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martes, 29 de agosto de 2017

Capítulo 7


Podía haber puesto cualquier excusa, pero lo cierto era que no quería. Sabía que aquella cena era una encerrona de Zac, pero, mientras se abrochaba el ancho cinturón de cuero, descubrió que no le importaba. En realidad, casi sentía alivio porque fuera él quien hubiese tomado la decisión.

Estaba nerviosa, de eso no había duda. De pie ante el espejo de la cómoda respiró hondo varias veces. Sí, estaba nerviosa, pero no eran nervios de los que le hacían un nudo en el estómago, como cuando iba a una entrevista de trabajo. A pesar de no saber con certeza qué sentía hacia Zac Efron, se alegraba de no estar asustada.

Tomó el cepillo, observó su reflejo en el espejo y se alisó el pelo. No parecía alterada, se dijo. Eso era otro punto a su favor. El vestido negro de lana le sentaba bien, con su profundo escote y su cintura ajustada. El cinturón, de color rojo, acentuaba la cintura justo antes de que la falda se abriera en vuelo. Por alguna razón, el rojo le daba confianza. Los colores vivos le parecían un modo de defenderse como otro cualquiera, precisamente por ser una persona extremadamente discreta.

Se puso unos grandes pendientes en forma de espiral, también rojos. Como la mayoría de su ropa, el vestido era práctico. Servía lo mismo para ir a la oficina, a una reunión de la Asociación de Padres de Alumnos o a una comida de negocios. Esa noche, pensó con una media sonrisa, serviría además para una cita.

Intentó no pensar en cuánto tiempo hacía que no tenía una cita y se tranquilizó al reparar en que conocía a Zac lo suficiente como para mantener una conversación fluida toda la velada. Una velada de adultos. Lo cual le hacía mucha ilusión, pese a su adoración por Michael.

Al oír que llamaban a la puerta, se miró por última vez al espejo y fue a abrir. En cuanto abrió, su confianza se desvaneció.

Aquel no parecía Zac. Los vaqueros rotos y las sudaderas dadas de sí habían desaparecido. Aquel hombre lleva un traje oscuro con una camisa azul pálido. Y corbata. El botón superior de la camisa estaba abierto, y la corbata, de seda azul oscuro, tenía un nudo bajo y flojo. Iba perfectamente afeitado y su pelo caía, rubio y lustroso, sobre las orejas y el cuello de la camisa.

De improviso, Vanessa se sintió tímida y apocada.

Sin embargo, estaba guapísima. Zac se turbó ligeramente al mirarla. Los zapatos de noche la alzaban hasta un par de centímetros por debajo de su altura, de modo que prácticamente podían mirarse de frente a los ojos. Al ver su expresión de timidez, Zac se relajó un poco y le ofreció una sonrisa.

Zac: Parece que he escogido el color adecuado -dijo, dándole un ramo de rosas rojas-.

Ella sabía que era absurdo que una mujer de su edad se aturdiera por unas simples flores. Pero sintió que el corazón le daba un vuelco al recogerlas.

Zac: ¿Otra vez se te ha olvidado el diálogo?

Ness: ¿El diálogo?

Zac: Gracias.

El aroma de las rosas flotaba a su alrededor, suave y dulce.

Ness: Gracias.

Él tocó un pétalo. Ya sabía que la piel de Vanessa tenía casi aquel mismo tacto.

Zac: Ahora se supone que tienes que ponerlas en agua.

Sintiéndose una estúpida, Vanessa retrocedió.

Ness: Sí, claro. Pasa.

Zac: La casa parece otra sin Mike -comentó cuando Vanessa fue a buscar un jarrón-.

Ness: Sí. Cada vez que se va a dormir a casa de algún amigo, me cuesta horas acostumbrarme al silencio.

Zac la había seguido a la cocina. Vanessa se puso a trastear arreglando las rosas. «Soy una mujer adulta», se decía. «El hecho de que no haya tenido una cita desde que iba al instituto no significa que no recuerde cómo comportarme» .

Zac: ¿Qué sueles hacer cuando tienes una noche libre?

Ness: Oh, leo, o me quedo viendo una película hasta tarde -se dio la vuelta con el Jarrón y estuvo a punto de chocar con Zac-.

El agua se agitó al borde del recipiente.

Zac: Ya casi no se te nota lo del ojo -señaló suavemente el moratón, que apenas era ya una tenue sombra-.

Ness: No era para tanto -notaba la garganta seca. Aunque fuera una mujer adulta, se alegraba enormemente de que el jarrón se interpusiera entre ellos-. Voy por el abrigo.

Dejó las rosas en la mesa, junto al sofá, y se acercó al armario. Ya había metido un brazo en la manga cuando Zac se aproximó para ayudarla. Hacía que aquel gesto común y corriente pareciera sensual, pensó Vanessa, mirando al frente. Zac le rozó los hombros con las manos, las dejó allí un instante y luego las bajó a lo largo de sus brazos y volvió a subirlas para sacarle el pelo de debajo del cuello del abrigo.

Vanessa cerró los puños y giró la cabeza.

Ness: Gracias.

Zac: De nada -sin apartar las manos de sus hombros, la obligó a darse la vuelta para mirarlo-. Quizá te sientas mejor si nos quitamos esto del medio ahora mismo -la besó suavemente, pero con firmeza. Las manos rígidas de Vanessa se aflojaron. Aquel beso no era exigente, ni apasionado. Pero su comprensión la conmovió profundamente-. ¿Te sientes mejor? -murmuró-.

Ness: No estoy segura.

Riendo, él volvió a rozarle levemente los labios.

Zac: Pues yo sí -tomándola de la mano, se dirigió hacia la puerta-.


El restaurante era francés, discreto y selecto. Las paredes, cubiertas de un papel de pálidas flores, refulgían a la suave luz y el parpadeo de las velas. Los clientes hablaban en voz baja sobre manteles de hilo y copas de cristal. El bullicioso ajetreo de las calles que daba más allá de las puertas de cristal esmerilado.

**: Ah, señor Efron, hacía mucho que no lo veíamos por aquí -el maître se acercó a darles la bienvenida-.

Zac: Sabes que siempre vuelvo por vuestros caracoles.

Riendo, el maître le indicó a un camarero que se alejara.

**: Buenas noches, mademoiselle. Permítanme conducirlos a su mesa.

El pequeño reservado, iluminado por la luz de las velas y oculto a la vista de los demás comensales, era un lugar para darse las manos y compartir secretos íntimos. Al sentarse, sus piernas se rozaron.

**: El sumiller vendrá enseguida. Que disfruten de la velada.

Ness: No hace falta preguntar si ya habías estado aquí antes.

Zac: De vez en cuando me canso de las pizzas congeladas. ¿Te apetece champán?

Ness: Me encantaría.

Él pidió una botella y el sumiller pareció complacido por su elección. Vanessa abrió la carta y suspiró al leer los refinados nombres de los platos.

Ness: Me acordaré de esto la próxima vez que le dé un mordisco a medio sándwich de atún entre cita y cita.

Zac: ¿Te gusta tu trabajo?

Ness: Mucho -se preguntó qué sería el soufflé de crabe-. Rasen es un incordio, pero también hace que te esfuerces por ser eficiente.

Zac: Y a ti te gusta ser eficiente.

Ness: Es importante para mí.

Zac: ¿Y qué más es importante para ti, aparte de Mike?

Ness: La estabilidad -lo miró con una media sonrisa-. Aunque supongo que eso también tiene que ver con Mike. La verdad es que en los últimos años todo lo que se ha vuelto importante para mí tiene que ver con Mike.

Alzó la mirada cuando el sumiller les llevó el vino y, con toda ceremonia, se lo dio a probar a Zac. Vanessa vio que el vino, frío y dorado, colmaba su copa.

Zac: Por Mike, entonces -dijo alzando su copa para brindar-. Y por su fascinante mamá.

Vanessa bebió un sorbo, un poco asombrada porque supiera tan bien. Había probado el champán otras veces, pero, como casi todo lo que tenía que ver con Zac, nunca de aquel modo.

Ness: Nunca me he considerado fascinante.

Zac: A mí me fascina una mujer bonita criando a un hijo sola en una de las ciudades más conflictivas del mundo -bebió un sorbo y sonrió-. Y, además, tienes unas piernas increíbles.

Ella se echó a reír y, pese a que Zac la tomó de la mano, no sintió vergüenza.

Ness: Eso ya me lo habías dicho antes. Por lo menos, largas sí que son. Era más alta que mi hermano hasta que salió del instituto, cosa que lo ponía furioso. Así que me pusieron de mote «la Larga».

Zac: A mí me llamaban «el Alambre».

Ness: ¿El alambre?

Zac: Sí, por lo flacucho.

Por encima del vaso, Vanessa observó su ancho torso cubierto por la chaqueta del traje.

Ness: No me lo creo.

Zac: Algún día, si estoy lo bastante borracho, te enseñaré fotos.

Zac pidió la cena en un francés impecable. Vanessa estaba boquiabierta de asombro. Aquel era el escritor de cómics, pensó, el mismo que construía castillos de nieve y hablaba con su perro. Notando su mirada de asombro, Zac arqueó una ceja.

Zac: Pasé un par de veranos en París durante el instituto.

Ness: Ah -de pronto, ella recordó de dónde procedía-. Dijiste que no tienes más hermanos. ¿Tus padres viven en Nueva York?

Zac: No -desgajó un pedazo de crujiente pan francés-. Mi madre hace un viaje relámpago de vez en cuando para comprar o ir al teatro, y mi padre viene a veces por asuntos de negocios, pero Nueva York no es de su estilo. Siguen viviendo casi todo el año en Newport, donde yo crecí.

Ness: Ah, Newport. Nosotros pasamos por allí una vez, cuando yo era pequeña. En verano, siempre íbamos de vacaciones en coche, dando tumbos de un lado para otro -se puso el pelo tras la oreja sin darse cuenta, ofreciéndole a Zac una deliciosa vista de su cuello-. Recuerdo las casas, esas enormes mansiones con columnas y flores y árboles ornamentales. Hasta hicimos fotos. Nos parecía increíble que alguien viviera allí -se interrumpió de repente y miró a Zac, que tenía una expresión divertida-. Y resulta que tú vivías allí.

Zac: Es curioso. Yo en verano pasaba mucho tiempo observando a los turistas con unos prismáticos. Puede que enfocara a tu familia.

Ness: Éramos los de la ranchera con las maletas atadas en la baca.

Zac: Claro, ya me acuerdo -le ofreció un trozo de pan-. Os envidiaba un montón.

Ness: ¿De veras? -se detuvo con el cuchillo de la mantequilla en el aire-. ¿Y eso por qué?

Zac: Porque ibais de vacaciones y comíais perritos calientes. Y porque dormíais en moteles con máquinas de refrescos en la puerta y jugabais al bingo en el coche entre ciudad y ciudad.

Ness: Sí -murmuró-. Creo que eso lo resume muy bien.

Zac: No pretendo hacerme el pobre niño rico -añadió al ver que sus ojos cambiaban de expresión-. Solo digo que tener una casa enorme no es necesariamente mejor que tener una ranchera -volvió a llenarle la copa de vino-. En cualquier caso, pasé mi etapa de rebelde al que le importa un comino el dinero hace mucho tiempo.

Ness: No sé si creerlo, viniendo de alguien que deja que el polvo se acumule encima de sus muebles Luis XV.

Zac: Eso no es rebeldía, es pereza.

Ness: Además de un pecado -añadió-. Me dan ganas de agarrar un trapo y un bote de cera.

Zac: Si te apetece limpiarme la caoba, hazlo con toda libertad.

Ella alzó una ceja al ver que Zac le sonreía.

Ness: ¿Y qué hacías durante tu etapa de rebelde?

Le acarició levemente las puntas de los dedos. Zac apartó la mirada de sus manos unidas y la miró a los ojos.

Zac: ¿De veras quieres saberlo?

Ness: Sí.

Zac: Entonces, hagamos un trato. La historia de una vida ligeramente abreviada por otra.

Vanessa comenzaba a sentirse osada pero no por el vino, sino por él.

Ness: Está bien. Tú primero.

Zac: Empezaré diciendo que mis padres querían que fuera arquitecto. Era la única profesión práctica y aceptable en la que, según ellos, podía utilizar mis habilidades artísticas. Las historietas que dibujaba no los entusiasmaban precisamente. En realidad, los dejaban atónitos, así que procuraban ignorarlas. Nada más salir del instituto, decidí dedicar mi vida al arte.

Les sirvieron los entrantes. Zac suspiró entusiasmado al ver los caracoles.

Ness: Así que, ¿te viniste a Nueva York?

Zac: No, a Nueva Orleáns. En aquella época aún no podía disponer de mi dinero, aunque no creo que lo hubiera utilizado, de todos modos. Como me negaba a recurrir al respaldo económico de mis padres, Nueva Orleáns era el lugar más cercano a París al que podía permitirme ir. Y la verdad es que me encantaba. Me moría de hambre, pero me encantaba la ciudad. Esas tardes bochornosas y sofocantes, el olor del río... Era mi primera gran aventura. ¿Quieres uno? Están buenísimos.

Ness: No, yo...

Zac: Vamos, me lo agradecerás -le acercó su tenedor a los labios-.

Vanessa abrió la boca a regañadientes.

Ness: Mmm -el sabor del caracol se deslizó, cálido y exótico, por su lengua-. No es lo que esperaba.

Zac: Eso suele pasar con las cosas que valen la pena.

Ella alzó su copa y se preguntó qué diría Michael cuando le contara que se había comido un caracol.

Ness: Bueno, ¿y qué hiciste en Nueva Orleáns?

Zac: Monté un caballete en Jackson Square y me ganaba la vida retratando a los turistas y vendiendo acuarelas. Viví tres años en una habitación en la que me cocía en verano y me helaba en invierno. Y, sin embargo, me consideraba un tipo con suerte.

Ness: ¿Qué ocurrió?

Zac: Había una mujer. Yo creía estar loco por ella, y viceversa. Hacía de modelo para mí cuando pasé mi etapa Matisse. Deberías haberme visto entonces. Tenía el pelo tan largo como tú, y lo llevaba echado hacia atrás y atado con una tira de cuero. Incluso llevaba un pendiente de oro en la oreja izquierda.

Ness: ¿Llevabas un pendiente?

Zac: No te rías; ahora están muy de moda, pero entonces me adelanté a mi tiempo -les retiraron los aperitivos y les pusieron los platos para las ensaladas-. En cualquier caso, aquella chica y yo jugábamos a las casitas en mi pequeña y mísera habitación. Una noche que había bebido demasiado vino, le hablé de mis padres y le dije que nunca entenderían mi vena artística. Se puso absolutamente furiosa.

Ness: ¿Con tus padres?

Zac: Eres un encanto -dijo inesperadamente, y le besó la mano-. No, se puso furiosa conmigo. Era rico y no se lo había dicho. Tenía montones de dinero y esperaba que se conformara con vivir en una habitación mugrienta y diminuta, guisando judías pintas con arroz en un infiernillo. Lo más curioso de todo es que yo de veras le gustaba cuando pensaba que era pobre, pero en cuanto averiguó que no lo era, y que no pensaba utilizar lo que tenía a mi alcance, y, por asociación, al suyo, se puso frenética. Tuvimos una discusión tremebunda, en el transcurso de la cual me informó de lo que realmente pensaba de mí y de mi trabajo.

Vanessa se imaginó a aquel joven Zac, idealista y lleno de ímpetu.

Ness: La gente dice cosas que no siente cuando se enfada.

Él le alzó la mano y le besó los dedos.

Zac: Sí, eres realmente un encanto -sin soltarla, añadió-: Fuera como fuese, se fue, dándome la oportunidad de hacer inventario de mi vida. Llevaba tres años viviendo al día, diciéndome que era un gran artista cuyo gran momento aún tenía que llegar. Lo cierto es que no era un gran artista. Era un habilidoso, pero no grande. Así que cambié Nueva Orleáns por Nueva York y el diseño gráfico. Aquello se me daba bien. Trabajaba rápido, metido en mi pequeño cubículo, por lo general dejaba contento al cliente... y era muy infeliz. Pero gracias a aquella experiencia conseguí un puesto en la Universal, al principio como coloreador; luego, como ilustrador. Y después... -alzó su copa en un brindis-, llegó Zark. El resto es historia.

