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lunes, 29 de noviembre de 2021

Capítulo 9

 
El viaje de vuelta a Nueva York le pareció eterno. Intentaba entusiasmarse por volver a Manhattan, a su vida normal. Pero no podía hacerlo. Cada kilómetro que pasaba era un puñal en su corazón.

Durante dos semanas había vivido otra vida, rodeada de cariño, de afecto, de sueños de futuro… ¿Qué la esperaba en la ciudad sino caros adornos navideños? Una chica no puede meterse en la cama con un adorno de Navidad, por muy clásico o elegante que sea.

Mirando el paisaje, recordó su noche con Zac, recordó la carita de David, las bromas de Alex…

Después de vivir en Stony Creek, su vida en la ciudad le parecía banal, vacía, sin sentido. ¿De verdad le importaba el muérdago más fresco, el adorno más exclusivo? ¿Le importaba que estuvieran hechos de maderas nobles o de plástico? Y si tenía que convencer a otro cliente de que el espumillón estaba pasado de moda… se pondría a gritar.

Angustiada, dejó escapar un suspiro.
 
**: Las navidades son difíciles para todos, querida.
 
Vanessa miró a la anciana que iba sentada a su lado. Había subido en Schenectady y olía a uno de esos perfumes antiguos, típicos de las abuelas.
 
Ness: Estoy bien, solo un poco cansada.
 
**: ¿Vas a visitar a tus parientes? Yo voy a ver a mi hija. Vive en Brooklyn. A lo mejor la conoces, se llama Selma Godwin.
 
Ella negó con la cabeza.
 
Ness: No, no la conozco.
 
**: Lleva una vida muy emocionante en Nueva York. Siempre trabajando y cuidando de su familia. A veces creo que no tiene tiempo de vivir de verdad. ¿Y tú?
 
Ness: ¿Si tengo una familia?
 
**: Si vives de verdad.
 
Ness: No. No lo creo. De hecho, por eso viajo en este tren. Si viviese de verdad estaría cenando con la familia Efron, no tomando una cena fría en Manhattan. Y si pasar la Nochebuena sola no fuera suficientemente patético, mañana tengo el premio doble: Navidad y mi cumpleaños.
 
**: Tómate una copa de coñac, querida. No te sentirás tan sola. En mis tiempos no usábamos antidepresivos cuando estábamos tristes. Sencillamente, tomábamos una copita de coñac -rió la mujer-. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa? A lo mejor te ayuda.
 
De repente, Vanessa sintió la necesidad de contarle su vida. Además, quizá un punto de vista objetivo la ayudaría, ya que ella era incapaz de tomar una decisión.
 
Ness: Todo empezó cuando me ofrecieron un trabajo como… bueno, algo así como un ángel de Navidad.
 
Le contó la historia mientras el tren recorría los kilómetros que la separaban de Nueva York, con la anciana asintiendo sin hacer comentarios.
 
Ness: Al principio no nos llevábamos bien, pero luego todo cambió. ¿Usted cree en el amor a primera vista?
 
La mujer se encogió de hombros.
 
**: Si es amor, es amor. Sea a primera vista o no. Lo que sé del amor es que debes escuchar a tu corazón, cariño. Cuando yo conocí a Harold me volví loca, pero él ni siquiera se había fijado en mí. Cuando por fin se molestó en mirar… se enamoró. Más tarde me enteré de que me ignoraba porque me tenía miedo. ¿Te lo puedes creer? Miedo de mí. Pero yo siempre supe que me quería.
 
Ness: ¿Y de qué tenía miedo?
 
**: Supongo que de no tener lo que hacía falta para hacerme feliz. Pero estar con él me daba toda la felicidad que necesitaba -suspiró la anciana-. ¿Estás enamorada de ese hombre?
 
Ness: Sí. Y él también de mí. Pero, ¿eso es suficiente? ¿Cómo voy a saber si el amor durará? Tengo tantas preguntas… y ninguna respuesta.
 
El tren se detuvo entonces y Vanessa se dio cuenta de que habían llegado a Nueva York.
 
**: Solo tú sabes cómo hacer realidad tus sueños -sonrió su acompañante, levantándose-. Si escuchas a tu corazón, no te equivocarás. Bueno, querida, ha sido un placer conocerte. Que tengas unas felices fiestas.
 
Ness: Espere. -Después de una conversación tan íntima, no podía marcharse así como así-. Ni siquiera me he presentado. Me llamo Vanessa Hudgens. ¿Y usted? Podríamos tomar un café…
 
No quería ir a su solitario y frío apartamento. Ni siquiera había puesto un árbol de Navidad.
La anciana le guiñó un ojo.
 
**: Me llamo Louise, pero puedes llamarme… tu ángel de Navidad.
 
La enigmática Louise bajó del tren y, antes de que Vanessa pudiera reaccionar, se había perdido entre los pasajeros que llenaban el andén.
 
Ness: Solo tú sabes cómo hacer tus sueños realidad -repitió en voz baja-. Podría hacer mis sueños realidad ahora mismo si no fuera tan cobarde… Podría escuchar a mi corazón y cambiar el curso de mi vida.
 
De repente, su corazón se inundó de alegría. Era como si hubiesen encendido todas las luces de Nueva York. Vanessa bajó al andén y corrió hacia la taquilla. Si no había billete de vuelta a Schuyler Falls, alquilaría un coche… iría andando si hiciera falta. Aquellas podrían ser las mejores navidades de su vida, sin preguntas, sin presiones, sencillamente haciendo lo que le dictaba el corazón.
 
Ash: ¡Vanessa!
 
Ness: ¡Ash! ¿Qué haces aquí?
 
Ash: He llamado a la granja y Zac Efron me ha dicho que habías tomado el tren -contestó metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo-.
 
Ness: ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?
 
Ash: No, es que… he hecho algo que no debería haber hecho, pero ha sido con la mejor intención. La verdad, no esperaba que volvieses. Pensé que te darías cuenta de que estás enamorada de él y te quedarías en la granja, pero me ha salido mal.
 
Ness: Ash, ¿qué has hecho?
 
Ash: Yo envié las rosas -contestó mirando al suelo-. Soy una mala amiga y entiendo que quieras despedirme inmediatamente. Pero pensé que si te veías obligada a elegir…
 
Vanessa soltó una carcajada.
 
Ness: ¿Tú enviaste las flores? Gracias a Dios… ¿Sabes lo que eso significa?
 
Ash: ¿Que estoy sin trabajo?
 
Ness: No, tonta. Significa que no tengo que ver a Austin para decirle que nunca he querido casarme con él.
 
Ash: Entonces, ¿sigo teniendo trabajo?
 
Ness: No podría despedirte. Además, a partir de ahora te asciendo a la categoría de directora general…
 
Ash: ¿Cómo?
 
Ness: Me voy a Schuyler Falls, Ash. Voy a vivir con el hombre del que estoy enamorada.
 
Ash: ¿Vas a casarte con Zac Efron?
 
Ness: Bueno, aún no me lo ha pedido, pero pienso convencerlo de que seré una esposa fantástica. Debería haberme quedado, pero el viaje en tren me ha hecho ver que estaba cometiendo un error.
 
Ash: ¿Y eso?
 
Ness: Es una larga historia… Pero cuanto más me alejo de los Efron, más necesito verlos. Estoy enamorada de Zac y quiero vivir con él. Y pienso volver a Schuyler Falls ahora mismo para ser parte de su familia.
 
 
David: ¿A qué hora sale el tren? ¿Tú crees que Vanessa se alegrará de que vayamos a verla? ¿Puedo sentarme al lado de la ventanilla?
 
Zac observó a su hijo paseando de un lado a otro del andén, nervioso. Tan nervioso como él.

En cuanto la furgoneta desapareció por la carretera, Zac maldijo su orgullo y su cobardía por no pedirle que se casara con él. Pero todo eso iba a cambiar, pensó entonces, tocando la bolsita que llevaba en el bolsillo. Afortunadamente David lo había desobedecido, yendo a la estación sin su permiso. De modo que los dos acabaron allí, esperando el siguiente tren a Nueva York.
 
