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sábado, 30 de marzo de 2019

Capítulo 5


No podía concentrarse. Ness fijó la mirada en la pantalla del ordenador, intentando interesarse por las palabras que ya había escrito. Pero los isleños de Kolban y sus danzas tradicionales habían dejado de fascinarla. Hasta entonces, había estado segura de que los estudios eran la respuesta y se había sumergido completamente en ellos. Nadie había conseguido distraerla de sus estudios hasta entonces. Cuando estaba en la universidad, había terminado importantes trabajos mientras sus compañeras de piso celebraban una fiesta de puertas abiertas. Aquella concentración inquebrantable había continuado durante su vida profesional. Había escrito artículos en tiendas de campaña, iluminada por una linterna. Había leído notas a lomo de una mula y había preparado conferencias en medio de la selva. Una vez emprendía un proyecto, nada ni nadie podía hacerla desviarse de su curso.

Pero mientras leía aquel párrafo por tercera vez, en lo único en lo que podía pensar era en Zac.

Era una pena que nunca le hubiera interesado mucho la química, pensó, levantándose las gafas para frotarse los ojos. Si lo hubiera hecho, quizá podría comprender más claramente su forma de reaccionar a él. Seguramente, había un libro en alguna parte que podía proporcionarle la información que en aquel momento necesitaba. No quería saberse incapaz de realizar una lista de razones lógicas que explicaran su actitud. Soñar despierta sobre el amor y el romanticismo era una cosa. Experimentarlo, era algo completamente diferente.

Y no le gustaba.

Con un largo suspiro, se separó del escritorio y cruzó las piernas sobre la silla. Con los ojos todavía fijos en la pantalla, apoyó los codos en las rodillas y posó la barbilla en sus manos. Ella no estaba enamorada, se dijo. Aquello había sido una reacción refleja debida a la intensidad del momento. La gente no se enamoraba tan rápidamente. Dos personas podían sentirse atraías, por su puesto, incluso fuertemente atraídas. Pero para que hubiera amor, tenían que intervenir otros muchos factores.

Como un ambiente común e intereses comunes, decidió Ness. Aquello la tranquilizó y le proporcionó una sensación de firmeza. ¿Cómo podía estar enamorada de Zac cuando el único interés que le conocía era volar? Y comer, añadió con una pesarosa sonrisa.

Y la comprensión de los sentimientos del otro, de su carácter y sus metas. Seguramente, todo eso también era vital para el amor. ¿Y cómo podía estar enamorada cuando no comprendía en absoluto a Zachary Efron? Sus sentimientos eran un misterio para ella, jamás habían hablado de sus objetivos y su carácter parecía cambiar en cada momento.

Zac estaba inquieto. Un ceño surcó la frente de Ness cuando pensó en la mirada que tan a menudo veía en sus ojos. A veces la hacía pensar en un hombre que se había equivocado al tomar un desvío en la autopista y había terminado en una tierra desconocida y extraña.

Inquieto, sí, pero también él era motivo de inquietud, se recordó a sí misma, intentando que su compasión no pesara más que su sentido común. Su personalidad era demasiado fuerte, su encanto excesivo y su confianza en sí mismo desbordante. Ness no tenía espacio en su ordenada vida para un hombre como Zac. Él era capaz, por el mero hecho de existir, de convertir su vida en un caos.

Lo oyó entrar en la cocina y se abrazó automáticamente. El pulso comenzó a latirle a toda velocidad. Disgustada consigo misma, acercó la silla al escritorio. Iba a trabajar. De hecho, pensaba continuar trabajando hasta la media noche y no iba a dedicarle a Zac ni un solo pensamiento más. Se descubrió a sí misma mordiéndose otra vez la uña del pulgar.

Ness: Maldita sea, ¿quién es Zachary Efron?

Lo último que esperaba de aquella pregunta era una respuesta. Aquella voz metálica la hizo saltar de la silla. Se aferró al borde del escritorio para no caerse y se quedó mirando boquiabierta la pantalla del ordenador.

**: Efron, Zachary. Capitán de las ISF, retirado.

Ness: Oh, Dios mío -se llevó la mano a la garganta y sacudió la cabeza-. Espera un momento... -susurró-.

**: Esperando.

Era imposible, se dijo Ness a sí misma mientras presionaba su mano temblorosa contra su boca. Tenía que estar alucinando. Sí, eso era. La tensión emocional, el exceso de trabajo y la falta de sueño le estaban provocando alucinaciones. Cerró los ojos y tomó aire tres veces. Pero cuando los abrió, las palabras continuaban en la pantalla.

Ness: ¿Qué demonios está pasando aquí?

**: Información requerida y transmitida. ¿Se necesita algún dato adicional?

Con mano temblorosa, Ness apartó algunos de los papeles que tenía sobre el escritorio y descubrió debajo de ellos el reloj de Zac. Habría jurado que la voz que oía procedía de allí. Pero no...  no era posible. Con el dedo índice, dibujó el cable delgadísimo y transparente que iba desde el reloj hasta su ordenador.

