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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Capítulo 8


Lo despertó el llanto de un niño. Fue hacia el parque donde dormía el bebé, pero al llegar se dio cuenta de que era Alex el que lloraba. Cuando encendió la luz del dormitorio, vio que el niño tenía las mejillas tan coloradas como su hermano el día antes.

Zac: Oh, Alex, no me digas que tú también. No me extraña que estuvieras tan inquieto.

Tenía el cuerpecito ardiendo y parecía como si tuviera diez veces más fiebre de la que David había tenido. Estaba tan caliente que Zac se asustó, las manos se le llenaron de un sudor frío y, en contraste, Alex parecía aún más caliente.

Lo tomó entre sus brazos y fue hacia el teléfono. Sin pensárselo dos veces llamó a la única persona en quien confiaba y que sabía que lo ayudaría. La única persona despierta a las tres y media de la madrugada.

En realidad, debería arreglárselas él solo, pero Alex estaba muy malito y él no sabía qué hacer. No era el momento de mostrarse orgulloso o de querer tener la razón.

Ness contestó a la segunda llamada.

Zac: Alex está enfermo -dijo sin ni siquiera decir hola-.

Ness: Ahora mismo subo -contestó y colgó-.

Zac abrió la puerta de entrada y luego fue a quitarle el pijama a Alex.

Ness estaba allí en menos que canta un gallo; seguro que había subido corriendo. Llamó una vez a la puerta antes de entrar, con la lengua fuera.

Ness: ¿Le has tomado la temperatura?

Zac: Todavía no -aunque en esa ocasión pensaba hacerlo antes de llamar al médico-. El termómetro está en el cuarto de baño.

Zac llevó a Alex a su dormitorio y Ness los siguió.

Ness: Voy a ponerle el termómetro y luego lo meteré en un baño de agua fresca. Tú llama al médico.

Ness habló con voz tranquilizadora. Estaba bien organizada y controlando la situación. Formaban un buen equipo.

Zac se vistió mientras esperaba la llamada de respuesta del médico, imaginándose lo que le iba a decir. Sorprendente; habiendo tenido ya a un niño enfermo sabía lo que iba a ocurrir.

Mientras apuntaba cuidadosamente la dosis de analgésico que tenía que administrarle a Alex, Zac escuchó atentamente las instrucciones del médico y se dio cuenta de que se había anticipado sin equivocarse. Le estaba empezando a pillar el truco a eso de ser padre y también a lo de preocuparse como lo hacían los padres de verdad.

Agarró la medicina y fue hacia el cuarto de baño donde Alex estaba armando un jaleo tremendo.

Ness: Lo siento, Alex -no hacía más que decirle eso una y otra vez. Lo tenía agarrado en la bañera, echándole agua sobre los hombros con una bacinilla y llorando en silencio-. Odio tener que hacer esto -dijo al ver a Zac-.

Zac: Yo también -le puso la mano en el hombro como gesto de comprensión-. Me alegro de no estar solo. -Ella suspiró. Sin importarle si se mojaba o no, Zac se sentó en el borde de la bañera-. ¿Crees que podemos darle el medicamento ya?

Ness: Con el disgusto que tiene, imposible -dijo mientras envolvía a Alex en una toalla y lo mecía suavemente-. Sé que debería dejar que se secara al aire, pero no puedo -inclinó la cabeza y acurrucó al pequeño-.

Zac la miró detenidamente. Se fijó en los bucles oscuros, en que tenía las mejillas mojadas por las lágrimas, en la dulzura con la que le hablaba al niño… Se fijó en que estaba descalza. Ni siquiera se había parado a ponerse los zapatos, y quizá hubiera hasta dejado la puerta de su casa sin cerrar.

Aparentemente, Zac estaba como siempre, pero por dentro se sentía confuso porque sus sentimientos estaban sufriendo un profundo reajuste.

Se imaginaba escenas futuras parecidas a ésa, y a Ness meciendo a un niño… Un niño con el pelo negro y rizado y la sonrisa de los Efron.

El hijo de ambos.

Su imaginación fue aún más lejos y visionó a Ness conduciendo un monovolúmen lleno de niños. Las escenas se sucedían en su mente como si pasara las páginas de un manual para padres: Ness en la cocina ayudando a su hijo con los deberes, Ness haciéndole una trenza en el pelo a su hija, Ness preparando disfraces para Halloween.

¿Y dónde entraba Zac en todo aquello?

Por necesidad, se pasaría la mayor parte del día en la oficina y se prometió a sí mismo que, por todos los medios, intentaría tener éxito en los negocios para que sus hijos tuvieran una madre que pudiera ocuparse bien de ellos. Él procuraría la base y el apoyo, es decir, lo esencial. La dulce, sensible e imprevisible Ness llenaría sus vidas de color.

Por primera vez comprendió por qué su cuñada se quedaba en casa con Alex y David y por qué Mike la animaba a hacerlo.

Afortunadamente, Alex se había tranquilizado.

Ness: Creo que ahora podrías intentar darle el medicamento -sugirió-.

Zac echó un poco del líquido rosa en el cacillo de plástico que venía en la caja. Le temblaba un poco la mano, claro que no era nada extraño teniendo en cuenta que estaba en medio de una importante manifestación personal.

Alex dejó que Zac le metiera la cuchara en la boca pero luego le dio un manotazo.

Alex: ¡No!

El jarabe le chorreaba por la barbilla.

Zac: Trágatelo, Alex -lo recogió como pudo y lo intentó de nuevo-.

Ness le sujetó la cabeza, aunque el niño no dejaba de mover los brazos y patalear.

Ness: Quizá le duela la garganta.

Zac: Espero que no -miró las manchas rosas de la toalla-. ¿Crees que ha tragado suficiente?

Ness: No lo sé, pero lo poco que haya tragado le hará efecto. Tampoco queremos que tome demasiado.

Zac se quedó mirando a su sobrino, y sintió la misma impotencia que había experimentado con David.

Zac: El médico ha dicho que si dentro de una hora no le ha bajado la fiebre tenemos que volver a llamarlo.

Ness: Pobrecito. Está enfermo, en un sitio que no conoce y sin su papá y su mamá junto a él.

Ness miró a Zac, con los ojos llenos de lágrimas.

En ese momento, Zac se enamoró de ella. Quizá ya había empezado a enamorarse antes, pero fue en ese instante cuando se dio cuenta de que había aterrizado.

Zac: Está en el mejor de los sitios, sin contar su casa -dijo, con voz algo temblorosa-.

Afortunadamente, Ness no pareció darse cuenta.

No era el momento de decirle lo que acababa de descubrir en su corazón y no sólo porque estuvieran ocupados con Alex.

Había sido una semana fuera de lo habitual para ambos. Los sobrinos de Zac le habían trastocado su rutina diaria completamente. Ness y él tenían que pasar tiempo juntos tranquilamente sin David y Alex. Necesitaban tiempo para examinar los sentimientos que parecían haber nacido entre ellos.

Como no había pasado tiempo a solas con ella, estaba un poco confuso en cuanto a lo que podrían sentir el uno por el otro.

Ness: ¿Sabes lo que necesitas? Una mecedora -dijo haciendo que Zac la imaginara vestida con un suave camisón largo y sentada en una mecedora con un bebé entre sus brazos-.

Se estaba convirtiendo en un sentimental exagerado. Si seguía así, acabaría rociando el lecho nupcial con pétalos de rosa.

Lecho nupcial… Matrimonio… Saboreó figuradamente las dos palabras y se dio cuenta de que ya no le provocaban el mismo desencanto que antes.

No, casarse con Ness sería el comienzo de una vida nueva.

Pasaron las dos horas siguientes turnándose para mecer a Alex. Finalmente le bajó la fiebre y se quedó dormido.

Por el contrario, a Zac se le había quitado el sueño y no quería que Ness se marchara, aunque sabía que tenía que trabajar.

Mientras pasaban por el vestíbulo, a Zac se le ocurrió una buena excusa para que no se fuera.

Zac. ¿Qué te parece si desayunamos? Soy capaz de hacer huevos revueltos.

Ness: Los huevos no son buenos.

Llegaron al salón y Ness vaciló.

Zac: Tengo tostadas… -dijo de repente-. Cereales…

Eso le hizo sonreír.

Ness: No puedo comerme los cereales de Alex. Tomaré huevos; hace muchísimo tiempo que no los como.

Hablaban susurrando para no despertar a David, que milagrosamente no se había despertado con los gritos de su hermano, y eso creó un ambiente íntimo que a Zac no le disgustó.

Sacó unos huevos y se dispuso a prepararle a Ness una de sus especialidades; la otra eran las torrijas. Pero no tenía el pan adecuado para hacerlas.

Ness se sentó en una banqueta y apoyó la cabeza en la mano.

Con la sensibilidad a flor de piel, Zac se dio cuenta de que algo la preocupaba y no creía que fuera sólo Alex.

Zac: ¿Tienes mucho trabajo?

Ness: Algunas noches he estado fuera hasta mucho más tarde, después del cierre de los bares a las dos de la madrugada, porque el grupo decidía hacer un concierto improvisado a puerta cerrada. Es entonces cuando suelen interpretar los temas nuevos y puedo hacerme una idea de su trayectoria musical -aspiró profundamente y soltó el aire muy despacio-. Quizá debería haberme quedado más tiempo esta noche, pero no lo hice.

Zac cascó unos huevos en un tazón, esperando impresionar a Ness porque lo estaba haciendo con una sola mano.

Zac: Por suerte para mí.

Ness: Te las habrías arreglado. Ya has pasado lo mismo con David… Y, por cierto, me quedaré con él mientras llevas a Alex al médico.

Zac le añadió un pellizco de orégano a los huevos.

Zac: A lo mejor decido llevarme a David también. Si estoy allí con dos niños llorando, quizá el médico quiera recibirnos antes.

Ness se echó a reír, pero no era la misma risa desenfadada de siempre.

Zac: No puedo seguir abusando de ti; además, sé que tienes que escribir las críticas.

Ness: ¡Puaj! -se cubrió la cara con las manos-. Por favor, deja que me quede con el bebé. No quiero escribir nada.

Zac batió los huevos.

Zac: ¿Es que tan malo era el grupo?

Ness: Francamente, no sé si eran buenos o no -dijo, dejando caer las manos con desaliento-. Debería volver a escucharlos, pero no quiero. Lo cierto es que, cuando empecé a escribir críticas de música, me habrían encantado y habría escrito un artículo lleno de colorido. Pero últimamente, no sé… -se quedó callada un momento-. No creo estar tan entusiasmada con la movida de los locales y los grupos como antes y no es bueno que escriba una mala crítica sólo porque yo he perdido el entusiasmo.

En ese momento no tenía el aspecto de alguien que disfrutara de ese ambiente. Estaba descalza, llevaba unos vaqueros descoloridos, una camisa y un chaleco. Se veía que había llevado los labios pintados de color rojo.

Zac se alegró por dentro. El hecho de que Ness trabajara de noche no era propicio para establecer una relación.

Ella gimió de fastidio, sorprendiéndolo.

Ness: Ya estoy empezando a sentir lo mismo otra vez. Lo sé.

Zac: ¿El qué?

Sacó una sartén y echó dentro un trozo de mantequilla aunque puso un poco menos, por deferencia a Ness.

Ness no dijo nada de la mantequilla, sin embargo, arrugó el entrecejo con expresión de infelicidad.

Ness: Cada vez que tengo un empleo nuevo me digo: esto es lo tuyo, Ness, esta es la profesión ideal para ti. Todo va sobre ruedas hasta que empiezo a notar una sensación fastidiosa, y sé que algo va mal.

Zac: ¿Qué quieres decir?

Ness: Bueno… -se encogió de hombros-. Sólo es que siento que debería hacer otra cosa. Supongo que podríamos decir que estoy buscando mi destino.

Zac: Yo siempre he sabido lo que quería hacer. Tenía una habilidad especial para gestionar y organizar que otra gente no tenía.

Ness: Eres muy afortunado -dijo, sacudiendo la cabeza-. Creía de verdad que estaba hecha para este trabajo. En esto he aguantado más tiempo que en ninguna otra cosa. No hago más que repetirme a mí misma que todos los empleos tienen sus pros y sus contras, pero al final me he dado cuenta de que no estoy hecha para este trabajo.

Zac: Hay personas que se abren camino haciendo trabajos eventuales. Su capacidad de adaptación es muy valiosa.

Ness: He pasado por eso; también lo he hecho.

Zac: Entonces, quizá sea el momento de que te tomes un descanso.

Por ejemplo, un descanso lo suficientemente largo como para criar unos cuantos niños.

