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martes, 3 de octubre de 2017

¡Disfrutad del blog!


¡Hola lectoras!

De momento no tengo más novelas adaptadas.
Desde esta última no he tenido tiempo de leer ninguna más.

Podéis apuntaros a la sección "Follow by email" (espero funcione) que encontrareis en el blog y recibiréis un e-mail cuando haya entradas nuevas.

Hasta entonces espero que disfrutéis de las 58 fantásticas novelas publicadas en los últimos seis años.
A ver si algún día podemos llegar a 60 😉

¡Muchas gracias!


sábado, 16 de septiembre de 2017

Capítulo 12


El cielo estaba nublado y amenazaba con nieve. Adormilada, Vanessa dejó de mirar la ventana y extendió el brazo hacia Zac. La cama a su lado estaba revuelta, pero vacía.

¿Se había ido durante la noche?, se preguntó pasando la mano por las sábanas donde él había dormido. Al principio, sintió desilusión. Habría sido tan agradable despertarse con él por la mañana... Luego, retiró la mano y se la puso bajo la mejilla.

Quizá fuera mejor así. No sabía cómo habría reaccionado Michael. Y, si al despertarse hubiera tenido allí a Zac, sin duda cada vez le habría sido más difícil no invitarlo a pasar la noche. Solo ella sabía lo mucho que se había esforzado para no tener que necesitar a nadie. Ahora, después de tantos años de lucha, empezaba a ver progresos reales. Había logrado darle a Michael un buen hogar, en un barrio agradable, y tenía un trabajo sólido y bien remunerado. Seguridad, estabilidad.

No podía arriesgar de nuevo todas aquellas cosas por el embrollo sentimental que suponía depender de alguien. Y, sin embargo, ya empezaba a depender de Zac, pensó retirando las mantas. Por más que la razón le decía que era mejor que se hubiera ido, lamentaba que no estuviera allí. Y lamentaba, mucho más de lo que él se imaginaba, ser suficientemente fuerte como para mantenerse apartada de él.

Se puso la bata y fue a ver si Michael quería desayunar. Los encontró juntos, inclinados sobre el teclado del ordenador, mientras lucecitas de colores explotaban en la pantalla.

Zac: Este chisme falla. Ese tiro era mortal.

Mike: Te has pasado un kilómetro.

Zac: Le voy a decir a tu madre que necesitas gafas. Mira, esto es directamente un boicot. ¿Cómo voy a concentrarme con este estúpido gato mordisqueándome los pies?

Mike: No sabes jugar -dijo, altanero, cuando la última nave de Zac cayó derrotada-.

Zac: ¿Que no sé jugar? Yo te enseñaré si sé jugar -agarró a Michael y, levantándolo, le dio la vuelta-. A ver, ¿qué dices ahora? ¿Falla el aparato o no?

Mike: No -riendo, apoyó las manos en el suelo-. A lo mejor eres tú quien necesita gafas.

Zac: Voy a tener que soltarte. No me dejas elección. Ah, hola, Vanessa -agarrando las piernas de Michael con un brazo, le sonrió-.

Mike: ¡Hola, mamá! -aunque se estaba poniendo rojo, parecía encantado cabeza abajo-. Le he ganado tres veces. Pero en realidad no está enfadado.

Zac: ¿Cómo que no? -lo levantó y lo dejó caer suavemente sobre la cama-. Me siento humillado.

Mike: Le he dado una paliza -dijo con satisfacción-.

Ness: No puedo creer que me lo haya perdido -les ofreció una sonrisa cautelosa. Michael parecía contento de que Zac estuviera allí. En cuanto a ella, le costaba mucho esfuerzo sofocar la alegría-. Supongo que después de tres grandes batallas, querréis desayunar.

Mike: Ya hemos comido -se inclinó hacia el suelo para recoger al gatito-. Le he enseñado a Zac a hacer tostadas francesas. Dice que están muy ricas.

Zac: Eso ha sido antes de que me timaras.

Mike: Yo no te he timado -rodó sobre la cama y se colocó al gato sobre la tripa-. Zac ha fregado la sartén y yo la he secado. Íbamos a prepararte a ti una, pero como seguías durmiendo...

La idea de que los dos hombres de su vida trastearan en la cocina mientras ella dormía la dejó confundida.

Ness: Supongo que no esperaba que os levantarais tan pronto.

Zac se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.

Zac: Vanessa, siento decirte esto, pero son más de las once:

Ness: ¿Las once?

Zac: Sí. ¿Qué tal si comemos?

Ness: Bueno, yo...

Zac: Piénsatelo. Supongo que debería bajar y ocuparme de Tas.

Mike: Lo haré yo -se levantó y empezó a dar brincos-. Puedo darle la comida y sacarlo a dar un paseo. Sé hacerlo, tú me enseñaste.

Zac: Por mí, bien. ¿Tú qué dices, Vanessa?

Ella aún estaba aturdida.

Ness: De acuerdo. Pero abrígate.

Mike: Sí -recogió su chaqueta-. ¿Puedo traer a Tas cuando vuelva? Aún no conoce a Zark.

Vanessa miró la pequeña pelota de pelo, pensando en los grandes colmillos blancos de Tas.

Ness: No creo que a Tas le apetezca mucho conocer a Zark.

Zac: A Tas le encantan los gatos -le aseguró recogiendo del suelo el gorro de esquí de Michael-. Y no lo digo en el sentido gastronómico, claro -se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves-.

Ness: Ten cuidado -le dijo a Michael cuando este salió agitando las llaves de Zac-.

La puerta se cerró con un golpe.

Zac: Buenos días -dijo envolviéndola en sus brazos-.

Ness: Buenos días. Podías haberme despertado.

Zac: Me dieron ganas -le pasó las manos por la espalda-. Iba a hacer café y a llevarte una taza. Pero Michael se levantó y, casi sin darme cuenta, me encontré batiendo huevos.

Ness: Y... ¿no le extrañó que estuvieras aquí?

Zac: No -la besó en la punta de la nariz. Luego, apretándola contra su costado, la condujo a la cocina-. Apareció cuando estaba calentando el agua y me preguntó si iba a preparar el desayuno. Tras una breve negociación, decidimos que él era el más cualificado de los dos. Todavía queda un poco de café, pero creo que será mejor que lo tiremos y hagamos más.

Ness: Seguro que está bueno.

Zac: Me encanta la gente optimista.

Ella estuvo a punto de sonreír mientras abría el frigorífico para sacar la leche.

Ness: Pensaba que te habías ido.

Zac: ¿Habrías preferido que me fuera?

Ella sacudió la cabeza, pero no lo miró.

Ness: Esto es muy duro, Zac. Cada vez es más duro.

Zac: ¿El qué?

Ness: Intentar no querer que estés aquí, así, todo el tiempo.

Zac: Di una sola palabra y me mudaré con perro y todo.

Ness: Ojalá pudiera. De verdad, ojalá. Zac, esta mañana, al entrar en el cuarto de Mike y veros juntos, he sentido que algo encajaba. Me he quedado allí, pensando que podría ser así siempre.

Zac: Y así será, Vanessa.

Ness: Tú estás muy seguro -sonriendo, se dio la vuelta y apoyó las manos sobre la encimera-. Estás absolutamente seguro, y casi desde el principio. Tal vez sea eso lo que me asusta.

Zac: Cuando te vi, Vanessa, sentí que una lucecita se encendía para mí -se acercó a ella y le puso las manos sobre los hombros-. No siempre he tenido claro qué quería en la vida, y a veces las cosas no han salido como yo esperaba, pero contigo estoy seguro -apretó los labios contra su pelo-. ¿Me quieres, Vanessa?

Ness: Sí -con un largo suspiro, cerró los ojos-. Sí, te quiero.

Zac: Entonces, cásate conmigo -la obligó suavemente a girarse para mirado cara a cara-. No te pido que cambies nada, salvo de apellido.

Ella deseaba creerlo, creer que era posible emprender una nueva vida una vez más. El corazón le martilleaba contra las costillas cuando rodeó a Zac con los brazos. «Aprovecha la oportunidad», parecía decirle. «No rechaces el amor». Sus dedos se tensaron.

Ness: Zac, yo... -sonó el teléfono, y dejó escapar el aliento que había estado conteniendo-. Lo siento.

Zac: Yo también -musitó, pero la soltó-.

A Vanessa aún le temblaban las piernas cuando descolgó el teléfono, colgado de la pared.

Ness: ¿Diga? -el aturdimiento se disipó de repente. Y, con él, la alegría-. Andrew...

Zac se dio la vuelta rápidamente. La voz de Vanessa era tan suave y firme como su mirada. Pero se había enroscado el cordón del teléfono alrededor de la mano, como si quisiera anclarse.

Ness: Bien. Estamos los dos bien. ¿Florida? Creía que estabas en San Diego.

Había vuelto a mudarse, pensó Vanessa mientras escuchaba aquella voz familiar e inquieta, como siempre. Escuchaba con fría paciencia mientras Andrew le contaba lo bien que le iban las cosas.

Ness: Mike no está en este momento -le dijo, aunque él no se lo había preguntado-. Si quieres felicitarlo por su cumpleaños, le diré que te llame -hubo una pausa, y Zac notó que su mirada cambiaba, y que la rabia se apoderaba de ella-. Ayer -apretó los dientes y dejó escapar entre ellos un largo suspiro-. Tiene diez, Andrew. Los cumplió ayer. Sí, estoy segura de que te cuesta hacerte a la idea.

Guardó silencio de nuevo y escuchó. Una rabia sorda se le había alojado en la garganta. Cuando volvió a hablar, su voz sonó hueca.

Ness: Felicidades. ¿Que si me parece mal? -se echó a reír, sin importarle lo que pensara-. No, Andrew, me da absolutamente igual. Está bien, buena suerte. Lo siento, no puedo mostrar más entusiasmo. Le diré a Michael que has llamado.

Colgó, reprimiendo cuidadosamente las ganas de estrellar el teléfono. Lentamente desenroscó el cable que empezaba a clavársele en la mano.

Zac: ¿Estás bien?

Ella asintió y, acercándose a la cocina, se sirvió un café que no le apetecía.

Ness: Llamaba para decir que va a volver a casarse. Creía que iba a importarme.

Zac: ¿Y te importa?

Ness: No -dio un sorbo de café solo. Su amargor le sentó bien-. Lo que haga me trae sin cuidado desde hace años. Ni siquiera sabía que era el cumpleaños de Michael -la rabia subió bullendo a la superficie, por más que se esforzaba por sofocarla-. Ni siquiera sabe cuántos años tiene -dejó la taza bruscamente y el café se derramó-. Michael dejó de existir para él en cuanto salió por la puerta. Lo único que tuvo que hacer fue cerrarla tras él.

Zac: ¿Y eso qué importa ahora?

Ness: Michael es su hijo.

Zac: No -sintió que la furia se apoderaba de él-. Eso es algo de lo que tienes que olvidarte. Acéptalo de una vez. Ese hombre no hizo más que engendrar a Michael. Y eso no conlleva automáticamente ningún lazo afectivo.

Ness: Tiene una responsabilidad.

Zac: Pero no la quiere, Vanessa -intentando conservar la paciencia, la tomó de las manos-. Se ha desvinculado absolutamente de Mike. No es nada admirable, y desde luego no lo ha hecho por el bien de su hijo. Pero ¿preferirías que entrara y saliera de la vida de Michael cuando se le antojara, dejando al chico confundido y dolido?

Ness: No, pero...

