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miércoles, 29 de junio de 2011

Epílogo


Seis meses después

Miley se hallaba de pie delante de la ventana de su habitación, mirando hacia el jardín. Era un cálido día de agosto y el sol empezaba a desaparecer en el horizonte. Había niños en el jardín. Miley sonrió mientras veía a los pequeños Marina Ann y Terry, jugando al escondite en los senderos cubiertos de gravilla, riendo mientras corrían como flechas de un lado a otro entre las flores y la frondosa vegetación. La niñera, la señora Higgins, los vigilaba desde su sitio en un banco de hierro forjado cerca de la fuente.

Marina Ann sostenía fuertemente contra su pecho uno de los caballos de madera de Robert, un tesoro que apreciaba más que todas las maravillas que había recibido desde que se había convertido en la hija adoptiva de un duque.

El corazón de Miley rebosaba de alegría viendo a los niños que habían convertido su casa en un hogar. William los había llevado ante ella en los días siguientes al tiroteo, cuando guardaba cama, recuperándose, con la excusa de que recordaba que le había hablado de ellos, y que Taylor le había explicado que su mayor deseo era adoptarlos.

Will: Marina Ann y Terry serán nuestros primeros hijos, pero no los últimos. Tendremos tantos como quieras, amor mío, la casa llena de niños si eso es lo que quieres.

Miley había llorado cuando él se lo dijo y, en silencio, prometió recuperarse incluso más deprisa.

Ahora, totalmente restablecida y en pie, sólo tenía una cicatriz en el costado que le recordara los oscuros días pasados. Después de todo lo ocurrido, apenas pensaba en los momentos amargos que precedieron a la noche de Green Park, un tiempo en el que había creído que su marido estaría mucho mejor sin ella.

Aunque Miley no podía recordar las palabras que la madre de William le había dicho mientras no había recuperado la conciencia, de alguna manera habían llegado hasta ella y la habían hecho volver al mundo del que quería marcharse.

La necesitaban, como había dejado muy claro la duquesa viuda.

Y la querían.

Y así, en los últimos seis meses, había sido feliz, exaltadamente feliz, y estaba locamente enamorada de su marido, que parecía igualmente enamorado de ella.

Daban largos paseos juntos, planeaban excursiones de domingo al campo, llevaban a los niños a Wycombe Park para visitar a tía Fiona y pasar una semana en su compañía. A menudo pasaban tiempo con Taylor y Robert, que había saldado su contrato de esclavitud con Emer Seaver y había devuelto a William el dinero que se había gastado en rescatar el collar.

En aquellos momentos, el conde y la condesa se hallaban en Leighton Hall, la casa campestre de Robert, disfrutando de unas vacaciones en el campo, pero no tardarían en regresar a la ciudad.

La vida de Miley se había llenado de una felicidad infinita y, sin embargo, mientras llamaba a su doncella, una joven tímida llamada Susan Summers, que había estado con ella desde la boda de Taylor, Miley apenas podía contener su excitación.

Había sucedido algo. Algo maravilloso que había descubierto ese mismo día, un gran milagro que no podía suceder y, sin embargo... Sin embargo ella sabía en el fondo, desde lo más profundo de su ser, que el milagro era cierto.

Corrió a la puerta al oír el ligero golpe, distinto del tímido golpe con el que siempre llamaba Susan Summers. En lugar de su doncella, William entró en la lujosa y recién reamueblada suite de la duquesa, cercana a la habitación del señor de la casa, donde dormía cada noche con el duque.

Will: Me he cruzado con Susan. Venía a ayudarte a terminar de vestirte, pero he pensado en hacerlo yo en su lugar.

Ella se sonrojó ante los encendidos ojos azules que recorrían su cuerpo. Ese día había elegido un vestido de seda color esmeralda para asistir al teatro y luego cenar con sus mejores amigos, Andrew, Brittany, Zac y Vanessa.

Will: Ya veo que estás casi lista, para gran desilusión mía. Hubiera preferido encontrarte desnuda, pero tal vez más tarde podremos solucionarlo. Entre tanto ¿qué puedo hacer para ayudarte?

Ella se echó a reír mientras le daba la espalda, pensando que los planes de William coincidían exactamente con los suyos.

Miley: Sólo necesito que me abotones el vestido y me ayudes a ponerme el collar.

Esperó a que le abrochara los botones, y entonces depositó las perlas en la palma de su mano. William puso el elegante collar alrededor de su cuello y cerró el broche. En el espejo, los brillantes diamantes engarzados entre las perlas brillaron a la luz de la lámpara.

William la besó en la nuca y luego la giró para verla cara a cara.

Ella sonreía con tanta alegría que el duque enarcó las cejas.

Will: Pareces extremadamente contenta. ¿Qué ocurre?

Miley acarició el collar, sintiendo esa familiar sensación de consuelo, y aspiró hondo.

Miley: Tengo una noticia, excelencia. Una noticia muy excitante.

Parpadeó pero no pudo evitar que las lágrimas de felicidad colmaran sus ojos y se derramaran por sus mejillas.

Will: Estás llorando.

Ella asintió.

Miley: Hoy he ido a ver al doctor McCauley.

La preocupación alteró el rostro de William.

Will: ¿No estarás enferma? Hay algo que...

Miley: No, no es nada de eso. -Su sonrisa se volvió incluso más intensa-. Ha ocurrido un milagro, William. No sé cómo ni por qué, sé que era imposible pero ha ocurrido igualmente. Voy a darte un hijo, amor mío. Vamos a tener un hijo.

Durante unos momentos que parecieron muy largos, William se la quedó mirando. Entonces la cogió entre sus brazos y la apretó contra él.

Will: ¿Estás segura? ¿Está seguro el doctor?

Miley: Absolutamente. Estoy embarazada de algo más de cuatro meses. Dice que no comprende cómo ha podido ocurrir, pero ha ocurrido. Y yo sé que es cierto porque puedo sentir a tu hijo creciendo dentro de mí.

William se limitó a abrazarla mientras sentía unos ligeros temblores que recorrían su alta y esbelta figura.

Will: Nunca pensé..., había dejado de ser importante, pero yo..., me haces el hombre más feliz del mundo.

Entre risas y sollozos, ella se abrazó a él, sin palabras para describir la pura alegría que bullía en su interior. Apartándose un poco, acarició las perlas que le rodeaban el cuello.

Miley: Ha sido el collar. Lo sé -dijo, pensando que él se burlaría de ella, le diría que estaba siendo tonta, y que habría otra explicación-.

En cambio, William inclinó su cabeza y la besó suavemente.

Will: Es posible. Supongo que nunca lo sabremos.

Pero Miley lo sabía. Había recibido el regalo que prometía el collar, una gran felicidad. Taylor y Robert habían recibido el mismo regalo, lo mismo que Vanessa y Zac, y Brittany y Andrew.

Miley pensó en lady Ariana de Merrick y en el gran amor que había compartido con lord Fallon.

Aunque nunca se llegara a demostrar y la mayoría de la gente no lo creyera, en el fondo de su corazón, Miley sabía que la leyenda del Collar de la Novia era cierta.


