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martes, 29 de marzo de 2016

Capítulo 1


El viento había refrescado el ambiente.

Impulsaba las oscuras nubes en el cielo y silbaba entre las hojas de los árboles, que comenzaban ya a anunciar el otoño. En los bordes de la carretera, los árboles aparecían más amarillos que verdes, con incipientes tonos de dorado y escarlata.

Era un día de septiembre, justo cuando el verano daba paso al otoño. El sol de la tarde se filtraba por las nubes, bañando la calzada.

El aire olía a lluvia. Vanessa apretó el paso, sabiendo que las nubes podían descargar en cualquier momento. La brisa elevaba y alborotaba su cabello negro ébano, y ella se lo alisó irritada. Tendría que habérselo recogido en una coleta, se dijo.

De no ir tan apurada, Vanessa habría disfrutado del paseo. Se habría deleitado con los primeros indicios del otoño y la tormenta inminente. Sin embargo, se apresuró por el camino, preguntándose qué otra cosa podía salir mal.

En los tres años transcurridos desde su regreso de Connecticut había atravesado malas rachas. Pero aquello, se dijo, ocupaba uno de los primeros lugares en la lista de frustraciones. Unas avería en la instalación de agua del estudio; un sermón de cuarenta y cinco minutos de una madre demasiado preocupada por el talento de su hija; dos trajes rotos y una alumna con un trastorno estomacal… Aquellas pequeñas molestias se habían visto rematadas por la testarudez de su coche. Había tosido y gemido como de costumbre cuando Vanessa encendió el contacto, pero luego no había conseguido recobrarse. Permaneció así, dando sacudidas, hasta que Vanessa admitió su derrota. “Este coche”, se dijo con una sonrisa triste, “tiene tantos años como yo, y los dos estamos cansados”.

Después de echar una impotente ojeada bajo el capó, Vanessa había apretado los dientes y emprendido la caminata de tres kilómetros desde el estudio a su casa.

Cierto, reconoció mientras caminaba penosamente bajo el huidizo sol, podía haber llamado a alguien. Suspiró, sabiendo que había actuado impulsada por su estado anímico. Diez minutos de refrescante paseo habían contribuido a calmarla. “Son los nervios”, pensó.

“Estoy nerviosa por el recital de esta noche”. Técnicamente no era por el recital, se corrigió metiéndose las manos en los bolsillos. Las niñas estaban listas; los ensayos habían salido perfectos. Las pequeñas eran tan adorables que los errores no tendrían importancia. Eran los momentos previos y posteriores a los recitales los que angustiaban a Vanessa. Eso y los padres.

Sabía que algunos quedarían insatisfechos con la actuación de sus hijas. Y otros, incluso más numerosos, tratarían de presionarla para que acelerase la instrucción.

¿Por qué su Pamela aún no bailaba en pointe? ¿Por qué la parte de la bailarina de la señora Jones era más larga que la de la señora Smith? ¿No debía Sue pasar al nivel medio?

A menudo las explicaciones de Vanessa sobre anatomía, crecimiento de los huesos, resistencia y sincronización solo daban pie a más sugerencias. Normalmente empleaba una combinación de halagos, terquedad e intimidación para mantenerlos a raya. Se preciaba de saber manejar a los padres demasiado entusiastas. A fin de cuentas, se dijo, ¿no había sido así su madre?

Molly Hudgens había deseado, más que ninguna otra cosa, ver a su hija en el escenario.

Tenía las piernas cortas y un cuerpo excesivamente menudo y compacto. Pero había tenido alma de bailarina. Mediante la pura determinación y el aprendizaje, se había hecho un sitio en el  corps de ballet de una pequeña compañía itinerante.

Molly se había casado con casi treinta años.

Resignada al hecho de que nunca llegaría a ser una bailarina estrella, se dedicó a la enseñanza durante cierto tiempo, tiempo que sus propias frustraciones hacían de ella una maestra pésima.

El nacimiento de Vanessa hizo que todo cambiara. Ella no sería jamás primera bailarina, pero su hija sí podría serlo.

Las lecciones empezaron cuando Vanessa tenía cinco años, bajo la supervisión continua de su madre.

Desde entonces, su vida había sido un torbellino de clases, recitales, zapatillas de ballet y música clásica. Su dieta había sido escrupulosamente controlada, y la preocupación por su estatura fue constante, hasta que quedó claro que no sobrepasaría el metro sesenta.

Molly estaba satisfecha. Los zapatos de baile añadían algunos centímetros a la estatura de una bailarina, y una profesional demasiado alta tenía más dificultades a la hora de encontrar compañeros de baile.

Vanessa había heredado la estatura de su madre, pero para orgullo de Molly, poseía un cuerpo esbelto y delicado. Después de una etapa breve y difícil, Vanessa había eclosionado como una adolescente de exquisita belleza: cabello negro y sedoso, piel bronceada y ojos marrón chocolate con cejas finas y arqueadas. Poseía una estructura ósea elegante, que enmascaraba una robusta fortaleza obtenida tras tantos años de entrenamiento. Sus brazos y piernas eran esbeltos, con músculos largos propios de una bailarina clásica. Las plegarias de Molly habían sido escuchadas.

Vanessa daba el tipo de bailarina y tenía talento. Molly no necesitaba la opinión de ningún profesor para confirmar lo que veía por sí misma. Su hija poseía la coordinación necesaria, la técnica, la resistencia y la capacidad. Pero además, ponía en ello el corazón.

A los dieciocho años, Vanessa fue admitida en una compañía de Nueva York. A diferencia de su madre, no se quedó en el corps. Llegó a ser solista y más tarde, al cumplir los veinte, se convirtió en primera bailarina.

Durante casi dos años, pareció que los sueños de Molly se habían hecho realidad. Luego, sin previo aviso, Vanessa se había visto obligada a dejar su puesto y regresar a Connecticut.

Llevaba tres años dedicada a dar clases de danza. Aunque Molly parecía amargada, Vanessa se lo tomaba con más filosofía. Todavía seguía siendo bailarina. Eso nunca cambiaría.

Las nubes volvieron a desplazarse y taparon el sol. Vanessa se estremeció, deseando no haberse dejado la chaqueta en el asiento delantero del coche, donde la había arrojado en el calor de su exasperación. Llevaba los brazos desnudos, cubiertos solamente a la altura de los hombros por una malla de color azul pálido.

Se había puesto unos vaqueros encima de los calentadores, pero aun así echaba de menos la chaqueta. Dado que pensar en ella no la haría entrar en calor, Vanessa apretó el paso y emprendió un ligero trote. Sus músculos respondieron de inmediato. Había fluidez en sus movimientos, una gracia instintiva más que premeditada. Empezó a disfrutar de la carrera. Formaba parte de su naturaleza buscar el placer y encontrarlo. Bruscamente, como si una mano hubiese retirado el tapón, la lluvia comenzó a caer. Vanessa se detuvo para contemplar el cielo revuelto y oscurecido.

Ness: ¿Y qué más?

Le respondió el profundo retumbar de un trueno. Con una media sonrisa, meneó la cabeza. La casa de los Moorefield estaba en la otra acera. Vanessa decidió hacer lo que tendría que haber hecho desde el principio.

Abrazándose a sí misma, empezó a cruzar la carretera. El estridente sonido de un claxon hizo que el corazón se le subiera a la garganta.

Giró rápidamente la cabeza y vio la forma difusa de un coche que se acercaba a través del manto de la lluvia.

Se apartó instantáneamente de un salto y, resbalando sobre el pavimento húmedo aterrizó con un plaf en un charco poco profundo.

Vanessa cerró los ojos mientras su pulso se aceleraba. Oyó el fuerte chirrido de unos frenos y la fricción de unos neumáticos. “Dentro de algunos años”, pensó mientras el agua fría calaba sus vaqueros, “me reiré al acordarme de esto. Pero ahora no me río”. Dio una patada y el agua del charco saltó en todas direcciones.

**: ¿Ha perdido usted el juicio?

Vanessa oyó el rugido a través de la lluvia y abrió los ojos. A su lado había un gigante furioso y empapado. O un demonio, se dijo, mirándolo con cautela mientras se cernía sobre ella. Iba vestido de negro. Su cabello era castaño claro. Su rostro, empapado por la lluvia, era ovalado y de piel clara. Aunque había algo ligeramente perverso en aquella cara. Quizá era por las cejas negras, que se arqueaban levemente en los extremos. Quizá era por el extraño contraste de sus ojos, de un color azul pálido que hacía pensar en el cielo. Y, en aquel momento, estaban furiosos. Su nariz era larga y algo afilada, lo que contribuía a acentuar el aspecto de sus facciones.

La ropa se le ceñía al cuerpo a causa de la lluvia y dejaba entrever una complexión firme y  bien proporcionada.

De no haber estado tan absorta en su rostro, Vanessa la habría admirado profesionalmente. Sin habla, se limitó a mirarlo con los ojos abiertos como platos.

**: ¿Está herida? -inquirió al ver que no contestaba a su primera pregunta-.

No había preocupación en su voz, solo ira contenida.

Vanessa negó con la cabeza y siguió mirándolo. Con una impaciente maldición, él la agarró por los brazos y tiró de ella, levantándola del suelo antes de ponerla de pie.

**: ¿Es que no mira por dónde va? -espetó, dándole un rápido zarandeo antes de soltarla-.

No era el gigante que Vanessa había imaginado. Era alto, desde luego, quizá unos veinte centímetros más alto que ella, pero no un gigante quebrantahuesos o una aparición satánica. Empezó a sentirse más estúpida que asustada.

Ness: Lo siento muchísimo -comenzó a decir. Sabía perfectamente que había cometido un error y estaba más que dispuesta a admitirlo-. Miré, pero no vi…

**: ¿Qué miró? -la interrumpió. La impaciencia de su tono apenas ocultaba una ira más profunda y reprimida-. Pues quizá debería empezar a usar sus gafas. Seguro que su padre habrá pagado un buen dinero por ellas.

Estalló otro relámpago, abriendo en el cielo un surco blanco. Más que por las palabras, Vanessa se sintió ofendida por el tono.

Ness: No uso gafas.

**: Pues quizá debería usarlas.

Ness: Veo perfectamente -se retiró un mechón de cabello húmedo de la ceja-.

**: No debería cometer la imprudencia de ponerse en medio de la carretera.

La lluvia resbalaba por las mejillas de Vanessa mientras lo miraba. Le extrañó que no se convirtiera en vapor.

Ness: Ya me he disculpado -dijo colocándose las manos en las caderas-. O iba a hacerlo antes de que la emprendiera conmigo. Si espera que me ponga de rodillas, olvídelo. Si no hubiera tocado el claxon de esa manera, no habría resbalado en ese estúpido charco -se limpió inútilmente el trasero de los pantalones-. ¿Imagino que no se le ha ocurrido disculparse?

**: No -respondió sin inmutarse-, no se me ha ocurrido. Yo no soy responsable de su torpeza.

Ness: ¿Torpeza? -repitió abriendo los ojos de par en par-. ¿Torpeza? -su voz se quebró. Para ella, no había un insulto más vil-. ¿Cómo se atreve? -Había tolerado el chapuzón en el charco, había tolerado su rudeza, pero no soportaría aquello-. ¡Es usted el hombre más deplorable que he conocido jamás! -con el rostro inflamado de cólera, se retiró impacientemente el cabello, que la lluvia insistía en introducirle en los ojos. Estos brillaban con un marrón imposiblemente claro contra su piel congestionada-. Casi me atropella, me da un susto de muerte, me arroja a un charco, me sermonea como si fuera una niña corta de vista… ¡Y ahora tiene la desfachatez de llamarme torpe!

Él enarcó una ceja ante la pasión de su discurso.

**: Quien se pica… -murmuró, y luego la sorprendió agarrándola del brazo y tirando de ella-.

Ness: ¿Pero qué está haciendo? -exigió saber, tratando de no inmutarse, aunque la pregunta acabó en un chillido-.

**: Salir de este maldito aguacero -abrió la portezuela del lado del conductor y la introdujo en el coche sin ninguna ceremonia. Automáticamente Vanessa se deslizó al otro asiento para dejarle sitio-. No puedo dejarla ahí bajo la lluvia -prosiguió con tono áspero mientras se colocaba ante el volante y cerraba la portezuela-.

La tormenta azotaba el cristal del parabrisas.

Él se pasó los dedos pro el grueso mechón de cabello pegado en su frente, y Vanessa de inmediato quedó fascinada por aquella mano.

Tenía la palma amplia y dedos largos de pianista. Casi se compadeció de él. Pero, entonces, él giró la cabeza. Su mirada bastó para disipar cualquier compasión.

**: ¿Hacia dónde va? -preguntó en un tono lacónico, como si dirigiera la pregunta a un niño-.

Vanessa enderezó los hombros empapados y ateridos.

Ness: Voy a mi casa. Está a eso de un kilómetro, pero en esta misma carretera.

Él volvió a arquear las cejas mientras contemplaba a Vanessa larga y detenidamente. El cabello húmedo enmarcaba su rostro. Tenía las pestañas oscuras y onduladas, sin ayuda de ningún rimel, sobre unos ojos casi asombrosamente marrón chocolate. Su boca se fruncía en un mohín, pero era obvio que no pertenecía a la niña por la que inicialmente la había tomado. Aun sin pintar, era claramente una boca de mujer. Aquel rostro tenía algo más que simple belleza; no obstante, antes de que pudiera definir qué era ese algo, Vanessa se estremeció, distrayéndolo.

**: Si sale cuando está lloviendo -dijo suavemente mientras alargaba el brazo hacia el asiento trasero-, debe ponerse la ropa adecuada -le puso una chaqueta color café en la falda-.

Ness: No necesito… -empezó a decir, pero la interrumpieron dos estornudos seguidos-.

Con los dientes apretados, coló los brazos en la chaqueta mientras él ponía el motor en marcha. Condujeron en silencio, con la lluvia tamborileando sobre el techo del vehículo.

De pronto, a Vanessa se le ocurrió pensar que aquel hombre era un absoluto desconocido. Ella conocía de nombre o de vista a casi toda la gente que vivía en aquel pequeño pueblo costero, pero jamás había visto a aquel hombre. No habría olvidado su cara. En el ambiente tranquilo y amigable de Cliffside, era fácil confiarse, pero Vanessa también había pasado varios años en Nueva York. Conocía los peligros que entrañaba subirse en el coche de un desconocido. Disimuladamente, se arrimó más a la portezuela del pasajero.

**: Un poco tarde para pensar en eso -dijo tranquilamente-.

Vanessa giró rápidamente la cabeza. Pensó, aunque no podía estar segura, que la comisura de su boca se había arqueado ligeramente. Ladeó el mentón.

Ness: Es ahí -dijo fríamente, señalando hacia la izquierda-. La casa de cedro con buhardillas.