Ness: Eso también lo he intentado cuando he podido permitírmelo. También me he obligado a quedarme en un empleo más tiempo del que quería, pero al final siempre termino dejándolo. ¿Qué es lo que me pasa? -dijo con una mirada de súplica-.

Zac sacó el queso parmesano.

Zac: No te pasa nada. Cuando averigües lo que quieres hacer con tu vida, tendrás la respuesta.

Ness: Tengo veintisiete años. ¿No te parece que ya es hora de que sepa lo que quiero hacer cuando sea mayor?

Zac: Cada persona es diferente, Ness.

Zac se daba cuenta de que Ness estaba algo decepcionada porque no le hubiera dedicado palabras más acertadas.

Ness: Sí, lo que sea. Me apuesto a que sientes haberme invitado a desayunar, ¿verdad?

Zac: Me halaga que te hayas sentido lo suficientemente a gusto para querer compartir tus sentimientos conmigo.

Y era cierto pero, además, las palabras compartir y sentimientos eran de las que a las mujeres les gustaba escuchar y Zac no quería desaprovechar la oportunidad de decírselas a Ness.

Ness lo observó.

Ness: ¿Qué estás haciendo?

Zac: Estoy rallando el parmesano para mi especialidad de huevos a la italiana. Prepárate para una sorpresa.


No sabía si la había sorprendido o no, pero Ness se comió los huevos y también se quedó con David mientras Zac llevaba a Alex al pediatra.

Como tenía pensado llevar a los niños a la guardería y pasar después por la oficina, tuvo que llamar a Brittany para decirle que se iba a quedar en casa porque uno de los niños estaba enfermo.

Britt: Tienes una montaña de mensajes -le informó-.

Zac: Lo siento, pero no puedo hacer nada al respecto. Delega todo lo que puedas en otras personas y decide el orden de prioridad con el resto por mí. Te volveré a llamar esta tarde.

Britt: Oh, delegar… Esa es una responsabilidad ejecutiva, ¿no?

Zac: Por esa razón eres secretaria de dirección.

Britt: Es cierto.

Brittany andaba a la caza del puesto de ayudante de dirección y ambos lo sabían. Zac no había considerado seriamente ascender a Brittany porque parecía que no había semana en la que no llegara algún día tarde, se marchara temprano o tuviera que perder tiempo hablando por teléfono para solucionar algún incidente relacionado con sus hijos.

Zac la comprendía, en realidad más que nunca, pero iba a necesitar alguien que estuviera allí con él al cien por cien.

Desde luego, cuando se publicara el Manual Doméstico, ella sería la primera en recibir una copia.

Se trataba de organizarse, eso lo sabía en el fondo de su corazón. Aunque David y Alex se habían puesto enfermos con sólo un día de diferencia, Zac sabía que de haber tenido la oportunidad de prepararse para tal eventualidad, no tendría que haber faltado a la oficina.

Cuando llegó a casa y Ness se hubo marchado, se puso a incorporar las programaciones de Ness a las suyas: una mezcla de las mejores innovaciones de Ness y de las Normas Efron.

Después, mientras los niños dormían, devolvió unas cuantas llamadas. Durmieron más de lo habitual, seguramente por la interrupción en su horario de sueño nocturno.

Alrededor de las tres de la tarde, Zac estaba totalmente reventado. Se tumbó en el sillón y planeó echarse una pequeña siesta; pequeña, porque esperaba que uno de los niños lo despertara en cualquier momento.

Zac se durmió hasta que oyó un lastimero:

Alex: ¿Zac, dumo?

Zac: Claro, Alex.

Se sentó en el sofá, sintiéndose como si hubiera estado haciendo una sesión de duros ejercicios de gimnasia. Miró al parque y vio que David también estaba despierto, pero que jugaba en silencio con los suaves muñecos de trapo que tenía a mano.

Zac echó un vistazo al reloj.

Zac: ¡Las seis de la tarde! Chicos, debéis de tener hambre.

«Y están totalmente descansados», pensó. «Hoy no se van a querer dormir a las ocho y media».

Zac les dio la medicina, preparó la cena y emprendió la rutina vespertina, si a eso se le podía llamar rutina. Cuando Alex y él jugaban a recoger el salón, una de las sugerencias de Ness, Zac se fijó en un montón de cartas y papeles. Ni siquiera había ido al buzón a por el correo.

Levantó a David en brazos, junto con un par de sus juguetes favoritos y salió del salón.

Zac: Venga, Alex. ¿Quieres jugar a las oficinas en la habitación del tío Zac?

Con el dedo en la boca, Alex lo siguió. No tenía la vitalidad de siempre, pero Zac se alegró de que estuviera un poco mejor.

Zac: Muy bien, compañero, tú vas a archivar en ese archivador redondo de ahí.

Zac señaló la papelera y le dio a Alex un sobre vacío. Colocó a David sobre la alfombra con un elefante de peluche, que enseguida se metió en la boca.

Los papeles de trabajo de Zac estaban mezclados con los de la casa. Ya había roto otra de las Normas Efron. Clasificó los papeles y allí mismo, encima del correo de la casa, estaba el orden del día de la reunión de la junta de residentes.

Silbó ligeramente para evitar lanzar el primer improperio que se le ocurrió y que Alex probablemente repetiría después.

Era jueves y la reunión era esa tarde. ¿Cómo se le podía haber olvidado? ¿Qué hora era? El despertador de su mesilla de noche decía las 7:42.

Zac se quedó mirándolo fijamente. La reunión había empezado a las siete. Nunca en su vida se le había olvidado asistir a una reunión.

Alex rompió un recibo de la luz y lo echó a la papelera.

Alex: Ahí.

Alex… David…

Zac se pasó la mano por los cabellos. Aunque se hubiera acordado de la reunión, no habría podido ir. No tenía a nadie con quien dejar a los niños. No entendía cómo podía haber tenido aquel descuido.

Alex se fijó en una hoja de propaganda y la tiró a la papelera.

Alex: Alex, nene gande.

Zac: Y tío Zac es idiota.

Alex: Zac, dota -repitió solemnemente-.

Zac: Sí, señor.

El primer día no había llamado a una canguro porque había tenido a Ness, que ya se había marchado. Había contado con ella demasiado, por muy novato que fuera en lo de hacer de padre. Y todo lo que ella le había pedido a cambio era…

¡Dios mío, el desalojo de Ness! ¡La junta estaba votando el desalojo de Ness! Zac se llevó la mano a la frente mientras intentaba pensar con tranquilidad.

Zac: Alex, tenemos que irnos de paseo -agarró a David en brazos y se apresuró hacia el salón-.

Alex: ¿De paseo?

Alex corrió tras de él tan rápidamente como pudo.

Zac: Sí, de paseo.

Zac desplegó la sillita y sentó al bebé; a Alex lo colocó en el asiento de atrás.

Zac: Lo siento, Alex -se disculpó, sintiéndose verdaderamente mal-. Sé que estás malito y no haría esto si no fuera algo urgente.

Sin ni siquiera mirarse al espejo, Zac sacó a los niños de la casa y empujó la silla hasta el ascensor.

A lo mejor la junta no había llegado todavía al asunto de Ness. Las reuniones duraban a veces una o dos horas. Apretó repetidamente el botón del ascensor hasta que llegó. Salió a toda marcha del portal, corrió hacia el edificio de la comunidad y entró a toda prisa. Pasó por detrás de la fila de sillas metálicas donde los miembros de la junta estaban ya sentados y mirándolo con cara de asombro. Zac hizo caso omiso y aparcó la silla detrás de su asiento.

Zac: Siento llegar tarde. Me he retrasado inevitablemente.

Alex: Zac, dota -dijo en el silencio que siguió a la llegada de Zac-.

Zac pestañeó, sonrió y decidió no traducir.

Presidenta: Señor Efron, no vamos a volver atrás con el orden del día -dijo la señora Greenborough, presidenta de la junta-.

Zac: De acuerdo, señora Greenborough.

Sonrió a la señorona con traje de punto y sortijas de diamantes.

*: Sabíamos que estaba aquí porque su coche está en el aparcamiento. Pero no estaba presente cuando empezó la reunión.

El que había hablado era J.G. Ottwell, con sus eternos zapatos blancos, pantalones de sport y camisa de punto, listo para jugar un partido de golf si le avisaran en ese momento.

Zac: Lo lamento, me ha sido imposible llegar antes.

¿Qué diablos le pasaba a esa gente? Vale, había llegado tarde, muy tarde. Y no iba vestido con traje de chaqueta. ¿Y qué? ¿Por qué no le explicaban lo que estaban discutiendo en ese momento y continuaban normalmente con la reunión?

Tampoco le gustaba la forma en que estaban ignorando a los niños. Zac hizo un gesto señalando a los niños.

Zac: Estos son mis sobrinos. Han venido a visitarme esta semana.

Presidenta: Lo sabemos -la señora Greenborough colocó tres hojas de papel delante de ella-. La junta ha recibido quejas acerca de ruidos molestos.

La señora Garner lo miró furiosa. Vaya, parecía que no había perdido el tiempo.

Presidenta: Como se dará cuenta, eso nos pone en una posición extremadamente difícil. De eso mismo estábamos discutiendo poco antes de que llegara usted.

¿Durante más de cuarenta y cinco minutos? Zac echó un vistazo a las copias de varias quejas y le sorprendió un poco ver que provenían de más de una persona. Aparte de la señora Garner, nadie más se había molestado en hablar con él; claro que, tampoco podría haber hecho demasiado.

Zac: Siento haberles causado molestias. Mi cuñada pasará mañana a recogerlos y eso resolverá el problema.

Presidenta: Señor Efron -la señora Greenborough entrelazó las manos y las apoyó sobre la mesa-. El complejo Bahía del Roble Blanco es un remanso de paz en pleno centro de Houston. Lo que aquí tenemos es algo muy valioso y debemos preservarlo a toda costa. Aquí no pueden vivir niños.

Zac: David y Alex sólo están de visita; no es más que una semana. No viven aquí. He visto a otros niños venir de visita.

La señora Greenborough escogió una de las quejas.

Presidenta: «Llanto y gritos por la noche durante horas» -leyó y entonces lo miró por encima del borde de las gafas-. No considero que sus sobrinos estén aquí lo que se dice de visita.

Zac: Desgraciadamente, los dos niños han tenido bastante fiebre y han estado un poco inquietos.

Presidenta: ¿Quiere decir que ha traído aquí a dos niños enfermos para exponernos a todos al contagio?

Los que estaban cerca de él se retiraron como si fueran a contagiarles la peste bubónica.

Zac: No lo he hecho a propósito -saltó-. Es que no había nadie con quien dejarlos. -Tuvo que levantarse del asiento y detener a Alex, que estaba a punto de salirse del carrito-. Alex, quédate sentado en la silla.

Alex: ¡No!

Zac no estaba dispuesto a enzarzarse en una interminable y ruidosa discusión delante de todo el mundo. Por eso prefirió sentarse al niño encima.

Zac: Me he disculpado por las molestias causadas y les he informado que los niños se marcharán mañana. ¿Podemos continuar con la reunión para que pueda acostar a los niños lo antes posible?

Presidenta: Muy bien -la señora Greenborough carraspeó y con su desagradable tono de voz consiguió transmitirle su total desaprobación-. Hay una moción de los asistentes para censurar a Zac Efron por violar la norma número cuatro, sección b del Convenio de Residentes de Bahía del Roble Blanco. ¿Alguien quiere añadir algo?

Zac: Espere un momento -protestó-. ¿No es la censura una medida algo extrema?

Presidenta: Usted ha quebrantado las normas, señor Efron -la señora Greenborough señaló a Alex con el bolígrafo-. Ahí está la prueba.

Zac: Entonces, ¿me está diciendo que los niños no pueden visitar a los que residen aquí?

Presidenta: Hemos estado discutiendo la posibilidad de establecer una norma para las visitas -lo decía como si aquello fuera una cárcel-. Según nuestras normas actuales, los niños que no hacen ruido pueden venir de visita. Los que se ponen a chillar en mitad de la noche están violando la norma.

*: Solicito que se lleve a votación. Los que estén en favor de censurar a Zac Efron que levanten la mano y digan sí.

Cuatros voces dijeron al unísono:

**: Sí.

Presidenta: ¿En contra? -preguntó la señora Greenborough-.

Zac: No -dijo levantando la mano al mismo tiempo-.

Presidenta: Ha ganado el voto afirmativo, con lo cual se le enviará la citación por correo al señor Efron.

Zac: ¡Déme la maldita citación en mano y se acabó!

Alex: Maldita -dijo Alex con claridad-.

La señora Greenborough arqueó las cejas.

