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martes, 29 de agosto de 2017

Capítulo 7


Podía haber puesto cualquier excusa, pero lo cierto era que no quería. Sabía que aquella cena era una encerrona de Zac, pero, mientras se abrochaba el ancho cinturón de cuero, descubrió que no le importaba. En realidad, casi sentía alivio porque fuera él quien hubiese tomado la decisión.

Estaba nerviosa, de eso no había duda. De pie ante el espejo de la cómoda respiró hondo varias veces. Sí, estaba nerviosa, pero no eran nervios de los que le hacían un nudo en el estómago, como cuando iba a una entrevista de trabajo. A pesar de no saber con certeza qué sentía hacia Zac Efron, se alegraba de no estar asustada.

Tomó el cepillo, observó su reflejo en el espejo y se alisó el pelo. No parecía alterada, se dijo. Eso era otro punto a su favor. El vestido negro de lana le sentaba bien, con su profundo escote y su cintura ajustada. El cinturón, de color rojo, acentuaba la cintura justo antes de que la falda se abriera en vuelo. Por alguna razón, el rojo le daba confianza. Los colores vivos le parecían un modo de defenderse como otro cualquiera, precisamente por ser una persona extremadamente discreta.

Se puso unos grandes pendientes en forma de espiral, también rojos. Como la mayoría de su ropa, el vestido era práctico. Servía lo mismo para ir a la oficina, a una reunión de la Asociación de Padres de Alumnos o a una comida de negocios. Esa noche, pensó con una media sonrisa, serviría además para una cita.

Intentó no pensar en cuánto tiempo hacía que no tenía una cita y se tranquilizó al reparar en que conocía a Zac lo suficiente como para mantener una conversación fluida toda la velada. Una velada de adultos. Lo cual le hacía mucha ilusión, pese a su adoración por Michael.

Al oír que llamaban a la puerta, se miró por última vez al espejo y fue a abrir. En cuanto abrió, su confianza se desvaneció.

Aquel no parecía Zac. Los vaqueros rotos y las sudaderas dadas de sí habían desaparecido. Aquel hombre lleva un traje oscuro con una camisa azul pálido. Y corbata. El botón superior de la camisa estaba abierto, y la corbata, de seda azul oscuro, tenía un nudo bajo y flojo. Iba perfectamente afeitado y su pelo caía, rubio y lustroso, sobre las orejas y el cuello de la camisa.

De improviso, Vanessa se sintió tímida y apocada.

Sin embargo, estaba guapísima. Zac se turbó ligeramente al mirarla. Los zapatos de noche la alzaban hasta un par de centímetros por debajo de su altura, de modo que prácticamente podían mirarse de frente a los ojos. Al ver su expresión de timidez, Zac se relajó un poco y le ofreció una sonrisa.

Zac: Parece que he escogido el color adecuado -dijo, dándole un ramo de rosas rojas-.

Ella sabía que era absurdo que una mujer de su edad se aturdiera por unas simples flores. Pero sintió que el corazón le daba un vuelco al recogerlas.

Zac: ¿Otra vez se te ha olvidado el diálogo?

Ness: ¿El diálogo?

Zac: Gracias.

El aroma de las rosas flotaba a su alrededor, suave y dulce.

Ness: Gracias.

Él tocó un pétalo. Ya sabía que la piel de Vanessa tenía casi aquel mismo tacto.

Zac: Ahora se supone que tienes que ponerlas en agua.

Sintiéndose una estúpida, Vanessa retrocedió.

Ness: Sí, claro. Pasa.

Zac: La casa parece otra sin Mike -comentó cuando Vanessa fue a buscar un jarrón-.

Ness: Sí. Cada vez que se va a dormir a casa de algún amigo, me cuesta horas acostumbrarme al silencio.

Zac la había seguido a la cocina. Vanessa se puso a trastear arreglando las rosas. «Soy una mujer adulta», se decía. «El hecho de que no haya tenido una cita desde que iba al instituto no significa que no recuerde cómo comportarme» .

Zac: ¿Qué sueles hacer cuando tienes una noche libre?

Ness: Oh, leo, o me quedo viendo una película hasta tarde -se dio la vuelta con el Jarrón y estuvo a punto de chocar con Zac-.

