topbella

jueves, 17 de agosto de 2017

Capítulo 3


Los fines de semana, a Zac le gustaba dormir hasta tarde... cuando se daba cuenta de que era fin de semana, claro. Porque, como trabajaba en casa, a su ritmo, a menudo olvidaba que para la inmensa mayoría había una gran diferencia entre un lunes por la mañana y un sábado por la mañana. A pesar de lo cual, ese sábado en concreto estaba en la cama, dormido como un tronco y completamente ajeno al mundo exterior.

La noche anterior, tras salir del apartamento de Vanessa, se encontraba inquieto. Demasiado inquieto como para regresar a su solitario piso. Dejándose llevar por un impulso, se había ido al pequeño club donde solía reunirse el personal de Universal Comics. Se había encontrado con el chico que coloreaba sus ilustraciones, con otro dibujante y con uno de los guionistas fijos de El Más Allá; la colección esotérica de la Universal. La música era mala y sonaba demasiado alta, pero eso era precisamente lo que requería su estado de ánimo.

Desde allí, lo habían convencido para ir a un festival de cine de terror que se celebraba en Times Square y duraba toda la noche. Había vuelto a casa pasadas las seis, un tanto borracho y con la energía justa para quitarse la ropa y desplomarse en la cama... donde se había prometido quedarse las veinticuatro horas siguientes. Cuando el teléfono sonó, ocho horas después, contestó más que nada porque su sonido resultaba irritante.

Zac: ¿Sí?

Ness: ¿Zac? -dudó. Le parecía que estaba dormido. Pero, como eran más de las dos, desechó aquella idea-. Soy Vanessa Hudgens. Siento molestarte.

Zac: ¿Qué? No, no pasa nada -se pasó una mano por la cara y empujó al perro, que estaba tumbado en mitad de la cama-. Maldita sea, Tas, apártate. Me estás echando el aliento.

¿Tas?, pensó Vanessa, arqueando las cejas. No se le había ocurrido pensar que Zac viviera con alguien. Se mordió el labio inferior. Debería haberse informado. Por el bien de Michael, claro.

Ness: Lo siento mucho -continuó con voz fría-. Parece que te he pillado en mal momento.

Zac: No, qué va -«a este condenado chucho le das la mano y se toma el brazo», pensó, recogiendo el teléfono y girándose hacia el otro lado de la cama-. ¿Qué ocurre?

Ness: ¿Estás despierto?

Él dio un respingo, ofendido por el leve desdén de su voz. Además, tenía la boca áspera y pastosa, como si hubiera comido arena.

Zac: Sí, estoy despierto. Estoy hablando contigo, ¿no?

Ness: Solo llamaba para darte los números y la información que necesitas si vas a quedarte con Michael la semana que viene.

Zac: Ah -se apartó el pelo de la cara y miró a su alrededor, confiando en haber dejado a mano un vaso con soda o algo así. No hubo suerte-. De acuerdo. ¿Puedes esperar mientras busco un lápiz?

Ness: Sí, bueno, yo... -Zac oyó que ponía la mano sobre el teléfono y hablaba con alguien. Con Michael, imaginó por la rapidez y la firmeza de su voz-. La verdad es que, si no te molesta, Michael quería pasarse por tu casa un momento. Quiere presentarte a un amigo suyo. Pero, si estás ocupado, puedo bajarte la información más tarde.

Zac se dispuso a decirle que lo hiciera. Así no solo podría volver a dormirse, sino que además pasaría unos minutos a solas con ella. Pero luego pensó en Michael de pie junto a su madre, mirándola con aquellos grandes ojos suyos.

Zac: Dame diez minutos -masculló, y colgó antes de que Vanessa pudiera decir nada-.

Se puso unos vaqueros, entró en el baño y llenó el lavabo de agua fría. Respiró hondo y sumergió la cara. Se incorporó maldiciendo, pero despejado. Cinco minutos después, se puso una sudadera, preguntándose si se habría acordado de lavar algún par de calcetines. La ropa que le habían devuelto de la lavandería pulcramente doblada estaba tirada encima de una silla, en un rincón de su cuarto. Pensó un momento en buscar unos calcetines, pero desistió al oír que llamaban a la puerta. La cola de Tas empezó a golpear rítmicamente sobre el colchón.

