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martes, 10 de diciembre de 2019

Capítulo 27


El verano llegó a la isla, y con él los veraneantes, los que iban a pasar el día con protector solar y toallas de playa, y los que iban de fin de semana decididos a llenar sus dos días de diversión y sol. Otros acudían en masa para quedarse una semana o dos, un mes o toda la temporada.

El ferri llegaba cada hora en punto, y había coches, ciclistas y senderistas alineados en el muelle a ambos lados de la bahía.

Cada hora en punto, el propio Zac o un equipo de ayudantes montaba guardia.

El jefe había comprobado las reservas de varias mujeres que viajaban solas, pero ninguna había dado resultado.

Trabajaba todos los días, estuviera de servicio o no, paseaba por el pueblo y las playas, pasaba por delante de las casas de alquiler.

Tarde o temprano, pensaba.
 

Una agradable noche de junio, durante un evento para recaudar fondos bastante concurrido en Potomac, Maryland, Marlene Dubowski -abogada defensora, activista política y superviviente del centro comercial DownEast- dio un breve discurso y levantó su copa para brindar.

Bebió un sorbo, charló con la gente, bebió otro sorbo, hizo bromas, bebió otro sorbo. Y empezó a faltarle el aliento. Cuando se desmayó, Patricia, disfrazada de donante adinerada, se dejó caer a su lado y, rápidamente, le cortó un mechón de pelo.
 
Patricia: ¡Dios mío, llamen al nueve uno uno!
 
**: Soy médico -gritó alguien-. ¡Déjenme pasar!
 
Patricia se escabulló en medio de la conmoción.

Pasó con el coche por delante de aquellas casas tan bonitas, de los extensos caminos de entrada, hasta llegar a la oficina de correos, que ya tenía localizada. Tarareando en voz baja, metió el mechón de pelo en la bolsa y esta dentro de la tarjeta que ya había firmado y en la que había escrito la dirección y pegado el sello.

Había elegido:
 
¡POR SER COMO ERES!

Después de cerrarla, la metió en el buzón que había delante de la oficina de correos.

Satisfecha, tomó la carretera de circunvalación y luego cogió la salida que llevaba al hotel de nivel medio que había reservado con anterioridad previendo la avalancha de veraneantes.

Solo necesitaba una noche, una buena comida.

En su júnior suite -lo mejor que había conseguido-, se quitó la peluca corta de color rubio ceniza, las lentillas azules y la prótesis que dotaba de prominencia su mandíbula.

Con un gruñido, se libró del vestido de cóctel con corte de vieja y del relleno que llevaba debajo. Se quitó las alzas de los zapatos de noche.

Llamó al servicio de habitaciones y se dio una ducha larga para empezar a eliminar el autobronceador que había usado.

Por la mañana abandonaría el coche alquilado en el aparcamiento de larga estancia del aeropuerto de Dulles y alquilaría otro. Un cambio de matrículas en algún punto del camino y desaparecería otra vez.

Puso la foto de Zac en la mesilla de noche que había junto a la cama; la había enmarcado.
 
Patricia: Tenemos una cita, ¿no? Porque sí.
 

Jacoby, sentada en el despacho de Zac, rezumaba frustración hasta por el último poro de su piel.
 
Jacoby: Teníamos a un agente en la puñetera fiesta de recaudación de fondos, y aun así se escabulló. La gente se dejó arrastrar por el pánico, se agolpaba, le cortó el paso. Nuestro agente la vio y la persiguió, pero... Cree que huyó en un Mercedes sedán negro, aunque no vio la matrícula. No llevaba luz en la matrícula. -La agente especial metió la mano en su bolso y sacó un boceto-. El retrato robot.
 
Zac: Se echó unos cuantos años y unos cuantos kilos encima, alteró la forma de su cara. Y volvió al cianuro.
 
Jacoby: Se quedó a ver cómo se derrumbaba su objetivo e incluso se agachó a su lado un momento cuando habría sido más inteligente mantenerse apartada, marcharse.
 
Zac: Se ha vuelto más arrogante, y no sabía lo cerca que estabais.
 
Jacoby: No lo bastante. Te enviará otra tarjeta.
 
Zac: Cuento con ello. Está acortando el lapso entre asesinatos.
 
Jacoby: Otra señal de que está perdiendo el control que la ha mantenido oculta durante tanto tiempo. Todo se remonta a ti, Zac, a cuando le disparaste. Al principio yo pensaba, y nuestro análisis lo confirmaba, que tal vez alargara la situación, que quizá jugase contigo porque, para ella, esto debe de ser torturarte. Ahora ya no pienso eso. Necesita enmendar ese agravio.
 
