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martes, 24 de julio de 2012

La última noche en Los Ángeles - Sinopsis


A Vanessa le encantaba leer revistas de cotilleos hasta que fue su propio matrimonio el que empezó a ocupar los titulares...

Casados desde hace más de cinco años, Vanessa y Zac forman una pareja feliz y comprometida. Él es un gran músico que toca en pequeños bares a la espera de una oportunidad y ella, para ayudarle a hacerse un hueco en el competitivo mundo de la música, tiene dos empleos con los que sustenta la economía familiar. Vanessa cree en Zac y está dispuesta a sacrificar su carrera para que él haga realidad su sueño. Todo cambia el día en que reciben una llamada de teléfono y Zac se convierte, de la noche a la mañana, en una estrella.

Al principio la fama resulta divertida, ¿quién no querría dormir en hoteles de cinco estrellas, conocer a famosos y vivir rodeado de lujo? Pero la fama tiene un precio, y Zac está cada vez más ausente, más ocupado y constantemente de viaje... Cuando aparecen en las revistas los primeros rumores sobre una posible crisis entre ellos, Vanessa empezará a cuestionar la verdad de su matrimonio y deberá aprender a distinguir entre lo que cree desear y lo que realmente necesita.





Escrita por Lauren Weisberger.

viernes, 20 de julio de 2012

Epílogo


Ocho meses después.

Había sido un buen día. Ness se había pasado toda la mañana haciendo surf con Ashley y había abierto el Wild Cherries II a tiempo para servir la comida a una multitud. En aquel momento, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, vio las luces en el aparcamiento.

Estaba en la cocina del café, con el corazón en un puño y esperando ansiosa. Entonces, y solo entonces, abrió lentamente el horno y miró el interior.

Ness: ¡Dios mío! -exclamó-.

Contuvo la respiración y sacó lo que parecía una hornada de brownies perfecta. Dejó la fuente en la encimera y los contempló.

Zac apareció detrás de ella.

Zac: Huelen muy bien.

Ness: Creo que lo he conseguido -murmuró, sin apartar la vista de los dulces-. Pruébalos, estoy muy nerviosa.

Zac: Es gracioso, porque yo también estoy nervioso.

Ella se giró y lo miró llena de preocupación. Hacía ocho meses que eran inseparables. Después de un tiempo en casa de Ashley, Ness había encontrado un piso. Sin embargo, solo había pasado una noche allí, porque Zac le había pedido que se mudara con él, recordándole que le había dado un sí a ciegas. Pero ella no había necesitado que la convenciera y se había ido a vivir con él sin dudarlo. Y aunque nunca había imaginado que sería feliz en una casa en la que pudiera perderse, estaba tan enamorada de la finca como del hombre que la habitaba.

Él la había acompañado durante todo el proceso de reconstrucción del Wild Cherries. Ella lo había apoyado para que empezara una nueva etapa en su carrera, y ahora se dedicaba a dar cursillos de baloncesto en los centros de enseñanza locales, enseñando a los jóvenes a disfrutar del juego.

Ness: ¿Qué pasa? -preguntó después de darle a probar un bocado de brownie-. ¿Has conseguido el permiso de…?

Zac masticó.

Zac: He conseguido el permiso del Ayuntamiento. Los chicos tendrán sus canchas nuevas -hizo una pausa y la miró impresionado-. Mmm…

Ella soltó una carcajada ante su sorpresa, pero le había dado a probar sus brownies durante meses y no se fiaba.

Ness: ¿Estás seguro de que están buenos? ¿O solo lo dices para dejarme satisfecha?

Zac: Espero dejarte satisfecha con otras cosas -dijo comiendo otro bocado-. Y en serio, están buenos. Apunta la receta -sacó una cajita del bolsillo-. Ahora recuerda que ya has dicho que sí.

A ella se le paró el corazón.

Ness: ¿Que sí a qué?

Zac: A casarte conmigo. -Respiró profundamente y la miró a los ojos mientras abría la caja. Ness vio el destello de un precioso anillo de diamantes-. Sé amable -susurró repitiendo las palabras que ella le había dicho ocho meses atrás-.

Ness se quedó mirando el anillo con un nudo en la garganta.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Sí?

Ness: Esto es mejor que los brownies.

Zac: ¿Estás satisfecha, Ness?

Ness: Oh, sí.

Zac: No me refiero a la cama.

Ness: Bueno, lo estoy. Pero también lo estoy aquí.

Zac: Me estás matando. Contéstame. ¿Eso es un sí? ¿Te casarás conmigo?

Ness: Sí, sí, sí -exclamó arrojándose a los brazos de Zac entre risas y lágrimas-. Sí a estar enamorada de ti; sí a ser tu esposa. Sí a todo, Zac. Para siempre.


FIN




¡Qué bonito!
¿Os ha gustado esta nove? ¡Pues claro! XD
Gracias por los 6 comentarios de la capi anterior. ¡Me encantó que hubiera tantos!
Espero que en este me pongáis muchos también.
Si veo pronto el mismo número de comentarios, pondré la sinopsis de la próxima novela.

¡Bye!
¡Kisses!


lunes, 16 de julio de 2012

Capítulo 14


En la carretera había un atasco. Aunque no era nada desacostumbrado, Ness estaba tan inquieta que no dejaba de morderse las uñas. Zac había tratado de hablar con ella dos veces, pero se había dado por vencido, porque era incapaz de mantener una conversación, e incluso de pensar, hasta ver qué había quedado del Wild Cherries.

Tal vez no estuviera tan mal como recordaba. Tal vez se hubiera salvado de milagro.

No. Mientras se acercaban vio el edificio, o lo que quedaba de él. Un esqueleto negro y achicharrado. El aparcamiento estaba acordonado, y la furgoneta del inspector de incendios estaba aparcada bloqueando el acceso. Zac frenó en un semáforo y esperó a que se pusiera en verde para girar y aparcar en la calle.

Incapaz de seguir sentada, Ness se bajó del coche. Oyó que Zac maldecía y la llamaba, pero no aminoró el paso. No podía. Había cosas que tenía que hacer sola, y aquélla era una.

Pasó por debajo de la cinta policial y corrió hacia el edificio quemado, pasando por delante del cartel que había pintado años atrás y en el que aún se leía Wild Cherries. Irónicamente, no había sido alcanzado por las llamas.

Respiró profundamente y caminó hacia el que había sido su hogar desde los catorce años. Detrás de la estructura carbonizada, el mar se agitaba y golpeaba la playa como siempre. Un par de surfistas madrugadores caminaban por la orilla, como siempre.

Pero aquel día ella no abriría las puertas de su café. No podría divertirse creando emparedados extravagantes. No subiría a su piso para tumbarse a descansar en el sofá.

