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viernes, 5 de abril de 2019

Capítulo 8


Ness se despertó lentamente y protestó entre susurros cuando el sol se entremetió en sus sueños. Se estiró, o al menos lo intentó, porque se lo impedía el brazo que le rodeaba posesivamente la cintura.  Satisfecha, se acurrucó contra Zac y disfrutó al sentir su piel rozando la suya.

No sabía qué hora era y, quizá por primera vez en su vida, no le importaba. Ya fuera la mañana o la tarde, no le importaría pasarse todo el día tumbada en la cama, siempre y cuando Zac estuviera con ella. Dejándose llevar y todavía medio soñando, deslizó la mano sobre él. Sólido. Era sólido y real. Y, de momento, suyo. Incluso con los ojos cerrados, podía verlo, conjurar cada rasgo de su rostro, cada centímetro de su cuerpo. Nunca había habido nadie de quien hubiera sentido que le pertenecía tan completamente. Ni siquiera sus padres, que, con todo su amor y su comprensión, siempre se habían pertenecido el uno al otro. Ness siempre los había considerado como una unidad que empezaba y terminaba en sí misma. Y Sunny… Ness sonrió al pensar e n su hermana. Aunque era dos años menor que ella, Sunny siempre había sido muy independiente y había tenido una personalidad atrevida y discutidora que Ness nunca había intentado imitar.

Pero Zac... Era cierto que desaparecería de su vida tal como había aparecido en ella, pero era suyo. Su risa, su genio, su pasión... Todo ello le pertenecía en aquel momento. Y lo conservaría, lo atesoraría, mucho tiempo después de que Zac se hubiera ido.

Amar como lo hacía ella, pensó Ness, cuando había que apurar cada sentimiento, cada palabra, cara mirada, era al mismo tiempo precioso y desgarrador.

Zac creía que todo había sido un sueño, pero la forma, la textura, la fragancia del cuerpo que estaba a su lado eran reales. Era el cuerpo de Ness. Y fue ella su primer pensamiento. Se presionaba contra él y sus cuerpos encajaban perfectamente incluso durante el sueño. La lenta caricia de su mano lo excitó de la forma más exquisita.

Zac había perdido la cuenta de las veces que se habían unido durante la noche, pero sabía que había sido al amanecer cuando Ness había gritado su nombre por última vez. La luz que los iluminaba era tenue y nacarada. Jamás lo olvidaría. Ness era como una fantasía, todo delicadas curvas, miembros ágiles y una pasión inagotable. En algún momento de la noche, se había fundido la línea que separaba al maestro de la alumna y había sido él el que había tenido que aprender.

Y había encontrado cosas mucho más adorables que las incontables formas de placer que un hombre y una mujer podían ofrecerse el uno al otro. Confianza y paciencia, generosidad y júbilo. Y la satisfacción de dejarse arrastrar por el sueño, sabiendo que su pareja estaría a su lado al despertar.

Su pareja. Aquella palabra se quedó flotando en su mente. Su pareja. ¿Sería el destino o el azar el que lo había hecho viajar a través del tiempo para encontrarla?

Zac no quería pensar en ello. Se negaba a hacerlo.

Lo único que quería era hacer el amor con Ness a la luz del sol.

Se estiró y, antes de que ninguno de ellos estuviera completamente despierto, se deslizó en su interior. Un suave gemido de Ness se fundió con el suyo cuando sus labios se encontraron. Aceptación. Afecto. Excitación. Lentamente, dejándose llevar por aquella deliciosa pereza, se movieron juntos, comenzando con las manos una tranquila exploración y profundizando poco a poco sus besos.

Ness: Te quiero.

Zac oyó sus palabras; fueron como un quedo susurro en su mente, y las respondió con un eco mientras sus labios comenzaban a dibujar su rostro.

Aquellas admisiones no los sorprendieron a ninguno de ellos. Estaban demasiado deslumbrados por los tumultuosos sentimientos que los devoraban. Ness jamás le había dicho aquellas palabras a otro hombre, y él tampoco se las había dicho a ninguna mujer. Pero antes de que el impacto de aquella certeza los golpeara, el deseo los hizo estrecharse con fuerza.

Grácil, gloriosamente, se condujeron el uno al otro hasta la cima.