Zac: ¿Por qué no recoges la casa? Esto es una pocilga -Tas abrió la boca, mostrando un par de grandes colmillos blancos, y a continuación emitió una serie de gemidos y gruñidos-. Excusas, nada más que excusas. Y sal de la cama. ¿No sabes que son más de las dos? -se pasó una mano por la mejilla sin afeitar y fue a abrir la puerta-.

Ella estaba preciosa, sencillamente preciosa, con una mano en el hombro de cada niño y una media sonrisa en la cara. Pero parecía un poco tímida, pensó sorprendido. La creía fría y distante, pero de pronto se daba cuenta de que utilizaba aquella fachada para ocultar su timidez innata, lo cual resultaba extrañamente enternecedor.

Zac: Hola, Mike.

Mike: Hola, Zac -contestó henchido de satisfacción-. Este es mi amigo Josh Miller. No se cree que eres el Comandante Zark.

Zac: No, ¿eh? -Zac miró al incrédulo Josh, un chico pelirrojo y flacucho, unos centímetros más alto que Mike-. Vamos, pasad.

Ness: Eres muy amable por aguantamos -empezó a decir-. Mike no iba a dejarnos en paz hasta que le demostrara a Josh quién eres.

En el cuarto de estar parecía que hubiera habido una explosión. Eso fue lo primero que pensó Vanessa mientras Zac cerraba la puerta. Había papeles, ropa y envoltorios por todas partes. Imaginó que también habría muebles, aunque no hubiera podido describirlos.

Mike: Dile a Josh que eres el Comandante Zark -insistió-.

Zac: Supongo que podría decirse así -la idea le gustaba-. Yo lo creé, al menos -volvió a mirar a Josh, cuya mueca había pasado de la duda a la franca sospecha-. ¿Vais juntos a clase?

Josh: Antes sí -permanecía junto a Vanessa, mirándolo fijamente-. Tú no te pareces al Comandante Zark.

Zac se pasó otra vez la mano por la barbilla.

Zac: He pasado una mala noche.

Mike: Pues claro que se parece a Zark. Eh, mira, mamá. Zac tiene vídeo. Yo estoy guardando la paga para comprarme uno. Ya tengo diecisiete dólares.

Zac: Ya te falta menos -murmuró y le pasó un dedo por la nariz-. ¿Por qué no vamos al taller? Os enseñaré qué se está cocinando para el número de primavera.

Mike: ¡Vale!

Zac los condujo a su taller.

El despacho, notó Vanessa, era grande, luminoso y tan caótico como el cuarto de estar. Ella era una persona ordenada, y no concebía que alguien pudiera rendir en aquellas condiciones. Sin embargo, había una mesa de dibujo y pegada a ella diversos bocetos y rótulos.

Zac: Ya veis que Zark va a tener mucho trabajo cuando Leilah se alíe con la Polilla Negra.

Josh: ¡Hala! ¡La Polilla Negra! -parecía al fin aturdido por la impresión. Entonces recordó su cómic favorito y volvió a dudar-. Pensaba que había matado a la Polilla hace cinco números.

Zac: La Polilla solo entró en hibernación cuando Zark bombardeó Zenith con ZT-5 experimental. Leilah utilizó sus conocimientos científicos para despertarla de nuevo.

Josh: ¡Vaya! -exclamó mirando las grandes viñetas-. ¿Por qué las haces tan grandes? En los cómics no son así.

Zac: Porque tienen que reducirlas.

Mike: Yo todo eso me lo sé porque lo he leído -le lanzó a Josh una mirada de superioridad-. Saqué un libro de la biblioteca en el que venía toda la historia de los cómics desde los años treinta.

Zac: La Edad de Piedra -sonrió mientras los niños seguían admirando su trabajo-.

Vanessa también estaba admirada, pero por otras razones. Bajo aquel desorden, le pareció distinguir un auténtico aparador francés del rococó. Y libros. Cientos de ellos. Zac la observó recorrer la habitación. Y habría seguido observándola si Josh no le hubiera tirado de la manga.

Josh: Por favor, ¿me firmas un autógrafo?

Zac se sintió absurdamente halagado al ver su carita seria.