En aquel momento tomó conciencia de lo que había perdido. La tabla de surf, el cepillo de dientes, sus pijamas favoritos, el álbum de fotos de sus padres…

Lo había perdido todo. Se le estremeció el corazón.

Se dijo que aquella pérdida no era nada en comparación con las anteriores. Podía empezar de nuevo, encontrar otro lugar, comprarse otro cepillo de dientes.

Lo que no podía comprar era una nueva vida. Había tenido suerte. Aunque se le partía el corazón, se repitió una y otra vez que tenía suerte de estar viva a medida que se iba acercando al edificio en ruinas.

Intentó entrar, pero un hombre le cerró el paso. Tenía un uniforme en el que se leía que era inspector de incendios; llevaba una carpeta en la mano y tenía una expresión tan amable que, por algún estúpido motivo, le hizo contener la respiración.

♠♠♠: ¿Es usted la propietaria? -Cuando Ness asintió, él suspiró y se presentó-: Soy Timothy Adams. Inspector de incendios.

Ness: Vanessa Hudgens.

Timothy: Lo siento, señorita Hudgens, pero el edificio ha quedado irrecuperable.

Ella tragó saliva y contempló el lugar devastado.

Ness: Seguro que ha quedado algo.

Timothy: Posiblemente. Pero no puede entrar, hasta que esté apuntalado.

Ness: Pero…

Timothy: Sé lo difícil que es.

Ness: ¿Lo sabe? -replicó con un repentino enfado-. ¿De verdad lo sabe?

Timothy: Sí. Perdí mi casa en los incendios de San Diego. Y todo lo que estaba dentro, incluidos mis dos perros.

Ella se quedó mirándolo un momento; después cerró los ojos y se dio la vuelta.

Ness: Lo siento -se disculpó, llevándose las manos a la cabeza-. Dios, lo siento tanto… Odio esto.

Ness oyó pasos y abrió los ojos para ver a Zac, que corría hacia ella.

Zac: Ness -dijo, mirándola con desesperación-. Creía que ibas a tratar de entrar…

Ness: No puedo. No es seguro.

Acto seguido, Ness le presentó al inspector de incendios y los dejó hablando mientras se volvía a mirar el desastre.

Recordó que tenía un seguro y se dijo que no había nada que no se pudiera reemplazar. Excepto los recuerdos.

Roger: Jesús, María y José -exclamó al llegar al lugar-.

Llevaba el pelo suelto y la camisa desabrochada, y como siempre, estaba descalzo, pero para Ness era lo más cercano a un padre.

Ness: Fueron los brownies -murmuró, mientras su tío la abrazaba-. Oh, Roger. Es todo culpa mía…

Él le acarició la cabeza.

Roger: Olvídalo. Lo único que importa es que tú estás bien.

Ella se apartó, evitando mirar hacia las ruinas.

Ness: ¿Y qué hay del café?

Roger: Sin duda, tenemos mucho trabajo para limpiar este lío y volver a montarlo.

Ness: ¿Volver a montarlo? No puedo.

Roger: ¿Por qué?

Ness: Porque hace falta dinero.

Roger: Tendrás el dinero del seguro.

Ness: Pero no será suficiente. Era un seguro barato que solo cubría las instalaciones; el coste de remplazar todo me va a matar…

Roger: Maldita sea, que te ahogas en un vaso de agua.

Roger se sacó un papel del bolsillo y se lo dio. Ness lo miró y vio que era un cheque por una enorme suma de dinero.

Ness: ¿Qué es esto?

Roger: Es el dinero que has estado dándome durante los últimos cinco años. Hasta el último centavo.

Ness: ¿Qué? ¿Estás loco? -dijo, tratando de devolvérselo-. No puedo aceptarlo.

Roger: Mira, vuelve a montar el local. Y cuando te recuperes, empezarás a pagarme de nuevo poco a poco, y no creo que te añada intereses.

Ella se quedó mirando sin poder hablar, y él le acarició la nariz y se alejó. Ness contempló el cheque que tenía en la mano, llena de gratitud, desolación y amor.

No estaba sola. Levantó la vista y vio a Zac, de pie junto al edificio, mirándola.

Nunca había estado sola. La idea era tan abrumadora que pidió disculpas a todos, incluida Ashley, que acababa de llegar y quería abrazarla, y bajó hacia la playa. Aquella franja de arena, mar y rocas había formado parte de su vida desde siempre y seguía allí. Ashley seguía allí, en lo alto de las dunas. Roger seguía allí, sin juzgarla, sin pedirle nada salvo que trabajara duro y se limpiara la nariz.

Y también estaba Zac.

Tardó un momento en darse cuenta de que estaba allí. No solo en espíritu, sino justo detrás de ella, respetando su necesidad de intimidad, pero ofreciéndole en silencio su fortaleza y su esperanza.

Zac: Ness…

La angustia de su voz le hizo cerrar los ojos.

Ness: Estoy bien. Soy pobre, no tengo casa y me siento algo patética, pero estoy bien.

Zac: Haría lo que fuera para remediar todo esto.

Ella volvió la cabeza y sonrió entre lágrimas.

Ness: Lo sé. -Al verle los ojos húmedos, Zac se acercó y le dio el abrazo que tanto necesitaba-. Lo he perdido todo -murmuró-. Las recetas, la vajilla de mi madre, el traje de baño favorito de mi padre…

A Ness se le escapó un sollozo y no trató de ocultarlo. No tenía que hacerlo; sabía que Zac la iba a abrazar hasta que le pidiera que la soltara.

Zac: Ness, lo siento tanto…

Ness: No te preocupes. Todo se arreglará. Ya me sobrepondré.

Él se echó hacia atrás para mirarla y sonrió.

Zac: Sí, te sobrepondrás.

Ness: Va a ser complicado. Y carísimo.

Zac: Tengo mucho dinero. Considéralo tuyo.

Él ofrecimiento la hizo reír.

Ness: Ni hablar.

Zac: Lo digo en serio.

Ness: Zac… No me refería a eso al decir que sería carísimo.

A Ness le había encantado pasar la noche con él. Y la forma en que la miraba la dejaba siempre sin aliento. Ya no pensaba en él como una aventura pasajera, y estaba dispuesta a decírselo, aunque la idea la aterrara más que perder el café.

Zac: No estás sola, Ness. Quiero que lo sepas.

Ness: Lo sé.

Zac: Quiero decir que tienes a Ashley y a Roger, que te quieren y harían lo que fuera por ti. Y me tienes a mí. Aunque sé que solo me consideras tu esclavo sexual. -Ella soltó una carcajada, y él sonrió al oírla, pero enseguida se puso serio y añadió-. Quiero que lo nuestro sea más que una aventura de una noche, Ness.

