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domingo, 21 de abril de 2019

Capítulo 2


Le sonrió también, deprisa y con desenfado, se controló mientras bajaba la escalera balanceando su larga coleta como el ébano. Su sonrisa siempre luminosa, alegre. Sus ojos chocolate presentaban toques dorados que les conferían cierta chispa siempre que su boca, con su honda depresión central, se curvaba hacia arriba.

Ness: Hacía un par de días que no te veía.

Zac: He estado en Richmond. -Se había bronceado un poco, pensó, y eso le daba a su piel un tono dorado-. ¿Me he perdido algo?

Ness: A ver… A Carol Tecker le han robado el gnomo de jardín de su patio.

Zac: Vaya. Algún gamberro.

Ness: Ofrece una recompensa de diez dólares.

Zac: Estaré atento por si lo veo.

Ness: ¿Novedades en el hotel?

Zac: Hemos empezado a colgar las placas de yeso laminado.

Ness: Eso ya lo sabía -dijo con un gesto despectivo-. Ashley me lo contó ayer, a quien se lo dijo Alex cuando fue a por pizza.

Zac: Mi madre ha preparado otro pedido de muebles, y ahora va a elegir los tejidos.

Ness: Vaya, eso sí que es nuevo. -Un destello de dorado sobre marrón; lo mataba-. Me encantaría ver qué está eligiendo. Seguro que será precioso. He oído decir que habrá una bañera de cobre.

Zac alzó tres dedos.

Ella abrió mucho los ojos; se acentuó el dorado sobre marrón oscuro. Iba a necesitar oxígeno en cuestión de segundos.

Ness: ¿Tres? ¿Dónde encontráis esas cosas?

Zac: Tenemos nuestros métodos.

Vanessa miró a Miley con un largo suspiro femenino.

Ness: Imagínate repantigada en una bañera de cobre. Suena tan romántico…

Por desgracia, él la imaginó de inmediato librándose del bonito vestido veraniego estampado con amapolas rojas sobre fondo azul e introduciéndose en una bañera de cobre.

Y eso, se recordó, no era «controlarlo».

Zac: ¿Cómo están los niños? -preguntó, y sacó la cartera-.

Ness: Genial. Hemos entrado en pleno modo vuelta-al-cole, y están emocionados. Luke finge que no y se hace el enterado porque ya empieza tercero, pero Christopher se está beneficiando de la vasta experiencia de él y Liam. Me cuesta creer que mi pequeño ya empiece el jardín de infancia.

Pensar en los niños siempre lo frenaba, lo ayudaba a deslizarla a la columna de MADRE donde no cabía imaginarla desnuda.

Ness: Ah. -Señaló el libro de Mosley antes de que Miley lo metiera en la bolsa-. Aún no he tenido ocasión de leerlo. Ya me dirás qué te parece.

Zac: Claro. Oye, pásate por el hotel algún día, a echar un vistazo.

En sus labios se dibujó una sonrisa.

Ness: Nos asomamos por las ventanas laterales.

Zac: Puedes seguir con la parte de atrás.

Ness: ¿En serio? Me encantaría, pero suponía que no querías que anduviera nadie por allí.

Zac: Por norma, pero… -Se interrumpió al oír las campanillas y ver que entraban dos parejas-. Bueno, más vale que me vaya.

Ness: Disfruta del libro -se volvió a sus clientes-. ¿Puedo ayudarles a encontrar algo?

**: Estamos haciendo una ruta por la zona -contestó uno de los hombres-. ¿Tienen algún libro sobre la batalla de Antietam?

Ness: Claro. Permítame que se los enseñe.

Se lo llevó mientras el resto del grupo empezaba a curiosear.

Zac la vio bajar el pequeño tramo de escaleras hacia lo que llamaban el anexo.

Zac: Bueno, hasta luego, Miley.

Miley: ¿Zac?

Se detuvo, con una mano en el pomo de la puerta.

Miley: ¿Los libros? ¿El café?

Le ofrecía la bolsa con una mano; el vaso, con la otra.

Zac: Ah, sí. -Rió, meneando la cabeza-. Gracias.

Miley: De nada.

Suspiró un poco al verlo salir y se preguntó si su novio alguna vez la observaba mientras se alejaba.


