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lunes, 1 de abril de 2019

Capítulo 6


Los huevos estaban un poco insípidos, pero al menos estaban calientes. Irradiados, pensó Ness mientras probaba un segundo bocado. Había oído hablar de los controvertidos procesos de preservación de los alimentos. Pero lo que acababa de presenciar estaba muy lejos de un simple microondas.

No sabía muy bien cómo, pero acababa de despertar en medio de una película de ciencia ficción.

Ness: Continúo pensando que tiene que haber otra explicación.

Zac se terminó los huevos.

Zac: Cuando la averigües, házmelo saber.

Disgustada, Ness apartó su plato.

Ness: Si todo esto es real, pareces tomártelo con mucha calma.

Zac: He tenido más tiempo que tú para hacerme a la idea. ¿No te los vas a terminar?

Ness sacudió la cabeza y se volvió para fijar la mirada en el ventanal. Vio un par de alces vagando entre los pinos a unos cien metros de distancia. Una bonita vista, reflexionó. Hermosa y normal en las montañas de Oregón. Si los alces estuvieran paseando por la Quinta Avenida de Manhattan, continuarían siendo hermosos, y continuarían siendo reales. Pero por motivos que tenían que ver con las nociones más básicas de la geografía, no sería normal.

No se podía negar que Zac era real. ¿Sería posible que él y su increíble nave fueran perfectamente normales en otro lugar? ¿En otro tiempo?

Si eso fuera verdad... Si, por un instante se permitiera creerlo, ¿cómo se estaría sintiendo Zac? Miró nuevamente a los alces. Se habían detenido en un claro de luz. ¿No debería sentirse tan confundido como un animal al que hubieran sacado de su hábitat natural para llevarlo a un mundo extraño?

Ness recordó el pánico que había visto en su rostro el día que había descubierto la novela en la mesilla. Una novela publicada en mil novecientos ochenta y nueve, reflexionó Ness. Ella había atribuido su asombro, su desconcertante confusión, a los efectos de la herida que tenía en la cabeza. Y había hecho lo mismo con sus extrañas preguntas.

Y de pronto estaba allí, en una nave espacial. Porque, por mucho que se esforzara, era imposible definir a aquel vehículo como un avión. Y si aceptaba que todo aquello era real, y no parte de un sueño extrañamente realista, tenía que aceptar la historia de Zac.

Ness: Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que has soñado en tu filosofía.

Zac: Hamlet -sonrió al ver la mirada recelosa de Ness-. Todavía leemos a Shakespeare. ¿Quieres un café?

Ness negó con la cabeza. Tanto si aquello era un sueño como si no, necesitaba respuestas.

Ness: ¿Dijiste que... habías salido disparado de un agujero negro?

Zac sonrió, infinitamente aliviado. Ness le creía. Quizá no fuera completamente consciente todavía, pero le creía.

Zac: Exacto, o al menos eso es lo que pienso. Voy a necesitar mi ordenador. Los aparatos se volvieron locos cuando chocamos contra el campo gravitacional, así que tuve que controlar la nave manualmente y conseguí girar hacia el este. Recuerdo la fuerza. Supongo que es lo mismo que lo que se siente en un vuelo cuando alguien recibe un buen golpe. Me desmayé. Cuando volví a recobrar la conciencia, estaba cayendo hacia la tierra. Apagué el ordenador y pensé que mis problemas habían terminado para siempre.

Ness: Eso no explica cómo terminaste aquí.

Zac: Hay muchas teorías al respecto. La que me parece más verosímil es aquella que define el espacio y el tiempo como un continuo. Es como la curva de un cuenco -curvó la mano para demostrárselo-. Matemáticamente, el cuenco no es ni el espacio ni es el tiempo. Es una combinación de ambas cosas. Todo en él se mueve a través del espacio y el tiempo. La gravedad es la curva que arrastra todo hacia abajo. Estando sobre la tierra, es difícil percibir la curva. No puedes hacerlo a menos que, por ejemplo, caigas por un precipicio. Pero alrededor del sol y alrededor de un agujero negro... -profundizó la curva de su mano-.

Ness: ¿Y estás diciéndome que tú caíste en esa curva?

Zac: Como si fuera una canica girando por el borde del cuenco. Y, en algún momento, mientras giraba, salí disparado. La velocidad, la trayectoria, me hicieron atravesar no solo el espacio sino también el tiempo.

Ness: Cuando tú lo dices, parece hasta posible.

Zac: Es la única teoría verosímil que he encontrado. Quizá, si la estudiamos, nos parezca más plausible todavía -se inclinó hacia delante y giró una esfera-. Ordenador.

**: Sí, Zac.

Ness arqueó una ceja al oír aquella voz tan suave y voluptuosa.

Zac: ¿Desde cuándo se hacen computadoras altas, rubias y pechugonas? -se limitó a sonreír-. Los viajes intergalácticos pueden ser muy solitarios. Ordenador, vuelve al dos de mayo. 