Una vez más, la dejó sin aire.

Ness: Creo que nunca había conocido a nadie como tú.

Zac: ¿Por que te digo lo que pienso?

Ness: No, Roger y Ashley también lo hacen. Pero tú tienes algo que ellos no tienen.

Zac: ¿Qué?

Incapaz de expresarlo con palabras, se acercó al agua y hundió los dedos en la arena mojada. Él hizo lo mismo, y se detuvo junto a ella, cogiéndola de la mano, pero sin decir nada.


Ness: Aquí tienes un ejemplo -dijo al cabo de un rato-. No necesitas llenar el silencio. Puedes dejarme ser, puedes dejarme pensar.

Zac: ¿Hay algo más que te guste de mí?

Ness: ¿Además de tu cuerpo? -preguntó riendo al ver la incomodidad de Zac-. No puedo evitarlo. Eres muy atractivo, Zac Efron.

Zac: Sí, pero esperaba que fuera algo más que simple atracción física.

Ella lo miró fijamente, le cogió la otra mano y sintió que se le derretía el corazón cuando él agachó la cabeza para besarla.

Ness: Es mucho más que eso -reconoció-. Nunca había conocido a nadie que me deseara tanto como tú. Y no me refiero solo al deseo sexual. Siento que me deseas. A mí.

Zac: Te deseo. Mucho.

Ness: Pero no lo decías, no presionabas…

Zac sacudió la cabeza, sin saber cómo hacérselo entender.

Zac: ¿Presionarte? No entendí lo que sentía por ti hasta anoche -declaró, sintiendo que le faltaba el aire-. Anoche, cuando llegué aquí y vi las llamas, pero no a ti, me desesperé. Anoche supe que te necesitaba, Ness.

Ella se agachó a recoger una piedra y la arrojó al mar. Después buscó otra. Zac, consciente de que estaba pensando, tratando de ordenar sus ideas, se limitó a mirarla. Y esperó.

Ness: Nadie me había hecho pensar en el futuro -dijo al fin-. Hasta que te conocí.

A él se le dibujó una sonrisa.

Zac: Siento como si acabara de meter la canasta del triunfo. -A ella se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas, y Zac sintió que se le partía el corazón-. Oh, Ness…

Ness: Creía que era tan fuerte, tan independiente… -confesó, mirándolo a los ojos-. Creía que tenía todo lo que necesitaba. Estaba equivocada. Mi vida era una rutina. La misma rutina cómoda, los amigos, el trabajo, todo. Entonces te conocí, y las cosas cambiaron. Yo cambié. De repente quería más. Quería pensar en el futuro y en abrir mi corazón. En compartir mi vida con alguien -respiró profundamente, y parecía más nerviosa que la noche anterior en el incendio-. Jamás quise hacer proyectos a largo plazo con nadie, Zac, hasta que te conocí.

El corazón de Zac, encogido unos segundos antes, se hinchó de felicidad.

Zac: ¿A largo plazo?

Ness: No sé en dónde me estoy metiendo al enamorarme de ti. Creía que no era capaz de querer así, pero estaba equivocada. Lo supe anoche cuando derribaste la puerta para salvarme. Lo supe cuando me llevaste en brazos hasta tu cama con los ojos llenos de amor. Lo supe al despertar esta mañana abrazada a ti. Así que… sé amable…

Zac: ¿Crees que te voy a hacer daño?

Ness: Podrías.

Zac sacudió la cabeza y le acarició el pelo.

Zac: Ness, lo único que pretendo es corresponder a tu amor. -Al ver que ella guardaba silencio, Zac hizo una mueca de dolor y añadió-: Me quieres, ¿verdad?

Ness: Sí, te quiero.

Zac: Bien -dijo, besándola-. Mi vida también era aburrida antes de conocerte. Solo era existir, tal vez echaba de menos el baloncesto más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Pero cuando estoy contigo no echo nada de menos, Ness. Solo me siento vivo, muy vivo.

Ella sonrió trémulamente.

Ness: ¿Eso qué significa?

Zac: Que quiero despertarme al amanecer y congelarme en el mar viéndote hacer surf. Que quiero que corras por mi cancha de baloncesto de la forma más sensual que he visto en mi vida, provocándome para que no te pueda ganar…

Ness: ¿Insinúas que perdiste porque te distraje?

Zac: Sabes muy bien que perdí por eso, pero estás cambiando de tema. Di que sí, Ness.

Ella lo miró a los ojos.

Ness: ¿A qué?

Zac: A mí, a lo que hay entre nosotros, a todo.

Ness soltó una carcajada. Parecía tan asustada, desconcertada y esperanzada a la vez que Zac se la quería comer a bocados.

Ness: ¿Quieres que te dé un sí a ciegas? -preguntó, temblando-.

Zac: Sí. Y llenaremos los espacios en blanco cuando surjan.

Ness: ¿Quieres que lo veamos sobre la marcha? -preguntó, riendo y lanzándose hacia él-. Genial, es justo mi estilo. Es perfecto.

Zac: Sí. Lo es. Y tú también lo eres.


viernes, 13 de julio de 2012

Capítulo 13


Ness estaba acostada en la oscuridad, acurrucada contra Zac. Según el reloj de la mesita eran las once y cuarto. Tenía la sensación de que habían pasado cinco años desde el incendio, pero solo habían sido unas horas. Sabía que Zac se había quedado acariciándola y esperando a que se durmiera para dormirse.

Ella había fingido que se quedaba dormida para que pudiera descansar. No tenía otro motivo para fingir con él; desde luego, no en lo relacionado con el sexo. Ya sabía que podía ser extremadamente entusiasta cuando jugaba al baloncesto, cuando aprendía cosas nuevas y cuando ayudaba a Miley con su fundación, pero aquella noche había descubierto que también era apasionado en la cama.

Zac Efron la había tratado como si su cuerpo fuera un templo de adoración. Incluso con la tristeza y el abatimiento por haber perdido el Wild Cherries, sabía que compartía algo diferente con Zac. Algo profundo; tan profundo como el alma.

Sabía que más tarde sentiría pánico por ello, pero de momento solo podía ver las llamas, sentir el humo en los pulmones y recordar que había perdido su casa.

Con un nudo en la garganta, se levantó de la cama, se puso la camisa de Zac y fue a la cocina a buscar un teléfono. Se sentó junto a la encimera y llamó a Roger.

Como no contestó, le dejó un mensaje.

Ness: Esta vez sí que la he fastidiado. Nada tan sencillo como llamar al director del instituto o ir a la comisaría a sacarme de un lío -dijo, con voz temblorosa-. He incendiado tu local, Roger. Sé que no te sorprenderá, porque más tarde o más temprano tenía que acabar estropeándolo todo. Lo siento mucho. Iré a verte por la mañana.

