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lunes, 1 de febrero de 2016

Capítulo 3


Mientras abría la puerta de su casa de Phoenix poco después del almuerzo, Zac reflexionó que ella no estaba nada contenta. Al darse cuenta de que a pesar de sus protestas no pensaba ceder en lo de ver al médico, se dejó dominar por una furia contenida. Durante la visita, y luego en la breve comida que compartieron, no le había dirigido la palabra, aparte de lo mínimo requerido por la buena educación. Si Vanessa apreciaba las molestias que se tomaba para proteger su anonimato, no lo dejó entrever.

La condujo por el amplio y luminoso vestíbulo de la casa que él mismo había diseñado, con la intención original de mostrársela a clientes potenciales. Pero le gustó tanto, que al final no había sido capaz de desprenderse de ella.

Vanessa se detuvo y se volvió para mirarlo.

Ness: ¿Puedo usar tu teléfono, por favor? Desviaré el importe a mi tarjeta.

La miró furioso, extrañamente decepcionado de que no se hubiese fijado en su hogar, e irritado porque sacara algo tan estúpido como el precio de una llamada.

Zac: Está ahí.

La llevó a la sala de estar, luego la dejó para ir a la cocina a preparar un refresco para ambos. El especialista había considerado que Vanessa se hallaba en buena condición, aunque le aconsejó que bebiera mucho líquido mientras estuviera en Arizona, dictamen que él pensaba hacerle cumplir.

Desde la cocina podía oír con claridad la conversación. Su educación y conciencia protestaron por espiarla, pero como no quería hablarle, se dijo que tendría que averiguar todo lo que pudiera por medio de cualquier método disponible.

Ness: Sí, soy Vanessa. ¿Está mi madre?

Zac sintió que le quitaban una carga de los hombros. ¡No llamaba a otro hombre! Aunque no era algo que le importara demasiado.

Ness: ¿Mamá? Hola, soy Ness... sí, sí, estoy bien. Sí, temí que os preocuparais por no haber llamado a tiempo. Oh, por favor, no llores. ¿Mamá? Quizá sea mejor que le digas a papá que se ponga.

Hubo una pausa y Zac recordó hacer sonar algunos cubitos de hielo para que ella no pensara que la espiaba.

Ness: Hola, papá. Claro que estoy bien. Lamento no haber podido llamaros a primera hora de la mañana tal como prometí. Alquilé un coche pero se paró en la carretera. Me he encontrado con alguien a quien conocéis. Bueno, supongo que ahora es estadounidense, pero nació en Thortonburg. En la actualidad se hace llamar Zac Efron, sin embargo vosotros lo conocéis como el príncipe de Thortonburg. ¿Qué? Oh, no, dudo que lo vea mucho. Fue más una llamada de cortesía por su parte... ¡Zac!

Lo miró furiosa cuando le quitó el auricular de la mano y lo acercó a su oído.

Zac: Hola, majestad. Soy Efron.

Supo que sonó seco y descortés, pero hablar con el rey Phillip era lo último que había planeado ese día.

Phillip: Hola, Zachary -la voz del rey fue cálida y cordial-. Ha pasado mucho tiempo. Los Estados Unidos deben gustarte.

No pareció especialmente irritado.

Ness: ¡Dame eso!

Vanessa alargó la mano para recuperar el auricular que le había quitado, pero él lo sostuvo por encima de su cabeza hasta que ella se apartó con una mirada llameante en los ojos.

No pudo resistir sonreírle mientras volvía a llevarse el auricular al oído. Podía fingir que era una dama, pero bajo su tranquila superficie había un volcán.

Zac: Perdonad, majestad. Esta mañana rescaté a vuestra hija de una situación necia. ¿Os contó que iba sin chofer o guardaespaldas?

Phillip: ¿No la acompañaba nadie? -el rey pareció alarmado, pero no particularmente sorprendido-. Me temo que Vanessa no comprende con claridad el cuidado que debemos mostrar. Su hermana menor y ella dedicaban horas durante su infancia a tratar de despistar a sus guardaespaldas. Se ha convertido en una experta y eso le ha proporcionado un exceso de confianza.

Zac: Estoy de acuerdo, majestad. Yo también me sentí un poco preocupado.

