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lunes, 30 de diciembre de 2019

Capítulo 2


Zac Efron tenía un dolor de cabeza considerable. Un dolor que se fue intensificando conforme conducía hacia su casa.

Sabía que había entristecido a su hija por haberse marchado tan pronto de la fiesta, pero quería volver a casa.

En realidad, la fiesta era cosa de Sara.

Siempre había celebrado fiestas de Navidad e intentaba que fueran lo mejor posible, para sus empleados. Pero él no había nacido rico, ni había heredado de nadie la revista. La había creado. Sabía lo que era trabajar duro, y sabía lo que era soñar.

Hubo una época en que lo tuvo todo en la palma de su mano. Tenía a Sara. Y a ella le encantaban las navidades, el invierno, la nieve y el aire frío. Le encantaban las luces brillantes, los adornos, los Papá Noel que había en tiendas y esquinas, y hasta los programas especiales de la televisión. Sentarse con ella junto al fuego era todo lo que quería en el mundo. Realmente lo había tenido todo.

Pero lo perdió aquella noche de diciembre, cuando un conductor borracho se estrelló contra el deportivo plateado de Sara matándola de inmediato. El único milagro que se produjo entonces fue que había dejado a Ella en la fiesta de Navidad, de modo que no perdió también a su hija.

A partir de entonces otras personas se ocuparon de su hija. Se dio cuenta de que con la muerte de su madre Ella no había perdido sólo a Sara, sino también a él. Tardó meses en poder ocuparse de ella. Y ahora estaba intentando ser un buen padre y hacer todo lo que pudiera.

Ella: ¿Puede, papá?

Zac: ¿Qué? Lo siento, cariño, no te estaba es cuchando -se disculpó-.

El tráfico era bastante malo aquella noche. La nieve no había dejado de caer en ningún momento.

Ella: David, David Hudgens. ¿Puede venir a esquiar con nosotros?

Zac: ¿Cómo?

Ella: He dicho que si…

Zac: No, no, lo siento, querida, pero…

Ella: Era tan simpático, papá. Me ha hecho reír. Y me comprendió cuando le dije que…

Ella dejó de hablar.

Zac: ¿Qué comprendió? -preguntó con curiosidad-.

Detuvo el vehículo al llegar a un semáforo. En la esquina, un Papá Noel hacía sonar una campanilla.

Se preguntó por qué experimentaría siempre aquella sensación de pérdida en Navidad. En teoría era una época para la fe y la paz.

Ella: Nada -murmuró-. Es… Es simpático. ¿Podemos invitarlo? Por favor…

Zac: Cariño, su madre es una de mis empleadas. No sé si debemos molestarla con algo así.

Pero su madre no sólo era una empleada. Era Vanessa Hudgens, y teniendo en cuenta que llevaba observándola mucho tiempo, estaba casi seguro de que se negaría.

Ella no parecía verlo de aquel modo.

Ella: Su madre también era muy simpática, y no creo que le moleste.

Zac se sintió culpable. No había pensado en lo sola que debía sentirse su hija, entre otras cosas porque no tenía muchos amigos. Y ahora había encontrado a uno, a David.

Tenía que admitir que aquel chico parecía especial. Había algo interesante en su sonrisa, una sonrisa abierta y generosa. Sabía algo de su vida porque se las había arreglado para averiguar varias cosas sobre Vanessa Hudgens. Lo hizo el día que se presentó en su despacho y salió con la cabeza bien erguida.

Nunca olvidaría aquel día. Y no había sido capaz de olvidar a Vanessa Hudgens.

Era una mujer pequeña, de voz dulce, pero con temperamento acerado. Cuando pensaba en ello, se daba cuenta de que era una mujer muy bella, con aquel pelo oscuro y aquellos ojos de densas pestañas que se encendían cuando estaba indignada o enfadada. Sonrió. No era una mujer impresionante, pero a su manera era sofisticada, de una elegancia tranquila.