Colgó el auricular y se quedó mirando el teléfono, con los ojos nublados. Respiró profundamente y, mientras se prohibía llorar, llamó a Ashley.

Ash: ¿Diga? -contestó adormilada-.

Ness: Siento despertarte…

Ash: ¿Ness? Hola, cariño. ¿Qué pasa? -Tapó el auricular y murmuró algo, y Ness oyó la voz de Scott al fondo. Ashley volvió al teléfono con una risa cómplice-. Perdón. Pero estábamos en medio de…

Ness: El Wild Cherries ya no existe.

Ashley dejó de reír y se despejó por completo. Después de todo lo que habían vivido, juntas y por separado, ninguna de las dos bromeaba con cosas como aquélla.

Ash: Scott, cielo, necesito un minuto -dijo, antes de volver con ella-. ¿Qué quieres decir con que ya no existe?

Ness: Se ha incendiado. Todo. O al menos es lo que creo. Parecía muy inestable cuando lo he visto por última vez.

Ash: Dios mío. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado…?

Ness: Estoy en casa de Zac y estoy bien. Más o menos.

Ash: ¿Más o menos? ¿Qué significa eso? -preguntó aterrada-. Voy para allá…

Ness: No. En serio, estoy bien. Solo han tenido que darme unos puntos en la mano. Ashley, nos hemos quedado sin trabajo.

Ash: Ya hemos sido pobres.

Ness se apoyó en la encimera y cerró los ojos. La adrenalina se había acabado. La excitación sexual se había desvanecido. Y solo le quedaba un enorme cansancio.

Ness: Pero esta vez es peor. No tengo nada. No ha quedado nada.

Ash: Cariño, la falta de trabajo es algo que podemos resolver. La de casa, también. Sabes que puedes quedarte conmigo. Pero no podría soportar que te pasara algo. Así que está todo bien. Saldremos adelante como siempre, juntas. Ahora dime dónde vive Zac para que vaya…

Ness: ¿Podemos vernos por la mañana en el café?

Ashley guardó silencio unos segundos.

Ash: Entonces, ¿te está cuidando bien?

Ness sintió una mano en el hombro; una mano grande, cálida y reconfortante, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Zac le había sostenido la mano en urgencias, la había llevado en brazos hasta su casa, le había cedido su cama y le había hecho el amor en cuerpo y alma, dándole el respiro que ella necesitaba.

Ness: Sí -contestó, mientras él le hacía un masaje en la espalda-. Nos vemos por la mañana.

Ash: ¿Me aseguras que estás bien?

Ness: Te prometo que lo estaré.

Ash: Oh, Ness -exclamó llorando-.
Te quiero.

Ella contuvo un sollozo.

Ness: Y yo a ti. -Acto seguido, colgó el auricular, pero mantuvo la cabeza agachada-. Perdón -le dijo a Zac-. No quería despertarte.

Zac: No lo has hecho. Sabía que no estabas durmiendo. Solo estaba tratando de cederte espacio.

Aquello fue tan inesperadamente tierno que a Ness se le escapó una lágrima. Dejó la cabeza baja hasta que creyó que podía controlar sus emociones.

Ness: Gracias.

Él le acarició la espalda.

Zac: Creo que ya has tenido suficiente espacio, Ness.

Ella levantó la cabeza y se dio la vuelta para poder mirarlo a la cara. Zac solo llevaba unos calzoncillos. En medio de la fuerte luz de la cocina, despeinado, con barba de dos días y una marca en el hombro que se parecía sospechosamente a sus dientes, estaba muy sensual, y ella deseaba hacerle el amor una vez más.

Ness: Tienes razón -afirmó, cogiéndolo de la cintura y acurrucándose contra su pecho-. Ya no quiero más espacio. No por el resto de la noche. Llévame a la cama, Zac.

Zac: Tu mano…

Ness: Se me curará, siempre que no me apartes las tuyas del cuerpo. Supongo que tengo que reconsiderar esta actitud protectora tuya. Creo que me gusta -le rodeó el cuello con los brazos-. Me gusta mucho.

De nuevo en el dormitorio, Zac la acostó en la cama de sábanas revueltas y se recostó encima de ella.

Zac: Se supone que deberías tomar un analgésico y descansar un poco. -Ella le deslizó las manos por la espalda hasta acariciar las nalgas más sensuales y masculinas que había visto nunca. Él soltó una carcajada, la cogió de la cara y apretó las caderas contra las suyas-. Veo que aún no estás preparada para dormir.

Ness: No me digas que tú sí.

Ness gimió al sentir la erección de Zac.

Zac: Y esta vez cuando hayamos terminado, si sigues sin poder dormir, dímelo.

Ness: No quiero mantenerte despierto toda la noche.

Zac: Tú dímelo -insistió besándole los labios-. Y te haré compañía hasta que te duermas.

Ness: ¿Qué vamos a hacer?

Zac: Lo que quieras.

Ness: Zac…

Una vez más, él se acercó para besarla, y ella lo encontró a mitad de camino. Era lo que ella quería: el desenfreno, la pasión. Sexo frenético y ardiente, justo lo que el médico debería haberle recetado.

Solo que era como si él la conociera demasiado bien, porque cambió de estrategia, dándole lo único a lo que no se podía resistir: ternura. Una conexión ilimitada, en cuerpo, mente y alma.

Zac la transportó a un territorio en el que no había estado nunca, algo que la habría aterrado de no haber sentido que él estaba con ella, igual de perdido y asustado. Y después de alcanzar el éxtasis, mientras trataban de recuperar el aliento, abrazados, Ness se sintió plena, otra sensación que no había experimentado nunca.


Se despertó entre los cálidos y enormes brazos de un hombre. Era una excelente forma de empezar el día, salvo porque la noche anterior se le había incendiado la casa y lugar de trabajo. Pronto, la euforia se transformó en desaliento.

Zac abrió los ojos y la miró apenado mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara. El gesto la conmovió profundamente.

Aquel hombre tenía una habilidad especial para hacerla derretir. Era tan maravilloso, tan apasionado, tan sensual y tan ajeno a su futuro…

Era algo que habían acordado desde el primer momento. El único problema era que Ness ya no sabía qué había en su futuro. Solo sabía que tenía que ir a ver el Wild Cherries de día. Tenía que hacer planes y tomar decisiones.

Aunque le dolía el corazón, se apartó del abrazo de Zac y se levantó lentamente de la cama.

Ness: Tengo que irme.

Él se puso de lado para mirarla. Recostado en aquella cama enorme, era una tentación irresistible.

