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viernes, 12 de abril de 2019

Capítulo 11


Ness luchó contra él. Se negaba a que hiciera el amor con ella estando tan enfadado, por mucho que lo amara. La cama cedía bajo su peso, amoldándose a ellos. La música continuaba flotando, sosegada y bella. Con movimientos bruscos, Zac le desgarraba los botones de la camisa.

Ness no decía nada. Jamás se le habría ocurrido decirle que se detuviera, o ceder a las lágrimas que seguramente le habrían hecho recuperar la razón. En vez de eso, continuaba retorciéndose, intentando alejarse de aquellas manos despiadadas e incisivas. Luchó, se resistía. Curiosamente al tiempo que libraba una batalla privada contra la traicionera respuesta de su cuerpo, que pretendía negar lo que dictaba su corazón.

Debería odiarlo por lo que le estaba haciendo. Y saberlo casi la rompía. Si Zac tenía éxito en lo que pretendía hacer, ahogaría el resto de sus recuerdos y dejaría solamente aquel, un recuerdo violento, distorsionado y dominante. Incapaz de soportarlo, Ness comprendía que debía luchar por los dos.

Zac la conocía demasiado bien. Cada curva, cada centímetro, cada latido de su cuerpo. En una oleada de furia, le agarró las dos muñecas con una mano y se las sujetó por encima de la cabeza. Su boca devoró su cuello mientras deslizaba su mano libre por los rincones más secretos y vulnerables. La oyó gemir mientras él le arrancaba aquel placer no deseado e inevitable al mismo tiempo. El cuerpo de Ness se tensaba, era como un cable dispuesto a estallar. Se arqueaba como un arco en máxima tensión. Zac sintió el estallido del clímax al verla estremecerse y sofocar un grito. Y vio también temblar sus labios, antes de que los apretara hasta convertirlos en una dura línea.

Entonces sintió la quemazón del arrepentimiento. No tenía derecho, nadie lo tenía, a tomar algo tan bello y utilizarlo como un arma. Había querido hacerle daño por algo que estaba más allá de la propia voluntad de Ness. Y lo había hecho. La había castigado. Pero no más de lo que se había castigado a sí mismo.

Zac: Ness.

Ness se limitó a sacudir la cabeza, con los ojos cerrados con fuerza. Deseando encontrar las palabras que le faltaban, Zac elevó los ojos al techo.

Zac: No tengo excusa. No hay nada que pueda justificar que te haya tratado de esta forma.

Ness consiguió tragarse las lágrimas. Las palabras de Zac la aliviaron lo suficiente como para que pudiera serenar su respiración y abrir los ojos.

Ness: Quizá no, pero supongo que hay alguna razón para lo que has hecho. Y me gustaría oírla.

Zac tardó un largo rato en contestar. Permanecía tumbado a su lado, quieto y tenso, sin rozarla siquiera. Podía darle docenas de razones... la falta de sueño, el exceso de trabajo, la ansiedad ante el posible fracaso del vuelo. Ninguna sería falsa. Pero ninguna sería del todo cierta. Y Ness, lo sabía, le daba mucha importancia a la sinceridad.

Zac: Me importas -le dijo lentamente-. Y no es fácil saber que no voy a volver a verte otra vez. Soy consciente de que ambos tendremos que vivir nuestras propias vidas -añadió, antes de que Ness pudiera decir nada-. En nuestro propio tiempo. Quizá ambos estemos haciendo lo que tenemos que hacer. Pero no me gusta ver que para ti es todo tan fácil.

Ness: Y no lo es.

Sabía que estaba siendo egoísta, pero Zac sintió un inmenso alivio al oírla. Entrelazó la mano con la de Ness.

Zac: Estoy celoso.

Ness: ¿De quién?

Zac: De los hombres que conocerás, de los hombres a los que amarás. De los hombres que te amarán...

Ness: Pero...

Zac: No, no digas nada. Déjame decirlo todo de una vez. No me importa saber que racionalmente es absurdo. Es una reacción de las entrañas, Ness, y estoy acostumbrado a hacerles caso. Cada vez que imagino a otro hombre tocándote como yo te he tocado, viéndote como yo te he visto, me vuelvo loco.

Ness: ¿Y por eso estás enfadado conmigo? -se volvió para estudiar su perfil-. ¿Por mis futuras aventuras amorosas?

Zac: Supongo que tienes todo el derecho del mundo a tratarme como si fuera un idiota.

Ness: No pretendo hacerlo.

Zac se encogió de hombros.

