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lunes, 27 de agosto de 2012

Capítulo 5 - Se desmayaran por ti


Todavía no eran las diez y media de una mañana de finales de mayo, y el calor de Tejas ya era agobiante. Zac tenía la camiseta empapada de sudor y Vanessa sudando a mares, empezaba a creer que ambos estaban al borde de la deshidratación. Había intentado salir a correr aquella mañana, pero se dio por vencida al cabo de diez minutos, cuando sintió mareos y una curiosa sensación de hambre y náuseas al mismo tiempo. Cuando Zac le propuso, quizá por primera vez en cinco años de matrimonio, que salieran de compras durante un par de horas, se metió a toda prisa en el feo coche verde de alquiler, porque ir de compras significaba aire acondicionado, y en ese momento era lo que más necesitaba.

Atravesaron primero el distrito residencial del hotel, después recorrieron un largo trecho por la autopista y finalmente, después de casi veinte minutos, acabaron en una sinuosa carretera secundaria, que en algunos tramos estaba pavimentada y en otros era poco más que un camino de tierra y grava. Durante todo el trayecto, Vanessa rogó y suplicó a Zac que le dijera adónde iban, pero él se limitó a sonreír y se negó a responder.

Ness: ¿Habrías imaginado que esto era así, apenas a diez minutos de las afueras de Austin? -preguntó, mientras pasaban entre campos de flores silvestres y por delante de un establo abandonado-.

Zac: Nunca. Parece salido de una película sobre rancheros en el corazón rural de Tejas. Nadie diría que son los alrededores de una gran ciudad cosmopolita, pero supongo que por eso vienen a rodar aquí.

Ness: Sí, ninguno de mis compañeros de trabajo podía creer que aquí se rodara «Friday Night Lights».

Zac se volvió para mirarla.

Zac: ¿Todo bien en el trabajo? Hace mucho que no me cuentas nada.

Ness: En general, todo bien. Tengo una paciente en Huntley, una estudiante de primer año, que está convencida de padecer obesidad mórbida, aunque en realidad está más o menos en el peso normal. Es becaria y viene de un ambiente totalmente distinto del resto de las chicas. Quizá siente que no encaja por un millón de motivos, pero el que le resulta más difícil de sobrellevar es el peso.

Zac: ¿Qué puedes hacer por ella?

Vanessa suspiró.

Ness: No mucho, ya sabes. Además de escucharla e intentar transmitirle confianza, tengo que vigilarla, para que las cosas no se descontrolen. Estoy completamente segura de que lo suyo no es un trastorno alimentario grave, pero es preocupante que una persona se obsesione tanto con el peso, sobre todo cuando se trata de una adolescente. Pronto vendrán las vacaciones de verano y estoy inquieta por ella.

Zac: ¿Y el hospital?

Ness: Bien. A Margaret no le hizo mucha gracia que me tomara estos días libres, pero ¡qué se le va a hacer!

Zac se volvió hacia ella.

Zac: ¿Tan grave es que te tomes dos días?

Ness: Dos días por sí solos, no. Pero ya pedí tres días para ir a Los Ángeles, al programa de Jay Leno; medio día para tu ronda de entrevistas en Nueva York, y un día más para ir a la sesión fotográfica de la portada de tu álbum. Y todo eso ha sido en las últimas seis semanas. Por otro lado, apenas nos hemos visto en los últimos tiempos y esto no me lo habría perdido por nada del mundo.

Zac: Ness, no me parece justo que digas que casi no nos hemos visto. Todo ha sido muy rápido, muy frenético... pero de una manera positiva.

Ella no estaba de acuerdo (¿quién podía decir que coincidir un par de horas los pocos días que Zac pasaba por su casa fuera verse?), pero no había pretendido ser crítica.

Ness: No he querido decir eso, en serio -dijo, en un tono más apaciguador-. Mira, ahora estamos aquí juntos, así que disfrutémoslo, ¿de acuerdo? -Continuaron en silencio unos minutos, hasta que Vanessa se llevó los dedos a la frente y exclamó-: ¡No me puedo creer que vaya a conocer a Tim Riggins!

Zac: ¿Cuál de ellos es?

Ness: ¡Por favor! ¿Lo dices en serio?

Zac: ¿El entrenador o el quarterback? Siempre los confundo -dijo sonriendo-.

¡Como si fuera posible confundirlos!.

Ness: ¡Ah, sí, claro! Esta noche, cuando entre en la fiesta y todas las mujeres presentes se desmayen de lujuria, sabrás que es él, te lo aseguro.

Zac dio un manotazo al volante, con fingida indignación.

Zac: ¿No deberían desmayarse por mí? ¡Después de todo, yo seré la estrella de rock!

Vanessa se inclinó sobre la división de los dos asientos y le dio un beso en la mejilla.

Ness: Claro que se desmayarán por ti, amorcito. Si consiguen dejar de mirar a Riggins el tiempo suficiente para verte, empezarán a desmayarse todas como locas.

Zac: Iba a decirte adónde vamos, pero ahora ya no te lo digo -replicó-.

Conducía con el ceño fruncido, concentrado en evitar los baches que más o menos cada tres metros se abrían en la carretera, la mayoría llenos de agua por los chubascos de la noche anterior. Sencillamente, no estaba acostumbrado a conducir. Vanessa pensó por un momento que quizá iban a hacer una excursión por el campo, algún tipo de paseo en balsa o a pasar un día de pesca; pero en seguida recordó que su marido era un neoyorquino de pura cepa y que su idea de disfrutar de la naturaleza era regar una vez por semana el bonsái que tenía en la mesilla de noche. Su conocimiento de la fauna era muy limitado. Era capaz de diferenciar una rata grande de un ratoncito en las vías del metro, y parecía poseer un sexto sentido para distinguir, en las bodegas, a los gatos amables de los que bufaban y sacaban las uñas a la menor aproximación; pero aparte de eso, prefería conservar los zapatos limpios y dormir bajo techo, y no se arriesgaba a salir al aire libre (para asistir por ejemplo a un concierto en el Central Park o a la fiesta de algún amigo en el Boat Basin), a menos que fuera armado con un puñado de antialérgicos y llevara el teléfono móvil con la batería bien cargada. No le gustaba que Vanessa lo llamara «animal urbano», pero nunca había podido desmentir la acusación con un mínimo de éxito.

Las vastas y feas construcciones que aparecieron de pronto a lo lejos parecían haber brotado directamente de un descampado lleno de arbustos. El rótulo de neón anunciaba: «Prendas vaqueras Estrella Solitaria». Había dos edificios, que no llegaban a ser adyacentes, pero compartían un mismo aparcamiento sin asfaltar, donde aguardaban dos o tres coches con el motor en marcha.

Zac: Ya llegamos -dijo, mientras abandonaba un camino de tierra para meterse en otro-.

Ness: ¿Estás de broma? Dime que estás de broma.

Zac: ¿Qué? ¿No te había dicho ya que íbamos de compras?

Vanessa miró los edificios achaparrados y las camionetas estacionadas delante. Zac se bajó del coche, lo rodeó hasta ponerse ante la puerta del acompañante y le tendió la mano a Vanessa, para ayudarla a saltar los charcos de barro con sus sandalias de tiras.

Ness: Cuando dijiste «de compras», pensé en algo más parecido a Neiman Marcus.

Lo primero que le llamó la atención a Vanessa, después de la bienvenida ráfaga del aire acondicionado, fue una chica bastante guapa con vaqueros ceñidos, camisa de cuadros de manga corta y botas vaqueras, que salió de inmediato a su encuentro y les dijo con acento tejano:

Chica baquera: ¡Buenos días! ¡Ya me dirán algo, si necesitan alguna ayuda!

Vanessa sonrió e hizo un gesto afirmativo. Zac puso cara de fingido horror y ella le dio un discreto puñetazo en el brazo. Los altavoces del techo difundían una melodía de guitarra con inconfundibles aires tejanos.

Zac: A decir verdad, necesitamos mucha ayuda -le dijo a la rubia dependienta-.

La chica dio una palmada y después puso una mano en el hombro de Zac y la otra en el de Vanessa.

Chica baquera: Muy bien, entonces. ¿Qué estamos buscando?

Ness: Eso digo yo -intervino-. ¿Qué estamos buscando?

Zac: Estamos buscando un traje típico del Oeste para mi mujer, para una fiesta -respondió, eludiendo todo contacto visual con Vanessa-.

La dependienta sonrió y dijo:

Chica baquera: ¡Perfecto! ¡Tengo justo lo que necesitan!

Ness: Zac, ya tengo pensado lo que me voy a poner esta noche: el vestido negro que me probé delante de ti y aquel bolsito tan mono que Will y Miley me regalaron para mi cumpleaños, ¿recuerdas?

Él se retorció las manos.

Zac: Ya lo sé... Es sólo que esta mañana me he levantado temprano, me he puesto a revisar el correo atrasado y al final he abierto el archivo adjunto que venía con la invitación a la fiesta de esta noche y he visto que el estilo de vestimenta recomendado era algo llamado «cowboy couture».

Ness: ¡Dios!

Zac: No te asustes. ¿Ves? Ya sabía yo que te asustarías; por eso...

Ness: ¡Pero si he traído un vestido negro con escote palabra de honor y sandalias doradas! -exclamó, lo suficientemente alto para que un par de clientes de la tienda se volvieran para mirar-.

Zac: Ya lo sé, Ness. Por eso le he mandado en seguida un mensaje a Stefany, para que me lo explicara. Y me lo ha explicado. Con todo detalle.

Ness: ¿De verdad?

Vanessa inclinó la cabeza, sorprendida pero un poco más calmada.

Zac: Sí. -Sacó el iPhone y estuvo buscando unos segundos, antes de tocar la pantalla y empezar a leer-. «Hola, cariño». Es la manera que tiene de llamar a todo el mundo. «Hola, cariño. La gente de "Friday Night Lights" ha preparado una fiesta en traje del Oeste como homenaje a sus raíces tejanas. Si exageras en la caracterización, no te equivocarás. Esta noche verás sombreros de cowboy, botas vaqueras, zahones y pantalones ceñidos de lo más sexy. Dile a Vanessa que se ponga unos shorts vaqueros muy ajustados. Taylor, el entrenador, va a elegir a la ganadora, así que hay que emplearse a fondo. No veo la hora de...» - La voz se perdió en un murmullo, al dejar de leer en voz alta-. El resto son minucias aburridas sobre horarios y programaciones. Ésa era la parte interesante. Así que... por eso estamos aquí. ¿Estás contenta?

Ness: Bueno, me alegro de que lo hayas descubierto antes de llegar a la fiesta esta noche... -Se dio cuenta de que Zac parecía ansioso por ver en ella una señal de aprobación-. Te agradezco muchísimo que me hayas ahorrado el mal trago, y que te hayas tomado toda esta molestia.

Zac: No ha sido ninguna molestia -respondió, visiblemente aliviado-.

Ness: ¿No tenías que ensayar?

Zac: Todavía hay tiempo; por eso hemos venido pronto. Me alegro mucho de que estés aquí conmigo.

Le dio un rápido beso en la mejilla y le hizo un gesto a la dependienta, que se acercó a ellos entre sonrisas.

Chica baquera: ¿Estamos listos?

Zac y Ness: ¡Estamos listos! -respondieron al unísono-.

Cuando por fin salieron de la tienda una hora más tarde, Vanessa tenía las mejillas arreboladas por el entusiasmo. Las compras habían salido mil veces mejor de lo que había imaginado: una estimulante combinación entre el alborozo que le producía la aprobación de Zac al verla probarse shorts diminutos, camisetas ceñidas y botas de aspecto sexy, y la simple diversión infantil de disfrazarse. Mandy, la dependienta, la había guiado con mano experta hacia el atuendo perfecto para la fiesta: minifalda vaquera, con la que Vanessa se sentía mucho más a gusto que con los shorts; camisa de cuadros idéntica a la que la chica llevaba sensualmente anudada por encima del ombligo (aunque combinada con camiseta blanca, en el caso de Vanessa, para no tener que ir enseñando la barriguilla); cinturón con una hebilla enorme de latón en forma de estrella de sheriff; sombrero de cowboy con las alas levantadas a los lados y una divertida borla bajo la barbilla, y un par de botas vaqueras, perfectas para un disfraz de reina del Oeste. Mandy le aconsejó que se recogiera el pelo en un par de trenzas y le dio un pañuelo rojo para que se lo atara al cuello.

Mandy: Y no olvide ponerse muchísimo rímel -dijo, haciendo con los dedos el gesto de aplicarse el maquillaje-. A las tejanas nos encanta tener la mirada misteriosa.

Aunque Zac no iba a vestirse de vaquero para su actuación, Mandy le enseñó a guardar el paquete de cigarrillos en la manga enrollada de la camisa y lo equipó con la versión masculina del sombrero de Vanessa.

Hicieron todo el camino de vuelta al hotel entre risas. Cuando Zac se despidió con un beso y le dijo que volvería a las seis para ducharse, Vanessa habría querido suplicarle que se quedara, pero en lugar de eso recogió las bolsas de la tienda y le dio otro beso de despedida.

Ness: ¡Suerte! Ha sido un día genial.

Y no pudo reprimir la sonrisa cuando Zac le respondió que él también lo había pasado como nunca.

Zac regresó tarde a la habitación y tuvo que ducharse y vestirse a toda prisa. Vanessa notó su nerviosismo cuando se montaron en el coche de lujo que los estaba esperando.

Ness: ¿Nervioso?

Zac: Creo que sí, un poco.