Zac: Quieres que se preocupe, y no se preocupa -aunque ella no apartó las manos, notó un cambio-. Te estás alejando de mí.

Era cierto. Lo lamentaba, pero no podía evitarlo.

Ness: No quiero hacerlo.

Zac: Pero lo haces -esa vez, fue él quien se apartó-. No ha hecho falta más que una llamada.

Ness: Zac, por favor, intenta comprenderlo.

Zac: Eso hago -su voz parecía tener un filo que Vanessa no había oído nunca-. Ese hombre te dejó, y eso duele, pero pasó hace mucho tiempo.

Ness: No es por el dolor que me causó -dijo ella, pasándose una mano por el pelo-. O puede que sí, en parte. No quiero volver a pasar por eso nunca más, por ese miedo, por esa sensación de vacío. Yo lo quería. Tienes que comprender que tal vez fuera joven y estúpida, pero lo quería.

Zac: Nunca lo he dudado -dijo aunque no le gustara oírlo-. Una mujer como tú no hace promesas a la ligera.

Ness: No. Cuando las hago, procuro cumplirlas -tomó de nuevo la taza de café con ambas manos, para calentárselas-. No sabes cuánto deseaba salvar mi matrimonio, lo mucho que lo intenté. Cuando me casé con Andrew, renuncié a una parte de mí misma. Me dijo que íbamos a mudamos a Nueva York, que haríamos las cosas a lo grande, y me fui con él. Dejar mi casa, mi familia y mis amigos fue lo peor que he hecho nunca, pero me fui porque él quería. Casi todo lo que hice durante nuestro matrimonio lo hice porque él quería. Y porque era más fácil seguirle la corriente que negarme. Construí mi vida alrededor de la suya. Luego, a los veinte años, descubrí que no tenía vida en absoluto.

Zac: Y te hiciste una para Michael y para ti. Tienes derecho a sentirte orgullosa de ello.

Ness: Lo estoy. Me ha costado ocho años, ocho años, sentir que vuelvo a pisar terreno firme. Y ahora apareces tú.

Zac: Ahora aparezco yo -dijo lentamente, mirándola-. Y no te quitas de la cabeza la idea de que socavaré el suelo bajo tus pies otra vez.

Ness: No quiero convertirme en esa mujer otra vez -dijo desesperadamente, buscando respuestas mientras intentaba hacerle comprender-. Una mujer que concentra todas sus metas y sus deseos alrededor de otra persona. Esta vez, si me encontrara sola de nuevo, no sé si podría soportarlo.

Zac: Escúchate a ti misma. ¿Prefieres quedarte sola a arriesgarte a que las cosas no funcionen cincuenta años? Mírame bien, Vanessa. Yo no soy Andrew. No te estoy pidiendo que te entierres para hacerme feliz. Te quiero tal y como eres ahora, y quiero pasar mi vida contigo.

Ness: Las personas cambian, Zac.

Zac: Y pueden cambiar juntas -respiró hondo-. O separadas. ¿Por qué no me dices qué quieres hacer cuando por fin te aclares?

Ella abrió la boca y volvió a cerrarla al ver que él se alejaba. No tenía derecho a pedirle que volviera.


No podía quejarse, se decía Zac mientras, sentado ante su ordenador nuevo, jugueteaba con la siguiente escena del guión. El trabajo iba mejor de lo que esperaba... y más rápido. Le estaba resultando fácil sumirse en las tribulaciones de Zark y olvidarse de sus problemas.

En ese momento, Zark estaba esperando junto a la cama de Leilah, rezando porque sobreviviera al raro accidente que había dejado intacta su belleza, pero dañado su cerebro. Naturalmente, cuando se despertara, sería una extraña. La que había sido su mujer durante dos años se convertiría en su peor enemigo, y su mente, tan brillante como siempre, se volvería malvada y retorcida. Los planes y los sueños de Zark quedarían destruidos para siempre. Galaxias enteras estarían en peligro.

Zac: ¿Tú crees tener problemas? -masculló-. Pues a mí las cosas no me van como la seda, precisamente.

Achicando los ojos, observó la pantalla. La ambientación era buena, pensó pasando a la página anterior. No le costaba imaginarse aquella habitación de hospital del siglo XXIII. Tampoco le costaba imaginarse la angustia de Zark, ni la locura que empezaba a germinar en el cerebro adormecido de Leilah. Lo que le costaba imaginarse era su vida sin Vanessa.

Zac: Idiota -a sus pies, el perro bostezó, dándole la razón-. Debería bajar a ese maldito banco y sacarla a rastras. A ella le encantaría, ¿a que sí? -dijo riendo mientras se apartaba de la máquina y se desperezaba-. Apuesto a que sí -siguió dándole vueltas a aquella posibilidad y, al final, se sintió incómodo-. Podría hacerlo, pero seguramente los dos lo lamentaríamos. No hay mucho que hacer, salvo razonar, y eso ya lo he hecho. ¿Qué haría Zark?

Zac se recostó en la silla y cerró los ojos. Zark, aquel héroe con ribetes de santo, ¿se resignaría? ¿Como defensor de la ley y la justicia se retiraría graciosamente? No, decidió Zac. En lo tocante al amor, Zark era un pardillo. Leilah seguiría arrojándole polvo astral en la cara, y él seguiría empeñado en recuperarla.

Por lo menos, Vanessa no había intentado envenenarlo con gas nervioso. Leilah había intentado eso y mucho más, y Zark seguía loco por ella.

Zac observó el póster de Zark que había pegado en la pared para inspirarse.

«Estamos en el mismo barco, amigo, pero yo tampoco pienso sacar los remos y empezar a bogar. Y Vanessa va a encontrarse metida en aguas turbulentas».

Miró el despertador de la mesa, pero entonces recordó que se había parado dos días antes. Estaba seguro de haber mandado su reloj de pulsera a la lavandería, junto con los calcetines. Como quería saber cuánto tiempo faltaba para que Vanessa llegara a casa, entró en el cuarto de estar. Allí, sobre la mesa, había un antiguo reloj de repisa de chimenea al que le tenía tanto cariño que incluso se acordaba de darle cuerda. Mientras lo miraba, oyó a Michael en la puerta.

Zac: Justo a tiempo -dijo al abrir-. A ver cuánto frío hace -frotó las mejillas de Michael con los nudillos-. Dos grados.

Mike: Hace sol -dijo quitándose la mochila-.

Zac: Te apetece ir al parque, ¿eh? -aguardó a que Michael dejara la chaqueta cuidadosamente doblada sobre el brazo del sofá-. Puede que a mí también me venga bien, después de tomar un reconstituyente. La señora Jablanski, la de la puerta de al lado, ha hecho galletas. Le doy pena porque nadie me prepara comida caliente, así que me he hecho con unas cuantas.

Mike: ¿De qué son?

Zac: De mantequilla de cacahuete.

Mike: ¡Vale! -se fue corriendo a la cocina. Le gustaba la mesa de madera de ébano y cristal ahumado que Zac tenía junto a la pared. Sobre todo, porque a Zac no le importaba que manchara de huellas el cristal. El niño se sentó, contento con la leche con galletas y la compañía de Zac-. Tenemos que hacer un rollo de trabajo sobre los estados -dijo con la boca llena-. A mí me ha tocado Rhode Island. Es el estado más pequeño. Yo quería Texas.

Zac: Rhode Island -sonrió, dándole un mordisco a una galleta-. ¿Qué tiene de malo?

Mike: Rhode Island no le interesa a nadie. En Texas tienen El Álamo y esas cosas.

Zac: Bueno, tal vez yo pueda echarte una mano. Nací allí.

Mike: ¿En Rhode Island? ¿De verdad? -el pequeño estado pareció adquirir nuevo interés-.

Zac: Sí. ¿Cuánto tiempo tienes?

Mike: Dos meses -dijo encogiéndose de hombros mientras tomaba otra galleta-. Tenemos que hacer dibujos. Eso está bien, pero también hay que hablar de la industria, los recursos naturales y todo ese rollo. ¿Cómo es que te mudaste?

Él se dispuso a contestar con una broma, pero decidió ceñirse al código de sinceridad de Vanessa.

Zac: No me llevaba muy bien con mis padres. Ahora nos llevamos mejor.

Mike: A veces la gente se va y no vuelve.

El niño hablaba con tanta naturalidad que Zac se sorprendió contestando del mismo modo:

Zac: Lo sé.

Mike: A mí antes me preocupaba que mamá se marchara. Pero no se ha marchado.

Zac: Tu madre te quiere -le pasó una mano por el pelo-.

Mike: ¿Vas a casarte con ella?

Zac se detuvo.

Zac: Bueno, yo... -¿qué podía decirle?-. Supongo que lo he pensado -sintiéndose absurdamente nervioso, se levantó para calentar un poco de café-. En realidad, lo he pensado mucho. ¿A ti qué te parecería?

Mike: ¿Vivirías con nosotros todo el tiempo?

Zac: De eso se trata -sirvió el café y volvió a sentarse al lado de Michael-. ¿Te molestaría?

Michael lo miró con sus ojos oscuros y repentinamente inescrutables.

Mike: La madre de un amigo mío volvió a casarse. Kevin dice que desde que se casaron ya no se lleva bien con su padrastro.

Zac: ¿Tú crees que, si me caso con tu madre, tú y yo dejaríamos de ser amigos? -agarró a Michael de la barbilla-. No soy amigo tuyo por tu madre, sino por ti. Te prometo que eso no cambiara cuando sea tu padrastro.

Mike: Tú no serías mi padrastro. Yo no quiero un padrastro -su barbilla tembló-. Yo quiero uno de verdad. Los de verdad no se van.

Zac deslizó las manos bajo los brazos de Michael y, alzándolo, lo sentó sobre sus rodillas.

Zac: Tienes razón. Los de verdad no se van -dijo, acurrucándolo contra sí-. Yo no sé mucho de ser padre, ¿sabes? ¿Vas a enfadarte conmigo si de vez en cuando meto la pata?

Michael sacudió la cabeza y se apretó contra él.

Mike: ¿Se lo podemos decir a mamá?

Zac se echó a reír.

Zac: Sí, buena idea. Recoja su abrigo, sargento. Vamos a una misión muy importante.


Vanessa estaba hundida hasta los codos en números. Por alguna razón, le estaba costando un gran trabajo sumar dos y dos. Ya no le parecía tan importante como antes. Y eso, estaba segura, era señal inequívoca de problemas. Repasó los archivos, tasó y computó, y luego volvió a cerrarlos sin sentir nada en absoluto.

Era culpa de Zac, se dijo. Era culpa suya que no lograra más que llevar a cabo aquellos gestos rutinarios sin dejar de pensar que tendría que seguir haciéndolos día tras día los siguientes veinte años. Zac había hecho que se cuestionara su vida. La había hecho enfrentarse al dolor y la rabia que intentaba enterrar. Le había hecho desear lo que había jurado desterrar para siempre.

¿Y ahora qué? Apoyó los codos en el montón de archivos y se quedó con la mirada perdida. Estaba enamorada, más enamorada de lo que había estado nunca. El hombre al que amaba era excitante, amable y formal, y le estaba ofreciendo un nuevo comienzo.

Eso era lo que temía, admitió. De eso era de lo que intentaba huir. Antes no había comprendido que, todos aquellos años, no había culpado a Andrew, sino a ella misma. Contemplaba la ruptura de su matrimonio como un error personal, como un fracaso íntimo. Y, en lugar de arriesgarse a fracasar de nuevo, le estaba dando la espalda a su única y verdadera esperanza.

