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domingo, 14 de abril de 2019

Capítulo 12


Zac estuvo pensando en los Rankin. Le había preguntado a Ness si eran una prototípica familia americana. Su respuesta le había divertido. Si realmente había algún fenómeno que pudiera definirse así, probablemente aquella familia encajaba en él.

A Zac le interesaban quizá porque veía algunos paralelismos entre los Rankin y su propia familia. Su padre, aunque nunca podría haber sido confundido con el enorme y jovial Jim Rankin, también amaba la naturaleza, los lugares que conservaban toda su belleza natural y las excursiones familiares. Al igual que aquellos chicos, Zac y Dylan pasaban gran parte de las excursiones de mal humor, lamentándose y elevando los ojos al cielo. Y cuando las cosas llegaban al límite, siempre había sido la madre de Zac la que terminaba dando las órdenes.

Las familias parecían incombustibles al paso del tiempo. Era una idea que lo reconfortaba.

Habían encendido la chimenea y disfrutado de un brandy al llegar a la cabaña. Después, tal como Ness había dispuesto y organizado, habían subido al ordenador para terminar el informe.

Necesitaban tres copias. La primera para la cápsula, la segunda para la nave... y para Zac. Y la tercera para Ness.

Zac no había podido menos que admirar su estilo cuando había leído el informe. No le cabía ninguna duda de que los científicos de su tiempo encontrarían el informe de Ness conciso y fascinante. El resto era en gran parte técnico, y, aunque sabía que Ness no entendía los cálculos que él le estaba transmitiendo, había sido ella la que los había transcrito.

Habían pasado horas redactando el informe, completándolo, perfeccionándolo. Y Ness había dedicado también largos ratos a hacerle preguntas sobre la organización social, política y cultural de su tiempo. Le había hecho pensar en cosas que él siempre había dado por sentadas y sobre otras que prácticamente había ignorado.

Sí, todavía había pobreza, pero gracias a diferentes programas de ayuda, los más pobres contaban con vivienda y comida. Continuaba habiendo conflictos, pero desde hacía más de ciento veinte años se habían evitado las guerras. Los políticos continuaban discutiendo y los bebés siendo acunados. La gente se quejaba del excesivo tráfico aéreo. Y, por lo que Zac recordaba, había habido cuatro, o quizá hubieran sido cinco, mujeres que habían llegado a la presidencia.

Cuantas más preguntas contestaba, más preguntas se le ocurrían a Ness. Se habían quedado dormidos con los cuerpos engarzados en la cama, en medio de una de las respuestas de Zac.

Terminaron la cápsula del tiempo a la mañana siguiente, llenando la caja hermética de acero que Ness había comprado en la ciudad y que le había parecido la más pertinente para ser enterrada. La copia del informe la envolvieron en plástico antes de guardarla. Ness añadió uno de los tapices tejidos por su madre y un cuenco de arcilla que su padre le había hecho cuando era niña. Añadieron un periódico, una revista semanal y, ante la insistencia de Zac, una de las cucharas de madera de la cocina. Ness metió también una de las fotografías que habían tomado en la nave.

Ness: Tendremos que hacernos más -murmuró-.

Zac: Y yo quiero llevarme esto -tomó el tubo de pasta de dientes-. Y esperaba que me dejaras algo de ropa interior.

Ness: Sí a lo primero, no a lo segundo.

Zac: Es por el bien de la ciencia.

Ness: Ni lo sueñes. Necesitamos una herramienta. En las excavaciones, siempre nos encanta encontrar herramientas -revolvió el interior de un cajón y sacó un destornillador, un martillo y una llave inglesa-. Elige.

Zac eligió la llave inglesa.

Zac: ¿Y qué te parecería que metiéramos también un libro?

Ness: Magnífico -se fijó a la sala y comenzó a registrar las estantería-. Me gustaría algún libro de ficción bastante popular, algo que estuviera escrito en esta era. Ah... Stephen King.

Zac: Lo he leído. Es espeluznante.

Ness: Así que el placer del miedo también ha trascendido esta época -llevó el libro a la cocina y lo metió en la caja-. Si hacen las pruebas necesarias, podrán fechar todo este material. Y eso podrá apoyar tu historia. Vamos fuera, me gustaría hacer algunas fotos.