Ness: Eres feliz -giró la mano bajo la de él de modo que sus palmas se tocaron-. Se nota. Hay poca gente que esté tan contenta consigo misma como tú, y tan a gusto con su trabajo.

Zac: Me ha costado bastante tiempo.

Ness: ¿Y tus padres? ¿Te has reconciliado con ellos?

Zac: Hemos llegado a la conclusión de que nunca nos entenderemos, pero seguimos siendo familia. Yo sigo teniendo mi cartera de acciones, de modo que pueden decirles a sus amigos que lo de los cómics no es más que una diversión. Lo cual es cierto, en parte -pidió otra botella de champán para acompañar el plato principal-. Ahora te toca a ti.

Ella sonrió y dejó que el delicado soufflé se derritiera en su boca.

Ness: Yo no puedo hablar de algo tan exótico como una buhardilla de artista en Nueva Orleáns. Tuve una infancia normal y corriente en una familia como otra cualquiera. Juegos de mesa los sábados por la noche y asado los domingos. Mi padre tenía un buen trabajo y mi madre se quedaba en casa, cuidando de todo. Nos queríamos mucho, pero no siempre nos llevábamos bien. Mi hermana era muy extrovertida, hacía de jefa de animadoras y esas cosas. Yo, en cambio, era espantosamente tímida.

Zac: Sigues siendo tímida -dijo suavemente, entrelazando sus dedos con los de ella-.

Ness: Creía que no se me notaba.

Zac: Es una timidez muy atrayente. ¿Qué me dices del padre de Mike? -sintió que su mano se crispaba-. Tenía ganas de preguntártelo, Vanessa, pero no hace falta que hablemos de ello, si te molesta.

Ella apartó la mano y tomó la copa. El champán estaba frío y burbujeaba.

Ness: Fue hace mucho tiempo. Nos conocimos en el instituto. Michael se parece mucho a él, así que, como podrás suponer, era muy guapo. Y también era un poco salvaje, lo cual a mí me atraía como un imán -se encogió de hombros ligeramente, inquieta, pero decidió concluir lo que había empezado-. Yo era muy tímida y un tanto retraída, así que él me parecía excitante, incluso desmesurado. Me enamoré locamente de él la primera vez que se fijó en mí. Fue así de simple. En cualquier caso, salimos juntos dos años y nos casamos unas semanas después de acabar el instituto. Yo tenía dieciocho años recién cumplidos y estaba absolutamente convencida de que el matrimonio iba a ser una aventura tras otra.

Zac: ¿Y fue así? -preguntó viendo que se detenía-.

Ness: Durante un tiempo, sí. Éramos jóvenes, así que nos traía sin cuidado que Andrew fuera de trabajo en trabajo, o largarnos de pronto durante semanas enteras. Una vez vendió el cuarto de estar que mis padres nos habían comprado como regalo de boda para que nos fuéramos de viaje a Jamaica. Nos parecía impetuoso y romántico, y en aquella época no teníamos más responsabilidad que nosotros mismos. Luego, yo me quedé embarazada -se detuvo otra vez y, al mirar hacia atrás, recordó la emoción, el asombro y el miedo que le produjo la idea llevar un hijo en sus entrañas-. Me puse muy contenta. Andrew se puso como loco y empezó a comprar cochecitos y sillitas a plazos. No teníamos dinero, pero éramos optimistas, hasta cuando, al final del embarazo, tuve que empezar a trabajar solo media jornada y cuando, al nacer Michael, tuve que dejar el trabajo. Era un bebé precioso -se rió suavemente-. Sé que todas las madres dicen lo mismo, pero te aseguro que era la cosa más bonita que había visto nunca. Me cambió la vida. A Andrew, en cambio, no -empezó a juguetear con el pie de la copa y procuró ordenar aquellos pensamientos en los que hacía tanto tiempo que no se permitía reparar-. En aquel momento no lo entendí, pero Andrew soportaba muy mal la carga de la responsabilidad. Odiaba que no pudiéramos salir cuando nos viniera en gana, ir al cine o a bailar cada vez que nos apeteciera. Seguía siendo muy alocado con el dinero, y, por Mike, yo tenía que compensar su derroche.

Zac: En otras palabras -dijo suavemente-, que maduraste.

Ness: Sí -la sorprendió, y en cierto modo la alivió, que lo comprendiera al instante-. Andrew quería volver a nuestra vida de antes, pero ya no éramos niños. Al mirar atrás, me doy cuenta de que tenía celos de Michael, pero en aquel momento yo solo quería que madurara, que fuera un buen padre, que se hiciera cargo de sus responsabilidades. A los veinte seguía siendo el chico de dieciséis al que conocí en el instituto, pero yo ya no era la misma. Era madre. Volví a trabajar porque pensaba que el dinero extra aliviaría un poco la tensión. Un día, volví a casa después de recoger a Michael en casa de la niñera, y Andrew se había ido. Había dejado una nota diciendo que ya no aguantaba más estar atado.

Zac: ¿Tú sabías que pensaba marcharse?

Ness: No, no lo sabía. Seguramente no fue más que un impulso. Andrew siempre hacía las cosas así. Sin duda no se le ocurrió pensar que era una deserción. Para él, solo significaba seguir adelante con su vida. Creyó que era justo por no llevarse más que la mitad del dinero, pero me dejó todas las deudas. Tuve que buscarme otro trabajo de media jornada por las tardes. Odiaba dejar a Mike con una niñera y no verlo nunca. Esos seis meses fueron los peores de mi vida -sus ojos se ensombrecieron un momento. Después, sacudió la cabeza y lo relegó de nuevo todo al pasado-. Al cabo de un tiempo conseguí enderezar las cosas lo suficiente como para dejar el trabajo de por las tardes. Más o menos por entonces llamó Andrew. Era la primera vez que tenía noticias suyas desde que se marchó. Se mostró muy cordial, como si no fuéramos más que simples conocidos. Me dijo que iba de camino a Alaska a trabajar. Cuando colgó, llamé a un abogado. Me fue muy fácil conseguir el divorcio.

Zac: Debió de ser duro para ti. Podías haber vuelto a casa de tus padres.

Ness: No. Estuve mucho tiempo furiosa. La rabia me hizo quedarme aquí, en Nueva York, para intentar sacar adelante a Michael. Cuando se difuminó, ya lo había conseguido.

Zac: ¿Nunca ha vuelto a ver a Mike?

Ness: No, nunca.

Zac: Él se lo pierde -la tomó de la barbilla y se inclinó para besarla suavemente-. Sí, él se lo pierde.

Ella le acarició la mejilla casi sin pensarlo.

Ness: Lo mismo que la chica de Nueva Orleáns.

Zac: Gracias -le besó ligeramente los labios otra vez, saboreando su suave gusto a champán-. ¿Postre?

Ness: ¿Mmm? -Zac sintió un rapto de emoción al oír su suave suspiro-. No, creo que será mejor prescindir del postre.

Él se echó hacia atrás ligeramente y, tras hacerle una seña al camarero, le sirvió a Vanessa lo que quedaba del champán.

Zac: Creo que deberíamos caminar un rato.

El aire afilado resultaba casi tan estimulante como el vino. Sin embargo, el vino la calentaba por dentro y hacía que se sintiera como si pudiera andar kilómetros y kilómetros sin sentir el viento. No se quejó cuando Zac le pasó el brazo por los hombros, ni porque fuera él quien marcara el rumbo de su paseo. La traía sin cuidado por dónde pasaran, con tal de que los sentimientos que se agitaban en su interior no se desvanecieran.

Sabía lo que era enamorarse, estar enamorada. El tiempo se hacía más lento. Cuanto había alrededor parecía pasar a toda prisa, pero nítidamente. Los colores eran más vivos, los sonidos más agudos, y hasta en lo más crudo del invierno olía a flores. Había estado allí una vez antes, pero creía que jamás volvería a hallar aquel lugar. Una parte de su cerebro seguía luchando por recordarle que aquello no podía ser amor, que no debía serlo. Pero ella sencillamente hacía oídos sordos. Esa noche, solo era una mujer.

Había patinadores en el Rockefeller Center, deslizándose en círculos sobre el hielo al son de la música que flotaba. Vanessa los observó, refugiada al calor de los brazos de Zac. La mejilla de este reposaba sobre su pelo, y ella sentía el ritmo pausado y firme de su corazón.

Ness: A veces traigo a Mike a patinar aquí los domingos, o solo a mirar, como ahora. Pero esta noche parece distinto -giró la cabeza y sus labios quedaron casi pegados a los de Zac-. Esta noche, todo parece distinto.

Zac se dio cuenta de que, si seguía mirándolo así, acabaría rompiendo su promesa de darle tiempo para que aclarara sus ideas y la metería en el primer taxi que pasara por allí para tenerla en su casa, y en su cama, antes de que aquella mirada desapareciera. Sacando fuerzas de flaqueza, hizo que se moviera ligeramente y le rozó la frente con los labios.

Zac: Las cosas parecen distintas de noche. Sobre todo, si se ha bebido champán -se relajó de nuevo, sintiendo que Vanessa apoyaba la cabeza sobre su hombro-. Todo parece más bonito. No necesariamente realista, pero bonito. Hay tiempo de sobra para ser realista de nueve a cinco.

Ness: Tú no -ajena al tira y afloja que se disputaba dentro de Zac, ella se volvió en sus brazos-. Tú creas fantasías de nueve a cinco, o a la hora que quieras.

Zac: Deberías oír la que se me está ocurriendo ahora mismo... -respiró hondo una vez más-. Vamos a caminar un poco más. Así podrás contarme una de las tuyas.

Ness: ¿Una fantasía? -se puso fácilmente a su paso-. Imagino que no son tan alocadas como las tuyas. Solo quiero una casa.

Zac: ¿Una casa? -se dirigió hacia el parque, confiando en que, cuando llegaran a casa, los efectos del champán ya se habrían disipado-. ¿Qué clase de casa?

Ness: Una casa de campo, una de esas grandes y viejas granjas con postigos en las ventanas y rodeada de porches. Y con montones de ventanas para ver los bosques. Porque, naturalmente, tendría que haber bosques. Dentro, los techos serían muy altos y las chimeneas muy grandes. Y fuera habría un jardín con jazmines trepando por las arcadas -sentía el aguijón del invierno en las mejillas y, sin embargo, casi olía a verano-. Se oiría zumbar a las abejas todo el verano. Habría un gran patio, y Michael podría tener un perro. Pondría un balancín en el porche para sentarme fuera por las noches y mirarlo atrapar luciérnagas y guardarlas en un frasco -se echó a reír y reposó la cabeza sobre su hombro-. Ya te he dicho que no era muy excitante.

Zac: Me gusta -le gustaba tanto que podía dibujar todo cuanto Vanessa le había descrito, la casa con los postigos blancos y el tejado a dos aguas, con un establo a los lejos-. Pero tendrá que haber un riachuelo para que Michael pesque.

Ella cerró los ojos un momento y luego sacudió la cabeza.

Ness: Me encantaría, pero creo que no podría cebar el anzuelo. Construir una casa en un árbol, puede batear una pelota. Pero de gusanos, nada.

Zac: ¿Sabes batear?

Ella alzó la cabeza y sonrió.

Ness: Por supuesto. El año pasado, ayudaba a entrenar en la liguilla del colegio.

Zac: Estás llena de sorpresas. ¿Llevas pantalones cortos cuando estás en el banquillo?

Ness: Estás obsesionado con mis piernas.

Zac: Entre otras cosas -la condujo al interior de su edificio, hacia los ascensores-.

Ness: Hacía muchísimo tiempo que no pasaba una noche como esta.

Zac: Yo también.

Ella se retiró un poco para mirarlo mientras comenzaba el ascenso.

Ness: Me he estado preguntando por eso. Por el hecho de que no parezcas estar con nadie.

Él le tocó la barbilla con la punta del dedo.

Zac: ¿No estoy con nadie?

Ella percibió la señal de advertencia, pero no supo qué hacer al respecto.

Ness: Quiero decir que nunca te he visto salir con ninguna mujer.

Divertido, él deslizó el dedo por su cuello.

Zac: ¿Te parezco un monje?

Ness: No -azorada e inquieta, se apartó-. No, claro que no.

Za: La verdad es que, después de una larga temporada de promiscuidad y desenfreno, se pierde el gusto por esas cosas. Estar con una mujer sólo porque no te apetece estar solo no resulta muy satisfactorio.

Ness: A juzgar por las cosas que cuentan las chicas solteras de la oficina, hay muchos hombres que no estarían de acuerdo contigo.

Él se encogió de hombros mientras salían del ascensor.

Zac: Se nota que no sales mucho a ligar por ahí -Vanessa, que estaba buscando la llave, frunció el ceño-. Eso pretendía ser un cumplido. Lo que quiero decir es que se convierte en un gran esfuerzo o en un aburrimiento y...

Ness: Y estás en edad de tener una relación estable y duradera.

Zac: Lo dices con cinismo. Eso no es propio de ti, Vanessa -se apoyó contra la jamba mientras ella abría la puerta-. En fin, a mí no se me da bien andarme por las ramas. ¿Vas a invitarme a entrar?

Ella titubeó. El paseo la había despejado un poco y las dudas volvían a asaltarla. Sin embargo, aún resonaba en su cabeza el eco de lo que había sentido abrazada a Zac al frío de aquella noche. Y el clamor de ese eco era mucho más fuerte que el de las dudas.

Ness: Está bien. ¿Quieres un café?

Zac: No -se quitó el abrigo sin dejar de mirarla-.

Ness: No es molestia. Solo tardaré un minuto.

Él la tomó de las manos.

Zac: No quiero café, Vanessa. Te quiero a ti -le quitó el abrigo de encima de los hombros-. Te deseo tanto que no sé ni lo que hago.

Ella no se apartó. Se quedó allí de pie, esperando.

Ness: No sé qué decir. He perdido la práctica.

Zac: Lo sé -le pasó una mano por el pelo y, por primera vez, sus nervios se hicieron evidentes-. Y he pensado mucho en ello. No quiero seducirte -se echó a reír y retrocedió unos pasos-. Qué tontería. Claro que quiero.

Ness: Yo sabía que... Intentaba convencerme de que no, pero sabía que, si salía contigo, acabaríamos aquí esta noche -se llevó una mano a la tripa, notando un nudo en el estómago-. Creo que, en cierto modo, esperaba que me arrastraras para no tener que tomar una decisión.

Él se volvió para mirarla.

Zac: Eso es escurrir el bulto, Vanessa.

Ness: Lo sé -no se atrevía a mirarlo-. Nunca he estado con nadie más que con el padre de Mike. La verdad es que nunca he querido.

Zac: ¿Y ahora? -solo quería una palabra, una única palabra-.

Ella apretó los labios.

Ness: Hace tanto tiempo, Zac... Estoy asustada.

Zac: ¿Serviría de algo si te dijera que yo también?

Ness: No sé.

Zac: Vanessa -acercándose a ella, le puso las manos sobre los hombros-. Mírame -ella hizo lo que le pedía; sus ojos, claros y grandes, tenían una expresión doliente-. Quiero que estés segura, porque no deseo que te arrepientas por la mañana. Dime qué quieres.

Su vida parecía ser una serie de decisiones sin fin. No había nadie que le dijera qué estaba bien y qué mal. Como de costumbre, se recordó que, una vez tomada la decisión, sería ella quien tendría que afrontar las consecuencias y aceptar la responsabilidad.

Ness: Quédate conmigo esta noche -musitó-. Quiero estar contigo.




¡Por fin!
¡El próximo capi va a estar muy bien!

Al anónimo que me preguntó por una novela: lo siento, no tengo ni idea sobre esa novela. No me suena nada.

¡Gracias por leer!


viernes, 25 de agosto de 2017

Capítulo 6


Zac estaba forrado.

Vanessa aún estaba aturdida cuando llegó a casa. Su vecino de abajo, aquel de los pies desnudos y los vaqueros rotos, era el heredero de una de las mayores fortunas del país.

Vanessa se quitó el abrigo y, a pesar de que no solía hacerlo, fue a guardarlo al armario. El hombre que se pasaba la vida relatando las nuevas aventuras del Comandante Zark procedía de una familia dueña de caballos de polo y casas de verano. Y, sin embargo, vivía en el cuarto piso de un edificio de apartamentos normal y corriente, en Manhattan.