Se decía que era por Michael, pero solo en parte era cierto. Al igual que el divorcio había sido un fracaso íntimo, comprometerse sin reservas con Zac era un miedo íntimo. Él tenía razón, se dijo. Tenía razón sobre muchas cosas, desde el principio. Ella no era la misma mujer que se casó enamorada con Andrew. Ni siquiera era la misma que había luchado por encontrar un asidero cuando se encontró sola con un hijo pequeño.

¿Cuándo iba a dejar de castigarse? Ahora mismo, decidió, levantando el teléfono. En ese preciso instante. Marcó con mano firme el número de Zac, pero su corazón vacilaba. Se mordió el labio inferior y oyó sonar y sonar la línea.

Ness: Ay, Zac, ¿es que nunca elegimos el buen momento? -colgó el teléfono y se prometió no perder el coraje-.

Dentro de una hora estaría en casa y le diría que estaba lista para empezar de nuevo.

Al oír que Kira la llamaba, descolgó de nuevo el aparato.

Ness: Dime, Kira.

Kira: Señora Hudgens, ha venido alguien a verla con respecto a un préstamo.

Frunciendo el ceño, Vanessa miró su agenda.

Ness: No tengo a nadie citado.

Kira: Pensé que podía recibirlo.

Ness: Está bien, pero llámame dentro de veinte minutos. Tengo que acabar unas cosas antes de irme.

Kira: Sí, señora.

Vanessa recogió su mesa y se disponía a levantarse cuando Zac entró en el despacho.

Ness: ¿Zac? Iba a... ¿Qué haces aquí? ¿Y Mike?

Zac: Está esperando en la entrada, con Tas.

Ness: Kira me ha dicho que alguien quería verme.

Zac: Sí, yo -se acercó a la mesa y dejó sobre ella un portafolios-.

Ella hizo amago de tocarle la mano, pero él parecía extrañamente serio.

Ness: Zac, no hace falta que digas que vienes a pedir un préstamo.

Zac: Es que eso es a lo que vengo.

Ella sonrió y se recostó en la silla.

Ness: No seas tonto.

Zac: Señora Hudgens, ¿es usted la encargada de los préstamos en este banco?

Ness: Zac, de verdad, esto no es necesario.

Zac: Lamentaría mucho tener que decirle a Rasen que me has obligado a acudir a la competencia -abrió el portafolios-. He traído la información financiera habitual en estos casos. Supongo que tendrás los impresos necesarios para solicitar una hipoteca.

Ness: Claro, pero...

Zac: Entonces, ¿por qué no sacas uno?

Ness: Está bien -ya que quería jugar, le seguiría la corriente-. Así que quieres pedir un préstamo hipotecario. ¿Vas a comprar la propiedad para invertir, para alquilarla o para montar un negocio?

Zac: No, por motivos estrictamente personales.

Ness: Entiendo. ¿Tienes contrato de compra venta?

Zac: Aquí lo tienes -sintió una punzada de satisfacción al ver que ella se quedaba boquiabierta-.

Vanessa le quitó los papeles de la mano y los estudió atentamente.

Ness: Es de verdad.

Zac: Pues claro que es de verdad. Di la entrada hace un par de semanas -se rascó la barbilla, recordando-. Veamos, creo que fue el día que hiciste el asado y no pude ir. No has vuelto a invitarme, por cierto.

Ness: ¿Te has comprado una casa? -volvió a mirar los papeles-. ¿En Connecticut?

Zac: Aceptaron la oferta. Acabo de recibir los papeles. Supongo que el banco querrá tasarla. Hay una tarifa para esas cosas, ¿no?

Ness. ¿Qué? Ah, sí. Yo rellenaré los papales.

Zac: Bien. Mientras tanto, te he traído unas fotos y un plano -los sacó del portafolios y los puso sobre la mesa-. A lo mejor quieres echarles una ojeada.

Ness: No entiendo.

Zac: Empieza por mirar las fotos.

Ella tomó las fotos y de pronto vio la casa de sus sueños. Era grande y espaciosa, con porches alrededor y altos ventanales. La nieve cubría las siemprevivas junto a los peldaños de la entrada y se extendía, blanca e impoluta, sobre el tejado.

Zac: Hay un par de edificios ajenos que no se ven. Un establo y una gallinero..., los dos vacíos, por el momento. La parcela tiene unas dos hectáreas, y hay árboles y un riachuelo. El tipo de la inmobiliaria dice que hay buena pesca. El tejado necesita unos arreglos, y hay que cambiar los canalones. Por dentro le vendría bien una mano de pintura o de papel y unas cuantas reformas de fontanería. Pero está en buen estado -la miró mientras hablaba. Ella no levantó los ojos. Siguió mirando las fotos, hipnotizada-. Lleva en pie ciento cincuenta años. Supongo que aguantará un poco más.

Ness: Es preciosa -se le llenaron los ojos de lágrimas, pero logró contenerlas-. Realmente preciosa.

Zac: ¿Lo dices desde el punto de vista del banco?

Ella sacudió la cabeza. Zac no iba a ponérselo fácil. Y no debía, admitió ella. Ya se había encargado ella de ponérselo difícil a ambos.

Ness: No sabía que pensabas mudarte. ¿Y tu trabajo?

Zac: Puedo montar la mesa de dibujo en Connecticut tan fácilmente como aquí. El viaje no es muy largo, y yo no paso mucho tiempo en la oficina, precisamente.

Ness: Eso es verdad -tomó un lápiz, pero en lugar de anotar la información necesaria se limitó a pasárselo entre los dedos-.

Zac: Me han dicho que hay un banco en la ciudad. No es tan grande como el National Trust. Es un banco independiente, pequeñito. Me parece que alguien con experiencia podría conseguir un buen puesto allí.

Ness: Yo siempre he preferido los bancos pequeños -tenía que tragarse el nudo que sentía en la garganta-. Y las ciudades pequeñas.

Zac: Hay un par de buenos colegios. La escuela elemental está cerca de una granja. Me han dicho que a veces las vacas saltan la valla y se meten en el patio.

Ness: Parece que has pensado en todo.

Zac: Creo que sí.

Vanessa miró las fotografías, preguntándose cómo había podido encontrar Zac lo que siempre había querido y cómo era posible que ella tuviera tanta suerte.

Ness: ¿Estás haciendo esto por mí?

Zac: No -esperó hasta que ella lo miró-. Lo estoy haciendo por nosotros.

A ella se le llenaron de nuevo los ojos de lágrimas.

Ness: No te merezco.

Zac: Lo sé -la tomó de las manos y la hizo levantarse-. Así que serías una idiota si rechazaras un trato tan bueno.

Ness: Odiaría sentirme idiota -apartó las manos y, rodeando el escritorio, se acercó a él-. Quiero decirte algo, pero antes me gustaría que me besaras.

Zac: ¿Es así como negociáis los préstamos aquí? -tomándola por las solapas, la atrajo hacia él-. Tendré que informar sobre usted, señora Hudgens. Más tarde.

Al besarla, sintió su fuerza, su rendición y su alegría. Con un leve sonido de placer, deslizó las manos hasta su cara y sintió que sus hermosos labios se curvaban lentamente en una sonrisa.

Zac: ¿Significa esto que me das el préstamo?

Ness: Hablaremos de negocios enseguida -siguió abrazándolo un momento y luego se apartó-. Antes de que entraras, estaba sentada aquí. En realidad, llevaba varios días sentada aquí sin dar pie con bola por tu culpa.

Zac: Sigue, creo que esta historia va a gustarme.

Ness: Cuando no estaba pensando en ti, estaba pensando en mí misma y, como en los últimos doce años me he esforzado por no pensar en ello, me ha costado bastante -siguió dándole las manos, pero se apartó otro paso-. Me he dado cuenta de que lo que nos pasó a Andrew y a mí estaba destinado a pasar. Si hubiera sido más lista, o más fuerte, habría podido admitir hace mucho tiempo que lo que había entre nosotros solo podía ser temporal. Tal vez, si no se hubiera marchado como lo hizo... -se interrumpió, sacudiendo la cabeza-. Pero, en fin, eso no importa ahora. Esa es precisamente la conclusión que he sacado: que ya no importa. Zac, no quiero pasar el resto de mi vida preguntándome si lo nuestro habría funcionado. Prefiero pasármelo intentando hacer que funcione. Antes de que entraras, había decidido preguntarte si todavía querías casarte conmigo.

Zac: La respuesta a esa pregunta es sí, con condiciones.

Ella iba a lanzarse en sus brazos y de pronto se quedó parada.

Ness: ¿Condiciones?

Zac: Sí. Tú eres bancaria, así que sabrás de condiciones, ¿no?

Ness: Sí, pero esto no es una transacción.

Zac: Será mejor que me escuches, porque lo que voy a decirte es muy importante -pasó las manos por sus brazos y luego las dejó caer-. Quiero ser el padre de Mike.

Ness: Si nos casamos, lo serás.

Zac: Creo que, en ese caso, el término que suele usarse es «padrastro». Y Mike y yo hemos decidido que no nos mola.

Ness: ¿Decidido? -dijo lentamente, en guardia de nuevo-. ¿Has hablado de esto con Mike?

Zac: Sí, he hablado de esto con Mike. Fue él quien sacó el tema, pero yo de todos modos tenía ganas de hablar con él. Esta tarde me preguntó si iba a casarme contigo. ¿Querías que le mintiera?

Ness: No -se detuvo un momento y luego sacudió la cabeza-. No, claro que no. ¿Qué te dijo?

Zac: Básicamente, quería saber si seguiría siendo su amigo, porque ha oído que a veces los padrastros cambian un poco cuando ponen un pie en la puerta. Una vez aclarado ese punto, me dijo que no quería que fuera su padrastro.

Ness: Oh, Zac -se sentó al borde de la mesa-.

Zac: Quiere un padre de verdad, Vanessa, porque los padres de verdad no se van.

Los ojos de Vanessa se ensombrecieron lentamente antes de cerrarse.

Ness: Entiendo.

Zac: En mi opinión, tienes que tomar otra decisión. ¿Vas a dejar que lo adopte? -abrió los ojos de pronto, sorprendida-. Ya has decidido dejar que comparta tu vida. Quiero saber si también vas a compartir a Mike del todo. Ser su padre a efectos emocionales no será ningún problema. Solo quiero que sepas que quiero serlo legalmente. Y no creo que tu exmarido ponga pegas.

Ness: No, seguramente no.

Zac: Tampoco creo que las ponga Mike. Pero, ¿qué me dices de ti?

Vanessa se apartó de la mesa y dio unos pasos por el despacho.

Ness: No sé qué decir. No me salen las palabras adecuadas.

Zac: Pues di cualquier cosa.

Ella se dio la vuelta, exhalando un profundo suspiro.

Ness: Supongo que lo mejor que puedo decir es que Michael va a tener un padre maravilloso en todos los sentidos. Y que te quiero muchísimo.

Zac: Con eso servirá -la abrazó, aliviado-. Sí, con eso servirá -luego la besó otra vez, con fuerza. Rodeándolo con los brazos, ella se echó a reír-. ¿Significa esto que me concedes el préstamo?

Ness: Lo siento, pero no.

Zac: ¿Qué?

Ness: No obstante, aprobaré una solicitud conjunta de usted y de su esposa -tomó su cara entre las manos-. Nuestra casa, nuestro compromiso.