Phillip: Gracias por la ayuda que le prestaste -el tono del monarca era tan amistoso como Zac recordaba de su niñez. Jamás había sido capaz de entender cómo un hombre que parecía tan agradable como el rey podía conspirar con alguien tan consciente de la clase social como era su padre-. Vanessa no tardará en marcharse. Creo que la ceremonia de inauguración fue ayer.

Zac: Sí -titubeó. Debería saltar de alegría ante la idea de quitarse de encima a la princesa, pero el pensamiento de que volviera a Wynborough, a miles de kilómetros, le molestó. Necesitaba más tiempo para pensar, para decidir cómo manejar esa complicada situación con ella y el bebé antes de dejar que se fuera-. Señor, no creo que la princesa deba irse en este momento -manifestó, dándole la espalda a la expresión acusadora que apareció en el rostro de ella-. La situación por la que pasó esta mañana fue un poco estresante. Nada serio, desde luego, pero para mí será un placer ofrecerle mi hospitalidad hasta que se recupere.

Phillip: Gracias, Zachary -el rey pareció aliviado-. Es muy amable de tu parte ofrecerte a cuidarla por nosotros.

Zac: Será un placer hacerlo.

Se volvió para inmovilizar a Vanessa con una mirada significativa.

Ruborizada, ella esquivó sus ojos al tiempo que alargaba la mano hacia el auricular, que en esa ocasión él le entregó.

Ness: Papá, tengo veintisiete años -expuso-. Creo que ya nadie debe cuidar de mí. De hecho, pensaba marcharme de Phoenix hoy. Quiero hacer algo de turismo y luego ir a ver a Mitch y a Brittany unos días antes de volver a casa -rió, aunque a Zac le pareció algo forzado-. Sí, sé que soy la única que queda. No, te prometo que no me fugaré con un vaquero.

«Jamás lo permitiría», pensó él.

Tras unas palabras más, colgó. Durante un momento se quedó ahí de pie, con una mano sobre el auricular. Zac pudo percibir la extenuación que irradiaba.

Ness: ¿Tienes una guía telefónica? -preguntó sin mirarlo-.

Zac: ¿Para qué?

Ness: Aunque no es asunto tuyo -suspiró-, quiero llamar a un taxi y regresar al hotel.

Zac: No.

Ness: ¿Perdón? -sobresaltada, giró y lo observó-.

Zac: No creo que debas volver al hotel en este momento -su cerebro funcionó a toda velocidad-. Se te ve agotada. ¿Por qué no te muestro la habitación para invitados y descansas un poco? Cuando te hayas recuperado, te llevaré yo.

Ness: No, de verdad... -titubeó-.

Zac: Insisto -interrumpió con suavidad. Sin darle oportunidad para que continuara, la tomó por el codo y la llevó por el suelo de madera hasta la segunda habitación a la izquierda-. Considérala tuya por ahora.

Ness: ¿Por qué me da la impresión de que tramas algo?

Zac: Tienes una imaginación desbordada -se encogió de hombros-.

Ness: Gracias por el ofrecimiento -suspiró tras estudiarlo unos segundos más-. Descansaré un rato, y luego me iré al hotel.

Cerró la puerta del dormitorio antes de que ella pudiera cambiar de parecer, esperando que no hubiera notado que él no había confirmado su deseo. Luego regresó a la cocina y alzó el teléfono. Vanessa no iba a ir a ninguna parte.

Al despertar, estaba anocheciendo. Con un pánico momentáneo, sin reconocer la bonita habitación en la que se hallaba, saltó de la cama...

Y tuvo que sentarse otra vez cuando el cuarto se puso a dar vueltas.

Mientras aguardaba que el vértigo se desvaneciera, comenzó a recordar. Un segundo vistazo a la habitación confirmó sus pensamientos. No se encontraba en el hotel, sino en la casa de Zac Efron.

Miró la hora y quedó consternada al ver que eran más de las seis. ¡Había dormido toda la tarde!

Había un teléfono en la mesita de noche, y decidió usarlo mientras aún tuviera la oportunidad. Del bolso sacó el papel con el número de Mike Flynn y se puso a marcar.

