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martes, 31 de diciembre de 2019

Capítulo 3


El hotel era precioso.

La mansión parecía la típica casa alpina de madera y piedra, con preciosas esculturas. En la zona de recepción había una enorme chimenea decorada con objetos navideños, del tamaño de la pared. A su alrededor se apilaban sofás y sillones, colocados para reuniones de todo tipo, ofreciendo cada grupo intimidad y calor. Se servían bebidas calientes y frías toda la tarde, junto con vinos, cafés y chocolate.

Zac le explicó todo mientras entraban juntos. Le indicó a David que mirase hacia el gigantesco árbol de Navidad que había en el recibidor y en aquel preciso instante un joven rubio corrió hacia ellos para darles la bienvenida. Vanessa notó de inmediato que estaba deseoso de agradar a su jefe, pero en el brillo de calidez de sus ojos había un matiz que sólo podía significar una cosa: apreciaba a Zac.

**: Señor Efron, me alegro de verlo. Espero que no haya tenido que soportar algún atasco a causa del tiempo.

Zac negó con la cabeza y se quitó los guantes.

Zac: No, Randy, ha sido un viaje perfecto. Dejamos la autopista para echar un vistazo a Basin -comentó, sonriendo a Vanessa-.

Zac había sugerido que fueran a verlo cuando se detuvieron para comer una pizza. No estaba muy lejos del hotel, apenas a escasos kilómetros de una localidad llamada Franconia Notch. Era uno de los lugares más bonitos que Vanessa había visto en toda su vida, con cataratas que caían cientos de metros entre la nieve, haciendo un terrible estruendo. El agua estaba congelada en muchas partes, pero supuso que aquel lugar debía ser precioso en cualquier época del año. El mismo Thoreau lo había pensado así. Según decía Zac, era un visitante frecuente de la zona, y muchas de sus sentencias habían sido inmortalizadas en aquel lugar.

Pero lo más excitante de todo había sido verlo con Zac Efron. La había cogido del brazo para que no resbalara en el hielo, mientras los niños jugaban más adelante. La observó en silencio mientras contemplaba las bellezas de aquel sitio, como si pudiera leer sus pensamientos.

Zac: ¡Es casi como Camelot! En verano todo es verde y exuberante, y hay flores en todas partes. En otoño, los colores son impresionantes. En invierno, es una especie de palacio de hielo, como puedes ver. Y en primavera el agua se derrite y el lugar se convierte en una sinfonía, con el retorno de los pájaros.

Ness: Es maravilloso, maravilloso. Gracias por haberte detenido sólo para enseñárnoslo.

Zac: Ha sido un placer, Vanessa -dijo con suavidad-.

Entonces él se alejó dejándola a solas con sus pensamientos.

Se preguntó si habría estado en aquel lugar con Sara, si el lugar le evocaría recuerdos.

En el coche permaneció callado. Cuando Ella le pidió que pusieran una cinta de villancicos puso mala cara, y sólo al notar la mirada de Vanessa sonrió.

Al final puso la cinta, pero no se unió a cantar las canciones con ellos.

Sin embargo, ahora se comportaba con total educación. Se volvió y le presentó al joven:

Zac: Randy, te presento a una de mis mejores periodistas, Vanessa Hudgens. Vanessa, te presento a Randy Skyklar. Y éste es David, el hijo de Vanessa.

Randy sonrió y estrechó su mano.

Randy: Señora Hudgens, es un placer conocerla -dijo, para mirar después a su jefe-. He dispuesto las habitaciones del fondo, tal y como pidió. ¿Necesitan alguna otra cosa?

Zac: Me temo que tengo una reunión con el departamento de ventas. Pero es posible que Vanessa o David quieran algo.

Vanessa hizo ademán de negar con la cabeza, pero entonces pensó en los niños.

Ness: Ella, ¿por qué no vienes con nosotros a la habitación durante un rato? De ese modo Randy os podrá traer un chocolate mientras tu padre trabaja.

Ella sonrió con timidez.

Ella: Me gustaría mucho. ¿Puedo, papá?

Zac: Bueno, tal vez Vanessa y David necesiten un poco de tiempo antes para acomodarse.

Ness: No, no es necesario -lo tranquilizó-. No estoy cansada, y no tardaré más de unos minutos en guardar las cosas en los cajones.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Muy bien. Entonces os veré para cenar.

Los dejó a los tres con Randy, que los llevó a la habitación que había reservado para David y su madre.

La puerta era normal y corriente, de madera. Pero en cuanto entró descubrió que la habitación era enorme, aunque muy cálida, con su propia chimenea contra un muro de granito. Había un sofá blanco sobre una alfombra, un pequeño bar, una cocina equipada con todos los utensilios necesarios y dos puertas. La primera de ellas daba a un gigantesco dormitorio con una cama digna de una reina, cubierta con una gran colcha. Aquella habitación también tenía chimenea. Y junto a ella, había un jacuzzi.

Vanessa miró la otra habitación, algo más pequeña, pero igualmente encantadora.

Sin duda aquellas habitaciones habían sido diseñadas para una familia. La suite era una especie de romántico escondite para adultos, donde podían pasar los días mientras los niños jugaban fuera.

Teniendo en cuenta que el hotel era de Zac, probablemente las había diseñado él mismo.

Caminó hacia el salón. Debía estar frunciendo el ceño, porque Randy le preguntó:

Randy: ¿Algo marcha mal?

Ness: No, por supuesto que no. Es que…

Ella la miraba con ansiedad. Todo era tan bonito que quería gritar, pero no la habían invitado a ella en principio, sino a su hijo. Y en medio de tanto lujo se encontraba incómoda.

Ness: No, sólo tenía miedo de que mi presencia robara espacio para otros invitados…

Ella: ¡Oh, claro que no! -Le aseguró-. Hay dos suites como ésta en el hotel. Mi padre y yo tenemos la otra. ¿Lo ves? Es esa puerta de allí. Nunca alquila estas habitaciones. Nunca. Son para invitados. De verdad. Espero que te gusten.

Ness: Me gustan mucho.

Pero su incomodidad aumentaba poco a poco.

Randy: Venga, señora Hudgens. Aún no lo ha visto todo.

Atravesaron la sala principal y abrieron las puertas del balcón. Entonces vio un enorme jardín cubierto, con piscina. Una catarata de agua caía desde una roca y todo estaba lleno de una especie de bruma.

A través de los cristales podían verse las montañas, al fondo. Era tan bello que cortaba la respiración.

Vanessa oyó que alguien reía y miró a través de la neblina. Otros invitados estaban bañándose en el agua caliente de la piscina. Varios niños jugaban en la escalera, y un par de enamorados reían juntos. El hombre estaba en el agua y la mujer tendida junto a la piscina.

Vanessa sintió un nudo en la garganta. Una vez había llevado una existencia semejante con Richard. Sólo tenía que cerrar los ojos para recordarlo como si estuviera allí.

Randy: ¡El chocolate caliente ha llegado!

Vanessa se volvió. Un joven camarero apareció con un carrito donde había chocolate caliente y galletas.

David: Esto es vida -dijo contento, mirando a su madre-. ¿Puedo tomar un poco?

El azúcar no era muy bueno para él.

Ness: Claro, pero no demasiado -contestó, sonriente-.

Pensó que cuando estuvieran solos tendría que medir el nivel de azúcar de su sangre e inyectarle insulina. Tenían un aparato para medir el nivel de glucosa, y David estaba acostumbrado a recibir la inyección tres veces al día. A pesar de su corta edad, sabía inyectarse solo, y ella estaba orgullosa.

Pero por el momento podía divertirse y comerse alguna galleta.

Vanessa sonrío.

Ness: ¿Por qué no vais a cambiaros y os ponéis los bañadores? Podíamos nadar un rato, ducharnos después y tal vez para entonces ya haya regresado tu padre, Ella.

Ella sonrió con una galleta en la boca.

Ella: Seguro que llegará. Siempre llega a tiempo. Nunca miente.

Ness: Bueno, eso es admirable -murmuró-.

Dio las gracias al camarero y a Randy, que se marcharon. Tal y como había dicho David, aquello era vida.

No podía aceptar tanta hospitalidad. Era demasiado.

Se tumbó sobre la cama y cerró los ojos. Le habría encantado haber podido estar en un sitio así con Richard.

En su imaginación vio de nuevo la piscina y las montañas al fondo. Vio un fuego en la chimenea, y luego se vio a sí misma apoyando la cabeza en el hombro de un hombre rubio.

Entonces se incorporó, ruborizada.

Richard era moreno. Tanto como David. El hombre rubio de su ensoñación era Zac.

Gimió con suavidad y hundió la cabeza en la almohada. Y no se levantó hasta que David apareció para decirle que ya había llegado el equipaje y que podían cambiarse para ir a la piscina.


Después de nadar un rato, Ella fue a su habitación a través de la puerta que conectaba las dos suites. Un rato después llamó a la puerta y Vanessa la dejó entrar.

Ness: ¿Te ha dicho alguien lo guapa que eres?

Ella se ruborizó hasta adquirir el tono de su vestido rojo.

Ella: ¿Eso crees?

Ness: Claro que sí.

Ella: Tú también eres muy guapa.

Ness: Gracias.

Ella. Se lo he dicho a mi padre.

Ness: Oh.

Zac: Es cierto, lo hizo, pero no era necesario.

La voz que habló por encima del hombro de Ella era la de Zac, que se había duchado y afeitado. Aún tenía el pelo mojado, y estaba muy atractivo con su traje negro. Vanessa no sabía muy bien qué ponerse para cenar, de modo que había elegido un jersey blanco y una falda que le llegaba por debajo de las rodillas, esperando que sirviera tanto para una comida formal como para algo menos serio.

Zac: Ya sabía lo bonita que eras, Vanessa -insistió-.

Vanessa se ruborizó tanto como Ella. Pero a diferencia suya, no era ninguna niña, ni pecaba de inocente. Tendría que mantener el control cuando se encontrara ante aquel hombre.

Ness: Gracias. ¿Puedo devolverte el cumplido?

Ella: ¿Crees que papá es guapo?

Ness: ¿No que te parece que no lo es?

Ella: ¡Oh, no! Es muy atractivo.

Alto, rubio y atractivo. Así era el hombre que Ashley había pedido para Navidad. Vanessa sólo quería un hombre que no se subiera los calzoncillos por encima del ombligo.

No, en realidad no necesitaba a ningún hombre. Jeremy tenía la culpa de todo aquello, por sus malditos polvos mágicos.

Zac: He reservado mesa para cenar en otro sitio. La comida de aquí es muy buena, pero es posible que el tiempo empeore y que te veas obligada a permanecer en este lugar, de modo que decidí sacaros mientras pudiera. ¿Te parece bien?

Ness: Por supuesto. Pero no es necesario que te preocupes tanto por David y por mí.

Zac: Oh, venga, ya lo sé. Pero me gusta. ¿Te importa?

Una vez más vio aquella sonrisa franca y abierta en él. Una sonrisa que calentaba todo su cuerpo, que la hacía estremecerse.

Vanessa asintió.

La cena fue maravillosa. Los dueños del restaurante habían conseguido combinar el interior rústico del lugar con cierta elegancia. Vanessa tomó un filete y una deliciosa ensalada. La conversación con Zac resultó fluida, divertida y natural, y a lo largo de la comida se sorprendió de la multitud de cosas de las que charlaron, desde las cualidades de los profesores de lengua hasta la situación en oriente próximo. Y con los niños al lado, estuvo un buen rato riendo mientras David describía el modo en que había que golpear un balón para que adoptara una parábola, mientras Ella se empeñaba en cantar canciones que habrían asustado a un oso.

Cuando se marcharon del restaurante era bastante tarde. Los niños se quedaron dormidos en el asiento trasero del coche, uno sobre otro.

Zac permaneció en silencio durante unos minutos, y Vanessa sintió que se le cerraban los ojos. Entonces Zac habló.

Zac: ¿Se han dormido los niños?

Ness: Sí.

Zac: Quería darte las gracias por haber venido.

Ness: Gracias a ti. La suite es preciosa. Me habría dado por contenta con algo mucho más pequeño.

Zac: Señora Hudgens -dijo sonriendo-, te lo mereces.

Ness: Bueno, gracias.

Él no dijo nada. Mientras avanzaban por la carretera fue sintiendo sueño, y al final se quedó dormida.

Zac se sobresaltó cuando notó que Vanessa apoyaba la cabeza sobre su hombro, pero no la apartó. El suave olor de su pelo llenaba sus sentidos, despertando en él una vieja angustia.

Había transcurrido mucho tiempo.

Sara se quedaba dormida muchas veces del mismo modo.

Había salido muchas veces después de su muerte, y aunque había sido totalmente cortés con todas las mujeres con las que se había citado, no se había citado más de una vez con ninguna. La prensa sensacionalista decía que era un hombre con mucho éxito, pero no respondía al prototipo. Evidentemente, se había encontrado en muchas situaciones íntimas con mujeres, pero nunca había llegado a nada serio. Nunca había permitido que una mujer se quedara dormida sobre su hombro. Y no habría dejado que nadie lo hiciera, con una excepción: Vanessa.