Zac: Claro -rebuscó entre los papeles, encontró uno en blanco y lo firmó. Luego, añadió a vuelapluma un boceto del Comandante Zark-.

Josh: Qué guay -dobló reverencialmente el papel y se lo guardó en el bolsillo de atrás-. Mi hermano siempre está fardando porque tiene una pelota de béisbol firmada, pero esto es mejor.

Mike: Te lo dije -sonriendo se acercó a Zac-. Y voy a quedarme con Zac después de clase hasta que mi madre vuelva del trabajo.

Josh: ¿En serio?

Ness: Bueno, chicos, ya hemos abusado bastante del señor Efron -empujó suavemente a los niños hacia la puerta justo cuando Tas entró tranquilamente en la habitación-.

Mike: ¡Hala, qué grande! -se disponía a tocarlo cuando lo detuvo-.

Ness: Michael, sabes que no debes acercarte a un perro que no conozcas.

Zac: Tu madre tiene razón. Pero en este caso puedes hacerlo. Tas es inofensivo.

Y enorme, pensó Vanessa, sujetando con firmeza a los dos niños.

Tas, que sentía un sano respeto por la gente menuda, se sentó junto a la puerta y los miró a ambos. Los niños pequeños tenían la costumbre de ponerse brutos y tirar de las orejas, cosa que Tas soportaba estoicamente pero sin la cual podía pasar. Aguardando a ver de qué lado soplaba el viento, permaneció sentado, agitando la cola.

Zac: No es nada agresivo -le aseguró a Vanessa. Pasó junto a ella y puso la mano sobre la cabeza de Tas. Sin tener que inclinarse, notó Vanessa-.

Mike: ¿Sabe hacer trucos?

Uno de sus deseos más secretos era tener un perro. Uno grande. Pero nunca se lo pedía a su madre, porque sabía que no podían tenerlo todo el día solo, encerrado en el apartamento.

Zac: No, Tas solo sabe hablar.

Josh: ¿Hablar? -rió-. Los perros no saben hablar.

Ness: Se refiere a ladrar -dijo relajándose un poco-.

Zac: No, me refiero a hablar -le dio un par de palmaditas amistosas a Tas-. ¿Qué tal va eso, Tas?

A modo de respuesta, el perro restregó la cabeza con fuerza contra la pierna de Zac y empezó a gruñir y gimotear. Luego, alzó la mirada hacia su amo y empezó a aullar y a silbar hasta que los niños casi rodaron por el suelo de risa.

Mike: Sí que habla -se adelantó con las palmas de las manos hacia arriba-. Sí que habla -Tas decidió que Michael no parecía un tirador de orejas y le olfateó la mano-. Le gusto. Mira, mamá.

Fue amor a primera vista. Michael rodeó el cuello del perro con los brazos y Vanessa se acercó automáticamente.

Zac: No hace nada, te lo prometo -le puso una mano en el brazo-.

Aunque el perro había empezado a olfatear la oreja de Michael mientras Josh lo acariciaba, Vanessa no estaba del todo convencida.

Ness: No creo que esté acostumbrado a los niños.

Zac: Se le acercan todos los días en el parque -como si quisiera demostrarlo, Tas se puso patas arriba, dejando al descubierto la panza para que se la acariciaran-. Además, es un vago. No se molesta en morder nada que no le hayan puesto en su plato. No te darán miedo los perros, ¿verdad?

Ness: No, claro que no.

«No mucho», añadió para sus adentros. Y, como odiaba mostrarse débil, se agachó para acariciar la enorme cabeza del perro. Sin saberlo, atinó en el lugar perfecto, y Tas alzó una pata, la apoyó sobre el muslo de Vanessa, la miró con sus grandes ojos tristes y empezó a gemir. Riendo, Vanessa lo acarició tras las orejas.

Ness: Eres como un niño, ¿a que sí?

Zac: Más bien como un farsante -murmuró preguntándose qué truco tendría que hacer para que Vanessa lo acariciara a él con tantas ganas-.

Mike: Podré jugar con él todos los días, ¿verdad, Zac?

Zac: Claro -sonrió a Michael-. A Tas le encanta que lo mimen. ¿Queréis llevároslo a dar un paseo, chicos?