Como Zac había tomado la cámara antes que ella, reclamó su derecho a hacer las primeras fotos. Fotografió la cabaña, a Ness delante de ella, a Ness al lado del Land Rover y al coche en solitario.  Ness se reía a carcajadas.

Ness: ¿Sabes cuánto rollo has gastado? -resopló y sacó otro rollo-. Cada una de estas fotografías vale más o menos un dólar. La antropología es un campo fascinante, pero lo pagan fatal.

Zac: Lo siento -se acercó a la puerta de la cabaña, desde donde Ness le estaba haciendo señas con la mano-. Nunca se me ha ocurrido preguntártelo. ¿Cuál es tu clasificación crediticia?

Ness: No tengo ni idea -tomó una fotografía en la que aparecía Zac con los dedos enganchados en las trabillas de los vaqueros-. Ahora no se hacen las cosas así. Al menos creo que la clasificación crediticia significa otra cosa. Ahora la cuestión es lo que vales y lo que haces. El salario anual y ese tipo de cosas -y era suficiente hija de sus padres como para no darle importancia a las cuestiones crematísticas-. ¿Por qué no colocas el aerociclo delante de la cabaña? Se podría hacer una fotografía del pasado y el futuro en un mismo momento.

Zac obedeció.

Zac: Ness, no tengo ninguna forma de pagarte todo esto.

Ness: No seas tonto. Era solo una broma.

Zac: Hay muchas más cosas que no voy a poder pagarte nunca.

Ness: No hay nada que pagar -bajó la cámara y midió cuidadosamente cada una de sus palabras-. No pienses en ello como en una obligación. Por favor. Y no me mires de esa forma. No estoy en condiciones de ponerme seria.

Zac: Ya no nos queda mucho tiempo.

Ness: Lo sé -no había comprendido todo lo que Zac le había dictado la noche anterior, pero sabia que se iría antes de que el sol volviera a salir-. Pero no estropeemos lo que tenemos -desvió la mirada, intentando darse unos segundos para recuperar el equilibrio-. Es una vergüenza que este modelo no tenga un temporizador. Sería bonito poder hacernos una fotografía en la que saliéramos juntos.

Zac: Espera un momento -rodeó el edificio y volvió unos segundos después con una azada-. Siéntate en las escaleras -se la tendió y colocó la cámara en el asiento del aerociclo. Se inclinó hacia delante, e hizo las comprobaciones y los ajustes necesarios hasta encuadrar a Ness-. Ya está -encantado consigo mismo, se sentó a su lado y le pasó el brazo por los hombros-. Sonríe.

Ness ya lo estaba haciendo.

Zac utilizó el mango de la azada para apretar el botón y sonrió cuando oyó el clic de la máquina. La fotografía no tardó en salir.

Ness: Muy ingenioso, Efron.

Zac: No te muevas -retiró la primera fotografía, volvió a sentarse y presionó otra vez el botón-. Una para ti, una para la caja -dejó a un lado las dos primeras fotografías- y otra para mí -le hizo volver la cabeza para besarla-.

Ness: Te has olvidado de hacer la fotografía -susurró minutos después-.

Zac: Oh, sí -curvó los labios en una sonrisa contra los de Ness mientras tomaba la azada-.

Ness tomó la primera fotografía y la estudió atentamente. Parecían felices, pensó. Gente feliz, y normal. Aquello había significado mucho para ella, y significaría mucho más en el futuro. Continuó sosteniendo la fotografía en la mano mientras se levantaba.

Ness: Será mejor que enterremos la cápsula.

Colocaron la caja en la parte trasera del ciclo, de modo que Ness quedaba atrapada entre ella y la espalda de Zac. Cuando llegaron al arroyo, Zac bajó del ciclo y miró con el ceño fruncido la pala que Ness le tendía.

Zac: Esa herramienta es muy primitiva. ¿Estás segura de que no hay una forma más fácil de hacerlo?

Ness: En este siglo no, Efron -señaló hacia el suelo-. Cava.

Zac: Puedes empezar tú si quieres.

Ness: No te preocupes -se sentó en el suelo y encogió las piernas-. No me gustaría privarte de ese placer.

