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miércoles, 29 de enero de 2014

Capítulo 4


Vanessa decidió que aquel día se lo iba a pasar bien.

Acto seguido, se puso la mano sobre el abdomen con la esperanza de que los nervios se le tranquilizaran, volvió a observar el contenido de la mochila para asegurarse de que no se le había olvidado nada vital y miró el reloj.

Solo quedaba un minuto para las nueve de la mañana, para que apareciera Zac en su puerta.

Si era puntual, claro.

De alguna manera, Vanessa estaba segura de que lo era. No tenía razón para ponerse nerviosa. Aquello no era una cita de verdad. Solo una excursión con el vecino de enfrente. Se debía de sentir agradecido con ella por haberle echado una mano con la perra y quería corresponder por la cena a la que lo había invitado.

Definitivamente, era una cita.

Por lo menos, a Vanessa así le había sonado cuando Zac le había ofrecido su compañía.

Poco había tardado en planear el día entero. Vanessa sospechaba que, cuanto mejor lo conociera, menos tardaría en darse cuenta de que bajo aquellos trajes impecables de abogado trabajador se escondía un hombre serio y organizado acostumbrado a hacerse cargo de todo.

Justo a las nueve en punto, llamaron a la puerta y Vanessa sintió que las mariposas que le revoloteaban por el estómago danzaban furiosas.

Ness: Buenos días -lo saludó abriendo la puerta-.

Happy pasó a su lado y Zac se arrodilló para rascarle entre las orejas.

Zac: Buenos días y buenos días. ¿Qué tal estás, cariño?

Vanessa se dijo que, por supuesto, no era a ella a quien se dirigía.

Ness: Acaba de desayunar y parece contenta. La verdad es que me encanta tenerla en casa.

Zac: Me alegro -sonrió aliviado-. Estaba preocupado por si creía que la había abandonado.

Madre mía, qué guapo era aquel hombre.

A Vanessa ya le parecía que estaba guapo de traje, pero aquel día llevaba un jersey granate y unos vaqueros desgastados que se le pegaban a los muslos y la habían dejado sin respiración. El jersey le marcaba los hombros y los pectorales y se había arremangado, revelando unos antebrazos musculosos cubiertos por un vello oscuro y sedoso.

¿Cómo era posible que Vanessa no se hubiera fijado en aquellos días en lo alto y fuerte que era? Ella medía un metro setenta y le llegaba por la mandíbula, así que Zac debía de rondar el metro ochenta.

Ness: ¿Tus padres son muy altos?

Zac enarcó una ceja. No era la primera vez que Vanessa le veía hacer aquel gesto. Solía hacerlo cuando no estaba muy seguro de cómo la conversación había tomado aquel derrotero.

Zac: Mi padre, sí. Mi madre es normal, pero tiene tres hermanas que miden más de metro setenta -contestó poniéndole la mano en el hombro-. Tú también eres alta. ¿De quién lo has heredado?

Ness: De mi padre. Mi madre es algo más bajita. La verdad es que no es fácil ser de las altas de clase cuando estás en el colegio. Yo era algo más alta que mi hermana mayor desde que éramos muy pequeñas.

Zac: A mí siempre me han gustado las mujeres altas. Mi novia del colegio era la capitana del equipo de baloncesto.

Ness: Yo nunca he jugado al baloncesto. El entrenador me insistía constantemente para que entrara en el equipo, pero a mí no me interesaba. A mí me gustaba bailar. Durante muchos años, quise formar parte de una compañía de ballet, pero al final no tuve más remedio que rendirme a la evidencia pues es imposible que una bailarina sea tan alta y pese como los bailarines que tienen que levantarla por los aires.

Zac: Yo no creo que tú peses mucho.

Ness: Perdona mi franqueza, pero te puedo preguntar cómo demonios sabes cuánto peso. No me ves, así que podría pesar ciento cincuenta kilos y tú no lo sabrías.

Zac: No, hombre no -contestó tocándole la clavícula-. Estás delgada -declaró acariciándole la mandíbula-. En realidad, incluso estás un poquito demasiado delgada.

Ness: ¡De eso, nada! -se defendió. ¡Si la hubiera visto cuando era modelo! Vanessa se dio cuenta de que Zac sonreía disimuladamente-. ¿Me estabas tomando el pelo?

Zac: Sí… Casi te engaño, ¿eh?

Ness: Casi -rió-.

Zac: ¿Sabes? Me encantaría poder verte -murmuró-.

Ness: ¿Por qué? -preguntó con voz trémula-.

Zac giró la mano y le acarició la mejilla.

Zac: Me encantaría saber cómo son tus labios.

Vanessa sintió que el pulso se le paraba y comenzaba a latirle aceleradamente. Sin pensárselo dos veces, le tomó el dedo índice y se lo colocó sobre los labios.

Zac los recorrió en silencio mientras Vanessa ni se movía, se limitaba a sentir lo íntimo que le resultaba que Zac le acariciara el rostro. Zac deslizó el dedo alrededor de sus labios y, a continuación, bajó hasta su mentón. Continúo dibujando el óvalo de su mandíbula y subió hasta su oreja, se paró en el lóbulo y estudió los tres agujeros que encontró.

Vanessa se estremeció y Zac siguió avanzando hacia su cabeza. Vanessa se había recogido el pelo en una complicada trenza francesa que le había gustado especialmente porque le mantenía la melena bien peinada durante muchas horas. Zac le acarició el pelo y bajó hasta su cuello. Le colocó la mano sobre la nuca. Vanessa sintió la necesidad de apoyarse en él, pero no lo hizo porque Zac había continuado y ahora su mano estaba en su sien, avanzando por su frente y bajando por su nariz recta. A continuación, le acarició las cejas, las pestañas y Vanessa cerró los ojos.

De repente, la mano de Zac había desaparecido.

Al abrir los ojos, Vanessa vio que se estaba girando.

Zac: Gracias.

Ness: De nada.

Aunque había conseguido que su voz sonara normal, por dentro estaba como un flan. Sobre todo, estaba decepcionada. Le habría gustado que Zac la hubiera besado. Sí, era cierto que estaba ridículamente enamorada de su vecino y él, aunque era posible que le gustara como mujer, no parecía estar tan interesado en ella.

Zac: Me ha pasado muchas veces que, cuando le he pedido a una persona que me describiera cómo era, no lo ha sabido hacer -le explicó-. Me resulta mucho más útil tocarle la cara.

Así que no era la primera vez que lo hacía. Debía de ser una práctica normal en él.

«Es como si estuviera leyendo en Braille», recapacitó Vanessa.

No significaba nada más. Era la manera que Zac tenía de aprender algo más sobre la persona que tenía delante.

«Lo que es justo porque yo sé cómo es, pero él no sabe cómo soy yo», pensó Vanessa.

En cualquier caso, se sentía como un globo deshinchado.

Ness: Bueno, ahora ya sabes cómo soy. Una chica normal y corriente -comentó colgándose la mochila del hombro-. ¿Nos vamos?

Zac había enarcado las cejas ante su comentario, pero no dijo nada.

Zac: Claro.

Vanessa se encaminó a su monovolumen.

Ness: ¿Dónde metemos a los perros?

Zac: En el asiento de atrás. Si no quieres que te dejen pelos por la tapicería, será mejor que les pongas una manta. ¿Tienes algo que les podamos colocar como medida de seguridad para que no se puedan pasar al asiento de delante?

Ness: Tengo una red que va de lado a lado. ¿Qué te parece?

Zac: Perfecto. En la escuela nos dicen que los pongamos en el suelo, a nuestros pies, pero no solemos hacerlo porque es muy peligroso si tenemos un accidente de frente. -Vanessa abrió el maletero y sacó la red mientras Zac abría la puerta e indicada a los perros que subieran-. Si fuéramos a hacer un viaje largo, los metería a cada uno en su caja por seguridad, pero, como solamente vamos a recorrer una distancia de dos kilómetros, no creo que pase nada -recapacitó-. Vaya, me parece que la última persona que se sentó aquí era bastante más bajita que yo -añadió al subirse al vehículo y encontrarse que casi se daba con la nariz en las rodillas-.

Ness: Sí, fue mi madre -rió terminando de colocar la red-. Me ayudó con la mudanza. Tienes unos botones a la derecha de tu asiento. Si le das al primero, el asiento se mueve hacia atrás.

Zac: Muy bien. Mira, te he traído el cede del que te hablé. Lo puedes poner mientras conduces. Tenemos que ir a la 116 en dirección a Fairfield, la salida está un poco más allá de la iglesia luterana -le indicó-.

Vanessa siguió sus instrucciones y encontró con facilidad el camino. En cuanto tomaron la carretera correcta, ante ellos se abrió una panorámica maravillosa de praderas y árboles hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Había cañones diseminados por el campo y se veían también placas y estatuas. Había varios kilómetros de recorrido por delante.

Zac: Se trata del Arco de la Paz -le dijo cuando llegaron ante un gran monumento de piedra-. Por aquí debería haber un aparcamiento. Si quieres, ponemos el cede y empezamos la excursión. Así sabremos dónde y qué es lo que estamos viendo.

Ness: ¿Cuántas veces has hecho esto antes?

Zac se encogió de hombros.

Zac: Menos de diez, pero las suficientes como para sabérmelo de memoria. He traído aquí a mis padres, a la familia política de mi hermana, a algunos amigos que han venido a verme y a los padres de mi socio. No sé si a alguien más…

Ness: Entonces, a lo mejor, ni siquiera necesitas el cede -recapacitó-.

Zac: Sí, sí, claro que lo necesito -rió-. Lo vamos a necesitar porque me encanta la Historia y, si me preguntas algo, en lugar de estar aquí un día podríamos estar tres.

Vanessa asintió, pusieron el cede en marcha y comenzaron la excursión. Hicieron el trayecto más bien en silencio. En un par de ocasiones, Zac le pidió que le describiera un monumento o un paisaje y a menudo añadió anécdotas que él conocía sobre los soldados que lucharon en aquel lugar.

Ness: Desde luego, veo que no estabas mintiendo. Cuando me has dicho que te gusta la Historia, digo. Sabes un montón -le dijo al terminar el paseo-.

Zac: Sí, este lugar siempre me ha fascinado -admitió-. Había venido varias veces antes del accidente, así que recuerdo muchas cosas.

Ness: ¿Te funciona bien la memoria, entonces?

Zac: Bueno, me funciona, pero, a veces, recuerdo las cosas como envueltas en una neblina. Es como si fueran cuadros impresionistas. Tengo la idea general, pero los detalles se me pierden. Una de las primeras cosas que perdí fue la capacidad de escribir.

Ness: ¿Y qué haces cuando tienes que firmar una tarjeta de crédito o ciertos documentos?

Zac: No suelo utilizar tarjetas de crédito porque podrían engañarme con facilidad, así que suelo pagar en efectivo. Normalmente, compro por catálogo o en tiendas en las que ya me conocen y donde pago una vez al mes. En cuanto a los documentos, que, como supondrás, sí que tengo que firmar a menudo, utilizo una cosa que se llama guía para firmar y que es un recuadro en el que está inscrita tu firma. Solo tengo que seguirla con el bolígrafo. Con cierta práctica, queda más o menos bien.

Le había explicado todo aquello sin pizca de resignación, sencillamente. Vanessa volvió a maravillarse ante lo poco que parecía haber sufrido la vida de Zac ante su ceguera. Obviamente, sabía que los cambios tenían que haber sido considerables, pero los había superado todos y parecía un hombre genuinamente feliz.

Cuando llegaron a un cortado, Zac insistió para que subieran a las rocas. Tras dejar a Happy en el coche, los tres subieron a la cumbre.

Zac: ¿En qué dirección estamos? Yo diría que norte o noreste.

Vanessa se quedó mirando el sol de últimos de otoño.

Ness: Sí, así es. ¿Cómo lo has sabido?

Zac: Porque me da el sol en la cara -contestó tomándola por el hombro y girándola hacía el este mientras procedía a explicarle los movimientos y los ataques de las tropas-.

Zac estaba realmente animado y Vanessa disfrutaba viéndolo así. Se quedó mirándolo y sintió un inmenso deseo de tocarle el rostro, tal y como él había hecho aquella mañana con ella.