David: ¿Cómo has podido dejarla ir, papá?
 
Zac: Fue un momento de locura -suspiró-. Como tú, cuando viniste a la estación sin pedirme permiso -añadió, mirándolo con expresión severa-.
 
David: Pero me encontraste. Aunque no te dije dónde iba, sabías que estaría aquí.
 
Zac: Tus viajecitos a los almacenes Dalton y la estación van a terminarse, amigo. O estarás castigado hasta que cumplas los quince años.
 
David: Es que merecía la pena, papá. Vamos a buscar a mi ángel de Navidad… Puedes devolver todos mis juguetes si quieres. Y puedes quedarte con el coche que el abuelo pensaba regalarme cuando cumpliera los dieciséis.
 
Zac: ¿Tanto deseas que vuelva Vanessa?
 
El niño asintió.
 
David: Quiero que viva con nosotros para siempre. Y que me haga galletas y me lea cuentos y me enseñe a tocar el piano… y a hablar con las chicas.
 
Zac sonrió.
 
Zac: ¿Habéis hablado de chicas?
 
David: Hemos hablado de todo. Vanessa sabe mucho de chicas… seguramente porque ella es una.
 
Zac: Sí, claro, eso ayuda. Es difícil entender a las mujeres.
 
David: Sí -asintió-. Y a ti no se te da bien, papá. Así que será mejor que esto funcione. No quiero que vuelvas a meter la pata.
 
Zac: ¿Y si no funciona? Yo no puedo obligarla a volver. No se puede obligar a nadie para que te quiera.
 
David: Pero Vanessa nos quiere -protestó-.
 
Zac: ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho?
 
David: No tenía que decirlo, lo sé. Además, lo he visto en cómo te mira. Pone cara de tonta, como Eleanor Winchell cuando mira a Raymond.
 
Zac: ¿En serio?
 
David: Sí. Además, Kenny se dio cuenta enseguida.
 
Zac se sentó de nuevo en el banco. Debería haberle pedido que se casara con él, debería haberle dicho que no podía vivir sin ella. Debería haber olvidado sus miedos.
 
David: ¡El tren! -exclamó-.
 
Zac: No es ese, cariño. Ese viene de Nueva York. Nuestro tren no sale hasta dentro de media hora.
 
David: ¿Cuánto tardaremos en llegar?
 
Zac: Unas tres horas. Será muy tarde cuando lleguemos a casa de Vanessa y puede que esté dormida.
 
David: ¿Seguirá siendo Nochebuena?
 
Zac: No, ya será el día de Navidad.
 
David suspiró desilusionado. Zac lo miró un momento y después desvió su atención al tren que entraba en la estación. Veía por las ventanillas a los pasajeros bajando sus maletas y, por un momento, le pareció ver a una mujer que se parecía mucho a Vanessa, pero… la veía por todas partes, no podía dejar de pensar en ella.

¿Qué le diría cuando llegasen a su casa? Tendría que disculparse por despertarla, por aparecer sin avisar y probablemente por todo lo que había hecho mal durante las últimas dos semanas. Después, le hablaría de sus sentimientos e intentaría convencerla de que abandonase su vida en Nueva York para vivir con él en Stony Creek.

Si ella insistía en vivir en Nueva York, tendría que encontrar la forma de mantener la granja hasta que David tuviese edad para heredarla. No sería fácil, pero tampoco imposible. Lo único que sabía era que, fuese como fuese, tenía que estar con ella.

David tiró entonces de su manga.
 
David: ¡Papá, mira!
 
Zac: Todavía no es la hora, hijo.
 
David: ¡No, mira! -exclamó señalando a los pasajeros-.
 
Zac: ¿Qué?
 
David: ¡Es nuestro ángel de Navidad!
 
Vanessa se materializó entre los pasajeros como por arte de magia.

Zac se levantó y dio un paso hacia ella, sin saber si era real o solo un sueño. Fuera lo que fuera, era la mujer más bella que había visto en su vida. Y, fuera lo que fuera, sabía algo con certeza, sabía que estaba mirando su futuro.
 
 
El andén estaba lleno de gente cuando Vanessa bajó del tren. Y entonces no estuvo segura de lo que estaba haciendo. Todo le había parecido tan claro en Nueva York, con el billete de vuelta en la mano… Pero una vez allí no estaba tan segura.

Eran las nueve e imaginó que Zac, David y Alex estarían preparando la cena de Nochebuena. O quizá habrían ido a la iglesia.
 
Ness: Llamaré primero -murmuró, volviéndose para buscar una cabina-. Pero quizá no debería llamar. ¿Y si me dice que vuelva a mi casa?
 
Tenía que haber taxis en la puerta de la estación. Aparecería en Stony Creek sin avisar y…

Entonces vio a Zac en el andén. Temblorosa, dejó caer la maleta sin darse cuenta. Habría querido echarse en sus brazos, pero no podía moverse.

Zac se acercó y todo, la estación, los pasajeros, las luces, todo desapareció. Solo oía los latidos de su corazón, solo veía los ojos azules del hombre que amaba.
 
Ness: Estás aquí. ¿Cómo sabías que iba a volver?
 
Zac: No lo sabía -contestó sacando dos billetes del bolsillo-. David y yo pensábamos ir a Nueva York a buscarte.
 
Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas.
 
Ness: ¿Pensabais ir a buscarme?
 
Zac: Sé que lo he hecho todo mal, pero voy a compensarte, te lo juro -dijo sacando una bolsita de terciopelo-. Debería haberte dado esto cuando te pedí que te quedases, pero me alegro de poder hacerlo ahora. Vanessa, te quiero -dijo, poniendo un anillo en su dedo-. Y nunca dejaré de hacerlo. ¿Quieres casarte conmigo?
 
Ness: ¿Casarme contigo?
 
Zac: Te quiero en mi vida y en la vida de David… para siempre. Cásate conmigo, amor mío. Haz que mi vida sea perfecta.
 
Vanessa miró el anillo, estupefacta. El diamante brillaba con mil colores bajo las luces del andén.
 
Zac: Este anillo era de mi bisabuela. Y quiero que sea tuyo.
 
Sus ojos estaban llenos de lágrimas y lo veía todo borroso, como si fuera un sueño. Pero era real. Ya no tenía ninguna duda. La escena era perfecta, con los tres en el andén, villancicos sonando a través de los altavoces y copos de nieve cayendo alrededor…
 
David: Por favor, di que sí -murmuró tomando su mano-. Por favor, Vanessa.
 
Ness: Sí. Sí, Zac. Me casaré contigo.
 
El niño lanzó un grito de alegría cuando su padre la besó. Después, tomó a David en brazos y los tres salieron de la estación.

Vanessa siempre había trabajado tanto para que las navidades de los demás fuesen perfectas… Y en aquel momento, junto a Zac y David, se dio cuenta que unas navidades perfectas no tenían nada que ver con el árbol y los adornos.

Unas navidades perfectas estaban llenas de amor, de felicidad… con una familia y un hogar. Y para Vanessa, aquellas fueron sus navidades perfectas.


viernes, 26 de noviembre de 2021

Capítulo 8

 
No había salido el sol cuando se despertó. Zac respiró profundamente el olor del pelo de Vanessa… Durante la noche se había dado la vuelta y estaba abrazado a ella por la cintura. Había dormido de maravilla; era como si estuvieran hechos para empezar y terminar el día de esa forma.

Cuando llevó los juguetes por la noche no planeaba terminar en la cama. Solo quería ver su cara otra vez antes de irse a dormir, como si tuviera que asegurarse de que seguía allí. Pero entonces ocurrió lo inevitable.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer, que se preguntaba si sabría darle placer.