La respuesta fue inmediatamente afirmativa. Vanessa se irguió y miró con recelo a Tas.

Ness: No sé, Mike.

Mike: Por favor, mamá, tendremos cuidado. Me has dicho que podíamos bajar al parque un rato.

Ness: Sí, lo sé, pero Tas es enorme. No quiero que se os escape.

Zac: A Tas no le gusta nada desperdiciar energías. ¿Por qué correr si paseando tranquilamente se llega al mismo sitio? -volvió a entrar en su taller, buscó un momento a su alrededor y regresó con la correa del perro-. No persigue a los otros perros, ni a los coches, ni al vigilante del parque. Pero se para en todos los árboles.

Riendo, Michael tomó la correa.

Mike: ¿Nos dejas, mamá?

Vanessa vaciló, sabiendo que una parte de ella quería mantener siempre a Michael a su lado, al alcance de la mano. Y, por el bien del niño, tenía que refrenarse.

Ness: Media hora -apenas lo dijo, Josh y Michael estallaron en gritos de emoción-. Tenéis que poneros los abrigos... y los guantes.

Mike: Lo haremos. Vamos, Tas.

El perro exhaló un profundo suspiro antes de levantarse. Rezongando un poco, se colocó entre los dos niños y salieron los tres.

Zac: ¿Por qué será que cada vez que veo a ese crío me siento bien?

Ness: Eres muy amable con él. Bueno, debería subir y asegurarme de que se abrigan.

Zac: Creo que pueden apañárselas solos. ¿Por qué no te sientas? -aprovechó su leve vacilación agarrándola del brazo-. Acércate a la ventana. Puedes verlos salir.

Ella cedió porque sabía que Michael odiaba que estuviera encima de él.

Ness: Ah, te he traído el número de mi oficina y el nombre y el número del médico de Mike y de la escuela -tomó el papel y se lo guardó en el bolsillo-. Si hay algún problema, el que sea, llámame. Estaré aquí en diez minutos.

Zac: Relájate, Vanessa. Nos las arreglaremos bien.

Ness: Quiero darte las gracias otra vez. Es la primera vez desde que empezó a ir al colegio que está deseando que llegue el lunes.

Zac: Yo también lo estoy deseando.

Ella bajó la mirada, esperando ver el abrigo y la gorra azul de Michael.

Ness: No hemos hablado de las condiciones.

Zac: ¿Qué condiciones?

Ness: ¿Cuánto quieres por ocuparte de él? La señora Cohen...

Zac: Cielo santo, Vanessa. No quiero que me pagues.

Ness: No seas ridículo. Claro que voy a pagarte.

Él le puso una mano sobre el hombro hasta que ella se volvió para mirarlo.

Zac: No necesito el dinero, y no lo quiero. Me ofrecí porque Mike es un niño simpático y me gusta estar con él

Ness: Eso es muy amable de tu parte, pero...

Él suspiró, exasperado.

Zac: Ya empezamos con los peros otra vez.

Ness: No puedo permitir que lo hagas por nada.

Zac observó su rostro. Al verlo por primera vez, le había parecido una mujer dura. Y dura era en realidad, al menos, en apariencia.

Zac: ¿No puedes aceptarlo como un favor entre vecinos?

Ella esbozó una pequeña sonrisa, pero sus ojos conservaron una expresión seria.

Ness: Creo que no.

Zac: Cinco dólares al día.

Esta vez, la sonrisa alcanzó sus ojos.

Ness: Gracias.

Él tomó un mechón de su pelo entre el índice y el pulgar.

Zac: Es usted dura de pelar, señorita.

Ness: Eso dicen -dio un paso atrás cautelosamente-. Ahí están -inclinándose hacia la ventana, vio que Michael no había olvidado los guantes. Tampoco había olvidado que debía pararse en el semáforo de la esquina-. Está en la gloria, ¿sabes? Siempre ha querido un perro -apoyó una mano en el cristal de la ventana y siguió mirando-. No habla nunca de ello porque sabe que no podemos tenerlo solo en el apartamento todo el día. Así que se conforma con el gatito que le he prometido.

Zac le puso de nuevo la mano en el hombro, más suavemente esa vez.