Zac: Incluso soy capaz de imaginar a tu amante. Mide cerca de dos metros y tiene la complexión de uno de esos dioses griegos.

Ness: Adonis -sugirió con una sonrisa-. Cuenta con mi aprobación.

Zac: Calla -replicó, pero Ness advirtió que sus labios se habían curvado en una sonrisa-. Tiene el pelo rubio, con algunas mechas más claras, y una mandíbula cuadrada y fuerte, con un hoyuelo en la barbilla.

Ness: ¿Como Kirk Douglas?

Zac la miró con recelo.

Zac: ¿Conoces a un tipo así?

Ness: Es un actor famoso -sintiendo que la tormenta ya había terminado, le dio un beso en el hombro-.

Zac: En cualquier caso, también tiene un buen cerebro, y esa es otra de las razones por las que lo odio. Es doctor en filosofía. Es capaz de hablar de los hábitos de aparcamiento de las tribus más desconocidas durante horas. Y también toca el piano.

Ness: Caramba, estoy realmente impresionada.

Zac: Es rico -continuó, casi malignamente-. Te llevará a París y hará el amor contigo en la habitación de un hotel situado a orillas del Sena. Después te regalará un diamante del tamaño de un puño.

Ness: Vaya, vaya -pensó en lo que le estaba diciendo-. ¿Y es un hombre poético?

Zac: Incluso escribe poesía.

Ness: Oh, Dios mío -se llevó una mano al corazón-. Supongo que podrás decirme dónde lo voy a conocer. Me gustaría estar preparada.

Zac giró en la cama lo suficiente para mirarla. Los ojos de Ness brillaban, pero por diversión, no a causa de las lágrimas.

Zac: Te estás divirtiendo con todo esto, ¿verdad?

Ness: Sí -elevó las manos hacia su rostro-. Supongo que te sentirías mejor si te dijera que voy a meterme en un convento.

Zac: Por supuesto -tomó su mano y se llevó la palma a los labios-. ¿Puedes ponerlo por escrito?

Ness: Me lo pensaré -la mirada de Zac volvía a ser clara y profunda. Y Zac era otra vez el hombre al que ella amaba y comprendía-. ¿Ya hemos terminado de pelear?

Zac: Eso parece. Lo siento, Ness. Me he comportado como un tupz.

Ness: No estoy segura de lo que significa eso, pero probablemente tengas razón.

Zac: ¿Amigos? -se inclinó para rozar sus labios con los suyos-.

Ness: Amigos -antes de que Zac pudiera retroceder, enmarcó su rostro entre las manos para darle un prolongado, profundo y mucho menos amistoso beso-. ¿Zac?

Zac: ¿Humm?

Dibujó sus labios con la lengua, memorizando su forma y su textura.

Ness: ¿Sabes cómo se llama ese tipo? ¡Ay! -retrocedió bruscamente, batallando entre la risa y el dolor-. Me has mordido.

Zac: Desde luego.

Ness: La fantasía ha sido tuya -le recordó-, no mía.

Zac: Y espero que siga siendo así -pero sonreía mientras deslizaba la mano por la abertura de la camisa de Ness-. Pero si lo prefieres, yo mismo puedo ofrecerte otras.

Ness: Sí -Zac le rodeaba el seno con la mano, haciendo funcionar su magia-. Oh, sí.

Zac: Si yo te llevara a París, pasaríamos los tres primeros días en la suite de un hotel, sin salir en ningún momento de la cama -continuaba seduciéndola. Pellizcando aquí y acariciando allá-. Beberíamos champán, botellas y botellas de champán. Y comeríamos platos diminutos con nombres exóticos y sabores más exóticos todavía. Llegaría a conocer cada centímetro de tu cuerpo, cada poro de tu piel. Y desde una cama enorme y mullida, nos remontaríamos hasta lugares en los que nadie ha estado jamás.

Ness: Zac -temblaba mientras Zac cubría sus senos de besos lentos y húmedos-.

Zac: Después nos vestiríamos. Te imagino con un vestido blanco, de un tejido ligero, que se desliza por tu hombro y desciende hasta el final de tu espalda. Un vestido que hace que todos los hombres que te miran deseen matarme.

Ness: Pero si ni siquiera los veo -con un suspiro, bajó las manos por su cuerpo, deteniéndose en cada plano, en cada ángulo-. Yo solo te veo a ti.

