Llevaban casi veinticuatro horas
sin dirigirse la palabra. Vanessa se negaba obstinadamente a hablarle y Zac
parecía decidido a ignorarla. La tensión entre ellos era tan grande, que podía
cortarse con un cuchillo.
Zac estaba enfadado porque era
simpática y cariñosa con David. ¿Qué quería, que fuese una bruja? Aunque ser
cariñosa con el niño no estaba en el contrato, lo era porque le parecía lo más
lógico. Y porque lo sentía. Y porque era una cualidad fundamental en un ángel
de Navidad.
Además, ¿quién no se enamoraría de David
Efron? Y en cuanto a su padre, empezaba a creer que se había equivocado con él.
No debería haberle pedido que la besara en el trineo. Deberían haber seguido
manteniendo una relación profesional, sencillamente.
Entonces oyó un golpe en el techo.
Cuando David estaba en su habitación solía pegar saltos en la cama como
cualquier otro niño, pero estaba en el establo.
Entonces oyó más golpes y salió al
porche a ver qué pasaba. Había una escalera apoyada en la pared y Zac estaba en
el tejado, intentando colocar unos renos de plástico.
Ness: ¡Ten cuidado!
Él la miró por encima del hombro.
Zac: No necesito tus consejos. Puedo
colocar estos ocho renos sin que tú supervises el trabajo.
Ness: Deben ser nueve, no ocho.
Santa Claus lleva nueve renos en el trineo. Y esos renos de plástico son muy poco
finos, por cierto.
Zac: No los pongo para ti, los
pongo para David. Para que vea que yo puedo decorar tan bien como tú.
Ness: ¿Dónde está, por cierto?
Zac: Ha ido a buscar un alargador
al establo.
Ness: Ese reno está muy bajo.
Zac: Está perfectamente.
Ness: Pues parece que se va a caer.
Zac murmuró algo por lo bajo. Pero
colocó bien el reno, que era de lo que se trataba. Después, bajó para tomar el
siguiente.
Pero eligió el que tenía la nariz
roja.
Ness: Ese es Rudolf, tiene que ir
el primero.
Zac: Pues va a ir el segundo.
Ness: David se dará cuenta. Se le
enciende la nariz como un farol y todo el mundo sabe que Rudolf, el de la nariz
roja, va el primero.
Zac: ¿Has venido para amargarme la
vida o tenías algo que decir?
Ness: Pues sí, tengo algo que
decir. No he visto los juguetes de David. O los tienes escondidos o aún no has
comprado nada -dijo sacando un papel del bolsillo de los vaqueros-. He hecho
una lista con los que ha ido mencionando de pasada o que ha visto en la tele.
Puedo ir a comprarlos yo si quieres, pero cada uno tiene que ser envuelto con
papel diferente y…
Zac: Lo haré yo, muchas gracias -la
interrumpió quitándole el papel-.
Después, volvió a subir por la
escalera. Colocó el reno en la segunda posición, pero a Rudolf no parecía
gustarle y cayó al suelo.
Vanessa, que nunca había visto volar
un reno hasta aquel momento, tuvo que soltar una risita.
Ness: No le gusta ir el segundo
porque sabe que debe estar en la primera posición.
Zac: ¿Sois amigos íntimos?
Ella tomó el reno y se sentó en los
escalones del porche. Como esperaba, Zac se sentó a su lado un segundo después.
Ness: ¿Cuándo piensas ir de
compras? Algunos de los juguetes podrían desaparecer si esperas mucho.
Zac: Creo que puedo comprar los
juguetes para mi hijo sin que me den consejos. Sé muy bien lo que quiere.
Ness: Solo intento ayudar. Para eso
estoy aquí.
Zac: ¿Y cuánto tiempo te quedarás? Supongo
que estarás deseando volver a Nueva York. ¿Tu prometido no quiere pasar las
navidades contigo?
Ness: ¿Mi prometido?
