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miércoles, 28 de junio de 2017

Capítulo 18


Zac: Estás cometiendo un gran error -le advirtió-. Estás huyendo, en vez de quedarte aquí a esperar.

Vanessa no se atrevía a mirarlo mientras se movía alrededor del dormitorio, haciendo la maleta.

Ness: ¿Qué es lo que tengo que esperar? -preguntó, incómoda por la forma en que la miraba-. ¿Esperar a saber qué va a ser de nosotros?

Zac no contestó, pero Vanessa no esperaba que lo hiciera. Y tampoco quería insistir en esa cuestión. Una cosa era fantasear con Zac, eso no le hacía ningún daño. Pero cuando comenzaba a pensar en lo que se había convertido su vida, se daba cuenta de que había llegado el momento de irse de su casa. No tenía muchas cosas que guardar, por supuesto, algo que encontraba en aquel momento curiosamente satisfactorio.

Ness: Ya llevo aquí demasiado tiempo.

Zac: ¿Demasiado tiempo para qué? -se reclinó contra la pared y se cruzó de brazos-.

Vanessa se preguntó si no echaría de menos dormir en su propia cama, pero, por supuesto, no se lo preguntó.

Ness: Demasiado tiempo como para no haber superado el impacto inicial. Tengo que empezar a hacerme cargo de mi vida -tomó una blusa y la metió en la maleta-. Es una suerte que nunca haya tenido un cariño especial a mi ropa. Apenas echo nada de menos -dobló el pijama y también lo guardó-.

Zac: ¿Qué echas de menos?

Ness: Exactamente, lo que cualquiera podría imaginar: mis diarios, la información que tenía en el disco duro, las fotografías, los recuerdos. Los objetos que pertenecían a mis abuelos en general. Esto no es un error, Zac. Tengo que seguir haciendo mi vida.

Zac tomó la maleta.

Zac: En ese caso, no dejes que yo te lo impida.

Él era el único que podría hacerlo, pensó Vanessa con el corazón palpitante. Zac era el único que podía retenerla allí. Bastaría con que dijera «te necesito» o «hay algo especial entre nosotros», para que ella se planteara la posibilidad de deshacer las maletas. Y no era fácil tener que admitir que bastarían dos palabras de Zac para que no se fuera.

Sin embargo, Zac no dijo nada. No lo haría nunca. Y tampoco hablarían de Derek. Zac se había quedado atrapado en la culpa y Vanessa sabía que tanto él como ella tenían la sensación de que aquello era algo que jamás conseguirían resolver. No había nada que hacer. Si Zac le pidiera que se quedara, se quedaría, sí, y terminarían envueltos en una especie de drama que acabaría en desastre y arruinaría su recién renovada amistad.

Salieron juntos al frío de la mañana. Vanessa se despidió de los perros y la gata. Al acariciarles la cabeza por última vez, sintió una inesperada tristeza. Zac ya tenía el motor del coche en marcha. Mientras recorrían la escasa distancia que los separaba de la estación, Vanessa alzó la mirada hacia las casas cubiertas de nieve y los árboles desnudos, contempló también el puente cubierto sobre el río, las iglesias y las tiendas. Todo aquello le resultaba tan familiar... Mentalmente hizo una fotografía de aquel lugar, con la que intentaría reemplazar todas las fotografías perdidas en el incendio.

Zac dejó el coche en el aparcamiento de la estación. Salieron y le llevó la maleta hasta la puerta. Allí permanecieron el uno frente al otro, bajo la nieve.

Ness: Bueno, al final me voy.

Zac: Espero que tengas mucha suerte.

Ness: Gracias, Zac. Gracias por todo.

Zac: ¿Puedo decir algo?

Ness: Claro, puedes decir lo que quieras.

Zac: Voy a echarte mucho de menos.

Vanessa se echó a reír, intentando disimular sus verdaderos sentimientos.

Ness: Por lo menos ahora podrás recuperar tu cama.

Zac: Eh, le tengo mucho cariño a mi sofá.

Ness: Bueno, pero podrás recuperar tu vida amorosa.

Zac: Yo no tengo vida amorosa.

Ness: ¿Y qué me dices de todas esas mujeres tan atractivas con las que sales?

Zac se echó a reír.

Zac: Eso no tiene nada que ver con el amor.

Ness: ¿Entonces por qué lo haces?

Zac volvió a reír.

Zac: No pienso contestar a eso.

Ness: Tienes que hacerlo. En una ocasión, me dijiste que estarías dispuesto a contarme cualquier cosa -algo que era completamente falso. Eran muchas las cosas que Zac escondía sobre sí mismo-. ¿Qué me dices de todas esas supermodelos con las que sales, jefe?

Zac: No tengo nada que decir. Vienen, se van y fin de la historia. Nunca han significado nada más que un poco de diversión en mis noches libres.

Ness: ¿Y eso cómo puedes saberlo? ¿Alguna vez le has dado a alguna de esas chicas una oportunidad?

Zac: ¿Que cómo puedo saberlo? -dio un paso hacia ella y la tomó por la barbilla para que alzara el rostro hacia él-. Creo que los dos lo sabemos -y, sin más, le dio un casto, aunque no por ello menos devastador, beso en los labios-. Que tengas un buen viaje -añadió, y se alejó de ella-.




Cortito... ¡pero se han besado! 😲
¡Aunque la próxima vez que no sea un beso casto! 😆

¡Gracias por leer!


sábado, 24 de junio de 2017

Capítulo 17


Diecinueve de junio de 1995

Querida mamá:

Si vuelves a aparecer en mi vida, van a ser muchas las cosas sobre las que tendrás que ponerte al día. Desde que tuve edad suficiente como para poder escribir, he estado contándote toda mi vida, por si acaso te interesa, y he guardado todos mis escritos en una caja, dentro de mi armario. En realidad, a estas alturas ya me ha quedado bastante claro que no tienes ningún interés, pero escribir se ha convertido en un hábito. En el instituto, todos los profesores me dicen que escribo muy bien. Yo siempre había pensado que terminaría yendo a la universidad a estudiar periodismo.

Al leer estas páginas me doy cuenta de lo mucho que he cambiado desde la última vez que te escribí. Imaginaba que después de graduarme en el instituto, tendría todo el tiempo del mundo para dedicarlo a escribir, pero ahora son muchas las cosas que lo impiden. Como la muerte del abuelo. Me duele ver esas palabras escritas en el papel.

¿Sabes que el abuelo ha muerto, mamá? ¿Que cuanto más cerca estaba del final, más veces me llamaba por tu nombre? Al final, ni siquiera me molestaba en corregirle. Y supongo que sabes por qué.

La abuela parece haberse transformado en una persona completamente diferente. Todo el mundo ha sido muy bueno con ella, la ciudad entera se ha volcado para ayudarla. Durante las semanas que siguieron a la muerte del abuelo, recibimos todo tipo de regalos. Venía gente a vernos continuamente, nos traían comida y pasaban mucho rato con nosotras. Al principio la abuela lo llevó muy bien, pero en cuanto acabaron las formalidades, pareció quedarse vacía. Hasta cuando iba a la iglesia se sentía sola y perdida. El abuelo y ella se habían casado siendo muy jóvenes y eran muchas las cosas que habían pasado juntos.

Ahora estamos casi arruinadas, ¿te lo he dicho? El seguro del abuelo no cubría todos los cuidados médicos que ha necesitado. Cuando le diagnosticaron la enfermedad y vimos lo que nos esperaba, nos declaramos en bancarrota para evitar que nos denunciaran por no pagar las deudas que tenemos. Si tuviera que elegir los tres momentos más humillantes de mi vida, ir con la abuela a firmar la declaración de bancarrota sería uno de ellos. En realidad, soy consciente de que no hemos hecho nada malo. Hemos tenido que declararnos en bancarrota para no tener que despedir a nuestros empleados ni cerrar la panadería. Así que supongo que comprenderás que he estado demasiado ocupada como para rellenar estas páginas de recuerdos agradables.

La abuela dice que a ti nunca te preocupó el dinero, a pesar de que te gustaba tener muchas cosas bonitas. Nunca te preocupaste por la situación económica de los abuelos. De hecho, te comportabas como si el paraíso terrenal estuviera a la vuelta de la esquina. Por lo menos eso es lo que dice la abuela. Todavía habla de ti algunas veces. Te echa de menos. Si quieres que te sea sincera, yo no. Estoy segura de que a los cuatro años te adoraba. Pero para mí, echarte de menos es como echar de menos una sombra o un sueño. Sé que es algo que está fuera de mi alcance. Cuando la hija de Ashley, Sarah, perdió un globo en una feria, lloró más que cuando al día siguiente perdió a Julieta, su bisabuela. Supongo que son cosas de niños.

Estoy enamorada de dos chicos diferentes, ¿te lo he contado ya? Y lo peor de todo es que son amigos íntimos: Derek Morgan y Zac Efron. Vienen a Avalon en verano. Zac viene todos los años a trabajar al Campamento Kioga. Derek se ha alistado al ejército, quiere ganar dinero para poder ir a la universidad, pero este verano le han dado una licencia porque su padre tuvo un accidente de coche y el proceso de recuperación está siendo muy largo, así que también él viene a trabajar los fines de semana y los días de fiesta al campamento. Cuando su padre mejore, tendrá que volver al ejército, porque quiere estudiar Medicina así que necesitará todas las ayudas que pueda conseguir. Piensa unirse a los Rangers, una unidad de operaciones especiales. Por lo visto, es lo más secreto y peligroso que puedes hacer si eres militar.

Derek me gusta porque es un hombre que ama la vida y me hace reír, y no voy a engañarte, desde que está en el ejército, tiene un cuerpo fabuloso. Por supuesto, ya era un chico muy atractivo. Además, es inteligente y fuerte. A veces, me basta mirarle para sonreír. El problema es que mi corazón parece no decidirse entre uno y otro.

Bueno, en eso a lo mejor estoy mintiendo. Mi corazón se decanta por Zac. He estado loca por él desde que llevaba trenzas. Es un chico muy intenso y tiene un padre horrible con el que ha dejado de hablarse desde que al salir del colegio se negó a ir a la universidad. Ahora está en una academia de Stony Brook en la que se está preparando para ser policía. Es un chico que me fascina, el más atractivo que he conocido nunca. Pero no hemos hecho nunca nada. Es como si tuviéramos un acuerdo silencioso por el que nunca podremos ser más que amigos. Supongo que ésa es la única manera de mantener mi relación con los dos amigos: ocultar mis sentimientos hacia Zac y continuar con esta farsa.

La abuela me recuerda a menudo que la gente como los Efron y los Hudgens no deben mezclarse. Además, Zac dice que no está bien que te guste la misma chica que a tu mejor amigo, y él lo soluciona saliendo con otras chicas. Por supuesto, ninguno de los dos ha consultado nada de esto conmigo. Y a veces, me gustaría que mis sentimientos hacia Derek fueran más profundos. Me refiero a que, aunque le quiero, le aprecio más como amigo que como un posible novio. De todas formas, supongo que ahora nada de eso importa, porque Zac está estudiando y Derek se irá a finales de verano. En cuanto a mí... bueno, yo tengo que quedarme con la abuela para que no piense que todos la hemos abandonado.

Después del desfile del Cuatro de Julio, se organizó un picnic en el parque que había al lado del río. Al anochecer, la gente comenzó a subir hacia el campamento Kioga para disfrutar de los fuegos artificiales en el lago. Los directores del campamento invitaron a todo el pueblo a visitarlo. Vanessa y Ashley fueron juntas, con Sarah sentada en el asiento de atrás.

Ash: Es la primera vez que ve unos fuegos artificiales. ¿Crees que se asustará?

Ness: Tu hija no tiene miedo de nada.

Vanessa se volvió para ver a la pequeña. Era preciosa. Vestida con un peto blanco y azul, aplaudía encantada con aquella excursión. Había aprendido a ir sin pañales, aunque Ashley no dejaba de llevarlos por si se producía alguna emergencia.

Ash: ¿Dónde hemos quedado con Zac y con Derek? -preguntó mientras aparcaba-.

Ness: En el pabellón principal.

Señaló hacia la cabaña más grande del campamento. Allí vio a sus amigos, vestidos con el chándal gris de los monitores. Como siempre, le bastó ver a Zac para que el corazón le diera un vuelco. Y, también como siempre, ignoró aquel sentimiento. Era, sabía, otra de las facetas de la vida de un adulto. Después de haber perdido a su abuelo y de estar en bancarrota, evitar enamorarse de un chico debería ser coser y cantar.

Pero no lo era. Cuando lo miraba, sentía un dolor tan intenso que se quedaba sin respiración.

Ness: Yo la llevaré -se ofreció-.

Tendió los brazos a Sarah. Además de que le gustaba tener en brazos a la niña, también le serviría como escudo para mantener las distancias.

A diferencia de Vanessa, Sarah todavía no era capaz de disimular sus sentimientos. En cuanto vio a Derek Morgan, soltó un grito de alegría. Desde el día que le había conocido, parecía haber decidido que era el amor de su vida.

Pero, al igual que muchos otros jóvenes, tanto Derek como Zac contemplaban a una niña de la edad de Sarah con la misma precaución que a una serpiente venenosa. Y, al igual que otros muchos niños de su edad, a Sarah no le importaba. Estuvo retorciéndose en los brazos de Vanessa y protestando hasta conseguir que se la tendiera a Derek. Éste la miró con el ceño fruncido.

Derek: Una sola gota de pipí y vuelves con Vanessa.

Sarah: Pipí -repitió mirándolo fijamente-.

Mientras se dirigían hacia el lago para ver los fuegos artificiales, Zac se mantuvo a distancia, como si Derek llevara en brazos una bomba a punto de estallar. Estaba anocheciendo y la gente se sentaba alrededor de las hogueras que encendían en la orilla del lago en las que tostaban nubecitas y encendían bengalas. Los niños corrían incansables alrededor de las hogueras. Cuando se hizo de noche, comenzó el despliegue de fuegos artificiales desde la isla que había en medio del lago. Los colores que estallaban en el cielo se reflejaban en las aguas serenas del lago y eran recibidos con exclamaciones de admiración por parte de los espectadores. A Sarah le encantaron los fuegos artificiales, aplaudía y gritaba entusiasmada con cada explosión. Pero, al igual que otros muchos niños, pronto comenzó a aburrirse con la exhibición y quiso ir a bañarse al lago.

Ash: No es una buena idea. No hemos traído los bañadores y es de noche.

Sarah: Mamá... -suplicó con una vocecita que anunciaba una próxima rabieta-.

Ash: Vamos a dar un paseo -sugirió y se levantó-.

Fueron los cuatro a pasear. Zac iluminaba el camino con la linterna. Pasaron por delante del varadero y después por el pabellón de los empleados del campamento, informalmente llamado la choza de las fiestas, porque era allí donde se reunían los empleados del campamento y los monitores cuando se dormían los niños.

**: ¿Adónde vas, Zac? -preguntó entonces una seductora voz femenina-.

Zac aumentó la velocidad de su paso. Ése fue el único indicio de que había oído a la chica que le llamaba.

Ash: ¿Qué es eso? -preguntó señalando una cabaña situada después del pabellón-.

Derek: La cabaña de invierno. Allí es donde viven los cuidadores del campamento en invierno. Podemos ir a echar un vistazo.

Zac: Probablemente estará cerrado.

