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miércoles, 3 de abril de 2019

Capítulo 7


Zac podía oír los latidos de su propio corazón, podía sentir la sangre fluyendo por sus venas. Bajo aquella débil luz y vestida con un jersey ancho y los pantalones de pana, Ness parecía enigmática e impasiblemente erótica. Tenía el pelo revuelto por el viaje y por sus manos inquietas. Zac imaginaba, con demasiada nitidez, lo que sería poder acariciar su cabello. Lo que sería liberarla de todas aquellas capas de ropa y encontrar su cuerpo cálido y esbelto debajo. Tomó una gran bocanada de aire e intentó pensar con claridad.

Zac: Ness... -se acarició la barbilla sin afeitar-. Estoy intentando pensar como un hombre al que tú comprenderías, como un hombre de tu tiempo. Pero me parece que no estoy haciendo un buen trabajo.

Ness: Preferiría que pensaras como tú mismo.

Quería mostrarse tranquila y confiada. Aquella era una decisión que le había costado años tomar. Estaba segura. Pero todavía había nervios, excitación y unas dudas muy arraigadas sobre sus propias capacidades como mujer.

Ness: El tiempo no lo cambia todo, Zachary.

Zac: No.

Estaba seguro de que los hombres habían sentido aquella tensión desde los primeros tiempos. Pero cuando miraba a Ness, temía que lo que estaba sintiendo fuera algo más complicado que la simple atracción física. Tenía la garganta seca y las manos empapadas en sudor. Y cuanto más intentaba pensar racionalmente, menos claros eran sus pensamientos.

Zac: Quizá deberíamos hablar sobre ello.

Ness resistió la necesidad de clavar la mirada en el suelo.

Ness: ¿No me deseas?

Zac: Me he imaginado haciendo el amor contigo docenas de veces.

Ness sintió la emoción y el miedo bajando en forma de escalofrío por su espalda.

Ness: Y cuando lo imaginabas, ¿dónde estábamos?

Zac: Aquí. O en el bosque. O a miles de kilómetros en el espacio. Hay un estanque cerca de mi casa, con agua limpia y cristalina, y un arriate de flores que plantó mi padre. Te he imaginado allí conmigo.

A Ness le dolía, y mucho, saber que él volvería a aquel estanque, a un lugar al que ella nunca podría seguirlo. Pero podrían unirse en ese momento. El presente era lo único que importaba. Lo único que dejaría que importara. Cruzó hasta él, sabiendo que ambos necesitaban que fuera ella la que diera el primer paso.

Ness: Este es un buen lugar para empezar -levantó la mano hasta su mejilla-. Bésame, Zachary.

¿Cómo podía resistirse? Zac estaba seguro de que ningún hombre habría podido. Sus ojos eran enormes, oscuros, y lo miraba con los labios entreabiertos. Expectantes. Lentamente, Zac se inclinó hacia ella y los rozó vacilante. El suspiro suave y anhelante de Ness llenó su boca. Y entonces se apoderó de él una necesidad salvaje, urgente. Estremecido por su intensidad, posó las manos en sus hombros para intentar apartarla.

Zac: Ness…

Ness: No me hagas seducirte -musitó-. No sé cómo hacerlo.

Con una risa estrangulada, la estrechó contra él y enterró el rostro en su pelo.

Zac: Demasiado tarde. Ya lo has hecho.

Ness: ¿De verdad?

Lo rodeó con los brazos y lo sostuvo con fuerza frente a ella, al tiempo que se decía que cuando llegara el momento, lo liberaría sin ningún arrepentimiento.

Zac le mordisqueó el lóbulo de la oreja, haciéndola estremecerse.

Ness: Ahora no sé lo que tengo que hacer.

Zac la levantó en brazos.

Zac: Disfruta -le dijo antes de dirigirse hacia las escaleras-.

Quería acostarse con Ness en la cama en la que tantas veces había soñado con ella. Bajo la pálida luz de la luna que se elevaba en el cielo, la posó suavemente sobre la colcha. Le daría todo lo que pudiera. Todo lo que Ness quisiera tomar. Él conocía ya las graduaciones, las profundidades, los diferentes estratos del placer. Pronto, muy pronto, también los conocería ella.