Entonces recordó cuando estaba dentro de ella, el segundo en que los dos llegaron al clímax. «Perfecto», pensó. Nunca había hecho el amor sintiendo aquella conexión, aquel lazo invisible. El acto parecía haber sellado un pacto entre los dos, un pacto que no podría romperse.

Zac miró el despertador de la mesilla. Eran las cinco de la mañana y su padre estaría a punto de levantarse para empezar a trabajar.

Si se iba en aquel momento, podría entrar en la casa y cambiarse de ropa antes de que lo viera. Pero la cama estaba calentita y el cuerpo de Vanessa era tan suave… estaría loco si se fuera.

Qué cambio. Había decidido no creer en la profundidad de sus sentimientos, convencido de que ella le haría tanto daño como Sarah. Pero era mayor y sabía mucho más. Y no miraba a Vanessa a través de un velo de inocencia. La veía como lo que era, una mujer a la que podría amar toda la vida.

Acarició su pelo entonces, preguntándose qué le depararía la mañana. ¿Lamentaría ella lo que había pasado o se daría cuenta de que estaban hechos el uno para el otro?

Zac besó su hombro y Vanessa se movió un poco, pero estaba profundamente dormida.

No tenía derecho a esperar nada. ¿Qué había dicho ella? «No quiero promesas que no puedas cumplir». Había jurado no hacerle promesas a ninguna mujer… pero la idea de prometerle amor y respeto para siempre no le parecía tan horrible en aquel momento. Todo lo contrario.

Zac se levantó y la cubrió con la manta, rozando su espalda con los dedos. Tuvo que resistir la tentación de despertarla y hacerle el amor de nuevo. Solo se habían dormido un par de horas antes. Vanessa y él tenían muchas cosas de qué hablar, pero tendría que esperar a que se despertase.

Saltó de la cama y buscó su ropa por el suelo. Cuando estuvo vestido, apartó un mechón de pelo de su cara y la miró durante unos segundos. Nunca había visto una mujer más bonita. No porque hubieran hecho el amor, sino porque sabía que era la mujer de su vida.
 
Zac: Despierta, cariño.
 
Vanessa abrió los ojos, medio dormida.
 
Ness: ¿Por qué te vas? ¿Pasa algo?
 
Zac: No, todo está bien. Pero tengo que volver a casa. Mi padre estará a punto de levantarse y luego… David. Siempre soy yo quien despierta al niño.
 
Ness: ¿Volverás cuando se haya ido al colegio?
 
Zac: Te lo prometo -sonrió-. Si me prometes no moverte de aquí hasta que vuelva.
 
Ness: Te lo prometo.
 
Entonces la besó larga, profundamente.
 
Zac: Volveré -dijo en voz baja-.
 
Con desgana, abrió la puerta y recorrió el camino helado hasta la casa. La cocina estaba a oscuras y…
 
Alex: Te has levantado muy temprano.
 
La voz de su padre lo sobresaltó. Alex siempre estaba vestido, como si durmiese con la ropa puesta, pero no se había afeitado.
 
Zac: Buenos días, papá.
 
Alex: O a lo mejor no te has ido a la cama todavía. ¿No llevas la misma ropa que anoche?
 
Zac: ¿Te has convertido en un experto en moda? Nunca te habías fijado en mi ropa.
 
Alex: Esa no es la ropa de trabajo -sonrió-. Pero claro, hasta ahora nunca había habido una chica guapa en la casa de invitados… Quieres que se quede, ¿verdad?
 
Zac se pasó una mano por el pelo.
 
Zac: Sí, creo que sí. Pero me da miedo pedírselo.
 
Alex: ¿Por qué?
 
Zac: Porque tengo miedo de que me rechace. O peor, que acepte y volver a estropearlo todo como hice con Sarah.
 
Alex: Hijo, tú no lo estropeaste con Sarah. Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para que ese matrimonio funcionase. ¿Cuántos hombres aceptarían que su mujer viviese en Nueva York la mitad del año? Ella no era para ti. Quizá ahora has encontrado a tu alma gemela.
 
Zac: Yo pensé que Sarah era la mujer de mi vida.
 
Alex: No, tú pensabas que Sarah era guapísima, elegante y sofisticada. Estabas embobado. Y Sarah pensó que eras lo suficientemente rico como para financiar su carrera artística. Era una egoísta. Y si no se hubiera quedado embarazada dos meses después de casaros, seguramente no habríais durado ni un año.
 
Zac: Eso solo prueba que no sé elegir a las mujeres. Hasta este momento, yo pensaba que Sarah se había casado conmigo porque me quería. Gracias por abrirme los ojos, papá.
 
Alex sonrió, irónico.
 
Alex: Para eso estamos.
 
Zac volvió a pasarse una mano por el pelo.
 
Zac: ¿Cómo voy a saber si me equivoco o no? Solo conozco a Vanessa desde hace dos semanas. No sé nada de su familia, ni qué perfume usa, ni cuál es su color favorito.
 
Alex: Pero hay muchas cosas que sí sabes.
 
Zac: No sé si quiere vivir en una granja. Es una chica de Nueva York… sus amigos están allí, su trabajo, todo. ¿Qué va a hacer en Stony Creek?
 
Alex: Tú sabes lo que hay en tu corazón, Zac. Eso es lo único importante.
 
Zac: ¿Y qué hay en el corazón de Vanessa?
 
Alex: Eso no lo sabrás hasta que le preguntes. Pero te digo una cosa, hijo, si dejas que se vaya sin decirle lo que sientes, siempre te preguntarás qué habría pasado -murmuró pasándose una mano por el mentón-. Espera un momento. Tengo algo que podría ayudarte.
 
Su padre salió de la cocina y Zac se sirvió una taza de café. Si tuviera un poco más de tiempo… un mes o dos. Entonces se libraría de las dudas. Todo parecía tan simple cuando la tenía en sus brazos…

Pero si no se arriesgaba, ¿cuál iba a ser su futuro? Una larga vida de soledad, una cama helada y un corazón vacío. Criar a un hijo sin su madre, no llenar nunca la casa con un montón de niños, como siempre había deseado…

Zac sonrió. Vanessa y él tendrían unos hijos preciosos. Quizá una niña de ojos marrones como los suyos. Y un hermanito como David. Si Vanessa se quedase, su vida significaría algo.
 
Alex: Llevo algún tiempo queriendo darte esto -dijo entonces, entrando de nuevo en la cocina con una bolsita de terciopelo negro-. Pero estaba esperando que llegase el momento adecuado.
 
Zac tomó la bolsita y de ella sacó un anillo de diamantes.
 
Zac: Era de mamá.
 
Alex: Era de tu abuela. Y antes, de la madre de esta. Tu mujer debería llevarlo, ¿no crees?
 
Zac: Sarah era mi…
 
Alex: Ella no se lo merecía -lo interrumpió-. Pero creo que ese anillo quedaría muy bien en el dedo de Vanessa.
 
Zac: Casarme… ese es un paso demasiado grande. No estoy preparado, papá. No pienso pedirle a Vanessa que se case conmigo en solo dos semanas.
 
Pero miraba el anillo con ternura. Quedaría precioso en el dedo de Vanessa. Y a ella le encantaría. Le gustaban mucho las tradiciones y las cosas antiguas…
 
Alex: Eres un Efron. No debes esperar. Si ella es la mujer de tu vida, tienes que decírselo.
 
Zac: Yo creo que esa tradición familiar debería terminar conmigo, papá. Tengo que pensar en David. ¿Y si las cosas no salen bien? Tú sabes lo que sufrió cuando Sarah se marchó… no quiero volver a hacerle daño.
 
Alex puso las manos sobre los hombros de su hijo.
 
Alex: No pierdas el tiempo, Zac. Si dejas que Vanessa se vaya, puede que no vuelva nunca.
 
Su padre tomó el chaquetón y salió de la casa, dejándolo pensativo. Pero, por mucho que pensara, no se le ocurría un plan lógico.

Quizá el amor no era lógico. Quizá era algo loco e irracional. Resultaba mucho más fácil cuando se era joven, la decisión clara, las consecuencias todavía desconocidas.