Presidenta: Hay unos procedimientos a seguir.

En ese momento, Zac no quería seguir ningún procedimiento. Lo único que quería era llevarse a David y a Alex a casa. Echó una mirada hacia atrás y se alegró al ver que David estaba dormido.

La señora Greenborough siguió con la reunión, enrollándose como una persiana. Zac le dio a Alex su caro bolígrafo de oro para que hiciera garabatos en las hojas donde estaban escritas las quejas.

Presidenta: El siguiente punto del orden del día es el desalojo de Ness Hudgens.

Alex: ¡Nez! -sonrió a Zac-.

Zac: Propongo que suprimamos ese punto del orden del día. -Pero nadie lo secundó-. Muy bien, entonces propongo que rescindamos la citación por colgar macetas diferentes a las permitidas. Las quitó cuando se lo pedimos.

Presidenta: Sólo porque no se siga quebrantando una norma no significa que nunca se hiciera.

Zac: A la vista del hecho de que esta citación es su décima, y por ello anima a plantear su desalojo, creo que enviarla otra citación es una postura extrema.

Presidenta: ¿En qué se basa?

Zac se alegró de haberse preparado los argumentos de antemano. Sólo deseó haberse acordado de llevar consigo las notas que había escrito.

Zac: En la aplicación no reglamentaria de la norma.

Presidenta: ¿A qué se refiere?

Zac: Dicho en lenguaje más accesible, nos estamos metiendo con ella -señaló con la cabeza al hombre que estaba sentado a su lado-. J.G. pasa con su carrito de golf por el aparcamiento y lo coloca en la zona reservada para visitantes en vez de en la específica para carritos de golf.

J.G: ¡Está al otro lado de la urbanización! -protestó-.

Zac: Sigue siendo una violación de las normas. Y todas las mañanas el caniche del 312 corre suelto por el jardín. El Convenio de Residentes dice claramente que los animales deben ir con correa. He comprobado los archivos y no hemos enviado ninguna citación a estas personas.

Presidenta: No podemos actuar si no hemos recibido ninguna queja.

Zac: ¿Por qué no? La junta ha presentado quejas contra Ness en otras ocasiones.

Zac sintió que todas las miradas se juntaban en su persona; esas miradas que habían expresado enfado se tornaron de pronto malévolas.

Habló la señora Greenborough.

Presidenta: ¿Y desea usted poner una queja, señor Efron? -dijo lentamente, pronunciando cada sílaba con sequedad-.

Zac: No, pero podría, que es el razonamiento que estoy presentando. Si nos aplicáramos a nosotros mismos las normas con el mismo rigor que lo hacemos con Ness, entonces sería como vivir en un estado policial.

*: Cuestión de procedimiento -dijo uno de los miembros de la junta-. Tenemos una moción que nadie apoya.

Zac: Me gustaría seguir con la discusión. ¿Querría alguien apoyar mi ponencia?

Presidenta: Se está comportando de un modo improcedente, señor Zac -la señora Greenborough miró a los asistentes-.

Nadie habló. El único sonido era el que hacía Alex arañando la mesa con el bolígrafo de Zac. Este imaginó que le mandarían una citación por destrozar el tablero, propiedad de la junta.

Presidenta: La moción queda desestimada por falta de apoyo.

Zac: ¡Oh, venga! -gritó-.

Presidenta: El siguiente punto es en referencia al desalojo de Ness Hudgens.

Zac: Nos estamos exponiendo a que nos lleve a juicio -había albergado la esperanza de no tener que exponer tal argumento-. Nos demandará por discriminación.

Presidenta: No he propuesto que se discuta el asunto, señor Efron.

A medida que Zac se sentía más frustrado, Alex también se mostraba más inquieto. Se había aburrido de destrozar el bolígrafo de Zac y de decorar la mesa. Zac sacó la única cosa que podría interesarle a Alex: sus llaves.

Presidenta: ¿Alguien desea discutirlo?

Zac: Si no aplicamos nuestras normas a todos por igual, Ness Hudgens nos demandará por discriminación -repitió-.

Esperaba que lo escucharan porque no sabía cuánto tiempo más podría seguir controlando a Alex.

Una miembro que estaba sentada al otro extremo de la mesa le hizo un gesto a la señora Greenborough. Tras consultarle algo en voz baja, la señora Greenborough se volvió hacia él.

Presidenta: Me han comunicado que la señorita Hudgens ha sido vista entrando y saliendo de su apartamento a horas intempestivas. -Tras arquear las cejas significativamente, la señora Greenborough se puso a hojear el Manual de Política y Procedimientos-. Podríamos echarla por violar la sección veintidós.

Zac: ¿Cómo?

Presidenta: Asuntos de bajeza moral y conducta inadecuada.

Cuando Zac entendió el significado de su implicación, sintió que estaba a punto de perder los estribos.

Zac: Trabaja por la noche y, en vez de enviar cartas moralistas a la junta, cuando oyó a los niños llorar, subió a ver si podía ayudarme -sabía que lo tenía todo perdido, pero intentó apelar a su conciencia, si es que la tenían-. Fue la única que me prestó ayuda y yo le estoy muy agradecido que lo hiciera. La mayoría de ustedes han criado hijos. ¿Ha pasado tanto tiempo desde que eran pequeños que no recuerdan lo que sufrieron la primera vez que se pusieron enfermos, ni que tenían miedo y no sabían lo que hacer? -Se levantó y alzó al niño en brazos-. Este niño tenía 40°C de fiebre ayer por la noche. Ahora debería estar en la cama, por lo que siga con la votación, señora Greenborough.

Presidenta: Todos los que estén a favor de desalojar a Ness Hudgens por incumplir en diez ocasiones las normas incluidas en el Convenio de Residentes que levanten la mano y digan sí.

Zac miró al resto de los miembros.

**: Sí -dijeron todos-.

Alex: Sí -repitió y levantó la mano-.

Zac le bajó la mano inmediatamente.

Presidenta: Todos los que se opongan que digan no.

Zac: No -dijo firmemente mientras colocaba a Alex en la sillita-.

Alex: No -repitió-.

Presidenta: La moción ha sido aprobada; se iniciarán los trámites necesarios para el desalojo.

Zac abrió su agenda y apuntó algo en ella. No le pintaba el bolígrafo después de que Alex arañara la mesa con él, por lo que le arrebató a J.G. el suyo de la mano.

Zac: De acuerdo con la política que tanto les gusta citar, Ness Hudgens puede presentar una demanda, que debe ser discutida en la siguiente reunión -empujó la sillita hasta la cabecera de la mesa y le entregó la nota a la señora Greenborough-. Considere esto su apelación.




¡Aquí los más idiotas son los vecinos!
Qué vida más triste tienen que llevar para estar vigilando si Vanessa sube o baja o si pone tiestos de un color o de otro...

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lunes, 28 de noviembre de 2016

Capítulo 7


Zac se despertó cuando llamaron a la puerta de su dormitorio.

Ness: ¿Zac? Son las ocho y media.

¿Las ocho y media? Se incorporó y se frotó los ojos.

Zac: ¿Cómo está David?

Ness: Mejor. Te he preparado café. Si estás visible, te lo traigo a la habitación -dijo desde fuera-.

Zac: Vale -se miró y le dijo con tono vacilante-. Deja que me ponga una camisa.

Ness: Ya te he visto una vez sin camisa -asomó la cabeza por la puerta y fue hacia él-. Espero que te guste el café solo.

Zac: Está bien.

Lo que sí podía llegar a gustarle era que se lo llevara a la cama.

Ness: He llamado a la consulta del pediatra y pueden ver al niño a las nueve y media.

Zac: Estupendo. Eres fabulosa.

Ness: Y no se te olvide -llegó hasta el baúl que había a los pies de la cama, lo miró y se detuvo-.

Como Ness no le pasó la taza, Zac estiró el brazo para alcanzarla.

Entonces, él dejó caer el brazo y la miró con expresión inquisitiva.

Zac: ¿Ness?

Ella pestañeó, luego miró fijamente a la taza como si la viera por primera vez.

Ness: Bueno, te la dejo aquí y puedes… esto… -hizo un gesto con la mano y retrocedió-. Cuando quieras.

Se volvió rápidamente y salió volando del dormitorio.

Zac sintió una pizca de orgullo al ver que Ness se había puesto nerviosa porque estaba con el torso desnudo. Sonrió y alcanzó la taza, pero tan distraído estaba que se quemó la lengua al dar el primer sorbo.

Ella evitó su mirada cuando entró en el salón después de la ducha.

Ness: He preparado a David y la bolsa con los pañales y todo lo que puedes necesitar. Aquí he apuntado el tiempo que me ha llevado hacer cada cosa para que lo veas. Terminé de escribir los artículos y se me ocurrió poner una lavadora con ropa de los niños. Cuando Alex se despierte… Estoy hablando como una cotorra.

Zac: Ya veo -dijo sin poder evitar sonreír-.

Inesperadamente, Zac se sentía alegre. Estaba claro que Ness se sentía atraída por él y, como a él le pasaba lo mismo, estaba feliz de saber que no era el único. Estaba resultando ser una mujer muy interesante.

Se había equivocado con ella al pensar que era una de esas personas que van por la vida sin rumbo fijo. A Zac le gustaba hacer planes y marcarse objetivos y no toleraba a los que iban de un lado a otro y eran parásitos de la sociedad sin contribuir a ella. Sin embargo, cuando él le había demostrado la necesidad de cumplir un programa y de organizarse, ella no le había fallado. A lo mejor, todo lo que necesitaba era a alguien que le enseñara el camino.

Zac le había enseñado el camino a muchas personas; esa era su particular contribución a la sociedad.

Se sirvió más café y la observó mientras arreglaba un poco el salón. Sí, cuando los niños estuvieran de vuelta con Mike y Stephanie, Zac tenía la intención de estudiar con mayor detenimiento sus sentimientos hacia Ness.

Zac: Será mejor que vaya preparando a Alex. Gracias por todo lo que has hecho, Ness. Lo habría pasado muy mal si no me hubieras ayudado.

Ella arrugó el entrecejo.

Ness: No despiertes a Alex. Me quedaré aquí y será más fácil para ti si no te lo llevas.

Zac: Siento que ya he contado contigo demasiado.

Ness: No me importa.

Zac: ¿Cuándo vas a dormir?

Ness: Cuando vuelvas. Ir a la consulta no te va a llevar todo el día.

El hecho de pensar en no tener que luchar con los dos niños le pareció una tentación irresistible.

Casi igual de irresistible que la misma Ness.


Zac tuvo que esperar dos horas hasta que le recibió el médico. Después de contar todos los patos que había en el papel pintado de la sala de espera, de darle a David el biberón que Ness había metido en la bolsa y de cambiarle el pañal, Zac estaba dispuesto a darle caza al médico y obligarlo a que viera al niño.

Aquella no era forma de llevar un negocio. Le había dado cita a las nueve y media y el médico ni siquiera estaba cerca. ¿Era así como trataba a sus pacientes, haciéndolos esperar durante horas en una sala llena de niños enfermos contagiándose enfermedades mutuamente?

Se sentía insultado. Su tiempo era tan valioso como el del médico.

Eran más de las doce cuando él y David llegaron a casa. La pobre Ness debía de estar hecha polvo.

Desde el rellano de la escalera oyó la ya conocida música de Barrio Sésamo. Cuando entró se encontró a Alex sentado en el suelo, rodeado de juguetes de plástico.

El pequeño vio a Zac y señaló el televisor.

Alex: El Pajado Gande.

Zac: Sí, el Pájaro Grande.

Zac no lograba verle la gracia a un enorme avestruz amarillo, pero no iba a discutir con Alex.

Dejó la bolsa de los pañales en el suelo y miró a su alrededor. No había rastro de Ness. Zac se puso nervioso.

Zac: ¿Alex, dónde está Ness?

El pequeño señaló el sofá.

Alex: Nez se ha ido al país de los sueños.

Entró con David en el salón y se asomó por el respaldo del sofá, donde encontró a Ness dormida en el suelo.

La observó y un torrente de sentimientos desconocidos lo recorrieron de pies a cabeza. El primero de ellos fue de culpabilidad. Había sacrificado una gran cantidad de tiempo para ayudarlo, y nadie era más consciente del significado del tiempo que Zac.

Alex: El Pajado Gande se marcha -se levantó y corrió al lado de Ness, se puso de cuclillas y empezó a darle palmaditas en la cabeza-. Nez. El Pajado Gande se marcha.

Ella se despertó inmediatamente.

Ness: ¿Ya se ha terminado Barrio Sésamo? Vale, quieres comer, ¿verdad? -se incorporó y lanzó una exclamación al ver a Zac-. ¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie?