Más tarde, Zac posaba la cabeza relajadamente entre sus senos, pero no estaba durmiendo. ¿Había dicho Ness que lo amaba? ¿Y él le había contestado que la amaba a ella? Lo que más lo molestaba era no estar seguro de si había ocurrido de verdad o había sido su imaginación la que había expresado su deseo cuando más vulnerable estaba su mente a causa del placer y el sueño.

Y no podía preguntárselo. No se atrevía. Cualquier respuesta podría hacerle daño. Si Ness no lo amaba, sería como perder parte de su corazón, de su alma. Y si lo amaba, dejarla sería una agonía.

Era lo mejor, para ambos, tomar lo que tenían. Zac quería hacerla reír, ver la pasión y la diversión en sus ojos, disfrutarlos en su voz. Y siempre la recordaría.

Cerró los ojos con fuerza. Ocurriera lo que ocurriera, jamás la olvidaría.

Y tampoco ella. Zac necesitaba estar seguro de que ocupaba algún lugar en su memoria.

Zac: Ven conmigo -se levantó de la cama y la hizo levantarse-.

Ness. ¿A dónde?

Zac: Al baño.

Ness: ¿Otra vez? -riendo, intentó agarrar la bata, pero Zac la sacó al pasillo sin ella-. No tienes que afeitarte otra vez.

Zac: Algo de lo que me alegro.

Ness: Solo te cortaste cuatro veces. Y fue culpa tuya por ponerte demasiada espuma.

Zac le dirigió una pícara sonrisa.

Zac: Me encantaría llenar todo tu cuerpo de espuma.

Ness: Si estás ideando algo que tenga que ver con la pasta de dientes...

Zac: Quizá más tarde -la levantó en brazos y la metió en la bañera-. De momento, me conformaré con una ducha.

Ness soltó un grito al sentir el agua fría sobre ella. Pero antes de que pudiera reaccionar o protestar siquiera, Zac se había unido a ella y la abrazaba con un brazo mientras con la mano libre, ajustaba la temperatura del agua. Algo que, pensaba, se le estaba dando bastante bien.

Ness se quitó el agua de la cara, farfulló y estaba comenzando a maldecir cuando se descubrió a sí misma envuelta en un tórrido e interminable beso.

Ness jamás había experimentado nada parecido. El baño cubierto de vapor, la piel resbaladiza y las manos llenas de espuma. Cuando Zac cerró la ducha y la envolvió en una toalla, sentía una extraña debilidad en las rodillas. Tan mareado como ella, Zac posó la frente en la suya.

Zac: Creo que si no tenemos otra cosa que hacer... será mejor que salgamos de casa.

Ness: Muy bien.

Zac: Después de comer.

Ness se sorprendió al descubrir que todavía le quedaban fuerzas para reír.

Ness: Naturalmente.


A última hora de la tarde, llegaron a la nave de Zac. Las nubes que aparecían en el cielo procedían del norte y llevaban con ellas un aire helado. Ness se decía a sí misma que ese era el motivo de su frío. Se cerró con fuerza la cazadora, pero descubrió entonces que el frío procedía de su interior.

Ness: Me cuesta estar aquí mirando todo esto sabiendo que es real y aun así, sin poder comprenderlo.

Zac asintió. La sensación de tranquilidad y relajación se había desvanecido y no estaba completamente seguro de cuál era el motivo.

Zac: Yo tengo la misma sensación cuando estoy en la cabaña -le dolía ligeramente la cabeza y sabía que era por la tensión-. Mira, sé que tienes mucho trabajo que hacer y no quiero entretenerte, ¿pero podrías esperar un momento mientras reviso el aerociclo?

Ness: Claro -estaba deseando que le pidiera que pasara todo el día con él. Tragándose su desilusión, lo miró con una sonrisa-. La verdad es que me encantaría verlo.

Zac: Ahora mismo lo traigo.

Abrió la compuerta y desapareció en su interior.

Algo que volvería a hacer muy pronto, y por última vez, pensó Ness. Tenía que prepararse para ello. Era extraño, pero había imaginado que aquella mañana Zac le había dicho que la amaba. Era agradable, un pensamiento reconfortante, aunque era consciente de que realmente no la amaba. No podía amarla. La quería, seguramente más de lo que nadie la había querido, pero no estaba profunda, completamente enamorado. Como ella lo estaba de él.