La desnudó lentamente, alargando el proceso para su propio disfrute y por el mero gozo de hacerlo. Cada centímetro de piel que descubría lo deleitaba, los tobillos delgados, las pantorrillas deliciosamente lisas, los hombros redondeados. Observaba sus ojos abrirse y nublarse cuando la tocaba, cuando deslizaba las manos por su cuerpo e indagaba con sus dedos.

Le tomó la mano, se la llevó a la boca y la saboreó.

Zac: Te he visto así -musitó-. Incluso cuando he intentado no hacerlo.

Ness había imaginado que se sentiría torpe, incluso ridícula. Permanecía desnuda, bañada por la luz de la luna, y le bastaba que Zac la mirara para sentirse bella.

Zac: Quería estar aquí contigo, a pesar de lo mucho que he intentado no hacerlo.

Ness sonreía mientras alzaba las manos para comenzar a desnudarlo.

Zac estaba decidido a ser paciente, cuidadoso, y muy, muy delicado. Zac conocía, y comprendía que ella no, cientos de caminos para alcanzar la plenitud del placer. Aquella vez, la primera vez para Ness, sería muy dulce.

Pero de pronto, las manos indefensas de Ness encendieron la sangre que corría por sus venas. La seducción, cuando no estaba previamente planeada, era un potente afrodisíaco. Zac cubrió sus manos con la suya y ahogó un gemido.

Ness apretó los dedos bajo su mano, y su cuerpo se tensó.

Ness: ¿Estoy haciendo algo mal?

Zac: No -dejó escapar un suspiro y una risa rápida y se obligó a relajarse-. Quizá demasiado bien -a toda velocidad, le quitó el resto de la ropa-. Recuérdame que te pida más tarde que me desnudes. -Le apartó el pelo de la cara y comenzó a besarla-. Es la primera vez que tengo cosas que enseñarte, lugares a los que llevarte -le mordisqueó ligeramente la barbilla-. Confía en mí.

Ness: Lo estoy haciendo.

Pero ya estaba temblando. El roce de su cuerpo contra el suyo, calor contra calor, era como un sueño extraño y excitante. Deslizó las manos sobre ella, como un suave susurro, con la agilidad de un violinista. Ness sintió crecer un intenso calor que se extendió desde el centro de su vientre hasta las yemas de sus dedos antes de que pudiera hacer otra cosa que abrazarlo. Se derretía en su beso, en su larga y lujuriosa profundidad. Entonces, los dedos sabios de Zac encontraron un pulso, un latido que palpitaba bajo su piel, cerca de la base de su columna vertebral, y Ness sintió que todo comenzaba a dar vueltas.

Zac amortiguó el grito de Ness con sus labios mientras ella se arqueaba, sintiéndose fluir como el agua bajo él. Casi experimentalmente, Zac repitió su precisa caricia, sintiendo cómo su propio cuerpo vibraba por el placer de Ness.

Zac: Increíble -musitó, antes de que Ness volviera a buscar sus labios-.

Su respuesta hacía palpitar la sangre de Zac. Ness era como una mecha, y él todavía sostenía la cerilla que podía encenderla. Sabía que si se hundía en ella en aquel instante, sería bienvenido, pero no olvidaba que el deseo era solo la raíz de la flor. Y él quería entregarle a Ness la flor.

Indagando en sus profundidades, encontró el control que necesitaba para prolongar la pasión y no dejarse dominar por ella. Ness le parecía tan frágil en aquel momento. Su sabor, su fragancia, los fluidos movimientos de su cuerpo. La veía tan pálida y hermosa como los rayos de luna que bañaban la habitación. Con los labios contra su cuello, sentía latir su pulso como un eco intenso del suyo.

Ninguna de las fantasías que se había permitido, ninguna mujer con las que hasta entonces había disfrutado, había sido tan gloriosa como la mujer que estaba en aquel momento con él. Entrelazó los dedos con los suyos, comprendiendo que jamás encontraría las palabras para explicar lo que aquella noche significaría para él. Pero podía demostrárselo a ella. Y se lo demostraría.

En un momento estaba flotando y al siguiente se sentía corriendo a toda velocidad. Y después volando. Con Zac el amor era como una miríada de sabores y texturas, una tormenta de sensaciones, una sinfonía de sonidos. Sus manos eran casi insoportablemente delicadas, en excitante contraste con el roce de su rostro contra su piel. Mientras se permitía la libertad de tocarlo, de acariciarlo, Ness descubrió que el cuerpo de Zac estaba tenso como un cable y que temblaban sus músculos.