Zac: Las estrellas empiezan a salir. Miles de estrellas. Y puedes oler París. Una rica fragancia, a agua y a flores. Andaremos kilómetros para que puedas ver esas luces increíbles, y tantos edificios maravillosamente antiguos. Nos detendremos a tomar un vino en un café, sentados en una mesa en la calle, a la sombra de una sombrilla. Y cuando volvamos al hotel, seguiremos haciendo el amor durante horas y horas.

Sus labios buscaron nuevamente los de Ness, embriagándola.

Ness: No necesitamos París para eso.

Zac: No -se tumbó sobre ella y enmarcó su rostro con las manos-.

El semblante de Ness resplandecía, tenía los ojos medio cerrados y asomaba una dulce sonrisa a sus labios. Zac quería recordar aquel momento, aquel instante en el que nada existía, salvo ella.

Zac: Oh, Dios mío, Ness, te necesito.

Era todo lo que Ness necesitaba oír, todo lo que le hubiera pedido que le dijera. Se fundió con él en un abrazo.

Había urgencia en aquel encuentro. Podía saborearla en la lengua de Zac cuando la hundió en las profundidades de su boca. Zac moldeaba su cuerpo con las manos sin poder disimular su impaciencia. Y como los sentimientos de Ness eran un reflejo de los suyos, su respuesta fue explosiva. Sentía la sangre como un río de lava palpitando bajo su piel. El calor era insoportable. Y delicioso, Y se hacía más intenso mientras Zac la desnudaba.

Un susurro primitivo escapó de su garganta. Con una velocidad y una furia que hizo estremecerse a Zac, le quitó la camisa y deslizó los vaqueros por sus caderas. Desesperada, dio media vuelta en la cama para cambiar sus posiciones y colocarse precipitadamente sobre él. Oía la respiración agitada de Zac y aquel sonido bastaba para que la excitación alcanzara nuevas cotas.

Poder. Era el máximo afrodisíaco. Podía hacerlo temblar, desear hasta el dolor, hacerle susurrar su nombre. Ness, hasta entonces, no había sido consciente de que, con tan poco esfuerzo, pudiera dejarlo tan indefenso.

Y Zac era tan atractivo. Sentirlo bajo sus manos, sentir su sabor enredado en su lengua. Y fuerte. Sentía la firmeza y la fuerza de sus músculos. Que, sin embargo, temblaban bajo la delicada danza de sus dedos.

Zac pretendía que Ness lo recordara. Y era él el que gemía bajo el peso de las sensaciones que ella provocaba. Sería él el que recordaría siempre. La música que él siempre había amado, sencilla y elocuente, inundaba su mente. Y sabía que, a partir de entonces, sería el recuerdo permanente de Ness.

Podía sentir el calor que irradiaba mientras se movía sobre su cuerpo, buscando y encontrando su boca. Sus besos eran lentos, tórridos, un placer en el que Zac podría ahogarse. Y de pronto reía, mientras eludía las manos anhelantes de Zac y continuaba arrastrándolo hasta la locura.

Zac no podía soportarlo. Sentía el corazón latiéndole violentamente contra las costillas y el eco de su pálpito reproduciéndose en todo su cuerpo. El ritmo de sus latidos parecía gritar el nombre de Ness una y otra vez, hasta hacerle sentirse lleno de ella.

Zac: Ness -aquella palabra fue un ronco susurro, tan crudo como su deseo-. Por el amor de Dios.

Entonces Ness se cerró sobre él, como si fuera terciopelo caliente. El sonido que escapó de sus labios apenas fue un gemido, pero vibraba en él la alegría del triunfo. Perdida en su propio placer, se movía a un ritmo salvaje, sintiendo cómo iba estrechándose aquel íntimo vínculo a medida que su deseo crecía.

Zac había experimentado la caída libre en el espacio y el salto a través del tiempo. Pero ninguna de las dos cosas era nada comparada con aquello.

A ciegas, alargó los brazos hacia ella, y sus manos resbalaron por su piel húmeda y escurridiza. Cuando las manos de ambos se encontraron, saltaron juntos hasta la cumbre.

Perfecto. Perezosamente satisfecha, Ness se acurrucó contra él y posó la mejilla en el corazón de Zac sin dejar de ronronear mientras él acariciaba su pelo.

Serena. Cada una de las partes de su cuerpo estaba satisfecha. El cuerpo, la mente y el corazón. Ness se preguntaba durante cuánto tiempo podrían permanecer dos personas en la cama sin comer ni beber. Eternamente. Sonrió para sí. Casi podía creerlo.

Ness: Mis padres tienen un gato -musitó-. Un gato gordo y amarillo que se llama Marigold. No tiene ni una pizca de ambición.