Zac: Creo que con esas condiciones podré vivir... -la besó suavemente en los labios- los próximos cien años, más o menos -apretándola contra sí, dio una rápida vuelta-. Vamos a decírselo a Mike -se acercaron a la puerta con las manos unidas-. Oye, Vanessa, ¿qué te parece ir de luna de miel a Disneyland?

Ella se echó a reír y cruzó la puerta con él.

Ness: Me gustaría muchísimo. ¡Más que nada en el mundo!


FIN




¡Qué historia tan bonita!
Espero que os haya gustado tanto como a mí.

¡Muchas gracias por leer!


martes, 12 de septiembre de 2017

Capítulo 11


Zac no sabía si hacía bien manteniéndose alejado de Vanessa unos días, pero necesitaba algún tiempo. No era su estilo examinarlo y analizarlo todo, sino sentir y actuar. No obstante, nunca habían sido sus sentimientos tan fuertes, ni sus actos tan irreflexivos.

Cuando podía, se sumía en el trabajo y en las fantasías que podía controlar. Cuando no, permanecía solo en su casa, viendo alguna vieja película en la tele u oyendo música en el estéreo a todo volumen. Seguía trabajando en el guión que no sabía si podría hacer, con la esperanza de que el reto que suponía lo disuadiera de subir dos pisos y exigirle a Vanessa Hudgens que entrara en razón.

Ella lo quería y, sin embargo, no lo quería. Se abría a él y, pese a todo, seguía manteniendo cerrada la parte más preciada de su ser. Confiaba en él, pero no lo suficiente como para compartir su vida con él.

«Eres lo único que tengo, Mike». ¿Sería también lo único que quería?, pensaba Zac. ¿Cómo podía una mujer tan lista y generosa basar el resto de su vida en un error que había cometido diez años antes?

La impotencia lo ponía furioso. Ni siquiera en Nueva Orleáns, al tocar fondo, se había sentido impotente. Había afrontado sus limitaciones, las había aceptado y a continuación había canalizado sus talentos en otra dirección. ¿Habría llegado el momento de encarar sus limitaciones respecto a Vanessa?

Se pasaba horas pensando en ello, considerando compromisos para desecharlos luego. ¿Podía hacer lo que ella le pedía, dejar las cosas tal y como estaban? Serían amantes, no se harían promesas, ni hablarían del porvenir. Podían mantener aquella relación mientras no hubiera ni asomo de lazos y ataduras. No, no podía hacer lo que Vanessa le pedía. Ahora que había encontrado a la única mujer que le importaba, no aceptaría tenerla a medias.

Lo sorprendió verse convertido de pronto en paladín del matrimonio. No podía decir que hubiera conocido muchos pactados en el cielo. Sus padres se llevaban bien. Tenían los mismos gustos, el mismo origen, las mismas miras. Pero Zac no recordaba haber visto nunca pasión entre ellos. Afecto y lealtad, sí, y un frente común contra las ambiciones de su hijo, pero jamás la chispa y el burbujeo de la atracción erótica. Se preguntaba si solo sentía pasión por Vanessa, pero ya sabía la respuesta. Incluso allí sentado, solo, se la imaginaba veinte años después, sentada en el balancín del porche que le había descrito. Se veía envejeciendo a su lado, acumulando recuerdos y costumbres. No estaba dispuesto a perder todo aquello. Por más que le costara, por más obstáculos que tuviera que superar, no lo perdería. Zac se pasó una mano por el pelo y recogió las cajas que tenía que subir dos pisos más arriba.

Ella temía que no apareciera. Se había operado un cambio sutil en él desde la noche que estuvieron en Times Square. Se mostraba extrañamente distante por teléfono y, a pesar de que ella lo había invitado a subir varias veces, siempre ponía alguna excusa.

Vanessa tenía la sensación de que lo estaba perdiendo. Sirvió ponche en vasitos de plástico y se recordó que sabía desde el principio que aquello era temporal. Zac tenía derecho a vivir su vida, a seguir su camino. Ella no podía esperar que aceptara la distancia que se sentía obligada a poner entre los dos, ni que comprendiera la escasez de tiempo y atenciones que podía dedicarle por culpa de Mike y del trabajo. Lo único que podía esperar era que siguieran siendo amigos.

Cielos, cuánto lo echaba de menos... Añoraba hablar con él, reírse juntos, incluso apoyarse, aunque fuera solo un poco.

Dejó la jarra en la mesa y respiró hondo. Todo aquello no importaba. No debía importar en aquel momento. Había diez niños bulliciosos y alegres en la otra habitación. Era responsable de ellos, se dijo. No podía quedarse allí, haciendo inventario de sus errores cuando tenía otras obligaciones.

Al entrar en el cuarto de estar con la bandeja en las manos, dos niños pasaron a toda prisa delante de ella. Otros dos estaban peleándose en el suelo, mientras los demás gritaban para hacerse oír por encima de la música que sonaba en el tocadiscos. Vanessa ya había notado que uno de los nuevos amigos de Michael llevaba un pendiente de plata y hablaba de chicas con desparpajo. Dejó la bandeja sobre la mesa y miró hacia el techo. «Por favor, dame unos cuantos años más de cómics y mecanos. Aún no estoy preparada para lo demás».

Ness: Descanso para beber -dijo en voz alta-. Michael, ¿por qué no dejas de hacerle llaves a Ernie y bebes un poco de ponche? Mike, dejad al gatito. Se vuelven ariscos si se los toca demasiado.

Michael dejó de mala gana la pequeña bola de pelo blanquinegra en una cesta acolchada.

Mike: Mola un montón. Es lo que más me gusta -tomó un vaso de la bandeja-. El reloj también me gusta mucho -extendió el brazo y apretó un botón que cambiaba la hora por el primero de una serie de videojuegos en miniatura.

Ness: Pero no te distraigas jugando con él cuando estés en clase.

Resoplando, varios niños le dieron codazos a Michael. Vanessa acababa de convencerlos para que se sentaran a jugar a uno de los juegos de mesa de Michael cuando llamaron a la puerta.

Mike: ¡Voy yo! -se levantó de un salto y corrió a la puerta. Aún le quedaba un deseo de cumpleaños por cumplir. Y, al abrir, se hizo realidad-. ¡Zac! Sabía que vendrías. Mamá decía que seguramente estabas muy ocupado, pero yo sabía que al final vendrías. Me han regalado un gatito. Le he puesto Zark. ¿Quieres verlo?

Zac: En cuanto deje estas cajas -a pesar de que estaba en forma, empezaba a acusar el peso. Dejó las cajas en el sofá y, al darse la vuelta, se encontró con el gatito Zark en las manos. El animal ronroneó y se arqueó bajo sus dedos-. Qué bonito. Habrá que bajar y presentárselo a Tas.

Mike: ¿Y si se lo come?

Zac: ¿Bromeas? -agarró al gatito bajo el brazo y miró a Vanessa-. Hola.

Ness: Hola -Zac necesitaba un afeitado y tenía un agujero en la costura del jersey, pero estaba guapísimo-. Ya pensábamos que no venías.

Zac: Dije que estaría aquí y aquí estoy -acarició distraídamente las orejas del gato-. Yo cumplo mis promesas.

Mike: También me han regalado un reloj -alzó el brazo-. Pone la hora y la fecha y todo eso, pero también se puede jugar al buscaminas y al rugby.

Zac: Conque al buscaminas, ¿eh? -se sentó en el brazo del sofá y observó la pantalla del reloj de Michael-. Ya no te aburrirás cuando vayas en el metro, ¿no?

Mike: O al dentista. ¿Quieres jugar?

Zac: Luego. Siento haber llegado tarde. Me he liado en la tienda.

Mike: Da igual. Aún no nos hemos comido la tarta porque estábamos esperando. Es de chocolate.

Zac: Estupendo. ¿No me vas a preguntar por tu regalo?

Mike: Se supone que no debo hacerlo -lanzó una mirada de reojo a su madre, que estaba ocupada intentando evitar que sus amigos se pelearan otra vez-. ¿De verdad me has traído algo?

Zac: No, qué va -riendo al ver su expresión, le revolvió el pelo-. Claro que sí. Está ahí, en el sofá.

Mike: ¿Cuál es?

Zac: Todos.

Michael puso los ojos como platos.

Mike: ¿Todos?

Zac: Van todos juntos. ¿Por qué no abres ese primero?

Como no tenía tiempo, ni materiales, Zac no había envuelto las cajas en papel de regalo. Apenas se había acordado de tapar con cinta adhesiva la marca y el modelo, pero había disfrutado enormemente de la experiencia, nueva para él, de comprarle regalos a un niño. Michael empezó a abrir la pesada caja de cartón con ayuda de sus amigos más curiosos.

Josh: ¡Vaya, un ordenador! -asomó la cabeza por detrás del hombro de Michael-. Robert Sawyer tiene uno igual. Se puede jugar a un montón de cosas con él.

Mike: Un ordenador... -miró asombrado la caja abierta y se volvió hacia Zac-. ¿De verdad es para mí? ¿Para siempre?

Zac: Pues claro; es un regalo. Aunque espero que me dejes jugar con él de vez en cuando.

Mike: Te lo dejo cuando tú quieras -le rodeó el cuello con los brazos, olvidándose de que sus amigos lo estaba mirando-. Gracias. ¿Podemos conectarlo ahora mismo?

Zac: Creía que nunca lo dirías.

Ness: Mike, tendrás que despejar la mesa de tu habitación. Esperad -añadió cuando los niños echaron a correr hacia el cuarto de Michael-. Eso no significa que lo tiréis todo al suelo, ¿vale? Hacedlo con cuidado, y Zac y yo llevaremos el ordenador.

Se alejaron entre gritos de guerra y Vanessa pensó que durante algún tiempo se encontraría sorpresas bajo la cama y la alfombra de Michael. Pero se preocuparía por eso más tarde. En ese momento, cruzó la habitación y se acercó a Zac.

Ness: Eres muy generoso.

Zac: Michael es un chico muy listo. Necesita uno de estos.

Ness: Sí -miró las cajas todavía cerradas-. Quería comprarle uno, pero no me decidía.

Zac: No pretendía ser una crítica, Vanessa.

Ness: Lo sé -se mordió el labio, evidenciando su nerviosismo-. También sé que este no es momento de hablar. Y que tenemos que hacerlo. Pero, antes de llevar esto al cuarto de Mike, quiero decirte que me alegro mucho de que estés aquí.

Zac: Aquí es donde quiero estar -le pasó un dedo por la mandíbula-. En algún momento tendrás que hacerte a la idea.

Ella tomó su mano y le besó la palma.

Ness: Puede que no sientas lo mismo después de pasar un rato con un montón de niños de diez años -sonrió al oír un ruido en la habitación de Michael-. ¿Estás preparado?

El ruido fue seguido de un tumulto de voces que discutían apasionadamente.

Zac: Adelante.

Ness: Vale -respiró hondo y alzó la primera caja-.


La fiesta se había acabado. El último niño invitado acababa de irse con sus padres. Un extraño y maravilloso silencio había caído sobre la habitación. Vanessa permanecía sentada en una silla, con los ojos entrecerrados, mientras Zac yacía tumbado en el sofá, con los suyos completamente cerrados. En el silencio, podía oír el tec1eteo del ordenador nuevo de Michael y los maullidos de Zark, acurrucado en el regazo de su hijo. Exhalando un suspiro de satisfacción, observó el cuarto de estar.