Ness quería pensar, analizar cada momento pero solo era capaz de experimentar.

Suave, tan increíblemente suave... casi temía que fuera una ilusión. Sus caricias, las palabras que murmuraba, el resplandor que la rodeaba. Pero después estaba aquel calor, tan increíblemente real.

Zac la levantó para que se arrodillara junto a él en el centro de la cama y la abrazó con fuerza. Poco a poco iban apareciendo destellos de su urgencia... Una caricia brusca, una respiración agitada. El contacto de un dedo, la presión de su pulso contra el suyo y ya la tenía jadeando, con la cabeza hacia atrás y el cuerpo arqueado hacia él. Zac gimió y estrechó su boca hambrienta contra su cuello.

Ness clavaba las uñas en su piel. E incluso eso excitaba a Zac. Había pasión, más salvaje y libre de lo que nunca había imaginado. Ness se había abierto a él, solo a él. Y a Zac lo enloquecía saber que le daría lo que no le había entregado a nadie más.

Pero tenía que ser delicado. Obligándose a contenerse, convirtió su posesivo abrazo en una delicada caricia. Cuando bajó la boca hasta su seno, de ambos escapó un suspiro de alivio. Utilizó la lengua para excitarla, los dientes para atormentarla. Podía sentir la vibración de su piel bajo sus manos y sus labios.

Ness era pequeña, delicada. Aquello lo ayudaba a sacar a la luz aquella ternura que quería mostrarle. Pero cuando la invitó a tumbarse en la cama encontró fuerza y apremio en las manos que presionaba contra él.

Tanto tiempo. Aquella idea asomaba y desaparecía de su mente mientras Zac hacía todas aquellas cosas para ella, por ella, cosas que jamás había imaginado. Había esperado aquello durante tanto tiempo. Para él. Su respuesta llegó libre y plenamente. Su forma de hacer el amor era completamente instintiva. No tenía forma alguna de saber, mientras giraba en aquel mundo que Zac había abierto para ella, lo que estaba provocando en él.

Zac era un hombre experimentado, y utilizaba sus habilidades para llevarla más allá de los primeros fogonazos de placer del aterciopelado espacio reservado para los amantes. Ness era virgen, pero se entregaba con confianza y naturalidad. Se hundió en ella. Y ella se cerró a su alrededor.

Era la fusión de dos cuerpos, de dos corazones. Y del tiempo.


Nubes. Oscuras y ribeteadas de plata. Ness estaba flotando en una de ellas. Y quería continuar rodando a la deriva sobre ella eternamente. Sus brazos habían resbalado del cuerpo de Zac mientras continuaba tumbada en medio de aquel revoltijo de sábanas. No encontraba las fuerzas suficientes para alzar los brazos hacia él. Ni siquiera encontraba la voz. Quería decirle que no se moviera. Que no se moviera nunca. Con los ojos cerrados y su cuerpo encajado tan perfectamente contra el suyo, contaba cada uno de los latidos del corazón de Zac.

Seda. Su piel era como la seda fragante y caliente. Estaba seguro de que jamás podría saciarse de ella. Con su rostro enredado en su pelo, sentía que su cuerpo regresaba a la tierra como una pluma empujada por la brisa. ¿Cómo podía decirle que nadie se había movido nunca como se movía ella? ¿Cómo podía explicarle que en ese momento se sentía más en su hogar de lo que se había sentido nunca en su propio mundo, o en el cielo que tanto amaba? ¿Y cómo podía admitir que había encontrado su pareja en un lugar, en un tiempo, en el que él era un extraño?

No podía pensar en ello. Zac volvió a posar los labios en su cuello. Mientras fuera posible, viviría plenamente cada minuto.

Zac: Eres tan adorable.

Se incorporó sobre un codo para poder ver su rostro, para apreciar su blancura bajo la luz de la luna. Estaba ligeramente sonrojada tras haber hecho el amor y en sus ojos brillaban los últimos rescoldos de la pasión.