Zac: ¿Un gato que se llama Marigold?

Sin dejar de sonreír, Ness le acarició lentamente el brazo.

Ness: Ya has conocido a mis padres.

Zac: Exacto.

Ness: El caso es que se pasa las tardes tumbado en el alféizar de la ventana. Todas las tardes. Pues bien, en este preciso instante, sé exactamente cómo se siente -se estiró, solo un poco, porque incluso eso requería demasiado esfuerzo-. Me gusta tu cama, Efron.

Zac: Yo también he llegado a tomarle mucho cariño.

Se quedaron un rato en silencio.

Ness: Esa música -estaba sonando en aquel momento en su cabeza: una melodía dulce e insoportablemente romántica-. Tengo la sensación de que la conozco.

Zac: Salvador Simeon.

Ness: ¿Es un compositor nuevo?

Zac: Depende de tu punto de vista. De la última década del siglo veintiuno.

Ness: Oh -la burbuja estalló-.

A veces, siempre era una muy corta cantidad de tiempo. Aferrándose al último instante, Ness se volvió y le dio un beso en el pecho. Sintió latir allí su corazón, firme y fuerte.

Ness: Poesía, música clásica y aerociclos. Una interesante combinación.

Zac: ¿De verdad?

Ness: Sí, mucho. Y también sé que te has enganchado a los culebrones y a los concursos.

Zac: Eso sí que es una investigación -sonrió de oreja a oreja mientras le hacía sentarse a su lado-. Quiero poder hablar con conocimiento de causa de todas las formas populares de entretenimiento en el siglo veinte -se interrumpió un momento, con expresión pensativa-. ¿Crees que archivarán los culebrones? Me gustaría saber si Blak y Eva son capaces de solucionar su situación a pesar de las intrigas de Dorian. Y después está el problema de quién está acorralando a Justin por el asesinato del terrible y despreciable Carlton Slade. Yo voto por Libby, esa mujer de rostro dulce y corazón implacable.

Ness: Definitivamente enganchado -repitió, acurrucándose en la cama y sonriéndole-. ¿En el siglo veintitrés no hay culebrones?

Zac: Claro que sí, pero nunca tengo tiempo de verlos. Siempre había pensado que eran para los trabajadores domésticos.

Ness: Trabajadores domésticos -repitió, gratamente sorprendida al ver que las labores domésticas ya no solo eran tarea de las mujeres-. No he podido hacerte todas las preguntas que quería - apoyó la barbilla en las rodillas-. Cuando volvamos a casa, deberíamos escribir todo lo que te ha pasado.

Zac deslizó un dedo por su brazo.

Zac: ¿Todo?

Ness: Todo lo que sea pertinente. Y mientras terminamos de escribirlo y preparamos la cápsula, podrás ponerme al corriente de lo que pasará en el futuro.

Zac: De acuerdo. -Se levantó de la cama. Quizá lo mejor fuera que se mantuvieran ocupados durante las siguientes horas. Comenzó a buscar sus pantalones y se fijó entonces en la Polaroid que había caído al suelo-. ¿Esto que es?

Ness: Una cámara. De auto revelado. Puedes tener las fotos en cuestión de segundos.

Zac: ¿De verdad?

Divertido, la giró entre sus manos. Le habían regalado una cámara por su décimo cumpleaños que hacía exactamente lo mismo. Y cabía en la palma de su mano. También informaba del tiempo y la temperatura y era capaz de reproducir su música favorita.

Ness: Vuelves a tener esa expresión de superioridad en la cara, Efron.

Zac: Lo siento. ¿Qué hay que hacer? ¿Apretar ese botón?

Ness: Exacto... ¡No! -pero ya era demasiado tarde. Zac ya había apuntado y disparado-. Hay gente que ha sido asesinada por mucho menos.

Zac: Pensaba que querías que hiciéramos fotografías -le dijo en un tono razonable mientras veía cómo iba apareciendo la imagen en su mano-.

Ness: No estoy vestida.

Zac: Ya -sonrió-. No está nada mal -decidió-. Una sola dimensión, pero ha captado lo fundamental. Y de una forma muy sexy.

Tapándose con las sábanas, Ness bajó de la cama e intentó quitarle la fotografía.

Zac: ¿Quieres verla?

Sostenía la fotografía fuera de su alcance, pero de tal manera que Ness pudo verse a sí misma, con los brazos y las piernas doblados, el pelo revuelto y expresión somnolienta.

Zac: Dios, me encanta cuando te sonrojas.