Zac volvió a guardar el anillo en la bolsita de terciopelo y subió a su dormitorio. Cuando se miró al espejo de la cómoda, comprobó que tenía cara de sueño y el pelo aún revuelto por los dedos de Vanessa. Pero también vio algo que no había visto antes: una paz y una calma nuevas, como si finalmente hubiera encontrado lo que buscaba.

Si pudiera hacer que durase para siempre…
 
 
David: ¡Vanessa, Vanessa! ¿Estás ahí?
 
Ella abrió los ojos y alargó la mano para tocar el sitio donde había dormido Zac. Pero estaba vacío. Se había marchado al amanecer…

Vanessa sonrió, recordando. Se sentía relajada, saciada… miró entonces por debajo de la sábana. Y muy perversa. Nunca antes había dormido desnuda.
 
David: Vanessa, soy yo, David. ¿Puedo entrar?
 
Ella se sentó en la cama al recordar que Zac no podría haber cerrado la puerta por fuera.
 
Ness: ¡Espera un momento! -gritó, buscando su ropa-.
 
A toda prisa, se puso el jersey del día anterior y los pantalones del pijama. Había juguetes tirados por el suelo y, con la precisión de un jugador de fútbol, los pateó debajo de la cama.

El picaporte empezó a girar.
 
David: ¿Estás despierta? ¿Puedo entrar?
 
Vanessa corrió para tomar un robot y esconderlo debajo del jersey. Un segundo después, David entraba en la habitación como una tromba. En la mano llevaba un ramo de flores.
 
David: ¡Mira, te han mandado flores! ¡Acaban de llegar! Y no son de plástico, son de verdad. Creo que son rosas.
 
Ness: Zac -murmuró-.
 
Qué maravillosa forma de empezar el día… Entonces oyó un pitido saliendo por debajo de su jersey… el robot, el robot se había encendido.
 
David: ¿Qué es eso?
 
Ness: Nada, mi estómago. Es que tengo hambre.
 
El niño hizo una mueca.
 
David: Mi estómago no hace ese ruido.
 
Zac: ¡Buenos días!
 
Ambos levantaron la mirada al oír la voz de Zac en la puerta. Llevaba la ropa de trabajo y tenía nieve en el pelo.
 
David: ¡Papá, mira, a Vanessa le han mandado flores!
 
Sus ojos se encontraron y, al hacerlo, renacieron los recuerdos de la noche anterior. El deseo, la necesidad de tocarse, la rendición final por parte de los dos. Vanessa se puso colorada. Y se preguntó cuándo volverían a compartir cama. ¿Dormiría con ella por la noche o robarían algunas horas durante el día?
 
Ness: Gracias -murmuró, sonriendo-.
 
Zac: Yo no te he enviado las flores.
 
Ella parpadeó, sorprendida.
 
Ness: ¿No has sido tú? Entonces… ¿quién me ha enviado dos docenas de rosas?
 
Zac: A lo mejor hay una tarjeta -sugirió-.
 
David miró entre las flores y sacó un sobrecito.
 
David: ¡Mira, aquí está! ¿Quieres que la lea?
 
Ness: Si sabes hacerlo.
 
David: Claro que sé. Soy el mejor de mi clase -murmuró el niño, ofendido-. Aquí dice… Feliz Navidad. Llámame. Te quiero, Austin. ¿Quién es Austin?
 
Vanessa le quitó la tarjeta de las manos.
 
Ness: ¿Austin? -repitió-. Pero no lo entiendo…
 
¿Habría cambiado de opinión? ¿Habría dejado a su prometida, la hija del millonario?
 
David: ¿Quién es Austin?
 
Zac: David, ve a ayudar a tu abuelo en el establo. Está en el box de Jade.
 
David: Pero…
 
Zac: Haz lo que digo -lo interrumpió muy serio-.
 
El niño salió de la habitación, suspirando. Zac no se movió y no dijo una palabra, como si esperase una explicación.

Pero Vanessa no podía dársela. No sabía por qué Austin le enviaba flores… especialmente en aquel momento. A menos que quisiera volver con ella.
 
Ness: Esto no tiene sentido -murmuró-.
 
Zac: Flores de tu prometido. Qué raro, ¿no?
 
Ness: No estoy prometida, Zac -suspiró-. Austin me pidió que me casara con él y le dije que lo pensaría. Estuve casi un año pensándolo y hace poco me enteré de que se había prometido con otra mujer.
 
Zac: Entonces, cuando me dijiste que estabas prometida…
 
Ness: Era una pequeña exageración -sonrió-. Bueno, una mentira. Pero tenía mis razones.
 
Zac: Pues evidentemente tu «casi» prometido ha cambiado de opinión.
 
Ness: No puede ser. Se supone que va a casarse en junio. No he hablado con él en nueve meses. ¡Ni siquiera sabe que estoy aquí!
 
Zac: ¿Estás enamorada de él?
 
Ness: ¡No! -exclamó-. ¿Tú crees que habría hecho el amor contigo si estuviese enamorada de otro hombre?
 
Zac: No te conozco lo suficiente como para saber lo que harías o dejarías de hacer.
 
Ness: Austin no puede creer que voy a casarme con él. Aunque, en realidad, nunca le di una respuesta… ¿Podría haber interpretado eso como un sí?
 
Zac: Yo lo interpretaría como un clarísimo no, desde luego. ¿Sabes una cosa? Cuando me dijiste que estabas prometida, pensé que no era verdad. Que solo lo decías para preservar tu virtud.
 
Vanessa miró la tarjeta, perpleja.
 
Ness: Pues ya sabemos lo que me ha durado la virtud contigo.
 
Zac tiró las flores al suelo y tomó su cara entre las manos.
 
Zac: Olvida a ese hombre. Lleva un año fuera de tu vida. Lo que hay entre nosotros es real, es auténtico… Vanessa, quiero que te quedes aquí. No solo para las navidades, sino para siempre.
 
Ness: ¿Qué dices?
 
Zac: Yo te necesito, David te necesita. Y quiero que te quedes.
 
Ness: ¿Quieres que me quede? Pero… pensé que…
 
Zac: Sé que no he dejado muy claro cuáles eran mis sentimientos, pero te quiero, Vanessa. Y quiero que seas parte de mi vida.
 
Ella no sabía qué decir. Aunque había soñado con oír aquella frase, nunca pensó que sería algo más que un sueño. En realidad, se había convencido a sí misma de que era imposible. Pero Zac no le había pedido que se casara con él. Solo le había dicho que se quedase en Stony Creek.

Se habían conocido solo dos semanas antes, era lógico que no hablase de matrimonio. Pero, ¿podía abandonar su vida y su trabajo en Nueva York por la mera posibilidad de vivir con él? ¿Podría ser su amante y la madre de David sin saber qué sería de su futuro?

Aunque se llevaba muy bien con el niño, la responsabilidad de ser su madre… ¿Y si no sabía hacerlo? ¿Y si cometía errores y le destrozaba la vida? Su padre nunca se lo perdonaría.

Y Zac… Aunque estaba enamorada de él, apenas lo conocía. ¿Y si sus sentimientos se enfriaban? ¿Y si se daba cuenta de que había cometido un error y le pedía que se marchase? ¿Podría soportar el dolor de dejar a Zac y David después de ser parte de la familia?
 
Zac: ¿No vas a responder?
 
Ness: Esta no es una proposición de matrimonio, ¿verdad?
 
Él apretó los labios.
 
Zac: Ya sabes que lo del matrimonio no se me da bien.
 
Vanessa arrugó el ceño.
 
Ness: Yo… tendré que pensarlo.
 
Zac: ¿Igual que pensaste la proposición de ese otro hombre? ¿Vas a hacerme esperar durante un año? Yo no pienso cruzarme de brazos, Vanessa. Quiero una respuesta ahora mismo.
 
Ella respiró profundamente.
 