Zac: Todavía está caliente tu piel -comenzó a mordisquearla, como si fuera un manjar al que no pudiera resistirse-.

Ness: Creo que no volveré a estar fría jamás, en mi vida -un deseo renovado comenzaba a cosquillear en su interior-. Zachary -un ligero estremecimiento agitó su respiración-. Me haces sentirme...

Zac: ¿Cómo? -dibujó con la lengua sus labios entreabiertos-. Dime cómo te hago sentirte.

Ness: Mágica -se aferró con fuerza a las sábanas-. Impotente. Fuerte -se agarró a sus brazos, mecida por una oleada de nuevas sensaciones-. No sé.

Zac: Voy a hacer el amor contigo otra vez, Ness -acarició sus labios con un tórrido beso que los dejó a ambos sin respiración-. Una y otra vez. Y cada vez que lo haga, será diferente...

Crecía una intensa fuerza en su interior. Podría haberse asustado si no hubiera sentido que era idéntica a la que crecía dentro de ella. Mantuvo los ojos abiertos, fijos en los de Zac, mientras elevaba los brazos y se alzaba para encontrarse con él.

Con los brazos entrelazados, permanecieron juntos durante las profundidades de la noche, escuchando el susurro del viento entre los árboles. Zac tenía razón, pensó Ness. Cada vez era diferente, excitantemente diferente, pero igualmente hermoso. Ness podría, esperaba, vivir durante toda su vida con los recuerdos de aquella noche.

Zac: ¿Estás dormida?

Ness se acurrucó contra la curva de su hombro.

Ness: No.

Zac: Me gustaría despertarte -deslizó la mano para posarla sobre su seno-. De hecho, estoy seguro de que me encantaría -colocó la pierna entre sus muslos-. ¿Ness? Nos hemos olvidado de algo.

Ness: ¿De qué?

Zac: De la comida.

Ness bostezó contra el hombro de Zac.

Ness: ¿Tienes hambre? ¿Ahora?

Zac: Tengo que recuperar mis fuerzas.

Una rápida y pícara sonrisa curvó los labios de Ness.

Ness: Hasta ahora lo has estado haciendo bastante bien.

Zac: ¿Bastante bien? -Ness se echó a reír y Zac la colocó inmediatamente sobre él-. Pero todavía no he terminado. ¿Por qué no me preparas un sándwich mientras yo te miro?

Ness dibujó perezosamente los músculos de su pecho con el dedo índice.

Ness: Así que el machismo ha sobrevivido al siglo veinte...

Zac: Esta mañana te he preparado yo el desayuno.

Ness se acordó entonces de la bolsita de plata.

Ness: Más o menos.

¿Aquello había ocurrido esa misma mañana? ¿Podía una vida cambiar de forma tan irrevocable en solo unas horas? La suya lo había hecho. Y la asombraba sentir solamente gratitud cuando debería estar aterrada.

Ness: De acuerdo -comenzó a levantarse, pero Zac la sujetó por las muñecas-.

Zac: Lo primero es lo primero -musitó, y volvió a remontarla hasta las cumbres más placenteras-.

Minutos después, Ness se ponía una bata, preguntándose si su mente sería capaz de ocuparse de una tarea tan simple como colocar un poco de embutido entre dos rebanadas de pan. Zac la había vaciado y la había llenado, la había excitado y la había relajado, hasta convertir sus piernas en agua y su mente en gelatina.

Zac encendió la lámpara de la mesilla de noche y se levantó, imperturbablemente desnudo.

Zac: ¿Podré comer unas galletas además del sándwich?

Ness: Probablemente.

No quería mirarlo fijamente... Sí, claro que quería. Aunque sabía que era una tontería, se sonrojó mientras bajaba la mirada hacia los dedos que con torpeza intentaban anudar el cinturón de la bata. Cuando advirtió que Zac se dirigía hacia la puerta, alzó la mirada rápidamente.

Ness: No irás a bajar así.

Zac: ¿Cómo?

Ness: Sin... Tienes que ponerte algo.

Zac apoyó una mano en el marco de la puerta y sonrió de oreja a oreja. Le encantaba verla sonrojarse.

Zac: ¿Por qué? A estas alturas, ya deberías saber cómo soy.

Ness: Esa no es la cuestión.

Zac: ¿Entonces cuál es la cuestión?

