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domingo, 29 de diciembre de 2019

Capítulo 1


Ness: ¿Qué quieres para Navidad, pequeña?

Se inclinó sobre la mesa, con la barbilla apoyada sobre las manos, mientras le hacía la pregunta a su amiga Ashley Tisdale. El cabello de Vanessa, suave y brillante, se curvaba alrededor de sus delicados rasgos, y sus ojos marrones, que brillaban cuando reía eran tan inocentes como los de una niña. Al fin y al cabo, casi estaban en Navidad.

Ash: No es un objeto, sino una persona -contestó riendo-. El nombre no importa. Tiene que ser alto, rubio y atractivo. Ah, y rico -añadió, después de pensar un poco-. No es que sea una chica materialista, es que vivo en un mundo materialista.

Vanessa sonrió y se echó hacia atrás, blandiendo un dedo hacia su amiga.

Ness: No es justo. No puedo regalarte un hombre por Navidad.

Ash: ¿No? Bueno, de todas formas no lo esperaba. Pero tú mereces uno, señora Hudgens. Y debería ser alto, rubio, atractivo y rico.

Ness: ¿Y si prefiero uno moreno?

Ashley movió la cabeza en gesto negativo.

Ash: No, lo siento. Debe ser alto, rubio y atractivo. Lo tomas o lo dejas.

Vanessa rió y miró a su alrededor.

A pesar de que siempre la celebraban demasiado pronto, apenas una semana después de Acción de Gracias, a Vanessa le encantaba la fiesta anual de Navidad de la oficina. Le encantaban la música, las luces de colores, el olor de las ramas de los árboles, del pino y de las velas, y aquel día la nieve que estaba cayendo en el exterior.

En cualquier caso, siempre se celebraba otra fiesta de Navidad en la sede de Elegance, la noche anterior a Nochebuena. Pero aquélla era la favorita de Vanessa, puesto que asistían las familias de los empleados. Se reunían esposos, esposas, niños, abuelos, e incluso unos cuantos primos que habían conseguido invitaciones. Todos los años, Zac Efron, el director de Elegance, alquilaba el salón de uno de los hoteles más prestigiosos de Boston, y era encantador ver el tumulto de niños corriendo entre los camareros vestidos de esmoquin. Corrían el champán, la cerveza y el vino para los adultos, y el ponche de Navidad para los menores, de un color rojo brillante. Se rifaban cestas de Navidad con enormes pavos e incluso un premio mayor consistente en un microondas, una televisión o un video, a elegir. Siempre era lo más moderno, siempre algo que alguien deseaba. A pesar de sus excentricidades, Zac Efron siempre planeaba bien las navidades para sus empleados. Todo el mundo se marchaba con algo, gracias a la rifa. Cada empleado sacaba un nombre de un sombrero, el nombre de alguien con quien intercambiaría un regalo. Y a todo el mundo le encantaba la fiesta, independientemente de que tuvieran creencias religiosas o no, o de la confesión que profesaran. Se trataba de una celebración muy cálida y cariñosa. El recibidor estaba adornado con un magnífico y enorme árbol de navidad, siempre había juguetes para los niños, y Efron se encargaba de que sonaran de fondo los consabidos villancicos.

Ash: Eh, chica, estás muy callada. Esto es una fiesta, una celebración, ¿recuerdas?

Vanessa parpadeó y sonrió. Ashley la estaba mirando fijamente. Trabajaba en el departamento de publicidad, y era su jefa desde hacía cinco años. Al principio le molestaba que la llamara «chica» todo el tiempo, pero al final había aprendido que Ashley utilizaba la palabra de manera afectuosa. Después de un comienzo no muy afortunado, habían llegado a ser grandes amigas.

Ness: Sólo estaba pensando -explicó-.

Ash: ¡Qué horror! -protestó, burlándose-.

Ashley era una mujer impresionante, de pelo rubio platino y dulces ojos castaños. Tenía una figura tan hermosa que habría podido salir en las páginas interiores de la revista, pero al mismo tiempo era inteligente y extremadamente profesional en su trabajo. Ashley tomó un poco de su café irlandés.

Ash: ¿En qué estabas pensando? ¿En hombres?

Ness: No, bueno, sí. En un hombre en particular. Estaba pensando en las fabulosas fiestas de Efron. Aunque no me extraña que lo sean, siendo como es -sentenció-.

