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sábado, 30 de marzo de 2019

Capítulo 5


No podía concentrarse. Ness fijó la mirada en la pantalla del ordenador, intentando interesarse por las palabras que ya había escrito. Pero los isleños de Kolban y sus danzas tradicionales habían dejado de fascinarla. Hasta entonces, había estado segura de que los estudios eran la respuesta y se había sumergido completamente en ellos. Nadie había conseguido distraerla de sus estudios hasta entonces. Cuando estaba en la universidad, había terminado importantes trabajos mientras sus compañeras de piso celebraban una fiesta de puertas abiertas. Aquella concentración inquebrantable había continuado durante su vida profesional. Había escrito artículos en tiendas de campaña, iluminada por una linterna. Había leído notas a lomo de una mula y había preparado conferencias en medio de la selva. Una vez emprendía un proyecto, nada ni nadie podía hacerla desviarse de su curso.

Pero mientras leía aquel párrafo por tercera vez, en lo único en lo que podía pensar era en Zac.

Era una pena que nunca le hubiera interesado mucho la química, pensó, levantándose las gafas para frotarse los ojos. Si lo hubiera hecho, quizá podría comprender más claramente su forma de reaccionar a él. Seguramente, había un libro en alguna parte que podía proporcionarle la información que en aquel momento necesitaba. No quería saberse incapaz de realizar una lista de razones lógicas que explicaran su actitud. Soñar despierta sobre el amor y el romanticismo era una cosa. Experimentarlo, era algo completamente diferente.

Y no le gustaba.

Con un largo suspiro, se separó del escritorio y cruzó las piernas sobre la silla. Con los ojos todavía fijos en la pantalla, apoyó los codos en las rodillas y posó la barbilla en sus manos. Ella no estaba enamorada, se dijo. Aquello había sido una reacción refleja debida a la intensidad del momento. La gente no se enamoraba tan rápidamente. Dos personas podían sentirse atraías, por su puesto, incluso fuertemente atraídas. Pero para que hubiera amor, tenían que intervenir otros muchos factores.

Como un ambiente común e intereses comunes, decidió Ness. Aquello la tranquilizó y le proporcionó una sensación de firmeza. ¿Cómo podía estar enamorada de Zac cuando el único interés que le conocía era volar? Y comer, añadió con una pesarosa sonrisa.

Y la comprensión de los sentimientos del otro, de su carácter y sus metas. Seguramente, todo eso también era vital para el amor. ¿Y cómo podía estar enamorada cuando no comprendía en absoluto a Zachary Efron? Sus sentimientos eran un misterio para ella, jamás habían hablado de sus objetivos y su carácter parecía cambiar en cada momento.

Zac estaba inquieto. Un ceño surcó la frente de Ness cuando pensó en la mirada que tan a menudo veía en sus ojos. A veces la hacía pensar en un hombre que se había equivocado al tomar un desvío en la autopista y había terminado en una tierra desconocida y extraña.

Inquieto, sí, pero también él era motivo de inquietud, se recordó a sí misma, intentando que su compasión no pesara más que su sentido común. Su personalidad era demasiado fuerte, su encanto excesivo y su confianza en sí mismo desbordante. Ness no tenía espacio en su ordenada vida para un hombre como Zac. Él era capaz, por el mero hecho de existir, de convertir su vida en un caos.

Lo oyó entrar en la cocina y se abrazó automáticamente. El pulso comenzó a latirle a toda velocidad. Disgustada consigo misma, acercó la silla al escritorio. Iba a trabajar. De hecho, pensaba continuar trabajando hasta la media noche y no iba a dedicarle a Zac ni un solo pensamiento más. Se descubrió a sí misma mordiéndose otra vez la uña del pulgar.

Ness: Maldita sea, ¿quién es Zachary Efron?

Lo último que esperaba de aquella pregunta era una respuesta. Aquella voz metálica la hizo saltar de la silla. Se aferró al borde del escritorio para no caerse y se quedó mirando boquiabierta la pantalla del ordenador.

**: Efron, Zachary. Capitán de las ISF, retirado.

Ness: Oh, Dios mío -se llevó la mano a la garganta y sacudió la cabeza-. Espera un momento... -susurró-.

**: Esperando.

Era imposible, se dijo Ness a sí misma mientras presionaba su mano temblorosa contra su boca. Tenía que estar alucinando. Sí, eso era. La tensión emocional, el exceso de trabajo y la falta de sueño le estaban provocando alucinaciones. Cerró los ojos y tomó aire tres veces. Pero cuando los abrió, las palabras continuaban en la pantalla.

Ness: ¿Qué demonios está pasando aquí?

**: Información requerida y transmitida. ¿Se necesita algún dato adicional?

Con mano temblorosa, Ness apartó algunos de los papeles que tenía sobre el escritorio y descubrió debajo de ellos el reloj de Zac. Habría jurado que la voz que oía procedía de allí. Pero no...  no era posible. Con el dedo índice, dibujó el cable delgadísimo y transparente que iba desde el reloj hasta su ordenador.

Ness: ¿A qué demonios está jugando?

**: Esta unidad dispone de quinientos veinte juegos. ¿Cuál prefieres?

Zac: Ness.

Zachary permanecía en el marco de la puerta, intentando pensar a toda velocidad. No servía de nada regañarse a sí mismo por haber sido tan descuidado. De hecho, se preguntaba si, inconscientemente, no se habría puesto a sí mismo en una posición que lo obligaba a decir la verdad. Pero en aquel momento, cuando Ness se volvió, no estaba seguro de si iba a ser lo mejor para ellos. Ness no solo estaba asustada, estaba furiosa.

Ness: De acuerdo, Efron, quiero que me expliques exactamente qué está pasando aquí.

Zac intentó esbozar una sonrisa.

Zac: ¿Dónde?

Ness: Aquí, maldita sea -señaló el ordenador con un dedo-.

Zac: Supongo que tú deberías saberlo mejor que yo. Es tu trabajo.

Ness: Quiero una explicación, y la quiero ahora.

Zac cruzó hasta ella. Una rápida mirada a la pantalla hizo aparecer una sonrisa en su boca. Así que Ness quería saber quién era. Encontraba algún consuelo al descubrir que estaba tan confundida con él como él con ella, y, al mismo tiempo, tan interesada.

Zac: No, no la quieres.

Lo dijo muy quedamente, y le habría tomado la mano si Ness no la hubiera apartado.

Ness: No solo quiero una explicación, sino que insisto en tenerla. Tú, tú... -con un sonido de frustración, volvió a tomar aire. Aquel hombre no iba a hacerla tartamudear-. Has venido aquí, has enchufado tu reloj a mi ordenador y…

Zac: Conectado. Si piensas trabajar con un ordenador, deberías conocer el lenguaje.

Ness apretó los dientes con fuerza.

Ness: Supongo que ahora tendrás que explicarme cómo se puede conectar un reloj con un PC, ¿no?

Zac: ¿Qué?

Ness no pudo reprimir una afectada sonrisa

Ness: Computadora Personal. Creo que eres tú el que debería repasar su vocabulario. Y ahora, quiero respuestas.

Zac posó las manos en sus hombros.

Zac: Nunca me creerías.

Ness: Será mejor que te esfuerces para que te crea. ¿Ese reloj es una especie de ordenador en miniatura?

Zac: Sí -alargó la mano para tomarlo, pero Ness le dio un golpe en la muñeca-.

Ness: Déjalo ahí. Jamás había oído hablar de ordenadores en miniatura capaces de contestar a la voz humana que pudieran conectarse con un PC y presumieran de tener quinientos juegos.

Zac: No -bajó la mirada hacia los furiosos ojos de Ness-. Estoy seguro de que nunca has oído hablar de nada parecido.

Ness: ¿Y por qué no me cuentas de dónde has sacado tú el tuyo, Efron? Me gustaría comprarle uno a mi padre por Navidad.

Una sonrisa de pura diversión elevaba las comisuras de los labios de Zac.

Zac: En realidad, creo que este modelo todavía tardará algún tiempo en salir al mercado. ¿Puedo ofrecerte alguna otra cosa?

Ness le sostenía la mirada.

Ness: Puedes ofrecerme la verdad.

Intentar dar algún rodeo le parecía la mejor forma de aproximarse al tema. Volvió la mano de Ness y entrelazó los dedos con los suyos.

Zac: ¿Toda la verdad o las partes más sencillas?

Ness: ¿Eres un espía?

Lo último que Ness esperaba era que Zac soltara una carcajada. Una sonora carcajada que expresaba la más absoluta diversión. Antes de dejar de reír, besó a Ness en ambas mejillas.

Ness: No has contestado a mi pregunta -se liberó de su abrazo-. ¿Eres un espía?

Zac: ¿Qué te hace pensar eso?

Ness: Mi salvaje imaginación -replicó, estirando las manos y dando vueltas por la habitación-. Te estrellas en medio de una tormenta, en unas condiciones en las que a ninguna persona sensata se le habría ocurrido conducir y, mucho menos, volar. No tienes ningún carné que te identifique. Dices que no eres militar, pero llevabas una especie de uniforme. Tus zapatos eran caso aparte, pero llevas un reloj que parece un Rolex. ¡Y un reloj que habla! -incluso mientras lo decía, le parecía tan absurdo que tenía que mirar a la pantalla para estar segura de que no eran imaginaciones suyas-. Mira, sé que las agencias de espionaje tienen equipos muy avanzados. Es posible que no sea James Bond, pero…

Zac: ¿Quién es James Bond?

**: Bond, James. Código número 007. Personaje de ficción creado en el siglo veinte por el escritor Ian Fleming. Sus novelas…

Zac: ¡Desconéctate! -le ordenó pasándose frustrado la mano por el pelo. Una mirada al rostro de Ness le indicó que estaba en serios problemas-. Creo que deberías sentarte -le indicó. Aunque era un poco tarde para tomar precauciones, desenganchó el cable y se guardó la unidad en el bolsillo-. Quieres una explicación.

Ness ya no estaba tan segura. Diciéndose a sí misma que era una cobarde, asintió con vehemencia.

Ness: Sí.

Zac: De acuerdo, pero no te va a gustar -se sentó en una silla y cruzó las piernas-.Estaba haciendo un viaje de rutina desde la Colonia Brigston.

Ness: ¿Perdón?

Zac: La Colonia Brigston. En Marte.

Ness cerró los ojos y se frotó la cara.

Ness: Espera un momento, Efron.

Zac: Ya te he dicho que no te gustaría.

Ness: ¿Quieres hacerme creer que eres un marciano?

Zac: No seas ridícula.

Ness dejó caer la mano en el regazo.

Ness: ¿Te parezco ridícula? ¿Te sientas ahí e intentas hacerme tragar la historia de que vienes de Marte y estoy siendo ridícula? -a falta de algo mejor que hacer, arrojó un cojín al centro de la habitación, se levantó y comenzó a caminar-. Mira, no es que pretenda meterme en tu vida personal, ni siquiera espero ninguna clase de gratitud por haberte salvado en medio de una tormenta, pero creo que al menos es necesario un mínimo de respeto. Estás en mi casa, Efron, y me merezco saber la verdad.

Zac: Sí, yo también lo creo, y por eso estoy intentando contártela.

Ness: Estupendo -enfadarse no iba a servirle de nada, pensó. Se dejó caer en la cama y estiró los brazos-. Así que eres de Marte.

Zac: No, soy de Filadelfia.

Ness: Ah -dejó escapar un largo suspiro de alivio-. Ahora ya estamos llegando a algún sitio. Y te dirigías hacia Los Ángeles cuando tu avión se estrelló.

Zac: Mi nave.

Su rostro permanecía impasible, completamente en calma.                     

Ness: Tu nave espacial, supongo.

Zac: Podría llamarse así -se inclinó hacia delante-. Tuve que desviarme de mi ruta por culpa de una lluvia de meteoros. Obviamente, me desvié mucho más de lo que en un principio había pensado, porque comenzó a fallarme el panel de control. Fui arrastrado por un agujero negro, por un agujero negro desconocido.

Ness: Un agujero negro.

Zac ya no parecía tener ganas de reír. Y su mirada era absolutamente sincera. Creía lo que le estaba contando, comprendió Ness mientras se retorcía las manos en el regazo. Obviamente, la contusión había sido mucho más fuerte de lo que ella en principio había creído.

Zac: Un agujero negro es una estrella comprimida. Muy densa, muy poderosa. Su fuerza de gravedad lo absorbe todo, polvo estelar, gas, incluso la luz.

Ness: Sí, ya sé lo que es un agujero negro. -Tenía que asegurarse de que Zac no perdiera la calma, razonó. Le seguiría la corriente, mostraría un amistoso interés por su historia y después intentaría que se acostara-. Así que ibas volando en tu nave espacial, fuiste absorbido por un agujero negro y te estrellaste.

Zac: Expresado de forma sencilla, así es. En realidad, no sé exactamente lo que ocurrió. Por eso he conectado mi unidad a tu ordenador. Necesitaba más información para poder calcular cómo volver.

Ness: ¿A Marte?

Zac: No, maldita sea. Al siglo veintitrés.

La minúscula y educada sonrisa de Ness se heló en su rostro.

Ness: Ya entiendo.