Zac: Unos minutos.

Colocó a David en el parque para que siguiera durmiendo.

Ness: Debería haberme despertado. ¿Cómo está David?

Zac: Tiene un resfriado de campeonato. El médico me ha explicado lo que tengo que hacer.

Tenía que darle unas medicinas, utilizar una perilla nasal, aunque no le hacía ninguna gracia, y el humidificador.

Zac: Si no está mejor en un par de días, tengo que volver a llevarlo o, con un poco de suerte, lo harán sus padres -siguió a Ness y a Alex a la cocina-. Tuve que esperar dos horas. ¡Dos horas! Y no fui el único.

Mientras le contaba lo que había pasado en la consulta, Ness le puso el babero a Alex y abrió una lata de raviolis, una de las cosas que Alex solía comer, y la metió en el microondas.

Zac estaba de pie junto a la puerta. De pronto se dio cuenta que era él el que debía prepararle la comida a Alex en vez de estar ahí mirando cómo lo hacía. Pero parecía dársele tan bien.

Ness le colocó a Alex un tazón lleno de raviolis sobre la bandeja de la trona y el niño se estremeció de alegría. Ness le puso una cuchara de plástico para niños en la mano, mientras con la otra Alex se iba metiendo raviolis en la boca.

Ness: Alex -lo regañó sin enfadarse-, utiliza la cuchara.

Alex: Cuchada -repitió diligentemente y la utilizó para jugar con los raviolis que seguidamente se metía en la boca con la mano libre-.

Tanto Ness como Zac se echaron a reír.

Zac: Alex, no conseguirás nada en los negocios si no aprendes a tener modales en la mesa.

Ness: Tampoco conseguirás muchas citas -estaba apuntando algo en el programa-.

El programa. Zac se sintió muy culpable. Los chicos eran responsabilidad suya, no de ella.

Zac: Oye, Ness, sé que estás reventada y yo estoy aquí mirándote mientras tú lo haces todo.

Ness: No me importa. Alex y yo nos lo hemos pasado fenomenal esta mañana, ¿verdad, Alex?

Al oír su nombre, Alex levantó la cabeza. Tenía un bigote de zumo de manzana. Zac humedeció un pedazo de papel cocina y lo limpió.

Ness: Esto es lo que hemos hecho hasta ahora -le pasó a Zac el programa y se puso a su lado-. Como había terminado los artículos, empecé a idear diferentes situaciones en las que he variado el número de niños, sus edades y bien si uno de los padres estaba en casa o si los dos trabajaban fuera de casa -le pasó un fajo de papeles-. He utilizado tu impresora; espero que no te importe.

Zac: Claro que no -seguía ojeando las actividades de aquella mañana-. ¿Te ha dado tiempo a hacer todo esto y de lavar, además, la ropa de los niños?

Ness asintió.

Ness: Alex me ha ayudado.

Alex estaba mezclando el zumo de manzana con los raviolis.

Alex: Alex, nene grande.

Por mucho que sonriera, Zac estaba fastidiado.

Zac: Me parece que has terminado -le dijo mientras retiraba los tazones-.

Alex se puso a chillar, con los brazos estirados.

El timbre del grito de Alex le agujereó de tal manera el tímpano que tenía que parar aquel ruido a toda costa.

Volvió a colocar los tazones sobre la bandeja de la trona. Alex rápidamente se metió un puñado de raviolis empapados en zumo de manzana.

Ness: Siempre había creído que los raviolis en lata eran algo sosos -dijo sonriendo y se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón-. ¿Qué te parecen las programaciones?

Zac se centró en los papeles que tenía en la mano, contento de poder evitar mirar a Alex.

Aunque no incluían ninguna de las Normas Efron, había algunas cosas que le podrían resultar útiles.

Zac: Te has esforzado mucho.

Se había esforzado más de lo que él habría querido. No habían hecho ningún trato, ni formal ni de ningún otro tipo.

Ness: Bueno, tenía muchas ideas que luchaban por salir -pasó tres páginas y señaló un párrafo-. A Tess le ha gustado mucho ésta.

Zac: ¿Cuándo has hablado con Tess?

Ness: Oh, llamó hace un par de horas. Iba a decírtelo.

Zac: ¿De qué habéis hablado?

Ness: De las programaciones.

Zac: ¿Y no te ha parecido que deberías habérmelas enseñado antes?

Ness: No estabas aquí.

Zac se sorprendió a sí mismo a punto de soltarle un sermón como el que le había soltado a un empleado que había ignorado el protocolo. Ness no era una empleada, y cuanto antes ella y Tess se dieran cuenta, mejor.

Podría decirle lo que pensaba en ese momento, algo que seguramente la molestaría y le haría daño, o bien pasarlo por alto ya que Stephanie iría el viernes a por los niños. Después, él y Ness no trabajarían juntos más. En realidad, no debería haber ninguna razón para volver a llamarla.

Estaba pensando en todo eso mientras Ness lo miraba, claramente esperando su aprobación. No podía decepcionarla, especialmente después de todo lo que había hecho.

Zac: Después de un solo vistazo, me parecen unos programas muy interesantes. Los leeré más detenidamente cuando Alex se eche la siesta. Muchas gracias.

Al verla sonreír, Zac supo que había dicho lo correcto.

Ness: Dímelo si necesitas que te ayude -dijo sin dejar de sonreír, mientras recogía su ordenador portátil-.

Zac la acompañó a la puerta.

Zac: No voy a poder pagarte todo lo que has hecho.

Ella se volvió.

Ness: He disfrutado mucho con los niños.

En ese momento, Alex tiró uno de los tazones al suelo y Zac gimió profundamente.

Zac: Espero que estuviera vacío.

Ness abrió la puerta riéndose.

Ness: Y yo estoy encantada de dejarte para que lo limpies tú.

Después de haberse marchado, Zac se dio cuenta de que no le había dicho nada con referencia a la votación para desalojarla. No importaba. Si todo marchaba como pretendía, no tenía por qué enterarse nunca.

Después de limpiar la cocina, Zac se pasó todo el tiempo que duró la siesta de Alex rehaciendo los programas de Ness. No dudaba que funcionarían, pero quería más que eso, pretendía que fueran eficientes al máximo. Su idea era planear un hogar que marchase tan bien que fuera capaz de aguantar crisis, como por ejemplo enfermedades inesperadas, o problemas con la canguro, sin que todo se fuera abajo.

Alex entró en la habitación medio dormido.

Alex: ¿Nez?

Zac: Está en casa durmiendo. -Lo pensó mejor y añadió-: Se ha ido al país de los sueños.

De todas formas, Alex empezó a recorrer la habitación. Zac se puso de pie apresuradamente para recoger del suelo los papeles. Normalmente, los hubiera archivado, pero aún no había tenido tierno de hacerlo. Estaba claro que Alex no estaba demasiado contento de que no estuviera Ness. Zac fue hacia la cocina, esperando evitar así que Alex empezara a llorar.

Zac: ¿Quieres un poco de zumo?

Alex lo siguió y David empezó a despertarse. Estupendo. Había llegado el momento de poner en práctica su nuevo plan.

Pero su plan no funcionó por una razón muy simple: Alex no estaba dispuesto a quedarse metido en el salón y Zac no podía reprochárselo. Él mismo estaba un tanto agobiado de estar encerrado en casa.

Así, en lugar de clasificar el correo o archivar sus notas, sacó a los niños a la calle. Cruzando el aparcamiento, había un camino que corría paralelo a los márgenes de la bahía. Alex no quería seguir el camino; prefería acercarse demasiado a la orilla y darle unos sustos tremendos a su tío. También le interesaba llevarse a la boca todo lo que se encontraba por el suelo: piedras, ramitas, malas hierbas y basura.

Zac intentó sentarlo en la sillita con David, pero Alex empezó a chillar.

Alex: ¡No!

Y entonces echó a correr. Zac lo siguió, empujando la sillita del bebé.

A David no le gustó mucho el traqueteo del paseo y empezó a llorar.

Zac alcanzó a Alex, lo agarró por la cintura e intentó sentarlo en la sillita. Alex se puso tenso y chillaba sin parar.

Alex: ¡No!

Finalmente consiguió sentarlo y ponerle la correa, pero las patadas que daba molestaron a David, que estaba sentado delante de él.

Zac se vio obligado a levantar en brazos a Alex, que seguía forcejeando, y al mismo tiempo cruzar el aparcamiento lo más rápidamente posible.

El cemento y el acero del vestíbulo donde estaba el ascensor amplificaban los berridos de los niños.

Afortunadamente, el pequeño estudio de Ness estaba situado en el extremo opuesto del vestíbulo, aunque era imposible pensar que pudiera dormir con tales chillidos.

**: ¿Señor Efron? -una mujer mayor abrió la puerta de su casa-. ¿Qué está ocurriendo?

Zac: Estoy cuidando de mis sobrinos.

Se quedó mirando fijamente al ascensor como si su mirada pudiera hacer que las puertas se abrieran en ese mismo instante.

**: Estoy con el grupo de bridge de los miércoles por la tarde. No podemos centrarnos en el juego con este ruido.

Zac: Lo siento, señora Garner -murmuró y alzó al niño para que estuviera más cómodo. Ella se lo quedó mirando detenidamente hasta que llegó el ascensor-. ¿Es que pensará que lo hago adrede? -murmuró entre dientes-.

Alex siguió llorando durante bastante rato después de entrar en casa.

La cena fue un desastre y el baño una calamidad. Nada de cuentos antes de dormir; Alex lanzó el libro contra el parque. Si David hubiera estado dentro podría haberle hecho daño.

Para vergüenza propia, Zac perdió los estribos y pegó un grito. Alex gritó aún más fuerte.

Entonces, alguien llamó a la puerta; en realidad, más que llamar, la estaban aporreando.

Ness; tenía que ser ella. Zac suspiró aliviado.

Zac: Me alegro de que…

Al abrir la puerta se encontró a la señora Garner con cara avinagrada.

Sra. Garner: Todavía no ha conseguido callar a estos niños.

Zac: Hago lo que puedo -se defendió-.

Sra. Garner: Debe hacerles saber quién es el que manda, señor Efron.

Zac: Oh, creo que lo saben perfectamente -dijo con sequedad-.

Tras ese comentario se hizo un silencio y, en ese momento, Alex salió al vestíbulo. Como llevaba un pijama con pies se resbaló y se cayó de culo, con lo cual empezó a llorar de nuevo.

Sra. Garner: Vivo en Roble Blanco porque no quiero que me moleste el llanto de ningún niño.

Zac levantó a Alex del suelo.

Zac: Me parece bien pero…

Sra. Garner: Por lo tanto, voy a presentar una queja a la junta.

Zac: Yo soy miembro de la junta.

Sra. Garner: Eso ya lo sé. Me estoy quejando a usted.

Zac: ¿Y quiere que me denuncie a mí mismo?

Sra. Garner: Ya he hablado con los demás.

Magnífico. No estarían muy dispuestos a hacerle ningún favor la tarde siguiente.

Zac: Discúlpeme -dijo secamente-. Necesito atender a los niños -y cerró la puerta-.

Después de pasear al niño en brazos un par de minutos, el pequeño se calló y se metió el pulgar en la boca. Poco después cerró los ojos. Sin cambiar la cadencia del paso, Zac entró en el dormitorio donde dormía Alex y lo metió en la cama. Luego, observó el desorden de su salón y se preguntó cómo había podido Ness con todo.

Y fue entonces cuando rompió la rutina vespertina, apagó la luz del salón y dejó todo como estaba.




Que rancia es la gente de ese edificio ¬_¬

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sábado, 26 de noviembre de 2016

Capítulo 6


Los martes y los jueves Alex y David iban a una ludoteca hasta las dos de la tarde. Zac tendría que salir de la oficina antes para ir a recogerlos, y ya no podría volver. Pero no le quedaba otro remedio; no iba a pedirle a Ness que cuidara de ellos; era un peligro para su paz interior y de todas maneras, tenía que trabajar esa noche. Además, antes de verla otra vez tenía que aclarar sus pensamientos acerca de ella.

No había razón para estar tan liado, por muy agradable que hubiera sido el beso. Había sido un gesto impulsivo, con algo más de química de la que habría esperado, eso era todo. Se olvidaría de ello.

Estaba seguro de que Ness ya lo había hecho.

Dicho sea en su honor, había seguido su horario aquella mañana y todo había ido sobre ruedas. El truco parecía residir en hacer más de una pequeña tarea al mismo tiempo y en poder interrumpir una y empezar otra, para luego volver a la primera cuando surgiera la oportunidad.

Sería una nueva manera de ejecutar las Normas Efron, pero Zac nunca se arredraba ante un reto.