Lo observó doblar la espalda y empezar a cavar otra vez. ¿Qué sentiría, se preguntó, cuando tuviera que desenterrar aquella caja otra vez? ¿Cómo se sentiría cuando la abriera? Pensaría en ella, lo sabía. Y la echaría de menos. Esperaba que pudiera estar en ese mismo lugar cuando leyera la carta que le había escrito. Se había asegurado de que no la viera guardarla.

Era una carta de una sola hoja, pero había puesto su corazón en ella.

Apoyó la barbilla en la mano y escuchó la música del agua mientras recordaba cada palabra.

Zac, cuando leas esto, estarás en tu casa. Quiero que sepas cuánto me alegro por ti. No puedo decirte que sea capaz de comprender lo que ha sido para ti encontrarte aquí, lejos de todo lo que te es familiar, separado de tu familia y amigos. Pero quiero que sepas que en mi corazón siempre he querido que volvieras al lugar al que perteneces.

No sé si puedo hacerte comprender lo que ha significado para mí el tiempo que he pasado a tu lado. Te quiero, Zachary. Tanto que me abruma. No habrá un solo día de los que me quedan de vida en el que no me acuerde de ti. Pero no seré desgraciada. Por favor, no pienses en mí triste, no me recuerdes de ese modo. Lo que me has dado estos días es mucho más de lo que nunca habría imaginado. Ha sido todo lo que siempre he necesitado. Y cada vez que mire hacia el cielo, te imaginaré allí. Continuaré estudiando el pasado para intentar comprender por qué el ser humano es cómo es. Y ahora, tras haberte conocido, siempre albergaré esperanzas sobre lo que puede deparar el futuro.

Sé feliz. Quiero saber que lo eres. Y no me olvides. Quería meter una ramita de romero en la caja, pero temo que termine convertida en polvo. Pero en cuanto encuentres una, piensa en mí. Te querré siempre. Ness.

Zac: ¿Ness? -se inclinó contra la pala y la miró en silencio-.

Ness: ¿Sí?

Zac: ¿Dónde estabas?

Ness: Oh, no muy lejos -bajó la mirada y arqueó una ceja-. Vaya, ya sabía que un hombre tan fuerte como tú podría hacer un agujero suficientemente grande.

Zac: Creo que me ha salido una ampolla.

Ness: Oh -se levantó para besar la tierna piel que se extendía entre el pulgar y el índice-. Metamos la caja, y mientras yo la entierro, serás tú el que mire.

Zac: Buena idea -en cuanto la caja estuvo en el interior, le tendió la pala-.

Ness miró la pala, y después el montón de arena que tenía que volver a colocar en su lugar.

Ness: ¿Cuatro mujeres presidentes?

Zac estiró la espalda.

Zac: Quizá hayan sido cinco.

Ness asintió en silencio y comenzó a echar paladas de tierra.

Ness: ¿Zac?

Zac: ¿Humm? -estaba empezando a pensar seriamente en echarse una agradable y perezosa siesta-.

Ness: Las preguntas que te he hecho antes eran demasiado generales, relativas a temas muy trascendentes. Me pregunto si ahora podría preguntarte algo más personal.

Zac: Probablemente.

Ness: ¿Podrías hablarme de tu familia?

Zac: ¿Qué te gustaría saber?

Ness: Quiénes son, cómo son -continuó echando tierra en el hoyo a un ritmo constante que a Zac le encantaba-. Me gustaría imaginar que los conozco un poco.