Con un ronroneo, el coche se detuvo delante de una verja blanca. Haciendo acopio de toda su dignidad, Vanessa se volvió de nuevo hacia él. Quería expresar su agradecimiento en un tono deliberadamente gélido.

**: Será mejor que se quite esa ropa mojada -aconsejó antes de que ella pudiera hablar-. Y la próxima vez mire en ambas direcciones antes de cruzar la calle.

Vanessa solo pudo emitir un resoplido amortiguado de ira mientras buscaba la manija de la puerta. Internándose de nuevo bajo el torrente de lluvia, lo miró con rabia a través del asiento.

Ness: Mil gracias -dijo y cerró la portezuela de golpe-.

Luego rodeó el coche y cruzó la verja, olvidando que llevaba puesta la chaqueta de un desconocido.

Entró como una exhalación en la casa. Aún hecha una furia, permaneció de pie, inmóvil, con los ojos cerrados, llamándose a sí misma al orden. El incidente había sido exasperante, indignante incluso, pero lo último que deseaba era tener que contárselo a su madre. Vanessa sabía que su semblante era demasiado expresivo, sus ojos demasiado reveladores.

Su tendencia a manifestar de una forma tan visible sus sentimientos había sido una baza en su carrera. Cuando interpretaba Giselle, se sentía como Giselle. El público podía leer la tragedia en el rostro de Vanessa. Cuando bailaba se dejaba embelesar completamente por la música y la historia. No obstante, cuando se quitaba las zapatillas de ballet y volvía a ser Vanessa Hudgens, sabía que no era prudente que sus ojos dejaran traslucir sus pensamientos.

Si notaba que estaba disgustada, Molly la interrogaría y exigiría un relato detallado de los hechos, para luego ponerse a criticar. En aquellos momentos, lo que menos necesitaba Vanessa era un sermón.

Empapada y exhausta, empezó a subir cansadamente las escaleras hacia la segunda planta. Fue entonces cuando oyó las pisadas lentas y desiguales, un recordatorio constante del accidente en el que había muerto su padre.

Ness: ¡Hola! Iba arriba a cambiarme -se retiró el cabello mojado de la cara para sonreír a su madre, que permanecía al pie de la escalera-.

Molly descansó la mano en el poste. Aunque tenía el pelo teñido de rubio e iba impecablemente maquillada, el efecto quedaba estropeado por su expresión eternamente insatisfecha.

Ness: El coche dio problemas -prosiguió antes de que se iniciara el interrogatorio-. Me pilló la lluvia antes de que pudiera encontrar a alguien que me trajera. Andrew tendrá que llevarme de vuelta esta noche -se le ocurrió añadir en el último momento-.

Molly: Has olvidado devolverle la chaqueta -observó-.

Se apoyó pesadamente en el poste mientras miraba a su hija. El tiempo húmedo atormentaba su cadera.

Ness: ¿La chaqueta? -desconcertada, bajó los ojos y vio las mangas, empapadas y demasiado largas, que cubrían sus brazos-. ¡Oh, no!

Molly: Bueno, no te preocupes tanto -dijo con irritación mientras desplazaba su peso al otro pie-. Andrew puede arreglárselas sin ella hasta la noche.

Ness: ¿Andrew? -repitió. Luego comprendió la conexión que había hecho su madre. Las explicaciones, decidió, eran demasiado complicadas-. Supongo que sí -asintió sin darle importancia. Bajó un peldaño y colocó la mano encima de la de su madre-. Pareces cansada, madre. ¿Has descansado hoy?

Molly: No me trates como a una niña -dijo con brusquedad-.

Vanessa se tensó de inmediato. Retiró la mano.

Ness: Lo siento -su tono era contenido, pero un brillo de dolor iluminaba sus ojos-. Subiré a cambiarme antes de cenar -quiso volverse, pero Molly la agarró el brazo-.

Molly: Vanessa -suspiró, leyendo con facilidad las emociones reflejadas en aquellos ojos grandes y marrones-. Perdóname. Hoy estoy de mal humor. La lluvia me deprime.

Ness: Sí, lo sé -su voz se suavizó-.

Había sido la lluvia, unida a unos neumáticos deficientes, lo que había provocado el accidente de sus padres.

Molly: Y odias estar aquí, cuidándome, cuando deberías estar en Nueva York.

Ness: Madre…

Molly: Es inútil -su tono volvía a ser severo-. Nada irá bien hasta que estés en el lugar al que perteneces, donde debes estar -se giró y se alejó por el pasillo con pasos irregulares y torpes-.

Vanessa vio cómo desaparecía antes de volverse para subir las escaleras. “El lugar al que pertenezco” se dijo mientras entraba en su cuarto. “¿Y qué lugar es ese?”.

Cerró la puerta y se apoyó en ella. El cuarto era espacioso y bien ventilado, con dos amplias ventanas situadas una al lado de la otra. En la cómoda, que había pertenecido a su abuela, había una colección de caracolas recogidas en la playa situada a poco más de un kilómetro de la casa. En un rincón había una estantería con libros de su infancia. La descolorida alfombra oriental era un trofeo que Vanessa se había llevado consigo cuando cerró su apartamento de Nueva York. La mecedora procedía del mercadillo que solían poner a dos manzanas de allí, y el grabado de Renoir lo había adquirido en una galería de arte de Manhattan. Su habitación, se dijo, reflejaba los dos mundos en los que había vivido.

Sobre la cama estaban colgadas las zapatillas de baile que había usado en su primer solo profesional. Vanessa se acercó a ellas y pasó los dedos por las cintas de satén.

Recordó cómo las había cosido, el nudo de excitación que sintió en el estómago. Recordó la cara extasiada de su madre tras la actuación, y la expresión admirada de su padre.

De eso hacía toda una vida, pensó mientras dejaba que el satén resbalara por sus dedos. En aquel entonces había creído que todo era posible. Y quizá, durante un tiempo, lo había sido.

Sonriendo, Vanessa se permitió recordar la música, el movimiento, la magia, los momentos en que había sentido que su cuerpo se movía con libertad y fluidez, sin restricciones.

La realidad regresaba después, con calambres indescriptibles, pies que sangraban y músculos tensos. ¿Cómo había podido, una y otra vez, contorsionarse para dibujar las líneas antinaturales que componían la danza? Pero lo había hecho, se había esforzado hasta el límite de su capacidad y su resistencia. Se había entregado por entero, sacrificando su cuerpo y los años. Solo había existido la danza. La había absorbido por completo.

Sacudiendo la cabeza, Vanessa volvió al presente. De aquello, recordó, hacía ya mucho tiempo. Ahora tenía otras cosas en que pensar.

Se quitó la chaqueta mojada y la miró ceñuda.

¿Qué hago yo con esto?, se preguntó.

Volvió a recordar la descarada rudeza de su propietario. Su ceño se intensificó. Bueno, si la quería, podía volver a buscarla. Una rápida inspección del tejido y de la etiqueta le dijo que no era una prenda de vestir que se pudiera olvidar como si tal cosa. Pero el olvido no había sido culpa suya, se dijo mientras se acercaba al armario para sacar una percha. Se habría acordado de devolverla si aquel hombre no la hubiera puesto tan furiosa.

Vanessa colgó la chaqueta en el armario y después empezó a quitarse la ropa empapada. Se puso una gruesa bata de felpilla sobre la temblorosa piel y cerró las puertas del armario.

Se dijo que debía olvidarse de la chaqueta y del hombre al que pertenecía. Ninguno de los dos, decidió, tenía nada que ver con ella.




Nada que ver, para nada XD

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sábado, 26 de marzo de 2016

Reflejos - Sinopsis


Vanessa Hudgens había conseguido el sueño de su madre, convertirse en una gran bailarina de ballet clásico. Pero tras un grave accidente, decide dejar su carrera y volver a casa para cuidar de su madre y continuar con la danza, esta vez como profesora de un pequeño estudio en su pueblo. La cuestión que se le planteaba era regresar y seguir donde lo dejó, o cambiar de vida y compartirla con quien había logrado robarle el corazón…

Zac Efron había triunfado en su profesión como arquitecto. Pero ahora se encontraba en una situación a la que no sabía si se podría enfrentar: hacerse cargo de su sobrina. Tras la muerte de los padres de Jessica, decide dejar un poco de lado su carrera y ocuparse de ella. Lo último que esperaba era que una profesora de ballet le hiciera tambalear su vida y enseñarle que había mucho más de lo que nunca había imaginado...




Escrita por Nora Roberts.




Novela de 15 capítulos.
¡Espero que os guste!

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martes, 22 de marzo de 2016

Epílogo


La vida le sonreía. Zac miró a su alrededor. Era el fin de semana que se celebraba el Día de los Caídos, y estaban preparando la barbacoa que celebraban cada año en la extensa propiedad de la casa de sus padres, donde se había reunido toda la familia.

Varios años antes, su cuñada Elizabeth había asistido a la barbacoa con la idea de tener un hijo utilizando a un donante de esperma. Sin embargo, en menos que canta un gallo, Elizabeth se había quedado embarazada de David. Su hijo había nacido a principios del año siguiente; el primer nieto Efron.

Zac miró a su hermano y a su cuñada, que estaban hablando con otra pareja bajo la sombra de un roble en el jardín trasero de los Efron. Llevaban ya más de cinco años casados y todavía se les veía muy felices. El negocio de diseño de Elizabeth continuaba en alza, aunque había contratado un par de empleados y no pasaba tantas horas fuera de casa desde que había tenido a los niños. Y, contra todo pronóstico, Elizabeth se había quedado embarazada de nuevo y recientemente había dado a luz a la pequeña Emily.

En realidad, pensaba Zac, los Efron habían experimentado últimamente un crecimiento rápido en la familia. El año anterior su hermana Miley había dado a luz a su hijo Will, que contaba ya con quince meses. Su hermana se valía de su experiencia como fiscal para ayudar a su marido en su empresa de seguridad.

De pronto Zac vio a su hermano Alex. Lo de su hermano sí que había sido una sorpresa. El hombre que siempre había tenido fama de playboy era en aquel momento un feliz padre de unos mellizos que contaban un año de edad, Ella y Mike. Kayla, que trabajaba como periodista freelance para el Boston Sentinel, juraba que nunca había pensado que vería alguna vez a su esposo jugando con las muñecas y con los bloques de las construcciones de sus hijos.

Ness: ¿Por qué sonríes?

Zac sonrió al ver a su esposa que se acercaba a él con paso torpe.

Zac: Hola.

Embarazada de siete meses, a Vanessa se la veía muy feliz.

La ecografía del quinto mes le había dicho que estaban esperando una niña, y ya se habían decidido por el nombre de Anne, el segundo nombre de Vanessa.

Ness: No has respondido a mi pregunta -dijo mientras él le echaba el brazo por los hombros y la abrazaba-.

Zac: Sólo estaba pensando en los Efron -miró a sus hermanos y luego a ella-. Hace unos años, habríamos sido los candidatos perfectos para Ideal Match. Y ahora míranos.

Ness: ¿Y a quién se lo tenéis que agradecer?

Zac levantó la vista y vio que Miley y William, que tenía a Will en brazos, se unían a ellos.

Zac: Bueno. Vamos a ver -fingió pensárselo un momento-. ¿A ti?

Miley: Eso es, hermano -asintió con aprobación-. Tal vez fueras el último Efron que quedara en pie; pero no te creas que los demás te íbamos a dejar en paz así como así.

Alex: ¿Dejarle en paz por qué? -preguntó, que acababa de acercarse a ellos con David y las esposas de ambos-.

Miley: Por ser el último de los Efron que seguía soltero.

David: Eso es, Zac -dijo con su hija Emily en brazos-. ¿De verdad pensabas que Miley descansaría antes de engancharte con alguien?

Zac arqueó una ceja.

Zac: Lo único que hizo fue sugerirme que fuera a una agencia matrimonial.

Miley: Pero no a cualquier agencia matrimonial -le corrigió-. Sino a la de Vanessa Hudgens; a Ideal Match.

Zac: Vamos, no me digas que fue algo consabido.

Miley: Vale, no fue así -dijo con dulzura, y todo el mundo se echó a reír-.

Zac se dijo que veces su hermana le confundía.

Zac: ¿Cómo ibas a saberlo?

Miley: Para empezar, Vanessa era, bueno es, una de las mejores.

Eso era cierto. Aunque recientemente Vanessa se hubiera asociado a Brittany y hubieran contratado a una recepcionista nueva, Zac sabía que quería estar pendiente del desarrollo de su negocio. Estaba, de hecho, planeando escribir un libro basado en su experiencia de casamentera.

Miley: En segundo lugar -continuó-, sabía que Vanessa había estado prometida a Andrew, tu antiguo compañero de clase, y me acordé de que cuando se publicó la noticia en el periódico de que se había cancelado la boda, tú te habías mostrado muy reservado, Zac.

Zac: ¿Y sólo por eso dedujiste que Vanessa y yo éramos almas gemelas destinadas a pasar el resto de nuestras vidas juntos? -le preguntó con escepticismo-.

Miley sonrió plácidamente.

Miley: No, pero se me ocurrió que tal vez fuera interesante ver lo que pasaría si volvíais a veros.

Zac: ¿Interesante? -repitió-. Eso es decir poco.

Miley: Exactamente. Surgió el amor y... -hizo un gesto con las manos- mirad cómo estáis ahora.

Eso no podía discutírselo a su hermana.

Miley se encogió de hombros.

Miley: Además, que Kayla consiguiera que te nombraran el soltero más cotizado de Boston no parecía estar funcionando.

Zac: ¿Hicisteis eso? -miró primero a su hermana y después a su cuñada-.

Miley: Bueno... -respondió en tono evasivo, como si se diera cuenta demasiado tarde de que había hablado demasiado-.

Zac: Eres muy ladina.

Todas las mujeres se echaron a reír.

Él miró a Vanessa.

Zac: ¿Te parece bien?

Ness: ¿Y quién soy yo para juzgar? -respondió muerta de risa-. Me gano la vida tratando de juntar a las personas. Además, te conseguí a ti, ¿no?

El la miró con elocuencia.

Zac: Sí, de eso no hay ninguna duda.

Alex: De acuerdo, de acuerdo, se acabó la conversación.

Miley: Bueno, Zac -añadió con una nota de suspicacia en la voz-, seguimos preguntándonos si no sería que hiciste todo lo posible para ser el último de los hermanos Efron disponible.

Alex: Sí -concedió-. Siempre fuiste el más callado. Con personas como tú, nunca se sabe...

Él esbozó una sonrisa enigmática. Ya estaba harto de que le tomaran tanto el pelo.

Zac: Tendréis que aceptar que algunas cosas van a continuar siendo un misterio.

Vanessa miró a su marido y a la familia a su alrededor y se sintió feliz.