FIN

martes, 28 de junio de 2011

Capítulo 32


Neil McCauley se hallaba junto a William en el dormitorio del duque en Sheffield House. La inmóvil figura, inerte y pálida, yacía debajo de las sábanas, su cabellera castaña desparramada sobre la almohada.

Desde la noche del tiroteo, Miley no se había despertado, y aunque William rezaba para que mejorase su estado, no era así. Al recordar la noche, sentía una profunda opresión en el pecho. Según la confusa historia que le habían contado sus amigos, Zac y Andrew le habían hecho una visita, preocupados por él y por Miley, justo unos minutos después de su partida.

Robert estaba a punto de partir, decidido a seguir a William hasta Green Park. Los tres hombres fueron juntos, lo que resultó ser una buena decisión.

Cuando finalizaron los tiros de pistola y se disipó la nube de pólvora, uno de los secuaces de Phillip Goddard estaba muerto, junto con la marquesa de Caverly, a quien había alcanzado una bala perdida durante la batalla, aunque nadie podía estar seguro de dónde había provenido el tiro. Zac y Andrew habían derribado a Goddard, y Robert se había ocupado de los otros dos secuaces.

Con un poco de persuasión, habían conseguido saber la localización del carruaje abandonado y habían rescatado al señor Mullens.

Tanto Jason Reed como el marqués de Caverly estaban de luto. El propio marqués había acudido a Sheffield House para hablar con William.

Marqués de Caverly: Se acabó -prometió-. La venganza me ha costado un hijo y una esposa. Jason ha confesado la verdad de lo ocurrido aquella noche hace cinco años. No tenéis nada que temer de nadie de mi familia.

Will: Lamento vuestra pérdida -había dicho-.

Marqués de Caverly: Le deseo una rápida recuperación a vuestra esposa -había replicado-.

Pero hasta ahora eso no había sucedido. La vida de Miley seguía corriendo peligro y parecía que nadie podía hacer nada para remediarlo.

William se quedó mirando a la mujer que amaba y apenas oyó las palabras del médico.

Neil: Necesito hablar con usted afuera -dijo McCauley-.

William asintió sin ánimos. Había pasado los últimos cinco días sentado junto a Miley, sosteniendo su mano, diciéndole lo mucho que la amaba, que no podía vivir sin ella, diciéndole las cosas que había tenido miedo de decirle antes.

Sin embargo, Miley no había dado señales de mejoría, ni había respondido en ningún sentido.

Simplemente yacía allí moribunda, mientras él sentía que le arrancaban el corazón.

Siguió a Neil hasta la puerta y la cerró, suavemente, detrás de él.

Neil: Lo siento, William. Ojala pudiera decir que está mejorando, pero no es así.

William sintió una opresión en el pecho que casi le impedía respirar.

Will: Dijiste que es joven y fuerte, y que había muchas probabilidades de que se recuperara. Conseguiste extraerle la bala. Dijiste que se recuperaría con el tiempo.

Neil: Sí, dije todas esas cosas. He tenido casos más graves que se han recuperado. Pero esta vez, falta algo.

Will: ¿Qué? ¿Qué es lo que falta?

Neil: El deseo de vivir. Poco a poco, la duquesa se va alejando. Parece contenta de morir. Es raro en alguien tan joven. Realmente no lo entiendo.

Sus palabras le quemaron por dentro como si tuviera un carbón ardiendo en el estómago. Es posible que Neil no lo entendiera, pero él sí. Recordaba la tarde que Miley les había reunido en el salón y le había dicho que quería que se divorciase de ella. Quería dejarlo libre para que volviese a casarse y pudiera tener el heredero que tanto necesitaba.

No habría divorcio, le había contestado él. Ahora, la muerte se había convertido en la solución de Miley.

Se pasó una mano temblorosa por la cabeza, apartándose el cabello de la frente. Hacía días que no dormía ni comía, no tenía el más mínimo apetito.

Will: No sé cómo ayudarla. He hablado con ella, le he dicho cuánto la quiero, cuánto la necesito. Pero no parece que me escuche. -Se le quebró la voz al final-. No sé qué hacer.

Neil: Tal vez no haya nada que hacer.

El ruido de faldas anunció la llegada de su madre por el pasillo. Parecía tan agotada como él.

Miriam: No creo, ni por un instante, que eso sea verdad -dijo la duquesa viuda-.

William se restregó los cansados ojos, borrando el rastro de lágrimas.

Will: ¿Qué quieres decir?

Miriam: Has hecho todo lo posible, William. Has hecho todo lo que has podido. Ahora es mi turno. Deseo hablar con Miley.

Él la miró con cautela.

Will: ¿Por qué?

Miriam: Porque soy una mujer y, tal vez, sea la única que pueda hacerla comprender. He tenido mucho tiempo para pensarlo y creo que si alguien puede llegar hasta ella, esa persona soy yo -dijo, y pasando entre ellos, abrió la puerta y entró. William la observó desde la puerta mientras se sentaba en la silla próxima a la cama de Miley, y cogía su mano inerte y pálida, y la sostenía cuidadosamente entre las suyas-. Quiero que me escuches, Miley. Soy la madre de William..., y ahora, tu madre también. -William no se movió. La duquesa cogió aire y lo expulsó lentamente-. He venido a pedirte un favor, Miley, un favor para mi hijo y para mí. Estoy aquí para pedirte que regreses con nosotros, que vuelvas a llenar nuestras vidas. -William tragó saliva y desvió la mirada-. Ahora ya sabes que William te quiere -siguió-, te lo ha dicho mil veces desde que te hirieron tan gravemente. -Sacó un pañuelo del bolsillo de su falda y se secó los ojos-. Pero, quizá, lo que no sabes es que sin ti, él también morirá. Quizá no entiendes que si lo abandonas, nunca se recuperará. Sé que eso es cierto, porque vi lo que le pasó la primera vez que te perdió. Cuando te recuperó, le devolviste la vida. Contigo, Miley, él es uno, de una manera que no lo era cuando estaba sin ti. -Aspiró fuerte, apretando su pañuelo debajo de la nariz-. Sé que crees que si te vas, William se volverá a casar, que será capaz de tener el hijo que necesita para que lleve su nombre. Pero estoy aquí para decirte que eso no es lo más importante. En los meses que han transcurrido desde que te casaste con mi hijo, he aprendido varias cosas. He aprendido que hay cosas más importantes que los títulos y la fortuna. Cosas como la felicidad. Cosas como amar a alguien con todo tu corazón y ser amado a cambio. Todos nosotros somos Sheffield, y hemos sobrevivido. Siempre ha sido así. Mi hermana y yo, los primos de William, si algo ocurre y el título pasa a Artie o a otra persona, es posible que no disfrutemos de todo lo que disfrutamos ahora, pero no nos moriremos de hambre. -Se llevó a los labios la fría mano de Miley y la besó-. Cuando te casaste con William, me devolviste a mi hijo. Le diste la oportunidad de ser el hombre que tenía que haber sido. Te necesita, Miley. No será ese hombre sin ti. Te quiere mucho, mucho.

William ignoró el nudo que sentía en la garganta cuando su madre se levantó de la silla y se apartó de la cama de Miley. Cuando salió por la puerta, William la detuvo, y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

Will: Gracias, madre.

Ella movió la cabeza.