Zac: Mi padre es investigador, técnico en desarrollo. Trabaja en un laboratorio, siempre a puerta cerrada. Es un hombre muy entregado a su trabajo y una persona en la que se puede confiar. En casa le gusta dedicarse al jardín, plantar flores y cuidarlas mientras crecen. -Mientras hablaba y sentía la fragancia de la tierra húmeda, casi podía ver a su padre cultivando el jardín-. A veces pinta. Paisajes realmente malos. Él sabe que lo son, pero defiende que no es necesario ser bueno para ser artista. Siempre está amenazando con colgar uno de sus cuadros en casa. Es... no sé, un hombre firme. Dudo haberle oído levantar la voz más de una docena de veces en mi vida. Pero siempre se le escucha. Él es el que mantiene unida a la familia. -Se estiró en la hierba para mirar el cielo mientras continuaba-. Mi madre es ¿qué término utilicé una vez para describirla? Especial. Tiene una energía inagotable y un intelecto sorprendente, a veces casi aterrador. Mucha gente se siente intimidada a su lado. A ella siempre la ha asombrado. Supongo que es porque por dentro es suave como la mantequilla. No es raro que levante la voz, pero después siempre se siente culpable. Dylan y yo le hicimos pasar un infierno. -Se interrumpió un instante-. En su tiempo libre, le gusta leer... Desde las novelas más tontas hasta libros técnicos ininteligibles. Es consejera jefa del Ministerio de las Naciones Unidas, así que casi siempre está estudiando documentos legales.

Ness: ¿El Ministerio de las Naciones Unidas?

Zac: Supongo que sería como una extensión de las Naciones Unidas. Tuvieron que ampliarlas en... demonios, no sé exactamente cuándo. Pero creo que se ampliaron con motivo de las colonias y los asentamientos.

Ness: Debe ser un puesto muy importante -descubrió, casi intimidada-.

Zac: Sí. Tiene mucho trabajo, pero también muchas preocupaciones. Es una mujer de risa contagiosa, capaz de llenar de risas una habitación. Conoció a mi padre en Dublín. Ella estaba haciendo prácticas de derecho y mi padre fue allí a pasar unas vacaciones. Se emparejaron y terminaron viviendo en Filadelfia.

Ness apisonó la tierra con la pala. Era imposible no detectar el cariño que reflejaba su voz, imposible no entenderlo.

Ness: ¿Y qué me dices de tu hermano?

Zac: Dylan. Él es... intenso es una buena palabra para definirlo. Ha heredado el cerebro de mi madre y el carácter, o al menos eso es lo que dice ella, de mi abuelo materno. Con D.E. nunca puedes estar seguro de si va a sonreír o te va a pegar un puñetazo. Estudió derecho y, cuando terminó, se dedicó a la astrofísica. Colecciona problemas que después destroza. Es un tipo insoportable -añadió con inmenso cariño-. Pero tiene la lealtad inquebrantable de mi padre. Me pregunto si te gustarían.

Ness: Sí, seguro que sí.

Zac la observó mientras ataba la pala al aerociclo.

Zac: Y tú les gustarías a ellos.

Ness: Podría conocerlos si me llevaras contigo.

Se mordió el labio nada más decirlo. Ni siquiera se atrevía a mirarlo. Y no era capaz de decir desde cuándo anidaba aquella idea en su cerebro.

Zac: Ness... -se levantó y se colocó tras ella, posando las manos en sus hombros-.

Ness: He estudiado el pasado -dijo rápidamente, volviéndose y posando las manos en sus antebrazos-. Si me permitieras ir contigo, tendría oportunidad de estudiar el futuro.

Zac enmarcó su rostro entre las manos. En los ojos de Ness se distinguía el resplandor de las lágrimas.

Zac: ¿Y tu familia?

Ness: Ellos lo comprenderían. Les dejaría una carta, intentando explicárselo.

Zac: Jamás te creerían -dijo quedamente-. Se pasarían años buscándote, preguntándose si todavía estás viva. Ness, ¿no te das cuenta de lo que me angustia a mí estar separado de mi propia familia? No saben dónde estoy o lo que me ha pasado. Y sé que ahora estarán esperando a saber si estoy vivo o muerto.

Ness: Yo haría que lo comprendieran -oía la desesperación en su propia voz y luchaba para contenerla-. Si saben que soy feliz, que estoy haciendo lo que quiero, se darían por satisfechos.

Zac: Quizá. Si estuvieran seguros. Pero yo no puedo garantizártelo, Ness.

Ness dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo.

Ness: No, por supuesto que no. No sé en qué estaba pensando. Supongo que me he dejado llevar…

Zac: Maldita sea, no -la agarró por los brazos y la estrechó contra él-. No creas que no quiero que vengas conmigo porque no es cierto. Pero no es una cuestión de querer o no querer, Ness. Si pudiera estar seguro de que no hay ningún riesgo, creo que hasta tendría la tentación de meterte en esa maldita nave quisieras o no marcharte.