Zac: A mí no me parece que le falte de nada, Vanessa. No tienes por qué sentirte culpable.

Ella lo miró entonces con los ojos muy abiertos y un poco tristes. Zac descubrió que sus ojos le gustaban tanto como su risa. Sin pensarlo, sin saber qué hacía, alzó la mano hasta su mejilla.

El castaño de sus pupilas se ensombreció. Su piel era cálida. Vanessa retrocedió rápidamente.

Ness: Será mejor que me vaya. Seguro que querrán un chocolate caliente cuando vuelvan.

Zac: Primero tendrán que traer a Tas -le recordó-. Date un respiro, Vanessa. ¿Te apetece un café?

Ness: Bueno, yo...

Zac: Bien. Siéntate y te lo traeré.

Vanessa se quedó un momento parada en medio de la habitación, un tanto asombrada de lo suavemente que Zac lograba salirse siempre con la suya. Estaba tan acostumbrada a fijar sus propias normas que no aceptaba fácilmente las de los demás. Sin embargo, se dijo que sería una grosería marcharse, que su hijo volvería pronto y que lo menos que podía hacer después de lo amable que había sido Zac con el niño era soportar su compañía un rato.

Habría mentido si dijera que no le interesaba. Superficialmente, por supuesto. Había algo inquietante en el modo en que la miraba, tan profundo y penetrante, y al mismo tiempo parecía tomarse la vida a broma. Sin embargo, no había nada de ligero en su forma de tocarla.

Vanessa se llevó la mano a la mejilla, donde él la había tocado. Tenía que evitar esa clase de contacto. Quizá, con un poco de esfuerzo, lograra pensar en Zac como en un amigo, al igual que Michael. No le hacía ninguna gracia tener que estarle agradecida, pero podía soportarlo. Peores cosas había aguantado.

Zac era amable. Dejó escapar un pequeño suspiro y procuró relajarse. Conocía a esos hombres que intentaban congraciarse con el niño para llegar a la madre. Si de algo estaba segura, era de que Zac sentía auténtica simpatía por Michael. Eso, al menos, era un punto a su favor.

Pero hubiera preferido que no la tocara de aquel modo, que no la mirara ni la hiciera sentirse de aquella forma.

Zac: Está caliente. Seguramente asqueroso, pero caliente -apareció con dos tazas-. ¿No quieres sentarte?

Vanessa le sonrió.

Ness: ¿Dónde?

Zac puso las tazas sobre un montón de papeles y quitó las revistas del sofá.

Zac: Aquí.

Ness: ¿Sabes...? -pasó por encima de un montón de periódicos viejos-. A Michael se le da muy bien recoger la casa. Seguro que no le importará ayudarte.

Zac: Yo funciono mejor en medio del desorden controlado.

Vanessa se sentó a su lado en el sofá.

Ness: El desorden lo veo. El control, no.

Zac: Está aquí, créeme. No te he preguntado si querías leche con el café, así que te lo he traído negro.

Ness: Así está bien. Esta es una mesa Reina Ana, ¿no?

Zac: Sí -puso los pies descalzos en ella y cruzó las piernas-. Tienes buen ojo.

Ness: Aquí hace falta tenerlo -al ver que él se reía, sonrió y bebió un sorbo de café-. Siempre me han gustado las antigüedades. Supongo que será por su duración. Hay pocas cosas que duren.

Zac: Qué va. Yo una vez tuve un catarro que me duró dos meses -ella se echó a reír y Zac se recostó en el sofá-. Cuando haces eso, te sale un hoyuelo junto a la boca. Es muy gracioso.

Vanessa volvió a turbarse.

Ness: Se te dan muy bien los niños. ¿Vienes de una familia numerosa?

Zac: No. Soy hijo único -siguió observándola, estudiando atentamente su reacción a los cumplidos más inofensivos-.

Ness: ¿De veras? Quién lo diría.

Zac: ¿No me digas que eres de esas personas que piensan que los niños son solo para las mujeres?

Ness: No, en realidad no -dijo vacilando un poco, pues esa había sido su experiencia hasta el momento-. Es solo que a ti se te dan especialmente bien. ¿No tienes hijos? -la pregunta se le escapó, azorándola-.