Miriam: Me ha llevado algún tiempo comprender, pero ahora lo veo todo muy claro. -Se secó una lágrima rebelde-. Sólo rezo para que me haya oído y que vuelva con nosotros.

William asintió. Regresó al dormitorio, volvió a su puesto junto a la cama de Miley y cogió su mano.

Will: Regresa a mí, amor mío -dijo suavemente-. No quiero vivir sin ti.

No fue hasta el día siguiente, cuando William se sentía completamente agotado y había perdido toda esperanza, que Miley abrió los ojos y le miró.

Miley: ¿William...?

Will: ¡Miley...! Dios mío, te quiero tanto, por favor, no me abandones.

Miley: ¡Estás... seguro?

Will: Muy, muy seguro.

Un levísimo color coloreó la palidez de sus mejillas.

Miley: Entonces, me quedaré contigo..., siempre. -Y cuando ella le sonrió, William la creyó y su corazón saltó de alegría-.

domingo, 26 de junio de 2011

Capítulo 31


La nota del rescate estaba esperándolo cuando William regresó a casa, absolutamente agotado, con la ropa húmeda y cubierto de barro. Con aire grave, Wooster le entregó una carta sellada, intuyendo de alguna manera que se trataba de una mala señal.

De pie, junto a Robert, William rompió el sello y leyó por encima la nota, seguro incluso antes de leerla de lo que decía:

Tenemos a su esposa. Si quiere que continúe con vida, siga estas instrucciones. Acuda a Green Park a medianoche, tome el camino que conduce a la colina y espere junto al roble. Acuda solo y no hable con nadie o su esposa morirá.

Green Park era un lugar que conocía bien, el escenario de su duelo con Jason Reed.

Robert: ¿Qué dice? -preguntó McKay, mientras Taylor se cogía temerosa de su brazo-.

Will: Han secuestrado a Miley.

Robert: ¿Quién?

Will: Jason Reed. La nota dice que acuda a la colina de Green Park a medianoche. Ése es el lugar donde nos batimos en duelo, y Reed resultó gravemente herido. Según parece, él es el hombre al que hemos estado buscando. -Y dando golpecitos en la nota, añadió-: McPhee debía vigilarlo mientras Yarmouth no perdía de vista a mi primo. Algo ha debido de ir mal.

Robert miró al reloj de péndulo que decoraba la entrada.

Robert: Tiene menos de una hora para llegar al parque. Tenemos que preparar algún tipo de plan.

Robert echó a andar hacia el estudio, pero William lo cogió del brazo.

Will: No habrá ningún plan porque no vendrá conmigo. La nota dice que acuda solo y eso es lo que tengo intención de hacer.

Robert: No sea insensato. Ese individuo ha intentado matarlo dos veces y casi lo consiguió. Es probable que haya contratado a hombres para que le ayuden y que esta vez no falle. Si acude solo al parque, es usted hombre muerto.

Will: No tengo elección. No arriesgaré la vida de Miley. Le agradezco su ofrecimiento, pero no puedo correr riesgos.

Robert: ¡Maldita sea! -se permitió gritar-.

William gruñó órdenes a un lacayo para que le preparase su calesa y la trajese delante de la mansión, un vehículo para transportarles de vuelta a casa.

Will: No iré desarmado -le dijo a Robert-, y tengo una excelente puntería. -No obstante, no había garantías. Se volvió a Taylor-: Si algo va mal, Miley te necesitará aquí cuando vuelva a casa.

Taylor: Aquí estaré -dijo con sencillez-.

Will: Y dile, por favor, que la quiero. Dile que ojala le hubiera dicho lo mucho que la quiero. ¿Harás eso por mí?

Los ojos azules de Taylor estaban llenos de lágrimas.

Taylor: Se lo diré, excelencia.

William se volvió a McKay.

Will: Usted es un buen hombre. Si algo me ocurre, confío en que cuidará de las dos.

Robert: ¡Maldita sea, déjeme ir con usted! Me quedaré a una distancia prudente, oculto en la oscuridad. Puedo cubrirle sin que sepan que estoy allí.

William echó a andar. Recorrió el pasillo, entró en su estudio y abrió el cajón inferior de la mesa-escritorio. En el fondo había una pequeña pistola. Sacó el arma, la guardó en el bolsillo de la chaqueta y se dirigió a la puerta que conducía a los establos.

Lo que le pasara a él no tenía importancia. De un modo u otro, la mujer que amaba regresaría a salvo a casa.


Miley se sentaba rígidamente en el carruaje junto a un hombre barbudo y maloliente que sostenía una pistola en una de sus manos sucias y peludas.

Su propio carruaje se encontraba abandonado en una calle oscura a unas cuantas manzanas de Sheffield House y en su interior, atado y amordazado, Michael Mullens, el cochero, yacía inconsciente en el suelo del vehículo.

¡Dios mío! ¡Qué estúpida había sido al abandonar la casa! En ese momento, sólo había pensando en escapar y alejarse de William. Temía que si se quedaba, él lograría convencerla de abandonar sus planes y, de esa manera, ella lo traicionaría.

Se contempló las manos atadas sobre su regazo. Ella no había creído realmente que corriera peligro. Era William quien tenía enemigos, no ella. Nunca se le había ocurrido que el hombre que quería verlo muerto la podría utilizar a ella como arma en su contra.

Los había oído hablar, sabía que le habían enviado una nota exigiendo un encuentro. Miley temblaba mientras el carruaje avanzaba con estruendo. Lo amaba tanto... Había deseado darle la única cosa que él realmente quería: un hijo que llevase su nombre.

En cambio, por su culpa ahora corría un enorme peligro.

Cogiendo aire con dificultad, se esforzó para que su voz sonara tranquila:

Miley: ¿Adónde vamos?

Miró por la ventanilla de vidrio grueso, pero la noche era demasiado oscura para reconocer nada familiar.

***: Green Park -respondió su captor. Otro hombre, al que le faltaban dos de los dientes de abajo y tenía una nariz abultada que ocupaba buena parte de su feo rostro, se sentaba frente a él-.

Miley: ¿Ése es el punto de encuentro?

***: No vamos allí precisamente de excursión, encanto.

Green Park. Era el lugar donde William se había batido con Jason Reed. Se lo dijo un día y ella había visto la cicatriz en su brazo.

De modo que Reed era el hombre que quería matarlo, tal y como William había sospechado.

Echó un vistazo al carruaje, examinando las cortinillas de terciopelo rojo oscuro, las lamparillas de latón pulido próximas a las ventanas, un vehículo demasiado elegante para el gusto de dos individuos de aspecto dudoso sentados en los lujosos asientos de terciopelo. Se imaginó que el coche pertenecía a Jason y se preguntó si planeaba matarla lo mismo que a William.

No dijo nada más mientras el par de enérgicos corceles que tiraban del carruaje trotaban por las calles oscuras, pero en su cabeza daba vueltas a planes, maneras de ayudar a William. Descartó uno tras otro, y decidió que tenía que esperar y ver cómo se desarrollaban los hechos. Pasara lo que pasase, no se quedaría de brazos cruzados ni dejaría que esos hombres asesinasen a su esposo.

Miley encontraría una manera de salvarlo, al precio que fuese.