Ness: ¿Riesgos? -se tensó al oír aquellas palabras-. ¿Qué riesgos?

Zac: Nada es infalible, Ness.

Ness: No me trates como si fuera una estúpida. ¿Qué riesgos?

Zac dejó escapar un largo suspiro. Había algunos datos que no le había dado la noche anterior.

Zac: El factor de probabilidad de distorsionar el tiempo es de un 76,4%.

Ness: Un 76,4%. No hace falta ser un genio con los números para saber que hay un 24% de posibilidades de fracaso. ¿Y qué ocurrirá entonces?

Zac: No lo sé -pero podía imaginárselo. Morir achicharrado al ser atraído por la fuerza gravitatoria del sol era una de las posibilidades-. Pero no voy a correr ningún riesgo contigo.

Ness no iba a dejarse llevar por el pánico porque sabía que el miedo no servía de nada. Tomó aire varias veces y sintió que iba recuperando el equilibrio.

Ness: Zachary, si te quedaras algún tiempo más, ¿crees que podrías estrechar el margen de probabilidades de fracaso?

Zac: Quizá. Probablemente -admitió-. Ness, se me está agotando el tiempo. La nave ha estado casi dos semanas a la intemperie. Y solo fue cuestión de suerte que lográramos desviar a los Rankin ayer. ¿Qué crees que me sucedería, que nos sucedería, si la encontraran? ¿O si me encontraran a mí?

Ness: En realidad la temporada no empieza hasta dentro de varias semanas. Y apenas vienen más de una docena de excursionistas al año.

Zac: Con uno solo bastaría.

Zac tenía razón y Ness lo sabía. En realidad, habían estado viviendo del tiempo que las estrellas les habían prestado.

Ness: Jamás lo sabré, ¿verdad? -deslizó el dedo por la cicatriz que la herida había dejado en la frente de Zac-. Nunca sabré si lo has conseguido o no.

Zac: Soy un buen piloto. Confía en mí -le besó los dedos-. Y para mí será mucho más fácil concentrarme si no estoy preocupado por ti.

Ness: Es difícil combatir contra el sentido común -esbozó una sonrisa-. Antes has dicho que todavía quedaban por arreglar algunos detalles en la nave. Yo iré dando un paseo a la cabaña.

Zac: No tardaré.

Ness: Tómate todo el tiempo que necesites -también necesitaba tiempo para ello. Voy a preparar una maravillosa cena de despedida -se dirigió hacia la puerta a paso tranquilo y miró a Zac por encima del hombro-. Oh, Efron, llévame algunas flores.


Zac recogió montones de flores. No era fácil sujetarlas mientras volaba en el aerociclo. El camino que sobrevolaba estaba cubierto de flores rosas y azules. Zac pensó que olían como Ness. Exhalaban una fragancia fresca, sencilla y exótica al mismo tiempo.

Durante las horas que estuvo trabajando a bordo de la nave, un pensamiento ocupaba constantemente su mente. Ness estaba dispuesta a irse con él. A dejar su casa. No solo su casa, se corrigió, sino toda su vida.

Quizá hubiera sido un impulso, una reacción nacida al calor del momento.

Las razones no importaban. Él necesitaba aferrarse a aquel dulce pensamiento. Ness estaba dispuesta a irse con él.

Solo vio una tenue luz iluminando la ventana de la cocina. Aquello le hizo fruncir el ceño mientras guardaba el aerociclo y recogía algunas flores caídas. A lo mejor había decidido echarse una siesta o estaba esperándolo frente a la chimenea.

Le gustó la idea de verla allí, acurrucada en el sofá, bajo una de las exquisitas colchas de su madre. Estaría leyendo, con los ojos ligeramente somnolientos tras los cristales de sus gafas.

Complacido con aquella imagen, abrió la puerta y encontró otra completamente distinta, e incluso más fascinante.

Estaba esperándolo. Pero bajo la luz de las velas. Había docenas de velas en la sala, todas ellas blancas. Había preparado una mesa para dos, sobre la que descansaba una botella de champán en un cubo lleno de hielo. La habitación olía a cera, a las especias que Ness había utilizado para cocinar y a ella.