Ness: Recuerda que de todas las canciones del universo, han elegido la tuya. Cada vez que una persona encienda la tele para ver un episodio de esa serie, lo que escuchará será tu canción. ¡Es increíble, amor! ¡De verdad que es increíble!

Zac le apoyó una mano sobre una de las suyas.

Zac: Creo que vamos a pasarlo muy bien. Y tú pareces una modelo. ¡Volverás locas a las cámaras!

Vanessa no había terminado de formular la pregunta («¿qué cámaras?»), cuando el coche paró delante de la puerta del Hula Hut, un local famoso por servir el mejor chile con queso al norte de la frontera, y una docena de paparazzi salieron a su encuentro.

Ness: ¡Cielo santo! ¿Van a hacernos fotos? -preguntó, aterrorizada de pronto por una posibilidad que no se había parado a considerar-.

Levantó la vista y vio una larga alfombra con dibujo de piel de vaca, que debía de ser la versión tejana de la alfombra roja de otras celebraciones. Unos metros más allá, entre la calle y la puerta del restaurante, vio a un par de actores de la serie, posando para las cámaras.

Zac: Espera aquí y te abriré la puerta -dijo antes de salir por su puerta y dirigirse a la de ella. La abrió y se inclinó, ofreciéndole a Vanessa la mano-. No te preocupes. Ya verás que a nosotros no nos hacen mucho caso.

Para Vanessa fue un alivio descubrir que lo que decía su marido era cierto. Los fotógrafos los rodearon al principio, ansiosos por ver si eran famosos, pero no tardaron en retirarse y confundirse con el decorado. Sólo uno de ellos les pidió que posaran delante de un gran fondo negro con los logos del «Friday Night Lights» y la NBC, cerca de la entrada. Después de tomarles con desgana tres o cuatro fotos, el fotógrafo les rogó que deletrearan sus nombres delante de una grabadora y se marchó. Entonces se dirigieron a la puerta, cogidos de la mano, y fue en ese momento cuando Vanessa divisó a Stefany al otro lado de la sala. Nada más ver su vestido de seda, tan sencillo como elegante, sus sandalias de gladiador y sus largos pendientes tintineantes, Vanessa se sintió ridícula. ¿Por qué iba ella vestida como para ir a un rodeo, mientras que Stefany parecía recién bajada de una pasarela de moda? ¿Y si todo había sido una confusión espantosa? ¿Y si Vanessa era la única vestida de vaquera? Sintió que se le ralentizaba la respiración y que una oleada de pánico le subía desde el estómago.

Sólo al cabo de unos segundos se atrevió a echar un vistazo al resto del salón: minishorts vaqueros y sombreros de cowboy hasta donde alcanzaba la vista.

Cogió un cóctel de aspecto afrutado de una bandeja que pasó por su lado y navegó felizmente, bebiendo y riendo, a través de la siguiente hora de presentaciones y relaciones sociales. Era una de esas raras fiestas donde todos parecían estar sinceramente contentos de haber asistido, y no sólo los actores y el equipo de la serie, que obviamente se conocían bien y formaban un grupo bien avenido, sino sus parejas y amigos, y los diversos famosos y famosas con los que estaban saliendo algunos protagonistas de la serie y que los responsables de relaciones públicas habían invitado con especial insistencia para dar mayor difusión al acontecimiento. Vanessa vio a Derek Jeter planeando sobre una bandeja rebosante de nachos e intentó recordar cuál de las chicas de «Friday Night Lights» era su prometida, y Zac anunció que había visto a Taylor Swift en la terraza, medio desnuda y rodeada de admiradores. Pero en general, la mayor parte de los asistentes a la fiesta eran gente alegre y bastante ruidosa, con zahones, camisas de cuadros y vaqueros recortados, que bebía cerveza, comía chile con queso y se balanceaba al ritmo de la música de los ochenta que salía de los altavoces. Vanessa nunca se había sentido tan cómoda y distendida en ninguna de las actuaciones de Zac, y estaba encantada, disfrutando de la poco frecuente sensación de estar un poco achispada y saberse guapa y triunfadora. Cuando Zac y su banda ocuparon el improvisado escenario, Vanessa ya se había integrado en el grupo y hasta había aceptado la prueba de degustación de cócteles margarita propuesta por un grupo de guionistas de la serie. Sólo entonces se dio cuenta de que aún no había visto actuar a Zac con su nuevo grupo acompañante, salvo en la grabación del programa de Jay Leno.

Vanessa estudió a los músicos mientras subían al escenario para montar y probar los instrumentos, y le sorprendió observar que no parecían una banda de rock, sino más bien un grupo de veinteañeros que se hubieran conocido en algún internado selecto de Nueva Inglaterra. El batería, Wes, tenía el pelo pulcramente largo, pero no le colgaba en mechones grasientos delante de la cara. Tenía una melena color caoba, densa, ondulada y brillante, que sólo una chica se habría merecido de veras. Llevaba un polo verde de aspecto deportivo, vaqueros limpios y planchados, y unas clásicas zapatillas grises de la marca New Balance. Su aspecto era el de un chico que ha trabajado en verano durante el bachillerato, pero no por necesidad, sino para «templar el carácter», y que ya no ha vuelto a tener ningún empleo hasta entrar en el bufete de abogados de su padre. El primer guitarrista era el mayor en edad (tendría quizá poco más de treinta años), y aunque no parecía tan estirado como Wes, sus pantalones gastados de algodón, sus zapatillas Converse negras y su just do it! no eran precisamente la indumentaria de un rebelde. A diferencia de su colega en la batería, Nate no encajaba en ninguno de los estereotipos del primer guitarrista. Era más bien chaparro y tenía la sonrisa tímida y la mirada huidiza. Vanessa recordó lo mucho que se había sorprendido Zac al escuchar a Nate durante las audiciones, después de echarle un primer vistazo cuando subió al escenario.

Zac: Cuando sube al escenario -le había comentado-, te das cuenta de que el tipo ha recibido palos por todas partes durante toda su vida. Parece asustado de su propia sombra; pero en cuanto se pone a tocar, ¡destroza la guitarra! Lo suyo no es de este mundo.

Completaba el trío Zack, el bajista, que tenía más aspecto de músico que sus colegas, aunque con la cresta, la cadena colgando del pantalón y el toque sutil de delineador alrededor de los ojos parecía un poco más preocupado por cumplir con la imagen. Era el único miembro de la banda que a Zac no le entusiasmaba, pero los de Sony habían dictaminado que su primera elección como bajista (una chica) le habría hecho sombra en el escenario, y Zac había preferido no discutir. Era un grupo extraño, una banda de gente que no parecía acabar de encajar del todo, pero nadie podía decir que el conjunto no fuera interesante. Vanessa miró a su alrededor y observó que el bullicio se había calmado.

Zac no se presentó ni habló de la canción que iba a interpretar, como solía hacer cuando actuaba, sino que se limitó a hacer un gesto a sus compañeros y a atacar una versión propia de No rompas más (mi pobre corazón). La decisión era arriesgada, pero fue un cálculo brillante. Había elegido un tema archiconocido y un poco cursi, lo había transformado para que sonara serio e incluso profundo, y había conseguido una versión completamente nueva, que resultaba rompedora e irónica. Su mensaje era: «Esperabais que viniéramos a interpretar formalmente el tema que habéis elegido como cabecera de vuestro programa, o tal vez algo del próximo álbum, pero preferimos no tomarnos demasiado en serio». El público rió, aplaudió y cantó con ellos, y cuando la canción terminó, les dedicó una impresionante ovación.

Vanessa aplaudió con los demás y disfrutó oyendo los comentarios a su alrededor, sobre el talento de Zac y las ganas que tenían todos de seguir escuchándolo toda la noche. El entusiasmo del público no la sorprendía en absoluto. ¿Cómo no iban a entusiasmarse? Pero nunca se cansaba de oír los comentarios elogiosos. Cuando Zac se acercó al micrófono y miró al público con una sonrisa enorme y adorable, Vanessa sintió que toda la sala le devolvía la sonrisa.

Zac: Hola, gente -dijo, haciendo una exagerada reverencia con el sombrero de vaquero-. Gracias por recibir con tanto afecto a este chico del norte en vuestra ciudad.

Hubo aplausos y gritos de entusiasmo entre el público. Vanessa vio que Tim Riggins levantaba el botellín de cerveza para brindar por Zac y tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar un gritito de emoción. Derek Jeter puso las dos manos en pantalla alrededor de la boca y gritó:

Derek: ¡Yuju!

Las dos o tres mujeres que había en el grupo de guionistas, con las que Vanessa había estado probando margaritas unos minutos antes, se acercaron al escenario para animar a la banda con aullidos de admiración. Zac las recompensó con otra de sus sonrisas ganadoras.

Zac: Creo que hablo por todos nosotros cuando digo lo orgulloso y honrado que me siento de que hayáis elegido mi canción para que sea vuestra canción. -Sus palabras fueron recibidas con más aullidos y exclamaciones de entusiasmo-. Estoy ansioso por cantarla esta noche para todos vosotros. Pero espero que me perdonéis, si antes de cantar Por lo perdido, le dedico un tema a mi mujer, a mi querida Vanessa. Ha sido un gran apoyo para mí en los últimos tiempos, un apoyo enorme, creedme, y hace mucho tiempo que no le doy las gracias. Nessi, ésta va por ti.

Al oír su apodo, Vanessa se sonrojó y por una fracción de segundo incluso se molestó de que Zac la hubiera llamado así en público. Pero antes de que pudiera pararse a pensarlo, oyó los primeros compases de Crazy love, de Van Morrison, el primer tema que habían bailado juntos el día de su boda, y en un instante la embargó la emoción. Zac la miraba directamente a los ojos, mientras la canción avanzaba y crecía en intensidad, y sólo al llegar al estribillo, cuando echó atrás la cabeza para cantar con toda su alma, Vanessa salió de su ensoñación privada y se dio cuenta de que toda la sala la estaba mirando. Bueno, no toda. Los hombres bebían tranquilamente sus cervezas y miraban sobre todo a los músicos de la banda, cada uno con su instrumento. Pero las mujeres no le quitaban los ojos de encima a Vanessa y sus miradas eran de envidia y admiración. Era una sensación inédita. En otras actuaciones de Zac ya había sido testigo de la adoración que inspiraba su marido, pero nunca hasta ese momento había sentido los focos de la atención del público concentrados sobre ella misma. Sonrió, se movió un poco al son de la música y siguió mirando a Zac mientras él le dedicaba su canción, y de alguna manera, pese a tener cientos de testigos, le pareció que aquel momento era uno de los más íntimos que habían compartido jamás y uno de los mejores que podía recordar.

Cuando por fin Zac empezó a cantar Por lo perdido, Vanessa estaba convencida de que toda la sala se había enamorado de él. La energía era palpable e intensa; pero hacia la mitad de la canción, el estremecimiento de entusiasmo fue aún mayor. La gente empezó a moverse, a girar la cabeza y a susurrar. Unos cuantos estiraron el cuello para ver mejor y uno incluso señaló con el dedo. Estaba pasando algo, pero Vanessa no veía bien qué era, hasta que...

«¡Un momento! ¿Será realmente ella? ¿Será de verdad... Layla Lawson?».

¡Claro que sí era ella! Aunque Vanessa no habría podido imaginar qué estaba haciendo Layla Lawson en la fiesta de presentación de la nueva temporada de «Friday Night Lights», era indudable que ahí estaba... ¡y estaba guapísima! A juzgar por el vestido corsé de diseño floral y las botas vaqueras que llevaba, Vanessa no habría podido decir si iba vestida o no según el código de etiqueta recomendado para la fiesta, pero no había duda de que la chica estaba muy en forma, era muy famosa y parecía muy feliz. Toda la sala se concentró en ella y la siguió con la mirada mientras saludaba a Stefany con un fuerte abrazo y pasaba a través del público, hasta situarse cerca del lugar que ocupaba Vanessa, al pie del escenario.

Sucedió antes de que nadie (incluido Zac) tuviera tiempo de asimilarlo. Unos segundos antes de que terminara la canción y el público estallara en aplausos, Layla subió la escalerilla que había a un lado del escenario, se dirigió confiadamente a Zac y le dio un abrazo. Después, con una sonrisa, le dio un beso en la mejilla, lo enganchó por un brazo con las dos manos y se volvió hacia el público. Parecía como si colgara literalmente de su brazo y lo miraba con una sonrisa de un blanco centelleante y una mirada de absoluta adoración. Hasta ese momento, Zac se había quedado helado de incredulidad, pero algo en su interior debió de hacer clic, porque al cabo de unos segundos empezó a mirarla con idéntica fascinación.

Layla se acercó al micrófono, como si le perteneciera, y exclamó:

Layla: ¿A que está para comérselo? ¡Un aplauso para Zac Efron!

El público enloqueció. Todos los fotógrafos que los habían ignorado a la entrada se volvieron locos. Dándose codazos para conseguir el mejor ángulo, empezaron a tomar una foto tras otra; por los destellos de los flashes, se hubiera dicho que era la noche de los Oscar. El frenesí acabó casi tan rápidamente como había empezado, cuando Layla se inclinó para susurrarle algo al oído a Zac y bajó del escenario. Vanessa supuso que se quedaría para tomar una copa, pero la estrella se encaminó directamente a la salida.

Diez minutos después, Zac volvía a estar a su lado, todo sudor y sonrisas, con el resplandor habitual que solía tener después de las actuaciones, excitado por la emoción. Le dio un beso a Vanessa, la miró como diciéndole «no veo la hora de comentar todo esto contigo» y le apretó con fuerza la mano, para recorrer con ella la sala, recibiendo felicitaciones y palmadas en la espalda con una sonrisa sincera.