Zac: No, no lo entiendes -se levantó y comenzó a caminar por la habitación. Paciencia, se dijo a sí mismo. No podía esperar que Ness aceptara en unos segundos lo que tanto le había costado creer a sí mismo-. A lo largo de los siglos, se han escrito muchas teorías sobre los viajes en el tiempo. Generalmente, se acepta que si una nave pudiera alcanzar la velocidad necesaria y ponerse en un determinado ángulo solar podría atravesar el tiempo. La teoría solo llega hasta allí, porque nadie está seguro de cómo podría impedirse que la nave, al ser atraída por la fuerza gravitatoria del sol, no se achicharrara.  Lo mismo ocurre en cuanto a los agujeros negros. Si realmente fui absorbido por uno, la potencia de la radiación debería haber destrozado la nave. He tenido que tener una suerte loca, pero de alguna manera conseguí mantener la trayectoria adecuada, la velocidad precisa, la distancia, el ángulo. Y en vez de ser absorbido por él, salí rebotado -corrió la cortina de la ventana y miró el cielo cubierto de nubes-. Y aterricé aquí, a doscientos sesenta y tres años en el pasado.

Ness se acercó a Zac y posó una mano vacilante en su hombro.

Ness: Deberías tumbarte.

Zac no la miró. No necesitaba hacerlo.

Zac: No me crees.

Ness abrió la boca para protestar, pero no podía mentirle.

Ness: Tú lo crees.

Zac se volvió. Había compasión en la mirada de Ness; un calor especial daba brillo a sus ojos.

Zac: ¿Cómo lo explicarías? -buscó su unidad en el bolsillo-. ¿Cómo explicarías tú esto?

Ness: Ahora no hacen falta explicaciones. Siento haberte presionado, Zachary. Estás cansado.

Zac. No te he dado ninguna explicación. Ni sobre esto... -volvió a guardarse la unidad en el bolsillo- ni sobre mí.

Ness: De acuerdo. Mi teoría es que formas parte de alguna agencia de espionaje, quizá de alguna sección de élite de la CIA. Probablemente te desmayaste o algo parecido debido al estrés, la tensión, el exceso de trabajo... Cuando te estrellaste, el shock y el golpe que te diste en la cabeza te puso en una situación límite. Y como ya no quieres seguir siendo lo que eras, inconscientemente te has creado una época y una vida diferente.

Zac: Así que crees que estoy loco.

Volvió la compasión a los ojos de Ness, a su voz. Posó la mano en su mejilla, como si quisiera brindarle consuelo.

Ness: Creo que estás confundido y que necesitas descanso y atención.

Zac estuvo a punto de comenzar a maldecir, pero se contuvo. Si continuaba insistiendo, solo conseguiría asustarla. Y ya le había causado demasiados problemas que Ness no se merecía.

Zac: Probablemente tengas razón. Todavía estoy sufriendo los efectos del golpe. Debería descansar.

Ness: Buena idea -esperó hasta que Zac llegó a la puerta-. Zachary, no te preocupes. Todo saldrá bien.

Zac se volvió, pensando que aquella sería la última vez que la vería. La luz violácea del crepúsculo recortaba la figura de Ness, que parecía estar suspendida al borde de la niebla. Sus ojos estaban sombríos y al mismo tiempo llenos de compasión. Zac recordó el sabor rico y dulce de sus labios. Y el arrepentimiento lo golpeó como un puño.

Zac: Eres -dijo quedamente- la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Ness lo miró fijamente, en silencio mientras cerraba la puerta tras él.


Zac no durmió. Mientras permanecía tumbado en la cama, solo era capaz de pensar en ella. Encendió la televisión y observó a las figuras moverse como fantasmas en la pantalla. Ellos eran, comprendía, más reales que él.

Ness no podía creerle. Nada sorprendente, por otra parte. Pero había intentado consolarlo.

Zac se preguntaba si sabría lo única que era, en su época o en cualquier otra. Una mujer que era suficientemente fuerte como para vivir sola en un lugar como aquel y lo bastante frágil como para temblar en los brazos de un hombre. En sus brazos.

La deseaba. Envuelto en la luz nacarada del amanecer, la deseaba más de lo que habría creído soportable. Le bastaría con abrazarla. Con tumbarse a su lado, sintiendo su cabeza apoyada en su hombro. En silencio. No podía pensar en ninguna otra mujer con la que le bastara con estar a su lado en silencio. Si tuviera alguna oportunidad...

Pero no la tenía.

Estaba tumbado en la cama, completamente vestido. Se levantó. No tenía nada que llevarse, y tampoco nada que dejar tras él. Bajó quedamente las escaleras y salió de la casa.

El Land Rover estaba aparcado cerca de los escalones del porche, en el mismo lugar en el que lo había dejado Ness la noche que lo había llevado a su casa. Se dirigió hasta él, no sin antes dirigir una última mirada a la ventana de la habitación de Ness. Odiaba dejarla abandonada a su suerte, sin ningún tipo de vehículo. Más tarde, intentaría introducirse en alguna emisora de radio y transmitiría su localización para que alguien fuera a buscarla.

Se pondría furiosa. La idea lo hizo reír mientras se montaba en el asiento del conductor. Lo maldeciría, lo odiaría. Y no lo olvidaría.

Zac se dejó fascinar durante algunos segundos por aquellos antiquísimos mandos y controles. Los pájaros cantaban mientras él giraba el volante y pisaba los pedales con infinita curiosidad.

Había una palanca entre los asientos con los números del uno al cuatro grabados sobre el diseño de una hache. El engranaje hizo un ruido metálico cuando inclinó la palanca hacia delante.  Confiado en que tendría probabilidades más que suficientes para hacer funcionar un vehículo tan simple, pulsó un botón. Como no obtuvo respuesta, movió la palanca de cambios mientras disminuía la presión sobre los pedales. Mediante el método de ensayo y error, encontró el embrague e hizo entrar sin problemas la primera marcha.

Aquello podía ser un principio, decidió, y se preguntó dónde demonios habría puesto el diseñador el botón de encendido.

Ness: Te va a costar mucho ponerlo en marcha sin esto.

Ness permanecía en el porche, con una mano en las caderas y la otra en alto, con las llaves del coche bailando entre sus dedos.

Estaba enfadada, de acuerdo, pensó Zac. Pero él tampoco estaba de mucho mejor humor.

Zac: Solo estaba... pensando en dar una vuelta.

Ness: ¿Ah sí? -tiró bruscamente de su jersey, estirándolo hasta por debajo de las caderas antes de bajar los escalones del porche-. Pues has tenido mala suerte, porque no he dejado las llaves puestas.

Así que se necesitaba una llave.  Debería habérselo imaginado.

Zac: ¿Te he despertado?

Ness le dio un golpe en el hombro.

Ness: Eres insoportable, Efron. Ayer me hiciste tragarme toda esa estupidez para que te compadeciera y hoy intentas robarme el coche. ¿Qué demonios pensabas hacer? ¿Un puente y dejarme aquí colgada? Al menos, cabría esperar que un piloto experimentado como tú fuera capaz de hacerlo rápidamente y casi en silencio.

Zac: Solo pretendía tomarlo prestado -aunque dudaba que la diferencia pudiera importarle-. Pensaba que preferirías que fuera yo solo al lugar en el que me estrellé.

Había confiado en él, pensó Ness, dirigiéndose todo tipo de insultos. Lo había compadecido. Había intentado ayudarlo. Traicionada y furiosa, cerró el puño alrededor de la llave que sostenía en la mano. Lo ayudaría, de acuerdo.

Ness: Bueno, pues ya puedes dejar de pensar. Muévete.

Zac: ¿Perdón?

Ness: He dicho que te muevas. Si quieres ir a ver las ruinas de tu nave, iremos. Muévete, Efron, si no quieres que ese agujero que tienes en la cabeza tenga compañía.

Zac: Estupendo -renunciando a resistirse, sorteó la palanca de cambios y se sentó en el otro asiento-. Pero después no digas que no te lo he advertido.

Ness: Y pensar que te compadecía.

Zac observó a Ness intrigado mientras ella giraba la llave en el encendido. El motor volvió a la vida. La radio comenzó a vociferar, los limpiaparabrisas a moverse y la calefacción a calentar el coche al máximo.

Ness: Eres un caso -murmuró mientras giraba diferentes botones-.

Antes de que Zac pudiera hacer ningún comentario, presionó el embrague, pisó el acelerador y el coche comenzó a moverse por aquella estrecha y accidentada carretera.

Zac: Ness -se aclaró la garganta y elevó la voz por encima del sonido del motor- estaba haciendo lo que consideraba que era mejor para ti. No quiero que te involucres más en esto de lo que ya te has involucrado.

Ness: Genial -tiró de la palanca de cambios, haciendo que salieran disparadas un montón de piedrecitas-. Dime para quién trabajas, Efron.

Zac: Soy independiente.

Ness: Oh, ya entiendo -su boca se transformó en una dura línea-. ¿Te vendes al mejor postor?

La renovada fuerza de su enfado lo desconcertó.

Zac: Claro, ¿no lo hace todo el mundo?

Ness: Algunas personas no ponen precio a la lealtad a su país.

Zac se llevó las manos a los ojos. Hasta entonces no se había dado cuenta de que habían retomado la conversación del día anterior.

Zac: Ness, no soy un espía. No trabajo para la CAI...

Ness: CIA.

Zac: Lo que sea. Soy piloto. Transporto provisiones, gente, equipos. Los llevo hasta los puertos espaciales, las colonias...

Ness: Así que vas a volver a contarme ese cuento -apretó los dientes mientras el Land Rover cruzaba un riachuelo. El agua salpicó las ventanillas-. ¿Y qué vas a fingir ser esta vez? ¿Un camionero intergaláctico?

Zac elevó las manos y después las dejó caer.

Zac: Algo parecido.

Ness: Pero ya no te creo, Zac. No creo que estés loco, y tampoco que tú mismo estés engañado. Así que corta.

Zac: ¿Que corte qué? -como Ness se limitó a contestarle con un siseo, decidió intentarlo de nuevo, con más calma-. Ness, todo lo que te he dicho es verdad.

Ness: Déjalo -si no hubiera necesitado las dos manos para guiar el volante, lo habría abofeteado-. Me gustaría no haberte visto en mi vida. Literalmente, has caído en medio de mi vida y me has hecho preocuparme por ti, me has hecho sentir cosas que no había sentido nunca. Y todo en ti es mentira.

Zac ya solo veía una sola opción. En un impulso, alargó el brazo y tomó la llave. El Land Rover se detuvo bruscamente.

Zac: Ahora escúchame -con la mano libre, la agarró del jersey-. Maldita sea -el juramento se transformó en un susurro cuando vio el rostro de Ness-. No llores, no puedo soportarlo.

Ness: No estoy llorando -se secó las lágrimas de enfado con el dorso de la mano-. Devuélveme las llaves.

Zac: Ahora mismo -la soltó y alzó las manos, en señal de tregua-. No estaba mintiendo cuando te he dicho que quería marcharme porque pensaba que era lo mejor para ti.

Ness lo creía. Y se odiaba a sí misma por lo fácil que le resultaba creerlo.

Ness: ¿Me vas a contar en qué tipo de problemas andas metido?

Zac: Sí -incapaz de resistirse, acarició con un dedo su muñeca-. Después de que encontremos la... el lugar en el que caí, te lo contaré todo.

Ness: ¿No habrá más evasivas, ni historias ridículas?

Zac: Te lo contaré todo -alzó la mano y presionó su palma contra la de Ness-. Te doy mi palabra. Ness... -entrelazó los dedos con los suyos-. ¿qué te hago sentir?

Ness apartó la mano para aferrarse al volante.

Ness: No lo sé, y ahora no quiero pensar en ello.

Zac: Me gustaría saber por qué nunca he sentido por otra mujer lo que siento por ti. Ojalá las cosas hubieran sido diferentes.

Se estaba despidiendo de ella, comprendió Ness. Un intenso dolor se extendió por su pecho.

Ness: No. Ahora solo tenemos que concentrarnos en lo que hay que hacer -mientras fijaba la mirada en la carretera, Zac volvió a meter la llave en el encendido-. Caíste por allí -le indicó mientras ponía el coche en marcha-. En esa curva. Lo único que puedo decirte es que venías desde esa dirección. Tuve la impresión, cuando te vi caer, de que habías chocado con alguna de esas cumbres -frunció el ceño y se llevó la mano a los ojos para protegerse del sol-. Qué raro... Parece que hay un claro entre los árboles.

No era extraño, pensó Zac, si se tenía en cuenta que una nave de setenta metros de largo y treinta de ancho había caído sobre ellos.

Ness: ¿Por qué no vamos a echar un vistazo?

Ness giró el coche y comenzaron a ascender por una loma rocosa. Parte de ella, todavía enfadada, esperaba que aquel duro ascenso consiguiera asustar a Zac. Pero cuando lo miró, lo vio sonriendo radiante.

Zac: Esto es magnífico -gritó-. No había hecho nada parecido desde que era niño.

Ness: Me alegro de que te estés divirtiendo.

A partir de entonces, se concentró de tal manera en la carretera que cuando Zac comenzó a presionar los botones de su reloj, ni siquiera se dio cuenta.

Zac, por su parte, comenzaba a sentir bullir en su interior la emoción al descubrir que una de las esferas señalaba el rumbo.

Zac:  Veinticinco grados al norte.

Ness: ¿Qué?

Zac: Por allí -hizo un gesto con la mano-. Ese es el camino. Está a cinco kilómetros de aquí.

Ness: ¿Cómo lo sabes?

Zac le dirigió una sonrisa radiante.

Zac: Confía en mí.

Llegaron hasta el lindero del bosque, donde los pinos comenzaban a espesarse. Asomaban ya los brotes en los arbustos, pero todavía no habían florecido. Ness se estremeció al sentir el frío viento que se filtraba por las ventanillas antes de apagar el motor del coche.