Y como lo amaba, iba a hacer todo lo que pudiera para ayudarlo, y empezaría aceptando sus limitaciones. Había pasado un día precioso después de la más hermosa noche de su vida. Sonriendo, sonriendo sinceramente, alzó la mirada hacia el cielo nublado. La lluvia volvería aquella noche. Y la agradecería.

Bajó la mirada hacia la nave, en la que se oía un zumbido grave y metálico. Otra puerta se abrió, la puerta de carga, asumió por su tamaño y localización. Y se quedó boquiabierta al ver salir a Zac a lomos de una pequeña y aerodinámico bicicleta, corriendo a unos seis centímetros del suelo.

El sonido que hacía era casi un ronroneo, no como el de un gato o una motocicleta, sino más bien como el sonido de un ventilador. La forma, sin embargo, sí era la de una motocicleta, pero no tan ancha. El cuerpo era un cilindro curvilíneo que se dividía en un manillar.

Zac montaba, o volaba, sobre ella y sonreía como un niño mostrando su primera bicicleta de marchas.

Zac: Funciona perfectamente -hizo un ligero movimiento con la mano sobre el manillar y el zumbido se hizo más intenso-. ¿Quieres montar?

Frunciendo el ceño, Ness miró los botones de diferentes formas y tamaños que había en el manillar. Era como un juguete.

Ness: No sé.

Zac: Vamos, Ness -deseando compartir su placer, le tendió la mano-. Te encantará. No dejaré que te pase nada, de verdad.

Ness lo miró, y miró también la bicicleta flotando sobre las agujas de los pinos. Era una máquina pequeña, si el término máquina era el adecuado para describirla, pero en el estrecho asiento de cuero negro cabían perfectamente dos personas. El cuerpo estaba pintado de color azul metalizado y brillaba con diferentes tonalidades bajo la luz del sol. Parecía inofensivo, decidió Ness, y dudaba que un aparato tan pequeño pudiera ser muy potente. De modo que, tras encogerse de hombros, se sentó tras él.

Zac: Agárrate mejor -le advirtió, sobre todo porque deseaba sentir el cuerpo de Ness contra el suyo-.

La fuerza de la vibración del aparato la asustó, pero sabía que tendría que habérselo imaginado. Al fin y al cabo, también Zac le había parecido inofensivo, se recordó.

Ness: Efron, no deberíamos ponernos casco o... -pero se interrumpió cuando Zac aceleró-.

Podría haber gritado, pero cerró los ojos con fuerza y se aferró de tal manera a él que Zac tuvo que reprimir una carcajada. Sentía el corazón de Ness latiendo contra él tan rápidamente como durante la noche. Con una habilidad innata, afinada por la práctica, rodeó la nave y comenzó a ascender.

Velocidad. Siempre había sido adicto a ella. Sentía el aire golpeando su rostro, azotando su pelo. Aceleró. El cielo lo llamaba, pero él se resistía, consciente de que Ness se asustaría si conducía demasiado rápido o a excesiva altura. De modo que continuó volando entre el bosque, rodeando los pinos y deslizándose sobre las piedras y el agua del arroyo. Un pájaro saltó de una rama, justo por encima de sus cabezas, y desvió su rumbo, cantando malhumoradamente contra aquel competidor. Zac sentía cómo Ness se iba relajando poco a poco. Y ya no presionaba el rostro contra su hombro.

Zac: ¿Qué estás pensando?

Ness ya casi podía volver a respirar. Y, al parecer, su estómago estaba otra vez en su lugar. Al menos de momento. Abrió un ojo para mirar recelosamente a su alrededor. Y tragó salvia.

Ness: Creo que voy a matarte en cuanto estemos en tierra otra vez.

Zac: Relájate.

El aerociclo se inclinó unos treinta grados a la derecha y después bajó, mientras continuaba danzando entre los árboles.

Para él era fácil decirlo, pensó Ness. Otra mirada le mostró que estaban a más de tres metros del suelo. Jadeó, y estaba a punto de gritar y pedir que la bajara cuando comprendió lo extraordinario de aquel momento. Estaba volando. Y no encerrada en un enorme aparato a miles kilómetros del suelo, sino libre y ligera. Podía sentir el viento en su rostro, en su pelo, y saborear en él la promesa de la primavera. Ningún rugido de motor apagaba aquella sensación. Se estaban deslizando por el bosque con la misma facilidad que los pájaros.