Zac: ¿Por qué no dejas que te prepare antes el desayuno?

Ella fue hacia el cuarto de baño, recogió su ropa interior y se la puso.

Ness: ¿De verdad sabes usar esa cocina tan elegante?

Zac: ¿Por qué no te quedas y lo averiguas?

Ness: No puedo. Quiero ir al café.

Con un suspiro, Zac se puso en pie.

Zac: Te llevo.

Ness: Puedo coger un taxi…

Zac: Te llevo -insistió acercándose y sujetándola de la cara-. ¿Crees que te dejaría hacer esto sola? ¿Que vayas tú sola a ver cómo ha quedado? -A Ness se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas y trató de volverse, pero él la retuvo-. Vamos a hacer esto juntos -añadió-.

Ness: He quedado allí con Ashley, y Roger también viene. No te preocupes.

Zac: Ness…

Ness: No necesito una niñera, Zac.

Zac: Ya me doy cuenta.

Se quedó mirándola en silencio antes de soltarla.

Ella se dio la vuelta, porque no podía controlar la emoción que le causaba. Como no podía ir en albornoz, le pidió prestados una camiseta y unos pantalones. Después de vestirse se volvió y afrontó el doloroso silencio de Zac.

Ness: No tenemos ningún futuro juntos. Hablamos de eso el primer día. No lo tenemos y los dos lo sabemos.

Él volvió a mirarla con detenimiento antes de ir al armario para buscar ropa.

Zac: A veces, las cosas cambian, Ness, incluso cuando no quieres que lo hagan.

Ella se quedó estupefacta. Se preguntaba si lo decía en serio o si hablaba llevado por el deseo. Por su experiencia, los planes para el futuro no servían de nada. Las cosas nunca salían como se planeaban. La palabra futuro y todo lo que implicaba, no era más que una utopía absurda.

Ness: Mi futuro es un infierno carbonizado y necesito verlo.

Él se abrochó los vaqueros, se puso una camisa limpia y se volvió a mirarla. Y el mensaje que había en sus ojos la desarmó. No cabía duda de que sentía algo por ella. Y ella también sentía algo por él; algo tan fuerte que, de no tener que lidiar con el incendio, probablemente la dominaría.

Zac: No tiene por qué ser nada tan preconcebido.

Tenía que serlo. De otra manera, Ness podía acostumbrarse a aquella cara arrebatadora y a aquellos ojos que la miraban tan a fondo que alcanzaban a ver a la verdadera Vanessa. Sabía que no podía bajar la guardia, porque si se dejaba llevar por sus emociones, saldría dañada.

Porque él no se iba a arriesgar; no por ella. Zac era maravilloso, pero por muy ligado que se sintiera a ella en aquel momento, la relación no podía durar. Lo que había entre ellos solo podía ser un romance pasajero; tórrido y precioso, sí, pero pasajero.

Era mejor no arriesgarse demasiado, para no acabar con la cara hundida en el fango.

Ashley se lo había enseñado con sus múltiples fracasos amorosos, y Ness lo había convertido en su mantra. Se obligó a sonreír, aunque sabía que era una sonrisa triste.

Zac: Ness…

Ness: Por favor. Vamos.

Él asintió, notablemente abatido.

Zac: De acuerdo. Pero después hablamos.

No. Después, ella se iría a lamerse las heridas a solas. Así lo había hecho siempre, y así había sobrevivido.


domingo, 8 de julio de 2012

Capítulo 12


Ness se concentró en sentir los brazos de Zac a su alrededor, en la forma tierna y protectora con que la sujetaba. En aquel momento no importaba nada salvo lo que estaban compartiendo, y para demostrarlo, lo besó apasionadamente, arrancándole un gemido tan masculino y sensual que intensificó el beso solo para volver a oírlo.

Y él no la decepcionó.

Sin lugar a dudas, aquello era lo que necesitaba. Necesitaba la fuerza y la pasión de Zac, la manera en que se sentía cuando la abrazaba. Se apretó contra él y le deslizó una mano por debajo de la camisa para acariciarle el pecho y el estómago.

Zac se apartó un poco y volvió a abrazarla.

Zac: Tu mano…

Ness: No me duele. -Se arqueó contra él, lo hizo tumbarse para poder acostarse encima y empezó a desabotonarle los vaqueros-. No soy frágil. No me voy a romper.

Con un nuevo gemido, Zac la cogió de las muñecas y le echó los brazos hacia atrás, teniendo especial cuidado con la mano herida.

Zac: Espera un momento, Ness. No puedo pensar cuando me…

Ness: No quiero que pienses.

Ella forcejeó hasta que la soltó.

Zac: Ten cuidado -insistió-.

Ness
: ¿No me has oído? No me voy a romper. Te lo prometo.

Ness echó la cabeza hacia atrás. Sabía que tenía los ojos llenos de orgullo y el corazón dolorido por lo que había pasado aquella noche, pero tenía que hacer el amor con Zac. Sabía que podía estar alterada por la necesidad, perturbada por su falta de modestia, pero no lo estaba.

Zac: Si no me deseas, basta con que lo digas.

Ella miró con incredulidad.

Ness: ¿Bromeas?

Zac la recorrió con la mirada y descendió lentamente sobre ella, cubriéndola con su cuerpo, separándole las piernas para colocarse encima. La cogió de la cara, la besó con pasión y se apretó contra ella para que sintiera lo excitado que estaba.

Zac: ¿Notas eso? -le susurró en los labios-. Siente lo mucho que te deseo.

Ness arqueó la espalda para sentirlo más.

Ness: ¿Tienes un preservativo?

Él alargó una mano, abrió un cajón de la mesita y sacó un preservativo. Mientras ella lo miraba con ansiedad, tiró las toallas al suelo, se puso en pie y se quitó los vaqueros. Era tan atractivo que Ness no podía quitarle los ojos de encima, Volvió a acostarse junto a ella y empezó a besarle los senos.

Zac: Eres tan guapa, Ness…

Ness: No tanto como tú.

La virilidad de su desnudez hacía que le costara respirar y que quisiera probarlo.

Él soltó una carcajada.

Zac: El cuerpo femenino es mucho más bonito. Hay mucho más para mirar -afirmó, acariciándole los pezones-. Mucho más para tocar.

Ella sintió las caricias, los dedos, la boca que se deslizaba hacia su centro. Se estaba derritiendo, deshaciéndose de placer. Zac le lamió un pezón y levantó la vista para verlo endurecerse. Lo hizo una y otra vez antes de introducírselo en la boca.

Ness no pudo evitar gemir y empujarse contra él. Mientras se dedicaba al otro seno, Zac le deslizó una mano hasta el pubis, y ella se estremeció con anticipación.

