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martes, 29 de mayo de 2012

Capítulo 2


En otros tiempos, los periodistas lo llamaban «Zac el Escandaloso».

No había pedido semejante apodo; había sido juzgado y condenado por la prensa amarilla, sin derecho a defenderse.

Aquella noche se había puesto el esmoquin con un único objetivo: pasar la noche con la menor cantidad de complicaciones y tan deprisa como fuera posible. Sin escándalos. Sin sorpresas. Sin nada. Solo llegar, donar más dinero a la fundación con la que su querida hermana ayudaba a los niños pobres y marcharse alegremente.

Tenía que ser fácil, sobre todo teniendo en cuenta que el año anterior se había convertido en el maestro de la velocidad y la sencillez, al menos en lo relativo a las apariciones públicas. El truco era estar visible, pero no accesible. Simpático y profesional, pero no particularmente amable. Aunque era una habilidad que había adquirido a base de esfuerzo, era una regla que imaginaba que, de una forma u otra, todos los famosos acababan por aprender.

Lo único que tenía que hacer era llegar al club de campo con una acompañante para que, por lo menos durante una noche, su hermana dejara de molestarlo. Tal vez hasta se produciría un milagro y la prensa dejaría de perseguirlo, aunque Zac tenía serias dudas al respecto.

Aunque nunca había estado fuera del candelero, había conseguido que se olvidaran de lo de «Zac el Escandaloso». Había llegado a pensar que, al haberse retirado de la vida pública, la gente habría dejado de interesarse por él, pero la semana anterior había ido a un partido de los Dodgers con unos amigos y al ir al baño, un periodista lo había cegado con el flash de la cámara justo cuando estaba orinando, y encima le había pedido que le firmara un autógrafo. Zac había mirado el bolígrafo que le ofrecía y había tenido ganas de preguntarle si quería que se lo firmara antes o después de que terminara.

Cinco días después, todos los periódicos sensacionalistas decían que se había convertido en grosero y que se negaba a firmar autógrafos.

Era el problema de ser una estrella del baloncesto conocida por sus impresionantes saltos y su puntería infalible. No tenía intimidad en ninguna parte. Había pasado un año desde que la lesión de la rodilla lo había dejado fuera de
la NBA y había provocado la anulación de su contrato con los San Diego Eals. Un año.

Al principio, los paparazzi lo habían estado acosando sin dar importancia al hecho de que la decisión de retirarse prácticamente lo había destrozado.

Y seguían persiguiéndolo sin darle tregua. No sabía si era porque los Eals no habían ganado el campeonato sin él o porque lo habían descubierto entrenando a unos jóvenes y pensaban que podía volver a jugar en la liga.

Pero aquello era impensable. Tenía la rodilla destrozada. Dos operaciones la habían dejado utilizable, pero no apta para un jugador de
la NBA. Y, a decir verdad, había tenido que soportar tanto de la prensa, del público y de los entrenadores que no echaba de menos jugar tanto como para preocuparse por ello.

La gala de beneficencia de aquella noche, planeada meticulosamente por su filantrópica hermana, iba a ser una pesadilla para él. Aun así, había accedido a ir porque, por necio que pareciera, su sola presencia garantizaba dinero para los chicos a los que Miley se esforzaba tanto en ayudar. Aquel año estaba recaudando fondos para un nuevo centro recreativo, y él quería hacer cuanto estuviera en su mano para que aquellos chicos, a los que había estado entrenando como voluntario de la fundación, tuvieran un lugar donde hacer deporte y actividades después del colegio.

Miró de reojo a su acompañante mientras conducía por el paseo marítimo. Si su presencia servía para que Miley consiguiera dinero, la de Ness serviría para que él se ganara la aprobación de su hermana. Miley no sospecharía de Vanessa Hudgens. Tenía los ojos marrones y brillantes, los labios brillantes y la larga cabellera negra peinada con un simpático moño, del que se escapaban algunos mechones que Zac se moría por tocar. Tenía un aspecto sofisticado y elegante, y a la vez descuidado, como si quisiera que la gente supiera que podía perder aquella imagen en cualquier momento. Si se lo preguntaban, a Zac le parecía increíblemente sensual. Era delgada, y el vestido negro que llevaba le realzaba tan bien las curvas, que tal vez pudiera sacar más provecho a la noche. Sin duda, tenía que darle las gracias a Scott.