Ness: No puedo darte una respuesta ahora mismo. Hay que tomar en cuenta muchas cosas.
 
Zac: ¿Lo de anoche no significó nada para ti?
 
Ness: Claro que sí. Lo de anoche fue maravilloso, Zac. Nunca había sentido una pasión así, pero no puedo cambiar toda mi vida por una sola noche de pasión. Soy una persona muy práctica. Si me conocieras, lo entenderías -suspiró tomando una rosa del suelo-. Además, aunque quisiera aceptar ahora mismo, no puedo hacerlo. Tengo que volver a Nueva York para hablar con Austin. Hasta que lo haga, no podré darte una respuesta.
 
Zac la miró enfadado.
 
Zac: Debería haberlo sabido. Debería haber confiado en mi instinto -murmuró, abriendo la puerta-. Cuando tengas una respuesta, házmelo saber. No quiero estar un año esperando.
 
Vanessa se levantó de la cama, pero él ya había salido de la habitación. Entonces miró las rosas. ¿Cómo podía haberle hecho eso Austin? Por fin se enamoraba de un hombre, un hombre que le había pedido que formase parte de su vida y, de repente…

Pero tenía que volver a Nueva York para decirle lo que debería haberle dicho un año antes. No se casaría con Austin. Si se casaba con alguien, sería con Zac Efron. El único problema era que él no se lo había pedido.

Pero, ¿por qué quería volver a Nueva York? No tenía por qué darle una respuesta. Había pasado un año y, según Ash, él había encontrado a otra mujer. La hija de un millonario, ni más ni menos.

Y lo único que la esperaba en la ciudad era un trabajo que había empezado a odiar y un negocio que apenas se mantenía a flote.

Vanessa suspiró. Quizá solo necesitaba una excusa, unos días para pensar. Pero Zac era el hombre de su vida, el hombre del que estaba enamorada, el hombre con el que quería pasar el resto de sus días.

Cerrando los ojos, intentó calmar el caos de su cabeza. Había soñado con eso y, cuando era capaz de tocarlo con las manos… no podía creer que fuese real.

Agitada, se dejó caer sobre la cama y pensó en la noche anterior, sintiendo un escalofrío al recordar los sentimientos que habían compartido. Sentimientos profundos. Sentimientos que podrían durar una vida entera si se daba una oportunidad a sí misma.

Pero, ¿podía basar su futuro en una pasión abrumadora, en un amor desesperado? ¿O tenía que haber algo más?
 
 
Vanessa miró la cocina por última vez, un sitio que le resultaba tan familiar como la palma de su mano. Había colocado cada cosa a su gusto y era «su» cocina. Aunque seguramente pronto volvería a ser un caos.

Había terminado de hacer los preparativos para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, ocupando su cabeza con recetas en lugar de lamentos.
 
Ness: El asado Wellington con patatitas francesas es un poco complicado -le dijo a Alex-. Pero solo tienes que calentarlo en el horno a 125 grados y cortarlo luego rápidamente, antes de que se ponga duro.
 
El hombre no parecía muy convencido.
 
Alex: No sé…
 
Ness: No te preocupes, esto es lo más difícil. El pavo de Navidad será coser y cantar. Solo tienes que rellenarlo… el relleno está guardado en la nevera, en un bol de color verde, y meterlo en el horno.
 
Alex: Espero poder hacerlo.
 
Ness: Aquí están las instrucciones -dijo entonces, dándole un papel-. No olvides cambiar las velas. Rojas por la noche, blancas para la comida.
 
Alex: ¿Eso es importante?
 
Ness: Mucho. He planchado todos los manteles y las servilletas… el que tiene el estampado con la flor de pascua es para esta noche, el de color crema para mañana. La verdad, podría poner la mesa ahora mismo y así no tendrías que hacerlo tú.
 
Alex: ¿Y por qué no te quedas? Yo nunca he metido un asado Burlington en el horno y nunca sé si la carne está dura o blanda.
 
Ness: Wellington -lo corrigió-. Y no puedo quedarme, Alex. Tengo que volver a Nueva York.
 
Alex: Te ha pedido que te quedes, ¿verdad?
 
Ness: Prefiero no hablar de ello. Ahora mismo estoy un poco confusa y cuanto más lo pienso, más confusa estoy. Necesito un poco de tiempo… esta es una decisión muy importante.
 
Alex: Pues él no está mejor. Ha limpiado tan bien los establos, que podríamos celebrar la comida de Navidad en el suelo.
 
Evidentemente estaba enfadado porque no le había dado una respuesta, pero nada la haría cambiar de opinión. Siempre se había tomado su tiempo para decidir las cosas y no pensaba mudarse a Schuyler Falls por una noche de pasión, por muy maravillosa que hubiera sido.

Tenía que considerar todas las opciones, todos los detalles hasta que supiera que esa unión sería perfecta. Por supuesto, no existía la perfección en las parejas, pero…
 
Ness: Bueno, mi maleta está en la puerta y el tren sale en media hora. Tengo que irme, Alex -suspiró-. No te preocupes, todo saldrá bien. Y el asado Wellington estará riquísimo. Voy a despedirme de David. ¿Sabes dónde está?
 
Alex: Esperando en el porche. Despídete de él mientras yo subo tus cosas a la furgoneta.
 
Vanessa encontró a David sentado en los escalones del porche, con Thurston a su lado. No la miraba y se dio cuenta de que estaba a punto de llorar.
 
Ness: Lo hemos pasado bien, ¿verdad? -murmuró, poniéndole un brazo sobre los hombros-. Has conseguido las navidades que querías, ¿no?
 
David: Serían mejores si te quedases. Podrías ser mi mamá… si quisieras.
 
Ness: No sé lo que me deparará el futuro, David. Quizá algún día sea tu mamá. O quizá tu padre conozca a una mujer maravillosa que te hará muy feliz. Pero eso no significa que yo vaya a dejar de quererte.
 
David: Sí, ya -murmuró incrédulo-. Eso es lo que dijo mi madre cuando se fue.
 
A Vanessa se le encogió el corazón. ¿Por qué aquel niño tenía que sufrir por sus indecisiones? ¿Por qué no podían ser una familia feliz?
 
Ness: Imagina que soy un ángel de verdad y que estaré mirándote desde Nueva York.
 
David sacó entonces una caja del bolsillo.
 
David: Es mi regalo de Navidad. Te había comprado sales de baño, pero luego pensé que esto te gustaría más.
 
Vanessa abrió la cajita de plástico. Dentro había una cadena de la que colgaba un penique aplastado, tan fino como el papel.
 
Ness: Es precioso. Muchísimas gracias.
 
David: Es mi penique de la suerte. Yo y Kenny y Raymond los ponemos sobre las vías del tren para que los aplasten las ruedas. Tenía este penique en el bolsillo cuando fui a ver a Santa Claus, cuando le pedí que vinieras. Pero quiero que te lo quedes tú. Para que te dé suerte.
 
Ella se puso el colgante con el corazón encogido.
 
Ness: Gracias, cariño. Es el regalo más bonito que me han hecho nunca.
 
David le echó los brazos al cuello.
 
David: Es para el mejor ángel de Navidad del mundo.
 
Por fin la soltó y se metió corriendo en la casa.

Conteniendo las lágrimas, Vanessa acarició el penique aplastado. Alex la esperaba en la furgoneta y, mientras iba hacia ella, esperó que Zac apareciese milagrosamente y la tomase en sus brazos para no dejarla ir. Eso era lo que quería, ¿no? No estaba preparada para tomar una decisión, pero no quería marcharse. Con doscientos kilómetros entre ellos, temía que la atracción se enfriase, que la pasión que habían compartido desapareciera. Temía no volver nunca a Stony Creek.

Cuando abría la puerta de la furgoneta, se volvió y… vio a Zac en el porche, con el pelo despeinado por el viento. Y casi tuvo que llevarse una mano al corazón, como la primera vez que lo vio.
 
