topbella

lunes, 30 de junio de 2014

Capítulo 20


La nieve la seguía hacia el este como un fantasma hambriento que deseara devorarla.

Vanessa esperó poder dejar atrás la tormenta, pero ésta parecía avanzar a su ritmo. Puso la radio del coche y oyó el parte meteorológico. Las noticias no eran nada alentadoras: la tormenta se desplazaba hacia el este, y había otra que se acercaba procedente del sur.

De adolescente, Vanessa había adorado la nieve. Cuando nevaba, todo se cubría de un hermoso color blanco; las escuelas se cerraban y el paisaje adquiría un aspecto mágico.

Pero ahora la nieve, pese a su blancura, parecía un lienzo oscuro y sofocante que ensombrecía el cielo, un presagio de muerte y perdición que caía a su alrededor en forma de ventisca.

Cuando Vanessa llegó por fin al pueblo de Danvers, Connecticut, estaba oscureciendo, a pesar de que aún era temprano.

El pueblo aparecía desierto. La calle principal estaba formada principalmente por dos hileras de tiendas vacías, en su mayoría cerradas con tablas. Alguna persona bienintencionada había puesto luces de Navidad, pero la mitad estaban apagadas, de modo que la silueta del muñeco de nieve semejaba un signo de interrogación.

Vanessa se detuvo en la gasolinera para llenar el hambriento depósito del Cadillac. Mientras salía del coche, alguien salió para atenderla.

**: Yo me ocuparé, señora -dijo un anciano de arrugadas facciones-. ¿Quiere que revise también el aceite?

Ness: No es necesario. Solo quiero poner gasolina.

**: Qué preciosidad de coche -dijo el anciano. Dada su edad, debía de haber visto muchos vehículos como aquél en su juventud-. ¿Va bien?

Ness: Sí, muy bien.

**: Debe de haberlo restaurado un experto. Seguro que le ha costado una pasta.

Ness: Me lo han prestado.

El anciano emitió un silbido.

**: Pues el dueño debe de quererla mucho. Nadie presta un coche como éste si no es por amor.

Vanessa dejó escapar una risita desprovista de humor.

Ness: Me temo que el dueño ni siquiera cree en el amor. Solo cree en los coches.

**: ¿Y acaso hay alguna diferencia? -dijo el anciano-. Esta preciosidad puede valer tranquilamente cincuenta de los grandes. Trátela con cuidado.

Vanessa parpadeó. El anciano debía de estar chiflado. Un viejo coche no podía valer tanto dinero. De ser así, Zac no se lo habría prestado. Ni le habría dicho que lo abandonase cuando ya no lo necesitara.

Ness: El pueblo parece muerto -dijo cambiando de tema-.

**: Está muerto. La fábrica cerró hace veinticinco años, y cada vez se va más gente. Antes había cinco gasolineras en el pueblo. Ahora solo queda la mía. Todo el mundo se ha trasladado a las ciudades. Diablos, ya ni siquiera viene la gente rica que solía venir en otra época -el anciano cerró el depósito-. ¿Qué hace una jovencita como usted en un pueblo fantasma como éste?

Ness: Estoy buscando las ruinas de una vieja mansión llamada Dungeness Towers.

**: ¿«La Mazmorra»? ¿Para qué quiere ir allí? Solo quedan un par de torres a punto de derrumbarse y unos cuantos fantasmas, quizá. Es peligroso acercarse. Desde luego, no es sitio para una mujer. Y menos en medio de una tormenta de nieve.

Vanessa miró de soslayo el enorme parabrisas del Cadillac.

Ness: Creo que ha dejado de nevar.

**: Pero no tardará en empezar de nuevo. ¿Para qué quiere ir a «la Mazmorra»?

Ness: Soy escritora -respondió con total naturalidad. Ella, que jamás había sabido mentir-. Estoy escribiendo un artículo sobre los magnates de Connecticut, y mis investigaciones me han conducido hasta Dungeness Towers.

**: ¿Magnates? Sí, supongo que podría decirse que el viejo James Hudgens fue un magnate. Construyó la fábrica que daba trabajo a la gente del pueblo. No era mala persona, pero su hijo era un bastardo sin entrañas. Vendió la fábrica a una corporación a la que le importaba un carajo la gente o la economía del pueblo. La compraron para aprovecharse de los fiscales y luego la cerraron.

Ness: Pero el hijo de James siguió viviendo aquí, ¿verdad? Murió en la mansión, ¿no es cierto?

**: Sí, y también su mujer. La casa se incendió y los dos quedaron atrapados en una de las torres. Esa noche nevaba mucho y los bomberos no pudieron llegar hasta que fue demasiado tarde. Ese pobre niño estaba fuera, sentado en la nieve, oyendo los gritos de sus padres mientras morían abrasados. Siempre me pregunté qué habría sido de él. Un suceso así debió de marcarlo mucho.

Ness: Sí, debió de ser muy duro para él -dijo en tono neutro-.

Mike nunca se mostró traumatizado por lo ocurrido. De hecho, Vanessa había pensado que no se encontraba en la casa cuando ocurrió la desgracia. No sabía que Mike había estado allí, que había sido el único testigo y el único superviviente.

**: Yo que usted evitaría a los Hudgens -dijo el anciano-. Son una familia maldita. Además, en «la Mazmorra» no encontrará nada de interés. Hace unos diez años se instalaron en ella unos traficantes de droga, y la policía llegó a sospechar que alguien utilizaba la vieja cochera como taller clandestino, pero no pudieron detener a nadie.

Ness: ¿Como taller clandestino?

**: Sí, ya sabe, esos sitios donde se desmontan coches robados y se reconvierten para darles una apariencia totalmente distinta. Es un negocio que da bastante dinero, aunque hay que ser muy rápido y muy bueno para hacerlo sin que te pillen.

Vanessa aferró con fuerza el volante. No debería sorprenderle... Era lógico que Zac se hubiese ganado la vida vendiendo droga y manipulando coches robados. Sin embargo, no resultaba tan lógico en el caso de Mike; probablemente por eso no habían llegado a pillarlos nunca.

Ness: Quiero echar un vistazo al lugar antes de que anochezca. Hacer unas cuantas fotos.

El anciano meneó la cabeza.

**: Como quiera, señorita. Pero las carreteras están en un pésimo estado. Luego no diga que no se lo advertí.

Ness: Espero no tener problemas. Además, allí no hay nadie, salvo fantasmas, quizá. Y no creo en ellos.

**: ¿No? Pues yo no estaría tan convencido. A veces se ven luces en la mansión, cuando en teoría no debería haber nadie en ella.

Ness: Los fantasmas no existen -insistió con firmeza-. ¿Puede decirme cómo se llega hasta las ruinas?

**: Diablos, está bien. Usted sabrá lo que hace. Cuando llegue a la esquina del final de la calle, gire a la izquierda y siga en esa dirección. Al cabo de cinco o seis kilómetros encontrará un pequeño camino que se desvía hacia la izquierda. Estará cubierto de vegetación y probablemente ni siquiera lo verá.

Ness: ¿Es el camino que conduce a la mansión?

**: Sí. Está en muy malas condiciones. Lamentaría mucho que estropease usted el coche de su novio.

Novio. En otra época, Vanessa habría dado cualquier cosa con tal de que el chico malo de Marshfield fuera su novio.

Pero, qué diablos, más valía tarde que nunca. Más valían cinco minutos de fantasía que la brutal realidad.

Ness: Mi novio me perdonará. Me quiere.

El anciano tenía razón. El camino apenas resultaba visible, y Vanessa estuvo a punto de pasar de largo. Era una locura conducir por aquel sendero desierto, que iba estrechándose más y más a medida que avanzaba.

Vanessa se había adentrado algo más de un kilómetro en el bosque cuando vio que un árbol caído bloqueaba el camino.

Pisó el freno de golpe y observó con horror cómo el Cadillac se deslizaba por la nieve antes de detenerse a pocos centímetros del grueso tronco.

Después de sopesar sus opciones, Vanessa apagó las luces del coche y abrió la guantera con la esperanza de encontrar una linterna. No había ninguna. Buscó a tientas debajo del asiento del conductor y dio con algo estrecho y cilíndrico. Lo sacó y lo dejó caer enseguida.

Era una pistola.

Vanessa encendió la luz del techo para echarle un vistazo. Debía de pertenecer a Zac. A Vanessa no le gustaban las armas, pero su padre sí había sido aficionado a ellas y opinaba que todo el mundo debía aprender a conocerlas y a respetarlas.

No era precisamente respeto lo que Vanessa sentía en ese momento, pero al menos pudo distinguir que estaba bien engrasada, limpia y cargada. Incluso sabría disparar con ella.

Volvió a introducir la mano debajo del asiento y sacó una caja de balas y la linterna que había estado buscando. ¿Habría dejado Zac la pistola allí intencionadamente o por descuido?

No, no habría cometido un descuido tratándose de un arma.

Después de ponerse el chaquetón, Vanessa se bajó del coche y volvió a guardar la pistola debajo del asiento. Al fin y al cabo, ¿contra quién iba a utilizarla? ¿Contra Mike? ¿Contra Zac? No, no era probable.

Las botas que compró en la tienda de saldos distaban de ser impermeables, y la nieve se filtraba en ellas mientras Vanessa avanzaba por el sendero. No había huellas de neumáticos, ni señal alguna de que alguien hubiese estado allí en los últimos diez años.

Vanessa siguió caminando hasta que, al fin, vio las torres recortadas contra el cielo.

Eran dos, aunque una de ellas estaba prácticamente en ruinas. La primera también parecía a punto de derrumbarse. Al pie de las torres había montones de madera quemada, metal retorcido y vidrios rotos. Nadie había tocado aquel lugar desde que se produjo el incendio en el que perecieron los padres de Mike. Era extraño que Isabella no hubiese hecho restaurar la mansión o, al menos, limpiar los restos del desastre. No, lo había dejado todo tal como estaba. ¿Por qué?

Quizá se le había hecho difícil ocuparse del asunto por el dolor y el horror de las circunstancias en que murieron su hermana y su cuñado. O tal vez había dejado la mansión así a petición de Mike. Era imposible saberlo.

Vanessa rodeó la inmensa superficie plagada de ruinas y miró de reojo la torre destrozada. Parecía un oscuro vigilante gótico que le advertía que se alejara de allí.

Al principio, creyó que la luz que brillaba en la oscuridad era cosa de su imaginación. Entornó los ojos, pero el viento y la nieve dificultaban la visibilidad.

Empezó a caminar en esa dirección. Se golpeó la cara con la rama de un árbol y dejó escapar un grito de dolor que rompió el silencio del bosque nevado.

Aquello era una idiotez. Tenía frío, se sentía fatal y la oscuridad impedía ver nada. Se dispuso a volverse, pero en ese momento cambió la dirección del viento y la luz se vio de nuevo con nitidez.

Vanessa siguió adelante, pues, agarrando con fuerza la linterna.

¿Qué había dicho el anciano? ¿Que allí había habido un taller clandestino? En ese caso, ella lo encontraría. La estructura de madera de dos plantas debió de servir de cochera en otros tiempos, y en el piso superior estarían las habitaciones de los criados. La luz procedía de una ventana del segundo piso. Vanessa comprendió que al fin hallaría lo que estaba buscando: respuestas.

Ni siquiera intentó moverse con sigilo mientras abría las puertas de la cochera. Las escaleras eran estrechas y oscuras, no muy distintas de las del garaje de Zac. Los carcomidos peldaños de madera crujían bajo sus pies.

Vanessa siguió subiendo, con el corazón acelerado, hasta que llegó a la puerta situada en lo alto de la escalera. Podía llamar, desde luego, pero le parecía una estupidez; de modo que simplemente alargó la mano hasta el pomo y abrió la puerta.

Mike: ¿Buscas fantasmas, Vanessa? -Estaba sentado junto a la ventana, con una pistola en el regazo-. Pues has encontrado uno.




¡Pánico! ¡Qué cunda el pánico!
Oh my God! ¡El chiflado de Mike va armado!
¡Zac, corre!

¡Thank you por los coments!

¡Leonela, bienvenida! Me alegro de que estés al día con mis novelas.
Por cierto, en el anterior capi dije que quedaban dos capis. Me equivoqué =P. ¡Quedan 3!