Cuando se había mudado a vivir a Boston, jamás habría soñado poder quedarse allí. Se alegraba mucho de haber aguantado.

Zac había despertado una parte de ella que llevaba cinco años adormecida. En el presente se sentía más viva, más valiente y más dispuesta a vivir cada momento a tope.

Sonrió a Zac ¿Quién le iba a decir que el serio y callado gerente financiero sería el hombre que la ayudaría a olvidar su melancolía? Jamás se lo habría imaginado cuando entró aquel primer día en su oficina.

Meses después de pedirle que se casara con él, habían celebrado una boda preciosa a principios del mes de octubre, en un día soleado durante el verano de los membrillos en el que los colores de la naturaleza habían brillado en todo su esplendor.

La boda había sido un acontecimiento relativamente íntimo, en lugar del acontecimiento social que habría sido su primera boda; además, todo salió a pedir de boca. Todos sus hermanos con sus respectivos cónyuges, además de Brittany, habían asistido a la boda. Los Efron y los Hudgens habían hecho muy buenas migas desde el primer momento, y Zac y ella se habían marchado a pasar su luna de miel a un complejo vacacional en Fidji.

Y desde que se había casado era mejor en su trabajo. Gracias a su propia experiencia, era más intuitiva a la hora de adivinar lo que necesitaban sus clientes y cuál sería su pareja ideal.

Zac: Esa sonrisa quiere decir algo.

Alex: Ya están los recién casados otra vez con lo mismo -interrumpió-.

Porque Zac y ella eran los que se habían casado más recientemente, los demás se referían a ellos como los recién casados.

Ness: Soy feliz, sin más.

Todavía se emocionaba al pensar en que Zac era su marido. E incluso embarazada de siete meses, él le hacía sentirse sensual.

Zac bajó la cabeza y le dio un beso en los labios cargado de promesas. «Luego», parecía decirle su mirada cuando se miraron.

Zac: Vamos a brindar -dijo entonces mirando a sus familiares; pasados unos instantes, levantó su jarra de cerveza-. Por nosotros, los Efron, porque cada uno ha encontrado a su pareja ideal.

Todos alzaron sus copas mientras participaban en las palabras de su hermano con comentarios de alegría.

Entonces Zac se inclinó hacia Vanessa para besarla; y lo último que vio ella antes de cerrar los ojos fue la imagen más dulce de todas: el hombre a quien le había entregado el corazón, y que la amaba también con toda su alma.


FIN


Awwwwww! ¡Pero qué bonito!
Y que corta se me ha hecho XD

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viernes, 18 de marzo de 2016

Capítulo 10


Britt: Bueno, hasta el lunes -le dijo al salir-. Y no hagas nada que no hiciera yo.

Vanessa esbozó una sonrisa despreocupada.

Ness: No creo que surja la oportunidad.

Britt: Bueno, no sé... -le guiñó el ojo-. Últimamente has llevado una existencia más alocada que la mía.

Cuando se cerró la puerta, Vanessa se quedó sola en la silenciosa oficina de Ideal Match.

Pensó en el collar y pendientes de diamantes que tenía en un cajón en su mesa; su plan era llevárselos en persona a Zac ese día después del trabajo.

Se había dicho que era el modo más lógico de devolver unas joyas tan caras, pero en el fondo sabía que su principal motivación era otra. La verdad era que lo único que le había impedido no presentarse a su puerta había sido el no saber qué decirle. No le había dicho nada a Brittany de su plan para esa noche porque sabía que su recepcionista sacaría conclusiones precipitadas. Y como no se lo había dicho, Brittany había citado a un cliente nuevo a última hora de la tarde.

Suspiró. Con suerte, la entrevista sería rápida y podría salir pronto a ver a Zac.

Mientras esperaba cedió a la tentación de sacar las joyas del cajón de su mesa. Pasó los dedos por el collar y pensó en cómo se había sentido cuando lo había recibido: emocionada y turbada.

Decidió no pensarlo más y se puso el collar y los pendientes. Tal vez fuera la última oportunidad que tuviera de ponérselos.

Tal vez fuera una tontería, pero en las ocasiones en las que se los había puesto esa semana se había sentido más cerca de Zac. Recordó la expresión en sus ojos cuando la había visto con las joyas y el vestido verde; sólo de pensar en el anhelo de su mirada se le aceleró el pulso.

Un ruido inesperado en el vestíbulo la alertaron de la llegada de su último cliente del día. Maldición. No le daba tiempo a quitarse el collar y los pendientes; claro que seguramente no quedaría tan fuera de tono con la falda de lana y la blusa de escote de pico.

Cuando salió a la recepción se quedó de piedra. Zac.

Se miraron un momento.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí? -le soltó-.

Pensó con nerviosismo en las joyas que llevaba puestas. Ojala él no se diera cuenta. ¿Claro que, cómo no se iba a dar cuenta?

Le costaría creerla en ese momento si dijera que su plan había sido devolverle las joyas; porque si no podía tenerlo a él, no deseaba nada de él.

Tal vez él pensara que ella iba a empeñar las joyas, pensaba ella con tristeza, al igual que había hecho con su anillo de compromiso.

Zac: Tengo una cita -dijo dejando el abrigo que tenía en la mano en una silla, aparentemente ajeno a su angustia-.

De pronto ella se dio cuenta.

Ness: ¿Tú eres la persona a la que Brittany ha dado cita a las seis?

Zac: Exactamente.

Vanessa pensó en las respuestas vagas de Brittany cuando le había interrogado sobre el nuevo cliente que iba a ir esa tarde a las seis.

Zac: He estado pensando en lo que estoy buscando en la mujer ideal -hizo una pausa-. Mis exigencias han variado un poco.

A Vanessa se le cayó el alma a los pies, e inmediatamente intentó proteger sus vulnerables sentimientos.

Ness: Estupendo. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

Él arqueó una ceja.

Zac: Sigues teniendo una agencia matrimonial, ¿verdad? Pensaba que casar al soltero número uno de Boston era tu objetivo principal.

Lo había sido. En el pasado.

Zac: Si sigue la cosa como hasta ahora -continuó-, dentro de nada me volverán a nombrar el soltero más cotizado del año según el Sentinel.

Ness: Pensaba que querías encontrar a la mujer ideal antes de que eso pudiera ocurrir.

Él frunció la boca.

Zac: Eso no debería llevarme mucho tiempo. Ya tengo más claro lo que estoy buscando.

¿Le estaba pidiendo que lo ayudara a encontrar una sustituta? Su descaro la dejó sin habla.

Pero la pilló tan de sorpresa y estaba tan nerviosa, que pensó que lo mejor sería disimular.

Ness: De acuerdo, deja que vaya por un cuaderno.

Tal vez fuera posible que él pensara que le estaba haciendo un favor. Vanessa se acercó a la mesa de recepción con nerviosismo y buscó un bolígrafo y un cuaderno.

Ness: ¿De acuerdo, qué estás buscando?

Zac: Sencilla -dijo simultáneamente-.

Ness: Eso ya lo habías dicho.

Zac: Menuda.

Ella lo miró con escepticismo. Estaba dispuesta a seguirle el juego, porque cuanto antes se marchara de allí, mejor. Entonces podría ir a casa y llorar un rato a sus anchas.

Zac: Sí -avanzó un poco-. Me gusta el pelo largo.

Ness: A muchos hombres les gusta el pelo largo.

Zac: Pues yo estoy entre ellos, y entre los que prefieren a las morenas de ojos marrones.

Pensó en las dos mujeres morenas de ojos marrones con las que había intentado emparejarlo; a las dos las había rechazado.

Él miró a su alrededor.

Zac: ¿Podemos sentarnos?

Ness: Por supuesto -dijo con formalidad, aunque su mente le dijera que aquello era mucho más que eso-.

Vanessa se sentó en el sofá. Él se sentó a su lado y se volvió hacia ella.

Zac: Estoy buscando a una mujer a la que no le importe organizar algunas cenas de negocios, sobre todo vestida con un vestido verde que le queda de maravilla.

A ella le tembló un poco la mano, pero continuó escribiendo con valentía.

Zac: Una mujer que sea buena pero ambiciosa -sonrió brevemente-. Una mujer que, tal vez, tenga ya su propio negocio.

Ella siguió anotando, sin saber lo que estaba escribiendo. No quería levantar la cabeza del cuaderno. El corazón le latía con tanta fuerza que tenía miedo de que él lo oyera.

Zac: Quiero una mujer lo suficientemente dulce como para adoptar un gato abandonado, pero lo bastante dura como para manejarme a mí -le quitó el cuaderno de las manos-. Quiero una mujer -dijo en voz baja-, que se ha enfrentado a las vicisitudes de la vida y ha salido victoriosa -le agarró los hombros y la obligó a mirarlo-. Quiero una mujer que sea maravillosa en la cama; una mujer que me excita nada más verla. Me encantaría una mujer así.

Vanessa se sentía floja, aunque las pulsaciones le latieran en los oídos. Él la miraba con los ojos entrecerrados, brillantes, cargados de emoción.

Zac: La quiero de verdad.

Entonces se acercó a ella y moldeó los labios a los suyos. Ella separó los labios para dejarle entrar, y el beso se tornó profundo e intenso.

Cuando finalmente Zac levantó la cabeza, simplemente dijo:

Zac: Cásate conmigo.

Ella sintió una oleada de deseo, y le pareció que se derretía por dentro. Lo había deseado tanto y lo había echado tanto de menos esa semana.

Zac: Cásate conmigo, y eduquemos juntos a Félix.

Le entraron ganas de reírse y de toser al mismo tiempo.

Ness: Sentí que me habías engañado. Me dolió más que lo que hizo Andrew.

Él asintió.

Zac: Cuando me di cuenta de que estabas más disgustada conmigo que con Andrew, me dije que sería porque te preocupaba más -sonrió-. Bueno, eso y lo que me dijo Brittany.

Ness: ¿Qué te dijo Brittany exactamente?

Él sonrió divertido.

Zac: Sólo que esta semana te has sentido sola...

Vanessa abrió los ojos como platos.

Zac: Y que se alegraba de que hubiera llamado con un plan para presentarme aquí; porque, en su opinión, debía espabilarme y hacer lo que tenía que hacer en la vida.

Ella ladeó la cabeza.

Ness: ¿Por qué se me ocurrió pensar en ningún momento que no tenía ni idea de mujeres?

Zac: Sólo en lo que a ti concierne -le corrigió-. Se me traba la lengua y me pongo melancólico.

Ness: ¿Se te traba la lengua? ¿A ti? -se burló-. ¿Al gigante empresarial?

Zac: No quería estropearlo todo, pero acabé haciéndolo así.

Ella negó con la cabeza.

Ness: No, todo ha salido bien.

Él se puso serio.

Zac: Cometí un error de juicio. Para empezar, debería haberte dicho la primera vez que entré aquí en tu despacho sobre mi conversación con Andrew la noche antes de la boda. Debería haber dejado claro que él decidió por sí solo cancelar la boda.

Ness: Habría sido un marido terrible. Eso ya puedo reconocérmelo a mí misma.

Por supuesto, era posible que Andrew hubiera cambiado si su boda se hubiera celebrado como habían planeado, pero a Vanessa le extrañaba mucho.

Zac: El caso es que -continuó-, si hubiera reconocido que había obrado mal, también me habría tenido que enfrentar a la razón. -Ella lo miró con curiosidad-. Y la razón es que me atraes -hizo una pausa significativa-. Me atraes desde el día en que nos conocimos, pero eras la prometida de Andrew y yo tenía que mantenerme alejado.

Ness: Te comportabas como si yo ni siquiera te gustara. Yo pensé que eras frío y distante.

Él le echó una mirada de desaprobación.

Zac: Esa actitud mantiene alerta a mis rivales en los negocios. Pero contigo, estaba la atracción y me sentía culpable por ello; y lo que menos deseaba era que tú te dieras cuenta. -Ella estaba a punto de estallar de emoción-. Te puse difícil la tarea de buscarme novia a propósito -reconoció-. Empecé rechazando una candidata tras otra porque la única mujer a la que quería eras tú. Llegado un momento me di cuenta de que debería haberte contado lo que pasó con Andrew, pero me arriesgaba demasiado si lo hacía. No quería que te alejaras de mí.

Ness: Me encandiló el encanto de Andrew, su sofisticación y su dinero. La relación tenía problemas, pero me negué a verlos.

Zac: Pues a mis encantos te resultó fácil resistirte -se burló-.

Ella negó con la cabeza.

Ness: No, no me podía resistir, y eso era lo que me ponía nerviosa. Pensaba que ya era más experimentada. Cuando conocí a Andrew, seguía siendo una romántica empedernida deseosa de que alguien me llevara al altar. Lo vi como a mi caballero blanco.

Zac arqueó una ceja.

Zac: Su izquierda es demasiado enclenque como para ser el caballero blanco de nadie. Y la armadura está oxidada, además.

Ella se echó a reír.

Ness: Era una ingenua.

Zac: Eras preciosa.

Ella pestañeó, con ganas de llorar. Había hecho la vista gorda con las soserías y la flojedad de Andrew. Él no era entonces uno de esos hombres que querían sentar la cabeza y formar una familia; y menos con una cualquiera de las afueras de Sacramento.

Pero lo peor era que había agravado su error al atribuirle a Zac las mismas características que a Andrew.

¿Qué había dicho Zac? Que no quería salir con las mujeres con las que ella creía que a Andrew podría haber querido casarse. Hizo una mueca al pensar en lo precisa que había sido la acusación.

Zac era un hombre inteligente y divertido, listo y sociable, y dispuesto a arriesgarse por la mujer que quería. Le estaba desnudando el alma y revelándole lo que ocultaba en su corazón. Él era más de lo que ella habría deseado, y todavía más.

Ness: Eres todo lo que he deseado en la vida -dijo con emoción-.

Zac: En ese caso -respondió divertido-, espero que te guste esto -se metió la mano en el bolsillo-.

Ella emitió un gemido entrecortado cuando él sacó y abrió un pequeño estuche de terciopelo, donde había un anillo con un enorme diamante ovalado.

Zac: Creo que irá bien con los pendientes y el collar que llevas puestos.

Ella notó que se ponía colorada.

Ness: Iba a devolvértelos. Esta noche. -Él ladeó la cabeza-. En realidad, era una excusa para ir a verte. Yo... esperaba que pudiéramos arreglar las cosas.

Él sonrió con placer.

Zac: Me encanta hacer las paces con un beso.

Ness: Sí -respondió con un hilo de voz-.

Él asintió mirando el anillo.

Zac: Es una reliquia de familia; un anillo de platino que pertenecía a mi bisabuela. Lo llevé a la joyería para que lo limpiaran. Por eso he tardado en venir a verte. Merecías una proposición en toda regla, incluso aunque... -sonrió con pesar- terminaras tirándome el anillo a la cara.