Ness: El coche no puede pasar por allí. Tendremos que ir andando.

Zac: No está lejos -ya estaba fuera, ofreciéndole impaciente la mano-. Solo a unos metros.

Ness mantuvo la mano caída a un lado de su cuerpo mientras fijaba la mirada en el reloj de Zac, que emitía unos pitidos regulares.

Ness: ¿Por qué está haciendo esto?

Zac: Está explorando el lugar. Solo tiene un alcance de diez kilómetros, pero es bastante preciso -alzó la muñeca y la movió en círculo-. Como dudo que haya ningún objeto metálico como mi nave por los alrededores, yo diría que la hemos encontrado.

Ness: No empieces otra vez -se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar-.

Zac: Se supone que eres una científica -le recordó mientras caminaba a su lado-.

Ness: Y lo soy -musitó-. Precisamente por eso sé que los hombres no salen disparados de un agujero negro y se caen en medio de los montes Yamath en su camino hacia Marte.

Zac le pasó el brazo por los hombros.

Zac: Estás acostumbrada a mirar al pasado, Ness, no al futuro. Nunca has visto a nadie que haya vivido dos siglos atrás, pero sabes que existieron. ¿Por qué entonces te resulta tan difícil creer que también existen personas dos siglos después de este?

Ness: Espero que lleguen a existir, pero no tengo muchas esperanzas de poder servirles un café -Zac no estaba loco, decidió, pero era extremadamente inteligente-. Me dijiste que me dirías la verdad, toda la verdad, cuando encontráramos tu avión. Espero que lo mantengas -alzó la cabeza y se quedó petrificada-. Oh, Dios mío.

A menos de veinte metros, vio un hueco entre los árboles. Era el claro que había distinguido desde la carretera. De cerca, parecía como si alguien hubiera utilizado una hoz gigante para segar el bosque, cortando una franja de árboles de más de treinta metros de ancho.

Ness: Pero si no ha habido ningún incendio -tuvo que acelerar el paso para alcanzar a Zac-. ¿Qué puede haber hecho una cosa así?

Zac: Eso -cuando llegaron al claro, señaló hacia adelante. Allí, descansando sobre aquel suelo rocoso y cubierto por el manto que conformaban las agujas de los pinos, estaba su nave, rodeada de pinos de más de diez metros de altura-. No te acerques más hasta que no compruebe la radiación -le advirtió, pero no tenía que haberse molestado-.

Ness no habría sido capaz de moverse aunque hubiera querido.

Utilizando la unidad de pulsera, comprobó el nivel de radiación y asintió rápidamente.

Zac: Está dentro de los límites normales. El retroceso en el tiempo debe haber neutralizado cualquier posible exceso -volvió a pasarle el brazo por los hombros-. Vamos a entrar. Quiero enseñarte mis grabados.

Desconcertada y en silencio, Ness lo siguió. Era enorme, tan grande como una casa, y no se parecía a ninguno de los aviones que había visto hasta entonces. Un secreto militar, se dijo a sí misma.  Esa era la razón por la que Zac se había mostrado tan evasivo. Pero era imposible que un solo hombre pudiera pilotar una nave tan grande.

Tenía la forma de una bala y no tenía alas. Al pensar en ello, sintió que se le revolvía el estómago. Era una forma que le recordaba a las de las rayas que había visto alguna vez corriendo en el mar. Un experimento, se dijo a sí misma, mientras saltaba por encima de uno de los pinos caídos que rodeaban la astronave. El cuerpo era de un color metálico, menos brillante que la plata. Había arañazos, abolladuras y golpes por doquier. Como si se tratara de un viejo coche familiar se dijo riendo.

Seguramente eran el resultado del accidente, decidió, pero la preocupaba que algunas abolladuras tuvieran aspecto de ser bastante antiguas. El Pentágono, o la NASA, o quien quiera que lo hubiera construido, debería haber tenido más cuidado con un aparato que debía haber costado millones de dólares.

Ness: Así que viniste dentro de esto -consiguió decir mientras Zac saltaba un pequeño montículo para llegar hasta la nave-.

Zac: Claro -acarició la carrocería de metal con un cariño inconfundible-. Es una maravilla pilotar esta nave.

Ness: ¿De quién es?

Zac: Mía -había placer y emoción en sus ojos cuando le tendió la mano a Ness para ayudarla a saltar-. Ya te dije que no la había robado.

Invadido por una placentera oleada de alivio, hizo girar a Ness en círculo y la besó en los labios. Encontró su sabor tan fascinante que, manteniendo a Ness a unos centímetros del suelo, le dio un segundo beso.

Ness: Zachary... -casi sin respiración, lo apartó de ella-.

Zac: Besarte ya se ha convertido en una costumbre, Ness -le rodeó la cintura con la mano-. Y siempre me ha resultado difícil cambiar de hábitos.

Estaba intentando distraería, pensó Ness. Y estaba haciendo un trabajo excelente.

Ness: Pues intenta dominarte -le ordenó- Ahora ya hemos encontrado... esto. Y me prometiste que me darías una explicación. Ambos sabemos que es imposible que un objeto así sea propiedad de un ciudadano. Así que ya me lo estás contando todo, Efron.

Zac: Es mía -repitió todavía sonriendo-. O al menos lo será cuando termine de pagarla -presionó un botón para abrir la escotilla. Ness se quedó boquiabierta al ver elevarse la puerta silenciosamente-. Vamos, te enseñaré todos los documentos del registro.

Incapaz de resistirse, Ness dio dos pasos para entrar en la cabina. Era tan grande como el salón de la cabaña y la mayor parte del espacio lo ocupaba un panel de control. Había cientos de botones de diferentes colores frente a dos asientos negros con forma de cucharón.

Zac: Siéntate -la invitó-.

Ness, que permanecía cerca de la entrada de la cabina, se frotó los brazos, intentando protegerse de una repentina sensación de frío.

Ness: Está... muy oscuro.

Zac: Ah, sí... -cruzó hasta el panel y presionó un interruptor. Ness dejó escapar un grito cuando la parte delantera de la nave se abrió-. Debieron cerrarse las compuertas cuando comencé a caer.

Ness solo era capaz de mirar fijamente. Frente a ella, veía el bosque, las montañas lejanas y el cielo. La intensa luz del sol se filtraba en toda la nave. Desde luego, no se podía llamar parabrisas a aquel ventanal de más de veinte metros.

Ness: No lo entiendo -como lo necesitaba, se acercó rápidamente a uno de los asientos y se sentó-. No entiendo nada.

Zac: Yo sentía lo mismo hace un par de días -abrió un cajón, removió unos papeles y le entregó a Ness una tarjeta brillante-. Esta es mi licencia de piloto, Ness. Después de leerla, toma aire.  Creo que te ayudará.

Aparecía su fotografía en una esquina. Su sonrisa era tan atractiva y cautivadora como en la realidad. Su tarjeta de identificación decía que era un ciudadano de los Estados Unidos que tenía permiso para pilotar todos los modelos de nave desde la A a la F. Decía que medía un metro setenta y tres centímetros y cuatro milímetros y pesaba setenta kilos. Tenía el pelo casaño, los ojos azules.  Y su fecha de nacimiento era... el año dos mil doscientos veintidós.

Ness: Oh, Dios mío -susurró-.

Zac: Te has olvidado de respirar -cerró la mano sobre la de Ness, que continuaba sosteniendo la tarjeta-. Ness, tengo treinta años. Cuando salí de Los Ángeles hace dos meses, era febrero de dos mil quinientos cincuenta y dos.

Ness: Esto es una locura.

Zac: Quizá, pero ha sucedido.

Ness: Esto tiene que ser mentira. -Le devolvió la tarjeta bruscamente y se levantó. El corazón le latía con tanta fuerza y a tanta velocidad que lo sentía palpitar en las sienes-. No sé por qué estás haciendo esto, pero estoy segura de que todo es una mentira muy bien tramada. Me voy a casa.

Corrió hacia la salida, justo en el momento en el que la puerta se cerraba.

Zac: Siéntate, Ness. Por favor -volvía a ver aquella mirada furiosa y asustada en el rostro de Ness y tuvo que contenerse para no acercarse a ella-. No voy a hacerte daño. Ya lo sabes. Ahora siéntate y escucha.

Como estaba enfadada consigo misma por haber intentado salir corriendo, se volvió pesarosa y se sentó.

Ness: ¿Y bien?

Zac se sentó frente a ella e intentó pensar la mejor manera de abordar todo aquel asunto. Había ocasiones, suponía, en las que lo mejor era tratar una situación peculiar como si fuera completamente normal.

Zac: No has desayunado -le dijo de repente. Satisfecho con aquella repentina inspiración, abrió una pequeña puerta y sacó una bolsita plateada-. ¿Te apetecen huevos con jamón?

Sin esperar respuesta, se giró, abrió otra puerta y metió dentro la bolsita. Apretó un botón y se sentó sonriente frente a ella hasta que el zumbido terminó. Después, sacó un plato de otro compartimiento, abrió la puerta y sacó un par de huevos humeantes acompañados por grandes cantidades de jamón.

Ness bajó la mirada hacia sus manos.

Ness: Sabes muchos trucos.

Zac: No son trucos. Irradiaciones. Vamos, pruébalos -le sostuvo el plato debajo de la nariz-. No son tan buenos como los tuyos, pero te pueden sacar de un aprieto. Ness, tienes que creerlo, lo tienes delante de tus propios ojos.

Ness: No -muy lentamente, giró la cabeza de lado a lado-. No me lo creo.

Zac: ¿Tienes hambre?

Ness volvió a negar con la cabeza. Con más firmeza en aquella ocasión. Tras encogerse de hombros, Zac sacó un tenedor de un cajón y comenzó a comer.

Zac: Sé cómo te sientes.

Ness: No, no lo sabes -siguiendo el consejo de Zac, aunque tardíamente, tomó aire-. Tú no estás sentado en lo que parece una nave espacial manteniendo una conversación con un hombre que dice venir del siglo veintitrés.

Zac: No, pero estoy sentado en mi nave con una mujer que es casi doscientos cincuenta años más vieja que yo.

Ness pestañeó al oírlo, y de pronto descubrió que una carcajada, solo ligeramente histérica, salía de sus labios.

Ness: Esto es ridículo.

Zac: Desde luego.

Ness: No estoy diciendo que lo crea.

Zac: Lleva su tiempo.

La mano de Ness ya no estaba fría, aunque continuaba temblando, cuando se la llevó a la cabeza.

Ness: Necesito pensar -con un suspiro, se recostó en su asiento y miró a Zac fijamente-. Creo que ahora tomaré ese desayuno.




"Esta unidad dispone de 520 juegos. ¿Cuál prefieres?"
¡No lo sé! 😕 Ya me cuesta elegir si hay más de tres 😆

¡Gracias por comentar y leer!
Espero que os esté gustando la novela.


miércoles, 27 de marzo de 2019

Capítulo 4


Era educativo. Zac pasó algunas horas cautivado frente al televisor. Cada diez o quince minutos, cambiaba de canal, pasando de un concurso a un culebrón, de un programa de entrevistas a la publicidad. Los anuncios le parecían especialmente entretenidos, a menudo de una intensidad y una viveza sorprendentes.

Él prefería los musicales, con sus canciones enérgicas y alegres. Pero otros le hacían preguntarse por la gente que vivía en aquella época, en aquel lugar.

Algunos mostraban a mujeres exhaustas, luchando contra cosas como las manchas de grasa o el brillo de los suelos. Zac no podía imaginarse a su madre, ni a ninguna otra mujer, preocupadas por saber cuál detergente lavaba más blanco. Pero aun así, los anuncios eran un entretenimiento delicioso.

Había otros en los que hombres y mujeres particularmente atractivos resolvían sus problemas bebiendo bebidas carbonatadas o café. Parecía que todo el mundo trabajaba, los hombres fuera de casa, en trabajos agotadores, y al final de la jornada se iban al bar a tomar una cerveza. Los trajes que llevaban a Zac le parecían maravillosos.

En una especie de representación teatral, observó a una mujer manteniendo una conversación breve e intensa con un hombre sobre la posibilidad de estar embarazada. Una mujer estaba embarazada o no lo estaba, reflexionó Zac mientras cambiaba de canal y se fijaba en un hombre de voluminosa barriga y con un traje a cuadros que ganaba una semana de vacaciones en Hawai. Por la reacción del ganador, Zac imaginó que debía ser algo muy importante en el siglo veinte.

Lo asombró, al ver el resumen de las noticias del medio día, que la humanidad hubiera sido capaz de sobrevivir más allá del siglo veinte. El asesinato, obviamente, era un deporte popular. Y también las discusiones sobre el control de armamento. Aparentemente, los políticos no habían cambiado mucho desde entonces, pensó mientras daba cuenta de una caja de galletas que había encontrado en la cocina de Ness. Continuaban disfrutando de una gran verborrea, diciendo medias verdades y esgrimiendo radiantes sonrisas. Pero imaginar que los líderes políticos del siglo veinte habían sido capaz de negociar sobre cuántas armas nucleares construir era absolutamente ridículo. ¿Cuántas pensaban que necesitaban?

No importaba, decidió, mientras regresaba a uno de los culebrones. Con el tiempo, recuperarían el sentido común.

Los culebrones eran lo que más le gustaba. Aunque la imagen era mala y el sonido cambiaba de volumen cuando menos se esperaba, disfrutaba viendo las reacciones de la gente, sufriendo con sus problemas y observando divorcios y aventuras amorosas. Al parecer, las relaciones amorosas eran uno de los problemas más importantes de mil novecientos ochenta y nueve.