No sabía por qué. No sabía por qué le había dado las gracias, no sólo por Ella, sino también por sí mismo. Habían pasado muchos años desde la última vez que se había reído con tal espontaneidad. Años de soledad y angustia.

Su pelo le acariciaba la mejilla. Era suave y cálido, como la seda. Apretó los dedos sobre el volante y sintió que un intenso deseo lo dominaba. Su angustia inicial desapareció. El presente reclamaba toda su atención. No podía recordar haber deseado tanto a nadie. Resultaba irónico, porque probablemente ella era la única mujer sobre la tierra que no lo deseaba.

Vanessa gimió dormida y se acomodó colocando la mano sobre su hombro.

Zac apretó los dientes.

Vanessa se despertó cuando el coche se detuvo. Casi de inmediato se incorporó y se preguntó cómo se había quedado dormida.

Pero Zac ya estaba fuera del coche, y no sabía si disculparse o no.

Zac: Ya estarnos aquí -dijo con brusquedad-.

Ness: Bueno, entonces cogeré a David.

Zac: No, yo me ocuparé de él. Pesa más que mi hija. Coge tú a Ella, si puedes.

Ness: Claro que puedo.

Zac: Lo digo porque debes estar cansada. Además, no eres mucho más grande que ellos.

Ness: Me las arreglaré -dijo irritada-.

Zac: Sí, claro, te las arreglarás.

Zac cogió a su hijo en brazos y ella hizo lo propio con Ella.

Zac: ¿Te he comentado alguna vez que en ocasiones me recuerdas a un puercoespín? -preguntó de sopetón-.

Vanessa lo miró con la niña en brazos.

Ness: Una comparación encantadora. Muchas gracias, señor Efron.

Zac: No he dicho que parezcas un puercoespín. Eres una mujer muy atractiva, y estoy seguro de que lo sabes. Estoy seguro de que muchos hombres habrán querido salir contigo en todo este tiempo. O puede que no. Porque con esas espinas de puercoespín que tienes tal vez nadie haya podido aproximarse lo suficiente.

Ness: Gracias de nuevo. Pero teniendo en cuenta la cantidad de mujeres con las que has debido estar, no deberías juzgarme a la ligera.

Vanessa se dio la vuelta y se dirigió hacia el edificio.

Zac: ¿Todas las mujeres con las que he estado? No sabía que prestabas tanta atención a mis citas.

Vanessa no fue capaz de contestar. Randy les abrió la puerta.

Randy: Deje que la lleve yo -se ofreció, cogiendo a Ella en brazos-.

Vanessa siguió a los dos hombres por las escaleras e hizo un esfuerzo para sonreír a Randy cuando se marchó.

Zac: Buenas noches, señora Hudgens -dijo con suavidad-.

Ness: Buenas noches. Gracias por la cena. Ha sido encantadora.

Zac: Sí, es cierto.

Cuando él se marchó la rozó lo suficiente como para que Vanessa se estremeciera de los pies a la cabeza.

Estaba muy cansada, pero cuando finalmente puso a su hijo en la cama y se quitó la ropa para dormir, no consiguió conciliar el sueño. Se tapó la cabeza con la almohada y apretó los dientes, pero no lo consiguió.

Aún recordaba el contacto de su piel, y se preguntó cómo habría conseguido dormirse en el coche estando tan cerca de él.


Cuando despertó a la mañana siguiente, encontró una nota debajo de la puerta. Estaba escrita a mano. Reconoció la letra de Zac a causa de las felicitaciones de Navidad que enviaba a los empleados. Era una letra clara, firme y poderosa. El mensaje era breve pero educado. Decía que iba a estar muy ocupado todo el día, pero que no hacía falta que pasara todo el tiempo con los niños. Le decía que podía ver películas, asistir a todo tipo de cursos o hacer lo que más le gustara mientras los empleados del hotel se ocupaban de los chicos.

A Vanessa no le importaba pasar el día con los niños, pero tenía que escribir un artículo. De modo que decidió desayunar con ellos y trabajar después.

El día salió tal y como lo había planeado. Desayunaron en su suite, y después Ella y David se empeñaron en ver los dibujos animados de la televisión. Vanessa se puso a trabajar frente a la chimenea y se preguntó si sería capaz de concentrarse, pero el calor del fuego y el crepitar de la madera la tranquilizó de inmediato. No levantó la cabeza del papel hasta las dos en punto, cuando terminó de escribir.

Contenta, se puso un jersey de lana y una parka y salió a buscar a los niños. Estaban terminando de comer, y ambos se alegraron mucho cuando se unió a ellos.

Ness: No sé esquiar -le dijo a Ella-. Aunque supongo que tú sí.

Ella sabía esquiar, y de hecho lo hacía muy bien. Pero se pasó toda la tarde acompañando a David y a Vanessa mientras recibían las lecciones del profesor, riéndose mucho con ellos cuando cometían alguna torpeza. Vanessa se encontraba muy incómoda con el traje y los esquíes, y juró que nunca sería capaz de tenerse en pie. Pero por la tarde ya estaba encantada, y era capaz de deslizarse un rato sin caerse.

Pero tenían frío, de modo que regresaron al hotel. Los niños tomaron chocolate caliente y ella pidió un café irlandés. Estaba muy bueno, pero teniendo en cuenta que no había comido el alcohol se le subió un poco a la cabeza.

Tanto ella como los niños cenaron en la suite. Y cuando terminaron, Ella y David ya estaban dispuestos para irse a la cama. Ella se marchó a su dormitorio y Vanessa la siguió para asegurarse de que estaba bien.

Aquella suite no había sido nunca alquilada a clientes, y resultaba evidente nada más verla. Tenía idéntica vista de la piscina, pero se parecía más a un hogar que la otra. Había cuadros en las paredes, esculturas, y todo tipo de adornos. Observó una mesa de roble cubierta de papeles y una mesita de café junto al sofá, donde se encontraban varios ejemplares de Elegance. A un lado había una fotografía, la fotografía de una familia perfecta. Zac Efron estaba flanqueado por las dos mujeres que más amaba, una Ella mucho más pequeña y Sara, ambas sonriendo con sus preciosos ojos azules y sus brillantes cabellos rubios.

Vanessa se sintió como si fuera una intrusa y dio un paso atrás. Pero Zac no le había dicho que no pudiera entrar en su suite, de modo que cruzó el salón para abrir una de las puertas en busca de la niña.

Ness: ¿Ella?

Ella ya se había puesto su pijama de franela rojo. Tenía el pelo suelto y los ojos muy abiertos y brillantes. Cuando la miró sintió una profunda emoción. Sentía sinceramente la muerte de Sara Efron, de una mujer tan bella que ya no vería nunca a su preciosa hija.

Ness: Sólo he venido para llevarte a la cama.

Ella la miró, encantada.

Ella: Gracias. Muchas gracias.

Vanessa la metió en la cama, le dio un beso de buenas noches en la frente y la prometió que la vería a la mañana siguiente. Después regresó a sus habitaciones y se encargó de David antes de ponerse el pijama. Pero, a pesar de que había pasado la noche anterior en vela, no podía dormir, de modo que se levantó, se sirvió una taza de té y se acercó al balcón desde el que se veían la piscina y las montañas.

Para su sorpresa, vio que había gente en la piscina. Reconoció a Barney Mulray, un vendedor de Ohio que había conocido en una convención. Entonces se dio cuenta de que el lugar estaba lleno de gente de Elegance.

Y al fondo se encontraba Zac.

Para su desesperación, no pudo evitar pensar que estaba muy atractivo en bañador. Su piel estaba bronceada, y su cuerpo era delgado y musculoso. Tenía un provocativo vello negro que le cubría el pecho, y cada centímetro de su persona resultaba perfecto.

Alguien más parecía pensar lo mismo. Se trataba de una jovencita pelirroja de generosos senos que estaba sentada cerca de él. Le estaba contando algo, pero entonces Barney lo llamó y Zac respondió de inmediato. Vanessa intentó oír sus palabras desde el balcón.

Barney: Vamos a tomar algo.

Zac movió la cabeza, negando.

Zac: No, gracias, iba a irme a mi habitación. Quiero ver qué tal está Ella.

Otras personas intentaron convencerlo, pero Zac se negó. Todo el mundo empezó a marcharse, excepto la pelirroja, que se inclinó sobre Zac.

**: De verdad, Zac, sólo una copa. Vamos, aún es temprano.

Zac: Gracias, pero estoy cansado. Me gustaría estar solo, si no te importa.

Entonces la joven se levantó y se marchó airada.

La piscina quedó en silencio. Sólo quedaba Zac, al fondo, con los ojos cerrados. Vanessa sintió de nuevo que se estaba entrometiendo en algo que no era asunto suyo, y decidió apartarse de la ventana, pero en aquel momento él la miró.

Zac: ¡Hola Vanessa!

Ness: Hola -respondió desde la ventana-.

Él sonrió como un gato después de capturar a un canario.

Zac: ¿Has tenido un buen día?

Ness: Sí, gracias.

Zac: ¿Y los niños?

Ness: Están bien, durmiendo.

Zac: ¿Ella?

Ness: Muy bien, la he metido en la cama.

Zac abrió los ojos un poco más, sorprendido, pero no sabía si le había molestado o gustado el detalle.

Zac. Veo que te acuestas tarde.

Ness: Sí, bueno, iba a…

Zac: No, baja conmigo -ordenó-.

Ella dudó. Quería marcharse a la cama, no debía ir con él, pero todo su cuerpo se estremecía.

En aquel tipo de situaciones siempre recordaba el pasado y Richard asaltaba su memoria con su risa. Pero en aquella ocasión no vio el rostro de su marido, sino la poderosa imagen del hombre que estaba abajo.

Ness: He oído que querías estar solo -comentó-.

Zac: ¿De verdad?

Ella se ruborizó.

Ness: Sí -confesó-.

Zac: Bueno, quería estar solo entonces, pero apreciaría mucho tu compañía ahora. Por favor, baja. El agua está caliente.

No dudaba en modo alguno de la temperatura del lugar, acorde con lo que ella misma sentía. De repente deseo tocarlo, pero él nunca había insinuado que le gustase. Se humedeció los labios, nerviosa.

Zac: ¿Vanessa?

Ness: Bajo enseguida -prometió-.

Y para su sorpresa, se puso el bañador y bajó a la piscina con rapidez. En busca de calor.


lunes, 30 de diciembre de 2019

Capítulo 2


Zac Efron tenía un dolor de cabeza considerable. Un dolor que se fue intensificando conforme conducía hacia su casa.

Sabía que había entristecido a su hija por haberse marchado tan pronto de la fiesta, pero quería volver a casa.

En realidad, la fiesta era cosa de Sara.

Siempre había celebrado fiestas de Navidad e intentaba que fueran lo mejor posible, para sus empleados. Pero él no había nacido rico, ni había heredado de nadie la revista. La había creado. Sabía lo que era trabajar duro, y sabía lo que era soñar.

Hubo una época en que lo tuvo todo en la palma de su mano. Tenía a Sara. Y a ella le encantaban las navidades, el invierno, la nieve y el aire frío. Le encantaban las luces brillantes, los adornos, los Papá Noel que había en tiendas y esquinas, y hasta los programas especiales de la televisión. Sentarse con ella junto al fuego era todo lo que quería en el mundo. Realmente lo había tenido todo.

Pero lo perdió aquella noche de diciembre, cuando un conductor borracho se estrelló contra el deportivo plateado de Sara matándola de inmediato. El único milagro que se produjo entonces fue que había dejado a Ella en la fiesta de Navidad, de modo que no perdió también a su hija.

A partir de entonces otras personas se ocuparon de su hija. Se dio cuenta de que con la muerte de su madre Ella no había perdido sólo a Sara, sino también a él. Tardó meses en poder ocuparse de ella. Y ahora estaba intentando ser un buen padre y hacer todo lo que pudiera.

Ella: ¿Puede, papá?

Zac: ¿Qué? Lo siento, cariño, no te estaba es cuchando -se disculpó-.

El tráfico era bastante malo aquella noche. La nieve no había dejado de caer en ningún momento.

Ella: David, David Hudgens. ¿Puede venir a esquiar con nosotros?

Zac: ¿Cómo?

Ella: He dicho que si…

Zac: No, no, lo siento, querida, pero…

Ella: Era tan simpático, papá. Me ha hecho reír. Y me comprendió cuando le dije que…

Ella dejó de hablar.

Zac: ¿Qué comprendió? -preguntó con curiosidad-.

Detuvo el vehículo al llegar a un semáforo. En la esquina, un Papá Noel hacía sonar una campanilla.

Se preguntó por qué experimentaría siempre aquella sensación de pérdida en Navidad. En teoría era una época para la fe y la paz.