No estuvieron solos ni un segundo hasta casi la una de la madrugada, cuando Stefany y Leo les dieron las buenas noches y se dirigieron a sus habitaciones de hotel (en el caso de Leo, en compañía de alguien que había conocido en la fiesta, por supuesto). En cuanto la puerta se cerró tras ellos, Zac miró a Vanessa y le dijo:

Zac: ¿Puedes creer que Layla Lawson subiera al escenario conmigo?

Ness: Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, no lo creería. Todavía no estoy muy segura de que haya pasado. -Se quitó las botas y se derrumbó en la cama-. ¡Layla Lawson! ¡Es increíble! ¿Qué demonios hacía en esa fiesta?

Zac: Ni idea, pero te diré que esa chica sabe actuar. ¿Te has fijado cómo se movía a tu lado, cómo se balanceaba y movía las caderas? Era electrizante. Actúa desde el instante en que tiene un micrófono en las manos. No puede evitarlo.

Alguien llamó a la puerta.

Zac miró a Vanessa, que se encogió de hombros. Fue a abrirla, y Leo entró en tromba, sin esperar a que lo invitaran. Vanessa estuvo a punto de reírse al verlo, porque llevaba la camisa desabotonada hasta el ombligo y tenía una mancha de algo sospechosamente parecido a pintalabios por la parte interior del cuello.

Leo: Oye -le dijo a Zac, sin pararse a saludar, ni disculparse por la interrupción-, ya sé que esto es muy de último minuto, pero Stefany acaba de decirme que te tiene programadas una serie de cosas para mañana, en Los Ángeles. Esa escena de Layla ha sido una puta genialidad; la gente todavía está alucinando. Salimos para el aeropuerto a las nueve, ¿de acuerdo?

Zac: ¿Mañana? -consiguió articular, que parecía tan sorprendido como Vanessa-.

Leo: A las nueve en punto, en el vestíbulo. Ya hemos reservado los billetes. Probablemente estarás de vuelta en Nueva York dentro de tres o cuatro días. ¡Has estado genial esta noche! Hasta mañana.

Ness: Bueno -dijo cuando la puerta se cerró de un golpe detrás de Leo-.

Zac: Bueno, supongo que mañana salgo para Los Ángeles.

Ness: Muy bien -dijo, porque no sabía qué otra cosa decir-.

Iba a tener que cancelar la cena programada para la noche siguiente con unos compañeros de universidad de Zac, que estaban de paso por la ciudad. Y Zac tampoco podría asistir a la gala de beneficencia del museo a la que Ashley los había invitado y de cuyo comité de organización formaba parte su amiga, aunque las entradas les habían costado un ojo de la cara.

Llamaron otra vez a la puerta.

Ness: ¿Ahora qué? -gruñó-.

Esta vez era Stefany, y estaba más animada de lo que Vanessa la había visto nunca. También ella entró en la habitación sin saludar y, sin levantar la mirada de su libreta encuadernada en piel, dijo:

Stef: Bueno, parece que la operación Lawson ha funcionado mejor de lo que esperábamos. Todo el mundo se ha fijado, absolutamente todo el mundo. -Zac y Vanessa se limitaron a mirarla sin decir palabra-. He recibido doscientas llamadas pidiendo entrevistas y fotos. Vanessa, estoy pensando en ofrecer un reportaje sobre ti, algo así como «¿Quién es la señora Efron?», así que tenlo en cuenta. Zac, tienes toda la semana que viene ocupada. Todo marcha a pedir de boca, los resultados son estupendos y, lo que es más importante, todos en Sony están encantados.

Zac: ¡Vaya! -exclamó-.

Ness: Genial -añadió con voz débil-.

Stef: Hay un montón de paparazzi rondando por el vestíbulo del hotel, así que preparaos para cuando os asalten mañana por la mañana. Puedo daros los nombres de algunas personas que os asesorarán sobre temas de privacidad y seguridad, todas muy competentes.

Ness: No creo que haga falta.

Stef: Sí, claro, ya me lo diréis, si os parece. Mientras tanto, os sugiero que empecéis a registraros con nombre falso en los hoteles y que tengáis mucho cuidado con lo que escribís en los mensajes de correo electrónico, sea quien sea el destinatario.

Zac: Hum, ¿de verdad es tan...?

Stefany interrumpió a Zac cerrando de un golpe la libreta. La reunión quedaba oficialmente clausurada.

Stef: Vanessa, Zac -dijo, articulando lentamente los nombres de ambos, con la clase de sonrisa que a Vanessa le daba escalofríos-, bienvenidos a la fiesta.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Capítulo 4 - Un brindis por las morenas guapas


Ness: Kaylie, cariño, no sé de qué otro modo decírtelo: no necesitas adelgazar. Mira las estadísticas, mira este gráfico. Eres absolutamente perfecta tal como eres.

Kaylie: Aquí nadie es como yo -dijo, bajando la vista, mientras hacía girar un mechón de lacio pelo castaño entre los dedos, con expresión ausente-.

Metódicamente lo enrollaba y lo soltaba, lo enrollaba y lo soltaba. Tenía la angustia pintada en el rostro.

Ness: ¿Qué quieres decir? -preguntó aunque sabía perfectamente lo que quería decir la niña-.

Kaylie: Pues que... nunca me había sentido gorda antes de venir aquí. En la escuela pública era normal, ¡y hasta un poco flaca! Pero entonces se acabó el curso y me matricularon en este otro sitio, que se supone que es fantástico y elegante, y de pronto resulta que soy obesa.

La voz de la niña se quebró en la última palabra y Vanessa tuvo que reprimirse para no darle un abrazo.

Ness: ¡No, cariño, no es cierto! Ven aquí, mira este gráfico. Cincuenta y siete kilos, para un metro y cincuenta y cuatro centímetros de altura está dentro del margen de lo sano.

Le enseñó el gráfico plastificado, donde se veía la amplia horquilla de los pesos saludables, pero Kaylie apenas le echó un vistazo.

Vanessa sabía que el gráfico era un pobre consuelo, al lado de las chicas asombrosamente delgadas que iban al noveno curso con Kaylie. La niña era una estudiante becada del Bronx, hija de un técnico de sistemas de aire acondicionado, que la había criado solo tras la muerte de la madre en un accidente de tráfico. Era evidente que el hombre lo estaba haciendo bien, a la vista de las excelentes calificaciones de la niña en la escuela primaria, de su éxito en el equipo de hockey sobre hierba y, según lo que le contaban a Vanessa los otros profesores, de su talento para tocar el violín, muy superior al de otras niñas de su edad. Sin embargo, ahí estaba su preciosa e inteligente pequeña, sumida en la angustia porque no era como las demás.

Kaylie se tironeó el dobladillo de la falda escocesa, que cubría unos muslos fuertes y musculosos, pero en ningún caso gordos, y dijo:

Kaylie: Supongo que tengo malos genes. Mi madre también tenía sobrepeso.

Ness: ¿La echas de menos? -preguntó, y Kaylie sólo pudo hacer un gesto afirmativo, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas-.

Kaylie: Siempre me decía que yo era perfecta tal como era, pero me pregunto qué diría si viera a las chicas de este colegio. Ellas sí que son perfectas. Su pelo es perfecto, su maquillaje es perfecto y sus cuerpos son perfectos, y aunque todas usamos exactamente el mismo uniforme, también es perfecta la manera que ellas tienen de llevarlo.

Era esa parte del trabajo, esa combinación de nutricionista y confidente, lo que Vanessa menos se había esperado del empleo y lo que cada día le gustaba más. En la universidad había aprendido que cualquiera que tuviera contacto regular con adolescentes y simplemente estuviera dispuesto a escuchar podía desempeñar un papel importante para los jóvenes, pero Vanessa no había comprendido verdaderamente lo que eso significaba hasta que había empezado a trabajar en Huntley.

Dedicó unos minutos más a explicarle a Kaylie que aunque no se lo pareciera, estaba dentro de los límites de un peso saludable. No era fácil demostrárselo, sobre todo porque el cuerpo atlético y musculoso de la niña era más achaparrado que el de la mayoría de sus compañeras, pero lo intentó. «¡Si pudiera hacer que pasaran en un abrir y cerrar de ojos los cuatro años de la secundaria y mandarla directamente a la universidad! -pensó Vanessa-. Entonces se daría cuenta de que ninguna de estas tonterías de noveno curso tiene importancia a la larga.»

Pero sabía por experiencia que eso era imposible. Ella también se había sentido incómoda durante toda la secundaria y los años en Cornell, por estar en el límite superior de la normalidad. Después, durante el curso de posgrado, se había impuesto una dieta rigurosa, con la que había adelgazado nueve kilos, pero no había podido mantenerse y en seguida había recuperado casi siete. Al cabo de los años, pese a la comida sana y a un programa regular de ejercicio, seguía instalada en el extremo máximo de lo que podía considerarse un peso saludable para su altura, y lo mismo que Kaylie, tenía una aguda conciencia de su peso. Se sintió hipócrita al insistir a la niña en que no se preocupara, cuando ella misma pensaba en aquello todos los días.

Ness: Es verdad que eres perfecta, Kaylie. Ya sé que no siempre lo parece, sobre todo cuando estás rodeada de chicas favorecidas en muchos sentidos, pero tienes que creerme cuando te digo que eres absolutamente preciosa. Harás amigas aquí y encontrarás chicas con las que conectarás y te sentirás a gusto. Y un buen día, antes de que te des cuenta, dejarás atrás las pruebas de admisión, el baile de graduación y el noviecillo tonto del colegio de al lado e ingresarás en una universidad fantástica donde todos serán perfectos, pero cada uno a su manera, a la manera que cada uno elija. Y te encantará. Te lo prometo.

En ese momento, sonó el teléfono de Vanessa, con el tono especial de música de piano que correspondía únicamente al número de Zac. Nunca la llamaba cuando estaba trabajando, porque sabía que no iba a poder atenderlo, e incluso reducía los mensajes al mínimo imprescindible. Vanessa se temió una mala noticia.

Ness: Discúlpame un minuto, Kaylie. -Hizo girar la silla y la alejó tanto como pudo para tener algo de intimidad en el pequeño despacho-. Hola. ¿Hay algún problema? Estoy con una paciente.

Zac: Vanessa, no vas a creértelo, pero...

Se interrumpió e hizo una profunda inspiración, como para dar dramatismo a la noticia.

Ness: Zac, de verdad, si no es urgente, te llamo luego y me lo cuentas.

Zac: Leo acaba de llamarme. Uno de los principales ojeadores de Jay Leno estuvo en la presentación, ¡y quiere que actúe en el programa!

Ness: ¡No!

Zac: ¡De verdad! El trato está completamente cerrado: la semana que viene, el jueves por la noche, aunque la grabación es a las cinco de la tarde. Seré el número musical del programa, probablemente después de las entrevistas. ¿Te lo puedes creer?

Ness: ¡Dios mío!

Zac: Di alguna otra cosa, anda.

Vanessa olvidó por un momento dónde estaba.

Ness: No me lo creo. Bueno, sí, claro que me lo creo, ¡pero es tan increíble! -Oyó las carcajadas de Zac y pensó cuánto tiempo hacía que no lo oía reír-. ¿A qué hora vuelves a casa? Tenemos que celebrarlo. Se me ocurre una cosa...

Zac: ¿Tiene algo que ver con aquella cosilla de encaje que me gusta tanto?

Vanessa le sonrió al teléfono.

Ness: Estaba pensando más bien en la botella de Dom Pérignon que nos regalaron y que nunca encontramos la ocasión de abrir.

Zac: Encajes. Esta noche merece champán y encajes. ¿En casa a las ocho? Yo prepararé la cena.

Ness: No hace falta que te ocupes de la cena. Ya compraré algo yo. ¡O podemos salir a cenar! ¿Qué te parece si salimos y lo celebramos por todo lo alto?

Zac: Deja que yo me ocupe de todo. ¿Me dejarás? Tengo una idea.

Vanessa sintió que el corazón se le salía del pecho. Quizá a partir de ese momento Zac podría pasar menos tiempo en el estudio y más en casa. Volvió a experimentar la familiar sensación de entusiasmo y animado nerviosismo de los primeros tiempos de su matrimonio, antes de que todo se volviera rutinario.

Ness: ¡Claro que sí! Nos vemos a las ocho. Y otra cosa, Zac: ¡me muero de ganas de verte!

Cuando colgó, pasaron por lo menos cinco minutos antes de que recordara dónde estaba.

Kaylie: ¡Vaya! Parece que eso iba en serio -dijo con una sonrisa-. Tenemos cita importante esta noche, ¿eh?

A Vanessa nunca dejaba de sorprenderla lo muy niñas que seguían siendo las chicas del colegio, pese a su confiada manera de contestar a los mayores y a su inquietante familiaridad con todo, desde las dietas radicales hasta las mejores técnicas para practicar una felación. (Vanessa había encontrado una completa lista de consejos en una libreta olvidada por una de las niñas en su despacho. Era tan detallada, que había considerado la posibilidad de tomar unas cuantas notas, antes de darse cuenta de que aceptar consejos en materia de sexo de una niña de secundaria era espantoso en demasiados sentidos).

Ness: Una cita importante, ¡con mi marido! -le aclaró, intentando salvar al menos un poco de profesionalidad-. Siento mucho la interrupción. Ahora, volviendo a lo que...

Kaylie: Parecía muy emocionante -insistió, que por un momento dejó de juguetear con el pelo para mordisquearse la uña del dedo índice derecho-. ¿Qué ha pasado?