Observó a una voluptuosa rubia con lágrimas en los ojos y a un hombre de aspecto duro y el pecho desnudo fundirse en un largo y apasionado beso. La música lo lleno todo hasta que desapareció.  Obviamente, los besos eran una costumbre que se aceptaba en aquella época, pensó Zac. Entonces, ¿por qué se habría enfadado tanto Ness cuando la había besado?

Inquieto, se levantó y se acercó a la ventana. Él mismo tampoco había reaccionado como esperaba. Aquel beso lo había hecho sentirse enfadado, inquieto y vulnerable. Algo que no le había ocurrido hasta entonces. Y ninguno de aquellos sentimientos, admitió, había disminuido en nada su deseo por ella.

Quería saber todo lo que había que saber sobre Vanessa Hudgens. Lo que pensaba, lo que sentía, lo que más quería y lo que menos le gustaba. Había docenas de preguntas que quería formularle, docenas de formas en las que deseaba acariciarla. Y sabía que cuando lo hiciera, sus ojos adquirirían aquella expresión sombría, confusa, profunda. Podía imaginarse, haciendo el más ligero esfuerzo, la textura de su piel en la parte posterior de la rodilla o en su espalda.

Pero era imposible. Había una sola cosa en la que debería estar pensando en aquel momento. En volver a casa.

El tiempo que iba a pasar con Ness era solo un interludio. Y a pesar de lo poco que sabía sobre las mujeres de aquella época, no podía evitar estar seguro de que Vanessa Hudgens no era una mujer a la que un hombre pudiera amar y después dejar sin grandes preocupaciones. Bastaba mirarla a los ojos para ver en ellos no solo pasión, sino el fuego de un hogar.

Zac era un hombre que todavía no tenía intención de sentar cabeza. Era cierto, sus padres se habían emparejado muy pronto y se habían casado siendo también muy jóvenes, a los treinta años.  Pero él no tenía ganas ni de emparejarse ni de casarse todavía. Y cuando lo hiciera, se recordó a sí mismo, tendría que hacerlo en su terreno. Pensaría en Ness como en una distracción, y muy agradable, por cierto, en medio de una tensa y delicada situación.

Tenía que salir de allí. Presionó las manos contra el frío cristal de la ventana, como si fuera una prisión de la que fuera fácil escapar. Aquella era una experiencia que muchas personas habrían ansiado, pero él prefería mantenerse en los límites de su propia época y de su propio mundo.

Era cierto que había aprendido cosas leyendo los periódicos y viendo la televisión. En mil novecientos ochenta y nueve, el mundo todavía tenía que recorrer un largo camino para alcanzar la paz, la gente tenía que tomarse muchas molestias para comer y las armas se compraban y utilizaban con una pavorosa dejadez. Se podía comprar una docena de huevos por un dólar, que era la moneda de los Estados Unidos, y todo el mundo estaba a dieta.

Datos muy interesantes todos ellos, pero no creía que aquella información lo pudiera ayudar. Tenía que concentrarse en lo que había ocurrido a bordo de su nave.

Pero quería pensar en Ness, en lo que había sentido al estrecharla contra él. Quería recordar cómo se había rendido su cuerpo, cómo se habían suavizado sus labios cuando se habían fundido con los suyos.

Cuando lo había abrazado, Zac había temblado. Algo que jamás le había ocurrido. Él gozaba de lo que consideraba un normal y saludable historial con las mujeres. Disfrutaba con ellas, tanto de su compañía como de la posibilidad de proporcionarse placeres mutuos. Y como él creía que no solo había que recibir, sino también dar, la mayor parte de sus amantes habían continuado siendo sus amigas. Pero ninguna de ellas había conseguido que su cuerpo se derritiera con un solo beso, como le había ocurrido con Ness.

Con un solo beso, Ness lo había llevado mucho más allá de lo que él hasta entonces conocía para arrastrarlo a un torbellino salvaje. Incluso en ese momento podía recordar lo que había sentido cuando los labios de Ness se habían estrechado ávidos y ardientes contra los suyos. Su equilibrio había peligrado. Había estado incluso a punto de creer que veía luces girando frente a sus ojos. Había sido como ser empujado hacia algo que poseía una fuerza enorme, ilimitada.

Sintió que se le debilitaban las piernas. Lentamente, alzó una mano para apoyarse contra la pared. Pasó el mareo, dejándole un extraño y palpitante vacío en la base del cráneo. Y de pronto recordó. Recordó las luces. Unas luces resplandecientes, cegadoras en el interior de la cabina. El sistema de navegación había fallado. Los mandos no funcionaban. Y la señal automática de peligro se había puesto en funcionamiento.

El vacío. Podía verlo. Un sudor helado perló su frente. Un agujero negro, ancho, profundo, oscuro y sediento. No aparecía en las cartas de navegación. Jamás se hubiera arriesgado a volar tan cerca si hubiera aparecido en las cartas. Simplemente estaba allí, y su nave había sido arrastrada hacia él.

No había caído en él. El hecho de estar vivo e indudablemente en la Tierra, le hacía estar completamente seguro de ello. Era posible que, de alguna manera, hubiera conseguido rozar el borde y después hubiera sido disparado a través del espacio y el tiempo. Los científicos de su época cuestionarían aquella hipótesis. Los viajes a través del tiempo eran solamente una teoría, una teoría de la que normalmente la gente se reía.

Pero él lo había hecho.

Temblando, se sentó a los pies de la cama. Había sobrevivido a lo que nadie en la historia había conseguido sobrevivir. Alzó las manos, volvió las palmas hacia arriba y las miró fijamente. Estaba entero y había salido relativamente indemne de aquella aventura. Y estaba perdido. Luchó contra una renovada oleada de pánico y apretó los puños. No, no estaba perdido, eso no podía aceptarlo. Si había sido disparado en un sentido, también podría ser disparado en el contrario. Solo era cuestión de lógica. Volvería a su hogar.

Contaba para ello con su mente y sus habilidades.

Miró su ordenador de pulsera. Podría realizar algunos cómputos básicos con él. No sería suficiente, apenas bastaría, pero cuando regresara a la nave... Si era que había quedado algo de la nave.

Negándose a considerar la posibilidad de que estuviera completamente destrozada, comenzó a caminar por la habitación. Era posible que pudiera conectar su unidad de pulsera con el ordenador de Ness. Tendría que intentarlo.

La oyó en el piso de abajo. Parecía que estaba otra vez en la cocina, pero seguramente no estaría preparándole otra comida. El arrepentimiento volvió, demasiado rápido para que pudiera bloquearlo, y la imagen de Ness sentada en la mesa frente a él apareció como un fogonazo en su mente. No podía permitirse el lujo de los arrepentimientos, se recordó Zac. Y si podía impedirlo, no le haría ningún daño.

Volvería a disculparse, decidió. De hecho, si tenía éxito con el ordenador de Ness, podría salir de su vida sin causar ningún dolor.

Se dirigió rápida y sigilosamente a su habitación. Ya solo cabía esperar que Ness se mantuviera ocupada en la cocina hasta que él hubiera terminado de hacer los cálculos preliminares. Tendría que conformarse con eso hasta que pudiera encontrar su nave y utilizar su propio ordenador. Aunque la impaciencia lo urgía, vaciló un instante y se quedó escuchando en el marco de la puerta. Sí, definitivamente, estaba en la cocina, y a juzgar por el estrépito que estaba montando, continuaba enfadada.

El ordenador, con aquella torpe pantalla y el pintoresco teclado, estaba sobre el escritorio, rodeado de libros y papeles. Zac se sentó en la mesa de Ness y le sonrió.

Zac: Enciéndete.

La pantalla continuaba en blanco.

Zac: Ordenador, enciéndete.

Impacientándose consigo mismo, Zac se acordó del teclado. Pulsó una tecla y esperó. Nada.

Se recostó contra el respaldo de la silla, tamborileó con los dedos en el escritorio y pensó. Ness, por razones que Zac no podía comprender, había desconectado el ordenador. Eso era fácilmente remediable. Removió unos cuantos papeles buscando la tarjeta de apertura. Dio la vuelta al teclado, dispuesto a comenzar a desmontarlo. Entonces vio el interruptor.

Idiota, se dijo a sí mismo. En aquel lugar tenían interruptores para todo. Obligándose a conservar la calma, volvió el teclado y buscó más interruptores. Cuando el ordenador comenzó a zumbar, tuvo que reprimir un grito de triunfo.

Zac: Ahora ya hemos llegado a alguna parte. Ordenador... -se interrumpió a sí mismo, sacudió la cabeza y comenzó a teclear-.

Ordenador, evalúa y concluye los factores de transformación del tiempo.

Se interrumpió otra vez, maldijo y buscó sobre la cubierta de plástico para averiguar su capacidad de memoria. La impaciencia lo estaba haciendo trabajar de forma chapucera. Y peor todavía, estúpida. No se podía conseguir nada de aquella máquina que no hubiera sido introducido previamente. Aquel era un trabajo delicado y lento, pero se obligó a no precipitarse. Y armándose de paciencia, consiguió conectar la unidad de muñeca con el ordenador de Ness.

Tomó aire y cruzó los dedos.

Zac: Hola, ordenador.

**: Hola, Zac.

Las letras comenzaban sonando en la unidad que llevaba en la muñeca hasta que aparecían en la pantalla de Ness.

Zac: Pequeña, no sabes cuánto me alegro de oírte.

**: Afirmativo.

Zac: Ordenador, retransmíteme todas las teorías conocidas sobre los viajes en el tiempo a partir de la fuerza de gravedad y la aceleración.

**: Teoría no comprobada. Propuesta por vez primera por el doctor Linward Bowers, 2110. La hipótesis de Bowers.

Zac: No -se pasó la mano por el pelo. En su precipitación, se estaba adelantando demasiado-. Ahora no tenemos tiempo para eso. Evalúa y concluye. Viajes en el tiempo y probabilidades de sobrevivir a un encuentro con un agujero negro.

**: Trabajando... Datos insuficientes.

Zac: Maldita sea, ha sucedido. Analiza la necesidad de aceleración y la trayectoria. Detente -oyó a Ness subiendo las escaleras y solo tuvo tiempo de apagar la unidad antes de que la joven entrara en la habitación-.

Ness: ¿Qué estás haciendo aquí?

Intentando adoptar una expresión de absoluta inocencia, Zac sonrió y se volvió en la silla.

Zac: Estaba buscándote.

Ness: Como me hayas hecho algo en el ordenador...

Zac: No he podido evitar echar un vistazo a estos documentos. Estas cosas son fascinantes.

Ness: A mí me lo parecen -miró su escritorio con el ceño fruncido. Todo parecía estar en orden-. Habría jurado que te había oído hablar con alguien.

Zac: Aquí no hay nadie, salvo tú y yo -volvió a sonreír. Si podía distraerla durante unos minutos, conseguiría desconectar la unidad del ordenador y esperar a un momento más seguro-. Probablemente estaría hablando conmigo mismo. Ness…

Se levantó y dio un paso hacia ella, pero Ness arremetió con la bandeja contra él.

Ness: Te he hecho un sándwich.

Zac tomó la bandeja y la dejó en la cama. Aquel gesto tan amable lo hizo sentirse como un pecador culpable.

Zac: Eres una mujer muy amable.

Ness: Que me hayas hecho enfadar no quiere decir que te vaya a dejar morir de hambre.

Zac: Yo no quiero enfadarte -dio un paso hacia ella cuando vio que caminaba hacia el ordenador-. Pero parece que no puedo evitarlo. Siento que no te haya gustado lo que he hecho antes.

Ness le dirigió una rápida y nerviosa mirada.

Ness: Creo que es mejor olvidarlo.

Zac: No, no lo es -necesitando aquel contacto, cerró la mano sobre la suya-. Suceda lo que suceda, es algo que nunca olvidaré. Has conseguido remover algo que está dentro de mí, Ness. Algo que nadie había tocado hasta ahora.

Ness sabía exactamente lo que quería decir. Y eso la aterrorizaba.

Ness: Tengo que ponerme a trabajar.

Zac: ¿A todas las mujeres les cuesta tanto ser sinceras?

Ness: No estoy acostumbrada a esto -estalló-. No sé cómo tratar con este asunto. No me siento cómoda con los hombres. Y además no soy una mujer apasionada.

Cuando Zac soltó una carcajada, ella se volvió, furiosa y avergonzada.

Zac: Eso es lo más ridículo que he oído en mi vida. Eres una mujer que rebosa pasión.

Ness sintió que algo se tensaba dentro de ella, que pugnaba por liberarse.

Ness: Soy apasionada con mi trabajo -dijo, midiendo con cuidado sus palabras-. Con mi familia. Pero no de la forma a la que tú te refieres.

Creía lo que estaba diciendo, decidió Zac mientras la estudiaba, o al menos se había obligado a creerlo. Durante los dos días anteriores, Zac había aprendido lo que era dudar de uno mismo. Y si no podía aportarle otra cosa, quizá pudiera mostrarle a Ness el tipo de mujer que vivía atrapada en su interior.

Zac: ¿Te apetecería dar un paseo?

Ness lo miró como si no comprendiera lo que le estaba diciendo.

Ness: ¿Qué?

Zac: Que si te apetece salir a pasear.

Ness: ¿Por qué?

Zac intentó no sonreír. Ness era una mujer que necesitaba razones.

Zac: Es un día muy agradable y me gustaría conocer un poco este lugar. Podrías enseñármelo.