Zac: Estoy de acuerdo. Si quiere eliminar a otro de camino aquí, y al ritmo que se han incrementado sus ataques creo que lo hará, tienes que poner a Ashley Tisdale y a Chad Danford bajo vigilancia. Creo que Brady Foster también está por ahí. Todavía no irá tras Sarah, porque Sarah ocupa un puesto demasiado alto en la cadena. Tampoco iría aún por Vanessa si yo no viviera en la isla. Pero no podrá resistirse a un dos por uno. Aunque...
 
Se levantó, fue a coger una Coca-Cola y le ofreció otra a Jacoby.
 
Jacoby: ¿Tienes algo light?
 
Zac: Espera. -Salió, cruzó la sala común, entró en la de descanso y sacó una Pepsi Light de la nevera-. Te debo una -le dijo a Matty, se la llevó a su despacho y cerró la puerta-.

Jacoby: Gracias. ¿«Pero...»?
 
Zac: Ha intensificado los ataques y está degenerando, pero sigue siendo inteligente, sigue siendo ladina. Lo vimos en cómo nos engañó con lo de McMullen y después de haberla matado. Sabe, tiene que saber, que estáis siguiendo su ruta, uniendo los puntos.
 
Jacoby: Crees que se desviará, que dará otro rodeo.
 
Zac: Si necesita asesinar a alguien más antes que a mí, sería una estupidez tomar una ruta directa a Maine. Y ella no es estúpida.
 
Jacoby se levantó, se acercó al mapa que Zac tenía clavado en la pared y revisó las chinchetas que representaban las muertes de Hobart desde que había emprendido aquel viaje.
 
Jacoby: ¿Alguna corazonada acerca de hacia dónde podría desviarse esta vez?
 
Zac: Tengo que pensarlo. ¿Seguirá conduciendo o reservará un vuelo? ¿Continuará seleccionando objetivos según la fama y/o el dinero o también se apartará del patrón en eso? Tengo que pensarlo.
 
Jacoby: Yo también, y el resto del grupo de trabajo. Tenía a un hombre en la misma habitación que ella, y aun así mató a su objetivo y escapó.
 
Zac volvió a coger el retrato.
 
Zac: ¿Ves a Hobart cuando miras esto?
 
Jacoby: Lo más probable es que no la hubiera reconocido, y los testigos confirman que hablaba con acento sureño, con un buen acento sureño. Se relacionó con la gente, Zac, mantuvo conversaciones y hasta lloró cuando contó la historia de su hija y lo que tuvo que pasar después de sufrir una violación. Pagó los cinco mil dólares que costaba estar allí.
 
Zac: Vive el papel mientras lo interpreta. Es buena. Está loca, pero es buena.
 
Jacoby: Tengo que volver. Llámame cuando recibas la próxima tarjeta.
 
Zac debía lidiar con problemas de tráfico, problemas de aparcamiento, problemas en la playa, problemas de barcos, problemas de embriaguez y hasta de algún hurto. Todos los días eran fiesta, y la gente se agolpaba en las calles, las tiendas, las pistas de senderismo, las playas.

Casi todos los días trabajaba hasta después del atardecer, e incluso más. Pero casi todas las noches las pasaba con Vanessa. Si le quedaban una o dos horas de silencio y soledad, se acomodaba en su despacho, estudiaba el mapa, las caras, intentaba meterse en la cabeza de Patricia.

Una mañana salió -hacía días que Vanessa se marchaba al amanecer- y se encontró a CiCi en su jardín con lienzos, caballete y pinturas.
 
Cici: Buenos días, jefe Macizo.
 
Zac: Buenos días, amor de mi vida. Estás pintando.
 
Cici: Necesito la luz de la mañana. Ya he estado aquí un par de veces esta semana a horas más tardías, lo que demuestra lo sigilosa que soy, pero necesito esta luz.
 
Zac se acercó a ella; el perro ya había salido corriendo a echarle las patas encima sin dejar de menear la cola.
 
Zac: Es la casa.
 
Y los altramuces, pensó él, aquellos ríos de color que todavía le asombraba que le pertenecieran.
 
Cici: Aún no están en su máximo esplendor, lo alcanzarán la semana que viene. Pero necesito esta luz, y tenerlos avanzados antes de que alcancen su apogeo. Me gustan las líneas de esta casa, siempre me han gustado. Y alguien ha sido lo bastante listo para pintar los porches de color orquídea.
 
Zac: Alguien con gusto artístico le dijo a alguien que lo hiciera.
 
Cici: Pero de que pintar la puerta principal de color ciruela daría fuerza a todo el conjunto te diste cuenta tú solito.
 
Zac: Tengo mis momentos. Y un canal de programas de decoración.
 
Cici: Tienes bastantes momentos. Los altramuces constituyen un estudio por sí solos.
 
Zac: Leon me ha echado una mano con ellos, y con el resto de las flores. Entiende de fertilizantes. He tenido que comprarme un compostador, se negó a aceptar un no por respuesta.
 
CiCi lo estudió mientras hablaba.
 
Cici: Estás falto de sueño, guapo. Te lo noto.
 