Zac giró en su silla y se inclinó hacia delante mientras una pequeña pantalla se elevaba en la consola. La cabina se llenó de sonidos. Impasible, Zac observaba su propia imagen en la pantalla. Desde la silla, Ness miraba completamente alucinada el desarrollo de las imágenes. Podía ver a Zac sentado exactamente donde estaba en aquel momento. Pero se veían también luces, fogonazos y zumbidos. Se veía vibrar la cabina y a Zac alargando el brazo para ponerse un cinturón de seguridad. 

Ness podía ver el sudor que cubría su rostro mientras intentaba controlar la nave.

Zac: Ampliación de imagen -le ordenó-.

Entonces Ness pudo ver lo mismo que había visto Zac desde su nave. La inmensidad del espacio, seductora y apremiante. Había estrellas, miríadas de estrellas, y lo que seguramente era un planeta distante. Había una oscuridad absoluta que se extendía durante kilómetros. La nave parecía estar siendo arrastrada hacia ella.

Oyó maldecir a Zac, o mejor dicho, a la imagen de Zac, que sudaba a chorros mientras empujaba una palanca. Se oyó un ruido, un agudo desgarro metálico que pareció vibrar a su alrededor. La cabina comenzó a girar a una velocidad vertiginosa. Y después la pantalla se quedó en blanco.

Zac: Maldita sea. Ordenador, continúa repitiendo las imágenes.

**: El banco de datos ha sido dañado. Ya no es posible reproducir más imágenes.

Zac: Genial. -Comenzó a solicitar un análisis pero, por el rabillo del ojo, vio fugazmente a Ness. Estaba sentada lánguidamente a su lado, con las mejillas blancas como el papel y la mirada vidriosa-. Eh -se levantó rápidamente y se inclinó sobre ella-. Tranquilízate -enmarcó su rostro con las manos y presionó suavemente los pulgares contra su cuello-.

Ness: Ha sido como si estuviera allí.

Zac se maldito a sí mismo, tomó la mano helada de Ness e intentó ayudarla a entrar en calor. Debería habérselo imaginado, pensó disgustado. Pero solo había pensado en sí mismo y en la necesidad que tenía de ver lo que había ocurrido.

Zac: Lo sé. Lo siento.

Ness: Fue terrible.

Todas las dudas que había albergado sobre Zac se habían desvanecido durante aquella repetición de lo ocurrido. Sus dedos se aferraban convulsivamente a la mano de Zac mientras alzaba la mirada hacia él.

Ness: Todo esto ha debido ser terrible para ti.

Zac. No -le acarició suavemente el pelo-. En absoluto.

Suave, delicadamente, acarició sus labios con los suyos y descendió hasta su barbilla. Ness alzó una mano hasta su rostro y la mantuvo allí mientras daba y recibía consuelo.

Ness: ¿Y qué vas a hacer?

Zac: Voy a buscar la forma de volver.

Ness sintió un dolor, intenso y repentino. Por supuesto, no podía quedarse. Con infinito cuidado, dejó caer la mano en el regazo.

Ness: ¿Cuándo te irás?

Zac: Supongo que me llevará algún tiempo -se enderezó y miró a su alrededor-. Tanto mi cuerpo como la nave necesitan algunas reparaciones. Tengo que hacer muchísimos cálculos.

Ness: Me gustaría ayudarte -hizo un gesto de indefensión con las manos-. Pero no sé cómo.

Zac: Me gustaría que te quedaras aquí mientras yo estoy trabajando. Sé que tienes muchas cosas que hacer, ¿pero podrías perder hoy unas cuantas horas?

Ness: Claro -consiguió esbozar una sonrisa-.  No he tenido muchas oportunidades de pasar el día en una nave espacial -pero en aquel momento no era capaz de sentarse a su lado. Si Zac la mirara de cerca, podría ver lo que ella misma acababa de descubrir: la marcha de Zac le rompería el corazón-. ¿Puedo echar un vistazo?

Zac: Puedes mirar todo lo quieras -Ness continuaba pálida, advirtió, pero su voz era fuerte. Quizá, al igual que él, necesitaba pasar algún tiempo a solas-. A mí me gustaría comenzar a sacar algunos datos del ordenador.

Ness le dejó dedicarse a su tarea e intentó no sobresaltarse cuando unas puertas automáticas se abrieron en cuanto se aproximó a ellas. Entró en lo que parecía ser una pequeña salita. Había un par de sillones empotrados en las paredes, de respaldo curvo y cojines de un color naranja intenso. La mesa se había caído al suelo. Había algunas revistas a su alrededor. Eran como una visión futura de las revistas de automóviles, pensó con una risa nerviosa mientras tomaba una de ellas. La golpeó con aire ausente contra su pierna mientras recorría la habitación.

Ella era una mujer sensata, se dijo a sí misma. Una mujer sensata aceptaba lo que era innegable. Pero...

No había peros. Ella era una científica. Se dedicaba a estudiar a los seres humanos. Así que, de momento, estudiaría lo que los seres humanos llegarían a ser, en, vez de dedicarse a estudiar su pasado.