Zac: Ayer te oí hablando de él con David.
Ness: ¿Estabas escuchando?
Zac: Es mi hijo y tengo que protegerlo.
He pensado que, si te quedas el día de Navidad, será más duro para él cuando te
marches.
Ness: Yo no quiero hacerle daño.
Zac: Lo sé, pero cada día que estás
aquí se encariña más y más.
Ella se levantó enfadada.
Ness: Entonces, me marcharé. Dejaré
hecha la comida de Navidad y solo tendrás que calentarla en el horno.
Zac no intentó convencerla de que
se quedara. Simplemente, se levantó con el reno en la mano para subir de nuevo
al tejado.
Zac: ¿Lo quieres?
Ness: ¿A David? Por supuesto. Es un
niño maravilloso.
Zac: Me refería a tu prometido.
Vanessa consideró la respuesta
durante unos segundos. Debía mentirle. Para proteger su corazón y para castigar
a Zac por su grosero comportamiento.
Ness: Supongo que sí. Me ha pedido
que me case con él y es la única oferta que he recibido por el momento.
Zac: Pues, entonces, supongo que
deberías casarte.
Ness: Sí, claro -murmuró-.
Evidentemente, Zac no iba a
pedírselo. Su trabajo en Stony Creek era lo que había esperado: un encargo
profesional. Nada más.
Ness: Bueno, me voy. Tengo muchas
cosas que hacer si quiero terminar antes del día de Navidad. ¿Alguna petición
especial para la cena de Nochebuena?
Zac negó con la cabeza.
Zac: Lo que tú quieras.
Lo había dicho con un tono frío, indiferente.
Y Vanessa se preguntó si significaba algo para él.
Cuando llegó a la cocina, se apoyó
en la repisa respirando profundamente para calmarse.
Ness: Haz tu trabajo. Simplemente,
haz tu trabajo y todo irá bien.
Haría un pavo para el día de
Navidad y un asado con patatitas francesas para Nochebuena. Y estarían tan
deliciosos, que Zac lamentaría haberla echado de su casa.
Y, además, daría los últimos toques
a la decoración y dejaría la residencia de los Efron como para salir en las
páginas de una revista.
Ness: Lamentará haberme dicho que debo
irme -murmuró-. Cuando pruebe mi pavo relleno, no podrá olvidarse de mí.
Zac: ¡Pero tienes que venir! -exclamó-.
Vamos vestidos de Santa Claus y la señorita Green me ha dicho que yo lo hago
muy bien. Y Eleanor Winchell parece un tomate con patas.
Zac había intentado convencerlo de
que Vanessa tenía muchas cosas que hacer, pero David no se rendía.
Zac: Tiene mucho trabajo, cariño.
Quizá quiera descansar un poco.
Ness: Pues sí, tengo mucho trabajo -dijo
con retintín-.
Aunque Zac no podía imaginar qué
quedaba por hacer. Los regalos estaban comprados, la casa decorada de arriba abajo
y Vanessa llevaba días metida en la cocina.
Y cada vez que se encontraban por
el pasillo, ella miraba hacia otro lado.
Para ir a la función de Navidad, en
lugar de los vaqueros y la camisa de franela, se había puesto un jersey de
cuello alto y pantalones de color caqui. Incluso se había peinado
cuidadosamente y, en lugar de las botas, llevaba unos mocasines de ante. Aunque
seguramente no era tan sofisticado como su «prometido», muchas mujeres lo encontrarían
atractivo.
Pero Vanessa lo miraba como si fuese
una mofeta.
David: Tienes que venir -insistió-.
Zac: Nos gustaría mucho que
vinieses -dijo entonces-.
Aunque la invitación era genuina,
su voz sonaba forzada.
Durante aquellos días se
comportaron como si nunca se hubieran besado, como si nunca se hubieran
acariciado. Pero Vanessa había dejado de cenar con ellos y se preparaba la cena
en la cocina de la casa de invitados.