Vanessa sintió que se le iban a saltar las lágrimas cuando vio que él se arrodillaba delante de ella.

Zac: ¿Vanessa, me quieres?

Ness: Sí -respondió con emoción-.

Zac: Bien. Estaba seguro de que Brittany no se equivocaba.

Ness: No sé si despedir a Brittany o ascenderla.

Zac: Asciéndela -respondió con énfasis-. Esa mujer tiene las habilidades para ser una casamentera de primera.

Vanessa esbozó una sonrisa tímida.

Zac: ¿Te quieres casar conmigo? -le preguntó muy serio-.

Ness: ¡Sí, por supuesto!

Zac parecía aliviado, como si, pensaba ella, hubiera tenido alguna duda.

Él le puso el anillo en el dedo. Se puso de pie, y ella también.

Ness: Te quiero -le dijo mientras le echaba los brazos al cuello para besarlo-.

Jamás se había sentido tan feliz, y con su recién descubierta felicidad llegó una nueva confianza en sí misma.

Ella lo besó con toda la pasión y el amor que llevaba dentro mientras le acariciaba el cabello con deleite.

Zac: Podría entrar alguien -se retiró un poco de ella, visiblemente excitado-.

Ness: No va a venir nadie -respondió en voz baja-. Es tarde, y no espero ninguna visita... -le echó una mirada de puro deseo- ni otra cosa que no sea sexo espectacular...

Zac: He creado una adicta al sexo -murmuró-.

Ella le echó una sonrisa picara mientras empezaba a desabrocharle el cinturón.

Él se quitó la americana del traje y la dejó caer en el suelo, para seguir aflojándose la corbata.

Tal vez en el pasado se habría preocupado; se habría preocupado por hacerlo bien o mal. Pero eso ya no era así; en el presente estaba flotando en una nube sostenida por una ráfaga de felicidad.

Ness: Date prisa -le urgió-.

Zac: De acuerdo, tú lo has querido -le dijo con la voz ronca y cargada de deseo-.

Él la levantó en brazos, y ella lo abrazó con sus piernas mientras él avanzaba hacia la mesa de Brittany. Ella se apoyó en el borde de la mesa de madera, con la falda subiéndosele por los muslos. La necesidad de unirse a él era insoportable.

Él estaba visiblemente excitado e inquieto, con los ojos oscuros, brillantes. La besó apasionadamente, y ella se inclinó hacia atrás y se apoyó sobre los codos. Zac le bajó la cremallera de las botas de cuero negras, y Vanessa se excitó al ver sus manos grandes tocando el cuero.

Ness: No me las quites -dijo jadeando-.

Zac: Sí -concedió con voz ronca-.

Entonces metió la mano debajo de la falda para quitarle las braguitas. Ella se incorporó para quitarse el suéter, dejando al descubierto su sujetador de encaje.

Entonces, de algún modo, él se colocó de nuevo entre sus piernas. Tenía la camisa abierta, los pantalones desabrochados y la corbata suelta colgando del cuello. Entonces ella le agarró de los dos extremos de la corbata y tiró de él despacio para que se echara encima de ella.

Él le desabrochó el sujetador para dejarle sueltos los pechos, que lamió y besó antes de volver a sus labios.

Esa vez no habría barreras entre ellos, se dijo ella.

Cada uno sabía de la vida sexual del otro antes de conocerse, de modo que ya tenían más confianza.

Zac: Podrías quedarte embarazada -murmuró, como si le estuviera leyendo el pensamiento-.

Ness: En el cuestionario decías que querías niños -dijo sin más-.

Él la miró con ardor.

Zac: Sí, contigo.

Se tomó su tiempo para excitarla con los dedos, antes de penetrarla, de llenarla por entero.

Ella cerró los ojos y gimió con deleite. Él empezó a moverse dentro de ella, y ella lo ayudó a mejorar la posición.

Se agarró a él al tiempo que el ritmo que marcaban iba aumentando en intensidad, mientras se olvidaban del mundo a su alrededor y sólo existían en el mar de dulces sensaciones.

Zac: Vamos, cariño -gimió-.

Era el único ánimo que necesitaba antes de dejarse llevar y caer en aquel abismo de dulces sensaciones. Él la siguió segundos después, embistiéndola sin parar mientras alcanzaba el orgasmo.

Ese día era el comienzo de su vida juntos, y Vanessa estaba deseosa de empezar.

Ness: Te quiero.

Zac: Igualmente, cariño -dijo mientras la besaba en la nariz-. Igualmente.




Awww...
Final feliz, quien lo habría imaginado... XD
Queda el epílogo.

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miércoles, 16 de marzo de 2016

Capítulo 9


Zac maldijo entre dientes. La cara que le puso Vanessa pareció decirle todo lo que necesitaba saber.

Parecía enfadada, decepcionada y dolida. Y tenía todo el derecho a sentirse así. Pero su intención no había sido jamás la de hacerle daño; y sólo de pensar que lo había hecho le dolió a él.

Ness: ¿Cómo has llegado aquí? -repitió-.

Él suspiró.

Zac: El portero llegó con mi coche unos minutos después de verte a ti saliendo en el taxi -se encogió de hombros-. Dejé a mis hermanos para que se ocuparan de los guardas de seguridad del hotel. Subamos a tu casa y hablemos.

Ness: Ya he oído bastante por hoy.

Zac: Me vale con que hablemos en el vestíbulo, pero no voy a permitir que estés aquí con el frío que hace.

Ness: Qué amable por tu parte -respondió en tono ácido-.

Ella se dio la vuelta y fue hacia el edificio de apartamentos donde vivía; sacó la llave y abrió el portal. Él la siguió y evitó que la puerta se le cerrara en las narices.

Cuando llegó al pequeño vestíbulo, ella se dio la vuelta y lo miró a la cara.

Ness: Dime lo que tengas que decirme, y date prisa.

Él arqueó una ceja al percibir su tono estridente, pero decidió que era mejor no decir nada.

Zac: La noche antes de la boda, después de la cena de degustación -empezó a decir-, Andrew y yo acabamos en el bar del restaurante con los otros padrinos.

Ella esperó en tenso silencio para que él continuara.

Zac: Fuimos los últimos en llegar, y me di cuenta enseguida de que pasaba algo. Andrew parecía nervioso, y después de tomarse unas cuantas copas empezó a hablar. Después de llevar un buen rato escuchándolo, lo animé para que cancelara la boda.

Ness: ¡Así que no lo niegas!

Zac: No, no lo niego. Andrew tenía muchas dudas.

Ness: Y tú lo animaste para que siguiera teniéndolas -lo acusó-.

Zac: Sus dudas no tenían nada que ver con lo que yo le dije -respondió deseoso de hacerle entender-. Andrew es un tipo débil -continuó-. Se iba a casar para complacer a su poderosa familia, pero cuando finalmente se dio cuenta de que tú no eras precisamente lo que ellos tenían en mente para él, concluyó que prefería viajar por el mundo sin ataduras a sentar la cabeza y formar un hogar.

No quería darle detalles de lo que Andrew había dicho para no hacerle más daño. Había demasiado en juego, y no quería perderla. Pero si para no perderla tenía que decirle toda la verdad sobre Andrew, lo haría. Ella llevaba demasiado tiempo engañándose con ese tema; y en parte eso era lo que le había llevado a querer casarse con Andrew.

Ness: ¿Que no era lo que ellos tenían en mente para él? -repitió-. ¿Quieres decir porque mi familia no es adinerada o conocida?

Él asintió.

Zac: Tendrías que haber sabido que Andrew estaba poniendo el dinero para la boda de su bolsillo; sus padres no quisieron participar en los gastos de la cena de degustación porque no querían que te presentara a sus amigos y asociados.

Ness: Andrew pagó los gastos de la boda porque podía permitírselos -dijo en tono desafiante-.

Él negó con la cabeza.

Zac: Y porque sus padres se negaron a darle ni un centavo.

Ness: Supongo -dijo con una mezcla de amargura y desafío en su voz- que no esperaban que Andrew se presentara ante ellos con una mujer a la que había conocido en una fiesta de un club de la ciudad.

Zac: Andrew y tú no hicisteis nunca buenas migas -sabía que tenía que tener mucho cuidado-. Ni en el dormitorio, ni fuera de él. Tú misma lo dijiste después de estar tú y yo juntos por primera vez.

Ness: Si sabías todas esas cosas de Andrew, entonces ¿por qué lo tratabas? Me parece que deberías haber advertido a las solteras de Boston.

Él se encogió de hombros.

Zac: Fuimos compañeros en la facultad, pero nunca fuimos buenos amigos. Me pidieron que fuera uno de los padrinos porque era un contacto de negocios interesante. Así es como funcionan las cosas en el mundo al que pertenece Andrew.

Ness: El mismo mundo del que provienes tú.

En lugar de negarlo, no podía negarlo, continuó hablando con resolución.

Zac: Creo que no me equivoqué al animar a Andrew a que pensara un poco en las dudas que tenía. ¿Preferirías haber terminado divorciándote en un par de años?

Ness: ¿Entonces crees que hiciste bien? -Repitió con incredulidad-. ¿Justo la noche antes de mi boda?

Zac: Lo sé, no fue el mejor momento.

Ness: ¡Ni que lo digas! -echaba chispas por los ojos-. Tal vez, si no le hubieras dicho nada, habría encontrado el modo de resolver el problema que hubiera. ¿Cómo podías estar tan seguro de que acabaríamos divorciándonos? ¿Acaso lo sabes todo?

Zac: Un pensamiento interesante por parte de una mujer que se gana la vida anticipando la felicidad de dos personas.

Ness: No te pesa nada lo que hiciste, ¿verdad?

Zac: Me pesa que sufrieras.

Era cierto.

Ness: Viniste a Ideal Match sabiendo que habías contribuido a deshacer mi boda -gritó-. ¿Cuándo ibas a decírmelo? -levantó la mano para que él no respondiera-. No, espera. Estoy segura de que no me lo habrías dicho antes de convencerme para que me fuera contigo a la cama.

Zac: Tal vez cometiera un error.

Zac deseaba aplacar su rabia, pero no sabía cómo llegar a ella en ese momento.

Ness: No, he sido yo quien ha cometido un error -abrió los ojos como platos-. Fue un error aceptarte como cliente, un error salir contigo y un error acostarme contigo.

Él apretó los dientes.

Zac: Ni hablar.

Ness: No sé en qué estaría pensando. He puesto en peligro mi ética profesional y la buena fama de Ideal Match. ¿Y para qué?

Zac: Te alegraste de poder tener como cliente al soltero número uno de Boston, y te interesó que ello favoreciera a tu empresa -le recordó-.

Ella abrió la boca para decir algo, pero la cerró enseguida.

Ness: Lo normal sería que hubiera aprendido algo de lo que me pasó con Andrew para no salir con ninguna persona que hubiera tenido relación con él, por muy remota que fuera.

Zac: El hecho de que la relación entre Andrew y tú no terminara bien no tiene nada que ver con nosotros.

Ness: Al contrario -argumentó-. Tiene todo que ver con nosotros. O tal vez debería decir que «nosotros» ya no existe.

Él entrecerró los ojos.

Zac: Eso podríamos desmentirlo tú y yo.

Ness: Se me olvidaba que eres el soltero más cotizado de la ciudad -dijo haciendo una pausa significativa-. Y en lo que a mí respecta, seguirás siéndolo.

Él avanzó un paso hacia ella y vio el destello de desafío en sus ojos; al momento siguiente, la estrechaba entre sus brazos.

La besó en los labios apasionadamente, mostrándole todo el deseo y la necesidad que tenía de ella.

Cuando se separaron, los dos jadeaban.

Ness: ¿Es ésa la prueba que buscabas?

Zac: ¿Tú qué crees?

Ambos permanecieron así durante unos segundos que parecieron prolongarse eternamente. Entonces, ella se dio la vuelta y fue hacia el ascensor. Él se quedó mirándola con melancolía, observando cómo se abrían las puertas del ascensor y a ella entrar.

Vanessa no lo miró mientras apretaba el botón y finalmente se cerraban las puertas.


Zac: No quiero volver a saber nada de las mujeres -declaró-.

Alex: ¿Cómo? -Dijo con incredulidad-. ¿El soltero más cotizado de Boston reniega del plato más delicioso del mundo? Dime que estás de broma.

Era lunes por la mañana, y estaban en el despacho de Zac de Empresas Efron. Estaba detrás del escritorio, con las manos en jarras. Su hermano acababa de llevarle unos documentos que estaban sobre la mesa.

Alex, Zac notó con fastidio, tenía el aspecto de un hombre que se ha pasado el fin de semana practicado el sexo. No como él.

Habían pasado dos días desde la metedura de pata después de la cena de gala con Vanessa, y había pasado todo el fin de semana de un humor de perros, el mismo que tenía todavía esa mañana.

Zac: Lo digo en serio -le dijo a su hermano-. No entiendo a las mujeres.

Alex se echó a reír.

Alex: Acabas de hablar como un hombre enamorado. Eso es exactamente lo que yo dije justo antes de darme cuenta de que necesitaba pedirle matrimonio a Kayla.

Zac: Estás loco.

Alex era el bromista de la familia, siempre dispuesto a hacer comentarios divertidos.

Además, pensaba Zac, se sentía fatal, peor de lo que se había sentido jamás con una mujer, de modo que era poco probable que estuviera equivocando sus emociones.

Alex: No, amigo mío, estás loco -dijo con seriedad-. Locamente enamorado, quiero decir.

Zac: ¿Has venido a hablar de trabajo, o eres el nuevo psicólogo de la empresa?

Alex le echó una sonrisa.

Alex: He venido a pagarte por adelantado. Es una tradición familiar.

Zac: ¿Cómo?

Alex sacudió la cabeza.

Alex: Olvídalo. Digamos que el sábado por la noche fue la primera vez que te he visto llegar a las manos con alguien por una mujer. Y no sólo con cualquiera, sino con un hombre a quien hace cinco años decidiste apoyar.

Zac: Créeme, no estoy orgulloso de ello.

Alex: No es tu estilo -dijo con gesto pensativo-. La mayor parte del tiempo te muestras tranquilo y sereno.

Él se pasó la mano por la cabeza.

Zac: Mi buen nombre a nivel profesional va a sufrir un revés. No quiero ni leer los periódicos esta mañana.

Se había pasado años cultivando la imagen del empresario sereno, enigmático. Le gustaba mantener el suspense con sus rivales en los negocios.

Alex: Pensaba que era el apasionado de la familia. Pero, sabes, me alegra poder dejar por fin ese título.

Zac: Muchas gracias -dijo con sarcasmo-.

Alex ladeó la cabeza.

Alex: Vanessa parecía disgustada.