Al salir un contestador automático se dio cuenta de que se trataba de una oficina. Al escuchar el mensaje, se le hundió el corazón. El señor Flynn iba a estar ausente varios días por asuntos de negocios. Las llamadas urgentes eran desviadas a otro número.

Supo que ninguna otra persona podría ayudarla. Tendría que esperar hasta que Mike volviera.

Un espacioso cuarto de baño le brindó la oportunidad de refrescarse antes de salir al pasillo. Tuvo que resistir la tentación de ir de puntillas al entrar en el cómodo salón.

Zac no estaba por ninguna parte. Una barra situada en un extremo lo conectaba con la cocina. Debía reconocer que su gusto era impecable. Con tonos claros que se complementaban con los del salón, la cocina de Zac era moderna pero cálida y acogedora.

Unos amplios ventanales llevaban a una terraza techada, más allá de la cual se veía una piscina centelleante. En ella pudo distinguir una cabeza oscura y unos brazos poderosos que cortaban con ritmo el agua.

Involuntariamente contrajo los músculos del estómago y también experimentó la misma sensación en los pechos. ¡No! ¿Cuán estúpida podía ser una mujer? Él había dejado bien claro que no la quería. A pesar de lo tonta que había sido, había ido con la esperanza de que la recibiera con... afecto. Calor. Había soñado con su alegría al enterarse de que esperaba a su hijo y que la cuidaría y mimaría durante el resto del embarazo.

Bueno, pues ya no soñaba. Y el dolor que parecía haberse asentado de forma permanente en torno a su corazón solo se debía al hecho de que su bebé iba a crecer sin la familia tradicional que había considerado posible brindarle.

Abrió una de las puertas y salió a la terraza. De inmediato Zac alteró su curso y se dirigió al borde de la piscina más cercano a ella.

Zac: Bienvenida -saludó con una sonrisa-. Pensé que quizá durmieras hasta mañana.

Ness: Difícil -mantuvo la voz baja e inexpresiva-. Quería agradecerte tu hospitalidad. Me marcharé en cuanto venga a recogerme un taxi.

Zac: Vanessa... -pronunció su nombre con titubeos-.

Ness: ¿Sí?

Zac: Te va a costar conseguir que un taxi venga aquí.

Ness: No si prometo una buena propina -pronunció con la certeza nacida de crecer con dinero y conocer el predecible efecto que tenía sobre la gente-.

Zac: La cuestión es...

Calló al apoyar las dos manos sobre el costado de la piscina y salir del agua con movimiento fluido. Los poderosos músculos de la espalda y los brazos ondularon, haciendo que a ella se le resecara la boca y que el corazón le palpitara con fuerza.

Zac se irguió y dio el paso que la separaba de Vanessa. El bañador mojado moldeaba unos muslos de acero. Unas gotas de agua colgaron de sus pestañas. El agua atrapada en el vello rizado del pecho cedió a la gravedad y comenzó a gotear hasta su ombligo y más abajo.

Ella tuvo que obligarse a no seguir con los ojos ese sendero descendente.

Ness: ¿La cuestión es...? -repitió-.

Zac: Que ya no tienes una habitación a la que poder volver.

Ness: ¿Qué? ¿A qué te refieres?

Zac: Pagué la factura del hotel e hice trasladar tus cosas.

Ness: ¿Perdón? -lo miró incrédula-.

Zac: Tus maletas están en el vestíbulo.

Ness: ¿Estás loco? -giró en redondo y regresó a la casa en busca de confirmación visual, que no tardó en obtener. Furiosa, regresó hasta el sitio donde él chorreaba agua sobre el suelo de la cocina-. ¿Qué crees que has hecho? -apenas consiguió controlar su temperamento-.

Zac: Mantenerte aquí un tiempo -soltó sin rodeos-.

Ness: Mantenerme... ¿con qué propósito?

Zac: Porque no puedes irrumpir así en mi vida, anunciar que vas a tener a mi hijo y volver a marcharte.

Ness: No realicé ningún anuncio -musitó-.

Zac: ¿Qué has dicho?

La tomó por el brazo y la obligó a encararlo, haciendo que se sintiera abrumada por su presencia física.