Tenía que acordarse de darle las gracias a Ness cuando volviera a verla, lo cual no sería muy pronto.

Britt: He hecho pasar a la señorita LaCrosse y a Clifton del departamento jurídico a tu despacho -le informó cuando pasó junto a su mesa a las 9:27 de la mañana-.

Zac: Gracias Brittany.

Se llevó el montón de mensajes y notas que normalmente ya habría despachado a esas horas y entró a su despacho.

Tess: Hola, Zac -le echó un vistazo al reloj-. Justo a tiempo; tengo que tomar un avión al mediodía.

Zac: Empecemos, entonces.

Abrió el contrato y revisó el contenido de las páginas que habían sido marcadas mientras Tess hablaba.

Estaba llena de elogios hacia Ness y no hacía más que referirse a ella como la ayudante personal de Zac.

Tess: Tengo entendido que te estás aprovechando de una oportunidad inesperada porque Mike y su esposa están fuera, por eso me quedé impresionada cuando Ness me dijo todo lo que has hecho.

¿Qué le habría contado Ness?

Afortunadamente, Tess pasó a explicárselo. Mientras Zac la escuchaba, se dio cuenta de que Ness había hecho una campaña de relaciones públicas a gran escala, digna de una profesional. Sonrió para sus adentros. Las relaciones públicas debería de haber sido otra de las profesiones anteriores de Ness.

Tess: Está claro que sabes lo que haces -dijo después de que ambos firmaran el contrato. El abogado se había ido y ella estaba recogiendo sus cosas para salir hacia el aeropuerto-. Pero te lo digo, sería aún mejor desde el punto de vista publicitario si tuvieras tu propia familia -sonrió-. Piénsatelo. Tienes tiempo suficiente antes de que se publique el libro.

Tess era capaz de convertir la trascendental decisión de casarse y tener hijos en una oportunidad publicitaria.

Tess: Voy a disfrutar mucho trabajando con Ness en este proyecto.

¿Ness? Un momento.

Tess: Sí, en lo que es el meollo de la cuestión. Me doy cuenta de que tienes una empresa que dirigir, Zac, por lo que no espero monopolizar todo tu tiempo. Es una idea estupenda tener una ayudante que se encargue de la investigación. Me alegro de haber tenido la oportunidad de conocerla -sonrió-. Esto va a funcionar.

No era el momento de discutir si Ness tenía o no un papel en todo aquello.

Zac: Desde luego que sí -abrió la puerta-.

Tess se echó a reír.

Tess: Te confieso que tuve mis dudas sobre tu capacidad de sacar adelante este proyecto cuando Mike me llamó.

Zac se agarró al marco de la puerta con fuerza, pero Tess ni se enteró.

Tess: No le gustó nada que fuéramos a liquidar los restos de la edición de Normas Efron, pero la compañía está reduciendo la lista de publicaciones y el almacenaje resulta muy costoso -hizo un gesto con las gafas de sol-. ¿Qué podía hacer?

Zac no se había enterado de nada de eso, pero no estaba dispuesto a decírselo.

Tess: A no ser que presentaras un cambio ingenioso, no tenía sentido que hiciéramos una nueva edición, ¿no crees?

Zac: ¿Y dejar que Normas Efron se agote?

La implicación era que su manual de gestión del tiempo era una moda pasajera. Zac podía predecir el efecto que la noticia tendría sobre clientes en potencia.

Tess: Pero Mike mencionó que estabas pensando meterte en el ruedo doméstico. Para serte sincera, al principio estaba algo escéptica. Las Normas Efron es un texto más idealista que práctico y sólo podía imaginarme lo que idearías para los pobres e irritados padres.

¿Más idealista que práctico?

Zac: Una docena de empresas Fortuna 500 lo han encontrado lo suficientemente práctico como para implementarlo -dijo, lanzándole una clara indirecta-.

Tess: Conozco tu prestigio y por eso escuché a Mike. Él me convenció para que me embarcara en tu nuevo proyecto, pero necesitaba un mercado para apoyar la iniciativa. Por eso vine hasta aquí y la verdad es que me alegro muchísimo de haber venido. Ness es una joya, Zac. Con sus ideas y tus dotes de organización, creo que tendremos un súper ventas.

Zac estaba sorprendido aunque fingió no estarlo. Le dijo que no recordaba el qué a Tess, se despidió de ella y cerró la puerta de su despacho.

Tess pensaba que Ness era su ayudante. Y también creía que Zac no era capaz de formular un sistema de gestión del tiempo doméstico él solo. Parecía convencida, además, de que las ideas de Ness, fueran las que fueran, eran buenas.

Ness no era su ayudante; lo único que había hecho era cuidar de sus sobrinos medio día, por amor de Dios.

¿Qué diablos iba a hacer?

Zac iba a demostrar que no necesitaba la ayuda de Ness; eso era lo que iba a hacer.

Llegó temprano a la guardería, habló con la profesora de los niños y les dio su tarjeta a tantos padres como pudo además de apuntar los números de teléfono de aquellos que accedieron a colaborar en la encuesta que había decidido hacer.

También observó a las profesoras que pacientemente jugaban con varios grupos de niños de edades diferentes.

En general fue una hora muy provechosa y, cuando llegó a casa con los niños, quería apuntar todo inmediatamente. David y Alex colaboraron echándose ambos la siesta. Seguramente, era señal de que estaba en el camino adecuado.

Muy bien, pensó Zac, ¿qué información tenía?

Al sugerir estrategias para la gestión doméstica tendría que tomar en cuenta separadamente a los padres solteros, a familias en las que sólo uno de los padres trabajara y a otras en las que trabajaran ambos, pero habría elementos comunes a los tres.

Eso era lo que quería desarrollar.

Esbozó algunas ideas hasta que se despertaron los niños.

Bueno, así era como se suponía que tenía que funcionar. Y al día siguiente, probaría sus ideas.

No necesitaba la ayuda de Ness en absoluto, aunque parecía que ella sí que lo necesitaba a él.

Por la noche, cuando los niños se durmieron, Zac abrió el correo. Una de las cartas contenía el orden del día para la reunión de la junta del jueves. Uno de los puntos de la programación era ponerse de acuerdo para iniciar los trámites para echar a Ness Hudgens.

¡Qué ridiculez! Ness estaba habitando un espacio que a nadie le servía para nada. ¿Para qué lo querían?

Iba a tener que demostrar sus dotes de persuasión el jueves por la tarde o la pondrían de patitas en la calle.

Zac intentó pensar en los argumentos que podía utilizar, pero estaba demasiado cansado para concentrarse. Lo mejor que podía hacer por ella en ese momento era dormir lo suficiente esa noche.

Acababa de caer en brazos de Morfeo cuando lo despertó el llanto de David. El bebé no se había terminado el biberón de la última toma y llevaba toda la tarde bastante intranquilo.

Zac se levantó gruñendo. No había leche suficiente en la nevera para un biberón, por lo que fue a buscar a la despensa. David ya se había tomado una caja entera y, aunque Mike le había dejado dos, con esos biberones extra a media noche, estaban consumiendo la leche demasiado rápido. Sacó la caja vacía de la despensa y abrió la lengüeta de la que estaba debajo, pero en vez de leche se encontró con galletas, chocolatinas, varias tetinas de diferente tamaño, biberones y algunos muñecos de goma.

Se había quedado sin leche.

Estupendo. Fabuloso. ¿Cómo podía haberse quedado sin leche?

Pues porque no había hecho inventario de las provisiones. Creía que tenía dos cajas de leche de continuación, pero debería haberlo comprobado.

Otra norma Efron quebrantada.

Aunque le sentaba muy mal hacerlo, iba a llamar a Ness.

Le salió el contestador automático.

Contestador: Soy Ness; ya sabes lo que tienes que hacer.

No le dejó ningún mensaje.

Inspiró profundamente mientras colgaba el teléfono, resignándose a meter a los niños en el coche para buscar una tienda que abriera de noche.

Las personas que compraban a las dos de la madrugada no eran como las que iban durante el día. La tranquilidad de la noche impregnaba las estanterías iluminadas por las luces fluorescentes mientras un reducido número de silenciosas figuras recorría los pasillos del supermercado.

Silenciosas, es decir, si no iban acompañadas de un niño de dos años y un inquieto bebé. David no dejaba de llorar. Alex, al que había despertado de un sueño profundo, también se puso a llorar cuando Zac no le dejó salir del carrito.

El dependiente que manejaba la caja registradora lo miró detenidamente. Seguramente creería que había secuestrado a los niños, pensaba Zac mientras hacía como si comprar a esas horas de la madrugada fuera lo más natural del mundo.

**: Esos niños deberían estar en la cama -lo reprendió una mujer-.

Zac: Sólo estoy cuidando de ellos -dijo mientras retiraba un poco el carro para que ella pudiera pasar- y me he quedado sin leche para el pequeño.

Lo miró con escepticismo, como si estuviera a punto de llamar al Departamento de Protección al Menor.

Zac: Le juro que sólo estoy cuidando de ellos -dijo mientras ella se alejaba-. Son mis sobrinos.

Alex: ¡Dumo! -dijo mientras echaba mano a los pequeños envases que se alineaban sobre una estantería-.

Agarró uno de ellos pero tiró dos al suelo, donde se rompieron en pedazos y le llenaron a Zac los zapatos de zumo y cristales.

Zac: ¡Alex, no!

Zac le arrebató el envase de la mano, lo cual le hizo gritar aún más fuerte. Entonces, Zac lo abrió y se lo dio.

Se quedó mirando al suelo lleno de zumo y cristales, por donde tenía que pasar para ir a por la leche de continuación. ¿Qué hacer? Miró a un lado y a otro del pasillo y vio que no había nadie. Zac pasó con el carrito por encima de los cristales y siguió hasta el final del pasillo. En ese momento se oyó una voz atronadora que salía por los altavoces:

*: Limpieza en el pasillo nueve.

Alex dejó caer la botella de zumo que se volcó y vertió al suelo.

Alex: ¡Dumo! -gritó-.

Zac suspiró.

Zac: Muy bien, niño. Era la única parte del pasillo nueve que quedaba limpia.

Alex empezó a chillar como un descosido y David lloriqueaba sin parar. A Zac le entraron ganas de unirse a ellos.

**: ¿Zac?

Oh, estupendo. ¿Cuál de sus amigos estaba allí para presenciar su incompetencia? Volvió la cabeza.

Ness se acercó a él con un carrito. Llevaba puestos unos vaqueros negros, una camiseta con el nombre de un bar de copas de Richmond, los ojos pintados con una gruesa raya negra, los labios de un color muy oscuro y las uñas de azul.

Parecía un ángel. Al verla, Zac sintió que se relajaba al menos un poco.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Zac: Traumatizando a mis sobrinos.

Ness: Tú eres el que tiene toda la pinta de estar traumatizado.

Zac: Me he quedado sin leche para David -le explicó-.

Ness: Pobre Zac -se volvió y agarró a Alex en brazos, a pesar de que estaba todo pegajoso del zumo-. ¿Qué te pasa, Alex?

El niño balbuceó algo que Zac no entendió, pero que Ness sí pareció hacer. Se adelantó un poco y fue a buscar una botellita de zumo.

Zac movía el carrito intentando que David se calmara. Ness y Alex estaban delante de una vitrina repleta de un enorme surtido de porquerías para bebés. Alex señaló con el dedo y Ness descolgó algo de un gancho. Cuando volvió junto a Zac, éste vio que era una taza como la que usaba Alex.

Colocó al niño de nuevo en el carro.

Ness: Espera un momento, Alex, déjame que abra esto sin romper el código de barras.

Así lo hizo y, en cuestión de segundos, llenó la taza de zumo y Alex se quedó callado y bebiendo tan contento.

Zac: Gracias -aunque debería echarse al suelo y besarle los pies-.

Lo habría hecho de no haber sido por el zumo y los cristales rotos.

Ness: No hay de que.

Se acercó a David y murmuró algo junto a él. Sorprendentemente, el bebé se calmó. Ness le acarició la cabeza y Zac vio que se le estaban cerrando los ojos de sueño.

Zac quería saber cómo lo hacía, pero tenía miedo de hacer cualquier ruido y que David se despertara.

Se limitó a observar a Ness, que envuelta en un halo fluorescente y con las uñas pintadas de azul acariciaba suavemente a su inquieto sobrino.

No. ciertamente no era la típica residente del complejo Bahía del Roble Blanco, pero era amable y cariñosa y Zac prometió que haría lo posible para convencer a los demás miembros de la junta de que tenían que verla como él la veía.