El agua se agitó al borde del recipiente.

Zac: Ya casi no se te nota lo del ojo -señaló suavemente el moratón, que apenas era ya una tenue sombra-.

Ness: No era para tanto -notaba la garganta seca. Aunque fuera una mujer adulta, se alegraba enormemente de que el jarrón se interpusiera entre ellos-. Voy por el abrigo.

Dejó las rosas en la mesa, junto al sofá, y se acercó al armario. Ya había metido un brazo en la manga cuando Zac se aproximó para ayudarla. Hacía que aquel gesto común y corriente pareciera sensual, pensó Vanessa, mirando al frente. Zac le rozó los hombros con las manos, las dejó allí un instante y luego las bajó a lo largo de sus brazos y volvió a subirlas para sacarle el pelo de debajo del cuello del abrigo.

Vanessa cerró los puños y giró la cabeza.

Ness: Gracias.

Zac: De nada -sin apartar las manos de sus hombros, la obligó a darse la vuelta para mirarlo-. Quizá te sientas mejor si nos quitamos esto del medio ahora mismo -la besó suavemente, pero con firmeza. Las manos rígidas de Vanessa se aflojaron. Aquel beso no era exigente, ni apasionado. Pero su comprensión la conmovió profundamente-. ¿Te sientes mejor? -murmuró-.

Ness: No estoy segura.

Riendo, él volvió a rozarle levemente los labios.

Zac: Pues yo sí -tomándola de la mano, se dirigió hacia la puerta-.


El restaurante era francés, discreto y selecto. Las paredes, cubiertas de un papel de pálidas flores, refulgían a la suave luz y el parpadeo de las velas. Los clientes hablaban en voz baja sobre manteles de hilo y copas de cristal. El bullicioso ajetreo de las calles que daba más allá de las puertas de cristal esmerilado.

**: Ah, señor Efron, hacía mucho que no lo veíamos por aquí -el maître se acercó a darles la bienvenida-.

Zac: Sabes que siempre vuelvo por vuestros caracoles.

Riendo, el maître le indicó a un camarero que se alejara.

**: Buenas noches, mademoiselle. Permítanme conducirlos a su mesa.

El pequeño reservado, iluminado por la luz de las velas y oculto a la vista de los demás comensales, era un lugar para darse las manos y compartir secretos íntimos. Al sentarse, sus piernas se rozaron.

**: El sumiller vendrá enseguida. Que disfruten de la velada.

Ness: No hace falta preguntar si ya habías estado aquí antes.

Zac: De vez en cuando me canso de las pizzas congeladas. ¿Te apetece champán?

Ness: Me encantaría.

Él pidió una botella y el sumiller pareció complacido por su elección. Vanessa abrió la carta y suspiró al leer los refinados nombres de los platos.

Ness: Me acordaré de esto la próxima vez que le dé un mordisco a medio sándwich de atún entre cita y cita.

Zac: ¿Te gusta tu trabajo?

Ness: Mucho -se preguntó qué sería el soufflé de crabe-. Rasen es un incordio, pero también hace que te esfuerces por ser eficiente.

Zac: Y a ti te gusta ser eficiente.

Ness: Es importante para mí.

Zac: ¿Y qué más es importante para ti, aparte de Mike?

Ness: La estabilidad -lo miró con una media sonrisa-. Aunque supongo que eso también tiene que ver con Mike. La verdad es que en los últimos años todo lo que se ha vuelto importante para mí tiene que ver con Mike.

Alzó la mirada cuando el sumiller les llevó el vino y, con toda ceremonia, se lo dio a probar a Zac. Vanessa vio que el vino, frío y dorado, colmaba su copa.

Zac: Por Mike, entonces -dijo alzando su copa para brindar-. Y por su fascinante mamá.

Vanessa bebió un sorbo, un poco asombrada porque supiera tan bien. Había probado el champán otras veces, pero, como casi todo lo que tenía que ver con Zac, nunca de aquel modo.

Ness: Nunca me he considerado fascinante.