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¡Un besi!


jueves, 26 de junio de 2014

Capítulo 19


Mike Hudgens empezaba a llegar a la desagradable conclusión de que podía no estar muerto, después de todo. Llevaba mucho tiempo en los pisos superiores del garaje de Zac, observando, esperando, un espectro que aguardaba el momento propicio para vengarse. Cuando necesitaba fuerza corpórea, lograba extraerla de alguna fuente desconocida.

Pero no debería haberle costado tanto arrastrar el cuerpo ensangrentado de Max hasta el maletero del Volvo. No debería haber sentido la deliciosa presión del cuchillo mientras grababa el mensaje en la piel de Vanessa. Ni debería haberle resultado tan difícil parar cuando lo hizo.

Si hubiese hecho los cortes más profundos, habría habido mucha sangre y Zac no habría entendido su mensaje. Se habría echado a llorar sobre el cadáver de Vanessa, ajeno al desafío que Mike le había lanzado.

Asesino era un tonto. Un tonto débil y sentimental que suspiraba por Vanessa como un adolescente. Pero esa pasión desaparecería una vez que ella hubiese muerto.

Mike podría haberla matado mucho antes. La noche en que Paul Jameson la violó habría sido la ocasión perfecta, de no ser por la intromisión de la policía. Más tarde, se había planteado matarla en la espléndida fiesta que Victor e Isabella organizaron cuando Vanessa se graduó en el instituto, pero había demasiada gente y no tuvo oportunidad.

Estuvo a punto de conseguirlo el día del funeral de tío Victor. Se había pasado el rato haciendo fotos. Quería darle una a Zac como regalo final de despedida. Pero, de nuevo, el destino se interpuso, esta vez bajo la forma de la indulgente tía Isabella. Mike casi sospechó que ella conocía sus intenciones. Pero tía Isabella era una mujer muy simple. Poseía la intuición necesaria para apreciar la singularidad de Mike, pero ignoraba hasta qué extremos era capaz de llegar.

Estaba preparado para zanjar las cuentas pendientes. Llevaba demasiado tiempo esperando para lograr lo que era legítimamente suyo, para vengarse de aquellos que habían intentado interponerse en su camino. Sabía en qué categoría encajaba Vanessa. Ella había sido la única persona capaz de robarle el afecto de Zac, la única persona a la que Zac no había podido olvidar. Y, además, la favorita de tío Victor.

Y lo había querido a él con una devoción ciega. Solo por eso debía morir. Mike no sabía con seguridad por qué; solo sabía que era necesario.

En cuanto a Zac... En fin, si no podía tenerlo, al menos podría matarlo.


El cemento absorbió el aceite como una esponja. La mancha de sangre y el mensaje quedaron ocultos bajo la fina y viscosa capa de aceite reciclado, y nadie podría verlos.

Lo primero que hizo Zac fue registrar el garaje de cabo a rabo. Pero no había ni rastro de Mike. Ningún indicio de que alguien hubiese estado vigilando en los pisos superiores del edificio.

A última hora de la tarde, mientras revisaba un Mustang de 1963, oyó que alguien llamaba con insistencia a la puerta.

Zac: ¡Un momento, ya voy! -gritó mientras se limpiaba las manos con un trapo-. ¡Pase, la puerta está abierta!

Cuando llegó a la cocina, vio que su visitante era el teniente MacPherson en persona, uno de los pocos polis con cerebro que Zac había conocido.

Teniente: ¿Has dado una fiesta, Zac, o siempre tienes la casa así?

MacPherson cerró la puerta después de entrar.

Zac miró de reojo la cocina revuelta.

Zac: Me cabreé -explicó apoyado en la puerta del taller-.

Teniente: ¿Con alguien en particular? ¿He de buscar un cadáver?

Zac ni siquiera parpadeó.

Zac: Esa mujer agarró mi Cadillac del cincuenta y seis y se fue. Intacta.

Teniente: ¿Intacta?

Zac: Ilesa -corrigió-. ¿Qué le importa a usted?

Teniente: Oí decir que alojabas a alguien en tu casa. Pensé que tal vez habrías decidido sentar la cabeza, casarte y formar una familia.

MacPherson se sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos y ni siquiera se molestó en preguntar si podía fumar. Sabía, por sus visitas anteriores, que Zac era fumador. El aroma del pitillo recién encendido provocó en Zac un deseo casi tan intenso como el que sentía por Vanessa.

Zac: Yo no soy de los que se casan, teniente. Usted debería saberlo.

Teniente: Ya no estoy seguro de lo que sé. Pero tengo que hacerte un par de preguntas.

El policía exhaló una bocanada de humo, y Zac se sintió tentado de acercarse para saborearlo. Pero, pensó en Max y permaneció donde estaba.

Zac: Pregunte. ¿Necesito llamar a mi abogado?

MacPherson se rió.

Teniente: ¿Tienes abogado?

Zac: No.

Teniente: Pues dejémonos de juegos. ¿Sabes algo de un coche que ha aparecido en el barranco de Tucker con un cadáver en el maletero?

Mierda. Lo habían encontrado demasiado pronto.

Zac: No. ¿Qué clase de coche es?

Teniente: Creen que es un Volvo, aunque quedó bastante calcinado. Además, debieron de haberlo robado. Alguien borró los números de serie y todo aquello que hubiese permitido identificarlo. Mis hombres opinan que lo hizo un profesional.

Zac: Hace casi diez años que no robo un coche, teniente.

Teniente: No sé por qué, pero te creo. Simplemente creí que a lo mejor conocías a alguien que tenga por costumbre de robarlos.

Zac: Puede que sea un caso aislado.

Teniente: No. El Volvo lo encontraron anoche, pero esta mañana tuvimos noticia del robo de un Audi. Estaba equipado con toda clase de mecanismos antirrobo, pero se lo llevaron.

Zac: ¿Qué ha dicho el dueño?

Teniente: El dueño está en el hospital con el cráneo roto. No podemos hablar con él hasta que se estabilice. Suponemos que sorprendió al ladrón en el momento más inoportuno. Tiene suerte de seguir vivo. Le dieron una buena paliza.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Es una lástima.

Teniente: Sobrevivirá. Simplemente me acordé de que los Audi solían ser tu especialidad en otros tiempos.

Zac: Nunca se demostró nada, MacPherson. Y usted lo sabe.

Teniente: Sí, lo sé. Pero también sé sumar dos y dos.

Zac: Yo no robé ese Audi ni le di una paliza al dueño.

Teniente: No he dicho que lo hicieras. Pero pensé que podrías saber quién lo hizo.

Zac: No puedo ayudarle.

MacPherson fue hasta el fregadero y abrió el grifo para apagar el cigarrillo.

Teniente: Ya lo suponía. Pero me dije que valía la pena probar -se dirigió hacia la puerta, pisando los platos rotos mientras caminaba-. Ah, otra cosa.

Zac: ¿Sí?

Teniente: Estamos pensando en someter algunas pruebas del asesinato de Hudgens a un análisis de ADN. Es posible que la cosa no fuese tan sencilla como creíamos.

Zac: Yo identifiqué el cadáver. ¿Insinúa que mentí para encubrir a Mike?

Teniente: Los dos vimos el estado en que quedó el cuerpo. Ni su propia madre habría podido reconocerlo. No, creo que si el cadáver no pertenecía a Hudgens, simplemente cometiste un error bienintencionado.

Zac: ¿Me cree capaz de cometer errores bienintencionados, teniente?

Teniente: Creo que eres un testimonio vivo del poder de la redención, Efron. Antes eras un desgraciado que desperdiciaba su vida, y ahora eres un miembro productivo de la sociedad. No quiero que vuelvas a meterte en líos.

Zac: No pienso hacerlo.

MacPherson se quedó mirándolo y luego asintió.

Teniente: Pues cuídate.

Cuando el teniente hubo salido, Zac cerró la puerta. En la caja fuerte tenía guardado un poco de dinero en metálico, así como un permiso de conducir falso. No creyó que fuese a necesitarlo nunca, pero algunos hábitos no podían cambiarse.

Con suerte, no lo necesitaría. Con suerte, lograría llegar a Connecticut, a las ruinas de «la Mazmorra», para el enfrentamiento definitivo con su viejo amigo Mike.

Zac había esperado poder combatir a Mike en su propio terreno, pero debió suponer que no sería tan fácil. La palabra escrita con sangre en el suelo era un llamamiento, así como los arañazos en la suave piel de Vanessa. El Audi había sido el mensaje final.

Zac había sido un experto desmontando los Audi que solía llevarle Mike. Otra gente le llevaba Mercedes, Ferraris e incluso coches americanos clásicos, pero Mike solo robaba Audis.

Su único consuelo era saber que Vanessa se hallaba lejos y a salvo. Ella ni siquiera sabía dónde estaba «la Mazmorra». Ya se encontraría a mitad de camino de su casa, libre de peligro.

Zac, no obstante, decidió llamar para asegurarse. Hacía doce años que no oía la voz de la Duquesa.

Zac: ¿Está Vanessa?

Ni siquiera se tomó la molestia de cambiar la voz.

Isabella nunca le había prestado atención, y no era probable que lo reconociese. Zac sabía que Vanessa aún no habría llegado, pero tal vez la Duquesa sabía algo de ella.

Bella: ¿Quién llama, por favor?

Zac: Soy un antiguo amigo suyo de la universidad -respondió él con calma-. James MacPherson. ¿Puedo hablar con ella?

Bella: No se encuentra en casa.

Zac: ¿Dónde está?

Bella: No recuerdo que Vanessa mencionara a ningún James MacPherson -dijo con voz desconfiada-. Y no pienso decirle a un desconocido dónde está mi hija...

Zac: ¿Dónde coño esta?

Bella: Zac.

No era una pregunta, sino una afirmación.

Él ni siquiera se molestó en negarlo. Su pánico era demasiado grande.

Zac: ¿Va de camino a casa? ¿Sabe usted dónde está?

Bella: Pues sí, lo sé. Iba a hacer una parada antes de volver a casa, pero no pienso decirte dónde...

Zac: Mierda -cerró los ojos-. ¿Ha ido a Connecticut? ¿A «la Mazmorra»?

El silencio de la Duquesa fue respuesta suficiente. Zac colgó el teléfono con fuerza, maldiciéndose a sí mismo. ¿Cómo pudo ser tan estúpido? El mensaje de Mike no había sido solo para él, sino también para Vanessa. Mike siempre despreció a su prima, incluso antes de que los celos hicieran su aparición. Seguramente sabía lo que habían estado haciendo esos días, y su odio habría alcanzado proporciones inconmensurables. No quería matar solo a Zac.

Si no llegaba a «la Mazmorra» a tiempo, Vanessa moriría. Y para Zac no sería suficiente consuelo destrozar a Mike con las manos desnudas para asegurarse de que esta vez no había ningún error.

Pero eso no iba a suceder. Llegaría a «la Mazmorra» antes de que el desastre se consumara. Era preciso.




¿Se confirman las sospechas? ¿Mike está realmente vivo?
Sea como sea, ¡Ness está en peligro!
¡Y Super Zac va al rescate! XD

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¡Solo dos capis!

¡Un besi!


martes, 24 de junio de 2014

Capítulo 18


Zac observó cómo las luces traseras del Cadillac desaparecían en la nevosa mañana. Después cerró las puertas del taller, encerrándose con el cadáver de su mejor amigo. Con el fantasma de su más antiguo amigo.

Salvo que él no creía en fantasmas. Y menos en fantasmas que utilizaban un cuchillo para hacer lo que le habían hecho a Max. Reconocía la firma de Mike. Max no era la primera persona que Mike había asesinado. Aunque, por lo poco que había podido averiguar, Zac sabía que prefería hacer daño a las mujeres.

Agarró el paquete de cigarrillos y notó que le temblaba la mano. Tenía dos alternativas. Podía avisar a la policía y convencerlos de que él, un ex convicto, no tenía nada que ver con el cadáver que había aparecido en su taller. El segundo cadáver en tres meses. Dudaba que el teniente MacPherson diera algún crédito a sus explicaciones. Sobre todo, cuando le dijera que a Max lo había asesinado un muerto.

Pero lo peor era que harían que Vanessa volviera a Wisconsin. El Volvo era su coche y estaría lleno de huellas dactilares suyas. Tal vez la policía se conformaría con que prestara declaración en Rhode Island, sin tener que desplazarse. Al fin y al cabo, era improbable que una inocente de clase alta como Vanessa hubiese asesinado a un desconocido.