Durante una hora, estuvo vagando por la habitación, observando, absorbiéndolo todo. Había una habitación estrecha y desordenada que seguramente sería la cocina. Pero no había cocina, solo un mueble empotrado que podría ser un microondas. Había un frigorífico con unas botellas. Las etiquetas le resultaron familiares, eran de color rojo, blanco y azul y llevaban el nombre de una popular marca de cervezas americanas.

El ser humano no había cambiado mucho, pensó Ness. Eligió una marca igualmente conocida de refrescos y la destapó. Dio un primer sorbo. «Sorprendente», pensó mientras bebía otro. Podría haber encontrado una botella del mismo refresco en su propio frigorífico. Con la botella en la mano, continuó paseando por la nave.

Se descubrió a sí misma en un compartimiento enorme. Estaba vacío, salvo por un par de cajas atadas contra una pared.

Zac le había dicho que se dedicaba a transportar mercancías, recordó. A Marte. Cuando el estómago le dio un vuelco, dio otro sorbo a su refresco.

De modo que el hombre había conquistado Marte. Ya en el siglo veinte los científicos pensaban en ello. Tendría que preguntarle a Zac cuándo se había establecido la primera colonia y cómo habían sido elegidos sus habitantes. Lentamente, se frotó la sien. Quizá, en un par de días, todo aquello le pareciera menos fantástico. Entonces volvería a pensar con lógica y a ser capaz de formular las preguntas adecuadas.

Continuó paseando por la nave. Había un segundo piso que parecía incluir únicamente los dormitorios. Los camarotes, se corrigió automáticamente. En las naves se llamaban camarotes.

El mobiliario era de diseño aerodinámico y la mayor parte estaba construido directamente en la pared. Plástico y colores brillantes.

Encontró el camarote de Zac casi por accidente. No quería admitir que lo había estado buscando. Había pocas diferencias entre aquel y el resto de los camarotes, excepto un cierto desorden doméstico. Vio un mono similar al que llevaba el día que lo había encontrado tirado en un rincón. La cama estaba sin hacer. En una de las paredes había una fotografía, misteriosamente en tres dimensiones, en la que aparecía Zac en medio de un grupo de gente. La vivienda que había tras ellos tenía varias plantas y era casi completamente de cristal. Había algunas terrazas blancas en todos los ángulos y tres árboles en el jardín.

Aquella era su casa, estaba completamente segura. Y su familia. Los miró otra vez. La mujer era alta y atractiva y parecía demasiado joven para ser su madre. ¿Sería su hermana? se preguntó, pero entonces recordó que Zac solo había hablado de un hermano.

Todos se estaban riendo. Zac pasaba el brazo por el hombro de uno de los hombres. Tenían la misma altura y complexión y el parecido facial era suficiente para que tuviera la certeza de que era el hermano de Zac. Tenía los ojos verdes, e, incluso a través de la fotografía, le parecieron inquietantes. Un tipo duro, decidió mientras centraba su atención en el tercer hombre que aparecía en la foto.

Parecía ligeramente confundido. Su rostro no era tan abiertamente atractivo, pero sí mostraba una gran amabilidad.

Atrapar un momento en el tiempo, pensó Ness. Eso era lo que hacía la fotografía. Atrapar a las personas en el tiempo. Justo como estaba atrapado Zac en aquel momento. Elevó la mano, pero se detuvo cuando estaba a punto de acariciar su imagen.

Era importante que recordara que solo estaría allí hasta que pudiera liberarse. Tenía otra vida, en otro mundo. Lo que estaba sintiendo por él era imposible. Tan imposible, pensó mientras se llevaba la fría botella de refresco a la frente, como el hecho de que estaba en una nave diseñada para cruzar el espacio.

Repentinamente exhausta, se sentó en la cama. Todo aquello era una locura. Y la mayor locura de todas era que se había enamorado por primera vez en su vida. Y el hombre del que se había enamorado, muy pronto estaría completamente fuera de su alcance. Con un suspiro, se estiró en aquellas frías y sedosas sábanas. Quizá, al final, todo fuera un sueño.


Zac la encontró allí más de una hora después, acurrucada en la cama. Estaba durmiendo, igual que la primera vez que la había visto. Le provocó un sentimiento extraño, incómodo, observarla en aquel momento.

Era preciosa, pero ya no era su belleza la que lo atraía. Había una dulzura especial en ella, una combinación de timidez y compasión. Tenía fuerza y pasión.

E inocencia, una increíblemente seductora inocencia. Zac deseaba tumbarse a su lado, abrazarla y hacer el amor con ella de la forma más tierna y delicada que supiera.

Pero no era para él. Zac deseaba que aquello pudiera ser como un cuento de hadas, deseaba que Ness pudiera dormir durante doscientos años, doscientos años y algo más, para poder entonces despertarla y reclamarla para él.

Pero él no era un príncipe, se recordó a sí mismo. Él solo era un hombre normal que se había visto envuelto en una situación extraordinaria.

Moviéndose sigilosamente, se acercó a la cama y la tapó con una de las sábanas. Ness se estiró y susurró algo. Incapaz de resistirse, Zac le acarició la mejilla. Ness abrió entonces los ojos.