Zac: A mí me fascina una mujer bonita criando a un hijo sola en una de las ciudades más conflictivas del mundo -bebió un sorbo y sonrió-. Y, además, tienes unas piernas increíbles.

Ella se echó a reír y, pese a que Zac la tomó de la mano, no sintió vergüenza.

Ness: Eso ya me lo habías dicho antes. Por lo menos, largas sí que son. Era más alta que mi hermano hasta que salió del instituto, cosa que lo ponía furioso. Así que me pusieron de mote «la Larga».

Zac: A mí me llamaban «el Alambre».

Ness: ¿El alambre?

Zac: Sí, por lo flacucho.

Por encima del vaso, Vanessa observó su ancho torso cubierto por la chaqueta del traje.

Ness: No me lo creo.

Zac: Algún día, si estoy lo bastante borracho, te enseñaré fotos.

Zac pidió la cena en un francés impecable. Vanessa estaba boquiabierta de asombro. Aquel era el escritor de cómics, pensó, el mismo que construía castillos de nieve y hablaba con su perro. Notando su mirada de asombro, Zac arqueó una ceja.

Zac: Pasé un par de veranos en París durante el instituto.

Ness: Ah -de pronto, ella recordó de dónde procedía-. Dijiste que no tienes más hermanos. ¿Tus padres viven en Nueva York?

Zac: No -desgajó un pedazo de crujiente pan francés-. Mi madre hace un viaje relámpago de vez en cuando para comprar o ir al teatro, y mi padre viene a veces por asuntos de negocios, pero Nueva York no es de su estilo. Siguen viviendo casi todo el año en Newport, donde yo crecí.

Ness: Ah, Newport. Nosotros pasamos por allí una vez, cuando yo era pequeña. En verano, siempre íbamos de vacaciones en coche, dando tumbos de un lado para otro -se puso el pelo tras la oreja sin darse cuenta, ofreciéndole a Zac una deliciosa vista de su cuello-. Recuerdo las casas, esas enormes mansiones con columnas y flores y árboles ornamentales. Hasta hicimos fotos. Nos parecía increíble que alguien viviera allí -se interrumpió de repente y miró a Zac, que tenía una expresión divertida-. Y resulta que tú vivías allí.

Zac: Es curioso. Yo en verano pasaba mucho tiempo observando a los turistas con unos prismáticos. Puede que enfocara a tu familia.

Ness: Éramos los de la ranchera con las maletas atadas en la baca.

Zac: Claro, ya me acuerdo -le ofreció un trozo de pan-. Os envidiaba un montón.

Ness: ¿De veras? -se detuvo con el cuchillo de la mantequilla en el aire-. ¿Y eso por qué?

Zac: Porque ibais de vacaciones y comíais perritos calientes. Y porque dormíais en moteles con máquinas de refrescos en la puerta y jugabais al bingo en el coche entre ciudad y ciudad.

Ness: Sí -murmuró-. Creo que eso lo resume muy bien.

Zac: No pretendo hacerme el pobre niño rico -añadió al ver que sus ojos cambiaban de expresión-. Solo digo que tener una casa enorme no es necesariamente mejor que tener una ranchera -volvió a llenarle la copa de vino-. En cualquier caso, pasé mi etapa de rebelde al que le importa un comino el dinero hace mucho tiempo.

Ness: No sé si creerlo, viniendo de alguien que deja que el polvo se acumule encima de sus muebles Luis XV.

Zac: Eso no es rebeldía, es pereza.

Ness: Además de un pecado -añadió-. Me dan ganas de agarrar un trapo y un bote de cera.

Zac: Si te apetece limpiarme la caoba, hazlo con toda libertad.

Ella alzó una ceja al ver que Zac le sonreía.

Ness: ¿Y qué hacías durante tu etapa de rebelde?

Le acarició levemente las puntas de los dedos. Zac apartó la mirada de sus manos unidas y la miró a los ojos.

Zac: ¿De veras quieres saberlo?

Ness: Sí.

Zac: Entonces, hagamos un trato. La historia de una vida ligeramente abreviada por otra.

Vanessa comenzaba a sentirse osada pero no por el vino, sino por él.

Ness: Está bien. Tú primero.