Zac: Supongo que esto es un adiós.
 
Ness: Supongo que sí, por el momento.
 
Zac: ¿Vas a volver con él?
 
Ness: No. No estoy enamorada de él y voy a decírselo.
 
Zac: ¿Y después? ¿Volverás para darme una respuesta?
 
Ness: Te prometo que lo haré. -Después, sin pensar, por instinto, corrió hacia el porche y le dio un beso en los labios-. Feliz Navidad, Zac.
 
Zac: Feliz Navidad, Vanessa.
 
Lo observó por la ventanilla de la furgoneta mientras se alejaba por el camino. Antes de que la casa desapareciera de su vista, él levantó una mano para decirle adiós.
 
Ness: Volveré -murmuró con un nudo en la garganta-. Te lo prometo.
 
Pero no estaba segura del todo. Aquello había sido un encargo profesional, un trabajo para no terminar en números rojos como todos los años. No debería haberse enamorado.


martes, 23 de noviembre de 2021

Capítulo 7

 
Llevaban casi veinticuatro horas sin dirigirse la palabra. Vanessa se negaba obstinadamente a hablarle y Zac parecía decidido a ignorarla. La tensión entre ellos era tan grande, que podía cortarse con un cuchillo.

Zac estaba enfadado porque era simpática y cariñosa con David. ¿Qué quería, que fuese una bruja? Aunque ser cariñosa con el niño no estaba en el contrato, lo era porque le parecía lo más lógico. Y porque lo sentía. Y porque era una cualidad fundamental en un ángel de Navidad.

Además, ¿quién no se enamoraría de David Efron? Y en cuanto a su padre, empezaba a creer que se había equivocado con él. No debería haberle pedido que la besara en el trineo. Deberían haber seguido manteniendo una relación profesional, sencillamente.

Entonces oyó un golpe en el techo. Cuando David estaba en su habitación solía pegar saltos en la cama como cualquier otro niño, pero estaba en el establo.

Entonces oyó más golpes y salió al porche a ver qué pasaba. Había una escalera apoyada en la pared y Zac estaba en el tejado, intentando colocar unos renos de plástico.
 
Ness: ¡Ten cuidado!
 
Él la miró por encima del hombro.
 
Zac: No necesito tus consejos. Puedo colocar estos ocho renos sin que tú supervises el trabajo.
 
Ness: Deben ser nueve, no ocho. Santa Claus lleva nueve renos en el trineo. Y esos renos de plástico son muy poco finos, por cierto.
 
Zac: No los pongo para ti, los pongo para David. Para que vea que yo puedo decorar tan bien como tú.
 
Ness: ¿Dónde está, por cierto?
 
Zac: Ha ido a buscar un alargador al establo.
 
Ness: Ese reno está muy bajo.
 
Zac: Está perfectamente.
 
Ness: Pues parece que se va a caer.
 
Zac murmuró algo por lo bajo. Pero colocó bien el reno, que era de lo que se trataba. Después, bajó para tomar el siguiente.
 
Pero eligió el que tenía la nariz roja.
 
Ness: Ese es Rudolf, tiene que ir el primero.
 
Zac: Pues va a ir el segundo.
 
Ness: David se dará cuenta. Se le enciende la nariz como un farol y todo el mundo sabe que Rudolf, el de la nariz roja, va el primero.
 
Zac: ¿Has venido para amargarme la vida o tenías algo que decir?
 
Ness: Pues sí, tengo algo que decir. No he visto los juguetes de David. O los tienes escondidos o aún no has comprado nada -dijo sacando un papel del bolsillo de los vaqueros-. He hecho una lista con los que ha ido mencionando de pasada o que ha visto en la tele. Puedo ir a comprarlos yo si quieres, pero cada uno tiene que ser envuelto con papel diferente y…
 
Zac: Lo haré yo, muchas gracias -la interrumpió quitándole el papel-.
 
Después, volvió a subir por la escalera. Colocó el reno en la segunda posición, pero a Rudolf no parecía gustarle y cayó al suelo.

Vanessa, que nunca había visto volar un reno hasta aquel momento, tuvo que soltar una risita.
 
Ness: No le gusta ir el segundo porque sabe que debe estar en la primera posición.
 
Zac: ¿Sois amigos íntimos?
 
Ella tomó el reno y se sentó en los escalones del porche. Como esperaba, Zac se sentó a su lado un segundo después.
 
Ness: ¿Cuándo piensas ir de compras? Algunos de los juguetes podrían desaparecer si esperas mucho.
 
Zac: Creo que puedo comprar los juguetes para mi hijo sin que me den consejos. Sé muy bien lo que quiere.
 
Ness: Solo intento ayudar. Para eso estoy aquí.
 
Zac: ¿Y cuánto tiempo te quedarás? Supongo que estarás deseando volver a Nueva York. ¿Tu prometido no quiere pasar las navidades contigo?
 
Ness: ¿Mi prometido?
 
Zac: Ayer te oí hablando de él con David.
 
Ness: ¿Estabas escuchando?
 
Zac: Es mi hijo y tengo que protegerlo. He pensado que, si te quedas el día de Navidad, será más duro para él cuando te marches.
 
Ness: Yo no quiero hacerle daño.
 
Zac: Lo sé, pero cada día que estás aquí se encariña más y más.
 
Ella se levantó enfadada.
 
Ness: Entonces, me marcharé. Dejaré hecha la comida de Navidad y solo tendrás que calentarla en el horno.
 
Zac no intentó convencerla de que se quedara. Simplemente, se levantó con el reno en la mano para subir de nuevo al tejado.
 
Zac: ¿Lo quieres?
 
Ness: ¿A David? Por supuesto. Es un niño maravilloso.
 
Zac: Me refería a tu prometido.
 
Vanessa consideró la respuesta durante unos segundos. Debía mentirle. Para proteger su corazón y para castigar a Zac por su grosero comportamiento.
 
Ness: Supongo que sí. Me ha pedido que me case con él y es la única oferta que he recibido por el momento.
 
Zac: Pues, entonces, supongo que deberías casarte.
 
Ness: Sí, claro -murmuró-.
 
Evidentemente, Zac no iba a pedírselo. Su trabajo en Stony Creek era lo que había esperado: un encargo profesional. Nada más.
 
Ness: Bueno, me voy. Tengo muchas cosas que hacer si quiero terminar antes del día de Navidad. ¿Alguna petición especial para la cena de Nochebuena?
 
Zac negó con la cabeza.
 
Zac: Lo que tú quieras.
 
Lo había dicho con un tono frío, indiferente. Y Vanessa se preguntó si significaba algo para él.

Cuando llegó a la cocina, se apoyó en la repisa respirando profundamente para calmarse.
 
Ness: Haz tu trabajo. Simplemente, haz tu trabajo y todo irá bien.
 
Haría un pavo para el día de Navidad y un asado con patatitas francesas para Nochebuena. Y estarían tan deliciosos, que Zac lamentaría haberla echado de su casa.

Y, además, daría los últimos toques a la decoración y dejaría la residencia de los Efron como para salir en las páginas de una revista.
 
Ness: Lamentará haberme dicho que debo irme -murmuró-. Cuando pruebe mi pavo relleno, no podrá olvidarse de mí.
 
 
Zac: ¡Pero tienes que venir! -exclamó-. Vamos vestidos de Santa Claus y la señorita Green me ha dicho que yo lo hago muy bien. Y Eleanor Winchell parece un tomate con patas.
 
Zac había intentado convencerlo de que Vanessa tenía muchas cosas que hacer, pero David no se rendía.
 
Zac: Tiene mucho trabajo, cariño. Quizá quiera descansar un poco.
 
Ness: Pues sí, tengo mucho trabajo -dijo con retintín-.
 
Aunque Zac no podía imaginar qué quedaba por hacer. Los regalos estaban comprados, la casa decorada de arriba abajo y Vanessa llevaba días metida en la cocina.

Y cada vez que se encontraban por el pasillo, ella miraba hacia otro lado.