Lo cierto era que quería mucho más. Sobre todo porque sentía su brazo, que Zac había deslizado desde su hombro hasta su cintura.

Zac: ¿Vanessa? -Dijo al cabo un rato-. Perdona, me parece que te estoy aburriendo soberanamente.

Ness: No, en absoluto -le aseguró saliendo de sus ensoñaciones-. Es que estaba intentando… imaginar el campo de batalla.

Zac: ¿Y lo has conseguido? -le preguntó girándose hacia ella-.

La tenía muy cerca.

Ness: Más o menos -contestó con la respiración entrecortada-. Creo que será mejor que bajemos.

Zac: Muy bien.

¿Lo había dicho con pena? Mientras bajaban con cuidado, Vanessa se preguntó si aquel hombre se daría cuenta de lo interesada que estaba en él. Aquello era de locos, pero, cuanto más tiempo pasaba a su lado, más necesidad tenía de él.

Al final, pasaron cinco horas en el campo de batalla y Vanessa habría podido pasarse otras cinco. Había llevado manzanas y sándwiches de jamón, así que los compartieron sentados bajo un árbol. Cuando comenzó a atardecer, se montaron de nuevo en el coche y volvieron a casa.

Ness: Gracias -le dijo al llegar al pasillo de sus pisos-. Ha sido un día realmente fascinante.

Zac: Me alegro mucho de que te haya gustado. Hay gente a la que la historia de esta zona no le importa en absoluto.

Ness: No me lo puedo creer. La próxima vez, en lugar de escuchar el cede, preferiría escucharte a ti todo el rato.

En cuanto pronunció aquellas palabras, Vanessa sintió ganas de hacer un hoyo y de meter la cabeza bajo tierra porque Zac no había dicho en ningún momento que quisiera volver a salir con ella.

Zac: Trato hecho -contestó sin embargo con una gran sonrisa-.

En aquel momento, su reloj le dio la hora en voz alta, algo a lo que Vanessa estaba comenzando a acostumbrarse.

Zac: Te tengo que dejar -anunció-. He quedado para cenar esta noche.

Ness: Muy bien. -¿Había quedado para cenar? ¿Era aquélla una manera sutil de decirle que no se ilusionara con él?- Yo también me tengo que ir, así que…

Zac: Vanessa -la interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios-. Gracias -añadió besándole la otra mano-.

Aunque hubiera querido hacerlo adrede, no le podría haber salido mejor porque a Vanessa siempre le había encantado que le besaran la mano.

Estaba tan emocionada que no pudo ni contestar.

Zac: Nos vemos -se despidió-. Es una manera de hablar -añadió sonriendo mientras se dirigía a su casa-.


Vanessa no podía dormir aquella noche y oyó llegar a Zac poco antes de las doce. Fue por pura casualidad pues un rato antes había decidido levantarse a prepararse un té y a hacer un puzzle hasta que le entrara sueño.

El domingo no lo vio aunque oyó que se iba y también lo oyó volver por la tarde. El lunes tampoco lo vio. El martes sonó el teléfono cuando se acababa de despertar. Estaba haciendo sus ejercicios de Pilates, así que contestó con el manos libres.

Ness: ¿Sí?

Zac: Hola, Vanessa, soy Zac -la saludó aunque ella ya lo sabía por la pantalla del teléfono-. Te quería preguntar si te importaría quedarte con Happy esta semana.

Ness: Me encantaría. Ya me había acostumbrado a su presencia y ahora la casa se me hace solitaria y silenciosa.

Zac: Te entiendo perfectamente. Una vez tuve que dejarla en el veterinario por la noche y lo pasé fatal. Fue como si me tuviera que separar de un miembro de mi familia. No me gustó nada. Bueno, tengo prisa. Tengo una semana de locos. Te la paso ahora mismo.

Efectivamente, a Vanessa apenas le dio tiempo de sacarse la cara con una toalla y Zac ya estaba llamando a la puerta.

Ness: Hola -lo saludó al abrir-.

Zac: Hola -contestó con una gran sonrisa-. Muchas gracias. Ayer la dejé solamente unas horas para ir a trabajar y me lo encontré muy enfadada por la noche, ¿sabes?

Ness: Por mí, como si se queda toda la semana conmigo, si quieres.

Para su sorpresa, Zac asintió.

Zac: Si a ti te parece bien, yo te lo agradecería mucho. No me gusta nada dejarla sola durante todo el día aunque venga a verla a la hora de comer.

Ness: Muy bien, entonces se queda conmigo.

Zac: ¡Estupendo! Te he traído su comida. Te tengo que dejar, que tengo prisa. Llámame si tienes cualquier duda o problema -se despidió entregándole la tarjeta con todos sus números de teléfono-.

Ness: No te preocupes, todo irá bien. Que tengas un buen… día -se despidió-.

Zac ya le había dado la orden a Duke de que anduviera y ya estaban bajando las escaleras.

Por lo visto, iba en serio aquello de que estaba ocupado.

El martes por la tarde, Vanessa fue a una reunión del grupo de apoyo de la biblioteca municipal y, sin saber muy bien cómo, se encontró siendo nombrada tesorera porque la mujer que se ocupaba hasta el momento de aquella tarea había tenido un accidente.

**: Es temporal -le había asegurado el presidente-.

*: Eso mismo me dijeron a mí hace diez años -había añadido el vicepresidente guiñándole el ojo-.


Al llegar a casa, Happy la recibió encantada aunque apenas había estado fuera una hora. Le sorprendía bastante que Zac no la llamara para ver qué tal estaba la perra, pero se dijo que debía de estar hasta arriba de trabajo.

El miércoles por la mañana, hizo su tabla de posturas de yoga y luego salió a correr por la calle Taneytown.

Llegó hasta el centro de visitantes del parque temático de la batalla de Gettysburg. Al cabo de un rato, decidió darse la vuelta e hizo las últimas manzanas de regreso andando para ir bajando las pulsaciones.

Al llegar a casa, se duchó y se pesó. Todavía tenía la costumbre de vigilar de cerca su peso aunque ahora lo hacía para no bajar del que se había planteado mantener cuando había dejado de ser modelo.

¡Y Zac pensaba que estaba delgada! ¡Si la hubiera visto entonces!

La llamó a la hora de comer. Parecía tener prisa, así que, cuando Vanessa le aseguró que Happy estaba bien, le dio las gracias y se despidió apresuradamente. El jueves y el viernes se repitió la misma conversación apresurada y para el viernes por la noche Vanessa estaba empezando a sentirse algo enfadada.

Eran ya las siete y Zac no había vuelto, así que supuso que pretendía que se quedara con Happy hasta el sábado.

Fue entonces cuando lo oyó en el pasillo. Al instante, se levantó del sofá en el que había estado leyendo un libro. Happy, que estaba tumbada a su lado, la miró, pero no se movió.

Mientras iba hacia la puerta, preguntándose qué le iba decir a Zac cuando estuvieran frente a frente, escuchó que se abría la puerta de su casa.

Y que se volvía a cerrar.

Bueno. Por lo visto, Zac no tenía tanta prisa por ver a Happy como ella creía.

Ni a ella, tampoco.

«Nunca dijo que quisiera volver a verme».

Cierto, pero el sábado anterior se lo habían pasado tan bien…

¿Habrían sido imaginaciones suyas o la química que le había parecido que surgía entre ellos había sido real?

Enfadada consigo misma, Vanessa fue a la cocina y se puso a repasar el libro de contabilidad de la asociación de Amigos de la Biblioteca. Aunque le habían asegurado que ser tesorera de la asociación no era nada del otro mundo, quería entender perfectamente en lo que se había metido porque de ella dependía la autorización para los pagos.




Que mono, Zac. Que bien que la relación avance. Aunque Vanessa no está muy segura de ello =S
Pero seguro que Zac no le tocó la cara solo para saber como era ;)

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¡Un besi!

domingo, 26 de enero de 2014

Capítulo 3


Ness: Happy, ¿quieres salir?

Vanessa se puso una cazadora ligera y agarró la suave correa de cuero que encontró colgada de la puerta.
La perra avanzó al trote hacia ella, moviendo la cola, feliz. La movía con tanta fuerza que se le movía toda la parte trasera del cuerpo. Vanessa se percató y sonrió mientras la ataba.

Ness: ¿Sabes que eres una monada?

Happy la miró como si estuviera sonriendo.

Cuando salieron al pasillo, Zac y Duke ya las estaban esperando.

Zac: Qué puntualidad -sonrió-. Happy está acostumbrada a obedecer a órdenes muy normales como «a mi lado» para avanzar, «siéntate», «túmbate» y «quieta». ¿Te parece que iniciemos el paseo?

Happy caminó pausadamente al lado de Vanessa hasta que llegaron a la zona de césped que había cerca de la puerta.

Ness: Muy bien, eh, ya puedes hacer tus cosas -le dijo una vez allí-.

Se sentía realmente ridícula dando vueltas por la pradera, intentando que la perra hiciera sus necesidades.

Zac: Aparca.

Ness: ¿Cómo dices?

Zac: Ésa es la palabra que utilizamos para que el perro sepa que puede hacer sus necesidades. No creo que te vaya a hacer caso si le dices «ya puedes hacer tus cosas» -le indicó en tono divertido-.

Ness: No me puedo creer que los perros de los ciegos vayan al baño cuando se les indica. ¿Me lo estás diciendo en serio?

Zac: Por supuesto que te lo estoy diciendo en serio. No querrás que me tenga que quedar aquí fuera cuando hace mal tiempo hasta que a la señorita le dé la gana de hacer sus cosas. Quédate quieta, como yo.

Vanessa lo imitó.

Ness: ¿No la tengo que pasear?

Zac: Pasear le viene muy bien, pero en estos momentos no es necesario. Simplemente, dile que aparque.

Ness: Aparca -dijo no muy convencida. Sin embargo, al instante quedó maravillada pues tanto Happy como Duke hicieron sus necesidades. Por lo visto, aquella palabra era mágica-. ¿Y ya está? -se maravilló-. ¿Simplemente hay que sacarla aquí, quedarse quieta y decirle que aparque?

Zac: Sí -sonrió-. Lo que siempre tienes que tener en cuenta es que debes llevar bolsas de plástico para recoger los excrementos.

Ness: Eso es importante, sí. ¿Qué más cosas debo saber?

Zac: A veces, intenta engañarte paseándose y olisqueando por ahí. En esos casos, le suelo decir que nos vamos a casa. Normalmente, eso le hace recordar que, si no cumple con el programa, se va a pasar toda la noche apretando las piernas. -Aquella imagen hizo reír a Vanessa-. Además, odia la lluvia y la nieve. Si hace mal tiempo, hay que sacarla de casa a rastras, te lo aseguro.

Ness: Muy bien. ¿Algo más?

Zac: Tienes que darle una orden para que coma, pero eso ya te lo enseñaré mañana por la mañana.

Ness: ¿Y para dormir? ¿Se puede subir a la cama? De momento, no ha intentando subirse al sofá.

Zac: Ella nunca ha tenido especial predilección por dormir ni en la cama ni en el sofá, a diferencia de otro que yo me sé que se subió al sofá el primer día -contestó señalando a Duke-. De todas formas, eso depende de ti. Si no te molesta que se suba, la dejas que lo haga y en paz. A mí, la verdad, es que nunca me ha hecho mucha gracia porque, como es rubia, me llena de pelos y se me ven.

Vanessa reparó en su ropa y, al hacerlo, se olvidó instantáneamente de los perros. Zac llevaba unos pantalones de chándal caídos a la cintura y una camiseta de la facultad de Derecho de la Universidad de Columbia.

Aquel hombre debía de ir al gimnasio porque tenía un torso y unos abdominales maravillosos. Claro que los bíceps tampoco estaban nada mal.

Madre mía.

Ya le parecía que estaba estupendo antes, pero ahora… cuando Zac se giró, Vanessa se fijó en su trasero y se dio cuenta de que allí tampoco tenía ni un solo gramo de grasa.

Zac le abrió la puerta y se quedó esperando para dejarla pasar.

Zac: Las señoritas primero.

Ness: Gracias -murmuró-.