Ness: ¿Necesitas algo más? -dijo una vez que hubieron conseguido la leche-.

Zac: Que yo sepa, no. ¿Siempre haces la compra en mitad de la noche?

Ness: Casi siempre. Es cuando termino de trabajar.

Eso tenía sentido.

Zac: ¿Tienes ya todo lo de la lista?

Ness: No tengo lista. Sé que debería, pero siempre se me olvida hacerla -se echó a reír-. Seguramente la perdería.

De pronto, Zac se dio cuenta de que él también estaba comprando sin una lista en la mano. Se paró a pensar si necesitaba algo.

Zac: Pensándolo mejor, necesito una caja de cereales. A Alex le encantan.

Ness: Sí, ya lo sé. Ponte en la cola y yo voy a por ella.

A los cinco minutos de separarse de Ness, David empezó a lloriquear otra vez.

Había sólo una caja y tenía a dos personas delante. ¿Cómo podía haber tanta gente en mitad de la noche? La mujer que estaba justo delante de él tenía el carro lleno de cosas. Miró a Zac, a su sobrino que no dejaba de berrear y a las dos cajas de leche en polvo, pero no lo dejó pasar delante.

Ness se unió a él momentos después y miró a David extrañada.

Ness: Se le oye por todo el supermercado -abrió el cierre de seguridad de la sillita y lo levantó en brazos. Le puso los labios en la frente y puso mala cara-. Está muy caliente.

Zac: ¿Ah, sí? Antes estaba bien.

Ness le pasó el bebé a Zac. Era verdad que estaba caliente, pero Zac no sabía si era mucho o poco. ¿Cómo sabía si tenía o no fiebre?

Zac: ¿Qué crees? -le preguntó a Ness-.

Ness: No lo sé -le tocó la frente a Alex que se había terminado el zumo y estaba medio dormido en el carrito-. Está mucho más caliente que Alex.

Zac: ¿Crees que tiene fiebre? -le preguntó esperando que dijera que no, pero sabiendo que diría lo contrario-.

Ness asintió con la cabeza y se mordió el labio.

Zac: No puede tener fiebre -pero incluso a la luz verdosa David parecía estar más colorado de lo normal-. No le está permitido ponerse enfermo, al menos mientras esté a mi cargo.

**: Oh, santo Dios. Los jóvenes de hoy tienen menos inteligencia que un mosquito -dijo una voz detrás de él-. Os obligan a que saquéis un permiso para todo excepto para la paternidad. Creo que no estaría de más que empezaran a dar licencias para ser padres.

Era la mujer que le había regañado por sacar a los niños de noche. Extendió los brazos.

**: Déjame que le eche un vistazo a ese bebé.

Como respuesta a la autoridad que emanaba aquella voz, Zac le pasó el bebé.

La mujer se puso a arrullarlo dulcemente mientras Zac y Ness contemplaban la escena.

Zac: Está echando los dientes -se sentía obligado a demostrar aunque sólo fuera una pizca de conocimientos-.

**: Eso es lo que le pasa -dijo la mujer que estaba delante de ellos; le quitó la goma elástica a un montón de vales de compra-. A los míos siempre les daba fiebre cuando estaban con los dientes.

*: No es normal que les dé fiebre cuando están echando los dientes -declaró la cajera y ella y la otra mujer empezaron a discutir-.

Zac se quedó callado mientras escuchaba sugerencias y comentarios acerca de la fiebre de David. Estaba como pez fuera del agua, sin saber qué decir.

Le dolía la cabeza y no le resultó difícil averiguar el motivo. Desde que Alex y David llegaron a su casa, su vida estaba totalmente desorganizada. No había podido relajarse o disfrutar del sueño o de la comida sin ser estorbado. Se sentía fatal.

A lo mejor era él el que tenía fiebre. A otras personas les podían los virus; a él le podía la desorganización.

Ness tenía a David otra vez en brazos. La otra mujer y ella estaban hablando de sarpullidos mientras le desabotonaban el pijama para mirarle la tripa.

*: Sí, hay muchos niños con varicela -dijo la cajera mientras la mujer que estaba delante sacaba el carrito lleno de comida-.

¿Varicela? Eso era más que suficiente. A Zac no le importaba tener que alquilar un helicóptero para ir a buscar a Stephanie. Mike no podría arreglárselas con la varicela.

**: No hay ninguna erupción -dictaminó la mujer-. Lo más seguro es que tenga un catarro.

O una neumonía, o alguna otra temible enfermedad. Zac colocó a David de nuevo sobre su sillita y pagó los cereales, la leche, la taza y dos envases de zumo vacíos. ¿Sería su imaginación o el bebé parecía estar más caliente? ¿Y no tenía también Alex los mofletes algo colorados?

Ness: ¿Zac? -le dio un tirón de la manga-.

Zac: ¿Qué?

Ness: Tienes cara de querer ir derecho a urgencias.

Zac: Tengo una buena razón -reconoció-.

Ella esbozó una medio sonrisa y le dio unas palmaditas en el hombro.

Ness: Llévate a los niños a casa; yo te sigo.

Zac tenía ganas de decirle que podía arreglárselas solo, pero no tantas como de que se quedara con él.

Zac: ¿No tienes que escribir tus críticas?

Le estaba dando la oportunidad de echarse atrás, pero esperaba que no lo hiciera.

Ness: Las escribiré más tarde. Venga, pareces reventado.

Y reventado era exactamente como se sentía después de conducir a casa en tensión y subir con los niños y las cajas de leche por las escaleras.

Estaba hablando por teléfono con Mike cuando Ness llamó a la puerta. Al ver que estaba al teléfono, entró a ver a Alex sin hacer ruido antes de empezar a mecer al bebé entre sus brazos. La presencia de Ness lo tranquilizó mucho más que hablar con Mike.

Mike: ¿Zac?

Zac: ¿Sí?

Mike: ¿Hay alguien ahí contigo?

Zac: Esto, sí. Me he encontrado con Ness en el supermercado y está aquí con David en brazos.

Mike: ¿De verdad?

Zac: Cuidó de los niños durante un par de horas ayer.

Mike: ¿En serio?

Zac: Los niños están encantados con ella.

Mike: ¡No me digas!

Zac: Mike, ahora voy a llamar al pediatra.

Su hermano se echó a reír.

Mike: Ya hablaremos más tarde, ¿eh Zac?

Zac recordó la conversación que había mantenido con Tess. Parecía que a Mike le gustaba hablar más de lo que pensaba.

Zac: Desde luego.

Después de colgar a Mike, Zac llamó al busca del pediatra, aunque le sentaba fatal tener que despertarlo.

Luego se turnó con Ness para consolar al niño mientras esperaban la llamada del médico.

Zac: ¿Crees que está peor? -le preguntó a Ness-.

Ness: Desde luego, tiene fiebre -sentada en el sofá, Ness observaba a Zac ir de un lado a otro del salón con David en brazos-. Me da mucha rabia que no nos pueda decir lo que le duele.

Zac: A mí me da rabia no poder hacer nada -miró a su inconsolable sobrinito-.

Ness no añadió nada más y, cuando Zac la miró, su rostro expresaba tanta ternura… Bueno, toda la ternura que el rostro de una mujer con los labios pintados de negro podía expresar.

Ness: Eres un buen tipo, Zac. Serás un buen padre.

«Y tú una buena madre», pensó él.

No se atrevió a decírselo aunque su instinto le decía que era cierto. Un hombre no le decía eso a una mujer a no ser que estuviera pensando en convertirla en madre. Ness en el papel de madre. Su pensamiento voló hacia terrenos de los que debía mantenerse alejado.

Zac: La paternidad es una responsabilidad muy grande -murmuró mientras le entraban sudores sólo de pensarlo-.

Ness: Lo sé.

Zac: Los niños se te dan maravillosamente.

Eso sí que podía decírselo, ¿no?

Ness: Gracias. No tengo mucha experiencia con los niños -se miró las manos-. Me gusta. No les importa tu futuro o tu trabajo, ni si vives en el lugar apropiado.

Zac se detuvo y vio que tenía la cabeza gacha. No era el mejor momento de mencionarle los puntos del orden del día de la reunión.

Ness siguió hablando.

Ness: No les importa que hayas cambiado dieciséis veces de empleo desde que dejaste la facultad ni que cambiaras cuatro veces de asignatura principal y que nunca te licenciaras.

Zac: Ness…

Ness: Lo siento -murmuró-. No sé por qué digo eso.

Zac: Si no me equivoco, diría que has estado hablando con tus padres.

Ness puso cara de resignación y asintió con la cabeza.

Ness: Me dejaron un mensaje en el contestador. No les gusta que trabaje de noche.

Zac: ¿Y a ti te gusta?

Ness: Me gusta este trabajo -contestó pausadamente, como si se lo estuviera pensando al tiempo que contestaba-. Me ha durado más tiempo que la mayoría. El trabajar de noche es el inconveniente principal, pero gracias a Dios esta zona es relativamente segura. Si no viviera aquí, no sé lo que haría; a lo mejor tendría que buscarme otro empleo -levantó la cabeza y lo miró con una sonrisa tímida en los labios-. Y eso ya lo he hecho demasiadas veces.

Antes de que a Zac le diera tiempo a contestar, sonó el teléfono. Era el médico.

Ness: ¿Qué ha dicho? -le preguntó cuando Zac colgó-.

Zac: Tengo que llevar a David a la consulta mañana por la mañana. Pero mientras tanto, debería tomarle la temperatura, lo malo es que no tengo termómetro y necesito un analgésico para niños -la miró a los ojos-. ¿Te importaría…?

Ness: Vete a comprarlos -se puso de pie-. Yo me quedo aquí.

Zac se metió la cartera en el bolsillo trasero del pantalón y agarró las llaves del coche que estaban sobre la mesita de centro.

Zac: El médico me ha sugerido un baño de agua fría.

Ness: Muchas gracias, pero lo prefiero de agua caliente.

Se volvió, con la mano en el pomo de la puerta.

Zac: Es para David.

Ness: Lo sé -dijo en voz baja-. Era una broma.

Hizo una mueca y abrió la puerta.

Zac: Estoy demasiado cansado para bromas.


Zac volvió y encontró a Ness poniéndole a David un pañal limpio.

Ness: Le ha encantado el baño frío, por la otra punta.

Tenía mojada buena parte de la camiseta, que se le pegaba al cuerpo en algunas zonas muy interesantes. O se había limpiado casi todo el carmín o se le había quitado solo y estaba un poco aturrullada. Eso se le antojó atrayente… Muy atrayente.

Zac frunció el ceño al ver que David tenía una marca oscura en la frente.

Zac: ¿Es un cardenal?

Ness: Oh -la limpió con la toalla-. Es que le he dado un beso.

Zac: Qué suerte tiene David -murmuró-.

Sorprendida, Ness levantó la cabeza para mirarlo y al hacerlo, sus labios se acercaron peligrosamente a los de Zac.

Ness: Zac…

Zac: Lo sé -susurró-. Pero en este momento quiero hacer como si no lo supiera.

La besó con suavidad, intentando responder a las emociones compartidas de esa noche y agradecerle por estar allí con él.

Y, además, quería tener una excusa para volver a besarla.

Entre ellos había una pasión controlada cuyo calor consiguió calmar sus crispados nervios.

Zac: Gracias -murmuró cuando interrumpió el beso-.

Ness asintió sin decir nada, con las mejillas tan coloradas como las del bebé.

Siguieron las instrucciones del pediatra hasta que David se sumió en un sueño irregular.

Ness: Ahora te toca a ti.

Zac: No puedo irme a dormir, tengo que cuidar de él. ¿Qué pasará si no le hace efecto la medicina que le he dado?

Ness: Tú necesitas dormir y yo estoy acostumbrada a trabajar a estas horas. Todavía tengo que escribir los artículos. ¿Por qué no me voy a por el ordenador portátil y trabajo aquí?

Zac quería discutirlo, pero si tenía que estar todo el día siguiente con los dos niños, entonces necesitaba dormir algo.

Zac: Muy bien.

Mientras se metía en la cama, pensó en el hecho de que Ness estaba en la habitación de al lado. ¿Qué era lo que sentía por ella? ¿Había algo más detrás de la chispa del par de besos que se habían dado? ¿O era la gratitud que sentía hacia ella por haberle sacado de un apuro?

¿Quería acaso que hubiera algo?

Francamente, Zac no lo tenía claro y se durmió con el ruido del tecleo de Ness, que escribía ya sus artículos.

Ness se quedó mirando fijamente la pantalla de su ordenador, donde había llenado toda una página con la frase siguiente:

“No voy a enamorarme de Zac Efron.”