Ness: No puedes mantenerme aquí contra mi voluntad.

Intentó no prestar atención al pecho bronceado que tenía apenas a unos centímetros. Se retorció tratando de soltarse, pero Zac no la dejó. A cambio, eliminó los centímetros que separaban sus cuerpos y la pegó a él.

Vanessa jadeó cuando las gotas que se pegaban a su piel y a la tela del bañador empapado penetraron con rapidez la tela fina de su ropa. Cerró los ojos, con la esperanza de que él no viera el modo en que la afectaba ese abrazo.

Trató de retroceder, pero seguía sin soltarla. No pensaba dignificar su conducta oponiendo resistencia. Se quedaría quieta hasta que la dejara.

Pero ese plan se frustró. Con los ojos cerrados, su mundo era definido por otros sentidos. De Zac emanaba un olor limpio a agua y su piel era fresca allí donde sus brazos se tocaban. Contra su cuerpo, su complexión mucho más grande parecía sólida y dura y, a diferencia de los brazos, irradiaba calor. Se sentía empequeñecida por él.

El aliento de él le hizo cosquillas en el oído, y mientras permanecían allí en silenciosa confrontación, Vanessa notó que la respiración de Zac cambiaba, se tornaba más rápida.

Zac: Vanessa.

Apoyó una mano en su mejilla; ella volvió a abrir los ojos. Vio su rostro a solo unos centímetros de distancia, y sus penetrantes ojos azules le impidieron apartar la vista. Con el pulgar le acaricio la línea de la mandíbula, para luego deslizarla bajo la barbilla y ejercer una leve presión para alzarle la cara.

Con los rasgos borrosos por la proximidad, cerró sus labios sobre su boca.

Ya lo había besado antes, de modo que no debería sentirse tan abrumada. Su boca era gentil pero firme e insistente, cálida y expresiva mientras la exploraba. Con la lengua marcó la forma de su labio superior, luego se deslizó por la línea cerrada de la boca antes de ahondar con decisión, obligándola a separar los labios.

Mientras exploraba sus profundidades subió una mano desde la cadera hasta el hombro de ella, para volver a bajar y pegarla con firmeza contra él. Vanessa sintió la excitación de él a través de la tela fina y húmeda que los separaba.

Las manos de ella habían estado aferrando los brazos musculosos, preparadas para empujarlo, pero a medida que una palpitación encendida la recorría, lentamente subió las palmas hasta sus hombros y comenzó a acariciarle el cuello.

Él tembló. Apartó la boca de la de ella y apoyó la cara sobre su hombro. Jadeaba.

Zac: Así que te quedarás.

No fue una pregunta. El tono satisfecho de su voz tuvo el efecto de una tonelada de agua fría arrojada sobre una hoguera.

Ella tensó los brazos, enroscó los dedos de una mano en su tupido pelo y tiró con fuerza.

Zac: ¡Eh! -exclamó soltándola de inmediato-. ¿A qué viene eso?

Ness: Por dar por hecho que puedes emplear el sexo para conseguir que haga lo que quieras.

Zac: Funcionó una vez, ¿no? -sus ojos irradiaban furia-.

Ness: Son las palabras de un caballero -saber que se ruborizaba la enfadó aún más-.

Zac: Jamás afirmé ser un caballero en armadura resplandeciente -indicó. Se mesó el pelo con evidente frustración. Luego suspiró-. Lo siento. No quiero pelearme contigo.

Ness: Entonces me marcharé para que eso no suceda.

Zac: ¿Podemos empezar la conversación desde el principio.

No hizo caso a su provocación.

Ella se encogió de hombros. Una parte de ella quería alejarse de él lo más rápidamente posible; pero otra, traicionera y anhelando una esperanza que Vanessa despreciaba, no paraba de recordarle el éxtasis que había conocido en sus brazos y los sueños que había albergado durante las largas semanas desde la última vez que lo vio.

Ness: Supongo que sí.

Zac: Piensas tener el bebé, ¿correcto?

Ness: Sí. Pero no espero nada de ti. Solo sentí la obligación de informarte de que ibas a ser padre.