Además, se sentía atraído por ella. Vanessa tendría que haber estado ciega y sorda para no darse cuenta de ello, pero, a pesar de que hacía semanas que lo conocía, él no había mencionado ni una sola vez su familia ni su posición a fin de impresionarla.

¿Quién era?, se preguntaba Vanessa. Creía haber empezado a conocerlo y, sin embargo, de pronto volvía a ser un perfecto desconocido.

Tenía que llamarlo, decirle que ya estaba en casa y que hiciera subir a Michael. Vanessa miró el teléfono experimentando una aguda sensación de embarazo. Le había echado un rapapolvo por contarle una trola al señor Rosen. Y después lo había perdonado haciendo gala de compasión y, probablemente, también de condescendencia. Todo lo cual empeoraba lo que más odiaba en el mundo: hacer el ridículo.

Maldiciendo, Vanessa levantó el teléfono. Se habría sentido mucho mejor si hubiera podido atizar a Zachary Efron II con él en la cabeza. Había marcado la mitad de los números cuando oyó la risa de Michael y un ruido de pasos precipitados en el pasillo de fuera. Abrió la puerta y vio a su hijo sacándose la llave del bolsillo.

Los dos iban cubiertos de nieve. La que empezaba a derretirse goteaba del gorro de esquí y de las punteras de las botas de Michael. Parecían haber estado revolcándose por el suelo.

Mike: Hola, mamá. Hemos estado en el parque. Nos hemos pasado por casa de Zac para recoger la bolsa y luego subimos directamente aquí pensando que ya estarías en casa. Ven, sal con nosotros.

Ness: Creo que no voy vestida para guerras de nieve.

Ella sonrió y sacudió el gorro cubierto de nieve de su hijo, pero no se atrevió a alzar la mirada, y Zac lo notó.

Zac: Bueno, pues cámbiate -se apoyó en la jamba, ignorando la nieve que caía de sus pies-.

Mike: He construido un castillo. Anda, ven a verlo. Ya había empezado a hacer un soldado de nieve, pero Zac dijo que teníamos que subir para que no te preocuparas.

Ella alzó la mirada.

Ness: Te lo agradezco.

Él la miraba pensativamente. Demasiado pensativamente, concluyó Vanessa.

Zac: Mike dice que haces unos muñecos de nieve fantásticos.

Mike: Venga, mamá... ¿Y si viene una ola de calor de esas raras y mañana ya no hay nieve? Podría ser, por el efecto invernadero, ¿sabes? Lo he leído.

Estaba atrapada y lo sabía.

Ness: Está bien, voy a cambiarme. ¿Por qué no le preparas a Zac un chocolate para entrar en calor?

Mike: ¡Vale! -se sentó en el suelo, al lado de la puerta-. Tienes que quitarte las botas -le dijo a Zac-. Se enfada si le dejas huellas en la alfombra.

Zac se desabrochó la chaqueta mientras Vanessa se alejaba.

Zac: Pues nosotros no queremos que se enfade.

Quince minutos después, Vanessa se había puesto unos pantalones de pana, un grueso jersey y unas botas viejas. En lugar del abrigo rojo, llevaba una parca azul un tanto desgastada. Mientras caminaban por el parque, Zac llevaba una mano sujetando la correa de Tas y la otra en el bolsillo. Ignoraba por qué le gustaba tanto veda así vestida, informalmente, con Michael de la mano. No sabía a ciencia cierta por qué deseaba pasar un rato con ella, pero era él quien le había sugerido a Michael que subieran juntos a convencer a Vanessa de que los acompañara.

El invierno le gustaba. Respiró profundamente una bocanada de aire frío mientras caminaban sobre la nieve suave y profunda de Central Park. La nieve y el aire punzante lo embelesaban, sobre todo cuando los árboles aparecían cubiertos de un dosel blanco y podían fabricarse castillos de nieve.

De niño, pasaba a menudo el invierno en el Caribe, lejos de lo que su madre llamaba «la suciedad y las molestias de la gran ciudad». Él se había aficionado al buceo y la arena blanca, pero siempre le había parecido que, en Navidad, lo suyo era estar entre abetos y no entre palmeras. Los inviernos que más le gustaban eran los que pasaban en la casa de campo de su tío en New Hampshire, donde había bosques para pasear y colinas por las que deslizarse en trineo. Cosa extraña, llevaba unas semanas pensando en volver allí cuando los Hudgens aparecieron dos pisos más abajo. Hasta ese instante, mientras paseaban por Central Park, no se había dado cuenta de que había apartado aquel plan a un rincón de su mente en cuanto conoció a Vanessa y a su hijo.

Ella parecía azorada, molesta e incómoda. Zac giró la cabeza y observó su perfil. Tenía las mejillas coloradas por el frío y procuraba que Michael caminara entre ellos dos. Zac se preguntaba si se daría cuenta de lo obvias que eran sus tácticas. Vanessa no usaba a su hijo como esos padres que utilizan a su prole para satisfacer sus propias ambiciones. Zac la admiraba por ello más de lo que era capaz de explicar. Pero, al poner a Michael en el centro, había relegado a Zac al nivel de amigo de su hijo.

Y así era, pensó Zac con una sonrisa. Sin embargo, no pensaba conformarse con eso.

Mike: Ahí está el castillo, ¿lo ves? -tiró de la mano de Vanessa y luego salió corriendo-.

Zac: Impresionante, ¿eh? -antes de que pudiera impedírselo, le pasó un brazo por los hombros-. Tiene mucho talento.

Vanessa procuró ignorar la cálida presión de su brazo y observó la obra de su hijo. Las paredes del castillo eran aproximadamente de sesenta centímetros de alto, lisas como piedra pulida, con un extremo en pendiente, de casi medio metro de altura, con forma de torre cilíndrica. Habían construido un arco de entrada lo bastante alto para que Michael cupiera bajo él a gatas. Al llegar junto al castillo, Vanessa vio que su hijo pasaba a cuatro patas por debajo y se ponía de pie dentro del castillo, con los brazos en alto.

Ness: Es fantástico, Mike. Supongo que tú también habrás puesto tu granito de arena -le dijo en voz baja a Zac-.

Zac: Bueno, sí, aquí y allá -sonrió, como si se estuviera riendo de sí mismo-. Mike es mejor arquitecto de lo que yo seré nunca.

Mike: Voy a acabar el soldado de nieve -pasó de nuevo por el arco arrastrándose boca abajo-. Haz tú uno, mamá, al otro lado del castillo. Serán los centinelas -comenzó a amontonar y alisar nieve sobre una figura medio formada-. Tú ayúdala, Zac, que este ya está casi hecho.

Zac: De acuerdo -recogió un puñado de nieve-. ¿Te molesta trabajar en equipo?

Ness: No, claro que no -sin mirado a los ojos, se arrodilló en la nieve-.

Zac dejó caer el puñado de nieve sobre su cabeza.

Zac: Suponía que era la forma más rápida de conseguir que me miraras -ella lo miró con enojo y empezó a hacer un montoncillo de nieve-. ¿Algún problema, señora Hudgens?

Ella siguió amontonando nieve y guardó silencio unos segundos.

Ness: He mirado el Quién es quién.

Zac: ¿Ah, sí? -se arrodilló a su lado-.

Ness: Estabas diciendo la verdad.

Zac: Lo hago de vez en cuando -empujó un poco más de nieve hacia el montón-. ¿Y?

Vanessa frunció el ceño y comenzó a darle forma al montón.

Ness: Me siento como una idiota.

Zac: Te dije la verdad y tú te sientes como una idiota -alisó minuciosamente la base del muñeco-. ¿Te importaría explicarme por qué?

Ness: Dejaste que te echara la bronca.

Zac: Es bastante difícil pararte cuando empiezas.

Vanessa empezó a achicar nieve con las dos manos para hacer las piernas del muñeco.

Ness: Me dejaste creer que eras un buen samaritano excéntrico y pobre. Hasta iba a ofrecerme a remendarte los vaqueros.

Zac: ¿De verdad? -conmovido, la agarró de la barbilla con el guante cubierto de nieve-. Eres un encanto.

Ella no estaba dispuesta a permitir que el atractivo de Zac disipara su enojo.

Ness: Lo cierto es que eres un buen samaritano excéntrico, pero rico -le apartó la mano y empezó a amontonar nieve para el torso-.

Zac: ¿Significa eso que no vas a remendarme los pantalones?

Una blanca vaharada acompañó el suspiro exasperado de Vanessa.

Ness: No quiero hablar más de esto.

Zac: Eso ni lo sueñes -reunió más nieve y consiguió enterrarla hasta los codos-. El dinero no debería molestarte, Vanessa. Trabajas en la banca.

Ness: El dinero no me molesta -liberó los brazos y le aplastó dos puñados de nieve en la cara. Para que no la viera reírse, se volvió de espaldas-. Preferiría que me hubieras aclarado la situación desde el principio, nada más.

Zac se quitó la nieve de la cara y, tomando otro puñado, sacó la lengua por un lado de la boca. Tenía mucha experiencia en cuestión de bolas de nieve decisivas.

Zac: ¿Y cuál es la situación según usted, señora Hudgens?

Ness: Te agradecería que dejaras de llamarse así en ese tono -se volvió justo a tiempo para recibir la bola de nieve entre los ojos-.

Zac: Lo siento -sonrió y empezó a sacudirle la chaqueta-. Se me ha escapado. En cuanto a la situación...

Ness: Entre nosotros no hay situación que valga -casi sin darse cuenta, lo empujó con tanta fuerza que Zac cayó de espaldas en la nieve-. Perdona -dijo, riendo-. Se me ha escapado. No sé por qué, cuando estoy contigo, siempre me dan ganas de hacer estas cosas -se sentó y siguió mirándola fijamente-. Lo siento -repitió-. Creo que lo mejor será olvidarnos del tema. Ahora, si te ayudo a levantarte, ¿prometes no vengarte?

Zac: Claro -le tendió la mano enguantada. En cuando Vanessa se la dio, tiró de ella. Vanessa se cayó de bruces-. Por cierto, yo no siempre digo la verdad -antes de que ella pudiera contestar, la envolvió en sus brazos y empezó a rodar por la nieve-.

Mike: Eh, que tenéis que hacer otro centinela.

Zac: Ahora vamos -le dijo a Mike mientras Vanessa recuperaba el aliento-. Le estoy enseñando a tu madre un juego nuevo. ¿Te gusta? -le preguntó a ella mientras se ponía sobre ella otra vez-.

Ness: Apártate. Tengo el jersey lleno de nieve, y los pantalones...

Zac: No intentes seducirme aquí. Tengo una voluntad de hierro. Puedo resistirme a eso y a más.

Ness: Estás loco -intentó sentarse, pero Zac la apretó debajo de sí-.

Zac: Puede ser -le lamió una mancha de nieve de la mejilla y sintió que se quedaba muy quieta-. Pero no soy tonto -su voz había cambiado. Ya no era la voz desenfadada y cordial de su vecino, sino la voz lenta y aterciopelada de un amante-. Tú sientes algo por mí. Puede que no te guste, pero así es.

Ella estaba sin aliento, y sabía que no era por el inesperado ejercicio. Él tenía los ojos muy azules a la luz del atardecer, y su pelo relucía, espolvoreado de nieve. Su cara estaba muy, muy cerca. Sí, sentía algo por él casi desde el mismo instante de conocerlo, pero ella tampoco era tonta.

Ness: Si me sueltas los brazos, te demostraré lo que siento.

Zac: ¿Por qué será que tengo la impresión de que no me gustaría? Pero da igual -la besó suavemente antes de que pudiera responder-. Vanessa, la situación es esta. Tú sientes algo por mí que no tiene nada que ver con el dinero, porque hasta hace unas horas no sabías que lo tenía. Algunos de esos sentimientos tampoco tienen nada que ver con el hecho de que sienta afecto por tu hijo. Son muy personales, muy... íntimos.

Tenía razón. A Vanessa le dieron ganas de asesinarlo por ello.

Ness: No me digas lo que siento.

Zac: Está bien -de pronto, se levantó y la ayudó a ponerse en pie. Luego, volvió a tomarla entre sus brazos-. Entonces, te diré lo que siento yo. Tú me importas, Vanessa. Más de lo que pensaba.

Ella palideció bajo las mejillas coloradas. Había una expresión exasperada en sus ojos cuando, sacudiendo la cabeza, intentó apartarse.

Ness: No digas eso.

Zac: ¿Por qué no? -procuró ser paciente y la miró con el ceño fruncido-. Ve haciéndote a la idea. Yo ya lo he hecho.

Ness: Esto no me interesa. No quiero sentirme así.

Él le echó la cabeza hacia atrás y la miró fijamente.

Zac: Tendremos que hablar de eso.

Ness: No. No hay nada de que hablar. Esto se nos está escapando de las manos.

Zac: No, todavía no -hundió los dedos entre su pelo sin dejar de mirarla-. Estoy casi seguro de que pronto se nos escapará de las manos, pero aún no lo ha hecho. Tú eres demasiado lista y demasiado fuerte para consentido.

Vanessa intentó convencerse de que, al cabo de un instante, recuperaría el aliento. En cuanto se apartara de él.

Ness: No me das miedo, ¿sabes?

Zac: Entonces, bésame -dijo con voz suave-. Casi es de noche. Bésame una vez antes de que se ponga el sol.

Ella se encontró de pronto inclinándose hacia él, con la cara alzada y los párpados cerrados, sin preguntarse por qué le parecía tan natural, tan delicioso, hacer lo que le pedía. Más tarde se haría preguntas, a pesar de que estaba segura de que las respuestas no serían fáciles de hallar. Pero, de momento, acercó sus labios a los de Zac y los sintió frescos y suaves.

El mundo era todo nieve y escarcha, castillos y cuentos de hadas, pero los labios de Zac eran reales. Se ajustaban a los suyos firmemente, entibiando su piel suave y sensitiva en tanto el latido presuroso de su corazón le caldeaba el cuerpo. A lo lejos se oía el trasiego de los coches que pasaban a toda prisa, pero allí, más cerca, a su lado, se oía el frote de sus chaquetas al abrazarse.

Zac quería suscitar su deseo, persuadirla, ver una sola vez que sus labios se curvaban en una sonrisa al apartarse de ella. Sabía que, a veces, incluso los hombres que preferían la acción y el impulso del momento debían proceder paso a paso. Sobre todo, siendo tan precioso el premio que los aguardaba.

Zac no estaba preparado para la aparición de Vanessa en su vida, pero creía que le sería más fácil que a ella aceptar lo que ocurría entre ellos. Vanessa seguía guardando secretos, heridas que solo en parte había curado. Sabía que no debía desear el poder de borrar todo aquello. Sus experiencias pasadas, todo cuanto le había ocurrido, formaban parte de aquella mujer de la que estaba a punto de enamorarse.

Así pues, procedería paso a paso, se dijo apartándose de ella. Y esperaría.

Zac: Puede que esto haya aclarado un par de cosas, pero sigo creyendo que tenemos que hablar -la tomó de la mano para retenerla un momento más-. Muy pronto.

Ness: No sé.

¿Se había sentido tan confusa alguna vez? Creía haber dejado atrás hacía mucho tiempo aquellos sentimientos, aquellas dudas.

Zac: Subiré yo, o bajarás tú, pero hablaremos.

Vanessa sabía que, tarde o temprano, Zac conseguiría acorralarla en un rincón.

Ness: Esta noche, no -dijo, despreciándose por ser tan cobarde-. Mike y yo tenemos cosas que hacer.

Zac: Tú no eres de las que dejan las cosas para otro día.

Ness: Ahora sí lo soy -murmuró y se dio la vuelta rápidamente-. Michael, nos vamos a casa.

Mike: Mira, mamá, acabo de terminar, ¿a que mola? -se apartó para enseñarles su muñeco de nieve-. Vosotros solo habéis empezado el vuestro.

Ness: Quizá lo acabemos mañana -se acercó a él rápidamente y lo tomó de la mano-. Tenemos que irnos a preparar la cena.

Mike. ¿No podemos esperar a que...?

Ness: No, casi es de noche.

Mike: ¿Puede venir Zac?