Disgustada era decir poco. No le apetecía que le recordaran la cara que había puesto Vanessa. Había sido una mezcla de ansiedad, dolor y sorpresa.

Alex: Pero entiendo por qué te peleaste por ella -lo miró con expresión lasciva-. ¡Qué bocado más delicioso!

Él apretó los dientes.

Zac: Estás casado.

Alex: Y tú no -levantó las manos-. Venga, no la tomes conmigo ahora. He visto el daño que los gerentes de finanzas sois capaces de causar con el puño derecho.

Zac empezó a gruñir. Las bromas de Alex solían dar en el blanco, además de contener siempre un comentario adecuado a sus intenciones.

Zac: Me mandó a la porra.

Alex sonrió.

Alex: Recuerda tus inmortales palabras durante mi hora de necesidad, Zac: «la resistencia es inútil», me dijiste.

Más tarde, cuando Alex se había marchado, Zac empezó a darle vueltas a lo que le había dicho su hermano. ¿Estaría enamorado de Vanessa?

Se recostó en el asiento. Se había mostrado tan reacio a la hora de pensar en esas cosas porque si empezaba por ahí acabaría teniendo que reconocer otras cosas de sí mismo.

Siempre había pensado, y seguía pensándolo, que había hecho lo correcto cuando Andrew había dado voz a las dudas que había tenido, la noche antes de la boda. Jamás se había permitido a sí mismo cuestionar la pureza de sus motivos.

Pero en ese momento sabía que había querido a Vanessa para él solo, que había abierto la puerta a la cuestión de cuánto tiempo la desearía.

Para siempre.

La respuesta fue inmediata en su pensamiento. Ella le había enseñado que la comunicación era la llave de toda buena relación... ¿Pero estaría ella lista para saber lo que él realmente deseaba?


Ness: Estamos arruinadas.

O más bien, era ella la que estaba arruinada.

Britt: Ay, no, por favor.

Era lunes por la mañana, y estaban sentadas en su despacho de Ideal Match. Había llamado a Brittany para celebrar una reunión de emergencia, tanto de trabajo, como personal; una conversación de mujer a mujer.

Britt: Al contrario. Esto es lo mejor que podría haberle pasado a Ideal Match. Dos solteros muy cotizados y con prominencia social han llegado a las manos por ti. Para las mujeres de Boston eres maravillosa. Vendrán todas a llamar a tu puerta.

Ness: En este momento, los únicos que están llamando a la puerta son los periodistas, que quieren saber qué pasó el sábado por la noche.

Britt: Bueno, a lo mejor ha sido la segunda cosa buena que podría haberle pasado a Ideal Match -concedió-; después de juntar a Zachary Efron, preferiblemente contigo.

Vanessa volteó los ojos.

Ness: ¿Es que no has oído lo que he dicho?

Le había contado a Brittany lo que había ocurrido previo al incidente del sábado; y también la acusación de Andrew, la respuesta de Zac, y más tarde la negativa de Zac a reconocer que había hecho mal.

Britt: De acuerdo, lo que hizo Zac no estuvo bien -concedió-, ¿pero te gustaría estar casada con Andrew ahora? Después de oír la descripción que has hecho de él el sábado por la noche, me parece que deberías estar contenta de haberte salvado de esa situación.

Vanessa sacudió la cabeza con confusión.

Ness: No puedo creer que te pongas de parte de Zac de este modo.

Britt: Cualquier tipo que tenga el detalle de comprarle joyas caras a una mujer ocupa un lugar primordial en mi valoración particular.

Se había olvidado del collar y de los pendientes durante su discusión con Zac. Pero no podía quedárselos.

Ness: Se los voy a devolver.

Brittany la miró confusa un momento.

Britt: ¿El qué? ¿Los diamantes?

Ness: Sí.

Brittany la miró con incredulidad.

Britt: Estás de broma.

Ness: No.

Britt: Bueno, eso dice mucho.

Ness: ¿Cómo? -no pudo evitar preguntarle, aunque conocía la ya respuesta-.

Britt: Empeñaste el anillo de compromiso de Andrew, que lo mereció por lo que te hizo, pero a Zac le vas a devolver los diamantes. ¿No eres demasiado indulgente con Zac?

Ness: En primer lugar, Andrew no pidió que le devolviera el anillo. Ni siquiera sabía yo dónde estaba.

Britt: Tampoco he oído que Zac te haya pedido las joyas. ¿O me he perdido algo?

Ness: En segundo lugar -continuó, que no quería hacer caso de lo que dijera Brittany-, he terminado nuestra relación, y no quiero sentirme en deuda con Zac de ninguna manera.

Britt: Bueno, el hecho de que se molestara en elegir unos diamantes para ti dice algo, ¿no?

Ness: Que aprendió algo siendo cliente de Ideal Match.

Brittany negó con la cabeza.

Britt: Para empezar, colaboró en el desfile de moda, para contribuir a que fuera un éxito.

Ness: Fue una publicidad estupenda para ponerse delante de mujeres bonitas.

Britt: Pensó primero en ti. Incluso accedió a encontrarse en tu casa contigo para...

Ness: Sí, en mi apartamento, donde procedió a… -cerró la boca-.

Se suponía que su recepcionista no debía saber qué había pasado esa noche.

Brittany sonrió con picardía.

Britt: ¿Donde procedió a utilizar sus artes de seducción cuando se suponía que eras tú la que tenías que estar aleccionándolo a él?

Ness: Sin comentarios.

Había dicho esas mismas palabras repetidamente esa mañana; a reporteros, a clientes, a socios y a otros chismosos.

Brittany se puso de pie para marcharse.

Britt: Entonces si el tipo se presenta con una disculpa, volverás a recibirlo, ¿no?

Ness: Como las posibilidades de que Zac haga eso son mínimas, es algo que no podría asegurarte.

Britt: Aun así -dijo, antes de fijarse en un cuestionario que tenía Vanessa delante en su mesa-. ¿Qué es eso?

Ness: Bueno...

Vanessa sintió que se ponía colorada. Había estado ojeando las respuestas que Zac había dado en el cuestionario que había completado aquel primer día en su oficina, antes de que entrara Brittany.

Brittany retiró la hoja de su mesa antes de que a Vanessa le diera tiempo a quitárselo.

Britt: Mmm -miró a Vanessa y frunció la boca-. El dosier de Zachary Efron. Veamos.

Vanessa suspiró.

Britt: Ni siquiera preguntaré por qué esto está en mi mesa -dijo mirándola-.

Vanessa notó que se ponía colorada. La verdad es que se había estado torturando, tratando de descifrar las respuestas de Zac, como si ellas fueran la clave al hombre, como si pudieran revelar alguna pista de su traición pasada y de su falta de formalidad. De pronto Brittany se echó a reír y dejó la hoja del cuestionario sobre la mesa.

Britt: Bueno, está claro que no fuiste capaz de juntarlo con nadie. ¡Te estaba buscando a ti!

Ella le echó a su recepcionista una mirada de incredulidad.

Britt: Échale otro vistazo. No es sólo los comentarios sobre el aspecto físico, sino todo lo demás. Tú eres su fantasía.

Ojeó el cuestionario con escepticismo.

Britt: Cualquiera se daría cuenta de que estáis hechos el uno para el otro -añadió al salir del despacho-.

Sin duda Brittany debía de haberse equivocado con lo del cuestionario; o tal vez no...

A pesar de su dolor, su corazón quería creer...

Pensó en lo que había pasado el sábado por la noche por enésima vez, fijándose en los momentos clave.

Sí, Zac había hecho mal al no hablarle de su conversación con Andrew, pero en el fondo le había hecho un favor.

Toda vez que se había calmado un poco, tenía que reconocer que Brittany tenía razón. Estaba mucho mejor no habiéndose casado con Andrew.

Tal vez Andrew y ella habrían seguido casados en el presente, pero seguramente no. ¿Pero al final, qué importaba? Lo más seguro era que habrían sido infelices incluso si hubieran conseguido seguir casados. Se daba cuenta entonces, después de ver el hombre en quien Andrew se había convertido, y consciente también de que ella tampoco era la misma.

Pensó de nuevo en Zac. Él había dejado a un lado su orgullo por ella. No le había importado exponerse a las bromas de sus hermanos y de otras personas por ayudarla en el desfile de modas benéfico de la Asociación Operística. Había hecho un cursillo intensivo para aprender a dar masaje sueco. Y le había llevado comida a Félix. Y, aunque se había resistido un poco a veces, había permitido que le cambiara el apartamento.

Y sobre todo, le había enseñado a experimentar la verdadera pasión.

Tenía que darle la oportunidad de explicarse, de explicarse de verdad, sobre por qué no le había hablado de la conversación con Andrew. E incluso si la explicación no resultara convincente, al menos ella tenía que hacerle ver su punto de vista en el tema. Porque al final no tenía elección. Y no tenía elección porque lo amaba.




En el próximo capi me huelo una reconciliación ^_^

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domingo, 13 de marzo de 2016

Capítulo 8


Zac apretó los dientes para no perder el control.

En cuanto sintió que Vanessa llegaba al clímax, sin embargo, dejó de pensar y sus instintos primitivos tomaron el mando.

Alcanzó también el clímax poco después de ella. En la nebulosa del placer fue algo consciente de los gemidos de Vanessa que se mezclaban con los suyos propios.

Él la miró. Estaba todavía sudoroso. Ella tenía los ojos cerrados, los labios aún algo hinchados.

Zac: ¿Y bien? -Dijo cuando se calmaron los latidos de su corazón-. ¿Hay algún área en la que necesite mejorar?

Ella abrió los ojos, aquellos ojos de un color marrón chocolate tan fantásticos, y lo miró.

Nes: No se me ocurre ninguna -dijo con voz ronca-.

Zac: ¿Qué tal los besos?

Ella se aclaró la voz.

Ness: Esto... excelentes.

Él se volvió para mirarla de frente, y ella hizo lo mismo.

Zac: ¿El masaje?

Ness: Como el de un experto.

Zac: ¿Y las caricias? -insistió-.

Ness: Maravillosas.

Zac: ¿El ritmo?

Ella lo miró a la cara.

Ness: Experimentado.

Zac: ¿El orgasmo?

Vanessa se pasó la lengua por los labios.

Ness: Se ha registrado en los niveles más altos de la escala de Richter.

Zac: Bien.

Una intensa sensación de posesividad lo recorrió.

Ness: Nunca... me había pasado antes. Quiera decir, esto... con Andrew -carraspeó un poco más-. No he estado con nadie más.

Zac: Ah.

De pronto parecía darse cuenta de lo que ella le decía, al tiempo que esa sensación de posesividad se acrecentaba en él.

Entonces no había andado tan desencaminado. No sólo Vanessa llevaba muchos años célibe, sino que el sexo con Andrew tampoco había sido demasiado especial.

Sin embargo, ella era la que sufría la angustia, mientras que Andrew, estuviera donde estuviera, estaría pasando de una cama a otra con su bravuconería habitual.

Zac desahogó su rabia con ella y abrazó a Vanessa.

Zac: Bueno, para que lo sepas, lo que hemos hecho esta noche ha sido maravilloso para mí.

Ella abrió mucho los ojos.

Ness: ¿De verdad?

La expresión de sinceridad en su rostro estuvo a punto de matarlo.

Zac: Sí, de verdad -insistió-.

Ness: No tenía idea de que pudiera ser algo tan maravilloso -dejó de hablar de pronto y se mordió el labio de aquel modo tan tierno-. Quiero decir, sabía que podía ser así de bueno, lo he leído; lo que no sabía era que podía ser tan maravilloso para mí.

Zac: A veces la pasión desenfrenada supera nuestras inhibiciones.

Ness: Dudo de que me quede alguna.

Él sonrió.

Zac: ¿Quién sabe cómo funcionan estas cosas? Tal vez el sexo con Andrew habría sido mejor si tú te hubieras sentido más cómoda.

Ella suspiró.

Ness: Sí.

Zac: Me alegro de que el masaje funcionara.

Ella levantó la cara y lo miró.

Ness: No puedo creer que sólo te hayas leído por encima un libro de masajes.

Él sonrió otra vez.

Zac: ¿Estás de broma? Una visita a una tienda para comprar juguetes sexuales iba a ser el paso siguiente.

Ella se echó a reír.

Él fingió no sentirse ofendido.

Zac: ¿Qué tiene tanta gracia?

Ness: Tú, el serio e imponente de Zachary Efron, en un sex-shop.

Él asintió.

Zac: El Garito Rosa. Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer -entonces frunció el ceño-. ¿Y qué quieres decir con eso de serio?

Para darle más efecto a sus palabras, le deslizó la mano sobre el pecho y continuó hasta la parte más sensible de su cadera.

Ella se puso colorada.

Ness: Bueno... salvo que ahora sé que no eres nada serio.

Él se movió rápidamente, sin darle tiempo a reaccionar; la agarró y la colocó encima de él.

Ella emitió un gemido entrecortado.

Ness: ¿Qué estás haciendo?

Él le echó una mirada maliciosa.

Zac: Bueno, aún no sabemos nada del aguante.

Ella se fijó en el reloj de la mesita.

Ness: Necesitas ir a trabajar por la mañana.

Zac: En mi despacho tengo una ducha; siempre tengo un traje preparado por si lo necesitara. -Cuando ella arqueó las cejas, él entendió lo que quería decir-. No te preocupes, cariño. No es porque sea tal Casanova, sino porque a veces me he pasado toda la noche trabajando y no me ha dado tiempo a volver a casa a cambiarme.

Y dicho eso, Zac se aseguró de que ninguno de los dos hablara durante mucho rato.


Vanessa canturreaba de felicidad.

Britt: Alguien está de buen humor.

Entraba en el despacho con un paquete en la mano.

Vanessa sonrió.

Ness: Hace un día precioso.

Habían pasado dos semanas desde la visita de Zac a su apartamento, y las cosas no habían hecho más que mejorar entre los dos. Tanto en la cama, como fuera. Apenas podían estar en la misma habitación juntos sin empañar las ventanas.

Se excitaba sólo de pensar en todas las veces y todos los sitios en los que habían tenido intimidad.

En un desesperado esfuerzo para llegar al trabajo a la hora, se habían duchado juntos; pero incluso entonces las cosas habían tomado un giro inesperado.

Sin duda. Era una nueva Vanessa Hudgens; más segura de sí misma sexualmente con cada día que pasaba. Y tenía que agradecérselo a Zachary Efron. Él la había ayudado a derribar todas sus barreras. Tan sólo un par de meses atrás, jamás habría podido adivinar el nuevo camino que tomaría.

Como Andrew había sido su primer amante, no había sabido qué esperar porque no sabía lo que se había perdido.

Brittany la miró.