Ness: ¡No me estoy sonrojando! -se dijo a sí misma que tampoco se estaba riendo mientras se vestía-.

Zac dejó la cámara a un lado y comenzó a desnudarla otra vez.


Cuando abandonaron la nave, los rodeaban ya las sombras del atardecer. Tras una breve discusión, decidieron atar el aerociclo a la parte de atrás del Land Rover y regresar juntos.

Ness: Es una buena idea. Pero necesitaríamos una cuerda.

Zac: ¿Para qué? -giró una de las manecillas que había debajo del asiento del ciclo y sacó dos cinturones-.

Ness se encogió de hombros.

Ness: Bueno, supongo que querrás hacerlo de la manera más fácil -se inclinó sobre la parte de atrás del aerociclo y abrió ligeramente las piernas-.

Zac: ¿Qué haces?

Ness: Voy a ayudarte a levantarla -agarró el vehículo con firmeza y sopló para quitarse el pelo de los ojos-. Vamos.

Zac presionó la lengua contra la parte interior de su mejilla.

Zac: De acuerdo, pero no te esfuerces demasiado.

Ness: ¿Tienes idea de la cantidad de equipo que tenemos que cargar en las excavaciones?

Zac la miró sonriente.

Zac: No.

Ness: Pues mucho. A la una, a las dos, y a las tres... -Dejó escapar un suspiro de asombro cuando consiguieron alzar el ciclo por encima de su hombro. El aerociclo pesaba más de diez kilos-. Eres muy gracioso, Efron.

Zac: Gracias -aseguró el ciclo rápidamente-. ¿Esta vez me vas a dejar conducir a mí?

Cuando Ness sacó las llaves del bolsillo y las meneó delante de él, Zac continuó insistiendo.

Zac: Vamos, Ness, no hay nadie por aquí.

Ness: Sea como sea, todavía no me has enseñado tu licencia de conducir.

Zac: Si estamos hablando de cuestiones técnicas, no creo que sean aplicables a este caso. Ness, si soy capaz de pilotar eso... -señaló la nave con el pulgar-. Estoy condenadamente seguro de que sabré conducir eso. Y me gustaría experimentarlo.

Ness le tiró las llaves.

Ness: Pero procura recordar que este vehículo se mantiene siempre a la altura del suelo.

Zac: No lo olvidaré -contento como un niño con un juguete nuevo, se sentó tras el volante-. Tiene diferentes marchas, ¿verdad?

Ness: Eso creo.

Zac: Fascinante. ¿Y este pedal de aquí?

Ness: Es el embrague -contestó, preguntándose si no estaría dejando su vida en sus manos-.

Zac: El embrague, de acuerdo. Eso es lo que desengancha el sistema para que puedas cambiar de marcha. Las marchas más altas son para las velocidades más altas. Esa es la idea, ¿verdad?

Ness: Sí. ¿Y ves ese pedal? ¿El que está a su lado? Ese es el freno. Presta atención al freno, Efron. Préstale mucha atención.

Zac: No te preocupes -le dirigió una petulante sonrisa mientras giraba la llave en el encendido-. ¿Lo ves?

Fueron en dirección contraria y a toda velocidad durante algunos metros antes de detenerse con un brusco chirrido de frenos.

Zac: Espera un momento. Creo que ya lo tengo.

Ness: Has puesto la tracción a las cuatro ruedas, la reversa

Zac: ¿La reversa?

Aunque comenzaba a sentir un sudor frío en las manos, se lo enseñó.

Ness: Tranquilízate, ¿quieres? E intenta ir hacia delante.

Zac: Eso está hecho.

El Land Rover se tambaleó al principio, haciendo que Ness se agarrara con las dos manos al salpicadero y empezara a rezar. Zac estaba disfrutando como nunca en su vida y, cuando las dificultades de la conducción se allanaron, pareció incluso un poco decepcionado.

Zac: Es sencillísimo -le dirigió a Ness una sonrisa-.

Ness: Tú mira por dónde vas. ¡Oh, Dios mío! -se tapó la cara para no ver un árbol con el que estuvieron a punto de estrellarse-.

Zac: ¿Siempre eres tan miedosa como copiloto? -le preguntó en un tono completamente tranquilo mientras maniobraba para sortear el árbol-.

Ness: Podría terminar odiándote. Estoy segura.

Zac: Relájate, pequeña. Vamos a desviarnos un poco.

Ness: Zac, deberíamos...

Zac: Conducir con emoción -terminó por ella-. ¿No es esa la frase?