Estaba manga por hombro. Por todas partes había tirados vasos y platos de plástico. Había restos de patatas fritas y ganchitos en los cuencos, pero, sobre todo, pisoteados en la alfombra. Entre los juguetes considerados dignos de atención por los niños había esparcidos jirones de papel de regalo. Vanessa no quería ni imaginarse cómo estaría la cocina.

Zac abrió un ojo y la miró.

Zac: ¿Hemos ganado?

Ness: Absolutamente -se levantó con desgana-. Ha sido una victoria brillante. ¿Quieres una almohada?

Zac: No -tomándola de la mano, tiró de ella para que se sentara a su lado-.

Ness: Zac, Michael está...

Zac: Jugando con el ordenador -dijo besándole suavemente el labio inferior-. Apuesto a que acabará derrumbándose e instalando los programas educativos antes de acostarse.

Ness: Ha sido una gran idea mezclárselos con los otros.

Zac: Es que soy un chico muy listo -la tomó en sus brazos, y ella se recostó en la curva de su hombro-. Además, imaginé que te convencería el lado práctico del aparato, y que Mike y yo podríamos jugar tranquilos.

Ness: Me extraña que tú no tengas uno.

Zac: La verdad es que... cuando he ido a comprárselo a Mike me ha gustado tanto que he comprado dos. Para equilibrar mis cuentas domésticas -dijo al ver que Vanessa lo miraba, sorprendida-. Y modernizar mi sistema de archivos.

Ness: Tú no tienes sistema de archivos.

Zac: ¿Lo ves? -apoyó la mejilla en su pelo-. Vanessa, ¿sabes cuál es uno de los diez mejores inventos de la civilización?

Ness: ¿El horno microondas?

Zac: La siesta. Y este sofá es comodísimo.

Ness: Necesita un buen tapizado.

Zac: Pero cuando estás tumbado, no se nota -la enlazó por la cintura-. Échate conmigo un rato.

Ness: Tengo que recoger todo esto -pero se le cerraban los ojos-.

Zac: ¿Por qué? ¿Esperas a alguien?

Ness: No. Pero ¿tú no tienes que bajar a sacar a Tas?

Zac: Le di a Ernie un par de pavos para que le diera un paseo.

Vanessa se acurrucó en su hombro.

Ness: Qué listo eres.

Zac: Ya te lo decía yo.

Ness: Yo ni siquiera he pensado en la cena -murmuró mientras empezaba a adormecerse-.

Zac: Podemos comernos la tarta.

Sonriendo, ella se sumió en el sueño a su lado. Michael entró en la habitación un momento después, con el gatito enroscado entre sus brazos. Quería decirles cuál había sido su última puntuación, pero se quedó de pie delante del sofá, acariciando las orejas del gato, observando a su madre y a Zac pensativamente. A veces, cuando tenía una pesadilla o estaba malo, su madre dormía con él. Y eso siempre hacía que se sintiera mejor. Tal vez dormir con Zac hacía que su madre se sintiera mejor.

Se preguntaba si Zac quería a su madre. Le daba un cosquilleo en el estómago cuando lo pensaba. Quería que Zac se quedara y fuera su amigo. Si se casaban, ¿significaría eso que acabaría marchándose? Tenía que preguntarlo, decidió. Su madre siempre le decía la verdad. Cambiándose el gatito de brazo, tomó un cuenco con patatas y se lo llevó a la habitación.

Era casi de noche cuando Vanessa se despertó.

Al abrir los ojos, se encontró con los de Zac. Parpadeó, intentando orientarse. Entonces él la besó, y ella lo recordó todo.

Ness: Debemos de haber dormido una hora -murmuró-.

Zac: Casi dos. ¿Qué tal estás?

Ness: Aturdida. Siempre me siento aturdida si duermo durante el día -se desperezó y oyó reír a Michael en su cuarto-. Debe de estar aún con el ordenador. Creo que nunca lo he visto tan feliz.

Zac: ¿Y tú? ¿Eres feliz?

Ness: Sí -trazó la línea de sus dedos con la punta del dedo-. Soy feliz.

Zac: Si estás aturdida y eres feliz, puede que este sea el momento perfecto para pedirte otra vez que te cases conmigo.

Ness: Zac...

Zac: ¿No? Está bien, esperaré hasta que pueda emborracharte. ¿Queda algo de tarta?

Ness: Un poco. ¿No estás enfadado?

Zac se pasó las manos por el pelo y se sentó.

Zac: ¿Por qué?

Vanessa le puso las manos sobre los hombros y apoyó la mejilla contra la de él.

Ness: Siento no poder darte lo que quieres.

Zac la apretó entre sus brazos. Luego, con un esfuerzo, la soltó.

Zac: Bien. Eso significa que vas cambiando de opinión. Yo quiero una boda por todo lo alto.

Ness: ¡Zac!

Zac: ¿Qué?

Ella se apartó y sacudió la cabeza, conteniendo una sonrisa.

Ness: Nada. Creo que es mejor no decir nada. Anda, come un poco de tarta. Yo voy a recogerlo todo.

Zac observó la habitación, que, en su opinión, se encontraba en un estado aceptable.

Zac: ¿De verdad quieres limpiarlo esta noche?

Ness: ¿No querrás que lo dejé así hasta mañana? -dijo y luego se detuvo-. Olvídalo. No me acordaba de con quién estaba hablando.

Zac achicó los ojos.

Zac: ¿Insinúas que soy desordenado?

Ness: No, qué va. Estoy segura de que la decoración tipo basurero tiene su atractivo. Desde luego, a ti te encanta -empezó a recoger los platos de papel-. Será por haber tenido criadas de pequeño.

Zac: La verdad es que es por no haber podido desordenar nunca mi cuarto de pequeño. Mi madre no soportaba el desorden -a él siempre le había gustado, pero ver limpiar a Vanessa también tenía su atractivo-. En mi décimo cumpleaños, contrató a un mago. Nos sentamos en sillitas plegables; los niños, con traje; las niñas, con vestiditos de organdí, y contemplamos la actuación. Luego se sirvió un almuerzo ligero en la terraza. Había tantos sirvientes alrededor que, cuando acabó la fiesta, no había ni una sola miga que recoger. Supongo que ahora intento resarcirme y se me va la mano.

Ness: Puede que un poquito -le besó en ambas mejillas. Qué hombre tan extraño era, pensó. Tan tranquilo y espontáneo por un lado, y tan atormentado por otro. Ella estaba convencida de que la infancia afectaba a la vida adulta, incluso hasta la vejez. Era la fuerza de ese convencimiento lo que la impulsaba a hacer cuanto podía por Michael-. Tienes derecho a tu desorden, Zac. No permitas que nadie te lo quite.

Él le besó la mejilla.

Zac: Supongo que tú también tienes derecho a tu limpieza y tu orden. ¿Dónde está la aspiradora?

Ella se retiró, frunciendo el ceño.

Ness: ¿Sabes lo que es una aspiradora?

Zac: Muy graciosa -le dio un pellizco justo debajo de las costillas. Vanessa se apartó, chillando-. Ah, conque tienes cosquillas, ¿eh?

Ness: Ni se te ocurra -le advirtió levantando el montón de platos de plástico como un escudo-. No quiero hacerte daño.

Zac: Vamos -se agachó como un luchador-. A tres asaltos.

Ness: Te lo advierto -percibiendo el brillo de sus ojos, retrocedió a medida que él avanzaba-. Puedo ponerme violenta.

Zac: ¿Me lo prometes? -se abalanzó hacia ella, inclinándose hacia su cintura. Vanessa alzó instintivamente los brazos. Los platos, manchados de tarta y helado, le dieron de lleno en la cara-. Oh, Dios.

Riendo a carcajadas, Vanessa se dejó caer en una silla que había tras ella. Abrió la boca para hablar, pero volvió a retorcerse de risa.

Zac se pasó muy despacio una mano por la cara y observó el churrete de chocolate. Al verlo, Vanessa cruzó los brazos sobre la tripa y, sin poder contenerse, soltó otra carcajada.

Mike: ¿Qué pasa? -entró en el cuarto de estar y miró extrañado a su madre. Vanessa señaló con el dedo. Michael alzó los ojos y se quedó mirando fijamente a Zac-. Vaya -hizo girar los ojos y empezó a reírse-. La hermana de Marc siempre se mancha la cara de comida. Pero solo tiene dos años.

Vanessa, que había logrado recuperar el control, rompió de nuevo a reír. Atragantándose por la risa, atrajo a Michael hacia sí.

Ness: Ha sido... ha sido un accidente -logró decir, y volvió a reírse-.

Zac: Ha sido una puñalada trapera. Y exige una repuesta inmediata.

Ness: No, por favor -extendió una mano, aunque sabía que estaba demasiado débil para defenderse-. Lo siento, lo juro. Ha sido un reflejo, nada más.

Zac: Y esto también -se acercó y, aunque ella bajó la cabeza detrás de Michael, consiguió alcanzarla y la besó-.

Besó su boca, su nariz, sus mejillas, mientras ella reía y forcejeaba. Cuando acabó, había conseguido transferir buena parte del chocolate a su cara. Michael echó un vistazo a su madre y se deslizó hasta el suelo, partiéndose de risa.

Ness: Estás loco -dijo mientras se limpiaba el chocolate con el dorso de la mano-.

Zac: Y tú estás preciosa llena de chocolate, Vanessa.


Tardaron más de una hora en ponerlo todo de nuevo en orden. Por votación popular, acabaron compartiendo una pizza como la noche que se conocieron, y después pasaron el resto de la noche probando los regalos de cumpleaños de Michael. Cuando este comenzó a dar cabezadas sobre el teclado del ordenador, Vanessa logró convencerlo para que se fuera a la cama.

Ness: Menudo día -dejó el gatito en su cesto a los pies de la cama de Michael y salió al pasillo-.

Zac: Yo diría que recordará siempre este cumpleaños.

Ness: Yo también -se llevó una mano al cuello, que notaba ligeramente tenso, y se lo frotó-. ¿Te apetece una copa de vino?

Zac: Yo la sirvo -la llevó hacia el cuarto de estar-. Tú siéntate.

Ness: Gracias -se dejó caer en el sofá, estiró las piernas y se quitó los zapatos-.

Sí, sin duda recordaría aquel día. Y en algún momento durante su transcurso había llegado a la conclusión de que también podía tener una noche que recordar.

Zac: Aquí tienes -le alcanzó una copa de vino y se deslizó a su lado en el sofá-.

Sujetando su copa con una mano, hizo que Vanessa se moviera para apoyarse contra él.

Ness: Qué bien se está -dio un suspiro y se llevó la copa a los labios-.

Zac: Sí, se está muy bien -se inclinó y le besó suavemente el cuello-. Ya te he dicho que este sofá era muy cómodo.

Ness: A veces se me olvida lo que es relajarse así. Todo está hecho; Michael se ha ido a la cama feliz y mañana es domingo y no hay nada urgente en que pensar.

Zac: ¿No te apetece salir por ahí a bailar y divertirte?

Ness: No -estiró los hombros-. ¿Y a ti?

Zac: Yo estoy bien aquí.

Ness: Entonces, quédate -apretó los labios un momento-. Quédate esta noche.

Él guardó silencio. Dejó de masajearle suavemente el cuello y luego empezó de nuevo, muy despacio.

Zac: ¿Estás segura de que es lo que quieres?

Ness: Sí -respiró hondo y se volvió para mirarlo-. Te echaba de menos. Quisiera saber qué está bien y qué mal, qué es lo mejor para todos nosotros. Pero de lo que estoy segura es de que te echaba de menos. ¿Vas a quedarte?