Pero Zac no podía correr el riesgo. No quería volver a verla nunca más. Hacía mucho tiempo que había aceptado que Vanessa no era para él. Haberla poseído en todos los aspectos durante dos días había sido un regalo inesperado.

Se palmeó los bolsillos buscando el encendedor, pero no lo tenía. Debía de habérsele caído mientras dormía abrazado a Vanessa.

En realidad, había dormido poco. En el viejo edificio había algo peligroso y maligno, y Zac no se atrevía a bajar la guardia. Además, deseaba contemplar a Vanessa. Sentir su corazón latiendo contra su pecho. Oír el suave sonido de su respiración...

Zac se acercó al Volvo para cerrar el maletero y contempló los restos de Max.

Zac: Lo siento, viejo amigo -dijo en tono suave-. Debí sospechar lo que sucedía. Debí haberte avisado.

No pensaba llorar. No había llorado desde que tenía ocho años y su madre se fue de casa y lo dejó con el borracho de su padre.

Miró el arrugado paquete de cigarrillos que tenía en la mano. Max siempre le había dicho que debía dejar de fumar, que el tabaco lo mataría. Pero era él quien había muerto, ¿verdad?

Zac: Toma, amigo -dijo arrojando el paquete dentro del maletero-. Es lo menos que puedo hacer por ti.

Zac sacó el coche de Vanessa del taller y después cerró las puertas con llave. Aún había un charco de sangre reseca en el suelo, donde había estado el Volvo, y no quería que alguien entrara y lo viera. Condujo en silencio, pensando en lo mucho que necesitaba un cigarrillo. Al menos, eso le servía de distracción y le impedía pensar en todo lo demás.

Wisconsin era un estado de terrenos muy llanos, pero en los límites del condado había un barranco estrecho y profundo cubierto de vegetación. En verano, los árboles y arbustos formaban una auténtica selva. Si orientaba el coche en la dirección adecuada, lo haría desaparecer en el fondo del barranco y tardarían décadas en encontrarlo.

No podrían identificar a Max. No tenía familia ni historial de ninguna clase. Zac ni siquiera sabía su verdadero nombre. Solo su apodo. Diablos, era posible que nunca encontraran el coche. Zac así lo esperaba.

Situó el coche en el mismo borde del precipicio y se bajó. Solo necesitó empujar un poco para que el Volvo empezara a moverse. Zac dio unos golpecitos con los nudillos en el maletero, un inútil gesto de afecto y de despedida.

Luego observó cómo el vehículo se despeñaba por el borde del precipicio y desaparecía en el profundo barranco. Los árboles y la nieve amortiguaron el ruido. La explosión final se oyó muy lejos, y el fuego apenas era visible desde lo alto del risco.

Zac permaneció allí hasta que las llamas se fueron extinguiendo y solo quedó una débil columna de humo.

Había empezado a nevar con más fuerza. Zac tenía el cabello, los hombros y los pies húmedos. No se había parado a ponerse unas botas y sus zapatillas de lona no eran el calzado idóneo para caminar por la nieve, pero le importaba una mierda. Necesitaba un cigarrillo, necesitaba que Max estuviese vivo, y necesitaba a Vanessa. Y no tendría ninguna de las tres cosas.

Cuando por fin regresó al garaje, casi era mediodía. Después de entrar, cerró la puerta y contempló la vacía cocina. La mesa de roble donde había estado a punto de poseer a Vanessa. Donde había jugado a las cartas con Max. Donde había permanecido sentado, fumando cigarrillo tras cigarrillo, mientras oía cómo golpeaban a Mike hasta matarlo.

Atravesó la cocina y volcó la mesa, tirando al suelo las tazas y los platos. Luego agarró una silla y la estrelló contra la mesa hasta reducirla a astillas. La siguiente tardó un poco más en hacerse pedazos. Zac recorrió la habitación y fue destrozando metódicamente todo lo que encontraba, el microondas, la vajilla, la comida... Hasta consiguió tirar al suelo el frigorífico.

Finalmente, permaneció inmóvil en medio del caos, tratando de recuperar el aliento. El destrozo debería haberlo ayudado a sentirse mejor, a desahogarse. Pero la furia seguía hirviendo en su interior.

Zac se dirigió hacia el taller. Miró el sofá donde había dormido con Vanessa. El charco de sangre en el lugar donde había estado el coche. Y entonces vio la palabra escrita con sangre en el suelo de cemento. Antes había quedado oculta debajo del Volvo.

«Mazmorra». Era como Mike llamaba a la casa de su niñez, la que había quedado arrasada en el incendio que acabó con sus padres. En realidad la mansión se llamaba Dungeness Towers.

La había bautizado así el bisabuelo de Mike, un inmigrante escocés que amasó una fortuna con el negocio del transporte y que erigió la imponente mansión como monumento a su propia importancia. La última vez que Zac la vio, solo quedaban dos de las torres y la cochera donde en otros tiempos habían vendido droga y manipulado coches robados. Zac se ocupaba de los coches. Mike buscaba gente que los robara, y luego Zac los desmontaba y los reconvertía en un tiempo récord.

Mike se encargaba de la venta de droga, actividad que a Zac no le interesaba especialmente. Había vendido marihuana y algunas anfetas en el instituto, pero Mike estaba empezando a traficar con drogas más peligrosas, y Zac había perdido el interés. En aquella época, reconstruir coches robados ya le proporcionaba toda la emoción que necesitaba.

Ambos llamaban a aquel lugar «la Mazmorra». Mike había dicho siempre que, cuando muriese, su fantasma volvería para rondar la vieja casa.

Zac cerró los ojos y se acordó del torso arañado de Vanessa. Habría preferido pensar en sus pechos, pero las señales eran más importantes. Por suerte, ella no había visto las palabras que le habían grabado en la piel. «Puta». «Traidor». «Mazmorra».

Otro mensaje, sin duda dirigido a Zac.

¿Quién sino él iba a mirar el pecho desnudo de Vanessa?

Tendría que ir a por Mike tarde o temprano. Aquello era una llamada, una invitación, un desafío. De un muerto que sabía que Zac lo había dejado en manos de sus enemigos y no había hecho nada para salvarlo.

Si Zac no iba a por él, el fantasma de Mike Hudgens iría a por Vanessa.

Era un enfrentamiento que tendría que haberse producido mucho tiempo antes. Los dos habían sido unos monstruos egoístas y autodestructivos en la adolescencia. Pero Zac había madurado, había aprendido a valorar mínimamente lo que era importante en la vida.

Mike siguió siendo un crío peligroso al que solo le interesaba la venganza y conseguir todo aquello que se le antojara, fuera cual fuese el costo.

Zac no tenía alternativa. Tal vez podía vivir allí solo, con el fantasma de Mike acosándolo y dejándole ratas muertas en señal de afecto.

Pero ya había perdido a Max y, si no hacía algo, Vanessa sería la siguiente.

En realidad, Zac no creía en fantasmas. Lo cual dejaba una sola posibilidad: Mike estaba vivo y era otro el que había muerto destrozado a golpes en la habitación de arriba.

Iría a por él, sí, a su debido tiempo. De momento, Vanessa se había marchado y estaba a salvo. Lo más inteligente sería no caer en la trampa de Mike. Permanecer en el garaje y esperar a que su fantasma siguiera acosándolo.

Porque Mike seguiría con aquel inexorable acoso hasta conseguir aquello que deseaba.

Al propio Zac.


Vanessa condujo a ciegas, concentrada en las carreteras nevadas y en la escasa visibilidad. Las condiciones mejoraron una vez que llegó a la interestatal, y el abundante tráfico de la mañana consiguió distraer aquella parte de su cerebro que seguía pensando en Zac. ¿Asesino? ¿Quién había asesinado a Max?

No podía haber sido Zac. Dios, que no hubiera sido Zac.

Se detuvo a desayunar en un McDonald's. El sándwich no le sentó muy bien, pero el café caliente y cargado le aportó la energía que necesitaba para continuar durante otras dos horas. Casi había llegado a la frontera de Indiana, tenía ganas de hacer pis y se estaba quedando sin gasolina. Paró en una gasolinera y sacó la billetera que Zac le había dejado en el regazo.

Tarjetas de crédito. ¿Quién habría pensado que un chico malo como Zac Efron acabaría teniendo tarjetas de crédito? Buscó la de la gasolina y luego observó horrorizada cómo el Cadillac absorbía treinta dólares de carburante.

Por suerte, el baño de la estación de servicio estaba razonablemente limpio. Mientras se lavaba las manos, Vanessa se observó en el espejo.

Tenía un aspecto espantoso. Como si acabara de ver un fantasma.

Con mucho cuidado, se quitó el suéter de Zac para mirarse el pecho.

Con razón le ardía tanto. Las marcas que recorrían su piel estaban rojas e irritadas, aunque ya no sangraban. Podía haber sido peor, se dijo. Quienquiera que le hubiese hecho aquello, no se había acercado a los senos. Le había hecho cortes y arañazos en todo el pecho salvo en los pequeños senos, y Vanessa no pudo sino pensar que había sido algo intencionado. La persona que le hizo aquello no quiso tocar sus pechos. No quiso tocar esa parte de su anatomía femenina.

Observó más de cerca las señales.

Había letras. Palabras. No podía leerlas en el espejo, dado que se veían al revés. Entornó los ojos y trató de invertir el orden de las letras. Con la primera resultó fácil. «Puta» era una palabra sencilla, aunque debía de ser la primera vez en su vida que alguien le dirigía ese insulto. La palabra escrita en la parte superior de su vientre era más difícil de descifrar. La D se veía con claridad, así como algunas vocales. Entrecerró más los ojos, intentando invertirlas. Parecía decir Mazmorra, pero ¿por qué diablos iban a grabarle esa palabra en la piel? ¿Y por qué diablos iban a grabarle nada en la piel?

Vanessa se bajó otra vez el suéter y desterró de su mente las preguntas.

Compró un paquete de seis latas de CocaCola light y una caja de dónuts, y regresó al coche. La billetera de Zac no contenía solo tarjetas de crédito, sino también un montón de dinero. Y su permiso de conducir.

Vanessa contempló la pequeña tarjeta de plástico. La foto no le hacía justicia, pero era la primera fotografía suya que veía. Miraba a la cámara con cara de pocos amigos, no se había afeitado y tenía el pelo demasiado largo. Vanessa siguió mirando la foto un buen rato, y comprendió que no iba a devolvérsela.

Ojeó el resto de las tarjetas y se detuvo al ver una de Alcohólicos Anónimos. ¿Qué demonios hacía aquella tarjeta en la billetera de Zac? Siguió buscando y halló la respuesta: un calendario de reuniones. El chico malo se había reformado.

Creyó que no había nada más en la billetera hasta que reparó en un bolsillo adicional. Extrajo la foto y deseó no haberlo hecho.

Era una fotografía de ella. Una fotografía que Vanessa no había visto nunca. Ni siquiera conocía su existencia.

Pero sabía cuándo se tomó. Fue en una tarde de verano, cuando tenía veinte años. Zac había desaparecido de su vida para siempre, o eso creía Vanessa. Su padre había muerto, y su madre había organizado la recepción posterior al funeral en el jardín de su casa de Marshfield. Era un hermoso día de verano, y Vanessa llevaba un vestido de color amarillo claro, el favorito de su padre. Su madre había protestado, afirmando que era poco respetuoso, pero por una vez Vanessa se había mantenido en sus trece. A su padre le encantaba aquel vestido, y ella amaba a su padre. Pese a la insistencia de Isabella, se negó a vestir de negro.

Estaba hablando con una amiga de su madre, tenía una taza de té en la mano y sonreía con la boca, aunque no con los ojos. Recordaba perfectamente lo que sentía en aquel momento, el deseo desesperado de estrellar la taza contra el suelo y salir corriendo. No obstante, se mantuvo firme y cumplió con su deber.

Mike debió de tomar la foto sin que Vanessa se diera cuenta. Y, de algún modo, Zac se había hecho con ella y la había guardado en su billetera.

Vanessa prefería no pensar en cómo la habría conseguido.

Conectó el móvil que había comprado con el dinero de Zac, esperó un poco hasta que se hubo cargado y luego marcó el número de su casa. Casi se sobresaltó al oír la voz de su madre al otro lado de la línea.

Bella: ¿Dónde estás, Vanessa?

Ness: Voy de camino de casa. Me temo que no llevo las cosas de Mike. En el garaje no había... no había nada.