Él siguió bajando la mano, aunque no lo suficiente.

Ness: Zac…

Ness le rodeó la erección con los dedos, y se excitó aún más al oírlo gemir complacido. Entonces él volvió a besarla, a devorarle la boca.

Pero seguía sin entrar en ella; seguía conteniéndose.

Ness: No te detengas -le suplicó-.

Zac: No pretendo hacerlo.

Zac le puso una mano en la rodilla, insistiéndole a separar más las piernas, y luego descendió para hundirle la cabeza entre los muslos y hacerla esclava de su lengua. Ella lo cogió del pelo y gimió complacida. Los sonidos que surgían de su garganta la habrían impresionado por su desenfreno de haber podido pensar, pero no podía; solo podía reaccionar.

Cuando alcanzó el clímax se sintió arrasada por el placer. No podía dejar de jadear; tenía la piel empapada de sudor y el pelo revuelto. Estaba hecha un desastre, y le encantaba.

Zac se incorporó y, mirándola a los ojos, se puso el preservativo. Ella lo observó, incapaz de apartar la vista de aquellas manos que se deslizaban por la erección más impresionante que había visto en su vida. Creyó que era demasiado para ella después del orgasmo, pero él se introdujo en su interior y la convenció de que estaba equivocada.

Con los ojos cerrados y la cara transfigurada por el placer, Zac la cogió de las caderas y empezó a moverla. Ness gimió el nombre de su amante y se aferró a él, sintiendo que jamás había experimentado algo tan intenso, tan conmovedor, en su vida.

Él siguió balanceando la pelvis, haciéndola temblar con cada movimiento. Entregada al momento, a él, se esforzó por mantener los ojos abiertos, pero no podía.

Estimulado por los gemidos de Ness y llevado por su propia necesidad, Zac aumentó gradualmente la velocidad hasta arrastrarla a un segundo orgasmo. Mientras ella se estremecía de placer, Zac gimió su nombre y la siguió hasta el abismo del éxtasis.

Zac recuperó el sentido con gran esfuerzo. Quiso quitarse de encima de Ness y se sorprendió cuando ella le pidió que no se moviera y lo atrajo de nuevo hacia su cuerpo.

Zac: Peso mucho.

Pero se quedó un rato más, besándola en la frente y entre los senos antes de levantarse. Al volver del cuarto de baño la encontró tal como la había dejado; con los ojos cerrados y con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que se agrandó cuando se acercó a la cama y le dijo lo que quería saber, lo que esperaba saber: que lo seguía deseando.

Volvió a la cama, se tumbó de lado y la atrajo hacia sí. Ella echó la cabeza hacia atrás y le miró la boca. Con un gruñido, Zac le dio un beso tan ardiente, dulce e intenso como lo que acababan de compartir.

Zac: Ness -gimió cuando ella lo cogió del pene, listo para amarla otra vez-. Necesitas…

Ness: Esto.

Acto seguido, Ness se apretó contra él. Encajaban de un modo tan perfecto que Zac sintió algo que sobrepasaba a lo puramente físico. Aquello lo aturdió durante un momento, darse cuenta de lo bien que se sentía, de lo mucho que le gustaba tenerla en su cama.

Aunque no parecía tener sentido; aunque él no quería una mujer en su vida y estaba seguro de que no había espacio para una, lo cierto era que se sentía de maravilla.

Desde que la había sacado de entre las llamas, había dejado de lado su resistencia y se había sumergido en lo que ella le ofrecía. La besó hasta hacerla jadear, hasta hacerla retorcerse de placer contra él, hasta no saber dónde terminaba el uno y dónde empezaba el otro.

Ness: Otro preservativo -dijo estirándose para sacarlo del cajón-.

Trató de abrir el envoltorio, pero como parecía que con la mano vendada no podía, él le facilitó la tarea. La sonrisa de Ness lo embriagaba. Quería complacerla, hacerla olvidar, hacerla suya.

Pero entonces, con la mano sana, ella lo obligó a tumbarse en la cama.

Zac: Ness…

Ness: Tendré cuidado -le prometió, colocándose encima de él-. Mucho cuidado.

Zac gruñó y le deslizó las manos por los costados hasta cogerle los senos, fascinado con la forma en que los pezones reaccionaban a sus caricias.

Ness lo introdujo lentamente en ella; después se echó hacia adelante, besándolo, rozándolo con su pelo y rodeándolo con su cuerpo suave y húmedo.

Zac: Dios mío, Ness…

Ness: Lo sé. Es precioso. Tú eres precioso.

Ness empezó a moverse lentamente, entrelazando sus dedos con los de Zac. Sin poder evitarlo, Zac adelantó las caderas y se hundió más en ella, sintiendo que cruzaba sus propios límites y que ya no había vuelta atrás: él era Ness. Y, al menos en aquel momento, ella era él. No dudaba que el deseo potenciara aquel acto, pero no era lo único. Eran sus sentimientos más hondos los que salían a flote.

Ruborizada, con la piel húmeda y brillante, Ness echó la cabeza hacia atrás con un gesto de absoluto abandono. Más excitado que nunca, Zac se empujó contra ella, aumentando el roce y la tensión hasta que ella soltó un nuevo grito de placer, arrastrada por el deseo. Él también estaba al límite, solo con mirarla. Había estado al límite desde la noche en que se habían conocido, de modo que no podía contenerse aunque lo intentara. Y no lo hizo; la atrajo hacia sí y la sostuvo mientras se dejaba llevar por el delirio de la pasión, sabiendo que solo allí podría tenerla de verdad.


martes, 3 de julio de 2012

Capítulo 11


Ness frunció la nariz ante el inconfundible olor a brownies quemados. No podía ser; apenas habían pasado diez minutos desde que los había metido en el horno. Volvió a oler, y esta vez no le quedaron dudas.

Ness: ¡Diablos!

Había planeado la noche hasta el último detalle. Primero prepararía unos brownies deliciosos, luego se arreglaría para estar irresistible y por último, lo principal, recibiría a aquel monumento de hombre. Lo seduciría, y ya vería qué pasaba después.

Era un plan perfecto.

Hasta aquel momento. No había usado el horno de arriba porque, además de tener roto el temporizador, no cocinaba de manera uniforme. El olor a quemado le había llegado cuando acababa de salir de la ducha y se estaba poniendo su conjunto de ropa interior favorito. Con un gruñido, cogió su viejo albornoz y empezó a bajar las escaleras.

Pero cuando llegó a la cocina del café se paró en seco, dejó caer el albornoz y miró el horno horrorizada.

No había quemado los brownies; sino el horno. Las llamas salían por debajo, envolviendo la cocina y alcanzando los armarios de los lados.

Ness: Maldición, maldición.

