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viernes, 4 de enero de 2019

Primera parte - Prólogo


Ha llegado el momento de hablar de muchas cosas. 


Chicago, 1994


En Chicago hacía una noche sin luna y, para Vanessa, el momento tenía todas las características de Solo ante el peligro. Le resultaba fácil identificarse con el digno, sereno y resuelto Gary Cooper, mientras se preparaba para enfrentarse al pistolero astuto que volvía para vengarse.

Pero, maldita sea, pensó Vanessa, Chicago era su ciudad. Brittany era la intrusa.

Vanessa supuso que era típico del gusto por lo dramático de Brittany, el que exigiera una confrontación en el mismo estudio donde las dos habían ascendido por la resbaladiza escalera de la ambición. Pero ahora era el estudio de Vanessa, y era su programa el que se llevaba la parte del león de los índices de audiencia. No había nada que Brittany pudiera hacer para modificar eso, salvo conjurar a Elvis de la tumba y pedirle que cantara Heartbreak Hotel al público que presenciaba la emisión del programa.

Al pensar en esa imagen, Vanessa esbozó una leve sonrisa. Brittany era una rival poderosa. A lo largo de los años había empleado recursos truculentos para mantener su programa cotidiano a los más altos niveles de popularidad.

Pero lo que Brittany se traía en la manga no tendría éxito: subestimaba a Vanessa Hudgens. Brittany podía cuchichear secretos y amenazar con escándalos, pero nada de lo que dijera cambiaría los planes de Vanessa.

De todos modos, oiría lo que Brittany quería decirle. Vanessa creía que ella intentaría llegar, aunque fuera por última vez, a un acuerdo. Ofrecer, si no una amistad, por lo menos una tregua prudente. Era poco probable que, al cabo de todo ese tiempo y de tal hostilidad, la brecha que existía entre ambas pudiera ser zanjada; pero Vanessa jamás perdía las esperanzas. Por lo menos hasta que se agotaran todas las posibilidades.

Mientras pensaba en todas esas cosas, Vanessa entró con el coche en el aparcamiento del edificio de la CBC. Durante el día, siempre estaba repleto de los automóviles de técnicos, compaginadores, productores, secretarias y protagonistas de los programas. A Vanessa siempre la llevaba y la iba a buscar su chófer para evitar problemas. En el interior de esa enorme torre blanca, la gente corría para preparar los informativos -que salían al aire a las siete de la mañana, a mediodía, a las cinco de la tarde y a las diez de la noche-, el programa de cocina de Bobby Marks, el programa semanal de Zac Efron, y el exitoso programa La hora de Vanessa, aplaudido en todo el país y con los máximos índices de audiencia.

Pero ahora, justo después de la medianoche, el aparcamiento se encontraba prácticamente vacío. Había una media docena de vehículos pertenecientes al equipo básico dlos informativos, cuyos integrantes holgazaneaban en su sala de redacción a la espera de que en el mundo se produjera algún acontecimiento que valiera la pena contar. Probablemente con la esperanza de que, si estallaba alguna guerra, fuera cuando su turno de trabajo hubiera concluido.

Vanessa deseaba estar en otro lugar, en cualquier otro lugar, pero aparcó en una plaza vacía y apagó el motor. Por un momento permaneció allí sentada, oyendo los sonidos de la noche: el tráfico en la calle de la izquierda, el zumbido del sistema de aire acondicionado que mantenía fresco el edificio y los costosos equipos que albergaba. Tenía que controlar sus emociones encontradas y sus nervios antes de enfrentarse a Brittany.

Los nervios eran algo casi permanente en la profesión que había elegido; debía trabajar con ellos o a través de ellos. Su irritación era algo que podía controlar y lo haría, sobre todo si no ganaba nada con fomentarla. Pero esos sentimientos controvertidos y tan intensos eran otra cuestión. Incluso después de tanto tiempo, le resultaba difícil olvidar que antes admiraba y respetaba a la mujer a quien pronto se enfrentaría. Y confiaba en ella.

Por experiencia propia, Vanessa sabía que Brittany era experta en manipulación emocional. El problema de Vanessa -y muchos sostenían que en él radicaba también su talento- era su incapacidad de ocultar sus sentimientos. Allí estaban, a la vista de todos, para gritar su verdad a quien quisiera oírlos. Lo que sentía se reflejaba en sus ojos marrones, se transmitía en la inclinación de su cabeza o en la expresión de su boca. Algunos decían que eso era lo que la hacía irresistible y, al mismo tiempo peligrosa. Vanessa movió el espejo retrovisor. Sí, en sus ojos aparecían las chispas de su mal humor, su resentimiento contenido, su pesar. Después de todo, ella y Brittany habían sido amigas alguna vez. O casi amigas.

Pero también vio en sus ojos el placer de la expectación. Era una cuestión de orgullo. Hacía mucho que debía haberse producido ese encuentro.