Sin embargo, no había sido su aspecto lo que había despertado su interés, puesto que vivía en un mundo lleno de mujeres atractivas. Había sido la determinación que había demostrado al presentarse en su despacho, y la dignidad con la que actuó cuando se negó a concederle aquella entrevista.

Tampoco podía olvidar cómo lo miró cuando dijo que él no era la única persona que había perdido a algún ser querido. Se había comportado con demasiada condescendencia, y su comentario había sido lo suficientemente oportuno como para que desde aquel día su vida fuera un poco mejor. Le había permitido ver que debía reaccionar.

Cinco minutos más tarde tenía su ficha personal sobre el escritorio. Gracias a eso supo que el hombre con el que había estado casada, Richard Hudgens, murió en un incendio intentando rescatar a un niño.

Ella: ¿Papá?

Él suspiró. La atractiva señora Hudgens tenía mucho carácter, y estaba seguro de que se negaría. Tenía tantas defensas como un puercoespín.

Zac: Lo intentaré, Ella.

Ella: Oh, gracias, papá.

Entonces le pasó un brazo alrededor del cuello y lo besó.

Zac: ¡Eh! ¡No me hagas eso cuando estoy conduciendo, hay mucho tráfico!

Ella: ¡Lo siento, papá!

El brillo de sus ojos no le pasó desapercibido. Estaba sonriendo, radiante.

Nunca la había visto tan feliz, tan excitada.

Zac apretó la mandíbula. Tendría que convencer a Vanessa Hudgens para que su hijo fuera a verla.

Hasta un puercoespín debía tener un punto débil.


Al lunes siguiente, Vanessa recibió la noticia de que debía ir al despacho de Efron.

Había estado observando las fotografías del día de San Valentín cuando notó que alguien la observaba. Levantó la mirada y se sorprendió al ver que Ashley estaba contemplándola con una mezcla de excitación y ansiedad.

Ness: ¿Qué sucede?

Ash: Al despacho de Efron -dijo con nerviosismo-.

Ness: ¿Cómo?

Ash: Que quieren que vayas al despacho de Efron.

Vanessa sintió una punzada en el corazón. Pensó que tal vez fuera a despedirla por haberse sentado en el regazo de Jeremy.

Ness: ¿Ahora?

Se levantó de inmediato y miró a su amiga. Aunque tuviera intención de echarla, tenía mucho talento, y no le costaría demasiado encontrar otro trabajo.

Lo malo era que faltaba un mes para Navidad, y en tal caso David nunca conseguiría su ordenador.

No podía echarla, no en plena Navidad. Pero a pesar de sus fiestas maravillosas, Efron no tenía espíritu navideño. Su espíritu parecía haber muerto tras la desaparición de su esposa.

Ash: He venido a buscarte -dijo con suavidad-.

Ness: Muy bien.

Levantó la barbilla, echó hacia atrás los hombros y caminó hacia el ascensor. En cuanto entró, pulsó el botón del piso al que iba, con manos temblorosas.

Al salir vio a Brittany Snow, la atractiva y sofisticada secretaria de Efron. Esperaba ver piedad en su mirada, pero sólo descubrió una amplia y cordial sonrisa.

Britt: ¡Oh, bien, ya estás aquí! -Dijo, bajando después la voz-. Estaba tan ansioso por verte que pensé que iba a bajar a buscarte personalmente. Corre, entra de una vez.

Vanessa no tuvo otra opción, porque Brittany la llevó hasta la puerta.

En cuanto llegaron, abrió y la empujó dentro, cerrando después. Efron estaba estudiando unos documentos que estaban sobre su escritorio, pero levantó la cabeza de inmediato y clavó en ella sus ojos azules. Después se levantó y le tendió la mano.

Zac: ¡Señora Hudgens! Gracias por haber venido tan deprisa.

No estaba segura de tener que estrecharle la mano a su vez, pero lo hizo, y en cuanto notó su contacto una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Y su corazón comenzó a latir apresuradamente.

Apartó la mano de inmediato.

Zac: Siéntese, por favor.