Ness se volvió con una sonrisa. Y Zac sintió que dejaba de respirar.

Se había recogido el pelo por encima de la cabeza, dejando al descubierto la larga y delicada curva de su cuello. Llevaba un vestido del color de la luna que resplandecía cada vez que se movía.  Mostraba sus hombros desnudos y se deslizaba como la caricia de una amante sobre sus caderas y sus muslos.

Ness: Te has acordado -caminó hasta él y tendió los brazos hacia las flores. Zac no movió un solo músculo-. ¿Son para mí?

Zac: ¿Qué? Sí -como si estuviera en trance, se las ofreció-. Había muchas más.

Ness: Estas son más que suficiente -llenó de flores el jarrón que había colocado en la mesa-. La cena ya está lista. Espero que te guste.

Zac: Me deslumbras, Ness.

Ness se volvió, electrizada por lo que veía en sus ojos.

Ness: Quería hacer algo así, solo una vez -ante la silenciosa mirada de Zac, se retorcía los dedos avergonzada-. Compré el champán y el vestido ayer, cuando fui a la ciudad. Pensé que sería bonito hacer algo especial esta noche.

Zac: Tengo la sensación de que, si me muevo, te vas a desvanecer.

Ness: No -le ofreció la mano y se la estrechó con fuerza-. Me quedaré aquí, completamente quieta. ¿Por qué no abres la botella?

Zac: Antes quiero besarte.

Ness esbozó una sonrisa en la que se reflejaba todo su amor y le rodeó el cuello con los brazos.

Ness: De acuerdo.  Pero solo una vez.

Comieron. Pero Ness comprendió que había sido una pérdida de tiempo preocuparse tanto por la comida. No sabían realmente lo que estaban cerniendo. El champán era algo superfluo. Se estaban bebiendo el uno al otro. Las velas se iban consumiendo mientras se prolongaban sus besos.

Subieron al dormitorio, llenando la habitación de una luz suave y vacilante, para poder verse el uno al otro mientras se amaban.

Había dulzura, una dulzura lenta y sabrosa. Había urgencia, una urgencia febril y precipitada. Había fuerza y ternura. Demanda y generosidad.

Las horas iban fundiéndose, pero ninguno de ellos quería separarse del otro. Cada temblor, cada susurro, cada latido de corazón sería recordado. Las velas parpadeaban a punto de apagarse, pero ellos continuaban abrazados.

Y entonces, aunque las palabras nunca fueron expresadas en voz alta, ambos supieron que era la última vez. Las manos de Zac fueron mucho más delicadas; sus labios mucho más suaves.

Y cuando todo terminó, la belleza de lo experimentado dejó a Ness débil y llorosa. Para defenderse, se acurrucó contra él e invocó al sueño. No podría soportar verlo marcharse.

Zac permaneció muy quieto y completamente desvelado hasta que las primeras luces del amanecer se deslizaron en la habitación. Agradecía que Ness estuviera dormida; nunca habría sido capaz de despedirse de ella. Cuando se levantó, sintió dolor, un dolor intenso y afilado que estuvo a punto de derrumbarlo. Moviéndose rápidamente, luchó para mantener la mente en blanco y se puso el mono que Ness le había comprado.

Temiendo despertarla, se limitó a acariciarle el pelo y salió sigiloso de la habitación. Ness no abrió los ojos hasta que no oyó el suave clic de la puerta de la cabaña al cerrarse. Entonces enterró el rostro en la almohada y dejó que fluyeran las lágrimas.

La nave estaba ya asegurada y todos los cálculos determinados. Zac se sentó en el puente y observó morir la noche. Era importante salir antes de que se hubiera elevado el sol. Tenía que calcular hasta la última milésima de segundo. No había espacio para el error. Su vida dependía de ello.

Pero sus pensamientos continuaban volando hasta Ness. ¿Por qué no habría sido consciente de que le dolería tanto marcharse? Pero tenía que irse. Su vida, su tiempo, no eran los de Ness. Pero no tenía sentido volver a pensar en algo que ya le había hecho sufrir docenas de veces.

Completamente quieto, permanecía sentado mientras aquellos preciosos segundos pasaban.