Zac: Te agradezco que hagas esto.

Ella se encogió de hombros y se inclinó hacia la ventana. A Zac lo conmovió ver el placer que le causaba sentir el viento en la cara.

Ness: ¿Un bonito paseo y una cena gratis? No es problema.

Zac sonrió, aún impresionado por el hecho de que no tuviera idea de quién era. Cualquier otro hombre acostumbrado a que todo el mundo estuviera pendiente de él se habría molestado, pero Zac no. Para él era muy divertido y extrañamente refrescante.

Zac: Ya has comentado que temías que fuera tu peor pesadilla -añadió-.

Ness lo miró con mala cara.

Ness: ¿Y cuál imaginas que sería mi peor pesadilla?

Zac: No sé, tal vez un viejo, con una barriga considerable y un peluquín barato.

Ness: No tengo nada en contra de la edad ni de las barrigas.

El gesto presumido de Ness lo hizo reír.

Zac: Sé sincera. Algo te preocupaba. ¿Que tuviera mal aliento? ¿Que fuera enano?

Ness: Por lo que sé, aún puedes tener mal aliento.

Él arqueó una ceja y le lanzó otra mirada arrolladora.

Zac: ¿No vas a reconocer que podría haber sido peor?

Ness: La noche es demasiado joven…

Zac: ¿Qué podría salir mal?


En aquel momento, Zac prefería no pensar en la reacción de su hermana ni en el acoso de los paparazzi que seguramente lo esperaban en la puerta.

Ness: Puede que mastiques con la boca abierta. O que tengas seis dedos en un pie.

Él sacudió la cabeza.

Zac: ¿Seis dedos?

Ness: Los pies raros están prohibidos.

Zac: ¿No puedes salir con un tipo que tenga los pies feos?

Ness: No después de descubrir que los tiene.

Dentro de los zapatos, Zac flexionó los dedos, feliz de tener solo diez, pero sin estar seguro de que no fueran feos, jamás había pensado en ello.

Zac: Eres un poco exigente, ¿no?

Ness: Sí.

Él asintió. Valoraba la exigencia. De hecho, era implacable consigo mismo. Pero no con una mujer. Si de algo estaba seguro, era de que nunca había echado a una mujer de su cama por tener los pies feos.

Ness: Por cierto, ¿por qué necesitabas que te consiguieran una cita? -preguntó mirándolo con curiosidad-. No se puede decir que seas desagradable a la vista, ni pareces estar loco de atar.

Zac soltó una carcajada por el dudoso cumplido.

Zac: Digamos que este año no he salido mucho, y si esta noche no aparezco con una mujer, mi hermana me echará la caballería encima.

Ness: ¿La caballería?

Zac: Sus amigas, las amigas de sus amigas y las amigas de las amigas de sus amigas. Créeme, es horrible.

Ness: Ah.

La sonrisa comprensiva de Ness le hizo perder el hilo, y estuvo a punto de quedarse boquiabierto, porque ella tenía unos ojos preciosos y cuando sonreía de aquella forma era irresistible.

Zac: Así que… -balbuceó ansioso por decir algo que la complaciera para que no dejara de sonreír-. ¿El Wild Cherries es tuyo?

Ness: Sí.

Zac: Debe de ser agradable que te preparen la comida todos los días.

Aquella vez fue Ness la que no pudo contener la risa.

Ness: Soy yo la que cocina. Y la que atiende a los clientes, y como hemos estado bastante ocupados, supongo que debería pedirme un aumento. Aunque mi amiga Ashley me ayuda, siempre tenemos mucho lío.

Zac: Estoy impresionado -dijo tan fascinado con las carcajadas como con la sonrisa de Ness-. Yo suelo pedir comida a domicilio. ¿Cómo te las arreglas para hacerlo todo?