Derek: Seguro que está cerrado -se mostró de acuerdo-. Pero yo tengo la llave.

Era una bonita cabaña, aunque olía a humedad por la falta de uso, estaba llena de muebles de madera y recuerdos del campamento. Muchos años atrás, había sido la residencia de los propietarios del campamento, pero en aquel momento los Cyrus la utilizaban para alojar a personas que llegaban fuera de temporada. Derek abrió el refrigerador, pero no encontró nada. Sarah correteaba por todas partes, exploró todos los rincones y dispuso de los juguetes que se encontró sobre un banco.

Al pasar por delante de la chimenea, se detuvo asustada delante de la cabeza de alce que había allí colgada.

Derek: No te preocupes, no te hará ningún daño -dijo y la levantó en brazos. Pero la soltó entonces como si le hubiera abrasado-. Dios mío, ¿a qué huele?

Sarah: A caca.

Derek: Ashley, creía que habías dicho que ya había aprendido a pedirlo.

Ash: Sí, sabe hacerlo en un orinal. Y la mala noticia es que tenemos la bolsa de los pañales en el coche.

Sarah comenzó a llorar como si le hubieran roto el corazón. Decidieron entre todos que Derek debería acompañar a Ashley al coche mientras Zac y Vanessa ordenaban los juguetes y los juegos con los que había estado entreteniéndose la niña. Vanessa abrió las ventanas para ventilar la cabaña y, aunque lo intentó, no pudo dejar de reír ante la expresión horrorizada de Zac.

Zac: ¿Te parece gracioso lo que ha pasado?

Ness: No, la que me parece graciosa es tu reacción. No son gases tóxicos, Zac.

Zac: Deberían utilizar niñas como ésa en las clases de educación sexual del instituto. Seguro que disminuía el índice de natalidad.

Vanessa recogió un juego de cartas que Sarah había tirado al suelo.

Ness: No es para tanto.

Zac: A lo mejor para ti no.

Ness: Sinceramente, cambiar un pañal tampoco es mi diversión favorita.

Pensó en lo buena madre que había sido Ashley desde el primer momento. Cambiar los pañales era la menor de las responsabilidades que había asumido. A pesar de ser tan joven, trataba a Sarah con una paciencia y un amor infinitos.

Ness: Mi abuelo solía venir aquí en invierno -dijo mientras hojeaba un álbum de fotografías antiguas. Se detuvo al ver una fotografía de su abuelo en el muelle y sonrió con dulzura-. El señor Cyrus y él pescaban en el hielo.

Acarició el rostro de su abuelo en la fotografía y le invadió una oleada de tristeza que le provocó un dolor casi físico.

Zac: Lo siento.

Al igual que mucha gente, parecía no saber qué decir.

Ness: No pasa nada -sonaba vacilante, temblorosa, mientras cerraba el álbum con mucha delicadeza-. Es sólo que... le echo mucho de menos.

Y entonces, sin saber muy bien cómo, se descubrió en los brazos de Zac y experimentó una sensación sobrecogedora de consuelo mientras se aferraba a él y se besaban.

Por fin, milagrosamente, se estaban besando. Fue el beso que había imaginado miles de veces, un beso largo y profundo que hizo que el mundo se paralizara. Un beso como jamás pensaba que podría llegar a experimentar, a pesar de que se había estado cimentando verano tras verano durante años. Sentía fuego en el cuerpo y, por primera vez en su vida, pensó que podía desmayarse. Deseaba aquel beso, llevaba años deseándolo, y estaba siendo mucho mejor de lo que había sido capaz de imaginar. Era un momento perfecto al que no quería poner fin. Al final, se separaron para tomar aire y, con un atrevido movimiento, Vanessa deslizó las manos por debajo de la sudadera de Zac. Éste contuvo la respiración como si le doliera. La luz de la luna se filtraba por la ventana e iluminaba la cicatriz de su mejilla. Y Vanessa se enfrentó a la fría verdad: después de aquel beso, había arruinado la posibilidad de disfrutar de ningún otro en el futuro.

Ness: Zac...

Zac: Lo siento -replicó apartándose de ella-. No debería... Esto no volverá a ocurrir.

Pero ella quería que ocurriera, pensó Vanessa. Quería volver a besarle, y quería que pasara lo que quiera que tuviera que pasar después de los besos.

Zac: Tenemos que irnos. Estarán esperándonos.

Se dirigió hacia la puerta sin esperar a comprobar si le seguía. Y allí permaneció, con la puerta abierta. Vanessa le dirigió una mirada fugaz, debatiéndose entre la excitación y el rechazo. Zac le devolvió la mirada sin apartarse de la puerta. Vanessa miró entonces una vez más a su alrededor, bajó los escalones de la entrada y siguió caminando mientras Zac se encargaba de cerrar la cabaña.

Zac la alcanzó y pasó por delante de ella como si tuviera prisa por perderla de vista. Los fuegos artificiales habían terminado y la luna brillaba en el cielo mientras ellos caminaban alrededor del lago.

Ness: Estás enfadado conmigo.

Era absurdo fingir que no había pasado nada.

Zac: No estoy enfadado contigo.

Ness: Claro que sí. No me hablas y tienes los ojos entrecerrados.

Zac dejó de caminar y suspiró con cansancio.

Zac: No tengo los ojos entrecerrados, y no estoy enfadado.

Ness: Mentiroso.

Zac: Muy bien, ahora sí que estoy enfadado.

Ness: Lo sabía. ¿Lo ves? Tenía razón. Ahora tendrás que decirme por qué.

Zac: Estoy enfadado porque me has llamado mentiroso.

Ness: Antes de que te llamara mentiroso.

Zac: Antes de que... Oh, esto es una estupidez. Estoy harto de hablar de este tema -hundió las manos en los bolsillos y la fulminó con la mirada-.

Ness: No estás enfadado porque te he besado. Estás enfadado porque te ha gustado.

Zac: Me gustan las chicas, no creo que eso sea ningún delito. Y, de todas formas, si ya lo sabes todo, ¿por qué tenemos que seguir hablando?

Ness: Porque estoy intentando comprenderte, Zac.

Zac: No es difícil.

Vanessa bajó la mirada.

Ness: Es por Derek, ¿verdad? -preguntó suavemente-.

Zac: Lleva todo el verano intentando encontrar la manera de pedirte que salgas con él.

Vanessa lo sabía; de alguna manera, era consciente de ello.

Ness: Es posible que no quiera salir con él.

Zac: ¿Por qué no vas a querer salir con él? Derek es genial.

Ness: Es posible que me guste otro -susurró-.

Zac la miró con dureza. Bajo la luz de la luna, su rostro parecía casi amenazador.

Zac: Bien, pues no debería.

Ness: Genial. Gracias por el consejo.

Intentó disimular su dolor con el sarcasmo. Lo mirara por donde lo mirara, era una situación imposible. Era imposible salir con uno de ellos sin hacer daño al otro. Pero no, eso no era del todo cierto. Nadie podía hacer daño a Zac. La crueldad de su padre le había endurecido contra el dolor, tenía un duro caparazón emocional. Sabía cómo protegerse. Pero a Derek ni siquiera le habían endurecido los dos años que había pasado en el ejército. Seguía siendo un joven dulce y sensible que no hacía nada por protegerse.

Derek: ¿Por qué habéis tardado tanto?

Estaba esperando en la puerta del pabellón de los empleados, donde la fiesta estaba ya en pleno apogeo.

Ness: Por nada.

En ese momento fue consciente de que estaba al borde de las lágrimas. Inclinó la cabeza para ocultar su rostro. Si Derek era un buen observador, podría imaginarse que se habían besado.

Ness: ¿Dónde está Ashley?

Derek: Se ha llevado a Sarah a casa. Le he dicho que Zac y yo te llevaríamos a casa más tarde.

Genial. Ashley la había abandonado y tendría que pasar allí el resto de la noche.

Zac: Vamos dentro -musitó-.

Él también parecía evitar la mirada de Derek.

Vanessa había estado en muy pocas fiestas en el campamento Kioga. La mayor parte de ellas consistían en oír música a todo volumen y bailar. A pesar de la penumbra, tres chicas repararon en Zac nada más verle y corrieron hacia él como si fuera una estrella de rock. Ante la mirada atónita de Vanessa, Zac pareció transformarse en una persona completamente diferente: esbozó una sonrisa sensual e hizo un auténtico despliegue de todos sus encantos mientras agarraba a una de ellas por la cintura y la llevaba a la pista de baile. La chica que había elegido llevaba una minifalda y una camiseta tan ajustada que se distinguía perfectamente el sujetador.

Seguramente, el dolor y la confusión de Vanessa se reflejaron en su rostro, porque Derek se acercó a ella y la agarró del brazo.

Derek: Vamos fuera.

Antes de abandonar la fiesta, Vanessa miró por encima del hombro, justo a tiempo de ver a Zac observándola como si quisiera asegurarse de que había visto lo que estaba haciendo. ¿Y qué estaba haciendo en realidad? Intentar convencer a Vanessa de que él no era el chico adecuado para ella. Si realmente ésa era su intención, se estaba saliendo con la suya, así que debería estar contento.

Derek: No te preocupes por Zac -le aconsejó-. A veces se comporta como un auténtico canalla sin ningún motivo.

Pero Vanessa sabía que le había dado un motivo para hacerlo.

Derek: Para él todo es muy difícil, ¿sabes? La culpa la tiene la infancia tan dura que ha sufrido.

Vanessa no pudo evitar una sonrisa. Derek siempre parecía creer lo mejor de todo el mundo. Las cosas serían mucho más sencillas si Derek... ¿Sería posible convencerse a uno mismo de que tenía que enamorarse de alguien porque era la persona que le convenía?


Vanessa hizo todo lo posible para conseguirlo. Cuando Derek la llamó para ir al cine, aceptó inmediatamente. Le invitó a ir a su casa y observó con ternura cómo trataba a su abuela. Una serie de derrames cerebrales habían dejado a su abuela con serias discapacidades, pero Derek no pareció fijarse en eso. No le gritaba como si estuviera sorda, que no lo estaba, ni le hablaba como si pensara que no pudiera entenderle. No, la trataba con dignidad y respeto y cada vez que iba a visitarla, Helen parecía resplandecer. A Vanessa le encantaba que Derek la tratara como si fuera su propia abuela.


Bruno Morgan fue de visita un fin de semana. Estando con él, Vanessa comprendió por qué era Derek como era. Había crecido junto a un padre que le quería y le aceptaba: Bruno trataba a su hijo con afecto y orgullo y no vaciló a la hora de abrir su corazón a Vanessa y a su abuela.

Bruno: Eres la chica más guapa que me ha presentado Derek -le dijo a Vanessa-.

Derek: Papá, es la única chica que te he presentado.


En agosto, un mes en el que hacía tanto calor que ni los grillos cantaban, Derek instaló un columpio en el porche de casa de Vanessa y pasaban muchas veladas allí, meciéndose y esperando que se levantara la brisa. Vanessa estaba empezando a pensar que jamás se movería de aquella casa. Después de la muerte de su abuelo, todavía continuaba conservando su sueño, pero la enfermedad de su abuela le había dado el golpe definitivo. Se quedaría en Avalon porque su abuela la necesitaba. Vivirían juntas e intentarían salir adelante lo mejor posible. Como su abuela ya no podía subir escaleras, pusieron su dormitorio en el piso de abajo y, de esa manera, Vanessa tenía todo el piso de arriba para ella. A veces fingía que estaba en un loft en el SoHo, pero cuando los grillos comenzaban a cantar o se oía el aullido del coyote, recordaba que estaba en Avalon.

Derek: Se está muy bien aquí -dijo deslizando un brazo por sus hombros-.

Vanessa sonrió ante la ironía de la situación.

Ness: Sí, eso estaba pensando yo.

Derek: Voy a echarte mucho de menos.

Ness: ¿Tienes miedo?

Derek: Supongo que estoy un poco nervioso, pero no, no tengo miedo -sonrió-. Sé que mi próxima misión será más intensa porque iré como ranger, pero no tengo miedo -su sonrisa desapareció-. Lo que de verdad me asusta es dejarte.

Ness: ¿Por qué?

Derek: Porque ahora estamos muy bien y no quiero que nada cambie.

Ness: Todo cambia, los dos lo sabemos.

Derek: Pero si estuviéramos juntos, cambiaríamos y creceríamos al mismo tiempo -se rió de sí mismo-. Lo sé, es una tontería. Es posible que te vayas de aquí y te conviertas en una completa desconocida.

Ness: No voy a ir a ninguna parte. Mi abuela necesita que me quede a su lado. Tienes que comprenderlo, Derek, jamás la dejaré.

Derek se inclinó hacia delante y le dio un beso en la frente.

Derek: Tiene mucha suerte al tenerte a ti. Y yo también.

En ese momento, Vanessa se sintió muy afortunada. Una luna casi llena brillaba en el cielo y su luz plateada iluminaba aquel rostro que había llegado a ser tan querido para ella. Era una suerte poder contar con una persona como Derek, alguien que la amaba de manera incondicional y cuya principal preocupación era tener que separarse de ella.


Durante el resto del mes, Zac estuvo observando cómo iba afianzándose la relación entre Derek y Vanessa. Intentaba alegrarse por ellos, pero como no lo conseguía, se conformaba con fingir que no le importaba. Salía con las chicas del campamento, bebía mucho, apenas dormía y evitaba a su mejor amigo. Y, poco a poco, el verano iba llegando a su fin. Zac contaba los días que faltaban para que Derek, Vanessa y él se separaran.

Cuando faltaba una semana para que se celebrara el Día del Trabajo, se celebró la fiesta tradicional de los empleados en el campamento. Los monitores y los trabajadores tenían que competir en diferentes juegos organizados por los campistas. Zac participó en el campeonato de tenis, y ganó con facilidad la ronda de preliminares. En la última ronda, su oponente era Derek. Genial, pensó. Tendría que competir con su mejor amigo para ganar el título. Y lo peor de todo era que Vanessa había ido a verlos. Estaba sentada en las gradas, con Ashley. Llevaba un sombrero de ala ancha, estaba bebiendo una limonada e incluso desde aquella distancia podía oír su risa.

Desde el momento en el que abrió el servicio, supo que aquello iba a ser un castigo. Cada uno de sus tiros estaba destinado a castigar a Derek, lo cual era una tontería, puesto que Derek era su mejor amigo. Derek también era un buen jugador. Había recibido clases y había practicado con Zac desde que eran niños. Pero Derek se había quedado a la chica y Zac no tenía nada, salvo su genio y su habilidad en el tenis, que utilizó sin piedad. Estuvo haciendo correr a Derek por la cancha hasta ver que tenía el rostro y la camiseta empapados en sudor. Ganó dos sets, le hizo acercarse a la red y le derrotó con un último saque. Al final, se estrecharon las manos en la red, pero Zac no fue capaz de mirar a los ojos a su mejor amigo.

Tomó posesión del trofeo, una fuente de plata, pero mientras lo sostenía, Derek se alejó con la chica. Para sorpresa de Zac, Philip Hudgens se acercó a felicitarle. Era el hijo mayor de los propietarios del campamento y amigo también de los padres de Zac, lo que le hizo recelar a éste inmediatamente.

Philip: Yo también gané ese título. Fue en 1977.

Zac: Eh, es un honor, señor.

El señor Hudgens miró entonces a Derek, que estaba a la sombra con Vanessa. Ésta se había quitado el sombrero. Derek, con la toalla al cuello, hablaba animadamente con ella.