Vanessa se alegró tanto de verla sonreír que se lo contó:

Ness: Sí, en realidad es bastante emocionante. Mi marido es músico y acaban de llamarlo del programa de Jay Leno, para que actúe una de estas noches.

Vanessa sintió que la voz se le inflamaba de orgullo, y aunque sabía que era poco profesional e incluso un poco tonto contar la noticia a una paciente adolescente, estaba demasiado contenta para que eso le importara.

De pronto, Kaylie fijó en ella toda su atención.

Kaylie: ¿Va a actuar en el programa de Jay Leno? -Vanessa asintió y se puso a acomodar unos papeles en la mesa, en un infructuoso intento de disimular su orgullo-. ¡Qué de puta madre! ¡Es lo más superguay que he oído en mi vida! -exclamó la niña, agitando la coleta como para subrayar sus palabras-.

Ness: ¡Kaylie!

Kaylie: ¡Lo siento, pero es verdad! ¿Cómo se llama y cuándo saldrá por la tele?

Ness: El martes por la noche. Se llama Zac Efron.

Kaylie: ¡Qué de pu...! ¡Qué guay! Enhorabuena, señora Efron. Su marido debe de ser muy bueno, para que Leno lo llame. Irá con él a Los Ángeles, ¿no?

Ness: ¿Qué? -se sorprendió-.

No había tenido ni un segundo para pensar en los aspectos logísticos, pero Zac tampoco los había mencionado.

Kaylie: ¿No se graba en Los Ángeles el programa de Jay Leno? Tendrá que ir con él, ¿no?

Ness: Claro que iré con él -replicó automáticamente, aunque de pronto sintió angustia en la boca del estómago y tuvo la sensación de que si Zac había omitido invitarla, no había sido porque se le olvidara hacerlo en medio del entusiasmo-.

Aún le faltaban otros diez minutos con Kaylie y después una hora entera con una chica del equipo de gimnasia de Huntley, víctima de una crisis de autoestima, por la obligación que le imponía la entrenadora de pesarse a la vista de todas; pero sabía que no iba a poder concentrarse ni un segundo más. Convencida de que ya había actuado de forma inadecuada al revelar demasiado de sí misma y hablar de su vida personal durante una sesión de trabajo, se volvió hacia Kaylie.

Ness: Lo siento mucho, cariño, pero esta tarde voy a tener que abreviar la sesión. Volveré el viernes y le enviaré una nota a tu profesor de la sexta hora, para decirle que no hemos podido terminar hoy y que nos permita programar otra sesión completa para ese día. ¿Te parece bien?

Kaylie asintió.

Kaylie: ¡Claro que sí! ¡Es una gran noticia para usted! Dele mi enhorabuena a su marido, ¿vale?

Vanessa le sonrió.

Ness: Gracias, se la daré. Y una cosa más, Kaylie. Seguiremos hablando. No puedo apoyar tu intención de adelgazar, pero me encantará aconsejarte sobre la manera de comer más sano. ¿Te parece bien?

Kaylie asintió y Vanessa creyó incluso percibir una leve sonrisa en la cara de la niña cuando salió de su despacho. Aunque su paciente no parecía molesta porque le hubiera acortado la sesión, Vanessa se sentía muy culpable. No era fácil conseguir que las chicas se abrieran y realmente tenía la impresión de empezar a conseguir algo positivo con Kaylie. Tras prometerse que el jueves compensaría a todo el mundo, envió un rápido correo electrónico a Ronda, la directora del colegio, alegando una repentina indisposición, guardó todas sus cosas en una bolsa de lona y se montó directamente en el asiento trasero de un taxi que encontró desocupado. ¡Si el programa de Jay Leno no era razón suficiente para hacer un gasto, nada lo sería!

Aunque era hora punta, el cruce del parque por la calle Ochenta y Seis no estaba imposible y el tráfico por la autovía del West Side se movía a unos vertiginosos treinta kilómetros por hora (una fluidez soñada para aquella hora del día), por lo que Vanessa tuvo la alegría de llegar a su casa antes de las seis y media. Se agachó, dejó que Cookie le lamiera la cara durante unos minutos y después, suavemente, reemplazó su mejilla por un nervio de tono retorcido y oloroso, su golosina preferida. Tras servirse una copa de pinot gris de una botella abierta que tenía en el frigorífico y de beber un trago largo y profundo, empezó a juguetear con la idea de contar la noticia de Zac en su muro de Facebook, pero rápidamente la desechó; no quería hacer ningún anuncio sin que él le diera antes su aprobación.

La primera actualización en su página de inicio era -para su desagrado- de Leo, que al parecer acababa de vincular su cuenta de Twitter con la de Facebook, y aunque habitualmente no tenía nada interesante que contar, estaba aprovechando la función de actualización en tiempo real.

Leo Moretti
Un supermotivado Zac Efron destrozará el escenario de Leno el martes próximo. ¡Los Ángeles, allá vamos!

Con sólo ver el nombre de su marido en la actualización, Vanessa sintió mareos, lo mismo que al leer lo que decía: que, efectivamente, Zac estaba planeando un viaje a Los Ángeles, que Leo iba a viajar con él y que Vanessa era la única que aún no había recibido una invitación.

Se dio una ducha, se depiló, se cepilló los dientes, se los limpió con seda dental y se secó con una toalla. ¿Sería extravagante suponer que ella también acompañaría a Zac para la grabación del programa? No sabía si Zac la quería a su lado, para apoyarlo, o si consideraba que aquél era un viaje de negocios y que debía viajar con su representante y no con su mujer.

Mientras se aplicaba en las piernas recién depiladas una crema hidratante sin perfume aprobada por Zac (su marido no podía soportar el olor de los productos perfumados), Vanessa vio que Cookie la estaba observando.

Ness: ¿Se ha equivocado papi al contratar a Leo? -le preguntó con voz aguda. Cookie levantó la cabeza del esponjoso felpudo del baño que siempre le dejaba el pelo oliendo a moho, movió la cola y ladró-. ¿Eso es un no? -Volvió a ladrar-. ¿O un sí? -Otro ladrido-. Gracias por expresar tu opinión, Cookie. La tendré muy en cuenta.

El perro la recompensó con un lametazo en el tobillo y volvió a echarse en el felpudo.

Un rápido vistazo al reloj de pared reveló que eran las ocho menos diez, por lo que después de tomarse un minuto para prepararse mentalmente, sacó una arrugada prenda negra del fondo del cajón donde guardaba la lencería. Se la había puesto por última vez hacía un año, cuando había acusado a Zac de haber perdido interés por el sexo y él había ido directo a ese cajón, la había sacado y había dicho algo así como: «Es un crimen tener guardado algo así y no ponérselo». De inmediato se había aliviado la tensión. Vanessa recordaba que se había puesto el body de encaje y había empezado a bailar por todo el dormitorio con exagerados movimientos de stripper, mientras Zac gritaba y aullaba a su alrededor.

En algún momento, aquel body negro había pasado a simbolizar su vida sexual. Se lo había comprado durante su primer o segundo año de matrimonio, después de una conversación en la que Zac le había confesado, como si fuera un secreto vergonzoso y escandaloso, que le gustaban las mujeres con lencería negra y ceñida... y que quizá no le hacían tanta gracia los pantaloncitos masculinos de colores y las camisetas de rayas que Vanessa se ponía todas las noches para meterse en la cama y que a ella quizá le parecieran sensuales por su estilo adolescente. Aunque en esa época no podía permitírselo, Vanessa se había puesto de inmediato en campaña para comprar ropa interior y había adquirido un camisón negro de punto con tirantes finos, de Bloomingdale's; otro con volantes de estilo babydoll, de Victoria's Secret, y otro de algodón, con un cartel sobre el pecho que ponía «dormilona jugosa». Los tres, uno tras otro, habían recibido una tibia acogida por parte de Zac, que se había limitado a comentar algo así como «muy bonito», antes de volver a enfrascarse en la lectura de su revista. Cuando ni siquiera el babydoll despertó en él un mínimo de interés, Vanessa llamó a Ashley a primera hora de la mañana.

Ash: Procura tener libre el sábado por la tarde -le había dicho su amiga-, porque nos vamos de compras.

Ness: Ya fui de compras y gasté una fortuna -gimió, mientras pasaba de uno en uno los tickets de caja, como si fueran los naipes de una baraja tóxica-.

Ash: Vamos a ver. ¿Tu marido te pide que te pongas lencería negra sexy y tú vuelves a casa con un camisón que pone delante «dormilona jugosa»? ¿Estás de broma?

Ness: ¿Por qué? No pidió nada concreto. Sólo dijo que prefería el negro a los colores alegres. Todo lo que he comprado es negro, corto y ceñido. Y «jugosa» está escrito con brillantitos. ¿Qué tiene de malo?

Ash: No tiene nada de malo... si acabas de llegar a la universidad y quieres estar monísima cuando vayas a pasar la noche por primera vez en el dormitorio de la fraternidad. Te guste o no, ahora sois mayores, y lo que Zac está intentando decirte es que quiere verte vestida de mujer y no de niña. ¡Quiere verte guapa, sexy y muy mujer!

Vanessa suspiró.

Ness: De acuerdo, de acuerdo. Me pongo en tus manos. ¿A qué hora, el sábado?

Ash: A las doce del mediodía, en la esquina de Spring & Mercer. Iremos a Kiki de Montparnasse, La Perla y Agent Provocateur. En menos de una hora, tendrás exactamente lo que necesitas. Nos vemos entonces.

Aunque Vanessa había pasado la semana entera esperando ansiosa el día de las compras, la expedición resultó un completo fracaso. Desde la gloria de su sueldo y sus comisiones en la banca de negocios, Ashley no le había avisado que cuanto menos material contenía una prenda de lencería, mayor era su precio. Vanessa quedó atónita al descubrir que el traje de sirvienta francesa que enloquecía a Ashley en Kiki costaba nada menos que seiscientos cincuenta dólares, y un simple camisón negro no muy distinto del que ella misma había comprado en Bloomingdale's, trescientos setenta y cinco. ¿Qué iba a hacer ella, ¡una estudiante de posgrado!, si unas braguitas negras de encaje costaban ciento quince dólares, y veinte dólares más si las quería con una abertura en la entrepierna? Después de ver dos o tres tiendas, le dijo a Ashley con firmeza que le agradecía su ayuda, pero que no pensaba comprar nada aquella tarde. Sólo la semana siguiente, mientras estaba en la sala más reservada de Ricky's, la tienda de artículos de fiesta y de belleza, comprando tonterías para la despedida de soltera de otra amiga, encontró casualmente la solución.

Allí, en unos expositores que iban del suelo al techo, entre vibradores y platos de papel con dibujos de penes, había una pared entera de «trajes de fantasía», cada uno en su envoltorio individual. Venían en paquetes planos, parecidos a sobres, que le recordaron la presentación habitual de las medias; pero las imágenes del anverso eran de mujeres muy guapas, vestidas para encarnar todo tipo de fantasías sexuales: sirvienta francesa, escolar, oficial de bomberos, reclusa, cheerleader y vaquera, así como una gran variedad de trajes sin un tema específico, todos ellos cortos, ceñidos y negros. Lo mejor de todo era que el más caro no pasaba de cuarenta dólares y la mayoría costaba menos de veinticinco. Había empezado a estudiar las figuras, intentando adivinar cuál le gustaría más a Zac, cuando un dependiente con el pelo teñido de azul y delineador en los ojos echó a un lado la cortina de cuentas y fue directo hacia ella.

Dependiente: ¿Puedo ayudarte en algo? -Vanessa desvió rápidamente la mirada hacia un montón de cañitas para refresco con forma de pene y negó con la cabeza-. Si quieres, puedo asesorarte -insistió con un leve seseo-. Sobre los trajes, los juguetes, lo que quieras... ¿Quieres saber cuáles se venden más?

Ness: No, gracias. Sólo estoy comprando un par de cosas graciosas para una despedida de soltera -se apresuró a decir, enfadada consigo misma por sonrojarse-.

Dependiente: Ajá. Bueno, si quieres algo, no tienes más que decirlo.

El dependiente regresó a la zona principal de la tienda, mientras Vanessa pasaba de inmediato a la acción. Como sabía que perdería los nervios si volvía el dependiente (o si cualquier otra persona entraba en la zona de los juguetes sexuales), cogió el primer traje sin un tema específico que encontró y lo metió en la cesta. Corrió prácticamente hasta la caja y, por el camino, metió en la cesta un frasco de champú, un paquete de Kleenex y varios recambios para la maquinilla de afeitar, con el único propósito de distraer a la cajera. Sólo cuando estuvo en el metro de vuelta a casa, sentada al fondo del vagón y milagrosamente aislada del resto de los pasajeros, se atrevió a echar un vistazo dentro de la bolsa.

La ilustración del envoltorio presentaba a una morena no muy diferente de Vanessa (salvo las piernas de un kilómetro de largo), con un body de encaje de cuerpo completo, de cuello alto y manga larga. La mujer de la foto arqueaba provocativamente las caderas y miraba con descaro a la cámara; pero a pesar de la pose, lograba parecer «sexy» y «segura de sí misma», además de «fresca» y «un poco puta».

Creo que puedo interpretar ese papel -se dijo Vanessa para sus adentros-, y esa misma noche, cuando salió del baño vestida con el body y unos taconazos, Zac casi se cae de la cama-.