Renunciando a contestar, Ness señaló un montón de ropa.

Ness: Ponte algo.

Zac: De acuerdo. Me pondré un jersey.

Ness: Muy gracioso, Efron.

Zac: Eres muy tímida.

Un destello iluminó su mirada, un destello que Ness reconocía ya perfectamente. En cuanto Zac dio el primer paso hacia ella, Ness tomó unos vaqueros y se los arrojó.

Ness: Si quieres que te prepare un sándwich, tendrás que cubrir parte de tus... atributos.

Sin dejar de sonreír, Zac se puso los vaqueros. De esa forma, Ness tendría que quitárselos después. Disfrutando con aquella idea, la siguió al piso de abajo.

Ness: ¿Por qué no llenas la tetera? -le sugirió mientras abría el frigorífico-.

Zac: ¿De qué?

Ness: De agua -respondió con un suspiro-. De agua solamente. Ponla en ese quemador de la cocina y gira el mando que está debajo -sacó un paquete de jamón, un poco de queso y un bote de tomate casero-. ¿Mostaza?

Zac: ¿Humm? -estaba estudiando atentamente la cocina-. Claro.

La gente de aquella época tenía que ser muy paciente, decidió mientras observaba la placa eléctrica calentándose lentamente. Pero tenía sus ventajas. La cocina de Ness era muy diferente de los paquetes de comida rápida a los que él estaba acostumbrado. Después estaba la disposición de la casa. Aunque Zac siempre había adorado la casa en la que había crecido y la consideraba mucho más acogedora y confortable que los camarotes de la nave, le gustaba sentir el tacto de la madera auténtica bajo los pies y el olor de la leña en la chimenea cuando Ness encendía el fuego en la habitación principal.

Y después estaba la propia Ness. Zac no estaba seguro de si era apropiado considerarla a ella una ventaja. Ness era distinta, única, y todo lo que siempre había deseado en una mujer. Abrió la boca un instante antes de que el quemador, ya al rojo vivo, le quemara el dedo. Saltó hacia atrás con un grito.

Ness: ¿Qué ha pasado?

Zac se la quedó mirando fijamente. Tenía el pelo revuelto alrededor de su rostro y los ojos cansados por la falta de sueño. La bata parecía habérsela tragado.

Zac: Nada -consiguió decir, sobrecogido por una emoción que esperaba fuera solo deseo-. Me he quemado el dedo.

Ness: No juegues con la cocina -le advirtió, y se volvió para continuar preparando los sándwiches-.

¿Todo lo que quería en una mujer? Eso era imposible. Él ni siquiera sabía lo que quería de una mujer y estaba muy lejos de haberlo decidido. O al menos lo había estado.

Aquella idea le produjo un miedo mortal. Eso, y la incómoda sospecha de que su mente había decidido por él desde el momento en el que había abierto los ojos y la había visto dormitando en la silla. Pero era ridículo. Porque entonces ni siquiera la conocía.

Pero había tenido oportunidad de hacerlo durante aquellos días.

No podía estar enamorado de ella. La observó echarse el pelo hacia atrás con un rápido movimiento de la mano y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. La atracción, aunque quizá fuera excesiva, le resultaba aceptable. No era posible que estuviera enamorado. Podía estar con ella, hacer el amor con ella, reír con ella. Podía apreciarla, encontrarla fascinante, excitante... Pero el amor no era una opción posible.

El amor, en aquel lugar y en aquel momento, significaba cosas que ellos no podrían tener juntos. Una casa, una familia. Años.

Cuando la tetera comenzó a sonar, dejó escapar un largo suspiro. Lo que pasaba era que estaba exagerando la situación. Ness era especial para él, siempre lo sería. Los días que había pasado con ella serían para siempre una preciosa parte de su vida. Pero era esencial para él que recordara, por el bien de ambos, que la vida comenzaba doscientos años después, cuando Ness ya no existía.

Ness: ¿Te ocurre algo?

Zac la miró y la descubrió sosteniendo un plato en cada mano, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como hacía siempre que estaba intentando encontrar la solución a un problema.

Zac: No -sonrió y le quitó los platos de la mano-. Solo estaba pensando.

Ness: Come, Efron -le palmeó cariñosamente la mejilla-, te encontrarás mejor.