Vanessa cargó un cajón lleno de libros empaquetados hasta la oficina de correos para su envío. Cuando salía por la parte de atrás y cruzaba el aparcamiento de gravilla, inspiró hondo un instante al notar que una brisa auténtica le acariciaba el rostro.

Pensó si anunciarían lluvia, y confió en que así fuese. Tal vez una buena tormenta que le ahorrara tener que regar el jardín y las macetas. Si no venía acompañada de rayos, podía dejar a los niños correr un rato fuera después de cenar, que se desahogaran un poco.

Luego les daría un buen baño, porque era noche de película, y haría palomitas. Miraría la tabla, a ver a quién le tocaba elegir la película.

Había descubierto que las tablas venían muy bien para reducir las discusiones, las quejas y las riñas cuando tres niños tenían que decidir si pasaban el tiempo con Bob Esponja, los Power Rangers o la panda de Star Wars. No acababa con las discusiones, las quejas y las riñas, pero solía mantenerlas a un nivel más manejable.

Descargó los envíos y pasó unos instantes charlando con la empleada de correos. Como el tráfico de la carretera 34 era algo denso, regresó a pie a la Plaza, pulsó el botón de peatones del semáforo. Y esperó.

De cuando en cuando, se le ocurría que estaba, al menos geográficamente, donde había empezado. El resto había cambiado, se dijo, estudiando la enorme lona azul de polipropileno.

Y seguía cambiando.

Había dejado Boonsboro siendo una recién casada de diecinueve años. ¡Qué joven!, pensaba ahora. Tan llena de ilusión y confianza, tan enamorada. No le había importado mudarse a Carolina del Norte e iniciar una nueva vida con Cody como esposa de militar.

Y no se le había dado mal, decidió. Acondicionar una casa, recrear un hogar, trabajar unas horas en una librería, y volver corriendo a casa para hacer la cena. Supo que estaba embarazada unos días antes de que Cody recibiera su primer destino en Irak.

Entonces conoció el miedo, recordó mientras cruzaba hacia la pizzería Vesta. Pero lo había compensado el inocente optimismo de la juventud, y la alegría de llevar un bebé en sus entrañas, que parió en casa apenas cumplidos los veinte.

Luego Cody regresó, y se mudaron a Kansas. Estuvieron casi un año. Liam nació durante el segundo período de servicio de Cody. Al volver de nuevo, fue un buen padre para sus dos pequeños, pero la guerra le había robado su alegría natural, su risa fácil y contagiosa.

No sabía que estaba embarazada cuando lo despidió con un beso por última vez.

El mismo día que le entregaron la bandera del féretro de Cody, Christopher se movió por primera vez en su interior.

Y ahora, pensó mientras abría la puerta de cristal, estaba de vuelta en casa. Para siempre.

Había previsto su visita para después de la comida y antes de los preparativos de la cena. Algunas personas estaban sentadas alrededor de las mesas de madera oscuras y lustrosas, y una familia -no del pueblo, observó- se apiñaba en el rincón del fondo. Su bebé de pelo rizado, desparramado en los cojines rojos, profundamente dormido.

Levantó la mano para saludar a su amiga Ashley, que esparcía salsa sobre la masa detrás del mostrador de servicio. Como si estuviera en su casa, Vanessa pasó al otro lado para servirse un vaso de limonada y se lo llevó al mostrador.

Ness: Me parece que va a llover.

Ash: Eso dijiste ayer.

Ness: Hoy lo digo en serio.

Ash: Ah, bueno, siendo así… iré a por el paraguas.

Cubrió la salsa de rodajas de mozzarella, y estas de pepperoni, champiñón laminado y aceitunas negras. Con movimientos resueltos y ensayados, abrió uno de los hornos industriales que tenía a su espalda e introdujo la pizza. Sacó otra con la paleta y la troceó.

Una de las camareras salió de pronto de la zona cerrada de la cocina, canturreó un «Hola, Vanessa» y llevó la pizza y los platos a una de las mesas.

Ash: Uf.

Ness: ¿Mucho jaleo?

Ash: A tope desde las once y media hasta hace más o menos media hora.

Ness: ¿Trabajas esta noche?

Ash: Wendy ha vuelto a llamar diciendo que está enferma, así que parece que me toca doblar turno.

Ness: Enferma porque ha hecho las paces con su novio otra vez.