Ness: Zac, he tenido un sueño extrañísimo -cuando descubrió que estaba despierta, se sentó y miró a su alrededor-. No era un sueño.

Zac: No -se sentó a su lado. Por mucho que se regañara a sí mismo, no podía negarse el placer de compartir la cama con ella, aunque solo fuera como amigo-. ¿Cómo te encuentras?

Ness: Todavía estoy un poco nerviosa -se pasó las manos por el pelo, apartándolo de su rostro un instante, antes de dejarlas caer-. Lo siento, me he quedado dormida. Supongo que mi mente necesitaba desconectar un rato.

Zac: Sí, supongo que es demasiada información para digerirla toda de una vez. ¿Ness?

Ness: ¿Sí?

Miró distraídamente alrededor de la nave, intentado que su mente comenzara a asentarse.

Zac: Lo siento. Tengo que hacerlo.

Cerró los labios sobre los suyos y los saboreó con deleite. El sueño había dejado a Ness cálida y suave. Zac no podría haberle explicado lo terriblemente que necesitaba aquella textura dulce y flexible. Casi sin darse cuenta, Ness posó una mano en su hombro; una mano que parecía completamente relajada. Zac necesitó de toda su fuerza de voluntad para no acariciarla. Y, con el deseo royéndole las entrañas, se apartó.

Zac: Te he mentido -murmuró, bajando la mirada hasta su boca-. No lo siento.

Pero se levantó y se apartó de la cama. Ness se levantó e intentó controlar sus nerviosos dedos jugueteando con el dobladillo de su jersey.

Ness: ¿Esa es tu familia?

Zac: Sí -también había estado mirando aquella fotografía, deseando que la vida fuera tan fácil como lo era en el momento que la tomaron-. Mi hermano Dylan y mis padres.

El amor, de alguna manera nostálgico, se reflejaba de forma inconfundible en su voz. Conmovida, Ness posó la mano en su brazo.

Ness: ¿Este es Dylan? -le preguntó, señalando a su hermano-. Pero tus padres no parecen suficiente mayores como para serio.

Zac: No es difícil parecer joven -se encogió de hombros-. Bueno, al menos dentro de unos años no lo será.

Ness: ¿Y esta es tu casa?

Zac: Allí es donde crecí. Está a unos veinte kilómetros de los límites de la ciudad.

Ness: Volverás con ellos -enterró sus propios deseos. El amor, por repentino o profundo que fuera, era siempre desinteresado-. Piensa en la historia que les vas a contar.

Zac: Si para entonces me acuerdo.

Ness: Pero no puedes olvidar todo lo que has vivido -aquella posibilidad la hería dolorosamente. Ness no podría soportar que la olvidara, aunque para entonces incluso su recuerdo hubiera dejado de existir-. Te escribiré todo lo ocurrido para que te lo lleves.

Zac se sacudió su sombrío humor y se volvió hacia ella.

Zac: Te lo agradecería. ¿Me dejarás que vuelva a verte?

Ness sintió un débil aleteo de esperanza.

Ness: ¿Volver?

Zac: A la cabaña. Pero por ahora ya he hecho todo lo que puedo hacer. No podré empezar las reparaciones hasta mañana. Espero que me dejes quedarme contigo hasta que haya conseguido arreglar la nave.

Ness: Por supuesto -era ridículo, y egoísta, esperar que pudiera quedarse más de lo necesario. Dibujó una sonrisa radiante mientras abandonaban la habitación-. Tengo docenas de preguntas que hacerte. Ni siquiera sé por dónde empezar.

Sin embargo, durante el camino de vuelta a la cabaña, no dijo una sola palabra. Zac parecía distraído, sombrío, y la mente de Ness estaba llena de impresiones y contradicciones. Lo mejor sería, decidió, que fingieran una especie de normalidad durante algunas horas. De pronto, le golpeó la inspiración.

Ness: ¿Te gustaría comer en la ciudad?

Zac. ¿Qué?

Ness: Tienes que ver muchas más cosas, Efron. ¿Te gustaría ir a la ciudad? Todavía no has visto nada, salvo este pedacito de tierra. Si yo pudiera retroceder en el tiempo hasta mil setecientos, me gustaría explorar un poco, ver a la gente. Solo tardaremos un par de horas en llegar. ¿Qué dices?

La tristeza desapareció de sus ojos y Zac sonrió.

Zac: ¿Puedo conducir yo?

Ness: Ni lo sueñes -soltó una carcajada y se echó el pelo hacia atrás-. Pero tenemos que parar en la cabaña para buscar mi bolso.

Tardaron más de treinta minutos en llegar a la autopista por un estrecho puerto de montaña en el que el Land Rover tuvo que abrirse paso a través del barro. Cuando llegaron a la autopista, Zac vio los vehículos que lo habían fascinado en la televisión.

Zac: Podría enseñarte a volar en una hora.

Era maravilloso sentir el viento en el rostro. Tenían todo el día por delante, y quizá un día o dos más. Y Ness no estaba dispuesta a desperdiciar ni un solo minuto.

Ness: ¿Eso es un cumplido?

Zac: Sí. ¿Todavía se utiliza gasolina?