Zac: Quieres decir que tu hermana sintió esa obligación -le recordó. Al ver que se crispaba, alzó una mano-. Lo siento. La cuestión es que me gustaría que te quedaras en Arizona un tiempo como mi invitada.

Ness: ¿Por qué?

No pudo evitar que la suspicacia se manifestara en su voz.

Zac: Nosotros -respiró hondo-... vamos a ser padres. Apenas nos conocemos. Por el bien del bebé, debemos descubrir más el uno del otro y hablar sobre cómo lo educaremos.

Ness: ¡El bebé es mío! -apoyó una mano protectora sobre su vientre-. Ni siquiera te habrías enterado de su existencia si no lo hubieras descubierto por tu cuenta, y en ningún momento te mostraste entusiasmado al saberlo. Ya te he dicho que no quiero ni necesito nada de ti -al borde de las lágrimas, calló, reacia a revivir el dolor y la sorpresa que sintió tras su encuentro en el restaurante-.

Zac: Estás siendo poco razonable. Acabas de entrar en mi vida para enterarme de que esperas el nacimiento de mi hijo. Me aturdió, y lamento si reaccioné mal. Vanessa... -suavizó la voz-. Me gustaría llegar a conocerte mejor.

Ella titubeó. Quedarse allí era una muy mala idea, cuando lo único que tenía que hacer él era entrar para que todo su cuerpo se pusiera a anhelar su contacto. Pero probablemente tenía razón. Debían hablar de algunas cosas. Si tan solo pudiera recordar que sus caricias no significaban nada, que únicamente la había besado para debilitarla y aceptara quedarse, podría soportar algunos días.

El problema radicaba en que cuando Zac la tocaba no era capaz de recordar su nombre, menos aún algún principio. Pero se lo debía a su bebé

Despacio asintió.

Ness: De acuerdo. Me quedaré unos días. Pero debes prometerme una cosa.

Zac: Lo que sea -aceptó, claramente complacido con su técnica de persuasión-.

Ness: Basta de besos.

El cuerpo grande de él se había relajado al oír que ella aceptaba la invitación. Pero en ese instante sus músculos volvieron a tensarse y frunció el ceño.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Promételo -insistió-.

Zac: Nos sentimos atraídos el uno por el otro. ¿No crees que es natural que queramos... besarnos?

Ness: No me interesa un sexo casual. Prométeme que no empezarás a besarme otra vez o me iré de aquí en el primer avión.

Zac: De acuerdo -convino con expresión sombría. Pero al rato sus labios esbozaron una sonrisa perezosa que le provocó todo tipo de escalofríos a Vanessa-. No hubo nada «casual» la noche en que estuvimos juntos y tú lo sabes. Fingir que no nos deseamos no va a funcionar.

Ness: Más vale que sí -insistió, aunque el corazón le dio un vuelco al mirarlo-, o no me quedaré.


Al llegar a casa a la tarde siguiente reflexionó que sin duda lo mejor fue que no le explicara que no iba a quedase solo unos días. No tenía intención de dejarla volver a Wynborough. Su hijo iba a ser ciudadano de los Estados Unidos de América.

Entró preguntándose qué habría hecho ella todo el día. Acordaron que iba a descansar y él a trabajar como de costumbre. En su despacho había arreglado poder tomarse unos días libres.

Ness: Hola.

Vanessa se hallaba en el umbral de la cocina.

Zac: Hola. ¿Cómo te encuentras? -preguntó con alivio al comprobar que no se había marchado, pensamiento que había pasado por su cabeza-.

Para su sorpresa, ella rió. El sonido ronco y femenino despertó su percepción sexual, pero con firmeza desterró esas sensaciones.

Ness: Bien. Estoy embarazada, no enferma.

Zac: Lo sé -le devolvió la sonrisa-. Supongo que es algo instintivo sentirte protector con la mujer que te va a dar un hijo -avanzó-. ¿Qué has hecho hoy? Me sentí mal al dejarte sola, pero quería poner las cosas en orden para ausentarme unos días del trabajo.

Ness: ¿No vas a ir a trabajar? -sonó sobresaltada y un poco consternada-.

Zac: No en los próximos días -repuso con sencillez, aunque no se le había escapado su reacción-. No podemos llegar a conocernos si no pasamos tiempo juntos, ¿verdad?