Desde entonces, había vuelto a ponerse el famoso body para varios cumpleaños de Zac, para sus aniversarios y a veces en vacaciones, cuando hacía calor; pero últimamente, como todos los recuerdos de su vida sexual antes de aquellos tiempos de actividad extenuante, lo había relegado al fondo del cajón. Mientras se subía la vaporosa prenda por las piernas y acomodaba dentro primero las caderas y después los brazos, supo que era lo adecuado para expresar el mensaje que quería transmitir: «Estoy muy orgullosa de ti por lo que has conseguido. Ahora ven aquí, para que te lo demuestre». Le daba igual que al ser de talla única se le clavara un poco en los muslos y que le hiciera un efecto extraño en los brazos; aun así, se sentía sexy. Acababa de soltarse el pelo y de tumbarse sobre el cubrecama, cuando sonó el teléfono fijo. Convencida de que debía de ser Zac para decir que ya iba para casa, Vanessa contestó al primer timbrazo.

MV: ¿Ness? ¿Cielo? ¿Me oyes? -sonó la voz de su madre por el auricular-.

Vanessa hizo una profunda inspiración; ¿cómo se las apañaría para llamar siempre en los momentos más inoportunos?

Ness: Te oigo, sí. Hola, mamá.

MV: ¡Bien! Esperaba encontrarte. Oye, necesito que mires tu calendario y me digas si estarás libre para una fecha. Ya sé que no te gusta hacer planes con mucha antelación, pero estoy tratando de preparar algunas cosas para...

Ness: ¡Mamá! Siento interrumpirte, pero no es buen momento. Estoy esperando a Zac y voy con retraso -mintió-.

MV: ¿Vais a celebrarlo? ¡Qué noticia tan fabulosa! ¡Debéis de estar encantados!

Vanessa abrió la boca para decir algo, pero luego recordó que todavía no le había contado a su madre la buena noticia de Zac.

Ness: ¿Cómo lo has sabido?

MV: Por Will, cielo. Vio una actualización en la página de fans de Zac, ¿es así como se llama?. Preferiría decir que mi hija me llamó para contármelo por iniciativa propia, pero por suerte Will se acordó de su madre.

Ness: ¡Ah, sí, Facebook! Casi se me olvida. Y sí, mamá, estamos muy contentos.

MV: Dime, ¿cómo vais a celebrarlo esta noche? ¿Quizá vais a salir a cenar?

Vanessa se miró el cuerpo enfundado en encaje, y en ese momento, como para subrayar la ridiculez de estar hablando con su madre mientras llevaba puesto un body con un agujero en la entrepierna, uno de sus pezones asomó entre el calado de la tela.

Ness: Hum... Creo que Zac traerá la cena. Tenemos una botella de champán bueno, así que supongo que nos la beberemos.

MV: Buen plan. Dale un beso de mi parte. Y en cuanto tengas un segundo, me gustaría que me dijeras una fecha para...

Ness: Perfecto, mamá, de acuerdo. Mañana te llamo.

MV: Será sólo un segundo.

Ness: Mamá...

MV: Muy bien. Llámame mañana. Un beso, Nessi.

Ness: Un beso, mamá.

Nada más colgar el teléfono, oyó que la puerta se abría.

Sabía que Zac se quitaría el abrigo y saludaría a Cookie, lo que significaba que tenía el tiempo justo para quitar el precinto de la botella de champán y retirarle el morrión de alambre. Se había acordado de llevar al dormitorio dos copas alargadas, que había puesto junto a la cama, antes de tumbarse en postura felina sobre el cobertor. Su nerviosismo no duró más de un segundo, hasta que Zac abrió la puerta.

Zac: ¡Adivina quién va a alojarse en el Chateau Marmont!

Ness: ¿Quién? -preguntó, incorporándose en la cama, olvidando por un momento su atuendo-.

Zac: ¡Yo! -dijo, y al instante, Vanessa sintió que una oleada de angustia la recorría-.

Ness: No es posible -consiguió articular, casi sin aliento-.

Zac: ¡Sí, claro que sí! ¡En una suite! Y vendrá a recogerme una limusina, que me llevará al estudio de la NBC donde se graba el programa de Leno.

Vanessa se esforzó por concentrarse en la buena noticia de Zac y recordar que no tenía nada que ver con ella.

Ness: ¡Oh, Zac, es increíble! Ese hotel aparece constantemente en todas las revistas: Last Night, US Weekly, ¡todas! Kate Hudson dio una fiesta hace poco en los bungalows. Jennifer López y Mark Anthony se encontraron accidentalmente con Ben Affleck en la piscina y dicen que Mark perdió los papeles. ¡Si fue allí donde Belushi murió de sobredosis, por Dios santo! ¡Es un lugar absolutamente legendario!

Zac: ¿Y a que no adivinas qué más? -preguntó, al tiempo que se sentaba en la cama, a su lado, y le acariciaba uno de los muslos cubiertos de encaje-.

Ness: ¿Qué?

Zac: El bellezón que tengo por mujer se viene conmigo, siempre que prometa llevarse en la maleta este body de encaje -dijo, inclinándose para besarla-.

Ness: ¡Para! -chilló-.

Zac: Sólo si ella quiere, claro está.

Ness: ¿Es broma?

Zac: Nada de eso. Acabo de hablar con Stefany, mi nueva «encargada de relaciones públicas». -Arqueó una ceja y le sonrió-. Me dijo que no hay problema, si pagamos nosotros tu billete de avión. Leo prefería que viajara yo solo, para que no tuviera distracciones, pero le dije que no puedo hacer algo tan importante sin tenerte a ti a mi lado. ¿Qué me contestas?

Vanessa decidió no prestar atención a la parte de Leo.

Ness: ¡Que me parece increíblemente fantástico! -exclamó, mientras le rodeaba el cuello con sus brazos-. ¡Que no veo la hora de hacerte arrumacos en el bar del hotel y de pasarnos la noche de fiesta en los bungalows!

Zac: ¿Será así de verdad? -preguntó, empujándola sobre las almohadas y tendiéndose encima de ella, todavía completamente vestido-.

Ness: ¡Claro que sí! Por lo que he leído, podemos esperarnos piscinas llenas de champán, montañas de cocaína, más famosos engañando a sus parejas que en un burdel de lujo y suficiente material para llenar diez revistas de cotilleos en una hora. ¡Ah, y también orgías! Nunca he leído nada de eso, pero seguro que las montan. ¡En medio del restaurante, probablemente!


Cookie
dio un salto en la cama, levantó la barbilla y se puso a aullar.

Zac: ¿A que te he impresionado, Cookie? -preguntó, mientras le besaba el cuello a Vanessa. Cookie le respondió con un aullido y Vanessa se echó a reír. Zac metió el dedo en la copa de champán, lo apoyó en los labios de Vanessa y volvió a besarla-. ¿Qué te parece si practicamos un poco?

Vanessa le devolvió el beso y le quitó la camisa, mientras sentía que se le inflamaba el corazón por las posibilidades que se abrían ante ellos.

Ness: Creo que es la mejor idea que he oído en mucho, muchísimo tiempo.


Camarero: ¿Le sirvo otra Coca-Cola Light? -preguntó el camarero vestido con bermudas, junto a la tumbona de Vanessa, tapándole el sol-.

Al sol se estaba bastante bien, y aunque veintipocos grados no eran una temperatura para ponerse el biquini, era evidente que los otros huéspedes del hotel que habían bajado a la piscina no pensaban lo mismo.
Contempló la media docena de personas que bebían cócteles de aspecto delicioso alrededor de la piscina y, recordando que pese a ser la tarde de un martes, ella estaba más o menos de vacaciones, respondió:

Ness: Prefiero un Bloody Mary, gracias. Con mucha pimienta y dos troncos de apio.

Una chica alta y esbelta, que a juzgar por su sorprendente figura tenía que ser modelo, se metió con elegancia en el agua. Vanessa la observó mientras nadaba de lado, en una especie de gracioso estilo perrito, con mucho cuidado para no mojarse el pelo. Después, la desconocida llamó en español a su acompañante. Sin levantar la vista del ordenador portátil, el hombre le contestó en francés. La chica hizo un gesto, el hombre gruñó y, antes de que pasaran treinta segundos, le llevó hasta el borde de la piscina sus enormes gafas Chanel. Vanessa habría podido jurar que la chica se lo agradeció en ruso.

Sonó el móvil.

Ness: ¿Sí? -dijo en voz baja, aunque nadie parecía prestarle atención-.

PV: ¿Nessi? ¿Cómo va todo por ahí?

Ness: Hola, papá. No voy a mentirte. ¡Esto es fabuloso!

PV: ¿Ya ha tocado Zac?

Ness: Acaba de marcharse con Leo; supongo que pronto llegarán a Burbank. No creo que la grabación empiece antes de las cinco o las cinco y media. Por lo que he oído, la tarde será bastante larga, así que los estoy esperando en el hotel.

El camarero volvió con su Bloody Mary, en un vaso tan alto y delgado como las mujeres que había visto hasta ese momento en Los Ángeles. Lo depositó en la mesita junto a su tumbona y dejó también un plato con cosas para picar separadas en tres compartimentos: aceitunas, frutos secos variados y chips de hortalizas asadas. Vanessa le habría dado un beso.

PV: ¿Cómo es el hotel? Bastante lujoso, imagino.

Vanessa bebió un sorbito primero y después dio un buen trago. «¡Mmm, qué bueno!».

Ness: Sí, bastante. Deberías ver a la gente sentada alrededor de la piscina. Todos son guapísimos.

PV: ¿Sabes que Jim Morrison intentó saltar del techo de ese hotel? ¿Y que los miembros de Led Zeppelin atravesaron el vestíbulo montados en moto? Por lo que he leído, es el lugar perfecto para los músicos con peor comportamiento.

Ness: ¿De dónde sacas la información, papá? -rió-. ¿De Google?

PV: ¡Por favor, Vanessa! Me insultas si crees que...

Ness: ¿De la Wikipedia?

Se hizo un silencio.

PV: Quizá.

Hablaron unos minutos más, mientras Vanessa contemplaba a la preciosa criatura de la piscina, que se puso a chillar como una niña cuando su novio saltó al agua e intentó salpicarla. Su padre quería contarle todos los detalles de la nada sorpresiva fiesta sorpresa que Natalie le estaba preparando desde hacía meses para su cumpleaños, ya que al parecer estaba empeñada en celebrar sus sesenta y cinco años, por ser además la edad de su jubilación, pero Vanessa no conseguía prestarle atención. Después de todo, la niña-mujer acababa de salir del agua y evidentemente Vanessa no era la única que había notado que su biquini blanco se volvía del todo transparente cuando estaba mojado. Se echó un vistazo a la sudadera de felpa y se preguntó qué tendría que hacer para estar alguna vez así de guapa en biquini, aunque sólo fuera durante una hora. Metió para dentro la barriga y siguió mirando.

El segundo Bloody Mary le entró con tanta facilidad como el primero, y pronto estuvo tan achispada y feliz que casi no reconoció a Benicio del Toro cuando salió de un bungalow junto a la piscina y se dejó caer en una tumbona justo delante de ella. Por desgracia, no se quitó los vaqueros ni la camiseta, pero Vanessa se conformó con mirarlo todo lo que quiso detrás de las gafas de sol. El área de la piscina en sí misma no tenía nada de particular (Vanessa las había visto mucho más espectaculares en casas normales de gente acomodada), pero tenía un encanto sobrio y tranquilo que resultaba difícil de describir. Aunque estaba a sólo cien o doscientos metros de Sunset Boulevard, el lugar parecía escondido, como si fuera un claro abierto en una enmarañada jungla de árboles gigantes, rodeado por los cuatro costados de plantas en tiestos inmensos y sombrillas de rayas blancas y negras.

Habría podido pasar toda la tarde junto a la piscina, bebiendo Bloody Marys; pero cuando el sol bajó un poco y el aire se volvió más fresco, recogió el libro y el iPod y se encaminó a su habitación. Una vuelta rápida por el vestíbulo, mientras se dirigía al ascensor, le permitió descubrir a una LeAnn Rimes en vaqueros, que tomaba una copa con una elegante mujer mayor. Vanessa tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sacar la BlackBerry y mandarle una foto a Ashley.

Cuando llegó a su habitación (una suite de un dormitorio en el edificio principal, con maravillosas vistas de las colinas), se llevó la agradable sorpresa de encontrar una enorme cesta, con una tarjeta que decía: «¡Bienvenido, Zac! Tus amigos de Sony». Dentro de la cesta había una botella de Veuve Clicquot y otra de tequila Patrón, una caja de diminutas trufas de chocolate pintadas de colores, una selección de barritas energéticas, botellas de Vitaminwater como para abastecer a una tienda y una docena de cupcakes de Sprinkles. Hizo una foto de la cesta sobre la mesa de la salita, se la envió a Zac con el mensaje «¡Se ve que te quieren!», y en seguida pasó al ataque y devoró una cupcake en menos de diez segundos.

Al cabo de un rato, la despertó el teléfono de la habitación.

Zac: ¿Vanessa? ¿Estás viva? -sonó su voz por el aparato inalámbrico-.

Ness: Estoy viva -consiguió articular, mientras miraba a su alrededor para situarse y se sorprendía al descubrir que estaba entre las sábanas, en ropa interior y con la habitación a oscuras. Había migas de cupcake dispersas por la almohada-.

Zac: Llevo por lo menos media hora llamándote al móvil. ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

Vanessa se sentó de golpe en la cama y miró el reloj: las siete y media. ¡Había dormido casi tres horas!

Ness: Ha debido de ser el segundo Bloody Mary -masculló para sus adentros, pero Zac la oyó y se echó a reír-.

Zac: ¿Te dejo sola una tarde y te emborrachas?