Ness: ¿A qué demonios está jugando?

**: Esta unidad dispone de quinientos veinte juegos. ¿Cuál prefieres?

Zac: Ness.

Zachary permanecía en el marco de la puerta, intentando pensar a toda velocidad. No servía de nada regañarse a sí mismo por haber sido tan descuidado. De hecho, se preguntaba si, inconscientemente, no se habría puesto a sí mismo en una posición que lo obligaba a decir la verdad. Pero en aquel momento, cuando Ness se volvió, no estaba seguro de si iba a ser lo mejor para ellos. Ness no solo estaba asustada, estaba furiosa.

Ness: De acuerdo, Efron, quiero que me expliques exactamente qué está pasando aquí.

Zac intentó esbozar una sonrisa.

Zac: ¿Dónde?

Ness: Aquí, maldita sea -señaló el ordenador con un dedo-.

Zac: Supongo que tú deberías saberlo mejor que yo. Es tu trabajo.

Ness: Quiero una explicación, y la quiero ahora.

Zac cruzó hasta ella. Una rápida mirada a la pantalla hizo aparecer una sonrisa en su boca. Así que Ness quería saber quién era. Encontraba algún consuelo al descubrir que estaba tan confundida con él como él con ella, y, al mismo tiempo, tan interesada.

Zac: No, no la quieres.

Lo dijo muy quedamente, y le habría tomado la mano si Ness no la hubiera apartado.

Ness: No solo quiero una explicación, sino que insisto en tenerla. Tú, tú... -con un sonido de frustración, volvió a tomar aire. Aquel hombre no iba a hacerla tartamudear-. Has venido aquí, has enchufado tu reloj a mi ordenador y…

Zac: Conectado. Si piensas trabajar con un ordenador, deberías conocer el lenguaje.

Ness apretó los dientes con fuerza.

Ness: Supongo que ahora tendrás que explicarme cómo se puede conectar un reloj con un PC, ¿no?

Zac: ¿Qué?

Ness no pudo reprimir una afectada sonrisa

Ness: Computadora Personal. Creo que eres tú el que debería repasar su vocabulario. Y ahora, quiero respuestas.

Zac posó las manos en sus hombros.

Zac: Nunca me creerías.

Ness: Será mejor que te esfuerces para que te crea. ¿Ese reloj es una especie de ordenador en miniatura?

Zac: Sí -alargó la mano para tomarlo, pero Ness le dio un golpe en la muñeca-.

Ness: Déjalo ahí. Jamás había oído hablar de ordenadores en miniatura capaces de contestar a la voz humana que pudieran conectarse con un PC y presumieran de tener quinientos juegos.

Zac: No -bajó la mirada hacia los furiosos ojos de Ness-. Estoy seguro de que nunca has oído hablar de nada parecido.

Ness: ¿Y por qué no me cuentas de dónde has sacado tú el tuyo, Efron? Me gustaría comprarle uno a mi padre por Navidad.

Una sonrisa de pura diversión elevaba las comisuras de los labios de Zac.

Zac: En realidad, creo que este modelo todavía tardará algún tiempo en salir al mercado. ¿Puedo ofrecerte alguna otra cosa?

Ness le sostenía la mirada.

Ness: Puedes ofrecerme la verdad.

Intentar dar algún rodeo le parecía la mejor forma de aproximarse al tema. Volvió la mano de Ness y entrelazó los dedos con los suyos.

Zac: ¿Toda la verdad o las partes más sencillas?

Ness: ¿Eres un espía?

Lo último que Ness esperaba era que Zac soltara una carcajada. Una sonora carcajada que expresaba la más absoluta diversión. Antes de dejar de reír, besó a Ness en ambas mejillas.

Ness: No has contestado a mi pregunta -se liberó de su abrazo-. ¿Eres un espía?

Zac: ¿Qué te hace pensar eso?

Ness: Mi salvaje imaginación -replicó, estirando las manos y dando vueltas por la habitación-. Te estrellas en medio de una tormenta, en unas condiciones en las que a ninguna persona sensata se le habría ocurrido conducir y, mucho menos, volar. No tienes ningún carné que te identifique. Dices que no eres militar, pero llevabas una especie de uniforme. Tus zapatos eran caso aparte, pero llevas un reloj que parece un Rolex. ¡Y un reloj que habla! -incluso mientras lo decía, le parecía tan absurdo que tenía que mirar a la pantalla para estar segura de que no eran imaginaciones suyas-. Mira, sé que las agencias de espionaje tienen equipos muy avanzados. Es posible que no sea James Bond, pero…

Zac: ¿Quién es James Bond?

