi apartamento en Londres, conseguiré un trabajo aquí. La vida es más barata. Ya saldré de esta situación.

Era muy fácil decirlo, pero su instinto le indicaba que tenía el deber moral de informarle a Zac, aunque él también debió haber hecho lo mismo acerca del destino de su tienda. Si él había guardado secretos, ella también lo haría.

Transcurrió otra semana y escribió a su agente inmobiliario para que alquilara su apartamento. También escribió a la tienda para informar a sus asistentes que no lucharía contra Efron Brothers. Les deseó suerte en la búsqueda de trabajo. También les pidió que guardaran toda la ropa de la tienda y la llevaran a la casa de Brittany.

Escribir a su hermana fue más difícil, pero al final simplemente le notificó que había roto con Zac, y que había decidido establecerse en el noreste para estar cerca de su madre.

**: Brittany no se lo creerá; te conoce bien. Llamará en cuanto reciba la carta -le advirtió su madre-.

Ness: No importa. Te pido que no le digas que estoy embarazada. Yo no lo haré.


Cuando regresaba de uno de sus largos paseos, Vanessa encontró a su madre en el umbral, con su abrigo y sombrero.

Ness: ¿A dónde vas a esta hora?

Normalmente su madre se quedaba a preparar una suculenta cena.

**: Voy... por ahí... algo que se me... ha olvidado...

Ness: ¿No puedo ir yo?

Estaba confundida por la conducta de su madre.

Se comportaba de una manera muy extraña, como si fuera culpable de algo.

**: No... no, mejor voy yo. Me hace falta aire fresco. Tú... pon la mesa.

Y de inmediato desapareció de allí.

Vanessa pensó que la conducta de su madre era sospechosa e inusual. Se preguntó, con cierta diversión, si acaso tendría una cita. En dos semanas, había salido muy poco con ella, y nunca mencionó a algún amigo, solo a sus amigas de bridge. Se dijo que sin duda lo sabría cuando regresara. Abrió la puerta principal.

Detectó un aroma apetitoso procedente de la cocina. Se quitó el abrigo y fue a investigar. De repente se detuvo en la puerta de la cocina; la habitación pareció dar vueltas a su alrededor.

**: ¿Vanessa? ¿Estás bien?

Era Zac que se dirigía hacia ella con expresión preocupada y los brazos extendidos. «No puede ser», pensó. Él no sabía dónde estaba. Entonces recordó la expresión preocupada de culpabilidad de su madre y gruñó. Con un esfuerzo sobrehumano se controló y retrocedió ante él.

Ness: Déjame sola. Estoy bien -gimió-. ¿Qué estás haciendo aquí?

Zac: Cocinar. Tu madre dijo que tardaría media hora.

Por primera vez, Vanessa se dio cuenta de que usaba un delantal de su madre, pero eso no atenuaba su poderosa masculinidad.

Ness: Te he preguntado qué estás haciendo aquí en Blackpool, en esta casa. Cuando volví, mi madre, yo...

Zac: Tu madre no tenía idea de que yo venía para aquí. La encontré en el umbral. Creo que es obvia la razón por la que estoy aquí -se quitó el delantal y lo arrojó a una silla-. He venido a verte. Quiero saber...

Ness: Yo no quiero verte nunca más -lo interrumpió aunque con poca convicción-.

Solamente con verlo se destruía su decisión. Deseaba lanzarse a sus brazos, decirle cuánto lo amaba, y que estaba embarazada de él, pero Zac no se merecía su amor, no se merecía saberlo. Era un traidor, mentiroso...

Zac: ¿Nos sentamos? -sugirió-. Tenemos que hablar -la tomó del brazo y la condujo hacia la sala-. Pareces cansada.

Ness: No quiero hablar contigo -trató de liberarse-. No tenemos nada que decirnos.

Zac: Yo creo que sí. No sé qué crimen cometí esta vez. Mi hermano...

Ness: Si hubieras estado en la oficina aquel día, habría tenido muchas cosas que decirte, pero ahora -se encogió de hombros-, ya no vale la pena -desvió la vista-. Por favor, vete Zac.

Estaba a punto de estallar en sollozos, porque anhelaba tocarlo, sentirlo...

Zac: ¡Vamos a hablar! -ordenó y la hizo sentarse, sujetándola de un brazo para que no huyera-. Mi hermano me dijo que le gritaste. Cuando te llamé, colgaste el auricular, sin hablarme, y cuando regresé a Londres, habías desaparecido.