Ash: Yo también me pondría enferma si estuviera pirada por ese pringado. Hace unas pizzas geniales. -Cogió una botella de agua de debajo del mostrador y gesticuló con ella-. Pero seguramente tendré que despedirla. ¡Los jóvenes de hoy! -Puso en blanco sus ojos marrones-. No saben ser responsables.

Ness: No consigo recordar cómo se llamaba el chico que te hizo perder la cabeza cuando te pillaron haciendo novillos.

Ash: Lance Poffinberger… un lapsus. Y bien que lo pagué, ¿no? La fastidié una vez, solo una, y papá me tuvo castigada un mes. Lance trabaja en Canfield’s, de mecánico. -Arqueó las cejas mientras bebía un trago de agua-. Los mecánicos son muy atractivos.

Ness: ¿En serio?

Ash: Lance es la excepción que confirma la regla.

Atendió una llamada, tomó nota de un pedido, sacó la pizza del horno y la troceó para que la camarera pudiera llevar el plato aún burbujeante a la mesa.

Vanessa saboreó su limonada mientras veía trabajar a Ashley. Habían sido amigas en el instituto, cocapitanas del equipo de las animadoras. Algo competitivas, pero amigas. Luego habían perdido el contacto cuando Ashley había ido a la universidad y, al poco, Vanessa se había trasladado a Fort Bragg con Cody.

Retomaron su amistad cuando Vanessa, embarazada de Christopher y con dos críos más a cuestas, volvió al pueblo. Ashley, acababa de abrir su restaurante familiar italiano.

Ness: Zac ha pasado a verme antes.

Ash: ¡Que alguien avise a los medios!

Vanessa recibió el sarcasmo con una sonrisa de satisfacción.

Ness: Me ha dicho que puedo echar un vistazo al hotel.

Ash: ¿Sí? Deja que termine de preparar este pedido y nos vamos.

Ness: No puedo, ahora no. Tengo que recoger a los niños dentro de… -miró el reloj- una hora. Y aún me queda trabajo por hacer. ¿Mañana? ¿Quizá antes de que empiece el jaleo por aquí o en PLP?

Ash: Hecho. Vendré a las nueve para encender los hornos y demás. Podría escaparme hacia las diez.

Ness: Pues a las diez. Tengo que irme. Trabajo, recoger a los niños, preparar la cena, baños, luego noche de película.

Ash: Si quieres ahorrarte lo de la cena, tenemos unos raviolis de espinacas excelentes.

Vanessa se disponía a declinar la oferta cuando decidió que sería un buen modo de hacerles comer espinacas y de ahorrarse unos cuarenta y cinco minutos en la cocina.

Ness: Acepto. Oye, mis padres quieren que los niños se queden a dormir en su casa el sábado. ¿Qué te parece si preparo algo que no sea pizza, abro una botella de vino y organizamos una velada para mujeres adultas?

Ash: Pues no estaría mal. Incluso podríamos ponernos algo sexy y salir, e igual dar con algún hombre adulto con quien compartir la velada.

Ness: Podríamos, pero, como me voy a pasar casi todo el día en el centro comercial y los outlets camelándome a tres niños para que se prueben ropa para el cole, probablemente le pegue un tiro al primer tío que me dirija la palabra.

Ash: Nada, noche de chicas.

Ness: Perfecto.

Ashley empaquetó ella misma la comida y la anotó en la cuenta de Vanessa.

Ness: Gracias. Te veo mañana.

Ash: Vanessa -la llamó cuando iba hacia la puerta-, el sábado llevaré otra botella, algo dulce para el postre. Y el pijama.

Ness: Aún mejor. ¿Quién necesita un hombre teniendo una amiga del alma?

Vanessa rió y Ashley sacudió el aire con una mano.

Al salir, casi se empotró en Alex.

Ness: Dos de tres. He visto a Zac hace un rato. Ya solo me falta David para el hat trick.

Alex: Voy a casa de mamá. David y Zac están en el taller. Si quieres te llevo -le propuso con una sonrisa-. Acabo de comprar comida; mamá dice que hace demasiado calor para cocinar.

Vanessa levantó su bolsa.

Ness: Opino lo mismo. Salúdala de mi parte.

Alex: Eso haré. Qué guapa te veo, Ness. ¿Te apetece ir a bailar?

Ella le devolvió la sonrisa mientras pulsaba el botón del semáforo.