Ness dejó de retorcerse los dedos. ¿No se había prometido a sí misma que también se tomaría algún tiempo para disfrutar? Zac tenía razón. Hacía un bonito día y el trabajo podía esperar.

Ness: Tendrás que calzarte -le dijo a Zac-.


Distinguía una fragancia en el aire frío y ligeramente húmedo. Olía a pino, comprendió Zac tras algunos momentos de debate mental. Olía a pino, como en Navidad. Pero allí procedía de un objeto auténtico, no de un ambientador o un simulador. Era un lugar rebosante de árboles y la brisa, aunque ligera, sonaba como el mar. Solo unas nubes grises que asomaban hacia el norte moteaban el cielo azul pálido. Y se oía el canto de los pájaros.

Salvo la cabaña que estaba tras ellos y un destartalado cobertizo, no había ninguna otra estructura realizada por la mano del hombre. Solo montañas, cielo y bosque.

Zac: Esto es increíble.

Ness: Sí, lo sé -sonrió, deseando que no le complaciera tanto que Zac apreciara y comprendiera aquel lugar-. Cada vez que vengo aquí, me entran ganas de quedarme.

Zac caminaba a su lado, a su paso, mientras se adentraban en el bosque. En aquel momento, no se sentía extraño estando solo con ella. Se sentía bien.

Zac: ¿Y por qué no te quedas?

Ness: Principalmente por mi trabajo. No creo que la universidad me pagara por dar paseos por el bosque.

Zac: ¿Y por qué te pagan?

Ness: Por investigar.

Zac: Y cuando no investigas ¿cómo es tu vida?

Ness: ¿Cómo? -inclinó la cabeza-. Supongo que tranquila. Tengo un apartamento en Portland. Allí estudio, doy conferencias, leo.

Aceleraron el paso.

Zac: ¿Y para entretenerte?

Ness: Voy al cine -se encogió de hombros-. Oigo música...

Zac: ¿Televisión?

Ness: También la veo -soltó una carcajada-. A veces demasiado. ¿Y tú? ¿Te acuerdas de las cosas que te gusta hacer?

Zac: Volar -esbozó una rápida y encantadora sonrisa. Ness apenas fue consciente de que le tomaba la mano-. No hay nada igual, por lo menos para mí. Me gustaría que volaras conmigo algún día para poder demostrártelo.

Ness fijó la mirada en el vendaje que cubría la frente de Zac.

Ness: Creo que paso.

Zac: Soy un buen piloto.

Divertida, Ness se inclinó para tomar una flor.

Ness: Posiblemente.

Zac: Absolutamente -con un movimiento tan dulce como natural, le quitó la flor y se la puso en el pelo-. Tuve algunos problemas con el panel de control, si no, no estaría aquí.

Desconcertada por su gesto, Ness se quedó mirándolo fijamente un instante y comenzó de nuevo a caminar.

Ness: ¿Hacia dónde ibas? -aminoró el paso y se entretuvo cortando unas flores-.

Zac: A Los Ángeles.

Ness: Estabas muy lejos.

Zac abrió la boca para decir algo, pensando, por un momento, que Ness estaba bromeando.

Zac: Sí -consiguió decir por fin-. Más lejos de lo que pensaba.

Vacilante, Ness se llevó la mano a la flor que llevaba en el pelo.

Ness: ¿Crees que alguien te buscará?

Zac: Todavía no -volvió el rostro hacia el cielo-. Si encontramos mi... avión mañana, podré reparar los daños e irme de aquí.

Ness: Creo que podremos ir a la ciudad dentro de un par de días -quería borrar el ceño de preocupación que se había formado entre sus cejas-. Podrás ir al médico y hacer algunas llamadas telefónicas.

Zac: ¿Llamadas telefónicas?

Su expresión de desconcierto hizo que Ness volviera a preocuparse por la herida que tenía en la cabeza.

Ness: A tu familia, a tus amigos o a tus jefes.

Zac: Claro -volvió a tomarle la mano con aire ausente e inspiró la fragancia de las flores que llevaba entre las manos-. ¿Puedes decirme las coordenadas y la distancia a la que me encontraste?

Ness: ¿Las coordenadas y la distancia? -riendo, se sentó al borde del riachuelo-. ¿Y si te dijera que era por ahí? -señaló hacia el sudeste-. A unos quince kilómetros de aquí volando y al doble por carretera.

Zac se sentó a su lado. La fragancia de Ness le parecía tan fresca como la de las flores y mucho más excitante.

Zac: Creía que eras una científica.

Ness: Eso no significa que pueda darte la longitud y la latitud de cualquier lugar. Pídeme que te hable de los hombres de barro de Nueva Guinea y seré brillante.

Zac: Quince kilómetros -entrecerró los ojos y miró hacia la fila de abetos. En el lugar en el que clareaban, vio que se elevaba una montaña que la luz del sol teñía de azul-. ¿Y no hay nada desde aquí hasta allí? ¿Ningún pueblo? ¿Ningún asentamiento?

Ness: No, esta zona está bastante aislada. Solo vienen algunos excursionistas de vez en cuando.

En ese caso, era bastante improbable que alguien se hubiera cruzado con su nave. Aquella era una preocupación que podía arrinconar en el fondo de su ente. El principal problema en aquel momento era como localizar la nave sin Ness. Lo más fácil sería, suponía, ir hasta allí para echar un primer vistazo a su nave.

Pero eso sería al día siguiente. Estaba comenzando a comprender que el tiempo era demasiado precioso, y caprichoso, para perderlo.

Zac: Me gusta este lugar.

Era verdad.  Disfrutaba sentado en la hierba, escuchando el sonido del agua. Le hacía preguntarse lo que sería poder volver a ese mismo rincón doscientos años después. ¿Qué encontraría?

Las montañas estarían allí, y posiblemente parte del bosque que todavía las rodeaban. El mismo riachuelo continuaría corriendo sobre las mismas piedras. Pero no estaría Ness. El dolor llegó otra vez, sordo y persistente.

Zac: Cuando vuelva a mi casa -dijo muy lentamente-. pensaré que estás aquí.

¿De verdad lo haría? Ness fijó la mirada en el agua, en el juego de la luz del sol sobre ella, y deseó que no le importara.

Ness: Quizá puedas volver alguna vez.

Zac: Alguna vez.

Jugueteó con sus dedos. Ness se convertiría en un fantasma, en una mujer que solo había existido en un relámpago de tiempo, una mujer que le había hecho desear lo imposible.

Zac: ¿Me echarás de menos?

Ness: No lo sé

Pero no apartó la mano, porque se daba cuenta de que lo echaría de menos mucho más de lo que sería razonable.

Zac: Pues yo creo que sí -olvidó su nave, sus preguntas, su futuro, y se concentró en ella. Comenzó a tejer las flores en su pelo-. «Les pusieron a las lunas, a las estrellas y a las galaxias los nombres de las diosas» -musitó-. «Porque eran fuertes, hermosas y misteriosas. Los hombres, hombres mortales, jamás podrían conquistarlas».

Ness: La mayor parte de las culturas tienen alguna creencia histórica en la mitología -se aclaró la garganta y comenzó a jugar con los pliegues de sus vaqueros-. Los antiguos astrónomos...

Zac le hizo volver la cara con el dedo índice.

Zac: No estaba hablando de mitos. Aunque tú, con las flores en el pelo, pareces un ser mitológico -acarició delicadamente un pétalo que rozaba su mejilla-. «No hubo ninguna de las hijas de la Belleza con tu magia. Y como la música de las aguas es tu voz para mí».

Era un hombre peligroso, lo supo instintivamente, que podía sonreír como un demonio y recitar poesías de seda. Sus ojos eran del color del cielo, con una veta de un azul profundo, soñador.  Ella nunca había pensado que fuera la clase de mujer capaz de debilitarse con la sola mirada de un hombre. Y tampoco quería serlo.

Ness: Debería volver a la cabaña. Tengo mucho trabajo que hacer.

Zac: Trabajas demasiado -arqueó las cejas cuando Ness se volvió hacia él con el ceño fruncido-. ¿Qué tecla he tocado?

Inquieta, y más enfadada consigo misma que con él, Ness se encogió de hombros.

Ness: Siempre tiene que haber alguien que me lo diga. A veces incluso me lo digo yo misma.

Zac: Eso no es ningún delito, ¿no?

Ness soltó una carcajada porque parecía una pregunta completamente sincera.

Ness: Por lo menos todavía no.

Zac: No es ningún delito tomarse un día libre, ¿verdad?

Ness: No, pero...

Zac: Con un «no» es suficiente. ¿Por qué no decimos... «¡Es el tiempo de Miller!» -ante la mirada de desconcierto de Ness, extendió las manos-. Ya sabes, como en el anuncio.

Ness: Sí, ya lo sé -se abrazó las rodillas con los brazos y lo estudió con atención. Tan pronto le recitaba una poesía como citaba un anuncio-. No paro de preguntarme, Zachary Efron, si eres real.

Zac: Oh, claro que soy real -se tumbó para mirar el cielo. Sentía la hierba fría y suave bajo él, y el viento jugando perezosamente entre los árboles-. ¿Qué ves allá arriba?

Ness inclinó la cabeza hacia el cielo.

Ness: El cielo. Un cielo azul, gracias a Dios, con unas cuantas nubes que desaparecerán por la tarde.

Zac: ¿Nunca te has preguntado qué habrá más allá?

Ness: ¿Más allá de dónde?

Zac: Del cielo -con los ojos semicerrados miró las infinitas estrellas, el negro puro del espacio, la bella simetría de las órbitas de las lunas y planetas-. ¿Nunca has pensado en los mundos que hay más allá, fuera de tu alcance?

Ness: No -solo veía la bóveda azul que asomaba a través de las montañas-. Supongo que es porque creo más en todos los mundos que tenemos. Mi trabajo me hace mantener los pies en la tierra, y los ojos siempre en el suelo.

Zac: Si el mundo tiene algún futuro, tendrás que mirar a las estrellas.

Se interrumpió a sí mismo. Le parecía una tontería anhelar algo que quizá había perdido para siempre. Era extraño que él estuviera pensando tanto en el futuro y ella en el pasado cuando solo contaban con el presente.

Zac: ¿Y el cine, la música? -le preguntó a Ness bruscamente. Ness sacudió la cabeza. No parecía haber ningún orden en el patrón de sus pensamientos-. Antes has dicho que te divertías con el cine y la música. ¿De qué tipo?

Ness: De todas clases. Buena y mala. Me divierto con cualquier cosa.

Zac: Dime cuál es tu película favorita.

Ness: Me resulta difícil elegir una -pero Zac la miraba tan intensamente, tan serio, que decidió elegir una cualquiera de su larga lista de favoritas-. Casablanca.

Le gustó cómo sonaba aquel nombre, y la forma en la que lo dijo.

Zac: ¿Y de qué trata?

Ness: Vamos, Efron, todo el mundo sabe de qué trata.

Zac: Me la perdí -le dirigió una rápida y cándida sonrisa en la que ninguna mujer habría confiado-.  Debía estar muy ocupado cuando la pusieron.

Ness volvió a reír, sacudió la cabeza y lo miró con ojos brillantes.

Ness: Claro. Los dos debíamos estar muy atareados en los cuarenta.

Zac dejó pasar aquel comentario que no terminaba de comprender.

Zac: ¿De qué se trataba?

No le importaba nada en absoluto la trama. Él solo quería oírla hablar y observarla mientras lo hacía.

Para seguirle la corriente, y porque le gustaba estar allí sentada, al borde del agua, comenzó a contárselo. Zac la escuchaba, disfrutando de la forma en la que le explicaba aquella historia de amores perdidos, heroísmo y sacrificio. Incluso más, le gustaba ver cómo movía las manos, oír fluir su voz al ritmo de sus sentimientos. Y la forma en la que sus ojos lo miraban: cómo se oscurecían, cómo se suavizaban cuando hablaban del reencuentro de los amantes y de cómo volvía a separarlos el destino.

Zac: Así que no tiene un final feliz -murmuró-.

Ness: No, pero siempre he tenido la sensación de que Rick la encontró después, años más tarde, cuando acabó la guerra.

Zac: ¿Por qué?

Ness se echó hacia atrás, apoyando la cabeza en los brazos.

Ness: Porque tenían que estar juntos. Cuando eso ocurre, las personas se encuentran, de una forma u otra.

Continuaba sonriendo cuando volvió la cabeza, pero la sonrisa desapareció de su rostro cuando advirtió el modo en el que Zac la estaba mirando. Como si estuvieran solos, pensó. No solo en las montañas, sino completa, totalmente solos. Como lo habían estado Adán y Eva.

Ness se sentía anhelante. Por primera vez en su vida, anhelaba algo, en cuerpo y alma.

Zac: No -pronunció tranquilamente aquella palabra mientras Ness comenzaba a levantarse. Un ligero toque en su rostro bastó para que se quedara quieta-. Me gustaría que no me tuvieras miedo.

Ness: No te tengo miedo -pero respiraba con dificultad, como si hubiera estado corriendo-.

Zac: ¿De qué tienes miedo entonces?

Ness: De nada.

La voz de Zac era tan delicada, pensó. Tan terriblemente delicada.

Zac: Pero estás tensa -con sus dedos largos y delgados, comenzó a acariciarle los hombros. Se incorporó y posó sus labios, tan fríos y vigorizantes como la brisa, en su sien-. Dime de qué tienes miedo.

Ness: De esto -alzó las manos y las posó en su pecho con intención de empujarlo-. No sé cómo luchar contra lo que estoy sintiendo.