Philip: ¿Quién ese esa chica? Me refiero a la que está con tu oponente.

Zac se encogió de hombros, como si no le importara.

Zac: Una chica. Se llama Vanessa, creo. ¿Por qué lo pregunta?

Philip: Me recuerda a alguien, eso es todo. A alguien que conocí hace tiempo -se volvió hacia Zac-. Alguien a quien miraba como tú la miras a ella.

Zac: Yo no...

Philip: Por supuesto que no -le interrumpió-. En una ocasión, cometí el error de dejar que la chica se marchara sin pelear por ella. Todavía sigo arrepintiéndome de no haberlo hecho.

Aunque no quería admitirlo, ni siquiera para sí, aquella sugerencia continuó persiguiendo a Zac durante muchos días. «Dile la verdad», decía una voz en su interior, «dile la verdad, porque la verdad nunca puede hacer daño a nadie. Dile la verdad antes de que pierdas la oportunidad de hacerlo».

Al final del verano, Derek tuvo que abandonar Avalon para dirigirse al fuerte Benning, en Georgia. Ni siquiera pudo quedarse a la ceremonia de clausura del campamento. Vanessa sabía que tendrían que pasar por lo menos ocho semanas antes de que pudiera volver a verlo. Le había llamado a su casa desde la cabina del campamento para avisarle de que tenía algo que pedirle, algo que decirle. Vanessa sospechaba que ya sabía lo que era y no estaba muy segura de cómo se sentía al respecto. Cuando llegó el momento de despedirse de Derek, estaba inexplicablemente nerviosa.

Ness: Te acompañaré a la estación -le dijo cuando se encontraron en la puerta de la panadería-.

Derek tomó su bolsa de lona con una mano y le pasó el brazo libre por los hombros. Durante el verano, había dejado que le creciera el pelo, pero continuaba teniendo el cuerpo musculoso de un soldado.

Ness: No soy capaz de imaginarte con un arma.

Derek: Eso es lo que dice mi padre.

Ness: Me cuesta creer que te vayan a enseñar a matar.

Derek: Me van a enseñar a hacer otras muchas cosas. Entre otras, a sobrevivir y vivir en mi país.

Vanessa se arrepintió inmediatamente de sus palabras. Derek se había alistado al ejército para poder estudiar, para poder labrarse un futuro. No tenía derecho a cuestionar su decisión.

Ness: Lo sé, lo siento. Estás haciendo algo muy importante y van a tener la suerte de contar contigo.

Derek: Es bonito que al menos alguien lo crea. Intentaré recordarlo cuando esté pidiendo piedad durante los entrenamientos -se detuvo junto a un banco que había en la entrada de la estación-. Espera un momento, ¿quieres?

Era una zona muy cuidada, diseñada para recibir a los visitantes de Avalon. Los olmos y los arces formaban un arco sobre la calle principal, que estaba bordeada de lechos de flores. En aquel momento, un grupo de cuervos revoloteó sobre sus cabezas y se posó después sobre un árbol.

Derek: Tengo que preguntarte algo -dejó su bolsa en el suelo-.

Vanessa dejó de caminar y miró a su alrededor, sin estar muy segura de lo que estaba buscando. Lo único que vio fue el lugar en el que había vivido durante toda su vida, las tiendas y los grupos de turistas que se concentraban en la plaza principal. Miró después a Derek. Había en sus ojos una intensidad y algo más que no podría haber ignorado aunque hubiera querido hacerlo. Era amor. Derek la amaba. Podía verlo en la luz que iluminaba sus ojos cuando la miraba y en la ternura de su sonrisa, una sonrisa especial, dedicada únicamente a ella.

Derek: Quiero casarme contigo, Vanessa -dijo sin preámbulo-.

¿Casarse? A Vanessa se le secó la boca y se le cerró la garganta. Era incapaz de decir nada. Probablemente no era ésa la reacción que Derek estaba buscando. Por supuesto, eran muchos otros los sentimientos que había dentro de ella. Euforia por una parte, al saber que había alguien dispuesto a pasar el resto de su vida a su lado. Pero había también miedo, porque Derek confiaba en ella con todo su corazón.

A Derek no pareció inquietarle su silencio. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita que Vanessa reconoció inmediatamente, era de la tienda de los Palmquist.

Derek: Sé que no podemos casarnos ahora mismo, pero quiero que aceptes esto -le dirigió la más adorable y tímida de las sonrisas mientras le mostraba un fino aro de oro con un diamante diminuto en el centro-. No podía permitirme nada mejor, espero que te guste.

Ness: Claro que me gusta, Derek. Yo...

Derek se inclinó entonces y la besó, y Vanessa se sintió segura entre sus brazos, como si nada pudiera volver a hacerle daño. Oyó la llegada del tren desde el norte. Le oyó sisear y detenerse con un silbido. El ruido del tren sobresaltó a los cuervos, que salieron volando en todas direcciones.

Derek: Ya sé que somos muy jóvenes -susurró-, pero sé lo que quiero y sé también que puedo hacer que funcione. Dentro de veinticuatro meses, podré dejar el ejército. Viviremos aquí, en Avalon, y yo podré cambiar de universidad. Así no tendrás que dejar a tu abuela.

Vanessa no pudo evitar una sonrisa.

Ness: Mi abuela te adora. Cuando se entere de esto, te declarará candidato a la santidad.

Derek: No soy ningún santo. Aunque tu abuela fuera una auténtica bruja, la querría por el mero hecho de ser tu abuela -y, sin más, deslizó el anillo en su dedo-. Mira, te queda perfecto.

Vanessa bajó la mirada hacia su mano, hacia el brillo que desprendía el diamante.

Ness: Es verdad -se mostró de acuerdo-, me queda perfecto. Pero dos años es mucho tiempo.

Derek: Llevo queriéndote mucho más tiempo. Dos años no son nada. Esta decisión no la he tomado de un día para otro. Llevo mucho tiempo pensando en casarme contigo.

Ness: Yo no -confesó-.

Derek: Lo sé -la estrechó contra él. Su pecho se expandió cuando tomó aire-. Te estoy pidiendo que hagas un acto de fe. Te estoy pidiendo que confíes en que te quiero, y en que todo saldrá bien.

**: Primera llamada a los pasajeros -se oyó decir a una voz por los altavoces-. Primera llamada para el tren del sur.

Vanessa cerró los ojos. Se imaginaba a sí misma al borde de un precipicio, temblando, a punto de saltar al vacío en un acto de fe. En contra de su voluntad, pensó en Zac. Pero cómo no iba a pensar en él, cuando era la única persona que podía hacerla cambiar de opinión en aquel momento. Si Zac hubiera dicho algo, si hubiera dado la más mínima señal de que sentía algo por ella, todo habría cambiado. Pero desde la noche de los fuegos artificiales, se había mantenido a distancia. E incluso parecía haber hecho todo lo posible por asegurarse de que supiera con cuantas chicas quedaba. Ésa era la señal que estaba buscando, se dijo. No era la que a ella le habría gustado ver, pero Zac le estaba diciendo, alto y claro, que no quería salir con ella.

Derek le enmarcó el rostro entre las manos y debió ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.

Derek: Todo saldrá bien -dijo, confundiendo el motivo de sus lágrimas-. Volveré antes de que te des cuenta. Viviremos aquí y cuidaremos de tu abuela durante todo el tiempo que haga falta, te lo prometo.

Vanessa no sabía cómo contestar a eso.

Derek tenía unos ojos tan bondadosos, y una naturaleza tan generosa... Y, lo más importante de todo, sabía que nunca le destrozaría el corazón. Era el chico perfecto para ella: leal, cariñoso y completamente entregado.

**: Última llamada para los pasajeros -insistió aquella voz enlatada-. Última llamada para los pasajeros al tren del sur.

Derek: Tengo que irme -le tomó la mano izquierda y cerró los dedos a su alrededor-. Te llamaré en cuanto tenga oportunidad. Y te escribiré todos los días.

Ness: Suerte -dijo luchando contra las lágrimas-. Cuídate.

Derek: Lo haré.

Ness: Prométemelo, Derek, haz todo lo posible para que no te pase nada.

Derek: Te lo prometo.

Sonó un silbido. Derek se inclinó para besarla, agarró la bolsa y entró corriendo en la estación. Vanessa le vio salir al otro lado de las verjas de hierro forjado, en el andén. Derek subió al tren y se volvió para despedirse de ella por última vez. Mientras el tren se alejaba, iba dejando tras él una nube de polvo.

Vanessa permaneció en el parque, delante de la estación, con la mirada clavada en el espacio que había dejado el tren. El aire olía a calor y a carbonilla y los sonidos llegaban hasta ella extrañamente amortiguados: el sonido del tráfico, las voces de la gente que pasaba a su lado. Al cabo de unos segundos, se sentó en uno de los bancos del parque y acarició el anillo con el dedo. «¿Qué he hecho?, se preguntaba a sí misma una y otra vez, «¿qué he hecho?».

Perdió el sentido del tiempo. Podían haber pasado minutos u horas. Las sombras de la tarde se deslizaban sobre ella. El reloj de la torre del ayuntamiento marcó la hora. Al final, Vanessa se levantó y se secó las manos en la falda. Sería mejor que volviera a casa. Su abuela podía preocuparse.

Pero su abuela no parecía preocupada cuando llegó. Estaba esperando, con el pelo recién peinado por la enfermera que cuidaba de ella cada día.

Vanessa se sentó enfrente de ella, todavía desconcertada por lo ocurrido, y le enseñó el anillo.

Ness: Derek me ha regalado esto. Quiere que nos casemos.

Helen: Sí, lo sé. Me pidió permiso para hacerlo -la sonrisa de la abuela era torcida por culpa de las secuelas que había dejado el derrame cerebral en su rostro, pero sus ojos brillaban de felicidad-. Es maravilloso. Siempre he deseado que encontraras a alguien que te mirara como te mira ese chico. Es evidente que quiere hacerte feliz.

Ness: Eso me temo. Pero yo no estoy segura de si le quiero tanto como para casarme con él.

Vanessa tenía sueños, aspiraciones, y no sabía si aquel compromiso la acercaba a ellos.

Ness: Todavía no he dicho que sí.

Helen: Derek es un buen hombre. Es como nosotros, no es un chico rico al que no le preocupe destrozarte el corazón.

Ness: De lo que quiero asegurarme es de no destrozárselo yo a él.

Sentía la enorme responsabilidad de hacer feliz a otra persona, de compartir la vida con ella. No sabía si sería capaz de hacerlo. Derek, sin embargo, parecía creerla capaz. Él creía en ella.


Cuando Zac llegó a casa de Vanessa, la vio sentada en el porche, escribiendo en una libreta de espiral. Estaba tan concentrada que no lo vio mientras aparcaba y salía del coche, dejando la puerta medio abierta.

Vanessa alzó la mirada y, por un instante, Zac tuvo la certeza de haber visto la alegría en sus ojos, antes de que se pusiera en guardia. Después, Vanessa cerró la libreta y se levantó.

Ness: Zac, ¿ocurre algo?

Zac continuó ante los escalones y alzó la mirada. La tensión de su pecho finalmente cedió. Aquella pregunta le resultaba irónica, porque llevaba todo el verano ocurriéndole algo y al final había averiguado la manera de solucionarlo. En realidad, era muy sencillo. Estaba enamorado de aquella chica de ojos castaños a la que conocía desde que eran niños. Por supuesto, la situación no era fácil, porque estaba Derek de por medio, pero por lo menos eso ya había terminado. Derek se había ido en el tren esa misma mañana.

Zac había pasado por un infierno, intentando convencerse de que lo que sentía por Vanessa no era amor, pero ya había decidido poner fin a todo aquello. Se reunió con ella en el porche y le tomó la mano.

Zac: He venido a hablar contigo sobre algo -hablaba en voz baja, y ligeramente ronca. Se aclaró la garganta-. Es bastante importante -para él lo era, y esperaba que también para ella-. Quiero decirte que estoy...

Sonó entonces el silbido del tren, ahogando sus últimas palabras. Al final de la calle, se encendieron las luces rojas y comenzaron a bajar las barras del paso a nivel que daban acceso a las vías. Un coche que se dirigía hacia el centro del pueblo, aceleró, intentando claramente conseguir cruzar las vías antes de que terminara de cerrarse el paso a nivel. Zac se tensó mientras veía cómo las barras estaban a punto de caer sobre el coche. Qué estúpido, pensó Zac, aquellas prisas podían haberle costado la vida.

Pasó aquel momento de tensión y se volvió de nuevo hacia Vanessa.

Zac: Lo siento, lo que quería decirte es...

Ness: Yo también quiero decirte algo -le interrumpió con delicadeza, y apartó su mano-.

Sólo en ese momento se dio cuenta Zac de que Vanessa tenía la mano helada, a pesar de que aquél era uno de los días más calurosos del verano. Vanessa tragó saliva e hizo una mueca, como si le doliera el esfuerzo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

Ness: Derek se ha ido hace un rato.

Zac asintió. Se había despedido de él la noche anterior. Las cosas habían estado muy tensas entre ellos aquel verano, pero habían sido amigos íntimos durante toda su vida. Zac no podía menos que creer que eso significaba algo. Esperaba con todas sus fuerzas que Derek fuera capaz de perdonarle que se hubiera enamorado de la chica que le gustaba.

Ness: A lo mejor él ya te lo ha dicho... -continuó diciendo-.

Zac: ¿Decirme qué?

Ness: Que él y yo... Me ha pedido que me case con él.

Muy bien, pensó Zac. Sencillamente, perfecto. Aquello tenía que ser una broma.

Vanessa giró el anillo que llevaba en el dedo.

Ness: De todas formas, yo pensaba... -se le quebró ligeramente la voz-.

No estaba bromeando. Zac se obligó a concentrarse en lo que Vanessa le estaba diciendo. Iba a casarse con Derek. Iba a convertirse en la esposa de su mejor amigo. Se obligó a endurecerse, porque no quería sentir nada, ni dolor, ni desilusión, ni rabia.

Zac: Eso está bien -dijo con la voz completamente inexpresiva-. Felicidades.

Vanessa asintió, con los ojos todavía llenos de lágrimas.

Ness: Gracias. Eh, has dicho que querías hablarme de algo, ¿verdad?

Zac soltó una carcajada, mientras agradecía a Dios el haber mantenido la boca cerrada.




¡Vanessa y Derek se casaron! 😮
¡El próximo es muy interesante!

¡Gracias por leer!


domingo, 18 de junio de 2017

Capítulo 16


Miley había crecido rodeada de grandes expectativas sobre ella, pero siempre había tenido la sensación de que no estaba a su altura y, de vez en cuando, se llevaba algún chasco sobre sí misma. De modo que el trabajo en la panadería estaba siendo toda una revelación. Le gustaba y se le daba bien, algo completamente inusual en ella. Aquello le hizo ser consciente de que quizá el problema no fuera suyo. A lo mejor el problema era que estaba intentando satisfacer las expectativas de los demás.

Troy: Pareces contenta -dijo descargando las bandejas-.

Miley: Y lo estoy -contestó, saliendo al callejón con él-. Sé que puede parecer una locura, pero me gusta trabajar aquí. Me gusta como huele, me caen bien mis compañeros de trabajo, los clientes. Sí, me gusta trabajar en una panadería.

Troy contestó con una sonrisa.

Troy: Tienes razón, es una locura.