Zac se detuvo en el centro del claro del bosque que había formado la nave al aterrizar y se volvió hacia ella.

Zac: ¿Quieres que bajemos?

Ness: No. Sube -riendo, echó la cabeza hacia atrás-.

Acababa de sentir la llamada de los cielos.

Con una enorme sonrisa, Zac se inclinó hacia ella y la besó.

Zac: ¿A cuánta altura?

Ness: ¿Cuál es el límite?

Zac: No lo sé, pero no deberíamos correr riesgos. Si subimos por encima de la copa de los árboles, alguien podría vernos.

Zac tenía razón, por supuesto. Ness se apartó el pelo de la cara, preguntándose por qué era tan insensata cuando estaba cerca de Zac.

Ness: Entonces hasta las copas de los árboles. Solo una vez.

Encantado consigo mismo, Zac se volvió. Sentía los brazos de Ness a su alrededor. Y, muy pronto, estuvieron volando otra vez.

Zac jamás lo olvidaría. Por muchas veces que volara en el cielo o en el espacio, jamás olvidaría aquel alegre vuelo con Ness. Ella reía, y aquel sonido acariciaba el oído de Zac mientras sentía su cuerpo deliciosamente presionado contra el suyo. Entrelazaba los dedos relajadamente sobre su cintura. Zac solo se arrepentía de no poder ver su rostro mientras se elevaban. Hacer el amor con ella era algo parecido, algo tan limpio y claro como cortar el aire. Tan misterioso y seductor como desafiar la gravedad.

Zac resistió la tentación de subir por encima de los árboles, conformándose con deslizarse entre las ramas. Bajo ellos, podían ver un estrecho riachuelo que se deslizaba entre las rocas y una cascada, formada por el agua de las lluvias y la nieve que el inicio de la primavera derretía en las montañas. El sol asomó entre las nubes, permitiéndoles ver el juego de sombras móviles que se reflejaba en el suelo.

Por un instante, ambos volvieron sus rostros hacia el cielo y desearon lo imposible.

Zac disminuyó la velocidad para preparar el descenso. Lo hicieron lentamente, como si no existiera la ley de la gravedad, y sin hacer ningún ruido. Ness sentía cómo se elevaba su pelo, impulsado por la corriente de aire. Pensó ilusionada en Peter Pan y en el polvo de las hadas justo antes de que aterrizaran al lado de la nave.

Zac: ¿Estás bien?

Cuando se volvió para mirarla por encima del hombro, Ness advirtió que había desaparecido el zumbido. Y también el frío.

Ness: Ha sido maravilloso. Podría haberme pasado el día volando.

Zac: Volar es un hábito que puede cultivarse -nadie podía saberlo mejor que él. Bajó y le tendió la mano-. Me alegro de que te haya gustado.

El viaje había terminado, se dijo Ness a si misma mientras volvía a sentir los pies en el suelo. Pero tenía una buena memoria para almacenarlo.

Ness: Me ha encantado. No voy a preguntarte cómo funciona. En cualquier caso, no lo entendería y podría estropear la diversión -sin soltarle la mano, miró hacia la nave.  Sus sentimientos hacia ella eran tan contradictorios como el resto de sus emociones. Había llevado a Zac hasta ella, pero volvería a llevárselo de su lado-. Te dejaré trabajar.

Zac estaba siendo sometido al mismo tira y afloja.

Zac: Volveré cuando se haga de noche.

Ness: De acuerdo -se separó de Zac y se metió las manos en los bolsillos-. ¿No tendrás ningún problema para encontrar el camino de vuelta?

Zac: Soy un buen navegante.

Ness: Por supuesto -los pájaros a los que habían asustado con su vuelo ya estaban cantando otra vez. El tiempo continuaba corriendo-. Será mejor que me vaya.

Zac sabía que Ness estaba demorando el momento de irse, pero también él. Era una estupidez, puesto que volvería a estar con ella en cuestión de horas.

Zac: Podrías quedarte conmigo. Aunque no creo que en ese caso avanzara demasiado.