Cada noche, David y ella discutían
sobre un nuevo adorno o un nuevo proyecto para que las navidades fueran perfectas.
Zac se iba al establo y solo volvía a la casa cuando veía encendidas las luces
de su habitación.
Debería estar contento. Después de
todo, fue él quien sugirió que se distanciase del niño.
Pero el ambiente en la casa había
cambiado y era de todo menos festivo. David lo notaba y parecía triste. Igual
que su padre. Igual que Vanessa.
Ella puso una mano sobre la cabeza
del niño.
Ness: Me gustaría mucho ir, pero
tengo que terminar un pastel y acabar con el relleno del pavo. Quieres tener unas
navidades perfectas, ¿no?
Zac se aclaró la garganta.
Zac: David, ve por tu abrigo. Y
ponte las botas. Tenemos que irnos dentro de cinco minutos.
Cuando el niño salió de la cocina,
se volvió hacia Vanessa.
Zac: A mi hijo le gustaría mucho
que vinieses a ver la función.
Ness: ¿Estás pidiéndome que vaya
por David o porque tú quieres que vaya?
Zac: Las dos cosas.
Ella consideró la invitación
durante unos segundos.
Ness: De acuerdo, iré. ¿Debería
cambiarme de ropa?
Zac: Estás muy bien así.
Vanessa llevaba un cárdigan verde
de cachemir y una falda de pana negra. Con el pelo suelto y apenas un poco de
brillo en los labios, a Zac le parecía perfecta.
Zac: Vamos. No quiero llegar tarde
al debut de mi hijo como cantante.
Ness: Muy bien.
Ella tomó su chaquetón del perchero
y Zac la ayudó a ponérselo.
Zac: Te lo agradezco mucho.
Vanessa no dijo una palabra
mientras se dirigían al colegio, ni cuando la ayudó a quitarse el chaquetón, ni
cuando la tomó del brazo para ir al salón de actos. Había tantas cosas que
decir, que ninguno de los dos quería aventurarse a ser el primero.
¿Cuántas veces había tenido que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no tomarla en sus brazos, para no decirle lo
que pensaba, para no rogarle que volviesen a estar como antes?
Pero cada vez que iba hacerlo, volvían
las dudas. No quería cometer otro error. Divorciarse de Sarah había sido
horrible, pero amar a Vanessa y perderla sería insoportable. Y podría destruir
la confianza que David tenía en él.
Cuando entraron en el salón de actos,
Zac comprobó que todas las cabezas se volvían. Su vida social era asunto de
interés general en el pueblo, evidentemente. Por detrás de Thomas Dalton, el propietario
de los almacenes, él era considerado como el soltero de oro de Schuyler Falls.
Y, de repente, aparecía en la función
escolar con una mujer bellísima del brazo.
Ness: ¿Por qué nos miran? -susurró-.
Zac: Están mirándote a ti.
Ness: ¿Por qué?
Zac: Es la primera vez que me ven
en público con una mujer desde que la madre de David me dejó.
Ness: ¿No has salido con nadie en
dos años? ¿Por qué?
Zac: Porque no he encontrado a nadie
con quien quisiera salir… hasta ahora.
Ness: Esto no es una cita.
Zac sonrió.
Zac: Podríamos aparentar que lo es.
Así las solteras de Schuyler Falls me dejarán en paz durante algún tiempo. Pero
tendrías que besarme…
Ness: De eso nada.
Zac: Pues, entonces, mirarme con
cara de adoración, como si cada palabra que digo fuera la más interesante que
has oído en toda tu vida.
Ness: ¿Y qué pasará cuando tengas que
volver a salir?
Zac: No sé… contrataré una
acompañante o algo así. O quizá no vuelva a salir en un par de años -contestó ofreciéndole
el programa-. ¿Has visto una función escolar alguna vez?
Ness: No, la verdad.