**: Preparado para el vuelo orbital.

Zac: Sí

Le contestó al ordenador con aire ausente. Los instrumentos empezaron a zumbar. De una forma que era casi una segunda naturaleza para él, Zac se preparó para despegar. Se interrumpió otra vez y fijó la mirada en la pantalla.

**: Todos los sistemas listos. Ignición a su discreción.

Zac: De acuerdo. Que comience la cuenta atrás.

**: Comenzando. Diez, nueve, ocho, siete, seis...

Desde la puerta de la cocina, Ness oyó algo parecido al retumbar de un trueno. Impaciente, se frotó las lágrimas de los ojos y se estiró para poder ver. Hubo un fogonazo. Creyó distinguir un resplandor metálico en el cielo. Inmediatamente desapareció. Y el bosque se quedó otra vez en silencio.
Ness se estremeció. Deseaba poder convencerse a si misma de que era porque el aire era frío y ella no llevaba nada más que una bata encima.

Ness: Que llegue sano y salvo -murmuró-.

E inmediatamente cedió al lujo de las lágrimas.

Pero la vida continuaba, se regañó a sí misma. Los pájaros comenzaron a cantar. El sol empezaba a elevarse en el horizonte.

Y ella quería morirse.

Era una tontería. Obligándose a sí misma, puso la tetera en el fuego. Iba a prepararse una taza de té y a fregar los platos en los que la noche anterior ni siquiera se había fijado. Y después se pondría a trabajar.

Trabajaría hasta no ser capaz de mantener los ojos abiertos y después se echaría a dormir. Se levantaría y trabajaría, y así una y otra vez hasta que hubiera terminado su tesis. Sería la mejor tesis que sus colegas habían leído en toda su vida. Después conseguiría el doctorado. Y viajaría.

Y echaría de menos a Zac hasta el día de su muerte.

Cuando la tetera comenzó a hervir, se sirvió un té y se sentó con la taza en la mesa de la cocina. Al cabo de un instante, la apartó, enterró la cabeza entre las manos y se puso a llorar otra vez.

Zac: Ness.

La silla se cayó al suelo cuando se levantó. Zac estaba allí, en el marco de la puerta. La fatiga cubría su rostro, pero era otro sentimiento mucho, mucho más poderoso, el que se reflejaba en su mirada. Se frotó los ojos. Era imposible, Zac no podía estar allí.

Ness: ¿Zachary?

Zac: ¿Por qué lloras?

Ness lo oyó. Aturdida, se llevó la mano al oído.

Ness: Zachary. Pero cómo... Te he oído... Te he visto... Te has ido.

Zac: ¿Has estado llorando desde entonces? -se acercó a ella y acarició con un dedo su húmeda mejilla-.

Aquel contacto era real. Y si se había vuelto loca, no le importaba.

Ness: No lo comprendo. ¿Cómo puedes estar aquí?

Zac: Antes quiero hacerte una pregunta -dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo-. Solo una pregunta. ¿Estás enamorada de mí?

Ness: Yo... necesito sentarme.

Zac: No -la agarró del brazo para impedir que se moviera-. Quiero una respuesta. ¿Estás enamorada de mí?

Ness: Sí. Pero solo a un idiota le haría falta preguntarlo.

Zac sonrió, pero continuaba sujetándola con firmeza.

Zac: ¿Por qué no me lo dijiste?

Ness: Porque no quería... Sabía que tenías que marcharte -mareada, se llevó la mano a la cabeza-. Déjame sentarme.

Zac la soltó entonces, y la observó dejarse caer temblorosa en una silla.

Ness: No he dormido nada -murmuró, como si estuviera hablando solo para sí-. Supongo que esto podría ser una alucinación.

Zac le hizo inclinar la cabeza y te plantó un beso duro en los labios. Incapaz de contenerse, la levantó nuevamente de la silla y la abrazó.

Zac: ¿Esto es suficientemente real para ti?

Ness: Sí -respondió con un hilo de voz-. Pero no lo comprendo. ¿Cómo puedes estar aquí?

Zac la soltó otra vez.

Zac: He venido en el aerociclo.