Nunca había mentido, y ahora le estaba mintiendo a su madre.

Bella: No seas ridícula. Zac dijo que tenía dos cajas llenas de cosas de Mike. Quiero tenerlas, Vanessa. Son lo único que me queda de él.

Ness: Han desaparecido -contestó con rotundidad-. Igual que Mike.

Y, de repente, se quedó petrificada al recordar lo que había dicho Zac. Que Mike podía no haber muerto. Alguien rondaba el garaje, dejaba ratas muertas, había intentado hacerle daño, le había grabado palabras en la piel. Había asesinado a Max. Y Zac era muchas cosas, pero, a pesar de su apodo, no era un asesino.

Aun así, ese alguien no podía ser Mike. No podía ser que estuviese vivo, que hubiese intentado lastimarla. Era como un hermano para ella. Aunque Vanessa había descubierto que no se podía confiar en él. Le había mentido sobre lo sucedido la noche del baile, sobre otras muchas cosas. Y estaba muerto. Zac había identificado su cadáver.

Un cadáver que había quedado reducido a un amasijo irreconocible. ¿Y si Mike había matado a la persona que quería matarlo a él?

Bella: Vanessa, ¿me estás escuchando?

La voz de su madre sonó con estridencia en su oído, y Vanessa pensó de pronto que Isabella ni siquiera le había preguntado cómo estaba. Solo había preguntado por Mike. Vanessa no sabía si se debía al poder de sugestión de Zac o al hecho de que por fin había comprendido la verdad, pero ahora se daba cuenta de que nunca le había importado a su madre. Su padre sí la había querido, de eso no tenía duda, pero Isabella siempre había estado obsesionada con Mike. Y él se había aprovechado de ello.

Ness: Te escucho -dijo con voz débil. La piel del vientre le dolía otra vez. En esa zona tenía los cortes más profundos-. ¿Te suena de algo la palabra «mazmorra»?

Bella: Claro que sí. Mike solía llamar así a la casa de la familia. La casa que se quemó, la mansión de los Hudgens. En realidad, se llamaba Dungeness Towers, pero imagino que de pequeño Mike no sabía pronunciar ese nombre, por eso la llamaba «la Mazmorra».

Ness: ¿Qué le ocurrió a la casa?

Bella: Ahora no me interesa hablar de historia antigua, Vanessa. Quiero saber qué ha pasado con las cosas de Mike...

Ness: ¿Dónde está la casa?

Hizo caso omiso de las protestas de su madre.

Bella: En Connecticut. Al morir Mike la heredé yo, pero preferí no hacer nada con ella. Ese lugar está en ruinas y probablemente es peligroso. Cuando tenga algo más de fuerzas, haré que derriben la casa del todo y venderé el terreno. Al fin y al cabo, mi hermana y mi cuñado murieron allí. Ese sitio no me trae buenos recuerdos.

Ness: ¿Y a Mike?

Bella: Mike lo adoraba. Solía ir allí de acampada. Con ese horrible amigo suyo, Zac. Debí pedirle que derribara esa casa hace años.

Ness: ¿En qué parte de Connecticut?

Bella: En un pequeño pueblo llamado Danvers. ¿Qué importa eso?

Ness: Importa mucho -respondió en tono grave-.

Bella: Vanessa, quiero que vuelvas a Wisconsin, e insisto en que...

Vanessa cortó la comunicación y soltó el móvil en el asiento del pasajero. Estaba oscureciendo y, aunque había dejado de nevar, las carreteras seguían muy resbaladizas.

Haría lo más sensato. Buscaría una tienda de saldos y compraría una muda de ropa nueva, zapatos y artículos de tocador. Después se alojaría en un motel, cenaría bien y dormiría toda la noche.

Y ahí se acabaría su sensatez. Porque al día siguiente volvería a subirse en el coche de Zac y viajaría a Danvers, Connecticut, para enfrentarse al fantasma de Mike Hudgens. Quien nunca llegó a morir.




Oh, oh... Qué miedo =S
Se avecinan cosas, chicas. Cosas chungas.

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¡Un besi!



sábado, 21 de junio de 2014

Capítulo 17


Vanessa ni siquiera se asomó a su cuarto. Sabía dónde dormiría esa noche, aunque la idea no le gustase. Después de todo, solo sería una noche.

Aunque hacía frío, dejó la ventana abierta para que saliera cualquier resto de monóxido de carbono que hubiera quedado en el aire.

Estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que quitarse los vaqueros empapados y meterse en la cama. Le dolía el pecho, tenía la garganta irritada y se moría de frío.

Se introdujo la mano debajo de la camiseta para quitarse el sujetador, pero comprobó que ya estaba desabrochado. Zac debió de desabrochárselo para facilitarle la respiración, aunque a Vanessa no le parecía que apretase tanto. Además, estaba abierto por delante, no por detrás.

Notó que también tenía húmeda la camiseta, y sentía como un ardor frío en el pecho.

Después de subirse las mantas hasta los hombros, Vanessa apagó la luz y cerró los ojos, deseando que llegase el sueño.

Al cabo de cuarenta y cinco minutos, llegó a la conclusión de que uno no podía obligarse a dormir por mucha voluntad que pusiera en ello.

Permaneció tumbada en la oscuridad, escuchando los crujidos de la madera del viejo edificio bajo el frío del invierno. Escuchando por si se oían los pasos de Zac en la escalera.

Pero Zac no subió. Y Vanessa se dijo que lo que sentía era alivio, y que debería dormirse ya, y que lo primero que haría por la mañana sería marcharse.

Pero siguió con los ojos abiertos, esperándolo. Hasta que comprendió que no subiría. Era verdad que iba a dormir allí abajo, en aquel incómodo sofá, con los restos de monóxido de carbono.

Vanessa se incorporó en la oscuridad. No estaba muy segura de lo que había sucedido aquella noche... Recordaba haber intentado inflar los neumáticos, con la música de U2 de fondo. De repente, se había sentido mareada y había empezado a sonar aquella maldita canción. Aparte de eso, no recordaba nada más, solo un extraño sueño en el que el fantasma de Mike la miraba mientras ella se arrastraba hacia él pidiendo socorro.

Debió de tener otros sueños, otras visiones, pero no los recordaba. Alguien había puesto en marcha los coches, pero ella no pudo oírlo porque la música había ahogado el sonido.

Alguien había intentado matarla.

Como intento de asesinato, había sido bastante torpe. Cualquiera podría haber llegado y haberla encontrado. Tal como había hecho Zac, el héroe perfecto. Salvo que Zac no era ningún héroe.

Había dos posibilidades. O bien lo había hecho para rescatarla y convencerla de que era una buena persona, o bien había intentado deshacerse de ella y se había arrepentido en el último momento.

La tercera posibilidad, la más inconcebible, era que hubiese alguien más allí. Alguien que no se detendría. Alguien que subiría al cuarto para rematar la faena o que asesinaría a Zac mientras dormía en el taller.

Lo cual dejaba a Vanessa dos alternativas. Podía echar el pestillo, colocar algún mueble delante de la puerta y esperar hasta que amaneciera. Era lo más sensato.

Pero sabía que no iba a hacerlo. Los vaqueros estaban casi secos, pues Vanessa los había dejado delante de la rejilla de la calefacción. Se los puso y luego se echó la colcha por encima.

Mientras recorría el tenebroso pasillo, imaginó que unos ojos la vigilaban y se dio cuenta de que siempre había tenido la sensación de que allí había alguien. Le habría gustado pensar que era el fantasma de Mike, que velaba por ella, pero no era tan ingenua. El ser que la observaba no era un espíritu benévolo.

En la cocina hacía frío. La calefacción funcionaba al máximo, pero apenas lograba combatir el aire nocturno que penetraba por una ranura de la ventana. La puerta del taller también estaba abierta. Los tóxicos gases ya se habían disipado y el taller estaba sumido en la oscuridad. Tan solo una pequeña lámpara de mesa aportaba algo de luz. Zac yacía acostado en el sofá, tapado con una fina manta, y parecía dormido.

La manta no era suficiente abrigo en un espacio tan grande, se dijo Vanessa temblando. Al menos, Zac no parecía tener problemas para dormir. Quizá se emborrachó mientras estuvo fuera. Vanessa no había estado en condiciones de notar si había bebido o no.

Aunque, ahora que lo pensaba, nunca lo había visto borracho desde que llegó al garaje. Solamente en una ocasión creyó haberlo visto beber whisky, pero lo que tomaba era té helado. Si no lo conociera, pensaría que había dejado el alcohol.

Vanessa permaneció allí de pie, tiritando, con los pies descalzos en el frío cemento. Miró de soslayo la oscura silueta de su coche... Zac todavía no lo había arreglado, ni era seguro que lo hiciese.

Pero esta vez nada impediría a Vanessa marcharse. Utilizaría el teléfono público para llamar a un taxi que la llevaría al aeropuerto, donde podría comprar un billete de avión o alquilar un coche, costara lo que costase.

Atravesó el taller y se acercó al sofá donde estaba acostado Zac. Casi parecía inocente mientras dormía.
Vanessa estaba a punto de darse la vuelta e irse cuando la voz de él rompió el silencio.

Zac: Compartiré mi manta si tú compartes la tuya.

Tenía los ojos abiertos y la observaba. A Vanessa se le ocurrieron un millón de objeciones, pero todas ellas se esfumaron al instante. No quería discutir con Zac, al menos esa noche.

Y él lo sabía. Levantó la fina manta y ella se acostó en el sofá, a su lado. Luego ambos se taparon con la colcha. Aunque el sofá era grande, no dejaba de ser un sofá, al fin y al cabo, de modo que Vanessa tuvo que acercarse a Zac para no caerse.

Él no dijo nada. Simplemente la acurrucó contra sí y la envolvió en un protector abrazo. Después le retiró el cabello de la cara con suavidad. Ella frotó la mejilla contra su mano inconscientemente, ronroneando como una gatita a medida que desaparecían la tensión, el miedo y la desconfianza. Justo antes de dormirse, notó los labios de Zac en su frente. Y sintió ganas de llorar.


Podía verlos en la oscuridad. Los fantasmas poseían una visión superior, y las sombras no suponían ningún obstáculo. Vio que estaban dormidos en el sofá, abrazados, y lo embargó una rabia fría como el hielo. Claro que él siempre tenía frío. Cuando uno estaba muerto, todo el calor desaparecía de su cuerpo. Resultaba, pues, apropiado que merodease por los gélidos pisos superiores del garaje de Zac.

Los había visto. Había visto cómo su primita se la chupaba a Zac en el taller. Los había visto en el dormitorio, había oído los jadeos de ella al correrse. Pero había observado sobre todo a Zac. Cómo movía las caderas, cómo besaba a Vanessa, cómo la tocaba, cómo la amaba.

Pero lo que veía ahora era peor. Era ternura, y le resultaba insoportable. Zac nunca había sabido nada de ternura. En ese aspecto, era igual que Mike. Solo sabía de sexo. Pero aquello era otra cosa, algo inaceptable.

Debió haber matado a Vanessa doce años antes. Fue una fatalidad que los parase la policía, pero podría haber acabado con ella después. Creyó que el peligro había pasado. Que Vanessa no volvería a ver más a Zac. Que Zac superaría su jodida obsesión con ella.

Pero no había sucedido así. Y era él quien había muerto, gracias a Zac.

Debió haber clavado más hondo el cuchillo para que Vanessa se desangrara en el suelo del taller. Pensó que el monóxido de carbono acabaría con ella, pero Zac regresó antes de lo previsto.

La próxima vez, sin embargo, no fallaría. A Vanessa solo le quedaban unos días de vida.

Y, cuando muriese, Zac ya no tendría a nadie a quien amar. A nadie salvo a él.


Era extraño, se dijo Vanessa. ¿Cómo podía sentirse tan bien, tan segura y en paz, cuando todo iba tan mal. No quería despertar... Se sentía demasiado bien acurrucada contra el cálido cuerpo de Zac, envuelta en su abrazo.

Pero no podía quedarse, y ambos lo sabían.

La tenue luz del amanecer iluminaba el taller. Vanessa se giró para mirar a Zac. Él tenía los ojos abiertos y la observaba. Movió la cabeza, y Vanessa comprendió que iba a besarla. Y ella respondería al beso y estaría perdida. En el último momento, empujó contra su pecho para detenerlo.

Tenía sangre en las manos. En la camiseta. En todas partes. Con un grito de horror, Vanessa se retiró frenéticamente de Zac y aterrizó en el duro suelo de cemento.