Britt: Mmm. Bueno, sólo para que se sepa, recuerda que te dije que deberías haberte dejado llevar por los encantos de ese hombre hace mucho tiempo.

Ness: Recuérdame que te haga un regalo.

Le había contado a Brittany que Zac y ella estaban juntos. Su recepcionista lo habría adivinado de todos modos enseguida, porque Ideal Match había dejado de buscarle novias a Zac.

Sí, había renunciado al cliente de más importancia para su agencia, pero a cambio estaba recibiendo muchísimo más. Estaba dispuesta a zambullirse de lleno para ver adonde la llevaría aquella relación entre Zac y ella, porque ya no tenía miedo alguno.

Britt: Toma -le pasó la caja que tenía en la mano y fingió perplejidad-. Acaba de traerla un mensajero. Adivina de quién es.

Vanessa se sentía turbada.

Ness: Veamos.

Abrió la caja y retiró el papel de seda que había dentro. El corazón le dio un vuelco al sacar un precioso vestido de noche de seda color verde. Cuando lo examinó bien vio que tenía tirantes de circonitas y pliegues que imitaban la explosión de una estrella y que partían del busto.

Britt: Está mejorando, y mucho.

Vanessa leyó la nota que lo acompañaba. “Póntelo para mí.” Zac había firmado con su nombre y había escrito un día y una hora: la noche de la cena de gala del Grosvenor celebrada para conseguir fondos para los museos de pintura de los que habían hablado.

Brittany le pasó un estuche.

Britt: Toma, se te olvida esto.

Lo abrió con cuidado y de pronto soltó una exclamación entrecortada. Un sencillo collar de diamantes con unos pendientes a juego descansaba sobre el terciopelo que forraba el interior del estuche.

Brittany se asomó para mirarlo bien, y también exclamó con sorpresa.

Britt: Oficialmente eres una mujer mantenida -bromeó-.

Vanessa sintió que se le escapaban las lágrimas. Se pondría todo... además del corazón como bandera.

Porque lo amaba.

Brittany le dio unas palmadas en el brazo.

Britt: Venga, venga. Es hora de descorchar el champán, no de abrir los grifos.

Ness: No me hagas caso.

Britt: Sabes, si éste te abandona -se burló-, creo que te darán más dinero en la casa de empeños que con tu anillo de compromiso.


El Salón Imperial del Hotel Boston Park Plaza brillaba bajo la luz que se reflejaba de varias arañas de cristal. La sala, totalmente abarrotada con sus casi quinientos invitados a la cena, poseía la elegancia de un viejo mundo gracias a su valioso techo, a sus balconadas doradas y a sus arcos ornamentados.

Vanessa se sentía como si estuviera en otra época y en otro lugar, cautivada por el encanto de lo que tenía a su alrededor, y sobre todo del hombre que tenía a su lado.

Se había puesto el vestido que Zac le había regalado, unos zapatos de tela plateada y un bolso a juego que tenía ella. Llevaba el pelo recogido, y en lugar de abrigo se había puesto una capa negra de paño para protegerse del frío.

Cuando le había preguntado a Zac de camino a la cena si su familia sabía algo, éste había respondido que no le había dicho nada directamente a su familia de su incipiente relación.

Tampoco había entendido la reacción de preocupación de Vanessa.

Ness: Teniendo en cuenta que todo el mundo se va a fijar en nosotros -no quería ni pensar en los periodistas que acudirían al evento-, podrías al menos haber avisado a tu familia.

Zac: Todo irá bien, Vanessa -le respondió mientras le daba un apretón en la mano-.

Pero ella se había negado a consolarse con eso.

Sabía que los Efron preguntarían; al menos lo harían con sus miradas, si no decían nada. Después de todo, los hermanos de Zac sabían que él había ido a su agencia a contratar sus servicios, y que antes que eso había sido el padrino del novio en la boda que debería haberse celebrado y que no se celebró. Su historia con Zac no podría haberse complicado más.

Y mientras que antes podrían haber sospechado de algo más que de una relación platónica entre su hermano y ella, esa noche estaba claro que entre Zac y ella había algo más.

De todos modos, sabía que amaba a Zac, y no podía ocultar sus sentimientos y seguir siendo sincera consigo misma.

El gesto tierno de Zac al colocarle la mano en la cintura le hizo sentirse un poco más segura estando allí con su familia, incluidos sus padres.

Estaban junto a la mesa donde iban a sentarse a cenar en breve. La madre de Zac, Nancy, era elegante y bonita, con el cabello castaño como el de Zac, pero con algún que otro toque plateado. El parecido con su hija Miley era impresionante. El padre de Zac, James, vestía un esmoquin como los demás hombres, era alto y distinguido y poseía un amable encanto.

Nancy: Zac mencionó que eras una casamentera profesional, Vanessa.

Ness: Exacto... sí, lo soy.

Hasta hacía muy poco, la de Zac, quería reseñar; pero se quedó callada.

James: Debió de ser un desafío abrir tu propio negocio.

Ness: Sí, pero también muy satisfactorio. He estado muy activa en asociaciones de propietarias de negocios aquí en Boston.

Se alegró al ver que por lo menos los padres de Zac parecían lo suficientemente educados como para no sacar el tema de cómo había pasado de ser la persona encargada de buscarle una esposa a su hijo, a su amante.

Sus hermanos eran otra cosa.

Alex: ¿Y bien, Zac, cómo va lo de buscarte esposa? -le preguntó más tarde, cuando se habían sentado a la mesa a cenar-.

Zac se tomó su tiempo para responder.

Zac: Ya no estoy en el mercado.

Alex se puso la mano detrás de la oreja.

Alex: ¿Qué has dicho? No te he oído.

Zac: He dicho que ya no estoy en el mercado.

Alex abrió mucho los ojos.

Alex: Ni siquiera Vanessa ha podido encontrar a alguien con quien quieras salir, ¿eh?

David ahogó una carcajada.

Nancy: Alex -le reprendió en tono de advertencia-.

Pero Alex miró a su madre con gesto inocente.

Vanessa vio que Zac se recostaba en el asiento y colocaba el brazo sobre el respaldo de su silla.

Zac: Vanessa es mi pareja esta noche, por si acaso no os habéis dado cuenta.

Vanessa vio la expresión de aprobación y alegría que Miley intercambió con Elizabeth y Kayla, sin duda al confirmarse sus sospechas. Alex fingió sorpresa.

Alex: ¿Quieres decir que no está aquí solamente para que aprendas la etiqueta pertinente?

Zac: No.

Vanessa se daba cuenta de que no se trataba de que los hermanos de Zac quisieran meterse con ella, sino que trataban de tomarle el pelo a Zac siguiendo un ritual tal vez establecido en la familia.

Alex: ¿Quieres decir que es tu cita de verdad de esta noche? -insistió-.

Zac: Tan de verdad como la que más.

Vanessa notó que se ruborizaba. De haber dicho que habían hecho el amor de un modo espectacular no habría sido más explícito.

Miley: Estáis incomodando los dos a Vanessa. Basta ya.

Vanessa la miró con agradecimiento.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que otros miembros de la familia Efron la estaban mirando; no con sospecha, sino con comprensión y amabilidad.

El corazón se le encogió y pestañeó con fuerza.

Sabía que acababa de dar un paso significativo.


Más tarde, cuando Zac y ella estaban en la pista de baile, pudo finalmente expresarse con libertad.

Ness: Me gusta tu familia -le dijo a Zac-.

Zac la miró con gesto de humor.

Zac: A veces son insoportables.

Ness: Muy refrescante.

Zac: Menudo eufemismo.

Ella sonrió.

Ness: Vamos, son cariñosos.

Él ladeó la cabeza al pasar junto a otra de las parejas que había en la pista. Una orquesta de veinte músicos tocaba en el escenario.

Zac: Lo dices como si te sorprendiera.

Ness: La familia de Andrew no era así.

Zac: ¿Esa es tu manera de decir que eran ricos y esnobs? -le preguntó en tono divertido pero con una nota de seriedad también-.

Ness: Distantes y formarles -respondió, mientras se quebraba la cabeza por explicarse correctamente-. La cena en su casa siempre terminaba con café y postre, que consistía en un plato con una galleta por persona.

Él sonrió.

Zac: Debían ser unas galletas carísimas.

Ness: Sé que parecerá ridículo.

Él negó con la cabeza y se puso serio.

Zac: No, la familia de Andrew siempre me ha parecido un tanto arrogante -comentó-.

Ness: Bueno, digamos que ellos habrían presumido de que sus antepasados vinieron en el Mayflower, fuera o no cierto -dijo con una sonrisa en los labios-.

Él sonrió también.

Zac: Eso es, dame donde sabes que me duele -la miró y su expresión se volvió más seria, más intensa-. Me alegro de que te pusieras el vestido que te envié. Estás guapísima.

Vanessa se llevó una mano a la garganta; el collar de diamantes estaba frío en contraste con su piel. Tenía suerte de que los Efron no supieran quién se lo había regalado. Ya se habían mostrado más que un poco curiosos y entretenidos con su aparente aventura amorosa con el último soltero de la familia.

Ness: El vestido es precioso. Y también el collar y los pendientes; pero son demasiado caros para quedarme con ellos...

Él la silenció con un beso.

Zac: Déjame que te convenza para que te los quedes.

Su voz estaba cargada de promesas, y Vanessa se estremeció. Era, pensaba ella, una noche mágica que había pasado flotando en una nube de felicidad burbujeante. Y en lugar de estar deseando que la velada tocara a su fin, como había pensado a la ida, la fiesta concluyó enseguida.

En el vestíbulo, esperaron a que el portero le llevara el coche de Zac. Otros invitados abandonaban el Salón Imperial, y los huéspedes del hotel entraban y salían.

Zac se acercó a ella.

Zac: Estoy deseando quitarte ese vestido.

Ella sonrió, pero al segundo siguiente la sonrisa se desvaneció de sus labios.

Andrew.

Le costó un momento asimilar que estaba allí. No lo había visto en cinco años, pero en ese momento entraba por las puertas giratorias y avanzaba por el vestíbulo hacia ellos, con toda naturalidad.

Zac miró hacia donde miraba ella y se quedó también perplejo.

Al momento siguiente, cuando Andrew los vio, puso cara de pocos amigos. Vaciló un instante, pero continuó avanzando y sólo se paró cuando estuvo delante de ellos.

Andrew: Vaya, pero qué sorpresa -pronunció en tono pausado-.

Zac: Andrew.

Vanessa no se podía mover.

Andrew sonrió con gesto desagradable.

Andrew: Le he oído decir a uno de los invitados que estabais juntos en la cena de gala de esta noche; pero la verdad es que no hay nada como verlo con mis propios ojos.

Vanessa se dio cuenta de que Andrew estaba bebido, sin duda después de haber salido por los clubes de la ciudad. Tenía los ojos demasiado brillantes, y las ojeras profundas.

Sin embargo, incluso teniendo en cuenta su estado transitorio, estaba claro que esos años que habían pasado desde la última vez no le habían tratado bien. Se le veía agotado, y estaba claro que no era sólo por una noche de juerga.

Se preguntó si esas señales habrían estado también allí cinco años atrás, o si eran síntomas más recientes de una vida que lo había decepcionado.

Había una debilidad en sus labios, un gesto hosco en su mirada y en general mala cara.

Zac: Supongo que es una feliz coincidencia que nos hayamos encontrado entonces contigo -dijo en tono seco-. Es impresionante la rapidez con la que corren los rumores.

Andrew: Llevo dos días hospedado en el Park Plaza, desde que he vuelto de Londres. En ese momento no imaginé que encontraría a la que casi habría sido mi esposa en los brazos de uno de los padrinos.

Zac: Han pasado cinco años. Cinco años en los que has estado sin decir palabra.

Vanessa sintió la tensión que vibraba entre los dos hombres. La gente a su alrededor empezaba a mirarlos con curiosidad.

Andrew frunció la boca.

Andrew: Ahora sé por qué me decías que cancelara la boda. La querías para ti, asqueroso.

Ella miró a Andrew sin comprender. Entonces se dio cuenta de que no se trataba de que no hubiera comprendido lo que Andrew decía, sino que no quería entenderlo.

¿Zac instigando a Andrew para que la dejara plantada ante el altar? No podía ser cierto.

Zac: Si tienes remordimientos, es culpa tuya y nada más -dijo en tono frío-. Los dos sabemos que la verdadera razón por la que cancelaste la boda fue porque no fuiste lo suficientemente hombre para plantarle cara a tu familia, ni lo bastante hombre como para merecer a Vanessa.

Esas palabras pincharían a Andrew, y Vanessa lo sabía. Y fue Andrew quien se lanzó el primero, pero también quien recibió el primer puñetazo; y después de eso, se desencadenó la pelea, porque se enredaron a pelearse y no parecían querer parar.

A su alrededor, la gente gemía de sorpresa o se retiraba para no ponerse en medio.

Vanessa no podía creerlo. No podía creer que el imperturbable de Zachary Efron se estuviera peleando con nadie, ni que Andrew y él se estuvieran dando de puñetazos, y sobre todo, no podía creer que se estuvieran peleando por ella.

Ness: ¡Basta! -gritó, aunque ni siquiera a ella le resultó convincente-.

Miró nerviosamente a su alrededor en busca de ayuda, pero no vio a ninguno de los Efron, y el grupo de personas de mediana edad que los observaba parecía ser la única fuente de asistencia.

Fijó de nuevo la mirada en los dos hombres, justo a tiempo de ver a Zac dándole un golpe a Andrew que lo tumbó de espaldas.

Hizo una mueca, y al ver su oportunidad se lanzó hacia delante.

Ness: ¡Basta! -gritó con tono histérico-.

Temblaba cuando agarró a Zac del brazo y tiró de él para separarlo de Andrew. Consiguió moverlo sólo un poco, a pesar de hacer un esfuerzo enorme.

Andrew tenía el labio lleno de sangre y la ropa desgarrada; un moretón en la mejilla y otro en el ojo que prometían ponerse más morados.

Vanessa miró a Zac y vio que él no estaba tan mal. Respiraba con agitación y tenía un moretón grande en la mandíbula. En ese momento no tenía nada que ver con el hombre refinado con quien se había reído y había bailado toda la noche.

Pensó de nuevo en la acusación de Andrew. Zac no la había negado categóricamente.

De nuevo trató de digerir el hecho de que Zac, su seductor, su amante ya, tal vez pudiera ser el responsable del momento más humillante de su vida.

Justo a tiempo, sin embargo, llegó el guarda de seguridad del hotel.

La gente comentaba en voz baja, y Vanessa pensó con vergüenza en el tiempo que tardaría en olvidarse de todo aquello. Después de que Andrew le dejara abandonada, le había costado cinco años continuar.

Cuando el guarda de seguridad lo levantó del suelo, Andrew se limpió el labio con el revés de la mano.