Ness: Exacto.

Zac: Sorprendente.

Ness: Te sientan muy bien esos aires de superioridad... especialmente cuando ni siquiera has sido capaz de poner el coche en marcha.

Zac: Lo habría averiguado -alargó la mano para acariciar las hebras de su pelo-. Si estuviera en mi casa, te llevaría volando a París a almorzar. ¿Has estado en París alguna vez?

Ness: No -intentó no pensar en lo terriblemente romántico que sería-. Tendremos que conformarnos con una pizza en Oregón.

Zac:  Eso suena estupendo. ¿Sabes? Lo que me resulta más extraño es el cielo. No hay nada en él -pasó a su lado un coche con la radio a todo volumen-. ¿Eso qué es?

Ness: Un coche

Zac: Eso es discutible, pero me refería a ese ruido.

Ness: Música. Rock duro -alargó el brazo para encender la radio-. Esto no es rock duro, pero sigue siendo rock.

Zac: Es bueno -con la música resonando en su cabeza, miraba los edificios mientras pasaban-.

Bonitas casas unifamiliares, enormes complejos de apartamentos y centros comerciales de un solo piso. El tráfico se hizo más denso cuando se acercaron a la ciudad. Zac podía distinguir las formas rectangulares de los edificios de oficinas. Era un caótico revoltijo de rascacielos, pero aun así, le resultaba terriblemente atrayente. Allí continuaba la gente y la vida.

Ness tomó la rampa que conducía a la ciudad.

Ness: Conozco un restaurante italiano muy tradicional. Manteles a cuadro rojos, velas y pizzas hechas a mano.

Zac asintió con aire ausente. Había mucha gente caminando por las aceras; personas viejas, jóvenes, atractivas y feas. Se oía el ruido de los motores de los coches Y, de vez en cuando, algún claxon malhumorado. El aire era más cálido que en las montañas y olía ligeramente a gasolina. Para Zac, era como si hubiera cobrado vida la imagen de un libro antiguo.

Ness aparcó en un solar cubierto de grava, frente a un edificio verde y blanco. Un letrero de neón sobre la ventana decía que se llamaba Rocky's.

Ness: Bueno, esto no es París.

Zac: Es perfecto -susurró, pero continuaba mirando atentamente todo lo que lo rodeaba-.

Ness: Debe ser como atravesar un espejo.

Zac: Humm. Oh -recordó entonces el libro, uno que había leído cuando era adolescente-. Algo así. Pero parece más propio de un relato de H. G. Wells.

Ness: Es bonito que la literatura haya sobrevivido. ¿Tienes hambre?

Zac: He nacido hambriento.

Luchó para sacudiese de encima su sombrío humor. Ella estaba intentándolo, de modo que también podría hacerlo él.

El restaurante, iluminado en su interior por una tenue luz, estaba prácticamente vacío y olía a especias. En una esquina, había una rocola con los cuarenta grandes éxitos del momento. Después de leer el letrero en el que ponía «Por Favor, Sírvase Usted Mismo», Ness encaminó a Zac hacia una mesa situada en un rincón, tras una especie de biombo.

Ness: La pizza es realmente buena en este lugar. ¿Alguna vez has comido pizza?

Zac acercó un dedo hacia la cera endurecida de la vela que, sobre una botella, descansaba en medio de la mesa.

Zac: Algunas cosas trascienden el tiempo. Y la pizza es una de ellas.

La camarera se acercó en aquel momento hasta ellos. Se trataba de una joven regordeta con un delantal rojo adornado con el nombre del local y algunas manchas de tomate. Colocó un par de servilletas al lado de dos manteles individuales decorados con el mapa de Italia.

Ness: Una grande -le dijo teniendo en cuenta el apetito de Zac-. Ración extra de queso y salchichón. ¿Quieres una cerveza?

Zac: Sí -tomó una esquina de la servilleta y la enrolló pensativamente entre sus dedos-.

Ness: Una cerveza y un refresco de cola bajo en calorías -le dijo a la camarera-.

Zac: ¿Por qué todo el mundo está a dieta? -la camarera estaba todavía suficientemente cerca como para oírlo-. La mayor parte de los anuncios que he visto son de productos para adelgazar, calmar la sed y limpiar.

Ness ignoró la mirada de curiosidad que les dirigió la camarera.

Ness: Sociológicamente, nuestra cultura está obsesionada con la salud, la nutrición y el físico. Contamos las calorías y comemos cantidades de yogurt. Y pizza -añadió con una sonrisa-. Los anuncios reflejan las tendencias actuales.

Zac: Me gusta tu cuerpo.

Ness se aclaró la garganta.

Ness: Gracias.

Zac: Y tu cara -añadió, sonriente-. Y cómo suena tu voz cuando estás avergonzada.

Ness dejó escapar un largo suspiro.

Ness: ¿Por qué no escuchas la música?

Zac: Porque ya ha terminado.

Ness: Podemos poner más.

Zac: ¿Cómo?

Ness: Utilizando la rocola -divertida, se levantó y le tendió la mano-. Venga, podrás elegir una canción.