Vanessa no lo miraba. Le resultaba imposible hacerlo sin revelar sus sentimientos.

Ness: Entonces, ¿cómo me encontraste, si mi madre no...?

Zac: No fue fácil -respondió con seriedad-. No quería molestar a tu hermana, pero...

Ness: ¿Qué? -lo miró-. ¿Le preguntaste a Brittany? -lo acusó con enfado-. ¿Y ella te lo dijo? Dios, cómo pudo hacerlo, si yo le prohibí...

Zac: Fue difícil, pero la convencí de que necesitaba verte por tu propio bien.

Ness: ¡Mi bien! -gritó con burla-. Mi bien es en lo último en que tú piensas. Qué lástima que no le dije a Brittany el tipo de hombre que eres, Zac Efron. ¿Cómo te has atrevido a molestarla cuando acaba de salir del hospital?

Zac: Ya te dije que fue el último recurso. Probé en la tienda, pero las chicas no me dijeron nada.

Ness: Ah -exclamó con sarcasmo- entonces sí sabías cómo encontrar la tienda ¿eh?

Zac: No, al principio no -parecía confundido-. Tuve que investigar. Además, no me sirvió de nada. Yo...

Ness: Vaya -se burló-. No mientas. Tú sabias bien dónde estaba la tienda. ¡Y pensar que creí que podía confiar en alguien! Me dijiste que creyera en ti y yo lo hice, como una tonta. Y tú a mis espaldas... -se interrumpió y trató de no llorar-.

Zac: ¡Vanessa! -la tomó de los hombros-. Deja de decir tonterías y explícame qué es lo que pasa.

Ness: Deja de fingir -gritó con fuerza-. Sabes muy bien lo que me hiciste.

Él sacudió la cabeza con ironía.

Zac: Solo sé que me enamoré de ti.

Ella se mordió el labio para no temblar.

Ness: Ya no te creo. Ahora sé lo que tramabas. Todo fue una trampa...

Zac: Pues entonces tú sabes más que yo -sugirió-. ¿De qué estás hablando?

Ness: Hablo del hecho de que me sacaste del negocio...

Zac: ¿Yo te saqué del negocio? ¿Qué diablos es esto, Vanessa? ¡Habla claro, maldición!

Ella lo miró con incredulidad. Se preguntó cómo podía ser tan estúpida y continuar con aquella farsa.

Ness: No necesito decírtelo -se burló-, pero como insistes en seguir con este drama, lo haré solo para que veas que no me puedes engañar más. Tú sabes bien que el local de mi tienda era propiedad de Goodbodys. Tú la compraste y rescindiste de mi contrato de alquiler.

Zac: Espera un minuto. Yo...

Ness: No -lo interrumpió-, espera tú y escúchame. Me mentiste, Zac. Dijiste que podía seguir trabajando cuando nos casáramos -habló con amargura-. Y durante todo el tiempo sabías que no habría tienda. Yo me pregunté si de verdad habría tal matrimonio. ¿Creías que estaba tan loca por ti como para renunciar a mi negocio? ¿Por eso tú...?

Zac: ¿Y crees que una compañía tan grande como la mía se va a meter en esas molestias para conseguir una tiendecita insignificante? -preguntó enfadado-.

Se levantó y se alejó, con las manos en los bolsillos.

Ness: ¡Insignificante! -estalló-. ¡Canalla arrogante! Ahora recuerdo que una vez despreciaste mi tienda. Solo porque tu familia sea rica no significa que...

Zac: Precisamente ése es el problema -parecía exasperado-. No necesito quitarte el negocio. No, Vanessa, basta ya -le dirigió una fría mirada-, antes de que digas algo que puedas lamentar después.

Ness: Lo único que lamento es haberte conocido -dijo con amargura-.

Zac: Eso no es cierto, y lo sabes bien.

Se acercó a ella, la sujetó de los hombros y la atrajo hacia sí con fuerza.

Vanessa sintió que sus piernas se debilitaban.

Ness: Es cierto, y no solo a mí me perjudicaste. Has dejado sin trabajo a otras dos personas, que no pueden...

Zac: ¡Vanessa! -la interrumpió-. He sido paciente. Ahora, me vas a escuchar. Sigues imaginando cosas.

Ness: No, yo...

Zac: Sí. Desde que nos conocimos has malinterpretado mis acciones. Fui tolerante porque sabía que te habían decepcionado, pero estoy harto. Es la última vez que voy a darte explicaciones. Debe haber confianza entre marido y mujer. Cuando nos casemos...