**: Bond, James. Código número 007. Personaje de ficción creado en el siglo veinte por el escritor Ian Fleming. Sus novelas…

Zac: ¡Desconéctate! -le ordenó pasándose frustrado la mano por el pelo. Una mirada al rostro de Ness le indicó que estaba en serios problemas-. Creo que deberías sentarte -le indicó. Aunque era un poco tarde para tomar precauciones, desenganchó el cable y se guardó la unidad en el bolsillo-. Quieres una explicación.

Ness ya no estaba tan segura. Diciéndose a sí misma que era una cobarde, asintió con vehemencia.

Ness: Sí.

Zac: De acuerdo, pero no te va a gustar -se sentó en una silla y cruzó las piernas-.Estaba haciendo un viaje de rutina desde la Colonia Brigston.

Ness: ¿Perdón?

Zac: La Colonia Brigston. En Marte.

Ness cerró los ojos y se frotó la cara.

Ness: Espera un momento, Efron.

Zac: Ya te he dicho que no te gustaría.

Ness: ¿Quieres hacerme creer que eres un marciano?

Zac: No seas ridícula.

Ness dejó caer la mano en el regazo.

Ness: ¿Te parezco ridícula? ¿Te sientas ahí e intentas hacerme tragar la historia de que vienes de Marte y estoy siendo ridícula? -a falta de algo mejor que hacer, arrojó un cojín al centro de la habitación, se levantó y comenzó a caminar-. Mira, no es que pretenda meterme en tu vida personal, ni siquiera espero ninguna clase de gratitud por haberte salvado en medio de una tormenta, pero creo que al menos es necesario un mínimo de respeto. Estás en mi casa, Efron, y me merezco saber la verdad.

Zac: Sí, yo también lo creo, y por eso estoy intentando contártela.

Ness: Estupendo -enfadarse no iba a servirle de nada, pensó. Se dejó caer en la cama y estiró los brazos-. Así que eres de Marte.

Zac: No, soy de Filadelfia.

Ness: Ah -dejó escapar un largo suspiro de alivio-. Ahora ya estamos llegando a algún sitio. Y te dirigías hacia Los Ángeles cuando tu avión se estrelló.

Zac: Mi nave.

Su rostro permanecía impasible, completamente en calma.                     

Ness: Tu nave espacial, supongo.

Zac: Podría llamarse así -se inclinó hacia delante-. Tuve que desviarme de mi ruta por culpa de una lluvia de meteoros. Obviamente, me desvié mucho más de lo que en un principio había pensado, porque comenzó a fallarme el panel de control. Fui arrastrado por un agujero negro, por un agujero negro desconocido.

Ness: Un agujero negro.

Zac ya no parecía tener ganas de reír. Y su mirada era absolutamente sincera. Creía lo que le estaba contando, comprendió Ness mientras se retorcía las manos en el regazo. Obviamente, la contusión había sido mucho más fuerte de lo que ella en principio había creído.

Zac: Un agujero negro es una estrella comprimida. Muy densa, muy poderosa. Su fuerza de gravedad lo absorbe todo, polvo estelar, gas, incluso la luz.

Ness: Sí, ya sé lo que es un agujero negro. -Tenía que asegurarse de que Zac no perdiera la calma, razonó. Le seguiría la corriente, mostraría un amistoso interés por su historia y después intentaría que se acostara-. Así que ibas volando en tu nave espacial, fuiste absorbido por un agujero negro y te estrellaste.

Zac: Expresado de forma sencilla, así es. En realidad, no sé exactamente lo que ocurrió. Por eso he conectado mi unidad a tu ordenador. Necesitaba más información para poder calcular cómo volver.

Ness: ¿A Marte?

Zac: No, maldita sea. Al siglo veintitrés.

La minúscula y educada sonrisa de Ness se heló en su rostro.

Ness: Ya entiendo.

Zac: No, no lo entiendes -se levantó y comenzó a caminar por la habitación. Paciencia, se dijo a sí mismo. No podía esperar que Ness aceptara en unos segundos lo que tanto le había costado creer a sí mismo-. A lo largo de los siglos, se han escrito muchas teorías sobre los viajes en el tiempo. Generalmente, se acepta que si una nave pudiera alcanzar la velocidad necesaria y ponerse en un determinado ángulo solar podría atravesar el tiempo. La teoría solo llega hasta allí, porque nadie está seguro de cómo podría impedirse que la nave, al ser atraída por la fuerza gravitatoria del sol, no se achicharrara.  Lo mismo ocurre en cuanto a los agujeros negros. Si realmente fui absorbido por uno, la potencia de la radiación debería haber destrozado la nave. He tenido que tener una suerte loca, pero de alguna manera conseguí mantener la trayectoria adecuada, la velocidad precisa, la distancia, el ángulo. Y en vez de ser absorbido por él, salí rebotado -corrió la cortina de la ventana y miró el cielo cubierto de nubes-. Y aterricé aquí, a doscientos sesenta y tres años en el pasado.

Ness se acercó a Zac y posó una mano vacilante en su hombro.

Ness: Deberías tumbarte.