Zac se acercó a la colorida máquina y buscó los títulos de las canciones.

Zac: Esta. Y esta. ¿Cómo funciona?

Ness: Lo primero que necesitas es cambio.

Zac: Creo que ya he tenido suficientes cambios, gracias.

Ness: No me refiero a ese tipo de cambios. Necesitas monedas -riendo, buscó en el bolso-. ¿No se utilizan monedas en el siglo veintitrés?

Zac: No -tomó la moneda que Ness le tendía y la examinó con atención-. Pero he oído hablar de ellas.

Ness: Aquí las utilizamos, y a menudo con imprudente abandono -recuperó la moneda y la metió, junto a otras dos, por la ranura de la rocola-. He hecho una selección ecléctica, Efron.

Comenzó a sonar la música. Se trataba de una lenta y romántica melodía.

Zac: ¿Cómo se titula?

Ness: La Rosa. Es una balada... Un clásico, supongo, incluso hoy.

Zac: ¿Te gusta bailar?

Ness: Sí. No lo hago muy a menudo, pero... -se interrumpió al ver que se acercaba a ella-. Zac...

Zac: Chss -posó la mejilla en su pelo-. Quiero oír la letra.

Bailaron, se mecieron en realidad, mientras la música salía de los altavoces. Una madre con dos niños que no paraban de pelearse apoyó los codos en la mesa y los observó con envidia y placer. Tras la ventana de la cocina, un hombre de enorme mostacho giraba rápidamente la masa de la pizza entre sus dedos.

Ness: Es muy triste.

Zac: No.

Ness se sentía como en un sueño, con la cabeza apoyada en el hombro de Zac, y sintiendo su cuerpo moviéndose al ritmo de sus corazones.

Ness: Habla de cómo sobrevive el amor.

Las palabras se alejaban flotando. Ness cerró los ojos y continuó abrazándolo cuando la siguiente canción seleccionada explotó con un grito y un sonido de tambor.

Zac: ¿Y esa sobre qué trata?

Ness: Habla de ser joven -se separó de él avergonzada cuando vio las sonrisas y las miradas de los otros clientes-. Creo que deberíamos sentarnos.

Zac: Quiero seguir bailando contigo.

Ness: En otro momento. Normalmente no se baila en las pizzerías.

Zac: De acuerdo -obediente, cruzó la sala para regresar a la mesa-.

Ya les habían servido las bebidas. Al igual que le había pasado a Ness con el refresco que había encontrado en la nevera de Zac, este encontró reconfortantemente familiar el sabor de la cerveza.

Zac: Es como estar en casa.

Ness: Siento no haberte creído al principio.

Zac: Pequeña, yo mismo tampoco me creía al principio -en un gesto completamente natural, alargó el brazo para tomarle la mano-. Dime, ¿qué hace aquí la gente en una cita?

Ness: Bueno, la gente... -le acariciaba los nudillos con el pulgar, haciendo que el pulso le latiera erráticamente-. Van al cine, o a un restaurante.

Zac: Quiero besarte otra vez.

Ness alzó la mirada hacia él.

Ness: La verdad es que no creo...

Zac: ¿No quieres que vuelva a besarte?

**: Si ella no quiere -dijo la camarera mientras dejaba la pizza frente a ellos- yo salgo a las cinco.

Sonriendo de oreja a oreja, Zac colocó una porción de pizza en su trozo de cartón.

Zac: Es muy amable -le comentó a Ness- pero te prefiero a ti.

Ness: Magnífico -le dio un mordisco a una porción de pizza-. ¿Siempre eres tan desagradable?

Zac: Casi siempre. Pero me gustas, mucho -esperó un segundo-. Ahora se supone que tienes que decir que yo también te gusto.

Ness mordió otro bocado y masticó pensativa.

Ness: Estoy pensando en ello -tomó la servilleta y se limpió la boca-. Me gustas más que todos los hombres del siglo veintitrés que he conocido.

Zac: Estupendo. ¿Vas a llevarme al cine?

Ness: Supongo que podría

Zac: Como en una cita -le tomó la mano otra vez-.

Ness: No -respondió cuidadosamente-. Como un experimento. Lo consideraremos como parte de tu educación.

Zac amplió la sonrisa de una forma lenta, relajada e, indudablemente, peligrosa.

Zac: En cualquier caso, tendré que darte un beso de buenas noches.


Era de noche cuando volvieron a la cabaña. Completamente agotada, Ness empujó la puerta de la cabaña y tiró su bolso a un lado.

Zac: No he montado ninguna escena -insistió-.

Ness: Entonces no sé cómo se denominará en tu época al tener que irte de un cine porque todo el mundo te lo pida. Lo que has hecho esta tarde, aquí se dice que es montar una escena.

Zac: Yo solo he hecho algunos comentarios sobre la película. ¿Alguna vez has oído hablar de la libertad de expresión?

Ness: Efron... -se interrumpió, alzó la mano y se volvió hacia el armario para sacar una botella de brandy-. Pasarse toda una película diciendo lo estúpida que es no es ejercer el derecho a la libertad de expresión. Es ser un maleducado.