Zac: ¿Y por qué tienes que hacerlo? -acarició lentamente la cintura de Ness, atónito ante la fuerza del deseo que sentía crecer en él-.

Ness: Es demasiado pronto -pero ya no intentaba apartarlo-. 

Su resolución estaba evaporándose, convirtiéndose en una necesidad palpitante, ardiente.

Zac: ¿Pronto? -soltó una tensa carcajada mientras enterraba el rostro en su cuello-. Ya han pasado siglos.

Ness: Zachary, por favor.

Había urgencia en su voz, una súplica débil e incontestable al mismo tiempo. Zac supo, cuando sintió vibrar su cuerpo bajo el suyo, que podía tenerla. Con la misma certeza que supo, cuando bajó la mirada y vio la confusión que reflejaban sus ojos, que después de que lo hiciera, Ness podría no perdonarlo.

El deseo latía dentro de él. Era una sensación nueva y frustrante. Dio media vuelta y se levantó. De espaldas ella, observó correr el agua en el arroyo.

Zac: ¿Sueles volver locos a todos los hombres?

Ness apretó las rodillas contra su pecho.

Ness: No, por supuesto que no.

Zac: Entonces supongo que soy un hombre con suerte.

Elevó los ojos al cielo. Quería volver allí. Solo. Libre. Oyó la hierba crujir mientras Ness se levantaba y se preguntó si realmente podría volver a ser libre otra vez.

Zac: Te deseo, Ness.

Ness no dijo nada. No podía. Ningún hombre le había dicho nunca aquellas tres palabras tan sencillas. Y aunque lo hubieran hecho otros mil, no habría importado. Nadie las habría pronunciado nunca de aquella manera.

Impulsado por el silencio de Ness, Zachary dio media vuelta. Acababa de dejar de ser su amable y ligeramente extraño paciente para pasar a ser un hombre furioso, sano y obviamente peligroso.

Zac: Maldita sea, Ness, ¿se supone que no tengo que decir nada, que no puedo sentir nada? ¿Esas son las normas vigentes aquí? Pues bien, al diablo con ellas. Te deseo, y si continúo cerca de ti, terminaré teniéndote.

Ness: ¿Teniéndome? -Hasta ese momento, sentía que su cuerpo estaba demasiado débil y excitado para enfadarse. Pero la furia la llenó a tal velocidad que se enderezó como una flecha-. ¿Qué? ¿Como un coche lujoso o un piso? Puedes desear lo que quieras, Zac, pero cuando tus deseos me incluyen a mí, supongo que yo también tengo algo que decir.

Estaba magnífica. Insoportablemente vivaz, con aquella furia en sus ojos y las flores flotando en su pelo. La recordaría así, siempre.  Lo sabía, al igual que sabía que serían sentimientos agridulces los que despertarían aquellos recuerdos. Su propio genio lo impulsó a dar un paso adelante.

Zac: Puedes decir todo lo que quieras -la tomó con ambas manos y la estrechó contra él-. Pero yo también tendré algo antes de irme.

En aquella ocasión, Ness se resistió. Era orgullo... orgullo y enfado lo que la hacía intentar liberarse. Pero entonces Zac la abrazó, atrapando su cuerpo irremediablemente contra al suyo. Ness lo habría insultado, pero Zac cerró la boca sobre sus labios.

No fue como la primera vez. En aquella ocasión, Zac la había seducido, persuadido, tentado. En ese momento, la estaba poseyendo. No solo como si tuviera derecho a hacerlo, sino, simplemente, tomando lo que quería. Su amortiguada protesta fue desatendida, sus resistencias ignoradas. El pánico descendía por su espalda, pero murió ahogado en el más puro deseo.

Ness no quería ser forzada. Quería que le dejaran alguna opción. Pero era su mente la que hablaba. Tenía razón; era razonable. Pero su cuerpo dio un paso hacia adelante, dejando todos los argumentos del intelecto tras él. Se revelaba en su fuerza, en su tensión, incluso en su genio. Se estaban encontrando poder contra poder.

La sentía viva entre sus brazos, haciéndole olvidarse de quién, dónde y por qué. Cuando sentía aquel sabor cálido e intenso en sus labios, ni otro mundo ni otro tiempo existían. Para él era algo nuevo, tan excitante y aterrador como para ella. Irresistible. Era incapaz de pensar. No podía pensar. Pero la sentía tan irresistible como la gravedad que aferraba su pies a la tierra, tan persuasiva como el deseo que hacía precipitarse su pulso.

Le hizo echar la cabeza hacia atrás y se sumergió en la aterciopelada humedad de sus labios expectantes.

El mundo daba vueltas. Con un gemido, Ness pasó las manos por su espalda y terminó aferrándose desesperadamente a sus hombros. Quería que todo siguiera dando vueltas, girando locamente, hasta dejarla mareada, sin respiración, sin fuerzas. Podía oír el murmullo del agua, el susurro de la brisa entre los pinos. Y sabía que en realidad sus pies estaban firmemente aferrados al suelo. Pero el mundo daba vueltas.

Y ella estaba enamorada.

De su garganta escapó un sonido sordo, de abandono. A él. A sí misma.

Zac musitó su nombre. Una flecha abrasadora lo atravesó mientras el deseo giraba dolorosamente hacia un nuevo e inexplorado sentimiento. Apretó inconscientemente la mano con la que había estado acariciando su pelo. Y al hacerlo estrujó los pétalos de una flor. Una fragancia, dulce y agonizante, se elevó en el aire.

Zac retrocedió, asombrado. La flor continuaba en su mano, frágil y mutilada. Su mirada vagó hasta los labios de Ness, todavía henchidos por la presión de los suyos. Le temblaban los músculos.  Una oleada de disgusto crecía en su interior.

Nunca, jamás en su vida, había forzado a una mujer. La mera idea le resultaba aborrecible. El más vergonzoso de los pecados. Le resultaba imperdonable... Y más imperdonable todavía porque Ness le importaba como nunca le había importado alguien.

Zac: ¿Te he hecho daño? -consiguió decir-.

Ness sacudió rápidamente la cabeza. Demasiado rápidamente. ¿Daño? pensó. Eso no era nada. Estaba completamente devastada. Con un solo beso había conseguido destrozarla, demostrarle que su voluntad podía desmoronarse y su corazón perderse.

Zac no se disgustaría. Se volvió hasta que estuvo seguro de que estaba suficientemente controlado como para hablar racionalmente. Pero no podía disculparse por desear o por tomar lo que tanto deseaba. Porque sabía que no podría tener nada de ella cuando se marchara.

Zac: No puedo prometerte que no sucederá otra vez, pero haré todo lo que pueda para intentarlo. Ahora deberías volver al trabajo.

¿Eso era todo?, se preguntó Ness. Después de haber desnudado sus sentimientos hasta sus huesos, ¿podría pedirle tranquilamente que volviera a casa? Abrió la boca para contestar, y estaba a punto de dar un paso hacia él cuando se detuvo.

Zac tenía razón, por supuesto. Lo que había ocurrido no volvería a ocurrir nunca más. Eran dos desconocidos, por mucho que su corazón se empeñara en decirle lo contrario. Sin decir una sola palabra, se volvió y lo dejó solo en el arroyo.

Tiempo después, Zac abrió la mano en la que tenía la flor herida, la dejó caer al agua y la observó alejarse en el agua.


lunes, 25 de marzo de 2019

Capítulo 3


Zac se sentía prácticamente normal a la mañana siguiente. Normal, se dijo, si se tenía en cuenta que todavía no había nacido. Era una situación extrañísima. Y altamente improbable si se atendía a las más recientes teorías científicas. Además, en el fondo, continuaba aferrándose a la posibilidad de que todo aquello fuera una especie de largo sueño.

Si tenía un poco de suerte, se despertaría en un hospital, todavía impactado y con algún daño cerebral. Pero por el aspecto que iban cobrando las cosas, lo más probable era que hubiera sido arrojado doscientos sesenta y tres años atrás, hasta el primitivo y a menudo violento siglo veinte.

El único recuerdo que tenía de lo que había ocurrido antes de su despertar en el sofá de Ness, era que estaba volando en su nave. No, eso no era del todo exacto. Estaba intentando que su nave volara. Había ocurrido algo. Algo que todavía no era capaz de recordar con nitidez. Pero, fuera lo que fuera, había sido algo importante.

Se llamaba Zachary Efron. Había nacido en el año dos mil doscientos veintidós. Por eso el dos era su número de la suerte, recordó entre risas. Tenía treinta años, desemparejado, era el mayor de dos hijos y antiguo miembro de la Fuerza Internacional Espacial. Había sido capitán, pero desde los últimos dieciocho meses, volaba como independiente. Estaba realizando un trabajo rutinario para la Colonia Brigston de Marte y se había desviado de la ruta habitual por culpa de una lluvia de meteoritos. Y después había ocurrido. Fuera lo que fuera, había ocurrido entonces.

En ese momento, tenía que enfrentarse al hecho de que algo lo había hecho retroceder en el tiempo. Se había estrellado, y no solo contra la atmósfera terrestre, sino contra dos siglos y medio. Él era un piloto sano e inteligente que había ido a parar a una época en la que los científicos consideraban los viajes interplanetarios como una tontería de la ciencia ficción y se dedicaban, increíblemente, a jugar con la fisión nuclear.

Lo mejor de aquella experiencia era que no había muerto y que había aterrizado en una zona solitaria a manos de una maravillosa morena.

Suponía, por tanto, que la situación podía haber sido mucho peor.

El problema en ese momento era averiguar cómo iba a regresar a su propio tiempo. Y vivo.

Se colocó la almohada, se frotó suavemente la barbilla y se preguntó cómo reaccionaría Ness si bajara al piso de abajo y le relatara su historia.

Probablemente, en cuestión de segundos, se descubriría a sí mismo fuera de la casa, llevando encima solamente los pantalones de su padre. O bien Ness llamaría a las autoridades y lo arrastrarían al equivalente, en mil novecientos ochenta y nueve, a una clínica de descanso y rehabilitación. Y no creía que dispusieran de excesivos recursos.

Una de las cosas que más lo irritaban en aquel momento era haber sido tan mal estudiante de historia. Lo que él sabía sobre el siglo veinte apenas podía llenar una pantalla de ordenador. Pero imaginaba que tendrían una manera un tanto primitiva de tratar con un hombre que decía haber estrellado su F27 contra una montaña en un viaje de rutina hacia Marte.

De modo que iba a tener que mantener su problema en secreto. Y para ello, a partir de entonces tendría que tener mucho más cuidado con todo lo que decía. Y hacía.

Era obvio que la noche anterior había dado un paso equivocado. En más de un sentido. Hizo una mueca al recordar cómo había reaccionado Ness ante la simple sugerencia de que pasaran la noche juntos. Era evidente que las cosas se hacían de manera diferente en el pasado... No, se corrigió, en el presente. Y era una pena que no le hubiera prestado más atención a esas antiguas novelas de amor que tanto le gustaba leer a su madre.

En cualquier caso, su problema era mucho más grave que el haber sido rechazado por una mujer atractiva. Tenía que regresar a la nave e intentar reconstruir mentalmente lo ocurrido. Después tendría que convertirlo en realidad. Por lo que podía ver, aquella iba a ser la única forma de volver a casa otra vez.

Ness tenía un ordenador, recordó. Por arcaico que fuera, entre aquel aparato y el mini ordenador que llevaba él en la muñeca, podría calcular una trayectoria. Pero en ese momento lo que le apetecía era ducharse, afeitarse y comerse un par de huevos. Abrió la puerta justo en el momento en el que Ness estaba a punto de entrar.

La taza de café humeante que llevaba la joven en las manos estuvo a punto de terminar sobre el pecho desnudo de Zac. Ness consiguió sostenerla, aunque en el fondo pensaba que Zachary se merecía que le hubiera escaldado el pecho.

Ness: He pensado que a lo mejor te apetecía un café.

Zac: Gracias -advirtió que su voz era fría y tenía la espalda tensa A menos que se equivocara, las mujeres no habían cambiado demasiado. La actitud de fría indiferencia nunca había pasado de moda-. Quiero disculparme -empezó a decir, ofreciendo la mejor de sus sonrisas-. Creo que anoche me salí un poco de órbita.

Ness: Es una forma de decirlo.

Zac: Lo que quiero decir es que... tenías razón y yo estaba equivocado -si eso no funcionaba, era que no sabía nada sobre la naturaleza de las mujeres-.

Ness: De acuerdo -nada la hacía sentirse más incómoda que mantener el mal humor-. Lo olvidaremos.

Zac: ¿Y te parece bien que crea que tienes unos ojos muy bonitos? -la vio sonrojarse, y le pareció todavía más encantadora-.

Ness: Supongo que sí.

Las comisuras de sus labios se elevaron para dar paso a una sonrisa. No se había equivocado con lo de la sangre celta, reflexionó. Y si aquel hombre tenía antecedentes irlandeses, tendría que buscar una forma diferente de tratar con él.

Ness: Si no puedes evitarlo.

Zac le tendió la mano.

Zac: ¿Amigos?

Ness: Amigos.

En cuanto sus manos se rozaron, Ness se preguntó por qué tendría la sensación de que había cometido un error. O de acabar de saltar al vacío. Bastaba que aquel hombre la rozara con la yema de sus dedos para que el pulso se le acelerara de forma vertiginosa. Lentamente, deseando que Zachary no hubiera sido tan obviamente consciente de su reacción, apartó la mano.

Ness: Voy a preparar el desayuno.

Zac: ¿Te parece bien que me dé una ducha?