Zac no la miró. No necesitaba hacerlo.

Zac: No me crees.

Ness abrió la boca para protestar, pero no podía mentirle.

Ness: Tú lo crees.

Zac se volvió. Había compasión en la mirada de Ness; un calor especial daba brillo a sus ojos.

Zac: ¿Cómo lo explicarías? -buscó su unidad en el bolsillo-. ¿Cómo explicarías tú esto?

Ness: Ahora no hacen falta explicaciones. Siento haberte presionado, Zachary. Estás cansado.

Zac. No te he dado ninguna explicación. Ni sobre esto... -volvió a guardarse la unidad en el bolsillo- ni sobre mí.

Ness: De acuerdo. Mi teoría es que formas parte de alguna agencia de espionaje, quizá de alguna sección de élite de la CIA. Probablemente te desmayaste o algo parecido debido al estrés, la tensión, el exceso de trabajo... Cuando te estrellaste, el shock y el golpe que te diste en la cabeza te puso en una situación límite. Y como ya no quieres seguir siendo lo que eras, inconscientemente te has creado una época y una vida diferente.

Zac: Así que crees que estoy loco.

Volvió la compasión a los ojos de Ness, a su voz. Posó la mano en su mejilla, como si quisiera brindarle consuelo.

Ness: Creo que estás confundido y que necesitas descanso y atención.

Zac estuvo a punto de comenzar a maldecir, pero se contuvo. Si continuaba insistiendo, solo conseguiría asustarla. Y ya le había causado demasiados problemas que Ness no se merecía.

Zac: Probablemente tengas razón. Todavía estoy sufriendo los efectos del golpe. Debería descansar.

Ness: Buena idea -esperó hasta que Zac llegó a la puerta-. Zachary, no te preocupes. Todo saldrá bien.

Zac se volvió, pensando que aquella sería la última vez que la vería. La luz violácea del crepúsculo recortaba la figura de Ness, que parecía estar suspendida al borde de la niebla. Sus ojos estaban sombríos y al mismo tiempo llenos de compasión. Zac recordó el sabor rico y dulce de sus labios. Y el arrepentimiento lo golpeó como un puño.

Zac: Eres -dijo quedamente- la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Ness lo miró fijamente, en silencio mientras cerraba la puerta tras él.


Zac no durmió. Mientras permanecía tumbado en la cama, solo era capaz de pensar en ella. Encendió la televisión y observó a las figuras moverse como fantasmas en la pantalla. Ellos eran, comprendía, más reales que él.

Ness no podía creerle. Nada sorprendente, por otra parte. Pero había intentado consolarlo.

Zac se preguntaba si sabría lo única que era, en su época o en cualquier otra. Una mujer que era suficientemente fuerte como para vivir sola en un lugar como aquel y lo bastante frágil como para temblar en los brazos de un hombre. En sus brazos.

La deseaba. Envuelto en la luz nacarada del amanecer, la deseaba más de lo que habría creído soportable. Le bastaría con abrazarla. Con tumbarse a su lado, sintiendo su cabeza apoyada en su hombro. En silencio. No podía pensar en ninguna otra mujer con la que le bastara con estar a su lado en silencio. Si tuviera alguna oportunidad...

Pero no la tenía.

Estaba tumbado en la cama, completamente vestido. Se levantó. No tenía nada que llevarse, y tampoco nada que dejar tras él. Bajó quedamente las escaleras y salió de la casa.

El Land Rover estaba aparcado cerca de los escalones del porche, en el mismo lugar en el que lo había dejado Ness la noche que lo había llevado a su casa. Se dirigió hasta él, no sin antes dirigir una última mirada a la ventana de la habitación de Ness. Odiaba dejarla abandonada a su suerte, sin ningún tipo de vehículo. Más tarde, intentaría introducirse en alguna emisora de radio y transmitiría su localización para que alguien fuera a buscarla.

Se pondría furiosa. La idea lo hizo reír mientras se montaba en el asiento del conductor. Lo maldeciría, lo odiaría. Y no lo olvidaría.

Zac se dejó fascinar durante algunos segundos por aquellos antiquísimos mandos y controles. Los pájaros cantaban mientras él giraba el volante y pisaba los pedales con infinita curiosidad.

Había una palanca entre los asientos con los números del uno al cuatro grabados sobre el diseño de una hache. El engranaje hizo un ruido metálico cuando inclinó la palanca hacia delante.  Confiado en que tendría probabilidades más que suficientes para hacer funcionar un vehículo tan simple, pulsó un botón. Como no obtuvo respuesta, movió la palanca de cambios mientras disminuía la presión sobre los pedales. Mediante el método de ensayo y error, encontró el embrague e hizo entrar sin problemas la primera marcha.

Aquello podía ser un principio, decidió, y se preguntó dónde demonios habría puesto el diseñador el botón de encendido.

Ness: Te va a costar mucho ponerlo en marcha sin esto.