Le ofreció una silla y ella se sentó. Zac siempre se comportaba de manera impecable. Era algo natural en él. Olía a loción de afeitado, y Vanessa se estremeció. Se arregló un poco el pelo y contuvo la respiración. Pensó que iba a desmayarse o a gritar y entonces él se apoyó en el escritorio, con los brazos cruzados.

Zac: Tengo que pedirle un favor.

No iba a despedirla. No se despedía a la gente de aquel modo.

La miraba con curiosidad.

Ness: ¿Un favor?

Zac: En efecto. Pero quiero que sepa desde el principio que, aunque no pueda hacérmelo, eso no afectará en absoluto a su posición en el trabajo -comentó sonriendo-.

Vanessa se ruborizó un poco.

Ness: No pensé ni por un momento que…

Zac: Sí, sí que lo pensó. Pensó que había decidido despedirla porque estaba sentada en el regazo de Papá Noel, robando el tiempo de los niños. Por Dios, señora Hudgens.

Ness: Señor Efron…

Hizo ademán de levantarse, sintiéndose muy humillada. Pero en seguida le puso las manos sobre los hombros y rió encantado, impidiendo que se marchara.

Zac: Tengo entendido que Jeremy y usted son primos.

Ness: Sí, pero…

Zac: Señora Hudgens, ¿recuerda la última vez que estuvo en este despacho?

Lo recordaba muy bien. Nunca podría olvidarlo. Pero le sorprendía que él también lo recordase.

Ness: Sí, señor Efron, lo recuerdo -dijo con dignidad-.

Él aún sonreía.

Zac: Hizo un comentario muy personal. Dijo que yo no era la única persona que había perdido a un ser querido.

Vanessa se sintió desvanecer. Quería marcharse de aquel despacho.

Ness: Mire, lo siento mucho. No tenía derecho a hacer un comentario así -se disculpó, levantándose de nuevo-.

Pero una vez más, él se lo impidió.

Zac: Oh, no, tenía todo el derecho del mundo. Pero siéntese, señora Hudgens, por favor.

No iba a permitir que se levantara otra vez. Se sentó sobre el escritorio a su lado y puso las manos sobre sus hombros. Ella lo miró, y notó horrorizada que la temperatura de su cuerpo ascendía peligrosamente. No recordaba haberse sentido así con ningún otro hombre. Pero no podía hacer nada. Sus manos continuaban sobre sus hombros, y se encontraba tan cerca de él que podía apreciar hasta el menor detalle de su traje. Emanaba energía.

Ness: Señor Efron…

Zac: Acertó usted en el comentario que hizo sobre mi vida personal, de modo que espero que me perdone si ahora le hago uno a mi vez. Es usted una persona muy sensible, señora Hudgens. Y muy irritable. Nunca había conocido a nadie que estuviera tan a la defensiva. Relájese. Su trabajo es muy bueno y la admiro como persona.

Ella lo miró sorprendida.

Ness: ¿Entonces?

Zac: Me gustaría que me prestara a su hijo.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Sólo una semana. Tiene todo el derecho a negarse si quiere, pero le aseguro que cuidaría de él como si fuera mío.

Ness: ¿De qué está hablando? -preguntó confusa-.

Zac: La semana que viene me voy a una estación de esquí. En parte por negocios y en parte por placer. Ella viene conmigo. Y la verdad es que anoche quedó encantada con su hijo.

Ness: ¡Oh!

No tenía nada que ver con su trabajo.

Por una vez, Zac la miraba con ansiedad. Nunca había notado tal cosa en sus ojos. Al parecer a Zac Efron le importaba algo. Le importaba su hija.

Sintió que iba a desmayarse.

Ness: Lo siento, pero…

Zac: Sería una experiencia maravillosa para él. Y como he dicho, cuidaría de él todo el tiempo. Señora Hudgens, soy consciente de que no le caigo muy bien, pero Ella no había demostrado tanto entusiasmo desde hace mucho tiempo, desde que murió su madre. Si está enojada conmigo, por favor, le imploro que piense en los niños.

Vanessa movió la cabeza.

