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martes, 31 de marzo de 2020

Capítulo 2


Unos días después, Vanessa pensó que, si había algo que no necesitaba, era que la apartaran de su trabajo para asistir a una reunión. Tenía a los mecánicos trabajando en el edificio principal, a los remachadores en el balneario y debía ocuparse de las rencillas que aún existían entre Rodríguez y Swaggart. No era que aquellos asuntos no pudieran seguir adelante sin ella, pero le parecía que podía ocuparse de ellos mejor que nadie. Sin embargo, allí estaba, en el despacho de Tim, esperando que él apareciera.

Nadie tenía que decirle lo justos que andaban para terminar el proyecto. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer para conseguir que el contrato se terminara a su debido tiempo. Todos los momentos de su existencia estaban dedicados a su trabajo.

Se pasaba todos los días sudando en la obra, con las cuadrillas y los supervisores, ocupándose de todos los detalles, por pequeños que estos fueran.

Por las noches, se tumbaba en la cama al atardecer o se ponía a trabajar hasta las tres de la mañana, acicateada por el café y la ambición. El proyecto era mucho más suyo que de Tim Thornway. Se había convertido en algo personal de un modo que no podía explicar. Para ella, era un tributo al hombre que había tenido la suficiente fe en ella como para empujarla y hacer que no se conformara con segundos platos. En cierto modo, aquel era el último trabajo que iba a realizar para Thomas Thornway y quería que fuera perfecto.

No la ayudaba mucho tener un arquitecto que pedía materiales que disparaban los costes y que provocaba retrasos inevitables. A pesar de Zac Efron, de sus lavabos de mármol y de sus azulejos de cerámica, Vanessa iba a conseguir sacar adelante aquel proyecto. Es decir, si no tenía que abandonar constantemente su puesto de trabajo para acudir a reuniones interminables.

Con impaciencia, se dirigió a la ventana. Estaba desperdiciando el tiempo y había pocas cosas que la enojaran más que el desperdicio de cualquier clase. Tras mirar al reloj, decidió que no iba a permanecer allí de brazos cruzados durante mucho tiempo más. Aquel había sido el despacho de Thomas Thornway. Tim había realizado una serie de cambios en la decoración. Había puesto plantas, cuadros y una gruesa alfombra de color salmón. El viejo Thornway había preferido utilizar las alfombras oscuras, para que no se notara el polvo y la suciedad. Sin embargo, al contrario que Thomas, Tim no visitaba con frecuencia las obras ni le pedía a su capataz que se reuniera con él allí.

Vanessa decidió no seguir pensando en el tema. Evidentemente, Tim dirigía la empresa de un modo diferente. Era su negocio y podía hacer lo que quisiera. El hecho de que ella hubiera admirado y apreciado tanto al padre no significaba que tuviera que criticar al hijo.

No podía evitarlo. A Tim le faltaban el empuje y la compasión que habían formado parte de su padre. Con Thomas Thornway, se construía por el amor a la construcción. Con Tim Thornway, siempre se estaba pensando en los beneficios económicos.

Si Thomas estuviera todavía vivo, Vanessa no estaría pensando en dejar la empresa. No sentiría remordimiento alguno cuando llegara la hora de marcharse. Más bien al contrario, solo sentía excitación y nerviosismo. Fuera lo que fuera lo que ocurriera a continuación, lo haría por sí misma.

Reconocía que la idea resultaba tan aterradora como apremiante. Todo era desconocido para ella. Como Zac Efron.

Aquel pensamiento era ridículo. Él no era aterrador ni apremiante. Tampoco era desconocido. Solo era un hombre, algo molesto por cierto, por la frecuencia con la que aparecía por la obra. Era la clase de hombre que sabía que resultaba muy agradable mirarlo y que explotaba aquel sentimiento.

Vanessa había conocido antes a tipos como Zac. De hecho, podía considerarse afortunada por haber caído presa solo una vez de un rostro hermoso y unas palabras agradables. Algunas mujeres no aprendían nunca y volvían a caer una y otra vez en la trampa. Su madre era una de ellas. A Jessie Hudgens le habría bastado mirar una sola vez a un hombre como Zac para lanzarse. Afortunadamente la hija no se parecía nada en eso a su madre. Vanessa no sentía un interés personal por Zac Efron y casi no podía tolerarlo profesionalmente. Cuando él entró en el despacho minutos más tarde, Vanessa se preguntó por qué sus pensamientos y sus sentimientos no parecían concordar.

A los pocos segundos, Tim entró también en el despacho.

Tim: Vanessa, siento haberte tenido esperando -dijo con una sonrisa-. El almuerzo se extendió más de la cuenta.

Ness: Me interesa mucho más saber por qué me has hecho venir de la obra -replicó frunciendo el ceño-.

La hora a la que debería haberse celebrado esa reunión era su hora para comer.

Tim: Pensé que nos hacía falta un cara a cara -comentó tras tomar asiento-.

Inmediatamente, les indicó a Vanessa y a Zac que hicieran lo mismo.

Ness: Has visto los informes.

Tim: Por supuesto. Tan completos como siempre. Esta noche voy a cenar con Barlow padre. Me gustaría darle algo más que datos y cifras.

Ness: Pues puedes darle las objeciones que yo tengo con respecto al diseño interior del edificio -replicó tras mirar brevemente a Zac-.

Tim: Pensaba que ya habíamos solucionado ese tema.

Ness: Tú me has preguntado -repuso encogiéndose de hombros-. Puedes decirle que se debería haber terminado el cableado de la estructura principal para finales de semana. Es un proceso complejo, dado el tamaño y la forma del edificio. Además, va a costarle a su empresa una fortuna.

Zac: Tiene una fortuna. Creo que les interesa más el estilo que ahorrar en la factura de la electricidad.

Tim: Por supuesto -apostilló. Aquel proyecto iba a reportarle muchos beneficios-. He examinado los planos y te puedo asegurar que nuestro cliente recibe solo lo mejor, tanto en materiales como en capacidad profesional.

Ness: Te sugiero que le digas que venga a verlo él mismo.

Tim: Bueno, no creo que…

Zac lo interrumpió.

Zac: Estoy de acuerdo con la señorita Hudgens. Es mejor que venga ahora y diga si hay algo que no le gusta en vez de que lo haga más tarde, cuando todo esté plasmado en hormigón.

Tim frunció el ceño.

Tim: Ya se han aprobado los planos.

Zac: Las cosas siempre tienen un aspecto diferente sobre el papel -observó mientras miraba a Vanessa-. Algunas veces, la gente se sorprende mucho cuando ve el proyecto terminado.

Tim: Naturalmente se lo sugeriré. Vanessa, en tu informe he visto que sugieres extender el descanso para almorzar para que sea de una hora.

Ness: Sí. Quería hablar contigo al respecto. Después de unas semanas en la obra, he visto que hasta que el tiempo nos dé un respiro, los hombres van a necesitar un descanso más largo a mediodía.

Tim: Tienes que comprender lo que supone en términos de tiempo y dinero un aumento de treinta minutos.

Ness: Y tú tienes que comprender que los hombres no pueden trabajar bajo ese sol sin un descanso adecuado. Las tabletas de sal no son suficientes. Tal vez estemos en marzo y tal vez se esté muy bien en el interior de un edificio cuando uno se está tomando un segundo martini, pero allí este calor es asfixiante.

Tim: A esos hombres se les paga para que suden -le recordó-. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que será mejor para ellos que tengan los edificios bajo techado para cuando llegue el verano.

Ness: No podrán hacerlo si se desploman por agotamiento o insolación.

Tim: Creo que aún no se me ha informado de que haya ocurrido algo así.

Ness: Todavía no -afirmó tratando de contenerse-. Tim, necesitan más descanso. Trabajar bajo ese calor agota a un hombre. Te debilita, te hace cometer descuidos y entonces vienen las equivocaciones… equivocaciones que pueden resultar muy peligrosas.

Tim: Yo pago a un capataz para que se ocupe de que nadie cometa equivocaciones.

Vanessa se puso de pie. Estaba lista para explotar cuando la voz de Zac se lo impidió.

Zac: ¿Sabes una cosa, Tim? Los hombres suelen extender de todos modos el tiempo que tienen para comer. Si les das treinta minutos más, se sentirán bien, agradecidos. La mayoría no se tomará más. Terminarás consiguiendo que se haga la misma cantidad de trabajo y tendrás el aprecio de tus hombres.

Tim: Tiene sentido -admitió-. Lo tendré en cuenta.

Zac: Hazlo -entonces, se puso de pie-. Yo voy a regresar a la obra con la señorita Hudgens. Así podremos hablar de cómo podemos trabajar más estrechamente juntos. Gracias por el almuerzo, Tim.

Tim: De nada.

Antes de que Vanessa pudiera hablar, Zac la había tomado por el codo y la estaba sacando del despacho. Cuando consiguió zafarse de él, ya estaban delante de los ascensores.

Ness: No necesito que me muestre el camino -le espetó-.

Zac: Bueno, señorita Hudgens, parece que, una vez más, no estamos de acuerdo -entró en el ascensor con Vanessa y apretó el botón del aparcamiento-. En mi opinión, le vendría muy bien algunos consejos sobre cómo manejar a los mentecatos.

Ness: No necesito que… -Rápidamente se interrumpió y miró a Zac. El gesto divertido que vio en sus ojos le hizo esbozar una sonrisa-. Supongo que se refiere a Tim.

Zac: ¿Acaso he dicho yo eso?

Ness: Tengo que asumir que sí, a menos que estuviera hablando sobre sí mismo.

Zac: Elija usted.

Ness: Me lo pone muy difícil.

En aquel momento, el ascensor llegó a la planta en la que se encontraba el aparcamiento. Vanessa extendió la mano para evitar que la puerta se volviera a cerrar y empezó a estudiar a Zac. En sus ojos se adivinaba una aguda inteligencia y una gran seguridad en sí mismo. Ella estuvo a punto de suspirar, pero prefirió salir del ascensor.

Zac: ¿Se ha decidido ya? -le preguntó tras salir él también-.

Ness: Digamos que ya sé cómo ocuparme de usted.

Zac: ¿Cómo será eso?

Los tacones de las botas de ambos resonaban mientras avanzaban entre los coches.

Ness: ¿Ha oído hablar de los postes de tres metros?

Zac: Vaya, no me parece que ese sea un comentario muy amistoso.

Ness: Sí -se detuvo delante de un todoterreno. Tenía muchos arañazos y estaba cubierto de polvo. Tenía los cristales tintados para combatir el duro sol. Sacó las llaves-. ¿Está seguro de que quiere ir a la obra? Podría dejarlo en su hotel.

Zac: Tengo un ligero interés por este proyecto.

Ness: Como usted quiera.

Cuando Zac se sentó en el interior del vehículo, echó hacia atrás el asiento hasta que casi pudo estirar las piernas. Vanessa se sentó detrás del volante y arrancó el motor. La radio y el aire acondicionado se pusieron a funcionar inmediatamente. La música sonaba muy alta, pero ella no se molestó en bajarla. Sobre el salpicadero se veían una serie de imanes decorativos, que a su vez sujetaban trozos de papel en las que había unas notas garabateadas. Por lo que Zac podía distinguir, ella tenía que comprar pan y leche y comprobar cincuenta toneladas de hormigón. ¿Llamar a «mongo»? No. Entornó los ojos y lo intentó de nuevo. A su madre. Tenía que llamar a su madre.

Zac: Bonito coche -comentó cuando el vehículo se detuvo a trompicones en un semáforo-.

Ness: Necesita una puesta a punto, pero no he tenido tiempo de hacerlo.

Zac estudió la mano de Vanessa cuando ella metió la primera marcha y volvió a arrancar. Era larga y esbelta, completamente acorde con el resto de su cuerpo. Llevaba las uñas muy cortas y sin pintar. Tampoco portaba joyas. Zac se podía imaginar a aquellas manos sirviendo delicadas tazas de té… igual que cambiando las bujías del coche.

Ness: Entonces, ¿cómo te ocuparías de Tim?

Zac: ¿Cómo dices?

Había estado perdido en su pequeña fantasía.

Ness: Tim, ¿cómo te ocuparías de él? -reiteró mientras se dirigían hacia el sur de Phoenix-.

Zac: Con sarcasmo no, morenita. Personalmente, no me importa, pero creo que encontrarás que cuando tengas que tratar con Thornway, el aceite tiene más efecto que el vinagre.

Ness: Ese hombre no reconocería el sarcasmo ni aunque lo tuviera delante de las narices.

Zac: Tal vez en nueve de diez ocasiones no, pero es, precisamente, la décima la que podría meterte en un lío. Antes de que lo digas, ya sé que no te importa tener algunos problemas.

Muy a su pesar, Vanessa sonrió. No puso objeción alguna cuando él bajó el volumen de la radio.

Ness: ¿Conoces a esos caballos de desfile que llevan anteojeras para que puedan seguir el camino y no miren a su alrededor ni los asuste la gente que los rodea?

Zac: Sí, y también he visto que Thornway lleva esas anteojeras para que pueda seguir el camino y recoger sus beneficios sin distracción alguna. Tú quieres mejores condiciones de trabajo para los hombres, mejores materiales… Lo que sea. Por eso, tienes que aprender a ser sutil.