Ness: No... Me refiero a... -¿a qué se refería?-. Estaba en la puerta y te he oído marcharte. Después lo he visto, solo ha sido un resplandor, pero he visto la nave en el cielo.

Zac: La he enviado de vuelta. El ordenador ha quedado al mando de la nave.

Ness: La has enviado de vuelta -repitió lentamente-. Oh, Dios mío, Zachary, ¿por qué?

Zac: Solo a un idiota le haría falta preguntarlo.

A Ness se le llenaron los ojos de lágrimas, que no tardaron en desbordarlos.

Ness: No, por mí no. No puedo soportarlo. Tu familia...

Zac: Les he enviado un disquete en el que les cuento todo, mucho más de lo que explico en el informe que dejé a bordo. Dónde estoy y por qué he tenido que quedarme. Si la nave consigue llegar a su destino, y hay tantas probabilidades de que lo haga conmigo como de que lo haga sin mí, lo comprenderán.

Ness: No puedo pedirte que hagas una cosa así.

Zac: Y no me lo has pedido -le tomó la mano antes de que Ness pudiera volverse-. Tú habrías venido conmigo, ¿verdad Ness?

Ness: Sí.

Zac: Y yo podría haberte llevado si hubiera estado seguro de que íbamos a sobrevivir. Escucha -le hizo levantarse-. Comencé incluso la cuenta atrás. Me había convencido a mí mismo de que mi vida estaba en el lugar en el que la había dejado. Y tenía docenas de razones para regresar. Y solo tengo una, una sola razón, para quedarme. Te quiero. Mi vida está aquí -la agarró con más fuerza y estrechó su abrazo-. Viajé a través del tiempo para estar contigo, Ness. Jamás pensaré que he cometido un error.

Ness sacudió la cabeza.

Ness: Estoy segura de que terminarás pensándolo.

Zac: El tiempo es... El tiempo era -musitó-. Mi tiempo está en el pasado, Ness. Contigo.

A Ness volvieron a llenársela los ojos de lágrimas.

Ness: Te quiero tanto, Zachary. Voy a hacerte feliz.

Zac: Cuento con ello -la tomó en brazos y capturó su boca en un larguísimo beso-. Y ahora tienes que dormir. Tienes que descansar de verdad.

Ness: No, no puedo.

Zac soltó una carcajada, y hasta el último vestigio de tensión se desvaneció. Sabía que estaba exactamente donde debía.

Zac: Ya veremos. Más tarde podremos hablar de cómo vamos a manejar el resto de nuestras vidas.

Ness: ¿El resto?

Zac: La parte relativa al matrimonio y a la familia.

Ness: Todavía no me has pedido que me case contigo. 

Zac: Tengo intención de hacerlo. En cualquier caso, tendré que conseguir una nueva tarjeta de identificación. Y también un trabajo, algo con... ¿un salario anual? ¿Eso era?

Ness: Algo que te guste -le corrigió-. Eso es mucho más importante que el salario y el seguro médico.

Zac: ¿El seguro qué?

Ness: No te preocupes por eso -enterró la cabeza en su cuello-. Supongo que mi padre podría darte trabajo hasta que encuentres algo mejor.

Zac: No creo que me apetezca dedicarme a hacer infusiones -repentinamente inspirado, se detuvo al lado de la cama-. Dime, ¿qué es lo que hay que hacer exactamente para sacarse una licencia de piloto?


FIN




¡Bieeeen! ¡Al final Zac se queda! 😊

Hay una segunda parte en la que el prota es el hermano de Zac. Si os ha gustado esta, puedo adaptar a Zanessa la otra parte.

Pero la próxima novela ya la tengo preparada y os va a gustar mucho. Forma parte de una trilogía que de la que ya publiqué una parte.

¡Gracias por leer!


2 comentarios:

Caromi dijo...

Awww que lindo!!
se quedó con ella porque estan enamorados
los adoro!!
me encantó la nove y la verdad es que no vi venir ese final
Espero la siguiente con ansias!!
Pública pronto!!

Maria jose dijo...

Que lindo y feliz final
Me encanto zac fue tierno y vanessa fue muy enamorada
Ya quiero leer la proxima
Tus elecciones siempre son muy buenas
Saludos!!!

Publica pronto

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