Apenas habían pasado unos minutos cuando el carruaje aminoró la velocidad hasta detenerse, y el conductor, un hombre fornido, de cabello canoso y fino y mandíbula prominente, echó el freno y saltó del vehículo.

Miley se envolvió aún más en su capa cuando abrió la puerta y uno de sus captores la empujó con el cañón de su arma.

***: Fuera. Y no te muevas demasiado deprisa o apretaré el gatillo.

Inclinando la cabeza para salir del vehículo, pisó el escalón, seguida de cerca por el hombre barbado. Con la pistola hundida en las costillas, recorrió el camino que conducía a la colina, con la cabeza dándole vueltas y buscando maneras de eludirlos, maneras de escapar y avisar a William. Pero ella no tenía ni idea de dónde se encontraba su esposo ni de por dónde podría entrar en el parque.

No tenía la menor duda de que William aparecería. Era un hombre de honor y acudiría en defensa de su mujer, no importaba lo que hubiese pasado entre ellos. Tenía que esperar hasta que él apareciera y estar lista para ayudarlo de la manera en que ella pudiese.

***: Hacia allá.

La pistola se hundió en sus costillas y siguió avanzando por la cuesta que conducía a la cima de la colina. Un viejo platanero extendía sus ramas sobre el entumecido césped marrón, mientras un viento helado barría el sombrío paisaje. Al pasar junto al árbol, hizo una pausa, su mirada explorando la oscuridad, en busca del hombre que había sido amigo suyo en una época, Jason Reed.

En su lugar, otro hombre surgió de la oscuridad, una figura bien vestida con un gran abrigo y un sombrero alto de castor. Quizá tendría unos treinta años, un hombre guapo al que nunca había visto. Una segunda figura hizo su aparición y Miley se quedó paralizada ante la inesperada presencia de una mujer.

***: Bien..., por fin estamos aquí.

Iba vestida de pies a cabeza de negro, con un sombrero del que colgaba un delgado velo negro, que no le cubría la cara del todo. Era algo más baja que Miley, de físico más robusto y desprendía el mismo brillo de autoridad que cualquier hombre.

Miley reconoció a la mujer como la marquesa de Caverly, la madre de Jason Reed.

Miley: De modo que habéis sido vos, y no vuestro hijo.

Lady Caverly: Gracias a vuestro marido -dijo la marquesa-, mi hijo ya no es el hombre que era. En su lugar, me veo obligada a hacer lo que ahora es incapaz de llevar a cabo.

Miley: ¿Pensáis matar a William?

Frunció los labios en una expresión de disgusto.

Lady Caverly: Antes de que acabe la noche, os veré muertos a los dos.

Un escalofrío le recorrió la espalda. El odio de la mujer era casi palpable. Estaba claro que la marquesa no descansaría mientras uno de los dos estuviera vivo.

Echó un vistazo por la colina, buscando algo que pudiera utilizar como arma, cualquier cosa que pudiera ayudarlos, mientras rezaba para que William no llegase.

Sabiendo con una certeza que nacía de lo más hondo de su ser que no tardaría en aparecer.

Su corazón se retorció de dolor. Sólo había querido evitarle el padecimiento de una vida sin hijos, casado con una mujer estéril que no podía darle el heredero que tan desesperadamente necesitaba. En cambio, lo había puesto en el más grave de los peligros.

Oyó unos pasos en el camino, las familiares zancadas que pertenecían a William.

Su pulso se disparó. Miró desesperadamente a su alrededor, pero la colina era tan estéril como ella y no vio manera de escapar.

Miley: ¡Huye, William! ¡Es una trampa!

Un puñetazo en la cara la envió, tambaleándose, contra el tronco del árbol.

***: ¡Cállate, maldita puta, si no quieres sangrar más por esa boca! -dijo una voz áspera-.

Temblando en el suelo, respiró hondo para tranquilizarse y, a duras penas, logró ponerse de pie. Los pasos continuaron, aunque sabía que William había oído su advertencia y, un momento después, lo vio en la colina. Durante un instante, un rayo de luna que se coló entre las nubes iluminó su alta figura, antes de que el cielo volviera a cerrarse y su corazón temblase del amor que sentía por él.

Se hallaba de pie a poco más de quinientos metros, pero podía haber estado a cinco kilómetros. Deseaba estirar el brazo y tocarlo, sentir los latidos de su corazón, el aumento de su pecho cuando llenaba los pulmones de aire.

Will: He venido tal y como me habéis pedido. -Sus ojos abandonaron al hombre bien vestido y la localizaron a ella en la oscuridad-: ¿Estás bien, amor mío?

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

Miley: Todo esto es culpa mía. Lo lamento tantísimo...

La voz de William era firme:

Will: Esto no es culpa tuya. Nada de lo que ha ocurrido nunca ha sido culpa tuya. -Y volviendo su atención al hombre bien vestido, añadió-: Creo que no nos han presentado.

Lady Caverly: Se llama Phillip Goddard -tronó la voz de la marquesa en la oscuridad, mientras salía de detrás del árbol. William se volvió hacia ella con sorpresa-.

Will: Vaya, lady Caverly. Debo admitir que nunca se me ocurrió que pudierais estar involucrada en este asunto. Se me cruzó por la cabeza la posibilidad de que vuestro Jason buscase venganza, pero no vos.

Lady Caverly: Lástima que los hombres subestimen, a menudo, a las mujeres.

La mirada de William se cruzó con la de Miley, y ella leyó en sus ojos algo que no había visto nunca, algo que se parecía tanto al amor que sintió deseos de llorar.

Will: Sí, es una lástima.

Lady Caverly: El señor Goddard trabaja para mí. Es magnífico, como ya ha podido comprobar.

Los intensos ojos azules de William se volvieron a Phillip Goddard. Le dijo:

Will: Usted provocó el incendio.

Phillip: Me ocupé de que así fuera -admitió Goddard-.

Will: ¿Y el accidente del coche?

Goddard se encogió de hombros.

Phillip: Un trabajo limpio, pensaba. Me sorprende que no funcionara tal y como estaba planeado.

Will: Y ¿cuáles son los planes ahora?

La figura de la marquesa avanzó ligeramente hacia delante.

Lady Caverly: Ahora que habéis comprendido la razón por la que estáis aquí, moriréis. Después, transportarán vuestros cadáveres a un lugar remoto y, simplemente, se os dará por desaparecidos.

Will: ¿Creéis que podéis asesinar al duque y a la duquesa de Sheffield y que nadie averiguará que sois la responsable?

Lady Caverly: Vos no lo hicisteis. Soy mayor, nadie sospechará de una anciana. Nadie será nunca tan listo. -Y Miley pensó que tal vez tenía razón-. Acabe con esto -ordenó a Phillip Goddard-.

Goddard hizo un gesto con la cabeza al hombre de la barba y apuntó con su pistola a William. Opuesto a ellos, apareció una pistola en las manos del secuaz sin dientes y apuntó con ella a Miley. Y todo ocurrió a la vez.

Miley se arrojó sobre el hombre que apuntaba a William, haciéndoles perder el equilibrio a ambos. El arma se disparó y la bala zumbó el aire. En el mismo instante, William disparó un tiro de una pistola que llevaba escondida en un bolsillo de la chaqueta y el hombre a su derecha se derrumbó, disparando un tiro al caer al suelo. Miley lanzó un grito al sentir un dolor desgarrador en el costado.