Era tentador. Podía entrar con él a la nave, distraerlo, alejarlo del ordenador y de las respuestas que buscaba durante unas horas. Pero no estaría bien. Ness alzó la mirada hacia él mientras sentía el amor creciendo dentro de ella.

Ness: Yo tampoco he trabajado mucho desde hace un par de días.

Zac: De acuerdo -se inclinó hacia ella y la besó-. Te veré esta noche.

Se quedó en la puerta, observándola subir la colina. Pero cuando llegó al punto más alto, Ness no se volvió.


Ness pasó la mayor parte del día preparando un informe sobre los acontecimientos ocurridos a lo largo de la semana. Utilizaba las palabras de Zac, su teoría, para explicar cómo había llegado hasta ella, y adornaba el relato con sus propias impresiones. Después hizo una lista con todo lo que había sucedido, desde el momento en el que había visto aquel fogonazo en el cielo hasta que había dejado a Zac al lado de su nave.

Aquella era la parte más sencilla. Narrar los hechos.

Tenía una memoria infalible. Una virtud que maldeciría y bendeciría al mismo tiempo cuando se quedara sola. Pero de momento, recurriría a su objetividad y pondría en aquella historia tanto esfuerzo y dedicación como en su propia tesis.

Una vez terminado el informe, lo leyó dos veces, retocando y ampliando lo que consideraba oportuno. Estaba acostumbrada a hacer informes, pensó mientras estudiaba la pantalla del ordenador.  Cuando Zac le presentara sus experiencias a los científicos de su tiempo quería que contara con el beneficio que sus propias habilidades podían proporcionarle.

Era una historia fantástica. Fantástica en el sentido más literal de la palabra. Aunque quizá no lo pareciera tanto en la época en la que Zac vivía. ¿Cómo reaccionaría la gente cuando volviera y les contara toda su historia? El explorador accidental, pensó con una sonrisa. Bueno, Colón estaba buscando la India cuando descubrió el Nuevo Mundo.

Le gustaba pensar que sería tratado como una especie de héroe, que era un hombre cuyo libro saldría en los libros de historia.

Tenía el aspecto de un héroe, pensó, soñando despierta mientras las gafas resbalaban hasta la punta de su nariz. Alto y fuerte. La venda que llevaba en la frente añadía un aire aventurero a su rostro. Al igual que la barba de varios días que lo ensombrecía antes de que se la hubiera afeitado. Y se la había afeitado por ella, recordó, sintiendo una profunda oleada de placer.

Quizá, en su época, fuera un hombre normal y corriente. Un hombre, suponía, que se dedicaba a su trabajo como cualquier otro, que protestaba al tener que levantarse por las mañanas y que de vez en cuando bebía demasiado o se olvidaba de pagar las cuentas. No era un hombre rico ni especialmente brillante, tampoco un tipo con éxito. Era, simplemente, Zac Efron, un hombre que se había equivocado de rumbo y había llegado a convertirse así en un ser extraordinario.

Para ella, no era solamente un hombre. Era el hombre de su vida.

¿Volvería a enamorarse otra vez? No, pensó Ness con la calma que le proporcionaba una certeza absoluta. Tendría que conformarse con su trabajo, su familia y sus recuerdos. Pero volver a enamorarse sería imposible. Desde niña incluso, Ness siempre había pensado que para ella solo habría un hombre en su vida. Quizá por eso le había resultado tan fácil concentrarse en sus estudios y en su carrera mientras sus contemporáneas iban de relación en relación y de amor en amor.

Ness odiaba los errores. Sonrió con cierto pesar mientras lo admitía. Era un defecto, desde luego, y estaba muy relacionado con el orgullo, pero ella siempre había detestado la idea de dar un paso equivocado, personal o profesionalmente. Esa era la razón por la que estudiaba más que la mayoría, investigaba más concienzudamente y analizaba con tanto esmero sus consideraciones.

Y había merecido la pena, reflexionó mientras presionaba las teclas necesarias para que apareciera su tesis en la pantalla. Era muy joven para los éxitos académicos que había cosechado. Y pretendía seguir cosechando muchos más.

Era mayor, quizá, para tener su primera aventura amorosa. Pero la precaución y el cuidado no le habían permitido equivocarse. Amar a Zac jamás había sido un error.

Satisfecha, se colocó las gafas, se inclinó hacia delante y comenzó a trabajar.