Zac: No voy a ir a ninguna parte.

Ella se recostó contra él, alborozada. Durante largo tiempo permanecieron como estaban, medio soñando, en silencio, con la luz de la lámpara brillando suavemente tras ellos.

Ness: ¿Sigues trabajando en el guión? -preguntó al cabo de un rato-.

Zac: Mmm-hmm -pensó que podía acostumbrarse a aquello, a tener a Vanessa acurrucada a su lado de noche, al fulgor de la lámpara, con el olor de su pelo invadiéndole los sentidos-. Tenías razón. Me habría odiado a mí mismo si no hubiera intentado escribirlo. Supongo que tenían que pasárseme los nervios.

Ness: ¿Nervios? -sonrió-. ¿Tú?

Zac: Me pongo muy nervioso cuando me pasa algo extraño o importante. La primera vez que hice el amor contigo, estaba como un flan.

Aquello sorprendió a Vanessa y, al mismo tiempo, hizo aún más dulce el recuerdo de aquella noche.

Ness: No se notaba.

Zac: Créeme, te lo garantizo -acarició la parte exterior de su muslo levemente, con una naturalidad que resultaba seductora-. Temía meter la pata y echar a perder lo más importante que me había pasado en la vida.

Ness: No metiste la pata. Hiciste que me sintiera muy especial.

Ella se levantó y le tendió la mano. Apagó las luces y se fueron a la habitación.

Zac cerró la puerta. Vanessa abrió la cama. Él sabía que podía ser así cada noche, el resto de sus días. Ella estaba a punto de creerlo también. Él lo sabía, lo vio en sus ojos cuando se acercó a ella. Vanessa lo miró fijamente mientras él le desabrochaba la blusa.

Se desnudaron en silencio, pero el aire ya había empezado a zumbar. Aunque sus nervios se habían calmado, el deseo parecía más afilado que nunca. Ya sabían lo que podían darse el uno al otro. Se deslizaron juntos en la cama y se abrazaron.

Era tan delicioso el modo en que Zac la rodeaba con sus brazos para atraerla hacia sí, cómo se encontraban sus cuerpos, mezclando su calor... Ella ya conocía el tacto de su cuerpo, su firmeza, su fortaleza. Sabía lo fácilmente que se amoldaba su cuerpo al de él. Echó la cabeza hacia atrás y, con los ojos fijos en él, le ofreció la boca. Besar a Zac era como deslizarse por un río fresco hacia el agua blanca y bullente del mar.

De la garganta de Zac surgió un profundo gemido al sentir que Vanessa se apretaba contra su cuerpo. Ella seguía siendo tímida, pero ya no se mostraba vacilante ni reservada. Ya no había en ella más que dulzura y ofrenda.

Así era siempre que se encontraban. Delicioso, sorprendente, maravilloso. Zac puso la mano tras su nuca y ella se inclinó sobre él. La lengua de Vanessa conservaba aún la leve aspereza del vino. Zac la saboreó mientras ella exploraba su boca. Él sentía en el interior de Vanessa una audacia que antes no estaba allí, una confianza nueva que la impulsaba a venir a él con sus propias exigencias y deseos. Su corazón estaba abierto, pensó Zac mientras ella besaba ávidamente su garganta. Y ella se sentía libre. Eso era lo que él quería: que se sintiera libre. Que ambos se sintieran libres. Con algo parecido a una risa, se colocó sobre ella y comenzó a arrastrarla a la locura.

Ella no lograba saciarse de él. Pasaba las manos y la boca frenéticamente por su cuerpo, casi con ferocidad, pero no conseguía colmar aquella ansia. ¿Cómo iba a saber que un hombre podía ser tan excitante, tan delicioso? ¿Cómo iba a saber que el olor de su piel haría que la cabeza le diera vueltas y que sus deseos se aguzaran? Con solo oír que murmuraba su nombre, su ansia se encendía.

Entrelazados, rodaron sobre las sábanas, enredándose en la manta, apartándola a un lado porque hacía rato que no necesitaban su calor. Él se movía tan rápido como ella, descubriendo nuevos secretos para deleitarla y atormentarla. Ella lo oyó susurrar su nombre mientras llenaba de besos su pecho. Sintió que su cuerpo se tensaba y se arqueaba al mover las manos más abajo.

Tal vez aquel poder siempre había estado dentro de ella, pero Vanessa estaba segura de que había surgido aquella noche. El poder de excitar a un hombre más allá de las formas civilizadas y, quizá, también más allá de la cordura. De cualquier modo, se sintió arrastrada por el placer cuando Zac la atrapó bajo su cuerpo y dejó que el deseo tomara las riendas.

La boca de él, caliente y ávida, recorría su cuerpo. Exigencias, promesas y súplicas giraban como un torbellino en la cabeza de Vanessa, pero no podía hablar. Hasta el aliento le faltaba mientras él seguía impulsándola más y más alto. Se aferró a él con todas sus fuerzas, como si fuera un salvavidas en medio del mar embravecido.

Luego, los dos se hundieron.




¡Qué bonito!
¡Al final se han perdonado!

¡Gracias por leer!


viernes, 8 de septiembre de 2017

Capítulo 10


Ness: Michael, bajad el volumen, por favor -se quitó la cinta métrica que llevaba colgada del cuello y la extendió sobre la pared-.

Perfecto, pensó con satisfacción. Luego, tomó el lápiz que llevaba tras la oreja y marcó el lugar donde irían las escarpias.

Los pequeños estantes de cristal que iba a colgar eran un regalo que se hacía a sí misma, completamente innecesario y que, sin embargo, le producía una intensa alegría. No consideraba el hecho de colgarlas una muestra de independencia o habilidad, sino una más de las tareas cotidianas que llevaba años haciendo. Con el martillo en una mano, colocó la primera escarpia. Le había dado dos golpes cuando llamaron a la puerta.

Ness: Un momento -le dio un último golpe a la escarpia. De la habitación de Michael le llegaba ruido del fuego antiaéreo y el silbido de los misiles. Vanessa se sacó la segunda escarpia de la boca y se la guardó en el bolsillo-. Mike, nos van a detener por perturbar el descanso de los vecinos -abrió la puerta y vio que era Zac-. Hola.

Zac se alegró al ver su expresión de contento. Hacía dos días que no la veía, desde que le había dicho que la quería y que pretendía casarse con ella. En esos dos días, le había dado muchas vueltas a la cabeza y confiaba en que, a pesar de sí misma, Vanessa hubiera hecho lo mismo.

Zac: ¿Estás de obra? -preguntó, señalando con la cabeza el martillo-.

Ness: Solo estaba colgando una estantería -agarró el mango del martillo con ambas manos, sintiéndose como una adolescente-. Pasa.

Él miró hacia la habitación de Michael mientras ella cerraba la puerta. Parecía que se estaba desarrollando un bombardeo masivo.

Zac: No me habías dicho que ibas a abrir un patio de recreo.

Ness: Es uno de los sueños de mi vida. ¡Mike! ¡Han firmado la paz! ¡Alto el fuego! -lanzándole una sonrisa cautelosa a Zac, le indicó una silla-. Michael se ha traído a Josh hoy, y Ernie... Ernie vive arriba y va a su clase.

Zac: Sí, ya, el chico de los Bitterman. Lo conozco. Qué bonitas -dijo, mirando las estanterías-.

Ness: Son un regalo por cumplir un mes en el National Trust -pasó un dedo por el filo de uno de los estantes-.

Zac: ¿Una especie de bonificación?

Ness: De autobonificación.

Zac: Esas son las mejores. ¿Quieres que acabe yo?

Ness: ¿Cómo? -miró el martillo-. Ah, no, gracias. Ya lo hago yo. ¿Por qué no te sientas? Te traeré un café.

Zac: Tú cuelgas la estantería y yo voy por el café -la besó en la punta de la nariz-. Y relájate, ¿quieres?

Solo había dado dos pasos cuando ella lo agarró del brazo.

Ness: Zac, estoy muy contenta de verte. Temía que... bueno, que estuvieras enfadado.

Zac: ¿Enfadado? -la miró, perplejo-. ¿Por qué?

Ness: Por... -se interrumpió al ver que seguía mirándola con aquella expresión entre curiosidad y desconcierto que la hacía preguntarse si se lo habría imaginado todo-. Da igual -se sacó la escarpia del bolsillo-. Sírvete el café.

Zac: Gracias -ella se dio la vuelta y Zac sonrió-.

Había logrado justamente lo que pretendía: confundirla. A partir de ese instante, Vanessa empezaría a pensar en él, en lo que se habían dicho. Y, cuanto más pensara en ello, más cerca estaría de entrar en razón.

Silbando entre dientes, entró en la cocina mientras Vanessa ponía la segunda escarpia.
Zac le había pedido que se casara con él. Ella recordaba todo cuanto había dicho, y lo que le había contestado. Y sabía que él se había sentido dolido y enojado. ¿Acaso no se había pasado dos días lamentándolo? Y, sin embargo, Zac aparecía de pronto como si nada hubiera pasado.

Vanessa dejó el martillo y alzó la estantería. Tal vez había empezado a perder interés y se alegraba de que le hubiera dicho que no. Eso debía ser, se dijo, preguntándose por qué la idea no la tranquilizaba tanto como debería.

Zac: Has hecho galletas -regresó con dos tazas y un platillo con galletas recién hechas apoyado en equilibrio sobre una de ellas-.

Ness: Sí, las hice esta mañana -miró hacia atrás, sonriendo, mientras ajustaba los estantes-.

Zac: Súbela un poco de la derecha -se sentó en el brazo de una silla y dejó la taza de Vanessa sobre la mesa para tomar una galleta de chocolate-. Buenísima -dijo tras dar el primer mordisco-. Y, aunque esté mal que yo lo diga, soy un experto.

Ness: Me alegro de que te gusten -retrocedió para mirar las estanterías-.

Zac: Es importante. Porque no sé si podría casarme con una mujer que no supiera hacer galletas -tomó una segunda y la examinó-. Bueno, puede que sí pudiera -dijo mientras Vanessa se volvía lentamente para mirado-. Pero sería muy duro -engulló la segunda y le sonrió-. Por suerte, no será problema.

Ness: Zac...

Antes de que pudiera decir nada, Michael irrumpió en la habitación con sus dos amigos detrás.

Mike: ¡Zac! -encantado de verlo, se paró a su lado y Zac le pasó el brazo por los hombros con toda naturalidad-. Acabamos de echar una guerra que no veas. Somos los únicos supervivientes.

Zac: Eso da mucha hambre. Toma una galleta.

Michael tomó una y se la metió en la boca.

Mike: Tenemos que subir a casa de Ernie y conseguir más armas -tomó otra galleta y vio que su madre lo estaba mirando con el ceño fruncido-. No has traído a Tas.

Zac: Anoche se quedó viendo una película hasta tarde y está durmiendo.

Mike: Vale -se volvió hacia su madre-. Mamá, ¿podemos subir un rato a casa de Ernie?

Ness: Claro. Pero no salgáis sin decírmelo antes.

Mike: No. Chicos, id delante. Yo tengo que hacer una cosa.

Volvió corriendo a su cuarto mientras sus amigos trotaban hacia la puerta.

Ness: Me alegro de que esté haciendo amigos nuevos -comentó recogiendo la taza-. Estaba preocupado por eso.

Zac: Michael no es de esos niños a los que les cuesta hacer amigos.