Ness: El café es pequeño y, como has visto, solo abrimos medio día, así que no es tan duro.

Zac: Lo cual te deja tiempo para…

Ness: No hablemos tanto de mí, que no hay mucho que contar. Mejor hablemos de ti.

A las mujeres les encantaba que les contara su vida, pero hacía años que no lo emocionaba tanta adoración. Lo último que quería era pensar en sí mismo, y mucho menos hablar de su vida.

Zac: Créeme, tampoco hay tanto que contar.

Ness: No sé por qué, pero no me lo creo -dijo echando un vistazo a su alrededor-. Vives bien, e imagino que deberás de hacer algo para sostener este nivel de vida.

Zac: Últimamente no.

Ness lo miró a los ojos.

Ness: ¿Quieres decir que eres rico y no haces nada?

Zac: Si.

Ella se encogió de hombros, quitándole importancia. Aquello era lo que a Zac le gustaba de Ness: que no le exigía respuestas. Y por primera vez en varios años se sentía relajado, él mismo, porque con ella no parecía haber explicaciones preconcebidas. No era una chica que se derritiera por las caras conocidas ni pretendía aprovecharse de su fama; solo era una mujer que trataba de sobrellevar una cita a ciegas de la mejor manera.

A él le encantaba su actitud.

Zac: Estoy retirado -reconoció-.

Zac esperaba que se riera o que le exigiera más información. De hecho, probablemente merecía que le dijera más. Pero ella se limitó a asentir.

Ness: Debiste de hacer una buena carrera antes de retirarte.

Zac: Sí…

Había sido una carrera infernal. Su equipo era famoso por los escándalos sexuales, policiales y mafiosos. Y como capitán, Zac estaba siempre en el ojo del huracán. A la prensa le encantaban las travesuras de los Eals, y a ellos les encantaba que Zac los odiara. De hecho, después de que sus abogados ganaran varios juicios por difamación, habían etiquetado alegremente de divo a Zac el Escandaloso.

Podía recorrer veinte kilómetros al día en bicicleta, superar a cualquier jugador y conseguir numerosos récords en
la NBA, pero la gente lo recordaría como un estúpido divo.

Las cosas se habían puesto tan feas que los propietarios y los entrenadores habían tomado medidas drásticas en el equipo, castigando a los jugadores con toques de queda y entrenamientos salvajes ante la menor señal de problemas.

Había pasado un año desde que Zac se había retirado, y tres desde que le habían puesto el sobrenombre de «Escandaloso».

Pero a pesar del tiempo transcurrido, a pesar de todo lo que se había ocultado, la prensa seguía pendiente de él. Por ser un divo.

Aquello lo había destrozado. Su vida como jugador retirado era mucho más sencilla que cuando estaba en
la NBA. Podía evitar el contacto con la prensa, salvo cuando su hermana necesitaba su nombre para recaudar fondos. Y tras superar el impacto inicial y la decepción de haber dejado de jugar profesionalmente, su vida había sido más feliz. Aunque tenía que reconocer que tal vez resultara también un poco aburrida.

Salió del paseo marítimo y entró en el lujoso terreno del club de campo donde se celebraba la fiesta. El camino, rodeado de palmeras, recorría una cuesta con césped perfectamente segado y vistas al mar. El sol parecía un balón partido por el horizonte.

Su acompañante echó un vistazo al club, un edificio de estilo clásico construido en mitad de un jardín imponente, y soltó un silbido que podía ser tanto de fastidio como de alegría.

Zac: ¿Algún problema? -preguntó volviéndose a mirarla tras aparcar-.

Ness: ¿Bromeas? Es increíble. Presuntuoso, pero increíble. Estoy segura de que la comida es estupenda -dijo, haciendo una mueca-. Digamos que me sentiría más cómoda en la cocina que en el salón.

Zac no esperaba un comentario así de una mujer a la que consideraba muy segura de sí misma, y se sintió sorprendido y curiosamente protector.

Pero antes de que pudiera decir nada, Ness salió del coche, cerró la puerta y lo obligó a correr para alcanzarla. No era fácil con la rodilla dolorida; aquella semana se había excedido jugando con un grupo de jóvenes exaltados. Rodeó el coche trotando y la tomó de la mano para detenerla.