Andrew: Te demandaré, asqueroso. Voy a asegurarme de que te arrepientas de haberte cruzado en mi camino.

Otro guarda le plantó una mano a Zac en el pecho, para detenerlo.

Zac: Fuiste tú quien viniste por mí -respondió en tono seco-. Demandarme no te va a llevar a ningún sitio... aunque te quedes en Boston el tiempo suficiente para poder tramitarlo.

Vanessa miró a Zac.

Ness: ¿Es verdad? ¿Es cierto lo que ha dicho Andrew?

Él la miró y no dijo nada, pero ella se lo leyó en la mirada.

Zac: Luego hablaremos de eso -respondió en tono seco-.

Ella retrocedió un paso. Se había trasformado de nuevo en el extraño de ojos azules, en un titán corporativo de voluntad de hierro.

Al momento, sus hermanos y las esposas de éstos llegaron, haciéndoles preguntas y emitiendo exclamaciones de sorpresa.

Ella se retiró del grupo en ese momento de confusión, pensando que tenía que alejarse.

Zac: ¡Vanessa, espera!

Oyó la voz de Zac, pero continuó avanzando. Sabía que él no podría marcharse del hotel sin explicarle a los guardas de seguridad lo que había pasado, aunque también estaba segura de que la riqueza y prominencia social de Zac conseguirían que lo trataran con deferencia y respeto.

Ella, por otra parte, pagaría el precio de lo que había ocurrido esa noche durante mucho tiempo.

Fuera del hotel, el viento de marzo la recibió con su frialdad, y lo cierto fue que Vanessa agradeció el cambio de temperatura. Necesitaba aclararse las ideas. Le pidió a un botones de uniforme que le buscara un taxi, y afortunadamente, en un par de minutos apareció uno. No miró a nadie antes de meterse en el vehículo, pero sintió que la gente la miraba, sin duda personas que habían sido testigos de la pelea que había tenido lugar en el vestíbulo.

Mientras el taxi cruzaba las calles oscuras de Boston de camino a su casa, a Vanessa se le formó un nudo de angustia en la garganta.

Se recostó en el asiento y echó la cabeza hacia atrás. Pero cómo podía ser tan boba; no podía creer que se estuviera enamorando de verdad.

Claramente, no había aprendido nada en los cinco últimos años, porque estaba repitiendo los mismos errores de entonces. Otra vez se había equivocado al pensar que había encontrado a la pareja ideal, a su pareja ideal.

Debería haberse fiado de lo que en un principio le había dicho el instinto acerca de Zac. Claro que eso había sido antes de saber nada del engaño de Zac en el pasado y de las mentiras del presente. Por fin se había dado cuenta de que las similitudes entre los dos hombres iban más allá de lo superficial. Los dos eran dos víboras en las que no se podía confiar.

Al día siguiente, los comentarios circularían y los periódicos no dejarían de publicar la noticia sobre la pelea en el Boston Park Plaza; aparentemente por ella.

Todo era tan horrible que le entraban ganas de llorar.

Pagó al taxista, salió del vehículo y se detuvo delante de su edificio de apartamentos para sacar la llave.

Zac: Vanessa.

Se dio la vuelta al oír la voz de Zac. El corazón le dio un vuelco al verlo. Era la persona a la que menos deseaba ver en ese momento, por lo nerviosa que estaba. Lo mejor era que se colgara un cartel del corazón que dijera: condenada.

Aún con la cara llena de moretones y el aspecto descolocado, sin embargo, era el hombre más atractivo que conocía.

Zac: Tenemos que hablar.




Una pelea y esa frase que no mola nada =S

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jueves, 10 de marzo de 2016

Capítulo 7


Zac se recostó en la butaca de cuero y observó el horizonte de Boston desde la ventana de su dormitorio. Movió suavemente una copa de brandy que tenía en la mano, dio un sorbo y la dejó de nuevo en el brazo de la butaca.

Hacía más o menos una hora que Vanessa se había marchado de allí como alma que llevara el diablo.

Estaba excitado y listo para la acción. Naturalmente, cuando ella le había dicho que parara, su frustración había sido enorme.

Pero como ya se había calmado un poco, se dijo que podía intentar analizar lo que había pasado. Por supuesto, no creía que ella hubiera estado intentado hacerle chantaje. Esas palabras le habían salido así porque se había visto enfrentado a una situación que no tenía sentido y por la frustración.

En un minuto había estado dócil entre sus brazos, y al siguiente rígida y tensa.

A Vanessa le había pasado algo, y el cambio había sido tan brusco, tan radical, que estaba dispuesto a apostar que era algo previo a su llegada a su vida, o al menos a esa segunda llegada.

Se preguntó si el abandono de Andrew le habría causado aquella falta de confianza en sí misma, y sintió náuseas sólo de pensarlo.

No tenía mucha experiencia con ese tipo de cosas, pero suponía que el que Andrew la hubiera plantado el día de su boda había socavado la confianza de Vanessa como mujer; por muy deseable y atractiva que fuera.

Y era encantadora, eso desde luego. Sólo con mirarla sentía deseos por ella. Le costaba estar con ella sin que su deseo sexual se acelerara como el motor de un coche de carreras. Quería tirarse al sofá con ella, aunque estaba seguro de que no llegarían al sofá, y hacerle el amor apasionadamente.

El hecho de que hubiera tenido la fuerza de voluntad para llevarla hasta su dormitorio esa noche había sido un milagro. Había pasado de cero a cien en menos de un minuto, de lo mucho que le había excitado verla. Eso no le había pasado con ninguna mujer.

Ladeó la cabeza y miró las luces parpadeantes de Boston. Pensándolo mejor, tal vez ése había sido el problema. Tal vez ella hubiera presentido su deseo, y eso habría disparado su inseguridad y la hubiera ahuyentado.

Se llevó la copa a los labios y dio otro sorbo muy gratificante. Siempre existía la posibilidad, por supuesto, de que su reacción en el dormitorio hubiera ocurrido antes incluso de casarse con Andrew.

Ésa sí que era una idea interesante. A lo mejor Andrew no había sido muy buen amante, pero sí demasiado machito para reconocerlo.

Sin duda, ésas eran cosas de dos; pero por su experiencia con las mujeres, Zac sabía que había un montón de hombres que no sabían o no se preocupaban de darle placer a su pareja.

Con pesar se dijo que él tampoco podía hablar. Su comportamiento de esa noche no había sido bueno, y sólo podía echarle la culpa a lo mucho que había deseado a Vanessa.

Tenía que enmendar el error. Ella no merecía todo lo que le había dicho. Y quería entender lo que había pasado esa noche. La deseaba demasiado como para no hacerlo.

Ness: No quiero hablar de ello.

De él, se decía Vanessa para sus adentros. No quería hablar de él. En realidad, era la frase que más se había repetido en su pensamiento ese día. Desgraciadamente, Brittany no parecía haberlo pillado. ¿Si no por qué no dejaba de hablar de Zac?

Brittany y ella estaban almorzando en el vestíbulo de Ideal Match, un poco de sopa y unas ensaladas que habían comprado en la tienda de productos gourmet próxima a la oficina, y Brittany ya había mencionado a Zac tres veces.

Desde que Brittany los había visto juntos aquel día lluvioso, no había dejado de mencionarlo cada vez que podía, como si Zac fuera un trofeo y ella la rival principal en el torneo.

A decir verdad, Zac era un trofeo; pero lo único que ella quería era tener su foto enmarcada en la pared, sobre un pie de foto que aludiera al mayor éxito de Ideal Match hasta la fecha.

Por supuesto, no sabía nada de él desde el domingo, cuando había salido corriendo de su apartamento. Que ella supiera, él ya no querría ser cliente de la agencia.

Y dada su desastrosa seducción, no podía considerarlo como nada más.

Pero por otra parte sería imposible verlo como nada más; dado que él había hecho algunos comentarios imperdonables.

Pinchó un pedazo de lechuga con más ímpetu del necesario, y esperó que Brittany no se hubiera dado cuenta. No le había contado a su ayudante nada de lo que había pasado el domingo con el soltero más cotizado de Boston. No quería que su recepcionista hiciera algún comentario sarcástico cuando Zac llamara... si llamaba.

Al menos quería pensar que ésa era la razón para no decirle nada a Brittany, y no que estuviera desesperada por ver a Zac de nuevo a pesar de todo.

De momento su recepcionista seguía pensando que Zac y ella estaban aún en ese punto en el que habían cruzado el límite del comportamiento civilizado, después de verlos besándose en la recepción.

Se puso nerviosa sólo de pensar en el apasionado encuentro de ese día. Ella no había sentido miedo, seguramente porque la vuelta inesperada de Brittany la había salvado de llegar a ese momento inevitable.

Britt: Estás loca.

La voz de Brittany la devolvió al presente.

Como si necesitara confirmación, pensaba Vanessa con pesar.

Brittany continuó hablando sin dejar de comer.

Britt: Quiero decir, Zac es guapísimo, rico y está claro que una fiera en la cama -terminó de decir con un rugido-. Todo tuyo para que lo domes, cariño.

Vanessa volteó los ojos.

Ness: ¿Qué es esto? ¿Una discusión sobre mi vida personal para un anuncio de un circo?

Britt: No cambies de tema.

Ness: No quiero domar a nadie.

Y menos a él. Sobre todo a él. Ni siquiera sabría hacerlo. Pero jamás había hablado de eso con Brittany, y no pensaba empezar en ese momento.

Brittany negó con la cabeza.

Britt: ¿Y qué haces en lugar de agarrarlo? Sigues intentando enganchar al pobre hombre con otras mujeres.

Ness: Eso me da dinero.

Britt: Cariño, llevas demasiado tiempo buscándole pareja a la gente. El amor es un tren que pasa pocas veces en la vida -añadió-, y yo estoy aquí para recordártelo, cielo. Particularmente cuando el tipo es tan comestible como Zac Efron.

Ness: Demasiado especiado para mi gusto.

La cara de sorpresa que puso Brittany dio paso a una expresión de picardía.

Britt: Bueno...

Vanessa sabía que había logrado no revelar demasiado; pero no como Brittany creía.

Britt: Pensaba que era demasiado soso.

Ness: Creo que dije que era un tanto estirado, no soso.

Brittany sonrió.

Britt: Siempre son los sosos los que...

Se preguntó qué diría Brittany si le contara lo que había pasado el domingo por la noche; las acusaciones de Zac, las cosas horribles que le había dicho, y contrariamente la cara pensativa que había puesto cuando el coche había arrancado.

No había conseguido olvidarse de lo último. Además de haber fallado con una boda, ahora también había fallado con una seducción; algo terrible para cualquiera, pero más que depresivo todavía para una casamentera profesional.

En sus cartas debería utilizar un membrete que dijera «un fraude», pensaba con fastidio.


Normalmente no se encontraba con ningún cliente en su apartamento. Le gustaba separar el trabajo de su vida privada lo más posible, pero Zac no era un cliente cualquiera.

Vanessa se dijo que nunca había estado a punto de practicar el sexo con un cliente anteriormente. Ni siquiera se había acercado porque jamás había tenido una relación romántica con ninguno. Nunca había ido más allá de una cena para afinar las habilidades sociales de un cliente, por ejemplo.

Pero Zac había insistido en que tenía que hablarle, y a ella no le había apetecido esperarle en su oficina hasta las ocho, o cuando fuera que terminara su cena.

Él le había sugerido que de otro modo tenía toda la semana muy liada; y ella entendía que lo mejor era verlo de una vez y aclararlo todo.

Ella estaba segura de que él quería verla para dejar de ser cliente de Ideal Match. Aquélla sería la última vez que tendría que quedar con él.

Se puso unos vaqueros, una rebeca de felpilla beis y unos zuecos de tacón cubano. Llevaba el pelo recogido y se había desmaquillado cuando había llegado a casa, después de la cena. Se negaba a arreglarse sólo porque Zac fuera a llegar.

En los días que habían pasado desde que Zac y ella habían estado a punto de hacer el amor en su apartamento, su rabia había cedido y había dado paso a la resignación y a la derrota. Pero le resultaba muy difícil definir las demás emociones que llevaba dentro.

En ese momento sonó el timbre del telefonillo, en su casa no había portero con uniforme, y a los pocos minutos le estaba abriendo la puerta a Zac, que entró, tan apuesto como siempre, con un abrigo negro cubierto de nieve.

Zac: Gracias por quedar conmigo tan rápidamente...

Ness: Deja que me lleve tu abrigo -le dijo sin responder a lo anterior-.

No pensaba bajar la guardia otra vez delante de él. No dejaría que él sospechara cómo había llorado esa noche en la cama.

Después de quitarse varias prendas de ropa que ella colgó en un ropero de la entrada, él le pasó una bolsa de papel marrón.

Zac: Esto es para ti. Una ofrenda de paz.

Ness: Gracias.

No tenía ni idea de lo que él podría haberle llevado, pero de todos modos tomó la bolsa que le había dado él y la abrió a ver qué había dentro.

Zac: Comida para gatos saludable. Brittany dijo un día que tenías un gato.

Vanessa se preguntó qué más le habría contado Brittany a Zac.

Ness: Gracias. A Félix le gustará.

Como gesto de buena voluntad, no estaba mal. Tal vez hubiera aprendido algo después de las lecciones que le había dado.

Zac: Una lata de comida de gato es un regalo muy imaginativo para una mujer.

Entonces, se dio cuenta de que había múltiples maneras de interpretar ese comentario; podría haber cerrado la boca.

Pero él no pareció darse cuenta.

Zac: He aprendido algunas cosas.

Ella se quedó inmóvil. Él la miraba con expresión muy seria, tan apuesto con su traje gris marengo.

Zac: Te dije algunas cosas que no siento -dijo sin más preámbulo-.

Ella trató de ahogar una sonrisa involuntaria. Como era costumbre en los hombres, se acercaba a disculparse sin decir «lo siento». Tal vez no hubiera cambiado tanto, después de todo. Miró a su alrededor.

Zac: ¿Dónde está Félix? Cuando venía de camino me he dado cuenta de que es la primera vez que vengo aquí. Cuando te recogí para ir a la boda de Verónica y Albert, bajaste al portal.

Ness: Es cierto -miró a su alrededor-. A menudo el gato se esconde en mi dormitorio.

Zac: Qué suerte tiene ese gato.

A Vanessa se le puso la carne de gallina. Su manera de decirlo, con tanta naturalidad, con tanta seguridad, le provocaba esa reacción.

Zac: Al menos me alegra saber que todavía queda algún macho que te guste -bromeó-.

Ness: Félix está castrado -dijo con rotundidad-.

Él hizo una mueca de dolor.

Zac: ¡Ay!

Ella se volvió hacia el dormitorio.

Ness: Mejor que te enseñe el apartamento, aunque no hay mucho que ver. Es el típico apartamento con un dormitorio.