Ness: Supongo que tienes razón -aceptó con desgana. En seguida buscó un tema más inocuo-. Esta mañana vi en la televisión una forma de preparar un pollo que tenía muy buena pinta. Apunté la receta, aunque no sé por qué, ya que nunca he cocinado. Pero pareció divertido.

Zac: ¿Querrías indicarme cómo se hace?

Ness: ¿Sabes cocinar? -lo miró fijamente-.

Zac: Me he convertido en un típico hombre americano -anunció con grandilocuencia-. Sé cocinar... y sé llevar una casa. Y todo ello con una mano atada a la espalda, desde luego.

Ness: A mí me gustaría aprender a cocinar -musitó con inseguridad. Luego sonrió-. Mi familia quedará sorprendida cuando llegue a casa.

Zac: Entonces yo te enseñaré.


Durante los días siguientes, se esforzó en que Vanessa se sintiera a gusto. Le dio la gran suite de invitados situada en el extremo opuesto de su habitación y le brindó intimidad junto a la piscina. La ayudó a moverse por la cocina y la llevó de compras para adquirir alguna ropa que necesitaba para su estancia.

No lo dejó quedarse a su lado mientras miraba por la sección femenina, algo que a Zac le pareció divertido. Y guardó los paquetes con celo cuando intentó enterarse de lo que había comprado.

Ness: Cosas -manifestó-.

Se hallaban sentados en una heladería al aire libre con las bolsas bajo la mesa.

Zac: ¿Qué tipo de cosas?

Ness: Cosas de mujeres -indicó-.

Zac: ¿Sabes?, estoy al corriente de las cosas femeninas -rió, y al ver su expresión se apresuró a añadir-. Lo he visto en las revistas para hombres.

Ness: Bien -hizo un mohín-. Aquí estoy, comprando ropa elástica y engordando por momentos, y tú hablas de ver a otras mujeres. Sin duda mujeres delgadas.

De modo que le producía timidez comprar ropa de maternidad. De pronto pensó que estaba mostrándose muy poco caballeroso cuando probablemente ella se sentía insegura sobre su cuerpo.

Zac: Vanessa, no ha habido una mujer en serio en mi vida desde... bueno, jamás -adelantó el torso-. Y no tienes que comprarte nada. Me gustas sin ropa.

Ness: ¡Shh! -exclamó consternada-. ¡Esto no es el sitio para hablar de mi lencería!

Zac no pudo estar más de acuerdo. La idea de Vanessa tal como la había visto la noche en que hicieron el amor, cubierta solo por la luz de la luna v las sombras, surtió el efecto habitual en su cuerpo. Desde que la conoció, ni siquiera era capaz de recordar el rostro de ninguna otra mujer.

No obstante, le alegraba haber sacado el tema. Puede que insistiera en que no se besaran, pero pensaba asegurarse que ella no olvidara cómo había sido aquella noche.

Porque tenía la intención de repetirla. Pronto.

Le sonrió como un depredador, perezoso y satisfecho, porque sabía que en su momento iba a conseguir lo que deseaba.

Zac: Muy bien, cambiemos de tema. ¿Qué te gustaría hacer mañana?

Ness: Preparar el desayuno -dijo ansiosa-.

Zac: De acuerdo -repuso tras echar la cabeza atrás y reír-, prepararemos el desayuno. ¿Te enseño a hacer tostadas francesas?

Cuando asintió, Zac pensó que ella empezaba a cambiar, absorbiendo las costumbres y la independencia estadounidenses, al tiempo que disfrutaba en el proceso.

El pensamiento resultó más satisfactorio de lo que esperaba.


Unos días más tarde, en otro restaurante al que habían ido a petición de Vanessa, quien deseaba probar la verdadera cocina mexicana, tuvo la osadía de reírse de él cuando le sugirió que algunos de los platos más picantes quizá no fueran buenos para el bebé.

Ness: La única que quizá sufra sea yo -sonrió mientras vertía abundante salsa picante sobre el plato-.

Zac: Háblame de tu infancia -le quitó el frasco y lo dejó fuera de su alcance-. No la biografía oficial... esa la conozco. ¿Cómo erais tus hermanas y tú de pequeñas?