Ness: Sangre -dijo temblando-. Estás lleno de sangre...

Zac se incorporó, retiró las mantas y se miró la camiseta. Luego la miró a ella.

Se levantó, fue hasta uno de los bancos y regresó con un cuchillo en la mano.

Ella intentó retroceder, alejarse de él, pero el sofá le cerraba el paso. No podía hacer nada salvo permanecer allí acurrucada, llena de terror, esperando a que la matara.

Zac la agarró y tiró de ella con fuerza para sentarla en el sofá. Vanessa levantó los brazos instintivamente para detener el cuchillo.

Zac: Dios santo -musitó. Con una mano le sujetó las muñecas mientras con la otra utilizaba el cuchillo para cortarle la camiseta-. Dios santo -repitió en voz más baja. Le soltó los brazos y dejó el cuchillo en el suelo-. ¿Qué coño te ha pasado?

Vanessa bajó los ojos y vio que su camiseta blanca estaba totalmente teñida de color rojo. Con mudo horror, contempló los cortes superficiales que le surcaban el pecho.

Zac: Túmbate.

Ella obedeció, demasiado horrorizada para discutir. Deseaba taparse, los pechos al menos, pero no fue capaz. Permaneció tumbada, cerró los ojos y esperó.

Al cabo de un momento, Zac se sentó a su lado y le colocó en el pecho una toalla empapada en agua tibia. Luego le quitó la camiseta y el sujetador rasgados y los arrojó al suelo.

Zac: Muestras mucha confianza en alguien que hace un momento creías que iba a rebanarte el pescuezo -no había amargura en su voz. Su rostro no reflejaba emoción alguna cuando ella abrió los ojos para mirarlo-. Te he traído un suéter de los míos. Me temo que no tengo ningún sujetador, aunque tampoco es que lo necesites.

Ness: Vete al infierno -dijo apartando la mirada-.

Zac se levantó. Vanessa deseó alargar el brazo y tomarle la mano. Necesitaba tocarlo, sentir su contacto.

Pero no se movió.

Ness: ¿Quién me ha hecho esto?

Él se encogió de hombros.

Zac: La misma persona que te encerró en el taller y puso los motores en marcha.

Ness: ¿Fuiste tú?

Zac no respondió. Simplemente se alejó de ella.

Zac: Cambiaré el neumático de tu coche y podrás irte cuando quieras.

Vanessa se incorporó con la toalla apretada contra el pecho.

Ness: ¿Qué son esas cajas que hay en el asiento trasero?

Zac: Las cosas de Mike. Pensé que querrías llevárselas a la Duquesa...

Se interrumpió de pronto y miró el Volvo con expresión pensativa.

Ness: ¿Qué ocurre?

Zac: Juraría que guardé las cajas en el maletero -dijo en tono distante-.

Parecía haberse olvidado de ella. Seguía concentrado en el Volvo mientras avanzaba hacia el maletero, y Vanessa pudo percibir su miedo.

Ness: En el maletero no hay ninguna rueda de repuesto. La semana pasada tuve un pinchazo y utilicé la que tenía.

Zac: No es una rueda lo que busco -respondió con voz apagada-.

A continuación, abrió el maletero y miró dentro en silencio. Vanessa soltó la toalla y se puso el suéter. Luego echó a andar hacia el coche, pero él se giró rápidamente y gritó: ¡No te acerques más, Vanessa!

Su voz estaba llena de rabia y de dolor. Ella se acercó de todos modos, ignorando la orden, y Zac la agarró con fuerza y empezó a alejarla del coche. Pero no antes de que alcanzara a ver lo había en el maletero.

Zac arrastró a Vanessa hasta el Cadillac amarillo. Ignorando sus forcejeos, la tomó en brazos y la sentó detrás del volante. Después puso el motor en marcha. Ella se quedó quieta, mirándolo.

Zac: Este botón sirve para alzar la capota. Tiene el depósito lleno y neumáticos para la nieve. Debes irte de aquí enseguida.

Ness: ¿Quién era ese hombre...?

Zac: ¿El del maletero? Max. O lo que queda de él -cerró los ojos un momento, y Vanessa vio el dolor que lo embargaba-. ¿Dónde está tu bolso?

Ness: No me acuerdo.

Zac se sacó la billetera del bolsillo.

Zac: Toma. Hay tarjetas de crédito y bastante dinero. Podrás llegar hasta Rhode Island sin problemas. Deja el coche donde quieras. Ya no lo necesito. Ha cumplido su propósito.

Ness: Pero ¿y mi coche?

Zac: Desaparecerá. Max no tiene familia. Y no le gustaría que salieran a la luz preguntas que nadie puede responder.

El Cadillac ronroneaba como la máquina perfectamente cuidada que era.

Ness: ¿Lo asesinaste tú?

Zac le dirigió una mirada que habría paralizado a cualquiera.

Zac: Nunca le he pegado a una mujer -dijo con voz pensativa-, pero estoy más que dispuesto a empezar contigo. Vete de una puta vez y no vuelvas.

Ness: No tengo zapatos.

Zac: ¿Qué?

Ness: No puedo conducir descalza en medio de una tormenta de nieve.

La respuesta de él fue breve y soez.

Zac: Sube la jodida capota.

Al cabo de un momento, introdujo unas zapatillas suyas por la ventanilla.

Ness: No me estarán bien...

Zac: Cierra ya la puta boca y vete antes de que sea demasiado tarde.

No quedaba nada más que decir. Salvo lo evidente.

Ness: ¿Quién mató a Max? ¿Quién ha intentado matarme a mí?

Zac: Eres una mujer inteligente, Vanessa. Deberías haberlo deducido ya.

Ness: Pues no. No tengo ni idea de lo que está pasando. Explícamelo tú.

Zac: Parece que tus sueños podrían hacerse realidad, después de todo -dijo amargamente-. Quizá me equivoqué. Quizá tu querido primo Mike no murió. Pero tú sí morirás si no te marchas. No puedo protegerte, Vanessa. Huye de aquí.

Se giró, caminó hasta las puertas del taller y las abrió. Vanessa dio marcha atrás con el coche, orientándolo hacia la salida. Ni siquiera se había dado cuenta de que lloraba.

Sabía que no volvería a ver a Zac. Tenía que ponerse en marcha e irse de allí a toda velocidad.

Pero no se movió. Zac se acercó de nuevo al coche; todavía llevaba la camiseta manchada con la sangre de Vanessa. Introdujo la cabeza por la ventanilla y le dio un beso, un beso desesperado que duró un instante, y al mismo tiempo, una eternidad. Después se retiró.

Zac: Márchate de aquí, Vanessa. Y no vuelvas nunca.

Ella puso el coche en marcha, salió del taller y se internó en las desiertas calles alfombradas de nieve.




¡Mike es asqueroso! Además de estar chiflado es gay. Un gran tipo, ¿eh? XD
Zachy de cada vez más mono. ¡Pero tiene que ser sincero con Ness! ¡Respecto a todo!
Porque ahora Ness piensa que es Zac el malo.

Qué penita. Esta vez solo un comentario. ¡Gracias, Claudix! Adivinaste lo de Mike XD
A ver si veo más en este.

¡Un besi!


martes, 17 de junio de 2014

Capítulo 16


No se había parado a ponerse una chaqueta, pero le daba igual. La camisa de franela le bastaría para resistir el frío y alejarse de Vanessa un rato.

Debió haber esperado su reacción, desde luego. Vanessa se había educado con la Duquesa, al lado de Mike. Era imposible que no se hubiese corrompido, pese a su aparente inocencia. Le gustaba acostarse con él, sí... Haría cualquier cosa que Zac quisiera si la tocaba de la forma adecuada. Cualquier cosa menos confiar en él.

Era absurdo que eso le molestase tanto. ¿Por qué diablos necesitaba que Vanessa confiara en él, cuando lo único que deseaba era tirársela? Acabar con doce años de frustración en el menor tiempo posible.

Quizás era porque Vanessa había confiado en Mike, había creído en él como jamás creyó en Zac. Mike era la criatura más traicionera que Zac había conocido, y ella seguía considerándolo un santo. Mientras que a él lo veía como a un chico malo con el que pasar un buen rato.

Diablos, ¿acaso no era así como se veía a sí mismo? ¿No era así como deseaba que ella lo viera?

Hablaría con Max para aclarar sus ideas. Max siempre lo ayudaba a ver las cosas con claridad. Y lo acompañaba a las reuniones. Sí, iría a su casa y le pediría que lo llevara a Santa Ana en su coche.

Empezaba a hacer frío, así que Zac decidió apretar el paso para no congelarse las pelotas.

Pero, al llegar, vio que Max tenía todas las luces apagadas. Vivía en el primer piso de un decrépito edificio de apartamentos y siempre dormía con una luz encendida. Temía la oscuridad... Una flaqueza que había confesado a pocas personas, Zac entre ellas. Y su apartamento estaba a oscuras.

Zac sabía dónde dejaba Max la llave de reserva, y oyó los gatos antes incluso de abrir la puerta. Siempre le había hecho gracia la debilidad de Max por los gatos. Tenía tres, que enseguida empezaron a rozarse por las piernas de Zac emitiendo quejumbrosos maullidos. Parecían estar hambrientos.

Zac se agachó para recoger a uno de los peludos animalitos, acarició la cabeza de otro y luego se dirigió a la pequeña cocina de Max.

El plato de comida de los gatos estaba vacío. Era absurdo... Max adoraba a sus gatos. Nunca los habría dejado sin comida.

Zac llenó el plato de comida y al instante se vio recompensado con un par de ronroneos. Uno de los animales se restregó por sus tobillos, y otro decidió afilarse las uñas en su espinilla antes de ponerse a comer.

Zac encendió la luz de la cocina. Supuestamente los gatos veían en la oscuridad, pero Max nunca les dejaba las luces apagadas.

La vecina del piso de arriba, una viuda regordeta que también amaba los animales, prometió cuidar de los gatos hasta que Max regresara.

Zac, sin embargo, tuvo el presentimiento de que Max no volvería nunca.

Caminó por la nevada calle hasta la iglesia de Santa Ana. Quedaba lejos y no llevaba chaqueta, pero le importaba una mierda. Habían ocurrido demasiado desgracias en las últimas veinticuatro horas.

Normalmente, era una persona cínica, pragmática y realista. Pero ahora le rondaban en la cabeza toda clase de macabras fantasías, y estaba a punto de enamo...

Diablos, no. Solamente necesitaba asistir a una reunión para aclarar su mente. Luego se pasaría por el apartamento de Max y encontraría allí a su viejo amigo, que tendría una excusa perfectamente válida para haberse ausentado del apartamento.

Después, cuando regresara al garaje, agarraría a Vanessa, la metería en su coche y le cerraría la puerta.

O tal vez ni siquiera la tocaría. Tocarla solía acarrearle problemas. Podría echarla con facilidad simplemente hablándole.

Aunque lo más seguro era que se hubiese marchado ya. Zac así lo esperaba.

Encendió un último cigarrillo antes de entrar en la reunión. Los domingos por la noche, Santa Ana estaba abarrotada. El café era horrible, pero al menos estaría caliente. Y tal vez las cosas empezarían a tener algo de sentido.


Vanessa se derrumbó en una de las sillas de la cocina y miró la puerta con incredulidad. Zac se había largado, sin más. La había llevado al borde del orgasmo y luego se había ido como si tal cosa.

Debía de haber superado su obsesión con increíble rapidez, se dijo amargamente. No había tardado mucho en saciar un deseo acumulado durante doce años.

Que se fuera a la mierda. Que se fueran todos a la mierda. Estaba cansada de sentirse vulnerable, necesitada e indefensa. ¿Que Zac había desinflado los neumáticos? Pues bien, Vanessa había visto el compresor y se las arreglaría para inflarlos ella solita. Inteligencia y determinación no le faltaban. Luego se marcharía pitando antes de que él regresara. Eso era lo que Zac quería, ¿verdad? Lo que ambos querían.

Si no conseguía inflar los neumáticos, se llevaría el primer coche que lograra poner en marcha. Cualquiera menos el Cadillac amarillo. Prefería caminar descalza por la nieve antes que volver a meterse en aquel maldito coche.

Era la primera vez que se quedaba sola en el garaje. Sin la música de Zac sonando a todo volumen, aquel sitio parecía vacío y desolado. Embrujado, casi.