Zac. Es verano. Hay mucho trabajo.
 
Cici: Pero no es solo eso. ¿Por qué no consiguen pillarla?
 
Zac: Es escurridiza. -Se agachó para besar a CiCi en la mejilla-. Pero lo haremos. -Se sacó el llavero del bolsillo y buscó una llave de repuesto-. De la casa. Sírvete tú misma... y cierra con llave cuando te vayas. Quédate con la llave. La única norma es que no te líes porros mientras estés aquí. Soy el jefe de policía, lo dice mi gorra.

Le puso la correa a Barney y fue andando a trabajar, aunque de camino se detuvo en una casa de alquiler para despertar a los inquilinos (universitarios) y decirles que recogieran las puñeteras botellas de cerveza y de vino que habían dejado esparcidas por todas partes. Se marchó tras advertirles que al cabo de una hora pasaría un ayudante y los multaría si no lo habían hecho.

Y así, pensó, comienza un día de verano en la isla.

Y como había calculado cuándo llegaría, no le sorprendió que Donna le llevara la tercera tarjeta.
 
Zac: No hagas venir a todo el mundo, estamos demasiado liados. Solo llámales, infórmales de que hemos recibido la tercera y que viene de Potomac, Maryland.
 
Donna: Esa loca me está aguando el verano.
 
Zac: El mío no está siendo una fiesta precisamente... -contestó mientras sacaba los guantes y la navaja para abrir la tarjeta-. Qué mona -dijo al leer el saludo impreso-.
 
En esta ocasión había dibujado corazones atravesados por flechas que goteaban sangre.
 
“¿Qué te parece? Podría probar el tiro con arco. O mejor nos quedamos con las balas en el corazón y en la cabeza. A lo mejor a ti te disparo primero en las pelotas para que nos echemos unas risas. La abogada elegante y compasiva usó el cadáver de mi hermano a modo de pedestal. Yo la he derribado de él. No supo de dónde le llegaron los tiros. Y tú tampoco lo sabrás, gilipollas. 
Besos, 
Patricia” 

Incluso había dibujado un dedo corazón muy claro detrás de su nombre.

Está degenerando, pensó Zac. Está más enfadada o es menos capaz de controlar la rabia, así que aquella amenaza era más abierta.

Necesitaría cometer un asesinato previo, no cabía duda. Necesitaría el subidón.

Pero ¿quién? ¿Y dónde?

Observó el mapa mientras se ponía en contacto con Jacoby.
 
 
Vanessa inspeccionó hasta el último centímetro del molde perdido que cubría el modelo de cera. Había cincelado la cera personalmente, sirviéndose de utensilios delicados para el minucioso raspado y de utensilios calientes para rellenar las imperfecciones. En aquel momento lo estudió y decidió que estaba listo.

Había dedicado horas a diseñar, crear y conectar el sistema de canales hechos con barras de cera y las compuertas que le permitirían introducir el bronce fundido en el molde.

Y más horas aún a cubrir la cera con lodo líquido. En primer lugar, un grano muy muy fino -dos capas- para fijar todos los detalles minuciosos y sutiles. Más capas -nueve en total- de varios grados y mezclas, esperando a que cada una de ellas se secara antes de aplicar la siguiente hasta crear aquella gruesa carcasa de cerámica.

Todo aquel tedioso trabajo técnico había mantenido su cabeza ocupada durante días, y la ansiedad por aquella tercera puñetera carta a raya.
 

“No supo de dónde le llegaron los tiros. Y tú tampoco lo sabrás, gilipollas.”
 
No lo pienses ahora, se ordenó. No dejes que una loca te condicione la vida.

Embaló la carcasa, bajó con ella.
 
Cici: ¿Es Zac?
 
Ness: Todo a punto -dejó la caja en la encimera de la cocina con un ligero bufido a causa del esfuerzo-. Te agradezco que hayas renunciado a un bonito día de verano para acompañarme.
 
Cici: Me encanta ir a la fundición, con todos esos sudorosos hombres... y mujeres. Haré unos cuantos bocetos. -Se miró el pelo en el espejo; lo llevaba largo y suelto, y un trío de aros enormes asomaba a la altura de las orejas-. Y estoy deseando oír a Natalie parlotear sobre la boda. Lo convertiremos en un día divertido. -Se echó al hombro un bolso de mimbre del tamaño de un zepelín-. Venga, llevemos a nuestro chicarrón al coche. Supongo que le has dicho que esta mañana nos vamos al continente, ¿no?
 
Ness: Le mandaré un mensaje desde el ferri.
 
CiCi entornó los ojos mientras la seguía hasta el exterior de la casa.
 
Cici: Vanessa.
 
Ness: Así pasará menos tiempo preocupado.
 
Cici: Y ningún tiempo intentando convencerte de que no salgas de la isla.
 
Ness: Exacto.
 