Ella: Nada -murmuró-. Es… Es simpático. ¿Podemos invitarlo? Por favor…

Zac: Cariño, su madre es una de mis empleadas. No sé si debemos molestarla con algo así.

Pero su madre no sólo era una empleada. Era Vanessa Hudgens, y teniendo en cuenta que llevaba observándola mucho tiempo, estaba casi seguro de que se negaría.

Ella no parecía verlo de aquel modo.

Ella: Su madre también era muy simpática, y no creo que le moleste.

Zac se sintió culpable. No había pensado en lo sola que debía sentirse su hija, entre otras cosas porque no tenía muchos amigos. Y ahora había encontrado a uno, a David.

Tenía que admitir que aquel chico parecía especial. Había algo interesante en su sonrisa, una sonrisa abierta y generosa. Sabía algo de su vida porque se las había arreglado para averiguar varias cosas sobre Vanessa Hudgens. Lo hizo el día que se presentó en su despacho y salió con la cabeza bien erguida.

Nunca olvidaría aquel día. Y no había sido capaz de olvidar a Vanessa Hudgens.

Era una mujer pequeña, de voz dulce, pero con temperamento acerado. Cuando pensaba en ello, se daba cuenta de que era una mujer muy bella, con aquel pelo oscuro y aquellos ojos de densas pestañas que se encendían cuando estaba indignada o enfadada. Sonrió. No era una mujer impresionante, pero a su manera era sofisticada, de una elegancia tranquila.

Sin embargo, no había sido su aspecto lo que había despertado su interés, puesto que vivía en un mundo lleno de mujeres atractivas. Había sido la determinación que había demostrado al presentarse en su despacho, y la dignidad con la que actuó cuando se negó a concederle aquella entrevista.

Tampoco podía olvidar cómo lo miró cuando dijo que él no era la única persona que había perdido a algún ser querido. Se había comportado con demasiada condescendencia, y su comentario había sido lo suficientemente oportuno como para que desde aquel día su vida fuera un poco mejor. Le había permitido ver que debía reaccionar.

Cinco minutos más tarde tenía su ficha personal sobre el escritorio. Gracias a eso supo que el hombre con el que había estado casada, Richard Hudgens, murió en un incendio intentando rescatar a un niño.

Ella: ¿Papá?

Él suspiró. La atractiva señora Hudgens tenía mucho carácter, y estaba seguro de que se negaría. Tenía tantas defensas como un puercoespín.

Zac: Lo intentaré, Ella.

Ella: Oh, gracias, papá.

Entonces le pasó un brazo alrededor del cuello y lo besó.

Zac: ¡Eh! ¡No me hagas eso cuando estoy conduciendo, hay mucho tráfico!

Ella: ¡Lo siento, papá!

El brillo de sus ojos no le pasó desapercibido. Estaba sonriendo, radiante.

Nunca la había visto tan feliz, tan excitada.

Zac apretó la mandíbula. Tendría que convencer a Vanessa Hudgens para que su hijo fuera a verla.

Hasta un puercoespín debía tener un punto débil.


Al lunes siguiente, Vanessa recibió la noticia de que debía ir al despacho de Efron.

Había estado observando las fotografías del día de San Valentín cuando notó que alguien la observaba. Levantó la mirada y se sorprendió al ver que Ashley estaba contemplándola con una mezcla de excitación y ansiedad.

Ness: ¿Qué sucede?

Ash: Al despacho de Efron -dijo con nerviosismo-.

Ness: ¿Cómo?

Ash: Que quieren que vayas al despacho de Efron.

Vanessa sintió una punzada en el corazón. Pensó que tal vez fuera a despedirla por haberse sentado en el regazo de Jeremy.

Ness: ¿Ahora?

Se levantó de inmediato y miró a su amiga. Aunque tuviera intención de echarla, tenía mucho talento, y no le costaría demasiado encontrar otro trabajo.

Lo malo era que faltaba un mes para Navidad, y en tal caso David nunca conseguiría su ordenador.

No podía echarla, no en plena Navidad. Pero a pesar de sus fiestas maravillosas, Efron no tenía espíritu navideño. Su espíritu parecía haber muerto tras la desaparición de su esposa.

Ash: He venido a buscarte -dijo con suavidad-.

Ness: Muy bien.

Levantó la barbilla, echó hacia atrás los hombros y caminó hacia el ascensor. En cuanto entró, pulsó el botón del piso al que iba, con manos temblorosas.

Al salir vio a Brittany Snow, la atractiva y sofisticada secretaria de Efron. Esperaba ver piedad en su mirada, pero sólo descubrió una amplia y cordial sonrisa.

Britt: ¡Oh, bien, ya estás aquí! -Dijo, bajando después la voz-. Estaba tan ansioso por verte que pensé que iba a bajar a buscarte personalmente. Corre, entra de una vez.

Vanessa no tuvo otra opción, porque Brittany la llevó hasta la puerta.

En cuanto llegaron, abrió y la empujó dentro, cerrando después. Efron estaba estudiando unos documentos que estaban sobre su escritorio, pero levantó la cabeza de inmediato y clavó en ella sus ojos azules. Después se levantó y le tendió la mano.

Zac: ¡Señora Hudgens! Gracias por haber venido tan deprisa.

No estaba segura de tener que estrecharle la mano a su vez, pero lo hizo, y en cuanto notó su contacto una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Y su corazón comenzó a latir apresuradamente.

Apartó la mano de inmediato.

Zac: Siéntese, por favor.

Le ofreció una silla y ella se sentó. Zac siempre se comportaba de manera impecable. Era algo natural en él. Olía a loción de afeitado, y Vanessa se estremeció. Se arregló un poco el pelo y contuvo la respiración. Pensó que iba a desmayarse o a gritar y entonces él se apoyó en el escritorio, con los brazos cruzados.

Zac: Tengo que pedirle un favor.

No iba a despedirla. No se despedía a la gente de aquel modo.

La miraba con curiosidad.

Ness: ¿Un favor?

Zac: En efecto. Pero quiero que sepa desde el principio que, aunque no pueda hacérmelo, eso no afectará en absoluto a su posición en el trabajo -comentó sonriendo-.

Vanessa se ruborizó un poco.

Ness: No pensé ni por un momento que…

Zac: Sí, sí que lo pensó. Pensó que había decidido despedirla porque estaba sentada en el regazo de Papá Noel, robando el tiempo de los niños. Por Dios, señora Hudgens.

Ness: Señor Efron…

Hizo ademán de levantarse, sintiéndose muy humillada. Pero en seguida le puso las manos sobre los hombros y rió encantado, impidiendo que se marchara.

Zac: Tengo entendido que Jeremy y usted son primos.

Ness: Sí, pero…

Zac: Señora Hudgens, ¿recuerda la última vez que estuvo en este despacho?

Lo recordaba muy bien. Nunca podría olvidarlo. Pero le sorprendía que él también lo recordase.

Ness: Sí, señor Efron, lo recuerdo -dijo con dignidad-.

Él aún sonreía.

Zac: Hizo un comentario muy personal. Dijo que yo no era la única persona que había perdido a un ser querido.

Vanessa se sintió desvanecer. Quería marcharse de aquel despacho.

Ness: Mire, lo siento mucho. No tenía derecho a hacer un comentario así -se disculpó, levantándose de nuevo-.

Pero una vez más, él se lo impidió.

Zac: Oh, no, tenía todo el derecho del mundo. Pero siéntese, señora Hudgens, por favor.

No iba a permitir que se levantara otra vez. Se sentó sobre el escritorio a su lado y puso las manos sobre sus hombros. Ella lo miró, y notó horrorizada que la temperatura de su cuerpo ascendía peligrosamente. No recordaba haberse sentido así con ningún otro hombre. Pero no podía hacer nada. Sus manos continuaban sobre sus hombros, y se encontraba tan cerca de él que podía apreciar hasta el menor detalle de su traje. Emanaba energía.

Ness: Señor Efron…

Zac: Acertó usted en el comentario que hizo sobre mi vida personal, de modo que espero que me perdone si ahora le hago uno a mi vez. Es usted una persona muy sensible, señora Hudgens. Y muy irritable. Nunca había conocido a nadie que estuviera tan a la defensiva. Relájese. Su trabajo es muy bueno y la admiro como persona.

Ella lo miró sorprendida.

Ness: ¿Entonces?

Zac: Me gustaría que me prestara a su hijo.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Sólo una semana. Tiene todo el derecho a negarse si quiere, pero le aseguro que cuidaría de él como si fuera mío.

Ness: ¿De qué está hablando? -preguntó confusa-.

Zac: La semana que viene me voy a una estación de esquí. En parte por negocios y en parte por placer. Ella viene conmigo. Y la verdad es que anoche quedó encantada con su hijo.

Ness: ¡Oh!

No tenía nada que ver con su trabajo.

Por una vez, Zac la miraba con ansiedad. Nunca había notado tal cosa en sus ojos. Al parecer a Zac Efron le importaba algo. Le importaba su hija.

Sintió que iba a desmayarse.

Ness: Lo siento, pero…

Zac: Sería una experiencia maravillosa para él. Y como he dicho, cuidaría de él todo el tiempo. Señora Hudgens, soy consciente de que no le caigo muy bien, pero Ella no había demostrado tanto entusiasmo desde hace mucho tiempo, desde que murió su madre. Si está enojada conmigo, por favor, le imploro que piense en los niños.

Vanessa movió la cabeza.

Ness: No, no tiene nada que ver con algo así. Es que David es diabético. Él sabe inyectarse solo, pero a pesar de todo sigue siendo un niño pequeño. Y cuando está de viaje, divirtiéndose, tiende a olvidarse. De verdad, señor Efron, me encantaría dejar que fuera con su hija. Es una niña maravillosa. Le aseguro que si pudiera hacerlo lo haría.

Entonces se dio cuenta de que lo estaba tocando. Le había puesto la mano encima mientras estaba hablando, como para enfatizar su sinceridad.

La apartó y miró a otra parte.

Ness: Lo siento.

Él caminó hacia su sillón, se sentó y empezó a juguetear con un bolígrafo.

Zac: Si esa es la razón, no hay problema.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Usted también puede venir.

Ness: Oh, no puedo, de verdad.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Bueno, tengo trabajo.

Zac: Puede trabajar en New Hampshire.

Ness: Pero es posible que necesite cosas que están aquí.

Zac: Pueden enviárselas por mensajero o por fax.

Para Zac Efron todo era fácil, pero ella no estaba dispuesta a ceder.

Ness: Lo siento.

Zac: Oh -murmuró-, comprendo. Si es que mantiene una relación con alguien…

Ness: No, no, no, no es nada de eso -protestó-.

Estaba furiosa consigo misma por tener que admitir algo así a aquel hombre.

Se levantó y exclamó:

Ness: ¡La vida no es así! No vive en el mundo real. Nadie puede chascar los dedos y conseguir lo que quiere de inmediato.

Él la miró sonriendo.

Zac: Le aseguro que vivo en un mundo muy real. Una vez juré que haría lo que fuera si Sara podía respirar o hablar una sola vez más. Pero no ocurrió. Sé muy bien que las cosas no cambian sólo porque yo quiera. De hecho, hubo dos razones para que me recobrara, señora Hudgens. En primer lugar, el trabajo, puesto que casi cien personas dependen de mí. Y, en segundo lugar, mi hija. No estoy haciendo nada tan terrible. Sólo le pido que vengan de vacaciones una semana, a esquiar. Sé que se divertirán.

Vanessa no sabía qué le molestaba tanto. Se levantó y dijo:

Ness: Lo siento.

Entonces se marchó del despacho con tanta rapidez como pudo.

Ashley estaba esperándola abajo, pero no tenía ganas de hablar con su amiga. Pasó junto a ella y movió la cabeza mirándola de un modo que significaba que se lo explicaría todo más tarde.

Ash: ¿Te ha despedido?

Vanessa siguió caminando.

Ness: No.

Cerró la puerta de su despacho y se sentó mirándose las manos. Le temblaban.

No había nada malo en aquella idea. Zac Efron le había pedido que fuera con él y con su hija en un bonito viaje. Debía sentirse agradecida ante la idea de esquiar en New Hampshire. Sería algo maravilloso. Todo estaría precioso, cubierto de nieve.

Cerró los ojos y supo de inmediato por qué se había negado. No quería estar en un lugar tan especial con Zac Efron.

Era demasiado interesante. Cuando se mostraba frío e impersonal podía enfrentarse a él, pero no quería que entrase en su vida.

Y, sin embargo, cada vez se sentía más atraída por él.

En aquel momento sonó el teléfono y contestó.

Ness: ¿Dígame?

Zac: Por favor…

La voz de Zac sonó profunda y baja. Ella sonrió.

Ness: No es posible. Estoy segura de que todo estará lleno en esta época del año. No podría encontrar un sitio donde alojarme.

Zac: Sí que podría.

Ness: No será tan fácil.

Zac: Lo es.

Ness: Pero…

Zac: Señora Hudgens, tengo un hotel.

Ness: Oh.

Zac: ¿Y bien?