Will: ¡Miley!

De repente aparecieron varios hombres. Mientras ella se revolvía de dolor, reconoció la musculosa figura del conde de Brant corriendo hacia ellos, y a su lado al marqués de Belford, Andrew Seeley. Robert McKay apareció en el lado opuesto de la colina, apuntando con su pistola a Phillip Goddard.

En aquella ocasión William estaba allí, arrodillado a su lado, tomando su mano y murmurando su nombre:

Will: ¡Miley! ¡Dios mío, Miley!

A Miley, el olor a pólvora le quemaba los ojos y el dolor del costado aumentó hasta casi no permitirle respirar. Sintió los párpados muy pesados y, como si de una capa se tratase, se vio envuelta por la oscuridad. Se esforzó por mantener los ojos abiertos.

Miley: Lo siento mucho -se animó a decir-.

Will: Soy yo quien lo siente. Te quiero, Miley. Te quiero tanto...

Miley contempló el amado rostro y vio las lágrimas que recorrían sus mejillas.

Miley: Yo también... te quiero, William. En realidad nunca... he dejado de amarte.

Entonces, un dolor punzante le cerró los ojos y la oscuridad la engulló.

Su último pensamiento fue para William. Por fin, ella le haría el regalo de su libertad, la oportunidad de tener con otra mujer ese hijo que tanto se merecía.

Capítulo 30


Miley paseaba por su habitación, contigua a la que compartía con William. Era temprano y, sin embargo, el sol estaba alto y parecía como si el frío día de febrero pudiera llegar a ser medianamente templado. Al acercarse a la ventana con puertecillas divisó un nido vacío colgado sobre un árbol falto de hojas, que crecía delante de la casa. ¡Dios mío! Cuánto ansiaba la llegada de la primavera.

Miley se dio la vuelta al oír un suave golpe en la puerta. Un momento después, Taylor entró en la habitación.

Taylor: Ya estás levantada y vestida.

Miley: He hablado con una de las camareras. Le he pedido que sea mi doncella hasta que encontremos a alguien que te pueda reemplazar de forma permanente.

Pero hasta ese momento, dada la calidad del trabajo que desempeñaba Taylor, no había encontrado a nadie adecuado.

Taylor lanzó un suspiro.

Taylor: Trato de imaginarme siendo una condesa, pero no es fácil hacerlo. Deseo tanto complacer a Robert, pero tengo miedo de desilusionarlo.

Miley: No seas tonta. No vas a desilusionarlo. Fuiste bien criada y recibiste una buena educación. Has sido mi doncella los últimos cinco años. Sabes mucho sobre lo que supone ser una dama.

Taylor se apartó de ella.

Taylor: Rezo para que tengas razón.

Miley: Además, tú lo amas y él a ti. Eso es lo único que importa.

Lo único que importa, ahora Miley lo sabía. Quería a William desde lo más profundo de su ser. Lo que más deseaba en el mundo era que William también la quisiese de igual manera.

Taylor se acercó a la ventana y se colocó al lado de Miley. Por primera vez, Miley leyó la preocupación en su cara.

Miley: ¿Qué ocurre, querida? ¿Qué sucede?

Taylor: Hay algo que debo decirte..., algo que Robert me dijo anoche. He estado pensando en ello toda la mañana y creo que deberías saberlo. Tiene que ver con el norteamericano, Richard Clemens.

Miley: ¿Robert te ha contando algo de Richard?

Taylor respiró hondo.

Taylor: Robert me dijo que Richard tenía una pésima reputación, que tenía fama de ser un terrible mujeriego. Dijo que todo el mundo sabía que tenía una amante, de hecho, más de una. Al parecer, Richard le dijo a Emer Seaver, el hombre con quien Robert estaba en deuda, que incluso después de casado tenía intención de proseguir su relación con Madeleine Harris, la mujer a la que mantenía en el campo, cerca de su fábrica de Easton. Robert los oyó hablando del asunto.

Miley se puso pálida.

Miley: ¿Richard tenía intención de ser infiel incluso después de habernos casado?

Taylor: Eso es lo que Robert cree. Piensa que el duque descubrió las intenciones de Richard y por ese motivo te obligó a casarte con él.

Miley se quedó mirando fijamente por la ventana, mientras la cabeza le daba vueltas.

Miley: William dijo que no creía que casarme con Richard me hiciera feliz.

Taylor: Te conocía, Miley. Debía de saber que nunca serías feliz con un hombre que te sería infiel.

Por un momento, Miley se quedó sin habla. William se había casado con ella para librarla de una vida desgraciada con Richard. Había hecho lo mejor que podía hacer para protegerla. La invadió una dolorosa oleada de emoción. Desde el día en que William había reaparecido en su vida, no había demostrado más que interés hacia ella. A cambio, ella había destrozado su oportunidad de tener un día un hijo propio.

No habría heredero, y si algo le ocurría a William, su familia quedaría a merced de Artie Bartholomew y todo sería culpa suya.

Miley: Gracias por decírmelo -dijo suavemente-.

Taylor: Sé que amas al duque. No lo has dicho, pero lo leo en tus ojos siempre que lo miras. He pensado que te gustaría saberlo.

Miley simplemente asintió. Le dolía la garganta y sentía una punzada en el corazón. Taylor amaba a Robert y nunca haría nada que le hiciera daño. Miley amaba a William, más de lo que nunca había soñado, pero al privarlo de tener hijos le causaba un enorme daño.

Taylor abandonó en silencio la habitación, cerrando la puerta sin hacer ruido, y Miley se quedó mirando por la ventana. Incluso en ese momento había una alta probabilidad de que su primo, Arthur Bartholomew, estuviera conspirando para asesinarlo y conseguir la fortuna de los Sheffield. Su familia corría peligro y la culpa era enteramente suya.

Las lágrimas nublaron su visión. Amaba a William, de hecho, nunca había dejado de amarlo, ni siquiera en los años que habían estado separados. Una vez casados, ella había intentado convencerse de que su esterilidad no tenía importancia. Tía Fiona así lo creía.

Hasta William lo había dicho.

Pero, en el fondo de su corazón, Miley no conseguía convencerse. Se sentía como si sólo fuera mujer a medias, esposa a medias. Se había casado con William de manera fraudulenta. Si le hubiera contado la verdad desde el principio, William nunca se habría casado con ella.

Miley respiró entrecortadamente. Le dolía el corazón, que latía débilmente en su pecho. Se había mentido a sí misma demasiado tiempo. Por muy doloroso que fuera, por mucho que le costase, Miley sabía lo que tenía que hacer.


Miley se había retirado a dormir, pero William no estaba listo para seguirla. En su lugar, como había estado haciendo últimamente, recorrió el pasillo y se fue a su estudio. Allí las chimeneas estaban encendidas, una en cada lado de la habitación, y calentaban el interior del frío de febrero.

Distraídamente, avanzó hacia la repisa de mármol de la chimenea, con la mente en el accidente del coche, el incendio de su habitación y el hombre responsable de ambos. Mientras pasaba por delante de las sillas de piel de respaldo alto, distinguió el débil contorno de un hombre, y sus músculos se tensaron.