Miley: En ese caso, es una locura buena. ¿Sabes? Lo más curioso de todo es que he tenido muchos trabajos y ninguno me ha gustado. Cuando estaba en mi antiguo colegio, teníamos que rotar por diferentes trabajos, pero todos ellos eran trabajos relacionados con alguna carrera universitaria. Jamás se les habría ocurrido enviar a alguien a una panadería.

Troy bajó la puerta trasera de la furgoneta y la cerró. Habían decidido pasar el día de descanso dando un paseo, porque Miley quería hacer algunas fotografías. Cuando empezaron a caminar, Troy sacó un cigarrillo del bolsillo, pero Miley se lo arrancó de la mano antes de que hubiera podido encenderlo.

Troy: Genial, así que eres una no fumadora radical.

Miley: Ex fumadora -admitió-.

Troy: ¿Tú, ex fumadora?

Miley sabía lo que estaba pensando. Tenía el aspecto de la típica niña buena. Una niña incapaz de hacer nada malo. Ésa era la razón por la que estaba acostumbrada a salirse de rositas de todas sus diabluras.

Miley: Y lo más estúpido del caso es que no sólo sabía que fumar podía matarme, sino que mis padres se volverían locos si se enteraban.

Troy: ¿Y funcionó? ¿Conseguiste volverles locos?

Miley: No -contestó con una risa cargada de amargura-. Consiguieron hacerlo ellos solos. Terminaron divorciándose. A mí, sencillamente, me ignoraron.

La verdad era que cuando una pareja estaba haciendo aquella ruptura emocional, los hijos quedaban relegados a un segundo plano.

Se detuvieron en el parque, ideal en aquel momento para un estudio en blanco y negro: la verja de hierro forjado, los bancos y las mesas se recortaban contra un fondo nevado. También se perfilaban contra el fondo las barras de los columpios y la estatua de granito del fundador de Avalon. Miley sacó la cámara. Troy tomó el cigarrillo y lo encendió.

Miley no se dejó impresionar, aunque no pudo evitar pensar que Troy estaba muy atractivo con aquella pose de chico malo.

Miley: Apóyate contra ese árbol. Te haré una fotografía.

Troy se encogió de hombros y obedeció. Estaba acostumbrándose a las fotografías de Miley y ya conseguía relajarse delante de la cámara.

Miley hizo unas fotografías más. Troy tenía un rostro interesante, de estructura angulosa que contrastaba con sus labios llenos y con un pelo liso y muy claro. Coronado por el humo del cigarro, su semblante parecía intenso, y, por alguna razón, triste.

Miley: Una auténtica pose de Rebelde sin causa -comentó mientras capturaba su perfil-.

Troy tenía la mirada clavada en la distancia.

Troy: ¿Qué es eso?

Esa era otra de las cosas a las que Miley tendría que acostumbrarse. Entre los compañeros de su antiguo colegio, eran habituales las referencias a libros y películas clásicas. Desde que estaba en Avalon, eran muchas las cosas que tenía que explicar.

Miley: Es una película antigua sobre un chico de clase media que muestra una actitud rebelde sin ningún sentido -un argumento que le resultaba inquietantemente familiar-. Y, por cierto, ese adolescente también estaba enganchado al tabaco.

Troy: ¿Tú cómo conseguiste dejarlo?

Miley: Conocí a alguien el verano pasado.

Bajó la mirada. De pronto sentía unas ganas inmensas de sonreír.

Troy: ¿Un novio?

Miley: No, que va.

Desde luego, Jake era un chico suficientemente atractivo como para considerar la posibilidad de salir con él, pero, al igual que Miley, cuando se habían conocido, ninguno estaba buscando una relación.

Miley: Trabajábamos juntos en el campamento Kioga -le explicó a Troy-. Pero él volvió a California.

Era un chico absolutamente maravilloso, pero tenía una vida muy triste. Miley y él continuaban en contacto por correo electrónico. Se escribían todos los días, en una ocasión, se habían escrito hasta seis veces, pero no podía decir que fuera su novio.

Miley: Lo único que él quería era ir a la universidad y convertirse en piloto -le explicó a Troy-. En cualquier caso, fue él el que me hizo darme cuenta de que fumar era una tontería. Quemamos mi último paquete de tabaco haciendo una especie de ritual. Gracias a él conseguí darme cuenta de que lo único que estaba consiguiendo al fumar era hacerme daño a mí misma.

Troy: Si estás esperando que te diga que has conseguido convencerme y que yo también voy a dejarlo, te equivocas.

Miley: No espero que hagas nada.

Pero sería bonito, pensó Miley, puesto que para ella había sido un momento crucial en su vida el dejar el tabaco y los porros. Un momento decisivo con el que podría haber sellado su etapa de rebelión adolescente. Pero no había sido así porque al final su vida se había convertido en un caos. Miley era consciente de que no era ninguna coincidencia el que hubiera comenzado a tener relaciones sexuales con Logan O'Donnell el mismo día que su madre había anunciado que se iba a trabajar a Europa.

Troy: Mi padre también iba al campamento Kioga.

Miley: No lo sabía.

Troy: Sí, hace mucho tiempo.

Miley bajó la cámara y se estremeció. Cuando la madre de Sarah, Ashley Tisdale, le había preguntado que si había ido al médico, se había sentido como un cervatillo paralizado ante los faros de un coche. Y, por supuesto, su propia reacción la había traicionado.

Había intentado disimularlo diciendo que no entendía a qué se refería. Ashley no había querido presionar. En cambio, le había escrito un número de teléfono en un papel y se lo había tendido.

Ash: Supongo que siendo nueva en el pueblo, no te resultará fácil encontrar un buen médico.

De momento, Miley había marcado aquel número tantas veces que se lo había aprendido de memoria. Pero en cuanto una voz contestaba «consulta del doctor Benson», colgaba, aunque sabía que se estaba comportando como una estúpida y que cada día que pasaba se limitaban sus opciones.

Troy: ¿Estás bien? Te has puesto muy pálida.

Miley: ¿De verdad?

Troy: ¿Te pasa algo?

Y, por algún motivo, aquella pregunta hizo que se moviera algo dentro de ella. Durante mucho tiempo, Miley había estado ejerciendo un control absoluto sobre sí misma. Cualquiera que la mirara, vería en ella una adolescente normal, una estudiante, pero bajo aquella cuidada superficie, se escondía una chica histérica al borde de la locura. Sintiéndose de pronto liberada, comenzó a reír, y cuanto más estupefacto parecía Troy, más divertido le parecía.




Qué cortito 😅
El siguiente será más larguito 😉

¡Gracias por leer!


miércoles, 14 de junio de 2017

Capítulo 15


El plan de trasladarse a Nueva York no le parecía real ni a la propia Vanessa. Uno de los motivos, admitió, podía ser que le estaba costando mucho marcharse. Tenía miles de asuntos de los que ocuparse y una gran parte de ellos tenían que ver con las propiedades de su abuela, con la casa y la panadería. Era sorprendente lo mucho que se tardaba en averiguar cómo sustituir objetos y documentos en los que ni siquiera había pensado nunca, como su certificado de nacimiento, la tarjeta de la seguridad social o toda la documentación bancaria. Se sentía como si tuviera una tortícolis en el cuello, a fuerza de tratar con personas que no parecían tomarse muchas molestias para ayudarla.

En el despacho que tenía encima de la panadería, había separado los documentos en diferentes grupos. Por algún motivo, mantener aquel orden la hacía sentirse menos ansiosa. Y, definitivamente, también hacía que estuviera comenzando a preocuparse por la posibilidad de ser una excéntrica.

Por supuesto, Vanessa sabía que no se estaba volviendo una excéntrica en absoluto. Estaba alargando los tiempos, estaba postergándolo todo, incluso el tan soñado viaje a Nueva York porque estaba evitando algo.

Pero ya estaba bien, se dijo, mientras agarraba la chaqueta y el bolso. Retrasar el momento no iba a hacerlo más fácil. Quince minutos después, estaba llamando a la puerta de la casa de Alger. Era una enorme casa estilo ranchero, con vistas al lago. Desde la distancia, parecía enorme e imponente, pretenciosa incluso. Sin embargo, al verla de cerca, Vanessa advirtió que comenzaba a descascarillarse la pintura, tenía incluso un aire de negligencia. Quizá aquella dejadez había comenzado cuando la mujer de Matthew se había ido años atrás, repentinamente y sin dar ninguna explicación. Ésa era una de las razones por las que Vanessa sentía una conexión especial con Troy. A los dos les había abandonado su madre.

Nadie abrió la puerta y Vanessa se sintió por ello aliviada y frustrada al mismo tiempo. Aquello le permitiría seguir aplazándolo. No tenía por qué hacerlo aquel día. Llamó por última vez. Nada, no había nadie en casa, estaba todo a oscuras. Pero cuando estaba regresando a su coche, la puerta se abrió.

**: ¿Vanessa?

Apareció Troy Alger con aspecto de acabar de levantarse de la cama, tenía el pelo revuelto y las mejillas sonrojadas.

Troy: ¿Ha pasado algo?

Ya estaba, pensó Vanessa. Había llegado el momento.

Ness: Necesito hablar contigo, Troy.

Troy: Claro. Si quieres puedo ir a la panadería y...

Ness: Ahora.

Troy: De acuerdo. Déjame ir a por mis botas.

Ness: No tienes por qué calzarte. Podemos hablar en tu casa.

Troy: Pero...

Ness: Es importante.

Desde que había tomado la decisión de trasladarse a Nueva York, Zac le había estado dando clases de autodefensa. Una de las técnicas básicas era la seguridad en uno mismo. Enfrentarse a cualquier situación como si uno llevara siempre las riendas y, de esa forma, nadie cuestionaría su autoridad. Intentando poner a prueba aquella idea, empujó la puerta y entró en la casa.

La casa estaba helada y sus pasos resonaron en la estancia vacía. Se detuvo un momento, olvidándose de la necesidad de mostrarse segura.

Ness: Eh, ¿hay algún lugar en el que podamos hablar? ¿Dónde tienes el ordenador? Quiero enseñarte algo.

Troy parecía a punto de vomitar. Posiblemente, a esas alturas ya era consciente de los motivos de la visita de Vanessa.

Troy: Eh... mi ordenador no funciona.

Probablemente, Vanessa podría arreglárselas sin él.

Ness: No importa. En ese caso, vamos a sentarnos a alguna parte.

Con los hombros hundidos, Troy se volvió hacia la cocina, donde una luz grisácea se filtraba por las ventanas, sucias y sin cortinas. El mostrador estaba lleno de cajas de la panadería. Al advertir la mirada de Vanessa, Troy se disculpó:

Troy: Siempre son sobras del día anterior, te lo juro. Es lo único que traigo a casa.

Vanessa estaba cada vez más confundida. Aunque nunca había estado en casa de los Alger, el estado en el que se encontraba la impactó. Hacía un frío glacial y apenas había muebles. A lo mejor era la falta de un toque femenino lo que le impresionaba, intentó decirse.

Pero no, no era eso. Incluso Greg Cyrus mantenía la casa caliente. Y Zac, el soltero que desayunaba bollería industrial, tenía la casa amueblada.

Ness: Troy, ¿va todo bien?

Troy señaló un par de taburetes que había al lado del mostrador.

Troy: Podemos sentarnos aquí.

Ness: No me has contestado, ¿va todo bien?

Troy: Sí, claro, todo va bien.

Vanessa sacó un CD del bolso y se lo tendió.

Ness: Esto es lo que quería enseñarte -no había un ordenador en la cocina. Y sospechaba que tampoco en el resto de la casa-. Pero no hace falta que lo veas si no quieres. Es un vídeo de seguridad de la panadería. Sospecho que sabes lo que es.

Troy la miró alarmado, e inmediatamente hizo un esfuerzo visible por recobrar la compostura.

Troy: No sé de qué estás hablando.

Ness: Claro que lo sabes, Troy -le resultaba difícil hablar. Se sentía fatal-. Yo soy la única que ha visto esto. No reviso las grabaciones todos los días, así que no sé cuántas veces ha podido repetirse esta escena, pero la cámara no miente. Cuando he visto esto, me he sentido como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.

Había revisado la cinta una y otra vez, segura de que había cometido un error. Pero no, Troy había actuado intencionadamente. De hecho, incluso había colocado el carrito de las bandejas delante de la cámara. Lo que él no sabía, porque no lo sabía nadie, salvo ella, era que había otras dos cámaras apuntando hacia el mostrador.

Ness: Ayúdame a acabar con esto, Troy -le pidió-. Por favor, quiero entender lo que ha pasado.

El rostro de Troy estaba blanco como la nieve y sus ojos tenían un brillo vidrioso. Parecía haberse convertido en una estatua.

Pero al final, inclinó la cabeza y comenzó a hablar.

Troy: Estamos arruinados -admitió-, aunque se supone que nadie debería saberlo.

Por supuesto que no, pensó Vanessa con amargura. Matthew Alger era un hombre orgulloso y un aspirante a la alcaldía. Imaginaba que un hombre así era perfectamente capaz de arriesgar la propia seguridad de su hijo para guardar las apariencias.

Ness: Si te sirve de consuelo, no creo que nadie lo sepa.

Troy: Por favor, no le digas nada a nadie -le suplicó-. Si sabe que lo he contado, me matará -señaló la prueba que Vanessa tenía en la mano-. Pretendía reponer todo lo que me había llevado en cuanto pudiera -pareció encogerse-. ¿Se lo vas a decir a Zac?

Aquella pregunta la sorprendió a Vanessa. La verdad era que en ningún momento había pensado en contárselo a Zac.

Ness: Jamás haría una cosa así. No sé qué te ha pasado, Troy, pero sé que tiene que haber una explicación y he venido a oírla.

Troy clavó la mirada en el suelo. Parecía estar terriblemente avergonzado. No era un mal chico y Vanessa lo sabía. Pero era evidente que tenía un serio problema.

Ness: ¿Troy? -le preguntó en un susurro-.

Troy: Él... mi padre sigue diciendo que tiene un plan, que tengo que tener paciencia y que todo saldrá bien. Eso es lo único que sé, te lo juro por Dios.

Vanessa intentaba imaginarse cómo habría llegado un hombre como Matthew a hundirse en aquel agujero. No parecía un hombre aficionado a las drogas y al alcohol, pero había personas capaces de esconderle a todo el mundo sus problemas.

Troy: Juega por Internet -musitó, como si le hubiera leído el pensamiento-. Es adicto al juego o algo así. Ya sé que parece una locura, pero no puede evitarlo. Gana un poco y después pierde mucho más. Todo empezó en el último otoño y desde entonces las cosas sólo han empeorado. Así que, en realidad el ordenador funciona. De hecho, es una de las pocas cosas que todavía no ha empeñado o vendido.

Ness: Lo siento.

Tenía una vaga idea sobre la existencia de aquella adicción, lo que no sabía era que la gente podía llegar a tales extremos.

Ness: No sé qué decir, salvo que tienes que intentar convencer a tu padre de que necesita ayuda para solucionar ese problema. No puedes comprometerte tú para protegerle a él. Lo comprendes, ¿verdad, Troy?

Troy: Él no sabe que robé dinero de la panadería. Pero lo necesitaba para pagar la cuenta del gas.

Ness: Te diré lo que vamos a hacer. Déjame echarle un vistazo a esas facturas. Me haré cargo de ellas para que no tengas que pasar tanto frío.