Zac: Empezaré diciendo que mis padres querían que fuera arquitecto. Era la única profesión práctica y aceptable en la que, según ellos, podía utilizar mis habilidades artísticas. Las historietas que dibujaba no los entusiasmaban precisamente. En realidad, los dejaban atónitos, así que procuraban ignorarlas. Nada más salir del instituto, decidí dedicar mi vida al arte.

Les sirvieron los entrantes. Zac suspiró entusiasmado al ver los caracoles.

Ness: Así que, ¿te viniste a Nueva York?

Zac: No, a Nueva Orleáns. En aquella época aún no podía disponer de mi dinero, aunque no creo que lo hubiera utilizado, de todos modos. Como me negaba a recurrir al respaldo económico de mis padres, Nueva Orleáns era el lugar más cercano a París al que podía permitirme ir. Y la verdad es que me encantaba. Me moría de hambre, pero me encantaba la ciudad. Esas tardes bochornosas y sofocantes, el olor del río... Era mi primera gran aventura. ¿Quieres uno? Están buenísimos.

Ness: No, yo...

Zac: Vamos, me lo agradecerás -le acercó su tenedor a los labios-.

Vanessa abrió la boca a regañadientes.

Ness: Mmm -el sabor del caracol se deslizó, cálido y exótico, por su lengua-. No es lo que esperaba.

Zac: Eso suele pasar con las cosas que valen la pena.

Ella alzó su copa y se preguntó qué diría Michael cuando le contara que se había comido un caracol.

Ness: Bueno, ¿y qué hiciste en Nueva Orleáns?

Zac: Monté un caballete en Jackson Square y me ganaba la vida retratando a los turistas y vendiendo acuarelas. Viví tres años en una habitación en la que me cocía en verano y me helaba en invierno. Y, sin embargo, me consideraba un tipo con suerte.

Ness: ¿Qué ocurrió?

Zac: Había una mujer. Yo creía estar loco por ella, y viceversa. Hacía de modelo para mí cuando pasé mi etapa Matisse. Deberías haberme visto entonces. Tenía el pelo tan largo como tú, y lo llevaba echado hacia atrás y atado con una tira de cuero. Incluso llevaba un pendiente de oro en la oreja izquierda.

Ness: ¿Llevabas un pendiente?

Zac: No te rías; ahora están muy de moda, pero entonces me adelanté a mi tiempo -les retiraron los aperitivos y les pusieron los platos para las ensaladas-. En cualquier caso, aquella chica y yo jugábamos a las casitas en mi pequeña y mísera habitación. Una noche que había bebido demasiado vino, le hablé de mis padres y le dije que nunca entenderían mi vena artística. Se puso absolutamente furiosa.

Ness: ¿Con tus padres?

Zac: Eres un encanto -dijo inesperadamente, y le besó la mano-. No, se puso furiosa conmigo. Era rico y no se lo había dicho. Tenía montones de dinero y esperaba que se conformara con vivir en una habitación mugrienta y diminuta, guisando judías pintas con arroz en un infiernillo. Lo más curioso de todo es que yo de veras le gustaba cuando pensaba que era pobre, pero en cuanto averiguó que no lo era, y que no pensaba utilizar lo que tenía a mi alcance, y, por asociación, al suyo, se puso frenética. Tuvimos una discusión tremebunda, en el transcurso de la cual me informó de lo que realmente pensaba de mí y de mi trabajo.

Vanessa se imaginó a aquel joven Zac, idealista y lleno de ímpetu.

Ness: La gente dice cosas que no siente cuando se enfada.

Él le alzó la mano y le besó los dedos.

Zac: Sí, eres realmente un encanto -sin soltarla, añadió-: Fuera como fuese, se fue, dándome la oportunidad de hacer inventario de mi vida. Llevaba tres años viviendo al día, diciéndome que era un gran artista cuyo gran momento aún tenía que llegar. Lo cierto es que no era un gran artista. Era un habilidoso, pero no grande. Así que cambié Nueva Orleáns por Nueva York y el diseño gráfico. Aquello se me daba bien. Trabajaba rápido, metido en mi pequeño cubículo, por lo general dejaba contento al cliente... y era muy infeliz. Pero gracias a aquella experiencia conseguí un puesto en la Universal, al principio como coloreador; luego, como ilustrador. Y después... -alzó su copa en un brindis-, llegó Zark. El resto es historia.