Ness: No puedo.

Zac: Claro que puedes. Eres mucho más inteligente que Thornway, morenita, así que estoy seguro de que sabes cómo ser mucho más lista que él.

Ness: Me pone enferma. Cuando lo pienso… Hace que me ponga furiosa y, cuando me enfado, no puedo evitar expresar lo que pienso.

Zac: Lo único que tienes que hacer es utilizar el denominador común. Con Thornway, es el beneficio. Tú quieres que los hombres tengan media hora más para almorzar, por lo que no debes decirle que es para beneficio de los obreros. Lo que tienes que decirle es que conseguirá mayor eficiencia y, por lo tanto, mayores beneficios, pero para él.

Vanessa frunció el ceño durante unos instantes y entonces suspiró.

Ness: Supongo que tengo que darte las gracias por haberlo convencido.

Zac: Muy bien. ¿Qué te parece si cenamos juntos?

Ness: No -replicó tras mirarlo a los ojos-.

Zac: ¿Por qué no?

Ness: Porque eres guapo. -Cuando Zac sonrió, ella le dedicó la más breve de las sonrisas-. Y yo no confío en los hombres guapos.

Zac: Tú también eres muy guapa y yo no te hago sentir culpable por ello.

Ness: Ahí está la diferencia entre tú y yo, Efron.

Su sonrisa se había hecho mucho más amplia.

Zac: Si cenáramos juntos, podríamos encontrar muchas otras.

Ness: ¿Y por qué íbamos a querer encontrar otras?

Zac: Ayuda a pasar el tiempo. ¿Qué te parece si…?

Zac se interrumpió cuando vio que Vanessa daba un volantazo. Ella lanzó una maldición y, tras controlar el coche, lo condujo al arcén de la carretera.

Ness: Hemos pinchado -anunció, muy enfadada-. Hemos pinchado y yo ya voy con retraso…

Con eso, salió del coche tras dar un portazo y se dirigió a la parte trasera del vehículo maldiciendo con una facilidad admirable. Cuando Zac se reunió con ella, ya había sacado la rueda de repuesto.

Zac: Esa no parece estar en mejor estado -comentó tras mirar el neumático-.

Ness: Necesito cambiarlas todas, pero creo que esta aguantará un poco.

Sacó el gato y lo colocó en su sitio sin dejar de lanzar maldiciones. Zac estuvo a punto de ofrecerse para cambiarle la rueda, pero recordó lo mucho que le gustaba verla trabajar. Se enganchó los pulgares en el cinturón y se mantuvo en un segundo plano.

Zac: En el lugar del que yo vengo, los ingenieros ganan mucho dinero. ¿Has pensado alguna vez en comprarte un coche nuevo?

Ness: Este me sirve muy bien -replicó mientras sacaba la rueda que tenía el pinchazo y colocaba la otra-.

Zac: Esta rueda no tiene dibujo alguno.

Ness: Probablemente.

Zac: De probablemente nada. Te aseguro que yo tengo más dibujo en la suela de mis zapatillas deportivas. ¿No sabes que es una locura conducir con unas ruedas tan gastadas como estas? Y el resto no están mucho mejor -añadió, tras examinar las otras tres-.

Ness: He dicho que necesito cambiarlas todas. No he tenido tiempo de hacerlo.

Zac: Pues hazlo.

Zac se había colocado detrás de ella. Vanessa, desde el suelo, lo miró por encima del hombro. Ya está bien.

Zac: Cuando trabajo con alguien que es tan descuidado a nivel personal, tengo que preguntarme si será lo mismo a nivel profesional.

Ness: Yo no cometo errores en mi trabajo -replicó mientras apretaba los tornillos-. Puedes comprobarlo.

Se puso de pie. Se sintió más enfadada que sorprendida cuando él le dio la vuelta para que lo mirara. No le importaba estar cerca de Zac Efron, sino sentirse tan cerca.

Zac: ¿Cuántos errores cometes fuera del trabajo?

Ness: No muchos.

Vanessa sabía que debía apartarse de él. Las señales de alarma no dejaban de iluminarse delante de ella. Estaban frente a frente. Podía ver fácilmente la fina capa de sudor que cubría el rostro de Zac igual que podía ver, tanto si quería como si no, el deseo que se reflejaba en los ojos de él.

Zac: No me gusta discutir con una mujer que tiene una llave inglesa en la mano.

Se la quitó y la colocó sobre el parachoques.

Ness: Esta tarde va a ir un inspector a la obra.

Zac: A las dos y media. Tienes tiempo -afirmó tras hacer girar la muñeca de Vanessa y comprobar la hora que era-.

Ness: No tengo tiempo propio. El tiempo es de Thornway. Si tienes algo que quieras decir, hazlo, pero tengo trabajo que hacer.

Zac: En este momento no se me ocurre nada -dijo sin soltarle la mano. El pulgar acariciaba suavemente la parte interior de la muñeca de Vanessa-. ¿Y a ti?

Ness: No -Trató de alejarse de él, pero Zac tiró con fuerza de la mano e hizo que se chocara violentamente contra su torso-. ¿Cuál es tu problema, Zac?

Zac: No lo sé… Hay un modo de descubrirlo -susurró. Le había colocado la mano que tenía libre sobre el rostro-. ¿Te importa?

Casi sin dejar de hablar, Zac bajó los labios hasta los de ella. Vanessa no estuvo segura de lo que la hizo retirarse en el último momento. Levantó una mano y la apretó con firmeza contra el torso de Zac, a pesar de estar saboreando la calidez del aliento de él sobre sus propios labios.

Ness: Sí -dijo, aunque sabía que era una mentira-.

No le habría importado. De hecho, había estado deseando sentir y saborear la boca de él sobre la suya.

Zac: No tendría que haber preguntado -afirmó después de dar un paso atrás-. La próxima vez no lo haré.

Vanessa comprendió que iba a echarse a temblar en cualquier momento. La aturdió entender que, en cualquier instante, su cuerpo iba a traicionarla y que, una vez más, no sería por ira. Rápidamente, se inclinó sobre el neumático.

Ness: Te sugiero que te busques otra persona con la que jugar, Zac.

Zac: No lo creo.

Le quitó el neumático de las manos y lo guardó en la parte trasera del coche. Antes de que Vanessa pudiera hacerlo, retiró el gato y lo recogió también.

Tratando de tranquilizarse, ella se dirigió hacia la puerta del vehículo. Le sudaban las palmas de las manos. Cuando se acomodó tras el volante, se las secó contra las perneras de los vaqueros e hizo girar la llave del contacto.

Ness: No me pareces la clase de hombre que sigue llamando a una puerta cuando no abre nadie.

Zac: Tienes razón -dijo mientras se acomodaba también en el asiento-. Después de un rato, me limito a abrirla yo solo.

Con una sonrisa, volvió a subir el volumen de la radio.


El inspector había ido temprano. Vanessa se maldijo pero no se torturó demasiado por ello dado que el cableado había pasado la inspección. Paseó por el edificio, que ya estaba cobrando vida, y subió a la segunda y tercera plantas, para supervisar la colocación del aislante. Todo funcionaba como el engranaje de un reloj. Debería haberse sentido más que satisfecha.

Sin embargo, en lo único en lo que podía pensar era que había estado en el arcén de una carretera con los labios de Zac a un centímetro de los suyos.

Cuando estaba sobre una plataforma a seis metros del suelo se recordó que era ingeniero, no una romántica. Desplegó un plano y se puso a estudiar el sistema de refrigeración. Aquello iba a robarle mucho tiempo y energías durante los próximos días. No tenía tiempo ni ganas de volver a pensar lo que habría sentido si hubiera besado a Zac Efron.

Pasión. Pasión y excitación. Ninguna mujer podía observar aquella boca y no ver el daño que podría hacerle a su sistema nervioso. Ya había destrozado el suyo y sin establecer contacto alguno. Probablemente Zac lo sabía. Los hombres como él siempre sabían el efecto que eran capaces de producir en una mujer. No se les podía culpar por ello, pero se podía y debía, evitarlos.

Lanzó otra maldición y enrolló los planos. No pensaría en él ni en lo que habría ocurrido si ella le hubiera dicho «sí» en vez de «no», o si hubiera guardado silencio y se hubiera dejado llevar por el instinto en vez de por el razonamiento.

Además, tenía que empezar a pensar en los ascensores. No faltaba mucho para que tuvieran que instalarlos. Había trabajado muy duro durante mucho tiempo con otro ingeniero en el diseño. Lo que en aquellos momentos solo estaba en papel sería realidad muy pronto, subiendo y bajando por las paredes, cristal reluciente completamente silencioso.

Algunos hombres podían provocar precisamente eso, que el corazón de una mujer subiera y bajara, que el pulso le latiera con fuerza aunque solo ella pudiera oírlo. Por mucho que se esforzara por fingir que no estaba ocurriendo, en el fondo estaría subiendo y bajando tan rápidamente que provocaría un accidente inevitable. Y no había nada que se pudiera hacer al respecto.

Maldito fuera. Maldito fuera por haber dado aquel paso y haberla convertido en una mujer vulnerable. Vanessa no podía olvidar el modo en que había sentido su mano en la de él, el modo en que los ojos de Zac la habían observado. Ya solo podía especular, pero haría bien en recordar que la culpa de todo aquello había sido de Zac Efron.

Bajó la mirada y lo vio en el suelo, hablando con Charlie Gray. Zac señalaba la pared posterior, en la que la falda de la montaña se convertía en parte del edificio, o mejor dicho, en la que el edificio se convertía en parte de la montaña. Allí habría enormes paneles de cristal curvado para formar el techo que amoldarían la línea de las rocas a la de la cúpula. Vanessa ya había decidido que aquella solución sería ostentosa y poco práctica, pero, tal y como se le había dicho, su trabajo era plasmar los planos, no darles su aprobación.

Zac sacudió la cabeza por algo que Gray le dijo y levantó un poco la voz, aunque Vanessa no pudo distinguir lo que decía. Evidentemente, Zac estaba molesto, algo que a ella le gustaba.

Bajó utilizando las escaleras temporales. Tenía que comprobar los progresos del balneario y los trabajos de excavación de las primeras cabañas. Justo en aquel momento, escuchó un grito procedente de un piso superior. Tuvo tiempo suficiente de ver cómo una placa de metal caía hacia ella antes de que alguien la agarrara por la cintura y la apartara a un lado.

La placa aterrizó a pocos centímetros de sus pies, levantando mucho polvo y provocando un fuerte estruendo. Si le hubiera caído encima, en aquellos momentos estaría de camino al hospital.

**: ¿Te encuentras bien? -le preguntó una voz masculina-.

Los brazos aún le rodeaban la cintura y estaba apretada contra el cuerpo fuerte de un hombre. No tuvo que levantar el rostro para saber de quién se trataba.

Ness: Sí -susurró-. Estoy bien. Deja que me…

Zac: ¿Quién diablos es responsable de esto? -gritó sin soltar a Vanessa-.

En aquel momento, dos hombres bajaron rápidamente por la escalera, con los rostros tan pálidos como el de él.

**: Se nos escapó. Dios, señorita Hudgens, ¿se encuentra usted bien? Había una caja eléctrica sobre el suelo, tropecé y la placa se me escapó.

Ness: No me ha dado.

Trató de apartarse de Zac, pero no tuvo fuerzas para hacerlo.

Zac: Subid ahí y aseguraos de que los suelos y las plataformas están libres de objetos. Si hay más descuidos, los responsables serán despedidos.

**: Sí, señor.

El martilleo que se estaba produciendo en los pisos superiores, y que se había interrumpido en seco, se reanudó con más vigor.

Ness: Mira, me encuentro bien -musitó a pesar de que se sentía muy temblorosa-. Yo puedo ocuparme de los hombres.

Zac: Cállate -tuvo que contenerse para no tomarla en brazos-. Estás tan pálida como un cadáver. Siéntate -añadió, tras señalarle una caja-.

Como las piernas de Vanessa parecían de goma, la joven no discutió.

Zac: Toma -dijo antes de ponerle un vaso de agua en la mano-.

Ness: Gracias, pero no tienes por qué molestarte.

Zac: No, claro. Te dejo aquí como si no hubiera ocurrido nada -Aquellas palabras no le habían salido del modo en el que había deseado, pero se sentía furioso y muerto de miedo. Había estado tan cerca… Si no hubiera mirado en aquella dirección…-. Podría haberme quedado inmóvil viendo cómo te aplastaba esa placa, pero me pareció una pena que el hormigón se manchara de sangre.

Ness: No quería decir eso -comentó tras terminarse el agua. Sabía que Zac había evitado que sufriera lesiones muy graves. Le habría gustado darle las gracias y lo habría hecho si él no hubiera mostrado una actitud tan arrogante-. Creo que yo misma me habría podido apartar.

Zac: Muy bien. La próxima vez me ocuparé solo de mis asuntos.