Vanessa metió la caja en el maletero, tiró su bolso tipo cartera al lado y se puso las gafas de sol. CiCi hizo lo propio con las suyas, que tenían cristales con reflejos arcoíris. Cuando se sentó al volante, encendió la radio y sonrió a CiCi.
 
Cici: ¡Excursión de chicas!
 
Ness: ¡Yuju!
 
En circunstancias normales, Vanessa tal vez hubiera reservado una habitación cerca de la fundición en lugar de comprimir todo el trabajo que tenía que hacer en un solo día. No era que no confiara en los supervisores, o en los trabajadores, que también eran, a su manera, artistas. Pero prefería estar presente en todos los pasos y etapas.

Aquellas no eran circunstancias normales y no quería estar lejos ni de Zac ni de la isla, así que lo comprimiría.

Él la cuidaba, pensó, y ella lo cuidaba a él.

En cualquier caso, dejó que CiCi se entretuviera en la planta de vertido o vagando entre los hornos mientras ella rondaba al trabajador que metió su pieza en el autoclave.

Vanessa había seguido el método del moldeo a la cera perdida, el que más le gustaba, y el calor y la presión del horno harían que la cera saliera de su carcasa.

Si el trabajo era bueno, pensó, El protector estaría perfectamente formado dentro de la carcasa vacía y endurecida.

CiCi se unió a ella cuando los trabajadores transfirieron la carcasa caliente a la planta de vertido.
 
Cici: Allá vamos.
 
Los trabajadores con cascos, protectores faciales, trajes ignífugos, guantes gruesos y botas siempre le hacían pensar en astronautas toscos.

Afianzaron su obra en la arena mientras otros calentaban sólidos bloques de bronce hasta derretirlos. Vanessa se imaginó los músculos tensos y ondulantes que contenían aquellos trajes espesos mientras revolvían el espectacular bronce fundido.

Allí también había arte, pensó, en el calor inmenso, en el olor de los productos químicos, del sudor, del metal licuado. Y magia en la luz que resplandecía cuando los trabajadores sacaban el crisol de metal fundido del horno.

Y el vertido, el momento de la verdad, siempre la cautivaba. Los movimientos rápidos y al unísono de los trabajadores, el flujo líquido de dorado intenso y brillante, como rayos de sol derretidos.

Dentro de la carcasa, su obra, su arte, su visión, se llenaba de esa luz solar derretida. El negativo se convertía en positivo, y de él nacería el símbolo y el estudio del hombre al que había llegado a amar.
 
Cici: No está a la altura del sexo -murmuró a su lado-. Pero aun así es un subidón de narices.
 
Ness: Madre mía.
 
Vanessa exhaló un largo suspiro.

Como la carcasa y la forma que contenía tardaban horas en enfriarse, se fue con CiCi hasta Portland y compartió un largo almuerzo -por suerte no en el club de campo- con su madre y su hermana.

La boda dominó la conversación, pero Natalie irradiaba felicidad, y ese resplandor se reflejaba en su madre. Si no puedes vencerlas, pensó Vanessa, únete a ellas.
 
Nat: Viste las fotos de los vestidos de las damas de honor que te envié, ¿no?
 
Natalie bebió de su segunda copa de champán.
 
Ness: Sí. Son preciosos: sofisticados y elegantes, y me encanta el color.
 
Jess: Boysenberry -también se permitió beber más champán-. Tenía mis dudas, y reconozco que intenté convencer a Natalie de que se decidiera por algo más tradicional. Pero no se equivocaba. Es un color impresionante, sobre todo en combinación con los que ha elegido para el resto de los elementos de la boda.
 
Cici: Rosa pálido y plata -asintió-. Cuando quieres, tienes ojo de artista, cariño.
 
Nat: Esperaba que Vanessa y tú vistierais de color plata, que buscarais un vestido de ese color. La boutique que he elegido tiene varias opciones muy bonitas, y todavía os queda tiempo para personalizarlas.
 
Cici: Me queda bien el plata -murmuró-.
 
Nat: No formáis parte del cortejo -volvió la mirada hacia Vanessa-. Pero me gustaría que... Quiero que las dos participéis de alguna forma.
 
Ness: ¿Por qué no vamos a la boutique después de comer? Así me ayudarías a elegir un vestido.
 
Natalie parpadeó.
 
Nat: ¿En serio?
 
Ness: Eres la novia, Nat -entrechocó la copa con la de su hermana y captó el destello de las lágrimas en los ojos de su madre-. Vámonos todas de compras.
 
Para ella solo era un vestido, pensó, para su madre y su hermana era un símbolo que significaba mucho. Y además así rellenaría otro par de horas mientras se enfriaba el bronce.

Cuando CiCi y ella regresaron a la fundición -con vestidos, zapatos, bolsos y chales para una boda de otoño-, se sentía llena de energía.
 