Ness: No, no puede -lanzó una mirada hacia atrás mientras caminaban. Él apenas era una sombra, de pie, junto al castillo de Mike-. Esta noche, no.

Zac puso la mano sobre la cabeza de Tas. El perro gimió e hizo amago de salir corriendo.

Zac: No, Tas, esta noche no.


No parecía haber modo de evitar a Zac, pensaba Vanessa mientras bajaba hacia su apartamento porque su hijo se lo había pedido. Tenía que admitir que era una estupidez intentado. En apariencia, cualquiera pensaría que Zac Efron era la solución a todos sus problemas. Sentía un afecto sincero por Michael, y le proporcionaba a su hijo compañía y un lugar seguro donde quedarse mientras ella trabajaba. Gozaba de un horario flexible y era muy generoso con su tiempo.

Pero lo cierto era que Zac le había complicado la vida. Por más que intentaba considerarlo simplemente un amigo de Michael o un vecino un tanto raro, Zac lograba despertar en ella sentimientos enterrados desde hacía casi diez años. Los escalofríos y los sofocos de emoción eran cosas que Vanessa atribuía a los muy jóvenes o los muy optimistas. Y ella había dejado de ser ambas cosas cuando el padre de Michael los abandonó.

En los años que habían seguido a ese momento, se había dedicado en cuerpo y alma a su hijo para darle un buen hogar, para que su vida fuera lo más normal y equilibrada posible. Si Vanessa, la mujer, se había perdido en el camino, la madre de Michael imaginaba que ello era un trato justo. Pero de pronto había aparecido Zac Efron y le había hecho sentir y, lo que era aún peor, desear aquellas cosas hacía tiempo olvidadas.

Vanessa respiró hondo y llamó a la puerta de Zac. A la puerta del amigo de Michael, se dijo con firmeza. Solo había bajado porque Michael estaba loco por enseñarle una cosa. No estaba allí para ver a Zac; no esperaba que él extendiera los brazos y le acariciara las mejillas como hacía a veces. Su tez se ruborizó al pensarlo.

Juntó las manos y procuró concentrarse en Michael. Vería lo que su hijo quería enseñarle y luego volverían a su apartamento, donde estaban a salvo.

Zac abrió la puerta. Llevaba una sudadera con una calcomanía de un superhéroe rival en el pecho, y unos pantalones de chándal con un agujero en la rodilla. Tenía una toalla sobre los hombros. Usó una punta para secarse el sudor de la cara.

Ness: ¿Has salido a correr con este tiempo? -preguntó sin pensarlo, y enseguida lamentó el tono de preocupación de su voz-.

Zac: No -la tomó de la mano, haciéndole entrar. Vanessa olía a la primavera que aún tardaría meses en llegar. Su traje azul oscuro le daba un aire profesional que Zac encontraba extrañamente sexy-. Estaba haciendo pesas.

La verdad era que, desde que conocía a Vanessa Hudgens, hacía muchas pesas. Le parecía el segundo mejor modo de liberar la tensión y desfogar el exceso de energía física.

Ness: Ah -eso explicaba la fuerza que había sentido en sus brazos-. No sabía que te gustaban esas cosas.

Zac: ¿Las fanfarronadas de los cachas? -dijo riendo-. No, en realidad, no. Pero, si no hago ejercicio de vez en cuando, mi cuerpo se convierte en un mondadientes. No es una visión muy agradable -notaba que Vanessa tenía los nervios a flor de piel y no pudo resistirse. Flexionó el brazo y le lanzó una mirada traviesa-. ¿Quieres tocarme los bíceps?

Ness: Gracias, pero paso. El señor Rasen me ha dado esto para ti -le dio un portafolios con el emblema del banco-. Se lo pediste tú, no sé si te acuerdas.

Zac: Sí, ya -lo agarró y lo tiró encima de un montón de revistas que había sobre la mesa baja-. Dile que ya se lo pasaré a la junta directiva.

Ness: ¿Y lo harás?

Él alzó una ceja.

Zac: Yo suelo cumplir mi palabra.

Vanessa estaba segura de ello. Entonces recordó que le había dicho que pronto hablarían.

Ness: Michael ha llamado y me ha dicho que quería enseñarme una cosa.

Zac: Está en el despacho. ¿Quieres un café?

Ness: Gracias, pero no puedo quedarme. Me he traído un poco de papeleo a casa.

Zac: Bueno, entonces, pasa. Yo necesito beber algo.

Mike: ¡Mamá! -en cuanto Vanessa entró en el despacho, Michael pegó un brinco y la agarró de la mano-. ¿No es fantástico? Es el regalo más guay que me han hecho nunca -sin soltarla, la llevó hacia una pequeña mesa de dibujo-.

No era de juguete. Vanessa notó enseguida que era de primera calidad, aunque de tamaño infantil. El pequeño taburete giratorio estaba desgastado, pero el asiento era de cuero. Michael ya había colocado un lienzo de papel sobre el tablero y había empezado a dibujar con regla y compás lo que parecía un plano.

Ness: ¿Es de Zac?

Mike: Lo era, pero dice que puedo usarla el tiempo que quiera. Mira, estoy haciendo el plano de una estación espacial. Esta es la sala de máquinas. Y aquí y aquí están los camarotes. Va a tener un invernadero como los que tenían en esa película que me puso Zac. Zac me ha enseñado a dibujar a escala con estas escuadras.

Ness: Ya veo -se agachó para mirar de cerca el dibujo, sintiéndose orgullosa de su hijo-. Aprendes rápido, Mike. Es fantástico. Me pregunto si habrá algún hueco en la NASA.

Él se echó a reír bajando la cabeza, como hacía cuando se azoraba.

Mike: A lo mejor de mayor soy ingeniero.

Ness: Puedes ser lo que quieras -le dio un beso en la frente-. Si sigues dibujando así, necesitaré un intérprete para saber qué estás haciendo. Todas estas herramientas... -tomó una escuadra-. Supongo que tú sabes para qué sirven.

Mike: Zac me ha enseñado. Él las usa a veces para dibujar.

Ness: ¿Ah, sí? -giró la escuadra, observándola-.

Parecía tan... profesional.

Zac: Hasta el dibujo de cómics requiere cierta disciplina -dijo desde la puerta. Llevaba en la mano un gran vaso de zumo de naranja, del que ya se había bebido más de la mitad-.

Vanessa se incorporó. De pronto, se dio cuenta de lo... viril que parecía. Había una tenue uve de sudor en el centro de su camiseta. Se había peinado el pelo hacia atrás con los dedos y, como de costumbre, no se había afeitado esa mañana.

Junto a ella, Michael siguió corrigiendo alegremente su plano.

Sí, Zac era viril, peligroso y exasperante, pero también era el hombre más amable que había conocido nunca. Intentando recordarlo, Vanessa dio un paso adelante.

Ness: No sé cómo darte las gracias.

Zac: Ya me las ha dado Mike.

Ella asintió y puso una mano sobre el hombro de Michael.

Ness: Acaba eso, Mike. Yo estaré en el cuarto de estar, con Zac -entró en el cuarto de estar. Estaba, como siempre, desordenado y lleno de cosas. Tas daba vueltas por la alfombra, buscando migas de galletas-. Creía conocer a Mike de arriba abajo -empezó-. Pero no sabía que para él significaría tanto una mesa de dibujo. Supongo que creía que era demasiado pequeño para apreciar algo así.

Zac: Ya te he dicho que tiene un don natural.

Ness: Sí, lo sé -se mordió el labio, deseando haber aceptado el café para tener algo que hacer con las manos-. Mike me ha dicho que le estás dando clases de dibujo. Estás haciendo por él más de lo que podía esperar. Y, desde luego, mucho más de lo que estás obligado a hacer.

Él le lanzó una mirada larga y penetrante.

Zac: Esto no tiene nada que ver con la obligación. ¿Por qué no te sientas?

Ness: No -juntó las manos y luego las separó-. No, da igual.

Zac: ¿Prefieres pasearte por la habitación? -preguntó sonriendo-.

Ella sintió que su determinación se disipaba un poco más.

Ness: Puede que luego. Solo quería decir que te estoy muy agradecida. Mike nunca había tenido... -un padre. Aquellas palabras estuvieran a punto de escapársele, pero consiguió tragárselas sintiendo de pronto una especie de horror-. Nunca había tenido a nadie que le prestara tanta atención... aparte de mí, claro -dejó escapar un leve suspiro-. Has sido muy generoso por regalarle la mesa de dibujo. Mike dice que era tuya.

Zac: Mi padre hizo que me la construyeran cuando tenía más o menos la edad de Mike. Quería que dejara de dibujar monstruos y empezara a hacer algo útil -dijo sin amargura, pero con cierta sorna-.

Hacía tiempo que no les guardaba rencor a sus padres por su falta de comprensión.

Ness: Debe de significar mucho para ti si las has guardado todo este tiempo. Sé que a Mike le encanta, pero ¿no deberías conservarla para tus hijos?

Zac bebió un sorbo de zumo y miró a su alrededor.

Zac: Parece que, de momento, no tengo hijos.

Ness: Pero aun así...

Zac: Vanessa, no se la habría regalado si no hubiera querido hacerlo. Lleva años en el trastero, acumulando polvo. Me encanta ver que Mike puede sacarle partido -se acabó el zumo y, dejando el vaso sobre la mesa, se acercó a ella-. Es un regalo para Mike. Tú no tienes por qué sentirte obligada.

Ness: Lo sé, no quería...

Zac: Sí, ya -la miraba fijamente, sin sonreír, con esa serena intensidad que sacaba a relucir en los momentos más inesperados-. Sé que no lo piensas conscientemente, pero la idea ronda por ahí, en algún lugar de tu cabeza.

Ness: No creo que estés usando a Michael para acercarte a mí, si te refieres a eso.

Zac: Me alegro -le pasó un dedo por la mejilla-. Porque la verdad es, señora Hudgens, que Michael me gustaría también sin ti, o tú sin él. Pero da la casualidad de que vais los dos juntos en el mismo paquete.

Ness: Sí, así es. Michael y yo somos una unidad. Lo que le afecta a él, me afecta a mí.

Zac ladeó la cabeza, comprendiendo de pronto.

Zac: Me parece estar percibiendo una advertencia. ¿No piensas que estoy haciéndome el amiguete de Mike para meterme en la cama con su madre?

Ness: No, claro que no -se apartó bruscamente, mirando hacia el despacho-. Si lo pensara, no dejaría que Michael se acercara a ti.

Zac: Pero... -le puso las manos sobre los hombros y las unió tras su nuca- te preguntas si lo que sientes por mí puede ser un reflejo de lo que siente Michael.

Ness: Yo nunca he dicho que sienta nada por ti.

Zac: Sí, lo has dicho. Lo dices cada vez que me acerco a ti. No, no te retires, Vanessa -la apretó con más fuerza-. Seamos sinceros. Quiero acostarme contigo. No tiene nada que ver con Mike, y menos de lo que pensaba con la punzada de deseo que sentí la primera vez que vi tus piernas -lo miró tímidamente a los ojos-. Tiene que ver más bien con el hecho de que te encuentro atractiva en muchos sentidos. Eres inteligente, fuerte y estable. Puede que no suene muy romántico, pero la verdad es que tu estabilidad me parece muy atrayente. Yo nunca he tenido mucha -le acarició levemente la nuca-. Tal vez no estés preparada para dar un paso así en este momento. Pero te agradecería que miraras de frente lo que deseas, lo que sientes.

Ness: No sé si puedo. Tú estás solo. Yo tengo a Mike. Haga lo que haga, sea cual sea la decisión que tome, afectará a mi hijo. Hace años me prometí que no volvería a sufrir por culpa de sus padres. Y pienso cumplir esa promesa.

Zac quiso pedirle que le hablara del padre de Michael, pero el chico estaba en la otra habitación.

Zac: Déjame decirte lo que creo. Tú nunca podrías tomar una decisión que hiciera sufrir a Mike. Pero sí una que te hiciera sufrir a ti. Quiero estar contigo, Vanessa, y no creo que el hecho de que estemos juntos vaya a hacerle daño a Michael.

Mike: Ya he acabado -salió del despacho con el papel en las manos. Vanessa intentó apartarse, pero Zac la retuvo-. Quiero llevármelo para enseñárselo a Josh mañana, ¿vale?

Sabiendo que sería peor resistirse, Vanessa se quedó quieta, con los brazos de Zac sobre los hombros.

Ness: Claro.

Michael los observó a ambos un momento. Nunca había visto a un hombre abrazar a su madre, salvo a su abuelo y a su tío. Se preguntaba si eso convertía a Zac en parte de la familia.

Mike: Mañana por la tarde voy a casa de Josh y me quedo a dormir. Vamos a estar despiertos toda la noche.

Zac: Entonces, tendré que cuidar de tu madre, ¿no?

Mike: Supongo -empezó a enrollar el lienzo de papel para guardado en un tubo, como le había enseñado Zac-.

Ness: Michael sabe perfectamente que no necesito que nadie me cuide.

Zac no le hizo caso y siguió hablando con Michael.

Zac: ¿Qué te parece si saco a tu madre por ahí?

Mike: ¿Quieres decir a cenar a un restaurante y esas cosas?

Zac: Algo así.

Mike: Vale.

Zac: Bien. Iré a buscarla a las siete.

Ness: No creo que...

Zac: ¿A las siete no te parece bien? -la interrumpió Zac-. Bueno, pues, entonces, a las siete y media. Pero ni un minuto más tarde. Si a las ocho no he cenado, me pongo de un humor de perros -le dio un rápido beso en la frente antes de soltarla-. Que te lo pases bien en casa de Josh.

Mike: Lo haré -recogió la chaqueta y la mochila. Luego, se acercó a Zac y le dio un abrazo. Las palabras que Vanessa tenía en la punta de la lengua se secaron-. Gracias por la mesa de dibujo y por todo. Es muy guay.

Zac: De nada. Hasta el lunes -esperó hasta que Vanessa estuvo en la puerta-. A las siete y media.

Ella asintió y cerró la puerta suavemente a su espalda.




¡Su primera cita! 😍
¡Vanessa se muere de ganas aunque diga que no! 😆

¡Gracias por leer!


miércoles, 23 de agosto de 2017

Capítulo 5


A las siete y veinticinco, cuando sonó el teléfono, Zac tenía la cabeza enterrada bajo la almohada. Habría preferido hacerse el sordo, pero Tas se dio la vuelta, pegó el hocico a su mejilla y empezó a gimotearle en la oreja. Zac masculló una maldición y empujó al perro. Luego, descolgó a tientas el teléfono y lo metió bajo la almohada.

Zac: ¿Qué?

Al otro lado de la línea, Vanessa se mordió el labio.

Ness: Zac, soy Vanessa.

Zac: ¿Y?

Ness: Creo que te he despertado.

Zac: En efecto.

Estaba claro que Zac Efron no era muy madrugador.

Ness: Lo siento. Sé que es muy pronto.

Zac: ¿Y me llamas para decirme eso?

Ness: No... Imagino que aún no habrás mirado por la ventana.

Zac: Nena, ni siquiera he abierto los ojos todavía.

Ness: Está nevando. Hay ya veinte centímetros de nieve, y no se espera que pare hasta mediodía. Dicen que van a caer entre treinta y cuarenta centímetros.

Zac: ¿Quién lo dice?

Vanessa se cambió de mano el teléfono. Todavía tenía el pelo mojado de la ducha, y solo le había dado tiempo a tomarse una taza de café.

Ness: El Servicio Meteorológico Nacional.

Zac: Bueno, pues gracias por el boletín informativo.

Ness: ¡Zac, no cuelgues!

Él dejó escapar un largo suspiro y se apartó de la nariz húmeda de Tas.

Zac: ¿Hay más noticias?

Ness: Los colegios están cerrados.

Zac: ¡Yupi!

A ella le dieron ganas de colgarle el teléfono. El problema era que lo necesitaba.

Ness: Odio pedírtelo, pero no sé si puedo llevar a Michael hasta casa de la señora Cohen. Me tomaría el día libre, pero hoy tengo un montón de citas seguidas. Intentaré acabar cuanto antes, pero...

Zac: Mándamelo.

Ella titubeó un instante.

Ness: ¿Estás seguro?

Zac: ¿Prefieres que te diga que no?