Ness: Creo que es «buscar la emoción», pero esto no es un anuncio de cerveza -se mordió el labio y se aferró al cinturón de seguridad-. En cualquier caso, te lo dejo a ti todo. Creo que yo prefiero disfrutar de una vida larga y aburrida.

Zac bajó por una pendiente pedregosa, conduciendo como si hubiera nacido detrás del volante.

Zac: Después de volar, creo que esto es lo que más me gusta -la miró-. Bueno, quizá no lo que más, pero casi.

Ness: Creo que algunos de mis órganos vitales se me van a soltar después de tanta sacudida. Zac, ahora tienes que ir a la derecha del... -dos abanicos de agua se levantaron a ambos lados del Land Rover. Ness estaba completamente empapada cuando llegaron a la otra orilla-. Arroyo -musitó, apartándose el pelo mojado de los ojos-.

Al verla tan mojada, Zac soltó un grito de alegría y giró para cruzar el arroyo de nuevo. Ness lo oyó reír a carcajadas mientras el agua los salpicaba por segunda vez.

Ness: Estás loco -el Land Rover abandonó el suelo durante un instante y cayó con una brusca sacudida-. Pero no eres en absoluto aburrido.

Zac: ¿Sabes? Con unas cuantas modificaciones esto podría llegar a convertirse en algo muy importante en mi época. No entiendo por qué dejaron de hacerlos. Si pudiera hacerme con un prototipo, mi clasificación crediticia iba a subir como la espuma.

Ness: No te lo vas a llevar. Todavía me quedan catorce letras por pagar.

Zac: Solo era una idea.

Podría haber estado horas conduciendo. Pero el aire era frío y Ness estaba empezando a temblar. Zac dio media vuelta.

Ness: ¿Sabes dónde estamos?

Zac: Claro, a unos veinte grados al noreste de la nave -le tiró suavemente del pelo-. Ya te dije que sé navegar. Te diré una cosa, cuando volvamos a casa, nos meteremos en la ducha. Después podemos encender un fuego y tomar ese brandy. Y luego... -soltó una maldición y pisó con fuerza los frenos-. 

Tenían frente a ellos a un grupo de cuatro excursionistas.

Ness: Maldita sea -murmuró-. Casi nunca viene nadie en esta época del año -le bastó una sola mirada para decidir que prácticamente acababan de quitarles las etiquetas a las mochilas y a las botas-.

Zac: Si continúan caminando en esa dirección, se encontrarán con la nave.

Ness intentó dominar el pánico y sonrió cuando el grupo se acercó a ellos.

Ness: Hola.

**: Eh, hola -el hombre, fuerte y grande, de unos cuarenta años, se inclinó hacia el Land Rover-. Son las primeras personas que vemos desde esta mañana.

Ness: No vienen muchos excursionistas por este camino.

**: Por eso lo hemos elegido, ¿verdad, Susie? -palmeó el hombro a una mujer que tenía aspecto de estar agotada. Su única respuesta fue un silencioso asentimiento de cabeza-. Rankin, Jim Rankin -se presentó. Tomó la mano de Zac y se la estrechó-. Mi esposa, Susie, y nuestros hijos, Scott y Joe.

Zac: Encantado de conocerlo. Zac Efron y Ness Hudgens.

Jim: Tracción a las cuatro ruedas, ¿eh?

Al advertir la mirada de perplejidad de Zac, Ness contestó.

Ness: Sí, estábamos a punto de meterla.

Jim: Nosotros nos conformamos con la mochila -esbozó una amplia sonrisa-.

En cuestión de segundos, Ness y Zac se dieron cuenta de que Jim era el único al que le entusiasmaba la posibilidad de recorrer aquellas montañas a pie. Eso podría ser una ventaja para ellos.

Ness: ¿Vienen de muy lejos?

Jim: Empezamos en la Gran Vista. Una bonita zona de acampada, pero está abarrotada de gente. Y yo quería mostrarles a mi esposa y a mis hijos la naturaleza en estado puro.

Ness consideró que los niños debían tener entre trece y quince anos y ambos parecían estar a punto de empezar a protestar. Considerando la distancia que había desde la zona de acampada de la Gran Vista, nadie podía culparlos por ello.

Ness: Es una excursión bastante larga.

Jim: Somos gente fuerte, ¿verdad, chicos? -ambos lo miraron con infinita tristeza-.

Ness: No estarán pensando subir por ese camino, ¿verdad? -preguntó señalando la ruta con la mano-.

Jim: Pues la verdad es que sí. Queríamos intentar alcanzar la cumbre antes de que anochezca.