Sus zapatos estaban manchados de sangre, pero eso no le importaba. Se los puso y después se dirigió hacia el taller, negándose a mirar hacia atrás. No conseguía librarse de la sensación de que alguien o algo la observaba, y ahora, al estar el garaje desierto, dicha sensación era aún más intensa.

El viejo edificio crujía con el viento, que hacía temblar las ventanas y sacudía las puertas del taller. Arriba se oían unos débiles ruidos. Más ratas, supuestamente. Vanessa también oyó el sonido de sus propios pasos mientras caminaba por el suelo de cemento hacia el viejo Volvo.

Evitó intencionadamente mirar el Cadillac. Le daban ganas de darse de cabezazos contra la pared por haber sido tan estúpida. Había hecho exactamente lo que Zac quería. Y lo que quería era tirársela en el asiento trasero de su descapotable, como debió haber hecho muchos años antes.

Claro que ella también puso su granito de arena. ¿Cómo se le había ocurrido hacerle una felación, cuando era algo que solía darle asco? ¿Y cuál de los dos seguía aún excitado? ¿Cuál se había marchado sin pensárselo dos veces?

Engañándose no conseguiría más que malgastar energía, se dijo Vanessa. Era mejor aceptar la verdad y reconocer que siempre había deseado a Zac Efron. Probablemente nunca dejaría de desearlo.

No podía soportar el inquietante silencio del taller. Puso un compacto elegido al azar y subió el volumen de la música antes de acercarse al coche.

El compresor era algo más complicado que los que había en las gasolineras y no tenía manómetro. Vanessa tendría que calcular a ojo la cantidad de aire necesaria para inflar los neumáticos. Luego, una vez que se hubiera marchado de allí, se detendría en alguna estación de servicio para que un profesional los ajustase.

Infló sin problemas tres neumáticos, pero el cuarto decidió resistirse. Después del tercer intento, Vanessa se dio cuenta de que el maldito neumático tenía un corte.

¿Por qué iba Zac a hacer algo semejante, cuando lo único que pretendía era demorar su marcha? ¿Por qué iba a estropear el neumático? Zac Efron podía ser muchas cosas, pero no era mezquino.

Ni Vanessa Hudgens era una derrotista. Había cambiado neumáticos en otras ocasiones, y no tendría problemas para cambiar aquél.

Al ponerse de pie, se sintió ligeramente mareada. Había comido poco, se dijo mientras se apoyaba con una mano en el parachoques del Volvo. Ya comería cuando se largara de allí. Aunque el solo hecho de pensar en la comida hizo que se le revolviera el estómago.

Rodeó el vehículo. En el suelo, debajo del maletero, había una mancha de color oscuro, y Vanessa maldijo entre dientes. Debía de ser un escape de aceite o de líquido de frenos. Algo oscuro y viscoso que se extendía debajo del coche, en la oscuridad.

Vanessa estaba a punto de abrir el maletero cuando en el equipo empezó a sonar otra canción. Se quedó petrificada.

La voz quejumbrosa de Bono, el vocalista de U2, llenaba el taller, y Vanessa no sabía qué le dolía más, el corazón o el estómago revuelto.

Aquella música evocaba amor y sexo, y resonaba en lo más hondo de su alma.

También le dolía la cabeza, pero hizo un esfuerzo para alejarse del Volvo y parar aquella maldita canción antes de que la hiciera llorar. Tendría que haber corrido, pero, por algún motivo, parecía moverse a cámara lenta. El olor a gases de escape que impregnaba el taller era más intenso que nunca. Cuando Vanessa logró por fin apagar el atronador estéreo que había encendido fácilmente un rato antes, estaba a punto de desmayarse.

El desierto taller tendría que haberse quedado en silencio, pero no fue así. El motor de un coche rugía vilmente.

Vanessa avanzó hacia los vehículos aparcados en el lado izquierdo del taller, solo para darse cuenta de que el ruido procedía de todas partes. Había más de un coche en marcha, bombeando monóxido de carbono en la habitación. Con razón estaba mareada y tenía ganas de vomitar.

Lo mejor que podía hacer era salir corriendo de allí antes de perder el conocimiento. Trató de correr hacia la puerta de la cocina, pero era como caminar sobre una masa de gelatina. Se le enredaron los pies y cayó de bruces en el suelo de cemento.

Vanessa intentó levantarse, pero le fallaron los brazos. Se dejó caer de nuevo, recostó la mejilla en el rugoso cemento y empezó a cerrar los ojos. Si no se levantaba, moriría. Era así de simple. Solo una persona podía haber puesto los motores en marcha. Zac debía de haber regresado, sin que ella se diera cuenta, para acabar lo que había empezado un rato antes.

No tenía sentido. Él no tenía motivos para querer matarla. Aunque quizás un hombre apodado «Asesino» no necesitaba ningún motivo. Tal vez ya se había hartado de tener que aguantarla.

Trató de moverse, de arrastrarse hacia la puerta, pero no pudo. Intentó abrir los ojos y creyó ver a alguien de pie delante de la puerta cerrada.

Ness: Auxilio... -suplicó con voz ronca, pero la figura no se movió-.

Los párpados le pesaban como el plomo, pero se obligó a abrir los ojos y miró al hombre que permanecía entre las sombras.

Y entonces comprendió que se estaba muriendo y que no podía hacer nada para evitarlo. Porque Mike estaba allí de pie, a su lado, esperando a que se reuniera con él.

Y Vanessa dejó de luchar.


La miró con verdadero afecto. No importaba que Zac y ella hubiesen estado copulando como conejos. Vanessa siempre había sido su hermanita pequeña y lo había considerado una persona maravillosa. A él le había gustado esa admiración ciega. Naturalmente, Vanessa ignoraba por completo cómo era en realidad. La adoración basada en la ignorancia no tenía mucho valor a la larga.

Tía Isabella, en cambio, sí sabía cómo era. Sabía lo que había hecho, las cosas que seguía haciendo, y lo había amado y protegido igualmente. Le había brindado su protección sin reservas. Y no lo había hecho solo por la memoria de su hermana fallecida. Veía a Mike como si fuera hijo suyo realmente. Se había casado con su primo segundo para preservar el apellido Hudgens y, al final, no había podido tener hijos. Solo quedaba Mike, que se convirtió en el centro de su vida. Vanessa ocupaba un segundo plano, al menos por lo que a Isabella respectaba.

Morir había sido lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Por primera vez, había escapado de la obsesiva devoción de tía Isabella, lo cual resultaba enormemente liberador. Recomendaría la muerte a todo el mundo sin dudarlo... De momento, su existencia fantasmal era la época favorita de su vida.

Vanessa había perdido el conocimiento por completo. Se acercó a ella y la contempló. Matar a alguien querido producía un placer especial... una emoción incomparable. Vanessa le había hecho ese regalo, y le estaba tan agradecido que casi se le saltaron las lágrimas. Se acuclilló para tomarle el pulso. Era lento. Casi inexistente.

La colocó boca arriba. Zac había estado dentro de ella... Él los había visto. Tirarse el cuerpo moribundo de Vanessa sería casi como tirarse a Zac. Algo que había deseado durante mucho, mucho tiempo.

Pero el taller estaba lleno de veneno, y no podía quedarse allí. Además, Zac podía volver.

Le levantó la camiseta, agarró un cuchillo y le rasgó el sujetador. En los senos aún tenía señales hechas por la boca de Zac, por la aspereza de su barba.

El cuchillo estaba muy afilado. Lo había limpiado después de acabar con Max, y lo había vuelto a afilar. Era un hombre que apreciaba sus herramientas y las cuidaba primorosamente.

La piel de Vanessa era morena y suave. Debería tener otras señales además de las de Zac.

Apretó la afilada punta del cuchillo contra la tersa piel.

Cuando hubo terminado, volvió a bajarle camiseta. La sangre empezó a filtrarse enseguida por el tejido de algodón.

Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la débil boca. Un beso con lengua. Luego se levantó.

El monóxido de carbono no debería perjudicar a un muerto. ¿Cuántas veces podía morir un hombre?

Pero aún no estaba preparado para ver a Zac. Volvería a esconderse en uno de sus lugares estratégicos y esperaría a que regresara. A que encontrara el cuerpo de Vanessa. Y entonces empezaría lo bueno.


Cuando Zac salió del sótano de la iglesia, ya estaba nevando otra vez. Iba a ser un invierno terrible, pero a él no le importaba. Prefería la nieve a la lluvia de Rhode Island.

Nada más llegar al taller, volvería a inflar los neumáticos del Volvo y Vanessa podría marcharse. Si no se las había arreglado para inflarlos ella sola, claro. Ganas no le faltaban.

Debería sentirse mejor, se dijo Zac. Normalmente solía sentirse sereno y centrado después de una reunión, pero esa noche no. Se había pasado el rato mirando el reloj, sin escuchar lo que decía el orientador.

Debía encontrar a Max. Debía asegurarse de que Vanessa estaba a salvo. De que sus irracionales sospechas no tenían un ápice de verdad.

Emprendió el camino de regreso a paso ligero. Tenía que combatir el frío, ¿no? Y correr era la mejor manera de hacerlo. En realidad no le preocupaba que Vanessa corriera algún peligro. Al fin y al cabo, ¿quién podría amenazarla?

Pero Zac lo sabía. En su dominio interno, lo sabía, y se sentía fatal por haberla dejado sola.

Oyó la música mucho antes de llegar al garaje. Nirvana, a todo volumen. ¿Qué estaba haciendo Vanessa en el taller? ¿Y qué hacía escuchando a Nirvana, si no le gustaba?

Vio que las puertas del taller estaban cerradas. Selladas, de hecho, por un zócalo de nieve. Y la puerta de la cocina no se abría, estaba atascada con algo. Zac la empujó con el hombro una vez, dos veces, hasta que finalmente se abrió y la silla que la bloqueaba se hizo astillas bajo la fuerza de su cuerpo.

De inmediato olió el monóxido de carbono que se filtraba por debajo de la puerta que daba al taller. No dudó. Vanessa no se había marchado ni estaba arriba. Estaba en aquel taller cargado de aire envenenado.

Echó abajo la puerta de una patada. Una espesa capa de humo azulado cubría el suelo de cemento, y Zac tardó un momento en ver a Vanessa tumbada boca arriba entre las dos hileras de coches.

La tomó en brazos y la sacó del taller rápidamente. Todavía respiraba, y su pulso era regular, aunque Zac ignoraba cuánto tiempo había estado allí dentro.

Hasta la cocina apestaba a gases de escape, de modo que Zac llevó a Vanessa a la calle y la soltó en la nieve. Luego fue en busca de un montón de mantas para taparla.

Cuatro de sus coches estaban en marcha, llenando hasta el último rincón del taller de monóxido de carbono. Zac cortó primero la maldita música y luego intentó parar los coches. Ninguno tenía la llave en el contacto. Alguien les había hecho un puente.

Zac tardó apenas unos segundos en arrancar los cables que hacían funcionar los motores. A continuación, abrió las puertas del garaje para dejar salir el gas y corrió al lado de Vanessa.

Vio que estaba tiritando, lo cual era normal dado que se hallaba tumbada sobre un montón de nieve. Zac retiró las mantas y la tomó en brazos.

Ella gimió antes de abrir poco a poco los ojos. Parecía incapaz de enfocar su visión, y Zac comprendió que tenía que llevarla a un hospital cuanto antes. Pero, de repente, Vanessa saltó de sus brazos, se giró y empezó a vomitar.

Él siguió sosteniéndola igualmente. Cuando hubo dado las últimas arcadas, volvió a tomarla entre sus brazos y ella recostó la cabeza en su pecho.

Zac: Tengo que llevarte a un hospital -dijo al cabo de un momento, acariciándole la mejilla-.

Permanecía arrodillado en la nieve, tenía frío, estaba empapado e incómodo. Pero no quería moverse, no quería soltarla.

Ella meneó la cabeza contra su pecho.

Ness: No. Estoy bien.

Zac: Perdiste el conocimiento. Sabe Dios cuánta mierda de ésa has absorbido. Iremos en tu coche. Si el médico nos confirma que estás bien, podrás marcharte enseguida.

Ness: No podemos ir en mi coche. Rajaste uno de los neumáticos, ¿recuerdas?

El corazón de Zac se había calmado y su cerebro había empezado a funcionar por fin.

Zac: Yo no he rajado ningún neumático.