Al ver que se movía, Happy se puso a su lado y avanzó también obedientemente. Mientras subía las escaleras, Vanessa reflexionó que era agradable saber que Zac no la estaba mirando a escondidas. Hacía años que había perdido la cuenta de la cantidad de hombres que se creían que por ser una modelo famosa tenían derecho a mirarla e incluso a tocarla.

Muchos de los que lo habían hecho eran también famosos, hombres que se creían que el mundo había sido creado única y exclusivamente para su placer personal, pero también había entre la gente normal hombres a los que una modelo les parecía un ser inanimado sin sentimientos ni emociones.

Zac: Debería haberte enseñado las órdenes básicas antes -comentó a sus espaldas-.

Ness: Bueno, por lo menos, me sé la más importante.

Aquello lo hizo reír.

Zac: Desde luego. Si quieres, la puedes sacar también mañana. Claro que, si no tienes tiempo o no te apetece, ya lo haré yo por la noche.

Ness: Oh, no. Si a ti no te importa, a mí me encantaría sacarla de paseo. Una duda: ¿le tengo que decir «a mi lado» y no «adelante»? -preguntó segura de que había oído que Zac le decía eso a Duke-.

Zac: Eso solo se lo decimos a los perros que llevan arnés. Happy ya no está en activo, así que, aunque se sabe muchas más órdenes, ya no las necesita.

Ness: Muy bien.

Estaban llegando a sus respectivas casas, así que Vanessa sacó las llaves del bolso.

Ness: Buenas noches -se despidió-.

Zac: Hasta mañana -sonrió-.

Mientras se cepillaba los dientes un rato después, Vanessa pensó que, después de todo, su relación con el vecino no estaba yendo tan mal.

No le había hablado de él a Britt, su hermana. Durante su conversación telefónica, habían hablado sobre todo sobre la falta de sentido común de su padre.

Britt: ¿Por qué se tendrá que casar? -Se había lamentado-. ¿Por qué no se conformará con vivir con ella? Le saldría mucho más barato porque no tendría que pagar una pensión tras el divorcio.

Vanessa imaginaba que tenía que haber una razón psicológica mucho más compleja detrás de la necesidad de su padre de casarse con cada mujer con la que mantenía una relación, pero no tenía ni idea de cuál podía ser. Tampoco era que le importara demasiado el asunto. Hacía mucho tiempo que había aceptado los fracasos matrimoniales de su progenitor.

Vanessa hizo una mueca de disgusto al pensar en que al día siguiente tenía que llamar a su madre. Su madre nunca se había vuelto a casar y, cada vez que su padre lo hacía, su progenitora se ponía furiosa.

Vanessa suspiró y llamó a Happy. La perra entró en su habitación y se tumbó en la alfombra que había junto su cama. Vanessa se pasó un buen rato acariciándola.

Ness: Eres mejor que una persona. Si tuviera una perrita como tú, jamás estaría sola. Tú me serías fiel durante toda la vida, ¿verdad?


Vanessa había terminado de hacer su sesión de tablas de yoga a la mañana siguiente cuando llamaron al timbre.

Secándose la cara con una toalla, abrió la puerta y se encontró con Zac vestido con un traje gris marengo, camisa blanca y corbata color lavanda, perfectamente vestido para empezar el día.

Zac: Buenos días -la saludó-.

Ness: Hola -contestó tirando de las mangas del jersey que llevaba anudado a la cintura. A veces, seguía sintiéndose gorda con la ropa de hacer gimnasia. A veces, no recordaba que había engordado a propósito-. Qué traje tan bonito llevas. ¿Te puedo preguntar cómo sabes qué colores combinar?

Lo cierto era que aquel hombre le parecía cada día más guapo. Seguro que en la universidad tendría a todas las chicas detrás.

Zac: Casi todas mis prendas tienen etiquetas en Braille y, además, la chica de la tintorería es un encanto. Cuando les llevo la ropa sucia, lo hago por bolsas, cada traje con su camisa y su corbata en una bolsa, y ellos me le devuelven exactamente igual lavada y planchada.

Ness: Ah, así que, cuando compras un conjunto, nunca lo separas.

Zac: Así es. -En aquel momento, apareció Happy, que salió a recibir a su dueño. Zac se apresuró a colocarse en cuclillas a su lado para acariciarla-. Hola, cariño. Yo también te he echado de menos. -A continuación, se puso en pie y Vanessa se fijó en la bolsa de comida que había dejado junto a su puerta-. Aquí está su desayuno y su cena, por si llego tarde.

Ness: Muy bien -contestó sin poder parar de mirarlo-.

Zac: ¿Ocurre algo? -dijo como si se hubiera dado cuenta a pesar de que no la veía-.

Vanessa chasqueó la lengua.

Ness: ¡Lo cierto es que estás tan guapo que no puedo parar de mirarte y estaba dando gracias al cielo de que no me puedas ver!

Aquello hizo que Zac se riera.

Zac: Bueno, me has picado la curiosidad -contestó agarrándole el brazo y poniéndole la mano en el hombro-.

Al sentir su mano, cálida y grande, Vanessa sintió que un escalofrío la recorría de pies a cabeza. Zac le colocó el pulgar en la base de la garganta y Vanessa se preguntó si se estaría dando cuenta de que tenía el pulso acelerado.

Zac: Ah -dijo tocándole el tirante de la camiseta-. Ropa de gimnasia. ¿Qué estabas haciendo?

Ness: Yoga -contestó preguntándose si se estaría notando que estaba nerviosa-.

Zac: Perdón por interrumpirte. No quiero entretenerte.

Ness: No, no te preocupes, acababa de terminar. Hago una breve tabla tres veces por semana y luego salgo a correr. Los otros tres días tengo un entrenamiento un poco más duro.

Zac: Eso solo son seis días -comentó-.

No le había quitado la mano del hombro. Lejos de hacerlo, estaba ahora acariciándole con el pulgar en la clavícula y Vanessa tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre él.

¿Qué demonios le estaba ocurriendo?

Ness: Eh… sí, seis, claro. -«Oh, Dios mío, ayúdame», pensó-. Sí, los domingos descanso.

Zac: Yo, también. Corro todos los días en la cinta y levanto pesas tres veces por semana.

Ness: ¿Te puedo hacer otra pregunta estúpida?

Sentía que iba a volver a preguntar algo políticamente incorrecto, pero la curiosidad podía con ella. Vanessa se echó levemente hacia atrás y, para su alivio y decepción, Zac dejó caer la mano.

Zac: Según un profesor de latín que tuve, no hay preguntas estúpidas sino respuestas estúpidas.

Ness: ¿Cómo sabías dónde tenía el hombro? -Zac se quedó momentáneamente sorprendido-. Ahora mismo -le aclaró-. Has levantado la mano sin dudar y la has puesto exactamente donde querías.

Zac: ¿Cómo estás tan segura? A lo mejor no era el hombro lo que te quería tocar.

Ness: Muy gracioso.

Zac: Jamás lo sabrás.

Ness: Lo sabré cuando hayas contestado a mi pregunta -insistió con firmeza-.

Aquel flirteo se le estaba yendo de las manos. Aquel hombre que tenía delante era su vecino, por favor. Aunque fuera increíblemente guapo y se mareara cada vez que lo veía, no quería tener una relación con nadie.

Lo único que quería era instalarse en un pueblecito pequeño y maravilloso y tener una vida normal y corriente.

Zac: Está bien -dijo poniéndose serio-. Cuando me quedé ciego, comencé a desarrollar increíblemente el sentido del oído. Oigo mucho mejor que la gente que ve, así que me dejo llevar por el oído. Utilizo la voz de la persona con la que estoy hablando para calcular su altura o la distancia a la que nos encontramos. No lo hago conscientemente, me sale solo. Por eso sabía dónde tenías el hombro.

Ness: Entiendo.

Zac se llevó la mano a la muñeca y Vanessa escuchó que su reloj le hablaba, dándole la hora.

Zac: Me tengo que ir -anunció-. Esta noche me paso por tu casa a recoger a Happy si te parece bien.

Ness: Muy bien. Que tengas un buen día.

Zac: Gracias. Tú también -se despidió acariciando a la perra-. Hasta luego, cariño. Pásatelo bien con Vanessa.

Vanessa recogió la bolsa de comida y se quedó mirando a Zac, que estaba bajando las escaleras sin dudar un momento. Duke lo guiaba y él pisaba con fuerza, sin pensárselo dos veces.

Vanessa se preguntó qué se sentiría al depender tanto de un animal. No se podía imaginar a sí misma siendo ciega y teniendo que dar un paso detrás de otro para bajar una escalera guiada por un perro.

Ness: Vamos, Happy -le dijo a la perra, que se había quedado donde Zac la había dejado. La pobre parecía muy triste-. ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta?


Zac estaba ansioso por llegar a casa.

Había tenido una jornada de trabajo muy dura pues estaba preparando un juicio en el que iba a actuar como abogado defensor y tenía una semana de mucho trabajo por delante. Estaba tan casando que había pensado en tomarse el día siguiente libre, pero no sabía si iba a poder ser.

Al llegar a casa, paró en el buzón a recoger el correo y subió las escaleras hasta el segundo piso.

Apenas había puesto el pie en el pasillo cuando oyó que se abría una puerta. Al instante, oyó unas uñas sobre el suelo de madera y un aullido canino de felicidad.

Sintió que el corazón le daba un vuelco. Happy no estaba tan feliz desde que Duke había llegado a casa.

Durante el mes en el que había tenido que acudir a la escuela de adiestramiento de perros con Duke, ella se había quedado con Drew Seeley, el compañero de colegio con el que trabajaba.

Happy adoraba a aquel hombre y Zac sabía que él la había tratado de maravilla en su ausencia.

Drew la había llevado a casa cuando Zac había vuelto y se había mostrado encantada de verlo… hasta que se había dado cuenta de que había otro perro en casa.

Desde entonces, nada había vuelto a ser lo mismo.

Zac: Hola, cariño -dijo abrazando a su perra-. ¿Te lo has pasado bien con Vanessa? -A pesar de que todavía no había dicho nada, Zac sabía perfectamente que estaba cerca-. Hola -la saludó-.

Ness: ¡Hola!

Zac: Pareces contenta -comentó-.

Ness: ¿A qué no sabes lo que he hecho hoy?

Zac: ¿Te ha tocado la lotería?

Vanessa se rió.

Ness: ¡No, me he comprado un piano!

Zac: Vaya. Desde luego, cuando decides hacer algo, lo haces.

Vanessa se rió.

Ness: Me lo traen el martes. ¡Además, he llamado a la universidad para ver si había algún profesor que me pudiera dar clases y empiezo la semana que viene!

Zac: Me alegro mucho por ti.

Ness: También he tenido una entrevista en la guardería. Están buscando a una persona que esté dispuesta a trabajar solo veinte horas a la semana. Cuanto más lo pienso, más me convenzo de que prefiero eso a un contrato de cuarenta horas semanales. Así, podré estudiar a la vez.

Zac: ¿Tienes pensado ir a clase a Gettysburg?

Ness: No, la universidad no tiene estudios de magisterio, pero hay varias escuelas a una hora de aquí que sí lo tiene. He estado mirando en Internet. Las universidades de Shipbensburg, Wilson College, Penn State's, Mont Alto y Messiah College están a menos de una hora en coche de aquí. Todas tienen diplomaturas en educación excepto Mont Alto, pero allí podría hacer los dos primeros años y, luego, cambiarme a otra. Si quiero ir a Penn State, tendría que terminar en el campus de la University Park y ésa está a más de dos horas, lo que no me apetece en absoluto, así que, al final, me he quedado con Shipp, Wilson y Messiah. Voy a ir a verlas todas la próxima semana.

Zac: Tienes mucha energía, ¿eh? -observó-.

Vanessa se rió.

Ness: No te creas, como todo el mundo. Lo que pasa es que parece que tengo mucha porque estoy empezando muchas cosas nuevas a la vez.

Zac se moría de curiosidad por saber a qué se había dedicado Vanessa antes, qué era lo que había dejado atrás. Tal vez, fuera algo tan trivial como trabajar en una cadena de restaurantes de comida basura, pero lo dudaba mucho.

Entonces, se le ocurrió otra cosa.