Ness: ¡No ha sido eso! Pero dime, ¿cómo ha ido la grabación? ¿Ha salido bien?

En la breve pausa que siguió, Vanessa vio en un destello mental todas las cosas que potencialmente habían podido fallar, pero Zac volvió a reír. O quizá fue algo más que una risa. Parecía borracho de felicidad.

Zac: ¡Ness, ha sido increíble! ¡Clavé la actuación! ¡Absolutamente! ¡Y los músicos que me acompañaron lo hicieron mucho mejor de lo que esperaba, a pesar de que habían ensayado muy poco! -Sobre el fondo de otras voces que se oían en el coche, Zac bajó la suya hasta convertirla en un susurro-. Jay vino hacia mí cuando terminó la canción, me pasó un brazo por los hombros, me señaló la cámara y dijo que había estado maravilloso y que no le importaría que volviera todas las noches.

Ness: ¿De verdad?

Zac: ¡En serio! El público aplaudió muchísimo y después, cuando terminó la grabación y nos encontramos detrás del plató, ¡Jay incluso me dio las gracias y me dijo que estaba ansioso por escuchar el álbum completo!

Ness: Zac, ¡eso es fantástico! ¡Enhorabuena! ¡Esto es muy grande!

Zac: Ya lo sé. Ahora estoy tranquilo. Escucha, llegaremos al hotel dentro de unos veinte minutos. ¿Qué te parece si nos encontramos en el patio para tomar una copa?

La sola idea de beber más alcohol hizo que le doliera aún más la cabeza (¿cuándo había sido la última vez que tuvo resaca a la hora de la cena?); aun así, consiguió sentarse con la espalda erguida.

Ness: Tengo que cambiarme. Bajaré a encontrarme contigo en cuanto esté lista -dijo, pero Zac ya había colgado-.

No le fue fácil salir de entre las sábanas suaves y tibias, pero tres ibuprofenos y unos minutos bajo la ducha de efecto lluvia la hicieron sentirse mucho mejor. Se puso rápidamente unos pantalones pitillo que eran casi unos leggings, una blusa de seda sin mangas y un blazer; pero cuando se fijó un poco mejor, notó que los pantalones le hacían un trasero horroroso. Ya le había costado ponérselos, pero quitárselos fue un infierno. Estuvo a punto de darse un rodillazo en la cara, tratando de arrancárselos dolorosamente de las piernas, centímetro a centímetro. Por mucho que ondulara la barriga y agitara las piernas, los malditos pantalones apenas se movían. ¿A que la señorita Biquini Blanco nunca tenía que sufrir semejante indignidad? Al final, arrojó los pantalones al otro extremo de la habitación, disgustada. Lo único que quedaba en la maleta era un vestido de verano. Hacía demasiado frío para ponérselo, pero tendría que apañarse con él, combinado con el blazer, un foulard de algodón y unas botas planas.

Ness: No está del todo mal -se dijo, mientras se miraba por última vez al espejo-.

El pelo se le había secado prácticamente por sí solo e incluso ella misma tuvo que admitir que tenía un aspecto fantástico, sobre todo para el poco trabajo que le exigía. Se puso un poco de rímel y unos toques del colorete líquido brillante que Ashley le había puesto en las manos unas semanas antes, insistiéndole educadamente en que lo usara. Agarró el móvil y el bolso, y salió corriendo. Se puso el brillo de labios en el ascensor y se remangó el blazer mientras atravesaba el vestíbulo. Le dio al pelo una sacudida final y se sintió realmente fresca y bonita cuando al fin vio a Zac rodeado de una comitiva en una de las mesas centrales del patio.

Zac: ¡Vanessa! -gritó, mientras se ponía en pie y agitaba un brazo-.

Ella distinguió su sonrisa a quince metros de distancia y, corriendo hacia él, olvidó hasta el último gramo de timidez.

Ness: ¡Enhorabuena! -exclamó, echándole los brazos al cuello-.

Zac: Gracias, nena -le murmuró al oído, y después, un poco más fuerte-. Ven a saludar. Creo que todavía no conoces a todos.

Ness: ¡Hola! -canturreó, saludando a toda la mesa con un vago movimiento de la mano-. Yo soy Vanessa.

El grupo estaba reunido en torno a una sencilla mesa de madera, instalada al abrigo casi privado de varios árboles en flor. En el patio lleno de plantas exuberantes, había pequeñas áreas para sentarse y en todas ellas había gente bronceada que charlaba y reía, pero aun así el ambiente general resultaba tranquilo y distendido. Pequeñas antorchas ardían en la oscuridad y unos cirios diminutos dulcificaban en las mesas las facciones de todos. Los vasos de cóctel tintineaban y una música suave salía de los altavoces escondidos entre los árboles. Haciendo un esfuerzo, incluso se podía distinguir, a lo lejos, el ruido blanco constante del tráfico por Sunset Boulevard. Aunque nunca había estado en la Toscana, Vanessa imaginó que así debía de ser exactamente un restaurante rural en pleno Chianti.

Vanessa sintió la mano de Zac en la espalda, que la empujaba suavemente hacia la silla que acababa de separar de la mesa. Perdida en la mágica visión del patio con su iluminación nocturna, había estado a punto de olvidar para qué había bajado. Tras un rápido vistazo a su alrededor, reconoció a Leo, que asombrosamente parecía irritado; a una mujer de treinta y tantos años (o quizá de cuarenta y tantos con bótox muy bien aplicado), de preciosa piel morena y melena negra como ala de cuervo, que debía de ser Stefany, la nueva relaciones públicas de Zac, y a un tipo cuya cara le resultaba familiar pero que al principio no consiguió situar.

«¡Oh, Dios mío! ¡No es posible!».

Zac: Ya conoces a Leo -estaba diciendo, mientras Leo la saludaba con una sonrisita de suficiencia-. Y aquí tienes a la adorable Stefany. Todos me habían dicho que era la mejor, pero ahora puedo confirmarlo sin lugar a dudas.

Stefany sonrió y le tendió la mano a Vanessa por encima de la mesa.

Stef: Un placer -dijo en tono cortante, aunque su sonrisa parecía sincera-.

Ness: He oído hablar mucho de ti -dijo, mientras le estrechaba la mano e intentaba concentrarse en Stefany, para no prestar excesiva atención al cuarto ocupante de la mesa-. Es cierto. Cuando Zac supo que ibas a trabajar con él, volvió a casa muy entusiasmado y me comentó: «Todos dicen que es la mejor».

Stef: ¡Oh, qué amable! -respondió, agitando la mano como para no dar importancia a los elogios-. Pero él me facilita mucho las cosas. Hoy se ha portado como un auténtico profesional.

Zac: ¡Basta ya, vosotras dos! -dijo, pero Vanessa adivinó en seguida que estaba muy contento-. Mira, Vanessa. También quiero presentarte a Jon. Jon, ésta es mi mujer, Vanessa.

«¡Cielo santo!».

Era él. Vanessa no sabía cómo ni por qué, pero allí, sentado a la mesa de su marido, con una cerveza en la mano y aspecto relajado, estaba Jon Bon Jovi. ¿Qué debía decir ella? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Dónde demonios estaba Ashley cuando más la necesitaba? Vanessa se estrujó los sesos. Mientras no dijera algo espantoso, como «Soy tu fan número uno», o «Te admiro y respeto por estar casado con la misma mujer desde hace un montón años», probablemente saldría bien parada, pero sentarse a tomar una copa con una superestrella del rock no era algo que hiciera todos los días.

Jon: Hola -dijo, saludando a Vanessa con una inclinación de la cabeza-. Ese color de pelo es fantástico y tiene algo de maléfico. ¿Es auténtico?

La mano de Vanessa voló hacia sus ondas y de inmediato ella supo, sin necesidad de mirarse al espejo, que en aquel momento tenía las mejillas del mismo color que sus labios. El tono de su cabellera era un negro tan puro y tan intensamente pigmentado, que algunos lo adoraban y otros lo detestaban. Ella lo adoraba. Zac lo adoraba. Y, por lo visto, también Jon Bon Jovi. «¡Ashley! -gritó para sus adentros-. ¡Tengo que contártelo ahora mismo!»

Ness: Sí, es auténtico -dijo levantando la vista al cielo en gesto de fingida contrariedad-. En el colegio me hacían muchas bromas crueles, pero ya estoy acostumbrada.

Con el rabillo del ojo, vio que Zac le sonreía; esperaba que sólo él supiera lo falsa que era su modestia en aquel momento.

Jon: Pues a mí me parece una pasada de pelo -declaró, mientras levantaba el vaso alto de cerveza-. ¡Un brindis por el cho... -Se interrumpió de golpe y una expresión de adorable timidez le recorrió la cara. Vanessa habría querido decirle que podía llamarla «chocho oscuro» todas las veces que quisiera-. Un brindis por las morenas guapas y por las primeras actuaciones en el programa de Leno. Enhorabuena, tío. Has estado grande.

Jon levantó su cerveza y todos brindaron con él. La copa de champán de Vanessa fue la última en tocar su vaso, y ella se preguntó si no podría encontrar la manera de llevarse ese vaso a casa de contrabando.

Todos: ¡Enhorabuena! -exclamaron todos-. ¡Felicidades!

Ness: ¿Cómo ha ido la actuación? -preguntó finalmente, feliz de dar pie a Zac para brillar delante de toda aquella gente-. Cuéntamelo todo.

Stef: Estuvo perfecto -anunció, en su seco estilo profesional-. Actuó después de unos invitados realmente buenos. -Hizo una pausa y se volvió hacia Zac-. Hugh Jackman estuvo estupendo, ¿no crees?

Zac: Sí, estuvo muy bien. Y también esa chica de «Modern Family» -respondió asintiendo-.

Stef: Tuvimos suerte con las entrevistas: dos invitados famosos y realmente interesantes, y nada de niños, ni de magos, ni de domadores de animales. No hay nada peor que actuar después de una compañía de chimpancés, creedme.

Todos se echaron a reír. Se les acercó un camarero y Leo pidió para todo el grupo, sin consultar con nadie. Normalmente a Vanessa le molestaba mucho que la gente hiciera eso, pero ni siquiera ella encontró objeciones a su elección: otra botella de champán, una ronda de gimlets de tequila y entremeses variados, desde tostadas con aceite de oliva, trufas y setas, hasta mozzarella y rúcula. Cuando llegó el primer plato de croquetas de cangrejo con puré de aguacate, Vanessa volvía a estar felizmente achispada y se sentía casi eufórica por la emoción. Zac (su Zac, el mismo que dormía todas las noches a su lado con los calcetines puestos) había actuado en el programa de Jay Leno; estaban alojados en una suite fabulosa del conocidísimo Chateau Marmont, comiendo y bebiendo como miembros de la realeza del rock internacional, y uno de los músicos más famosos del siglo XX había dicho que le encantaba su pelo. El día de su boda había sido el más feliz de su vida, por supuesto (¿acaso no era obligado decirlo, pasara lo que pasase?), pero aquel día estaba reuniendo méritos rápidamente para situarse en segunda posición, a muy escasa distancia.

Su teléfono móvil se puso a aullar desde su bolso, apoyado en el suelo, con una especie de sirena de bomberos que había elegido ella después de la siesta, para no volver a dormirse.

Zac: ¿Por qué no lo coges? -le preguntó con la boca llena, mientras ella miraba fijamente el teléfono-.

No quería coger la llamada, pero le preocupaba que hubiera pasado algo. Ya eran más de las doce en la costa Este.

Ness: Hola, mamá -dijo, en voz tan baja como pudo-. Estamos en medio de una cena. ¿Todo en orden?

MV: ¡Vanessa! ¡Zac está ahora mismo en la tele y está increíble! Está adorable, los músicos tocan muy bien y, ¡Dios mío!, está para comérselo. Creo que nunca había estado tan bien.

Las palabras de su madre brotaban en torrente desordenado, y Vanessa tenía que hacer un gran esfuerzo para entenderla.

Echó un vistazo al reloj: las nueve y veinte en California, lo que significaba que el programa de Leno estaría en antena en ese mismo momento en la costa Este.

Ness: ¿De verdad? ¿Está guapo?

Aquello le atrajo la atención del grupo.

Stef: ¡Claro! Ahora mismo lo están emitiendo en la costa Este -dijo, mientras sacaba su BlackBerry. Como era de esperar, estaba vibrando con la intensidad de una lavadora-.

MV: Fabuloso -estaba diciendo la madre de Vanessa-, absolutamente fabuloso. ¡Y tienes que ver qué presentación tan bonita le ha hecho Jay! Espera... Ahora está terminando la canción.

Ness: Mamá, te llamo luego, ¿de acuerdo? Estoy siendo un poco grosera al hablar por teléfono en medio de la cena.

MV: Muy bien, cariño. Aquí es muy tarde, así que será mejor que me llames por la mañana. Felicita a Zac de mi parte.

Vanessa pulsó una tecla para desconectar la llamada, pero el teléfono en seguida volvió a sonar. Era Ashley. Miró a su alrededor y vio que todos los de la mesa también estaban hablando por teléfono, con la excepción de Jon, que se había alejado para saludar a unos conocidos.

Ness: Oye, ¿te importa que te llame más tarde? Estamos cenando.

Ash: ¡Es increíblemente bueno! -chilló-.

Vanessa sonrió. Su amiga nunca había sido tan entusiasta respecto a las actuaciones de Zac.

Ness: Ya lo sé.

Ash: ¡Joder, Vanessa! Casi me caigo del asiento. Cuando se emocionó y cantó ese último párrafo, o como se llame, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, ¡Dios santo!, sentí escalofríos.

Ness: Te lo dije. Es muy grande.