Ness: Sí, es cierto.

Zac: Además, tiene suerte de tener una madre que deja que sus amigos vengan a casa y les hace galletas -bebió otro sorbo de café. La cocinera de su madre hacía pastelitos. Pero creía que Vanessa entendería que no era lo mismo-. Naturalmente, cuando nos casemos, tendremos que darle hermanitos y hermanitas. ¿Qué vas a poner en la estantería?

Ness: Cosas inútiles -murmuró mirándolo fijamente-. Zac, no quiero discutir, pero creo que deberíamos aclarar esto.

Zac: ¿Aclarar qué? Ah, venía a decirte que ya he empezado el guión. Y por ahora va muy bien.

Ness: Me alegro -dijo, confundida-. Mira, es maravilloso, pero creo que antes deberíamos hablar de este asunto.

Zac: Claro, ¿de qué asunto?

Ella abrió la boca, pero su hijo la interrumpió de nuevo. Al ver que entraba, se alejó y puso un pequeño gato de porcelana en el estante de abajo.

Mike: He hecho una cosa para ti en el cole -azorado, se acercó con las manos a la espalda-.

Zac: ¿Sí? -dejó su taza de café-. ¿Puedo verla?

Mike: Es San Valentín, ¿sabes? -tras un momento de duda, le dio a Zac una tarjeta hecha de cartulina, con una cinta azul-. A mamá le hice un corazón con encaje, pero como tú eres chico me parecía mejor una cinta -arrastró los pies-. Se abre.

Sin saber si se le quebraría la voz, Zac abrió la tarjeta.

Zac: «Para Zac, mi mejor amigo. Te quiero, Michael» -tuvo que aclararse la garganta, confiando en no ponerse en ridículo-. Es fantástico. Yo... eh... nadie me había hecho una tarjeta antes.

Mike: ¿De veras? -preguntó sorprendido-. Yo siempre se las hago a mamá. Dice que le gustan más que las compradas.

Zac: A mí esta me gusta mucho más -no sabía si a los niños de casi diez años les gustaba que los besaran, pero le pasó una mano por el pelo y le dio un beso de todos modos-. Gracias.

Mike: De nada. Hasta luego.

Zac: Sí -oyó que la puerta se cerraba y miró de nuevo el pliego de cartulina doblado-.

Ness: No sabía que te había hecho una tarjeta -dijo suavemente-. Supongo que quería que fuera un secreto.

Zac: Ha hecho un buen trabajo -en ese momento, no podía explicar lo que significaba para él aquel trozo de cartulina con una cinta. Levantándose, se acercó a la ventana con la tarjeta en la mano-. Me encanta ese crío.

Ness: Lo sé -se humedeció los labios. Era cierto, lo sabía. Pero ello solo dificultaba las cosas-. En unas pocas semanas has hecho mucho por él. Sé que ninguno de los dos tiene derecho a esperar que estés ahí, pero quiero que sepas que significa mucho para nosotros contar contigo.

Él tuvo que contener un estallido de cólera. No quería su gratitud. Quería mucho más. «Cálmate, Efron», se dijo.

Zac: El mejor consejo que puedo darte es que vayas acostumbrándote, Vanessa.

Ness: Eso es precisamente lo que no puedo hacer -se acercó a él-. Zac, tú me importas mucho, pero no puedo depender de ti. No puedo permitirme esperar nada, ni hacerme ilusiones.

Zac: Eso ya me lo has dicho -dejó la tarjeta cuidadosamente sobre la mesa-. Y no quiero discutir.

Ness: Lo que has dicho antes...

Zac: ¿Qué he dicho?

Ness: Eso de cuando nos casemos.

Zac: ¿He dicho eso? -sonrió, enroscándose un mechón de su pelo alrededor del dedo-. No sé en qué estaría pensando.

Ness: Zac, tengo la sensación de que intentas confundirme.

Zac: ¿Y lo estoy consiguiendo?

«Quítale importancia al asunto», se dijo ella. Si Zac quería convertirlo en un juego, ella le seguiría la corriente.

Ness: Hasta el punto de confirmar lo que siempre he pensado de ti. Que eres un hombre muy raro.

Zac: ¿En qué sentido?

Ness: Bueno, para empezar, hablas con tu perro.

Zac: Y él me responde, así que eso no cuenta. Inténtalo otra vez -la atrajo un poco más hacia sí-.

Aunque ella no se diera cuenta, estaban hablando de su relación, y Vanessa parecía relajada.

Ness: Te ganas la vida escribiendo cómics. Y los lees.

Zac: Tú que te dedicas a la banca deberías comprender la importancia de una buena inversión. ¿Sabes lo que pagan los coleccionistas por el número doble de mi Defensores de Perth? La modestia me impide mencionar la cifra.

Ness: Apuesto a que sí.

Él asintió ligeramente.

Zac: Y estaré encantado de discutir con usted acerca del valor de la literatura en cualquiera de sus formas, señora Hudgens. ¿Te he dicho alguna vez que en el instituto era capitán del equipo de debate?

Ness: No -apoyó las manos en su pecho, atraída de nuevo por el cuerpo recio y disciplinado que se ocultaba bajo el viejo jersey-. Además, está visto de que no has tirado un solo periódico ni una revista en los últimos cinco años.

Zac: Estoy guardándolo para cuando venga la gran escasez de papel del segundo milenio.

Ness: Además, tienes respuesta para todo.

Zac: Solo hay una respuesta que quiera de ti. ¿Te he mencionado que me enamoré de tus ojos nada más enamorarme de tus piernas?

Ness: No -esbozó una sonrisa-. Y yo nunca te he dicho que, la primera vez que te vi, por la mirilla, me quedé mirándote largo rato.

Zac: Lo sabía -sonrió-. Si miras bien por el agujerito, se ve una sombra.

Ness: Ah -no se le ocurrió qué más decir-.

Zac: ¿Sabe, señora Hudgens?, los niños pueden volver en cualquier momento. ¿Le importa que dejemos de hablar unos minutos?

Ness: No -lo rodeó con los brazos-. No me importa en absoluto.

No quería admitir, ni siquiera ante sí misma, que en sus brazos se sentía segura y protegida. Pero así era. No quería aceptar que había temido perderlo, que la aterrorizaba el hueco que habría dejado en su vida. Pero, a pesar de que aquel miedo se desvaneció al besarlo, era muy real.

Ella no podía pensar en el mañana, ni en el futuro que Zac esbozaba con tanta facilidad hablándole de familia y matrimonio. Le habían inculcado que el matrimonio era para siempre y, sin embargo, la experiencia le había demostrado que no era más que una promesa tan fácil de hacer como de romper. Y no quería que en su vida hubiera más promesas rotas, más votos quebrantados.

Los sentimientos brotaban en su interior a borbotones, arrastrando con ellos anhelos y sueños deslumbrantes. Tal vez el corazón se lo había entregado a Zac, pero seguía estando en poder de su voluntad. Al tiempo que sus manos se aferraban fuertemente a él, atrayéndolo hacia sí, se decía que su voluntad evitaría que ambos fueran infelices más adelante.

Zac: Te quiero, Vanessa -murmuró contra su boca, a pesar de que sabía que tal vez ella no quisiera escuchar esas palabras-.

Pero, tal vez si las decía muchas veces, ella empezaría a creérselas.

Quería que se comprometiera con él para siempre, no solo para un momento como aquel, robado a la luz del sol que entraba a raudales por la ventana, u otros semejantes en la penumbra. Solo una vez con anterioridad había deseado algo tan intensamente. Pero había sido algo abstracto, algo nebuloso llamado arte. Al final, se había visto forzado a admitir que ese sueño nunca estaría al alcance de su mano.

Vanessa, en cambio, estaba en sus brazos. Podía abrazarla así y sentir el sabor dulce y cálido de las ansias que se agitaban en su interior. Ella no era un sueño, sino una mujer a la que amaba, deseaba y poseería. Si para conservarla tenía que utilizar artimañas hasta despojarla una a una de las capas de su resistencia, lo haría.

Alzó las manos hasta su cara, hundiendo los dedos en su pelo.

Zac: Creo que los chicos están a punto de bajar.

Ness: Seguramente -buscó su boca otra vez. ¿Había sentido alguna vez antes aquella urgencia?-. Ojalá tuviéramos más tiempo.

Zac: ¿Te gustaría?

Ella tenía los ojos entrecerrados cuando Zac se apartó.

Ness: Sí.

Zac: Entonces, deja que vuelva esta noche.

Ness: Oh, Zac -se precipitó entre sus brazos, apoyando la cabeza sobre su hombro. Por primera vez desde hacía una década, la mujer y la madre estaban en guerra-. Te deseo. Lo sabes, ¿verdad?

Zac: Eso me había parecido.

Ness: Me gustaría que pudiéramos pasar la noche juntos, pero está Mike.

Zac: Ya sé lo que piensas de que me quede aquí con Mike en la otra habitación. Pero, Vanessa... -deslizó las manos por sus brazos y las posó sobre sus hombros-, ¿por qué no somos sinceros con él y le decimos que nos gustamos y queremos estar juntos?

Ness: Zac, es muy pequeño.

Zac: No, no lo es. No, espera -continuó antes de que ella volviera a hablar-. No estoy diciendo que le quitemos importancia, sino que le digamos a Michael lo que sentimos el uno por el otro y que, cuando dos personas adultas se quieren así, necesitan demostrarlo.

En sus labios parecía tan sencillo, tan lógico, tan natural... Reuniendo sus pensamientos, ella retrocedió.

Ness: Zac, Mike te quiere, y te quiere con la inocencia y la falta de restricción de un niño.

Zac: Yo también lo quiero a él.

Ella lo miró a los ojos y asintió.

Ness: Sí, creo que sí, y, si es cierto, espero que lo entiendas. Temo que, si meto a Mike en esto en este momento, llegará a necesitarte más de lo que te necesita ya. Acabará pensando en ti como en...

Zac: En un padre -concluyó-. Y tú no quieres que tenga un padre, ¿no es eso, Vanessa?

Ness: Eso no es justo -sus ojos, normalmente claros y serenos, se enturbiaron-.

Zac: Puede que no, pero, si yo estuviera en tu lugar, pensaría en ello despacio.

Ness: No hace falta que te pongas cruel solo porque no quiero acostarme contigo cuando mi hijo duerme en la otra habitación.

Él la agarró de la camisa tan rápidamente que no le dio tiempo a reaccionar. Lo había visto enfadado, al límite de su aguante, pero nunca furioso.

Zac: Maldita sea, ¿es que crees que solo estamos hablando de eso? Si solo quisiera sexo, no tendría más que bajar a mi casa y levantar el teléfono. El sexo es muy fácil, Vanessa. Lo único que hace falta son dos personas y un poco de tiempo libre.

Ness: Lo siento -cerró los ojos, profundamente avergonzada-. Ha sido una estupidez, Zac. Pero me siento entre la espada y la pared. Necesito tiempo. Por favor.

Zac: Yo también. Pero tiempo para estar contigo -bajó las manos y se las metió en el bolsillo-. Te estoy presionando. Lo sé y no voy a parar, porque creo en nosotros.

Ness: Ojalá yo pudiera decir lo mismo. Pero para mí hay demasiado en juego.

Y para él también, pensó Zac, aunque no lo dijo.

Zac: En fin, dejémoslo así por el momento. ¿Os venís Mike y tú a jugar a las máquinas de marcianitos esta noche a Times Square?