Ness: No quiero interferir en tus planes.

Zac: ¿Tienes café caliente?

Ness: Sí, bueno, yo...

Zac: Mándalo también.

Vanessa se quedó mirando el teléfono después de oír el dic, y procuró recordarse que debía mostrarse agradecida.


Michael estaba loco de contento. Sacó a pasear a Tas a primera hora, le tiró bolas de nieve que el perro, por principio, se negó a perseguir, y rodó sobre la gruesa capa de nieve hasta que estuvo perfectamente cubierto de blanco.

Como entre las provisiones de Zac no había chocolate caliente, Michael saqueó la despensa de su madre y se pasó el resto de la mañana entretenido con los cómics de Zac y sus propios dibujos.

En cuanto a Zac, su compañía era más un estímulo que un estorbo. El chico estaba tumbado en el suelo de su despacho y, si no estaba leyendo o dibujando, parloteaba sin cesar sobre cualquier cosa que picara su imaginación. Dado que hablaba indistintamente con Zac y con Tas, y no parecía esperar respuesta, lograba contentar a todo el mundo.

A mediodía, la nevada había amainado hasta quedar reducida a ocasionales rachas de viento, esfumándose así las esperanzas de Michael de tener otro día de vacaciones. Zac se apartó de su mesa de dibujo.

Zac: ¿Te gustan los tacos?

Mike: Sí -se apartó de la ventana-. ¿Sabes hacerlos?

Zac: No, pero sé comprarlos. Ponte el abrigo, cabo, tenemos que salir -estaba poniéndose trabajosamente las botas cuando Zac apareció con tres tubos de cartón-. Tengo que pasarme por la oficina para dejar esto.

Michael se quedó boquiabierto.

Mike: ¿Te refieres al sitio donde hacen los cómics?

Zac: Sí -se puso la chaqueta-. Aunque supongo que podría llevarlos mañana, si no te apetece acompañarme.

Mike: No, sí que me apetece -se levantó y le tiró de la manga-. ¿Podemos ir hoy? No tocaré nada, te lo prometo. Y, además, me quedaré callado.

Zac: ¿Y cómo vas a hacer preguntas si te quedas callado? -le subió el cuello del abrigo-. Antes, trae a Tas, ¿quieres?

Siempre resultaba arduo, y a menudo caro, encontrar a un taxista dispuesto a llevar como pasajero a un perro de cincuenta kilos. Sin embargo, una vez dentro del taxi, Tas se limitaba a quedarse quieto junto a la ventana, mirando las calles de Nueva York.

**: Menuda nevada, ¿eh? -el taxista, contento con la propina que Zac le había dado de antemano, les sonrió por el espejo retrovisor-. A mí no me gusta la nieve, pero a mis críos sí -lanzó un silbido sin melodía para acompañar la música de orquesta que sonaba por la radio-. Seguro que su chico no se ha quejado por no ir a la escuela. No, señor -continuó, sin esperar respuesta-. No hay nada que les guste más a los críos que un día sin cole, ¿eh? Hasta ir a la oficina con papá es mejor que ir a la escuela, ¿a que sí, chaval? -el taxista dejó escapar una risita mientras se acercaba a la acera. La nieve ya se había vuelto gris-. Ya estamos aquí. Vaya perro bonito que tienes, chaval -le dio el cambio a Zac y continuó silbando mientras salían. Ya tenía otro cliente cuando se alejó-.

Mike: Se ha creído que eras mi padre -murmuró cuando echaron a andar por la acera-.

Zac: Sí -fue a ponerle una mano, sobre el hombro, pero prefirió aguardar un momento-. ¿Te molesta?

El niño alzó la mirada y, por primera vez, sus ojos le parecieron tímidos.

Mike: No. ¿Y a ti?

Zac se agachó para ponerse al nivel de sus ojos.

Zac: Bueno, tal vez no me molestaría si no fueras tan feo.

Michael sonrió. Mientras caminaban, le dio la mano a Zac. Ya había empezado a fantasear pensado que Zac era su padre. Le había pasado una vez antes, con su profesor de segundo, pero el señor Stratham no molaba tanto como Zac.

Mike: ¿Es aquí? -se detuvo al ver que Zac se acercaba a un edificio de arenisca rojiza, alto y un tanto desvencijado-.

Zac: Sí, aquí es.

Michael procuró no desilusionarse. Aquel sitio parecía tan... corriente. Creía que al menos tendría la bandera de Perth o de Ragamond ondeando al viento. Comprendiéndolo perfectamente, Zac lo condujo al interior del edificio.

El guardia del vestíbulo lo saludó con la mano y siguió comiéndose su sándwich de pastrami. Zac le devolvió el saludo y, llevando a Michael hacia el ascensor, abrió la verja de hierro.

Mike: ¡Hala, cómo mola!

Zac: Mola más cuando funciona -apretó el botón del quinto piso, donde se encontraba el departamento editorial-. Esperemos que haya suerte.

Mike: ¿Se ha estrellado alguna vez? -preguntó con cierta aprensión-.

Zac: No, pero a menudo se pone en huelga -la cabina del ascensor ascendió traqueteando hasta el quinto piso. Zac volvió a abrir la verja y puso la mano sobre la cabeza de Michael-. Bienvenido al manicomio.

Y eso era precisamente: un manicomio. A Michael se le pasó enseguida la desilusión que le había producido el edificio al ver el quinto piso. Había una zona de recepción, o algo parecido. En cualquier caso, había una mesa y una fila de teléfonos manejados por una mujer negra de aspecto estresado que llevaba una sudadera de la Princesa Leilah. Las paredes que la rodeaban estaban repletas de pósters de los grandes personajes de la Universal: el Escorpión Humano, la Cimitarra de Terciopelo, la perversa Polilla Negra y, por supuesto, el Comandante Zark.

Zac: ¿Qué tal va eso, Lis?

Lis: No preguntes -apretó el botón de un teléfono-. ¿Tú qué dices? ¿Acaso es culpa mía que los del bar no le hayan traído su integral de ternera?

Zac: Si lo pongo de buen humor, ¿me buscarás unas muestras?

Lis: Universal Cómics, espere, por favor -la recepcionista pulsó otro botón-. Si lo pones de buen humor, te doy a mi hijo mayor.

Zac: Con las muestras bastará, Lis. Ponte el casco, cabo. Esto puede ponerse difícil -condujo a Michael por un corto pasillo que daba a una sala de gran tamaño, bulliciosa y llena de luz-.

La formaban una serie de cubículos con un alto nivel de ruido y mucho desorden. Pegados a las paredes de corcho había bocetos y dibujos, mensajes obscenos y, de cuando en cuando, una fotografía. En un rincón había una pirámide hecha de latas de refresco vacías. Alguien le estaba tirando bolitas de papel.

**: Escorpión nunca ha sido un tipo sociable. ¿Por qué demonios iba a asociarse con Ley y Justicia Mundial?

Una mujer a la que le salían lapiceros colocados en ángulos peligrosos del desgreñado pelo rojo, se removió en su silla giratoria. Llevaba los ojos enormes pintados con raya y rimel.

*: Mira, seamos realistas. Él solo no puede salvar el abastecimiento de agua del mundo entero. Necesita a alguien como Atlantis.

Frente a ella había sentado un hombre comiéndose un pepinillo enorme.

***: Pero se odian mutuamente desde que tuvieron aquel encontronazo por el asunto del Triángulo.

*: Pues por eso, tonto. Tienen que dejar a un lado sus sentimientos personales por el bien de la humanidad. Es una cuestión moral -al mirar hacia atrás, vio a Zac-. Eh, Zac, el Doctor Muerte ha envenenado los suministros mundiales de agua. Escorpión ha dado con el antídoto. ¿Cómo crees que puede distribuirlo?

Zac: Me parece que tendrá que hacer las paces con Atlantis. ¿Tú qué crees, Michael?

Por un instante, pareció que a Mike se le había comido la lengua el gato. Pero, después, tras respirar hondo, dijo atropelladamente:

Mike: Creo que formarán un gran equipo, porque siempre estarán peleándose e intentando superarse uno al otro.

*: Estoy contigo, chico -la pelirroja le tendió la mano-. Soy M. J. Jones.

Mike: ¡Vaya! ¿En serio?

No sabía si le impresionaba más conocer a M. J. Jones en persona, o el hecho de que fuera una mujer. Zac no se molestó en decirle que era una de las pocas mujeres que formaban parte de aquel mundillo.

Jones: Y ese ogro de ahí es Rob Myers. ¿Lo traes de escudo humano, Zac? -preguntó sin darle tiempo a Rob de tragarse el pepinillo-.

Llevaban casados seis años, y, obviamente, a ella le gustaba meterse con él.

Zac: ¿Voy a necesitarlo?

Jones: Si no traes algo fantástico en esos tubos, te aconsejo que te vayas por donde has venido -apartó un montón de bocetos preliminares-. Maloney acaba de largarse. Se ha ido a la Five Stars.

Zac: ¿Bromeas?

Jones: Skinner lleva toda la mañana maldiciendo a los traidores. Y la nieve no mejora precisamente su humor. Así que, si fuera tú... Ups, demasiado tarde -respetaba a las ratas que abandonan el barco gobernado por un déspota, se dio la vuelta y se enfrascó en una peliaguda discusión con su marido-.

**: Efron, deberías haber llegado hace dos horas.

Zac le lanzó a su editor una sonrisa complaciente.

Zac: No me sonó el despertador. Este es Michael Hudgens, un amigo mío. Mike, este es Rick Skinner.

Michael se quedó atónito. Skinner era igualito que Hank Wheeler, el corpulento y despótico jefe de Joe David, alias La Mosca. Más tarde, Zac le diría que el parecido no era casual. Michael se cambió de mano la correa de Tas.

Mike: Hola, señor Skinner. Me encantan sus cómics. Son mucho mejores que los de Five Stars. Yo casi nunca me compro los de Five Stars, porque las historias no son tan buenas.

Rick: Muy bien -se pasó una mano por el cabello ralo-. Muy bien -repitió con mayor convicción-. No malgastes tu paga en Five Stars, chaval.

Mike: No, señor.

Rick: Zac, ya sabes que no puedes traer a ese chucho aquí.

Zac: Y tú sabes que Tas te adora.

El perro alzó la cabeza y gimió.

Skinner empezó a maldecir, y de pronto pareció recordar la presencia del niño.

Rick: ¿Hay algo en esos tubos, o solo has venido a alegrarme el día?

Zac: ¿Por qué no echas un vistazo tú mismo?

Refunfuñando, Skinner tomó los tubos y se alejó. Zac echó a andar tras él, pero Michael lo agarró de la mano.

Mike: ¿Está enfadado de verdad?

Zac: Claro. Le encanta enfadarse.

Mike: ¿Va a gritarte como le grita Hank Wheeler a La Mosca?

Zac: Puede ser.

Michael tragó saliva y le apretó la mano con más fuerza.

Mike: Bueno.

Divertido, Zac condujo a Michael al despacho de Skinner, donde las persianas venecianas estaban echadas para no tener que ver la nevada. Skinner desenrolló el contenido del primer tubo y lo extendió sobre su mesa repleta de cosas. No se sentó, sino que se inclinó sobre los dibujos mientras Tas se desplomaba sobre el linóleo y se quedaba dormido.

Rick: No está mal -anunció tras estudiar una serie de viñetas-. No está mal. Este nuevo personaje femenino, Mirium, ¿vas a desarrollarlo?

Zac: Eso quiero. Creo que ya es hora de que el corazón de Zark cambie de dirección. Además, añade más conflicto sentimental al asunto. Ama a su mujer, pero al mismo tiempo ella es su peor enemiga. Y ahora se topa con esta telépata y se encuentra dividido de nuevo porque también se siente atraído por ella.

Rick: Zark nunca sale bien parado en asuntos de faldas.

Mike: Yo creo que es el mejor -dijo espontáneamente-.

Skinner alzó sus pobladas cejas y miró atentamente a Michael.

Rick: ¿No te parece que se pasa con todo ese rollo del honor y el deber?

Mike: No, qué va -no sabía si alegrarse o no porque Skinner no pareciera tener intención de gritar-. Uno siempre sabe que Zark hará lo correcto. No tiene superpoderes ni esas cosas, pero es muy listo.

Skinner asintió.

Rick: Le daremos una oportunidad a tu Mirium, Zac, a ver cómo responde el público -dejó que los papeles se enrollaran de nuevo-. Es la primera vez que vienes con tanto tiempo de antelación.

Zac: Eso es porque ahora tengo un ayudante -puso la mano sobre el hombro de Michael-.

Rick: Buen trabajo, chaval. ¿Por qué no le enseñas esto a tu ayudante?

Michael tardaría semanas en dejar de hablar de la hora que pasó en Universal Cómics.

Cuando se marcharon, llevaba una bolsa llena de lápices con el logotipo de la Universal, una taza de Matilda la Loca que habían desenterrado de un armario del almacén, media docena de bocetos desechados y un montón de cómics recién salidos de las prensas.

Mike: Este ha sido el mejor día de toda mi vida -dijo brincando por la acera embadurnada de nieve-. Ya verás cuando se lo diga a mamá. Seguro que no se lo cree.

Cosa rara; en ese mismo instante, Zac también estaba pensando en Vanessa. Aceleró el paso para alcanzar a Michael, que iba patinando por la acera.

Zac: ¿Por qué no nos pasamos a hacerle una visita?

Mike: ¡Vale! -le dio la mano otra vez-. Pero el banco no mola tanto como tu oficina. No dejan que nadie ponga la radio, ni se gritan unos a otros, pero tienen una caja fuerte donde guardan montones de dinero, millones de dólares, y hay cámaras por todas partes por si alguien intenta robarles. Mamá nunca ha estado en un banco donde hayan robado.

Notando su tono de disculpa, Zac se echó a reír.

Zac: ¡Menos mal! -se pasó la mano por la tripa. Hacía al menos dos horas que no se echaba nada al estómago-. Pero, primero, vamos por esos tacos.

Entre las sobrias e inexpugnables paredes del National Trust, Vanessa estaba enfrentándose a un montón de papeleo. Le agradaba, sin embargo, la ordenada monotonía de aquella parte de su trabajo. Le gustaba, por otra parte, el desafío cotidiano que suponía sistematizar cifras y datos y traducirlos en propiedades inmobiliarias, automóviles, equipos industriales, decorados de teatros o fondos para universitarios. Nada le procuraba mayor placer que estampar el sello de aprobación sobre los papeles de un préstamo.

Había tenido que aprender a no ser excesivamente compasiva. A veces, las cifras y los datos exigían un no, por muy serio y formal que fuera el solicitante. Parte de su trabajo consistía en dictar educadas e impersonales cartas de denegación. No le gustaba, pero asumía la responsabilidad, al igual que asumía la llamada airada que de tarde en tarde le hacía el destinatario de alguna de aquellas cartas.

De momento, estaba aprovechando su media hora de almuerzo, mientras se tomaba el café y la magdalena que le servían de comida, para ordenar tres informes de préstamo que quería que la junta aprobara cuando se reuniera al día siguiente. Tenía otra cita media hora después. Y, si nadie la interrumpía, seguramente después podría irse. De modo que no le hizo ninguna gracia que su secretaria la llamara por el intercomunicador.

Ness: Sí, Kira.

Kira: Aquí hay un joven que quiere verla, señora Hudgens.

Ness: Faltan quince minutos para su cita. Dígale que espere.

Kira: No, no es el señor Greenburg. No creo que haya venido por un préstamo. ¿Has venido por un préstamo, cielo?

Vanessa oyó una risa familiar y corrió a la puerta.

Ness: ¿Mike? ¿Pasa algo? ¡Oh!

No estaba solo. Vanessa se dio cuenta de que era absurdo suponer que Michael iría hasta allí por sus propios medios. Zac y el enorme perro de mirada dulce estaban con él.

Mike: Acabamos de comernos unos tacos.

Vanessa vio una ligera mancha de tomate en la barbilla de Michael.

Ness: Ya lo veo -se agachó para abrazarlo y luego miró a Zac-. ¿Va todo bien?

Zac: Claro. Solo hemos salido a ocupamos de un asuntillo y se nos ha ocurrido pasamos por aquí -dijo mirándola atentamente. Se había cubierto casi por entero el cardenal con maquillaje. Apenas asomaba un leve toque de amarillo y malva-. Tienes mejor el ojo.