Ness: Eres feliz -giró la mano bajo la de él de modo que sus palmas se tocaron-. Se nota. Hay poca gente que esté tan contenta consigo misma como tú, y tan a gusto con su trabajo.

Zac: Me ha costado bastante tiempo.

Ness: ¿Y tus padres? ¿Te has reconciliado con ellos?

Zac: Hemos llegado a la conclusión de que nunca nos entenderemos, pero seguimos siendo familia. Yo sigo teniendo mi cartera de acciones, de modo que pueden decirles a sus amigos que lo de los cómics no es más que una diversión. Lo cual es cierto, en parte -pidió otra botella de champán para acompañar el plato principal-. Ahora te toca a ti.

Ella sonrió y dejó que el delicado soufflé se derritiera en su boca.

Ness: Yo no puedo hablar de algo tan exótico como una buhardilla de artista en Nueva Orleáns. Tuve una infancia normal y corriente en una familia como otra cualquiera. Juegos de mesa los sábados por la noche y asado los domingos. Mi padre tenía un buen trabajo y mi madre se quedaba en casa, cuidando de todo. Nos queríamos mucho, pero no siempre nos llevábamos bien. Mi hermana era muy extrovertida, hacía de jefa de animadoras y esas cosas. Yo, en cambio, era espantosamente tímida.

Zac: Sigues siendo tímida -dijo suavemente, entrelazando sus dedos con los de ella-.

Ness: Creía que no se me notaba.

Zac: Es una timidez muy atrayente. ¿Qué me dices del padre de Mike? -sintió que su mano se crispaba-. Tenía ganas de preguntártelo, Vanessa, pero no hace falta que hablemos de ello, si te molesta.

Ella apartó la mano y tomó la copa. El champán estaba frío y burbujeaba.

Ness: Fue hace mucho tiempo. Nos conocimos en el instituto. Michael se parece mucho a él, así que, como podrás suponer, era muy guapo. Y también era un poco salvaje, lo cual a mí me atraía como un imán -se encogió de hombros ligeramente, inquieta, pero decidió concluir lo que había empezado-. Yo era muy tímida y un tanto retraída, así que él me parecía excitante, incluso desmesurado. Me enamoré locamente de él la primera vez que se fijó en mí. Fue así de simple. En cualquier caso, salimos juntos dos años y nos casamos unas semanas después de acabar el instituto. Yo tenía dieciocho años recién cumplidos y estaba absolutamente convencida de que el matrimonio iba a ser una aventura tras otra.

Zac: ¿Y fue así? -preguntó viendo que se detenía-.

Ness: Durante un tiempo, sí. Éramos jóvenes, así que nos traía sin cuidado que Andrew fuera de trabajo en trabajo, o largarnos de pronto durante semanas enteras. Una vez vendió el cuarto de estar que mis padres nos habían comprado como regalo de boda para que nos fuéramos de viaje a Jamaica. Nos parecía impetuoso y romántico, y en aquella época no teníamos más responsabilidad que nosotros mismos. Luego, yo me quedé embarazada -se detuvo otra vez y, al mirar hacia atrás, recordó la emoción, el asombro y el miedo que le produjo la idea llevar un hijo en sus entrañas-. Me puse muy contenta. Andrew se puso como loco y empezó a comprar cochecitos y sillitas a plazos. No teníamos dinero, pero éramos optimistas, hasta cuando, al final del embarazo, tuve que empezar a trabajar solo media jornada y cuando, al nacer Michael, tuve que dejar el trabajo. Era un bebé precioso -se rió suavemente-. Sé que todas las madres dicen lo mismo, pero te aseguro que era la cosa más bonita que había visto nunca. Me cambió la vida. A Andrew, en cambio, no -empezó a juguetear con el pie de la copa y procuró ordenar aquellos pensamientos en los que hacía tanto tiempo que no se permitía reparar-. En aquel momento no lo entendí, pero Andrew soportaba muy mal la carga de la responsabilidad. Odiaba que no pudiéramos salir cuando nos viniera en gana, ir al cine o a bailar cada vez que nos apeteciera. Seguía siendo muy alocado con el dinero, y, por Mike, yo tenía que compensar su derroche.