Ness: Claro. Pasa a buscarnos a mí y a los niños a las ocho.

Por fortuna, pudo cruzar enseguida, y se despidió con la mano. Trató de recordar la última vez que un hombre le había propuesto en serio ir a bailar.

No lo consiguió.


El taller de los Efron era grande como una casa y estaba diseñado para parecerlo. Ostentaba un largo porche cubierto, a menudo atestado de proyectos en distintas fases, como un par de maltrechas sillas Adirondack que llevaban dos años esperando -y los que les quedaban- una reparación y una mano de pintura.

Puertas, ventanas, un par de lavabos, cajas de baldosas, tablillas, contrachapados y artículos varios y diversos salvados o sobrantes de trabajos anteriores, mezclados entre sí en la parte trasera que habían añadido cuando se habían quedado sin espacio.

Como el revoltijo lo volvía loco, David lo organizaba cada pocos meses, luego Alex o Zac llevaban allí cualquier otra cosa más y la tiraban donde fuera.

Sabía de sobra que lo hacían a propósito.

En la zona principal había utensilios, bancos de trabajo, estantes de suministros, un par de inmensos cajones de herramientas con ruedas, pilas de madera, viejos frascos de cristal y latas de café (etiquetados por David) con tornillos, clavos, pernos.

Allí, aunque jamás satisfarían del todo las exigencias de David, los hermanos mantenían al menos cierto orden.

Trabajaban bien juntos, con música de un estéreo reciclado de la casa familiar por el que atronaba el rock, un par de ventiladores de pie que removían el calor, la sierra de obra zumbando cada vez que Zac pasaba una pieza de nogal por la cuchilla.

Le gustaba tocar la madera, disfrutaba de su tacto, de su olor. El labrador mezcla de su madre, Cus -abreviatura de Atticus- se hallaba tendido bajo la sierra de obra, todo lo grande que era, durmiendo la siesta. Finch, su hermano, dejaba caer una pelotita de juguete a los pies de Zac cada diez segundos.

Bobo estaba tumbado sobre un montón de serrín.

Cuando Zac apagó la sierra, miró los ojos entusiasmadísimos de Finch.

Zac: ¿Acaso te parece que estoy en modo juego?

Finch volvió a coger la pelotita con la boca y la dejó junto a la bota de Zac. Aun a sabiendas de que no hacía sino propiciar una rutina interminable, cogió la pelota y la lanzó por la puerta abierta del taller.

Presa de un gozo incontrolable, Finch la persiguió.

Alex: ¿Te la meneas con esa mano?

Zac se limpió las babas del perro en los vaqueros.

Zac: Soy ambidiestro.

Cogió el siguiente segmento de castaño que Alex ya había medido y marcado. Y Finch volvió a atacar con la pelota, dejándola caer a sus pies.

Continúan con el proceso: Alex medía y marcaba, Zac cortaba, David unía las piezas con cola de carpintero y las fijaba con abrazaderas según los diseños de las fichas clavadas con chinchetas a unas láminas de contrachapado.

Una de las dos librerías que flanquearían la chimenea de la Biblioteca esperaba el lijado, el barnizado y las puertas del armario inferior. Concluido el segundo paso y el remate de la chimenea, seguramente le asignarían a David el trabajo delicado.

Todos tenían aptitudes para hacerlo, pensó Zac, pero nadie iba a negar que David era el más meticuloso de los tres.

Apagó la sierra, le lanzó la pelota al loco de Finch y observó que se había hecho de noche. Cus se alzó bostezando, se estiró y se frotó un poco en la pierna de Zac antes de perderse por ahí.

Hora de parar, decidió Zac, y sacó tres cervezas del viejo frigorífico del taller.

Zac: Son las birra y media -anunció, y acercó unos botellines a sus hermanos-.

Alex: Oído.

Le dio una patada a la pelota que el perro había tirado a sus pies y la lanzó por la ventana con la misma precisión con que solía colar por entre los postes el balón de fútbol en el instituto.

Con un brinco a la carrera, Finch fue tras ella. Se oyó un estruendo en el porche.

Zac: ¿Habéis visto eso? -espetó por encima de las risas de sus hermanos-. Ese perro está loco.

Alex: Menudo salto -se humedeció el pulgar y acarició el canto de la estantería-. Una madera preciosa. El nogal ha sido una buena elección, Zac.