Ness: No, no tiene nada que ver con algo así. Es que David es diabético. Él sabe inyectarse solo, pero a pesar de todo sigue siendo un niño pequeño. Y cuando está de viaje, divirtiéndose, tiende a olvidarse. De verdad, señor Efron, me encantaría dejar que fuera con su hija. Es una niña maravillosa. Le aseguro que si pudiera hacerlo lo haría.

Entonces se dio cuenta de que lo estaba tocando. Le había puesto la mano encima mientras estaba hablando, como para enfatizar su sinceridad.

La apartó y miró a otra parte.

Ness: Lo siento.

Él caminó hacia su sillón, se sentó y empezó a juguetear con un bolígrafo.

Zac: Si esa es la razón, no hay problema.

Ness: ¿Cómo?

Zac: Usted también puede venir.

Ness: Oh, no puedo, de verdad.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Bueno, tengo trabajo.

Zac: Puede trabajar en New Hampshire.

Ness: Pero es posible que necesite cosas que están aquí.

Zac: Pueden enviárselas por mensajero o por fax.

Para Zac Efron todo era fácil, pero ella no estaba dispuesta a ceder.

Ness: Lo siento.

Zac: Oh -murmuró-, comprendo. Si es que mantiene una relación con alguien…

Ness: No, no, no, no es nada de eso -protestó-.

Estaba furiosa consigo misma por tener que admitir algo así a aquel hombre.

Se levantó y exclamó:

Ness: ¡La vida no es así! No vive en el mundo real. Nadie puede chascar los dedos y conseguir lo que quiere de inmediato.

Él la miró sonriendo.

Zac: Le aseguro que vivo en un mundo muy real. Una vez juré que haría lo que fuera si Sara podía respirar o hablar una sola vez más. Pero no ocurrió. Sé muy bien que las cosas no cambian sólo porque yo quiera. De hecho, hubo dos razones para que me recobrara, señora Hudgens. En primer lugar, el trabajo, puesto que casi cien personas dependen de mí. Y, en segundo lugar, mi hija. No estoy haciendo nada tan terrible. Sólo le pido que vengan de vacaciones una semana, a esquiar. Sé que se divertirán.

Vanessa no sabía qué le molestaba tanto. Se levantó y dijo:

Ness: Lo siento.

Entonces se marchó del despacho con tanta rapidez como pudo.

Ashley estaba esperándola abajo, pero no tenía ganas de hablar con su amiga. Pasó junto a ella y movió la cabeza mirándola de un modo que significaba que se lo explicaría todo más tarde.

Ash: ¿Te ha despedido?

Vanessa siguió caminando.

Ness: No.

Cerró la puerta de su despacho y se sentó mirándose las manos. Le temblaban.

No había nada malo en aquella idea. Zac Efron le había pedido que fuera con él y con su hija en un bonito viaje. Debía sentirse agradecida ante la idea de esquiar en New Hampshire. Sería algo maravilloso. Todo estaría precioso, cubierto de nieve.

Cerró los ojos y supo de inmediato por qué se había negado. No quería estar en un lugar tan especial con Zac Efron.

Era demasiado interesante. Cuando se mostraba frío e impersonal podía enfrentarse a él, pero no quería que entrase en su vida.

Y, sin embargo, cada vez se sentía más atraída por él.

En aquel momento sonó el teléfono y contestó.

Ness: ¿Dígame?

Zac: Por favor…

La voz de Zac sonó profunda y baja. Ella sonrió.

Ness: No es posible. Estoy segura de que todo estará lleno en esta época del año. No podría encontrar un sitio donde alojarme.

Zac: Sí que podría.

Ness: No será tan fácil.

Zac: Lo es.

Ness: Pero…

Zac: Señora Hudgens, tengo un hotel.

Ness: Oh.

Zac: ¿Y bien?

Ness: Yo…

Dudó de nuevo. No tenía razón para negarse. David lo pasaría muy bien, y lo mismo ocurriría con Ella, la encantadora hija de Zac. Además, Efron no había demostrado ningún interés personal hacia ella.

Pero tenía una extraña sensación.

Zac: ¿Señora Hudgens?