Zac: En otras palabras -dijo suavemente-, que maduraste.

Ness: Sí -la sorprendió, y en cierto modo la alivió, que lo comprendiera al instante-. Andrew quería volver a nuestra vida de antes, pero ya no éramos niños. Al mirar atrás, me doy cuenta de que tenía celos de Michael, pero en aquel momento yo solo quería que madurara, que fuera un buen padre, que se hiciera cargo de sus responsabilidades. A los veinte seguía siendo el chico de dieciséis al que conocí en el instituto, pero yo ya no era la misma. Era madre. Volví a trabajar porque pensaba que el dinero extra aliviaría un poco la tensión. Un día, volví a casa después de recoger a Michael en casa de la niñera, y Andrew se había ido. Había dejado una nota diciendo que ya no aguantaba más estar atado.

Zac: ¿Tú sabías que pensaba marcharse?

Ness: No, no lo sabía. Seguramente no fue más que un impulso. Andrew siempre hacía las cosas así. Sin duda no se le ocurrió pensar que era una deserción. Para él, solo significaba seguir adelante con su vida. Creyó que era justo por no llevarse más que la mitad del dinero, pero me dejó todas las deudas. Tuve que buscarme otro trabajo de media jornada por las tardes. Odiaba dejar a Mike con una niñera y no verlo nunca. Esos seis meses fueron los peores de mi vida -sus ojos se ensombrecieron un momento. Después, sacudió la cabeza y lo relegó de nuevo todo al pasado-. Al cabo de un tiempo conseguí enderezar las cosas lo suficiente como para dejar el trabajo de por las tardes. Más o menos por entonces llamó Andrew. Era la primera vez que tenía noticias suyas desde que se marchó. Se mostró muy cordial, como si no fuéramos más que simples conocidos. Me dijo que iba de camino a Alaska a trabajar. Cuando colgó, llamé a un abogado. Me fue muy fácil conseguir el divorcio.

Zac: Debió de ser duro para ti. Podías haber vuelto a casa de tus padres.

Ness: No. Estuve mucho tiempo furiosa. La rabia me hizo quedarme aquí, en Nueva York, para intentar sacar adelante a Michael. Cuando se difuminó, ya lo había conseguido.

Zac: ¿Nunca ha vuelto a ver a Mike?

Ness: No, nunca.

Zac: Él se lo pierde -la tomó de la barbilla y se inclinó para besarla suavemente-. Sí, él se lo pierde.

Ella le acarició la mejilla casi sin pensarlo.

Ness: Lo mismo que la chica de Nueva Orleáns.

Zac: Gracias -le besó ligeramente los labios otra vez, saboreando su suave gusto a champán-. ¿Postre?

Ness: ¿Mmm? -Zac sintió un rapto de emoción al oír su suave suspiro-. No, creo que será mejor prescindir del postre.

Él se echó hacia atrás ligeramente y, tras hacerle una seña al camarero, le sirvió a Vanessa lo que quedaba del champán.

Zac: Creo que deberíamos caminar un rato.

El aire afilado resultaba casi tan estimulante como el vino. Sin embargo, el vino la calentaba por dentro y hacía que se sintiera como si pudiera andar kilómetros y kilómetros sin sentir el viento. No se quejó cuando Zac le pasó el brazo por los hombros, ni porque fuera él quien marcara el rumbo de su paseo. La traía sin cuidado por dónde pasaran, con tal de que los sentimientos que se agitaban en su interior no se desvanecieran.

Sabía lo que era enamorarse, estar enamorada. El tiempo se hacía más lento. Cuanto había alrededor parecía pasar a toda prisa, pero nítidamente. Los colores eran más vivos, los sonidos más agudos, y hasta en lo más crudo del invierno olía a flores. Había estado allí una vez antes, pero creía que jamás volvería a hallar aquel lugar. Una parte de su cerebro seguía luchando por recordarle que aquello no podía ser amor, que no debía serlo. Pero ella sencillamente hacía oídos sordos. Esa noche, solo era una mujer.