Ness permanecía en el porche, con una mano en las caderas y la otra en alto, con las llaves del coche bailando entre sus dedos.

Estaba enfadada, de acuerdo, pensó Zac. Pero él tampoco estaba de mucho mejor humor.

Zac: Solo estaba... pensando en dar una vuelta.

Ness: ¿Ah sí? -tiró bruscamente de su jersey, estirándolo hasta por debajo de las caderas antes de bajar los escalones del porche-. Pues has tenido mala suerte, porque no he dejado las llaves puestas.

Así que se necesitaba una llave.  Debería habérselo imaginado.

Zac: ¿Te he despertado?

Ness le dio un golpe en el hombro.

Ness: Eres insoportable, Efron. Ayer me hiciste tragarme toda esa estupidez para que te compadeciera y hoy intentas robarme el coche. ¿Qué demonios pensabas hacer? ¿Un puente y dejarme aquí colgada? Al menos, cabría esperar que un piloto experimentado como tú fuera capaz de hacerlo rápidamente y casi en silencio.

Zac: Solo pretendía tomarlo prestado -aunque dudaba que la diferencia pudiera importarle-. Pensaba que preferirías que fuera yo solo al lugar en el que me estrellé.

Había confiado en él, pensó Ness, dirigiéndose todo tipo de insultos. Lo había compadecido. Había intentado ayudarlo. Traicionada y furiosa, cerró el puño alrededor de la llave que sostenía en la mano. Lo ayudaría, de acuerdo.

Ness: Bueno, pues ya puedes dejar de pensar. Muévete.

Zac: ¿Perdón?

Ness: He dicho que te muevas. Si quieres ir a ver las ruinas de tu nave, iremos. Muévete, Efron, si no quieres que ese agujero que tienes en la cabeza tenga compañía.

Zac: Estupendo -renunciando a resistirse, sorteó la palanca de cambios y se sentó en el otro asiento-. Pero después no digas que no te lo he advertido.

Ness: Y pensar que te compadecía.

Zac observó a Ness intrigado mientras ella giraba la llave en el encendido. El motor volvió a la vida. La radio comenzó a vociferar, los limpiaparabrisas a moverse y la calefacción a calentar el coche al máximo.

Ness: Eres un caso -murmuró mientras giraba diferentes botones-.

Antes de que Zac pudiera hacer ningún comentario, presionó el embrague, pisó el acelerador y el coche comenzó a moverse por aquella estrecha y accidentada carretera.

Zac: Ness -se aclaró la garganta y elevó la voz por encima del sonido del motor- estaba haciendo lo que consideraba que era mejor para ti. No quiero que te involucres más en esto de lo que ya te has involucrado.

Ness: Genial -tiró de la palanca de cambios, haciendo que salieran disparadas un montón de piedrecitas-. Dime para quién trabajas, Efron.

Zac: Soy independiente.

Ness: Oh, ya entiendo -su boca se transformó en una dura línea-. ¿Te vendes al mejor postor?

La renovada fuerza de su enfado lo desconcertó.

Zac: Claro, ¿no lo hace todo el mundo?

Ness: Algunas personas no ponen precio a la lealtad a su país.

Zac se llevó las manos a los ojos. Hasta entonces no se había dado cuenta de que habían retomado la conversación del día anterior.

Zac: Ness, no soy un espía. No trabajo para la CAI...

Ness: CIA.

Zac: Lo que sea. Soy piloto. Transporto provisiones, gente, equipos. Los llevo hasta los puertos espaciales, las colonias...

Ness: Así que vas a volver a contarme ese cuento -apretó los dientes mientras el Land Rover cruzaba un riachuelo. El agua salpicó las ventanillas-. ¿Y qué vas a fingir ser esta vez? ¿Un camionero intergaláctico?

Zac elevó las manos y después las dejó caer.

Zac: Algo parecido.

Ness: Pero ya no te creo, Zac. No creo que estés loco, y tampoco que tú mismo estés engañado. Así que corta.

Zac: ¿Que corte qué? -como Ness se limitó a contestarle con un siseo, decidió intentarlo de nuevo, con más calma-. Ness, todo lo que te he dicho es verdad.

Ness: Déjalo -si no hubiera necesitado las dos manos para guiar el volante, lo habría abofeteado-. Me gustaría no haberte visto en mi vida. Literalmente, has caído en medio de mi vida y me has hecho preocuparme por ti, me has hecho sentir cosas que no había sentido nunca. Y todo en ti es mentira.

Zac ya solo veía una sola opción. En un impulso, alargó el brazo y tomó la llave. El Land Rover se detuvo bruscamente.

Zac: Ahora escúchame -con la mano libre, la agarró del jersey-. Maldita sea -el juramento se transformó en un susurro cuando vio el rostro de Ness-. No llores, no puedo soportarlo.

Ness: No estoy llorando -se secó las lágrimas de enfado con el dorso de la mano-. Devuélveme las llaves.