Zac: ¿Has pensado en que, si trabajas solo veinte horas a la semana, probablemente no cobres mucho y no puedas pagar el alquiler de este piso? Por no hablar del piano, claro.

Aunque no veía su expresión, Zac se dio cuenta de que Vanessa se había quedado de piedra.

Ness: Por supuesto que lo he pensado -contestó por fin-.

Zac: Perdona si te he pinchado tu burbuja de felicidad -se apresuró a disculparse-. Tu situación económica no es asunto mío. Te pido perdón.

Ness: No pasa nada. Claro, no me había dado cuenta de lo que podría pensar una persona que no me conociera -añadió-. Yo… eh… -dudó poniéndose nerviosa-. Me parece que no hay manera educada de decirlo, así que lo voy a decir tal cual. Resulta que tengo mucho dinero.

Zac: A mí me parece que lo has dicho de manera muy educada. Podrías haber dicho «estoy podrida» o «se me sale el dinero por las orejas».

Ness: Sí, supongo que podría haber dicho algo así -comentó chasqueando la lengua-.

Zac: ¿Y es cierto?

Ness: ¿El qué?

Zac: ¿Se te sale el dinero por las orejas?

Ness: Define «salirse el dinero por las orejas», por favor.

Zac sonrió.

Zac: Chica lista. Está bien. Más de un millón.

Ness: Ah -comentó en un tono que a Zac se le antojó de alivio-. Sí.

¿Vanessa tenía más de un millón de dólares? ¿Sería una heredera multimillonaria o algo así? A Zac no se le ocurría ninguna manera educada de preguntar, así que decidió dejar el tema.

Zac: Fantástico -comentó tranquilamente abriendo la puerta de su casa-. Pasa -le indicó a Vanessa-. ¿Así que Happy se ha portado bien?

Ness: Se ha portado de maravilla -le aseguró siguiéndolo. Zac la escuchó cerrar la puerta mientras él le quitaba el arnés a Duke-. Me sigue todo el rato. Supongo que será que está acostumbrada a estar siempre con alguien, ¿no?

Zac: Sí. En el trabajo, se quedaba todo el día tumbada junto a mi mesa. Está muy enfadada porque la dejo en casa. A pesar de que intento venir todos los días a la hora de comer para ver qué tal está.

Ness: Te aseguro que a mí no importa en absoluto que se quede conmigo.

Zac: Gracias. -Era agradable saber que podía contar con alguien si se producía una emergencia, pero eso no quería decir que pudiera imponerle a su perra de manera regular-. ¿Has ido ya al campo de batalla?

Ness: No, pero quiero hacerlo pronto. Supongo que vivir en Gettysburg y no saber nada de la batalla que se libró aquí será poco menos que ilegal.

Zac: Yo tengo una cinta de audio informativa. Si quieres, te la dejo o, si prefieres y estás libre mañana, no me importa acompañarte -se sorprendió a sí mismo proponiendo-.

Pero si ni siquiera había decidido todavía si se iba a tomar el día libre o no. ¿Acaso la acababa de invitar a salir? No estaba seguro de que la propuesta pudiera ser considerada una cita. En cualquier caso, era lo más cerca a salir con una chica que había estado desde que había roto su compromiso unos meses después del accidente.

Ness: Me encantaría. ¿Nos podríamos llevar a los perros?

Zac: Sí, claro que sí. Bueno, sé que con Duke no hay problema porque es perro guía, pero Happy… no lo sé…

Ness: Puedo consultar en Internet si pueden entrar perros en el parque temático.

Zac: Perfecto entonces. Gracias.

Ness: Gracias a ti. Llevaba ya un tiempo queriendo ir, así que genial.

Zac: ¿A qué hora te gustaría ir?

Ness: ¿A las nueve te parece demasiado pronto?

Zac: No, me parece bien que quedemos a las nueve.

Ness: Muy bien. Nos vemos mañana entonces.

Zac: Vanessa -dijo agarrándola de la muñeca-. Gracias por cuidar de Happy. Esta perra significa mucho para mí y me ha resultado más fácil trabajar sabiendo que no estaba sola.

Al sentir su mano, Vanessa había dado un respingo pero, ahora, para sorpresa de Zac, había girado la mano de manera que sus palmas se tocaran y le había apretado los dedos.

Zac sintió su piel delicada y cálida y pensó que el trabajo que hubiera desempeñado con anterioridad, desde luego, no había sido manual.

También pensó que la atracción sexual que se había producido entre ellos la había tomado a ella también por sorpresa.

Él había sentido que el pulso se le aceleraba cuando sus manos habían entrado en contacto y, por la breve inhalación que había oído, supuso que a Vanessa le había pasado exactamente lo mismo.

Ness: A mí me ha resultado maravilloso no estar sola tampoco -le dijo tras aclararse la garganta-. No me había dado cuenta de lo sola que estaba hasta que me he venido a vivir aquí y estoy decidida a cambiar esta situación -añadió-. Aunque tenga que ser con un perro -rió-. Por cierto, hablando de Happy, se ha sentado junto a mi puerta. Me parece que se cree que se va a quedar conmigo otra vez.

Zac: Happy, ven -la llamó-.

Silencio.

Perfecto.

Exactamente igual que la noche anterior. Zac intentó no sentirse dolido. Desde la perspectiva de la perra, había sido él quien la había dejado tirada.

Ness: A mí me encantaría que se volviera a quedar a dormir en casa, pero sé que tú prefieres tenerla a tu lado.

Zac: Yo lo que quiero es que ella esté bien…

Ness: Se acabará sobreponiendo, ya lo verás -le aseguró poniéndole la mano en el hombro-.

Zac estaba seguro de que aquel gesto había sido de consuelo por su parte, pero a él lo había excitado mucho. Hacía ya muchos años que se había olvidado de tener una relación y ahora aparecía una vecina nueva y no podía ignorarla por más tiempo.

No era que no le gustaran las mujeres. En realidad, le gustaban un montón. Incluso en el pasado había amado a una. Sin embargo, tras el accidente había pensado que era imposible que Amber quisiera permanecer a su lado para siempre.

Aunque actualmente, mirándolo con perspectiva, le pareciera absurdo lo que había hecho, en aquel entonces apartar a su prometida de su lado y aislarse tras un muro de autocompasión e inseguridad se le había antojado lo mejor.

Le había costado varios años de psicólogos sentirse a gusto con quien era y convencerse de que perder la vista no era perder la masculinidad. Para cuando lo había conseguido, Amber había rehecho su vida. Un día, había ido a verla. Le había abierto ella misma la puerta de su casa y la conversación había ido bien hasta que le había dicho que se había casado.

Después de aquello, no había habido mucho más que decirse.

Zac se había ido con el amargo sabor de la derrota en la boca y sabiendo que la había perdido porque había sido un estúpido.

Desde entonces… desde entonces había salido unas cuantas veces con chicas maravillosas y había tenido una cita a ciegas desastrosa.

Cita a ciegas por parte de ella, claro, porque por la suya lo iba a ser de todas maneras…

De las otras chicas, no había habido ninguna memorable, ninguna de las mujeres con las que había salido le había acelerado el pulso.

A Zac le había resultado fácil sumergirse en el trabajo… hasta que Vanessa Hudgens se había mudado a la casa de enfrente hacía menos de una semana.

¿Y ahora qué?

No tenía ni idea de cómo era aquella mujer físicamente, pero estaba muy seguro de que le aceleraba el pulso. No era algo simplemente sexual, le gustaba también su sentido del humor y le gustaba que fuera una mujer directa a la que le gustaban los perros, lo que la convertía en una mujer casi perfecta.

En cualquier caso, era obvio que la atracción era mutua. Zac estaba seguro de que ella también lo sentía. Aquella mujer hacía que se le acelerara el pulso. A Zac le bastaba con tenerla cerca o con oír su risa para sentir un escalofrío por todo el cuerpo.

Sí, hacía mucho, muchísimo, tiempo que no se había sentido tan atraído por una mujer.

Lo cierto era que le apetecía volver a verla y explorar la química que había entre ellos.

No le cabía la menor duda de lo que le estaba sucediendo y sabía exactamente lo que iba a hacer.

Zac: Primero iremos al campo de batalla y, luego, iremos al centro de visitas. Supongo que lo mejor es empezar desde el principio.

Ness: ¿Te refieres a empezar desde el principio mi educación sobre Gettysburg? -rió-.

Zac sonrió y asintió.

Zac: Sí, vamos a empezar desde el principio con tu nueva vida en Gettysburg.

Ness: Mi vida en Gettysburg -repitió con satisfacción-. Me gusta cómo suena eso.




Ay, qué monos...
De cada vez se llevan mejor. Y, repito lo que dije en el anterior capi, es la primera vez en una novela que la relación empieza de manera normal XD
Paso a paso, educadamente, conociéndose poco a poco... ¡Como tiene que ser!

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viernes, 24 de enero de 2014

Capítulo 2


Zac terminó de fregar los platos de los perros, a los que ya había sacado de paseo. Al darse cuenta de la hora que era, se percató de que iba a tener que darse un poco de prisa si no quería llegar tarde a cenar con su vecina.

Estaba seguro de que el traje que había llevado al trabajo estaba limpio, pero no quiso arriesgarse, así que se cambió.

Se puso unos pantalones limpios, eligiendo unos de tela en lugar de vaqueros, y un cinturón marrón. Identificaba cada prenda por una diminuta etiqueta en lenguaje Braille que todas llevaban.

Pasó de largo ante los trajes y las camisas de trabajo, que estaban en las perchas de metal, y llegó a las de plástico, su sistema personal para localizar la ropa informal.

Sí, decidió cambiarse también de camisa porque no le apetecía nada presentarse en casa de Vanessa con una mancha de tinta o de comida. No daría buena impresión.

Estaba pasando los dedos sobre la etiqueta para saber de qué color era cuando se encontró preguntándose desde cuándo le importaba a él causarle buena impresión a una mujer.

Zac terminó de vestirse rápidamente y llamó a los perros. Le puso el arnés a Duke y la correa a Happy, que intentó repetidamente ponerse entre él y el perro guía. Al final, Zac tuvo que hablarle en tono serio, lo que hizo que la perra se escondiera detrás de él como si la hubiera pegado.

Zac: Lo siento mucho, cariño -le dijo mientras esperaba ante la puerta de la casa de Vanessa Hudgens a que le abriera-. Estoy haciendo todo lo que puedo para que esto salga bien.

Ness: ¿Para que qué salga bien qué? -le preguntó al abrir la puerta-.

Zac se rió.

Zac: Lo siento, normalmente no voy por ahí hablando con mis perros.

Ness: ¿De verdad? -le dijo divertida-.

Zac se quedó pensativo.

Zac: Bueno, puede que a veces lo haga.

Ness: No me extraña. Los perros prestan más atención que las personas -le dijo echándose a un lado para dejarlo pasar-. Por favor, pase, siéntese y dígame de qué venían hablando.

Zac: Busca una silla -le dijo a Duke entrando en casa de Vanessa-.

Ness: No sabía que les enseñaran cosas así -comentó viendo que Duke guiaba a su amo a través del salón hasta una butaca-.

Zac: Buen chico -le dijo al perro-. No es una orden que se suela enseñar en la escuela, pero, cuando me dieron a Happy, otro ciego me sugirió que podía ser de utilidad enseñarle cosas como «busca la puerta». Me han contado de gente que incluso enseña a sus perros a encontrar a un miembro determinado de la familia en una tienda.

Ness: ¿Cuánto tiempo hace que tiene a Duke?

Zac: Acabamos de salir de la escuela de entrenamiento hace dos semanas.

Ness: Vaya, yo creía que llevaban mucho más tiempo juntos -comentó sorprendida-.

Zac sonrió.

Zac: Es un buen perro. El hecho de que yo ya haya tenido otro antes me ayuda mucho. Cuando te dan al primer perro, le tienes que enseñar todo, pero con el segundo ya es diferente. Por cierto, ¿dónde está Happy? -se extrañó tocando el aire con la mano derecha-.

Ness: Oh, está aquí, conmigo. Le estoy haciendo mimos. ¿Está permitido?

Zac: Sí, claro que sí. A menos que el perro esté trabajando -le explicó-. Supongo que estará encantada. Desde que tengo a Duke, está cada vez más deprimida.