Troy: No debería dejar que...

Ness: Pero vas a hacerlo, así que será mejor que no perdamos el tiempo discutiendo.

Troy tomó aire y pareció ceder parte de su tensión. Al ver su expresión, a Vanessa se le llenaron los ojos de lágrimas. Aquel chico necesitaba alguien que le comprendiera, alguien que mostrara un mínimo de compasión por él.

Ness: Troy, ¿cuándo hablaste por última vez con tu madre?

Troy: No hablamos -contestó precipitadamente-. Ella ya tiene una nueva vida en California. Va a tener un bebé. Y no pienso hablarle de nada de esto.

Vanessa apretó los dientes con un gesto de frustración.

Ness: Quiero ayudarte, Troy, pero necesito un poco de colaboración por tu parte. Para empezar, tienes que prometerme que hablarás con tu padre y le dirás que necesita ayuda.

Troy: ¿Pero piensas que no lo he hecho ya?

Ness: Continúa haciéndolo. No renuncies tan pronto, Troy.

Troy: Muy bien -contestó, parecía cansado. De pronto, aparentaba muchos más años de los que tenía-. Pero sé lo que me va a decir. Que sólo necesita tiempo, que está a punto de tener un golpe de suerte y en cuanto lo consiga, ya no tendrá que preocuparse por nada.

Por lo menos, en aquella ocasión, Troy alzó los ojos hacia ella. Aquellos ojos extraordinariamente claros guardaban un mundo de dolor.




Pobre Troy... 😟

¡Gracias por leer!


sábado, 10 de junio de 2017

Capítulo 14


1993

Ash: He tomado una decisión -les dijo a sus amigos, que habían estado esperándola en la puerta de la clínica mientras ella hablaba con la psicóloga-. Voy a tener el niño.

Vanessa, Derek y Zac permanecían sentados en silencio en el Volvo que conducía Zac. Como monitor del campamento, aquel año tenía derecho a disponer de un coche. Tanto a él como a Derek les habían dado permiso para tomarse la tarde libre. La brisa del río se filtraba por las ventanas del turismo y en la radio sonaba Alive, de Pearl Jam. Los tres llevaban casi una hora esperando a Ashley y Vanessa imaginaba que debían estar retorciéndose por dentro, aunque en realidad, ni siquiera se habían movido. Las chicas embarazadas y los centros de planificación familiar no solían ser los temas favoritos de los chicos, eso estaba más que claro. En cuanto a Vanessa, recibió la noticia con una mezcla de emociones, pero, por el bien de Ashley, sonrió mientras se corría en el asiento para dejarle sitio a su amiga.

Ness: Muy bien. En ese caso, felicidades.

Zac colocó el espejo retrovisor.

Zac: Poneos los cinturones -les pidió, y las chicas obedecieron-.

Vanessa continuaba mirando a Ashley, intentando imaginar lo que sentía. Ashley, por su parte, mantenía la mirada clavada en su regazo. Unos segundos después, sacó uno folleto del bolso y comenzó a leerlo. Sólo tenía quince años. Quince. Ni siquiera tenía edad para sacar el carné de conducir y, sin embargo, muy pronto tendría un bebé del que ocuparse durante veinticuatro horas al día sin contar con la ayuda de ningún padre. E iba a tenerlo de verdad. Vanessa había visto documentales sobre el embarazo y el parto en la clase de Ciencias Naturales y no tenía ninguna gana de experimentar nada parecido. La mera idea de que un bebé pudiera salir por ahí era... Vanessa resistió las ganas de moverse incómoda en el asiento. No tener madre implicaba no tener a nadie a quien preguntarle ese tipo de cosas. Por lo menos Ashley tenía madre. Una madre que seguramente la castigaría de por vida en cuanto se enterara de que estaba embarazada.

Los chicos continuaban callados: Derek mirando por la ventana y Zac con el ceño fruncido y la mirada fija en la carretera. Vanessa veía su expresión concentrada a través del espejo retrovisor. Como siempre, continuaban siendo marcadamente diferentes; se habían ganado a pulso los apodos de Bill y Ted, sacados de una película, Las alucinantes aventuras de Bill y Ted, sobre dos estúpidos que eran amigos íntimos. Zac era el rubio de piel bronceada mientras que el pelo oscuro de Derek, sus ojos negros y su boca generosa recordaban a Keanu Reeves. En secreto, Vanessa pensaba que se parecían más a Jay Gatsby y a Nick Carraway.

Zac miró por el espejo retrovisor y la descubrió observándole. Nerviosa, Vanessa se removió en el asiento y miró hacia la ventanilla fingiendo interés. Tenía que tener cuidado con Zac, porque aunque éste le había dicho que Derek quería que fuera su novia, ella continuaba loca por él. Lo había estado desde el día que le había conocido.

Se preguntó si se acostumbraría alguna vez a aquella forma de mirarla. Lo dudaba. Todos los veranos ocurría lo mismo. Kioga abría sus puertas y ella acompañaba a su abuelo a hacer el reparto.

Y no había un solo año en el que Vanessa no pensara que Zac habría cambiado. Que se habría convertido en un arrogante, que le habrían salido espinillas... Pero año tras año, Zac le demostraba que estaba equivocada. Continuaba siendo tan guapo como siempre y cada vez parecía más seguro de sí mismo. Además, era tan amable que en cuanto Vanessa le había dicho que Ashley y ella necesitaban que les hiciera un favor, se había ofrecido a ayudarlas sin dudar.

La verdad era que Vanessa continuaba pensando en todos los motivos que tenía para que Zac no le gustara, porque eran muchas las razones para ello; entre otras, que sabía que Zac nunca se enamoraría de una chica como ella. Sin embargo, siempre fracasaba. Aunque Zac se mostrara serio y distante con ella, sabía que era tan bueno como atractivo.

Pero ya estaba bien. Su obsesión por Zac Efron estaba comenzando a ser preocupante. Era un príncipe azul, demasiado bueno para ser verdad, y tan inalcanzable como la luna. Por otra parte, Derek era un hombre real, un chico divertido y con los pies en la tierra, el hijo del chófer de los Efron, que se había atrevido a soñar con una vida mejor para él. Derek era la clase de hombre que podía presentar a su familia sin que a sus abuelos les resultara embarazoso. Si Zac era la clase de hombre con el que una chica soñaba con casarse, Derek era el hombre con el que una chica terminaba casándose. Vanessa alargó la mano para posarla en la pierna de su amiga.

Ness: ¿Estás bien?

Ashley alzó la mirada. Estaba pálida y nerviosa.

Ash: Estoy aterrada. Ya me estoy imaginando lo que dirá todo el mundo. «Una chica tan inteligente y de una familia maravillosa. Tenía tantas cosas a su favor...».

Ness: Y ahora vas a tener otra cosa más -dijo esforzándose en encontrar algo positivo a la situación-. Eres inteligente, tienes una familia maravillosa y además vas a tener un bebé. Mi abuela dice que los bebés son una prueba de que Dios existe.

Ash: Mira, es una frase preciosa, pero no voy a engañarme. Esto no va a ser fácil.

Vanessa estaba completamente de acuerdo con ella, pero no lo dijo. Tampoco sacó a relucir los planes que Ashley y ella habían hecho durante años. Se suponía que cuando acabaran el instituto irían a conocer mundo. Después, Vanessa pensaba conseguir un trabajo maravilloso y vivir en un loft en Nueva York. Ashley pensaba regresar a Avalon y comprar la Posada del Lago Willow para convertirla en el hotel que siempre había soñado con dirigir. Vanessa pasaría en él sus vacaciones, y sería allí donde escribiría su primera novela. Por supuesto, después de aquella noticia, nada de eso iba a suceder.

Ness: Pero que sea difícil, no significa que no tengas que hacerlo.

Ash: Tengo que decírselo a Luke. Seguro que se va a enfadar.

Derek se volvió, apoyando el codo en el asiento.

Dereh: ¿Quieres que le demos una buena patada de tu parte?

Ash: No. Dios mío, Derek, ni siquiera serías capaz de acercarte. Luke lo sabe todo sobre defensa personal. Está estudiando en West Point.

Vanessa había visto a Luke en una ocasión. Era un chico de hombros anchos y resultaba muy intimidante con la cabeza rapada y el uniforme militar.

Zac: Entonces, ¿qué demonios hace saliendo con una chica que todavía va al instituto?

Ash: Sólo tiene diecisiete años, la misma edad que vosotros.

Derek: Sí, pero nosotros no hemos dejado a nadie embarazada -dijo estúpidamente, intentando animar-.

Aquello le valió un codazo de Zac.

Ash: Es el primer año que está en la academia. Además, yo le dije que tenía dieciocho años.

Y Luke Jeffrie la había creído, pensó Vanessa. Ashley, con sus ojos oscuros y su cuerpo perfecto, era una experta en hacerse pasar por mayor de lo que era. Y había que reconocerle a Luke el mérito de haber dejado a Ashley en cuanto se había enterado de los años que tenía.

Ash: Si le cuento esto y decide acatar el código de honor, tendrá que contárselo a sus superiores y le echarán de la academia. Así que a lo mejor no le digo nada.

A Vanessa se le heló la sangre en las venas al oír aquella sugerencia.

Ness: Durante toda mi vida he estado deseando que mi padre supiera que existía. Y continúo pensando que todo habría sido muy diferente si mi madre le hubiera hablado de mí.

De hecho, en realidad tampoco estaba segura de que su madre no lo hubiera hecho. A lo mejor tenía un padre en alguna parte que sabía quién era, pero no le importaba lo suficiente como para dar un paso adelante y hacerse cargo de ella.

Zac: ¿Por qué querrías que tu vida hubiera sido diferente?

Buena pregunta. Era curioso, para Zac, la vida de Vanessa era una vida perfecta.

Ness: Sencillamente, me gustaría que mi padre supiera que existo, eso es todo.

Zac: ¿Quieres que vayamos ahora a West Point? -le preguntó a Ashley-.

Ash: No. Tengo que ir a mi casa y pensar lo que voy a hacer.

Permaneció en silencio durante el resto del trayecto, revisando con aire ausente todos los folletos que le habían entregado en la clínica. En la radio sonaba Baby, baby, de Amy Grant.

No tardaron mucho en llegar a la señal que marcaba los límites de la ciudad, cerca del puente cubierto.

Ash: Será mejor que pares un momento -pidió-. Voy a vomitar.

Salió del coche en cuanto Zac lo detuvo, pero no vomitó. Tomó aire, haciendo un visible esfuerzo por contener las náuseas.

Ness: ¿Estás bien? -preguntó mientras salía del coche para ayudar a su amiga-.

Ash: Sí -tomó su bolsa y el paquete que le habían dado en la clínica-. Quiero ir andando hasta mi casa.

Zac: Puedo llevarte yo.

Ash: Está a sólo unas manzanas de aquí, y necesito pensar antes de dar la noticia a mis padres.

Zac: Me parece bien.

Ashley estaba muy pálida, pero parecía también muy decidida.

Ash: Sois los mejores amigos que he tenido nunca -les dijo antes de irse-. No sé qué habría hecho sin vosotros.

Cuando se marchó, Vanessa, Derek y Zac continuaron dando un paseo por el río, por uno de los rincones más bonitos de Avalon.

Derek: Qué lugar tan tranquilo. Tienes suerte de vivir en un lugar como éste.

Ness: Sí, pero estoy deseando irme de aquí.

Zac: ¿Por qué quieres irte?

Ness: Porque es el único lugar que conozco. Siempre he querido tener oportunidad de conocer otros lugares. De vivir una vida diferente. Quiero averiguar quién soy, aparte de Vanessa, la chica de la panadería.

Aunque Derek pareció comprenderlo, Zac la miró con extrañeza.

Zac: ¿Qué tiene de malo ser Vanessa, la chica de la panadería? A la gente le gusta esa chica.

Ness: Sí, pero a lo mejor a mí no -suspiró y fijó la mirada en las rocas del río-. Ashley y yo teníamos grandes planes. Pensábamos irnos a Nueva York en cuanto saliéramos del instituto, conseguir un trabajo e ir a la universidad. Pero ahora que ella va a tener un bebé, tendré que irme sola -miró a Derek y a Zac, los dos tan atractivos, y tan cómodos en su piel. No estaba segura de por qué, pero se sentía impulsada a desahogarse con ellos, a contarles todos sus sueños-. Si os digo algo, ¿me prometéis que no se lo diréis a nadie?

Zac y Derek intercambiaron una mirada.

Zac: Te lo prometemos.

Ness: Cuando Ashley ha salido hoy de la clínica y ha dicho que iba a tener un bebé, por un momento, y ya sé que es una locura, he sentido envidia. Ya sé que tener un bebé es algo que asusta, sobre todo cuando tienes quince años, pero aun así, no he podido evitar sentirlo, y me parece horrible.

Zac se encogió de hombros.

Zac: La gente piensa cosas horribles continuamente. El problema es cuando las hace -hablaba con aire de indiferencia, pero Vanessa sospechaba que sabía de lo que estaba hablando-.

Ness: ¿Y a ti qué te parece?

Zac: ¿Lo de tener un hijo? -apretó los labios y sacudió la cabeza-. Creo que eso es cosa suya. Pero yo nunca tendré hijos.

Ness: Todos los chicos decís lo mismo. Pero estoy segura de que dentro de diez o quince años, estarás empujando un carrito de bebé.

Derek: No, Zac no.

Zac: Exacto. Hay personas que nunca deberían ser padres.

Vanessa lo miró fijamente.

Ness: Te refieres a tu padre.

Zac: Yo no he dicho eso.

Ness: No hace falta que lo digas.

A Vanessa le resultaba asombroso el contraste entre el senador David Efron como personaje público y el hombre que era en su vida privada. A veces, le parecía imposible que hubiera tanta diferencia, aunque el propio Derek le había asegurado que era un canalla de primer orden. Cuando el senador hacía alguna de sus apariciones públicas con su familia, parecían la familia perfecta: el sincero servidor público, su adorable esposa y un hijo perfecto. Pero durante aquellos años, Zac le había permitido vislumbrar el desastre emocional que se escondía tras aquella fachada perfecta.

Zac: Yo también he tomado una decisión.

Derek y Vanessa se inclinaron hacia delante, dispuestos a escucharle.

Zac: Voy a romper con mi padre.

Derek: ¿Qué quieres decir con eso?

Zac: Voy a independizarme.

Su padre tenía grandes planes para él. Se suponía que tenía que estudiar en Columbia o en Cornell. Que se graduaría con todos los honores y seguiría la tradición de la familia. A Vanessa todo eso le parecía maravilloso, pero, al parecer, Zac tenía otras ideas.

Ness: Tú siempre hablas de lo que no quieres. No quieres tener hijos, no quieres ir a Columbia y no quieres seguir los pasos de tu padre. ¿Entonces, qué quieres?

Zac: Tengo algunas ideas, pero no creo que a mi padre le vayan a hacer mucha gracia. Y eso es todo lo que pienso decir de momento.

Ness: ¿Y tú, Derek? -preguntó, advirtiendo que éste se había quedado muy callado-.

Derek: Tengo un plan. Voy a alistarme en el ejército.

Vanessa lo miró con el ceño fruncido.

Ness: ¿En el ejército? ¿Irás a un campamento de reclutas y todo eso?

Derek: Por supuesto. Comenzaré en otoño del año que viene.