Ness: De acuerdo, de acuerdo, iremos.

Zac: En tal caso iré a recogerlos a su casa el domingo por la mañana a las nueve en punto. ¿Le parece bien?

Vanessa notó que le sudaban las manos.

Ness: Sí.

El domingo por la mañana. No tenía idea de lo que había hecho.


El domingo llegó al final, y Vanessa esperó con ansiedad a que el reloj marcase las nueve en punto. Se preguntó cómo viajaría Zac Efron. Tal vez la recogiera en una limusina, o en un Mercedes, o en un Rolls.

David: ¿Estás preparada, mamá?

Se encontraba en la ventana de su apartamento. Se habría mordido las uñas de no ser porque llevaba guantes. A su hijo le había parecido la cosa más natural del mundo que su jefe la invitara a esquiar toda una semana.

Pero a todo el mundo le parecía fenomenal, incluso a Ashley. Cuando se lo contó, se puso como loca.

Ash: ¡Le gustas, chica, le gustas de verdad! Hmmm… Y es alto, rubio y atractivo.

Ness: Y está profundamente enamorado de su esposa.

Ash: Venga, a ti te ocurre lo mismo. Vaya pareja.

Ness: No somos ninguna pareja. Sólo voy en calidad de…

Ash: ¿Niñera?

Ness: Exacto.

Ash: Bueno, pediste un hombre alto, rubio, atractivo y rico. Helo aquí.

Ness: No pedí tal cosa. Fuiste tú quien lo pidió.

Ash: Es cierto. Según Jeremy, lo único que quieres es un hombre que no se suba los calzoncillos por encima del ombligo.

Ness: ¿Quieres marcharte de aquí, por favor?

Ash: Hmmm.

Vanessa la echó del despacho con tanta delicadeza como pudo.

Pero ahora que se aproximaba el momento, cada vez se sentía más nerviosa. Tal vez la hubiera invitado gracias a su hijo, pero Zac no había sugerido en ningún momento que quería que hiciera de niñera.

Sin embargo, no tenía idea de qué iba a hacer.

Se inclinó sobre la ventana. Sentía un nudo en la garganta. Estaba muy nerviosa.

Era cierto. Se encontraba a la defensiva. Tenía que tranquilizarse, o intentarlo al menos.

Un todoterreno apareció en la esquina mientras miraba por la ventana. Cuando vio que la alta figura de Zac salía del interior del vehículo se sorprendió.

Llevaba sólo unos pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero, a pesar del frío. Notó su presencia. Tenía el pelo revuelto, y sus ojos brillaban. Instintivamente Vanessa quiso apartarse del cristal, pero ya la había visto, de modo que le devolvió el saludo dándose cuenta una vez más de lo atractivo que era.

Sonrió. Ni un Rolls, ni un Mercedes, ni una limusina. Un simple todoterreno.

David: ¡Está aquí!

Ness: Sí, sí, ya lo sé. Coge tus cosas. ¡Y no grites tanto o no duraremos un sólo día allí!

Pero David no se dio por aludido. Sonrió emocionado y se dirigió hacia la puerta, abriéndola un segundo antes de que apareciera Zac en el umbral.

Zac: Bueno, iba a preguntaros si estabais preparados, pero ya veo que sí.

David: ¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! Estoy preparado. ¡Esto es maravilloso! ¿Le he dado ya las gracias?

Zac sonrió encantado.

Zac: Sí, ya lo has hecho. Pero soy yo el que debe darte las gracias por venir. Ella está muy contenta. Está esperando en el coche. ¿Quieres coger tus cosas y meterlas en el maletero? Yo me encargaré del equipaje de tu madre.

David salió corriendo y Vanessa se encontró a solas con él. Se humedeció los labios, nerviosa.

Tuvo la impresión de que permaneció ante ella una eternidad, mirándola. Y a pesar del frío que hacía, no lo notó.

Zac: ¿Sólo lleva una bolsa?

Ness: Sí. Gracias.

Zac cogió su equipaje y echó un vistazo al apartamento.