Ness: ¿Cómo lo sabe?

Zac se encogió de hombros.

Zac: No come como antes. Se limita a olisquear la comida y a dejarla en el plato. Además, está como… apagada. Antes, era una perra muy alegre que se pasaba el día moviendo el rabo.

Ness: Me parece impresionante que los perros se puedan deprimir, pero supongo que tiene sentido. Me comentó que habían estado juntos ocho años, ¿no?

Zac: Sí. Acaba de cumplir diez años -suspiró-. A veces, me planteo que tendría que haberla entregado. En muchas ocasiones, la familia que los cría de cachorro, los quiere y, si no es así, la escuela tiene una lista de familias que quieren adoptar perros jubilados.

Ness: ¿Cómo se iba a deshacer de ella después de todo lo que han vivido juntos?

Así que lo entendía. Zac sintió un inmediato afecto por aquella mujer.

Zac: Eso fue exactamente lo que yo pensé. No es fácil para una persona ciega como yo que vive sola ocuparse de dos perros, pero no podía deshacerme de ella. Para mí, es como de la familia.

Ness: Ya me lo imagino -murmuró-. Yo no creo que pudiera hacerlo tampoco -añadió cambiando el tono de voz para dirigirse a la perra-. Eres una preciosidad, cariño.

Al oírla hablar así, Zac sonrió.

Zac: A ver si lo adivino. Se ha puesto patas arriba para que le haga caricias en la tripa.

Ness: Vaya, veo que se lo hace a todo el mundo.

Zac: Sí, es muy mimosa -contestó acariciando a Duke y disfrutando del cómodo silencio-.

Ness: Perdón por hacerle tantas preguntas -se disculpó al cabo de unos segundos-. Supongo que estará harto de que todo el mundo le pregunte por los perros o por cómo se quedó ciego.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Terminas acostumbrándote. Al principio, no lo podía soportar, pero forma parte de mi nueva vida.

Ness: Así que no es usted ciego de nacimiento. Ya me parecía a mí.

Zac: No, me quedé ciego con dieciocho años. Estaba en la universidad y me caí por un balcón durante una fiesta de la fraternidad. Aterricé de cabeza.

Ness: Madre mía. Tiene suerte de estar vivo.

Zac: Así es.

Ness: Una fiesta de la fraternidad, ¿eh? ¿Son tan salvajes como dicen?

Zac sonrió.

Zac: Sí, por lo menos en mi época lo eran. Aquella noche yo no había bebido. Lo que ocurrió fue que un chico que había detrás de mí tropezó y cayó sobre mí. Fue mala suerte.

Ness: ¿Y le dijeron que había quedado ciego inmediatamente?

Zac: No, no fue inmediatamente -contestó recordando aquellos primeros días en el hospital-.

Amber había estado con él cuando le había preguntado al médico por su vista.

Ness: Cambiemos de tema -anunció-. Me parece que ha llegado el momento de que sea usted el que haga las preguntas.

Fue entonces cuando Zac se dio cuenta de que había permanecido en silencio demasiado tiempo. Desde luego, no era difícil darse cuenta de que estaba completamente fuera de los círculos sociales. Conversar con los clientes era muy diferente a salir con una chica. Aunque aquello no fuera una cita de verdad.

Zac: Lo siento. Me hace recordar muchas cosas. Fueron momentos de grandes cambios para mí.

Ness: Ya me lo imagino -murmuró-.

Zac decidió aceptar su oferta.

Zac: ¿Y usted a qué se dedica? ¿En qué trabaja?

Al instante, sintió una gran tensión y se sorprendió pues suponía que preguntar por el trabajo era terreno seguro.

Ness: Ahora mismo no estoy trabajando. Tengo un par de entrevistas esta semana, así que espero tener contestación para esa pregunta muy pronto.

Zac: Muy bien.

Zac pensó que, probablemente, habría perdido el trabajo recientemente y, dado que eso solía suceder en circunstancias difíciles, tal vez se sintiera avergonzada y humillada.

Zac: ¿Y qué tipo de trabajo le gustaría hacer?

Ness: Una de las entrevistas que tengo es en una guardería y la otra en una escuela de enseñanza primaria. Sin embargo, lo que realmente me gustaría hacer es ir a la universidad y aprender a enseñar.

Zac: ¿A niños de qué edad?

Ness: No lo sé. Me gustan los niños pequeños, pero lo cierto es que no he tenido mucho contacto con adolescentes y eso también me llama la atención, así que no me cierro a nada.

Zac: ¿Entiendo entonces que es la primera vez que va a trabajar con niños?

Ness: Sí -contestó poniéndose en pie-. ¿Quiere beber algo?

Zac: ¿Tiene té con hielo?

Ness: Sí. ¿Con azúcar o con limón?

Zac: Con limón, por favor.

Zac se quedó escuchando cómo Vanessa cruzaba el salón en dirección a la cocina y se dio cuenta de que sus casas eran exactas, pero al revés. Se sorprendió al darse cuenta de que Happy había seguido a su anfitriona.

¿Habían sido imaginaciones suyas o se había puesto nerviosa en cuanto había mencionado su pasado? ¿Había sido una coincidencia que se hubiera puesto en pie inmediatamente después de su pregunta y que no le hubiera dado absolutamente ninguna información sobre lo que hacía antes de mudarse a Gettysburg?

Zac oyó el ruido de unos cubitos de hielo cayendo en un vaso y, a continuación, Vanessa volvió con su té.

Ness: ¿Quiere que se lo deje en algún lugar en particular?

Zac: ¿Hay alguna mesa cerca de mí?

Ness: Sí, a su derecha.

Zac: Entonces, ahí está bien.

Zac oyó que avanzaba hacia él y escuchó que dejaba el vaso sobre la mesa. Al hacerlo, percibió la fragancia limpia de mujer.

La tenía muy cerca.

¿Sería alta? Tenía la impresión de que sí porque, cuando hablaban, su voz no procedía de abajo.

Ness: Ya está. Le he dejado el vaso en la esquina de la mesa que está más cerca de usted.

Zac: Gracias -contestó alargando el brazo y tocando el vaso-.

Ness: De nada. La cena estará lista en breve. No he querido jugármela y he hecho pollo asado.

Zac: Me encanta el pollo asado. ¿Con patatas?

Ness: Sí, con patatas asadas también.

Zac: ¿Y con crema agria y queso todo mezclado y vuelto a poner en la carcasa de las patatas? -preguntó esperanzado-.

Ness: En el caso de las patatas, no solemos decir carcasa sino monda o piel -rió-.

Zac: Bueno, da igual. Seguro que está buenísimo. Suelo comer comida preparada o para llevar, platos de microondas y esas cosas, ya sabe, así que estoy encantado de que me haya hecho comida casera.

Ness: Supongo que cocinar le resultará difícil -comentó-.

En aquella ocasión, fue Zac el que se rió.

Zac: Conozco a un chico ciego que cocina de maravilla. Bueno, en realidad, tiene ceguera parcial, lo que se lo pone un poco más fácil…

Ness: ¿Ceguera parcial?

Zac: Sí, hay ciegos que ven un poco aunque también están muy limitados. Hay gente con ceguera parcial que ve más de un ojo que de otro y otras personas que tienen vista en ciertos cuadrantes del campo de visión. Yo no tengo visión en absoluto, así que soy ciego total.

Ness: Perdón por haberlo interrumpido. Me estaba usted hablando de ese conocido suyo que cocina tan bien.

Zac: Sí -sonrió-. Solo iba a decir que, incluso cuando no era ciego, cocinar tampoco formaba parte de mis quehaceres preferidos.

Ness: A mí, sin embargo, siempre me ha encantado cocinar, ya incluso de niña. Sin embargo, no había tenido tiempo de hacerlo desde hace mucho.

A Zac se le antojó aquélla una frase extraña y le hubiera gustado poder ver la cara de su interlocutora en aquellos momentos.

Zac: ¿Llevaba una vida demasiado ajetreada?

Ness: Algo así -murmuró-. ¿Usted lleva muchos años viviendo aquí?

Zac se dio cuenta al instante de que Vanessa volvía a cambiar de tema.

Zac: No, crecí en el campo, en Pensilvania, cerca de Pittsburg. ¿Y usted?

Ness: Yo soy de una pequeña población de Virginia llamada Barboursville.

Zac: ¿Eso está cerca de Williamsburg?

Ness: No, cerca de Richmond. ¿Por qué?

Zac: Uno de los socios del bufete de abogados en el que trabajo fue a la universidad de William & Mary. Éramos amigos en el colegio y fui a verle un par de veces.

Ness: Ah, sí, se me había olvidado que me había dicho que trabaja usted en una firma de abogados.

Zac asintió.

Zac: Sí, en Seeley & Seeley. Está en la calle Baltimore.

Ness: Sí, me suena haber pasado por delante. Este pueblo es una maravilla.

Zac: Y muy cómodo también.

Ness: ¿Cómodo?

Zac: Sí, a mí me resulta muy fácil moverme yo solo.

Ness: Ah, claro. Supongo que a mí no se me había ocurrido pensar así. Usted no conduce, así que tiene que tener por lo menos los servicios básicos a una distancia que pueda recorrer a pie -recapacitó como si estuviera hablando consigo misma-.

Zac: Hay mucha gente ciega que vive en ciudades porque hay muchos más servicios y muchos más medios de transporte.

Ness: Tampoco se me había ocurrido eso.

Zac: Una de las cosas que me hizo elegir Gettysburg fue que aquí todo lo que necesito está cerca. En la calle principal hay de todo gracias a la universidad y a los turistas. Tengo bancos, médicos y tintorerías muy cerca. También hay un supermercado y una farmacia y algún que otro buen restaurante.

Ness: ¿Suele ir por la universidad?

Zac asintió.

Zac: Sí, muchas de las actuaciones musicales y teatrales y algunas conferencias están abiertas al público.

Ness: Ah, estupendo. Me encanta la música -comentó-.

Zac: ¿Toca algún instrumento?

Ness: No, solía tocar el piano cuando era pequeña. Es algo que siempre he querido recuperar…

Zac: Puede que haya llegado el momento.

Ness: Sí, puede. ¿Y qué más se puede hacer por Gettysburg?

Zac: Bueno, espero que le guste a usted la historia de la Guerra Civil.

Vanessa se rió.

Ness: Ha dado en el blanco. Fue una de las cosas que me atrajeron de esta zona. Quiero aprender más sobre la guerra y se me ocurrió que éste era un buen lugar.

Zac: Desde luego, está usted en pleno campo de batalla.

Ness: ¿Y qué más?

Zac: Bueno, más o menos, aquí hay las mismas cosas que en cualquier otro lugar, pero con un enfoque histórico. Hay una asociación municipal de conciertos, biblioteca, una asociación de valores humanos, grupos de teatro, unas cuantas iglesias, organizaciones empresariales y cívicas y cosas por el estilo. Si quiere usted enrolarse en algo, le darán la bienvenida con los brazos abiertos en cualquiera de ellas.

Ness: Yo nunca he hecho trabajo voluntario. No sabía cómo hacerlo -contestó dudosa-.

Zac: No se necesita experiencia previa -le aseguró preguntándose por qué aquella mujer parecía tener tan poca autoestima-. Ya verá, si va una o dos veces a alguna reunión de la iglesia, pronto le pedirán que ayude con algo.

Ness: Eso me encantaría. La cena ya casi está. ¿Le parece que nos sentemos a la mesa?

La cena resultó deliciosa y la conversación, fácil e intrascendente, se alargó durante más de una hora de sobremesa. Estaban tomando café cuando Zac recordó que tenía que madrugar mucho a la mañana siguiente porque tenía una reunión. Se estaba levantando para irse cuando sonó el teléfono.

Ness: Perdón -se disculpó. Zac escuchó cómo se alejaba y descolgaba un auricular-. ¿Sí? -Aunque Zac era consciente de que escuchar una conversación ajena no era de buena educación, no pudo evitar hacerlo pues Vanessa estaba en el salón-. Hola, papá -la oyó decir muy alegre-. ¿Qué tal estás? Sí, sí. Sí, ya lo sé. Ah -añadió más apagada-. Entiendo. ¿Cuándo?… Enhorabuena. No, no creo que tenga tiempo… no, preferiría que no. No… quizás en Navidad. Ya veré -añadió cada vez más distante-. Bueno, gracias por llamar. Te tengo que dejar porque estoy con una visita y no me puedo entretener.