Ness fue a la encimera, cogió el teléfono, marcó el número de los bomberos y se giró para buscar el extintor que guardaba en un armario. No se podía creer el calor que hacía, y al mirar atrás estuvo a punto de gritarle al telefonista que la atendió, porque el fuego estaba allí, justo delante de ella.

Una ventana estalló, y Ness se tiró al suelo.

Ness: Dioses. -Tropezó con el albornoz mientras intentaba llegar al extintor. Pero las llamas alcanzaban el techo, y de repente, el resto de los armarios se prendió, igual que la encimera-. Se me está incendiando la cocina -gritó en el teléfono, antes de dar su dirección-.

El telefonista respondió con gran profesionalidad.

♠: Señora, oigo las llamas. Está demasiado cerca.

Ness: Me voy ahora mismo.

Aunque para poder hacerlo necesitaba encontrar una forma de salir de allí.

♠: Los bomberos están de camino.

Ness: Será mejor que se den prisa.

♠: No tardarán en llegar -le aseguró-. ¿Ya está fuera?

Ness: Enseguida.

♠: En serio. No intente sacar nada por su cuenta.

Ness no era estúpida y sabía que tenía que largarse cuanto antes. Pero no era solo el humo lo que se le atragantaba y la hacía vacilar mientras echaba un vistazo a su alrededor. Aquel sitio era su vida y estaba desapareciendo ante sus ojos.

Ness: No… -Sin embargo, era consciente de que la situación estaba fuera de su alcance-. Fuera -se recordó, haciendo una mueca de dolor, porque el calor le estaba quemando la piel-.

Apuntó con el extintor hacia delante y se abrió paso. Todo lo que tenía que hacer era agacharse detrás de la encimera en llamas y apagar el fuego que la separaba de la puerta. No sin dificultad, consiguió llegar a la zona del comedor. Aturdida, se volvió hacia la cocina que había sido su vida tanto tiempo y se estremeció.

Se sobresaltó al oír que algo se rompía a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio que Zac acababa de echar la puerta abajo y corría hacia ella, con los ojos llenos de miedo.

Ness no pudo evitar pensar que aquella noche tenía planes muy diferentes para aquellos músculos fuertes. Él la cogió de la cintura y la levantó.

Zac: Ness…

Ness: Lo brownies se han quemado. Todos.

Zac empezó a decir algo, pero Ness no alcanzó a oírlo por el estallido de otra ventana detrás de ella. Él la cubrió con su cuerpo para protegerla de la lluvia de cristales y cenizas.


Zac: Afuera -gritó-. Deprisa.

Lo siguiente que supo Ness fue que estaban en el aparcamiento, en la cálida noche, contemplando el edificio del Wild Cherries envuelto en llamas y humo. Parpadeó sin estar segura de si Zac la había sacado en brazos o había salido por sus propios medios. Se miró los pies descalzos y sucios, pero no pudo recordarlo.

El fuego se elevaba en el cielo nocturno, y el ruido hacía que le dolieran los oídos. Zac se apresuró a cogerla de los brazos.

Zac: ¿Te has hecho daño? ¿Te has quemado? ¿Dónde?

Ness tenía los puños apretados mientras veía su vida incendiada. Sacudió la cabeza y sintió las lágrimas en la garganta. Y se sorprendió al hacerlo, porque nunca lloraba ni sentía ganas de hacerlo. Aunque otro vistazo al edificio en llamas le recordó que tampoco había sufrido ninguna pérdida significativa desde la muerte de sus padres. O, por lo menos, ninguna que le importara de verdad.

Pero aquello sí le importaba, y mucho.

Ness: Tal vez debería haber sacado algo de ropa.

Zac: Ness, mírame -dijo con la voz cargada de temor-.

A ella le escocía la palma de la mano e imaginó que se habría cortado, pero mantuvo los puños apretados, porque lo que más le dolía era el corazón.

Ness: Estoy bien.

Zac: Estamos temblando. Vamos a sentarnos.

Zac la sentó en el bordillo.

Ness: Aquí vienen -dijo cuando se empezaron a oír las sirenas-.

Zac: Sí. Ness, cariño, mírame. Déjame verte los ojos.

Ness: Ya es demasiado tarde, ¿sabes?

Zac: No es demasiado tarde, estás viva -declaró, abrazándola con fuerza-. Cuando he aparcado y he visto las llamas…

A Zac se le quebró la voz.

Ness: Estabas asustado.

Zac: Aterrado.

Ella lo miró, con el corazón en un puño.

Ness: ¿Cómo ha pasado esto entre nosotros, Zac? Es demasiado pronto, solo hemos…

Él la volvió a abrazar, y Ness le recostó la cabeza en el hombro.

Zac: Calla. Todo se arreglará.

Ness: No. Tenía la noche planeada -murmuró cogiéndolo de la camisa-. Te iba a seducir con encaje negro y después te iba a volver a seducir, porque sí.

Zac le acarició la espalda y la mejilla.

Zac: Lo recordaré para otro momento. Pero créeme, el encaje negro habría funcionado todas las veces que hubieras querido.

Ness rió entre sollozos, se acurrucó contra él y cerró los ojos a la visión de las llamas.

Cuando los dos camiones de bomberos llegaron al aparcamiento ya no se podía hacer mucho por el viejo edificio. Ness contempló el fuego impasible; solo sus ojos revelaban sus emociones, y Zac se sintió más impotente que nunca viéndola mirar cómo su vida se hacía humo. No podía soportar que sufriera una nueva pérdida; ya había sufrido demasiadas. Quería dárselo todo; quería comprarle la luna, con tal de borrar la desolación que reflejaban sus ojos marrones. Sin embargo, no podía reparar la situación ni devolverle lo que había perdido.

Trató de convencerla de que volviera a sentarse y al cogerla de la mano frunció el ceño. A pesar de la oscuridad, vio que tenía los dedos ensangrentados y sintió que se le paraba el corazón.

Zac: Ness, abre la mano.

Ella lo hizo y soltó un grito ahogado de dolor. Tenía un corte en la palma; probablemente se le había clavado un cristal al salir de la cocina.

Zac se la examinó con detenimiento y suspiró aliviado al comprobar que no tenía astillas.

Zac: Está limpia -dijo, quitándose la camisa para hacerle un torniquete-.

Los bomberos habían apagado el fuego casi con la misma velocidad con la que se había iniciado. Entonces comenzaron las preguntas. Ness les dijo todo lo que podía con un tono tan uniforme y un gesto tan indescifrable que Zac se estremeció y pensó que estaba demasiado serena.

Ness: ¿Se ha perdido todo? ¿No se puede salvar nada?

♠♠: Habrá que ver qué opina el inspector -le contestó un bombero-. Pero parece que se ha dañado la estructura central.