Había patinadores en el Rockefeller Center, deslizándose en círculos sobre el hielo al son de la música que flotaba. Vanessa los observó, refugiada al calor de los brazos de Zac. La mejilla de este reposaba sobre su pelo, y ella sentía el ritmo pausado y firme de su corazón.

Ness: A veces traigo a Mike a patinar aquí los domingos, o solo a mirar, como ahora. Pero esta noche parece distinto -giró la cabeza y sus labios quedaron casi pegados a los de Zac-. Esta noche, todo parece distinto.

Zac se dio cuenta de que, si seguía mirándolo así, acabaría rompiendo su promesa de darle tiempo para que aclarara sus ideas y la metería en el primer taxi que pasara por allí para tenerla en su casa, y en su cama, antes de que aquella mirada desapareciera. Sacando fuerzas de flaqueza, hizo que se moviera ligeramente y le rozó la frente con los labios.

Zac: Las cosas parecen distintas de noche. Sobre todo, si se ha bebido champán -se relajó de nuevo, sintiendo que Vanessa apoyaba la cabeza sobre su hombro-. Todo parece más bonito. No necesariamente realista, pero bonito. Hay tiempo de sobra para ser realista de nueve a cinco.

Ness: Tú no -ajena al tira y afloja que se disputaba dentro de Zac, ella se volvió en sus brazos-. Tú creas fantasías de nueve a cinco, o a la hora que quieras.

Zac: Deberías oír la que se me está ocurriendo ahora mismo... -respiró hondo una vez más-. Vamos a caminar un poco más. Así podrás contarme una de las tuyas.

Ness: ¿Una fantasía? -se puso fácilmente a su paso-. Imagino que no son tan alocadas como las tuyas. Solo quiero una casa.

Zac: ¿Una casa? -se dirigió hacia el parque, confiando en que, cuando llegaran a casa, los efectos del champán ya se habrían disipado-. ¿Qué clase de casa?

Ness: Una casa de campo, una de esas grandes y viejas granjas con postigos en las ventanas y rodeada de porches. Y con montones de ventanas para ver los bosques. Porque, naturalmente, tendría que haber bosques. Dentro, los techos serían muy altos y las chimeneas muy grandes. Y fuera habría un jardín con jazmines trepando por las arcadas -sentía el aguijón del invierno en las mejillas y, sin embargo, casi olía a verano-. Se oiría zumbar a las abejas todo el verano. Habría un gran patio, y Michael podría tener un perro. Pondría un balancín en el porche para sentarme fuera por las noches y mirarlo atrapar luciérnagas y guardarlas en un frasco -se echó a reír y reposó la cabeza sobre su hombro-. Ya te he dicho que no era muy excitante.

Zac: Me gusta -le gustaba tanto que podía dibujar todo cuanto Vanessa le había descrito, la casa con los postigos blancos y el tejado a dos aguas, con un establo a los lejos-. Pero tendrá que haber un riachuelo para que Michael pesque.

Ella cerró los ojos un momento y luego sacudió la cabeza.

Ness: Me encantaría, pero creo que no podría cebar el anzuelo. Construir una casa en un árbol, puede batear una pelota. Pero de gusanos, nada.

Zac: ¿Sabes batear?

Ella alzó la cabeza y sonrió.

Ness: Por supuesto. El año pasado, ayudaba a entrenar en la liguilla del colegio.

Zac: Estás llena de sorpresas. ¿Llevas pantalones cortos cuando estás en el banquillo?

Ness: Estás obsesionado con mis piernas.

Zac: Entre otras cosas -la condujo al interior de su edificio, hacia los ascensores-.

Ness: Hacía muchísimo tiempo que no pasaba una noche como esta.

Zac: Yo también.

Ella se retiró un poco para mirarlo mientras comenzaba el ascenso.

Ness: Me he estado preguntando por eso. Por el hecho de que no parezcas estar con nadie.

Él le tocó la barbilla con la punta del dedo.

Zac: ¿No estoy con nadie?

Ella percibió la señal de advertencia, pero no supo qué hacer al respecto.