Zac: No. Supongo que he estado muy ocupado siendo un niño como para pensar en criar a otros.

Ness: Eso es muy frecuente -dijo con frialdad-.

Él ladeó la cabeza y la miró fijamente.

Zac: ¿Me estás comparando con el padre de Mike, Vanessa? -algo brilló en sus ojos. Zac sacudió la cabeza y bebió otro sorbo de café-. Cielos, Vanessa, pero ¿qué te hizo ese canalla? -ella se quedó paralizada al instante. Pero Zac fue más rápido. Antes de que pudiera levantarse, la detuvo agarrándola del brazo-. Está bien, no volveré a hablar de eso hasta que tú quieras. Lamento haber puesto el dedo en la llaga, pero siento curiosidad. Ya he pasado un par de tardes con Mike, y nunca habla de su padre.

Ness: Te agradecería que no le hicieras ninguna pregunta.

Zac: Está bien. No temas. No pensaba presionar al crío.

Vanessa sintió ganas de levantarse y excusarse. Sería lo más fácil. Pero el hecho era que iba a confiarle su hijo a aquel hombre cada tarde. Imaginaba que era preferible ponerle al corriente hasta cierto punto.

Ness: Mike no ve a su padre desde hace casi siete años.

Zac: ¿Nunca? -preguntó sorprendido. Su familia había sido siempre seca y distante, pero él nunca pasaba más de un año sin ver a sus padres-. Debe de ser duro para él.

Ness: Nunca tuvieron una relación muy estrecha. Creo que Michael se ha acostumbrado bastante bien.

Zac: Espera, no pretendía criticarte -volvió a poner la mano sobre la de ella con firmeza-. Reconozco a un niño feliz y querido en cuanto lo veo. Tú serías capaz de hacer cualquier cosa por él. Puede que pienses que no se nota, pero se nota.

Ness: Para mí no hay nada más importante que Michael -deseaba relajarse otra vez, pero Zac estaba demasiado cerca, y seguía apretándole la mano-. Solo te digo esto para que no le hagas preguntas que puedan molestarlo.

Zac: ¿Sucede a menudo?

Ness: A veces -de repente, los dedos de Zac y los suyos estaban entrelazados. Ignoraba cómo lo había conseguido él-. Un amigo nuevo, un profesor nuevo. En fin, creo que debería irme.

Zac: ¿Y tú? -le acarició suavemente la mejilla y le hizo volver la cara hacia él-. ¿Te has acostumbrado?

Ness: Sí. Tengo a Mike. Y mi trabajo.

Zac: ¿Y no tienes novio?

Vanessa no sabía si sentía enojo o turbación, pero la sensación era muy intensa.

Ness: Eso no es asunto tuyo.

Zac: Si la gente solo hablara de sus asuntos, no llegarían muy lejos. No me pareces de esas que odian a los hombres, Vanessa.

Ella alzó una ceja. Cuando se veía obligada a ello, podía jugar conforme a las reglas de los otros. Y jugar bien.

Ness: Pasé una etapa en la que despreciaba a los hombres por principio. La verdad es que fue una época muy fructífera de mi vida. Luego, poco a poco, llegué a la conclusión de que ciertos miembros de tu especie no eran formas inferiores de vida.

Zac: Me alegro por ello.

Ella sonrió otra vez.

Ness: El caso es que ya no culpo a todos los hombres por las faltas de uno.

Zac: Solo eres cautelosa.

Ness: Si lo prefieres...

Zac: Lo que de verdad prefiero son tus ojos. No, no apartes la mirada -la obligó a volver de nuevo la cara hacia él, muy despacio-. Son fabulosos... Y ten en cuenta que te lo dice un artista.

Vanessa procuró calmarse. Con gran esfuerzo consiguió estarse quieta.

Ness: ¿Significa eso que van a aparecer en el próximo número?

Zac: Puede ser -sonrió, alegrándose de que, a pesar de su nerviosismo, Vanessa lograra controlarse-. El pobre Zark merece conocer a alguien que lo comprenda. Y puede que esos ojos le sirvan.

Ness: Me lo tomaré como un cumplido. Bueno, los niños volverán en cualquier momento...

Zac: Aún tenemos tiempo. Vanessa, ¿tú nunca te diviertes?