Entonces reconoció la oscura y alta figura de su amigo Max Bradley.

Will: ¡Maldita sea! Tiene una habilidad especial para aparecer de repente ante uno. -Se dejó caer cansinamente en la silla opuesta a la que ocupaba Max-. Hay guardias alrededor de la casa. ¿Cómo diablos ha logrado entrar?

Max se encogió de hombros.

Max: Una de las puertas-ventanas estaba abierta. No es una buena idea, considerando que alguien quiere verlo muerto.

No le sorprendió que Max estuviese enterado. Eran pocas las cosas que ocurrían sin el conocimiento de Bradley.

William suspiró.

Will: Ojala supiese quién ha sido.

Max: Puedo decirle quién no ha sido.

William se inclinó hacia delante en su silla.

Will: ¿Quién?

Max: Byron Shine.

Will: Está aquí en Londres. Hablé con él anoche. ¿Cómo puede estar seguro de que no se trata de él?

Max: Porque los franceses han decidido no comprar el clíper Baltimore. Eso ocurrió hace casi dos semanas, bastante antes de que prendieran fuego a su habitación. Acabamos de saberlo. Shine ha venido a Londres por un asunto totalmente diferente y planea marcharse al final de la semana.

William se pasó la mano por los cabellos.

Will: ¡Dios santo!

Max: Por lo menos puede borrar un nombre de la lista.

Will: Dos -afirmó-. Carlton Baker ha zarpado rumbo a Filadelfia, aunque para ser sincero, nunca llegué a creer que fuera él. Desgraciadamente, eso significa que aún quedan dos sospechosos principales.

Max: Artie Bartholomew y Jason Reed -concluyó Bradley-.

Will: Exactamente. Justin McPhee tiene vigilado a Reed, mientras su socio, Yarmouth, vigila a mi querido primo Artie.

Max: Correré la voz de que busco información. Si averiguo algo, se lo haré saber.

Will: Se lo agradecería.

Max se levantó de la silla.

Max: Manténgase alerta, amigo mío.

William también se levantó.

Will: Lo acompañaré fuera. No sea que lo mate uno de mis hombres.

Max sonrió. Había pocas probabilidades de que los guardias llegaran a verlo. No obstante, William lo acompañó hasta la puerta que abrió, dejando claro a los hombres que hacían guardia afuera de que se trataba de una persona conocida. Max se deslizó silenciosamente en la oscuridad y desapareció.

Con un suspiro, William cerró la puerta y se dirigió a la escalera que conducía a su habitación, aunque dudaba de que consiguiera dormir. De todas maneras, con Miley a su lado, descansaría y hasta que todo hubiera acabado y estuviera seguro de que ella estaba a salvo, se conformaría con eso.


La oscuridad envolvía la casa. Alegando dolor de cabeza, Miley se había retirado a la habitación que compartía con William en la planta de arriba. Necesitaba tiempo para ella, tiempo para asimilar la decisión que había tomado.

Sabía que era la correcta, que su conciencia no le permitiría nunca interponerse en el futuro de William. Necesitaba hijos, necesitaba una esposa que pudiera dárselos.

Durante semanas, había estado segura de que, una vez que conociera la verdad sobre su imposibilidad de tener hijos, se divorciaría de ella. En cambio, se había culpabilizado del accidente y había dicho que no le importaba su esterilidad.

No era cierto y ambos lo sabían.

Después de escuchar a Taylor, todas las dudas que había aclarado, habían vuelto a emerger de lo más profundo de su ser. Ella había sabido la verdad desde el principio, había sabido que tarde o temprano, tendría que renunciar a él.

La puerta se abrió y William entró silenciosamente en la habitación. Miley escuchó el ruido de sus pisadas mientras se movía por la habitación preparándose para irse a la cama. Incluso en esta ala de la casa, ella dormía junto a él, y ella se deleitaba con la proximidad. Dormía desnudo y ella había aprendido a hacer lo mismo, compartían el calor de sus cuerpos, lo que les mantenía calientes durante la noche.

Durante todo el día había pensado en él, en la conversación que había tenido con Taylor y en cómo William se había esforzado para que las cosas funcionaran entre ellos. Se había empeñado en hacerla feliz, y lo había conseguido, más de lo que nunca hubiera podido imaginar.

Mientras observaba sus silenciosos movimientos, su corazón se hinchó de amor hacia William. Él pensaba que ella dormía, en cambio, ella lo observó mientras se desnudaba, con una gracia de la que carecían la mayoría de los hombres. Se quitó el pañuelo, la chaqueta y el chaleco, y entonces se quitó la camisa, quedando desnudo de cintura para arriba. Era todo músculo y una suave piel ligeramente morena, ejercitando tendones que cruzaban sus costillas contrayéndose cuando se inclinaba para quitarse los zapatos y las medias.

Se deshizo del pantalón y de la ropa interior, dejando al desnudo sus anchas, redondeadas y musculosas nalgas, y ella pensó lo mucho que le gustaba tocarlo, sentir el movimiento de sus músculos debajo de sus manos. Desnudo, caminó por la alfombra sin hacer ruido hacia el lado opuesto de la cama, un hombre varonil cuya masculina anatomía resultaba impresionante incluso cuando no tenía el miembro erecto.

Miley le observó y su corazón se contrajo de dolor. Había tomado una decisión. Lo abandonaba. Lo dejaba libre, solucionando los problemas, tal y como debería haber hecho mucho tiempo antes.

Miley sintió el peso de su cuerpo en el lado de la cama próximo a ella y le dolió pensar que ésta sería la última noche que pasarían juntos. William debió de sentir que ella estaba despierta porque se acercó a ella hasta tocarla y la rodeó con sus brazos.

Will: ¿Problemas para dormir?

Miley: Te estaba esperando.

William se inclinó sobre ella y la besó suavemente.

Will: Me alegro.

Miley le pasó los brazos por el cuello y sintió una oleada de amor hacia él, seguida rápidamente de deseo. Esa noche lo deseaba como no lo había deseado nunca. Quería pasar esa última noche con él, necesitaba esas últimas horas, esos últimos y preciosos recuerdos para reunir el valor para marcharse.

Miley bloqueó la tristeza que la invadía y se concentró en hacer el amor, decidida a disfrutar juntos esos momentos de despedida. William volvió a besarla, un beso largo e intenso que despertó sus sentidos y la derritió por dentro. Ella arqueó su cuerpo hacia él, presionando sus senos contra el pecho musculoso del hombre, sintiendo el cosquilleo de su vello suave y claro contra su piel.

William bajó la cabeza hasta su pezón, y un sollozo de placer invadió su garganta. Le siguió otro sollozo, éste un grito de despecho, aunque ella no dejó que él lo oyera. Cada vez que la tocaba, cada vez que su cuerpo se unía al de ella, se sentía más profundamente enamorada, y porque lo amaba tanto, quería que él tuviese la vida que deseaba.

Quería que William fuese capaz de proteger a su familia, de cumplir con su deber con ellos, un deber que tanto significaba para él.

Sólo había una manera de que eso ocurriese y se disponía a hacerlo al día siguiente. Sólo tenían esa noche, ese último y breve momento en el tiempo, que la acompañaría el resto de su vida.