Ashley sonrió y se encogió de hombros. Vanessa supo de inmediato que su amiga sabía a qué se refería. Zac Efron era un hombre muy atractivo, alto, rubio y atractivo. Era muy joven teniendo en cuenta el puesto que ocupaba, pero le faltaba un año para llegar a los treinta. Le habían contado que cuando apenas tenía veinte años era puro nervio, brillante, enérgico y lleno de ideas, hasta el punto de haber transformado una publicación moribunda en una revista muy cotizada. Elegance dedicaba una sección a las casas más bellas del país, otra a espectáculos, una más a política, y otra a asuntos variados de interés. Finalmente estaba la columna de Vanessa, llena de cotilleos sobre personas y acontecimientos relativos a éstas. La revista había conservado el antiguo espíritu modernizándose al tiempo, y todo gracias al trabajo de Zac Efron.

Era el editor, pero también el presidente de la junta directiva. Su historia era la historia de un éxito, y muchos años atrás había ocupado la portada de muchas publicaciones, antes de que Vanessa empezara a trabajar en la empresa. Recordaba una fotografía en particular, tomada en el Rockefeller Plaza con su esposa.

Le resultó extraño recordar que había sido una fotografía navideña. La podía recordar perfectamente. Un enorme árbol detrás de ellos, el hielo, y la multitud de luces de Nueva York.

Efron llevaba un largo abrigo negro que acentuaba sus atractivos rasgos y su masculino perfil. Su esposa, Sara, llevaba un abrigo de armiño blanco, y hacía un contraste absoluto con su marido desde su pelo castaño y sus ojos azules y brillantes, iluminada por una luz casi irreal.

Ambos estaban sonriéndose el uno al otro. Sara lo miraba con admiración, y él con un cariño que cualquiera habría podido captar. Una pareja impresionante, casi salida de un cuento de hadas.

Pero Sara Efron había muerto al año siguiente, antes de las navidades.

Y Zac Efron nunca concedió más entrevistas. Vanessa había pensado en hacerle una para la revista, y fue una de las pocas ocasiones en las que habló personalmente con él.

Sólo le faltó estrangularla.

Aún recordaba aquel día en su despacho. Se había citado con su secretaria y había hecho una presentación profesional e inteligente.

Entró en su enorme despacho de paredes blancas y moqueta color melocotón. Había dos cuadros en la pared, un gran escritorio de roble, un sofá de cuero y dos sillones.

Ni siquiera la invitó a sentarse.

Permaneció sentado detrás de su escritorio, mirándola con sus ojos color azul cielo, con tal intensidad que tuvo la impresión de que la estaban atravesando con espadas. La escuchó durante un minuto antes de que se le cayera el bolígrafo con el que había estado jugueteando. Entonces se levantó y caminó hacia ella, plantándose a escasos centímetros. Y la empujó en los hombros, sin violencia, pero con firmeza.

Zac: ¡No!

Fue su única respuesta.

Se quedó observándola. Un mechón de su cabello le caía sobre sus cejas. Estaba en tensión, y sus labios apretados con fuerza. La miró como si fuera una antigua enemiga, y Vanessa deseó salir corriendo de allí.

No fue el coraje lo que la mantuvo plantada en el sitio, sino la sorpresa. Finalmente, él le quitó las manos de encima y se apartó.

Zac: He dicho que no, señorita Hudgens…

Ness: Señora Hudgens -corrigió, luchando para no llorar-.

Se preguntó qué importancia tendría que fuera señora o señorita en aquel instante.

Zac: Señora Hudgens entonces. Perdóneme -dijo con frialdad, sentándose de nuevo en su sillón, con aire regio-. ¿Le importaría marcharse ahora, por favor? Estoy ocupado y la entrevista ha finalizado.

Ella se puso recta, segura de que no sólo había terminado la entrevista, sino de que aquello significaba que la había despedido.

Ness: Puedo llevarme mis cosas a las cinco. Y espero recibir el finiquito con la misma rapidez.

Sólo entonces sus cejas se arquearon y un gesto de sorpresa transformó sus atractivos rasgos.

Zac: ¿Por qué quiere marcharse, señora Hudgens?

Ella se ruborizó a su pesar.

Ness: Señor Efron, me ha dado la impresión de que estaba tan enfadado conmigo que me despedía.