Ness: La verdad es que me lo he pasado bien -dijo maravillada-.
 
Cici: Nunca está de más salir de la zona de confort. Las has hecho felices.
 
Ness: Las hemos hecho felices.
 
Cici: Sí, eso es -le propinó un codazo-. Ahora nos deben una.
 
Ness: Una de las gordas.
 
Como quería hacer el resto del trabajo ella misma y no le apetecía pasar más días fuera de la isla, Vanessa pidió a los de la fundición que le cargaran el bronce revestido en el coche.
 
Cici: Voy a enviar un mensaje a Zac -dijo cuando ya se dirigían hacia el ferri-. Quiero que sepa que ya estamos de camino.
 
Ness: No quiero que venga a casa hasta que haya hecho el desmoldado y tenga el bronce de nuevo en el estudio para pulir el metal.
 
Cici: Yo lo entretendré, y llamaré a un par de tipos fuertes para que nos lleven la carcasa hasta el patio. -Mientras enviaba el mensaje, miró a Vanessa-. Quiero estar presente cuando lo desmoldes.
 
Ness: No permitiría que fuera de otra forma.
 
Dos horas y media después, Vanessa se enjugó el sudor de la frente. Había esquirlas y pedazos de carcasa esparcidos por toda la lona, junto con un surtido de martillos y herramientas eléctricas.

Y el bronce reflejaba la luz del atardecer.
 
Cici: Precioso, Vanessa. Precioso.
 
Ness: Sí, lo será. -Había cortado los canales, lijado la superficie con almohadillas de grano grueso y fino, retexturizado aquí y allá, y era perfecta-. Todavía faltan algunos pasos. -Rodeó la escultura-. Lustrar el metal, un buen chorro de arena fina para el acabado y luego la pátina. Pero lo veo, CiCi. Veo que es justo lo que esperaba.
 
Cici: Él también lo es, lo sepas o no.
 
Ness: No tenía esperanzas de encontrarlo, esa es la cuestión. Durante un tiempo no tuve esperanzas de nada, y era inútil. Entonces un día me desperté y albergaba la esperanza de hacer algo así. Lo de antes me bastaba, en serio, porque te tenía a ti, y este lugar, y siempre podía volver. Y entonces... él me miró. -Se agachó, acarició la cara de bronce con un dedo-. Me quiere.

Cici: A mí me han querido muchos hombres y unas cuantas mujeres. No es suficiente, cariño.
 
Ness: No, no lo sería. No lo sería a pesar de que es guapo y bueno, valiente, inteligente y muchas otras cosas. Pero eso no sería suficiente. -Se quitó el pañuelo con el que se había cubierto el pelo-. Pero ha despertado algo dentro de mí, CiCi. Y despierta, veo más, siento más, quiero más. Me ha hecho creer. Lo quiero por quien es y por quien soy yo con él.

Cici: ¿Cuándo vas a decírselo?
 
Ness: Cuando esto esté terminado y se lo enseñe. -Se enderezó-. ¿Es una estupidez?
 
Cici: Creo que es profundo. Te ayudaré a limpiar esto y a llevar a esta belleza arriba.
 
 
Mientras Vanessa lustraba el metal, Zac detuvo a un par de chavales que pensaban que meter petardos encendidos en las papeleras de los baños públicos era el colmo de la diversión en las vacaciones de verano.

Podría haberlo dejado pasar sin más tras confiscarles el resto de los petardos y soltarles un sermón, pero el padre, que por lo que parecía había disfrutado de más copas de las que le convenían en la playa, le había plantado cara.
 
**: ¿Qué problema hay? Solo se están divirtiendo, no han hecho daño a nadie. Y esos petardos me han costado mucho dinero.
 
Zac: El problema es que han violado la ley, han puesto en peligro la seguridad pública y a sí mismos, y han estropeado la propiedad pública.
 
**: Un montón de basura, eso es todo.
 
Intentando continuar con la vía diplomática, Zac asintió.
 
Zac: Y van a limpiarla ellos.
 
**: Mis hijos no son barrenderos.
 
Zac: Hoy sí.
 
**: Y una mierda. Venga, Scotty, Matt, vámonos.
 
Zac: No se irán hasta que limpien el desastre que han provocado.
 
Papá el Borracho sacó pecho.
 
**: ¿Y qué piensa hacer?
 
La diplomacia, concluyó Zac, no siempre funcionaba.
 
Zac: Como son menores de edad, voy a multarle a usted por contribuir a sus actos delictivos y por traer explosivos ilegales a la isla.
 
**: Chorradas.
 
Zac esbozó una sonrisa afable.
 
Zac: De eso nada.
 
**: No pienso pagar ni un centavo a un policía que trata de sacarme pasta y de acosar a mis hijos durante las vacaciones. ¡He dicho que nos vamos!
 
Se dio la vuelta. Zac se plantó delante de él para cortarle el paso.