Arqueándose hacia fuera para facilitarle el acceso, sintió un profundo tirón en la parte baja de su vientre mientras él tomaba la plenitud de su seno en su boca. Le separó las piernas con la rodilla y la montó, sin dejar de besarla, tomándola profundamente con la lengua mientras se introducía dentro de su cuerpo.

«William..., mi queridísimo amor», le dijo sin palabras. Nunca pronunciaría esas palabras. Gozaría de esa noche de amor, se fundiría con él por última vez. Por la mañana se marcharía.

Miley colocó los brazos alrededor del cuello de William y se colgó de él mientras la penetraba profundamente. Acompasó su ritmo al de él, arqueando el cuerpo para recibir mejor sus embestidas el rostro hundido en su cuello mientras alcanzaban el clímax juntos. Con cada vaivén, su cuerpo se llenaba de placer y de un deseo, dulce y triste, por lo que nunca podría ser.

Miley cerró los ojos contra el dolor desgarrador que sentía en el corazón cada vez que sus cuerpos se juntaban y se concentró, en cambio, en la pasión y el increíble amor que sentía por William.

Llegaron al orgasmo juntos, los músculos de William se tensaron mientras derramaba su semilla dentro de ella. Pero no nacería un hijo de ella, no de ellos, ni esa noche ni nunca.

Miley reprimió un grito con tanta desesperación que sus ojos se llenaron de lágrimas. Se volvió para que William no las viera y dejó que él la acomodara en el colchón a su lado.

Will: Que duermas bien, amor mío -dijo, y le besó la frente antes de tumbarse y hundir la cabeza en la almohada-.

Pero Miley no durmió. No esa noche, ni dormiría la mayoría de las noches en soledad que la esperaban. Las lágrimas se escaparon por debajo de sus pestañas mientras permanecía tumbada en la oscuridad escuchando la profunda respiración de William. Memorizaba su sonido para los solitarios años que tenía por delante.


Eran las primeras horas de la tarde. William no había visto a Miley desde esa misma mañana cuando la había dejado en la cama; apenas había dormido la noche anterior y estaba preocupado por ella.

Más incluso desde que había recibido una nota suya pidiéndole que se reuniese con ella a las tres de la tarde en el salón Chino.

Con sus columnas de mármol negras y doradas, los muebles lacados en negro y con bordados dorados, la sala se utilizaba principalmente para recibir invitados en ocasiones especiales, un escenario extremadamente formal que le hacía preguntarse por qué su mujer lo había citado allí.

Entró con la nota en la mano y se sorprendió al encontrar a su madre sentada en uno de los sofás de bordado, con un vestido de seda azul marino, el cabello salpicado de canas perfectamente peinado, y tan desconcertada como él.

Miriam: He recibido un mensaje de Miley -explicó la duquesa viuda, mostrándole una nota que se parecía mucho a la que él había recibido-. Me ha pedido que me reuniera aquí con ella a las tres.

Will: He recibido el mismo mensaje.

Miriam: ¿Tienes idea de por qué nos ha pedido que viniéramos?

Will: Ninguna en absoluto. -Y por alguna extraña razón, había empezado a sentirse inquieto-.

Miriam: Tal vez deberíamos pedir que nos trajeran un té -sugirió mirando hacia la puerta abierta mientras William se sentaba frente a ella-.

Pero justo en ese momento apareció Wooster, que anunció la llegada de la duquesa y William se puso de pie.

Miley: Lamento haber interrumpido vuestro día -dijo, entrando con decisión en el salón-.

Will: En absoluto -replicó. Detrás de ellos, Wooster se apresuró a cerrar las puertas correderas, dejándolos a solas-.

William aprovechó el momento para estudiar los rasgos delgados de su esposa. La palidez de su piel y las ojeras aumentaron su preocupación.

Miriam: ¿Quieres que pida que nos traigan el té? -preguntó, pero Miley negó con un gesto de cabeza-.

Miley: Seré breve. Tengo algo importante que decir y quiero que ambos lo oigáis.

William lanzó una mirada a su madre, que empezaba a estar tan preocupada como él.

Will: Te escuchamos -dijo, y volvió a sentarse-.

La mirada de Miley se paseó de la mujer sentada en el sofá a William.

Miley: Le he pedido a tu madre que nos acompañe porque he pensado que si no consigo hacerte entender lo que voy a decir, tal vez ella será capaz de convencerte.

Algo se removió dentro de él, algo que le gritó una señal de alarma. Sus latidos se aceleraron, y sintió un martilleo sordo en el pecho.

Miley fijó su atención en la duquesa.

Miley: Hay una cosa que debéis saber, excelencia, algo que no le dije a William hasta que fue demasiado tarde.

Y, de repente, lo supo.

Miriam: ¡No! -dijo la duquesa viuda, poniéndose en pie-. ¡No!

Miley la ignoró.

Miley: Sufrí un accidente en los años que William y yo estuvimos separados. Un accidente a caballo. A causa de las heridas, padecí una lesión interna a consecuencia de la cual nunca podré tener hijos. Soy estéril, excelencia.

Will: ¡Basta! -Su corazón palpitaba ahora con tanta fuerza que le parecía que iba a salirse de su pecho. Abalanzándose hacia su esposa, la tomó por los hombros-. Esto es asunto nuestro. ¡Nuestro! ¡Nuestro y de nadie más!

Ella no lo miró, simplemente siguió hablando. Bajo sus manos, él podía sentir que temblaba.

Miley: Me aproveché de él, excelencia. Debería haberle dicho la verdad, pero no lo hice. En aquel momento, supongo que no pensaba con claridad o yo..., yo no me di cuenta de lo necesitada de un heredero que estaba su familia.

William la sacudió. No podía dejar que continuara, no podía dejar que se humillara más.

Will: Te prohíbo que continúes con esto, Miley. Eres mi esposa. Mi madre no tiene nada que decir en este asunto.

Miley se volvió y él pudo ver el brillo de las lágrimas. Podía ver cuánto le costaba esto, ver el dolor en sus ojos, y sintió una emoción tan fuerte, tan poderosa que por un momento fue incapaz de hablar.

Miley: Tu madre tiene derecho a saber la verdad -dijo suavemente-, el derecho a saber que mientras esté casada contigo, su futuro corre peligro. -Se volvió hacia la duquesa-: Sólo existe una manera de resolver este problema. William debe casarse con una mujer que pueda darle un hijo. Y para hacer eso, debe divorciarse de mí.

Una sensación de terror aprisionó el corazón de William a la vez que desataba su furia.

Will: ¡Esto es una locura! ¡No habrá ningún divorcio en esta familia! Estamos casados ante los ojos de Dios todopoderoso y ante la ley. Y eso no cambiará.

Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

Miley: Tienes que hacerlo, William. Tienes un deber...

Will: ¡No! Mi primer deber es hacia ti, Miley, y hacia nadie más. -La tomó en sus brazos y ella tembló aún más-. Te perdí una vez -dijo, con la cara hundida en sus cabellos-. No volveré a perderte.

El suave llanto de Miley desgarró el alma de William. Sentía un dolor indescriptible en el corazón. Ella se apartó y se volvió a mirar a su madre. Seguía sentada en el sofá, más pálida de lo que William la había visto nunca, mientras los ojos de un azul claro se iban llenando, poco a poco, de lágrimas.