Ness: Hazlo -aplastó el vaso de plástico entre los dedos y lo tiró a un lado. Se levantó, tratando de soportar la sensación de mareo que se había apoderado de ella. A pesar de que los martillos habían reanudado su actividad, sabía que todo el mundo los estaba mirando-. No hay necesidad de montar tanto jaleo.

Zac: No tienes ni idea del jaleo que puedo montar, Hudgens. Si estuviera en tu lugar, haría que el capataz les inculcara a esos hombres algunas nociones sobre seguridad laboral.

Ness: Lo haré. Ahora, si me perdonas, tengo que volver a mi trabajo.

Cuando Zac la agarró por el brazo, sintió la ira que atenazaba sus dedos. Lo agradeció, dado que eso la hacía a ella mucho más fuerte. Lentamente, giro la cabeza para poder mirarlo. Vio que él estaba completamente furioso, mucho más de lo que podrían expresar las palabras. «Es su problema», se dijo Vanessa.

Ness: No pienso repetir que te mantengas apartado de mí, Efron.

Zac esperó un instante hasta que estuvo seguro de que iba a hablar con tranquilidad, a pesar de que, mentalmente, aún podía escuchar el aterrador sonido de la placa de metal chocando contra el suelo.

Zac: Eso es algo sobre lo que podemos ponernos de acuerdo, morenita. No me vuelvas a decir que me mantenga alejado de ti.

La soltó. Después de dudar durante un momento, Vanessa se marchó.

Mientras observaba cómo ella se alejaba, Zac pensó que, aunque Vanessa se lo dijera, no le iba a servir de nada.


domingo, 29 de marzo de 2020

Capítulo 1


Decididamente, aquella mujer se merecía una segunda mirada. Había razones mucho más básicas, que el hecho de que ella fuera una de las pocas mujeres que había en la obra. Era natural que los ojos de un hombre se vieran atraídos por las formas femeninas, especialmente cuando estas se encontraban en lo que aún era un dominio predominantemente masculino. Era cierto que había muchas mujeres que se ponían un casco para trabajar en la construcción y, mientras supieran cómo clavar un clavo o colocar un ladrillo, a Zac no le importaba cómo se abotonaran las camisas. Sin embargo, había algo en aquella mujer que atrapaba su mirada.

Estilo. Aunque iba vestida con ropa de trabajado y estaba de pie sobre un montón de escombros, se podía afirmar que tenía estilo. Mientras ella se balanceaba sobre los gastados tacones de sus botas, Zac llegó a la conclusión de que, también, tenía seguridad en sí misma, lo que lo atraía tanto, bueno, casi tanto, como el encaje negro o la seda blanca.

A pesar de todo, no tenía tiempo de permanecer sentado, especulando sobre el tema. Había realizado el viaje desde Florida a Arizona, con un retraso de una semana, para hacerse cargo de aquel proyecto y tenía que ponerse al día con muchos asuntos. La mañana había sido muy ajetreada, con muchas distracciones. El ruido de los hombres y de las máquinas, órdenes que se gritaban y se cumplían, grúas levantando pesadas vigas de metal para formar el esqueleto de un edificio donde antes solo había piedras y tierra, el vivo color de aquellas rocas y tierra bajo los poderosos rayos del sol, incluso la creciente sed de Zac. No obstante, no le importaban las distracciones. Había pasado tiempo más que suficiente en las obras como para poder mirar más allá de los escombros, para vislumbrar lo que, para los no iniciados, podría parecer solo confusión o incluso destrucción. En vez del sudor y del esfuerzo, él veía las posibilidades.

Sin embargo, en aquellos instantes, solo podía observar a la mujer. Allí también había posibilidades.

Se dio cuenta de que no era muy alta, aproximadamente de un metro sesenta de estatura con sus botas de trabajo, y delgada más que esbelta. Parecía tener unos hombros fuertes, que llevaba enfundados en una camiseta amarilla que estaba empapada de sudor por la espalda. Como arquitecto, Zac apreciaba las líneas limpias y frugales. Como hombre, le gustaba el modo en el que aquellos vaqueros raídos se le ceñían a las caderas. Bajo un casco tan llamativo como la camiseta, se adivinaba una trenza corta y gruesa del color de la madera de ébano pulida, la que, por cierto, era una de sus favoritas para trabajar por su belleza y rico color.

Se colocó las gafas de sol sobre el puente de la nariz sin dejar de observarla de la cabeza a los pies. Decididamente, se merecía una segunda mirada. Admiró el modo en que se movía, sin desperdiciar gestos, mientras se inclinaba para mirar a través del taquímetro de un topógrafo. Tenía el bolsillo trasero del vaquero rozado en una delgada línea. Zac dedujo que aquello significaba que se metía la cartera en aquel bolsillo. Decidió que era una mujer práctica. Un bolso no haría más que estorbar en la obra.

No tenía la piel frágil y pálida, sino un cálido y dorado bronceado que, probablemente, se debía al tórrido sol de Arizona. Fuera de donde fuera, le gustaba, igual que le gustaban los rasgos de su rostro. La barbilla, de aspecto algo duro, se contrarrestaba con unos elegantes pómulos. Ambos se veían equilibrados por una boca suave y sin pintar.

Zac no podía verle los ojos a causa de la distancia y de la sombra que le proyectaba el casco sobre el rostro, pero su voz era firme y clara. Parecía mucho más apropiada para noches tranquilas y nebulosas que para calurosas tardes como aquella.

Enganchó los dedos en los bolsillos de los vaqueros y sonrió. Sí, efectivamente las posibilidades eran ilimitadas.

Sin darse cuenta de que Zac la estaba observando, Vanessa frunció el ceño y se pasó un brazo por la húmeda frente. Aquel día, el sol era implacable. A  las ocho de la mañana ya era abrasador. El sudor le caía por la espalda, se evaporaba y volvía a empaparla en un ciclo constante con el que ella ya había aprendido a vivir.

Una solo se podía mover a una cierta velocidad con aquel calor. Solo se podía levantar una cantidad limitada de metal y se podía picar un número reducido de piedras cuando la temperatura superaba con creces los treinta grados. A pesar de los barriles de agua y de las tabletas de sal, cada día representaba una dura batalla. Hasta el momento, estaban saliendo adelante, pero… No. Se recordó que no podía haber «peros». La construcción de aquel complejo turístico era el proyecto más importante que había realizado en su carrera y no iba a estropearlo. Era su trampolín.

A pesar de todo, podría haber asesinado a Tim Thornway por comprometer a Construcciones Thornway, y a ella misma, a unos plazos tan ajustados. Las cláusulas de penalización eran atroces y, como Tim solía hacer siempre, había delegado la responsabilidad, para evitar dichas cláusulas, directamente sobre los hombros de Vanessa.

Se irguió como si en realidad pudiera sentir el peso. Haría falta un milagro para finalizar el proyecto a tiempo y dentro del presupuesto pactado. Dado que ella no creía en milagros, aceptaba las largas horas de trabajo y las interminables jornadas que aún le quedaban. Construiría aquel complejo turístico y lo terminaría a tiempo, aunque ella misma tuviera que ponerse a trabajar con martillos y sierras. Sin embargo, mientras observaba cómo una viga de metal se erguía majestuosamente en el aire, se prometió que aquella sería la última vez. Cuando finalizara aquel proyecto, cortaría todos sus vínculos con Thornway y comenzaría una andadura en solitario.

Estaba en deuda con ellos por haberle dado una oportunidad, por haber tenido suficiente fe en ella como para permitirle ascender de ingeniero adjunto a estructural. No lo olvidaría nunca, pero su lealtad había sido para Thomas Thornway. Dado que él ya no estaba, haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que Tim arruinara el negocio, aunque no pensaba pasarse el resto de su carrera haciendo de niñera para él.

Tras pensar en una de las bebidas que había almacenadas en la nevera, se acercó para supervisar la colocación de las vigas.


Charlie Gray, el entusiasta ayudante que prácticamente le habían encasquetado a Zac, estuvo a punto de tirarle de la camisa.

Charlie: ¿Quiere que le diga a la señorita Hudgens que estás aquí?

Zac: En este momento está ocupada.

Sacó su paquete de cigarrillos y rebuscó en un par de bolsillos hasta que encontró las cerillas.

Charlie: El señor Thornway quería que se conocieran.

Zac: Ya tendremos tiempo de ello.

Encendió una cerilla y, automáticamente, curvó los dedos a su alrededor, a pesar de que no había ni una pizca de viento.

Charlie: No asistió a la reunión de ayer, por lo que…

Zac: Sí…

El hecho de que no hubiera asistido a la reunión no haría que Zac perdiera el sueño. El diseño del complejo turístico era suyo, pero, cuando surgieron sus problemas familiares, su socio se había ocupado de gran parte de las tareas preliminares. Al mirar de nuevo a Vanessa, pensó que había sido una pena.

A pocos metros de allí estaba aparcado un tráiler. Zac se dirigió hacia él, con Charlie pisándole los talones. Sacó una cerveza de una nevera y, mientras entraba en el interior del tráiler, en el que los ventiladores portátiles luchaban contra el calor, tiró de la anilla. Afortunadamente, allí dentro parecía que la temperatura descendía unos grados.

Zac: Quiero volver a ver los planos del edificio principal.

Charlie: Sí, señor. Los tengo aquí mismo -dijo mientras tomaba el tubo en el que se encontraban los planos-. En la reunión… -añadió, tras aclararse la garganta- la señorita Hudgens señaló algunos cambios que quiere realizar, desde el punto de vista de un ingeniero, por supuesto.

Zac: ¿De verdad?

Sin mostrar preocupación alguna, Zac se apoyó sobre los estrechos cojines de un sofá cama. Afortunadamente, el sol había deslucido la llamativa tapicería verde anaranjada hasta darle una tonalidad más inofensiva. Miró a su alrededor para buscar un cenicero y, al final, se conformó con una taza vacía. A continuación, desenrolló los planos. Le gustaba aquel proyecto. El edificio tendría forma de cúpula, coronado por unas vidrieras en el vértice superior. Las plantas de oficinas rodearían el atrio central, lo que daría una sensación de amplitud. Sitio para respirar. ¿De qué servía ir al oeste si uno no tenía sitio para respirar? Cada despacho contaría con un cristal tintado muy grueso para combatir la luminosidad del sol, al tiempo que permitía una visión sin restricción alguna del complejo turístico y de las montañas.

En la planta baja, el vestíbulo se curvaría en un semicírculo para que resultara más accesible desde la entrada, desde el bar de dos niveles y desde la cafetería acristalada.

Los clientes podrían tomar los ascensores de cristal o la escalera para subir una planta y poder comer en uno de los tres restaurantes o podrían subir un poco más y explorar las salas.

Zac dio un largo trago a su cerveza mientras inspeccionaba el proyecto. Lo veía como una especie de matrimonio entre lo moderno y lo antiguo. No veía nada que pudiera cambiarse en el diseño básico, como tampoco nada que él permitiera que se cambiara.

Vanessa Hudgens iba a tener que aguantarse. Cuando oyó que la puerta del tráiler se abría, levantó la mirada. Al ver que era Vanessa la que entraba, Zac decidió que era mucho mejor viéndola de cerca. Estaba algo sudada, cubierta de polvo y, por lo que parecía, muy enfadada.

Zac estaba en lo cierto en esto último. Vanessa se había cansado de tener que ir a buscar a los trabajadores que se tomaban descansos no programados.

Ness: ¿Qué diablos estás haciendo aquí? -le preguntó mientras Zac volvía a llevarse la lata a los labios-. Ahí fuera necesitamos a todo el mundo -añadió. Le arrebató la cerveza antes de que él pudiera beber-. Thornway no te paga para que te pases el día sentado. Además, nadie de este proyecto bebe durante el horario de trabajo.

Dejó la cerveza sobre la mesa antes de que pudiera sentir la tentación de aliviar su reseca garganta con ella.

Charlie: Señorita Hudgens…

Ness: ¿Qué? -le espetó. Tenía la paciencia hecha trizas-. Usted es el señor Gray, ¿verdad? Un momento, por favor -añadió. Se secó la húmeda mejilla con la manga de la camiseta-. Mira compañero -le dijo a Zac-, a menos que quieras que te demos los papeles de la liquidación, es mejor que te levantes y te presentes a tu capataz.

Él le sonrió con insolencia. Vanessa sintió que unas palabras muy poco profesionales le acudían a los labios. Las reprimió con el poco control que aún le quedaba, igual que hacía con la necesidad de golpearle aquella arrogante mejilla con el puño.

Tenía que admitir que era un tipo muy atractivo. Los hombres con esa clase de aspecto siempre pensaban que podían quitarse los problemas de encima con una sonrisa… y normalmente era así. No con Vanessa. Sin embargo, ella era consciente de que no le serviría de nada amenazar a un empleado.

Ness: Tú no debes estar aquí -añadió. Con un gesto de frustración, le arrebató los planos-, como tampoco tienes derecho alguno a mirar estos planos.

Charlie: Señorita Hudgens… -volvió a decir, aquella vez con cierta desesperación-.

Ness: ¿Qué, maldita sea? ¿Ha conseguido ya que ese ilustre arquitecto suyo salga de bañera, Gray? A Thornway le interesa ver cómo su proyecto avanza según los plazos previstos.