Ness: Parece que ya ha pasado lo peor.

Zac: ¿Ese es tu despacho? -sin aguardar invitación, se acercó a la puerta y asomó la cabeza dentro-. Cielo santo, qué deprimente. A lo mejor puedes convencer a Michael para que te dé uno de sus pósters.

Mike: Te doy uno -dijo de inmediato-. Zac me ha llevado a la Universal y me han dado un montón. ¡Jo, mamá, si lo hubieras visto...! He conocido a M. J. Jones y a Rich Skinner y he visto una habitación donde guardan trillones de cómics. Mira lo que tengo -le enseñó la bolsa-. Y gratis. Me dijeron que podía quedármelo todo.

Al principio, ella se sintió incómoda. Parecía que su deuda con Zac se acrecentaba de día en día. Pero entonces se fijó en la cara resplandeciente de Michael.

Ness: Parece que esta mañana te lo has pasado en grande.

Mike: Mejor que en toda mi vida.

Kira: Alerta roja -murmuró-. Rasen a las tres en punto.

Zac se dio cuenta enseguida que con Rasen había que andarse con ojo. Notó que Vanessa se ponía rígida al instante y que se llevaba una mano al pelo para cerciorarse de que estaba en su sitio.

Rasen: Buenas tardes, señora Hudgens -miró muy serio al perro, el cual empezó a olisquearle los zapatos-. Quizás haya olvidado que no se admiten animales en el banco.

Ness: No, señor. Mi hijo solo estaba...

Rasen: ¿Su hijo? -asintió, mirando a Michael-. ¿Qué tal está, jovencito? Señora Hudgens, estoy seguro de que recordará que, conforme a las normas del banco, no se permiten visitas personales durante las horas de trabajo.

Kira: Señora Hudgens, le dejo estos papeles encima de la mesa para que los firme... cuando acabe su hora de comer -tomó ceremoniosamente un mazo de papeles y guiñó un ojo a Michael-.

Ness: Gracias, Kira.

Rasen carraspeó. No podía objetar nada contra la hora del almuerzo, pero tenía el deber de enmendar otras infracciones del reglamento.

Rasen: Respecto a este animal...

Tas, al cual no parecía gustarle el tono de Rosen, acercó el hocico a la rodilla de Michael y gimió.

Zac: Es mío -dio un paso adelante, sonriendo, y le tendió la mano. Vanessa pensó que, con aquella sonrisa, era capaz de venderle a cualquiera las ciénagas de Florida-. Zachary Efron II. Vanessa y yo somos buenos amigos. Me ha hablado mucho del banco y de usted -estrechó con firmeza la mano de Rosen-. Mi familia posee numerosos negocios en Nueva York. Vanessa me ha convencido para que utilice mi influencia a fin de que transfieran sus cuentas al National Trust. Seguramente le sonarán las empresas de la familia: Trioptic, Laboratorios D & H, Papeleras Efron...

Rasen: Sí, por supuesto, por supuesto -su floja mano pareció cobrar nuevas fuerzas-. Es un placer conocerlo, un verdadero placer.

Zac: Vanessa me convenció para que viniera y viera con mis propios ojos lo bien que funciona el National Trust -ya lo tenía en el bote, pensó. El signo del dólar pasaba a velocidad vertiginosa por su cerebro grasiento-. Estoy impresionado. Pero, naturalmente, no me extraña después de hablar con Vanessa -le dio un pequeño apretón a los hombros rígidos de esta-. Vanessa es un auténtico genio de las finanzas. Le aseguro que mi padre estaría dispuesto a contratarla como asesora financiera en cualquier momento. Tiene suerte de contar con ella.

Rasen: La señora Hudgens es una de nuestras empleadas más valoradas.

Zac: Me alegra saberlo. Tendré que hablar con mi padre de las ventajas que ofrece el National Trust.

Rasen: Estaré encantado de enseñarle nuestras instalaciones personalmente. Estoy seguro de que querrá ver los despachos de dirección.

Zac: Nada me complacería más, pero voy un poco mal de tiempo. ¿Por qué no me prepara un dossier que pueda presentar en la próxima junta directiva?

Rasen: Será un placer -su cara resplandecía de emoción-.

Conseguir una cuenta tan importante y diversificada como la de los Efron sería todo un golpe de efecto ante el director del banco.

Zac: Hágamela llegar a través de Vanessa. No te importa hacer de intermediaria, ¿verdad, querida? -dijo alegremente-.

Ness: No -logró decir-.

Rasen: Excelente -dijo entusiasmado-. Estoy convencido de que podremos satisfacer todas las necesidades financieras de su familia. Somos un banco para crecer, al fin y al cabo -le dio una palmadita en la cabeza a Tas-. Bonito perro -dijo, y se alejó con renovado brío en el paso-.

Zac: Menudo cretino relamido. ¿Cómo lo aguantas?

Ness: ¿Te importaría entrar un momento en mi despacho? -su voz parecía tan tensa como sus hombros. Reconociendo aquel tono, Michael miró a Zac haciendo girar los ojos-. Kira, si llega el señor Greenburg, dígale que espere, por favor.

Kira: Sí, señora.

Vanessa los condujo a su despacho, cerró la puerta y se apoyó contra ella. En parte, tenía ganas de echarse a reír, de abrazar a Zac y carcajearse por su forma de despachar a Rasen. Pero otra parte de ella, la parte que necesitaba el trabajo, el sueldo fijo y las pagas extras, estaba que rabiaba.

Ness: ¿Cómo has podido hacer eso?

Zac: ¿Hacer qué? -echó un vistazo a su alrededor-. Hay que quitar la moqueta marrón y esa pintura. ¿Qué te parece, Michael?

Mike: Un asco -dijo sentándose en una silla y dejando que Tas apoyara la cabeza en su regazo-.

Zac: Sí, eso es. El sitio de trabajo influye mucho en el rendimiento laboral, ¿lo sabías? Prueba a decírselo a Rasen.

Ness: Rasen no querrá saber nada de mí en cuanto se entere de lo que has hecho. Me despedirá al instante.

Zac: No seas tonta. Yo no lo he prometido en ningún momento que mi familia vaya a transferir sus cuentas al National Trust. Además, si les hace una oferta lo bastante interesante, puede que hasta tenga suerte -se encogió de hombros, indicando que a él le daba lo mismo-. Si eso te hace más feliz, puedo cambiar mi cuenta personal a este banco. Por lo que a mí respecta, todos los bancos son iguales.

Ness: Maldita sea -exclamó a pesar de que no tenía costumbre de jurar en voz alta. Michael pareció concentrarse de repente en el cuello de Tas-. Rasen ya está soñando con toda una dinastía empresarial, gracias a ti. Se pondrá furioso cuando sepa que te lo has inventado todo.

Zac dio una palmadita sobre un pulcro montón de papeles.

Zac: Eres demasiado formal, ¿lo sabías? Y, además, yo no me he inventado nada. Y podría haberlo hecho -dijo, pensativo-. La verdad es que se me da muy bien, pero no me ha parecido necesario.

Ness: ¿Quieres parar de una vez? -exasperada, se acercó y, de un manotazo, le apartó la mano de los papeles-. Todo ese rollo sobre Trioptic y Laboratorios D & H -dejó escapar un largo suspiro y se sentó al borde de la mesa-. Sé que intentabas ayudarme y te lo agradezco, pero...

Zac: ¿De veras? -sonriendo, tocó con un dedo la solapa de su chaqueta de traje-.

Ness: Supongo que tu intención era buena -murmuró-.

Zac: Bueno, depende de la ocasión -se acercó un poco más a ella-. Hueles demasiado bien para este despacho.

Ness: Zac -le puso una mano sobre el pecho y miró con nerviosismo a Michael-.

El niño tenía un brazo alrededor de Tas y estaba enfrascado en uno de sus cómics.

Zac: ¿De veras crees que Michael sufriría un trauma si me viera besarte?

Ness: No -intentó apartarse un poco-. Pero eso no es lo que importa.

Zac: ¿Y qué es lo que importa? -empezó a juguetear con el triángulo de oro que llevaba en el oído.

Ness: Lo importante es que ahora tendré que ir a ver a Rasen para explicarle que solo estabas... -¿cuál era la palabra que buscaba?- ...fantaseando.

Zac: Sí, es verdad que fantaseo mucho -admitió mientras le acariciaba la mandíbula-. Pero no creo que eso sea asunto de Rasen. ¿Quieres que te cuente esa fantasía en la que estamos los dos en una balsa en mitad del océano Índico?

Ness: No -se echó a reír y, llena de curiosidad, alzó los ojos para mirarlo y los apartó rápidamente-. ¿Por qué no os vais Mike y tú a casa? Yo aún tengo una cita. Luego, iré a explicarle lo que ha pasado al señor Rasen.

Zac: ¿Ya no estás enfadada?

Ella negó con la cabeza y, dejándose llevar por un impulso, le acarició la mejilla.

Ness: Solo intentabas ayudarme. Eres un cielo.

Zac pensó que habría demostrado la misma actitud con Michael si este hubiera intentado fregar los cacharros y hubiera roto sus platos de porcelana decorados con violetas. Diciéndose que aquello era una especie de prueba, la besó con firmeza. Al instante sintió su sorpresa, su tensión, su deseo. Cuando se apartó, percibió en sus ojos algo más que indulgencia. La pasión brilló en ellos solo un instante, pero con intensidad.

Zac: Vamos, Mike, tu madre tiene que volver al trabajo. Si no estamos en el apartamento cuando llegues a casa, es que estamos en el parque.

Ness: De acuerdo -inconscientemente, se humedeció los labios para conservar aquel sabor-. Gracias.

Zac: De nada.

Ness: Adiós, Mike, dentro de un rato estaré en casa.

Mike: Vale -contestó abrazándola-. ¿Ya no estás enfadada con Zac?

Ness: No -contestó susurrando, al igual que Michael-. Ya no estoy enfadada con nadie.

Cuando se irguió, estaba sonriendo, pero Zac advirtió su expresión preocupada. Se detuvo con la mano en el picaporte.

Zac: ¿De veras vas a decirle a Rasen que me lo he inventado todo?

Ness: Tengo que hacerlo -sonrió, sintiéndose culpable-. Pero no te preocupes, estoy segura de que sabré arreglado.

Zac: ¿Y si te dijera que no me lo he inventado, que mi familia fundó Trioptic hace cuarenta y siete años?

Vanessa alzó una ceja.

Ness: Pues te diría que no olvides los guantes. Ahí fuera hace frío.

Zac: Está bien, pero hazte un favor antes de desnudar tu alma ante Rasen: mira el Quién es quién.

Con las manos en los bolsillos, Vanessa se acercó a la puerta de su despacho. Desde allí vio que Michael le daba la mano a Zac antes de salir.

Kira: Su hijo es adorable -dijo dándole un archivador-.

Aquel pequeño roce con Rasen había cambiado por completo su opinión acerca de la reservada señora Hudgens.

Ness: Gracias -sonrió-. Y gracias también por intentar echarme un cable antes.

Kira: No tiene importancia. No veo qué hay de malo en que su hijo se pase por aquí un momento.

Ness: Normas de la casa -murmuró-.

Kira dejó escapar un resoplido.

Kira: Normas de Rasen, querrá decir. Debajo de esa fachada gris, hay un interior igual de gris. Pero no se preocupe por él. Da la casualidad de que sé que considera su rendimiento muy superior al de su predecesor. Y, por lo que a él respecta, eso es lo que importa -vaciló un instante al ver que Vanessa asentía y abría el archivador-. Es duro criar a un hijo sola. Mi hermana tiene una cría pequeña, de cinco años. Sé que muchas noches está tan cansada que no se tiene en pie.

Ness: Sí, sé lo que es eso.

Kira: Mis padres quieren que vuelva a casa para que mi madre cuide de Sarah mientras Annie trabaja, pero Annie no está segura de que sea lo mejor.

Ness: A veces una no sabe si debe aceptar la ayuda de los demás -murmuró pensando en Zac-. Y a veces no nos damos cuenta de la suerte que es tener a alguien dispuesto a echamos una mano -procuró concentrarse y se puso el archivador bajo el brazo-. ¿Ya ha llegado el señor Greenburg?

Kira: Acaba de llegar.

Ness: Bien, hágalo pasar, ¿quiere, Kira? -se volvió hacia la oficina, pero de pronto se detuvo-. Ah, y Kira, consígame un ejemplar del Quién es quién.




¡Hala! ¡Zac está forrado! 😲

¡Gracias por leer!


domingo, 20 de agosto de 2017

Capítulo 4


Zachary Efron II había nacido rico, privilegiado y, según sus padres, con una imaginación incorregible. Tal vez por eso se había encariñado tan pronto con Michael. Este distaba de ser rico, y ni siquiera gozaba del privilegio de tener un padre y una madre, pero su imaginación era de primera clase.

A Zac siempre le habían gustado las multitudes, pero también las conversaciones de persona a persona. No le eran ajenas las fiestas, por supuesto, dada la afición de su madre a los saraos y su propia extroversión, y nadie que lo conociera podía decir de él que era un solitario. Con todo, en su trabajo siempre había preferido la soledad. Trabajaba en casa no porque no quisiera distracciones, sino porque no quería tener a nadie pegado a la espalda, observando su trabajo o haciendo el cómputo de sus progresos. Nunca se había planteado la posibilidad de trabajar en compañía. Hasta que conoció a Michael.

El primer día hicieron un pacto. Si Michael acababa sus deberes, con o sin la titubeante ayuda de Zac, podía elegir entre jugar con Tas o contribuir con su opinión a la historieta en la que estuviera trabajando Zac. Si este había dado por terminada su jornada de trabajo, se entretendrían viendo su extensa colección de cintas de vídeo o con el incipiente ejército de muñecos de plástico de Michael.

Para Zac; todo aquello resultaba natural. Para Michael, era fantástico. Por primera vez en su corta existencia, un hombre formaba parte de su vida cotidiana, hablaba con él y lo escuchaba. Al fin tenía a alguien que no solo estaba dispuesto a derrochar su tiempo jugando a la guerra, igual que su madre, sino que además comprendía sus tácticas militares.

A fines de la primera semana, Zac no solo era un héroe, el creador de Zark y el dueño de Tas; también era la persona más digna de confianza e imprescindible de su vida, aparte de su madre. Michael amaba sin barreras ni restricciones.

Zac, que, maravillado, se daba cuenta de ello, estaba a su vez cautivado por el chico. No había mentido al decirle a Vanessa que nunca había pensado en tener hijos. Llevaba tanto tiempo viviendo a su aire que nunca había pensado en que las cosas fueran diferentes. Pero, de haber sabido lo que era amar a un niño pequeño, hallar fragmentos de uno mismo en él, quizá hubiera cambiado de idea.

Tal vez fuera por ese hallazgo por lo que empezó a pensar en el padre de Michael. ¿Qué clase de hombre podía crear algo tan especial y luego desentenderse sin más? Su propio padre había sido siempre severo e inflexible, pero podía contarse con él. Zac nunca se había cuestionado su afecto.

Era imposible llegar a los 35 sin conocer a varios coetáneos que hubieran pasado por un divorcio, casi siempre amargo. Pero Zac también conocía a algunos que habían logrado establecer una tregua con sus ex esposas para seguir ejerciendo el papel de padres. Resultaba difícil comprender que el padre de Michael no solo se hubiera marchado de casa, sino que además hubiera desaparecido. Tras pasar una semana en compañía de Michael, resultaba imposible concebirlo.

¿Y qué decir de Vanessa? ¿Qué clase de hombre dejaba que una mujer criara sola al hijo que habían traído juntos al mundo? ¿Habría amado ella a aquel hombre? Aquella pregunta lo asaltaba con excesiva frecuencia. El resultado de la experiencia era obvio: Vanessa miraba con recelo a los hombres. A él, al menos, pensó Zac torciendo el gesto mientras miraba dibujar a Michael. Con tanto recelo que llevaba toda la semana evitándolo.