Con la cara roja, encolerizado, el hombre le propinó un empujón.
 
Zac: Bueno, habrá que añadir a la lista agresión a un agente de la ley. -No del todo sorprendido, esquivó un puñetazo salvaje y resolvió el asunto dando la vuelta al hombre para esposarlo-. Así es como no debéis comportaros -les dijo a los niños; el mayor se había quedado boquiabierto y el más pequeño lloraba-. Señor, está bastante ebrio -continuó mientras el hombre forcejeaba y profería tacos; varias personas que se habían congregado a su alrededor sacaban fotos y vídeos con el omnipresente teléfono móvil-. Se está resistiendo, ahora se ha convertido en alteración pública, y eso por no hablar de que está demostrando ser una mala influencia para sus hijos menores de edad. ¿Está vuestra madre por aquí? -preguntó a los chicos-.

El más joven contestó lloriqueando:
 
*: Es nuestra semana con papá.
 
Zac: De acuerdo. Arreglaremos todo esto en la comisaría. Señor, o lo llevo caminando hasta allí por la fuerza o me acompaña de forma tranquila.
 
**: Voy a meterte una demanda que te vas a cagar.
 
Zac: Por la fuerza, entonces. Scotty, Matt, venid con nosotros. -Lanzó una mirada al perro, que aguardaba sentado-. Vamos, Barney.
 

Cuando llegó a casa de CiCi, donde lo habían invitado a cenar, eran más de las nueve y necesitaba una copa tanto como respirar.
 
Cici: ¿Un mal día?
 
Zac: Con altibajos. El «bajo» más profundo: un par de niños con petardos que casi matan del susto a la gente y su padre borracho y beligerante que ha rematado la jugada vomitando en mi despacho gracias a una combinación de cabreo y alcohol. No ha sido agradable.
 
Cici: Te traeré una cerveza, y luego te prepararé un bocadillo de carne con salsa de barbacoa picante que es una de mis especialidades cuando no soy vegetariana.
 
Zac: Te quiero, CiCi.
 
Cici: Siéntate a mirar el mar mientras te tomas la cerveza. Un poco de respiración Ujjayi no te haría ningún daño.
 
La cerveza le sentó bien, y también el mar, verlo, olerlo, oírlo. Puede que lo de la respiración no le hiciera ningún daño. Pero que Vanessa saliera -desde hacía un tiempo tenía el pelo un poco cobrizo y en aquel momento lo llevaba cubierto con un pañuelo azul- con un plato de carne a la barbacoa y ensalada de patatas disipó todo lo demás.

Vanessa le tendió el plato, le agarró el pelo por debajo de la gorra y se agachó para besarlo.
 
Ness: Petardos y vómito de borracho.
 
Zac: Sí. -Señaló al perro, que ya roncaba a sus pies-. Ha dejado agotado a mi ayudante. ¿Cómo van las cosas por el continente?
 
Ness: Me he comprado un vestido para la boda de mi hermana, y CiCi también. Y hemos ganado un montón de puntos al dejar que Natalie y mi madre nos ayudaran a elegir tanto los vestidos como los zapatos. Y además he hecho varios bocetos para la figura de la tarta nupcial de Natalie y Harry y hasta he decidido cuál era el ganador.
 
Zac: Me gustaría verlo. Es algo feliz, y algo feliz es una buena manera de contrarrestar el vómito de borracho.
 
Ness: Voy a por él.
 
Zac comió, contempló el mar, escuchó al perro roncar.

Vanessa salió de nuevo con su bloc y se sentó en el apoyabrazos de su silla.
 
Ness: Este es el que me dice algo.
 
Le mostró el boceto de una mujer (angelicalmente hermosa) ataviada con lo que le pareció un vestido de princesa. La falda con vuelo y el cuerpo brillante sentaban muy bien a la novia, que lucía una tiara en el pelo, rubio y recogido.

El novio llevaba un frac gris oscuro y una corbata larga plateada que encajaban con su aspecto de dios dorado.

El novio hacía girar a la novia mientras bailaban (más vuelo para la falda). Y se miraban el uno al otro con una felicidad inmensa, como si los dos hubieran encontrado las respuestas a todas las preguntas.
 
Zac: Tienes que enmarcárselo a Natalie.
 
Ness: Es un poco tosco.
 
Zac: No lo es, seguro que le encantaría tenerlo. Fírmalo, ponle la fecha y enmárcalo.
 
Ness: Tienes razón. Le encantaría. Le pediré a CiCi que lo enmarque. Haré la figura de porcelana y la pintaré.
 
Zac: A juzgar por el vestido y el frac, será una gran boda, formal y elegante.
 
Ness: De momento hay doscientas setenta y ocho personas en la lista de invitados. Etiqueta de gala para los invitados. O sea, una boda grande y formal. Y lo demás será lo más elegante posible.
 