Así la encontró Zac tres horas después, completamente absorbida por una cultura tan diferente para ella como la suya lo era para Zac. Había encendido la lámpara que tenía sobre el escritorio, y su luz enfocaba sus manos.

Unas manos fuertes, eficaces, pensó Zac. Probablemente heredadas de su madre, una artista. Llevaba las uñas cortas y sin pintar y tenía los dedos largos y delgados. Había una cicatriz en la base del dedo pulgar en la que no había reparado anteriormente. Tendría que preguntarle cómo se la había hecho.

Creía que iba a estar agotado al llegar a casa. No físicamente, sino mentalmente, con todos aquellos cálculos y cifras abarrotando su mente. Pero en ese momento, al verla, se olvidó de la fatiga.

Había conseguido, no sabía muy bien cómo, dejar de pensar en ella mientras trabajaba. Había tenido que hacer un esfuerzo deliberado para dejar de pensar, de querer, de necesitar. Y, gracias a él, había conseguido hacer algunos progresos. Ya estaba completamente seguro de lo que tenía que hacer para volver a su hogar. Conocía las probabilidades y los riesgos. Y en ese momento, al observarla a ella, era también consciente de los sacrificios.

Pero solo la conocía desde hacía unos días. Era necesario, muy necesario, que se lo recordara. Su vida no estaba allí, con ella. Tenía una casa, una identidad. Tenía una familia, comprendió, a la que quería mucho más de lo que nunca había sabido.

Pero permanecía observándola mientras iban pasando los minutos, absorbiendo cada respiración, cada gesto. La forma en la que el pelo se ondulaba en su cuello, el modo en el que su pie descalzo pateaba con impaciencia el suelo cuando sus manos se detenían. Y el gesto con el que se apartaba el pelo de la cara o apoyaba la barbilla entre las manos para fijar la mirada en la pantalla. Cada uno de esos gestos le resultaba fascinante. Cuando al final pronunció su nombre, lo hizo con voz tensa.

Zac. Ness.

Ness se sobresaltó y giró en la silla para mirarlo. Tras él, el pasillo estaba a oscuras. Zac era solamente una silueta que se apoyaba descuidadamente contra el marco de la puerta. El amor estuvo a punto de asfixiarla.

Ness: No te he oído entrar.

Zac: Estabas muy concentrada.

Ness: Supongo -cuando Zac entró en la habitación, la intensidad de su expresión hizo que Ness lo mirara con el ceño fruncido-. ¿Y tú? ¿Te han ido bien las cosas?

Zac: Sí.

Ness: Pareces enfadado. ¿Ha ocurrido algo malo?

Zac: No -alargó la mano para acariciar su rostro y su mirada se suavizó-. No.

Ness: ¿Qué tal han ido esos cálculos?

Zac: Van progresando -la piel de Ness era como la seda, pensó. La sentía cálida bajo sus manos-. De hecho, he adelantado más de lo que esperaba.

Ness: Oh -Zac creyó ver una sombra de tristeza en su mirada, pero su voz era alegre y animada-. Eso es estupendo. ¿Has venido en el aerociclo?

Zac: Sí, lo he dejado en el cobertizo.

Era una pregunta estúpida, pensó Ness. Era imposible que hubiera vuelto caminando. Le habría gustado pedirle que la llevara a volar otra vez mientras la luna se elevaba en el cielo. El viento ya se había levantado, anunciando las próximas lluvias. Sería maravilloso. Pero Zac parecía cansado, y preocupado.

Ness: Bueno, supongo que debes estar hambriento después de tanto trabajo -miró a su alrededor, como si hasta entonces no hubiera reparado en que había oscurecido-. No sabía que era tan tarde. ¿Por qué no bajamos y preparamos algo de cenar?

Zac: Puedo esperar -le tomó la mano y la hizo levantarse. El ordenador continuaba zumbando, ajeno a los movimientos de ambos-. Podemos bajar más tarde. Me gusta cómo te quedan las gafas.

Riendo, Ness se llevó la mano a las gafas. Zac le atrapó también aquella mano.

Zac: No te las quites -inclinó la cabeza para besarla, como si estuviera haciendo una prueba. El sabor era el mismo. Gracias a Dios. Gran parte de la tensión desapareció-.Te hacen parecer… inteligente y seria.

Aunque el corazón le latía violentamente en el pecho, sonrió.