Ness: Yo…

Dudó de nuevo. No tenía razón para negarse. David lo pasaría muy bien, y lo mismo ocurriría con Ella, la encantadora hija de Zac. Además, Efron no había demostrado ningún interés personal hacia ella.

Pero tenía una extraña sensación.

Zac: ¿Señora Hudgens?

Ness: De acuerdo, de acuerdo, iremos.

Zac: En tal caso iré a recogerlos a su casa el domingo por la mañana a las nueve en punto. ¿Le parece bien?

Vanessa notó que le sudaban las manos.

Ness: Sí.

El domingo por la mañana. No tenía idea de lo que había hecho.


El domingo llegó al final, y Vanessa esperó con ansiedad a que el reloj marcase las nueve en punto. Se preguntó cómo viajaría Zac Efron. Tal vez la recogiera en una limusina, o en un Mercedes, o en un Rolls.

David: ¿Estás preparada, mamá?

Se encontraba en la ventana de su apartamento. Se habría mordido las uñas de no ser porque llevaba guantes. A su hijo le había parecido la cosa más natural del mundo que su jefe la invitara a esquiar toda una semana.

Pero a todo el mundo le parecía fenomenal, incluso a Ashley. Cuando se lo contó, se puso como loca.

Ash: ¡Le gustas, chica, le gustas de verdad! Hmmm… Y es alto, rubio y atractivo.

Ness: Y está profundamente enamorado de su esposa.

Ash: Venga, a ti te ocurre lo mismo. Vaya pareja.

Ness: No somos ninguna pareja. Sólo voy en calidad de…

Ash: ¿Niñera?

Ness: Exacto.

Ash: Bueno, pediste un hombre alto, rubio, atractivo y rico. Helo aquí.

Ness: No pedí tal cosa. Fuiste tú quien lo pidió.

Ash: Es cierto. Según Jeremy, lo único que quieres es un hombre que no se suba los calzoncillos por encima del ombligo.

Ness: ¿Quieres marcharte de aquí, por favor?

Ash: Hmmm.

Vanessa la echó del despacho con tanta delicadeza como pudo.

Pero ahora que se aproximaba el momento, cada vez se sentía más nerviosa. Tal vez la hubiera invitado gracias a su hijo, pero Zac no había sugerido en ningún momento que quería que hiciera de niñera.

Sin embargo, no tenía idea de qué iba a hacer.

Se inclinó sobre la ventana. Sentía un nudo en la garganta. Estaba muy nerviosa.

Era cierto. Se encontraba a la defensiva. Tenía que tranquilizarse, o intentarlo al menos.

Un todoterreno apareció en la esquina mientras miraba por la ventana. Cuando vio que la alta figura de Zac salía del interior del vehículo se sorprendió.

Llevaba sólo unos pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero, a pesar del frío. Notó su presencia. Tenía el pelo revuelto, y sus ojos brillaban. Instintivamente Vanessa quiso apartarse del cristal, pero ya la había visto, de modo que le devolvió el saludo dándose cuenta una vez más de lo atractivo que era.

Sonrió. Ni un Rolls, ni un Mercedes, ni una limusina. Un simple todoterreno.

David: ¡Está aquí!

Ness: Sí, sí, ya lo sé. Coge tus cosas. ¡Y no grites tanto o no duraremos un sólo día allí!

Pero David no se dio por aludido. Sonrió emocionado y se dirigió hacia la puerta, abriéndola un segundo antes de que apareciera Zac en el umbral.

Zac: Bueno, iba a preguntaros si estabais preparados, pero ya veo que sí.

David: ¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! Estoy preparado. ¡Esto es maravilloso! ¿Le he dado ya las gracias?

Zac sonrió encantado.

Zac: Sí, ya lo has hecho. Pero soy yo el que debe darte las gracias por venir. Ella está muy contenta. Está esperando en el coche. ¿Quieres coger tus cosas y meterlas en el maletero? Yo me encargaré del equipaje de tu madre.

David salió corriendo y Vanessa se encontró a solas con él. Se humedeció los labios, nerviosa.

Tuvo la impresión de que permaneció ante ella una eternidad, mirándola. Y a pesar del frío que hacía, no lo notó.

Zac: ¿Sólo lleva una bolsa?

Ness: Sí. Gracias.

Zac cogió su equipaje y echó un vistazo al apartamento.

A Vanessa le encantaban las antigüedades, que iban muy a tono con el viejo edificio donde vivía. El recibidor estaba amueblado con muebles de la época victoriana. Había una alfombra junto a la chimenea, y un gran sofá de cuero, además de todo tipo de plantas decorativas y cortinas blancas y azules. Tal vez no fuera muy sofisticado, y probablemente no le gustara demasiado a Efron, pero el ambiente resultaba muy acogedor.

Sin embargo, él no comentó nada.

Zac: ¿Dispuesta?

Ness: Sí.

Zac: No voy a arrojarla a una jaula de leones, ¿sabe? -preguntó sonriendo-.

Ella arqueó una ceja y Zac sonrió aún más, pensando que estaba empezando a lograr quitarle las espinas al puercoespín. Pero Vanessa no notó la impresión que causó en él su perfume, ni el estremecimiento que lo recorrió cuando su pelo lo rozó. Estaba demasiado nerviosa y concentrada en sí misma y en la atractiva imagen de Zac Efron, con su chaqueta de cuero.

De haberse citado con él no tendría queja alguna. Todo en él era perfecto. Estaba segura de que hasta su ropa interior lo era.

No era justo. Había conocido a muchos hombres atractivos y había bromeado muy a menudo sobre ciertas cosas, como la ropa interior, por ejemplo. Pero el atractivo de Zac no estaba en su imponente cuerpo, sino en sus ojos, en la riqueza de su voz, y en su extraña sonrisa.

Sin embargo, no se había citado con él. Sólo acompañaba a su hijo en un viaje. Se ruborizó y corrió escaleras abajo. Cuando llegó a la calle había conseguido recobrar la compostura.

Los niños ya estaban en el asiento de atrás, charlando. Ella se abrazó a Vanessa al verla, mientras su padre metía la bolsa en el maletero.

Ella: ¡Gracias! Gracias por haber venido. Papá dijo que no dejaría que David viniera, pero yo le dije que sí. ¡Me alegra tanto que venga con nosotros!

Ella entró en el vehículo y Zac cerró la puerta tras de sí antes de sentarse al volante. Entre los dos asientos había un termo.

Zac: Es un largo viaje. Casi tres horas. Es por si tiene frío.

Ness: Gracias.

Había muy poco tráfico, incluso en Boston. Los niños charlaron amigablemente mientras Zac conducía por las estrechas calles, dejando a un lado el ayuntamiento.

Zac: ¿Sabe esquiar?

Ness: No.

Zac: Bueno, podemos resolver ese problema.

Ness: No es necesario que se preocupe por mí.

Cuando pasó la mano por encima de su asiento se estremeció.

Zac: Tranquilícese, señora Hudgens. Esto es una estación de esquí. Y tanto usted como su hijo son mis invitados. Comprenda que quiera que se diviertan.

Vanessa sintió que iba a ponerse a llorar. De repente deseó abrazarse a él, relajarse entre sus cálidas manos, dejar a un lado la tensión que sentía en el cuello.

El apartó la mano y ella parpadeó y sonrió.

Ness: Gracias, señor Efron.

Ella: Mi padre se llama Zac.

Ness: Sí, lo sé.

David: Y mi madre se llama Vanessa.

Zac sonrió y miró al chico por el retrovisor.

Zac: Lo sé, hijo, pero gracias de todos modos.

Ella: Bueno, si los dos los sabéis, ¿por qué seguís llamándoos por el apellido?

Vanessa sonrió y los miró.

Ness: Porque es mi jefe.

David: Eso no tiene nada que ver -dijo con inocencia-.

Zac: No, es cierto -espetó mirando a Vanessa-. Te llamaré Vanessa si eres capaz de llamarme Zac. Y podemos tutearnos.

Ness: Creo que recordaré tu nombre. Sólo tiene una sílaba -bromeó-.

El todoterreno avanzó por la autopista. Vanessa se dio cuenta de que conocía a Zac desde hacía tres años, y en sólo quince minutos ya habían empezado a tutearse.

No podía dejar de pensar en el intenso calor que sentía, a pesar del frío invierno.


domingo, 29 de diciembre de 2019

Capítulo 1


Ness: ¿Qué quieres para Navidad, pequeña?

Se inclinó sobre la mesa, con la barbilla apoyada sobre las manos, mientras le hacía la pregunta a su amiga Ashley Tisdale. El cabello de Vanessa, suave y brillante, se curvaba alrededor de sus delicados rasgos, y sus ojos marrones, que brillaban cuando reía eran tan inocentes como los de una niña. Al fin y al cabo, casi estaban en Navidad.

Ash: No es un objeto, sino una persona -contestó riendo-. El nombre no importa. Tiene que ser alto, rubio y atractivo. Ah, y rico -añadió, después de pensar un poco-. No es que sea una chica materialista, es que vivo en un mundo materialista.

Vanessa sonrió y se echó hacia atrás, blandiendo un dedo hacia su amiga.

Ness: No es justo. No puedo regalarte un hombre por Navidad.

Ash: ¿No? Bueno, de todas formas no lo esperaba. Pero tú mereces uno, señora Hudgens. Y debería ser alto, rubio, atractivo y rico.

Ness: ¿Y si prefiero uno moreno?

Ashley movió la cabeza en gesto negativo.

Ash: No, lo siento. Debe ser alto, rubio y atractivo. Lo tomas o lo dejas.

Vanessa rió y miró a su alrededor.

A pesar de que siempre la celebraban demasiado pronto, apenas una semana después de Acción de Gracias, a Vanessa le encantaba la fiesta anual de Navidad de la oficina. Le encantaban la música, las luces de colores, el olor de las ramas de los árboles, del pino y de las velas, y aquel día la nieve que estaba cayendo en el exterior.

En cualquier caso, siempre se celebraba otra fiesta de Navidad en la sede de Elegance, la noche anterior a Nochebuena. Pero aquélla era la favorita de Vanessa, puesto que asistían las familias de los empleados. Se reunían esposos, esposas, niños, abuelos, e incluso unos cuantos primos que habían conseguido invitaciones. Todos los años, Zac Efron, el director de Elegance, alquilaba el salón de uno de los hoteles más prestigiosos de Boston, y era encantador ver el tumulto de niños corriendo entre los camareros vestidos de esmoquin. Corrían el champán, la cerveza y el vino para los adultos, y el ponche de Navidad para los menores, de un color rojo brillante. Se rifaban cestas de Navidad con enormes pavos e incluso un premio mayor consistente en un microondas, una televisión o un video, a elegir. Siempre era lo más moderno, siempre algo que alguien deseaba. A pesar de sus excentricidades, Zac Efron siempre planeaba bien las navidades para sus empleados. Todo el mundo se marchaba con algo, gracias a la rifa. Cada empleado sacaba un nombre de un sombrero, el nombre de alguien con quien intercambiaría un regalo. Y a todo el mundo le encantaba la fiesta, independientemente de que tuvieran creencias religiosas o no, o de la confesión que profesaran. Se trataba de una celebración muy cálida y cariñosa. El recibidor estaba adornado con un magnífico y enorme árbol de navidad, siempre había juguetes para los niños, y Efron se encargaba de que sonaran de fondo los consabidos villancicos.

Ash: Eh, chica, estás muy callada. Esto es una fiesta, una celebración, ¿recuerdas?

Vanessa parpadeó y sonrió. Ashley la estaba mirando fijamente. Trabajaba en el departamento de publicidad, y era su jefa desde hacía cinco años. Al principio le molestaba que la llamara «chica» todo el tiempo, pero al final había aprendido que Ashley utilizaba la palabra de manera afectuosa. Después de un comienzo no muy afortunado, habían llegado a ser grandes amigas.

Ness: Sólo estaba pensando -explicó-.

Ash: ¡Qué horror! -protestó, burlándose-.

Ashley era una mujer impresionante, de pelo rubio platino y dulces ojos castaños. Tenía una figura tan hermosa que habría podido salir en las páginas interiores de la revista, pero al mismo tiempo era inteligente y extremadamente profesional en su trabajo. Ashley tomó un poco de su café irlandés.

Ash: ¿En qué estabas pensando? ¿En hombres?

Ness: No, bueno, sí. En un hombre en particular. Estaba pensando en las fabulosas fiestas de Efron. Aunque no me extraña que lo sean, siendo como es -sentenció-.

Ashley sonrió y se encogió de hombros. Vanessa supo de inmediato que su amiga sabía a qué se refería. Zac Efron era un hombre muy atractivo, alto, rubio y atractivo. Era muy joven teniendo en cuenta el puesto que ocupaba, pero le faltaba un año para llegar a los treinta. Le habían contado que cuando apenas tenía veinte años era puro nervio, brillante, enérgico y lleno de ideas, hasta el punto de haber transformado una publicación moribunda en una revista muy cotizada. Elegance dedicaba una sección a las casas más bellas del país, otra a espectáculos, una más a política, y otra a asuntos variados de interés. Finalmente estaba la columna de Vanessa, llena de cotilleos sobre personas y acontecimientos relativos a éstas. La revista había conservado el antiguo espíritu modernizándose al tiempo, y todo gracias al trabajo de Zac Efron.