Ella no dijo nada. Simplemente acurrucó la cabeza contra su pecho, como una gatita que buscara consuelo. Por mucho que le costara, Zac tenía que preguntárselo. Dudaba que Vanessa supiera hacer un puente a un automóvil, pero ¿qué otra persona pudo haber sido? ¿Quién más había allí?

Zac: ¿Intentabas suicidarte? Dime la verdad, Vanessa.

Ella alzó la cabeza para mirarlo. Las lágrimas contenidas hacían brillar sus ojos.

Ness: Que sea tan estúpida como para amarte no significa que valga la pena suicidarse por ti. -Zac parpadeó sorprendido, aunque Vanessa no parecía consciente de lo que acababa de decir-. Había alguien en el taller. Yo había puesto la música muy alta y no oí nada hasta que fue demasiado tarde.

Zac: ¿Estabas escuchando Nirvana?

Ness: No. A U2.

Al menos, sus gustos seguían siendo los que él recordaba. Aún estaba sorprendido por lo que Vanessa había dicho antes.

Zac: Entonces, alguien intentó matarte.

Ness: Sí -apretó el rostro contra la camiseta blanca de Zac-. ¿Fuiste tú?

Zac: Yo no estaba aquí, ¿recuerdas? Además, si quisiera matarte no te habría salvado, ¿verdad? No tendría mucho sentido.

Ness: Nada tiene sentido -murmuró cansada-. ¿Podemos entrar? Tengo el trasero empapado.

Zac: El hospital...

Ness: No. Arregla el maldito neumático y me iré de aquí. No volveré a pisar tu casa nunca más -dijo con voz derrotada-.

Él deseó que volviera a decirle que lo quería. Se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que hasta entonces las mujeres solo le habían dicho eso cuando se estaban corriendo. Cualquiera podía creer que estaba enamorado mientras tenía un orgasmo. Sin embargo, Vanessa Hudgens había inhalado aire envenenado, acababa de vomitar y estaba sentada sobre la nieve, y le había dicho que lo amaba.

A Zac le resultaba tan extraño que apenas podía empezar a asimilarlo. Se levantó, y Vanessa emitió un gemido de dolor.

Zac: ¿Te encuentras bien?

No le gustaba que su voz sonara tan preocupada, pero no podía evitarlo.

Ness: Perfectamente. Creo que podré andar...

Zac: Yo te llevaré.

Para ser sinceros, solo buscaba un pretexto para tenerla abrazada.

En la cocina hacía frío. Las puertas abiertas por las que había escapado el mortífero gas habían dejado entrar el gélido aire nocturno. Zac cerró la puerta de la cocina con el pie, y después cerró también la del taller.

Zac: La habitación se caldeará enseguida... -dijo, pero ella empezó a forcejear-.

Zac siguió sujetándola instintivamente, hasta que Vanessa musitó «cuarto de baño» y no tuvo más remedio que soltarla.

Vanessa entró corriendo en el pequeño aseo que había debajo de las escaleras. Al cabo de un momento, Zac oyó que vomitaba otra vez. Decidió dejarla sola un rato. No era escrupuloso, pero ella sí, de modo que supuso que le haría un favor.

En el taller también hacía un frío glacial. Como el olor ya se había desvanecido, Zac volvió a cerrar las puertas de corredera y luego le echó un vistazo al Volvo.

Vanessa no había mentido. Uno de los neumáticos de la parte delantera estaba rajado. De hecho, sería imposible arreglarlo, aunque Zac podría cambiarlo por otro. Pero si él no había rajado el neumático, solo podía haber sido la propia Vanessa. ¿Quizá buscando una excusa para quedarse?

Qué más quisiera él. Se las había arreglado para inflar ella sola las otras tres ruedas, lo que indicaba que deseaba marcharse. Pero, entonces, ¿quién podía haber rajado el neumático?

El sospechoso más lógico era Max. El leal y entrometido Max, que creía saber lo que era mejor para Zac. Y tenía la estúpida y romántica idea de que Vanessa era la mujer perfecta para su amigo.

Pero Max había desaparecido sin decir palabra, cuando casi nunca salía del barrio. Además, no habría sido capaz de causar semejante destrozo, ni siquiera en nombre del amor.

Vanessa entró en el taller, aún más pálida que antes.

Zac: Sube y acuéstate. Arreglaré tu coche y podrás irte a primera hora de la mañana.

Ness: ¿Por qué voy a fiarme de ti?

Zac: Porque no tienes más remedio.

Al menos, era una respuesta sincera, aunque a Zac no le gustase.

Ness: Esa rata manchó de sangre todo el colchón.

Él ladeó la cabeza y la miró.

Zac: No hace falta que te diga dónde dormirás. Incluso puedes echar el pestillo, si quieres. Yo dormiré aquí abajo, en el sofá.

Sin poder evitarlo, Vanessa miró el sofá de reojo... y sus pálidas mejillas se tiñeron de color.

Zac se sintió fascinado. ¿Cómo podía ruborizarse después de todo lo que habían hecho?

Ness: Está bien.

Antes de que él pudiera responder, se dio media vuelta y desapareció por la estrecha escalera.

Zac deseó con toda su alma ir tras ella. No para echar un polvo, sino para tumbarse con ella en la cama y abrazarla aunque solo fuera un rato, antes de que se marchara para siempre.

Pero no volvería a tocarla. Cumpliría la promesa que se había hecho a sí mismo.

En el taller aún hacía frío, y Zac estaba muerto de cansancio. No le llevaría mucho tiempo arreglar el neumático de Vanessa, y los demás coches podían esperar hasta que ella se hubiese marchado. Entretanto, Zac dormiría unas horas en el desvencijado sofá.

Si tenía suerte y lograba conciliar el sueño.




Awwwwww! Ya empezamos a ver el lado tierno de Zac. Empezaba a pensar que no tenía ¬_¬
¡E incluso cree que podría estar enamorado! ¡Qué mono!

¡Pero Mike es repugnante! Mata a Max, intenta matar a Ness ¡y encima se la quería tirar! ¡Es asqueroso!

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viernes, 13 de junio de 2014

Capítulo 15


Zac no daba créditos a sus oídos. Vanessa se dio media vuelta y caminó hasta el viejo Cadillac. Tenía el mismo aspecto que cuando era una jovencita de dieciséis años.

Él la siguió. Empezó a desabotonarse la camisa de franela al llegar al Cadillac, pero Vanessa lo detuvo. Luego le desabrochó los botones ella misma. Cuando le hubo quitado la camisa, apretó los labios contra su acelerado corazón mientras bajaba las manos hasta el cinturón.

Lo tocó a través de la gruesa tela de los vaqueros, acariciándolo lentamente con los dedos, y Zac emitió un jadeo ahogado.

Zac: Como no subamos al coche ya, dudo que podamos hacerlo -dijo con voz áspera-.

Vanessa alzó los ojos para mirarlo. Tenía el cabello sobre la cara y las mejillas congestionadas.

Ness: Ya estamos en el coche.

Zac: Soy capaz de tumbarte en el suelo de cemento.

Ness: No parece muy cómodo.

Ya le había desabrochado el botón de los vaqueros y le estaba bajando la cremallera con delicadeza, sin tocarlo apenas. Aquel leve roce resultaba más erótico que la caricia de una mano experimentada.

Zac: Súbete al maldito coche -dijo entrecortadamente-.

Ness: Dentro de un momento -le bajó el pantalón y se arrodilló delante de él. Tomó el miembro con la boca, solo para probarlo. Él dejó escapar un desesperado gemido de placer. Ella se retiró al instante y lo miró con los ojos muy abiertos-. ¿Te he hecho daño?

Zac: No. Dios, no.

Enterró los dedos en su pelo y la empujó otra vez hacia sí con suavidad.

Era lo más erótico que había sentido en toda su vida. Vanessa no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Simplemente experimentaba, tocando, saboreando, chupando. Zac no tuvo que guiarla. Se apoyó en el Cadillac, por miedo a que le fallaran las rodillas, y dejó que ella lo llevara al borde del orgasmo con su boca dulce e inexperta. Al oír sus gemidos, comprendió que estaba tan excitada como él.

Se retiró de ella, la tomó en brazos con facilidad y la introdujo en el coche. El asiento trasero del Cadillac era tan grande que casi parecía una cama. Después de quitarle las braguitas de algodón, Zac empujó suavemente a Vanessa para que se echara en el asiento, pero ella negó con la cabeza. Cambió de posición y se puso encima mientras él se recostaba en el respaldo de cuero.

Zac le deslizó la mano debajo de la falda y comprobó que estaba húmeda. Preparada.

Ness: Enséñame cómo se hace -susurró-.

Los condones estaban en el pantalón, fuera del coche. Y Zac no pensaba parar por nada del mundo. Se agarró el miembro y lo acercó a la vagina de Vanessa, rozándola apenas. Notó cómo ella se estremecía.

Zac: Solo tienes que moverte despacio. Ya verás cómo te gusta... -Vanessa ya se estaba introduciendo el miembro lentamente, y Zac apenas podía hablar-. Después sigue moviéndote.

Ella siguió sus instrucciones. Despacio, muy despacio, fue bajando hasta poseerlo por completo. Zac le rasgó el vestido y le cubrió los senos con las manos, tocándola, acariciándola hasta que sintió que su cuerpo se contraía y se tensaba alrededor del miembro.

Con un jadeo de pura necesidad, Vanessa se echó encima de Zac y recostó la cabeza sobre su hombro.

Sus pechos eran extraordinariamente sensibles. Tenía los pezones duros como piedras, y Zac deseó paladearlos con la boca. Iba a hacerlo cuando Vanessa le susurró al oído:

Ness: Quería que te corrieras en mi boca. -Él casi, se corrió entonces. Su miembro pareció hincharse dentro de ella, y Vanessa lo miró con los ojos abiertos de par en par-. Todavía no.

Y empezó a moverse.

Zac la dejó hacer. Sus movimientos cobraron velocidad. Empezó a jadear, a emitir fuertes gemidos, y él la rodeó con los brazos y elevó las caderas mientras ambos alcanzaban el clímax al mismo tiempo. Ella dejó escapar un grito agudo y suave antes de derrumbarse sobre Zac, llorando. Parecía una muñeca rota, pero él sabía que se sentía satisfecha. Aunque le faltaba el aliento, la obligó a alzar la cabeza y le dio un suave y apasionado beso en los labios. Sintió que una nueva contracción recorría su cuerpo.

Zac dejó la ropa desperdigada en el suelo del taller y cerró la puerta con el pie. Luego llevó a Vanessa arriba, a su cama. Se tumbó a su lado y la abrazó fuertemente y, por primera vez en su vida, durmió con una mujer.

Cuando Vanessa se despertó, era de día y estaba sola. Zac había pasado la noche con ella. Abrazado a ella. En un momento determinado, Vanessa se había despertado y lo había sentido dentro de sí. En otro momento simplemente permanecieron allí tumbados, besándose sin parar. Zac sabía besar muy bien. Sabía hacerlo todo muy bien.

Vanessa tenía frío, estaba sudada y sentía dolores en todas partes. Necesitaba ducharse y ponerse ropa limpia. Pero, sobre todo, necesitaba a Zac.

No se oía ninguna música en el taller. Vanessa se levantó de la cama y se envolvió con la sábana.

¡Maldición, cómo le dolía el cuerpo! Pero un buen baño caliente haría maravillas.

Fue hasta el cuarto de baño y llenó la bañera hasta el borde. Al meterse en la bendita agua caliente, exhaló un suspiro de placer. ¿Cómo podía estar tan destrozada y sentirse tan bien al mismo tiempo?

Recostó la cabeza en el frío borde de la bañera y cerró los ojos. Notó que una sonrisa se formaba en su semblante. Zac le había dicho que podía hacerla gritar, y era cierto. Pero no le había dicho que podía hacerla sonreír.

Cuando se sintió lista para salir de la bañera, miró alrededor. En el cuarto de baño solo había una toalla, y estaba mojada. La toalla de Zac. Vanessa se la acercó al rostro y pudo oler el jabón y champú que había utilizado. Inhaló el aroma, como si fuera una droga, y por primera vez comprendió por qué Zac había guardado el vestido. Ella también se habría llevado aquella toalla y habría dormido con ella, como la adolescente enamorada que había sido siempre.