Ness: Soy inteligente y seria.

Zac: Si, supongo que sí -deslizó el dedo pulgar por el interior de sus muñecas y sintió agitarse su pulso-. El aspecto que tienes ahora me tienta a intentar comprobar hasta qué punto eres una intelectual. -Sin soltarle las manos, se inclinó para besarla. Acarició y mordisqueó sus labios hasta convertir su respiración en un susurro entrecortado-. ¿Ness?

Ness: ¿Sí?

Zac: ¿Qué puedes decirme sobre los hombres de barro de Nueva Guinea?

Ness: Nada -se estrechó contra él gimiendo ligeramente mientras los labios de Zac continuaban acariciando con la suavidad de una pluma los suyos-. Nada en absoluto. Bésame, Zachary.

Zac: Lo estoy haciendo.

Sus labios navegaban por su rostro, deslizándose en un punto y prolongando su estancia en el siguiente. Ness era como un volcán que despertaba tras haber pasado años y años dormido, listo para dejar que explotara su lava ardiente.

Ness: Acaríciame.

Zac: Ahora mismo.

Nunca era tal como Ness imaginaba. Zac era capaz llevarla hasta el borde del precipicio con la sola caricia de sus manos. Después, cuando hubo regresado de nuevo a la tierra, comenzó a desnudarla. Le quitó la camisa de franela y los vaqueros mientras permanecían los dos de pie al lado de la cama. Debajo de la camisa, Ness llevaba una sencilla camiseta de tirantes de algodón blanco.  A Zac pareció fascinarle. Jugueteó con los tirantes y deslizó los dedos por el escote antes de quitársela por encima la cabeza. Sus labios nunca se detenían, y tampoco sus manos, que vagaban por su cuerpo para explotar los secretos que ya habían descubierto.

Encantada, delirante, Ness también le quitó el jersey por encima de la cabeza. La sorprendía que su deseo pudiera haber crecido, superando con mucho lo que había sentido por él la primera vez.  Pero después de lo que habían compartido, ya sabía lo que Zac podía darle y había recorrido algunas de las rutas por las que con tanta pericia navegaba él.

Su piel era suave, caliente. Le gustaba recorrer su espalda con las manos y sentir la dureza de sus músculos. El contraste, particularmente masculino, le provocaba una deliciosa debilidad en las piernas. Oía cómo se aceleraba su respiración mientras ella bajaba las manos desde sus hombros hasta su cintura.

Zac la deseaba desesperadamente. Podía sentirlo en su forma de tocarla, en cómo acercaba una y otra vez su boca a la suya para prolongar y profundizar sus besos hambrientos. Lo sentía cuando enredaba la lengua con la suya en una caricia erótica y excitante. Y también cuando lo oía jadear al sentir los nudillos de Ness rozando su vientre.

Ness había aprendido, pensó Zac en medio de su vértigo. Y había aprendido muy rápidamente. Sus manos, y el delicado movimiento de su cuerpo contra el suyo, lo estaban llevando más allá de la razón. Zac quería decirle que esperara un momento, que le diera el tiempo que necesitaba para recuperar el control. Pero ya era demasiado tarde. Muy tarde.

Zac la arrastró hasta la cama. El inicial jadeo de sorpresa de Ness se transformó en un erótico gemido de placer. Alargó la mano para acariciarlo, pero se encontró aferrándose a las sábanas mientras Zac la precipitó hacia el clímax.

Ness pensaba que sabía lo que era amar. Pero ni siquiera la noche que habían pasado haciendo el amor la había preparado para ello. Zac estaba enloquecido y, en cuestión de segundos, su locura igualó a la suya.

No había caricias delicadas ni una sensual persuasión. Todo era un deseo ardiente y maduro y la necesidad desesperada de satisfacerlo. Como dos almas perdidas, se enredaban entre las sábanas y se ahogaban el uno en el otro.

Una demanda desesperada. Una respuesta febril. Las peticiones susurradas eran para los cuerdos. Aquella noche solo contaban los gemidos ahogados y los suspiros estremecidos. El calor de la pasión que latía en su interior convertía la piel de Ness en seda resbaladiza mientras se deslizaba sobre Zac. Y, cada vez que la boca de Zac encontraba sus labios, ella paladeaba el rico y almizcleño sabor del deseo.