Ness: Claro. Te enseñaré dónde está todo -sintiéndose más tranquila al tener algo práctico que hacer, se dirigió hacia el pasillo-. Tienes toallas limpias en el armario -abrió una puerta-. Y aquí tienes cuchillas, por si quieres afeitarte -le ofreció una cuchilla y un tubo de espuma-. ¿Te ocurre algo?

Zachary estaba observando aquellos utensilios como si fueran instrumentos de tortura.

Ness: Supongo que estarás acostumbrado a la maquinilla eléctrica, pero aquí no tenemos.

Zac: No -consiguió esbozar una débil sonrisa. Esperaba no cortarse el cuello-. Esto bastará.

Ness: Y cepillo de dientes -intentando no mirarlo, le tendió un cepillo de dientes sin estrenar-. Tampoco tenemos cepillos eléctricos.

Zac: Yo... Puedo arreglármelas sin ese tipo de comodidades.

Ness: Estupendo. Puedes usar toda la ropa que encuentres en el dormitorio que te quede bien. Supongo que hay vaqueros y jerséis. Dentro de media hora, tendré listo el desayuno. ¿Tendrás tiempo suficiente?

Zac: Claro.

Zac todavía tenía la mirada fija en el instrumental que tenía entre las manos cuando Ness cerró la puerta.

Fascinante. Una vez superado el pánico, el miedo y la incredulidad, comenzaba a encontrar fascinante todo lo que le estaba ocurriendo. Estudió la caja del cepillo de dientes sonriendo como un niño que acabara de encontrar un rompecabezas bajo el árbol de Navidad.

Se suponía que había que usar esos objetos unas tres veces al día, recordó. Había oído algo al respecto. Había pastas de diferentes sabores y había que cepillarse los dientes. Sonaba repugnante.  Zac extendió una pequeña cantidad de la crema de afeitar en el dedo. La tocó tentativamente con la lengua. Era repugnante. ¿Cómo podía tolerar alguien una cosa así? Por supuesto, eso ocurría en una época en la que todavía no se habían erradicado las enfermedades de los dientes y las encías con la fluoratina.

Después de abrir la caja, pasó el dedo pulgar por las cerdas del cepillo. Interesante. Hizo una mueca frente al espejo, para estudiar sus dientes. Quizá no debería desperdiciar aquella oportunidad.

Dejó todo sobre el lavabo y se volvió hacia el baño. Era como aquellos que se veían en los vídeos antiguos. La bañera oval, con una solitaria ducha colgando en una de las paredes. Empezaría a llenarla de todas formas. Quizá, cuando regresara a su hogar, podría empezar a escribir un libro.

Pero de momento era más importante averiguar cómo funcionaba la ducha. Sobre el borde de la bañera, había tres pomos. En uno de ellos aparecía una C, en el otro una F y en el tercero una flecha. Zachary los miró con el ceño fruncido. Podía averiguar sin problema que querían decir Caliente y Fría, pero estaba muy lejos de comprender cómo se conseguían las temperaturas individualizadas a las que él estaba acostumbrado. En aquel caso, no podía meterse en la bañera y decirle a la unidad computerizada que quería disfrutar de una temperatura de treinta grados.

Allí tendría que conseguirla él mismo.

Al principio se escaldó, después se quedó helado. Volvió a quemarse una vez más, antes de que la ducha y él comenzaran a entenderse. Una vez comenzó a correr el agua apreció la sensación del chorro caliente corriendo por su piel. Encontró un bote en el que ponía «champú», se entretuvo un momento observando el divertido diseño del frasco y derramó un poco sobre su cabeza.

Olía como Ness.

Casi inmediatamente, los músculos de su estómago se tensaron y una oleada de deseo fluyó sobre él, tan caliente como el agua de su espalda. Era extraño. Desconcertado, bajó la mirada hacia el charco de espuma que se formaba a sus pies. La atracción siempre había sido algo fácil, simple, básico. Pero aquello era doloroso. Se llevó una mano al estómago y esperó a que pasara aquella sensación.  Pero continuaba.

Probablemente, tenía que ver con el accidente. Eso era lo que se decía a sí mismo y lo que prefería creer. Cuando volviera a casa, iría a un centro de reposo y se haría un chequeo completo. Pero acababa de perder el placer por la ducha. Se secó rápidamente, La fragancia a jabón, champú... y a Ness, estaba por todas partes.

Los vaqueros le quedaban un poco flojos por la cintura, pero le gustaban. El algodón natural era tan extraordinariamente caro que nadie, salvo los muy ricos, podían permitírselo. El jersey de cuello negro tenía un agujero en el puño que le hacía sentirse como en casa. A él siempre le había gustado la ropa informal y cómoda. Una de las razones por las que había dejado la ISF había sido su propensión a los uniformes y la pulcritud. Con los pies descalzos y satisfecho, siguió el camino que le indicaban los deliciosos aromas que escapaban de la cocina.

Ness tenía un aspecto encantador. Aquellos pantalones anchos acentuaban su delgadez e invitaban a un hombre a imaginar las curvas que se ocultaban bajo aquel tejido. Le gustaba cómo se había arremangado las mangas del jersey rojo por encima de los codos. Aquella mujer tenía unos codos sensibles, recordó, y volvió a sentir un nudo en el estómago.

No podía pensar en ella de esa forma, se advirtió. Se lo había prometido a sí mismo.

Zac: Hola.

En aquella ocasión, Ness estaba esperándolo, de modo que no se asustó.

Ness: Hola, siéntate. Puedes comer antes de que te cambie el vendaje. Espero que te gusten las tostadas y los huevos.

Se volvió sosteniendo una fuente en las manos. Cuando sus ojos se encontraron, agarró los bordes con fuerza. Reconocía aquel jersey, pero cuando lo que cubría era el torso de Zac, no le recordaba en absoluto a su padre.

Ness: No te has afeitado.

Zac: Se me ha olvidado -no quería admitir que le había dado demasiado miedo intentarlo-. Ha dejado de llover.

Ness: Lo sé. Se supone que esta tarde saldrá el sol -bajó la fuente e intentó no reaccionar cuando Zac se inclinó sobre ella para olfatear la comida-.

Zac: ¿De verdad lo has hecho tú?

Ness: El desayuno es la comida que más me gusta -se sentó y exhaló un pequeño suspiro de alivio cuando Zac se sentó frente a ella-.

Zac: Podría acostumbrarme a esto.

Ness: ¿A comer?

Zac no contestó. Dio un primer bocado a la tostada cubierta de huevo y cerró los ojos con expresión de puro deleite.

Zac: A comer cosas como esta.

Ness lo observó arremeter contra la primera tostada.

Ness: ¿Qué sueles comer?

Zac: Casi siempre porquerías envasadas.

Había visto anuncios sobre comidas completas en el periódico. Al menos, todavía quedaba alguna esperanza para la civilización.

Ness: Normalmente, yo también. Pero cuando vengo aquí, me veo obligada a cocinar, a cortar madera y a cuidar las hierbas. A hacer todas las cosas que hacía cuando era niña.

Y aunque también había ido a aquel lugar buscando soledad, había descubierto que disfrutaba de la compañía de Zac. Que a pesar de la impresión que le había causado verlo con el jersey negro y los vaqueros, parecía mucho más inofensivo aquella mañana. Casi podría llegar a creer que había sido ella la que había imaginado la tensión y la extraña escena que había tenido lugar en la biblioteca la noche anterior.

Ness. ¿Qué sueles hacer cuando no te dedicas a estrellar aviones?

Zac: Vuelo.

Había pensado con anterioridad lo que respondería a esa pregunta y había decidido que lo mejor era acercarse todo lo posible a la verdad.

Ness: Entonces estás de servicio.

Zac: Ya no -tomó la taza de café y cambió sutilmente de tema-. No sé si ya te he dado las gracias por todo lo que has hecho. Me gustaría devolverte el favor, Ness. ¿Necesitas que haga algo en la casa?

Ness: No creo que en este momento estés en condiciones de realizar ningún trabajo manual.

Zac: Si me quedo todo el día en la cama, terminaré volviéndome loco.

Ness miró atentamente su rostro, intentando no dejarse distraer por la forma de su boca. Era imposible olvidar lo cerca que había estado de sentirla sobre la suya.

Ness: Tienes buen color, ¿ya no te mareas?

Zac: No.

Ness: Entonces podrás ayudarme a fregar los platos.

Zac: Claro.

Miró, por primera vez, atentamente la cocina. Al igual que el baño, le resultaba fascinante. La pared oeste era de piedra, y habían tallado en ella un pequeño hogar. Sobre su repisa, habían colocado un recipiente de cobre hecho a mano con todo tipo de hierbas y flores secas en su interior. Encima del fregadero, un ancho ventanal ofrecía una hermosa vista de las montañas y los bosques de pinos. El cielo era gris y completamente despejado de tráfico. Identificó el frigorífico y la cocina, ambos de un blanco reluciente. Las tablas de madera del suelo brillaban como si acabaran de pulirlas.  Y las sentía frías y suaves bajo sus pies desnudos.

Ness: ¿Buscas algo?

Zac sacudió ligeramente la cabeza y volvió a mirarla.

Zac: ¿Perdón?

Ness: Por tu forma de mirar, parecía que estabas esperando encontrarte algo que no ves aquí.

Zac: Yo... solo estaba admirando la cocina.

Satisfecha con la respuesta, Ness señaló su plato.

Ness: ¿Ya has terminado?

Zac: Sí. Es una bonita habitación.

Ness: A mí siempre me ha gustado. Por supuesto, después de la última reforma es mucho más cómoda. Te resultarían increíbles las auténticas piezas de museo con las que cocinábamos antes.

Zac no pudo evitar una sonrisa.

Zac: Desde luego.

Ness: ¿Por qué tengo la sensación de que te estás riendo de algo que no consigo entender?

Zac: No podría decírtelo -tomó su plato, lo llevó al fregadero y comenzó a abrir armarios-.

Ness: Si estás buscando el lavavajillas, mala suerte -dejó el resto de los cacharros del desayuno en el fregadero-. Mis padres no han renunciado a todos los valores de los sesenta. Ni lavaplatos, ni microondas ni antena parabólica -abrió el grifo y le tendió a Zachary el bote del lavavajillas- ¿Prefieres fregar o secar?

Zac: Yo secaré.

Observó, encantado, cómo llenaba el fregadero de agua caliente y comenzaba a frotar. Hasta el olor era agradable, pensó, resistiendo las ganas de inclinarse y olfatear aquellas burbujas de limón.

Ness se quitó una burbuja de jabón de la nariz con la parte superior del brazo.

Ness: Vamos, Efron, ¿es que nunca has visto fregar platos a una mujer?

Zac decidió probar la reacción de Ness ante una pregunta sincera.

Zac: No. Bueno, creo que lo vi una vez en una película.

Con una burbujeante carcajada, Ness te tendió el primer plato.

Ness: El progreso nos está arrebatando todas estas obligaciones. Dentro de cien años, probablemente habrá robots que guarden por sí mismos los platos y los esterilicen.

Zac: Probablemente dentro de ciento cincuenta años. ¿Qué quieres que haga con esto? -giró el plato que tenía entre las manos-.

Ness: Secarlo.

Zac: ¿Cómo?

Ness arqueó una ceja y señaló con un movimiento de cabeza un paño pulcramente doblado.

Ness: Podrías intentarlo con esto.

Zac: De acuerdo -secó el plato y tomó otro-. Estaba pensando que me gustaría echar un vistazo a lo que ha quedado de mi na... de mi avión.

Ness: Casi podría garantizarte que las pistas están todavía inundadas. El Land Rover podría llegar hasta allí, pero yo preferiría esperar al menos otro día.

Zac intentó dominar su impaciencia.

Zac: ¿Podrías indicarme la dirección exacta?

Ness: No, pero te llevaré.

Zac: Ya has hecho suficiente por mí.

Ness: Quizá, pero no voy a dejarte las llaves de mi coche y es imposible que vayas andando hasta allí -tomó la esquina del trapo que estaba utilizando Zac y se secó las manos mientras él intentaba formular una excusa razonable-. ¿Por qué no quieres que vea tu avión, Efron? Aunque sea robado, yo no me daré cuenta.

Zac: No lo he robado.

Su tono fue suficientemente brusco para que Ness lo creyera.

Ness: Bien, entonces te ayudaré a encontrar sus restos en cuanto los caminos sean seguros. De momento, siéntate y déjame examinarte esa herida.

Automáticamente, Zachary se llevó las manos al vendaje.

Zac: La herida está perfectamente.

Ness: Te duele. Puedo verlo en tus ojos.

Zac desvió la mirada para cruzarla con la suya. Había compasión en sus ojos, una tranquila y reconfortante compasión que le hizo desear apoyar la mejilla en su pelo y contárselo todo.

Zac: Es un dolor que viene y se va.

Ness: Entonces miraré la herida y te daré un par de aspirinas para ver si podemos hacer que se vaya otra vez. Vamos, Zac -le quitó el paño de las manos y lo condujo a una silla-. Sé un buen chico.

Zachary se sentó y le dirigió una mirada de divertida exasperación.

Zac: Hablas como mi madre.

Ness le palmeó la mejilla en respuesta antes de sacar vendas limpias y un antiséptico de uno de los armarios.

Ness: Tú quédate ahí sentado -se inclinó sobre la herida y frunció el ceño de una forma que le hizo tensarse incómodo en la silla-. No te muevas -susurró-.

Era un corte largo y profundo. A su alrededor, se formaban moratones del color de las nubes de tormenta.