Zac: Ahora mismo -la soltó y alzó las manos, en señal de tregua-. No estaba mintiendo cuando te he dicho que quería marcharme porque pensaba que era lo mejor para ti.

Ness lo creía. Y se odiaba a sí misma por lo fácil que le resultaba creerlo.

Ness: ¿Me vas a contar en qué tipo de problemas andas metido?

Zac: Sí -incapaz de resistirse, acarició con un dedo su muñeca-. Después de que encontremos la... el lugar en el que caí, te lo contaré todo.

Ness: ¿No habrá más evasivas, ni historias ridículas?

Zac: Te lo contaré todo -alzó la mano y presionó su palma contra la de Ness-. Te doy mi palabra. Ness... -entrelazó los dedos con los suyos-. ¿qué te hago sentir?

Ness apartó la mano para aferrarse al volante.

Ness: No lo sé, y ahora no quiero pensar en ello.

Zac: Me gustaría saber por qué nunca he sentido por otra mujer lo que siento por ti. Ojalá las cosas hubieran sido diferentes.

Se estaba despidiendo de ella, comprendió Ness. Un intenso dolor se extendió por su pecho.

Ness: No. Ahora solo tenemos que concentrarnos en lo que hay que hacer -mientras fijaba la mirada en la carretera, Zac volvió a meter la llave en el encendido-. Caíste por allí -le indicó mientras ponía el coche en marcha-. En esa curva. Lo único que puedo decirte es que venías desde esa dirección. Tuve la impresión, cuando te vi caer, de que habías chocado con alguna de esas cumbres -frunció el ceño y se llevó la mano a los ojos para protegerse del sol-. Qué raro... Parece que hay un claro entre los árboles.

No era extraño, pensó Zac, si se tenía en cuenta que una nave de setenta metros de largo y treinta de ancho había caído sobre ellos.

Ness: ¿Por qué no vamos a echar un vistazo?

Ness giró el coche y comenzaron a ascender por una loma rocosa. Parte de ella, todavía enfadada, esperaba que aquel duro ascenso consiguiera asustar a Zac. Pero cuando lo miró, lo vio sonriendo radiante.

Zac: Esto es magnífico -gritó-. No había hecho nada parecido desde que era niño.

Ness: Me alegro de que te estés divirtiendo.

A partir de entonces, se concentró de tal manera en la carretera que cuando Zac comenzó a presionar los botones de su reloj, ni siquiera se dio cuenta.

Zac, por su parte, comenzaba a sentir bullir en su interior la emoción al descubrir que una de las esferas señalaba el rumbo.

Zac:  Veinticinco grados al norte.

Ness: ¿Qué?

Zac: Por allí -hizo un gesto con la mano-. Ese es el camino. Está a cinco kilómetros de aquí.

Ness: ¿Cómo lo sabes?

Zac le dirigió una sonrisa radiante.

Zac: Confía en mí.

Llegaron hasta el lindero del bosque, donde los pinos comenzaban a espesarse. Asomaban ya los brotes en los arbustos, pero todavía no habían florecido. Ness se estremeció al sentir el frío viento que se filtraba por las ventanillas antes de apagar el motor del coche.

Ness: El coche no puede pasar por allí. Tendremos que ir andando.

Zac: No está lejos -ya estaba fuera, ofreciéndole impaciente la mano-. Solo a unos metros.

Ness mantuvo la mano caída a un lado de su cuerpo mientras fijaba la mirada en el reloj de Zac, que emitía unos pitidos regulares.

Ness: ¿Por qué está haciendo esto?

Zac: Está explorando el lugar. Solo tiene un alcance de diez kilómetros, pero es bastante preciso -alzó la muñeca y la movió en círculo-. Como dudo que haya ningún objeto metálico como mi nave por los alrededores, yo diría que la hemos encontrado.

Ness: No empieces otra vez -se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar-.

Zac: Se supone que eres una científica -le recordó mientras caminaba a su lado-.

Ness: Y lo soy -musitó-. Precisamente por eso sé que los hombres no salen disparados de un agujero negro y se caen en medio de los montes Yamath en su camino hacia Marte.

Zac le pasó el brazo por los hombros.

Zac: Estás acostumbrada a mirar al pasado, Ness, no al futuro. Nunca has visto a nadie que haya vivido dos siglos atrás, pero sabes que existieron. ¿Por qué entonces te resulta tan difícil creer que también existen personas dos siglos después de este?

Ness: Espero que lleguen a existir, pero no tengo muchas esperanzas de poder servirles un café -Zac no estaba loco, decidió, pero era extremadamente inteligente-. Me dijiste que me dirías la verdad, toda la verdad, cuando encontráramos tu avión. Espero que lo mantengas -alzó la cabeza y se quedó petrificada-. Oh, Dios mío.

A menos de veinte metros, vio un hueco entre los árboles. Era el claro que había distinguido desde la carretera. De cerca, parecía como si alguien hubiera utilizado una hoz gigante para segar el bosque, cortando una franja de árboles de más de treinta metros de ancho.