A Vanessa le encantaban las antigüedades, que iban muy a tono con el viejo edificio donde vivía. El recibidor estaba amueblado con muebles de la época victoriana. Había una alfombra junto a la chimenea, y un gran sofá de cuero, además de todo tipo de plantas decorativas y cortinas blancas y azules. Tal vez no fuera muy sofisticado, y probablemente no le gustara demasiado a Efron, pero el ambiente resultaba muy acogedor.

Sin embargo, él no comentó nada.

Zac: ¿Dispuesta?

Ness: Sí.

Zac: No voy a arrojarla a una jaula de leones, ¿sabe? -preguntó sonriendo-.

Ella arqueó una ceja y Zac sonrió aún más, pensando que estaba empezando a lograr quitarle las espinas al puercoespín. Pero Vanessa no notó la impresión que causó en él su perfume, ni el estremecimiento que lo recorrió cuando su pelo lo rozó. Estaba demasiado nerviosa y concentrada en sí misma y en la atractiva imagen de Zac Efron, con su chaqueta de cuero.

De haberse citado con él no tendría queja alguna. Todo en él era perfecto. Estaba segura de que hasta su ropa interior lo era.

No era justo. Había conocido a muchos hombres atractivos y había bromeado muy a menudo sobre ciertas cosas, como la ropa interior, por ejemplo. Pero el atractivo de Zac no estaba en su imponente cuerpo, sino en sus ojos, en la riqueza de su voz, y en su extraña sonrisa.

Sin embargo, no se había citado con él. Sólo acompañaba a su hijo en un viaje. Se ruborizó y corrió escaleras abajo. Cuando llegó a la calle había conseguido recobrar la compostura.

Los niños ya estaban en el asiento de atrás, charlando. Ella se abrazó a Vanessa al verla, mientras su padre metía la bolsa en el maletero.

Ella: ¡Gracias! Gracias por haber venido. Papá dijo que no dejaría que David viniera, pero yo le dije que sí. ¡Me alegra tanto que venga con nosotros!

Ella entró en el vehículo y Zac cerró la puerta tras de sí antes de sentarse al volante. Entre los dos asientos había un termo.

Zac: Es un largo viaje. Casi tres horas. Es por si tiene frío.

Ness: Gracias.

Había muy poco tráfico, incluso en Boston. Los niños charlaron amigablemente mientras Zac conducía por las estrechas calles, dejando a un lado el ayuntamiento.

Zac: ¿Sabe esquiar?

Ness: No.

Zac: Bueno, podemos resolver ese problema.

Ness: No es necesario que se preocupe por mí.

Cuando pasó la mano por encima de su asiento se estremeció.

Zac: Tranquilícese, señora Hudgens. Esto es una estación de esquí. Y tanto usted como su hijo son mis invitados. Comprenda que quiera que se diviertan.

Vanessa sintió que iba a ponerse a llorar. De repente deseó abrazarse a él, relajarse entre sus cálidas manos, dejar a un lado la tensión que sentía en el cuello.

El apartó la mano y ella parpadeó y sonrió.

Ness: Gracias, señor Efron.

Ella: Mi padre se llama Zac.

Ness: Sí, lo sé.

David: Y mi madre se llama Vanessa.

Zac sonrió y miró al chico por el retrovisor.

Zac: Lo sé, hijo, pero gracias de todos modos.

Ella: Bueno, si los dos los sabéis, ¿por qué seguís llamándoos por el apellido?

Vanessa sonrió y los miró.

Ness: Porque es mi jefe.

David: Eso no tiene nada que ver -dijo con inocencia-.

Zac: No, es cierto -espetó mirando a Vanessa-. Te llamaré Vanessa si eres capaz de llamarme Zac. Y podemos tutearnos.

Ness: Creo que recordaré tu nombre. Sólo tiene una sílaba -bromeó-.

El todoterreno avanzó por la autopista. Vanessa se dio cuenta de que conocía a Zac desde hacía tres años, y en sólo quince minutos ya habían empezado a tutearse.

No podía dejar de pensar en el intenso calor que sentía, a pesar del frío invierno.


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