Ness: Tiene mejor aspecto, pero por lo menos no parece infectada. Te va a quedar cicatriz.

Asombrado, Zac se llevó la mano a la herida.

Zac: ¿Una cicatriz?

Así que era un hombre vanidoso, pensó Ness divertida.

Ness: No te preocupes, casi no se notará. Quedaría mucho mejor si pudiera darte unos puntos, pero me temo que eso es más de lo que mi licenciatura en primeros auxilios para desconocidos me permite realizar.

Zac: ¿Tú qué?

Ness: Era una broma.  Esto te escocerá un poco.

Zac soltó una maldición, alta y fuerte, cuando Ness volvió a inclinarse sobre la herida. Antes de que hubiera terminado, le agarró la muñeca.

Zac: ¿Que me escocerá un poco?

Ness: Sé fuerte, Efron. Piensa en otra cosa.

Zac apretó los dientes y se concentró en su rostro. El dolor convirtió su respiración en un siseo. Los ojos de Ness reflejaban determinación y comprensión mientras le limpiaba completamente la herida y volvía a vendársela.

Era realmente preciosa, pensó Zac mientras la estudiaba bajo la húmeda luz de la mañana. No usaba cosméticos y era improbable que le hubieran reestructurado el rostro. Aquella era la cara con la que había nacido. Un rostro fuerte, duro, y con una elegancia natural que le hizo desear volver a acariciar su mejilla. Su piel era suave como la de un bebé, recordó. Y sus sutiles cambios de color reflejaban el estado de sus emociones.

Quizá, solo quizá, fuera una mujer normal en su época. Pero, para él, era única y casi insoportablemente deseable.

Esa era la razón por la que le causaba dolor, se dijo Zac a sí mismo, mientras sentía cómo se tensaban y destensaban los músculos de su estómago. Ese era el motivo por el que la deseaba más de lo que había deseado cualquier otra cosa en el mundo, más de lo que creía que fuera posible desear. Ella era real, se recordó a sí mismo. Pero era él quien era una ilusión. Un hombre que todavía no había nacido, pero que jamás se había sentido más vivo.

Zac: ¿Haces esto muy a menudo?

Ness odiaba estar haciéndole daño, y respondió con aire ausente:

Ness: ¿El qué?

Zac: Rescatar hombres.

Ness: Tú eres el primero.

Zac: Estupendo.

Ness: Bueno, esto ya está.

Zac: ¿Y no vas a darme un beso para que me ponga mejor? -su madre siempre lo hacía e imaginaba que eso era algo que habían hecho las madres de todos los tiempos-.

Cuando Ness soltó una carcajada, sintió que crecía el calor en su pecho.

Ness: Te daré un beso por lo valiente que has sido -se inclinó sobre él y le dio un beso en la cabeza-.

Zac: Todavía me duele -le tomó la mano antes de que pudiera alejarse de él-. ¿Por qué no lo intentas otra vez?

Ness: Iré a buscar las aspirinas -flexionó la mano en la suya. Debería haber retrocedido cuando Zac se levantó, pero algo en la mirada de Zachary le indicó que no lo hiciera-. Zachary…

Zac: Te pongo nerviosa -le acarició los nudillos con el pulgar-. Es muy estimulante.

Ness: No estoy intentando estimularte.

Zac: Aparentemente no tienes que intentarlo…-Estaba nerviosa, pensó otra vez, pero no asustada. Si hubiera estado asustada, se habría detenido. Pero acercó la mano de Ness a sus labios y la volvió hacia arriba-. Tienes unas manos maravillosas, Ness. Manos delicadas.

Zac observó las emociones que brillaban en sus ojos: confusión, nerviosismo, deseo. Se concentró en el deseo y se acercó todavía más a ella.

Ness: Basta -se quedó estupefacta ante la falta de convicción que reflejaba su propia voz-. Te dije que... -posó los labios en su piel y sintió que sus piernas se transformaban en agua-. No voy a acostarme contigo.

Con un quedo susurro con el que mostraba su acuerdo, Zac deslizó las manos por su espalda, hasta que el cuerpo de Ness quedó prácticamente encajado contra el suyo. Le sorprendía lo mucho que deseaba abrazarla así. La cabeza de Ness encajaba perfectamente en su hombro, como si estuvieran hechos para formar pareja de baile. Por un momento, lamentó que no hubiera música, algo lento y emocionante. Aquella idea le hizo sonreír. Ninguna de las mujeres que había habido en su vida había demandado nunca una puesta en escena, una estenografía. Y tampoco había tenido él nunca la necesidad de organizarla.

Zac: Relájate -susurró, y deslizó la mano hasta su cuello-. No voy a hacer el amor contigo, solo voy a besarte.

El pánico la hizo retroceder.

Zac tensó los dedos en su cuello, sujetándola con firmeza. Tiempo después, cuando ya pudo pensar, Ness se dijo que sin que ella se diera cuenta, Zac había tocado algún nervio, algún punto secreto para hacerla vulnerable. Porque de pronto, un placer completamente inesperado se extendió por su cuerpo, haciéndole echar la cabeza hacia atrás en completa rendición. Y en medio de aquel relámpago de emoción, Zac acercó sus labios a los suyos.

Ness se quedó rígida, no por el miedo, ni por el enfado. Y, desde luego, tampoco porque pretendiera resistirse. Fue el impacto, la oleada de impacto del beso la que la paralizó. Como un cable electrificado, pensó en medio de su confusión. Sin darse cuenta, se había agarrado a un cable electrificado y el voltaje estaba teniendo efectos devastadores.

Los labios de Zac apenas tocaban los suyos, tentándola, atormentándole. Era una caricia, boca contra boca, insoportablemente erótica. Después un mordisqueo y nuevamente las caricias, dulces, ligeras y persuasivas. Sentía los labios de Zac calientes y suaves mientras rozaban los suyos. Era un excitante contraste con la sutil sombra de barba con la que rozó su mejilla cuando volvió la cabeza para dibujar la línea de sus labios con la lengua.

La saboreaba, jugaba con ella de una forma imposiblemente íntima. Buscó su lengua con la suya, paladeando aquellos sabores nuevos, prohibidos, antes de cambiar de nuevo para atrapar su labio inferior con los dientes, mordisqueándolo hasta el punto comprendido entre el placer y el dolor.

Era seducción, el tipo de seducción con el que Ness jamás habría soñado. Lenta, e ineludible seducción. Ness pudo escuchar los sonidos de indefensión que escaparon de su garganta cuando Zac cerró los dientes sobre su barbilla.

La mano que Ness apoyaba en el pecho de Zac empezó a temblar. Sintió que el sólido suelo de la cabaña se movía bajo sus pies. Poco a poco, ella misma fue perdiendo la rigidez, hasta encontrarse estremecida y suplicante entre sus brazos.

Zac jamás había conocido a nadie como ella. Era como si se estuviera derritiendo contra él, lenta, completamente. Su sabor era fresco como el aire que entraba por la ventana abierta. Zac escuchó un suave y anhelante suspiro.

Entonces sus brazos lo rodearon, abrazándolo. Ness hundió los dedos en su pelo mientras se tensaba contra él. En un instante, su boca pasó de ser sumisa a transformarse en una boca ávida, que se presionaba hambrienta, posesiva y desesperada contra la suya. Impulsado por aquella fuerza, Zac profundizó su beso y dejó que la pasión dictara las normas.

Ella deseaba... demasiado. ¿Por qué no habría sido consciente de que estaba tan deseosa? Le había bastado saborearlo para que se despertara en ella un hambre atroz. Sentía su cuerpo como si estuvieran explotando en su interior docenas de sensaciones, cada una de ellas igualmente afilada y sorprendente. Un grito amortiguado escapó de sus labios cuando Zac tensó los brazos a su alrededor.  Ella ya no estaba temblando, pero él sí.

¿Qué le estaba haciendo aquella mujer? Ni siquiera podía respirar. No podía pensar. Pero podía sentir. Demasiado. Y muy rápidamente. Aquella pérdida de control era más peligrosa para un piloto que una tormenta de meteoritos.

Él solo pretendía dar y disfrutar de un momento de placer, satisfacer una simple necesidad. Pero eso era más que placer y estaba muy lejos de poder ser considerado algo simple. Sí, asombroso era la palabra, decidió. Se sentía como si estuviera flotando en el exterior de un edificio.

¿Qué le había hecho aquel hombre? Confundida, Ness alzó la mano hasta sus labios. ¿Y qué estaba haciendo ella? Casi podía sentir la sangre fluyendo por sus venas. Ness dio un paso hacia atrás, deseando encontrar un suelo más sólido y alguna respuesta.

Ness: Espera.

Zac no podía resistirse. Más tarde se maldeciría por lo que pretendía hacer, pero no podía resistirse. Antes de que pasara el primer impacto, la atrapó contra él por segunda vez.

Otra vez no. Aquel sencillo pensamiento se repetía en su mente. Pero el impulso era demasiado fuerte, y el deseo demasiado apasionante. Ness se sintió oscilar entre la más absoluta rendición y una furiosa demanda antes de conseguir liberarse.

Casi se tambaleó y tuvo que aferrarse al respaldo de una de las sillas de la cocina para mantenerse firme. Con los nudillos blancos por la fuerza con la que se sujetaba, fijó la mirada en él mientras volvía a entrar aire a sus pulmones. No sabía nada sobre aquel hombre y, sin embargo, le había dado mucho más que a cualquier otro. Su mente estaba entrenada para hacer preguntas, pero en aquel momento era su corazón, frágil e irracional, el que vacilaba.

Ness: Si vas a quedarte en esta casa, no quiero que vuelvas a tocarme.

Era miedo lo que veía Zac en sus ojos. Y lo entendía, porque él no estaba lejos de sentirlo.

Zac: No esperaba lo que ha sucedido más que tú. Y tampoco estoy seguro de que quiera que vuelva a ocurrir.

Ness: Entonces no tendremos ningún problema para evitar situaciones como esta en el futuro.

Zac hundió las manos en los bolsillos y se meció sobre los talones, sin molestarse en analizar por qué de pronto estaba tan enfadado.

Zac: Escucha pequeña, los dos tenemos la culpa de lo que ha pasado.

Ness: Tú me has agarrado.

Zac: No, yo te he besado. Pero has sido tú la que me has agarrado -le produjo una intensa satisfacción verla ruborizarse-. No te he forzado, Ness, y los dos lo sabemos. Pero si quieres fingir que tienes hielo en las venas, por mí, estupendo.

El avergonzado sonrojo desapareció de su rostro, dejándolo pálido e inexpresivo. En contraste, sus ojos parecían enormes, oscuros. El intenso dolor que ellos reflejaban hizo que Zac se maldijera a sí mismo y diera un paso adelante.

Zac: Lo siento.

Ness se tensó y consiguió decir sin perder la calma:

Ness: Ni quiero ni espero disculpas, pero sí quiero que colabores.

Zac la miró con los ojos entrecerrados.

Zac: Tendrás las dos cosas.

Ness: Tengo mucho trabajo que hacer. Puedes llevarte el televisor a tu habitación o quedarte a leer libros frente a la chimenea. Pero te agradecería que te mantuvieras fuera de mi camino durante el resto del día.

Zac metió las manos en los bolsillos. Si ella era cabezota, él podía ganarla a cabezonería.

Zac: Estupendo.

Ness esperó, con los brazos cruzados, hasta que Zac salió a grandes zancadas de la habitación. Quería tirarle algo a la cabeza, preferiblemente algo rompible. Aquel hombre no tenía derecho a hablarle así después de lo que le había hecho sentir.

¿Hielo en las venas? No, su problema siempre había sido que había sentido demasiado, esperado demasiado. Excepto en lo que se refería a las relaciones físicas y personales con los hombres.  Se dejó caer en una silla con infinita tristeza. Ella era una hija cariñosa, una buena hermana, una amiga leal. Pero nunca había sido la amante de nadie. Nunca había experimentado aquella necesidad de intimidad. A veces incluso había llegado a pensar que le faltaba algo.

Pero con un solo beso, Zac le había hecho desear cosas que hasta entonces no consideraba en absoluto importantes. Al menos no para ella. Ella tenía su trabajo, era ambiciosa, y sabía que podría alcanzar la meta que se había propuesto. Tenía a su familia, a sus amigos y a sus compañeros de trabajo. Maldita fuera, era feliz. No necesitaba que ningún célebre piloto incapaz de mantener su avión en el aire le hiciera sentirse inquieta... y viva, reflexionó mientras se acariciaba el labio con el dedo índice. Porque la verdad era que no se había dado cuenta de hasta qué punto estaba viva hasta que Zac la había besado.

Era ridículo. Más nerviosa que enfadada, se sirvió otra taza de café. Simplemente, Zac le había recordado algo que olvidaba de vez en cuando. Era una mujer joven, normal y saludable. Una mujer, recordó, que había pasado varios meses en una isla remota del sur del Pacífico. Una mujer que necesitaba terminar su tesis y volver a Portland. Y una vez allí, socializar, ir al cine, a fiestas... Lo que necesitaba, decidió con un asentimiento de cabeza, era hacer que Zachary Efron regresara a donde demonios tuviera que regresar.

Con la taza de café en la mano, comenzó a subir las escaleras. Por lo que hasta ese momento sabía de él, podría haber llegado de la luna.

Al pasar por delante de su habitación y oír un programa concurso de la televisión, no pudo evitar echar un rápido vistazo. Por lo menos, pensó mientras se metía en su habitación, aquel hombre se entretenía con cualquier cosa.


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