Se envolvió de nuevo en la sábana y, al regresar a su cuarto, comprobó que Zac había subido la maleta. Se puso rápidamente los vaqueros y un viejo suéter de lana. Estaba preguntándose si Zac subiría al cuarto cuando oyó un ruido arriba. Un crujido débil, como la pisada de un fantasma.

Se quedó muy quieta y escuchó atentamente. Otro ruido. Como si arrastraran algo por el suelo. Zac debía de estar en el piso de arriba, aunque Vanessa ignoraba qué hacía allí.

Lo más lógico habría sido bajar a la cocina, buscar algo para desayunar y mantenerse alejada de Zac mientras fuera posible. Su cuerpo necesitaba recuperarse y sabía que, si él volvía a tocarla, sería incapaz de negarse.

Pero en aquellos momentos su cerebro no se guiaba por la lógica. Decidió subir para ver qué estaba haciendo Zac.

La escalera estaba sumida en la oscuridad.

De haber tenido una imaginación hiperactiva, Vanessa habría pensado que allí arriba había monstruos esperándola. Pero era una mujer realista. Salvo en lo que a Zac Efron se refería.

Los peldaños crujían bajo sus pies. Vanessa subió con cuidado, pues no quería pisar otra rata reventada. Además, tenía la extraña sensación de que alguien o algo la observaba.

El pasillo era igual que el del piso inferior. Todas las puertas estaban cerradas a cal y canto. Todas menos una situada en el lado izquierdo del pasillo. La única luz procedía de aquella habitación. El grisáceo resplandor del día.

Ness: ¿Zac? -llamó. No hubo respuesta. Solo un ruido de algo que se movía en la habitación. No eran pisadas de ratas. Era algo más grande, más contundente. Vanessa avanzó por el pasillo, pisando con fuerza el crujiente suelo para hacer notar su llegada-. ¿Zac? -repitió-.

Tampoco entonces hubo respuesta.

Llegó hasta la puerta y vio que estaba entreabierta. Vanessa la empujó para abrirla del todo, pero en la habitación no había nadie. Ni un alma.

Permaneció inmóvil mientras sus ojos se acostumbraban a la tenue luz. La habitación era idéntica a la suya, aunque estaba completamente vacía. Las paredes y el suelo de madera estaban cubiertos de manchas oscuras, había varios desconchones en el yeso, como si alguien hubiese estrellado algo contra la pared. Las manchas eran más oscuras allí.

Vanessa pudo sentir el dolor y la maldad que la envolvían como un gélido manto. Y comprendió que fue allí donde Mike había muerto. Las manchas eran las marcas de su sangre.

El calor de la calefacción no llegaba hasta aquel piso. O, si llegaba, ella no podía sentirlo. Solo podía sentir el dolor y el horror que habían llenado aquella habitación tres meses atrás, que aún vivía dentro de aquellas cuatro paredes, sediento de venganza.

Vanessa notó una presencia detrás de ella, y un escalofrío de terror le recorrió la columna. Allí no había nadie, le dijo su mente racional. Pero sabía que ya no estaba sola y no se atrevía a volverse, temerosa de lo que pudiera ver. Permaneció inmóvil, con los ojos clavados en la habitación cubierta de sangre reseca.

Algo la empujó con fuerza, algo tan insustancial como una ráfaga de viento. Vanessa cayó hacia el interior de la habitación y el suelo cedió bajo sus pies.

Gritó. Se había hundido hasta las rodillas en los podridos tablones y estaba atrapada. Miró rápidamente hacia la puerta, pero no vio a nadie.

La madera se había desmoronado a su alrededor y, cada vez que forcejeaba para liberarse, se hundía aún más a medida que el suelo seguía cediendo. De repente, temió que unas manos fantasmales tirasen de ella desde abajo para arrastrarla hasta algún infierno indescriptible, y volvió a gritar, esta vez llamando a Zac.

Cuando oyó el fuerte ruido de sus pisadas en la escalera, suspiró con alivio. Él no podía haberla empujado. No habría tenido tiempo de empujarla, bajar y subir de nuevo.

Zac la agarró por los brazos y la sacó de entre los tablones podridos mientras ella emitía un grito de dolor. Después la arrastró hasta el pasillo. Vanessa se apoyó en la pared, con las piernas temblorosas, y observó cómo él cerraba la puerta y echaba el pestillo, dejando allí dentro la maldad. La verdad.

Zac: ¿Qué coño hacías ahí dentro?

Vanessa empezaba a sentir un dolor punzante en la pierna. Le temblaba todo el cuerpo.

Ness: Fue ahí donde murió, ¿verdad? -inquirió con voz baja, tensa-. En esa habitación asesinaron a Mike. Hay manchas de su sangre por todas partes. Dios santo, ¿no podías haber limpiado la sangre, por lo menos?

Silencio.

Apenas podía ver la silueta de Zac en el oscuro pasillo. Era imposible leer su expresión.

Zac: No deberías haberte puesto a husmear.

Ness: ¡Diablos, ni siquiera debería haber venido, y ambos lo sabemos! Mi lugar no está aquí y desde luego, no está en tu cama.

Zac: Ni en el asiento trasero de mi coche. Ni en la cocina. Ni en el suelo del taller. Ni dondequiera que acabemos haciéndolo. Pero es ahí donde deseas estar.

El dolor que Vanessa sentía en la pierna no era nada comparado con la dureza de sus palabras.

Ness: Vete al infierno.

Se retiró de la pared, pero le fallaron las piernas. Zac la tomó en brazos rápidamente.

Zac: Deja de forcejear -gruñó mientras se retorcía para zafarse de sus brazos-. Me harás enfadar, y no te conviene verme enfadado. Estás herida y no puedes caminar, así que cállate y déjame ayudarte.

Una vez que llegaron a la cocina, Zac la sentó encima de la mesa de roble. Había algo en el fuego, algo que olía deliciosamente. Vanessa notó que su estómago vacío gruñía a causa del hambre.

Intentó bajarse de la mesa, desde luego, pero él la sujetó.

Zac: No hagas que me cabree todavía más. Te has lastimado la pierna y no quiero que me pongas una demanda. No tengo seguro y, aunque sé que te encantaría quitarme el taller y quemarlo hasta los cimientos como tributo a tu querido Mike, he trabajado mucho para comprarlo y no pienso perderlo. Así que quédate quietecita y deja que te eche un vistazo. Mierda -añadió al cabo de un momento-.

Ness: Mierda -repitió al ver la sangre en la pernera de los tejanos-.

Con razón le dolía tanto.

Zac: No te muevas. -Fue hasta un cajón y sacó algunas cosas. Luego regresó y le cortó el pantalón hasta la rodilla con unas tijeras antes de que pudiera protestar. Tenía tres tajos profundos en la pierna. Ya no sangraba, pero tenía el pie empapado de sangre-. Échate en la mesa.

Ness: Me parece que eso ya lo he oído antes -dijo con tono sarcástico-.

Zac: Compórtate, Vanessa.

La empujó con suavidad y ella obedeció, cerrando los ojos.

Ness: ¿Me empujaste tú? ¿Arriba, en esa habitación?

Zac, que había empezado a desinfectar las heridas con sumo cuidado, apenas dudó.

Zac: No quería que entraras allí. ¿Por qué iba a empujarte? Las tablas del suelo están muy podridas. He reparado el tejado esta misma primavera, porque estaba lleno de goteras. Pero no me quedó dinero para arreglar el maldito suelo. ¿Para qué diablos subiste?

Ness: Oí que algo se movía allí arriba. Pensé que eras tú.

Zac: Yo estaba en el taller. Eso que oíste sería una rata. Este sitio debe de estar infestado de ellas. Nadie sube nunca ahí arriba. -Vanessa se estremeció. Cuando él hubo terminado de vendarle la pierna, se incorporó y lo miró. Tenía las manos manchadas de su sangre-. ¿Te encuentras bien? -preguntó, casi a desgana-. Estás pálida como un fantasma.

Ness: Los fantasmas no existen, ¿verdad? Mike murió. No puede volver.

Zac: Sí, murió. Yo identifiqué el cadáver, Vanessa. No hay duda de que era él, a pesar de las condiciones en que estaba.

Ness: ¿Condiciones? -repitió con voz débil-.

Zac: Vamos, Vanessa, sabes muy bien en qué estado quedó. Lo golpearon hasta reducirlo a sanguinolenta pulpa. Ni la misma Duquesa lo habría reconocido, de no ser por la ropa y las joyas que llevaba.

Ness: Entonces, ¿no pudo producirse un error en la identificación?

Zac negó con la cabeza.

Zac: Yo estaba aquí cuando sucedió todo, Vanessa. Mike nunca llegó a salir del garaje.

Ness: ¿Cómo que estabas aquí? -inquirió empezando a dudar-. ¿Sabías lo que estaba ocurriendo?

Zac no la miró.

Zac: Yo no era la niñera de Mike. Se alojaba en el tercer piso, ¿recuerdas? Y yo trabajo en el taller con la música a todo volumen.

No era una respuesta sincera. Zac había ido hasta el fregadero para lavarse las manos, y Vanessa notó lo tenso que estaba.

Ness: Me estás mintiendo.

Él la miró por encima del hombro.

Zac: ¿De qué me acusas, pequeña? ¿De asesinar a Mike? ¿De atraerte al tercer piso para intentar matarte? ¿No crees que podría haberte estrangulado en la cama, sencillamente?

Vanessa se bajó de la mesa. El tobillo le dolía, pero podía aguantarse de pie.

Ness: No sé qué creer. Lo único que sé es que mientes.

Zac se dio media vuelta y se apoyó en el fregadero.

Zac: ¿Sí? ¿Quieres que te demuestre cuánto te importa?

Ness: ¿Qué quieres decir?

Zac empezó a acercarse lentamente, y Vanessa se quedó paralizada. Aquel hombre era el peligro personificado, y todos sus instintos le gritaban que huyese. Pero permaneció donde estaba.

Él se inclinó y le susurró al oído:

Zac: No te importa que yo matara o no a Mike. No te importa que pueda tener algún absurdo motivo para matarte. Tan solo tengo que tocarte, y todo dejará de importarte -le deslizó la mano entre las piernas. A pesar del tejido de los vaqueros, ella se estremeció y se inclinó hacia él. Zac le pasó los labios por el cuello-. Se llama atracción sexual, pequeña -murmuró-. Estás en mi poder, y lo que yo haya hecho o pueda hacer no importa nada. Lo único que importa es que harás lo que yo diga. ¿Verdad?

Vanessa deseaba tocarlo. Deseaba rodearlo con los brazos y atraerlo fuertemente hacia sí. Deseaba hacer todo lo que él le pidiera, y más.

Pero no podía.

Ness: ¿Tuviste algo que ver con la muerte de Mike?

Apenas fue capaz de pronunciar las palabras.

Esperaba que Zac se retirase de ella, pero no lo hizo. Le encajó un muslo entre las piernas y empezó a acariciarla. Ella jadeó.

Zac: ¿Confías en mí?

Vanessa deseaba confiar en él. Deseaba vaciar su mente y su corazón de todo lo que no fuera Zac. Iba a hacer que se corriera si seguía haciendo aquello, y ella no quería. Quería que parase, que le hablase, que le dijera que no debía temer nada, que podía confiarle su misma vida.

Zac: ¿Confías en mí? -repitió sin dejar de acariciarla con el fuerte muslo, y Vanessa notó los temblores de un incipiente orgasmo. Le costaba respirar. De no estar apoyada en la mesa, se habría derrumbado en el suelo. Estaba a punto, y él lo sabía-. ¿Confías? -preguntó una vez más, pasando suavemente los labios por los de Vanessa, y ella deseó más-.

Ness: No -gimió-.

Zac: ¿No? ¿Qué quieres decir, que no haga esto o que no confías en mí?

Ness: Yo... yo... -temblaba tanto que casi no podía hablar-. No, no confío en ti -dijo al fin-. Y no, no pares.

Zac se retiró tan bruscamente que ella estuvo a punto de caer de espaldas sobre la mesa. Alzó la cabeza para mirarlo, desconcertada, pero él ya se había alejado.

Zac: Lo siento, pequeña. No puedes tener lo uno sin lo otro.

Salió a la oscuridad de la noche y cerró dando un fuerte portazo.




¡Por Dios! ¡Demasiados detalles! ¡Con decir que se acostaron en el coche hubiera bastado! ¡Qué animales!
Viernes 13 y curiosamente Vanessa casi se rompe las piernas. ¿Coincidencia? XD XD


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