Vanessa oyó que Zac daba las gracias a alguien, con una sonrisa turbada pero orgullosa. Leo estaba gritando que Zac era «jodidamente fantástico», y Stefany prometía consultar los compromisos de su representado y llamar a la mañana siguiente. El móvil de Vanessa estaba a punto de estallar con una multitud de mensajes de texto y de correo electrónico. Las notificaciones aparecían una tras otra en la pantalla, mientras hablaba con Ashley.

Ness: Mira, ahora tengo que dejarte porque esto es una locura. ¿Estarás levantada dentro de una hora? -Bajó la voz hasta convertirla en un susurro apenas discernible-. Estoy cenando en el Chateau con Jon Bon Jovi y parece ser que le encantan las morenas.

Ash: ¡Calla! ¡Calla, por favor, no digas ni una palabra más! -gritó-. ¿Desde cuándo mi mejor amiga se ha vuelto tan divina y fabulosa? ¡«Cenando en el Chateau»! ¿Me estás tomando el pelo? Además... Tengo que colgar ahora mismo para reservar un vuelo a Los Ángeles y teñirme el pelo de negro. -Vanessa se echó a reír-. En serio, Vanessa -continuó-, no te asombres si me presento a primera hora de la mañana, transformada en morena, y te invado la habitación. ¡Date por avisada!

Ness: Te quiero, Ash. Te llamo dentro de un ratito.

Cortó la comunicación, pero dio lo mismo. Todos los teléfonos continuaron sonando, vibrando y cantando, y todos los presentes siguieron recibiendo las llamadas, ansiosos por oír la siguiente ronda de elogios y felicitaciones. El mensaje ganador de la noche fue sin duda el de la madre de Zac, dirigido a los dos, que decía simplemente:

«Tu padre y yo te hemos visto en el programa de Jay Leno esta noche. Aunque los invitados que entrevistó nos parecieron poco interesantes, tu actuación fue bastante buena. Ya sabíamos, claro está, que con las oportunidades y el apoyo que has tenido desde niño, todo era posible. ¡Enhorabuena por este triunfo!».

Vanessa y Zac lo leyeron al mismo tiempo, cada uno en su móvil, y les dio tal ataque de risa que no pudieron hablar durante varios minutos.

Sólo al cabo de una hora empezaron a calmarse las cosas y, para entonces, Jon había vuelto a su mesa, Stefany había negociado la actuación de Zac en otros dos programas y Leo había pedido la tercera botella de champán. Zac simplemente estaba arrellanado en su silla, con cara de asombro y felicidad a partes iguales.

Zac: Gracias a todos -dijo finalmente, levantando la copa e inclinando la cabeza en dirección a cada uno de ellos-. Me cuesta encontrar las palabras, pero esta noche... esta noche... es la noche más increíble de toda mi vida.

Leo se aclaró la garganta y levantó el vaso.

Leo: Lo siento, amigo, pero en eso te equivocas -dijo, haciendo un guiño a los demás-. Esta noche no es más que el principio.



viernes, 17 de agosto de 2012

Capítulo 3 - Hace que John Mayer parezca un aficionado


Ness: ¿Dónde estamos? -refunfuñó, mientras salía del taxi y estudiaba a su alrededor la calle oscura y desierta de West Chelsea-.

Las botas negras altas que había encontrado en unas rebajas de fin de temporada le resbalaban continuamente por los muslos.


Ash: En el corazón del distrito de las galerías de arte, Vanessa. Avenue y 1 OAK están aquí al lado.


Ness: Debería saber a qué te refieres, ¿verdad?


Ashley meneó la cabeza.


Ash: Bueno, al menos estás guapa. Zac se sentirá orgulloso de estar casado con una mujer así de atractiva.


Vanessa sabía que su amiga sólo estaba siendo amable. La que estaba despampanante era Ashley, como siempre. Había metido la chaqueta de la oficina y los discretos zapatos de tacón en el gigantesco bolso Louis Vuitton y los había reemplazado por un enorme collar de un millón de vueltas y unos taconazos de Loubutin a medio camino entre el botín y la sandalia, en un estilo que aproximadamente seis mujeres en todo el planeta habrían podido llevar sin arriesgarse a ser confundidas con dominatrices profesionales. Cosas que habrían parecido directamente baratas si se las hubiera puesto cualquier otra mujer (pintalabios color escarlata, medias de rejilla color carne y sujetador de encaje negro asomando bajo la camiseta sin mangas), parecían atrevidas y originales cuando se las ponía Ashley. Su falda de tubo, que al ser la mitad de un traje caro resultaba perfectamente apropiada para uno de los entornos de trabajo más conservadores de Wall Street, hacía resaltar ahora su firme trasero y sus piernas perfectas. Si Ashley hubiera sido cualquier otra mujer, Vanessa la habría odiado profundamente.


Vanessa consultó su BlackBerry.


Ness: Entre la Décima y la Undécima. Es exactamente donde estamos, ¿no? ¿Dónde está el local?


Con el rabillo del ojo, vio una sombra que se escurría, y soltó un chillido.


Ash: Tranquila, Vanessa. Te tiene mucho más miedo ella a ti que tú a ella -comentó, agitando en dirección a la rata una mano adornada con una sortija enorme-.


Vanessa se apresuró a cruzar la calle, al ver que las numeraciones pares estaban en la otra acera.


Ness: Para ti es fácil decirlo, porque podrías atravesarle el corazón con un pisotón de esos tacones de aguja. Pero estas botas planas que llevo yo son un riesgo añadido.


Ashley soltó una carcajada y echó a andar con gracia detrás de Vanessa.


Ash: Mira, creo que es ahí -dijo, señalando el único edificio de la manzana que no parecía en ruinas-.


Las chicas bajaron por una pequeña escalera que iba desde la calle hasta la puerta de un sótano sin ventanas. Zac le había explicado a Vanessa que los locales para ese tipo de presentaciones cambiaban constantemente y que la gente del mundillo de la música siempre andaba buscando nuevos sitios de moda para llamar la atención y despertar interés; aun así, ella se había imaginado un sitio parecido a una versión reducida del Joe's Pub. Pero ¿qué era aquel local donde estaban? No había ninguna cola delante de la entrada, ni un cartel que anunciara la actuación de aquella noche. Ni siquiera encontraron en la puerta a la típica joven con carpeta, que con expresión petulante ordenaba a todo el mundo que diera un paso atrás y aguardara su turno.


Vanessa experimentó una pequeña oleada de angustia, hasta que abrió la pesada puerta del local, semejante a la de la cámara acorazada de un banco, y se sintió rodeada por un cálido manto de semioscuridad y risas discretas, y por el aroma sutil pero inconfundible de la marihuana. El espacio no era más grande que el salón de una casa amplia, y todo (las paredes, los sofás e incluso los paneles de la pequeña barra montada en un rincón) estaba revestido de lujoso terciopelo burdeos. La lámpara solitaria apoyada sobre el piano arrojaba una luz tenue sobre el taburete vacío. Cientos de diminutos cirios de iglesia se multiplicaban en los espejos que cubrían las mesas y el techo, en un estilo que de algún modo conseguía ser increíblemente sexy, sin una sola referencia nostálgica a los ochenta.


La gente parecía escogida y trasplantada de una fiesta junto a una piscina en Santa Bárbara, directamente a Nueva York. Cuarenta o cincuenta personas, casi todas jóvenes y atractivas, deambulaban por la sala, bebiendo en vasos de cóctel y exhalando penachos de humo de cigarrillo en largas y lánguidas bocanadas. Los hombres iban vestidos casi uniformemente de vaqueros, y los pocos que aún llevaban el traje formal, se habían aflojado la corbata y desabrochado el botón más alto de la camisa. Casi ninguna de las mujeres llevaba tacones de aguja ni uno de esos vestidos negros de cóctel, cortos y ceñidos, que eran casi un uniforme en Manhattan. En lugar de eso, iban y venían enfundadas en túnicas con estampados maravillosos, y llevaban pendientes de cuentas tintineantes y vaqueros tan perfectamente gastados que Vanessa habría deseado deshacerse allí mismo de su vestido negro de punto. Algunas llevaban diademas entre hippies y chic sobre la frente y lucían preciosas melenas largas hasta la cintura. Nadie parecía preocupado por su aspecto, ni estresado (algo muy poco habitual en Manhattan), lo que lógicamente duplicó el nerviosismo de Vanessa. Aquello tenía muy poco que ver con el público habitual de Zac. ¿Quiénes eran esas personas y por qué todas y cada una de ellas eran mil veces más guapas y elegantes que ella?


Ash: Respira -le susurró al oído-.


Ness: Si yo estoy así de nerviosa, no puedo ni imaginar cómo se sentirá Zac.


Ash: Ven, vamos a buscar unas copas.


Ashley se echó la melena rubia sobre un hombro y le ofreció la mano a su amiga; pero antes de que empezaran a moverse entre la gente, Vanessa oyó una voz familiar.


Alex: ¿Vino tinto, blanco o algo más fuerte? -preguntó, apareciendo mágicamente junto a ellas-.


Era uno de los pocos hombres vestidos con traje formal y parecía incómodo. Probablemente era la primera vez que salía del hospital en varias semanas.


Ness: ¡Hola! -exclamó, mientras le pasaba un brazo por el cuello-. Recuerdas a Ashley, ¿verdad?


Alex sonrió.


Alex: Claro que sí.


Se volvió hacia Ashley y le dio un beso en la mejilla.


Algo en su tono parecía decir: «Claro que recuerdo haberte conocido, porque aquella noche te fuiste a casa con mi amigo, como por casualidad, y él quedó muy impresionado con tu buena disposición y tu creatividad en el dormitorio.» Pero Alex era demasiado discreto para hacer bromas al respecto, incluso después de tantos años.


Ashley no lo era tanto:


Ash: ¿Cómo está Justin? ¡Dios, qué divertido era! -dijo, con una gran sonrisa-. ¡Y cuando digo divertido, lo digo muy en serio!


Alex y Ashley intercambiaron miradas cargadas de intención y se echaron a reír.


Vanessa levantó una mano.


Ness: Muy bien, entonces. ¡Felicidades por el compromiso, Alex! ¿Cuándo conoceremos a la afortunada?


No se atrevía a referirse a Gisele por su nombre, porque no confiaba en ser capaz de reprimir la risa. ¿Qué clase de nombre era ése?


Alex: Teniendo en cuenta que casi nunca estamos fuera del hospital al mismo tiempo, posiblemente no la conoceréis hasta el día de la boda.


El hombre que atendía la barra se acercó a Alex, que se volvió hacia las chicas.


Ash y Ness: Vino tinto, por favor -dijeron al unísono, y el camarero les sirvió un cabernet de California-.


Alex les pasó sus copas y en seguida se bebió la suya en dos rápidos tragos. Después, miró a Vanessa con expresión tímida.


Alex: No suelo salir mucho.


Ashley dijo que se iba a dar una vuelta por la sala y Vanessa sonrió a Alex.


Ness: Cuéntamelo todo. ¿Dónde será la boda?


Alex: Bueno, Gisele es de Tennessee y tiene una familia enorme, así que probablemente la celebraremos en casa de sus padres. En febrero, creo.


Ness: ¡Vaya, qué rapidez! ¡Una noticia estupenda!


Alex: Así es. La única manera de que nos asignen el mismo hospital para hacer la residencia es que nos casemos.


Ness: Entonces ¿vais a seguir los dos en gastroenterología?


Alex: Sí, ésa es la idea. Mis intereses van más por el lado del despistaje y las pruebas diagnósticas, las técnicas están avanzando una barbaridad, pero Gisele es un tipo de persona más propensa a la enfermedad de Crohn o al trastorno celíaco. -Hizo una pausa y pareció reflexionar sobre lo que acababa de decir, antes de proseguir con una amplia sonrisa-. Es una chica estupenda. Te va a encantar, de verdad.


Zac: ¡Hola, viejo! -exclamó, dándole una palmada en la espalda-. ¡Claro que nos encantará! ¿Cómo no nos va a encantar, si va a casarse contigo? ¡Qué locura!


Zac se inclinó y le dio un beso a Vanessa en los labios. Los labios de Zac tenían un sabor delicioso, como de chocolate a la menta, y con sólo verlo, ella se tranquilizó.


Alex se echó a reír.


Alex: ¡Más locura es que el antisocial de mi primo lleve cinco años casado! Y sin embargo, así es.


Acababan de brindar (Zac sólo con agua) y estaban a punto de profundizar un poco más en el tema de Gisele, cuando uno de los tipos más apuestos que Vanessa había visto en su vida apareció como por arte de magia a su lado. Medía por lo menos quince centímetros más que ella, lo que de inmediato hizo que se sintiera pequeña y frágil como una niña. Por enésima vez, deseó que Zac fuera tan alto como el hombre misterioso, pero en seguida se obligó a desechar la idea. ¿Qué derecho tenía ella a pensar así? Probablemente Zac habría deseado que ella se pareciera un poco más a Ashley. El tipo le pasó un brazo por los hombros; lo tenía tan cerca que podía oler su colonia: masculina, sutil y muy cara. Vanessa se sonrojó.


Tipo apuesto: Tú debes de ser su mujer -dijo, inclinándose para plantarle un beso en lo alto de la cabeza, un gesto que resultó extrañamente íntimo y a la vez impersonal. Su voz no era ni mucho menos tan grave como ella habría esperado en alguien de su altura y de su evidente estado de forma-.


Zac: Leo, me gustaría presentarte a Vanessa. Vanessa, éste es Leo, mi nuevo representante.