Zac se encogió de hombros, se dejó caer en el sofá y subió los pies a la mesa.

Zac: Vamos, Ness, todas estas tonterías sobre seres procedentes de Galáctica dispuestos a conquistar la Tierra. Tengo un primo que vive en Galáctica y te aseguro que no tiene la cara llena de ventosas.

Ness: Debería haberme imaginado que no era una buena idea llevarte a ver una película de ciencia ficción -bebió un sorbo de brandy. Después, como decidió que ella había tenido tanta culpa como Zac, sirvió otra copa para él-. Era ficción, Efron. Fantasía.

Zac: Basura.

Ness: De acuerdo -le pasó la copa-. Pero había personas que habían pagado por verla.

Zac: ¿Y qué me dices de esa tontería con la que las criaturas de Galáctica podían sorber todo el líquido de un ser humano? Y después estaba esa forma en la que ese jockey del espacio se dedica a recorrer la galaxia disparando rayos láser y a toda velocidad. ¿Tienes idea de lo saturado que está ese sector?

Ness: No, no tengo ni idea -bebió otro sorbo de brandy-. La próxima vez te llevaré a ver una película del Oeste. Y recuérdame que no te deje ver Star Trek.

Zac: Stark Trek es un clásico -replicó, provocando la risa de Ness-.

Ness: No importa, ¿Sabes? Creo que estoy perdiendo la cabeza. He pasado la mañana en una nave especial y la tarde comiendo pizza e intentando ver una película. Y no soy capaz de encontrarle ningún sentido a lo ocurrido.

Zac: Yo te ayudaré a comprenderlo.

Acercó su copa a la de Ness antes de pasarle el brazo por los hombros. Era una situación reconfortante. El resplandor de la lámpara, el calor del brandy, la fragancia de una mujer. Su mujer, pensó Zac, aunque solo fuera durante un instante.

Zac: Esto me gusta más que la película. Háblame de Vanessa Hudgens.

Ness: No hay mucho que contar.

Zac. Cuéntamelo, para que pueda llevármelo conmigo.

Ness: Nací aquí, como ya te conté.

Zac: En la cama en la que duermo.

Ness: Sí -bebió un poco de brandy, preguntándose si sería el alcohol o la imagen de Zac en aquella antigua cama la que la hacía sentir tanto calor-. Mi madre se dedicaba a tejer. Tapices, alfombras, mantas... Las vendía y vivíamos de eso y de lo que mi padre ganaba con el huerto.

Zac: ¿Eran pobres?

Ness: No, eran hijos de los sesenta.

Zac: No lo comprendo.

Ness: Es difícil de explicar. Querían estar cerca de la tierra, cerca de sí mismos. Era su contribución a la revolución contra el poder material, la violencia en el mundo y la estructura social de aquella época. De modo que vivíamos aquí y mi madre cambiaba y vendía su trabajo en las ciudades de los alrededores. Un día, un marchante de arte que vino de excursión con su familia vio uno de sus tapices -sonrió, con la mirada fija en su copa-. El resto, como se suele decir, es historia.

Zac: Caroline Hudgens -dijo bruscamente-.

Ness: Vaya, sí.

Con una carcajada, Zac dejó la copa de brandy y tomó la botella con un solo movimiento.

Zac: El trabajo de tu madre está en los museos -perplejo, tomó la esquina del tapiz que tenía a su lado-. He visto esto en el Smithsonian -sirvió más brandy en la copa de Ness mientras ella lo miraba perpleja-.

Ness: Esto es cada vez más extraño -bebió otra vez, dejando que la influencia del brandy aumentara aquella sensación de irrealidad-. Es sobre ti sobre quien deberíamos hablar, a ti a quien tendría que intentar comprender. Todas esas preguntas -incapaz de permanecer sentada un minuto más, Ness tomó la copa con las dos manos y comenzó a caminar-. Se me ocurren las cosas más disparatadas.  No dejo de acordarme de que has hablado de Filadelfia y París. ¿Sabes lo que eso significa?

Zac: ¿Qué?

Ness: Que lo hemos conseguido -elevó la copa, a modo de brindis y la vació-. Que está todavía allí. Todo. De alguna manera, por cerca que hayamos estado de hacerlo estallar, hemos sobrevivido.  Hay una Filadelfia en el futuro, Efron, y eso es lo más maravilloso que podría haber imaginado nunca. -Sin parar de reír, comenzó a girar en círculo-. Durante todos estos años, he estado estudiando el pasado, intentando comprender la naturaleza humana e intentando imaginar cómo sería el futuro. No sé cómo agradecértelo.

A Zac le bastaba mirarla para que se le hiciera un nudo en el estómago. Tenía las mejillas sonrojadas por la excitación. Su cuerpo era esbelto, delgado, e increíblemente grácil cuando se movía.  Poder dejar de desearla se estaba convirtiendo en una obsesión.

Tomó aire con mucho cuidado.

Zac: Me encantaría poder ayudarte.