Zac: Quedará fenomenal con el suelo. El sofá tendrá que ser de piel -decidió-. Oscura pero intensa, con las sillas de piel más clara para que contrasten.

Alex: Sí, sí, vale. Las luces del techo que encargó mamá han llegado hoy -dio un trago a su cerveza-.

David sacó su móvil para tomar notas.

David: ¿Las has inspeccionado?

Alex: Anduve algo liado.

David hizo otra anotación.

David: ¿Has marcado las cajas? ¿Las has almacenado?

Alex: Sí, sí. Están marcadas y en el almacén de Vesta. Las del salón, los plafones y los apliques, también han llegado hoy. Lo mismo.

David: Necesito los albaranes.

Alex: Están in situ, Nancy.

David: Hay que llevar al día el papeleo, Jethro.

Finch volvió a entrar trotando y soltó la pelota, agitando la cola con contundencia.

Zac: A ver si lo hace otra vez.

Complaciente, Alex lanzó la pelota por la ventana de un puntapié. Finch fue tras ella. Se oyó un estruendo. Intrigado, Bobo se aproximó y apoyó las pezuñas en el alféizar. Al poco, intentó salir por la ventana.

David: Tengo que comprarme un perro -sorbió su birra mientras veían a Bobo agitar las patas traseras y revolverse-. Me lo compro en cuanto acabemos este trabajo.

Cerraron el taller y, llevándose la cerveza fuera, pasaron otros quince minutos hablando de trabajo y lanzándole la pelota al infatigable Finch.

Chicharras y luciérnagas llenaban de luz y sonido la franja de césped y el bosque colindante. De vez en cuando, un búho reunía fuerzas para ulular melancólico. A Zac le recordaba otras noches estivales bochornosas en que los tres hermanos corrían por ahí tan incansables como Finch. Las luces de la casa de la loma encendidas, como ahora.

Cuando las luces se encendían y apagaban, una y otra vez, era hora de entrar, y siempre parecía demasiado pronto.

Pensaba en su madre -y lo inquietaba-, sola ahí arriba, en la gran casa alojada en el bosque. A la muerte de su padre -lo que supuso un duro golpe-, los tres habían vuelto al hogar. Hasta que ella los había echado a patadas un par de meses después.

Aun así, durante un año, al menos uno de ellos había encontrado siempre alguna excusa para pasar la noche allí una vez a la semana como mínimo. Pero lo cierto era que lo llevaba bien. Tenía su trabajo, a su hermana, sus amigas, sus perros. July Efron no andaba como alma en pena por la enorme vivienda. Vivía en ella.

Alex señaló la casa con la cabeza donde aún brillaban las luces del porche y la cocina -por si volvían- y la del despacho de su madre.

Alex: Está levantada, peinando internet en busca de más material.

Zac: Se le da bien. Y si no fuera porque ella le dedica tiempo y tiene un ojo estupendo, nos tocaría hacerlo a nosotros.

Alex: Tú lo haces de todos modos, don Oscuro pero Intenso para que Contraste.

Zac: Forma parte de la labor de diseño, hermano.

David: Por cierto, todavía faltan las luces de seguridad y los rótulos de salida.

Zac: Estoy en ello. Los que he visto son feos -se metió las manos en los bolsillos y reforzó su argumento-. Encontraré algo que se adapte. Yo me marcho ya. Mañana estaré aquí casi todo el día -le dijo a Alex-.

Alex: Tráete el cinturón de herramientas.


Condujo de vuelta a casa con el viento soplando a través de las ventanillas de la camioneta. La emisora que llevaba puesta le recordó sus días de instituto con los Goo Goo Dolls, y pensó en Vanessa.

Tomó el camino largo, el de la circunvalación. Porque le apetecía conducir, se convenció, no porque esa ruta pasara por delante de la casa de Vanessa.

No era un acosador.

Redujo un poco la velocidad para observar la casita ubicada en el extremo del pueblo, y vio que, al igual que en la casa de su familia, en la de Vanessa estaban encendidas las luces de la cocina, y las del porche y el salón también, se percató.

No se le ocurría ninguna excusa para visitarla, aunque tampoco lo habría hecho, pero…

La imaginó relajándose después de un día ajetreado, quizá leyendo un libro, viendo un rato la tele. Disfrutando de un poco de paz después de acostar a los niños.