Era el editor, pero también el presidente de la junta directiva. Su historia era la historia de un éxito, y muchos años atrás había ocupado la portada de muchas publicaciones, antes de que Vanessa empezara a trabajar en la empresa. Recordaba una fotografía en particular, tomada en el Rockefeller Plaza con su esposa.

Le resultó extraño recordar que había sido una fotografía navideña. La podía recordar perfectamente. Un enorme árbol detrás de ellos, el hielo, y la multitud de luces de Nueva York.

Efron llevaba un largo abrigo negro que acentuaba sus atractivos rasgos y su masculino perfil. Su esposa, Sara, llevaba un abrigo de armiño blanco, y hacía un contraste absoluto con su marido desde su pelo castaño y sus ojos azules y brillantes, iluminada por una luz casi irreal.

Ambos estaban sonriéndose el uno al otro. Sara lo miraba con admiración, y él con un cariño que cualquiera habría podido captar. Una pareja impresionante, casi salida de un cuento de hadas.

Pero Sara Efron había muerto al año siguiente, antes de las navidades.

Y Zac Efron nunca concedió más entrevistas. Vanessa había pensado en hacerle una para la revista, y fue una de las pocas ocasiones en las que habló personalmente con él.

Sólo le faltó estrangularla.

Aún recordaba aquel día en su despacho. Se había citado con su secretaria y había hecho una presentación profesional e inteligente.

Entró en su enorme despacho de paredes blancas y moqueta color melocotón. Había dos cuadros en la pared, un gran escritorio de roble, un sofá de cuero y dos sillones.

Ni siquiera la invitó a sentarse.

Permaneció sentado detrás de su escritorio, mirándola con sus ojos color azul cielo, con tal intensidad que tuvo la impresión de que la estaban atravesando con espadas. La escuchó durante un minuto antes de que se le cayera el bolígrafo con el que había estado jugueteando. Entonces se levantó y caminó hacia ella, plantándose a escasos centímetros. Y la empujó en los hombros, sin violencia, pero con firmeza.

Zac: ¡No!

Fue su única respuesta.

Se quedó observándola. Un mechón de su cabello le caía sobre sus cejas. Estaba en tensión, y sus labios apretados con fuerza. La miró como si fuera una antigua enemiga, y Vanessa deseó salir corriendo de allí.

No fue el coraje lo que la mantuvo plantada en el sitio, sino la sorpresa. Finalmente, él le quitó las manos de encima y se apartó.

Zac: He dicho que no, señorita Hudgens…

Ness: Señora Hudgens -corrigió, luchando para no llorar-.

Se preguntó qué importancia tendría que fuera señora o señorita en aquel instante.

Zac: Señora Hudgens entonces. Perdóneme -dijo con frialdad, sentándose de nuevo en su sillón, con aire regio-. ¿Le importaría marcharse ahora, por favor? Estoy ocupado y la entrevista ha finalizado.

Ella se puso recta, segura de que no sólo había terminado la entrevista, sino de que aquello significaba que la había despedido.

Ness: Puedo llevarme mis cosas a las cinco. Y espero recibir el finiquito con la misma rapidez.

Sólo entonces sus cejas se arquearon y un gesto de sorpresa transformó sus atractivos rasgos.

Zac: ¿Por qué quiere marcharse, señora Hudgens?

Ella se ruborizó a su pesar.

Ness: Señor Efron, me ha dado la impresión de que estaba tan enfadado conmigo que me despedía.

Zac: Estoy enfadado, señora Hudgens, pero no despido a la gente sólo porque me molesten ocasionalmente. Su trabajo es muy bueno. Sólo espero que se olvide de su pretensión de entrevistarme y que no mencione nada en ningún artículo.

Ella lo miró sin saber muy bien qué hacer. Se había preguntado muchas veces si aquel hombre leía en realidad la revista. Y al parecer lo hacía.

Zac: ¿Algo más, señora Hudgens?

Ness: ¡No! -exclamó, sin moverse-. Señor Efron, ésta es su revista. ¿Por qué no quiere…?

Una vez más, se levantó. Pero Vanessa tuvo la impresión de que finalmente había conseguido su atención, no sólo su enfado.

Zac: ¡Porque no tengo intención de hablar de mi vida privada, por eso! ¿Comprendido?

Ness: Sí.

Él aún la miraba. Vanessa se estremeció.

Durante un instante tuvo la sensación de que una profunda angustia anidaba en aquellos ojos. Entonces supo que estaba pensando en su esposa. Supo que no tenía nada que decir desde que murió.

Zac: Lo siento -acertó a decir-.

Ness: No lo sienta.

Las palabras eran suaves, y la emoción entre ellos podía cortarse. Vanessa se sorprendió a sí misma hablando a su pesar.

Ness: Señor Efron, imagino que la quería mucho. Es evidente y lo siento, lo siento de verdad. Pero usted no es el único que ha perdido un ser amado. Puede que el artículo no sea una buena idea, pero debería hablar con alguien. Debería…

La voz se le quebró al notar su mirada helada.

Zac: ¿Ha terminado ya, señora Hudgens?

Ella asintió. Su vida no era asunto suyo.

Zac: ¿Qué le parecería entonces si vuelve a su trabajo?

Esta vez no le dio las gracias. No tenía por qué dárselas, aunque no la hubiera despedido. Hacía un buen trabajo y era lo único que importaba. Y quería que se marchara de su despacho.

Zac: ¡Señora Hudgens!

Ella lo miró.

Zac: Lo siento, de verdad -dijo con suavidad-.

Sentado allí, detrás de su escritorio, con las manos cruzadas y mirándola con aquellos ojos azules estaba más que atractivo. Ella apretó los dientes, luchando contra la tentación de acercarse a él y abrazarlo, ofrecerle su apoyo.

Pero sólo fue una ilusión. Efron no quería nada de ella. No había lazo alguno entre ellos. Sólo deseaba que abandonara su despacho.

Y nunca regresó a él.

Ness: Siempre organiza magníficas fiestas de Navidad -comentó a su amiga, que sonreía con malicia-. Como si realmente creyera en el espíritu de estas fiestas.

Ash: Lo dices como si tú también creyeras en él.

Vanessa se sintió como si le hubieran dado un mazazo en el pecho. Casi no podía respirar. Aquello le había dolido. Intentaba creer en la Navidad. Había aprendido a sonreír y a reír ante su familia, pero en su interior no se sentía nada feliz, aunque nadie lo notara.

Había conseguido sobreponerse a la rabia, a la impotencia y a la angustia. Se había comprado un apartamento, era una mujer independiente y hasta había levantado una nueva vida, llena con las actividades escolares de su hijo, su trabajo, y sus visitas a su familia. No merecía aquel ataque por parte de Ashley.

Pero Ashley no la estaba atacando, ni tenía intención de insistir en el comentario. Hizo un gesto hacia el lugar donde Papá Noel estaba charlando con los niños.

Ash: Jeremy hace de Papá Noel este año, ¿no es cierto?

Vanessa asintió.

Ness: Parece estar divirtiéndose. David debe estar a punto de que le toque a él. Me pregunto si lo reconocerá.

Ash: Vamos a ver -sugirió su amiga-.

Se levantaron y avanzaron entre la multitud, deteniéndose aquí y allá para saludar a alguien. Cuando llegaron a la cola de niños Vanessa se detuvo y sonrió. David estaba a punto de hablar con Papá Noel. La pequeña niña que estaba antes que él acababa de entrar en la casita a través de la cortina roja con la que habían decorado la entrada. A través de un pequeño resquicio pudo ver que Jeremy daba un golpecito cariñoso a la niña.

Ness: Lo hace muy bien.

Ash: Y estoy segura de que a Isabelle le encantará.

Isabelle, la ayudante de Papá Noel, llevaba poco tiempo trabajando en la revista. Y su sonrisa indicaba claramente que se estaba divirtiendo mucho.

David era el hijo de Vanessa. De ocho años, se dio la vuelta como si notara que su madre estaba allí. Su cara se iluminó con una sonrisa y ella se estremeció. Se parecía mucho a su padre. Tenía los mismos ojos de color azul claro, el mismo pelo rubio platino y un lunar en el puente de la nariz. Era un niño muy guapo. Ciertamente casi todos los niños se lo parecían, pero David lo era desde un punto de vista objetivo. Había algo muy inteligente y cariñoso en sus ojos. David no había tenido una infancia difícil, aunque sabía lo que le había sucedido a su padre.

A veces lloraba por las noches.

Pero nunca había permitido que lo sucedido con su padre cambiara su manera de relacionarse con los otros. Había crecido mucho y tenía un encanto y un sentido de la responsabilidad muy extraño para su edad. Hablar con él era muy parecido en ocasiones a hacerlo con un joven que estuviera a punto de ir a la universidad.

David: ¡Mamá! ¡Ven!

Ash: Vamos. Te esperaré en la salida.

Vanessa sonrió.

Ness: De acuerdo. Quiero verlo cuando esté con Papá Noel para ver qué hace Jeremy.

Ashley asintió. Vanessa se excusó y caminó hacia su hijo entre la multitud.

Isa: Hola, señora Hudgens. ¿Es suyo este niño? -preguntó, haciendo un gesto hacia David-.

Vanessa asintió.

Ness. Sí. David, te presento a Isabelle LaCrosse. Ahora trabaja con nosotros. Isabelle, éste es mi hijo David.

David le tendió la mano.

David: Pensé que eras un elfo de verdad.

Isabelle miró a Vanessa sorprendida, que se encogió de hombros y sonrió.

Ness: Le gustan los elfos.

Isabelle levantó la cortina y dijo:

Isa: Creo que Papá Noel ya puede recibirte, David. Vamos, entra. Señora Hudgens, si quiere…

Vanessa vio que había una abertura a través de la cual podía espiar discretamente a Papá Noel y a su hijo, de modo que sonrió mientras David se sentaba en el regazo de Jeremy.

Jeremy: Bueno, así que eres el pequeño señor Hudgens -dijo Papá Noel-.

David abrió los ojos sorprendido. No esperaba que supiera quién era.

Jeremy estaba perfecto. El traje le quedaba muy bien, al igual que la enorme barba blanca que cubría su rostro y el gorro blanco y rojo que llevaba en la cabeza. Hasta se había puesto brillantina dorada en la punta de la nariz.

David: Sí, señor.

Le había dicho a su madre que no tenía intención de sentarse en el regazo de Papá Noel, puesto que ya era un chico mayor. Tenía la intención de quedarse de pie. Pero se sentó, y no pareció darse cuenta de que estaba hablando con el primo de su madre.

Jeremy: Sé que has sido un buen chico este año, David. De modo que dime, ¿qué te gustaría de regalo de Navidad?

David dudó y Vanessa frunció el ceño.

David: ¿Lo que en realidad me gustaría?

Jeremy: Sí, hijo, por supuesto. ¿Qué te gustaría de regalo de Navidad?

David: Bueno, creo en Papá Noel, ¿sabes? Creo en los milagros, sobre todo en los milagros de navidad. Y sé que usted puede ayudarme. ¡Sé que puede!

Jeremy: David, yo…

David: Me gustaría tener un padre. No uno de verdad. Sé que no puedes conseguir que mi padre real vuelva a vivir. Ahora está en el cielo, porque era una gran persona. Pero no es para mí, sino para mi madre. Intenta disimularlo, pero es infeliz. No creo que se dé cuenta de que lo noto, pero lo noto.

Jeremy: David…

David: Es una buena cocinera y una buena ama de casa. Hace galletas de chocolate y escribe. Escribe sobre la gente que necesita ayuda y a veces consigue ayuda para las personas. Es muy buena, Papá Noel. Por favor…

Su madre sintió una profunda emoción y los ojos se le llenaron de lágrimas. Sonrió pensando en lo mucho que amaba a su hijo.

Jeremy: Mira, David. Me gustaría poder prometerte algo, pero no puedo. La gente mayor tiene que encontrar por sí misma a las personas que quieren.

David: Sé que puede ayudarme -insistió con obstinación-.

Papá Noel abrió la boca, pero después la cerró. David era muy cabezota, y lo sabía.

Jeremy: Te diré una cosa. Veré lo que puedo hacer. Pero no es muy fácil. Tendrás que darme más de una Navidad para poder cumplir ese deseo, ¿de acuerdo?

David: ¿Pero lo harás?

Jeremy suspiró.

Jeremy: Lo intentaré -murmuró, sonriendo-. Me pondré a trabajar en ello. Te lo prometo.

David: Gracias. Yo te ayudaré. Siempre pido deseos a las estrellas, todas las noches.

Jeremy: Bueno, ¿y qué quieres para esta Navidad?