Charlie: Sí, verá…

Ness: Un momento -lo interrumpió. Una vez más, se volvió a Zac-. Mira, te he dicho que te muevas. Hablas mi idioma, ¿verdad?

Zac: Sí, señorita.

Ness: Entonces, muévete.

Él lo hizo, pero no tal y como Vanessa había esperado. Perezosamente, como un gato que se estira antes de saltar desde el alféizar de una ventana, desplegó su cuerpo. Tenía unas piernas muy largas. No parecía un hombre temeroso de perder su trabajo. Tomó la cerveza que Vanessa había dejado en la mesa y le dio un trago. Entonces se levantó, se apoyó contra la nevera y sonrió.

Zac: Eres muy bajita, ¿verdad, morenita?

Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse boquiabierta. Tal vez el negocio de la construcción fuera cosa de hombres, pero ninguno de los obreros con los que Vanessa trabajaba había tenido hasta entonces el descaro de mostrarse condescendiente con ella, al menos no delante de sus narices. Aquel hombre estaba despedido. Con o sin retraso, fuera o no del sindicato, iba a redactarle los papeles del despido personalmente.

Ness: Recoge tus cosas, métete en tu coche y lárgate de aquí, imbécil -le espetó. Volvió a arrebatarle la cerveza y aquella vez le vertió el contenido de la lata en la cabeza. Afortunadamente para Zac, ya no estaba muy llena-. Díselo a tu representante del sindicato.

Charlie: Señorita Hudgens… -susurró. Se había quedado muy pálido y le temblaba la voz-. No lo comprende…

Zac: Vete de aquí, Charlie -dijo con voz suave mientras se pasaba los dedos por el húmedo cabello-.

Charlie: Pero…

Zac: Vete.

Charlie: Sí, señor.

Se marchó rápidamente.

Por eso y porque había llamado «señor» a aquel atractivo vaquero, Vanessa empezó a sospechar que había cometido un error. Automáticamente, tensó los hombros.

Zac: Creo que no nos han presentado. -Se quitó las gafas de sol que había llevado puestas hasta entonces. Ella vio que él tenía los ojos azules, de un suave azul cielo. No estaban teñidos de ira o vergüenza. Más bien, la observaban con cierta neutralidad-. Soy Zac Efron. El arquitecto.

Podría haber tratado de balbucir algo. Podría haberse disculpado. Podría haberse echado a reír por el incidente y haberle ofrecido otra cerveza. Se le ocurrieron las tres opciones, pero, por el modo tranquilo y firme con el que él la miraba, las rechazó todas.

Ness: Ha sido muy amable de su parte haber pasado por aquí -susurró-.

Zac decidió que era una mujer muy dura, a pesar de los ojos color avellana y de la atractiva boca. Ya se había encontrado con mujeres duras antes.

Zac: Si hubiera sabido la cálida recepción que me encontraría, habría venido antes.

Ness: Lo siento, tuvimos que dejar que se fuera la Orquesta.

Como quería salvar su orgullo, trató de rodearlo y dejarlo atrás, pero descubrió rápidamente que, si quería llegar a la puerta, al sofá o a cualquier otro sitio, tendría que pasar justo por su lado. No cuestionó por qué aquella perspectiva no le apetecía. Él era un obstáculo y los obstáculos eran para derribarlos. Levantó la barbilla muy ligeramente, justo lo suficiente como para poder mirarlo a los ojos.

Ness: ¿Alguna pregunta?

Zac: Sí, unas cuantas. ¿Siempre vierte cerveza por encima de la cabeza de sus hombres?

Ness: Depende del hombre.

Una vez más, Vanessa trató de avanzar, pero se encontró aprisionada entre el frigorífico y él. Zac solo había tenido que girarse para conseguirlo, se tomó un momento para mirarla a los ojos. En ellos no vio miedo ni incomodidad, sino tan solo una furia que le hizo querer volver a esbozar una sonrisa.

Zac: Tenemos muy poco espacio, señorita Hudgens.

Tal vez ella fuera un ingeniero, una profesional que había luchado mucho para llegar a la posición en la que se encontraba y que conocía todos los resortes, pero seguía siendo una mujer y era muy consciente de la presión que el cuerpo de Zac ejercía contra el de ella. Fuera cual fuera la que podría haber sido su reacción, el gesto de diversión que vio en los ojos de él lo anuló por completo.

Ness: ¿Son suyos todos esos dientes? -le preguntó, muy tranquilamente-.

Zac: Desde la última vez que lo comprobé, sí -respondió sin comprender-.

Ness: Si quiere que siga siendo así, apártese de mí.

A Zac le habría gustado besarla en aquel momento, tanto por la admiración que sentía por el coraje que ella había mostrado como por su gusto. Aunque era un hombre impulsivo, sabía también cómo cambiar de táctica y tomar el camino más largo.

Zac: Sí, señorita.

Cuando se apartó, Vanessa lo rodeó y pasó a su lado. Habría preferido dirigirse directamente hacia la puerta sin detenerse, pero se sentó en el sofá y volvió a extender los planos.

Ness: Supongo que Gray ya lo habrá informado de la reunión que se perdió.

Zac: Sí. -Tomó asiento y notó que, por segunda vez, estaban muy cerca el uno del otro. Sus muslos se tocaban, vaquero contra vaquero, músculo contra músculo-. Me ha dicho que usted quería cambiar algunas cosas.

Ness: He tenido problemas con el diseño básico desde el principio, señor Efron. No lo he ocultado.

Zac: He visto la correspondencia. Usted desea un diseño arquitectónico típico del desierto.

Ness: No recuerdo haber utilizado la palabra «típico», pero hay buenas razones para el estilo arquitectónico de esta región.

Zac: También hay buenas razones para probar algo huevo, ¿no le parece? -dijo mientras se encendía otro cigarrillo-. Barlow y Barlow desean un diseño a la última. Un complejo que contenga todo lo necesario y que sea lo suficientemente exclusivo como para atraer a la clientela más selecta. Querían algo diferente de lo que se puede encontrar en los complejos turísticos que hay por todo Phoenix. Y eso es precisamente lo que yo voy a darles.

Ness: Con unas modificaciones…

Zac: No habrá cambios, señorita Hudgens.

Vanessa estuvo a punto de apretar los dientes. Aquel hombre no solo se estaba comportando de un modo arrogante, sino que, además, la enfurecía el modo en el que pronunciaba la palabra «señorita».

Ness: Por alguna razón -replicó tranquilamente-, hemos tenido la mala suerte de haber sido elegidos para trabajar juntos en este proyecto.

Zac: Debe de haber sido el destino -murmuró-.

Ness: Voy a ser muy sincera con usted, señor Efron. Desde el punto de vista de un ingeniero, su proyecto apesta.

Zac le dio una calada a su cigarrillo y dejó escapar el humo muy lentamente. Notó que ella tenía unos reflejos de color ámbar en los ojos. Parecía que aquellos ojos no parecían decidir si querían ser marrones o dorados. Ojos taciturnos. Sonrió.

Zac: Ese es su problema. Si no es usted lo suficientemente buena, Thornway le podrá asignar el proyecto a otra persona.

Vanessa apretó los puños. La idea de hacerle tragar los planos tenía un cierto atractivo para ella, pero se recordó que estaba comprometida con aquel proyecto.

Ness: Soy lo suficientemente buena, señor Efron.

Zac: En ese caso, no deberíamos tener ningún problema. ¿Por qué no me informa de los progresos que se han hecho?

Vanessa estuvo a punto de decirle que ese no era su trabajo, pero estaba vinculada por un contrato, un contrato que no le dejaba mucho margen de error. Pagaría la deuda que tenía con Thornway, aunque aquello significara trabajar codo con codo con aquel arquitecto arrogante de la costa este.

Ness: Como probablemente ha visto ya, las explosiones controladas se produjeron tal y como estaba previsto. Afortunadamente, pudimos reducirlas al mínimo para preservar la integridad del paisaje.

Zac: Esa era la idea.

Ness: ¿Sí? -Miró los planos y a continuación a Zac-. En cualquier caso, habremos finalizado la estructura del edificio principal para finales de semana. Si no se realizan cambios…

Zac: No los habrá.

Ness: Si no se realizan cambios -repitió apretando los dientes-, cumpliremos los plazos del primer contrato. El trabajo en las cabañas individuales no comenzará hasta que el edificio principal y el balneario estén bajo techado. El campo de golf y las pistas de tenis no son parte de mi trabajo, por lo que tendrá que hablar con Kendall sobre ellos, al igual que sobre la jardinería y la decoración de exteriores.

Zac: Muy bien. ¿Sabe si se han encargado ya los azulejos del vestíbulo?

Ness: Soy ingeniero, no proveedor. Marie López se encarga de ese tema.

Zac: Lo tendré en cuenta.

En vez de asentir con la cabeza, Vanessa se levantó y abrió la nevera. Estaba bien surtida de refrescos, zumos y agua embotellada. Tras tomarse su tiempo para decidirse, se decantó por el agua. Se dijo que tenía sed. Aquel gesto no tuvo nada que ver con el hecho de querer poner distancia entre ellos. Solo fue un beneficio colateral. Aunque sabía que no era muy cortés por su parte, retiró el tapón de la botella y bebió sin ofrecerle a él.

Ness: ¿Qué? -le preguntó, al darse cuenta de la intensidad con la que él lo observaba-.

Zac: ¿Es porque soy hombre, arquitecto o vengo del este?

Vanessa tomó otro largo sorbo del agua. Solo hacía falta pasarse un día al sol para darse cuenta del paraíso que podía encontrarse en una botella de agua.

Ness: Tendrá que explicarse.

Zac: ¿Desea escupirme a la cara porque soy hombre, arquitecto o vengo del este?

Vanessa no se habría sentido molesta por la pregunta si él no hubiera sonreído mientras se la formulaba. Hacía menos de una hora que lo conocía, pero ya le había echado media docena de maldiciones por aquella sonrisa. Se apoyó sobre la mesa y lo miró fijamente.

Ness: No me importa su sexo.

Él siguió sonriendo, pero algo rápido y peligroso se reflejó en sus ojos.

Zac: Veo que le gusta mostrarle trapos rojos a un toro, Hudgens.

Ness: Sí -aquella vez fue su turno para sonreír-, pero, para terminar mi respuesta, los arquitectos son a menudo artistas pomposos y temperamentales que ponen sus egos sobre el papel y que esperan que los ingenieros y los constructores los mantengan para la posteridad. Eso puedo entenderlo, e incluso respetarlo, cuando el arquitecto se fija en el medio ambiente y crea para este en vez de para sí mismo. En cuando al hecho de que usted sea del este, ese podría ser el mayor de los problemas. Usted no comprende el desierto, las montañas ni esta tierra. A mí no me gusta que usted decida lo que la gente de por aquí tiene que tener en su tierra bajo un naranjo a más de dos mil kilómetros de aquí.

Como Zac estaba más interesado en ella que en defenderse a sí mismo, no mencionó el hecho de que había viajado en tres ocasiones al lugar donde se iban a desarrollar las obras. Había realizado gran parte del diseño justo casi en el mismo lugar en el que se encontraba sentado en aquellos instantes en vez de en su despacho.

Zac: Si no quiere construir, ¿por qué se dedica a ello?

Ness: Yo no he dicho que no quiera construir, pero nunca he creído que fuera necesario destruir para poder hacerlo.

Zac: Cada vez que mete una pala en la tierra, retira un poco de tierra. Eso es vida.

Ness: Cada vez que se mete una pala en la tierra para retirar un poco de tierra, se debería pensar en lo que se va a dar a cambio. Es cuestión de moralidad.

Zac: Ingeniera y filósofa… -Observó cómo un airado rubor empezó a reflejarse en las mejillas de Vanessa-. Antes de que me vierta eso sobre la cabeza, digamos que estoy de acuerdo con usted hasta cierto punto, pero aquí no vamos a poner plástico y neón. Tanto si está de acuerdo con mi diseño como si no, es mi diseño. Su trabajo es hacerlo realidad.

Ness: Sé cuál es mi trabajo.

Zac: En ese caso -observó mientras empezaba a enrollar los planos-, ¿qué le parece si vamos a cenar?

Ness: ¿Cómo ha dicho?

Zac: Cenar. -Cuando terminó de enrollar los planos, los metió en el cilindro y se levantó-. Me gustaría cenar con usted.

Ness: No, gracias.

Aquella le parecía la invitación más ridícula que había escuchado nunca.

Zac: ¿Está casada?

Ness: No.

Zac: ¿Tiene pareja?

Ness: Eso no es asunto suyo.

Zac: Salta muy rápidamente, morenita. Eso me gusta.

Ness: Y usted es muy descarado, Efron. Eso no me gusta -replicó. Se acercó a la puerta y puso una mano sobre el pomo-. Si tiene alguna pregunta que tenga que ver con la construcción, estaré por aquí.

Zac no tuvo que hacer un gran esfuerzo para colocarle la mano en el hombro.

Zac: Yo también -le recordó-.

Ness: Ya cenaremos juntos en otra ocasión. Me parece que me debe usted una cerveza.