Zac estaba deseando creer que la solución podría ser tan simple, de modo que se sentó y comenzó a comer mientras Ness le servía el té.

Parecía tan natural, pensó Ness, que compartieran un té y unos sándwiches en medio de la noche. Ellos dos solos, sentados en aquella acogedora cocina, con un búho ululando en el bosque y la luna cayendo ya en el cielo. La vergüenza que había sentido, y que ya consideraba ridícula, antes de ponerse la bata, había desaparecido.

Ness: ¿Te encuentras mejor? -le preguntó cuando Zac se hubo terminado la mitad del sándwich-.

Zac: Sí.

La tensión que tan inesperadamente lo había asaltado prácticamente había desaparecido. Estiró las piernas y rozó con el pie el tobillo de Ness. Había algo tan relajante en aquel contacto como en una larga siesta o la lluvia de la tarde. Estaba tan bonita con el pelo revuelto y los ojos somnolientos.

Zac: ¿Cómo es posible que yo haya sido el primer hombre con el que has hecho el amor?

Ness estuvo a punto de atragantarse con el té

Ness: Yo no... -tosió un poco y se cerró las solapas de la bata-. No sé qué contestar.

Zac: ¿Te parece una pregunta extraña? -sonrió, nuevamente arrebatado por su sencillez. Se inclinó hacia delante para acariciarle el pelo-. Eres tan sensible, tan atractiva. Seguro que otros hombres también te han deseado.

Ness: No... En realidad no lo sé. Nunca les he prestado mucha atención.

Zac: Te avergüenzas de que te diga que me pareces atractiva.

Ness: No -pero cuando tomó la taza de té con las dos manos, estaba sonrojada-. Un poco.

Zac: Es imposible que sea yo el primer hombre que te diga lo adorable que eres. Lo cariñosa -e hizo apartar una de las manos de la taza para intentar relajarle los dedos-. Lo excitante...

Ness: Pues lo eres -casi insoportablemente excitada, dejó escapar un largo y tembloroso suspiro-. No he tenido... demasiada experiencia con los hombres. Mis estudios -contuvo la respiración mientras Zac le besaba los dedos-. Mi trabajo...

Zac le soltó la mano para evitar ceder al impulso de hacer el amor otra vez.

Zac: Pero tú estudias a los hombres.

Ness: Estudiar a los hombres y relacionarte con ellos son cosas diferentes -ni siquiera tenía que tocarla para excitarla, comprendió Ness. Bastaba que la mirara como la estaba mirando en aquel momento-. No soy muy sociable, a menos que me lo proponga.

Zac se echó a reír. Pero después se dio cuenta de que Ness creía de verdad lo que decía.

Zac: Creo que te subestimas, Vanessa Hudgens. Me salvaste y me cuidaste y yo era un desconocido.

Ness: No podía dejarte en medio de la lluvia.

Zac: Tú no podías. Otras personas lo habrían hecho. Es posible que la historia no sea mi fuerte, Ness, pero dudo que la naturaleza humana haya cambiado mucho en estos años. Saliste en medio de una tormenta para buscarme y traerme a tu casa. Y a pesar de lo mucho que te hice enfadar, me dejaste quedarme en la cabaña. Si consigo volver a mi tiempo y a mi casa, será gracias a ti.

Ness se levantó para preparar más té, aunque no le apetecía. Ella no quería pensar en su marcha, aunque sabía que tendría que hacerlo. Era un error fingir, aunque solo fuera durante unas horas, que Zac podía quedarse con ella y olvidar la vida que había dejado tras él.

Ness: No creo que ofrecerte una cama y unos huevos revueltos merezca tanta gratitud -esbozó una sonrisa y se volvió hacia él-. Pero si quieres mostrarte agradecido, no seré yo la que lo impida.

Había dicho algo que la había molestado, comprendió Zac. Aunque no sabía exactamente qué, lo sabía por la forma en la que había cambiado su mirada. Estaba sonriendo, pero había tristeza en sus ojos.

Zac: No quiero hacerte daño, Ness.

Para inmenso alivio de Zac, la mirada de Ness se suavizó.

Ness: No, lo sé -se sentó otra vez y llenó las tazas de té-. ¿Qué piensas hacer? Me refiero a tu vuelta

Zac: ¿Sabes mucho sobre física?