Aunque durante esos días pasados se había mostrado tan humano y por ello tan atractivo a sus ojos, cuando no estaba con los niños era tan exagerado en la organización y tan ambicioso como su familia. Nunca había visto armarios y cajones tan organizados como los de Zac.

Pensó en el beso tan dulce que le había dado antes. Era de ese tipo de besos que burlaba las defensas de una mujer y le llegaba hasta el corazón.

Ness respiró profundamente y continuó escribiendo, pero cambió la frase anterior y en vez de «No voy a enamorarme de Zac Efron», tecleó:

“No voy a tener una aventura con Zac Efron.”

Porque temía que fuera demasiado tarde para la primera de las afirmaciones.




¡Interesante tu artículo, Ness! Estoy deseando leerlo XD
Zac, no seas tan cabezón. ¡A Ness le debes la vida!

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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Capítulo 5


Zac se sintió tan aliviado al verlos de una pieza que lanzó a Alex por los aires un par de veces mientras observaba a Ness acercarse.

Llevaba puesta una minifalda vaquera, zapato plano y un suéter pegado que dejaba al descubierto el estómago cuando movía los brazos. Tenía el pelo todo alborotado.

Estaba guapísima, pero se dio cuenta de que ya no tenía ese aire doméstico y eso no le daría más que quebraderos de cabeza.

Ness: He estado intentando llamarte -le dijo mientras entraba en el despacho con la sillita de David-.

Tras ella, había dejado sobre la moqueta las marcas de las ruedas hasta la puerta de los ascensores.

Zac señaló el montón de mensajes.

Zac: Eso me han dicho; acabo de volver de comer.

Ness: ¿Ah, sí? -miró su reloj de pulsera-. ¡Madre mía!

Zac carraspeó ligeramente.

Zac: Ésta es Tess LaCrosse, mi editora. Ha llegado en avión desde Nueva York esta mañana -aunque no era asunto de Ness-. Tess, ésta es Ness Hudgens, la vecina que está cuidando de los niños por mí.

Tess levantó una ceja, pero saludó a Ness educadamente.

Tess: Y estos deben de ser los hijos de Mike.

Zac: Sí, éste es Alex y el del carrito es David -se volvió para que Tess viera al pequeño que tenía en brazos-.

Tess sonrió a Alex, que enseguida se metió el dedo gordo en la boca y apoyó la cabeza en el hombro de Zac.

Ness: Todavía está medio dormido. He tenido que despertarlo de la siesta.

Zac quería saber por qué.

Tess se arrodilló y empezó a decirle cositas a David.

Zac frunció el ceño mirando a Ness.

Zac: Pensé que había acordado que llegaría a las cinco.

La cara que puso Ness era la del arrepentimiento en persona.

Ness: Es cierto que quedamos a las cinco, y lo siento, pero es que me olvidé completamente de la entrevista que tenía para esta tarde.

Zac: ¿Se te ha olvidado que tenías una entrevista?

Ness: Bueno, dejé una nota en la nevera de mi casa, pero como no he estado allí, no la he visto.

Lo cual era razón suficiente para que utilizara una agenda, pensó Zac. Su compañía había creado un tipo de agenda muy eficaz.

Ness: Bueno -continuó-, hay un grupo que lleva un rollo fabuloso y pasado mañana por la noche se van hacia el Este -hablaba a toda velocidad y gesticulaba mucho con las manos-. Van a ensayar esta tarde y Gabe, es el dueño del local y le caigo muy bien desde que escribí una buena crítica sobre su bar, bueno, Gabe me dijo que sólo estaban dispuestos a hablar conmigo hoy. ¿No te parece increíble? -su entusiasmo era prolijo pero contagioso-. ¡Escribiré la crítica antes de que nadie los oiga!

Terminó la frase con una amplia sonrisa como si Zac fuera a sentirse emocionado por ella y no como si le acabara de echar por tierra las pocas horas que quedaban de su jornada laboral.

Tess: Sabes, descubrir nuevos talentos es uno de mis pasatiempos. ¿Cómo se llama el grupo?

Ness: Las Águilas de la Bahía. ¿No es genial?

Tess: Bueno, está claro que tendrán que cambiarlo. ¿Van a ir a Nueva York?

Mientras Zac estaba ahí, completamente ignorado en su propio despacho, Ness y Tess siguieron conversando. ¿Cómo no se había enterado antes de aquel pasatiempo de Tess?

Alex cerró los ojos y empezó a babear sobre la corbata de seda por la que Zac había pagado sesenta dólares.

Zac: ¿Supongo que todo eso quiere decir que te propones a dejarme a los niños?

Tanto Tess como Ness se volvieron al mismo tiempo.

Tess: Bueno, por supuesto que va a dejarte los niños. Es una oportunidad única de conseguir una primicia.

Ó sea, que se estaban confabulando contra él, esas destroza horarios.

Zac: Te das cuenta de que eso significa que no podremos repasar el contrato con los abogados por la tarde, y en cuanto a esta noche… -señaló a los niños-.

Alex estaba dormido y David estaba empezando a ponerse pesado. Ness sacó un biberón de la bolsa de tela.

Tess: ¡Oh, déjame hacerlo! -se arrodilló junto a la sillita y sostuvo el biberón-. Estas cosas ocurren en la vida real, Zac. En realidad, esta experiencia es buena para ti. Haz como si Ness fuera tu esposa y tuvieras que coordinar los horarios con ella. Así es como funcionan los verdaderos padres.

Zac: Nunca he visto a ninguna esposa dejar a los niños tirados en la oficina de su marido.

Ness: Eso es porque los maridos los han dejado tirados antes -dijo entre dientes-.

Tess soltó una carcajada, pero a Zac no le hizo gracia.

Tess: No me importa lo de esta noche. Me gustaría verte con los niños. ¿Y vamos a pedir que nos traigan la cena a casa o cocinamos nosotros?

¿Cómo podía salir de aquella? Zac miró a Ness totalmente desesperado… Pero, ¿qué podía hacer aparte de liar más las cosas?

Ness: He visto a Zac con los niños y no es tan emocionante.

Zac: Eh, gracias.

Ness: Ya sabes a lo que me refiero, Zac. Pero escucha, Tess, ¿por qué no te vienes conmigo y así conoces a Las Águilas de la Bahía?

A Tess se le iluminó el rostro.

Tess: ¿Puedo?

Ness: ¡Claro! Quizá podamos ayudarlos a pensar en un nombre nuevo.

¿Ness y Tess? ¿Las dos juntas? No le parecía una buena idea.

Pero no se le ocurría otra cosa mejor.

Tess dejó de darle el biberón al bebé, agarró el bolso y se metió a toda prisa en el despacho de Mike.

Tess: ¡Voy a hacer una llamada muy rápida y ahora mismo vuelvo!

Tenía que evitar aquello.

Zac: Tess, espera un momento…

Ness: Le he dejado la silla del coche al guarda de seguridad que hay a la entrada.

Tess: No puede ir contigo.

Ness: ¿Por qué no? -metió la mano en el bolso y se miró a un pequeño espejo; luego retiró el espejo y lo miró a él con una expresión expectante en el rostro-.

Zac: Porque es mi editora.

«Y porque quiero que siga siendo mi editora», añadió mentalmente.

Ness: Lo sé -sacó a David de la sillita-. Puedes agradecérmelo más tarde, ¿digamos, el jueves por la noche, en la reunión de la junta?

Zac: ¿Agradecértelo?

Ness: Sí -sonrió-. Por cuidar de ella esta noche.

Zac echó una rápida mirada a la puerta abierta que lo separaba del despacho de Mike y bajó la voz al decir:

Zac: Ness, no me lo estropees, por favor.

Ness le contestó en el mismo tono.

Ness: Te estoy sacando las castañas del fuego y tú lo sabes. Si te viera intentando seguir esa ridícula programación que me has dado, se daría cuenta de que no tienes ni idea de lo que es convivir con niños.

Zac: Yo…

Ness: No te preocupes, te he dejado un programa modificado. Además, tu casa está algo revuelta. No me dio tiempo a terminar de hacer la colada. Quítala de en medio y ya está.

Zac cerró los ojos con solemnidad al tiempo que se imaginaba su salón lleno de juguetes, ropa sucia y otros desechos que hubiera dejado Ness.

Ness: Me pasaré a por la ropa esta noche.

Zac esperaba que nadie la hubiera oído; Brittany debía de estar enterándose de todo.

Se colocó a David sobre la cadera y con la otra mano Ness apartó a un lado el teléfono, el calendario y el palo de la lluvia que alguien le había regalado.

Ness: Puedes dejar a Alex ahí mientras terminas de darle el biberón a David.

Naturalmente, Alex se despertó en cuanto Zac lo colocó sobre la mesa. Ness le dio el bebé a Zac y a Alex una bolsa de pasas de Corinto y el palo de la lluvia para jugar.

Zac iba a protestar, pero Alex estaba tan ensimismado con el sonido que hacía el palo que Zac dio por perdido el artilugio.

Zac: Hola, David. ¿Quieres un poco más de biberón?

David lo miró con cara de sabiondo, luego vomitó una buena parte de la leche que le acababan de dar.

Ness: Supongo que debería haberte dado un paño por si acaso vomitaba -le pasó uno en ese momento-.

Zac se limpió y después al malhumorado de David.

Cuando se estaba quitando la chaqueta, entró Tess.

Tess: Espero no haber tardado demasiado.

Ness: No, pero tenemos que largarnos -le dijo adiós con la mano a Alex-.

Tess: Zac, te veré mañana.

Él levantó la cabeza.

Zac: Pensé que te volvías a Nueva York mañana.

Tess: Aún no has firmado el contrato.

Dadas las circunstancias, Zac estaba dispuesto a firmar cualquier cosa. Pero se limitó a sonreír y murmuró algo que nadie oyó porque en ese momento David se puso a toser y escupir sobre su camisa.

Ness: Cuando le des el biberón debes levantarle un poco la cabeza para que no trague tanto aire -seguidamente desapareció por la puerta-.

Rápidamente, Zac cerró la puerta tras de ellas.

Zac: Y me lo dice ahora -murmuró mientras se aflojaba la corbata y la tiraba sobre la mesa-.

Afortunadamente, y porque era una persona muy organizada, Zac tenía camisas de repuesto en su despacho. Con una mano se quitó la que llevaba puesta. David tenía una cara como si estuviera a punto de echarse a llorar y Zac le dio unas palmaditas en la espalda.

¿Cómo había podido él, Zac Efron, posiblemente el hombre más organizado de Tejas, quizá del mundo entero, acabar alimentando a un bebé con problemas digestivos en su despacho?

Alex: ¿Zac?

Zac: ¿Dime, Alex?

Alex: ¿Dumo?

La bolsa de pasas estaba vacía. Zac sospechó que había metido algunas en los agujeros que tenía el palo de la lluvia. ¿Habría metido Ness zumo en la bolsa?

Empezó a rebuscar dentro de la bolsa cuando de repente se abrió la puerta de su despacho y Ness entró corriendo.

Ness: Me he dejado las llaves del coche en la bolsa de los niños.

Se paró al ver a Zac y se lo quedó mirando, con expresión embobada.

Zac: Estaba buscando a ver si había zumo.

Alex: ¡Nez!

Al oír el grito de Alex, Ness pareció salir de su ensimismamiento.

Ness: ¿Quieres zumo, Alex?

Alex: ¡Dumo!

Intentó bajarse solo de la mesa, pero Zac se apresuró y consiguió agarrarlo a tiempo. Entonces se volvió hacia Ness con un niño en cada brazo.

Ella tragó saliva.

Ness: ¿Tú… esto… vas a seguir vestido así el resto del día? ¿O más bien, desvestido?

Zac: No.

Probablemente era la primera vez en todo el día que se sintió divertido y, por qué no admitirlo, también un poco halagado.

Zac: Guardo un par de camisas de emergencia aquí en la oficina.

Ness: Eso está, ejem… muy bien.

Dicho eso no se movió.

Zac: ¿Ness?

Ness: ¿Sí?

Zac: ¿Y el zumo?

Ness: Ah, sí… El zumo.

Abrió la botellita, echó un poco en la taza de Alex y le puso la tapadera. Zac volvió a sentarlo sobre la mesa y colocó una silla junto al niño, para que pudiera bajarse solo si le apetecía.

Ness le dio el vaso, se metió las manos en los bolsillos de la falda y se quedó mirando al niño beber, aunque al mismo tiempo le echaba alguna que otra mirada a Zac.

Zac: ¿Ness? Tus llaves del coche. ¿No tienes prisa? ¿Dónde has dejado a mi editora?

Ness abrió los ojos como platos.