Zac: He pensado que podíamos aparecer juntos -sugirió, con una sonrisa-.

Ness: Es verdad. Lo siento.

Zac: No lo sientas -replicó cautivado por aquellos ojos marrones-. Pareces incómoda. ¿Qué puedo hacer para cambiar eso?

Ness se quedó mirándolo unos segundos y sonrió.

Ness: Creo que acabas de hacerlo.

Zac le acarició la mejilla y, aunque el contacto con su suave piel fue mínimo, se sintió feliz.

Zac: Bien.

**: Disculpe, señor Efron. ¿Podría darme un autógrafo y permitir que le saque una foto?

El hombre con la enorme cámara y el pase de prensa había salido de la nada, y Zac se detuvo en seco.

Zac: Con el autógrafo no hay problema. Pero si pudiéramos evitar la foto… -Un fogonazo les iluminó la cara. Zac maldijo entre dientes, y cuando recuperó la vista, el fotógrafo se había ido-. Perdón -le dijo a Ness, tomándola de la mano-.

Ness: ¿Quien era?

Zac: Una plaga. Vamos.

La entrada del club tenía una alfombra blanca, y la terraza superior estaba cubierta con toldos blancos bajo los cuales colgaban plantas con flores de todos los colores. Al final de la alfombra había un grupo de paparazzi esperando al famoso de turno.

Él.

A Zac le empezó a picar la piel, una antigua reacción a las malas experiencias. Sabía que si quería tener un poco de paz, tendría que darles algo cuando entrara.

Zac: Mantente pegada a mí -le dijo a Ness-.

Ness: ¿Qué pasa, Zac?

Zac: Después te lo explico.

Zac la sacó del camino y la empujó al césped húmedo. Ness soltó un grito ahogado, se tambaleó cuando sus tacones se hundieron en la tierra y lo miró con desconcierto.

Zac: ¿Te llevo a caballito o en brazos?

Ness: ¿Qué?

Zac: Vamos a entrar por detrás.

Cualquiera de las mujeres con las que había salido se habría parado en seco, lo habría mirado como si estuviera loco y, probablemente, le habría propinado un puñetazo. O, como mínimo, habría llamado la atención quejándose de que se le estropeaban los tacones.

Aquella mujer no.

Se colgó el bolso al hombro y se levantó la falda del vestido hasta la parte superior de los muslos.

Ness: A caballito.

Zac la habría besado, pero se limitó a darse la vuelta y a agacharse un poco para que pudiera subirse a su espalda. Cuando la tuvo encima sintió que se giraba, probablemente para comprobar que no los habían visto.

Ness: Ya está -anunció-.

Él le tomó las piernas y se las puso a los lados. En aquel momento descubrió que Ness tenía unos muslos suaves y firmes, igual que los brazos, con los que le abrazaba el cuello.

Zac: No te caigas -dijo disfrutando de sentirla apretada contra él-.

Ness: No te preocupes -le susurró al oído-.

Zac sintió un delicioso escalofrío en la espalda, que le recordó que llevaba mucho tiempo sin permitirse disfrutar del momento. A pesar del calor de la noche, empezó a andar a toda velocidad, haciendo caso omiso del dolor de rodilla y concentrándose en el cuerpo atlético y delicado que llevaba a su espalda.

Llegaron a la línea de palmeras sin que los descubrieran y se metieron entre los árboles. Estaban bastante lejos del camino, y si alguien miraba hacia allí, vería a una pareja caminando, pero no podría identificarla.

Zac: ¿Estás bien?

Ness: Sí…

Al sentir la vibración del sonido en su espalda, a Zac le temblaron las manos sobre los muslos desnudos de Ness. Lo que había empezado como una situación inocente se había vuelto inesperada y agradablemente sensual.

Ness: ¿Y tú? -le preguntó al oído, provocándole más escalofríos-.

Zac se estaba derritiendo, y no tenía nada que ver con el clima.