Dicho aquello, concluyó la conversación a toda velocidad, despidiéndose en tono automático y sin rastro de afecto.

Mientras Vanessa colgaba el auricular, Zac se apresuró a comerse otra galleta para que Vanessa no se diera cuenta de que había estado escuchando la conversación.

Vanessa volvió a su asiento en silencio.

Y así permaneció un buen rato.

Zac: ¿Ocurre algo? -le preguntó por fin-.

Ness: Mi padre. Se va a volver a casar.

Zac: Por cómo lo dice, parece que no le hace ninguna gracia, así que le presento mis disculpas.

Vanessa tomó aire y Zac se dio cuenta de que estaba al borde de las lágrimas. Zac escuchó que Happy lloriqueaba y que se ponía en pie.

Un momento después, oyó reírse a Vanessa.

Ness: Gracias, pequeña -le dijo a la perra-. Happy me acaba de dar un beso. Me parece que está preocupada por mí.

Zac: No es la única -contestó alargando el brazo hasta tocarle la mano-.

Vanessa le puso la otra mano encima y se la apretó efusivamente. A continuación, retiró las dos.

Ness: Muchas gracias, pero estoy bien -le aseguró-. Debería estar acostumbrada.

Zac: ¿Acostumbrada? ¿Sus padres están divorciados?

Tal vez, el padre de aquella mujer hubiera tenido una crisis, la de los cuarenta o los cincuenta, se había divorciado de su esposa de toda la vida y se había ido con una chica más joven. Zac estaba harto de ver casos así en el bufete.

Ness. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía dos años -explicó-. Esta chica con la que se va a casar ahora será su sexta mujer.

Zac enarcó las cejas, incapaz de ocultar su sorpresa.

Zac: Vaya. Eso es… eso son muchas mujeres.

Vanessa se rió.

Ness: Y que lo diga -contestó dejando la taza de café sobre la mesa-. Siento mucho que esto haya interrumpido nuestra velada. No sé qué me pasa, que siempre que mi padre me habla de una de sus relaciones consigue sorprenderme -añadió carraspeando-. Happy es una maravilla. ¿Siempre ha reaccionado ante el sufrimiento humano así?

Zac: No, no siempre -contestó sacudiendo la cabeza-. Conmigo, sin embargo, sí. Cuando percibe que estoy mal, me hace lo mismo. Que yo sepa, usted es la otra persona que ha tenido el honor de recibir uno de sus besos caninos.

Ness: Me ha encantado la experiencia -dijo poniéndose en pie-. ¿Se quiere llevar unas cuantas galletas?

Zac: Ya que me lo ofrece, contestaré sinceramente que sí porque la primera bandeja ya me la he comido.

Ness: Mejor que se las coma usted a que me las coma yo porque…

Un aullido interrumpió lo que iba a decir.

Zac: ¡Happy! -exclamó mirando en la dirección de la que había procedido el aullido-.

Ness: ¿Qué ocurre?

Zac suspiró.

Zac: Happy se ha enfadado con Duke por algo que ha hecho o, tal vez, por cómo la ha mirado. No lleva nada bien que la haya sustituido -le explicó llamando a Duke-.

Ness: Pobrecilla -se apiadó-. Supongo que no lo está pasando nada bien -añadió arrodillándose junto a la perra y abrazándola-. No es fácil que te sustituyan, ¿verdad?

Zac: No, no le debe de hacer nada feliz verme salir por las mañanas con Duke -recapacitó suponiendo que con un padre que se iba a casar por sexta vez Vanessa tenía que tener mucha experiencia en aquello de sentirse sustituida-. Como ya le he dicho, no me quiero deshacer de ella, pero de vez en cuando también pienso que, si pudiera ser más feliz en otro lugar, no sería justo por mi parte mantenerla a mi lado.

Dicho aquello, Zac se puso en pie y buscó el arnés de Duke. Todavía se le hacía demasiado nuevo, acostumbrado al cuero viejo del de Happy.

Vanessa lo acompañó a la puerta y, una vez allí, Zac llamó a Happy. No le había puesto la correa porque solamente iban a cruzar el pasillo. Se quedó esperando, pero no escuchó el tintineo de las placas que llevaba colgadas del collar.

Zac: Vamos, Happy. -Nada-. ¿Qué hace? -le preguntó a Vanessa-.

Había habido una época de su vida en la que no había podido soportar tener que recurrir a otra persona para que le describiera lo que no podía ver, pero había superado aquello hacía años. Más o menos.

Ahora lo que hacía era ignorar el intenso enfado que se apoderaba de él.

Ness: Está tumbada en la cocina.

Zac: Vamos, Happy -insistió. De nuevo, nada-. Como tenga que ir a buscarte, te vas a enterar.

Ness: Si quiere, se puede quedar -le ofreció-.

Zac: ¿Quedarse en su casa? No, gracias. No quiero cargarle con eso. Encima de que me invita a cenar, se tiene que hacer cargo de mi perra.

Ness: No me importa, de verdad.

Zac recordó la llamada de su padre, lo mal que le había sentado y cómo Happy la había reconfortado. Quizás…

Zac: Está bien -accedió sin pensarlo demasiado-. Si a usted le va bien que se quede, se puede quedar, pero tiene que obedecer. ¡Happy, ven inmediatamente! -le ordenó en un tono autoritario que no solía emplear. Por fin, la perra se puso en pie, aunque lentamente, y fue hacia él-. Menos mal -dijo al sentirla a su lado. Acto seguido, se arrodilló a su lado y la abrazó-. ¿Te quieres quedar en casa de Vanessa esta noche?

Ness: Podría pasar a buscarla cuando vuelva del trabajo por la tarde -sugirió-. Yo mañana tengo una entrevista a la una, pero no creo que vaya a estar fuera mucho más de una hora. Así, no se quedaría sola todo el día.

Ni ella tampoco, claro, leyó Zac entre líneas.

Zac: A mí, me parece bien. Si está segura de que a usted también se lo parece…

Ness: Sí, estoy segura.

Zac: Muy bien -dijo poniéndose en pie-. Vamos a ver cómo reacciona cuando vea que me voy. -Dicho aquello, le ordenó a Duke que avanzara y el perro obedeció, cruzando el pasillo hasta la puerta de su casa-. ¿Qué ha hecho?

Ness: Se ha vuelto a la cocina y se ha tumbado de nuevo.

Zac chasqueó la lengua aunque se sentía vagamente herido.

Zac: Traidora -bromeó extendiendo la mano derecha y dándose cuenta de que le apetecía demasiado tocar a Vanessa-. Gracias por la cena y por las galletas.

Vanessa le estrechó la mano y la atracción física que había bailado entre ellos a lo largo de toda la velada golpeó de lleno a Zac en el plexo solar. Vanessa se quedó helada al ver que Zac la agarraba de la mano. No se movió.

Zac sintió que su cuerpo comenzaba a revivir al sentir la piel de Vanessa. Tenía la mano pequeña y delicada y él se limitó a agarrársela, incapaz de soltársela. Sin pensar demasiado en lo que estaba haciendo comenzó acariciarla con el dedo pulgar y la oyó ahogar una exclamación.

Al instante, se sintió increíblemente satisfecho.

Sí, ella sentía lo mismo.

«¿Qué demonios estoy haciendo? No quiero tener una relación con nadie», pensó.

Acto seguido, se apresuró a asegurarse de que aquello solamente era química, que no significaba nada.

Aun así, no podía soltarle la mano.

Menos mal que, en aquel momento, volvió a sonar el teléfono en casa de Vanessa.

Ness: Esa debe de ser mi hermana -comentó-. Supongo que habrá hablado con mi padre.

Zac: No quiero entretenerte más -se despidió tuteándola-. ¿Qué te parece si quedamos mañana por la noche en el pasillo a las diez y media para sacar a los perros de paseo? Así, te enseñaré las órdenes de Happy.

Ness: Muy bien -contestó despidiéndose-. Gracias por venir a cenar. Nos vemos mañana -le dijo metiéndose en su casa y cerrando la puerta a toda velocidad-.




¡Otra cita!
Esta relación avanza.
Creo que es la primera vez en una novela que una relación tiene un inicio normal XD

¡Thank you por los coments!

Espero que os esté gustando la novela. Zac es cieguito, sí. Pero si no fuera por la conversaciones que tienen en relación a la ceguera, no lo parecería que es ciego.

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miércoles, 22 de enero de 2014

Capítulo 1


Vanessa Hudgens estaba recogiendo más cajas vacías para sacarlas al pasillo cuando oyó un ruido, un golpe y a alguien maldiciendo con mucha creatividad.

Vaya.

Había estado en muchos lugares y con gente muy diversa, pero jamás había escuchado aquella combinación de palabras.

Vanessa dejó las cajas en el suelo y se apresuró a salir al pasillo del encantador edificio de ladrillo antiguo al que se acababa de mudar en Gettysburg, Pensilvania.

Había cajas por todas partes y un hombre, un hombre muy grande, se estaba poniendo en pie y quitándose el polvo de los pantalones. A su lado, un golden retriever lo olisqueaba preocupado.

Ness: Oh, vaya, lo siento mucho -se disculpó-.

**: No es para menos -la interrumpió el desconocido mirando con sus enormes ojos azules a su perro en lugar de a ella-. Los pasillos no están para dejar la basura.

Vanessa se había quedado tan estupefacta ante su cortante respuesta que no supo qué decir, así que se limitó a observar al hombre, que se dirigió a la puerta de enfrente y sacó unas llaves.

**: Happy, vamos -le dijo al perro-.

Ness: Un momento. ¿Está usted bien? ¿Se ha golpeado en la cabeza?

El hombre se giró lentamente hacia ella mientras el perro entraba en la casa.

**: No, no me he dado en la cabeza sino en la rodilla y en la mano, pero no se preocupe, no la voy a denunciar.

Ness: No lo decía por eso… -contestó sorprendida ante sus malos modos-. Por un instante me pareció que estaba usted mareado o desorientado y me he preocupado.

**: Estoy bien -insistió el hombre-. Gracias por preocuparse por mí.

Y, dicho aquello, palpó la puerta en busca del tirador. Fue entonces cuando Vanessa se dio cuenta de que su vecino era ciego.

Mientras se metía en casa, Vanessa pensó que no era aquélla la mejor manera de conocer a sus nuevos vecinos.

Por supuesto, se apresuró a retirar las cajas vacías del pasillo y a llevarlas al contenedor de reciclaje de papel que había visto en el sótano del edificio. Si hubiera sabido que su vecino tenía problemas de vista, jamás habría dejado cajas en mitad del pasillo.

Mientras pensaba en él, se dio cuenta de que era increíblemente atractivo. Tenía el pelo rubio, la mandíbula cuadrada y un hoyuelo en la barbilla. Vanessa recordó que el perro se había puesto un poco nervioso y se preguntó si sería un perro guía.

No, no debía de serlo. Si lo hubiera sido, el hombre no se habría chocado con las cajas. En cualquier caso, el vecino no llevaba bastón. ¿Y si no era ciego? A lo mejor, era simplemente torpe.

En cualquier caso, daba igual. Lo importante era que le debía una disculpa y decidió que la mejor manera de ofrecérsela era llevándole galletas.

Pocos hombres podían resistirse a las galletas de chocolate y mantequilla de cacahuete de su abuela, una receta de familia que le había sido desvelada el día en el que había terminado el colegio.

Ninguno de ellos tenía manera de saber tampoco que habían pasado diez años desde que Vanessa había podido comerlas de nuevo.

Vanessa volvió a subir a su casa para realizar un segundo viaje. A lo mejor, salía su vecino y podía disculparse, pero la puerta de enfrente de su casa estaba cerrada y tenía toda la pinta de irse a quedar así.

Tras cuatro viajes, hizo un descanso y aprovechó para colgar el espejo con marco de caoba de su abuela en el comedor. Al ver su reflejo, se quedó mirándolo y se encontró momentáneamente sorprendida por la desconocida que la miraba desde el otro lado.