Ness: Quiero saberlo todo, absolutamente todo. Cómo vive la gente, cómo siente. Cómo son los cortejos y cómo se casa. A qué juegan los niños -se inclinó para servirse otro dedo de brandy en la copa-. ¿Spielberg ganará alguna vez un Oscar? ¿Continúan comiéndose perritos calientes en los partidos de béisbol? ¿El lunes sigue siendo el día más duro de la semana?

Zac: Tendrás que hacer una lista. -Quería que continuara hablando, moviéndose, riendo. Observarla en aquel momento, tan animada, tan llena de entusiasmo y humor, era tan excitante como estar en sus brazos-. Y lo que yo no pueda responderte, lo contestará el ordenador.

Ness: Una lista. Por supuesto. Sé hacer listas magníficas -lo miraba con ojos resplandecientes-. Sé que hay cosas mucho más importantes por las que preguntar. El desarme nuclear, la paz mundial, el remedio contra el cáncer y el resfriado común. Pero quiero saberlo todo, desde lo más intrascendente hasta lo más demoledor. -Con un gesto de impaciencia, se apartó el pelo de la cara. Sus palabras no eran capaces de seguir el alocado ritmo de sus pensamientos-. Se me ocurren constantemente cosas nuevas. ¿La gente sale al campo los domingos? ¿Llegaremos a derrotar el hambre, conseguiremos un mundo en el que no haya nadie sin hogar? ¿Todos los hombres de tu época besan como tú?

Zac que se estaba llevando la copa a los labios, la dejó a medio camino. Muy lentamente, la dejó de nuevo en la mesa.

Zac: No puedo contestar a eso porque solo he practicado con mujeres.

Ness: No sé cómo se me ha ocurrido esa pregunta -también dejó la copa a un lado y se frotó las manos, repentinamente empapadas de sudor, contra los pantalones-. Supongo que estoy un poco tensa.

Zac: ¿Perdón?

Ness: Nerviosa, excitada. Confundida -se pasó las manos por el pelo-. Oh, Dios mío, Zachary, me confundes. Incluso... antes de todo esto.

Zac: En eso estamos en la misma situación.

Ness lo miró fijamente. Zac no se había movido, pero ella advirtió que se había tensado.

Ness: Es raro -murmuró-. Normalmente no confundo a nadie. Contigo, nada parece ser exactamente lo que espero. Y supongo que soy una cobarde, porque cada vez que estás cerca de mí, me entran ganas de salir corriendo -cerró los ojos-. No, eso no es del todo cierto. Una vez me preguntaste que si te tenía miedo y te dije que no. Pero tampoco eso es verdad. Tengo miedo. De ti, de mí, y, sobre todo, de pensar que es posible que nunca vuelva a sentir nada parecido con nadie. -Comenzó a vagar por la habitación. Levantó un cojín del sofá y lo echó a un lado-. Me gustaría saber qué hacer, qué decir. No tengo ninguna experiencia en este tipo de cosas. Y maldita sea, me gustaría que volvieras a besarme y me hicieras callar de una vez.

Zac sentía cómo iba tensándose cada músculo de su cuerpo.

Zac: Ness, sabes que te deseo. Nunca lo he ocultado. Pero en estas circunstancias... El hecho de que solo vaya a estar aquí unos días...

Ness: Eso es -de pronto le entraron ganas de llorar-. Te marcharás. Y no quiero tener que preguntarme cómo habría sido. Quiero saber. Siento... oh, no sé lo que siento. De lo único que estoy segura es de que quiero hacer el amor contigo esta noche.

Se interrumpió, impactada por lo que acababa de decir en voz alta y sorprendida porque quizá era lo más sincero que había dicho en su vida. Pero de pronto los nervios desaparecieron, y también el impacto. Se sentía absolutamente tranquila, y completamente segura.

Ness: Zachary, quiero pasar contigo esta noche.

Se levantó. Las manos que escondía en los bolsillos estaban convertidas en puños.

Zac: Hace unos días, habría sido fácil. Pero las cosas han cambiado, Ness. Me importas.

Ness: Te importo, ¿y por eso no quieres hacer el amor conmigo?

Zac: Te deseo tanto que casi puedo saborearlo -clavó la mirada en la de Ness y ella pudo darse cuenta de que le estaba diciendo la verdad-. Pero también sé que has bebido demasiado y que hay demasiadas cosas con las que tienes que tratar esta noche -no se atrevía a tocarla, pero su voz era como una caricia-. Pero hay ciertas reglas, Ness.

Ness dio el que podría ser el paso más importante de su vida cuando se acercó a él y le tendió las manos.

Ness: Quebrantémoslas.


2 comentarios:

Caromi dijo...

OMG!!
En esto te apoyo Ness, si solo tienes una oportunidad para algo asi, yo tambien me arriesgaria
Zac es cada vez mas lindo
Espero que lleguen a quebrantar las reglas XD
sube el siguiente capi pronto pleasee

Maria jose dijo...

Oooohhhh!!!! Por fin vanessa demuestra sus sentimientos
Que capitulo!!!
Esto se pone mejor en cada capitulo
Ahora que ya lo dijo, que pasará?
Siguela pronto Por favor
Saludos!!!

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