Tras mirarlo fijamente durante unos segundos, Vanessa abrió la puerta y se marchó.

Zac Efron no era lo que ella había esperado. Era muy atractivo, algo a lo que podía enfrentarse. Cuando una mujer se introducía en un territorio tan masculino, lo más probable era que se encontrara con un hombre atractivo de vez en cuando. Sin embargo, Efron parecía uno más de la cuadrilla en vez de ser socio de uno de los estudios de arquitectura más importantes del país. Su cabello rubio oscuro, con las puntas más claras, era demasiado largo. Su fuerte constitución, con fuertes músculos y piel bronceada, sus anchas y callosas manos… Todo era más propio de uno de los obreros. Había sentido la fuerza de aquellas manos. Además, estaba la voz, lenta y cálida.

Se ajustó mejor el casco cuando se acercó a la estructura metálica del edificio. Algunas mujeres habrían encontrado muy atractiva aquella voz. Ella no tenía tiempo para dejar que la sedujera la suave cadencia de aquel acento sureño o una arrogante sonrisa. En realidad, no tenía mucho tiempo para pensar en sí misma como mujer.

Él la había hecho sentirse como una.

Frunció los ojos para protegérselos del sol y observó cómo las vigas iban colocándose en su lugar. No le preocupaba que Zac Efron la hubiera hecho sentirse femenina. Demasiado a menudo, «femenina» significaba «indefensa» y «dependiente». Vanessa no tenía intención de ser ninguna de las dos cosas. Había trabajado demasiado durante demasiado tiempo para ser autosuficiente. Decidió que un par de palpitaciones… sí, eso habían sido, palpitaciones… no iban a afectarla en absoluto.

Deseó que la lata de cerveza hubiera estado llena.

Con una triste sonrisa observó cómo colocaban la siguiente viga. Había algo muy hermoso en ver cómo crecía un edificio. Pieza a pieza, nivel a nivel. Siempre le había fascinado ver cómo algo fuerte y útil tomaba forma… de igual modo que le había molestado ver la tierra destruida por el progreso. Nunca había sido capaz de resolver aquel conflicto de sentimientos y por eso había elegido una profesión que le permitía tener parte en el desarrollo y procurar que el progreso se realizaba con integridad.

Sin embargo, aquel edificio… Sacudió la cabeza. Aquel proyecto le parecía la fantasía de un intruso. La cúpula, las curvas, las espirales… Vanessa se había pasado muchas noches en vela en su mesa de diseño, con regla y calculadora, tratando de encontrar un sistema de apoyo satisfactorio. Los arquitectos no se preocupaban por temas tan mundanos, sino tan solo de la estética. Todo era ego. Construiría aquel maldito edificio y lo haría bien, pero no por eso tenía que gustarle.

Con el sol abrasándole la espalda, se inclinó sobre el taquímetro. Habían tenido que encontrar soluciones para la montaña y para un lecho muy inestable de piedra y arena, pero las medidas y el emplazamiento estaban muy bien calculados. Sintió un gran orgullo cuando comprobó ángulos y grados. Apropiada o no, aquella estructura iba a contar con un trabajo de ingeniería impecable.

Lo importante era precisamente eso, la perfección. Durante la mayor parte de su vida había tenido que conformarse con segundos platos. Su preparación profesional, sus conocimientos y su habilidad estaban muy por encima de eso. No tenía intención de volver a conformarse con segundos platos. Ni para ella ni para su trabajo.

Notó el aroma de él y sintió un hormigueo en la nunca. Jabón y sudor. Todo el mundo en la obra olía a jabón y a sudor. Entonces, ¿por qué estaba tan segura de que Zac Efron estaba a sus espaldas?

Ness: ¿Algún problema? -preguntó, sin apartarse del tránsito-.

Zac: No lo sabré hasta que mire. ¿Le importa?

Ness: Por supuesto que no.

Vanessa se apartó del taquímetro y, cuando él se inclinó sobre el aparato, enganchó los dedos en los bolsillos traseros de los pantalones. Esperó. No encontraría discrepancia alguna, aunque supiera cómo reconocerla. Cuando oyó un grito, se dio la vuelta y vio a dos miembros de la cuadrilla discutiendo. Sabía que el calor tenía un modo muy desagradable de caldear el mal genio. Dejó que Zac siguiera inspeccionando la obra y se acercó a los hombres.

Zac: Es un poco temprano para eso -dijo tranquilamente, cuando vio que uno de los hombres agarraba al otro por la pechera de la camisa-.

**: Este mal nacido estuvo a punto de arrancarme los dedos con esa viga.

*: Si este idiota no sabe cuándo tiene que apartarse, se merece perder unos cuantos dedos.

Ness: Basta ya -les ordenó-.

*: Yo no tengo por qué aguantarme con lo que este…

Ness: Tal vez no -lo interrumpió-, pero sí tendrás que aguantarte con lo que te diga yo. Ahora, tranquilízate o ve a darte un paseo. Si los dos queréis sacudiros fuera de vuestra jornada de trabajo, por mí podéis hacerlo, pero no voy a consentir que lo hagáis cuando estéis trabajando. Si lo hacéis, quedaréis despedidos. Tú -añadió, señalando al hombre que le pareció más volátil de los dos-, ¿cómo te llamas?

El hombre dudó durante un instante. A continuación contestó.

**: Rodríguez.

Ness: Bueno, Rodríguez, ve a tomarte un descanso o échate un poco de agua fría sobre la cabeza -se dio la vuelta, como si no le quedaran dudas de que el hombre iba a obedecer inmediatamente-. ¿Y tú?

*: Swaggart.

Ness: Muy bien, Swaggart, regresa a tu trabajo. Y yo tendría un poco más de respeto por las manos de mi compañero si estuviera en tu lugar, a menos que quieras contarte tú los dedos y ver que te faltan.

Rodríguez lanzó un bufido al escuchar aquellas palabras, pero obedeció a Vanessa y se dirigió al lugar en el que se encontraban los barriles de agua. Satisfecha, Vanessa le hizo un gesto al capataz y le indicó que mantuviera a los dos hombres separados durante unos pocos días.

Cuando regresó al lado del taquímetro, casi se había olvidado de Zac. Él aún se encontraba allí, al lado del aparato, pero no estaba mirando a través de él. Tenía las piernas separadas y las manos apoyadas sobre las caderas mientras la observaba.

Zac: ¿Siempre se mete en una pelea?

Ness: Cuando es necesario.

Se bajó las gafas para estudiarla, antes de volver a colocárselas rápidamente.

Zac: ¿Nadie ha conseguido que se le olviden nunca ese tipo de costumbres?

Vanessa no habría sabido contestar por qué tuvo que reprimir una sonrisa, pero consiguió hacerlo.

Ness: Todavía no.

Zac: Bien. Tal vez yo seré el primero.

Ness: Puede intentarlo, pero haría mucho mejor en concentrarse en este proyecto. Es más productivo.

Zac sonrió muy lentamente.

Zac: Puedo concentrarme en más de una cosa a la vez. ¿Y usted?

En vez de responder, Vanessa sacó un pañuelo y se limpió la nuca.

Ness: ¿Sabe una cosa, Efron? Su socio me pareció un hombre sensato.

Zac: Liam es efectivamente muy sensato -antes de que ella pudiera impedírselo, le arrebató el pañuelo de las manos y le secó las sienes-. La vio a usted como una perfeccionista.

Ness: ¿Y qué es usted?

Tuvo que resistir el impulso de quitarle el pañuelo.

Había algo relajante, demasiado relajante, en aquella caricia.

Zac: Eso tendrá que juzgarlo por sí misma -se volvió para mirar el edificio. Los cimientos eran fuertes, los ángulos perfectos, pero aquello solo era el comienzo-. Vamos a trabajar juntos durante bastante tiempo.

Ness: Yo puedo soportarlo si usted también puede.

En aquel momento sí que le arrebató el pañuelo. Volvió a metérselo en el bolsillo.

Zac: Vanessa… -dijo, pronunciando el nombre como si estuviera experimentando con un sabor-. Estoy deseando hacerlo -ella se sobresaltó cuando él le rozó una mejilla con el dedo pulgar. Zac se quedó muy satisfecho con aquella reacción y sonrió-. Hasta muy pronto.

«Imbécil», pensó Vanessa, mientras avanzaba por los escombros tratando de ignorar el cosquilleo que sentía en la piel.


viernes, 27 de marzo de 2020

Construyendo un amor - Sinopsis


Era la mujer con casco más sexy que el arquitecto Zac Efron había visto en toda su vida. Pero la ingeniero Vanessa Hudgens tenía una voluntad tan fuerte como una viga de acero… y estaba dispuesta a enfrentarse a quien hiciera falta para conseguir lo que se proponía. Sin embargo, Zac tenía unos planes para Vanessa a los que ni siquiera aquella impetuosa belleza sería capaz de resistirse…




Escrita por Nora Roberts.




Esta novela me gusto mucho y espero que a vosotras también.
Nos encontramos con la típica relación de amor-odio y eso la hace muy divertida 😆

Muchas gracias por comentar siempre que podéis y por leer las novelas que voy publicando de autoras tan maravillosas como Nora Roberts.

"Compromiso a la italiana". No la he leído pero le echaré un vistazo. ¡Gracias por la recomendación!

¡Cuidaos mucho y quedaos en casa!


miércoles, 25 de marzo de 2020

Epílogo


Hawai
18 de marzo


Querida señora Fleetwood:

Le escribo para darle las gracias por cuidar de Poochie por mí. Espero que se esté portando bien. Hawai es preciosísimo. La tía Vanessa y el tío Zac me llevaron esta mañana en un barco y después se fueron a la cama. Creo que el sol les da sueño porque pasan mucho tiempo en la cama últimamente. A mí no me importa, porque me dejan en buenas manos, como ellos dicen. Y, como estamos en vacaciones, tengo muchos niños para jugar. Echo de menos a Poochie. Dígale que volveré dentro de una semana. Menos mal que le han quitado la escayola al tío Zac porque aquí el agua del mar es transparente y se nada muy bien.

P. D. La tía Dolly acaba de leer esta carta y me ha dicho que corregir mi redacción, pero como le he dicho que no tengo borrador se ha sonado la nariz y ha dicho que qué se le va a hacer.

P. D. 2. Perdone si la carta huele rara. Por accidente, se me cayó un poco de la colonia de mi tía Vanessa en el papel. Por si está interesada, mi tía me ha dicho que se llama Nuit Etoilee o algo así y que quiere decir «Noche estrellada». Y después miró al tío Zac y yo creí que se iban a echar a llorar, pero entonces él me tomó en brazos y dijo que nos íbamos de excursión y todos me abrazaron y casi me espachurran. No se olvide de abrazar a Poochie por mí. Lo echo de menos.

Con mi cariño para usted y para el señor FleetWord y para Poochie, claro. Un saludo.

Jessica Smith Efron, desde Hawai.


FIN




Sí, seguro que solo tienen sueño 😆

Espero que os haya gustado la novela.
Gracias por comentar y leer.

Cuidaos y quedaos en casa. ¡Ánimo!


lunes, 23 de marzo de 2020

Capítulo 10


Vanessa no podía dormir. No era sorprendente, ya que había dormido durante toda la tarde.

Nerviosa, se puso la bata y bajó a tomar una copa de coñac, pensando que la haría dormir.

Con la delicada copa en la mano, entró en el cuarto de estar y encendió la televisión.

Estaba a punto de sentarse cuando vio la cinta de vídeo que Jessica había encontrado el día anterior.

El vídeo de los cumpleaños de Anne.

Debería estar con las otras cintas, guardada en la estantería.

Vanessa dejó la copa sobre la mesa y tomó la cinta para guardarla… pero no podía hacerlo.

Algo le pedía que viera aquella cinta, una especie de fuerza interior. Algo la impulsaba a meter la cinta en el aparato.

Como si tuviera puesto el piloto automático, apretó el botón y, después, caminando hacia atrás como un robot, se sentó en el sofá.

Y, en la pantalla de televisión apareció la imagen de Anne. Era como sentir un puñal en el corazón. Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo para no levantarse y apagar el aparato. ¿Por qué estaba haciendo aquello?, se preguntaba. Hasta aquel momento había evitado con todas sus fuerzas cualquier cosa que pudiera recordarle a su hija.

Pero estaba como hipnotizada. No podía moverse.

No podía apartar los ojos de la pantalla.

Frente a ella, imágenes de momentos felices, tan cálidas, tan llenas de amor que creía no poder soportarlo.

Hasta aquella noche, no había podido soportar la idea de volver a ver aquellas imágenes.

Y, sin embargo, estaba mirándolas, como una estatua, mientras la cinta de vídeo mostraba a su hija.

Anne nadando en un día caluroso, con cuatro amiguitas a su lado. Jessica era una de ellas.

Will y Miley habían ido a visitarlos aquel año. Las niñas llevaban un año sin verse, pero era como si no hubiera pasado un solo día. Eran inseparables.