Ella asintió, inexpresiva; y Zac se angustió. Cuando llegó la ambulancia, Ness lo miró con la cara manchada por el humo y el albornoz sucio y desgarrado, y dijo:

Ness: No quiero ir al hospital.

Zac: Ness…

Ness: Estoy bien.

Necesitaba que le suturaran la herida.

Zac: Te acompaño. Pero vas a ir.


Nueve puntos después, Zac volvió a llevarla al coche. Lo habían suturado muchas veces; había sufrido varias fracturas, por no mencionar las tres operaciones, pero jamás había estado del lado del que sostiene la mano. Y cuando le clavaron la aguja en la herida a Ness, vio las estrellas, pero no se permitió apartar la vista.

Ness: Respira, Efron -le había dicho secamente. Estaba sentada en el coche, con la cabeza recostada en el respaldo y el albornoz mugriento debajo del cual estaba la lencería de encaje negro en la que Zac no podía dejar de pensar, ni siquiera en aquel momento-. Deja de preocuparte -insistió, con los ojos cerrados-. Estoy bien.

Zac: No estoy preocupado.

Era mentira.

Ness: Tengo que llamar a Ashley y a Roger. Alguno me dejará usar un sofá. No sería la primera vez.

Zac: No. -Ella volvió la cabeza, como si estuviera demasiado cansada para mover otra parte del cuerpo, y lo miró-. Vendrás a mi casa -añadió-.

Para sorpresa de Zac, Ness asintió sin oponer resistencia:

Ness: De acuerdo.

Parecía derrotada e, incluso en aquellas circunstancias, era algo tan atípico en ella, que él se preguntaba hasta qué punto estaría destrozada. Incluso se había negado a tomar los analgésicos que le habían ofrecido en el hospital, pero Zac suponía que la convencería para que los tomara más tarde.

Ness no volvió a decir una palabra en todo el viaje. Veinte minutos después, Zac aparcó frente a su casa y por un momento se quedó mirándola descansar en el asiento, con los ojos cerrados y sosteniéndose la mano herida con la otra.


Zac: Lo siento mucho, Ness.

Ness: No es culpa tuya.

Zac: No, pero tampoco es tuya.

Zac supo que había puesto el dedo en la llaga, porque ella hizo una mueca de dolor. Salió del coche y corrió a ayudarla, pero ella se bajó antes de que pudiera llegar y gruñó cuando la alzó en brazos.

Ness: Bájame. Me he herido la mano, no los pies. -Él corrió hasta la puerta de entrada con ella en brazos-. Zac, no seas estúpido. Te vas a hacer daño en la rodilla. -Puso los ojos en blanco cuando él la sostuvo contra la puerta mientras buscaba las llaves-. Qué, ¿no tienes mayordomo?

Zac: Como creía que te ibas a aprovechar de mí toda la noche, le he dado el día libre.

Ness: Déjame caminar, Zac. No seas tan protector, que no hace falta.

Él suspiró.

Zac: Tal vez podrías apoyarte en alguien, solo por esta noche. Apóyate en mí, Ness.

Ella cerró los ojos y lo abrazó por el cuello.

Ness: Supongo que por esta noche, podría.

Zac: Solo por esta noche -pactó, deseando que durase más tiempo. La llevó hasta el cuarto de baño y la sentó cerca de la bañera de hidromasaje-. ¿Te apetece darte un baño?

Ness asintió y lo vio abrir el grifo y comprobar la temperatura del agua.

Ness: Déjalo, Zac, ya me ocupo yo.

Zac: De acuerdo -dijo acariciándole la mejilla-. Llámame si necesitas algo.

Él dio vueltas por la casa durante un rato y cuando volvió a su dormitorio la encontró sentada en medio de la cama, envuelta en dos de sus toallas, con la mirada perdida. Fue a buscar un vaso de agua al baño y se lo llevó, junto con las pastillas que le habían dado los médicos.

Zac: Tómate esto.

Ness: Estoy bien.

Zac: Tómatelo de todas formas. -Las toallas revelaban las largas piernas que le abría gustado tener alrededor de la cintura toda la noche-. Estaré atento -añadió yendo hacia la puerta-. Si necesitas algo, lo que sea, me llamas, ¿de acuerdo?

Ness: Sí.

El temblor de su voz lo hizo detenerse y volver a la cama.

Zac: Ness…

Ness: Estoy bien. En serio.

Pero era mentira, y los dos lo sabían. Zac se sentó en la cama y al ponerle una mano en la pierna notó que estaba temblando.

Zac: Oh, Ness…

Ness: Estoy bien -repitió-.

Zac: ¿Puedo hacer algo? ¿Quieres que te prepare algo de cenar?

Ness: Zac, te estás poniendo pesado.

Él le acarició la pierna como si pudiera hacerla entrar en calor, aunque sabía que no temblaba de frío, si no de la impresión.

Zac: Ya lo sé. Pero es que me siento impotente, y es una sensación que no me gusta nada.

Ness: Entonces déjalo y vete.

Zac: Creía que podría, pero no puedo -confesó, sentándola sobre su regazo-. Dime qué debo hacer, Ness. Dímelo y lo haré. -Ella sacudió la cabeza y apartó la mirada, aunque no antes de que él pudiera verle las lágrimas contenidas-. Por favor -insistió-. Me estás partiendo el corazón. Haz algo. Grita, llora, patalea… tienes derecho…

Ness: De acuerdo. -Con los ojos cerrados, Ness le pasó una mano alrededor de los hombros y se acomodó mejor sobre el regazo-. Esto -dijo, mordisqueándole el cuello antes de mirarlo a los ojos-. Esto es lo que quiero.

Acto seguido, Ness se abrió las toallas, revelando la piel bronceada y las deliciosas curvas con las que él soñaba desde hacía semanas. Sin embargo, Zac no podía aprovecharse de la situación.

Zac: Ness…

Ness: Quiero que me hagas olvidar todo. Eso es lo que quiero de ti.

Zac: Ness…

Apretó su cuerpo de ensueño contra él, haciéndolo temblar por el esfuerzo que tenía que hacer para contenerse. Zac trató de pensar, algo que no resultaba fácil cuando no era su cerebro el que estaba al mando. Tuvo que cerrar los ojos para evitar la visión de aquel cuerpo glorioso, pero fue en vano, porque la tenía grabada en la mente.

Zac: Espera, Ness. Estás en estado de shock y eso te trastorna -dijo, con tono desesperado-. Han tenido que suturarte la mano. No podemos…

Ness: Hazme el amor, Zac.

Zac: Ness…

Ness: Hazme olvidar, por favor -suplicó, sellando el trato con un beso-.


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