Zac: Estoy enfadado, señora Hudgens, pero no despido a la gente sólo porque me molesten ocasionalmente. Su trabajo es muy bueno. Sólo espero que se olvide de su pretensión de entrevistarme y que no mencione nada en ningún artículo.

Ella lo miró sin saber muy bien qué hacer. Se había preguntado muchas veces si aquel hombre leía en realidad la revista. Y al parecer lo hacía.

Zac: ¿Algo más, señora Hudgens?

Ness: ¡No! -exclamó, sin moverse-. Señor Efron, ésta es su revista. ¿Por qué no quiere…?

Una vez más, se levantó. Pero Vanessa tuvo la impresión de que finalmente había conseguido su atención, no sólo su enfado.

Zac: ¡Porque no tengo intención de hablar de mi vida privada, por eso! ¿Comprendido?

Ness: Sí.

Él aún la miraba. Vanessa se estremeció.

Durante un instante tuvo la sensación de que una profunda angustia anidaba en aquellos ojos. Entonces supo que estaba pensando en su esposa. Supo que no tenía nada que decir desde que murió.

Zac: Lo siento -acertó a decir-.

Ness: No lo sienta.

Las palabras eran suaves, y la emoción entre ellos podía cortarse. Vanessa se sorprendió a sí misma hablando a su pesar.

Ness: Señor Efron, imagino que la quería mucho. Es evidente y lo siento, lo siento de verdad. Pero usted no es el único que ha perdido un ser amado. Puede que el artículo no sea una buena idea, pero debería hablar con alguien. Debería…

La voz se le quebró al notar su mirada helada.

Zac: ¿Ha terminado ya, señora Hudgens?

Ella asintió. Su vida no era asunto suyo.

Zac: ¿Qué le parecería entonces si vuelve a su trabajo?

Esta vez no le dio las gracias. No tenía por qué dárselas, aunque no la hubiera despedido. Hacía un buen trabajo y era lo único que importaba. Y quería que se marchara de su despacho.

Zac: ¡Señora Hudgens!

Ella lo miró.

Zac: Lo siento, de verdad -dijo con suavidad-.

Sentado allí, detrás de su escritorio, con las manos cruzadas y mirándola con aquellos ojos azules estaba más que atractivo. Ella apretó los dientes, luchando contra la tentación de acercarse a él y abrazarlo, ofrecerle su apoyo.

Pero sólo fue una ilusión. Efron no quería nada de ella. No había lazo alguno entre ellos. Sólo deseaba que abandonara su despacho.

Y nunca regresó a él.

Ness: Siempre organiza magníficas fiestas de Navidad -comentó a su amiga, que sonreía con malicia-. Como si realmente creyera en el espíritu de estas fiestas.

Ash: Lo dices como si tú también creyeras en él.

Vanessa se sintió como si le hubieran dado un mazazo en el pecho. Casi no podía respirar. Aquello le había dolido. Intentaba creer en la Navidad. Había aprendido a sonreír y a reír ante su familia, pero en su interior no se sentía nada feliz, aunque nadie lo notara.

Había conseguido sobreponerse a la rabia, a la impotencia y a la angustia. Se había comprado un apartamento, era una mujer independiente y hasta había levantado una nueva vida, llena con las actividades escolares de su hijo, su trabajo, y sus visitas a su familia. No merecía aquel ataque por parte de Ashley.

Pero Ashley no la estaba atacando, ni tenía intención de insistir en el comentario. Hizo un gesto hacia el lugar donde Papá Noel estaba charlando con los niños.

Ash: Jeremy hace de Papá Noel este año, ¿no es cierto?

Vanessa asintió.

Ness: Parece estar divirtiéndose. David debe estar a punto de que le toque a él. Me pregunto si lo reconocerá.

Ash: Vamos a ver -sugirió su amiga-.

Se levantaron y avanzaron entre la multitud, deteniéndose aquí y allá para saludar a alguien. Cuando llegaron a la cola de niños Vanessa se detuvo y sonrió. David estaba a punto de hablar con Papá Noel. La pequeña niña que estaba antes que él acababa de entrar en la casita a través de la cortina roja con la que habían decorado la entrada. A través de un pequeño resquicio pudo ver que Jeremy daba un golpecito cariñoso a la niña.