Ness. Prácticamente nada.

Zac: Entonces digamos que pondré al ordenador a trabajar. Los daños que sufrió la nave fueron mínimos, de modo que no creo que me cueste mucho. Tendré que pedirte que me lleves a la nave otra vez.

Ness: Por supuesto -sintió una oteada de pánico e intentó aplacarla-. Supongo que ahora preferirás quedarte en la nave mientras haces los cálculos que necesitas y terminas las reparaciones.

Sería lo más práctico, y seguramente lo más conveniente. Pero Zac no pensó nada más que unos segundos en ello.

Zac: Esperaba poder quedarme aquí. Tengo un aerociclo a bordo, de modo que podré ir y volver en él. Si no te molesta mi compañía, claro.

Ness: No, por supuesto que no -respondió rápidamente. Demasiado rápidamente. De pronto se interrumpió y alzó la cabeza-. ¿Un aerociclo?

Zac: Si es que no se ha roto -murmuró. Inmediatamente descartó aquella posibilidad-. Mañana te lo enseñaré. ¿No vas a comerte eso?

Ness: ¿Qué? Oh, no. -Le tendió la mitad de su sándwich. Era ridículo, suponía, pero a veces, continuaba teniendo la sensación de estar en medio de un sueño-. Zac -comenzó a decir muy lentamente-, acabo de pensar que nunca podré hablarle a nadie de ti, ni de nada de esto.

Zac: Preferiría que al menos esperaras hasta que me fuera -terminó el sándwich-. Pero no me importa que se lo cuentes a quien quieras.

Ness: Un gesto que te ennoblece -lo miró a los ojos-. Dime, Zac, ¿sigue habiendo celdas acolchadas en el siglo veintitrés?

Zac: ¿Celdas acolchadas? -tardó algunos segundos en imaginarse lo que eso podía ser-. ¿Eso es una broma?

Ness: Temo terminar en una -respondió mientras se levantaba para quitar la mesa-.

Zac: A lo mejor también inventan una para mí. Me pregunto si, cuando vuelva, alguien me creerá.

A Ness se le ocurrió entonces algo que le parecía al mismo tiempo absurdo y fascinante.

Ness: Quizá pudieras llevarte el tiempo en una cápsula. Yo podría escribir todo lo que ha pasado, reunir algunos objetos interesantes y guardar todo en una caja. Podríamos enterrarla, no sé, quizá cerca del arroyo. Y cuando regreses a este lugar en tu tiempo, podrás recuperarla.

Zac: Una cápsula del tiempo.

La idea le gustaba. No solo con criterios científicos, si no también personales. ¿Significaría eso que podría tener algo de ella aunque estuvieran separados por cientos de años? Iba a necesitar algo así, comprendió, la prueba sólida no solo de lo que él había vivido sino de que Ness había existido.

Zac: Tendré que hacer algunas consultas en el ordenador para asegurarme de que el lugar en el que la enterremos no va a ser enterrado por un edificio, un derrumbe de tierra o algo parecido.

Ness: Bien -tomó un cuaderno que había encima del mostrador y comenzó a escribir-.

Zac: ¿Qué haces?

Ness. Tomar notas -miró con los ojos entrecerrados lo que acababa de escribir y deseó tener las gafas a mano-. Tendremos que escribirlo todo, por supuesto, empezaremos contigo y con tu nave. ¿Qué más deberíamos poner? -se preguntó, tamborileando el cuaderno con el bolígrafo-. Un periódico, claro, y una fotografía también estaría bien. Tendremos que volver a la ciudad para hacernos unas fotografías en un fotomatón. No, mejor compraremos una Polaroid -escribió algo rápidamente-. Así podremos hacer fotos aquí, en la cabaña, por los alrededores. Después necesitaremos algunos objetos personales -jugueteó con la cadenita de oro que llevaba al cuello-. Quizá también algunos utensilios domésticos.

Zac: Ahora estás hablando como una científica -la tomó por la cintura, y la estrechó lentamente contra él-. Encuentro todo esto muy excitante.

Ness. Qué tontería.

Pero no le pareció ninguna tontería cuando Zac comenzó a mordisquearle el cuello. Sintió que el suelo se movía bajo sus pies.

Ness: Zac.