Él asintió y miró a su alrededor.

Zac: Pero decorado con mucha alegría.

Ella lo miró con interés.

Ness: ¿Quieres decir, a diferencia de tu palaciego apartamento?

Él sonrió también.

Zac: Bueno, no es un palacio, pero sí, a diferencia de mi apartamento. Aunque gracias a ti, últimamente mi casa está más bonita.

Ness: La cocina sale del vestíbulo por donde has entrado -hizo un gesto hacia la derecha-. Y de este pasillo tan corto salen el dormitorio y el baño.

Trató de ver el apartamento a través de los ojos de él. Los muebles eran sencillos pero elegantes y femeninos. Le había costado mucho dar con muebles que fueran pequeños pero funcionales, ya que no quería llenar el pequeño apartamento de muebles.

La habitación principal era una combinación de salón comedor, con una mesa de comedor pequeña en madera clara cerca del vestíbulo y un sofá de cuero de mullidos cojines con una butaca a juego en el otro extremo, cerca de las ventanas. El borde de la mesa de centro era de madera tallada; la había comprado en un mercadillo de antigüedades. En un par de mesitas había varias fotos enmarcadas, y en la pared del fondo una estantería.

Pasado un momento, ella se dirigió hacia la habitación, y Zac la siguió. A Vanessa le pareció que casi podía sentir el calor que él irradiaba, como si le diera el sol en la espalda.

Félix estaba tumbado en mitad de la colcha blanca y roja que cubría su cama. El animal abrió los ojos y se estiró.

Ness: Lo recogí de un refugio cuando...

Había estado a punto de decir que había sido cuando había vuelto de la luna de miel con su hermana. Pero no dijo nada.

Zac: Sí, Brittany me lo dijo.

Observó cómo Zac se inclinaba a hacerle una caricia a su gato naranja, pero Félix dio un salto y se frotó contra la pernera del pantalón de Zac.

Ness: Es un tigre -dijo con pesar-.

Zac se echó a reír.

Zac: Sí, ya lo veo.

Pasados unos momentos, Félix salió de la habitación.

Ness: Creo que ha debido de llegarle el olor del capricho que le has traído.

Ella miró a su alrededor en la habitación y se preguntó de nuevo sobre la impresión que su apartamento podría haberle causado a Zac. Los muebles del dormitorio eran de cerezo, ni recargada ni sosa. Se había dado el capricho de tener aquel dormitorio como recompensa por los éxitos cosechados en Ideal Match.

Zac observó la salida de Félix, y entonces se volvió a mirarla a ella. En el silencio que siguió, el deseo era palpable entre los dos. Llevaban bastante tiempo dándole vueltas a las cosas, y los dos lo sabían.

Ness: Por qué...

Zac: Hagamos...

Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo, y entonces se callaron. Él asintió para que ella hablara. Ella se frotó las palmas de las manos en los vaqueros mientras ahogaba una risilla nerviosa.

Zachary Efron estaba en su dormitorio. La vida le daba a uno muchas sorpresas. Se pasó la lengua por los labios y aspiró hondo.

Ness: ¿Por qué has venido?

Él pareció sorprenderse un poco, pero lo disimuló bastante bien.

Zac: Para decirte que quiero retirar lo que te dije el último día, si puedo. Sé que no estás buscando una fuente rápida de ingresos.

Ness: Pero no quieres seguir recibiendo los servicios de Ideal Match -lo interrumpió-.

Zac: Sí...

Se le fue el alma a los pies.

Zac: Quiero decir, no -se pasó la mano por la cabeza con frustración-.

A Vanessa se le encogió el estómago todavía más. Era una locura. Ella seguía queriéndolo como cliente. A la vez que estaba enfadada, lo deseaba con toda su alma.

Pero en el fondo, se daba cuenta de que nunca había visto a Zachary Efron tan frustrado.

Entonces pensó en el último encuentro y tuvo que rectificar. Bueno, tal vez en esa ocasión...

Zac: No quiero salir ni con Bethany, ni con Melanie, ni con Valerie -dijo con rotundidad-.

Ness: Eso ya lo hemos establecido.

Zac: No quiero salir con mujeres que creas que hubieran podido gustarle a Andrew para casarse con ellas.

Ella abrió la boca, pero entonces la cerró. Las palabras eran duras, brutales... y verdaderas.

Zac: Te deseo.

El corazón le dio un vuelco.

Ness: No estoy disponible.

Él miró a su alrededor.

Zac: ¿Por qué? ¿Félix es celoso?

Ness: Félix es un gato. Lleva una existencia solitaria.

Zac: ¿Entonces, qué problema hay?

Ella no quería decírselo. Eran cosas íntimas, y sabía que quedaría de falsa. Él se acercó a ella.

Zac: El gato escaldado del agua fría huye. ¿Es eso?

Ness: Podría decirse.

Le agarró la cintura con las dos manos.

Zac: Entonces empecemos por el principio -le dijo en tono suave-.

Tal vez a él le pareciera que ella ponía cara de preocupación, por lo que le dijo a continuación.

Zac: ¿Hace tiempo que no estás con nadie?

Ness: Desde la boda -dijo sin pensar-.

Él agachó la cabeza, y ella supo que iba a besarla. Sin embargo, él se detuvo unos instantes y la miró a la cara. Cuando sus labios se unieron a los de ella, no fue más que un roce leve, pero lo suficiente como para conseguir que ella se estremeciera.

Fue la primera pincelada de color en un lienzo negro, donde él era el artista y ella su creación.

Movió los labios despacio y con suavidad, mordisqueándole la tensión, acariciándole los brazos.

Ella suspiró al sentir que parte de su ansiedad se disolvía. Andrew jamás había tenido la paciencia de ir despacio con ella.

Permanecieron así mucho rato. Finalmente, él la miró a la cara.

Zac: En algún sitio leí que el sexo para la mujer está en el cerebro.

Ness: Mmm.

Al abrazarse se acunaron levemente. Él empezó a besarla suavemente en la cara mientras con las manos le desabrochaba hábilmente los automáticos de perlas de la rebeca, que le quitó con mucho cuidado.

Al notar que ella se ponía un poco tensa, trató de calmarla.

Zac: Chist… Confía en mí -le murmuró al oído-.

La desvistió despacio, sin dejar de decirle todo el tiempo lo preciosa que era y lo deseable que le parecía.

Mientras tanto, ella le quitó la chaqueta, que dejó caer al suelo.

Zac: Eso es -la animó en el mismo tono suave y ronco-. Dime lo que te gusta, lo que quieres.

Él se aflojó la cortaba y la dejó a un lado, entonces se puso a quitarse los gemelos y a desabrocharse los botones de la camisa.

Cuando se quitó la camisa dejó al descubierto su pecho fuerte y moreno.

Zac: Tócame -le urgió-.

Y entonces ella lo hizo, admirando el juego de sombras y luces que la lámpara que había en la mesita proyectaba sobre los suaves músculos de sus brazos y su torso.

El enorme bulto que sobresalía por debajo del cinturón le dejó algo cortada, pero cuando levantó la cara y lo miró, él la animó de nuevo con sus palabras suaves.

Zac: Te deseo.

Ella pensó en el hecho de ser poseída por él y se estremeció de deseo. Cinco años atrás, él había sido solamente un extraño en su vida, pero sin embargo, incluso entonces, había conseguido evocar en ella una respuesta profunda, primitiva; una respuesta que no había querido reconocer en ese momento.

Pero en el presente era distinto, sin embargo, y no podía disimular el efecto que él tenía en ella. Se sentía pequeña y delicada junto a él, pero en lugar de sentir miedo por la diferencia de tamaño, eso la excitaba.

Él la subió en brazos y la tumbó sobre la cama. Entonces sacó un tubo del bolsillo de su chaqueta, además de un paquete de aluminio plastificado que ya sabía lo que era.

Cuando ella lo miró con gesto interrogativo, él respondió:

Zac: Es aceite de masaje.

Nunca en la vida le habían dado un masaje. La mera idea de que sus manos fueran a tocarla por todo el cuerpo excitó su imaginación y sus sentidos.

Vio que él se echaba un poco de loción aceitosa en las manos y se las frotaba.

Zac: Parece ser -dijo en tono conversacional, como si no estuviera a punto de conocer todo su cuerpo- que el uso de aceites aromáticos contribuye a los efectos calmantes y relajantes del masaje.

Ness: ¿De verdad? -dijo con voz temblorosa mientras él se arrodillaba a su lado en la cama-.

Él arqueó una ceja.

Zac: ¿Te vas a dar la vuelta?

Ella vaciló.

Zac: Vamos, atrévete -entonces asintió con la cabeza y le miró las braguitas y el sujetador-. El sujetador y las braguitas son opcionales.

Ella tenía miedo de decepcionarlo, pero estaba tan excitada que le temblaban las manos.

Al final ganó el deseo y la necesidad, y se quitó la ropa interior. Cuando dejó sus pechos al descubierto, Zac aspiró con fuerza mientras la miraba con los ojos muy abiertos.

Zac: Preciosa -murmuró-.

Ella se quitó las braguitas y se dio la vuelta antes de pensárselo mejor.

Él se sentó a horcajadas encima de ella y le puso las manos en la espalda. Ella se estremeció al sentir el cosquilleo que le provocaban los movimientos de sus manos.

Zac: Me han dicho -dijo en voz baja- que el secreto para dar un buen masaje es mover las manos con confianza y seguridad -le subió las manos al cuello para deslizarías hasta la mitad de la espalda y hacia fuera, hacia los costados-. Este movimiento es para relajar los músculos y calmar.

Él repitió el movimiento una y otra vez, con ritmo hipnótico. Ella suspiró. No le importaba para lo que fuera. Era maravilloso.

Sus manos se movían en distintas direcciones, describían un círculo primero, después una espiral; primero en un lado del cuerpo, y después en el otro.

Ella notó que se relajaba poco a poco. Se sentía de maravilla.

Ness: ¿Cuándo aprendiste a hacer esto? -le preguntó con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados-.

Él se echó a reír con placer.

Zac: Ayer. Estoy aplicando la técnica por primera vez.

Ella levantó la cabeza para mirarlo.

Ness: ¿Ayer?

Zac: Ayer me compré un libro sobre la terapia de los masajes y anoche le eché un vistazo.

Ella se dio la vuelta otra vez y apoyó la cara de lado sobre las manos.

Ness: ¿Lo tenías planeado?

Zac: Digamos que tenía esperanza -añadió-. Si hubieras estado tú conmigo cuando lo estaba leyendo anoche, no habría llegado ni a la mitad. El deseo de practicar las técnicas habría sido irresistible.

Se preguntó qué debía sentir ante el hecho de que él lo hubiera planeado; pero de todos modos decidió que se sentía demasiado bien como para preocuparse por eso.

Estaba relajada de verdad. La habilidad de sus manos la arrullaron hasta dejarla en un estado en el que tenía las sensaciones a flor de piel y centradas en los movimientos de sus manos.

Con los pulgares le presionaba la columna vertebral y los deslizaba con movimientos circulares.

Zac: A este movimiento se le llama amasar. Relaja la tensión.

Mmm, era lo único que se le ocurría pensar. Utilizó movimientos similares en una pierna, y luego en la otra.

Zac: Son las técnicas del masaje suizo -añadió-.

Ness: Mmm -aspiró hondo-. Tengo un antepasado suizo.

Zac: ¿Una morena menuda como tú?

Vanessa percibió su tono risueño.

Ness: Sé que es difícil de creer. El resto es una mezcla de sangre galesa y francesa. ¿Y tú?

Zac: Bostoniano de sangre azul -reconoció en tono pesaroso-. Un antecesor mío llegó en el Mayflower.

Ness: ¿Sólo uno?

Zac: Bueno, eso si no cuentas las infidelidades rumoreadas.

Ella sonrió.

Zac: Así que, tengo curiosidad. ¿Qué has aprendido en estos años que has estado formando parejas?

Ness: ¿Sobre qué? -gimió mientras él le relajaba un nudo que tenía cerca de los hombros-.

Zac: Sobre las diferencias entre hombres y mujeres.

Vanessa sintió su excitación y pensó brevemente en darle la respuesta más obvia.

Ness: ¿De verdad quieres saberlo?

Zac: Sí, quiero saberlo -le confirmó-.

Ness: Bueno, después de una discusión, las mujeres están demasiado disgustadas como para practicar el sexo, mientras que los hombres es lo único que quieren hacer. -Oyó que él se echaba a reír. Suspiró de placer-. Me encanta el masaje que me estás dando.

Zac: Podría haber utilizado utensilios para dar masajes, pero he preferido hacerlo con las manos.

Vanessa se dijo que no tenía queja de sus manos. Él se inclinó hacia delante y le preguntó:

Zac: ¿Qué has dicho?

Ella se dio cuenta de que debía de haber dicho algo en voz alta.

Ness: No me puedo quejar.

Sus manos eran grandes y firmes. Perfectas.

Después de lo que le parecieron horas, él le dio la vuelta y empezó a darle un masaje por delante, empezando por los pies y avanzando hacia arriba, utilizando tanto los labios como las manos.

En el rato que siguió, Vanessa estaba a ratos consciente y otros perdía la noción de la realidad, gimiendo mientras él le hacía cosas increíbles.

Cada vez que pensaba que iba a poseerla, él encontraba otra parte que le fascinaba.

Zac: ¿Te sientes bien? -le dijo con sensualidad una o dos veces-.

Ness: Sí -respondió jadeando-.

Zac: Recuerda, aprende a pedir lo que quieres.

Y lo hizo, despacio, con gesto vacilante, pero cada vez con más confianza. Llegado un punto, él utilizó más lubricación, y ella, aunque le pareciera imposible, se relajó todavía más.

Después de mucho rato, él se puso a su lado y ella oyó que rasgaba el pequeño paquete del preservativo.

Se sentía como la cera de una vela, derritiéndose con el calor de su cuerpo, mientras él se apoyaba sobre los brazos y se colocaba encima de ella.

Zac: ¿Estás bien? -le preguntó con voz ronca-.

Estaba demasiado excitada para hacer un comentario coherente, y él se echó a reír.

Se colocó entre sus piernas y la penetró despacio, dándole tiempo y permitiendo que los dos saborearan el momento.

Era maravilloso, pensaba ella medio aturdida, como una emocionante vuelta en la montaña rusa al aire libre y al sol.

Él la besaba y acariciaba al mismo tiempo por todo el cuerpo; tocando, calmando y probando la textura de su piel, que despertaba a la vida en los sitios más recónditos de su cuerpo, repentina e inesperadamente, mientras sus sentidos se descontrolaban y Vanessa se abría como una flor al sol.




¡Por fin se han sincerado! Esperemos que les dure el buen rollo ;)

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