Anne con un bañador rosa, Jessica con un bikini blanco, las dos niñas nadando, riendo, gritando…

Hasta que llegó la última imagen y la pantalla se volvió gris…

Vanessa no sabía cuánto tiempo había estado allí sentada. Ni siquiera sabía que estaba llorando hasta que las lágrimas empezaron a ahogarla.

Se sentía como si hubiera estado nadando contra corriente durante años y, de repente, una ola la hubiera lanzado a la playa. Exhausta, pero a salvo.

Vanessa se limpió los ojos con la manga de su bata. Le costaba trabajo respirar. Pero su corazón se sentía ligero. Más ligero que nunca.

Vanessa se levantó y empezó a rebobinar la cinta. Mientras tanto, fue hacia la ventana.

La tormenta seguía soplando con fuerza y, en la distancia, escuchó sirenas. Levantó los ojos al cielo.

Y miró la estrella de Anne.

Ness: Feliz Navidad -murmuró-. Feliz Navidad, hija mía.

La estrella brillaba con más fuerza que nunca.

Aquella estrella especial, la más brillante y más hermosa de todas.


Jess: ¡Despierta, tía Vanessa! -Gritó subiéndose a la cama de su tía-. ¡Es Navidad!

Vanessa murmuró algo, medio dormida, y abrió un poco los ojos. A través de las pestañas podía ver la carita radiante rodeada de rizos rubios.
Y se emocionó. Lo que sentía por aquella niña era más que afecto; mucho, mucho más.

Ness: Feliz Navidad, cariño -sonrió-.

Después, alargó los brazos y abrazó a Jessica con fuerza. Para su asombro, la niña se apartó un momento y la miró con los ojos llenos de lágrimas antes de devolverle el abrazo con tal fervor que la dejó sin respiración.

Jess: ¡Feliz Navidad, tía Vanessa! -dijo después-. No quería despertarte, pero son más de las ocho y…

Ness: ¡Más de las ocho! ¡Dios Santo, tu tía Dolly!

Jess: No te preocupes. El tío Zac se ha encargado de todo. Le ha puesto el desayuno, té con tostadas y mantequilla -sonrió-. Y el tío y yo vamos a sacar a Poochie al jardín.

Ness: Ah, Poochie -murmuró pasando la mano por el pelo de aquella deliciosa cría. Siempre alegre, siempre dispuesta, nunca asustada de mostrar su cariño aunque se arriesgara al rechazo. Una niña valiente-. ¿Se portó bien anoche?

Jess: Bueno, no mucho.

Ness: Ya aprenderá -rió-.

Jess: Sí. Eso es lo que dice el tío Zac -dijo saltando de la cama-. Tengo que irme. ¿Vas a bajar pronto?

Ness: Dentro de cinco minutos -contestó estirándose perezosamente-.

Había dormido bien. Sin sueños, sin pesadillas. Se sentía descansada y llena de una extraña alegría.

Sonriendo, se levantó y se dirigió a la ventana.

Apartó las cortinas y vio que el viento no había dejado de soplar. Las ramas de los árboles seguían agitándose peligrosamente en el jardín.

Estaba a punto de darse la vuelta cuando vio salir a Zac y Jessica. Zac llevaba sus muletas y Jessica sostenía la correa de Poochie, que tiraba de ella ansiosamente.

Vanessa se quedó mirándolos. Zac, a quien ella había amado tanto y nunca dejaría de amar. Y Jessica, a quien había intentado no querer y… le había resultado imposible.

Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Zac y Jessica. Eran una familia.

¿Cómo podía habérselo negado a sí misma? Debería haberlo sabido desde el día que Tyler Braddock les había dicho que se habían convertido en guardianes de la niña.

Zac le había dicho que tenía que olvidar.

Y lo había hecho. Por fin, lo había hecho. No sabía cuándo había ocurrido. Quizá cuando Zac le había mostrado la estrella de su hija, o cuando había visto las imágenes de Anne. Pero no importaba. Lo que importaba era que, por fin, lo había aceptado.

Nunca la olvidaría, la llevaría en su corazón para siempre y seguiría adelante. Estaba preparada para enfrentarse con el futuro.

Estaba deseando contárselo a Zac porque sabía que él se sentiría tan feliz como ella. Una familia era lo que él siempre había querido. Y lo que quería Jessica… pero Zac sería el primero en saberlo. El primero en saber que volverían a ser marido y mujer. Que serían una familia.

Un golpe de viento más fuerte de lo normal interrumpió sus pensamientos. Vanessa miraba por la ventana y… no podía creer lo que veía.

¡No! ¡No podía ser!

Uno de los árboles del jardín había sido arrancado por el viento, un gigante destructor al lado de Jessica que, ajena a lo que pasaba, seguía jugando con el cachorro.

Zac estaba de espaldas a la niña. Vanessa lanzó un grito de terror.

Ness: ¡Jessica, Jessica!

Pero ella no podía oírla.

Zac se volvió en ese momento y, al ver el árbol arrancado, intentó advertir a la niña. Aterrado, soltó las muletas y corrió hacia ella tan rápido como pudo… pero no iba a llegar. No era humanamente posible llegar antes de que el árbol la golpeara.

Vanessa se dio la vuelta y corrió hacia la puerta, ahogando los sollozos, con el corazón a punto de estallar.

La puerta de la habitación de Dolly se abrió en ese momento.

Dolly: ¿Qué te pasa, por qué gritas?

Ness: ¡Llama a una ambulancia, rápido! -gritó, bajando la escalera a saltos-.

Cuando abrió la puerta, el viento golpeó su cara como un látigo. Pero el miedo golpeó su corazón con más fuerza cuando vio a Zac apartar desesperadamente las ramas del árbol caído buscando a Jessica.

Vanessa corrió hacia ellos y, cuando llegó a su lado, Zac había encontrado su preciosa carga.

Tenía una mancha de sangre en la frente que enrojecía la nieve a su alrededor.

Poochie estaba tumbado a su lado, gimiendo, con la correa enganchada en una de las ramas.

Ness: Zac…

Zac: No quiero moverla -su voz estaba ahogada de emoción mientras acariciaba la carita ensangrentada-. No me atrevo…

Ness: La ambulancia está en camino, no te preocupes -murmuró-.


La sala de espera era diminuta y asfixiante.

Zac, sentado sobre una silla de plástico, cerró los ojos y volvió a rezar. Dios bendito, haz que viva.

Repetía las palabras una y otra vez en su cerebro porque no podía decirlas en voz alta.

Vanessa estaba sentada en una silla frente a él, como una muñeca rota. Estaba pálida, tensa, con las manos debajo de la barbilla, como si estuviera rezando.

Zac: ¿Vanessa?

Ella lo miró.

Ness: ¿Por qué… por qué tardan tanto?

Zac: Tienen que hacerle muchas pruebas.

Ness: El médico ha dicho que no tiene ningún hueso roto, solo contusiones. Excepto en… la cabeza.

Zac se levantó y miró a un lado y otro del pasillo. No había nadie.

Si hubiera estado pendiente de ella, si no le hubiera dado la espalda…

Zac: Dios -murmuró-.

Ness: ¿Zac?

Zac: No puedo dejar de pensar que fue culpa mía -dijo, apoyándose en la pared-.

Ness: ¿Por qué?

Zac levantó los hombros, infinitamente cansado.

Zac: Debería haber visto que…

Ness: ¡Zac! -su voz temblaba-. No digas eso…

Zac: Debería haber estado vigilándola. Sólo es una niña…

Ness: No ha sido culpa tuya -dijo tomando sus manos-. Zac, tú mismo me has dicho un millón de veces que no fue culpa mía que Anne muriera. Esto es lo mismo. ¿No te das cuenta?

Ella tenía razón, por supuesto. En su interior, sabía que tenía razón. Pero recordaba lo que ella había dicho: «No podré olvidarlo nunca».

Sabía que él se sentiría igual si Jessica moría. Nunca lo olvidaría. Si no hubieran salido al jardín… si hubiera estado pendiente de ella…

Zac soltó su mano y la abrazó, desesperado.

Vanessa lo amaba tanto que no podía soportar verlo así.

Si Jessica moría, ¿estaría su matrimonio roto para siempre? Sabía que Zac la amaba, pero ¿la perdonaría por haber rechazado el amor de la niña? Aquello corroería su relación para siempre.

Podría decirle que había conseguido abrir por fin su corazón a Jessica y que estaba deseando que los tres fueran una familia. Pero, ¿la creería él? ¿Creería que había tomado esa decisión horas antes del accidente?

Ella no le había dado ninguna razón para creerlo. Si le dijera que quería a la niña, que la quería con todo su corazón, ¿no dudaría él de su sinceridad?

Zac: Vanessa…

Ness: ¿Sí?

Zac: ¿Qué le dijiste esta mañana a Jessica?

Ness: Pues… no sé.

Zac: ¿Le diste un abrazo?

Vanessa asintió, con un nudo en la garganta.

Ness: Sí. Un abrazo muy fuerte.

Zac: Cuando bajó, me dijo que ibas a ser su mamá. Que lo sabía porque le habías dado un abrazo muy fuerte.

Ness: Zac… -empezó a decir. ¿Sería verdad, estaría ocurriendo aquel milagro?-. Es verdad. La quiero mucho, Zac…

Zac: Cariño, acabas de hacerme el hombre más feliz del mundo.

**: ¿Señor Efron?

Zanessa: ¿Sí?

Era el médico. Tras sus gafas, los ojos del hombre brillaban de compasión.

**: Jessica está en coma…

Vanessa se cubrió la boca con la mano y Zac le pasó un brazo por los hombros.

Zac: Tranquila, cariño -murmuró, con voz ahogada-.

**: Pueden entrar a verla, si quieren.

Lo siguieron por un largo pasillo y Vanessa tuvo que apretar la mano de Zac cuando el médico abrió una cortina.

Jessica tenía los ojos cerrados. Su carita era tan blanca como la venda que cubría su frente. Sus labios no tenían color.

Vanessa se apoyó en Zac.

**: Enseguida la subiremos a una habitación -dijo el médico-.

Zac: ¿Podemos estar aquí un momento?

**: Claro.

Ness: ¿Cuánto tiempo cree que durará el coma? -preguntó temblando-.

**: No lo sabemos. Lo único que se puede hacer ahora es esperar… y rezar.

El día de Navidad pasó en un suspiro. Como los días que siguieron. Vanessa y Zac hacían turnos al lado de Jessica para que nunca estuviera sola. Y, cada hora, su ansiedad y su pena aumentaban. Pero la vida tenía que seguir.

En la mañana del día treinta y uno, Zac fue a la oficina y, por la tarde, Vanessa fue a ver a su jefe, Jack Perrini.

Jack era un hombre obsesionado por el trabajo, de constitución delgada y ojos penetrantes.

Aquellos ojos la escrutaban mientras entraba en su despacho.

Jack: ¿Qué demonios te ha pasado? Tienes un aspecto horrible, Vanessa. Te di dos semanas de vacaciones y parece que las has pasado en Siberia.

Ness: Eso hubiera sido más divertido -murmuró-.

Jack: ¿Cómo?

Vanessa le contó a su jefe lo que había sucedido en su vida durante aquellas dos semanas.

Los ojos del hombre se llenaron de compasión al escuchar la historia.

Jack: Vaya. Es terrible.

Ness: Lo que he venido a decirte es que voy a rechazar la oferta de ir a Toronto, Jack. Voy a quedarme aquí, con Jessica y mi marido. Sé que es una decepción para ti, pero mi familia es lo más importante.

Jack: Pero eso no significa que vayas a dejar de trabajar con nosotros, ¿verdad?

Ness: ¿Quieres que me quede?

Jack: ¡Por supuesto!

Ness: No puedo tomar ninguna decisión en este momento.

Jack: Lo entiendo. No quiero presionarte. Pero si la niña se pone bien, puedes volver aquí cuando quieras. Puedes trabajar tres días a la semana, si te parece.

Ness: No puedo pensar en eso ahora, Jack -dijo levantándose-. Pero significa mucho para mí que digas eso. Gracias -añadió, besándolo en la mejilla-.

Jack: Cuídate. Y llama de vez en cuando. ¿Vas a casa ahora?

Ness: No. Voy al hospital. Me quedaré con Jessica hasta las once y media. Zac se quedará el resto de la noche.

Jack: Espero que todo salga bien, Vanessa.

Ness: Eso espero yo también -murmuró-.


Zac: Dolly está desconocida -le dijo cuando llegó al hospital-. Contesta el teléfono, saca a Poochie y hace la comida. Es increíble.

Ness: Afortunadamente está en casa -murmuró-. Yo no he podido pensar en nada desde… -sus palabras se perdieron en el aire cuando miró a la niña-.

Jessica seguía con los ojos cerrados, los labios pálidos, casi inmóvil. Zac acarició la mano de la niña.

Zac: ¿Hay algún cambio?

Ness: El médico ha dicho que ve una leve mejora, pero yo… a mí me parece que está igual -suspiró-. ¿Qué ha hecho Dolly de cena? -preguntó, para cambiar de conversación-.

Zac: Ah, una tortilla muy original. Yo no tenía hambre, pero ella ha insistido en que comiera.

Ness: Tienes que comer. Además, cocina mucho mejor que yo -intentó sonreír-.