Para ir a la función de Navidad, en lugar de los vaqueros y la camisa de franela, se había puesto un jersey de cuello alto y pantalones de color caqui. Incluso se había peinado cuidadosamente y, en lugar de las botas, llevaba unos mocasines de ante. Aunque seguramente no era tan sofisticado como su «prometido», muchas mujeres lo encontrarían atractivo.

Pero Vanessa lo miraba como si fuese una mofeta.
 
David: Tienes que venir -insistió-.
 
Zac: Nos gustaría mucho que vinieses -dijo entonces-.
 
Aunque la invitación era genuina, su voz sonaba forzada.

Durante aquellos días se comportaron como si nunca se hubieran besado, como si nunca se hubieran acariciado. Pero Vanessa había dejado de cenar con ellos y se preparaba la cena en la cocina de la casa de invitados.

Cada noche, David y ella discutían sobre un nuevo adorno o un nuevo proyecto para que las navidades fueran perfectas. Zac se iba al establo y solo volvía a la casa cuando veía encendidas las luces de su habitación.

Debería estar contento. Después de todo, fue él quien sugirió que se distanciase del niño.

Pero el ambiente en la casa había cambiado y era de todo menos festivo. David lo notaba y parecía triste. Igual que su padre. Igual que Vanessa.

Ella puso una mano sobre la cabeza del niño.
 
Ness: Me gustaría mucho ir, pero tengo que terminar un pastel y acabar con el relleno del pavo. Quieres tener unas navidades perfectas, ¿no?
 
Zac se aclaró la garganta.
 
Zac: David, ve por tu abrigo. Y ponte las botas. Tenemos que irnos dentro de cinco minutos.
 
Cuando el niño salió de la cocina, se volvió hacia Vanessa.
 
Zac: A mi hijo le gustaría mucho que vinieses a ver la función.
 
Ness: ¿Estás pidiéndome que vaya por David o porque tú quieres que vaya?
 
Zac: Las dos cosas.
 
Ella consideró la invitación durante unos segundos.
 
Ness: De acuerdo, iré. ¿Debería cambiarme de ropa?
 
Zac: Estás muy bien así.
 
Vanessa llevaba un cárdigan verde de cachemir y una falda de pana negra. Con el pelo suelto y apenas un poco de brillo en los labios, a Zac le parecía perfecta.
 
Zac: Vamos. No quiero llegar tarde al debut de mi hijo como cantante.
 
Ness: Muy bien.
 
Ella tomó su chaquetón del perchero y Zac la ayudó a ponérselo.
 
Zac: Te lo agradezco mucho.
 
Vanessa no dijo una palabra mientras se dirigían al colegio, ni cuando la ayudó a quitarse el chaquetón, ni cuando la tomó del brazo para ir al salón de actos. Había tantas cosas que decir, que ninguno de los dos quería aventurarse a ser el primero.

¿Cuántas veces había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tomarla en sus brazos, para no decirle lo que pensaba, para no rogarle que volviesen a estar como antes?

Pero cada vez que iba hacerlo, volvían las dudas. No quería cometer otro error. Divorciarse de Sarah había sido horrible, pero amar a Vanessa y perderla sería insoportable. Y podría destruir la confianza que David tenía en él.

Cuando entraron en el salón de actos, Zac comprobó que todas las cabezas se volvían. Su vida social era asunto de interés general en el pueblo, evidentemente. Por detrás de Thomas Dalton, el propietario de los almacenes, él era considerado como el soltero de oro de Schuyler Falls.

Y, de repente, aparecía en la función escolar con una mujer bellísima del brazo.
 
Ness: ¿Por qué nos miran? -susurró-.
 
Zac: Están mirándote a ti.
 
Ness: ¿Por qué?
 
Zac: Es la primera vez que me ven en público con una mujer desde que la madre de David me dejó.
 
Ness: ¿No has salido con nadie en dos años? ¿Por qué?
 
Zac: Porque no he encontrado a nadie con quien quisiera salir… hasta ahora.
 
Ness: Esto no es una cita.
 
Zac sonrió.
 
Zac: Podríamos aparentar que lo es. Así las solteras de Schuyler Falls me dejarán en paz durante algún tiempo. Pero tendrías que besarme…
 
Ness: De eso nada.
 
Zac: Pues, entonces, mirarme con cara de adoración, como si cada palabra que digo fuera la más interesante que has oído en toda tu vida.
 
Ness: ¿Y qué pasará cuando tengas que volver a salir?
 
Zac: No sé… contrataré una acompañante o algo así. O quizá no vuelva a salir en un par de años -contestó ofreciéndole el programa-. ¿Has visto una función escolar alguna vez?
 
Ness: No, la verdad.
 
Zac: Por muy mala que sea, no te rías. Puedes sonreír, pero no reírte. Puedes morderte los labios, eso te ayudará. Y créeme, va a ser malísima. Los niños de siete años son incapaces de actuar de forma natural delante del público. Y el coro de la señorita Green no va a quitarle el puesto a los niños cantores de Viena. No cantan, aúllan.
 
Vanessa sonrió.
 
Ness: Creo que voy a pasarlo estupendamente.
 
Poco después se apagaron las luces y salió el primer grupo de niños. Eran los más pequeños y, en lugar de prestar atención al coro, se dedicaban a buscar a sus padres entre el público, a darse codazos o a tirarse de la ropa. Afortunadamente, solo cantaron una canción antes de salir corriendo del escenario.

La clase de David era la siguiente. Vanessa apretó la mano de Zac para darle valor. O al revés.
 
Zac: ¿Estás bien?
 
Ness: Estoy un poquito nerviosa, la verdad. Lleva una semana hablando de su solo y creo que está asustado.
 
Zac: David no se asusta.
 
Ness: Claro que sí. No lo dice en voz alta, pero yo sé que quiere hacerlo lo mejor posible.
 
Zac se quedó pensativo un momento. Siempre había creído que David era un niño con mucha confianza en sí mismo. No le importaba equivocarse y fracasar. Y nunca se le ocurrió pensar que podría estar escondiendo miedos o inseguridades, quizá intentando ser el ideal de masculinidad que veía en su padre.

Una madre notaría esas cosas… si David tuviese una madre que se ocupara de él.

Vanessa sería una madre maravillosa, pensó. Viéndola allí, con una sonrisa de ánimo en los labios, nerviosa… Quería a su hijo, eso estaba claro. Con una mujer como ella, David podría experimentar lo más dulce de la vida, los abrazos, las risas, la complicidad, los besos cuando tuviera miedo…
 
Ness: Ahí está -dijo entonces, moviendo la mano. Al verla, el niño sonrió de oreja a oreja-. Deberíamos haber traído la cámara de vídeo. Está graciosísimo con ese traje de Santa Claus.
 
David empezó bien, pero olvidó la letra y miró a su profesora, que le hizo un gesto con la cabeza para que empezase otra vez. Y cuando logró terminar la canción, Vanessa se levantó para aplaudir.
 
Ness: ¡Bravo!
 
Zac comprobó que el resto de los padres la miraban extrañados.
 
Zac: Siéntate, esto no es el Madison Square Garden.
 
Ness: Lo ha hecho muy bien, ¿verdad? Se le ha ido la letra un momento, pero enseguida ha vuelto a retomar la canción perfectamente. Yo creo que tenía la estrofa más larga, ¿no? Y la más difícil, desde luego.
 
Sin poder resistirlo, Zac le pasó un brazo por los hombros.
 
Zac: No te había visto tan contenta desde que encontraste el molde inglés para el pastel de ciruelas.
 
Ness: Lo siento, no debería…
 
Zac: No, me alegro de que te importe tanto -la interrumpió-.
 
El resto del programa consistía en varios grupos de niños cantando canciones navideñas con más o menos talento y, al final, todos los padres cantando I wish you a merry Christmas.

Se encontraron con David en el pasillo, al lado de su clase. El pobre estaba emocionado, esperando que le dijeran lo bien que lo había hecho.
 