Ness: De niñas... bueno, supongo que depende de quién hablemos -indicó-. Brittany es la mayor y era una personita muy responsable que se tomaba sus obligaciones demasiado en serio. Creo que pensaba que debía ser especialmente buena en «los asuntos reales», ya que mamá y papá habían perdido a su único hijo varón -la risa en sus ojos se desvaneció y él percibió las sombras de su tristeza-. Mis padres eran muy cariñosos, aunque siempre existió la conciencia, si es que se lo puede llamar así, de que la familia se hallaba incompleta. Parece una tontería, pero es así. James, mi hermano, fue secuestrado antes de que naciera ninguna de nosotras, de modo que no pudimos llegar a conocerlo ni a echarlo de menos. Cuesta explicarlo.

Zac: Era parte de tu familia -afirmó-. Yo recuerdo el secuestro. Por ese entonces tenía unos cinco años, creo. Todo el mundo lo lamentó. Recuerdo a mi madre sentada ante el televisor, llorando -hubo un momento de silencio entre los dos. Para distraerla del giro serio que había cobrado la conversación, continuó-: Háblame de tus otras dos hermanas.

La introspección de Vanessa se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos y esbozó esa sonrisa íntima y cariñosa que le recordó que en Wynborough la esperaba una vida que no lo incluía a él.

Ness: Anne es dos años menor que yo. Es la más tranquila. A menos que la enfurezcas. Era ella quien ponía los frenos en algunos de nuestros planes más descabellados.

Zac: ¿Así que tú eras la más salvaje?

Ness: No del todo. Selena es la pequeña. De niña todos la tratábamos como a una pequeña princesa, y la malcriamos. Si no fuera tan dulce, sería terrible. Es capaz de ganarse a cualquiera. A ella se le ocurrían las ideas más locas. Cuando tenía doce años, tuvo la idea de colocar sobre una puerta un cubo con sirope y otro con plumas. Anne intentó disuadirnos, pero llegó a la conclusión de que podía ser divertido y lo aceptó. Lo preparamos en el establo, donde podíamos escondernos en el depósito de heno, arriba, y mirar. Supusimos que caería sobre uno de los mozos de cuadra, con un poco de suerte sobre el adiestrador.

Zac: ¿Y qué pasó?

Ness: Por desgracia para nosotras -meneó la cabeza, fingiendo pesar-, ese día mi padre decidió salir a dar un paseo a caballo.

Zac: ¿Echasteis sirope sobre el rey?

Aún sentía lo suficiente sus raíces reales como para mostrar horror. Imaginó la ira de su padre ante una broma semejante.

Ness: Y plumas.

Zac: Recuérdame que no conozca el lado malo de tu hermana Selena.

En ese momento la atmósfera volvió a cambiar. Ella se puso seria al instante y se dedicó a comer su taco.

Ness: Dudo que tengáis la ocasión de conoceros -indicó-.

Se sintió irritado por su actitud, y antes de poder contenerse, se inclinó sobre la pequeña mesa hasta quedar frente a su cara.

Zac: Como padre de tu hijo, tarde o temprano voy a conocer a toda tu familia.

Ness: ¿Por qué? -él vio que la había desconcertado, pero Vanessa no quería ceder-. No vamos a casarnos. Apenas nos conocemos.

Zac: Por si aún no te has dado cuenta -repuso más molesto todavía-, vamos a llegar a conocernos mucho más.




Qué situación...

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2 comentarios:

Maria jose dijo...

Buen capítulo
Me gusto mucho
La relación entre zac y Vanessa está mejorando
Espero q no tarde en mucho y Vanessa quiera besarlo
Sigue pronto esta muy buena



Una pena la muerte del papá de Vanessa
Ella fue muy fuerte y todos la alabaron
En su actuación de anoche

Saludos

Unknown dijo...

Me encanto este capitulo!
La relacion de Zanessa va mejorando de a poco pero al menos es algo, no se porque Ness se muestra tan distante a Zac, sabemos que lo quiere.


Y estoy de acuerdo con Maria Jose, una pena la muerte del papa de Vanessa y ella es muy fuerte.

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