Ness: Lo hace muy bien.

Ash: Y estoy segura de que a Isabelle le encantará.

Isabelle, la ayudante de Papá Noel, llevaba poco tiempo trabajando en la revista. Y su sonrisa indicaba claramente que se estaba divirtiendo mucho.

David era el hijo de Vanessa. De ocho años, se dio la vuelta como si notara que su madre estaba allí. Su cara se iluminó con una sonrisa y ella se estremeció. Se parecía mucho a su padre. Tenía los mismos ojos de color azul claro, el mismo pelo rubio platino y un lunar en el puente de la nariz. Era un niño muy guapo. Ciertamente casi todos los niños se lo parecían, pero David lo era desde un punto de vista objetivo. Había algo muy inteligente y cariñoso en sus ojos. David no había tenido una infancia difícil, aunque sabía lo que le había sucedido a su padre.

A veces lloraba por las noches.

Pero nunca había permitido que lo sucedido con su padre cambiara su manera de relacionarse con los otros. Había crecido mucho y tenía un encanto y un sentido de la responsabilidad muy extraño para su edad. Hablar con él era muy parecido en ocasiones a hacerlo con un joven que estuviera a punto de ir a la universidad.

David: ¡Mamá! ¡Ven!

Ash: Vamos. Te esperaré en la salida.

Vanessa sonrió.

Ness: De acuerdo. Quiero verlo cuando esté con Papá Noel para ver qué hace Jeremy.

Ashley asintió. Vanessa se excusó y caminó hacia su hijo entre la multitud.

Isa: Hola, señora Hudgens. ¿Es suyo este niño? -preguntó, haciendo un gesto hacia David-.

Vanessa asintió.

Ness. Sí. David, te presento a Isabelle LaCrosse. Ahora trabaja con nosotros. Isabelle, éste es mi hijo David.

David le tendió la mano.

David: Pensé que eras un elfo de verdad.

Isabelle miró a Vanessa sorprendida, que se encogió de hombros y sonrió.

Ness: Le gustan los elfos.

Isabelle levantó la cortina y dijo:

Isa: Creo que Papá Noel ya puede recibirte, David. Vamos, entra. Señora Hudgens, si quiere…

Vanessa vio que había una abertura a través de la cual podía espiar discretamente a Papá Noel y a su hijo, de modo que sonrió mientras David se sentaba en el regazo de Jeremy.

Jeremy: Bueno, así que eres el pequeño señor Hudgens -dijo Papá Noel-.

David abrió los ojos sorprendido. No esperaba que supiera quién era.

Jeremy estaba perfecto. El traje le quedaba muy bien, al igual que la enorme barba blanca que cubría su rostro y el gorro blanco y rojo que llevaba en la cabeza. Hasta se había puesto brillantina dorada en la punta de la nariz.

David: Sí, señor.

Le había dicho a su madre que no tenía intención de sentarse en el regazo de Papá Noel, puesto que ya era un chico mayor. Tenía la intención de quedarse de pie. Pero se sentó, y no pareció darse cuenta de que estaba hablando con el primo de su madre.

Jeremy: Sé que has sido un buen chico este año, David. De modo que dime, ¿qué te gustaría de regalo de Navidad?

David dudó y Vanessa frunció el ceño.

David: ¿Lo que en realidad me gustaría?

Jeremy: Sí, hijo, por supuesto. ¿Qué te gustaría de regalo de Navidad?

David: Bueno, creo en Papá Noel, ¿sabes? Creo en los milagros, sobre todo en los milagros de navidad. Y sé que usted puede ayudarme. ¡Sé que puede!

Jeremy: David, yo…

David: Me gustaría tener un padre. No uno de verdad. Sé que no puedes conseguir que mi padre real vuelva a vivir. Ahora está en el cielo, porque era una gran persona. Pero no es para mí, sino para mi madre. Intenta disimularlo, pero es infeliz. No creo que se dé cuenta de que lo noto, pero lo noto.

Jeremy: David…

David: Es una buena cocinera y una buena ama de casa. Hace galletas de chocolate y escribe. Escribe sobre la gente que necesita ayuda y a veces consigue ayuda para las personas. Es muy buena, Papá Noel. Por favor…

Su madre sintió una profunda emoción y los ojos se le llenaron de lágrimas. Sonrió pensando en lo mucho que amaba a su hijo.