Susie gimió y se inclinó para darse un masaje en la pantorrilla.

Ness: No se puede llegar por este camino. Allí delante hay una zona de reforestación. ¿Ve ese claro que hay entre los árboles?

Jim: Sí, lo he visto -tocó el podómetro que llevaba a la cintura-. Y la verdad es que me intriga.

Ness: Han pasado por allí una máquina segadora -dijo sin pestañear-. Han prohibido la acampada y el paso de excursionistas. Le pueden llegar a poner una multa de quinientos dólares -propuso una buena cantidad-.

Jim: Vaya, le agradezco que nos lo hayas hecho saber.

Scott: Papá, ¿no podemos ir a un hotel? -preguntó uno de los chicos-.

Joe: A un hotel con piscina -intervino el otro-. Y con vídeo.

Susie: Y una cama -musitó su esposa. Una cama de verdad.

Les guiñó el ojo a Zac y a Ness.

Jim: Últimamente la familia está un poco quisquillosa. Pero esperad a ver mañana la salida del sol -se volvió hacia su mujer-. Entonces comprenderéis que ha merecido la pena.

Ness: Hay una ruta más fácil hacia el oeste -salió del Land Rover y se apoyó contra la puerta-. ¿La ve?

Jim: Sí.

A Jim no le hacía mucha gracia tener que cambiar su itinerario, pero los quinientos dólares lo habían persuadido.

Ness se alegraba de poder ofrecerles un camino con una pendiente mucho menor.

Ness: Y a unos cuatro o cinco kilómetros de aquí, hay un claro que puede ser un buen sitio para acampar. La vista es fabulosa y pueden llegar perfectamente antes del anochecer.

Zac: Podríamos llevaros hasta allí - había notado también el cansancio y el mal humor de los chicos, que, en cuanto oyeron la oferta, alegraron la cara-.

Jim: Oh, no, pero gracias de todas formas -repuso con una sonrisa-. Eso sería hacer trampa, ¿verdad?

Susie: Quizá -se ajustó la mochila en la espalda-. Pero a lo mejor nos salvaba la vida -le dio un codazo a su marido para que se apartara y se inclinó hacia Zac-. Señor Efron, si nos lleva hasta la zona de acampada, puede pedirnos lo que quiera.

Jim: Pero Susie...

Susie: Cállate, Jim -agarró a Zac por la camisa-. Por favor. Llevo cuatrocientos cincuenta y ocho dólares en el bolsillo de la mochila. Son todos suyos.

Con una sonora carcajada, Jim agarró a su esposa del brazo.

Jim: Por favor, Susie. Llegamos al acuerdo...

Susie: A estas alturas ya no valen los acuerdos -elevó ligeramente la voz. Haciendo un obvio esfuerzo por controlarse, tomó aire-. Me estoy muriendo, Jim. Y creo que los niños van a quedar traumatizados de por vida. No querrás ser responsable de algo así, ¿verdad? -como no estaba muy segura de su respuesta, retrocedió, para tomar a cada uno de los niños bajo su brazo-. Tú puedes ir andando, pero yo tengo ampollas en los pies y creo que no voy a volver a sentir la pierna izquierda en toda mi vida.

Jim: Susie, si hubiera sabido que te encontrabas tan mal...

Susie: Estupendo -no iba a dejarle terminar la frase-. Ahora ya lo sabes. Vamos, chicos.

Se montaron en la parte de atrás del Land Rover. Tras unos segundos de vacilación, Jimmy se reunió tristemente con ellos, sentando al más pequeño de sus hijos en su regazo.

Ness: Es una zona muy bonita -comenzó a decir mientras le señalaba a Zac como dirigirse a aquella pista-. Probablemente lo apreciarán más cuando hayan comido y descansado.

Y mucho más todavía, estaba segura, cuando Susie descubriera que estaban a solo unos tres kilómetros de la Gran Vista.

Susie: Desde luego, está lleno de árboles -suspiró disfrutando del placer de trasladarse sin esfuerzo. Como sabía que Jim estaba de mal humor, le palmeó la rodilla-. ¿Sois de aquí?

Ness: Nací aquí -confiando en que Zac pudiera encontrar solo el camino, se volvió hacia el asiento de pasajeros-. Pero Zac es de Filadelfia.

Susie: ¿De verdad? -estaba debatiéndose entre flexionar o no el pie, pero decidió no arriesgarse-. Nosotros también. ¿Es la primera vez que está por aquí, señor Efron?