Ness: ¡Oh! -sacó las llaves y luego señaló al niño-. Alex está comiéndose tu corbata.

Se volvió y corrió hacia los ascensores.

Zac la observó mientras se alejaba. La falda que llevaba era muy corta… Pescó a Brittany mirándolo y cerró rápidamente la puerta de su despacho.

Curiosamente no estaba enfadado, aunque sabía que tenía derecho a estarlo. Tampoco estaba avergonzado, ni cansado, ni se sentía descontrolado.

Estaba como anestesiado; ésa era la palabra.

Tras el aviso de Ness, Zac se esperaba lo peor cuando llegó a casa. Enseguida vio el montón de ropa de Ness, pero sorprendentemente era la única nota discordante. Todo lo demás estaba recogido, incluso la cocina estaba limpia. Zac se quedó verdaderamente impresionado.

Alex se le adelantó y fue directamente a una caja donde había juguetes y empezó a revolver dentro. Zac empujó el carrito y colocó a David en el parque. Ness se había dejado su ordenador portátil sobre la mesa de centro. Mientras vigilaba a Alex, Zac colocó el ordenador en un sitio donde el niño no pudiera alcanzarlo.

Vio que su horario estaba sobre el mueble bar; junto a él, estaba el nuevo que Ness había escrito. Después de echarle un vistazo a la parte del día que ya había pasado, Zac pasó a la hora de la cena.

Ness sugería dejar a los niños jugar juntos mientras organizaba la cena. Si se ponían pesados, le daba otras alternativas.

Parecía tan fácil, pero Zac ya sabía que no era así. Muy bien, seguiría su programa y, cuando todo se fuera al traste, se lo diría.

Pero nada de eso ocurrió, y a las nueve y media, Zac estaba sentado en el sofá, intentando ignorar el interesante montón de ropa interior mientras meditaba sobre su filosofía de la vida.

Lógicamente, ése fue el momento que Ness eligió para llamar a su puerta suavemente.

Zac se levantó en silencio y fue a abrir.

Ness metió la cabeza y vio a David, que estaba dormido.

Ness: Veo que has seguido el programa -susurró y pasó sin pedir permiso-.

Zac: ¿Cómo lo sabes?

Ness: Porque son las nueve y media, todo está hecho y le llega el turno a los padres -dio unas palmaditas en el sofá-. Venga, siéntate cómodamente. Sólo vengo a llevarme mi ropa interior.

Zac prefirió no discutir, sobre todo porque no se le ocurría ningún motivo de discusión.

Zac: ¿Y qué se supone que hay que hacer cuando le llega el turno a los padres?

La observó mientras doblaba la ropa interior que iba desde braguitas de algodón a otras de seda con estampado de leopardo.

Ness: Recuperar fuerzas, charlar, tomarse un café -sonrió-. Hacer lo necesario para darle otro hermanito a los niños…

Zac: ¿Y doblar la ropa?

Ness: Normalmente no, creo.

Zac: Te habrás dado cuenta de que no te he preguntado por Tess. Eso no significa que no quiera saber nada del tiempo que habéis pasado juntas, pero sí que significa que no quiero oír malas noticias.

Ness: Se lo ha pasado estupendamente. El grupo es fabuloso y Tess les dio su tarjeta.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Quiere presentarles a la gente adecuada en Nueva York. Esa mujer tiene más contactos que un ministro. Ya entiendo por qué te preocupaba tanto que algo pudiera molestarla -añadió metiendo su ropa interior en la funda de un almohadón-.

Zac: No estaba preocupado.

Ness: Oh, Zac, vi tu cara de terror.

Zac: No era de terror sino de preocupación justificada.

Ness lo miró significativamente y fue hacia la cocina.

Ness: ¿Has puesto mis cosas en la secadora?

¿Que si las había puesto?

Zac: ¡No!

Ness: No grites, despertarás a David.

Unos minutos después, Zac oyó el ruido de la secadora. Ness volvió al salón y se sentó a su lado en el sofá y metió los pies debajo de las piernas.

Ness: Hemos estado hablando de ti -instantáneamente se le hizo un nudo en el estómago-. Creo que le gustas.

Zac: No quiero oír hablar de eso.

Ness: ¿Por qué no? Puedes utilizarlo para manipularla.

Ness apoyó el codo en el respaldo del sofá y la cabeza contra la mano.

Zac: No sé lo que quieres insinuar. Y no necesito manipular a nadie de esa forma. Mi trabajo se basa en méritos propios.

Ness: Bueno, Zac, a juzgar por el horario que me has dejado esta mañana, vas a necesitar ayuda con tu siguiente libro. Un poco de manipulación por tu parte no estaría de más.

Su próximo libro… No tenía idea de que Ness conociera Normas Efron. Estaba claro que habían charlado a fondo acerca de él. Eso quería decir que Tess pensaba que Ness era una parte más importante de su vida de lo que en realidad era. Conociendo a Ness, Zac sabía que ella habría contribuido a afianzar esa impresión.

Ness: Tess dice que las ventas de tu libro han descendido y que necesitas sacar algo diferente o que tu empresa se irá al traste.

Zac: Mi empresa va bastante bien, gracias -dijo fríamente-. A veces Tess olvida que Efron, Consultores de Gestión del Tiempo Empresarial ha generado el libro, y no al contrario.

Ness: No seas tan quisquilloso. Sólo ha sido una conversación entre mujeres.

Zac: No soy quisquilloso, pero me molesta que mi editora comente mis asuntos personales con una extraña.

Ness: Yo no soy una extraña.

Zac: Sí lo eres.

Ness: ¿Dejarías que una extraña cuidara de tus sobrinos?

Zac: No -admitió de mala gana-.

Ness: ¿Lo ves?

Zac: Aun así, hubiera preferido que Tess se hubiera guardado su opinión sobre la situación.

Ness: Venga, puedes charlar conmigo. Hemos establecido una relación a través de los niños y haciendo la colada.

Zac: No hemos establecido ninguna relación. No lo estamos haciendo y no quiero hacerlo.

Ness: Claro que quieres.

Zac tragó saliva y el corazón empezó a latirle cada vez más deprisa.

Zac: ¿Por qué dices eso?

Ness: Me has estado mirando las piernas.

Zac: ¡No es cierto!

Involuntariamente, Zac le miró las piernas. Aleteando las pestañas, Ness se levantó un poco más el borde de la minifalda.

Zac: ¡Deja de hacer eso!

Ness: ¿Por qué? ¿No quieres besarme?

Zac: ¿Eres siempre igual de franca?

Ness: Sólo cuando la situación me lo exige.

Zac: La situación no te lo exige.

Ness: Me alegra saberlo.

De alguna manera, Ness había reducido el espacio entre ellos y estaba bastante cerca.

Zac: Ness…

Ness: ¿Sí?

Ella extendió el brazo por el respaldo del sofá hasta que le rozó el hombro.

Él se sobresaltó y ella sonrió.

Zac: Ness -le tomó la mano y la apartó del hombro-. Eres una mujer muy atractiva…

Ness: Oh, no me vengas con eso de que soy una mujer atractiva -dijo poniendo los ojos en blanco-. Ya sé lo que viene ahora.

Zac: Ness, no me entiendes…

Ness: Sí que te entiendo. Veamos, no soy yo, eres tú, ¿vale?

Zac: Sí.

Ness: Y no crees apropiado que ocurra algo entre nosotros porque… -al hablar movía las manos hacia delante y hacia atrás-. Y aquí es donde viene el sermón en el que te excusas para no herir mis sentimientos -miró a su alrededor y luego señaló el parque-. Porque, por ejemplo, David está ahí durmiendo a pierna suelta, y da igual que esté durmiendo detrás del sofá y que podamos apagar la luz -miró a Zac mientras volvía a aletear las pestañas-. Aunque podríamos ir a otra parte.

A Zac se le hizo un nudo en la garganta.

Zac: David no es el problema.

Ness: Me lo imaginaba. Pero hay un problema, ¿no?

Zac: Soy miembro de la junta de residentes y no quiero darle esperanzas a nadie.

Ness: ¿Crees que estoy intentando seducirte para que influyas a la junta?

Zac abrió la boca pero volvió a cerrarla. Dijera lo que dijera lo interpretaría mal. Cerró los ojos y recostó la cabeza en un cojín del sofá.

Zac: No quiero que se me acuse de utilizarte, especialmente si la junta decide desestimar tu citación. Después de decirte esto, me niego a pensar más esta noche.

Ness: Oh, Zac, ya habíamos hecho un trato en cuanto a la junta… Yo cuidaría de los niños a cambio de que tú soltaras una súplica elocuente de mi parte. ¿Vas a incumplir tu parte del trato?

Zac: Claro que no.

Ness. ¿Y no vas a intentar convencerme para que te ayude con tu nuevo libro?

Zac: No necesito tu ayuda.

Ness: Sí que la necesitas, pero como en lo referente a la junta estamos en paz, tendrás que convencerme de otra manera para que te eche una mano. Soy una mujer muy ocupada; yo trabajo de noche y tú de día. La única esperanza que te queda si quieres ver ese libro publicado es besarme.

Estaba diciendo cosas tan absurdas que a Zac le dio la risa.

Zac: Eres de lo que no hay.

Ella se encogió de hombros.

Ness: Eso me han dicho.

Entonces, como guiado por un extraño impulso, Zac la agarró por la nuca, se acercó a ella y la besó.

Su intención era soltarla enseguida y reírse juntos por ponerla en evidencia, pero Ness se inclinó sobre él de manera que su cabello le cayó por la cara como una sedosa cascada, atontándolo con aquel perfume tan especial que había empezado a asociar con ella.

Zac empezó a pisar terreno peligroso cuando el beso cruzó el límite de lo superficial; peligroso si lo que quería era reírse un rato con ella y nada más.

Peligroso si hubiera querido dejar de besarla.

Pero no quería, ni tampoco podía. El beso de Ness era dulce, auténtico, intenso y vivificante; era apasionado.

Aquel beso tenía la misma individualidad que ella. ¿Por qué había pensado que besar a Ness sería como besar a cualquier otra persona? Ella no era como el resto de la gente; era lógico que sus besos fueran diferentes también.

¿Qué estaba pasando?

Y a quién le importaba.

Para ser el primer beso, estaban rompiendo todas las reglas. El primer beso tenía que ser para explorar, para aprender y para probar; el primer beso debía ser un atisbo de lo que podría venir después y, normalmente, el primer beso no revelaba nada.

Un primer beso no debía ser una de las experiencias sensuales más notables de la vida de una persona.

Seguramente, Ness no conocía las reglas que imponía un primer beso y Zac no pensaba decírselas.

Le pasó las manos por la espalda, apenas rozándola, y acarició la suave piel que el suéter dejaba al descubierto en la cintura, mientras se concentraba en las sensaciones que le provocaba su boca.

No tenía ni idea del tiempo que había pasado cuando Ness levantó la cabeza y le sonrió.

Ness: Bueno, no ha estado tan mal, ¿verdad?

Zac sacudió la cabeza pero no dijo nada.

¿Que no había estado mal? Para él todo se había paralizado, el tiempo y hasta la consciencia, ¿y ella decía simplemente que no había estado mal?

Ya le enseñaría. Fue a besarla otra vez, pero Ness se echó a reír y se puso de pie.

Ness: Eres un buen chico, Zac; por eso nos llevamos tan bien.

Zac: ¿Un buen chico?

Ness: Sí. Algunas personas son tan engreídas que no son capaces de aceptar una broma. Tú me has seguido la corriente muy bien -dijo y se dio media vuelta-.

Zac: ¿Dónde vas? -balbuceó-.

Le resultaba casi imposible formular un pensamiento coherente.

Ness: He oído el zumbido de la secadora; ya tengo la ropa seca.

Entonces, como si no hubieran estado haciendo nada más personal que por ejemplo ver la tele juntos, fue hacia la cocina.

Zac se la quedó mirando con los ojos muy abiertos. ¿Un buen chico? ¿Una broma?

No había oído ningún zumbido, ni siquiera aunque la secadora hubiera explotado.

¿Ness pensaba que aquel beso era una broma?

¿Significaba eso que ella lo había hecho de broma?

Zac quiso tragar saliva pero se dio cuenta de que tenía la boca seca. ¿Si eso no había sido un verdadero beso, cómo serían entonces sus besos de verdad?

Agradeciendo la pizca de instinto de supervivencia que la había permitido alejarse del beso de Zac Efron, Ness consiguió llegar hasta la cocina antes de que le fallaran las rodillas. Se agarró a la secadora, que estaba tan caliente como sus mejillas.

Ness: Oh, Dios mío, estoy metida en un lío.




Ahora, si puedes, olvídate del beso XD

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