Zac: ¿Tú también quieres algo así? ¿Una boda lo más elegante posible?
 
Ness: Nunca he dicho que quiera casarme.
 
Zac: Llegaremos a eso, un poco más adelante. Y a los tres niños, a los que nunca daremos petardos ni una puñetera cerilla.
 
Vanessa notó un cosquilleo en el estómago, pero no supo distinguir si era de ansiedad o de placer.
 
Ness: Eso son muchos planes, jefe.
 
Zac: Así veo yo las cosas. A menos que CiCi cambie de opinión y me acepte como esclavo sexual. Entonces no hay trato.
 
Ness: Por supuesto.
 
Zac: Antes de todo eso tengo que convencerte de que te vengas a vivir conmigo. Eso también puede esperar. Primero tenemos que construirte un estudio. Ya estoy trabajando en él.
 
Ness: ¿Que... qué?
 
Zac: No me refiero a trabajando trabajando. En verano tengo demasiado ajetreo para eso. Solo le he pedido al primo de Donna..., lo conoces, Eli, es arquitecto, que prepare unas cuantas propuestas. -Bebió un poco de cerveza y pensó que la cerveza fría y la carne con salsa de barbacoa picante disipaban a la perfección un día escabroso-. Por supuesto, si CiCi responde a mis plegarias, me trasladaré aquí de inmediato y te echaremos. Si no sería incómodo para todos.

Cerró los ojos mientras hablaba. Sí, la ansiedad se había disipado, pero, joder, estaba hecho polvo.

Vanessa miró al horizonte, hacia el titilar de la luz de la luna sobre la masa de agua que los separaba del fin del mundo.
 
Ness: En esa fantasía tuya, ¿tengo algo que decir sobre el diseño del potencial estudio?
 
Zac: Claro, por eso Eli está preparando varias propuestas. Luego podrás verlas y jugar con ellas. Tenemos mucho tiempo.
 
Vanessa pensó en la escultura que tenía en el estudio y en el tiempo que necesitaría para terminarla, perfeccionarla y enseñársela. Tal vez debiera enseñársela ya, tal y como estaba. Igual que él le había enseñado lo que podía ser.
 
Ness: Creo que deberíamos...
 
Se interrumpió cuando el teléfono de Zac comenzó a sonar y se apartó para que pudiera sacarlo.

Vio la pantalla: Jacoby.

Lo que podía ser, pensó Vanessa mientras se alejaba para que pudiera hablar de asesinatos, tendría que esperar.
 

Hobart atacó, y atacó rápido, en Ohio, en un barrio lujoso a las afueras de Columbus. El objetivo, un famoso presentador local, había recibido las advertencias del FBI y se las había tomado en serio.

No había olvidado aquella noche en el centro comercial DownEast. Por aquel entonces tenía veintiocho años y trabajaba en la emisora de televisión de Portland, cubriendo sobre todo banalidades e intentando abrirse camino hacia las noticias de verdad. Estaba comprando una cámara de vídeo cuando se desató el infierno.

Se puso a cubierto y grabó parte de la carnicería mientras se esforzaba por describir con su propia voz entrecortada lo que veía, oía y sentía.

McMullen tomó una ruta para aquella oportunidad periodística, y Jacob Lansin, otra. Entregó la grabación a la policía con sus propias manos todavía temblorosas, pero cuando salió del centro comercial, se encontró con el equipo de grabación de su canal. Les ofreció un informe de primera mano y en tiempo real.

Fue ascendiendo y se hizo con el puesto de presentador local en Columbus cuando se cruzó en su camino. Se casó con una nativa de Columbus, la hija de un hombre de negocios acaudalado.

Había logrado fama y fortuna.

A Patricia se le presentó la ocasión cuando una mujer que conducía mientras enviaba un mensaje de texto a una amiga para avisarla de que llegaría tarde a una cita para almorzar chocó contra el BMW descapotable de Lansin.

El hombre sufrió un esguince en el hombro, una fractura en el tobillo y un traumatismo cervical.

Lansin dio gracias por que no hubiera sido peor y se tomó un tiempo para recuperarse y hacer fisioterapia en casa.

Patricia solo tardó dos días en averiguar que la fisioterapeuta llevaba una coleta castaña y espesa, que solía vestir camisetas y vaqueros, y que todos los días llegaba a las dos de la tarde cargada con una camilla de masaje.

Patricia alquiló un coche de la misma marca y color que el de la fisioterapeuta y, tras ponerse una peluca castaña, una camiseta sencilla y unos vaqueros, llegó diez minutos antes de la hora. Colocó la camilla de masaje de tal manera que le ocultara la cara.

Lansin, con el tobillo escayolado, el brazo en cabestrillo y collarín, echó un vistazo a la cámara de seguridad, desactivó la alarma y abrió la puerta.
 
Lansin: Hola, Roni, llegas pronto.
 