Zac: Por muy mala que sea, no te
rías. Puedes sonreír, pero no reírte. Puedes morderte los labios, eso te
ayudará. Y créeme, va a ser malísima. Los niños de siete años son incapaces de
actuar de forma natural delante del público. Y el coro de la señorita Green no
va a quitarle el puesto a los niños cantores de Viena. No cantan, aúllan.
Vanessa sonrió.
Ness: Creo que voy a pasarlo estupendamente.
Poco después se apagaron las luces
y salió el primer grupo de niños. Eran los más pequeños y, en lugar de prestar
atención al coro, se dedicaban a buscar a sus padres entre el público, a darse
codazos o a tirarse de la ropa. Afortunadamente, solo cantaron una canción
antes de salir corriendo del escenario.
La clase de David era la siguiente.
Vanessa apretó la mano de Zac para darle valor. O al revés.
Zac: ¿Estás bien?
Ness: Estoy un poquito nerviosa, la
verdad. Lleva una semana hablando de su solo y creo que está asustado.
Zac: David no se asusta.
Ness: Claro que sí. No lo dice en
voz alta, pero yo sé que quiere hacerlo lo mejor posible.
Zac se quedó pensativo un momento.
Siempre había creído que David era un niño con mucha confianza en sí mismo. No
le importaba equivocarse y fracasar. Y nunca se le ocurrió pensar que podría
estar escondiendo miedos o inseguridades, quizá intentando ser el ideal de
masculinidad que veía en su padre.
Una madre notaría esas cosas… si David
tuviese una madre que se ocupara de él.
Vanessa sería una madre
maravillosa, pensó. Viéndola allí, con una sonrisa de ánimo en los labios,
nerviosa… Quería a su hijo, eso estaba claro. Con una mujer como ella, David
podría experimentar lo más dulce de la vida, los abrazos, las risas, la
complicidad, los besos cuando tuviera miedo…
Ness: Ahí está -dijo entonces,
moviendo la mano. Al verla, el niño sonrió de oreja a oreja-. Deberíamos haber
traído la cámara de vídeo. Está graciosísimo con ese traje de Santa Claus.
David empezó bien, pero olvidó la
letra y miró a su profesora, que le hizo un gesto con la cabeza para que
empezase otra vez. Y cuando logró terminar la canción, Vanessa se levantó para
aplaudir.
Ness: ¡Bravo!
Zac comprobó que el resto de los
padres la miraban extrañados.
Zac: Siéntate, esto no es el Madison
Square Garden.
Ness: Lo ha hecho muy bien, ¿verdad?
Se le ha ido la letra un momento, pero enseguida ha vuelto a retomar la canción
perfectamente. Yo creo que tenía la estrofa más larga, ¿no? Y la más difícil,
desde luego.
Sin poder resistirlo, Zac le pasó un
brazo por los hombros.
Zac: No te había visto tan contenta
desde que encontraste el molde inglés para el pastel de ciruelas.
Ness: Lo siento, no debería…
Zac: No, me alegro de que te importe
tanto -la interrumpió-.
El resto del programa consistía en
varios grupos de niños cantando canciones navideñas con más o menos talento y,
al final, todos los padres cantando I wish you a merry Christmas.
Se encontraron con David en el
pasillo, al lado de su clase. El pobre estaba emocionado, esperando que le
dijeran lo bien que lo había hecho.
Zac: Has cantado fenomenal -dijo tomándolo
en brazos-.
Ness: Ha sido maravilloso -sonrió-.
El mejor, tienes una voz preciosa.
David: Me he equivocado al principio
-admitió-.
Ness: ¿Ah, sí? Yo no me he dado
cuenta. No creo que nadie se haya dado cuenta, ¿verdad, Zac? Has cantado como
un profesional.
David: ¿De verdad? ¿Cómo algo que
verías en Nueva York?
Ness: Igual, igual. Bueno… mucho
mejor que lo que se ve en Nueva York.