Zac: ¿Humm? -localizó un vulnerable rincón de detrás de su oreja-.

Ness: Yo quería... -el cuaderno resbaló de su mano y cayó a sus pies-.

Zac: ¿El qué? -con un movimiento rápido y preciso, le desató el cinturón de la bata-. Esta noche puedes tener todo lo que tú quieras.

Ness: A ti -suspiró, mientras Zac le deslizaba la bata por los hombros-. Solo a ti.

Zac. Eso es lo más fácil.

Más voluntarioso que obediente, la abrazó contra el mostrador. Miles de imágenes eróticas anegaban su mente. Iba a asegurarse de que ninguno de ellos pudiera mirar como hasta entonces aquella acogedora cocina. Pero al ver las manchas rosadas que cubrían la piel de Ness se detuvo.

Zac: ¿Qué es todo esto? -con curiosidad, deslizó el dedo por sus senos henchidos y después se llevó la mano a la barbilla-. Te he arañado.

Ness: ¿Qué?

Ness ya se sentía flotar a varios centímetros del suelo y no tenía ninguna gana de descender.

Zac: Hace días que no me afeito -enfadado consigo mismo, se inclinó para besar la piel que antes había irritado-. Eres tan suave.

Ness: No he sentido nada -se inclinó hacia él, pero Zac se limitó a besarla-.

Zac: Ahora ya solo puedo hacer una cosa.

Ness: Lo sé -acarició la musculosa espalda de Zac-.

Con una carcajada, Zac la abrazó con fuerza.

Zac: Dos cosas entonces -la levantó en brazos, simplemente porque le encantaba hacerlo-.

Ness: No tienes por qué llevarme -protestó, pero, mientras lo hacía, apoyaba la cabeza contra su hombro-.

Zac. Quizá, pero será mejor que vayamos al baño para esto.

Ness: ¿Al baño?

Zac: Voy a tener que enfrentarme a ese aparato de aspecto peligroso -le explicó, mientras comenzaban a subir las escaleras-. Y tú vas a venir conmigo para evitar que me corte el cuello.

¿De aspecto peligroso? Ness intentó comprender lo que le estaba diciendo mientras subían las escaleras.

Ness: ¿No sabes usar la cuchilla?

Zac: Vengo de un mundo civilizado. Todos los instrumentos de tortura han sido prohibidos.

Ness: ¿De verdad? -esperó a estar en el suelo otra vez-. Supongo que eso quiere decir que las mujeres ya no tienen que usar tacones de aguja ni fajas. No importa -añadió cuando Zac abrió la boca para protestar-. Creo que esto nos llevaría a una discusión filosófica, y ya es demasiado tarde -abrió el armario del baño y sacó la cuchilla y la crema de afeitar-. Toma.

Zac: Muy bien -miró el instrumental que tenía en la mano con una especie de resignación. Lo que un hombre tenía que llegar a hacer por una mujer, pensó-. ¿Y cómo se usa esto?

Ness: Esto no puedo explicártelo por experiencia propia, porque nunca he tenido que afeitarme, pero creo que tienes que extenderte la crema por la cara y después deslizar el borde de la cuchilla por la barba.

Zac: Crema para afeitar -se puso un poco en la mano y después se pasó la lengua por los dientes-. Así que no es pasta de dientes.

Ness: No. Yo... -no tardó mucho en imaginarse lo que había pasado. Se inclinó contra el lavabo, se tapó la boca con la mano e intentó, sin éxito, dominar su risa-. Oh, Efron, pobrecito.

Zac estudió el frasco que tenía en la mano. Y comprendió que no tenía otra opción. Mientras Ness se retorcía de risa, él abrió la tapa, apuntó y disparó.




Zac usando la espuma de afeitar para lavarse los dientes 😆😆😆😆😆😆😆

2 comentarios:

Maria jose dijo...

Jajajaja muy lindo capitulo
Ahora las cosas son diferentes
Me preocupa la separación
Va a ser triste
La novela esta muy buena
Siguela pronto
Saludos!!!

Caromi dijo...

Awww Zac vs. La afeitadora XD
me encantan, pero tambien debe ser horrible como se sienten solo "viviendo el momento"
y buena idea la de Nessa la de la cápsula :)
Pública pronto el siguiente porfis

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