Zac: Y eso la mantiene ocupada.

Ness: Ha cambiado mucho, ¿verdad? Ya ni siquiera me llama jovencita. Creo que la hemos juzgado mal, Zac. Anoche me dijo que había enviado a Jessica al internado porque pensaba que sería mejor que estuviera con otras niñas de su edad. Y que había contratado a una psiquiatra particular en el colegio. Quizá es por eso por lo que Jessica parece haber aceptado tan bien la pérdida de sus padres.

Zac: Sí, a mí también me lo ha contado -murmuró mirando su reloj-. Es tarde. Deberías irte.

Ness: Quiero quedarme, Zac. Hoy es treinta y uno de diciembre y quiero pasar el fin de año contigo y con Jessica.

Zac: En ese caso, llamaré a Dolly. Le había dicho que llegarías a las doce.

Ness: No sabes cuánto me alegro de que haya decidido no solicitar la custodia de Jessica. Es el mejor regalo de Navidad que podía hacernos.

Zac: Ella sabe que la niña estará mejor con nosotros -sonrió tocando su hombro-. Ahora tiene una familia y sus padres están locos el uno por el otro.

Ness: ¡Aunque sigan durmiendo en camas separadas! -Intentó reír-. Zac, ¿seguro que no te importa? Yo creo que ha llegado el momento de…

Zac: Cariño, yo siento lo mismo. Pero es mejor esperar. Aunque te advierto que, cuando Jessica se ponga bien, vamos a recuperar el tiempo perdido.

En la pared había un pequeño aparato de televisión y, poco antes de medianoche, Zac la encendió.

Ness: ¿Tú crees que nos oye cuando hablamos?

Zac: Es posible.

Ness: Me siento un poco egoísta por haber dejado a Dolly sola esta noche. ¿Crees que debería irme a…?

Vanessa interrumpió la frase al escuchar ruido en el pasillo. Era una discusión. La puerta se abrió en ese momento, justo cuando en la televisión empezaba la cuenta atrás para el nuevo año.

Vanessa se dio la vuelta y se quedó sorprendida al ver a Dolly, con la capa de terciopelo color granate. Tras ella, una angustiada enfermera que se quedó boquiabierta cuando Dolly le dio con la puerta en las narices.

Ness: ¡Dolly! -exclamó cuando la vio entrar con Poochie-.

Dolly: ¡Esa mujer es idiota! -exclamó irritada-. ¿Es que no sabe que los animales son buena terapia para los enfermos?

Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

En la televisión escucharon el estallido de voces de alegría y Zac abrazó a su mujer.

Zac: Feliz año nuevo, cariño -dijo, antes de besarla-.

Después se volvió hacia Dolly, que se había sentado sobre la cama y estaba colocando al cachorro sobre Jessica. El animalito puso las patas en el hombro de la niña y empezó a ladrar, como si quisiera despertarla.

Zac: Por favor, Dolly, esto no puede ser. Nos van a echar a todos…

De repente, Zac dejó de hablar y se quedó mirando, incrédulo, a Jessica. La niña se había movido. ¿Se había movido?

Zac: ¿Jessica? -murmuró incrédulo-.

Lenta, muy lentamente, vieron cómo movía las pestañas. Y lenta, muy lentamente, sus ojos se abrieron.

Vanessa rezaba, pero su corazón se paró cuando la niña abrió los ojos. Los tenía abiertos, pero eran como una página en blanco.

Mordiéndose los labios, Vanessa se acercó a la cama y tomó su mano. Zac puso la mano sobre la suya.

Ness: Oh, Zac -murmuró, asustada-.

Zac: Tranquila, cariño. Esto es bueno. Tiene que ser bueno…

¿Habría salido del coma sin daño o, como les había advertido el médico, habría sufrido un daño permanente en el cerebro?

Jessica emitió un suave gemido, como si tuviera una pesadilla y Vanessa contuvo el aliento. De repente, abrió los ojos y Vanessa pudo ver sus preciosas pupilas verdes. La niña parecía estar mirando a Zac.

Zac: Cariño… -su voz estaba llena de emoción-.

Jessica tragó saliva y se pasó la lengua por los labios resecos.

Jess: Me duele la cabeza -susurró-.

Vanessa sintió que la emoción iba a ahogarla.

Ness: Cielo -murmuró, inclinándose sobre ella-.

Jessica volvió a cerrar los ojos.

Ness: ¡Zac, tenemos que llamar al médico!

Sin atreverse a respirar, todos observaron cómo la niña volvía a abrir los ojos lentamente. Parecían enfocar mejor.

Zac: Jessica, ¿puedes vernos?

Jess: Puedo verte, tío Zac -dijo con un hilo de voz-. Y a la tía Vanessa.

Dolly: ¿Y a mí no me ves?

Jess: Sí, tía Dolly.

Dolly: Has estado tumbada en esa cama durante una semana, niña -dijo entonces, recuperando su tono imperativo-. Ya está bien. ¡Te has perdido las navidades!

Jess: ¿Me he perdido las navidades?

Ness: Hoy es uno de enero -dijo sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas-. Feliz año nuevo, Jessica.

Zac se aclaró la garganta, tan emocionado como ella, y Dolly sacó uno de sus enormes pañuelos para sonarse tan ruidosamente como de costumbre.

Jess: ¿Estoy en un hospital? -preguntó, mientras Zac pulsaba el timbre de la enfermera-.

Zac: Sí, cariño. Has tenido un accidente. Estábamos en el jardín y un árbol…

Jess: Ya me acuerdo… estaba paseando a mi cachorro. -Sus ojos empezaron a brillar entonces-. ¿Dónde está?

En ese momento, Poochie se subió a la almohada y empezó a ladrar. Después, moviendo la cola alegremente, empezó a lamer la nariz de Jessica, como si creyera que las pecas eran de chocolate.

Jess: Ahí estás -dijo levantando una mano para acariciar al perrito-. Feliz año nuevo. Y gracias por venir a visitarme.

La puerta se abrió y la enfermera que había estado a punto de llegar a las manos con Dolly entró en la habitación. Cuando vio la escena se quedó inmóvil durante unos segundos. Después, sus facciones se suavizaron y se acercó a la cama.

**: Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

Jessica miró a su tío Zac, a su tía Vanessa y a su tía Dolly y, finalmente, a su cachorro.

Después miró a la enfermera y le regaló una beatífica sonrisa.

Jess: Lo que tenemos aquí es a mi familia.


sábado, 21 de marzo de 2020

Capítulo 9


Zac: ¡Fue un accidente, por Dios bendito!

Ness: ¡Por favor, no me grites!

La tensión entre ellos era tremenda. Zac apretó los puños, intentando controlar los furiosos latidos de su corazón.

Zac: Cariño, tú sabes que fue un accidente -suspiró-. Ese hombre se saltó el semáforo…

Ness: Lo sé, lo sé. Pero no puedo dejar de preguntarme a mí misma por qué elegí esa ruta -lo interrumpió-. Normalmente, cuando iba a llevar a Anne a clase de ballet, solía tomar otra calle y…

Él le puso un dedo sobre los labios.

Zac: No te hagas eso, Vanessa. Tú ibas por tu carril, a velocidad normal y ese crío se saltó el semáforo…

Ness: Zac, lo sé. Sé que no fue culpa mía, pero no puedo dejar de pensar que debería haber tomado la ruta que tomaba siempre…

Zac la abrazó. Ella estaba temblando.

Zac: No puedo soportar verte así -murmuró-. Si pudiera hacer algo para…

Ahogando un sollozo, Vanessa se apartó.

Ness: Nunca podré olvidarlo, Zac. Nunca.

Zac: Entonces, tendrás que aprender a vivir con ello, Vanessa.

Ness: Lo estoy intentando -murmuró con los ojos llenos de lágrimas-. Estoy… Zac no puedo seguir hablando de esto.

Zac: Ya -dijo aclarándose la garganta. Tenía que cambiar de conversación-. Durante estos días no vamos a vernos mucho. Mañana llegan los japoneses y tendré que estar con ellos hasta el jueves. Volveré a casa a las cinco y media… con el cachorro.

Vanessa hizo un esfuerzo para sonreír.

Ness: A Jessica le hará mucha ilusión. Eres muy bueno con ella, Zac.

Zac: Y sería bueno contigo. Si me dejaras…

Ness: Lo sé -murmuró acariciando su cara-. Ojalá… -pero no podía seguir-. Buenas noches, Zac.

Zac: Buenas noches, cariño.

Zac la observó salir del cuarto de estar, desarmado.

Le hubiera gustado salir tras ella, pero sabía que si Vanessa conseguía olvidar algún día tendría que hacerlo ella sola.


Jess: ¿Qué hay en este paquete, tía Vanessa? -preguntó tocando uno de los regalos-.

Ness: ¡No pienso decírtelo! -sonrió-.

Era el día antes de Navidad y la niña estaba emocionada. Había colocado y recolocado los regalos debajo del árbol unas veinte veces y, en aquel momento, se los ponía en el oído para intentar descubrir qué contenía cada uno.

Jess: Yo creo que esto es una caja de pinturas.

Ness: ¿Ah, sí? -fingió inocencia-.

Jess: Y esto… -rió, tomando un paquete envuelto en papel de color cereza con un lazo plateado- tiene que ser un libro. Y este es tu regalo para el tío Zac.

Mientras Jessica seguía investigando, Vanessa recordó el regalo que había comprado para Zac. Un suave albornoz de cachemira del mismo color que sus ojos. Vanessa se mordió los labios, insegura. Quizá debería haberle comprado algo menos personal. Pero ya era demasiado tarde.

Jess: Me parece que al tío Zac no le gusta mucho comprar regalos.

Ness: ¿Por qué dices eso? -preguntó disimulando una sonrisa-.

Jess: Pues, por ejemplo, la capa de la tía Dolly. Lleva el nombre de los dos en el paquete, pero la compraste tú sola. Y todos los regalos que hay aquí los has comprado tú. No hay ninguno del tío Zac.

Ness: A lo mejor él va a colocar sus regalos cuando vuelva de la oficina.

Pero Vanessa no esperaba nada. Y la verdad era que no necesitaba nada. Cuando su matrimonio se había roto, Zac le había regalado el dúplex y una cuenta corriente en el banco con más dinero del que podría gastarse nunca.

Además, Zac le había dicho que no quería ningún regalo y Vanessa suponía que él tampoco iba a comprarle nada.

No debería sentirse desilusionada. Y, sin embargo, lo estaba.

Dolly: ¡Es la una! -Oyeron la irritada voz de Dolly desde la puerta-. ¿Por qué no está el almuerzo en la mesa?

Vanessa tuvo que morderse los labios para no contestarla como se merecía.

Ness: Iba a llamarte en cinco minutos. Pero hoy comeremos en la cocina.

Dolly: ¿Por qué no comemos en el comedor? -preguntó indignada-.

Ness: Porque ya he preparado la mesa del comedor para la cena de esta noche. Si no quieres comer en la cocina, te llevaré una bandeja al salón.

Dolly: ¡Por supuesto que no quiero comer en la cocina! Llévame la bandeja, jovencita, y no me hagas esperar.

Vanessa levantó los ojos al cielo.

Jess: Voy a lavarme las manos, tía Vanessa.

Vanessa había preparado sopa de tomate, salmón marcado y crema de castañas como postre. Lo colocó todo en una bandeja y salió de la cocina.

Cuando pasó por delante del cuarto de baño, oyó que Jessica hablaba sola.

Probablemente, estaría jugando con alguna de sus muñecas.

Jess: Espero que el tío Zac encuentre una niñera porque si no la encuentra, tendré que irme con la tía Dolly y ella no me aguanta. Bueno, no solo a mí. No aguanta a nadie. Pero la tía Vanessa sí me quiere. Mucho. Lo que pasa es que no quiere tener otra familia porque lo pasó muy mal cuando Anne se murió.

El sonido del grifo sobresaltó a Vanessa que, con el corazón encogido, tuvo que dejar la bandeja sobre la mesita del vestíbulo para calmarse. Pobre niña, pensaba. Se había dado cuenta de todo.

Haciendo un esfuerzo, Vanessa volvió a tomar la bandeja y entró en el salón.

Ness: Aquí está tu almuerzo, Dolly.

Dolly: ¡Ya era hora!

Vanessa dejó la bandeja de golpe sobre la mesa y se volvió para mirar a la insolente anciana.

Ness: ¡Ya está bien! Nadie te ha invitado a venir aquí, Dolly. ¿Qué pretendes, arruinarnos la Navidad? Pues te voy a decir una cosa… se acabó. O empiezas a portarte como una persona normal o vuelves a tu casa. ¡Zac es demasiado amable para echarte de su casa, pero yo no lo soy! Así que…

De repente, su furia se convirtió en una tristeza inmensa y, escondiendo la cara en las manos, empezó a sollozar. No podía soportar aquella situación. Una niña huérfana hablando sola, una anciana insoportable que quería llevársela y… ella no podía hacer nada por evitarlo porque tenía demasiado miedo.

Vanessa corrió hacia la escalera y subió a su habitación. Se tiró sobre la cama, llorando, con una angustia que la impedía respirar.