Patricia: Justo a tiempo -le disparó primero en el pecho, y luego dos veces en la cabeza una vez en el suelo-.
 
Lanzó la camilla hacia el interior de la casa, cortó un mechón de pelo al hombre, cerró la puerta y volvió corriendo al coche. Todo en menos de un minuto. Como tenía intención de deshacerse del vehículo en el aeropuerto, le daba igual que la vieran marcharse.

Después de abandonar el coche, cogió un taxi de regreso a Columbus y se compró un todoterreno de lujo de segunda mano que pagó en efectivo.

Había llegado el momento de disfrutar de unas vacaciones en la isla, pensó mientras se detenía el tiempo justo para enviar a Zac la que pretendía que fuera su última tarjeta.
 
Durante la semana del Cuatro de Julio, los veraneantes invadieron la isla. Los hoteles, los hostales, las casas y los pisos de alquiler estaban a tope, y las playas se convirtieron en un mar de sombrillas, toallas y sillas plegables.

En el parquecito de High Street, la música patriótica resonaba desde la glorieta mientras los niños, y no pocos adultos, hacían cola para pintarse la cara y comprar granizados y gofres.

Para vencer el intenso calor, la gente se sumergía, nadaba o flotaba en el agua. Los barcos entraban y salían del puerto deportivo, las velas blancas se izaban, los motores zumbaban.

El aire olía a crema de protección solar, patatas fritas, azúcar y verano.

Zac hacía turnos de doce horas y era consciente de que, de no ser por el pequeño problema de la asesina en serie, habría disfrutado de hasta el último minuto.

Durante el invierno la isla contenía la belleza tranquila y pacífica de una esfera de nieve. En primavera, florecía y se despertaba. Pero en verano estallaba de luz, ruido, color, multitudes y música ruidosa.

Como si todos los días fueran carnaval, pensó.

Y en verano funcionaban dos ferris, uno que vomitaba coches y peatones en el muelle de la isla y otro que cargaba a los que se marchaban y los devolvía a la realidad.

El Cuatro de Julio, como siempre que podía, Zac observó la llegada del ferri, se fijó en los coches, las camionetas, las caravanas, en la gente que salía a borbotones.

A su lado, Vanessa examinaba las caras igual que él.
 
Ness: Crees que vendrá hoy.
 
Zac: Creo que hoy es el día de mayor afluencia de gente, lo que lo hace un buen día para colarse. La empresa del ferri tiene a gente en ambos muelles buscando a una mujer solitaria. Y he apostado a dos ayudantes ahí abajo. -Señaló el coche patrulla con la barbilla-. Han visto a unas cuantas desde junio, pero todas se han marchado ya. En el puerto deportivo están haciendo lo mismo con los barcos privados y alquilados.
 
Ness: Pero hay mucha gente.
 
Zac: Sí. Por otro lado, es lo bastante lista para deducir que estaremos alerta, muy alerta, durante las festividades del Cuatro de Julio. Si yo fuera ella, esperaría.
 
Ness: Igual que tú esperas la siguiente tarjeta.
 
Zac: No hay correo el día Cuatro. -Se quedó mirando el último vehículo, un monovolumen cargado de niños, que bajó por la rampa-. Barney y yo tenemos que irnos a trabajar.
 
Ness: Podrías nombrarme ayudante a mí.
 
Zac: No podría pagarte lo que vales. -Le dio un beso-. Me sentiría mejor si hoy te mantuvieras alejada de las multitudes. Me dijiste que CiCi y tú soléis evitarlas y que esta noche veríais los fuegos artificiales desde el patio. Así que haz lo que haces siempre.
 
Ness: Me sentiría mejor si hicieras eso con nosotras.
 
Zac dio unos golpecitos con el dedo en el JEFE de su gorra.
 
Ness: Con el desfile y las actividades del parque y la playa, con la locura generalizada que reina en el pueblo, podría estar en cualquier parte, Zac. Dios, podría pegarte un tiro desde una ventana del Hotel Overlook.
 
Zac: No me atacaría de esa manera. No lo hará. Esto es algo personal: necesita verme la cara, necesita mirarme a los ojos y que yo la mire a ella. Y necesita irse de rositas. Confía en mí.
 
Ness: Lo hago. -Le agarró las manos-. Te esperaré.
 
Zac: En casa de CiCi. Quédate allí esta noche, yo iré después de los fuegos artificiales. Todavía no está aquí. Puede que se me estén contagiando un poco los poderes de adivina de CiCi, pero aún no ha llegado.
 
Eso no le impidió inspeccionar las multitudes, identificar a las mujeres y estar pendiente de si alguien estaba pendiente de él. Después de aquel largo día, se unió al equipo de bomberos voluntarios y contempló con ellos un cielo que se llenó de color mientras en el aire restallaban explosiones como disparos.

Todavía no, pensó mientras la gente aplaudía. Pero pronto.


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