Podía llamar a la puerta. Hola, andaba por aquí y he visto que tenías las luces encendidas. Tengo las herramientas en la camioneta, si necesitas que te arregle algo.

Dios.

Siguió conduciendo. En toda su historia con el género femenino, Vanessa Hudgens era la única de su especie que lo aturdía y lo confundía.

Se le daban bien las mujeres, pensó. Quizá porque le gustaban -le gustaba su aspecto, su voz, su olor-, así como la forma extraña en que funcionaba su mente. Desde el bebé hasta la abuelita centenaria, le encantaban las mujeres por cómo y qué eran.

Nunca se había aturullado con una mujer, salvo con Vanessa. Ni le había costado saber qué decir o se había arrepentido de lo dicho. Salvo con Vanessa. Nunca nadie lo había puesto tanto sin haber dado al menos un primer paso. Salvo en el caso de Vanessa.

De verdad, le vendría mejor alguien como la hermana de Drew. Una mujer que lo atrajera, a la que le gustara coquetear y que no le hiciera pensar o querer demasiado.

Era hora de quitarse a Vanessa y sus pequeños de la cabeza, de una vez por todas. Entró en el aparcamiento de detrás de su edificio y miró las ventanas oscuras. Debía subir, trabajar un poco, luego acostarse pronto y recuperar algo de sueño.

En cambio, cruzó la calle. Solo daría una vuelta, le echaría un ojo a lo que Alex, su equipo y los obreros habían terminado ese día. No le apetecía estar solo, reconoció, y la actual residente del hotel era mejor que nada.


En casa de Vanessa, los Power Rangers luchaban contra las fuerzas del mal. Explotaban bombas; los Rangers volaban, daban saltos mortales, rodaban por el suelo y atacaban. Vanessa había visto aquel DVD y muchísimos otros de la serie tantas veces que podía señalar los golpes con los ojos cerrados.

Eso le permitía fingirse atrapada por la acción al tiempo que repasaba mentalmente su lista de quehaceres. Liam estaba tumbado con la cabeza en su regazo. Al echarle un vistazo, vio que tenía los ojos abiertos, pero vidriosos.

No tardaría en caer.

Luke estaba tirado en el suelo, con un Ranger rojo en la mano. Por lo quieto que estaba, supo que se había quedado dormido. Christopher, en cambio, su pequeña lechuza, se hallaba sentado a su lado, tan alerta y fascinado por la película como la primera vez que la había visto.

Podría -y lo haría- seguir despierto y acelerado hasta medianoche si lo dejara. Sabía de sobra que, cuando terminara la película, le rogaría que pusiera otra.

Quería pagar sus recibos particulares, terminar de doblar la colada y, de paso, poner otra lavadora de toallas. Quería empezar a leer el libro que se había llevado a casa, no solo por placer, aunque también, sino porque consideraba la lectura parte esencial de su trabajo.

Tras repasar mentalmente aquella lista de las cosas que quería hacer, se dio cuenta de que sería ella la que se quedara en pie hasta medianoche.

Culpa suya, se dijo, por dejarse convencer por los niños para ver doble sesión.

No obstante, a ellos les hacía mucha ilusión, y ella disfrutaba pasando la noche acurrucada en el sofá con tus tres hombrecitos.

La colada siempre estaría ahí, pensó, pero a sus niños no siempre los ilusionaría pasar la noche en casa viendo una película con mamá.

Como ya imaginaba, en cuanto el bien venció al mal, Christopher la miró suplicante con sus grandes ojos azules. Qué curioso, pensó, que fuera el único que había heredado el color de ojos de Cody, y que la genética lo hubiera mezclado con el pelo negro de ella.

Chris: ¡Por favor, mamá! No estoy cansado.

Ness: Dos has visto, tres vas listo.

Al son del pareado, le pellizcó la nariz.

Su hermoso rostro de nariz chata sembrado de pecas se frunció en un gesto de absoluta tristeza.

Chris: ¡Por favor! Solo un capítulo más.

Parecía un mendigo suplicando una corteza de pan duro.

Ness: Ya hace rato que deberías estar en la cama, Christopher -levantó un dedo silenciador cuando se disponía a abrir la boca-. Y como se te ocurra protestar otra vez, me lo apunto para la próxima noche de cine. Anda, levántate y ve a hacer pis.