Miley: Hacedle entender... -suplicó-. Hacedle entender que no existe otra vía.

La madre de William no dijo nada, se quedó sentada mirando a William como si fuera una criatura que ella no hubiera visto nunca.

William la cogió por los hombros.

Will: Mi madre no tiene voz ni voto. Soy tu marido y no me divorciaré de ti ¡ni ahora ni nunca!

Miley lo miró a los ojos. Parpadeó y las lágrimas siguieron rodando por sus mejillas.

Miley: Entonces, seré yo quien me divorcie de ti, William.

Y soltándose, echó a correr, atravesando a gran velocidad la amplia puerta doble y alejándose por el pasillo.

Will: ¡Miley! -Salió corriendo tras ella-.

Miriam: ¡William! -La brusquedad de la voz de su madre le hizo detenerse en seco-.

William se volvió para mirarla.

Will: No pierdas el tiempo, madre. Nada de lo que ha pasado es culpa de Miley, sino mía.

Miriam: Pero...

Will: Lamento que las cosas no hayan salido tal y como las planeaste. Pero la quiero y no pienso dejar que se vaya.

Las palabras brotaron de lo más profundo de su ser y, en el momento de decirlas, supo que eran verdad. Había intentado no amar a Miley, había hecho todo lo que estaba en su poder para controlar sus emociones en lo que a ella se refería, pero en los últimos meses, ella había llegado a convertirse en todo para él.

Absolutamente todo.

Girándose, se dirigió de nuevo a la puerta, caminando a grandes zancadas por el pasillo hasta las escaleras que conducían a la habitación que compartían en la segunda planta.

Wooster lo detuvo al pie de la escalera.

Wooster: No está arriba, excelencia.

Will: ¿Dónde está?

Wooster: Me temo que la duquesa ha abandonado la casa.

Will: ¿Qué?

Wooster: Antes de ir al salón, había pedido que le prepararan el carruaje. Al salir, ha recogido su capa y ha corrido hacia la puerta principal. Esa ha sido la última vez que la he visto, señor.

William tuvo que hacer un esfuerzo para no coger al viejo por la solapa y zarandearlo por haberla dejado marchar. Fuera había un asesino suelto. La vida de Miley podría correr peligro.

Pero la culpa no era del mayordomo, sino suya.

Si le hubiera dicho que la amaba, si hubiera dejado claro que ella era lo más importante de su vida, de su mundo, Miley habría entendido que no tener un hijo suyo ya no importaba. Lo único que realmente le importaba era ella.

El coche había desaparecido de la vista cuando alcanzó la puerta. William dio media vuelta y corrió hacia los establos. La encontraría, la traería a casa y le diría lo que sentía por ella. Sólo rezaba para que no fuese demasiado tarde.

William casi había llegado a los portalones de los establos cuando Robert McKay y Taylor Marley lo alcanzaron.

Robert: ¿Qué diablos ocurre?

Taylor: ¿Dónde está Miley? Uno de los lacayos ha dicho que se ha ido en su carruaje. Ha dicho que estaba llorando. ¿Por qué lloraba, excelencia?

William sintió un dolor en el pecho.

Will: Ha habido un malentendido. Tengo que encontrarla y hacerle comprender... -Miró a McKay-. Ahí fuera anda suelto un asesino. Es posible que corra un grave peligro.

Robert: Iré con usted. -Le dio un golpecito en el hombro-. ¡Vamos, démonos prisa!

Corrieron hacia el establo, con Taylor pisándoles los talones. Los dos hombres echaron una mano para poner las monturas a los caballos y que estuvieran listos lo más rápidamente posible.

Mientras un par de mozos apretaban las correas, William se dirigió a Taylor:

Will: ¿Alguna idea de adónde puede haber ido Miley?

Taylor: El único sitio que se me ocurre es Wycombe Park. Allí siempre se ha sentido a salvo, y lady Wycombe está en su casa. Pero, estos últimos días se ha comportado de una manera extraña y no estoy segura de lo que podría hacer.

Will: Nos dirigiremos a Wycombe. Nos detendremos en el camino y averiguaremos si alguien ha visto el carruaje de la duquesa de Sheffield. Lleva el escudo. Si viaja rumbo a Wycombe, alguien habrá visto el coche.

Los hombres montaron en sus sillas planas de piel. William cabalgaba a Thor, su semental negro, y Robert a un elegante caballo castrado, de color castaño. Los dos animales estaban inquietos, deseosos de emprender la marcha.

Taylor agarró la pierna de Robert.

Taylor: Ten cuidado. -Y mirando a William, añadió-: Los dos.

Robert se inclinó en su montura y la besó fugazmente.

Robert: Habla con los criados. A ver si puedes averiguar adónde ha podido ir la duquesa.

Taylor asintió, haciendo bailar los gruesos rizos rubios que le enmarcaban el rostro.

Taylor: Averiguaré lo que pueda.

Los hombres clavaron las espuelas en sus monturas y salieron disparados. En cuestión de segundos, en medio de un jaleo de cascos que golpeaban el empedrado, se dirigieron a la carretera que conducía al pueblo de Wycombe.

Las horas transcurrían lentamente. Los caballos manifestaban el cansancio y un frío punzante paralizaba los huesos. Se detuvieron en cada posada y granja del camino, hablaron con una docena de viajeros y media docena de carreteros, pero nadie había visto el carruaje con el escudo de Sheffield.

Era de noche cuando detuvieron sus cabalgaduras por decimoquinta vez en una carretera llena de cortes.

Will: No se ha dirigido a Wycombe -dijo con voz cansada-. De eso podemos estar seguros.

Robert: Tenemos que regresar a la ciudad -propuso-. Es posible que Taylor ya haya descubierto los planes de la duquesa.

Los dos hombres hicieron dar la vuelta a los caballos y entonces galoparon de cara al viento. Bajo cero, y con la temperatura bajando aún más, sus chaquetas no eran protección suficiente contra el viento helado.

William avivó al caballo. Dijo:

Will: Estaba tan seguro de que se había ido a casa de su tía...

Robert: Es posible que quisiera estar unas horas a solas y que haya decidido volver a casa -dedujo-.

William sacudió la cabeza.

Will: Está convencida de que deberíamos divorciarnos. No habría tomado una decisión tan seria sin haberla meditado bien. Se ha hecho el firme propósito de que así debe ser y, a menos que pueda convencerla de lo contrario, eso es lo que hará.

Robert: Ella lo ama, William. ¿Por qué querría el divorcio?

William suspiró.

Will: Es una larga historia. Basta decir que si hubiera sido tan sincero sobre mis sentimientos como usted lo fue con Taylor, es probable que esto no hubiera ocurrido.

Robert sonrió.

Robert: Entonces, no debemos preocuparnos. Tan pronto como la encuentre, dígale lo que siente por ella, y todo acabará bien.

William rezó para que Robert no se equivocara. Sin embargo, su preocupación iba en aumento. Una vez tomada una decisión, Miley podía ser tan testaruda como él, y ella estaba sinceramente convencida de que hacía lo que era mejor para él.

¡Dios, qué enredo! Sólo rezaba para que estuviese a salvo, allí donde se encontrase.

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