Zac: Sí, supongo que podría decirse que es la primera vez.

Susie: Nosotros también. Jim quería enseñarles a sus hijos esta zona, que todavía no ha sido explotada. Así que aquí estamos -le apretó cariñosamente la rodilla a su marido-.

Ya más tranquilo, Jim estiró el brazo a lo largo del respaldo del asiento.

Jim: Esta es una excursión que nunca olvidaremos.

Los niños intercambiaron miradas y se mantuvieron en un sabio silencio. Todavía había alguna oportunidad de que terminaran en un hotel.

Jim: Así que es de Filadelfia. ¿Crees que los Filis tendrán alguna oportunidad este año?

Precavidamente, Zac intentó darle una respuesta poco comprometedora.

Zac: Yo siempre mantengo la esperanza.

Jim: ¡Eso es! -le palmeó el hombro-. Si consiguen reforzar el área y fortalecer el grupo de lanzadores, todavía podrán hacer algo.

Béisbol, comprendió Zac con una sonrisa. Al menos eso era algo de lo que podía hablar.

Zac: Es difícil saber lo que va a pasar esta temporada, pero creo que de aquí a doscientos años, llegaremos a ganar alguna liga.

Jim soltó una sonora carcajada.

Jim: Eso sí que es visión a largo plazo.

Cuando llegaron al claro, sus pasajeros estaban de mucho mejor humor. Los niños bajaron corriendo del coche y se pusieron a perseguir a un conejo. Susie bajó más lentamente, cuidando todavía sus piernas.

Susie: Es precioso -miró la cadena de montañas tras la que se ponía el sol-. Nunca podré agradecérselo lo suficiente. A los dos - miró hacia su marido, que ya les estaba gritando a los chicos para que comenzaran a reunir leña para el fuego-. Le han salvado la vida a mi marido.

Zac: La verdad es que parece estar en muy buena forma.

Susie: No. Pensaba matarlo mientras durmiera -sonrió mientras se liberaba de la mochila-. Ahora no tendré que hacerlo. Por lo menos hasta dentro de un par de días.

Con expresión jovial, Jim volvió al lado de su esposa y la abrazó. Ella hizo una mueca de dolor, cuando él apretó sus tiernos músculos.

Jim: Te diré una cosa, Susie, aquí una persona puede respirar de verdad.

Susie: De momento al menos -musitó-.

Jim: Este aire no es como el de Filadelfia. ¿Por qué no se quedan a cenar con nosotros? No hay nada como cenar bajo las estrellas.

Susie: Claro -añadió con entusiasmo-. Esta noche, el menú consiste en las siempre populares judías con el añadido de unos perritos calientes, si no se ha estropeado la nevera portátil, y para postre, tenemos deliciosos albaricoques deshidratados.

Zac: Suena magnífico -una parte de él estaba deseando quedarse, sentarse y escuchar. La familia Rankin le parecía tan entretenida como cualquier serie de televisión-. Pero tenemos que volver a casa.

Ness le ofreció la mano a Susie y le palmeó compasivamente el hombro.

Ness: Si siguen el camino de la derecha, llegarán otra vez a la Gran Vista. No es una excursión muy larga, pero es bastante bonita

Y además, los alejaría cada vez más de la nave.

Jim: No saben cuánto se lo agradezco -buscó en el bolsillo de su mochila y sacó una tarjeta. Al verlo, Ness tuvo que contener la risa. Aquel hombre podía estar fuera de su entorno habitual, pero...- Llámeme cuando regrese, Efron. Soy director de ventas en Bison Motors. Puedo ofrecerles un buen precio en artículos de primera o de segunda mano.

Zac: Lo tendré en cuenta -montaron de nuevo en el Land Rover y se despidieron agitando la mano-. ¿Qué es exactamente lo que vende? -le preguntó a Ness-.




¡Gracias por las felicitaciones!

Espero que os haya gustado el capi. ¡Próximo día el último!


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pensé que terminaría mal pero menos mal que se arreglo todo
Que tal imaginación la de Zac XD
y me hace sentir cavernicola cada que cuenta la diferencia entre los artículos de esa época y la suya XD
Que se quede, o Ness vaya con él, como dice Zac "nunca hay que perder la esperanza"
Además que ahora ya se puede fotografiar el agujero negro, fácil fue por algo XD
Pública el siguiente pronto porfis!!

Maria jose dijo...

Ya pronto termina noooo!!!
Lo bueno que ya no estan molestos
Me gusto mucho este capitulo
Siguela pronto
Saludos!!!

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