Chris: No tengo pis.

Ness: Pues ve de todas formas.

Salió arrastrando los pies, como el reo camino de la horca, mientras Vanessa se ocupaba de Liam. Lo cogió en brazos, la cabeza apoyada en su hombro, el cuerpo lánguido.

El pelo, pensó, esa mata ondulada de un castaño dorado que a ella le encantaba, le olía a champú. Se dirigió a la escalera, subió y entró en el baño donde Christopher, el que no tenía pis, vaciaba la vejiga canturreando.

Ness: No bajes la tapa ni tires de la cadena.

Chris: Tengo que hacerlo. Siempre me lo dices.

Ness: Sí, pero Liam también tiene que hacer. Anda, métete en la cama, cielo. Enseguida voy.

Con la destreza que concede la experiencia, Vanessa puso en pie a Liam, lo sostuvo derecho con una mano y le bajó el pantalón del pijama con la otra.

Ness: Haz pis, hombretón.

Liam se balanceó y, cuando apuntó, Vanessa tuvo que guiarle la mano para no tener que limpiar las paredes después.

Volvió a subirle los pantalones, y lo habría acompañado a la cama, pero el niño se volvió y le tendió los brazos.

Lo llevó al dormitorio -el que debía haber sido el de matrimonio-, y lo tumbó en la cama de debajo de una de las dos literas. Christopher estaba en la otra, hecho un ovillo con su transformer Optimus Prime de trapo.

Ness: Ahora mismo vengo -le susurró-. Voy por Luke.

Repitió la rutina con Luke, hasta llegar al baño. Había decidido últimamente que mamá era una chica, y las chicas no entraban en el baño cuando uno hacía pis.

Vanessa se aseguró de que estaba lo bastante despierto como para tenerse en pie, luego salió. Hizo una pequeña mueca al oír que la tapa del váter caía de golpe, y esperó a que Luke tirara de la cadena.

El pequeño salió despacio.

Luke: Hay sapos azules en el coche.

Ness: Mmm. -Consciente de que su pequeño soñaba a menudo y muy vivamente, lo acompañó a la cama-. Me gusta el azul. Anda, sube.

Luke: El rojo conduce.

Ness: Será el mayor -Lo besó en la mejilla -se había vuelto a dormir-, se acercó para besar a Liam, luego se volvió y se agachó junto a Christopher-. Cierra los ojos.

Chris: No estoy cansado.

Ness: Ciérralos de todas formas. A lo mejor te topas con Luke y sus sapos azules. El rojo conduce.

Chris: ¿Hay perros?

Ness: Los habrá si así lo quieres. Buenas noches.

Chris: Buenas noches. ¿Podemos tener un perro?

Ness: ¿Por qué no te conformas con soñar con él de momento?

Echó un último vistazo a sus niños, a su mundo, que dormía bajo el resplandor de la lucecita de noche de Spiderman.

Acto seguido, bajó a emprender los quehaceres de su lista mental.

Poco después de la medianoche se quedó dormida con el libro entre las manos y la luz encendida. Soñó con los sapos azules y su chófer rojo, perros púrpura y verde. Curiosamente, al despertar lo justo para apagar la luz, reparó en Zac Efron sonriéndole mientras bajaba la escalera de la librería.




¡Gracias por leer y por los comentarios!

Lau, me ha hecho mucha ilusión leer tu comentario. Me alegro de que estés por aquí de nuevo 😊
Espero que disfrutes de las novelas.

Siempre que pueda, seguiré poniendo novelas adaptadas. También quiero retomar la mía propia que empecé a escribir hace años. Así que las que quieran, son bienvenidas a leer mi otro blog.


3 comentarios:

Maria jose dijo...

esta novela me gusta mucho
es divertida y se viene un gran amor entre ellos
ya quiero seguir leyendo
sube pronto
saludos!!!

Caromi dijo...

Aww pobre Zac, tantos años enamorado y no se atreve a decirle
y tambien pobre Ness, apañarse con 3 niños pequeños y sola, ha de ser un trabajo pesado
Espero que estos se digan pronto que es lo que sienten xD
Pública pronto porfis

Lu dijo...

Me encanta la novela!
Me da pena Zac que no se anima decirle a Ness lo que siente por ella...

Sube pronto :)

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