Todos los días, entre las cuatro y cuarto y las cuatro y veinticinco, Zac recibía una llamada cordial. Vanessa le preguntaba si todo iba bien, le daba las gracias por ocuparse de Michael, y luego le pedía que hiciera subir a su hijo. Esa tarde, Michael le había dado un cheque esmeradamente escrito por valor de veinte dólares a cargo de la cuenta de Vanessa Anne Hudgens. Zac todavía lo llevaba, doblado en el bolsillo.

¿De veras creía Vanessa que iba a apartarse de su camino sin hacer ruido después de haberlo dejado noqueado? Zac no olvidaba su cuerpo apretado con el de él, ni el modo en que su recelo y sus inhibiciones se habían evaporado por un instante fugaz y sobrecogedor. Pretendía volver a experimentar aquella sensación otra vez, así como otras muchas que su incorregible imaginación no cesaba de conjurar. Si la señora Vanessa Hudgens creía que iba a retirarse caballerosamente, debía prepararse para una gran sorpresa.

Mike: No me salen los motores de retropropulsión -se quejó -. Nunca me quedan bien.

Zac dejó a un lado su trabajo, que había abandonado al dejarse llevar por sus cavilaciones acerca de Vanessa.

Zac: Déjame ver -tomó el cuaderno de dibujo que le había prestado a Michael-. Eh, no está mal -sonrió, absurdamente complacido al ver el boceto de la nave Desafío que había hecho el niño. Al parecer, las pocas indicaciones que le había dado habían calado hondo-. Tienes un don natural, Mike.

El niño se sonrojó de placer y luego volvió a fruncir el ceño.

Mike: Pero, mira, los cohetes y los motores de retropropulsión están mal. Tienen un aspecto ridículo.

Zac: Solo porque estás intentando definir los detalles demasiado pronto. Mira, primero los toques ligeros, los trazos -puso una mano sobre la del niño para guiarlo-. No te dé miedo equivocarte. Para eso están esas enormes gomas de borrar.

Mike: Tú no te equivocas -sacó la lengua entre los dientes e intentó que su mano se moviera con la misma ligereza que la de Zac-.

Zac: Claro que me equivoco. Este es el borrador número quince que gasto este año.

Mike: Tú eres el mejor dibujante del mundo -dijo mirándolo con fervor-.

Conmovido, Zac le removió el pelo.

Zac: Puede que esté entre los veinte mejores, pero gracias de todos modos -al oír el teléfono, sintió una extraña punzada de desilusión. El fin de semana había cambiado de pronto de significado: ya no podría estar con Michael. Habiendo vivido toda su vida sin responsabilidades, resultaba inquietante darse cuenta de que echaría de menos aquella en particular-. Debe de ser tu madre.

Mike: Me ha dicho que esta noche, como es viernes, podemos ir al cine. Podrías venir con nosotros.

Zac masculló algo incomprensible y levantó el teléfono.

Zac: Hola, Vanessa.

Ness: Zac, yo... ¿va todo bien?

Percibiendo algo extraño en su voz, Zac frunció el ceño.

Zac: Estupendamente.

Ness: ¿Te ha dado Michael el cheque?

Zac: Sí. Pero lo siento, aún no he tenido tiempo de cobrarlo.

Vanessa no estaba de humor para sarcasmos.

Ness: Bueno, gracias. Te agradecería que le dijeras a Michael que suba.

Zac: De acuerdo -titubeó-. ¿Un día duro, Vanessa?

Ella se llevó una mano a las sienes doloridas.

Ness: Un poco. Gracias por preguntar, Zac.

Zac: De nada -colgó, todavía con el ceño fruncido y, volviéndose hacia Michael, compuso una sonrisa-. Hora de transferir los efectivos, cabo.

Mike: ¡Señor, sí, señor! -hizo un saludo militar. El ejército intergaláctico que había dejado en casa de Zac toda la semana estaba guardado en su mochila. Tras una breve búsqueda, encontraron sus guantes y los guardaron encima de los muñecos de plástico. Michael recogió su abrigo y su gorro y se agachó para abrazar a Tas-. Adiós, Tas. Hasta luego -el perro farfulló una despedida y restregó el hocico contra el hombro de Michael-. Adiós, Zac -se acercó a la puerta, pero vaciló un momento-. Supongo que nos veremos el lunes.

Zac: Claro. Aunque, espera, creo que voy a subir contigo. Así le daré a tu madre un informe completo.

Mike: ¡Vale! -se animó al instante-. Te has dejado las llaves en la cocina. Iré por ellas -lo vio pasar a su lado como un tornado y regresar al cabo de un instante-. He sacado un sobresaliente en Lengua. Mamá se va a poner muy contenta cuando se lo diga. Seguro que nos deja beber un refresco.

Zac: Me parece un trato muy justo -salió del apartamento al lado de Michael-.


Vanessa oyó la llave de Michael en la cerradura y bajó el hatillo de hielo. Inclinándose hacia el espejo del baño, observó su cara y, al notar que empezaba a formarse un cardenal, masculló una maldición. Confiaba en contarle a Michael el incidente quitándole importancia antes de que apareciera alguna magulladura. Se tragó dos aspirinas y pidió al Cielo que se le pasara el dolor de cabeza.

Mike: ¡Mamá! ¡Eh, mamá!

Ness: Estoy aquí, Michael -hizo una mueca al oír su propio grito, pero compuso una sonrisa y fue a su encuentro-.

La sonrisa se desvaneció al ver que su hijo no estaba solo.

Mike: Zac ha subido a informar -dijo quitándose la mochila-.

Zac: ¿Se puede saber que te ha pasado? -se acercó a ella en dos zancadas. Tomó su cara entre las manos y la miró enojado-. ¿Estás bien?

Ness: Claro que sí -le lanzó una mirada de advertencia y se volvió hacia Michael-. Estoy bien.

El niño la miró fijamente, con los ojos como platos, y su mentón comenzó a temblar al ver el cardenal azul oscuro que tenía bajo el ojo.

Mike: ¿Te has caído?

Ella quiso mentirle y decirle que sí, pero nunca le había mentido.

Ness: No exactamente -forzó una sonrisa, molesta por la presencia de Zac-. Al parecer, en la estación del metro había un tipo que quería mi bolso. Pero yo también lo quería, claro.

Zac: ¿Te han atracado? -no sabía si insultarla o abrazarla y comprobar si estaba herida-.

Vanessa le lanzó una mirada larga y desafiante.

Ness: Algo así -se encogió de hombros-. Pero me temo que no ha sido nada emocionante. El metro estaba lleno. Alguien vio lo que ocurría y llamó a seguridad, así que el tipo cambió de idea respecto a mi bolso y salió corriendo.

Michael se acercó más a ella. No era la primera vez que veía un ojo morado. Joey Phelps había tenido uno una vez. Pero su madre, nunca.

Mike: ¿Te pegó?

Ness: No, en realidad, no. Eso fue más bien un accidente -un accidente que dolía horrores-. Estábamos con el tira y afloja del bolso, y se le escapó el codo. No me agaché lo bastante rápido, eso es todo.

Zac: Idiota -masculló-.

Mike: ¿Y tú le pegaste?

Ness: Claro que no -pensó con anhelo en el hatillo de hielo-. Anda, ve a sacar tus cosas de la mochila, Michael.

Mike: Pero quiero saber sí...

Ness: Haz lo que te digo -dijo con firmeza-.

Mike: Sí, señora -murmuró, y recogió la mochila del sofá-.

Vanessa aguardó hasta que se metió en su cuarto.

Ness: Quiero que sepas que no me agrada que te metas en esto.

Zac: Pues aún no has visto nada. ¿A ti qué demonios te pasa? ¿Cómo se te ha ocurrido pelearte con un atracador por el bolso? ¿Y si hubiera llevado una navaja?

Ness: No la llevaba -sintió que empezaban a temblarle las piernas, precisamente en el momento más inoportuno-. Y tampoco se llevó mi bolso.

Zac: Ni un ojo morado, supongo. Por el amor de Dios, Vanessa, podrías haber resultado gravemente herida, y no creo que lleves nada en el bolso que merezca tanto la pena. Las tarjetas de crédito se pueden cancelar, y puedes comprarte otra barra de labios.

Ness: Supongo que, si alguien intentara robarte la cartera, tú se la darías de mil amores.

Zac: Eso es distinto.

Ness: No, no lo es.

Él dejó de pasearse por la habitación y la miró fijamente. Tenía la cabeza alzada, la barbilla hacia fuera. Zac había visto aquel gesto en Michael varias veces. No lo sorprendía su terquedad, pero sí su mal genio y la admiración que le produjo. Pero, en ese momento, se recordó mirando de nuevo su pómulo tumefacto; nada de ello importaba.

Zac: Recapitulemos un momento. Por de pronto, no sé por qué te montas sola en el metro.

Ella dejó escapar un remedo de risa.

Ness: Supongo que estarás bromeando.

Lo curioso del caso era que Zac no recordaba haber dicho nunca algo tan estúpido. Lo cual lo hizo enfadarse consigo mismo.

Zac: Toma un taxi, maldita sea.

Ness: No voy a tomar ningún taxi.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Primero, porque es absurdo y, segundo, porque no puedo permitírmelo.

Zac se sacó el cheque del bolsillo y se lo puso en la mano.

Zac: Ahora ya puedes permitírtelo, y hasta puedes dejar propina.

Ness: No pienso aceptarlo -le tiró el cheque arrugado-. Ni pienso tomar un taxi pudiendo utilizar el metro, que es barato y rápido. Y desde luego no tengo intención de permitir que conviertas un pequeño incidente en una tragedia. No quiero que Michael se preocupe.

Zac: Bueno, pues entonces toma un taxi. Hazlo por él, si no quieres hacerlo por ti. Piensa en lo que habría sido de él si te hubiera pasado algo.

Ella palideció, y el cardenal de su mejilla pareció oscurecerse.

Ness: No necesito que ni tú ni nadie me dé lecciones sobre el bienestar de mi hijo.

Zac: No, es cierto, te portas muy bien con él. Es contigo misma con la que no te portas tan bien -se metió las manos en los bolsillos-. Está bien, no tomarás un taxi. Pero al menos prométeme que no te creerás Sally la Temeraria la próxima vez que algún ladrón decida que le gusta el color de tu bolso.

Vanessa se frotó los brazos por encima de la chaqueta.

Ness: ¿Es ese el nombre de uno de tus personajes?

Zac: Podría serlo -se dijo que debía calmarse. No solía perder los papeles fácilmente, pero, cuando empezaba a sulfurarse, podía estallar en cuestión de segundos-. Mira, Vanessa, ¿llevabas acaso los ahorros de toda tu vida en el bolso?

Ness: Por supuesto que no.

Zac: ¿Alguna reliquia familiar?

Ness: No.

Zac: ¿Algún microchip de vital importancia para la seguridad nacional?

Ella dejó escapar un suspiro, exasperada, y se sentó en el brazo del sofá.

Ness: No, me lo dejé en la oficina -hizo un mohín y volvió a mirarlo-. Ahora no me pongas esa sonrisita idiota.

Zac: Lo siento -puso una amplia sonrisa-.

Ness: Es que he tenido un día horrible -sin darse cuenta, se quitó el zapato y empezó a masajearse la planta del pie-. A primera hora de la mañana, el señor Rosen me echó un sermón acerca de la productividad, luego hubo reunión de personal y, finalmente, ese imbécil del cajero, que intentó ligar conmigo.

Zac: ¿Qué cajero?

Ness: Da igual -cansada, se frotó las sienes-. El caso es que las cosas fueron de mal en peor y que al final tenía ganas de arrancarle a alguien la cabeza de un mordisco. Y entonces ese idiota me tiró del bolso, y estallé. Por lo menos tengo la satisfacción de saber que cojeará unos cuantos días.

Zac: Con que le zurraste, ¿eh?

Vanessa se palpó cuidadosamente el ojo con las puntas de los dedos, sin abandonar aquel mohín.

Ness: Sí.

Zac se acercó y, agachándose junto a ella, observó la magulladura con curiosidad.

Zac: Se te va a poner muy morado.

Ness: ¿Tú crees? -se tocó de nuevo el moratón-. Esperaba que no se pusiera peor.

Zac: Ni lo sueñes. Vas a estar hecha un cuadro.

Ella pensó en las miradas curiosas y las explicaciones que tendría que dar en la oficina.

Ness: Fantástico.

Zac: ¿Te duele?

Ness: Sí.

Zac besó suavemente la magulladura antes de que ella pudiera retirarse.

Zac: Prueba con un poco de hielo.

Ness: Ya lo había pensado.

Mike: Ya he colocado mis cosas -estaba en el pasillo, mirándose los zapatos-. Tenía deberes, pero ya los he hecho.

Ness: Eso está muy bien. Ven aquí -siguió mirándose los zapatos mientras se acercaba a ella. Vanessa le puso los brazos alrededor del cuello y lo achuchó-. Lo siento.

Mike: Da igual. No quería que te enfadaras.

Ness: No me he enfadado contigo. Me he enfadado con el señor Rosen y con el hombre que intentó robarme el bolso, pero no contigo, mi niño.

Mike: Si quieres, te traigo un paño húmedo, como haces tú cuando me duela la cabeza.

Ness: Gracias, pero creo que lo que necesito es un baño caliente y un poco de hielo -le dio otro achuchón y entonces recordó algo-. Ah, pero si hoy teníamos planes, ¿no? Hamburguesa con queso y una película.

Mike: Podemos ver la tele, en vez de salir.

Ness: Bueno, ¿por qué no esperamos a ver qué tal me encuentro dentro de un rato?

Mike: He sacado un sobre en el control de Lengua.

Ness: Mi héroe -dijo riendo-.

Zac: ¿Sabes?, eso del baño caliente es buena idea -ya estaba haciendo planes-. ¿Por qué no empiezas y me prestas a Michael un rato?

Ness: Pero si acaba de llegar a casa.

Zac: Solo será un ratito -la tomó del brazo y la condujo hacia el cuarto de baño-. Pon burbujas en la bañera. Son fantásticas para la moral. Volveremos dentro de media hora.

Ness: Pero ¿adónde vais?

Zac: A hacer un recado. Mike puede acompañarme, ¿verdad, Mike?

Mike: Claro.

La idea de pasar media hora en la bañera resultaba tentadora.

Ness: Nada de chucherías. Falta muy poco para la cena.

Zac: Está bien, no comeré ninguna -le prometió empujándola hacia el baño, y, agarrando a Michael del hombro, regresó al cuarto de estar-. ¿Listo para emprender una misión, cabo?

Con los ojos brillantes, Michael hizo un saludo militar.

Mike: Listo, señor.


La combinación de hielo, baño caliente y aspirina tuvo éxito. Cuando el agua empezó a enfriarse, el dolor de cabeza de Vanessa se había disipado hasta convertirse en un leve aturdimiento. Estaba en deuda con Zac por permitirle pasar un rato a solas, pensó mientras se ponía unos vaqueros. El agua caliente no solo se había llevado el dolor: también había disipado su nerviosismo. En realidad, al examinar despacio su ojo morado, se sintió muy orgullosa de sí misma. Zac tenía razón: las burbujas eran excelentes para levantar la moral.

Se cepilló el pelo, preguntándose si Michael se enfadaría si dejaban el cine para otro día. A pesar del baño caliente, no le apetecía nada encarar de nuevo el frío de la calle para sentarse en un cine abarrotado. Pensó que tal vez se diera por satisfecho con una sesión de tarde al día siguiente. Tendría que variar un poco sus planes, pero, después de la semana que había pasado, la idea de pasar una noche tranquila en casa, aunque tuviera que hacer la colada después de la cena, le parecía mucho más apetecible.

Qué semana tan espantosa, pensó mientras se ponía las pantuflas. Rosen era un tirano y el cajero un plasta. Los cinco días anteriores, había pasado casi tanto tiempo aplacando a uno y quitándose de encima al otro como tramitando préstamos. El trabajo no le daba miedo, pero le crispaba los nervios tener que dar cuenta de cada minuto de su tiempo. Sin embargo, no era nada personal de eso se había dado cuenta el primer día. Rosen era igual de insoportable con todo el mundo.

Y ese idiota de Cummings... Vanessa procuró quitarse de la cabeza la imagen del pegajoso cajero y se sentó al borde de la cama. Ya había superado las dos primeras semanas. Se tocó cuidadosamente el pómulo. Las cicatrices lo demostraban. En adelante, todo sería más fácil. Ya no sufriría el estrés de tener que familiarizarse con tantas caras nuevas. Y lo mejor de todo era que no tenía que preocuparse por Michael.