Jeremy: Mira, David. Me gustaría poder prometerte algo, pero no puedo. La gente mayor tiene que encontrar por sí misma a las personas que quieren.

David: Sé que puede ayudarme -insistió con obstinación-.

Papá Noel abrió la boca, pero después la cerró. David era muy cabezota, y lo sabía.

Jeremy: Te diré una cosa. Veré lo que puedo hacer. Pero no es muy fácil. Tendrás que darme más de una Navidad para poder cumplir ese deseo, ¿de acuerdo?

David: ¿Pero lo harás?

Jeremy suspiró.

Jeremy: Lo intentaré -murmuró, sonriendo-. Me pondré a trabajar en ello. Te lo prometo.

David: Gracias. Yo te ayudaré. Siempre pido deseos a las estrellas, todas las noches.

Jeremy: Bueno, ¿y qué quieres para esta Navidad?

David: Me gustaría ese ordenador que han hecho para los chicos de mi edad. El que tienen en el colegio.

Vanessa estuvo a punto de gritar. David nunca pedía nada, y ahora que lo hacía, pedía algo que no podía permitirse. Sabía muy bien cuál era el ordenador con el que trabajaban en el colegio. Era un procesador magnífico, con el que trabajaban en matemáticas y proyectos artísticos.

Pensó que habría sido magnífico que un regalo así pudiera desgravarse de la declaración de la renta.

A diferencia de otros ordenadores, aquel modelo no había bajado de precio. Costaba miles de dólares, y no podía comprarlo.

Obviamente Jeremy no conocía el precio del aparato.

Jeremy: ¡Eso es fácil! -le aseguró-. ¡Me encargaré de ello! Por el momento, te regalaré un coche con control remoto. ¿Qué te parece?

David: Magnífico. Es maravilloso, genial. Gracias, muchas gracias.

David salió corriendo y Jeremy le hizo un gesto a Isabelle para que pasara el siguiente chico. Entonces notó que Vanessa había estado observando la escena y la miró durante un segundo antes de apuntarla con un dedo.

Jeremy: ¡Ven aquí, Vanessa Hudgens! -ordenó-.

Ella dio un paso adelante.

Ness: Lo siento. No podía…

Jeremy: He oído que has sido una buena chica.

Ness: ¡Déjate de tonterías, soy tu prima! -protestó riendo-.

Jeremy: Prima segunda -le recordó, suspirando-.

Ness: Pero primos al fin y al cabo.

Jeremy: Bueno, ya has oído a tu hijo. Quiere que te cases. Y mira que he intentado…

Ness: Jeremy, eres un encanto. Te quiero con todo mi corazón, pero también sabes que no vas en serio conmigo.

Jeremy: Podría ir en serio si te olvidaras de nuestro parentesco.

Ness: Jeremy…

Jeremy: ¿Qué hay del electricista, el que parecía un culturista? -preguntó con seriedad-.

Ella sonrió.

Ness: Lo siento. No me gustaba mucho.

Jeremy: ¿Y del abogado de Concord?

Ness: No era de fiar.

Jeremy: Vanessa, nadie va a ser como Richard. Aquel abogado era un buen hombre.

Ella lo miró, notando su preocupación y su cariño.

Ness: Sé muy bien que nadie es como Richard. Lo sé. Pero lo peor de todo es que tiene que estar a su nivel, ¿es que no lo comprendes?

Jeremy iba a asentir cuando vio que estaba a punto de llorar y movió la cabeza con vehemencia.

Jeremy: Señora Hudgens, su chico ha sido muy bueno este año. Y creo que…

Ness: ¡Creo que quieres meterme en problemas!

Jeremy: ¿Yo? -Preguntó con ironía-. ¡He sido un ángel!

Ness: Jeremy, tú no has sido un ángel en toda tu vida, pero no estaba hablando de eso.

Jeremy: ¿Entonces?

Ness: ¡Le has prometido un padre!

Jeremy: ¡Eh! Le he dicho que tardaría más de un año.

Ness: Gracias. Un detalle encantador por tu parte.

Jeremy: Hago lo que sea para agradarte.

Ness: ¡Y además le has prometido un regalo que no puedo permitirme!

Jeremy: ¿Cómo? -Preguntó, frunciendo el ceño-. Pensé que los precios de los ordenadores habían bajado mucho.