Aquella mujer era delgada y llevaba el pelo, negro ébano, recogido. La mujer que ella había esperado ver era una mujer de pelo castaño y muy delgada. No delgada, sino realmente escuálida. Además, ella no habría llevado jamás unos vaqueros viejos y una camiseta de algodón normal y corriente si no alguna prenda increíble de la última colección de otoño.

Había pasado más de un año desde que había dejado su carrera como modelo porque la agenda le había parecido suicida. Por si acaso le entraba la tentación de querer volver, había quemado todas sus naves. Acababa de terminar su primera edición del calendario de bañadores de Sports Illustrated cuando había tomado la decisión. Tenía un gran futuro como modelo por delante, pero había decidido dejarlo.

**: ¿Por qué? -le había preguntado con frustración Edward, su agente-. Eres la modelo más guapa desde Elle McPherson. Podrías convertirte en la mejor modelo del mundo. Piénsatelo bien. A’Vanessa, el nombre de una estrella, el rostro de… Clinique o de Victoria's Secret o incluso de marcas más importantes. ¿Por qué quieres dejarlo?

Ness: No soy feliz, Ed -le había contestado sinceramente-.

Ya estaba harta de saltar de avión en avión para ir a hacer sesiones de fotografías en las que se moría de frío, estaba harta de tener que vigilar hasta la obsesión todo lo que comía para no engordar absolutamente nada y estaba harta de las fiestas y de los actos a los que estaba obligada a ir.

La gota que había colmado el vaso había sido que uno de los productores de la sesión para Sports Illustrated le había dicho «chica, podrías perder dos o tres kilos más». Aquello había sido demasiado.

A Vanessa le parecía que para su metro sesenta, ya estaba demasiado delgada. Además, ya ni siquiera recordaba su color de pelo natural porque, al igual que muchas compañeras, lo llevaba teñido.

Menos mal que, a diferencia de otras muchas, no había tenido que recurrir a estrategias bulímicas como utilizar laxantes o provocarse el vómito para perder peso. Sin embargo, Vanessa se había preguntado varias veces si no sería anoréxica. No lo creía porque estaba convencida de que, si no se dedicara al modelaje, comería tranquilamente todo lo que quisiera.

Sin embargo, quería estar segura.


Ed: Aunque no seas feliz, eres famosa y ganas mucho dinero. ¿Quién quiere ser feliz cuando se es millonaria?

Tanta frivolidad la había asustado extremadamente. Lo último que quería Vanessa era convertirse en una mujer sin escrúpulos.

Ness: No quiero vivir así -había contestado con resolución-. No pienso seguir viviendo así. Lo dejo. Por supuesto, voy a cumplir con los contratos que tengo firmados pero, luego, me voy.

Ed: ¿Se puede saber qué demonios vas a hacer? -le había preguntado perplejo pues en su mundo la vida estaba compuesta por la fama y el dinero-.

Ness: Ser feliz -había contestado tranquilamente-. Quiero ser una persona normal y corriente con preocupaciones normales y corrientes, quiero tener horarios tranquilos, comer lo que me dé la gana, hacer trabajo de voluntariado e ir a la iglesia, quiero ser una persona a la que tengan en cuenta por el bien que hace en el mundo, no una persona a la que tienen en cuenta porque luce como la mejor los diseños más raros del mundo.


Sí, había quemado todas las naves.

Para seguir, se había quitado la «A» que a su madre le había parecido tan sofisticada junto a su nombre y había comenzado a utilizar su verdadero apellido en lugar del de soltera de su madre.

A’Vanessa Frasier había muerto para dar paso a Vanessa Hudgens.

A continuación, había vuelto a Virginia, junto a su madre, había engordado hasta dejar atrás la apariencia de campo de concentración y se había dejado el pelo largo. Sin maquillaje, había conseguido pasar desapercibida y, de momento, los medios de comunicación no la habían agobiado.

Después de un año viviendo con su madre, había decidido independizarse y había elegido Gettysburg porque su hermana vivía a una hora de allí y porque, con un poco de suerte, en un pequeño pueblo de las montañas de Pensilvania nadie la reconocería.

Tras bajar las últimas cajas, pensó que, si no se encontraba con ningún adicto a Sports Illustrated, tenía posibilidades.

Estaba bastante cansada, así que se dirigió al portal del edificio y se sentó en los escalones de la entrada a disfrutar del ambiente de pueblo de su nuevo hogar.

Increíble.

Ella que creía que estaba en forma… aquellas escaleras se le estaban haciendo cada vez más cuesta arriba. Una vez sentada en el primer escalón, tomó aire varias veces.

**: ¿Es que me voy a tener que volver a tropezar con usted y con sus cosas?

Vanessa se giró sorprendida y se encontró de nuevo con su vecino, que acababa de abrir la puerta principal. Llevaba en la mano izquierda un perro, pero no era el de antes. Éste era negro y más grande.

Efectivamente, no se había equivocado al pensar que aquel hombre era ciego.

Vanessa se apresuró a ponerse en pie y abrió la boca para pedirle perdón, pero se dio cuenta de que el desconocido le sonreía y se percató de que no le había hablado en tono enfadado sino divertido.

Ness: Perdón, es que estaba descansando un poco -le explicó-. Me parece que voy a tener que empezar a correr por las mañanas.

El vecino chasqueó la lengua.

**: Menos mal que no vivimos en un rascacielos.

Ness: Menos mal -sonrió-. Claro que, si se tratara de un rascacielos, tendríamos ascensor. Siento mucho lo de las cajas de antes. Supongo que se habrá dado cuenta de que las he quitado.

**: Sí -dijo el vecino sonriendo. Al hacerlo, dejó al descubierto unos dientes blancos y perfectos que hicieron que a Vanessa aquel hombre se le antojara increíblemente atractivo-. Yo también quiero pedirle perdón. Normalmente, no tengo tan mal genio y no suelo salir de casa sin mi perro guía.

Ness: Disculpas aceptadas. ¿Le ha teñido el pelo al perro para que le haga juego con la ropa o qué?

El vecino enarcó las cejas y se rió.

**: Éste es Duke, mi perro guía. La de antes era Happy, la perra guía que tenía antes. Como solo bajaba a por el correo, la he llevado a ella.

Ness: Yo creía que, cuando no se lleva perro guía, hay que llevar bastón.

El vecino sonrió.

**: La verdad es que es una lata tener que ponerle el arnés para un paseo tan corto, así que normalmente no lo llevo. Es cierto que tendría que llevar bastón, pero los buzones están nada más bajar la escalera y tengo la pared y la barandilla para agarrarme, así que hago trampa -le explicó tendiéndole la mano derecha-. Zac Efron. Supongo que usted es mi nueva vecina.

Ness: Así es -contestó estrechándole la mano-. Vanessa Hudgens. Encantada de conocerlo. -Sí, realmente encantada. Aquel hombre tenía una mano grande y cálida que, al estrechar la suya, hizo que Vanessa sintiera una punzada de placer en lo más profundo de su ser-. Encantada también de conocer a Duke -se apresuró a añadir-.

A Vanessa le pareció que su nuevo vecino tardaba más de la cuenta en soltarle la mano.

Zac: ¿Ha terminado con la mudanza?

Vanessa asintió, pero se dio cuenta de que Zac no la veía.

Ness: Sí. Ya me lo he traído todo. Solo me falta desembalar seis cajas más.

Zac: ¿Solo? -bromeó sacudiendo la cabeza-.

Aquel movimiento tan natural hizo que Vanessa pensara que aquel hombre no era ciego de nacimiento.

Ness: En unas cuantas horas más, lo tendré todo colocado.

Zac: Si fuera un caballero, tendría que quedarme a ayudarla, pero, por desgracia, tengo que volver al trabajo.

Ness: ¿Estaba haciendo un descanso para comer?

Zac asintió.

Zac: Sí, suelo venir a casa para sacar a Happy de paseo y estar un ratito con ella. Soy abogado y trabajo a unas manzanas de aquí.

Ness: Qué maravilla tener el trabajo tan cerca.

Zac: Sí, así no necesito que nadie me traiga en coche.

Ness: Le entiendo perfectamente. Cuando me decidí a dejar la gran ciudad, me puse a buscar un sitio más tranquilo, pero tampoco quería que fuera en mitad de la nada. Por eso, este lugar me pareció perfecto.

Zac: ¿En qué ciudad vivía antes?

Ness: En Nueva York. Vivía en un estudio en Manhattan.

Zac: Vaya, supongo que le saldría un poco caro.

Ness: Parece que lo sabe por experiencia.

Zac: Sí, estudié Derecho en la Universidad de Columbia y, aunque compartía piso con otros tres estudiantes, me seguía pareciendo caro.

Vanessa asintió y se dio cuenta de que no podía verla. Aquel detalle le hizo replantearse la cantidad de mensajes que se cruzaban entre las personas con el lenguaje corporal.

Ness: Desde luego. Yo me di cuenta realmente de lo caro que era cuando empecé a buscar algo por aquí. Estoy encantada.

Zac: Sí, Gettysburg es un pueblecito ideal. ¿Alguna razón en particular la ha llevado a elegirlo?

Ness: No, la verdad es que no -mintió. No tenía la más mínima intención de contarle a nadie de su nueva vida nada de la pasada-. Vine aquí con el colegio hace muchos años y me encantó. Decidí volver y me volvió a encantar, así que me puse a buscar casa.

Zac: Pues ha tenido suerte porque estas casas no se suelen quedar vacías así como así. El inquilino anterior llevaba aquí treinta años.

Ness: ¿Quién sabe? A lo mejor, yo sigo aquí dentro de otros treinta. Bueno, no quiero entretenerlo. Ha sido un placer conocerlo.

Zac: Lo mismo digo. Buena suerte con las demás cajas.

Ness: Prometo no dejarlas en el pasillo -se despidió chasqueando la lengua-.

Zac: Si hubiera llevado a mi perro guía conmigo, que era lo que tendría que haber hecho, no habría tropezado -se despidió-. Que pase una buena tarde.

Ness: Gracias -contestó levantando la mano para despedirse-.

Zac: Duke, adelante -le dijo a su perro-.

Vanessa se quedó observando cómo Duke guiaba a su amo hacia la plaza y se preguntó cómo habría perdido aquel hombre la vista. Era obvio que no era ciego de nacimiento porque tenía gestos de vidente, como la naturalidad con la que extendía la mano cuando conocía a alguien o la facilidad con la que la miraba a los ojos cuando hablaban.

De no haber sabido que era ciego, le habría parecido que la estaba mirando de verdad.

Vanessa pensó en las galletas de su abuela y decidió que, a pesar de que por lo visto su vecino había aceptado sus disculpas, se las iba a hacer de todas maneras.


Zac estaba leyendo el correo aquella tarde cuando llamaron al timbre. Happy y Duke, que estaban cada uno tumbado a un lado de su butaca, se pusieron en pie, pero ninguno ladró. Duke se dirigió a la puerta, pero Happy se quedó con él. Zac se puso en pie y cruzó el despacho.

Zac: ¿Quién es? -preguntó al llegar a la puerta-.

Zac sentía el rabo de Duke moviéndose contra su pierna izquierda. Happy permanecía quieta a su lado.

Ness: Soy Vanessa. Su vecina.

No habría hecho falta que le explicara quién era. Con el nombre habría bastado. Zac se acordaba de ella perfectamente. Recordaba su nombre, la suavidad de su mano y su preciosa voz.

«Ya basta, no me interesa», se dijo.

Claro que era mucho más fácil decírselo que creérselo.

Zac: Hola -la saludó abriendo la puerta-. No creía que nos fuéramos a volver a ver tan pronto.

Ness: Le he traído una cosa para hacer las paces.

Zac escuchó el ruido del papel de aluminio al retirarse y, a continuación, percibió un aroma delicioso.

Zac: ¿Qué es? Huele de maravilla.

Ness: Son galletas de chocolate y mantequilla de cacahuete. Receta de mi abuela.

Zac: No hacía falta que se molestara.

Ness: Ya lo sé. -Zac estaba seguro de que se había encogido de hombros-. La verdad es que siento mucho lo que ha sucedido esta mañana con las cajas pero, sobre todo, necesitaba una buena excusa para comerme unas cuantas galletas.