Vanessa no sabía nada de la vida militar, salvo los anuncios que había visto en televisión, en los que prometían una buena educación y la posibilidad de conocer mundo. Pero estaba segura de que allí había gato encerrado. Por ejemplo, no contaban que tendría que viajar a lugares peligrosos en los que habría gente que estaba deseando matarle. Se volvió hacia Zac.

Ness: ¿Y tú qué piensas de ese plan?

Zac: Creo que Derek tiene que hacer lo que él quiera.

Ness: Entonces, ¿es eso lo que quieres?

Derek la miró en silencio durante largo rato. No se estaban tocando y ni siquiera estaban cerca, pero Vanessa sintió aquella mirada sobre ella como una caricia.

Derek: Sí, eso es lo que quiero. Además de muchas otras cosas.

Sus sentimientos eran casi tangibles. Vanessa se sentía como si la estuviera acariciando, y no pudo evitar una sonrisa. Derek siempre la hacía sonreír.

Ness: ¿Como qué? -preguntó, esperando que se diera cuenta de que no estaba coqueteando-. Quiero saberlo de verdad.

Derek: Quiero ir a la universidad, y para mí, la forma más fácil de hacerlo es yendo al ejército.

Ness: ¿Quieres ir a la universidad? Yo pensaba que odiabas el colegio.

Derek: Y no me gusta. Pero es la mejor forma de hacer algo de provecho. Quiero casarme y formar una familia. Ya sabes, todo eso del «y vivieron felices para siempre» -le dio un codazo a su amigo-. Y eso es todo lo que pienso contar por ahora.




¿Qué pasaría con el plan de Derek?

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miércoles, 7 de junio de 2017

Capítulo 13


Hasta el momento, Miley había hecho dos amigos en el instituto de Avalon y, afortunadamente, no había tenido que mentirles para que la apreciaran. Por supuesto, había cierta información que todavía no había compartido con ellos. No estaba segura de si eso debería considerarse una mentira. No, decidió. No lo era. Sin embargo, estaba guardándose muchas cartas bajo la manga.

Se le daba muy bien guardar secretos. Como cuando sus padres habían comenzado a dormir en camas separadas un año antes de su divorcio. No se lo había contado a nadie, ni siquiera a su hermano. O cuando Logan O'Donnell le había dicho que no quería que nadie supiera que se estaban acostando. Miley también había guardado aquel secreto, a pesar de que Logan era considerado el chico más atractivo del instituto.

Por supuesto, eso no significaba que fuera el más inteligente, como pronto había podido comprobar Miley. Que un chico fuera sexy no quería decir que supiera cómo practicar sexo seguro.

Aunque, cuando miraba al pasado, veía claramente que la única verdaderamente estúpida en aquella relación había sido ella. Aunque estuvieran a oscuras, aunque tuviera tantas ganas de hacerlo que apenas cabía dentro de sí, debería haberse asegurado de que Logan sabía ponerse un preservativo.

¿Pero cómo podía habérselo imaginado?, se preguntó. ¿Quién iba a pensar que Logan O'Donnell, que estaba a punto de ir a Harvard, no tenía la menor idea?

Sarah: ¿Quieres ir a esquiar el sábado?

Iban Troy, Sarah y ella de camino a casa de Sarah para estudiar un examen de Historia. A Miley no le gustaba mucho el instituto, pero Troy y Sarah le caían realmente bien y aquélla era una oportunidad para estar con ellos.

Miley: Los sábados tengo que trabajar.

Sarah: No perdiste el tiempo a la hora de conseguir un trabajo.

Miley: Bueno, supongo que si tengo un empleo, mi familia no me presionará tanto con lo de la universidad. Todavía no se lo he dicho a mi madre.

Pero sabía de antemano lo que iba a decirle: «¿Una Cyrus trabajando en el mostrador de una panadería?», como si fuera algo de lo que avergonzarse.

Troy: ¿Qué tiene tu madre en contra del trabajo?

Miley: Absolutamente nada. De hecho, ésa es la principal razón por la que mi padre y ella se divorciaron, porque es una adicta al trabajo. Pasaba más horas en su despacho de abogada que en casa. El año pasado estuvo ocupándose de un caso en Seattle, así que sólo venía a casa los fines de semana. Y ahora está trabajando en un caso en la Haya, y prácticamente no viene a Nueva York. Estamos en contacto con ella a través del correo electrónico -admitió-. Y también hablamos por teléfono. De hecho, creo que ahora hablo más con ella que cuando estaba en casa.

Y Miley disfrutaba de aquellas conversaciones; eran los únicos momentos en los que su madre le dedicaba toda su atención.

Sarah: En ese caso, seguramente respetará el que hayas conseguido un trabajo.

Miley: Lo que ella querría sería que hubiera elegido un trabajo que, según sus criterios, fuera realmente importante. Y para mi madre, eso significa un trabajo que pueda aportarme algo, como, por ejemplo, ser ayudante de un político, o trabajar en alguna agencia financiera. Trabajar para alguien que pueda escribirme un buen informe para ir a la universidad.

Troy: Vanessa seguro que te dará buenas referencias.

Miley: Sí, claro: mi prima vende muy bien las magdalenas y los donuts -miró a Troy-. Ya sé que este trabajo no tiene nada de malo, pero a mi madre no le va a parecer nada especial.

Troy: No, no lo es, pero a mí me gusta trabajar para Vanessa. Y creo que para ti es una suerte que sea tu prima.

Sarah: Ya hemos llegado -se detuvo delante de un buzón que estaba prácticamente enterrado en la nieve-. Hogar, dulce hogar -sacó las cartas del buzón y continuaron caminando hacia la casa-.

Bajo la tenue luz del atardecer, la nieve se teñía de sombras violetas y la casa parecía nacida en un tiempo remoto. Era una casa increíblemente sencilla, sin ninguna clase de adorno; como una caja blanca en medio de un jardín blanco. Miley imaginaba que habría lechos de flores o arbustos bajo aquel manto de nieve, cualquier cosa que le diera a la casa un toque más personal. Sabía, sin embargo, que lo de menos era el aspecto que tuviera una casa. Sus padres tenían no una casa, sino dos casas maravillosas, una en Manhattan y otra en Long Island, en la que pasaban los fines de semana, pero eso no había servido para hacerles felices.

Miley oyó el sonido de la radio en el interior de la casa. Al parecer, Ashley Tisdale era una admiradora de Air America. Sarah les condujo hacia el que parecía ser el cuarto de estar.

Ashley estaba sentada en el sofá, arropada con una manta, con la radio en el regazo y el ordenador portátil frente a ella. Sobre la mesa había un montón de tazas con restos de café frío, una caja de pañuelos de papel, un teléfono normal y una BlackBerry. Ashley alzó la mirada y una sonrisa iluminó su rostro.

Ash: Eh, chicos, ¿qué tal han ido las clases?

Miley tuvo que esforzarse para disimular su sorpresa. Esperaba que la alcaldesa de Avalon fuera una mujer enérgica, eficiente, con el aspecto de una bibliotecaria, con gafas de pasta y zapatos bajos. En cambio, Ashley Tisdale parecía incluso demasiado joven como para tener una hija de su edad. Era rubia, aunque eso tampoco fue una gran sorpresa, puesto que Miley había conocido a dos de los tíos de Sarah en el instituto. Otra de las cosas que no le sorprendió fue su belleza. No podía esperarse otra cosa siendo la madre de Sarah. Sin embargo, madre e hija parecían proceder de mundos completamente diferentes.

Sarah hizo las presentaciones y Ashley le dirigió a Miley una sonrisa radiante.

Ash: No te acerques mucho. Tengo un catarro terrible y no quiero que os pongáis enfermos. Tenía muchas ganas de conocerte. Mi hermano Mike me ha dicho que vas a su clase.

Miley: Sí.

Ash: Y tengo entendido que también trabajas en la panadería. Me parece magnífico.

Miley: Parece que las noticias vuelan.

Ash: Y ni te imaginas a qué velocidad. ¿Sabías que Vanessa Hudgens es mi mejor amiga? Crecimos juntas -se volvió hacia Troy-. ¿Cómo estás? Últimamente no te veo mucho.

Troy: Ahora trabajo más horas en la panadería.

Troy parecía ligeramente incómodo. No se había apartado del marco de la puerta, como si estuviera dispuesto a marcharse en cualquier momento. Miley sabía que había cierta tensión entre su padre y la madre de Sarah, indudablemente porque el padre de Troy quería arrebatarle la alcaldía a Ashley Tisdale. Troy no hablaba mucho de su padre, pero Miley tenía la impresión de que era un hombre muy estricto y muy obsesionado con el dinero. Posiblemente no le haría ninguna gracia que estuviera allí, confraternizando con el enemigo, por así decirlo.

Se fueron los tres a la cocina para buscar algo de comer antes de ponerse a estudiar.

Miley: Tu madre parece una universitaria -le dijo a Sarah-.

Sarah: Sólo tenía quince años cuando me tuvo.

Miley no sabía qué decir. «Lo siento» no le parecía lo más apropiado.

Miley: ¿Qué pasó? -se oyó preguntar, antes de que hubiera decidido si debía o no hacerlo-. Además de lo obvio, quiero decir.

Sarah: Conoció a un chico de West Point. Él no tenía ni idea de que mi madre era menor de edad. Aparentaba más de quince años. Y ahora no parece que tenga treinta y uno. Yo estoy muy orgullosa de ella.

Miley: Y lo entiendo. Debe de ser una persona muy inteligente si ha llegado a ser alcaldesa después de haber sido madre adolescente. Y tú también -añadió-. Te vas a graduar con sólo dieciséis años. ¿Por qué tanta prisa?

Sarah se encogió de hombros.

Sarah: En realidad no tengo ninguna prisa. Lo único que he hecho ha sido dar más clases de inglés, para tener créditos suficientes para graduarme, así que no tengo la sensación de estar precipitándome. Supongo que tengo ganas de ir a la universidad. Mi madre no me ha dicho nunca nada, pero tengo la sensación de que tiene ganas de vivir su propia vida.

Miley: ¿Y tu padre?

Sarah: Nunca he considerado que fuera realmente mi padre. Ser padre implica una relación que en este caso no ha existido. Es, simplemente, el hombre del que he heredado parte de mi ADN. El tipo que me hizo.

Miley: ¿Y dónde está ahora?

Se encogió de hombros con un gesto de indiferencia que, seguramente, enmascaraba mucho dolor.

Sarah: Trabaja en Washington, en el Pentágono.

Miley: ¿Qué es, un militar de élite o algo parecido?

Sarah: Sí, algo así. Tiene una mujer guapísima que es hija de un famoso luchador por los derechos civiles, y dos hijos perfectos que parecen salidos de una película.

Una vez más, Miley no supo qué decir.

Sarah: A mí no me parece mal nada de todo eso -le explicó rápidamente-, pero a veces no tengo ni idea de quién soy. Veo a mi padre como mucho una vez al año. Y mi madre es la hippie del pueblo, un vestigio de Woodstock.

Miley: Supongo que tiene que ser mucho más que eso para haber llegado a ser alcaldesa.

Abrieron las mochilas y sacaron los cuadernos. Miley sacó también la cámara, una cámara digital. Se la habían regalado en su último cumpleaños, el verano anterior, y se había convertido en una obsesión. En su anterior colegio, la clase de fotografía era la única que le gustaba. Adoraba hacer fotografías, capturar un momento en particular, una imagen, una sombra de luz.

Había algo irresistible y extrañamente íntimo en la forma en la que Sarah y Troy se sentaban a la mesa, estudiaban juntos y bromeaban. El ángulo de sus cabezas formaba una curiosa simetría.

Miley: No estéis pendientes de mí -dijo mientras sacaba la cámara-, sólo quiero hacer unas fotografías.

El espacio que los separaba formaba un corazón, pero la fotografía no resultaba excesivamente cursi por la intensidad de su expresión. Miley tomó varias fotografías y dejó la cámara a un lado. Sarah le ofreció un refresco de cola, pero Miley lo rechazó. La verdad era que estaba hambrienta. Últimamente tenía un hambre mucho más intensa que después de fumar marihuana. A las horas más extrañas, a veces incluso en medio de la noche. Así que cuando Sarah sacó una bolsa de patatas fritas y un tubo de crema agria, Miley se lanzó a comer como si llevara días sin hacerlo.

Pidió un vaso de agua. Y en el momento en el que terminó de beber, sintió que el frío líquido iba directamente hasta su vejiga.

Miley: ¿Dónde está el cuarto de baño?

Sarah señaló hacia el pasillo. Miley salió corriendo, pasando por delante del estudio en el que en aquel momento Ashley estaba hablando por teléfono sobre algún asunto relacionado con las finanzas de la ciudad.

Lo de las patatas y la crema había sido un error. Un terrible error. Sentía que iniciaban el camino hacia el norte, hasta convertirla en un volcán a punto de entrar en erupción.

Abrió una de las puertas del pasillo. Maldita fuera, era un armario. Lo intentó con la puerta siguiente, que daba a las escaleras. A punto de dejarse llevar por el pánico, abrió la puerta número tres. Tampoco era ésa. Le faltaba ya muy poco para explotar cuando oyó decir a Ashley:

Ash: Al final del pasillo, cariño.

Miley salió corriendo. No sabía qué era más urgente, si la necesidad de orinar o la de vomitar, pero tenía que llegar al cuarto de baño.

Diez minutos después, pálida, completamente vacía después de haberse refrescado, salió tambaleante del baño, diciéndose que tenía que recobrar la compostura e ir a estudiar con sus amigos como si no hubiera pasado nada.

Cuadró los hombros, alzó la barbilla y comenzó a caminar. Pasó por delante del estudio, donde estaba trabajando Ashley. Miley fingió no verla, pero Ashley le preguntó:

Ash: ¿Ya has ido al médico, cariño?





¿Qué le pasará a esta niña? 😮
Ashley lo sabe...

¡Gracias por leer!


viernes, 2 de junio de 2017

Capítulo 12


Había algo que invitaba a la melancolía en la nueva casa de Greg Cyrus. Vanessa sintió la tristeza en cuanto entró en aquella casa victoriana de la calle Spring. Desde fuera era una casa típica de Avalon, una casa de estilo neogótico, rodeada de nieve y árboles desnudos.

Pero por dentro era una historia diferente. Había objetos por todas partes, cajas sin abrir... Sobre el alféizar de la ventana, un montón de cartas sin abrir. El aspecto recordaba al de un hotel, pero Vanessa sabía que no lo era. Greg y sus dos hijos habían llegado allí para quedarse.

Greg: Dame el abrigo -le ofreció cuando salió a recibirle al vestíbulo-.

Philip ya estaba allí, sentado en el mostrador de la cocina con una copa de vino. También Zac estaba invitado, pero había declinado la invitación porque tenía que trabajar hasta tarde. Seguramente era cierto, pero Vanessa tenía la impresión de que las reuniones familiares no eran su fuerte. Le dirigió a Philip una sonrisa vacilante. Tampoco estaba muy segura de que las reuniones familiares fueran lo suyo, pero por lo menos tenía que intentarlo. La mera idea de tener parientes le desconcertaba. Había crecido creyéndose la hija única de otra hija única. Y de pronto se encontraba con toda una familia de desconocidos.

Ness: Esto es para ti -le tendió a Greg el dulce que había llevado-. Es un pan de la amistad. Dicen que trae buena suerte en una casa nueva.