Aunque no quisiera admitirlo delante de nadie, cada día de esa semana había creído que Zac iba a llamarla para decirle que Michael le causaba demasiadas molestias, que había cambiado de idea y que estaba cansado de pasarse las tardes con un crío de nueve años. Pero el caso era que, cada tarde, cuando subía a casa, Michael tenía mil historias que contarle acerca de Zac, de Tas y de todo lo que hacían.

Zac le había enseñado una serie de bocetos para el número especial de aniversario. Habían llevado a Tas al parque. Habían visto la versión original, sin cortar, de King Kong. Zac le había enseñado su colección de cómics, que incluía los primeros números de Superman y de Cuentos desde la cripta, número que, como todo el mundo sabía, tenían un valor prácticamente incalculable. ¿Y sabía acaso ella que Zac tenía en su poder el auténtico anillo transmisor del Capitán Medianoche? ¡Guau!

Vanessa hizo girar los ojos y puso una mueca al sentir una punzada de dolor. Zac tal vez fuera raro, pero no había duda de que hacía feliz a Michael. Todo iría bien mientras siguiera pensando en él como en el amigo de su hijo y olvidara el repentino e inexplicable vínculo que había surgido entre ellos el fin de semana anterior.

Vanessa prefería pensar en ello como en un vínculo fortuito, aunque tal vez Zac lo hubiera llamado de otro modo. Atracción, química, pasión... No, ella no usaría ninguno de aquellos términos, ni pensaría en la reacción inmediata e irrefrenable que le había provocado su abrazo. Sabía lo que había sentido. Era demasiado honesta como para negar que, por un instante, se había dejado llevar, embriagada, por el placer de sentirse deseada. No tenía por qué avergonzarse de ello. Cualquier mujer que llevara tanto tiempo sola como ella sentiría cierto hormigueo al hallarse tan cerca de un hombre atractivo. Pero, entonces, ¿por qué Cummings no le producía aquel hormigueo?

«No contestes a esa pregunta», se advirtió. A veces era preferible no ahondar demasiado, no fuera a ser que no le gustara la respuesta.

«Piensa en la cena», se dijo. El pobre Michael tendría que conformarse con una sopa y un sándwich en vez de su ansiada hamburguesa con queso. Suspirando, se levantó al oír que se abría la puerta.

Mike: ¡Mamá! ¡Mamá, ven a ver qué sorpresa!

Vanessa procuró componer una sonrisa, aunque no sabía si podría soportar más sorpresas ese día.

Ness: Mike, ¿le has dado a Zac las gracias por...? ¡Oh! -de pronto vio que Zac también había vuelto, y sin darse cuenta empezó a estirarse el jersey. Michael y él estaban junto a la puerta, sonriendo. Michael llevaba dos bolsas de papel y Zac sostenía lo que se parecía sospechosamente a un vídeo con los cables colgando-. ¿Qué es todo eso?

Zac: La cena y una sesión doble. Mike me ha dicho que te gustan los batidos de chocolate.

Ness: Sí, claro -al fin sintió el aroma. Husmeando, miró atentamente las bolsas de Mike-. ¿Hamburguesas con queso?

Mike: Sí, Y patatas. Zac dijo que podíamos pedir ración doble. Y hemos sacado a Tas a dar un paseo. Está abajo, comiendo.

Zac: Tiene muy malos modales en la mesa -puso el vídeo sobre el televisor de Vanessa-.

Mike: Y yo he ayudado a Zac a desenchufar el vídeo. Hemos traído En busca del arca perdida. Zac tiene montones de películas.

Zac: Mike dice que te gustan los musicales.

Ness: Bueno, sí, pero...

Mike: También hemos traído un musical -dejó las bolsas en el suelo y se sentó con Zac en el suelo-. Zac dice que es muy divertida, así que supongo que estará bien -puso una mano sobre la pierna de Zac y se inclinó hacia delante para mirar el enchufe-.

Zac: Cantando bajo la lluvia -le dio a Michael un cable y se apartó para que lo enchufara-.

Ness: ¿De veras?

Él sonrió. A veces, Vanessa era igual que su hijo.

Zac: Sí. ¿Qué tal tu ojo?

Ness: Mejor -incapaz de resistirse, se acercó a mirar-.

Qué extraño era ver las manitas de su hijo junto a las de un hombre.

Zac: Está un poco apretujado, pero cabe justo debajo de la tele -apretó suavemente el hombro de Michael y se levantó. Poniendo un dedo bajo la barbilla de Vanessa, le giró la cara para mirarle el ojo-. Vaya, qué colorcillo tiene. En fin, Mike y yo pensamos que, como estabas un poco hecha polvo, era mejor traerte la película a casa.

Ness: Sí, estoy un poco cansada. Gracias -le tocó un momento la muñeca-.

Zac: De nada -él se preguntó cuál sería su reacción, y la de Michael, si la besaba en ese momento-.

Vanessa pareció darse cuenta, pues se apartó rápidamente.

Ness: Bueno, será mejor que traiga unos platos o la comida se quedará fría.

Zac: Tenemos montones de servilletas -señaló el sofá-. Siéntate mientras mi ayudante y yo acabamos.

Mike: Ya está -sofocado por la emoción, retrocedió a gatas-. Ya lo he enchufado todo.

Zac se agachó para comprobar las conexiones.

Zac: Es usted un mecánico de primera, cabo.

Mike: Primero vamos a ver En busca del arca perdida, ¿no?

Zac: Ese era el trato -le dio la cinta-. Tú estás al mando.

Ness: Parece que tengo que darte las gracias otra vez -dijo cuando Zac se sentó junto a ella en el sofá-.

Zac: ¿Por qué? Esta noche me apetecía entrometerme en tu cita con Mike -sacó una hamburguesa de la bolsa-. Esto es más barato.

Ness: La mayoría de los hombres no querrían pasar un viernes por la noche con un niño pequeño.

Zac: ¿Por qué no? -dio un buen mordisco y, tras tragárselo, continuó-. Me imagino que no se comerá ni la mitad de sus patatas. Así que yo me comeré el resto.

Michael dio un salto y se sentó entre ellos. Lanzó un teatral suspiro de satisfacción y se arrellanó en el sofá.

Mike: Esto es mejor que salir. Muchísimo mejor.

Tenía razón, pensó Vanessa mientras, relajándose, se dejaba atrapar por las aventuras de Indiana Jones. En otro tiempo, había creído que la vida podía ser así de emocionante, de romántica y de sobrecogedora. Y, aunque las circunstancias la habían obligado a dejar a un lado aquellas cosas, nunca había perdido su afición por las películas de aventuras. Durante un par de horas, era posible cerrar la puerta a la realidad y a las presiones que conllevaba y volver a tener ilusiones.

Michael tenía los ojos brillantes y parecía lleno de energía al cambiar de cinta. Vanessa comprendió que, esa noche, sus sueños girarían en torno a tesoros perdidos y hazañas heroicas. Acurrucado a su lado, el niño se rió de las travesuras y batacazos de Donald O'Connor, pero empezó a dar cabezadas en cuanto Gene Kelly empezó a bailar bajo la lluvia.

Zac: Fantástico, ¿eh? -murmuró. Michael se había movido de modo que tenía la cabeza apoyada sobre su pecho-.

Ness: Sí. Nunca me canso de ver esta película. De pequeña, la veíamos siempre que la ponían en la tele. Mi padre es un fanático del cine. Puedes citarle casi cualquier película, y te dirá el reparto. Pero, sobre todo, le gustan los musicales.

Zac guardó silencio de nuevo. Hacía falta muy poco para conocer los sentimientos de una persona hacia otra: una simple inflexión de la voz, una leve dulcificación de la expresión... Los padres de Vanessa habían sido cariñosos con ella. Él, en cambio, lamentaba no poder decir lo mismo de los suyos. Su padre nunca había compartido su amor por la literatura fantástica ni por el cine, y él siempre se había sentido ajeno a la devoción de su padre por los negocios. Aunque nunca se había considerado un niño solitario, pues su imaginación era compañía suficiente, siempre echaría de menos el calor y el afecto que había percibido en la voz de Vanessa al hablar de su padre.

Cuando comenzaron los créditos, se volvió de nuevo hacia ella.

Zac: ¿Tus padres viven en la ciudad?

Ness: ¿Aquí? No, qué va -se echó a reír al imaginárselos enfrentándose al ritmo de vida de Nueva York-. No, yo crecí en Rochester, pero mis padres se fueron al sur hace casi diez años. A Fort Worth. Mi padre trabaja en un banco y mi madre trabaja media jornada en una librería. Nos quedamos todos atónitos cuando se puso a trabajar. Supongo que creíamos que no sabía hacer nada más que cocinar y planchar.

Zac: ¿Cuánto sois?

Vanessa suspiró ligeramente mientras la pantalla quedaba en blanco. No recordaba cuánto tiempo hacía que no pasaba una velada tan agradable.

Ness: Tengo un hermano y una hermana. Yo soy la mayor. Luke vive en Rochester con su mujer, que está esperando un hijo, y July está en Atlanta. Es locutora de radio.

Zac: ¿En serio?

Ness: «Despierta, Atlanta. Son las seis de la mañana, hora de tres éxitos encadenados» -se echó a reír al pensar en su hermana-. Me encantaría ir a verlos con Mike.

Zac: ¿Los echas de menos?

Ness: Es duro pensar lo dispersos que estamos todos. Sé que a Mike le vendría bien tener más familia cerca.

Zac: ¿Y a Vanessa?

Ella lo miró, y pensó sorprendida que no le resultaba extraño ver a Michael dormida sobre su regazo.

Ness: Yo tengo a Mike.

Zac: ¿Y con eso te basta?

Ness: Me sobra -sonriendo, descruzó las piernas y se levantó-. Y, hablando de Mike, creo que será mejor llevarlo a la cama.

Zac tomó al niño y lo colocó sobre su hombro.

Zac: Yo lo llevaré.

Ness: Oh, no te preocupes. Estoy acostumbrada.

Zac: Ya lo tengo -Michael apoyó la cara junto a su cuello. Qué extraña sensación, pensó Zac, enternecido-. ¿Dónde es?

Vanessa lo condujo a la habitación de Michael, diciéndose a sí misma que era absurdo sentirse violenta. La cama estaba hecha a la manera de Mike, o sea, que la colcha de La guerra de las galaxias estaba estirada sobre las sábanas arrugadas. Zac estuvo a punto de pisar un robot de juguete y un viejo perro de peluche. Junto a la cómoda había un flexo que se quedaba encendido toda la noche, pues, a pesar de sus bravatas, a Michael seguía dándole cierto miedo lo que podía haber en el armario.

Zac lo acostó en la cama y ayudó a Vanessa a quitarle los zapatos.

Ness: No hace falta que te molestes -desató con destreza uno de los cordones-.

Zac: No es molestia. ¿Le pones pijama? -ya estaba quitándole los vaqueros a Michael. Sin decir nada, Vanessa se acercó a la cómoda y sacó el pijama favorito de Michael. Zac estudió el estampado de colores chillones del Comandante Zark-. Qué bonito. Es un fastidio que no los hagan de mi talla.

Ella se rió suavemente, y de pronto se sintió más relajada. Le puso la parte de arriba del pijama a Michael mientras Zac le ponía los pantalones.

Zac: Este niño duerme como una marmota.

Ness: Sí, desde siempre. Rara vez se despierta de noche, ni siquiera cuando era bebé -como de costumbre, recogió el perrito de trapo, lo puso junto a Michael y le dio un beso en la mejilla-. No le digas nada de Fido -susurró-. Se enfada si alguien se entera de que todavía duerme con él.

Zac: Hay que ver -dejándose llevar por un impulso, le pasó una mano por el pelo-. Es muy especial, ¿verdad?

Ness: Sí, lo es.

Zac: Igual que tú -se dio la vuelta y le acarició el pelo-. No te cierres a mí, Vanessa -dijo al ver que ella apartaba la mirada-. El mejor modo de aceptar un cumplido es decir gracias. Inténtalo, anda.

Más turbada por su propia reacción que por las palabras de Zac, ella se obligó a mirarlo.

Ness: Gracias.

Zac: Es un buen comienzo. Ahora, intentémoslo otra vez -la rodeó con los brazos-. Llevo casi una semana pensando en besarte otra vez.

Ness: Zac, yo...

Zac: ¿Se te ha olvidado el diálogo? -ella había subido las manos hasta sus hombros para apartarlo. Pero Zac prefirió concentrarse en el mensaje que veía en sus ojos-. Eso era otro cumplido. No tengo la costumbre de pasarme el día pensando en una mujer que hace cuanto puede por evitarme.

Ness: No es eso... exactamente.

Zac: No importa. Ya me imagino que será porque cuando me tienes cerca, no puedes controlarte.

Ella lo miró fijamente.

Ness: Eres muy vanidoso.

Zac: Gracias. En fin, intentémoslo de otro modo -mientras hablaba, subía y bajaba la mano por su espalda-. Bésame y, si esta vez no estallan los cohetes, sabré que me he equivocado.

Ness: No -sin embargo, no logró reunir fuerzas para apartarse-. Michael está...

Zac: Dormido como un tronco, ¿recuerdas? -besó muy suavemente la hinchazón bajo su ojo-. Y, aunque se despierte, no creo que tenga pesadillas por verme besando a su madre.

Ella fue a decir algo, pero los labios de Zac sofocaron sus palabras. La besó con paciencia. Hasta con ternura. Sin embargo, los cohetes volvieron a estallar. Sintiendo que el suelo temblaba bajo sus pies, Vanessa se aferró a sus hombros.

Era increíble. Imposible. Pero el deseo estaba allí, abrasador e inmediato. Ninguno de los dos había sentido antes un ansia tan intensa. Una vez, siendo todavía muy joven, Vanessa había visto un destello de lo que podía ser la verdadera pasión. Pero aquel destello se apagó al instante y ella llegó a creer que, como muchas otras cosas, aquellas pasiones eran solo temporales. Sin embargo, aquello... aquello parecía eterno.

Zac creía saber cuánto había que saber sobre las mujeres. Pero Vanessa le estaba demostrando lo contrario. Mientras se sentía deslizarse por aquel suave y cálido túnel de deseo, se dijo que no debía precipitarse ni pedir demasiado. Dentro de Vanessa había un huracán reprimido y canalizado durante mucho, mucho tiempo. Al abrazarla por primera vez, se había dado cuenta de que él tenía que liberar aquella energía. Pero muy despacio. Cautelosamente. Aunque ella no lo supiera, era tan vulnerable como el niño que dormía junto a ellos.

Vanessa hundió los dedos entre su pelo y lo atrajo hacia sí un poco más. Por un instante, Zac la apretó con fuerza contra su cuerpo y dejó que ambos saborearan lo que los aguardaba.

Zac: Cohetes, Vanessa -trazó la forma de su oído con la lengua y ella se estremeció-. La ciudad está en llamas.

Sintiendo su boca ardiente, ella lo creyó.

Ness: Tengo que pensar.

Zac: Sí, puede que sí -pero la besó otra vez-. Puede que los dos tengamos que pensar -bajó las manos por su cuerpo ávidamente-. Pero tengo la sensación de que llegaremos a la misma conclusión -ella se apartó, estremecida. Y tropezó con el robot. El ruido no perturbó el sueño de Michael-. ¿Sabes que te tropiezas con algo cada vez que te beso? -tenía que irse en ese momento, o no se iría-. Vendré a recoger el vídeo otro día.

Ella asintió, exhalando un leve suspiro de alivio. Temía que le pidiera que se acostara con él, y no estaba segura de cuál habría sido su respuesta.

Ness: Gracias por todo.

Zac: Vaya, estás aprendiendo -le acarició la mejilla con un dedo-. Cuida ese ojo.

Vanessa permaneció junto a la cama de Michael hasta que oyó cerrarse la puerta. Luego, sentándose, puso una mano sobre el hombro de su hijo dormido.

Ness: Oh, Mike, ¿dónde me he metido?




Tienes a un tio bueno loco por ti y que adora a tu hijo, ¿¡qué narices tienes que pensar!? 😆

¡Gracias por leer!


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