Ness: Pero si no ha habido ningún incendio -tuvo que acelerar el paso para alcanzar a Zac-. ¿Qué puede haber hecho una cosa así?

Zac: Eso -cuando llegaron al claro, señaló hacia adelante. Allí, descansando sobre aquel suelo rocoso y cubierto por el manto que conformaban las agujas de los pinos, estaba su nave, rodeada de pinos de más de diez metros de altura-. No te acerques más hasta que no compruebe la radiación -le advirtió, pero no tenía que haberse molestado-.

Ness no habría sido capaz de moverse aunque hubiera querido.

Utilizando la unidad de pulsera, comprobó el nivel de radiación y asintió rápidamente.

Zac: Está dentro de los límites normales. El retroceso en el tiempo debe haber neutralizado cualquier posible exceso -volvió a pasarle el brazo por los hombros-. Vamos a entrar. Quiero enseñarte mis grabados.

Desconcertada y en silencio, Ness lo siguió. Era enorme, tan grande como una casa, y no se parecía a ninguno de los aviones que había visto hasta entonces. Un secreto militar, se dijo a sí misma.  Esa era la razón por la que Zac se había mostrado tan evasivo. Pero era imposible que un solo hombre pudiera pilotar una nave tan grande.

Tenía la forma de una bala y no tenía alas. Al pensar en ello, sintió que se le revolvía el estómago. Era una forma que le recordaba a las de las rayas que había visto alguna vez corriendo en el mar. Un experimento, se dijo a sí misma, mientras saltaba por encima de uno de los pinos caídos que rodeaban la astronave. El cuerpo era de un color metálico, menos brillante que la plata. Había arañazos, abolladuras y golpes por doquier. Como si se tratara de un viejo coche familiar se dijo riendo.

Seguramente eran el resultado del accidente, decidió, pero la preocupaba que algunas abolladuras tuvieran aspecto de ser bastante antiguas. El Pentágono, o la NASA, o quien quiera que lo hubiera construido, debería haber tenido más cuidado con un aparato que debía haber costado millones de dólares.

Ness: Así que viniste dentro de esto -consiguió decir mientras Zac saltaba un pequeño montículo para llegar hasta la nave-.

Zac: Claro -acarició la carrocería de metal con un cariño inconfundible-. Es una maravilla pilotar esta nave.

Ness: ¿De quién es?

Zac: Mía -había placer y emoción en sus ojos cuando le tendió la mano a Ness para ayudarla a saltar-. Ya te dije que no la había robado.

Invadido por una placentera oleada de alivio, hizo girar a Ness en círculo y la besó en los labios. Encontró su sabor tan fascinante que, manteniendo a Ness a unos centímetros del suelo, le dio un segundo beso.

Ness: Zachary... -casi sin respiración, lo apartó de ella-.

Zac: Besarte ya se ha convertido en una costumbre, Ness -le rodeó la cintura con la mano-. Y siempre me ha resultado difícil cambiar de hábitos.

Estaba intentando distraería, pensó Ness. Y estaba haciendo un trabajo excelente.

Ness: Pues intenta dominarte -le ordenó- Ahora ya hemos encontrado... esto. Y me prometiste que me darías una explicación. Ambos sabemos que es imposible que un objeto así sea propiedad de un ciudadano. Así que ya me lo estás contando todo, Efron.

Zac: Es mía -repitió todavía sonriendo-. O al menos lo será cuando termine de pagarla -presionó un botón para abrir la escotilla. Ness se quedó boquiabierta al ver elevarse la puerta silenciosamente-. Vamos, te enseñaré todos los documentos del registro.

Incapaz de resistirse, Ness dio dos pasos para entrar en la cabina. Era tan grande como el salón de la cabaña y la mayor parte del espacio lo ocupaba un panel de control. Había cientos de botones de diferentes colores frente a dos asientos negros con forma de cucharón.

Zac: Siéntate -la invitó-.

Ness, que permanecía cerca de la entrada de la cabina, se frotó los brazos, intentando protegerse de una repentina sensación de frío.

Ness: Está... muy oscuro.

Zac: Ah, sí... -cruzó hasta el panel y presionó un interruptor. Ness dejó escapar un grito cuando la parte delantera de la nave se abrió-. Debieron cerrarse las compuertas cuando comencé a caer.

Ness solo era capaz de mirar fijamente. Frente a ella, veía el bosque, las montañas lejanas y el cielo. La intensa luz del sol se filtraba en toda la nave. Desde luego, no se podía llamar parabrisas a aquel ventanal de más de veinte metros.

Ness: No lo entiendo -como lo necesitaba, se acercó rápidamente a uno de los asientos y se sentó-. No entiendo nada.