Greg: Eh, gracias -le dirigió una sonrisa radiante-. Necesito toda la suerte que pueda conseguir.

Miley y Max bajaron corriendo las escaleras.

Max: Hola, Vanessa. Hola, tío Phil.

Vanessa estaba deseando conocer a su tío y a sus primos. Su aspecto era de pelo rubio y liso, dientes perfectos y un encanto natural.

Miley estaba ya en el último año de instituto. Era rubia, guapa y callada, y los modales con los que saludó a Vanessa y a Philip fueron más que adecuados. Max estaba en quinto grado, era un niño alto para su edad, larguirucho y con una efusividad que se ponían de manifiesto en su pronta sonrisa y en su incesante entusiasmo.

Vanessa les entregó un recipiente con masa fermentada y les explicó cómo cultivarla y compartirla con amigos.

Ness: Así que, en teoría, podéis llegar a formar parte de una cadena interminable.

Max: ¿Y si dentro de diez días no tienes ganas de hacer pan? ¿Hay alguna maldición si rompes la cadena?

Ness: Sí, ¿cómo lo has adivinado? Al miembro más joven de la casa le sale un sarpullido en el cuero cabelludo y tiene que raparse la cabeza.

Max se llevó la mano a la cabeza.

Max: Muy gracioso.

Miley: Supongo que siempre puedes no hacer caso y averiguar por ti mismo si es cierto.

Ness: Sinceramente, puedes dejar la masa fermentada en la nevera durante un tiempo indefinido.

Charlie y Olivia llegaron en medio de una ventisca de nieve. Mientras saludaban a todo el mundo, Vanessa permanecía callada en un segundo plano, observando la dinámica familiar. Era una novata en todo aquello. Observaba las muestras de cariño de Olivia hacia sus tíos y sus primos, y, particularmente, hacia su padre. Entre ellos había un vínculo que sólo podía nacer de la intimidad compartida. Vanessa sintió una punzada en el corazón, no de envidia ni de resentimiento, sino de tristeza por todo lo que se había perdido.

Notó que alguien estaba observándola y al alzar la cabeza, advirtió que se trataba de Charlie. Charlie era un hombre alto, de un rudo atractivo, que por lo que Vanessa sabía, había sufrido una infancia difícil, pero parecía estar muy contento con Olivia, y completamente satisfecho en su propia piel.

Charlie: No te preocupes -le dijo, como si le hubiera leído el pensamiento-, ya te acostumbrarás a esto.

Olivia: Un regalo por la inauguración de la casa -le dijo a Greg, mientras le tendía una bolsa enorme-.

Greg: Es el tercero que nos haces desde que nos vinimos a vivir aquí -protestó-, tienes que parar de una vez.

Olivia: No pararé hasta que la casa resulte acogedora -respondió entre risas-. Todavía parece un lugar de paso.

A Vanessa no le costó reconocer las aportaciones de Olivia a la decoración de la casa. Había una manta de colores en el respaldo del sofá que seguro le había regalado ella y a su lado un cojín bordado. Ambos objetos llevaban la marca del gusto exquisito de Olivia. El regalo que les llevaba en aquella ocasión era una lámpara de lectura con el cristal glaseado, en un obvio intento de convertir la butaca y la mesa que tenía al lado en un rincón de lectura.

Greg: Tengo que admitir que se te da muy bien. Deberías dedicarte exclusivamente a la decoración.

Olivia: Buena idea -le tendió su gorro y su abrigo a Max-.

Era una broma, por supuesto. Olivia no iba a dedicarse a la decoración. Era una experta agente inmobiliaria especialista en preparar propiedades para la venta. Se le daba tan bien vaciar casas, arreglarlas y volverlas a decorar que había montado su propia empresa en Manhattan, llamada Transformaciones.

La casa a la que se había trasladado Greg, más que un verdadero hogar, parecía el local de un club universitario.

En lugar de mesa de comedor, había una enorme mesa de billar, cubierta por un tablón de contrachapado. La mampara de la lámpara del techo tenía estampado el lema de una conocida marca de cervezas en el falso cristal. En una de las paredes había una diana y en la chimenea una barbacoa eléctrica.

Greg: Para preparar perritos calientes.

Max: Y nubecitas -añadió-. Estamos de acampada, pero en casa.

Vanessa no podía decidir qué era peor, si lo del club universitario o lo de la acampada. En vez de dormir en una cama normal, lo hacían en sacos de dormir. O en colchones sin sábanas.

Olivia: Voy a llevarte a comprar sábanas -le dijo a Miley mientras subían al piso de arriba-.

Vanessa perdió la cuenta de la cantidad de dormitorios, armarios y cuartos de baño por los que pasaron. La mayor parte de ellos vacíos.

Miley: Gracias a Dios. Mi padre se ha olvidado de unas cuantas cosas. Al principio no quería darle importancia, pero esto ya está pasando de la raya.

Greg: En esta casa hay espacio más que suficiente para que te quedes con nosotros -le ofreció a Vanessa-. Durante tanto tiempo como necesites.

Vanessa experimentó una oleada de calor y gratitud. Para eso estaba la familia. Para mantenerse unida, para ayudarse los unos a los otros. Aun así, sin haber compartido una historia, le resultaba difícil sentirse parte de aquella familia.

Ness: Eres muy amable. De momento estoy bien.

Olivia: Eso es cierto -se mostró de acuerdo-. ¿Quién no iba a estar bien con el jefe de policía?

Vanessa se sonrojó violentamente.

Ness: Es algo temporal. Completamente temporal.

Leslie: Sí, ya lo sabemos.

A Vanessa le sorprendió ver aparecer a Leslie Tuttle. Al parecer, Philip también la había invitado a ella.

Leslie: He traído un pastel -dijo dirigiéndose hacia la cocina-.

Inmediatamente después, se sentaron todos a cenar. A Vanessa le resultaba extraño, aunque al mismo tiempo le encantaba, volver a sentir el ritmo de una familia. La cena consistía en espagueti, ensalada y pan de la panadería, nada extraordinario, pero todo servido en grandes cantidades. Los platos de papel y los vasos de plástico reforzaban la sensación de estar de acampada, aunque Greg sacó copas de cristal para que los adultos disfrutaran del vino.

Después se sirvieron el café y el postre, uno de los dulces de Sky River. Los niños se excusaron y se fueron a ver la televisión y el resto de la familia volvió a abordar el tema de la situación de Vanessa. Todo el mundo quería ayudar, y nadie más sinceramente que su padre.

Greg: No quiero presionarte, pero sé que éste es un momento crucial para ti.

Por decirlo suavemente, pensó Vanessa.

Philip: A lo mejor te gustaría tener más tiempo para escribir -sugirió-. Eres una escritora excelente.

Ness: ¿Has leído mi columna? -preguntó extrañada-.

Philip: Sí, estoy suscrito al Avalon Troubadour. Me lo envían a Nueva York y así puedo leer tu columna todos los miércoles -sonrió al ver la expresión de estupefacción de Vanessa y se sirvió otro pedazo de pastel-. En cualquier caso, lo que quería decirte es que en Nueva York podrías conocer gente relacionada con el mundo editorial y decidir si quieres o no continuar con tu carrera de escritora.

Presa del más absoluto asombro, Vanessa ni siquiera estaba segura de haber oído correctamente.

Ness: Es una columna semanal, no un trabajo a tiempo completo.

Philip: De momento -señaló-. Yo siempre he querido ser escritor. Pero no me ha parecido nunca un trabajo muy práctico para mí.

Ness: ¿Y te parece que lo es para mí?

Philip: Tú todavía eres suficientemente joven como para atreverte a correr riesgos.

Vanessa miró sonrojada a su padre y a su tío.

Ness: Muchas gracias. Me halaga que hayáis leído mi columna -sonrió, decidida a vencer el pánico que comenzaba a crecer en su pecho-. Muchas veces me he preguntado cómo sería mi vida si pudiera dedicarme a la escritura a tiempo completo. A lo mejor me gustaría reunir todas mis recetas en un libro.

Ya estaba, ya lo había dicho. Les había hablado a todas esas personas de su sueño. La idea de ser escritora siempre le había parecido tan frágil e improbable que había preferido guardar aquel sueño para sí. Pero quizá Zac tuviera razón. Al compartir su sueño, éste cobraba forma y sustancia. De alguna manera, se hacía más real.

Y, desde luego, iba a necesitar trabajar a tiempo completo si quería reconstruir todo lo que había perdido en el incendio. Aunque en el periódico tenían archivadas sus columnas, todo lo demás, aquellas piezas que no había publicado porque eran excesivamente duras, personales o nuevas, habían desaparecido y no sabía si podría recuperarlas.

Olivia: Entonces, deberías intentarlo -la animó-.

Philip: Escribes maravillosamente -añadió-. Me encanta cómo permites vislumbrar instantes de vida de la panadería. Leyendo esas columnas, me siento como si conociera a tus abuelos, a los clientes habituales y a las personas que han trabajado allí durante todos estos años. Estoy orgulloso de ti. Nunca me han gustado especialmente las columnas, pero últimamente, presumo delante de todo el mundo de tener una hija escritora.

A Vanessa le impactó muy agradablemente oír aquellas palabras.

Jamás en su vida había imaginado que podría experimentar algo parecido: el orgullo de su padre por algo que había hecho. Por supuesto, sus abuelos siempre habían reconocido sus logros, pero ninguno de ellos era un gran lector en inglés. Sin embargo, allí estaba Philip Hudgens, un intelectual, tan orgulloso de ella que les hablaba de su trabajo a sus amigos.

Philip: ¿Qué te parecería la idea de pasar algún tiempo en Nueva York?

Ness: Yo... -bebió un sorbo de vino. ¿En Nueva York? ¿Estaba de broma? Muy bien, pensó. Intentaría tomárselo con naturalidad-. La verdad es que no estoy segura... No he pensado nunca en ello.

Philip: Pues deberías hacerlo.

Ness: Pero la panadería...

Philip: Podrías tomarte unos meses de vacaciones...

Los Hudgens, y eso era algo de lo que Vanessa se había dado cuenta hacía tiempo, no siempre comprendían cómo funcionaba el mundo real.

Ness: No es tan fácil. No me puedo tomar unas vacaciones así como así. La panadería abre siete días a la semana.

Leslie: Yo creo que sí podrías hacerlo. Mientras tú estés de vacaciones, yo puedo ocuparme de dirigir la panadería.

No había habido un solo momento de su vida en el que Vanessa hubiera estado desvinculada de aquel lugar. Incluso de niña, pasaba allí parte del día, barriendo el suelo, apilando bandejas o haciendo compañía a su abuela. Solían cantar juntas antiguas canciones francesas.

Todavía podía sentir como si hubiera ocurrido el día anterior la mano de su abuela sobre su cabeza mientras le decía:

Helen: Tu trabajo es el más importante de todos. Tú me haces recordar por qué me dedico a hornear.

Un recuerdo precioso, sí. Y Vanessa admitió que no era el único. Se recordó a sí misma que había tenido mucha suerte en la vida, que había contado con el cariño de sus abuelos y de todo Avalon. Amaba aquel lugar y amaba la panadería, pero llevaba años persiguiéndola un anhelo que no conseguía satisfacer. En cuanto había terminado de estudiar en el instituto había comenzado a dirigir la panadería. En realidad no era una vida que le disgustara, pero quizá, sólo quizá, debería aprovechar la oportunidad de irse y probar una vida diferente.

¿Pero era aquél el momento más adecuado para hacerlo? Aquella pregunta la inquietaba. A partir del incendio, había comenzado a reconstruir sus vínculos con Zac. Aunque quizá fuera ése el principal motivo para marcharse. Bebió otro sorbo de vino, esperando que los demás no notaran la emoción que la embargaba. Y entonces lo sintió: el pánico corría hacia ella como una locomotora. Dios mío no, pensó. Por favor, en ese momento no...

Muy bien, intentó tranquilizarse. No pasaba nada. Podía excusarse, ir al cuarto de baño y tomar una pastilla. No habría ningún problema.

Pero mientras estaba allí sentada, intentando que su rostro no reflejara su miedo, mientras luchaba contra el pánico, emergió un curioso pensamiento a través del mar de la ansiedad. No había sufrido ningún ataque de pánico estando con Zac.

¿Sería una coincidencia? ¿Habría disminuido la amenaza de los ataques de pánico porque estaba cediendo la ansiedad o tendría que ver con el hecho de que estaba con Zac Efron?

Greg, Olivia y Charlie quitaron la mesa y fueron a recoger la cocina, dejando a Vanessa con Philip y con Leslie.

Philip: Háblame de Anne -le pidió de pronto a Leslie-. Me gustaría entender lo que pasó.

Vanessa se inclinó hacia delante. Philip parecía tener interés en hacer esa pregunta estando ella presente. Y Leslie pareció tomársela con calma.

Leslie: Pasó mucho tiempo fuera -dijo, mirándolos alternativamente-. Después, cuando regresó aquí con Vanessa, seguía saliendo mucho. Pero sus padres estaban encantados de cuidar de la niña -miró a Vanessa sonriendo-, eras un auténtico ángel.

Vanessa intentaba leer entre líneas. Seguramente salir mucho significaba que era una mujer a la que le gustaban las fiestas. Sabía, por lo que le habían contado sus abuelos, que su madre no siempre regresaba a casa por las noches. Decía que iba a pasar fuera un fin de semana y su ausencia se prolongaba durante toda una semana, a veces dos. Ésa era la razón por la que nadie se había alarmado cuando aquella última noche no había vuelto a casa. Por supuesto, nadie podía saber entonces que aquella noche desaparecería para siempre.

Leslie: Los Hudgens eran maravillosos -continuó diciendo-. Le dieron a Vanessa todo el amor del mundo. Un niño feliz es algo muy importante. Es imposible estar triste cuando tienes a una niña preciosa riendo en tu regazo.

Vanessa intentó sonreír. Sí, había sido muy feliz, pero también había sido una niña que a los cuatro años estaba acostumbrada a que su madre saliera sin saber nunca cuando volvía.

Philip: ¿Cuándo empezasteis a pensar que en esa ocasión no volvería?

Leslie: No puedo decirlo exactamente. Podría ser un mes, o seis semanas quizá. Recuerdo a Leo diciéndole al ayudante del sheriff, que pasaba todas las mañanas por la cafetería para tomar un café, que normalmente llamaba, pero que en aquella ocasión no lo había hecho. Con el tiempo, la preocupación de sus padres dio lugar a una denuncia formal y a una investigación posterior. Sin embargo, desde el principio les dijeron que tratándose de una mujer adulta con un historial de ausencias prolongadas e injustificadas, era muy posible que se hubiera marchado por voluntad propia.

Evidentemente, la madre de Vanessa no quería que la localizaran y la llevaran de nuevo a aquel lugar en el que nunca había sido feliz.

La ansiedad retumbaba en su pecho y se levantó para ir al cuarto de baño. Se tomó media pastilla, en seco. Cuando regresó al comedor, se detuvo en el pasillo, al lado de la puerta. Leslie y Philip continuaban hablando, ajenos a su presencia. Notó una intensidad en sus voces que la hizo detenerse. No quería interrumpirlos.

Leslie: ... no sabía si volvería a verte después de aquel verano -estaba diciendo-. Volviste al campamento Kioga con tu esposa y pocos años después, con tu hija.

Philip: Pero tú lo sabías, Leslie -vació su copa-. Dios mío, tú lo sabías.