David: Me gustaría ese ordenador que han hecho para los chicos de mi edad. El que tienen en el colegio.

Vanessa estuvo a punto de gritar. David nunca pedía nada, y ahora que lo hacía, pedía algo que no podía permitirse. Sabía muy bien cuál era el ordenador con el que trabajaban en el colegio. Era un procesador magnífico, con el que trabajaban en matemáticas y proyectos artísticos.

Pensó que habría sido magnífico que un regalo así pudiera desgravarse de la declaración de la renta.

A diferencia de otros ordenadores, aquel modelo no había bajado de precio. Costaba miles de dólares, y no podía comprarlo.

Obviamente Jeremy no conocía el precio del aparato.

Jeremy: ¡Eso es fácil! -le aseguró-. ¡Me encargaré de ello! Por el momento, te regalaré un coche con control remoto. ¿Qué te parece?

David: Magnífico. Es maravilloso, genial. Gracias, muchas gracias.

David salió corriendo y Jeremy le hizo un gesto a Isabelle para que pasara el siguiente chico. Entonces notó que Vanessa había estado observando la escena y la miró durante un segundo antes de apuntarla con un dedo.

Jeremy: ¡Ven aquí, Vanessa Hudgens! -ordenó-.

Ella dio un paso adelante.

Ness: Lo siento. No podía…

Jeremy: He oído que has sido una buena chica.

Ness: ¡Déjate de tonterías, soy tu prima! -protestó riendo-.

Jeremy: Prima segunda -le recordó, suspirando-.

Ness: Pero primos al fin y al cabo.

Jeremy: Bueno, ya has oído a tu hijo. Quiere que te cases. Y mira que he intentado…

Ness: Jeremy, eres un encanto. Te quiero con todo mi corazón, pero también sabes que no vas en serio conmigo.

Jeremy: Podría ir en serio si te olvidaras de nuestro parentesco.

Ness: Jeremy…

Jeremy: ¿Qué hay del electricista, el que parecía un culturista? -preguntó con seriedad-.

Ella sonrió.

Ness: Lo siento. No me gustaba mucho.

Jeremy: ¿Y del abogado de Concord?

Ness: No era de fiar.

Jeremy: Vanessa, nadie va a ser como Richard. Aquel abogado era un buen hombre.

Ella lo miró, notando su preocupación y su cariño.

Ness: Sé muy bien que nadie es como Richard. Lo sé. Pero lo peor de todo es que tiene que estar a su nivel, ¿es que no lo comprendes?

Jeremy iba a asentir cuando vio que estaba a punto de llorar y movió la cabeza con vehemencia.

Jeremy: Señora Hudgens, su chico ha sido muy bueno este año. Y creo que…

Ness: ¡Creo que quieres meterme en problemas!

Jeremy: ¿Yo? -Preguntó con ironía-. ¡He sido un ángel!

Ness: Jeremy, tú no has sido un ángel en toda tu vida, pero no estaba hablando de eso.

Jeremy: ¿Entonces?

Ness: ¡Le has prometido un padre!

Jeremy: ¡Eh! Le he dicho que tardaría más de un año.

Ness: Gracias. Un detalle encantador por tu parte.

Jeremy: Hago lo que sea para agradarte.

Ness: ¡Y además le has prometido un regalo que no puedo permitirme!

Jeremy: ¿Cómo? -Preguntó, frunciendo el ceño-. Pensé que los precios de los ordenadores habían bajado mucho.

Ness: Es cierto, pero no del modelo que ha pedido. Cuesta miles de dólares, Jeremy.

Jeremy: Te ayudaré.

Ness: Jeremy, no quiero la caridad de la familia, y lo sabes.

Jeremy: ¡Eh! Tengo perfecto derecho a hacerle un regalo.

Ness: Claro. Si puedo comprarle el ordenador, podrás regalarle algún juego.

Jeremy: Eres una cabezota. Podíamos conseguir bonos de Navidad.

Ness: ¿Por tanto valor?

Jeremy: Puede ser. Al fin y al cabo, tú también has sido una buena chica -bromeó con alegría-. Tan maravillosamente buena que voy a rociarte con polvos mágicos. Conseguirás un hombre tan rico como el rey Midas, más elegante que un Mercedes, cariñoso, delicado y gentil, alto, rubio y atractivo. El regalo de Navidad de tu hijo y el tuyo. Y será el primer hombre que te encuentres.

Ella rió.

Ness: El próximo hombre que vea probablemente sea el viejo Pete, que estará con los niños. Pero haz lo de los polvos de todas formas. Es posible que consiga una cita para asistir a la fiesta de Navidad para adultos. ¿Qué te parece?

Jeremy: Me parece que tu tiempo ya ha terminado. Eres la única persona adulta que voy a tener en mi regazo en todo el día, pero levántate.

Vanessa rió, pero se levantó.

Ness: Papá Noel ya no es lo que era -bromeó horrorizada-.

Se dirigió a la salida cuando vio que alguien bastante alto la bloqueaba. No sabía quién era, porque las luces eran tan fuertes en el exterior de la casita que tardó unos momentos en acostumbrarse. Pero era alto, rubio, imponente y atractivo.

Notó una punzada en el corazón y se puso nerviosa.

No sabía por qué se había asustado tanto al ver al hombre del esmoquin.

Dio un paso adelante y entonces vio quién era. Debería haberlo sabido de inmediato, al contemplar su figura. No era otro que el anfitrión en persona, su jefe, el ilustre Zac Efron.

Corrían rumores de que muchas mujeres de la revista estaban locas por él, pero Zac no estaba interesado. No se citaba nunca con sus empleadas, y si tenía que ir acompañado por alguna mujer a alguna de sus múltiples apariciones públicas, cada vez se trataba de una persona distinta. Hasta Ashley lo encontraba atractivo, razón por la cual no se aventuraba nunca en su despacho.

Dio un paso más adelante, irritada consigo misma. Pero se detuvo al ver que la miraba.

Una vez más sintió que aquellos ojos la traspasaban. Su fragancia la rodeó de una manera sutil, masculina y muy atrayente. Era un hombre muy atractivo, alto, con los hombros muy anchos y de estrechas caderas. Se preguntó cómo sería su pecho. Desde luego, musculoso. Y probablemente cubierto de vello, con una fina línea que descendería hacia su vientre.

Él se echó hacia atrás y corrió la cortina para que pudiera salir.

Zac: ¿Señora Hudgens?

Ella apretó los dientes y siguió caminando. Había pensado darle las gracias en algún momento del día por la magnífica fiesta, pero en aquel momento no encontraba las palabras. De hecho, tenía la impresión de que no podía hablar.

Zac: ¡Señorita Hudgens!

Vanessa levantó la mirada y notó que estaba muy cerca de él, tan cerca como para poder ver cada detalle de su traje, de su camisa blanca, de su boca, y de los definidos rasgos de su rostro.

Ness: ¿Sí?

Zac: Pensaba que sólo las personas menores de quince años se sentaban en el regazo de Papá Noel.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, ni cómo podía explicar lo sucedido. No sabía si hablaba en serio o si estaba bromeando. Y no pudo encontrar una respuesta, ni apartar los ojos de él.

Ness: Señor Efron, yo…

Él sonrió. Y aquella sonrisa lo hizo parecer más joven y atractivo, casi tocable.

Zac: No quiero que se marche a las cinco -dijo con suavidad-. Sigo pensando que su trabajo es muy bueno.

Ness: Gracias -acertó a decir-.

Zac seguía mirándola, y ella no podía sonreír, ni hablar. Por otra parte, él no parecía esperar que lo hiciera. Sólo la observaba.

Se alejó de él por fin y corrió hacia donde estaba Ashley. En cuanto bajó las escaleras se dio cuenta de que había una niña esperando a que se apartara para poder entrar a ver a Papá Noel.

Pero la chica esperó educadamente, sonriendo. Debía tener seis o siete años, y su cabello rubio estaba recogido en dos coletas con lazos rojos. Parecía un ángel dulce y delicado.

**: ¿Ya está libre Papá Noel?

Vanessa oyó la risa de Ashley y se ruborizó.

Ness: Sí, ya está libre -contestó sonriendo-. Pero hay una cola en el otro lado. No estoy segura de que…

**: ¡Oh! Tengo que marcharme. Mi padre ha dicho que tal vez se pudiera entrar por aquí, pero me parecería de mal gusto colarme -observó la niña-.

*: Ella, no pasa nada. Tardarás poco tiempo y los otros lo comprenderán -dijo una voz masculina por encima de su hombro-.

Vanessa se dio la vuelta. Era Efron de nuevo. No podía creer que aquella criatura encantadora y preciosa fuera su hija.

Pero lo era.

Ness: Perdóneme. Querida, si tienes que marcharte no creo que a Papá Noel le importe que pases antes que los demás.

Ella Efron sonrió de nuevo.

Ella: Gracias -dijo, subiendo por las escaleras-. Me ha gustado mucho conocerla, señorita…

Ness: Señora Hudgens. Pero puedes llamarme Vanessa.

Ella: ¡Señora Hudgens! -Exclamó con alegría-. Usted debe ser la madre de David.

Vanessa asintió, confusa.

Ella: Nos sentamos juntos durante el espectáculo y me enseñó a hacer varios trucos. Es maravilloso.

Ness: Sí, eso creo yo.

Ella: Espero verlo otra vez. Y también a usted.

Había tal esperanza en su rostro que Vanessa no supo negarse.

Ness: Claro que nos veremos de nuevo.

Efron la estaba mirando con fijeza. Vanessa notó que su temperatura corporal ascendía varios grados. Pero entonces tanto ella como su padre desaparecieron, y ella se dio la vuelta.

Todo había sucedido en apenas unos segundos. Descubrir a Efron, conocer a su hija, y sentarse en el regazo de Jeremy.

Pensó disgustada en los polvos mágicos de su primo.

Ash: David está jugando. Le he dado permiso. Vamos a buscar un par de copas de ese delicioso champán. No lo sirven tan a menudo.

Ness: Me parece bien.

Vanessa se mostró de acuerdo. Estaba nerviosa, mucho más nerviosa de lo que podía recordar. La última vez que se había sentido tan insegura había sido precisamente cuando estuvo en el despacho de Efron.

Caminaron hacia la mesa donde estaba el champán, donde les atendió un camarero. Brindaron y después bebieron de sus copas.

Jeremy le había dicho que su hombre sería el primer hombre que viera en cuanto saliera de la casita de Papá Noel. Pero ella no quería un hombre como regalo de Navidad. A veces se preguntaba si realmente querría volver a estar con alguno, pero en ocasiones le sucedía lo contrario, se sentía sola y asustada, furiosa con Richard por haberla abandonado. Le había enseñado que el amor podía ser algo intensamente dulce y maravilloso, y después se había marchado dejándola sola con su dolor y con la oscuridad de su pérdida. Intentó varias veces citarse con otras personas, pero nunca le gustaron demasiado. Nadie la había tocado de la misma manera. Ningún beso le parecía natural después de aquello. Nadie la había seducido de un modo que no pudiera olvidar.

Ash: Vanessa, ¿estás aquí?

Ness: Oh, lo siento.

Sólo entonces se dio cuenta de que había estado tan perdida en sus pensamientos como para olvidar que se encontraba con Ashley. Aquello era una fiesta. Estaban tomando champán y debía divertirse. De hecho, casi se estaba divirtiendo.

Sonrió al pensar en Jeremy. No sabría qué hacer sin él y sin sus tonterías.

El primer hombre que había visto no había sido el viejo Pete, sino alguien mucho peor, Zac Efron. Un hombre alto, rubio y atractivo. Y rico, tal y como había dicho Ashley.

Vanessa tomó un poco más de champán.

No podía ser.

Aquellos polvos mágicos no podían haber obrado el milagro.


sábado, 28 de diciembre de 2019

🎄Un marido por Navidad - Sinopsis🎄


Cuando Zac Efron y Vanessa Hudgens aceptaron ir juntos en un viaje en la época de Navidad, lo hicieron con la intención de complacer a sus niños. Las chispas entre ellos surgieron inmediatamente; luego se dieron cuenta que el fuego que ardía entre ellos era más que una cuestión de química. Era el precursor de un amor que los abrigaría durante los días de fiesta… y más allá.




Escrita por Heather Graham.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Capítulo 9


El rostro de Will Trent experimentó una gran cantidad de cambios en apenas unos segundos.

Will: No es así -gritó-. No sabes de qué hablas. La última vez que te vi estabas en tu casa. Fue el sábado pasado. Tuvimos una discusión, y me dijiste que ibas a pasar fuera las vacaciones para pensar sobre lo nuestro.

Vanessa miró al hombre que tenía frente a sí y se preguntó qué habría visto en él. Su aspecto atractivo y su indudable talento artístico eran todo lo que podía ofrecer. Por lo demás, se trataba de un ser vacío, engreído y enamorado de sí mismo, pero aun así le resultaba difícil creer que se hubiera equivocado hasta tal punto al juzgarlo. La había dejado abandonada, y se había salvado de milagro.