Una elegante chica asiática pasó junto a ellos en ese preciso instante, y Vanessa y Zac se la quedaron mirando, mientras Leo le guiñaba un ojo. ¿Dónde demonios se habría metido Ashley? Vanessa necesitaba advertirle cuanto antes y tan a menudo como fuera posible de que el acceso a Leo le estaba vetado. No iba a ser fácil, porque era exactamente su tipo. Llevaba la camisa rosa abierta un botón más de lo que se habría atrevido la mayoría de los hombres, lo que revelaba su maravilloso bronceado: lo bastante moreno, pero sin la menor insinuación de cabina ni de aerosol. Los pantalones eran de talle bajo y estrechos al estilo europeo. Vestía como para llevar el pelo engominado con fijador fuerte pero, con mucho ingenio, dejaba que los densos mechones oscuros le flotaran libremente justo por encima de los ojos. El único defecto que Vanessa consiguió detectar fue una cicatriz que le seccionaba la ceja derecha en una desnuda línea divisoria; sin embargo, la imperfección en realidad lo favorecía, porque erradicaba toda sombra de afeminado exceso en el cuidado de la imagen. No tenía ni un gramo de grasa en todo el cuerpo.


Ness: Es un placer conocerte. He oído hablar mucho de ti.


Pero él no pareció oírla.


Leo: Muy bien, escucha -dijo, volviéndose hacia Zac-. Acabo de enterarme de que tu actuación está programada en último lugar. Ya ha habido una, ahora va otra y después sales tú.


Leo miraba insistentemente por encima del hombro de Zac mientras hablaba.


Ness: ¿Eso es bueno? -preguntó cortésmente-.


Zac ya le había explicado que ninguno de los otros músicos programados para aquella noche eran verdadera competencia para él. Había un grupo de rythm and blues, del que todos decían que sonaba como unos Boyz II Men redivivos, y una cantante de country con un montón de tatuajes, el pelo recogido en dos coletas y un vestido lleno de volantes.


Vanessa miró a Leo y vio que otra vez estaba mirando para otro lado. Le siguió la mirada y descubrió que el objeto de su atención era Ashley, o más concretamente su trasero enfundado en la falda de tubo. Se prometió a sí misma amenazar a Ashley con la deportación, o algo peor, si se le ocurría acercarse al representante de Zac.


Leo carraspeó un poco y bebió un trago de whisky.


Leo: La chica ya ha actuado y era bastante buena; nada del otro jueves, pero cantaba decentemente. Creo que...


Lo interrumpió el sonido de unas voces que empezaban a armonizar. No había exactamente un escenario, sino una zona despejada delante del piano, donde cuatro afroamericanos de pie, todos ellos de poco más de veinte años, se inclinaban delante de un micrófono central. Por un momento, sonaron como un buen grupo universitario de cantantes a capella; pero entonces, tres de los músicos dieron un paso atrás y dejaron que el solista cantara sobre su infancia en Haití. El público hizo gestos de asentimiento y comentarios de admiración.


Zac: Hola, nena. -Había rodeado al grupo para ponerse detrás de ella-.


Le besó la nuca y Vanessa estuvo a punto de gemir en voz alta. Zac llevaba puesto su uniforme, intacto después de tantos años: camiseta blanca, Levi's y gorro de lana. No podía haber una vestimenta menos excepcional; sin embargo, para Vanessa, era lo más sexy del mundo. El gorro era la firma de Zac, lo más parecido que tenía a un «estilo», pero sólo ella sabía que había algo más. El año anterior, se había quedado desolado al descubrirse en la coronilla la cana más diminuta de toda la historia de las canas del cabello. Vanessa intentó convencerlo de que apenas se notaba, pero él se negó a escucharla. A decir verdad, era probable que la pequeña cana se hubiera extendido un poquito desde la primera vez que él se la había señalado, pero ella jamás lo habría admitido.


Nadie que viera los abundantes mechones rubios que asomaban bajo el gorro habría imaginado lo que Zac intentaba disimular debajo, y para Vanessa, eso no hacía más que aumentar su atractivo, al volverlo más vulnerable y humano. Se alegraba secretamente de ser la única que lo veía alguna vez sin el gorro, cuando él se lo quitaba en la seguridad del hogar y sacudía su pelo delante de ella. Si alguien le hubiera dicho unos años antes que el incipiente encanecimiento de su marido de treinta y dos años iba a ser para ella uno de sus rasgos más atractivos, se habría muerto de risa, pero así era.


Ness: ¿Cómo te sientes? ¿Estás nervioso? -preguntó buscando en su cara una pista para saber cómo estaba sobrellevando la noche-.


Había pasado toda la semana hecho una piltrafa (casi no había comido, no había dormido nada y hasta había vomitado esa misma tarde), pero cuando Vanessa intentaba hablar con él, lo único que hacía era «entortugarse». Habría querido acompañarlo hasta allí aquella noche, pero él había insistido en que fuera a cenar con Ashley. Le había dicho que tenía que hablar un par de cosas con Leo, llegar pronto y asegurarse de que todo estuviera en orden. Las cosas habían debido de ir bien, porque parecía un poco más relajado.


Zac: Estoy preparado -respondió, asintiendo con determinación-. Me siento bien.


Vanessa le dio un beso en la mejilla, sabiendo que se estaría muriendo de nervios, pero ella estaba orgullosa de él por mantener el tipo.


Ness: Estás guapísimo y se ve que estás preparado. ¡Vas a estar fantástico esta noche!


Zac: ¿Te parece?


Cuando se bebió el agua con gas, Vanessa advirtió que tenía los nudillos blancos. Sabía que habría dado cualquier cosa por beber algo más fuerte, pero nunca bebía antes de las actuaciones.


Ness: No «me parece». Estoy segura. Cuando te sientas al piano, no piensas más que en la música. Lo de esta noche no es diferente de las actuaciones en el Nick's. El público siempre te adora, cariño. Recuérdalo. Sé como eres siempre y aquí también te adorarán.


Leo: Escucha a tu mujer -dijo volviendo de una breve charla con un grupo de gente que había detrás-. Olvida dónde estás y por qué has venido y haz lo de siempre. ¿Entendido?


Zac asintió con la cabeza, mientras movía nerviosamente un pie.


Zac: Entendido.


Leo se dispuso a llevárselo al fondo del local.


Leo: Vamos a prepararte.


Vanessa se puso de puntillas y le dio a Zac un beso en los labios. Le apretó la mano y le dijo:


Ness: Estaré aquí todo el tiempo, pero olvídate de nosotros. Tú sólo cierra los ojos y pon todo tu corazón en la música.


Él la miró con ojos agradecidos, pero no consiguió decirle nada. Leo se lo llevó y, antes de que Vanessa pudiera acabarse el vino, uno de los tipos de prensa y publicidad anunció a Zac por el micrófono.


Vanessa miró otra vez a su alrededor en busca de Ashley y la divisó hablando con un grupo de gente junto a la barra. ¡Aquella chica conocía a todo el mundo! Feliz de que Alex estuviera a su lado, Vanessa se dejó conducir hasta un pequeño espacio libre en un sofá, donde él le indicó que tomara asiento. Se instaló en un extremo del sofá de terciopelo y, con cierto nerviosismo, se recogió la melena en un nudo. Después se puso a buscar una goma en el bolso, pero no encontró ninguna.


Chica asiática: Espera -dijo la guapa chica asiática a la que Leo había guiñado el ojo un momento antes. La chica se quitó una goma marrón de la muñeca y se la dio a Vanessa-. Toma ésta. Tengo muchísimas. -Vanessa dudó un minuto, pero la chica le sonrió-. Cógela, de verdad. No hay nada peor que tener el pelo en la cara y no poder quitárselo. Aunque si yo tuviera un pelo como el tuyo, no me lo recogería nunca.


Ness: Gracias -dijo, que aceptó la goma y la usó de inmediato para sujetarse la coleta-.


Iba a decir algo más, quizá algún comentario divertido dirigido contra sí misma, acerca de lo poco que le deseaba a nadie la desgracia de ser morena, pero justo en ese momento Zac se sentó al piano y ella pudo oír su voz, un poco vacilante, agradeciendo a todos su presencia.


La chica asiática bebió un trago del botellín de cerveza que tenía en la mano y preguntó:


Chica asiática: ¿Lo has oído cantar alguna vez?


Vanessa sólo pudo asentir con la cabeza, mientras rezaba para que la chica dejara de hablar. No quería perderse ni un segundo de la actuación, y lo que más le preocupaba era saber si los demás notarían la ligera duda en la voz de Zac.


Chica asiática: Porque si todavía no lo has hecho, te vas a quedar con la boca abierta. Es el cantante más sexy que he visto en mi vida.


Ese comentario llamó la atención de Vanessa.


Ness: ¿Perdona? -preguntó, volviéndose hacia la chica-.


Chica asiática: Zac Efron -dijo su interlocutora, señalando el piano con un gesto-. Lo he oído un par de veces en diferentes locales de la ciudad, tiene varias actuaciones fijas, y te aseguro que es increíblemente bueno. Hace que John Mayer parezca un aficionado.


Zac había empezado a tocar Por lo perdido, un tema lleno de sentimiento sobre un niño que ha perdido a su hermano mayor, y Vanessa sintió que Alex la miraba. Él era probablemente la única persona en la sala, aparte de ella misma, que conocía la historia que había detrás de esa canción. Zac era hijo único, pero Vanessa sabía que pensaba a menudo en un hermano fallecido a consecuencia del síndrome de muerte súbita antes de que él naciera. Los Efron nunca hablaban de James; pero Zac había pasado por una fase durante la cual se preguntaba, a veces de forma obsesiva, cómo habría sido James si hubiera vivido, y cómo habría cambiado su vida si hubiera tenido un hermano mayor.


Sus manos se movían por el teclado, soltando las primeras notas evocadoras, que al final evolucionarían en un poderoso crescendo, pero Vanessa no podía desviar la atención de la chica que tenía al lado. Hubiese querido darle un abrazo y un bofetón, todo al mismo tiempo. Le resultaba desconcertante que una chica tan atractiva proclamara lo sexy que era Zac (por mucho tiempo que llevaran juntos, no se acostumbraba a ese aspecto de su trabajo), pero era muy poco corriente oír una opinión totalmente sincera, expresada sin el filtro de la cortesía.


Ness: ¿En serio lo crees? -preguntó, que de pronto deseó desesperadamente que la chica asiática se lo confirmara-.


Chica asiática: ¡Claro que sí! Intenté convencer a mi jefe por lo menos una docena de veces, pero Sony lo fichó primero.


La atención que la chica le prestaba a Vanessa empezó a ceder a medida que el volumen de la voz de Zac aumentaba, y cuando el cantante echó la cabeza atrás y se puso a cantar el emotivo estribillo, sólo tuvo ojos para él. Vanessa se preguntó si vería bien el anillo de casado de Zac a través de la neblina de la adoración.


Se volvió para ver la actuación y tuvo que hacer un esfuerzo para no cantar en voz alta, porque se sabía de memoria cada palabra.


Dicen
que Tejas es la tierra prometida;

el polvo de sus caminos se parece a la vida.
Triste y ciego, solitario intento,
cicatrices en las manos, roto por dentro.

El sueño de una madre se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
Queda un vacío por lo que se ha ido,
por lo perdido, por lo perdido.

Ella está sola en su habitación,
un silencio sepulcral en el salón.
Él cuenta las joyas de su corona;
ya no puede haber nadie que se la ponga.

El sueño de un padre se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
Queda un vacío por lo que se ha ido,
por lo perdido, por lo perdido.

En sueños los oigo detrás de la puerta,
están hablando de una verdad incierta.
No te creerías que haya tanto silencio.
Salgo a buscarte, pero no te encuentro.

Mi sueño se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
Queda un vacío por lo que se ha ido,
por lo perdido, por lo perdido.

Terminó la canción entre aplausos (aplausos sinceros y entusiastas) y pasó sin esfuerzo a la segunda. Había encontrado el ritmo y no dejaba traslucir ni rastro de nerviosismo. Sólo se veía el brillo habitual de los antebrazos perlados de sudor y el entrecejo fruncido en expresión concentrada, mientras cantaba las letras que había pasado meses e incluso años perfeccionando. El segundo tema terminó en un abrir y cerrar de ojos; después del tercero, y antes de que Vanessa pudiera reaccionar, todo el público estaba ovacionando a Zac, en estado de éxtasis, y pidiendo un bis. Zac parecía complacido y un poco indeciso (las instrucciones de tocar tres temas en menos de doce minutos habían sido inequívocas), pero alguien junto al escenario debió de darle luz verde, porque sonrió, hizo un gesto de asentimiento y se puso a cantar una de sus canciones más movidas. El público rugió de entusiasmo.


Cuando se levantó del taburete del piano y saludó con una modesta inclinación de la cabeza, la atmósfera de la sala había cambiado. Más que las aclamaciones, los aplausos y los silbidos de aprobación, lo que llamaba la atención era la sensación electrizante de haber sido testigos de un momento histórico. Vanessa estaba de pie, rodeada de admiradores de su marido, cuando Leo se le acercó. El representante saludó ásperamente a la chica de las gomas para el pelo por su nombre (Wendy), pero ella hizo un gesto de indiferencia y se marchó en seguida. Antes de que Vanessa pudiera procesar ese intercambio, Leo la cogió de un brazo quizá con demasiada fuerza, se inclinó y le acercó tanto la cara que por un segundo Vanessa creyó que iba a besarla.


Leo: Prepárate, Vanessa, prepárate para vivir una puta locura. Esta noche es sólo el principio. Será increíble.



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