Leslie: Hay cosas de las que no hablamos nunca. Y tú eras una de ellas.

Philip: ¿Por qué no dijiste nada?

Leslie: No me correspondía a mí decirlo.

Philip: Tú eras la única persona que podías haber defendido a Vanessa y no dijiste ni una sola palabra.

Leslie: Quería proteger a esa niña.

Philip: ¿Y qué demonios significa eso?

Leslie: Piensa en ello, Philip. Vanessa era una niña feliz, estaba creciendo rodeada de amor y seguridad. No podía imaginarme lo que pasaría si un desconocido irrumpía de pronto en su vida diciendo que era su padre. Por lo que yo sabía, los Hudgens tenían suficiente dinero como para quitárnosla.

Philip: ¿Quitárosla?

Leslie: Para quitársela a sus abuelos -se corrigió, y añadió con fiereza-. Y sí, también a mí. Yo quería a Vanessa aunque no tuviera ningún derecho a ella. Tenía miedo de perderla.

Philip: ¿Pero tan terribles te parecemos?

Leslie: No, me parecéis una familia normal, pero no podía imaginarme a Vanessa con vosotros. ¿Por qué iba a aceptarla tu mujer? Era la hija de otra mujer. Y tu hija, Olivia, no sabía si darle una hermana sería algo bueno a no. En cualquier caso, habría sido como estar jugando a ser Dios con la vida de una niña, y yo no quería hacerlo.

Una niña que había dejado de existir, pensó Vanessa. Una niña que se había convertido en una mujer adulta y estaba harta de que fueran el miedo y los secretos los que gobernaran su vida.


Después de la cena, Vanessa condujo a casa y giró automáticamente hacia la calle Maple, antes de darse cuenta de que la casa ya no estaba allí. Se suponía que tenía que regresar a la enorme y confortable cama que la esperaba en casa de Zac. Pero al estar tan cerca de su casa, algo le impulsó, a pesar de que era tarde, a acercarse a los restos de lo que había sido su hogar.

Los neumáticos del coche crujieron sobre la carretera cubierta de sal. En vez de adentrarse en el camino de la casa, aparcó en la acera para no arriesgarse a hundir las ruedas en la nieve. Resultaba extraño ver el enorme vacío que había quedado allí donde antes estaba la casa. Había unos arces en la parte delantera del jardín. Cuando Vanessa era una niña, su abuelo solía amontonar sus hojas en otoño para que Vanessa saltara sobre ellas y desapareciera en su interior. En ese momento, los tres árboles parecían fuera de lugar: tres esqueletos desnudos delante de la nada. Podía ver desde allí el patio trasero. A la empresa que se había encargado de recuperar los pocos objetos que el incendio había dejado intactos, le había seguido una empresa de demolición que había retirado los escombros. El terreno parecía así como una extensión de tierra quemada.

Pero había estado nevando la noche anterior y durante la mayor parte de día, de modo que la nieve había borrado la huella de una casa que había permanecido en aquel lugar durante setenta y cinco años. Lo único que podía ver era una extensión de nieve acordonada por una cinta de seguridad, pero gracias a la luz de la farola se distinguían también algunos contornos. Las huellas de un conejo dividían el espacio en el que estaba el salón en el que tantas noches había pasado Vanessa hablando con su abuela.

Antes de sufrir el derrame cerebral, su abuela era una gran conversadora. Le gustaba hablar de cualquier cosa y le encantaba contestar preguntas. Eso la convertía en la interlocutora ideal para Vanessa, que siempre tenía alguna pregunta que hacer.

Ness: ¿Cómo era tu vida cuando estabas en Francia? -le preguntaba-.

Aquél era uno de los temas favoritos de Helen. Fijaba la mirada en el infinito y su expresión se suavizaba. Entonces comenzaba a hablarle a Vanessa de su infancia en un pueblo llamado Millau, rodeado de campos de trigo y sicómoros, del canto de los pájaros, del río y del sonido de las campanas.

Al cumplir dieciséis años, el padre de Helen le había dejado a cargo del carro en el que llevaban a moler el trigo y el maíz. Había sido así como había conocido al hijo del molinero, un joven tan fuerte que era capaz de mover el molino con una sola mano. Tenía los ojos grises y una risa tan sonora y contagiosa que todo el que le oía dejaba de hacer lo que estaba haciendo para sonreír.

Por supuesto, se había enamorado de él. ¿Cómo no iba a enamorarse de un hombre así? Era el más fuerte y amable de todo el pueblo y, además, le había dicho a Helen que brillaba más que el sol.

Para Vanessa era como un cuento de hadas. Pero sabía que, a diferencia de los cuentos de hadas, aquél no había tenido un final feliz para los recién casados. Justo dos semanas después de su boda, las fuerzas alemanas habían iniciado la invasión de Francia. Los soldados invadieron el pueblo, quemaron casas y comercios, mataron o reclutaron a todos los hombres y aterrorizaron a mujeres y niños. Cuando Vanessa creció lo suficiente como para poder estudiar por su cuenta la masacre de Millau, fue consciente de que su abuela le había ahorrado los detalles más dramáticos de su vida. La única razón por la que Helen y Leopold habían escapado a aquella carnicería era que aquél día habían tenido que ir a la capital del distrito para registrar su matrimonio. Al volver, el pueblo estaba convertido en un caos y sus familias habían desaparecido.

Helen: Al día siguiente -le explicaba su abuela-, comenzamos a andar.

Habían hecho falta muchas preguntas y conversaciones para que Vanessa se enterara de que se habían ido del pueblo con la poca ropa que tenían, unas cuantas manzanas y algunos recuerdos, entre ellos, la caja que contenía la masa fermentada que la madre de Helen le había entregado a su hija el día de la boda.

Los alemanes habían atacado Francia por el oeste y los rusos por el este. Hasta el último rincón del país se había convertido en un campo de batalla, nadie estaba a salvo. En la Segunda Guerra Mundial habían muerto millones de franceses. Los abuelos de Vanessa habían tenido la gran suerte de conservar la vida.

Ness: ¿Y hacia dónde caminabais? -solía preguntar-.

Helen: Hacía el mar Mediterráneo.

Cuando Vanessa era pequeña, eso significaba lo mismo que ir a la tienda de la esquina para comprar un cartón de leche. Más tarde, había comprendido que sus abuelos, que entonces eran poco más que unos niños y jamás habían salido de aquel pueblo, habían recorrido kilómetros y kilómetros a pie y cuando habían llegado al puerto, habían tenido que pagar sus pasajes con su propio trabajo.

A veces, Vanessa pensaba en las personas a las que su abuela no había vuelto a ver: sus padres, sus hermanos, todas las personas a las que entonces conocía.

Ness: Debes echarles mucho de menos -le decía-.

Helen: Sí, es cierto -respondía-, pero siempre están en mi corazón.

Reclinada contra el coche, Vanessa cerró los ojos y se llevó la mano al pecho, rezando para que su abuela tuviera razón, para tener la certeza de que no se perdía realmente a nadie siempre y cuando se conservara su recuerdo en el corazón, nutriéndolo siempre con amor.

Dejó escapar un largo y trémulo suspiro, abrió los ojos y parpadeó en medio del frío de la noche. No funcionaba. No había nada en su corazón. Sentía el vacío y un pánico irracional creciendo dentro de ella.

Se acercó un coche por una esquina, rodeando la zona de una luz blanca. Vio moverse una cortina en el interior de la casa de la señora Samuels. Cuando el coche se acercó, reconoció a Zac Efron en su interior. Éste aparcó en la acera, salió del coche y caminó hacia ella. A Vanessa le latió violentamente el corazón.

Zac iba todavía con el uniforme de trabajo. El viento sacudía las faldas del abrigo.

Vanessa se estremeció y hundió las manos en los bolsillos.

Ness: Hola.

Zac: Hola -miró a su alrededor-. ¿Va todo bien?

Ness: Claro -pero sabía que en realidad le estaba preguntando qué estaba haciendo allí-. He venido hasta aquí por error. He conducido hasta la que era mi casa de forma automática -sonrió con ironía-. Cuesta un poco acostumbrarse a eso de no tener casa.

No soportaba ver su expresión, aquella mezcla de compasión y bondad, así que se reclinó de nuevo contra el coche y fijó la mirada en el lugar en el que antes estaba su dormitorio.

Ness: ¿Sabes? Cuando era pequeña, solía saltar a esa rama desde la ventana de mi dormitorio -señaló uno de los árboles-. Y nunca me caí.

Zac: ¿Y adonde te escapabas?

A Vanessa le pareció advertir un repentino deje de dureza en su voz.

Ness: Depende. Normalmente iba a reunirme con mis amigas en el río. Otras veces nos íbamos a ver una película a Coxsackie. No puede decirse que fuéramos delincuentes juveniles ni nada parecido. Siempre he intentado evitarles problemas a mis abuelos.

Zac: Ojalá todos los adolescentes fueran como lo fuiste tú. Mi trabajo sería mucho más fácil.

Ness: Siempre sufrí mucho por mis abuelos, por culpa de lo que les había hecho mi madre -con cada respiración iba cediendo el pánico-. Mi madre les rompió el corazón. Siempre quedó en ellos una sombra de tristeza, sobre todo en mi abuelo. Cuando los médicos dijeron que no iba a poder superar su enfermedad, mi abuelo se consolaba diciendo que a lo mejor mi madre aparecía en su entierro.
-clavó la punta de la bota en la nieve. Ella siempre había intentado compensar de alguna manera el abandono de su madre-. Como mi madre les abandonó, me prometí no dejarles nunca.

Zac permaneció en silencio durante varios minutos. Vanessa intentó examinarse, aplicando la sugerencia del médico. Segundos antes habría valorado en un ocho su nivel de ansiedad. En aquel momento había remitido hasta un seis, quizá incluso hasta un cinco o un cuatro, lo que representaba un enorme alivio. Quizá fuera gracias a la pastilla que se había tomado. O a lo mejor era que por fin había superado aquella fase.

Ness: Había varias cajas con información sobre la desaparición de mi madre. Todas se han quemado en el incendio.

Zac: En el departamento está todo archivado -le aseguró-. Si quieres, puedes ir a ver lo que han guardado.

Ness: Gracias. Últimamente pienso en ella mucho más que antes -comenzó a nevar-. Es curioso, pero una parte de mí tiene la sensación de que es posible que vuelva ahora que se ha muerto mi abuela.

Zac: ¿Por qué te parece curioso?

Ness: No sé, a lo mejor ésa no es la palabra más indicada. Seguramente «extraño» es una palabra más adecuada. No suelo pensar en ese tipo de cosas. Si mi madre no fue capaz de volver cuando murió mi abuelo, ni tampoco cuando mi abuela sufrió el derrame cerebral y estuvimos a punto de arruinarnos... Si nada de eso la hizo volver, es absurdo pensar que pueda motivarla a hacerlo la muerte de mi abuela.

Zac no dijo nada y Vanessa se alegró de que no lo hiciera. Porque uno de las conclusiones que podía extraerse del hecho de que su madre no hubiera aparecido era que a lo mejor estaba muerta. Pero Vanessa se negaba a pensar en ello. Si Anne hubiera muerto, se habrían enterado.

Ness: Resulta irónico que Philip haya aparecido prácticamente de la nada. Justo cuando estaba empezando a pensar que estaba completamente sola en el mundo, descubro que tengo toda una familia.

Zac: No tienes por qué sentirte sola.

Tanto sus palabras como su tono de voz la sobresaltaron.

Ness: ¿Qué quieres decir? -preguntó suavemente-.

Zac pareció replegarse. Volvió a ponerse la máscara de jefe de policía.

Zac: Lo que quiero decir es que tú formas parte de esta comunidad. Todo el mundo te quiere. Y hasta eres la mejor amiga de la alcaldesa.

Ness: Sí, tienes razón. Soy una mujer increíblemente afortunada -respiró hondo, sintiendo cómo entraba el aire helado en sus pulmones-. Pero te aseguro que me cuesta encontrar el lado positivo de todo lo que me ha pasado. Encontrarte de pronto sin familia y sin casa es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo.

Zac: Tú no tienes enemigos.

Ness: A no ser que descubran que el incendio de mi casa ha sido intencionado.

Zac: Nadie ha quemado tu casa, estoy seguro.

Ness: En fin, por lo menos de todo esto ha salido algo bueno. Al no tener casa, se me ha abierto todo un mundo de posibilidades.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Puedo empezar desde cero y donde yo quiera -observó su rostro, pero era imposible averiguar lo que estaba pensando-. Por eso me resulta tan difícil marcharme de aquí.

Zac no se movió, ni hizo sonido alguno. De hecho, estaba tan callado que Vanessa podía oír los copos de nieve cayendo sobre la tela de su abrigo. Esperó con la respiración contenida, anticipando la siguiente pregunta.

Pero no llegó. Zac continuó en silencio con expresión imperturbable.

A lo mejor no le había oído.

Ness: He dicho que me voy de Avalon.

Zac: Ya lo he oído.

Ness: ¿Y tú no tienes nada que decir al respecto?

Zac: Es tu vida. Eres tú la que tiene que tomar una decisión. Yo no tengo nada que decir.

«Dime que me quede», pensó Vanessa. Bastaría con que él se lo dijera para que no se marchara. Se sentía patética.

Ness: Me gustaría que me dijeras algo.

Zac: ¿De verdad te importa lo que piense?

Ness: Sí.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque es importante para mí -confesó, pero se retractó inmediatamente-. Es sólo que... has sido muy generoso conmigo. Me siento mal por todos los inconvenientes que te he causado. Te he impuesto mi presencia durante demasiado tiempo, no puedo seguir viviendo contigo.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Porque no está bien. Cada uno de nosotros tiene su propia vida y no podemos seguir cortándole las alas al otro.

Zac: Así que piensas que te estoy cortando las alas, que no puedes vivir como quieres.

Ness: Dios mío, no. Es frustrante hablar contigo.

Zac no dijo nada.

Ness: He decidido irme a Nueva York -el impacto de aquella decisión pareció retumbar en lo más profundo de su ser. Aquélla era la primera vez que lo decía en voz alta-. Voy a quedarme en el apartamento en el que vivía Olivia. Me lo ha sugerido Philip. Quiere que pase algún tiempo con sus padres, con mis abuelos y... No sé. En cuanto arregle todos los asuntos que tengo aquí pendientes, me iré. Leslie se ocupará de la panadería y yo podré tomarme en serio lo de la escritura.

Cuando terminó de explicarle su plan, estaba casi sin respiración. Hablar de todo aquello le resultaba extraño. Era como darse cuenta de pronto de que se iba a marchar de verdad. Iba a dejar el pueblo en el que había nacido y crecido, el lugar en el que había pasado toda su vida. A no ser que Zac le diera una razón para quedarse. ¿Pero por qué iba a hacer Zac una cosa así?

Ness: Estoy intentando aprovechar la libertad que me ha dado el incendio.

Zac: A mí me parece que lo que estás haciendo es huir -abrió la puerta del coche-. Nos vemos en casa.

Incómoda con la reacción de Zac, Vanessa se sentó tras el volante de su coche.

Zac: Hasta luego -añadió reclinándose ligeramente en el asiento-. Abróchate el cinturón -le recordó y cerró la puerta-.




¡Pero qué frío es Zac! 😒
Vanessa se tendría que ir ¡y a Zac que le den!

¡Gracias por leer!

P.D.: He publicado en mi otro blog.


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