Vanessa sonrió, sacó su lápiz de labios y se pintó cuidadosamente la boca. Uno no se presenta ante su eterno rival sin el más básico de los escudos. Complacida al comprobar que tenía el pulso firme, dejó caer el lápiz de labios en el bolso y bajó. Permaneció inmóvil un momento y aspiró el agradable aire de la noche, mientras se hacía una pregunta: ¿Estás tranquila, Vanessa? No. Estaba acelerada. Cerró de golpe la portezuela y atravesó el aparcamiento. Sacó su tarjeta de identificación y la introdujo en la ranura ubicada junto a la entrada posterior. Segundos más tarde titiló una pequeña luz verde que le permitió abrir la pesada puerta. 

Oprimió el interruptor para iluminar la escalera y dejó que la puerta se cerrara a sus espaldas.

Le resultó interesante que Brittany no hubiera llegado antes que ella. Seguro que pidió una limusina, pensó Vanessa. Ahora que Brittany estaba instalada en Nueva York, ya no tenía un chófer fijo en Chicago. A Vanessa le sorprendió no haber visto la limusina en el aparcamiento.

Brittany era muy, muy puntual.

Era una de las muchas cosas por las que Vanessa la respetaba.

Los tacones de Vanessa resonaron en la escalera cuando descendió un nivel. Mientras volvía a introducir su tarjeta de identificación en la siguiente ranura de seguridad, se preguntó a quién habría sobornado, amenazado o seducido Brittany para conseguir entrar en el estudio.

No muchos años antes, Vanessa solía recorrer ese mismo camino presurosa y llena de entusiasmo, cuando le hacía los recados a Brittany. Como un cachorro ansioso, siempre estaba lista para hacer cualquier cosa que mereciera una señal de aprobación de Brittany. Pero, como un cachorro inteligente, también había aprendido.

Y cuando llegó la traición podría haber gemido, pero en cambio se lamió las heridas y echó mano de todo lo que había aprendido... hasta que la alumna se convirtió en la maestra.

No debería haberle sorprendido descubrir la rapidez con que los viejos resentimientos, hacía mucho tiempo enfriados, volvían a bullir dentro de su ser. Y esta vez al enfrentarse con Brittany lo haría en su propio terreno, con sus propias reglas. La ingenua muchacha de Kansas ya no tenía problemas en admitir su propia ambición.

Y quizá, cuando lo hiciera, la atmósfera se aclararía y las dos podrían encontrarse en pie de igualdad. Si no era posible olvidar lo ocurrido entre ambas en el pasado, siempre era factible aceptarlo y seguir adelante.

Vanessa deslizó su tarjeta en la ranura de la puerta del estudio. La luz verde parpadeó y ella empujó la puerta.

El estudio se encontraba desierto.

Eso la complació. El hecho de ser la primera en llegar le proporcionaba una ventaja más, como una anfitriona que acompaña a un huésped indeseable al interior de su hogar. Y si el hogar era el lugar donde uno crecía y se convertía en mujer, donde se aprendía y se reñía, entonces el estudio era su hogar.

Con una leve sonrisa en los labios, extendió el brazo en la oscuridad en busca del interruptor de las luces del techo. Le pareció oír algo, un suave susurro que apenas si perturbaba el aire. Y tuvo la sensación de que no estaba sola.

Brittany, pensó y oprimió el interruptor.

Pero en el momento en que las luces del techo se encendían, otras más intensas, casi cegadoras, explotaron en su cerebro. Sintió un dolor lacerante y se hundió en la oscuridad.


Recuperó lentamente el sentido y gimió. Su cabeza dolorida cayó hacia atrás y golpeó contra una silla. Vacilante, desorientada, se tocó el punto que más le dolía. Al apartarla, vio que tenía los dedos manchados con sangre.

Trató de enfocar la vista, y su sorpresa fue mayor al ver que estaba sentada en su propia silla, en su propio plató. ¿Qué había pasado?, se preguntó, mientras miraba la cámara en la que brillaba la lucecita roja.

Pero no había público detrás, ni técnicos trabajando detrás de las cámaras. Y aunque las luces intensas le producían el calor con que estaba familiarizada, no se estaba grabando ningún programa.

Vanessa recordó que había acudido allí para encontrarse con Brittany.

Su visión volvió a fluctuar, como el agua perturbada por un guijarro, y Vanessa parpadeó para recuperarla. Fue entonces cuando observó las dos imágenes que aparecían en el monitor. Se vio a sí misma, pálida y con los ojos vidriosos. Y luego, con horror, a la invitada sentada en una silla junto a ella.

Brittany, su traje de seda gris adornado con botones de perlas. Varias vueltas de un collar de perlas que hacían juego alrededor del cuello y perlas también en las orejas. Brittany, con su pelo dorado delicadamente peinado, las piernas cruzadas, las manos entrelazadas sobre el brazo derecho del sillón.

Era Brittany. Oh, sí, era ella, aunque le hubieran destrozado la cara.

Había salpicaduras de sangre sobre la seda rosa y más sangre que descendía desde donde debería estar su cara hermosa y astuta. 

Vanessa gritó.


2 comentarios:

Caromi dijo...

Omg, cuanto misterio, ya quiero saber que sigueee

Maria jose dijo...

Que misterio!!!
Ya quiero leer el siguiente

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