No podía soportarlo más.

Lo único que quería hacer era escapar.


Zac: ¿Vanessa? -la voz de Zac llegaba desde el pasillo, como un eco, como un sueño. Vanessa se despertó con los ojos pegados, el cuerpo entumecido. La habitación estaba a oscuras-. Vanessa, ¿te encuentras bien?

No era ningún sueño. Zac estaba golpeando suavemente la puerta y Vanessa se incorporó.

Ness: Estoy… bien -contestó, apartándose el pelo de la cara-.

Zac: ¿Puedo entrar?

Vanessa miró el despertador de la mesilla. Eran las seis menos veinte. Llevaba cinco horas durmiendo.

Ness: No. Yo… bajaré dentro de un rato.

Zac: La cena está lista -dijo antes de alejarse-.

Vanessa se levantó de la cama y entró en el cuarto de baño para darse una ducha. Estaba pálida, con los ojos llorosos y despeinada. Parecía un fantasma.

Había pensado pasar una Nochebuena agradable con Jessica y Zac. Pero los había decepcionado a los dos.

Su boca se torció en una amarga sonrisa. Y ella había acusado a Dolly de arruinarles la Navidad…


Zac se pasó la mano por el pelo, mientras esperaba a Vanessa en el vestíbulo.

¿Qué demonios habría ocurrido mientras él estaba en la oficina?, se preguntaba. Había vuelto antes de lo previsto y se había encontrado a una silenciosa Jessica secando los platos en la cocina y a una aún más silenciosa Dolly colocando los cubiertos.

Jess: La tía Vanessa está en su habitación, descansando -le había dicho-. No quiere que la molesten -añadió, muy seria-.

Zac: Dolly, ¿qué está pasando aquí?

Dolly: Es mejor que la dejemos -dijo sin mirarlo-.

Y eso había hecho Zac.

Hasta que Dolly había anunciado que la cena estaba lista.

Ness: ¿Zac?

Vanessa tenía los ojos llorosos y parecía más delgada y pálida que nunca. Su vestido rojo de punto acentuaba su palidez.

Zac: Has estado llorando.

Ness: No… no ha sido nada. Estaba cansada, pero ahora estoy bien -dijo mirando hacia la cocina-. ¿Quién ha hecho la cena?

Pasara lo que pasara, era obvio que no quería hablar sobre ello y Zac decidió no insistir.

Zac: Parece que Dolly ha estado en la cocina toda la tarde.

Ness: ¿Dolly?

Jess: ¡La cena está lista! -llamó desde el comedor-.

Ness: Zac -susurró-. ¿Qué ha pasado con el cachorro?

Zac: Lo metí en casa sin que nadie se diera cuenta -contestó en voz baja-. Está en mi habitación.

Ness: ¿Y las niñeras? ¿Has tenido suerte?

Él negó con la cabeza.

Zac: No. Ya veremos qué pasa después de Navidad.

Dolly había preparado asado con piña y cerezas, que sirvió en platos calentados al horno, con una salsa que Vanessa no había probado nunca. Además, había hecho un soufflé y, como postre, unas natillas con canela que eran ambrosia.

La cena transcurrió en silencio. La tensión era evidente, pero nadie aclaraba nada y Zac estaba a punto de saltar.

Jessica pidió que la excusaran después del postre.

Ness: Claro. Pero antes de nada, ve a lavarte los dientes.

Más tarde, Dolly sirvió el café, pero en lugar de sentarse con ellos anunció que tomaría el suyo en el salón.

Ness: ¿Quieres que te lleve una bandeja? -preguntó mirando directamente a Dolly por primera vez desde la pelea-.

Al hacerlo, le sorprendió el aspecto triste y cansado de la mujer. Sus ojos negros no tenían brillo y parecía haber envejecido.

Dolly: Gracias. Puedo hacerlo yo.

Ness: La cena ha sido estupenda.

Dolly sacó un enorme pañuelo del bolsillo y se sonó la nariz ruidosamente.

Dolly: Esta mañana se me ha recordado que no soy bienvenida en esta casa. De modo que haré las maletas y me iré por la mañana. He estado aquí el tiempo suficiente como para ver por dónde van las cosas.

Vanessa la miró, perpleja.

Zac: ¡No puedes irte! Al menos, no mañana. Mañana es Navidad, Dolly.

Ness: Zac tiene razón. Además, no conseguirás un billete de avión el día de Navidad.

Dolly: Con las conexiones de Zac, eso no será un problema. Además, mañana no viaja nadie. Los aviones estarán vacíos.

Vanessa notó el temblor en su voz y, de repente, sintió compasión por la anciana.

Zac: ¿Sabes una cosa? -Preguntó cuando Dolly salió del comedor-. ¡Estaba empezando a acostumbrarme a esa vieja bruja!

Ness: Zac, es culpa mía. Esta mañana tuvimos una pelea y… perdí la cabeza. Le dije que se fuera. Me siento fatal…

Zac: Tenía que pasar. Si no hubieras sido tú, habría sido yo. Esa mujer volvería loco a cualquiera.

Ness: Parece decidida a marcharse. ¿Podrás conseguirle un billete para mañana?

Zac: No sé. Será mejor que empiece a hacer gestiones ahora mismo.

Ness: Lo que ha dicho Dolly… sobre que se ha dado cuenta de por dónde van las cosas. ¿A qué crees que se refería?

Zac: Es muy obvio, Vanessa. Sabe que no estamos juntos y que no he encontrado una niñera, así que solicitará la custodia de Jessica.

Vanessa suspiró.

Ness: Qué horror…

Jess: ¡Tío Zac! ¡Tía Vanessa! -escucharon la voz de la niña. Los dos salieron corriendo al mismo tiempo. La niña bajaba la escalera corriendo, con los ojos brillantes de alegría, el pelo con un halo rojo a su alrededor. En los brazos llevaba una bolita de pelo con la nariz rosa y unos inquisitivos ojos marrones-. ¡Mirad lo que he encontrado! -gritó-. Iba al cuarto de baño del tío Zac para buscar pasta de dientes y entonces… -abrazó al cachorro tan fuerte que el pobre lanzó un gemido- me encontré esto en una cesta. ¿Qué estaba haciendo ahí, tío Zac?

Zac: ¿Tú qué crees que estaba haciendo, enana? ¡Te estaba esperando!

Jess: ¿Es mío? -preguntó incrédula-.

Zac: Todo tuyo, cariño.

Jess: ¡Tío Zac! -Exclamó mirándolo con adoración-. ¿Puedo elegir el nombre?

Zac: Claro. ¿Cómo quieres llamarlo?

Jess: No lo sé. Tengo que pensarlo -dijo estrujando al pobre animal-. Tío Zac, ¿por qué no lo has puesto debajo del árbol?

Zac: Pues… todos sabemos lo que los cachorros hacen en los árboles. ¿No es verdad?

Jessica soltó una carcajada de felicidad.

Jess: ¡Ah, es verdad! Voy a tener que enseñarlo. ¿Has comprado una correa?

Zac: Sí. Está en mi habitación. ¿Por qué no vas a buscarla y después salimos con… como se llame a dar un paseo por el jardín?

Jessica salió corriendo escaleras arriba y Vanessa abrió la puerta del armario para sacar la chaqueta de la niña.

Ness: Hace mucho frío, Zac.

Zac: Vanessa -murmuró tomando su mano-. También tengo un regalo para ti. Te lo daré cuando Jessica y Dolly se hayan ido a la cama.

Ness: No tenías que…

Zac: Quería hacerlo, Vanessa.


Resultó que el regalo de Zac no era un regalo terrenal. Pero pasaron varias horas hasta que le dijo lo que era.

Estaban en el cuarto de estar, el fuego crepitando alegremente en la chimenea, Jessica jugando con el cachorro en la alfombra. Parecían una familia.

Dolly, que había rechazado la invitación de Zac de reunirse con ellos, se había ido a la cama a las diez.

Habían acordado que, aquella noche, el cachorro dormiría en el cuarto de baño de Zac, donde habían colocado papeles de periódico por si acaso ocurría algún… accidente.

Zac: Puedes empezar a entrenarlo mañana -dijo cuando por fin lograron convencer a Jessica de que se fuera a la cama-. Tendrá que aprender que tiene que hacer sus necesidades en el jardín.

Jess: No te preocupes, tío Zac -sonrió sacando las manitas de entre las sábanas. De repente, se puso seria-. Tío Zac, ¿qué pasará si tengo que irme a vivir con la tía Dolly? A ella no le gustan los perros.

Zac: El cachorro es tuyo. Ocurra lo que ocurra, siempre podrás pasar las vacaciones aquí. Y ya sabes que los perros tienen más memoria que los elefantes. No se olvidará de ti.

Jess: Voy a llamarlo Poochie -dijo bostezando-. Poochie es un nombre bonito. Buenas noches, tío Zac, buenas noches tía Vanessa.

Se había dormido antes de que salieran de la habitación.

Ness: ¿Te apetece tomar una copa? -preguntó mientras bajaban por la escalera-.

Zac: Sí. Ya que insistes, un whisky no me vendría mal.

Ness: Yo no he insistido -rió-.

Zac: ¿Ah, no?

Zac esperaba en el cuarto de estar, mirando por la ventana. El cielo estaba limpio, las estrellas brillaban como diamantes y el viento seguía moviendo los árboles del jardín.

Sus ramas se retorcían y las copas dejaban caer sus hojas. Aquellos árboles eran un peligro, pensaba. Eran demasiado delgados como para soportar el viento de Lindenlea y deberían haberlos cortado hacía tiempo, pero la regulación municipal lo prohibía.

Ness: ¡Aquí estoy!

Cuando se volvió, vio a Vanessa con una bandeja en la mano.

Zac: Vanessa, quiero darte tu regalo.

Ness: Yo primero -dijo tocándose el moño con gesto nervioso. El vestido rojo marcaba las curvas de su cuerpo, unas curvas que Zac deseaba acariciar. Vanessa se inclinó para tomar un paquete envuelto en papel de plata. Se había puesto colorada-. Es solo… un…

Zac: Lo mejor será que lo abra -dijo dejando las muletas sobre el asiento de la ventana-. Ah, qué bonito -sonrió, lanzando un silbido de admiración-. ¿Cómo sabías que el viejo se me estaba cayendo a pedazos? ¿Has estado espiando en mi habitación?

Ness: ¡Claro que no!

Zac: Era una broma -sonrió volviendo a guardarlo en la caja-. Ven aquí -dijo en voz baja. Vanessa no se movió-. Ven aquí. ¡No voy a comerte! -insistió. Como una niña tímida, Vanessa dio un paso hacia él-. Más cerca -ella obedeció y Zac la besó en la frente-. Gracias. Me encanta tu regalo.

Vanessa llevaba aquel perfume, el que lo había echado para atrás el primer día, en el ascensor. Y, en aquel momento, lo excitaba. Mucho. Pero Zac sabía que no era el momento.

Ness: Me alegro de que te guste.

Zac: Ven a ver lo que yo tengo para ti -dijo volviéndose hacia la ventana. Vanessa se colocó a su lado, nerviosa-. ¿Las ves? ¿Las Siete Hermanas? Ahí están todas. Y Maya.

Ness: Según el mito, la primera en nacer y la más hermosa de todas.

Zac: Y la más brillante, según dicen. Más brillante que Alción -murmuró. Vanessa lo miró, con los ojos llenos de recuerdos-. Cariño, sé cómo te gusta mirar las estrellas y que, cuando lo haces, te acuerdas de Anne- siguió diciendo mientras sacaba algo de detrás de las cortinas. Era un mapa del firmamento, con algo escrito-. ¿Recuerdas el lunes, cuando entraste en mi despacho y yo estaba hablando por teléfono? Estaba hablando con un observatorio y no quería que escuchases la conversación.

Zac le dio el mapa y Vanessa empezó a leer. Al hacerlo, sintió un escalofrío.

Esto certifica que Vanessa y Zac Efron han puesto nombre a una estrella de la constelación Tauro y que, desde el día 25 de diciembre, esta estrella estará registrada en el observatorio astronómico de Vancouver con el nombre de Anne Efron.

¿Una estrella? ¿Para Anne?

Zac: Me enteré de que se podía hacer -dijo en voz baja-. Se puede registrar una estrella si no tiene nombre asignado. Es una forma de recaudar fondos para el observatorio. A partir de ahora, cada vez que mires al cielo y veas la estrella de Anne, quizá puedas encontrar… consuelo.

Ness: Oh, Zac -murmuró apoyando la cara en el pecho del hombre-. Qué idea tan maravillosa…

Zac: Oye, no quería que te pusieras triste -dijo tomando su barbilla-. Quería hacerte feliz.

Ness: Lo soy, Zac.

De nuevo, deseaba besarla. Deseaba besar aquellos labios temblorosos, pero Vanessa parecía tan frágil y vulnerable que sería como aprovecharse de ella.

De modo que se sentaron en el sofá y tomaron la copa en silencio.

Cuando terminaron, ella llevó la bandeja a la cocina y Zac la esperó al pie de la escalera. Subieron juntos y se desearon feliz Navidad.


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