De la mano, fueron hasta la puerta
del colegio, charlando sobre su «grandiosa» interpretación. Zac los miró. Su
hijo y la mujer de la que estaba enamorándose.
Zac: Pues si la quieres, vas a tener
que convencerla de que tiene que quedarse -murmuró para sí mismo-. O eso o
soportar las iras de un niño de siete años.
Vanessa estaba en su cama, mirando
el techo con los brazos cruzados. Decir que estaba confusa era decir poco. Zac Efron
se había convertido en el maestro de los equívocos. Primero le decía que tenía que
marcharse antes de Navidad y luego…
Cuando volvieron a casa después de
la función escolar se despidió para irse a dormir, pero Zac le pidió que se
quedara con ellos un rato. Pusieron una película navideña que vieron con el
abuelo en el cuarto de estar, riendo como si fueran una familia…
Y cuando por fin David se fue a la
cama y Alex dijo que él también se iba a dormir, Vanessa se levantó arguyendo
que estaba agotada.
¿De qué había tenido miedo? ¿De que
Zac la besara de nuevo? Pues sí, de eso. En su estado mental, era imposible
volver a besarlo. Tenía que volver a Nueva York inmediatamente si quería
olvidarse de Stony Creek y de los Efron.
Pero, ¿estaría rindiéndose
demasiado pronto?
Sus pensamientos se vieron
interrumpidos por un golpecito en la puerta. Vanessa miró el despertador. Eran
las doce y solo una persona llamaría a su puerta tan tarde.
Y no sabía si debía contestar.
Zac volvió a llamar y ella se cubrió
los ojos con la mano. No quería abrir. No podía abrir. Por fin, a la tercera
tuvo que levantarse de la cama.
Por supuesto, Zac estaba al otro
lado de la puerta con un montón de bolsas y paquetes en los brazos.
Zac: Como tenías la luz encendida,
he pensado traer todo esto…
Vanessa le quitó un Lego de las
manos para verle la cara. ¿Por qué estaba haciendo eso? ¿No habían dejado las
cosas claras?
Ness: Dijiste que tú mismo envolverías
los juguetes.
Zac: Sí, pero me resulta muy difícil.
He pensado que podríamos hacerlo juntos y dejarlos aquí hasta el día de
Navidad, para que David no los vea.
Ella dejó escapar un suspiro.
Ness: Supongo que puedo hacerlo
mañana, antes de marcharme.
Zac: ¿Te marchas mañana?
Ness: Mañana es Nochebuena.
Zac: Ah, claro. Es verdad.
Ness: Ya.
Ninguno de los dos sabía qué decir.
Vanessa esperó que dejase los juguetes en el sofá; pero, en lugar de hacerlo, prácticamente
los tiró al suelo y la tomó en sus brazos.
Un gemido escapó de sus labios,
pero era un gemido más de sorpresa que de protesta. Nada la había preparado
para la intensidad de aquel beso tan exigente, tan desesperado.
A Vanessa se le doblaban las
rodillas y Zac la tomó por la cintura para llevarla a la cama. Sin decir nada,
la dejó sobre el edredón y se tumbó a su lado.
Zac: Lo siento -murmuró por fin-.
Lo he estropeado todo.
Ness: No -musitó poniendo un dedo
sobre sus labios-. No te disculpes. Esto es todo lo que importa. Esta noche. No
necesito nada más.
Zac: Pero tengo que decirte…
Vanessa interrumpió sus palabras
con un beso y Zac se colocó encima, con un ardor que no podía disimular y que
la excitaba como nunca.
El sentido común le decía que debía
parar aquello antes de que llegasen demasiado lejos. Pero el sentido común perdió
la batalla porque su olor, sus caricias, su sabor… eran demasiado embriagadores.
Se dejó llevar por la magia del
momento, por el deseo de ser suya, de poseerlo a la vez. Y aquella noche tenían
todo el tiempo del mundo.