Ness: Es cierto, pero no del modelo que ha pedido. Cuesta miles de dólares, Jeremy.

Jeremy: Te ayudaré.

Ness: Jeremy, no quiero la caridad de la familia, y lo sabes.

Jeremy: ¡Eh! Tengo perfecto derecho a hacerle un regalo.

Ness: Claro. Si puedo comprarle el ordenador, podrás regalarle algún juego.

Jeremy: Eres una cabezota. Podíamos conseguir bonos de Navidad.

Ness: ¿Por tanto valor?

Jeremy: Puede ser. Al fin y al cabo, tú también has sido una buena chica -bromeó con alegría-. Tan maravillosamente buena que voy a rociarte con polvos mágicos. Conseguirás un hombre tan rico como el rey Midas, más elegante que un Mercedes, cariñoso, delicado y gentil, alto, rubio y atractivo. El regalo de Navidad de tu hijo y el tuyo. Y será el primer hombre que te encuentres.

Ella rió.

Ness: El próximo hombre que vea probablemente sea el viejo Pete, que estará con los niños. Pero haz lo de los polvos de todas formas. Es posible que consiga una cita para asistir a la fiesta de Navidad para adultos. ¿Qué te parece?

Jeremy: Me parece que tu tiempo ya ha terminado. Eres la única persona adulta que voy a tener en mi regazo en todo el día, pero levántate.

Vanessa rió, pero se levantó.

Ness: Papá Noel ya no es lo que era -bromeó horrorizada-.

Se dirigió a la salida cuando vio que alguien bastante alto la bloqueaba. No sabía quién era, porque las luces eran tan fuertes en el exterior de la casita que tardó unos momentos en acostumbrarse. Pero era alto, rubio, imponente y atractivo.

Notó una punzada en el corazón y se puso nerviosa.

No sabía por qué se había asustado tanto al ver al hombre del esmoquin.

Dio un paso adelante y entonces vio quién era. Debería haberlo sabido de inmediato, al contemplar su figura. No era otro que el anfitrión en persona, su jefe, el ilustre Zac Efron.

Corrían rumores de que muchas mujeres de la revista estaban locas por él, pero Zac no estaba interesado. No se citaba nunca con sus empleadas, y si tenía que ir acompañado por alguna mujer a alguna de sus múltiples apariciones públicas, cada vez se trataba de una persona distinta. Hasta Ashley lo encontraba atractivo, razón por la cual no se aventuraba nunca en su despacho.

Dio un paso más adelante, irritada consigo misma. Pero se detuvo al ver que la miraba.

Una vez más sintió que aquellos ojos la traspasaban. Su fragancia la rodeó de una manera sutil, masculina y muy atrayente. Era un hombre muy atractivo, alto, con los hombros muy anchos y de estrechas caderas. Se preguntó cómo sería su pecho. Desde luego, musculoso. Y probablemente cubierto de vello, con una fina línea que descendería hacia su vientre.

Él se echó hacia atrás y corrió la cortina para que pudiera salir.

Zac: ¿Señora Hudgens?

Ella apretó los dientes y siguió caminando. Había pensado darle las gracias en algún momento del día por la magnífica fiesta, pero en aquel momento no encontraba las palabras. De hecho, tenía la impresión de que no podía hablar.

Zac: ¡Señorita Hudgens!

Vanessa levantó la mirada y notó que estaba muy cerca de él, tan cerca como para poder ver cada detalle de su traje, de su camisa blanca, de su boca, y de los definidos rasgos de su rostro.

Ness: ¿Sí?

Zac: Pensaba que sólo las personas menores de quince años se sentaban en el regazo de Papá Noel.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, ni cómo podía explicar lo sucedido. No sabía si hablaba en serio o si estaba bromeando. Y no pudo encontrar una respuesta, ni apartar los ojos de él.

Ness: Señor Efron, yo…

Él sonrió. Y aquella sonrisa lo hizo parecer más joven y atractivo, casi tocable.

Zac: No quiero que se marche a las cinco -dijo con suavidad-. Sigo pensando que su trabajo es muy bueno.

Ness: Gracias -acertó a decir-.

Zac seguía mirándola, y ella no podía sonreír, ni hablar. Por otra parte, él no parecía esperar que lo hiciera. Sólo la observaba.