Zac: Yo sentía lo mismo hace un par de días -abrió un cajón, removió unos papeles y le entregó a Ness una tarjeta brillante-. Esta es mi licencia de piloto, Ness. Después de leerla, toma aire.  Creo que te ayudará.

Aparecía su fotografía en una esquina. Su sonrisa era tan atractiva y cautivadora como en la realidad. Su tarjeta de identificación decía que era un ciudadano de los Estados Unidos que tenía permiso para pilotar todos los modelos de nave desde la A a la F. Decía que medía un metro setenta y tres centímetros y cuatro milímetros y pesaba setenta kilos. Tenía el pelo casaño, los ojos azules.  Y su fecha de nacimiento era... el año dos mil doscientos veintidós.

Ness: Oh, Dios mío -susurró-.

Zac: Te has olvidado de respirar -cerró la mano sobre la de Ness, que continuaba sosteniendo la tarjeta-. Ness, tengo treinta años. Cuando salí de Los Ángeles hace dos meses, era febrero de dos mil quinientos cincuenta y dos.

Ness: Esto es una locura.

Zac: Quizá, pero ha sucedido.

Ness: Esto tiene que ser mentira. -Le devolvió la tarjeta bruscamente y se levantó. El corazón le latía con tanta fuerza y a tanta velocidad que lo sentía palpitar en las sienes-. No sé por qué estás haciendo esto, pero estoy segura de que todo es una mentira muy bien tramada. Me voy a casa.

Corrió hacia la salida, justo en el momento en el que la puerta se cerraba.

Zac: Siéntate, Ness. Por favor -volvía a ver aquella mirada furiosa y asustada en el rostro de Ness y tuvo que contenerse para no acercarse a ella-. No voy a hacerte daño. Ya lo sabes. Ahora siéntate y escucha.

Como estaba enfadada consigo misma por haber intentado salir corriendo, se volvió pesarosa y se sentó.

Ness: ¿Y bien?

Zac se sentó frente a ella e intentó pensar la mejor manera de abordar todo aquel asunto. Había ocasiones, suponía, en las que lo mejor era tratar una situación peculiar como si fuera completamente normal.

Zac: No has desayunado -le dijo de repente. Satisfecho con aquella repentina inspiración, abrió una pequeña puerta y sacó una bolsita plateada-. ¿Te apetecen huevos con jamón?

Sin esperar respuesta, se giró, abrió otra puerta y metió dentro la bolsita. Apretó un botón y se sentó sonriente frente a ella hasta que el zumbido terminó. Después, sacó un plato de otro compartimiento, abrió la puerta y sacó un par de huevos humeantes acompañados por grandes cantidades de jamón.

Ness bajó la mirada hacia sus manos.

Ness: Sabes muchos trucos.

Zac: No son trucos. Irradiaciones. Vamos, pruébalos -le sostuvo el plato debajo de la nariz-. No son tan buenos como los tuyos, pero te pueden sacar de un aprieto. Ness, tienes que creerlo, lo tienes delante de tus propios ojos.

Ness: No -muy lentamente, giró la cabeza de lado a lado-. No me lo creo.

Zac: ¿Tienes hambre?

Ness volvió a negar con la cabeza. Con más firmeza en aquella ocasión. Tras encogerse de hombros, Zac sacó un tenedor de un cajón y comenzó a comer.

Zac: Sé cómo te sientes.

Ness: No, no lo sabes -siguiendo el consejo de Zac, aunque tardíamente, tomó aire-. Tú no estás sentado en lo que parece una nave espacial manteniendo una conversación con un hombre que dice venir del siglo veintitrés.

Zac: No, pero estoy sentado en mi nave con una mujer que es casi doscientos cincuenta años más vieja que yo.

Ness pestañeó al oírlo, y de pronto descubrió que una carcajada, solo ligeramente histérica, salía de sus labios.

Ness: Esto es ridículo.

Zac: Desde luego.

Ness: No estoy diciendo que lo crea.

Zac: Lleva su tiempo.

La mano de Ness ya no estaba fría, aunque continuaba temblando, cuando se la llevó a la cabeza.

Ness: Necesito pensar -con un suspiro, se recostó en su asiento y miró a Zac fijamente-. Creo que ahora tomaré ese desayuno.




"Esta unidad dispone de 520 juegos. ¿Cuál prefieres?"
¡No lo sé! 😕 Ya me cuesta elegir si hay más de tres 😆

¡Gracias por comentar y leer!
Espero que os esté gustando la novela.


2 comentarios:

Carolina Herrera dijo...

Que esperaba Zac?
Que Nessa reaccione como la mamá de los supersonicos? XD
Obviamente que le ha afectado todo y a quien no??
De todos modos me parecio muy bonito que Zac le diga a Ness que es la mujer más hermosa en su época y la de ella
Pública el siguiente pronto porfis!!

Maria jose dijo...

Ahora ya se sabe la verdad
Me intriga saber que pasara
Ya quiero leer el siguiente
Caputulo
Sube pronto
Saludos!!!

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