Aquello hizo reír a Zac.

Zac: Desde luego, si están tan buenas como huelen, no me extraña. ¿Quiere pasar?

Ness: Oh, no, yo…

Zac: Por favor, pase -insistió-. Tengo intención de probarlas inmediatamente y le aseguro que me encantaría compartirlas con alguien que diga algo más que «guau».

En aquella ocasión, fue Vanessa la que se rió.

Ness: En ese caso, lo acompaño con mucho gusto.

Zac se apartó para dejarla pasar y esperó a oír sus pisadas para cerrar la puerta. Una vez hecho aquello, le indicó que se sentara en el salón.

Zac: ¿Quiere beber algo?

Ness: Leche o agua, por favor.

Zac: No tengo leche, así que… ¿el agua con hielo o sin hielo?

Ness: Con hielo, por favor.

¿Por qué demonios la había invitado a su casa? Mientras servía un par de vasos de agua, Zac decidió que había sido por su voz. Había pensado que interesarse por su nueva vecina podría resultar problemático, pero había algo en aquella voz sensual que lo había desbordado. Al llegar al salón, sacó los posavasos de un cajón y situó los vasos sobre la mesa.

Zac: Ya está.

Ness: Qué bien educados están sus perros -se maravilló quitando de nuevo el papel de aluminio de las galletas-. Cuando era pequeña, teníamos un cocker que ya se habría comido las galletas tranquilamente.

Zac: Menos mal que no era un perro grande.

Vanessa se rió y el eco de su risa le pareció a Zac música celestial.

Ness: Aunque es cierto que no era grande, Shadow se subía a las sillas y a las mesas y llegaba a todas partes. A mi madre la volvía loca.

Zac: ¿Se llamaba Shadow? -le preguntó extrañado-.

Había oído nombres raros para perros, pero aquél era increíble.

Ness: Sí, también teníamos otra que se llamaba Lucy, pero la que era un diablillo era Shadow. -Zac sonrió-. ¿Todos los perros guía están así de bien educados?

Zac: Sí, normalmente sí. Claro que no hay que olvidar que son perros porque, cuando empiezas a creer que el animal es perfecto, hace algo que te recuerda que no es así.

Ness: Supongo que se pasará mucho tiempo entrenándolos.

Zac: Lo que hacemos sobre todo es insistir en la obediencia y trabajar con comandos específicos que utilizamos constantemente. Los educadores de cachorros son los que se encargan de que se comporten tan bien.

Ness: ¿Educadores de cachorros?

Zac: Sí, son las personas que se encargan de ellos cuando son pequeños. Les enseñan a obedecer, los sacan con mucha gente y con otros animales y les enseñan a portarse bien en casa.

Ness: Ah, por eso no agarran comida de la mesa.

Zac: Exacto. Tampoco buscan comida en la basura ni en ningún otro sitio, lo que es realmente difícil de conseguir tratándose de un labrador retriever. Además, les enseñan a no perseguir a los gatos, a no ponerse a dos patas cuando ven a alguien, a no subirse a los muebles…

Aquello hizo carraspear a Vanessa.

Ness: Pues siento decirle que hay un perro grande y negro tumbado muy a gusto en su sofá.

Zac se rió.

Zac: Por favor, no se lo diga a nadie.

Ness: ¿Les regañarían?

Zac: No. El perro es mío. Por lo único por lo que la escuela te quita al perro es si hay sospechas fundadas de malos tratos. Yo no conozco a ningún ciego que lo haya hecho.

Ness: ¿Happy no se sube al sofá?

Zac: Happy nunca se separa de mi lado y jamás ha querido subirse ni al sofá ni a la cama.

Ness: Sí, ya me he dado cuenta de que iba con usted a la cocina y volvía a su lado.

Zac: Le está costando mucho aceptar la jubilación.

Ness: ¿Se tienen que jubilar a una edad en concreto? Esta perra parece que está perfectamente.

Zac: Está perfectamente para ser la mascota de una familia, pero tiene casi diez años y tienen artritis. Estaba empezando a cansarse cuando andábamos mucho y a dudar.

Ness: ¿A dudar?

Zac: Sí, estaba empezando a perder la confianza en sí misma. No quería cruzar la calle aunque no vinieran coches. Un día, se paró en mitad de un cruce y no se quería mover. No sé si fue por miedo, si le dolía algo o si se había desorientado, pero aquel día me di cuenta de que iba necesitar un perro nuevo.

Ness: Supongo que sería un momento duro.

Zac: Muy duro -contestó con voz trémula-. Hemos ido juntos a todas partes durante ocho años. Fue un momento espantoso. Me sentí como si la estuviera apartando de mí. Estoy seguro de que ella se sintió así -suspiró-. Hay gente que se queda con sus perros guía una vez jubilados, otros se lo devuelven a la persona que lo crió, otros perros son adoptados por un miembro de la familia del ciego o por un amigo o por alguien que le parezca bien a la escuela de entrenamiento. A mí no me apetecía separarme de ella, pero ahora ya no estoy tan seguro -carraspeó-. Perdone, le estoy agobiando con mis cosas.

Ness: No, en absoluto. Me parece muy interesante. -Zac oyó que Vanessa dejaba el vaso de agua sobre la mesa-. Pruebe las galletas -lo animó-. Están más ricas cuando todavía están calentitas.

Zac: ¿Dónde están?

Ness: Sobre la mesa. Un poco hacia su derecha…

Zac: Piense en las manecillas del reloj. Si estoy frente al doce, ¿dónde está la fuente?

Ness: ¿Está en el centro del reloj o en el seis?

Zac sonrió. Buena pregunta.

Zac: En el centro.

Ness: A las dos en punto.

Zac alargó el brazo y tocó la fuente. Efectivamente, allí estaban las galletas. No sé si voy a poder comérmelas -comentó llevándose una la nariz-. Podría conformarme con pasar el resto de la vida oliéndolas.

Ness: No se preocupe, le puedo dar la receta, volverá a verlas, se lo aseguro. -Al instante, Zac se dio cuenta de que Vanessa se había percatado de lo que acababa de decir porque se produjo un horripilante silencio-. Guaca, lo siento mucho. Menudo comentario más fuera de lugar por mi parte.

Zac: ¿Guaca? -se preguntó en voz alta haciendo un gran esfuerzo para no estallar en carcajadas-.

Ness: Casi todas las personas a las que conocía no se molestaban en censurar su forma de hablar. Es una mezcla de consonantes que me gusta decir cuando estoy enfadada. No me gusta utilizar… ni escuchar… palabrotas.

Zac: Guaca -repitió. A Amber tampoco le gustaban las palabrotas. Aquél era uno de los detalles que más le gustaban de ella-. Muy bien.

De repente, Zac se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no pensaba en su ex novia.

Ness: En cualquier caso, le pido perdón -comentó-.

Zac: No hace falta. Son expresiones como por ejemplo «ya veo». No hace falta que vigile su vocabulario -contestó llevándose la galleta de nuevo a la boca con la esperanza de que el incómodo momento pasara cuanto antes-.

Desde que se había quedado ciego, la única mujer con la que había salido había sido Amber. Tras dejarlo, había decidido no volver a salir con nadie. Más recientemente, había salido con algunas mujeres, pero nunca había salido bien porque Zac nunca se había interesado lo suficiente como para apostar por una relación seria.

Ness: Me alegro de que le gusten las galletas -comentó-. ¿Le gustaría venir a cenar a casa mañana por la noche? Tengo más.

Zac: Gracias, pero no -negó automáticamente. Lo cierto era que, aunque había conseguido comer perfectamente, todavía le daba vergüenza hacer el ridículo-. Tengo a los perros y…

Ness: Se los puede traer también. A mí no me importa que haya pelos de perros por la casa.

Zac: No hace falta, de verdad -le dijo suponiendo que Vanessa se sentía obligada por haberlo hecho tropezar en el pasillo-.

Ness: No es ninguna obligación, se lo aseguro. Quiero invitarlo a cenar. No conozco a nadie. Así me cuenta cosas de la ciudad.

No había escapatoria.

Zac: Está bien. ¿A qué hora?

Ness: ¿Le parece bien a las seis y media?

Zac: Sí.

Ness: ¿Algún menú en especial?

Zac: Nada de espagueti, por favor.

Aquello hizo reír a Vanessa.

Ness: Sí, claro, entiendo que son un problema. Muy bien, nada de espagueti, se lo prometo.

A Zac le estaba resultando difícil distinguir el acento de aquella mujer. Por cómo había dicho «entiendo que son un problema» podría haber pasado por británica, pero de vez en cuando también detectaba un acento sureño estadounidense.

Tal vez, cenando con ella al día siguiente la conversación fuera en aquella dirección, lo que sería un cambio agradable ya que Zac se pasaba el día contestando preguntas sobre su vista y su perro.


Vanessa sacó la última caja de la mudanza de su nuevo hogar. En solo dos días, después de que hubieran llegado los muebles el día anterior, tenía casi todo colocado en su sitio.

Todavía no tenía muchas fotografías colgadas de las paredes ni ningún objeto de decoración personal, pero todo llegaría.

Había que pasar el aspirador por toda la casa y, después de hacerlo, hizo otra bandeja de galletas. A continuación, decidió preparar pollo con patatas al horno y también preparó pan de trigo y miel. Para terminar, lavó el brécol para hacerlo al vapor más tarde.

Cocinar todavía se le antojaba un placer prohibido. Había pasado casi diez años como modelo, preocupándose por cada gramo que engordaba, vigilando su cuerpo para que no pasara de un peso mucho más bajo del que tendría que haber tenido.

Desde que lo había dejado, había engordado casi ocho kilos, pero lo había hecho con cuidado y, cuando le había parecido que parecía humana más que un espantapájaros sobre tacones de vértigo, había parado de engordar y se había concentrado en mantener el peso.

Lo que, por supuesto, le había resultado ridículamente fácil comparado con la rígida dieta que había tenido que seguir en el pasado.

Mientras sumergía su cuerpo en un maravilloso y caliente baño de espuma, se masajeó los gemelos doloridos y se admitió a sí misma que se había excedido con las prisas por tenerlo todo desembalado y limpio.

¡Sería increíblemente vergonzoso bostezar en la cara de Zac o, peor todavía, quedarse dormida! Para evitar esa posibilidad, se tomó un refresco con cafeína mientras ponía la mesa unos minutos antes de las seis y media.

A continuación, se apresuró a recogerse el pelo y, mientras lo hacía, se percató de que Zac no la iba a ver, no iba a saber cuál era su apariencia.

Aquel pensamiento le resultó increíblemente liberador.

Aquel hombre la iba a juzgar única y exclusivamente por su personalidad y su conversación, por lo que era como persona. La belleza no tenía cabida.

Sí, era liberador, pero también terrorífico. ¿Y si resultaba no ser una persona interesante?




Bueno, ahora ya sabéis a la diferencia que me refería. Que Zac es ciego.
Pero la novela es interesante y muy bonita.
Y hay una cosa que me hizo mucha gracia. Habéis visto la educación y la cortesía con la que se hablan, ¿no?
Pues ya veréis que poco les dura... XD

¡Thank you por los coments!

Me dio la sensación de que pensasteis que el misterio sería otro. Pero el título se refiere a la identidad que oculta Vanessa debido a que Zac es ciego. Entonces así la oculta a parte de su cambio de look.

¡Comentad!
¡Un besi!


martes, 21 de enero de 2014

Identidad oculta - Sinopsis


Él nunca la había visto antes… y sin embargo la entendía mejor que nadie en el mundo.

Nada más conocer a un hombre tan poderoso y atractivo como Zac Efron, la ex modelo Vanessa Hudgens sintió el deseo de confesar de una vez por todas quién era ella realmente.
Zac tenía la intención de llevarse a Vanessa a la cama, pero confiar en ella era algo muy distinto. La experiencia le había enseñado a mantenerse alejado de las mujeres misteriosas… Así que, si Vanessa lo deseaba de verdad, tendría que demostrárselo.




Escrita por Anne Marie Winston.




Nove interesante con una variación muy destacada en uno de los personajes. Ya veréis de qué hablo.
Tiene nueve capis largos.

¡Espero que os guste!

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