Ness: No habrá ningún...

Sus palabras desafiantes fueron acalladas por un beso violento.

Vanessa trató de resistirse, pero una ola de deseo la invadió, dejándola débil y temblorosa.

Zac: Oh, Vanessa, no sabes lo que he sufrido en estas dos semanas -dijo con suavidad-.

«Y yo también», pensó Vanessa abrazándolo por el cuello y explorando su boca con la lengua.

Zac: Vanessa -gimió-, te deseo. Dios, cuánto te deseo. Ha pasado tanto tiempo...

Su aliento era cálido cuando le besó el cuello, deslizando las manos hacia sus senos.

Vanessa necesitaba tocarlo y le abrió la camisa para acariciarle el pecho.

Ness: Zac, yo...

Zac: No, Vanessa, aún no. Primero tenemos que hablar. -Protestó un poco cuando él se alejó-. Ahora ya te he demostrado que esas tonterías de no querer más, son mentiras.

Ness: ¡Oh! -exclamó sintiéndose humillada-.

Zac: No te alteres -le advirtió-. Escucha: no te haré el amor si aún tienes dudas. Creo que sé lo que ocurrió. Ya te dije que yo me encargo de la mercadotecnia y de las relaciones públicas. Mi hermano David se encarga de la propiedad.

Ness: ¿Quieres decir que...? -retrocedió-.

Zac: Espera. Él y yo confiamos en nuestras respectivas funciones, y nos reunimos cada tres meses para valorar los resultados. Yo sabía que mi hermano estaba comprando una propiedad, pero te juro que no sabía cuál era, ni que tu tienda estaba allí. -Ella lo observó deseando creerle. Vio la sinceridad reflejada en sus ojos y lo creyó, soltando un suspiro de alivio-. Hablaré con mi hermano. Si es posible que la tienda siga en ese edificio, creo que no habrá problema en darte otro local, incluso dentro de Efron Brothers.

Ness: No quiero formar parte de esa tienda -negó con terquedad-. Quiero administrar mi propio local.

Zac: Otra vez ese espíritu de independencia. Una vez se interpuso entre nosotros. Bueno, ya no será así. Encontraremos una solución, Vanessa, te lo prometo, pero -la miró intensamente y se acercó-, ahora no. Tengo cosas mucho más importantes en la cabeza...

Ness: ¡Más importantes! -trató de parecer indignada, pero fracasó-.

Su tienda era importante, pero no tanto como Zac, decidió cuando la abrazó.

Zac: Sí, más importantes. Quiero oírte decir que me crees, que me quieres, que te casarás conmigo -la observó-.

Ness: Te creo, y te prometo que nunca más dudaré de ti.

Zac: Ojala así sea -acordó-, ¿y qué hay del resto?

Vanessa se sonrojó.

Ness: Te quiero -admitió con timidez-, y sí, quiero casarme contigo. Y... hay algo más que debes saber -le susurró el secreto al oído-.

Con una exclamación de alegría, Zac la abrazó y la besó.

Zac: Si obedezco a todo lo que mis sentimientos me indican, te llevaré arriba y te haré el amor apasionadamente, pero, sé que no te gusta esa conducta bajo el techo familiar. Ésta es la casa de tu madre y... -miró su reloj-, tenemos tres minutos antes de que llegue.

Vanessa le acarició el rostro con ternura.

Ness: No tendrás que esperar mucho tiempo -le prometió-. Volveré contigo esta misma noche.

Zac: Claro que sí -afirmó-. No te dejaré fuera de mi vista. ¿Por qué esa sonrisita?

Ness: Solo estaba pensaba en lo contenta que se pondrá Brittany. Deseaba intensamente que Santa Claus me regalara un hombre para Navidad.

Zac: ¿Y eso es lo que soy? -inquirió con diversión-.

Vanessa se alzó de puntillas y lo besó.

Ness: No solo eso -murmuró-. Eres mi hombre para siempre.


FIN




Awwwwww!
Aish, que parecía que se habían torcido las cosas...
Pero siempre tiene que haber un final feliz para todo el mundo. Y no solo en las novelas ;)

Gracias por los coments y las visitas.
Espero que os haya gustado esta novela navideña.

La siguiente novela yo creo que os gustará. Es bastante diferente a las otras que he puesto. Y en mi opinión es bastante más ficticia que algunas de las otras XD. Hay partes de mucha risa.
Y si queréis saber más, tenéis que comentar ;)

¡Un besi!


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