Ya no había nubes aterciopeladas. Aquello era el estallido de una tormenta. Excitante. Eléctrica. Ness casi podía oír el aire cantando a su ritmo. Los truenos parecían retumbar en el interior de su cabeza, en su corazón, batiéndose a un ritmo cada vez más intenso. Ness tomó aire y rodó sobre Zac para abrir la boca contra su cuello, contra su pecho, consciente solamente de aquel sabor oscuro, rico y maravilloso.

Zac nunca tenía suficiente. Por mucho que Ness le diera, necesitaba más y más. No era consciente de que sus dedos se clavaban con dureza en su piel, arañándola, ni siquiera cuando sus labios seguían el camino por ellos trazados. Podía verla bajo la luz de la lámpara, veía su piel resplandeciente y su cabeza inclinada hacia atrás, vencida por el peso del placer. Sus ojos eran oro, como monedas antiguas, oscuras. El tributo para una diosa. Pensaba en Ness como si fuera una diosa, mientras ella se elevaba sobre él con el cuerpo curvado como un arco y la luz proyectando un aura alrededor de su pelo.

Pensó que moriría por ella, pensó que moriría sin ella. Y en ese momento Ness le hizo hundirse dentro de ella, profunda, completamente. Unieron sus manos.

Y a partir de entonces, Zac ya no fue capaz de pensar nada en absoluto.

Zac la abrazaba con fuerza después de que ambos hubieran dejado de temblar. Intentó recordar lo que había hecho, lo que había hecho Ness, pero todo era un torrente borroso de sentimientos y sensaciones que habían rozado la violencia. Temía haberle hecho daño, y que, habiéndose enfriado ya su mente y su cuerpo, Ness quisiera alejarse de él.

Zac: ¿Ness?

Su única respuesta fue un ligero movimiento de la cabeza que descansaba apoyada en su pecho. Uno de los placeres más grandes para Ness, era sentir el corazón de Zac latiendo bajo su mejilla.

Zac: Lo siento -le acariciaba el pelo, preguntándose si sería ya demasiado tarde para la ternura-.

Ness abrió los ojos. Incluso aquel esfuerzo le resultaba excesivo en aquel momento. Sintió un destello de duda que luchó por ignorar.

Ness: ¿Eres tú?

Zac: Sí. No sé lo que me ha pasado. Nunca había tratado así a ninguna mujer.

Ness: ¿Ah no?

Zac no podía ver la sonrisa que curvaba sus labios.

Zac: No -con recelo, preparándose para soltarla si Ness lo rechazaba, alzó la cabeza-. Me gustaría poder resarcirte... -empezó a decir. Pero entonces vio el brillo que iluminaba sus ojos, y comprendió que no eran las lágrimas, sino la risa la que lo provocaba-. Estás sonriendo.

Ness: ¿Cómo piensas resarcirme? -preguntó besando el vendaje de su frente-.

Zac: Creía que te había hecho daño. -La hizo tumbarse boca arriba y la miró atentamente. Ness continuaba sonriendo y sus ojos estaban rebosantes de aquellos secretos milenarios que solo las mujeres comprendían-. Pero parece que no.

Ness: No has contestado a mi pregunta -se estiró, no porque pretendiera tentarlo, sino porque se sentía tan satisfecha como un gato bajo el sol-. ¿Cómo piensas resarcirme?

Zac: Bueno... -Miró la cama deshecha y después bajó la mirada hacia el suelo. Alargó la mano y tomó las gafas caídas de Ness. Agarrándolas por la patilla, las giró en la mano y sonrió-. Ponte esto y te lo demostraré.




¿Me lo parece a mí o en este capítulo han hecho poco más que estar en la cama? 😆
Y la escena de Zac en el aerociclo me ha recordado a Aladín en la alfombra 😆
Solo le faltó decir: ¿Confías en mí?

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Caromi dijo...

siii!! yo tambien pensé en aladin XD
Yo te quiero enseñar (8)... bueno ya le enseñó bastante xD
Me encantó el capi, sobretodo la parte en q dijieron que se aman
Pública el siguiente pronto porfis

Maria jose dijo...

Que buen capitulo
Muy productivo su día jajaja
Que lindo!!!
Ya quiero leer el proximo
Sube pronto
Saludos

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