Ness: Qué pregunta tan absurda. Pues claro que sí.

Zac: No como madre de Mike, sino como Vanessa -le pasó una mano por el pelo, fascinado-.

Ness: Soy la madre de Mike -logró levantarse, pero Zac también se levantó-.

Zac: También eres una mujer. Una mujer preciosa -vio aquella expresión en sus ojos y pasó el pulgar por su mandíbula-. Créeme. Soy un hombre sincero. Eres un precioso manojo de nerviosos.

Ness: Qué idiotez. ¿Por qué iba a estar nerviosa? -aparte de por el hecho de que la estaba tocando y de que su voz era suave, y de que estaban solos en el apartamento-.

Zac: Me sacaré esa espina del corazón más tarde -murmuró. Se inclinó para besarla y tuvo que agarrarla pues estuvo a punto de caerse encima de un montón de periódicos-. Cálmate. No voy a morderte. Por ahora.

Ness: Tengo que irme -estaba al borde de un ataque de nervios-. Tengo muchísimas cosas que hacer.

Zac: Dentro de un minuto -tomó su cara entre las manos. Se dio cuenta de que estaba temblando. No lo sorprendió. Lo que lo asombró fue que él también estaba nervioso-. Lo que tenemos aquí, señora Hudgens, se llama atracción, química, deseo. Da igual la etiqueta que le pongas.

Ness: A mí no me da igual.

Zac: Entonces dejaremos que le pongas la etiqueta más tarde -pasó los pulgares por sus pómulos suavemente-. Ya te he dicho que no soy un maníaco. Tengo que acordarme de traerte las referencias.

Ness: Zac, agradezco lo que estás haciendo por Mike, ya lo sabes, pero preferiría que...

Zac: Esto no tiene nada que ver con Mike. Se trata de ti y de mí, Vanessa. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste a solas con un hombre al que deseabas? -le pasó el pulgar por los labios. Los ojos de ella se volvieron brumosos-. ¿Cuándo fue la última vez que permitiste que alguien hiciera esto?

Cubrió su boca rápidamente, con una pasión arrolladora. Ella no estaba preparada para aquella violencia. Las manos de Zac eran tan suaves, tan delicadas al tocarla, que no esperaba aquella cruda pasión. Pero, cielo santo, cuánto la deseaba. Con la misma ansia, le rodeó el cuello con los brazos y respondió a sus demandas.

Zac: Mucho tiempo -jadeó cuando dejó de besarla-. Gracias a Dios -antes de que ella pudiera emitir algo más que un gemido, volvió a apoderarse de su boca-.

Antes de besarla, Zac ignoraba qué iba a encontrar en ella, si hielo, rabia o temor. Aquella fogosidad sin freno lo sorprendió tanto como a ella. La boca grande y generosa de Vanessa era cálida y complaciente. La pasión parecía haberse tragado toda su timidez. Vanessa daba más de lo que se le había pedido, y más de lo que Zac estaba preparado para asumir.

A él le daba vueltas la cabeza; una sensación fascinante y novelesca que no podía apreciar del todo mientras luchaba por paladear y tocar al mismo tiempo. Hundió las manos en su pelo, llevándose por delante las dos horquillas de plata que ella usaba para apartárselo de la cara. Quería sentirlo libre y salvaje entre sus manos, al igual que quería sentirla a ella libre y salvaje en su cama. Su plan de ir despacio, de sondear la profundidad de las aguas, se evaporó en un instante ante el deseo arrollador de lanzarse de cabeza. Pensando solo en eso, deslizó las manos bajo su jersey. Su piel era suave y cálida. El conjunto de seda que llevaba tenía un tacto delicado y fresco. Zac deslizó las manos por su cintura y las subió hasta sus pechos.

Ella se tensó y se estremeció. No se había dado cuenta de lo mucho que deseaba aquellas caricias. De cuánto las necesitaba. El sabor de Zac era tan misterioso, tan tentador... Había olvidado lo que era ansiar tales cosas. Era la pasión, la dulce liberación de la pasión... Oyó a Zac murmurar su nombre mientras le besaba el cuello.

Ella conocía la pasión. La había frecuentado antes, o eso creía. Sin embargo, aunque ahora le parecía más dulce, más intensa, sabía que no podía volver a frecuentarla.