Ness: Mientes, y lo sabes. Es cierto que nuestra relación se tambaleaba, pero el domingo vinimos juntos a San Francisco a ver la exposición de Klee en el museo del parque Golden Gate.

Will: No -protestó-. No estábamos juntos.

Zac: Un momento -interrumpió-. Vanessa, ¿has recuperado la memoria?

Ness: Sí -respondió con una sonrisa-. No me preguntes cómo ni por qué, pero de repente lo he recordado todo. Recuerdo a Will, y también recuerdo que rompí nuestro compromiso y le devolví el anillo. Se enfadó tanto que me empujó, y así fue como me di el golpe.

Zac murmuró una maldición y se enfrentó a Will con la rabia escrita en el rostro.

Zac: ¡Pegaste a Vanessa! ¡Hijo de…!

Will se apartó, y el sargento sujetó a Zac.

**: Tranquilízate -gritó-. Ya nos encargaremos de este tipo más tarde, cuando averigüemos qué ocurrió realmente.

Zac se zafó del sargento y se quedó mirando a Will con expresión amenazadora, pero no hizo ademán de acercarse a él.

Vanessa corrió a su lado y lo cogió del brazo. Necesitaba sentir su contacto, asegurarse de que Will no constituía una amenaza para ellos, pero no podía hacer gran cosa delante de Will y del otro agente.

Ness: No fue así, Zac -explicó-. Hacía varios meses que no nos llevábamos muy bien, y el domingo todo parecía marchar mal. Habíamos llegado muy tarde, y después tuvimos que tragarnos una cola enorme para entrar. Una vez dentro, Will se quedaba tanto tiempo delante de cada cuadro que al final salí del museo y estuve esperándolo sentada en un banco durante más de una hora.

Will: ¡Soy artista! -se defendió-. Estaba estudiando la técnica de Klee, su forma de captar lo abstracto.

Vanessa suspiró.

Ness: Ya lo sé. Debería haber tenido más paciencia. Pero por la noche yo quería ir al cine. Will no dejó de criticar la película, y al final se fue a medias e insistió en que saliera con él, así que nos pusimos a discutir. Los dos estábamos furiosos, y para empeorar las cosas, me equivoqué al interpretar el mapa y acabamos otra vez en el parque Golden Gate. Will empezó a hacer comentarios estúpidos, y yo me enfadaba cada vez más. Cuando aparcó el coche para mirar él cómo se iba a la autopista, salí para dar una vuelta y tranquilizarme.

Se detuvo un momento, pensativa, antes de seguir.

Ness: Por cierto, llevaba el reloj y el abrigo, así que alguien me los debió quitar mientras estaba inconsciente. Dejé el bolso en el coche. El caso es que mientras tomaba el aire reconocí algo que había sabido durante varios meses. No estaba enamorada de Will, y no podía casarme con él. Insistió en que volviera al coche, y al ver que no lo hacía, salió a buscarme. Le dije que no quería casarme con él y le devolví el anillo. Él no quería cogerlo, me empujó y caí al suelo -movió la cabeza con tristeza-. No sé cuánto tiempo después, tú me encontraste.

El rostro de Will había adquirido un tono grisáceo. Se dejó caer en una silla y se pasó las manos por el pelo.

Will: Entiéndelo, Ness. Creí que estabas muerta. Sangrabas mucho, y estabas blanca. No te encontré el pulso y me asusté. Lo siento. Temía que, si llamaba a la policía, pensaran que te había matado, así que huí. Después encontré tu bolso en el coche, quemé todos tus documentos y lo tiré a un contenedor. He estado muerto de miedo hasta que anoche te vi por televisión. ¡Qué alivio!


Había sido un largo día, pero todos los cabos sueltos estaban ya atados. Cuando Vanessa y Zac salieron de la comisaría, ya era de noche. Poco después de que Will confesara habían llamado a Audrey para ponerla al corriente de lo sucedido, pero la tensión a que se habían visto sometidos se hacía notar, y al final se habían peleado sobre la negativa de Vanessa a presentar cargos contra Will.

Zac: ¡Por favor, Noelle, digo Vanessa! -estalló-. Si no quieres denunciarlo por agredirte, permite que al menos lo arreste por poner tu vida en peligro. Ni siquiera intentó buscar ayuda. Eso es un delito.

Pero ella negó con la cabeza.

Ness: No, Zac. Quiero olvidar este tema. Hazle prometer que no se volverá a poner en contacto conmigo y deja que se vaya.

Al final, Will desapareció de su vista y de su vida, pero Zac seguía enfadado. El silencio resultaba muy incómodo mientras iban a casa en coche.

Vanessa se preguntó si podría seguir considerando su casa la casa de Zac. Hasta aquel momento, no se habían visto a solas después de que ella recuperara la memoria. No le había dicho lo aliviada que se sentía al saber que era libre. Él tampoco parecía haberle demostrado que aún quisiera tenerla, ahora que ya no dependía totalmente de él.

Era posible que hubiera perdido el interés ahora que tenía su propia vida y podía cuidarse a sí misma.

Zac mantenía los ojos clavados en la carretera mientras se abría paso entre los coches. Se sentía completamente desorientado. Se alegraba de que Vanessa hubiera recuperado la memoria, pero la idea de que ya no lo necesitara lo aterrorizaba. Ahora volvería a su vida anterior sin él.

Había roto con Will Trent, pero aquello había ocurrido antes de que perdiera la memoria. No significaba que lo hubiera elegido a él, sino que no estaba enamorada de Will.

La deseaba tanto que sentía un verdadero dolor físico, y tenía que esforzarse para no parar el coche y suplicarle que no lo abandonara. Quería rogarle que se casara con él, pero no podía hacerlo. No sería justo.

Por mucho que la necesitara, no estaba dispuesto a hacérselo notar si ella no lo necesitaba igualmente. No quería su compasión ni su gratitud. Quería su amor.

Cuando salieron de la autopista en la desviación de Brisbane, la calle que solían coger para ir a casa estaba bloqueada por un camión que había derramado parte de su carga, y tuvieron que dar un rodeo. Mientras avanzaban entre las casas decoradas con motivos navideños, Vanessa oyó unas campanas a lo lejos, y a medida que se acercaban se dio cuenta de que procedían de la torre de la iglesia.

Vanessa se enderezó y miró los coches que se agolpaban en el aparcamiento. Por supuesto, estaban en nochebuena. Se había olvidado.

Ness: Para, por favor.

En su prisa por detenerlo antes de que pasara de largo, habló con voz más ansiosa de lo habitual.

Zac pisó el freno a fondo y se quedó en mitad de la calle.

Zac: ¿Qué pasa? -preguntó preocupado-.

Vanessa sonrió y le puso la mano en el brazo.

Ness: Lo siento, no quería asustarte, pero es Nochebuena, y me gustaría ir a la misa del gallo. Mis padres iban siempre. ¿Te importa?

Zac cogió su mano y se la llevó a los labios.

Zac: Claro que no.

Dentro de la iglesia, se sentaron entre las vidrieras, los montones de macetas de flor de pascua y el resplandor de cientos de velas blancas, para escuchar los cantos del coro.

Zac la cogió de la mano, y toda su tensión se disipó con el sonido de los villancicos.

Estrechó la mano de Zac, y él la miró con los ojos llenos de amor. En un momento como aquél, les costaba creer que a pesar de vivir a doscientos kilómetros de distancia hubieran estado en el parque en el mismo momento. Casi parecía como si estuvieran predestinados a encontrarse y enamorarse.

Cuando terminó la ceremonia, Zac rodeó sus hombros con el brazo mientras caminaban hacia el coche, pero una vez dentro, no se acercó a ella. Arrancó el motor y se concentró en la conducción.

La alegría de Vanessa se disipó, sustituida por un estremecimiento de incomodidad. No entendía qué le pasaba a Zac. Su actitud no podía deberse únicamente a la discusión que habían mantenido en relación con el asunto de Zac. Se trataba de algo mucho más serio.

Cuando llegaron al dúplex se encontraron con que Audrey no estaba. Probablemente había asistido a la fiesta de Navidad de la clínica.

Zac: Tenemos que hablar -dijo a Vanessa mientras entraban en su casa-.

Entró en el salón e iluminó la antigua lámpara de bronce que estaba junto al sofá. Vanessa se acercó a él por detrás y rodeó su cintura con los brazos, mientras apoyaba la mejilla en su espalda.

Ness: ¿Qué te ocurre, Zac? -preguntó intranquila-. Creía que te alegrarías de que hubiera recuperado la memoria.

Zac: ¿Que me alegraría? Estoy muerto de miedo.

Vanessa abrió la boca, pero antes de que pudiera decir nada, Zac se volvió y la abrazó fuertemente.

Zac: Desde que te traje a casa supe que más tarde o más temprano tendría que despedirme de ti. Creía que tenía bastante fuerza para hacerlo. Esperaba que fuera doloroso, pero no creía que hasta ese punto.

Su voz se quebró, y hundió el rostro en el pelo de Vanessa.

La alegría de Vanessa estaba sólo limitada por la desesperación de Zac. Lo abrazó con más fuerza y lo besó en el cuello.

Ness: No me voy a separar de ti si no me lo pides. Tenía miedo de que ya no me desearas.

Zac: Me muero de deseo, pero hay ciertos problemas.

Vanessa lo miró perpleja.

Ness: ¿Problemas?

Zac: Sí, problemas. No estoy dispuesto a acostarme contigo sin más antes de que vuelvas a la universidad y reanudes tu vida donde la dejaste la semana pasada. Te quiero, y quiero casarme contigo. Quiero que lo nuestro dure para siempre. Quiero pasar el resto de mi vida haciendo el amor contigo, educando a nuestros hijos y disfrutando con nuestros nietos. Quiero envejecer a tu lado.

Vanessa estaba tan atónita que no podía hablar. Durante un momento, lo único que pudo hacer fue mirarlo con la esperanza de que él pudiera leer el amor en sus ojos.

Pero al parecer no fue así, porque la incertidumbre oscurecía su rostro.

Zac: Si tú no quieres lo mismo, lo entenderé -continuó-. Sería muy presuntuoso por mi parte pensar que tú también quieres pasar conmigo el resto de tu vida, pero no lo soportaría si hiciéramos el amor y después te marcharas. Ya lo pasaré bastante mal tal y como están las cosas.

Vanessa logró al fin recuperar la voz. Llevó los dedos a los labios de Zac y sonrió.

Ness: ¿Te importaría dejar de hablar y llevarme a la cama? ¿O vas a esperar a que nos casemos para estar seguro?

Una expresión de alivio iluminó el rostro de Zac.

Zac: No voy a esperar. Ni siquiera sé si conseguiré llegar al dormitorio.

Vanessa miró a su alrededor.

Ness: El suelo es un poco duro, pero el sofá parece cómodo.

Los labios de Zac se arquearon en una sonrisa.

Zac: Ni hablar -dijo cogiéndola en brazos-. No quiero hacer el amor contigo por primera vez sólo para satisfacer el deseo. Quiero que estemos cómodos y nos tomemos nuestro tiempo.

La llevó hasta el dormitorio y la dejó de pie junto a la cama. Después se acercó a ella para besarla. Al principio fue un beso dulce, casi inocente. Sus labios eran cálidos y firmes, y acariciaban la piel de Vanessa.

Ella alzó las manos para acariciarle el pelo mientras se besaban. Sintió la reacción de la parte más íntima de su feminidad, y se apretó fuertemente contra él.

Zac contuvo la respiración mientras buscaba con los dedos temblorosos la cremallera de su vestido. Cuando pudo tocar su piel desnuda, subió para desabrocharle el sujetador. Tenía manos fuertes y callosas, pero la tocaba con delicadeza.

Vanessa le sacó la camisa de los pantalones y le acarició la espalda. Sintió cómo sus músculos se contraían bajo sus manos.

Zac le quitó el vestido y el sujetador y dejó que cayeran al suelo antes de quitarse la camisa.

Después de quitarse la ropa se quedaron de pie, desnudos, mirándose. Sólo estaban iluminados por la luna llena que entraba por la ventana. Lentamente, Zac le colocó las manos a ambos lados de la cintura.

Zac: Sabía que tenías un cuerpo precioso, pero no esperaba que fuera tan perfecto.

Vanessa tembló al mirarlo. Hablando de perfección, había visto estatuas de dioses griegos, pero no podían rivalizar con su desnudo musculoso.

Le puso las manos en los hombros.

Ness: Te quiero, Zac. No sólo porque me rescataste y me cuidaste cuando no podía cuidar de mí misma, aunque también por eso. Pero sobre todo te quiero porque eres amable, considerado y nada egoísta. Preferiste arriesgarte a manchar tu expediente a dejarme sola y sin protección en una ciudad desconocida.

Zac la abrazó con fuerza.

Zac: Cuando alguien se encuentra con un tesoro, lo cuida y lo protege. Tú eres mi tesoro, mi amor, mi regalo de Navidad. Nunca creeré que nos conocimos por casualidad. Estábamos destinados a encontrarnos, mi querida Noelle Vanessa, y creo que lo supe en cuanto te abracé por primera vez, unos minutos después de encontrarte.