Ness: Quiero decir que nunca te he visto salir con ninguna mujer.

Divertido, él deslizó el dedo por su cuello.

Zac: ¿Te parezco un monje?

Ness: No -azorada e inquieta, se apartó-. No, claro que no.

Za: La verdad es que, después de una larga temporada de promiscuidad y desenfreno, se pierde el gusto por esas cosas. Estar con una mujer sólo porque no te apetece estar solo no resulta muy satisfactorio.

Ness: A juzgar por las cosas que cuentan las chicas solteras de la oficina, hay muchos hombres que no estarían de acuerdo contigo.

Él se encogió de hombros mientras salían del ascensor.

Zac: Se nota que no sales mucho a ligar por ahí -Vanessa, que estaba buscando la llave, frunció el ceño-. Eso pretendía ser un cumplido. Lo que quiero decir es que se convierte en un gran esfuerzo o en un aburrimiento y...

Ness: Y estás en edad de tener una relación estable y duradera.

Zac: Lo dices con cinismo. Eso no es propio de ti, Vanessa -se apoyó contra la jamba mientras ella abría la puerta-. En fin, a mí no se me da bien andarme por las ramas. ¿Vas a invitarme a entrar?

Ella titubeó. El paseo la había despejado un poco y las dudas volvían a asaltarla. Sin embargo, aún resonaba en su cabeza el eco de lo que había sentido abrazada a Zac al frío de aquella noche. Y el clamor de ese eco era mucho más fuerte que el de las dudas.

Ness: Está bien. ¿Quieres un café?

Zac: No -se quitó el abrigo sin dejar de mirarla-.

Ness: No es molestia. Solo tardaré un minuto.

Él la tomó de las manos.

Zac: No quiero café, Vanessa. Te quiero a ti -le quitó el abrigo de encima de los hombros-. Te deseo tanto que no sé ni lo que hago.

Ella no se apartó. Se quedó allí de pie, esperando.

Ness: No sé qué decir. He perdido la práctica.

Zac: Lo sé -le pasó una mano por el pelo y, por primera vez, sus nervios se hicieron evidentes-. Y he pensado mucho en ello. No quiero seducirte -se echó a reír y retrocedió unos pasos-. Qué tontería. Claro que quiero.

Ness: Yo sabía que... Intentaba convencerme de que no, pero sabía que, si salía contigo, acabaríamos aquí esta noche -se llevó una mano a la tripa, notando un nudo en el estómago-. Creo que, en cierto modo, esperaba que me arrastraras para no tener que tomar una decisión.

Él se volvió para mirarla.

Zac: Eso es escurrir el bulto, Vanessa.

Ness: Lo sé -no se atrevía a mirarlo-. Nunca he estado con nadie más que con el padre de Mike. La verdad es que nunca he querido.

Zac: ¿Y ahora? -solo quería una palabra, una única palabra-.

Ella apretó los labios.

Ness: Hace tanto tiempo, Zac... Estoy asustada.

Zac: ¿Serviría de algo si te dijera que yo también?

Ness: No sé.

Zac: Vanessa -acercándose a ella, le puso las manos sobre los hombros-. Mírame -ella hizo lo que le pedía; sus ojos, claros y grandes, tenían una expresión doliente-. Quiero que estés segura, porque no deseo que te arrepientas por la mañana. Dime qué quieres.

Su vida parecía ser una serie de decisiones sin fin. No había nadie que le dijera qué estaba bien y qué mal. Como de costumbre, se recordó que, una vez tomada la decisión, sería ella quien tendría que afrontar las consecuencias y aceptar la responsabilidad.

Ness: Quédate conmigo esta noche -musitó-. Quiero estar contigo.




¡Por fin!
¡El próximo capi va a estar muy bien!

Al anónimo que me preguntó por una novela: lo siento, no tengo ni idea sobre esa novela. No me suena nada.

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Lu dijo...

Me encanto!!!
Que capítulo tierno, me parece que ya se estan enamorando.


Sube pronto

Maria jose dijo...

Me encanto!!!!!
Que lindo capitulo
Ya quiero el siguiente
Cuanto amor!!
Suguela pronto
...estoy emocionada jaja

Saludos!!!

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