Ness: Zac, por favor -no era fácil resistirse a la tentación. La sorprendió lo mucho que le costaba apartarse, volver a alzar las barreras que los separaban-. No podemos hacer esto.

Zac: Sí podemos -volvió a besarla-. Y muy bien.

Ness: Yo no -haciendo acopio de fuerza de voluntad, se apartó-. Lo siento. No he debido permitir que esto ocurriera.

Estaba sofocada. Se llevó las manos a las mejillas y luego se atusó el pelo.

Zac sentía flojas las rodillas. Lo cual le daba que pensar. Pero, por el momento, intentó concentrarse en ella.

Zac: No te cargues con toda la responsabilidad, Vanessa. Parece ser una costumbre tuya. He sido yo quien te ha besado. Tú, sencillamente, me has devuelto el beso. Dado que los dos hemos disfrutado, no sé por qué tendríamos que disculpamos.

Ness: Debí aclararte las cosas desde el principio -dio un paso atrás, volvió a tropezarse con los periódicos y los bordeó-. Agradezco lo que estás haciendo por Mike...

Zac: No mezcles a Mike con esto, por el amor de Dios.

Ness: ¡No puedo! -alzó la voz, sorprendiéndose a sí misma. Sabía que no podía perder el control-. No espero que lo comprendas, pero no puedo dejar a mi hijo fuera de esto -respiró hondo y comprobó, turbada, que su corazón no se calmaba-. No quiero tener un rollo sexual. Tengo que pensar en Mike, y en mí misma.

Zac: Lo entiendo -deseaba sentarse hasta que se sintiera más fuerte, pero imaginaba que la situación requería una conversación cara a cara-. Pero yo no buscaba un rollo sexual.

Eso era precisamente lo que a Vanessa la preocupaba.

Ness: Dejémoslo.

La rabia resultaba extrañamente estimulante. Zac dio un paso adelante y la agarró de la barbilla.

Zac: Ni lo sueñes.

Ness: No quiero discutir contigo. Pero creo que... -en ese instante llamaron a la puerta-. Son los niños.

Zac: Lo sé -pero no la soltó-. Sea lo que sea lo que te interese, para lo que tengas tiempo o lugar, habría que hacer algunos ajustes -se dio cuenta de que estaba enfadado, realmente enfadado. No era propio de él perder los papeles tan pronto-. La vida está llena de ajustes, Vanessa -soltándola, abrió la puerta-.

Mike: Ha sido guay -colorado y con los ojos brillantes, entró corriendo delante de Josh y del perro-. Hasta hemos conseguido que Tas corriera un poquito.

Zac: Asombroso -se agachó para quitarle la correa-.

Rezongando, exhausto, Tas se acercó a la ventana y se desplomó en el suelo.

Ness: Estaréis helados, chicos -besó a Michael en la frente-. Es hora de tomar un chocolate bien caliente.

Mike: ¡Sí! -se volvió hacia Zac, radiante-. ¿Te apetece? Mamá hace un chocolate buenísimo.

Le dieron ganas de ponerla de nuevo en un aprieto. Pero, quizá por suerte para ambos, su enojo ya se había disipado.

Zac: Tal vez la próxima vez -le bajó la gorra a Michael sobre los ojos-. Tengo cosas que hacer.

Mike: Muchas gracias por dejamos sacar a Tas. Ha sido guay, ¿a que sí, Josh?

Josh: Sí. Gracias, señor Efron.

Zac: De nada. Hasta el lunes, Mike.

Mike: Hasta el lunes.

Los niños salieron corriendo, entre empujones y risas.

Y, al volver a mirar, Zac vio que Vanessa ya se había ido.




¡Primer beso!
Ha sido muy bonito... 😊
¡Vanessa tiene que dejarse llevar! Zac es buena gente.

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Maria jose dijo...

Oh ya hubo beso!!!!
Que buen capitulo
Si vanessa necesita dejarse llevar
Espero y zac lo vuelva a intentar
Siguela pronto

Saludos

Lu dijo...

Me gusto el capitulo.
Ness necesita dejarse llevar y dejar de ser desconfiada.

Sube pronto

Publicar un comentario

Perfil