Se alejó de él por fin y corrió hacia donde estaba Ashley. En cuanto bajó las escaleras se dio cuenta de que había una niña esperando a que se apartara para poder entrar a ver a Papá Noel.

Pero la chica esperó educadamente, sonriendo. Debía tener seis o siete años, y su cabello rubio estaba recogido en dos coletas con lazos rojos. Parecía un ángel dulce y delicado.

**: ¿Ya está libre Papá Noel?

Vanessa oyó la risa de Ashley y se ruborizó.

Ness: Sí, ya está libre -contestó sonriendo-. Pero hay una cola en el otro lado. No estoy segura de que…

**: ¡Oh! Tengo que marcharme. Mi padre ha dicho que tal vez se pudiera entrar por aquí, pero me parecería de mal gusto colarme -observó la niña-.

*: Ella, no pasa nada. Tardarás poco tiempo y los otros lo comprenderán -dijo una voz masculina por encima de su hombro-.

Vanessa se dio la vuelta. Era Efron de nuevo. No podía creer que aquella criatura encantadora y preciosa fuera su hija.

Pero lo era.

Ness: Perdóneme. Querida, si tienes que marcharte no creo que a Papá Noel le importe que pases antes que los demás.

Ella Efron sonrió de nuevo.

Ella: Gracias -dijo, subiendo por las escaleras-. Me ha gustado mucho conocerla, señorita…

Ness: Señora Hudgens. Pero puedes llamarme Vanessa.

Ella: ¡Señora Hudgens! -Exclamó con alegría-. Usted debe ser la madre de David.

Vanessa asintió, confusa.

Ella: Nos sentamos juntos durante el espectáculo y me enseñó a hacer varios trucos. Es maravilloso.

Ness: Sí, eso creo yo.

Ella: Espero verlo otra vez. Y también a usted.

Había tal esperanza en su rostro que Vanessa no supo negarse.

Ness: Claro que nos veremos de nuevo.

Efron la estaba mirando con fijeza. Vanessa notó que su temperatura corporal ascendía varios grados. Pero entonces tanto ella como su padre desaparecieron, y ella se dio la vuelta.

Todo había sucedido en apenas unos segundos. Descubrir a Efron, conocer a su hija, y sentarse en el regazo de Jeremy.

Pensó disgustada en los polvos mágicos de su primo.

Ash: David está jugando. Le he dado permiso. Vamos a buscar un par de copas de ese delicioso champán. No lo sirven tan a menudo.

Ness: Me parece bien.

Vanessa se mostró de acuerdo. Estaba nerviosa, mucho más nerviosa de lo que podía recordar. La última vez que se había sentido tan insegura había sido precisamente cuando estuvo en el despacho de Efron.

Caminaron hacia la mesa donde estaba el champán, donde les atendió un camarero. Brindaron y después bebieron de sus copas.

Jeremy le había dicho que su hombre sería el primer hombre que viera en cuanto saliera de la casita de Papá Noel. Pero ella no quería un hombre como regalo de Navidad. A veces se preguntaba si realmente querría volver a estar con alguno, pero en ocasiones le sucedía lo contrario, se sentía sola y asustada, furiosa con Richard por haberla abandonado. Le había enseñado que el amor podía ser algo intensamente dulce y maravilloso, y después se había marchado dejándola sola con su dolor y con la oscuridad de su pérdida. Intentó varias veces citarse con otras personas, pero nunca le gustaron demasiado. Nadie la había tocado de la misma manera. Ningún beso le parecía natural después de aquello. Nadie la había seducido de un modo que no pudiera olvidar.

Ash: Vanessa, ¿estás aquí?

Ness: Oh, lo siento.

Sólo entonces se dio cuenta de que había estado tan perdida en sus pensamientos como para olvidar que se encontraba con Ashley. Aquello era una fiesta. Estaban tomando champán y debía divertirse. De hecho, casi se estaba divirtiendo.

Sonrió al pensar en Jeremy. No sabría qué hacer sin él y sin sus tonterías.

El primer hombre que había visto no había sido el viejo Pete, sino alguien mucho peor, Zac Efron. Un hombre alto, rubio y atractivo. Y rico, tal y como había dicho Ashley.

Vanessa tomó un poco más de champán.

No podía ser.

Aquellos polvos mágicos no podían haber obrado el milagro.


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