Zac: Créeme: soy el que mejor lo está pasando con esto -aseguró, consciente de sus dedos sobre la piel de Ness-.

Llegaron al edificio, y Zac avanzó por uno de los laterales hasta encontrar la entrada de la cocina. Finalmente volvió al suelo de cemento y, a su pesar, soltó las piernas de Ness para que pudiera ponerse en pie. Mientras ella bajaba, sintió cada centímetro de su cuerpo, y cuando la oyó poner los pies en el suelo, se dio la vuelta. Antes de que pudiera decir una palabra, se abrió la puerta y apareció Miley, con un vestido largo dorado y la larga cabellera castaña recogida en un peinado muy elaborado.

Miley: Lo has conseguido -dijo con alivio-. Deprisa, entrad.

Zac: Has avisado a la prensa -la acusó-.

Miley: Sí, pero solo porque esta vez los muy desgraciados van a tener que hablar del trabajo benéfico que hacemos. Además, me he asegurado de que pagaran los mil dólares de la entrada. Cada uno. -Los hizo entrar en una cocina enorme y llena de gente que se movía de un lado a otro, cerró la puerta y abrazó a su hermano con fuerza-. Eres un encanto por hacer esto.

Zac: Recuérdalo la próxima vez que te enfades conmigo -replicó apartándose y tornando a Ness de la mano-. Ness, te presento a mi hermana Miley. Miley, Vanessa Hudgens.

Miley: La acompañante que te supliqué que encontraras. -Miró a Ness de arriba abajo. Zac sonrió al ver que su dura, versátil, intrigante y bella chica de playa le sostenía la mirada-. ¿Eres real?

Ness parpadeó sorprendida.

Ness: ¿Cómo que si soy real?

Miley: ¿Te ha contratado o sales con él de verdad?

Zac: No empieces, Miley -la reprendió-.

Ness soltó una carcajada.

Ness: Dime que no estás tan necesitado como para contratar a alguien -le pidió a Zac-.

Zac: No lo estoy. Es solo que mi hermana es muy mandona. Ya sabes cómo son las hermanas mayores…

Miley gruñó ante el comentario.

Miley: Solo tengo once meses más que tú, orejudo.

Zac: Entonces, ¿reconoces que eres muy mandona?

Miley puso los ojos en blanco.

Miley: De acuerdo, lo reconozco.

Ness: Estáis locos -opinó-.

Miley: Sí. Solo soy un poco sobreprotectora.

Ness: Creo que puedo entenderlo -afirmó mirando a Zac a los ojos-. Como tú deberías entender que tu hermano no me ha contratado. Es una cita de verdad.

Los camareros seguían corriendo alrededor de ellos, pero Zac solo tenía ojos para Ness, la mujer atrevida de sonrisa contagiosa, ojos increíbles y vestido provocativo y sensual.

Zac: Desde luego, es una cita de verdad -declaró, sin quitarle los ojos de encima-.

Ness agrandó la sonrisa, y Miley suspiró aliviada.

Miley: Por fin.

Zac: Esta noche ocúpate de conseguir dinero para los chicos. Y asegúrate de conseguir lo suficiente para que no tenga que volver a hacer de mono de feria durante un tiempo.

Miley: Gracias al buen material que tenemos para la subasta, lo haré. Y por cierto, tengo tu donación. No hacía falta, después de todo el dinero que ya…

Zac: Solo prométeme que habrá mucha comida, porque me muero de hambre.

Miley: Hay mucha, pero que mucha comida -le aseguró-. Espero que sirva para que todos estén de humor para soltar dinero.

Zac se estremeció al pensar en la noche que le esperaba y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejar de sonreír. Ness lo miró con curiosidad, pero no dijo nada. Sencillamente lo tomó de la mano, y para él fue como aferrarse a un salvavidas.

En aquel momento, era lo único que tenía.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanto este capitulo.
Espero que subas pronto el otro capitulo.
Ame esta novela, como todas las demas:)

Anónimo dijo...

ayyyyy me encantooo el capi esta ree buenooo
siguelaa pronto
bye
att: AnGy OvIeDo

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