Zac: Has cantado fenomenal -dijo tomándolo en brazos-.
 
Ness: Ha sido maravilloso -sonrió-. El mejor, tienes una voz preciosa.
 
David: Me he equivocado al principio -admitió-.
 
Ness: ¿Ah, sí? Yo no me he dado cuenta. No creo que nadie se haya dado cuenta, ¿verdad, Zac? Has cantado como un profesional.
 
David: ¿De verdad? ¿Cómo algo que verías en Nueva York?
 
Ness: Igual, igual. Bueno… mucho mejor que lo que se ve en Nueva York.
 
De la mano, fueron hasta la puerta del colegio, charlando sobre su «grandiosa» interpretación. Zac los miró. Su hijo y la mujer de la que estaba enamorándose.
 
Zac: Pues si la quieres, vas a tener que convencerla de que tiene que quedarse -murmuró para sí mismo-. O eso o soportar las iras de un niño de siete años.
 
 
Vanessa estaba en su cama, mirando el techo con los brazos cruzados. Decir que estaba confusa era decir poco. Zac Efron se había convertido en el maestro de los equívocos. Primero le decía que tenía que marcharse antes de Navidad y luego…

Cuando volvieron a casa después de la función escolar se despidió para irse a dormir, pero Zac le pidió que se quedara con ellos un rato. Pusieron una película navideña que vieron con el abuelo en el cuarto de estar, riendo como si fueran una familia…

Y cuando por fin David se fue a la cama y Alex dijo que él también se iba a dormir, Vanessa se levantó arguyendo que estaba agotada.

¿De qué había tenido miedo? ¿De que Zac la besara de nuevo? Pues sí, de eso. En su estado mental, era imposible volver a besarlo. Tenía que volver a Nueva York inmediatamente si quería olvidarse de Stony Creek y de los Efron.

Pero, ¿estaría rindiéndose demasiado pronto?

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un golpecito en la puerta. Vanessa miró el despertador. Eran las doce y solo una persona llamaría a su puerta tan tarde.

Y no sabía si debía contestar.

Zac volvió a llamar y ella se cubrió los ojos con la mano. No quería abrir. No podía abrir. Por fin, a la tercera tuvo que levantarse de la cama.

Por supuesto, Zac estaba al otro lado de la puerta con un montón de bolsas y paquetes en los brazos.
 
Zac: Como tenías la luz encendida, he pensado traer todo esto…
 
Vanessa le quitó un Lego de las manos para verle la cara. ¿Por qué estaba haciendo eso? ¿No habían dejado las cosas claras?
 
Ness: Dijiste que tú mismo envolverías los juguetes.
 
Zac: Sí, pero me resulta muy difícil. He pensado que podríamos hacerlo juntos y dejarlos aquí hasta el día de Navidad, para que David no los vea.
 
Ella dejó escapar un suspiro.
 
Ness: Supongo que puedo hacerlo mañana, antes de marcharme.
 
Zac: ¿Te marchas mañana?
 
Ness: Mañana es Nochebuena.
 
Zac: Ah, claro. Es verdad.
 
Ness: Ya.
 
Ninguno de los dos sabía qué decir. Vanessa esperó que dejase los juguetes en el sofá; pero, en lugar de hacerlo, prácticamente los tiró al suelo y la tomó en sus brazos.

Un gemido escapó de sus labios, pero era un gemido más de sorpresa que de protesta. Nada la había preparado para la intensidad de aquel beso tan exigente, tan desesperado.

A Vanessa se le doblaban las rodillas y Zac la tomó por la cintura para llevarla a la cama. Sin decir nada, la dejó sobre el edredón y se tumbó a su lado.
 
Zac: Lo siento -murmuró por fin-. Lo he estropeado todo.
 
Ness: No -musitó poniendo un dedo sobre sus labios-. No te disculpes. Esto es todo lo que importa. Esta noche. No necesito nada más.
 
Zac: Pero tengo que decirte…
 
Vanessa interrumpió sus palabras con un beso y Zac se colocó encima, con un ardor que no podía disimular y que la excitaba como nunca.

El sentido común le decía que debía parar aquello antes de que llegasen demasiado lejos. Pero el sentido común perdió la batalla porque su olor, sus caricias, su sabor… eran demasiado embriagadores.

Se dejó llevar por la magia del momento, por el deseo de ser suya, de poseerlo a la vez. Y aquella noche tenían todo el tiempo del mundo.

Zac jugaba con los botones de su cárdigan sin dejar de besarla, pero cuando metió las manos por debajo del jersey para acariciar sus pechos, Vanessa lo detuvo. Entonces se incorporó y empezó a desabrochar los botones uno por uno. Zac prácticamente gruñía de deseo, pero ella no le permitió moverse hasta que el cárdigan se deslizó por sus hombros. Entonces entendió el poder de su feminidad. Con un solo movimiento o una sonrisa sugerente lo tenía en sus manos. Ningún hombre la había deseado tanto como Zac. Podía verlo en sus ojos, en el ligero temblor de sus manos.

Cuando iba a desabrochar el sujetador, él la sujetó.
 
Zac: No. Déjame hacerlo.
 
Tomó el cierre del sostén y lo abrió lentamente para admirar sus pechos. Vanessa no se sentía avergonzada por su desnudez, todo lo contrario. Entonces le quitó el jersey y empezó a acariciar su torso, despacio, de arriba abajo. Después se tumbó sobre él, piel contra piel, el calor del cuerpo del hombre traspasándola.

Como si estuvieran en otro mundo, un mundo de noches interminables, se quitaron la ropa el uno al otro. Cada movimiento les daba tiempo a explorar, a tocarse hasta que ninguno de los dos pudo esconder la pasión que sentía. Cuando ambos estuvieron desnudos, lo miró con fuerza y, a la vez, con vulnerabilidad. En ese momento, supo que él era el hombre que quería.

Suaves gemidos se mezclaban con susurros y suspiros ahogados. Los sentidos de Vanessa estaban embriagados de su olor, del roce de los labios húmedos sobre sus sensibles pezones y del sonido de sus jadeos. No hacían falta palabras y, cuando él sacó un paquetito de la cartera, lo tomó y se lo puso ella misma.

Parecían responder el uno al otro de forma instintiva, como si hubieran estado esperando aquel momento toda la vida, el momento en que se convertirían en uno solo. Y cuando entró en ella, lo miró a los ojos. Todo lo que sentía estaba reflejado en ellos: la pasión, el amor, el deseo… y su corazón se encogió.

No necesitaba oírlo decir que la amaba porque lo sabía. Aunque no lo dijera nunca, sabría que por una noche había sido la mujer de sus sueños.

Él se movía despacio al principio, pero después una fiebre incontrolable los poseyó a los dos. Vanessa sentía la tensión creciendo con cada embestida, un deseo que necesitaba ser satisfecho. Y cuando él metió la mano entre sus piernas para tocarla, gritó por la intensidad de la sensación. Entonces llegó arriba, a lo más alto, y Zac llegó con ella, pronunciando su nombre una y otra vez, estremecido.

Más tarde, después de haber hecho el amor una vez más, acarició su cara sudorosa. De jovencita, había soñado con conocer a un hombre al que pudiese amar profundamente, con fiera pasión. Pero dejó a un lado esos sueños por una idea más pragmática del amor.

Con Zac se había convertido en una mujer de verdad, una mujer llena de vida, de luz y de amor que estaba por encima de cualquier duda, de cualquier inhibición.
 
Ness: Te quiero -murmuró tan bajito que, si Zac lo oía, podría pensar que había sido un sueño-. Y aunque esta sea la única noche que tengamos, seguiré queriéndote siempre.
 
Lo miró durante largo rato, hasta que tuvo que cerrar los ojos vencida por el sueño. Y cuando por fin se quedó dormida, con la cabeza apoyada sobre su hombro, durmió plácidamente. Mejor que nunca.


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