Ness: Yo sentí lo mismo -susurró-. A pesar de que estaba atontada por el golpe, supe de inmediato que eras muy especial. Había algo que me atraía hacia ti. A pesar de que estaba aterrorizada, cuando tú estabas cerca me sentía a salvo.

Volvieron a besarse y lentamente se dejaron caer en la cama. Antes de cerrar los ojos, Vanessa vio las estrellas que llenaban el cielo. Una de ellas era mayor que las demás y más brillante, y parpadeaba más que el resto.

Tal vez se tratara de la estrella de la Navidad, que la había llevado hasta San Francisco. Tal vez sí, y tal vez no, pero había una cosa que no dudaba.

Su primera hija se llamaría Noelle.


FIN


jueves, 26 de diciembre de 2019

Capítulo 8


Zac se sentía como si el mundo se hubiera derrumbado, pero apuntó el número de aquel hombre antes de colgar el teléfono e ir al cuarto de baño. Se lavó la cara con agua fría y respiró profundamente para tranquilizarse.

No podía soportar la idea de que Noelle, su Noelle, fuera Vanessa Hudgens, la futura esposa de William Trent.

Tardó bastante tiempo en recomponerse lo suficiente como para hacer la llamada. A pesar de ello, las manos le temblaban tanto que ni siquiera era capaz de marcar el número. Al final consiguió llamar, y una voz de hombre cogió el aparato. Zac se identificó y se aseguró de que hablaba con William Trent.

Will: Llámame Will -corrigió-. Creía que no ibas a llamarme nunca. ¿Está bien Vanessa? ¿Qué demonios ha pasado? ¿No recuerda absolutamente nada?

Zac contuvo los celos y la rabia y habló.

Zac: ¿Cómo está tan seguro de que la mujer que vio en la televisión es Vanessa Hudgens?

Will: ¿Me tomas el pelo? -preguntó con incredulidad-. Hace dos años que somos novios, y llevamos uno comprometidos. Nos casaremos en primavera, cuando ella acabe los estudios.

Zac se mordió el labio para no gritar.

Zac: Lo siento. Tenía que asegurarme. Hemos recibido muchas llamadas de locos. Tendrá que venir a San Francisco e identificarla personalmente.

Will: Estaba esperando tu llamada para salir. Llegaré en un par de horas. ¿Dónde puedo verla?

Zac: Estaremos en la comisaría -le dio la dirección y le explicó cómo llegar hasta allí-. Pregunte por Zachary Efron, y diga que me visita en relación con el caso de Noelle Santa. Así es como la llamamos.


Noelle no había descansado mucho aquella noche. No estaba completamente despierta, pero tampoco había conciliado un sueño profundo. Cuando la recogió en la hamburguesería, Zac le dijo que ya habían recibido varias llamadas. Pero al saberlo no se sintió alegre, sino angustiada. Cada vez estaba más segura de que se arrepentiría de haber salido por televisión. Tal vez hubiera sido infeliz en su pasado inmediato. O peor aún, podía haber cometido un delito y haberse fugado.

Oyó que Audrey se marchaba a trabajar, y cuando sonó el teléfono unos minutos después, no le sorprendió oír la voz de Zac.

Zac: Siento despertarte, cariño, pero tenemos una pista que parece seria. Tenemos que estar a las once en la comisaría, así que vístete y ven. Mientras tanto prepararé el desayuno.

Noelle sintió que se le encogía el estómago.

Zac: No te pongas tu ropa. Elige algo distinto a lo que llevabas ayer, y péinate de forma diferente. Te vamos a poner en una rueda de identificación.

Noelle se apresuró a ducharse y se colocó un vestido de seda gris oscuro con pequeñas flores de color lila, rosa y crema. Tenía aspecto de niña pasada de moda.

Zac le había pedido que improvisara un nuevo peinado, de modo que se cepilló el pelo hacia atrás y se lo sujetó en la nuca con un broche. El efecto general era bastante distinto.

Cuando llegó a casa de Zac, él estaba esperándola. Parecía abatido. Todos sus miedos volvieron de inmediato.

Ness: ¿Qué pasa? ¿Qué habéis averiguado?

En vez de contestar, Zac la cogió del brazo.

Zac: Vamos a la cocina. Podemos hablar mientras desayunamos.

Noelle se sentó a la mesa, frente a un zumo de naranja y una caracola. Antes de tomar asiento, Zac sirvió el café.

Zac: ¿Te suena de algo el nombre de William, o Will Trent?

Como un relámpago, la imagen de un hombre rubio cruzó su mente, pero desapareció antes de que Noelle pudiera captarla.

Ness: Creo que no -respondió insegura-.

Zac la miraba fijamente.

Zac: Has recordado algo -afirmó-. Tu expresión ha cambiado. ¿Qué has sentido?

Ness: No ha sido exactamente un recuerdo.

Le contó la sensación que había tenido. Por un momento, vio la angustia reflejada en los ojos de Zac.

Ness: ¡Por favor, cuéntame lo que sepas! -suplicó aterrorizada-. ¿Es ese hombre la pista que has mencionado?

Zac puso la mano sobre la suya.

Zac: Perdóname. No quiero influir sobre ti. Tengo otro nombre. ¿Te suena Vanessa Hudgens?

En aquella ocasión no hubo ningún relámpago. El nombre no le evocaba ningún recuerdo, pero Noelle notó que le palpitaban las sienes y se puso completamente blanca, mientras todo su cuerpo se cubría de sudor. De pronto sintió que su campo de visión se estrechaba, hasta que perdió la vista por completo. Zac corrió a su lado y la ayudó a tumbarse en el suelo.

Zac: Respira despacio y profundamente -le ordenó-. Ha sido una bajada de tensión. Relájate y no pienses en nada.

Noelle se sentía como si todos sus huesos se hubieran derretido. Tenía la impresión de que si se relajaba perdería el conocimiento, pero obedeció a Zac, y lentamente fue volviendo en sí. Abrió los ojos, y el rostro de Zac empezó a cobrar forma.

Cuando consiguió sentarse en el suelo, Zac le llevó el zumo de naranja a los labios. Unos minutos después, era capaz de sujetar el vaso ella sola, y algún tiempo después volvió a la silla.

Zac: ¿Crees que puedes contarme lo que ha pasado?

Noelle describió su reacción física de la mejor forma posible, y luego añadió:

Ness: No recuerdo a ninguna persona llamada Vanessa Hudgens, pero parece que mi subconsciente sí. ¿Quién soy? ¿Vanessa Hudgens?

Zac se aclaró la garganta.

Zac: Eso es lo que dice Will Trent, pero no podemos estar seguros si no nos proporciona alguna prueba o si no recuperas la memoria.

Noelle tuvo que hacer acopio de fuerzas antes de plantear la siguiente pregunta.

Ness: ¿Qué relación se supone que tienen Will Trent y Vanessa Hudgens?

Zac apartó la vista.

Zac: Según él, van a casarse en primavera.

Vanessa sintió que su corazón se detenía.

Ness: ¡No! -gritó, mientras Zac la cogía entre sus brazos-.


Más tarde, en la comisaría, la rueda de identificación resultó bastante desagradable a Noelle. Tuvo que ponerse de pie en un recinto iluminado junto con varias mujeres de la misma edad y características. Cada una tuvo que ponerse de perfil y después dar unos pasos al frente.

Después, se llevaron a Noelle a una pequeña sala. Zac llegó unos minutos después, y al ver su rostro, Noelle supo todo lo que tenía que saber. Se dejó caer en una silla y hundió el rostro entre las manos.

Ness: ¿Está completamente seguro?

Aquello fue más un lamento que una pregunta.

Zac se sentó a su lado y cogió sus manos.

Zac: Sí. Te identificó nada más verte. Ni siquiera miró a las demás mujeres. No dejaba de insistir en que quería hablar contigo. Está esperando fuera. Tendrás que verlo, pero yo iré contigo. No permitiré que te toque a menos que tú quieras que lo haga.

Ness: Aún no -dijo desesperada-. Dame un minuto.

Su voz se quebró, y abrazó a Zac como si su vida dependiera de ello.

Ness: No permitas que un desconocido… -empezó a decir-.

Zac: Noelle, cariño, no te voy a dejar en manos de un desconocido. ¿No sabes lo que significas para mí? Creo que ni siquiera te dejaría en sus manos si demostrara que eres su prometida. Por supuesto, si tú deseas marcharte con él, no haré nada por impedírtelo, pero la decisión tiene que ser tuya. No permitiré que te lleve en contra de tu voluntad.

Unos golpes en la puerta les recordaron que los esperaban. Zac la soltó para abrir a Will Trent y al sargento que lo acompañaba.

Noelle miró atemorizada al hombre rubio ataviado con una chaqueta de cuero y unos vaqueros que caminaba hacia ella. Llevaba una gran carpeta, y ella se encogió de forma instintiva. Zac lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.

Zac: No se acerque más -se volvió hacia Vanessa-. ¿Lo conoces?

Will: Claro que me conoce. Díselo, Vanessa. Dile que estamos enamorados y nos vamos a casar.

Noelle parpadeó. El hombre no le resultaba completamente desconocido, pero no despertaba ningún sentimiento amoroso en ella. Sólo sentía una mezcla de enfado y miedo, aunque no sabía por qué.

Ness: Creo que no -dijo nerviosa-. Al menos, no lo recuerdo. ¿Tiene algo que pueda demostrar que yo soy quien usted dice?

Will: Claro que sí.

Levantó la carpeta y empezó a caminar hacia ella, pero Zac lo detuvo de nuevo.

Zac: Yo se lo daré -dijo cogiendo la carpeta-. Ahora, señor Trent, si quiere sentarse aquí…

Indicó a Will una silla frente a Noelle, y después se sentó a su lado para abrir la carpeta.

Estaba llena de fotografías, y no podían negar que Noelle era la mujer que Will identificaba como Vanessa Hudgens. En una de las fotografías estaba en una ceremonia de graduación, y en las demás aparecía con Will en varios lugares. Había una en la que aparecían los dos sonrientes, cortando una tarta. Will afirmó que había sido sacada en la fiesta con que celebraron su compromiso.

Noelle se sentía enferma.

Ness: Por favor -dijo devolviéndole la carpeta-. Cuéntame algo sobre… sobre Vanessa Hudgens.

Will la miró con lástima.

Will: Sobre ti, quieres decir. Tienes veintitrés años, y estás estudiando el último curso de la carrera, en la universidad Pacific, de Stockton. Ahí fue donde nos conocimos. Estoy preparando el doctorado de bellas artes.

Noelle recordó vagamente un grupo de edificios antiguos y modernos.

Ness: ¿Qué estudio?

Will: Pedagogía. Naciste y te criaste en Fresno, pero tus padres murieron en un accidente de coche cuando estabas en primero. Vives de la póliza de seguros que tenían, de modo que Stockton ha sido tu hogar durante los últimos cuatro años.

Ness: ¿Tengo más parientes?

Will negó con la cabeza.

Will: Sólo una hermana, mucho mayor que tú. Se fue a estudiar al este cuando tú eras muy pequeña, se casó y se quedó allí. No os conocéis demasiado, y no habéis tenido mucho contacto después de la muerte de tus padres. Soy todo lo que tienes, cariño.

Aquella idea hizo estremecerse a Vanessa.

Zac: No esté tan seguro -dijo con tono amenazador-.

Will: Lo estoy -respondió con idéntico tono-. Llevamos dos años juntos, y hemos hecho muchos planes para el futuro.

Noelle se estremeció.

Ness: ¿Quieres decir que vivimos juntos?

Will tardó algún tiempo en contestar.

Will: No, pero eso no quiere decir que no seamos amantes. Por el amor de Dios, Ness, ¿cómo has podido olvidarlo?

Noelle se puso en pie de un salto.

Ness: No lo sé -gritó-. A lo mejor no lo recuerdo porque es mentira.

Will también se levantó.

Will: ¿Que es mentira? ¿A dónde quieres llegar con esta farsa? ¿Seguro que tampoco recuerdas que últimamente estabas muy fría?

Zac: ¡Basta! -rugió-.

De pronto, en medio de los gritos, el muro que encerraba la memoria de Vanessa se derrumbó, y Noelle pudo recordarlo todo.

Al principio, el impacto la dejó anonadada. A continuación, no comprendía cómo podía haber llegado a olvidar tantas cosas sobre su persona.

Cuando al fin recuperó la tranquilidad, el sargento había puesto orden. Todos los ojos estaban clavados en ella. Al parecer esperaban que respondiera a una pregunta que no había escuchado.

Se levantó y miró a Will fijamente. Cuando habló, su voz estaba llena de cólera.

Ness: Bueno, Will. Parece que has tardado bastante en volver a buscarme. A lo mejor te gustaría explicar por qué me dejaste sola e inconsciente aquella noche en el parque.


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