Zac jugaba con los botones de su
cárdigan sin dejar de besarla, pero cuando metió las manos por debajo del
jersey para acariciar sus pechos, Vanessa lo detuvo. Entonces se incorporó y
empezó a desabrochar los botones uno por uno. Zac prácticamente gruñía de
deseo, pero ella no le permitió moverse hasta que el cárdigan se deslizó por sus
hombros. Entonces entendió el poder de su feminidad. Con un solo movimiento o
una sonrisa sugerente lo tenía en sus manos. Ningún hombre la había deseado
tanto como Zac. Podía verlo en sus ojos, en el ligero temblor de sus manos.
Cuando iba a desabrochar el sujetador,
él la sujetó.
Zac: No. Déjame hacerlo.
Tomó el cierre del sostén y lo
abrió lentamente para admirar sus pechos. Vanessa no se sentía avergonzada por
su desnudez, todo lo contrario. Entonces le quitó el jersey y empezó a
acariciar su torso, despacio, de arriba abajo. Después se tumbó sobre él, piel
contra piel, el calor del cuerpo del hombre traspasándola.
Como si estuvieran en otro mundo,
un mundo de noches interminables, se quitaron la ropa el uno al otro. Cada
movimiento les daba tiempo a explorar, a tocarse hasta que ninguno de los dos
pudo esconder la pasión que sentía. Cuando ambos estuvieron desnudos, lo miró
con fuerza y, a la vez, con vulnerabilidad. En ese momento, supo que él era el
hombre que quería.
Suaves gemidos se mezclaban con susurros
y suspiros ahogados. Los sentidos de Vanessa estaban embriagados de su olor,
del roce de los labios húmedos sobre sus sensibles pezones y del sonido de sus
jadeos. No hacían falta palabras y, cuando él sacó un paquetito de la cartera,
lo tomó y se lo puso ella misma.
Parecían responder el uno al otro
de forma instintiva, como si hubieran estado esperando aquel momento toda la
vida, el momento en que se convertirían en uno solo. Y cuando entró en ella, lo
miró a los ojos. Todo lo que sentía estaba reflejado en ellos: la pasión, el
amor, el deseo… y su corazón se encogió.
No necesitaba oírlo decir que la
amaba porque lo sabía. Aunque no lo dijera nunca, sabría que por una noche
había sido la mujer de sus sueños.
Él se movía despacio al principio,
pero después una fiebre incontrolable los poseyó a los dos. Vanessa sentía la
tensión creciendo con cada embestida, un deseo que necesitaba ser satisfecho. Y
cuando él metió la mano entre sus piernas para tocarla, gritó por la intensidad
de la sensación. Entonces llegó arriba, a lo más alto, y Zac llegó con ella,
pronunciando su nombre una y otra vez, estremecido.
Más tarde, después de haber hecho
el amor una vez más, acarició su cara sudorosa. De jovencita, había soñado con
conocer a un hombre al que pudiese amar profundamente, con fiera pasión. Pero
dejó a un lado esos sueños por una idea más pragmática del amor.
Con Zac se había convertido en una
mujer de verdad, una mujer llena de vida, de luz y de amor que estaba por
encima de cualquier duda, de cualquier inhibición.
Ness: Te quiero -murmuró tan bajito
que, si Zac lo oía, podría pensar que había sido un sueño-. Y aunque esta sea
la única noche que tengamos, seguiré queriéndote siempre.
Lo miró durante largo rato, hasta
que tuvo que cerrar los ojos vencida por el sueño. Y cuando por fin se quedó
dormida, con la cabeza apoyada sobre su hombro, durmió plácidamente. Mejor que
nunca.
2 comentarios:
por fin se dejaron llevar por sus sentimientos... sigue pronto!!
POR FINNNNNNNNN!
Creo que fue el capitulo mas tierno!
Me encanto
Sube pronto :)
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