Ness: Claro. Le encantará -volvió a acercarse a él-. Y a mí también.

Zac: Eso dices ahora, pero cambiarás de idea cuando te haya humillado con mi insuperable destreza.

Ness: Te quiero.

Él dejó escapar un largo suspiro, intentando contener el deseo de asirla de nuevo y negarse a irse.

Zac: Cuando te acostumbres a ello, ¿me lo dirás?

Ness: Serás el primero en saberlo.

Él recogió la tarjeta que le había hecho Michael.

Zac: Dile a Mike que nos veremos luego.

Ness: Se lo diré -él estaba casi en la puerta cuando ella lo siguió-. Zac, ¿por qué no vienes a cenar mañana? Voy a hacer asado.

Él ladeó la cabeza.

Zac: ¿De ese con patatitas y zanahorias alrededor?

Ness: Claro.

Zac: ¿Y galletas?

Ella sonrió.

Ness: Si quieres...

Zac: Tiene muy buena pinta, pero ya tengo planes.

Ness: Ah -luchó con la necesidad de preguntarle cuáles, pero se recordó que no tenía derecho a hacerlo-.

Zac sonrió satisfecho, percibiendo su desilusión.

Zac: ¿Me invitarás otro día?

Ness: Claro -intentó devolverle la sonrisa-. Supongo que Michael te habrá dicho que la semana que viene es su cumpleaños -dijo cuando llegó a la puerta-.

Zac: Solo cinco o seis veces -se detuvo con la mano en el picaporte-.

Ness: Va a hacer una fiesta el sábado por la tarde. Sé que le gustaría que vinieras, si puedes.

Zac: Allí estaré. Mira, ¿por qué no nos vamos a las siete? Yo llevo las monedas.

Ness: Estaremos listos -Zac no iba a darle un beso de despedida, pensó ella-. Zac, yo...

Zac: Ah, casi se me olvidaba -se metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cajita-.

Ness: ¿Qué es eso?

Zac: Es San Valentín, ¿no? -le puso la cajita en la mano-. Pues es el regalo de San Valentín.

Ness: El regalo de San Valentín -repitió desconcertada-.

Zac: Sí, la tradición, ¿recuerdas? Pensé en traerte bombones, pero imaginé que te pasarías el rato vigilando a Mike para que no comiera demasiados. Pero, si prefieres bombones, puedo devolver esto y...

Ness: No -quitó la caja de su alcance y se echó a reír-. Aún no sé lo que es.

Zac: Seguramente lo averiguarás si lo abres.

Al alzar la tapa, vio una fina cadena de oro con un corazón no más grande que una uña. Los diamantes que lo formaban brillaban suavemente.

Ness: Oh, Zac, es precioso.

Zac: Algo me decía que te gustaría más que los bombones. Seguro que con los bombones pensabas en higiene dental.

Ness: Qué exagerado -contestó sacando el corazón de la caja-. Zac, es realmente precioso, me encanta, pero es demasiado...

Zac: Convencional, lo sé -la cortó quitándole el colgante-. Pero así soy yo.

Ness: ¿Ah, sí?

Zac: Date la vuelta para que te lo ponga.

Ella obedeció, alzándose el pelo con una mano.

Ness: Me gusta muchísimo, pero no espero que me compres cosas caras.

Zac: Ya -frunció el ceño mientras abrochaba el cierre-. Yo tampoco esperaba los huevos con beicon, y te empeñaste en hacérmelos -tras asegurar el cierre, hizo que se diera la vuelta para mirarlo-. Y yo quiero verte con mi corazón alrededor del cuello.

Ness: Gracias -tocó el colgante con un dedo-. Yo tampoco te he comprado bombones, pero tal vez pueda regalarte otra cosa.

Sonriendo, lo besó suave y provocativamente, con una vehemencia que los sorprendió a ambos. Solo hacía falta un instante para perderse, para dejarse llevar por el deseo, por la imaginación. Con la espalda apoyada en la puerta, él deslizó las manos por su cara, por su pelo y sus hombros, y luego hasta sus caderas para apretarla contra sí. El fuego de la pasión se inflamó en un instante y, cuando Vanessa se apartó, Zac se sintió abrasado por él. Sin apartar los ojos de ella, dejó escapar un largo y lento suspiro.

Zac: Supongo que los críos estarán a punto de volver.

Ness: En cualquier momento.

Zac: Ya -la besó suavemente en la sien antes de darse la vuelta y abrir la puerta-. Hasta luego.

Bajaría a buscar a Tas, se dijo Zac mientras recorría el pasillo. Y luego iría a dar un paseo. Un paseo muy largo.


Como había prometido, Zac llegó con los bolsillos llenos de monedas de cuarto de dólar. El salón de juegos recreativos estaba atestado de gente y en él resonaban los pitidos, chiflidos y musiquillas de las máquinas de juegos. Vanessa permanecía a un lado mientras Zac y Michael aunaban fuerzas para salvar al mundo de las guerras intergalácticas.

Zac: Buen disparo, cabo -le dio al niño una palmada en el hombro cuando una nave Phaser II se desintegró con un destello de color-.

Mike: Te toca a ti -le entregó los mandos a su oficial superior-. Cuidado con los misiles inteligentes.

Zac: No te preocupes. Soy un veterano.

Mike: Vamos a superar el récord -apartó los ojos de la pantalla el tiempo justo para mirar a su madre-. Luego, pondremos nuestras iniciales. ¿A que mola este sitio? Tiene de todo.

De todo, pensó Vanessa, incluidos algunos personajes de aspecto sórdido cubiertos de tatuajes y cuero. La máquina que había tras ella emitió un agudo chillido.

Ness: No te alejes, ¿eh?

Zac: Bueno, cabo, solo estamos a setecientos puntos del récord. Mucho ojo con los satélites nucleares.

Mike: Señor, sí, señor -apretó la mandíbula y tomó de nuevo los mandos-.

Zac: Buenos reflejos -le dijo a Vanessa viendo que Michael controlaba su nave con una mano y disparaba misiles tierra-aire con la otra-.

Ness: Josh tiene una videoconsola. A Mike le encanta ir a su casa a jugar a estas cosas -se mordió el labio inferior al ver que la nave de Michael se salvaba por los pelos de la aniquilación-. No me explico cómo se entera de lo que pasa. Ay, mira, ya ha pasado el récord.

Siguieron mirando en tenso silencio mientras Michael luchaba con bravura con su último oponente. Al final, la pantalla estalló en brillantes fuegos artificiales de sonido y color.

Zac: Un nuevo récord -levantó a Michael en el aire-. Esto merece un ascenso. Sargento, inscriba sus iniciales.

Mike: Pero tú te has hecho más puntos que yo.

Zac: ¿Quién lo dice? Anda, adelante.

Sofocado de orgullo, Michael pulsó las teclas que pasaban el alfabeto y escribió «R.A.W». «A» de Andrew, pensó Zac, pero no dijo nada.

Zac: ¿Quieres echar una partida, Vanessa?

Ness: No, gracias. Prefiero mirar.

Mike: A mamá no le gusta jugar. Le sudan las manos.

Zac: ¿Te sudan las manos? -repitió sonriendo-.

Vanessa miró a Mike con el ceño fruncido.

Ness: Es por la presión. No soporto llevar sobre los hombros la responsabilidad de salvar el mundo. Sé que es un juego -dijo antes de que Zac pudiera responder-. Pero me atrapa, por decirlo de algún modo.

Zac: Es usted fantástica, señora Hudgens -dijo y la besó-.

Michael, que los estaba mirando, se quedó pensativo. Le parecía raro ver a Zac besar a su madre. Pero no sabía si le gustaba o no. Entonces Zac le puso la mano sobre el hombro. Aquello siempre le hacía sentirse bien.

Zac: Bueno, ¿qué te apetece ahora? ¿La selva del Amazonas, la Edad Media o la caza del tiburón asesino?

Mike: A mí me gusta la del ninja. Una vez vi una peli de ninjas en casa de Josh. Bueno, casi. La madre de Josh la quitó porque una de las chicas empezó a quitarse la ropa y esas cosas.

Zac: ¿Ah, sí? -contuvo la risa mientras Vanessa miraba a Michael espantada-. ¿Cómo se llamaba?

Ness: Da igual -lo agarró con fuerza de la mano-. Estoy segura de que los padres de Josh se equivocaron.

Mike: Su padre creía que era de kung-fu. Y su madre se enfadó y le hizo ir a devolverla al videoclub. Pero a mí me siguen gustando los ninjas.

Zac: Vamos a ver si encontramos una máquina libre -se puso al lado de Vanessa-. No creo que esté traumatizado de por vida.

Ness: Ya, pero me gustaría saber qué ha querido decir con «y esas cosas».

Zac: A mí también -le pasó un brazo por los hombros mientras pasaban entre un grupo de adolescentes-. Quizá podamos alquilarla.

Ness: Yo paso, gracias.

Zac: ¿No quieres ver Los Ninjas de Nagasaki en pelotas? -ella se giró y lo miró boquiabierta, y Zac extendió las manos con las palmas hacia arriba-. Me lo he inventado, lo juro.

Ness: Ya.

Zac: Aquí hay una. ¿Puedo jugar a esta?

Zac siguió mirando a Vanessa, sonriendo, mientras se sacaba un puñado de monedas del bolsillo.

Pasó el tiempo y Vanessa casi dejó de oír el ruido de las máquinas y la gente. Por complacer a Michael, echó un par de partidas a los juegos menos violentos, a los que no trataban de la dominación del mundo ni de la destrucción universal. Pero la mayor parte del tiempo la pasó observando a su hijo, contenta de verlo disfrutar de lo que para él era una auténtica noche en la ciudad.

Mientras Michael y Zac permanecían inclinados sobre los mandos, cabeza con cabeza, pensó que debían de parecer una familia, y deseó poder creer aún en esas cosas. Pero, para ella, la familia y los compromisos de por vida eran cosas tan ilusorias como las máquinas que difundían luz y color a su alrededor.

El día a día, pensó con un leve suspiro. Eso era lo único en que podía pensar en ese momento. Al cabo de unas horas metería a Michael en la cama y se iría sola a su habitación. Ese era el único modo de asegurarse de que estarían los dos a salvo. Oyó que Zac se reía y animaba a gritos a Michael, y apartó la mirada. No había otro modo, se dijo de nuevo. Por más que quisiera creer de nuevo, no podía arriesgarse.

Zac: ¿Qué tal las pinballs? -sugirió-.

Mike: No están mal -aunque tenían colores chillones y luces, a Michael no le parecían muy excitantes-. Pero a mamá le gustan.

Zac: ¿Eres buena?

Vanessa ahuyentó sus sombríos pensamientos.

Ness: No soy mala del todo.

Zac: ¿Echamos una? -hizo tintinear las monedas en el bolsillo-.

Ella no se consideraba muy competitiva, pero se dejó llevar por la mirada desafiante de Zac.

Ness: De acuerdo.

Siempre había tenido buena mano para las pinballs, tan buena que, de pequeña, ganaba a su hermano nueve veces de cada diez. Aunque aquellas máquinas eran electrónicas y mucho más sofisticadas que las de su niñez, no dudaba de que podría hacer una buena exhibición.

Zac: Puedo darte ventaja, si quieres -sugirió mientras metía monedas en la ranura-.

Ness: Es curioso, yo iba a decirte lo mismo -con una sonrisa, tomó los mandos-.

Como por arte de magia, Vanessa dejó de oír los ruidos de alrededor y se concentró en mantener la bola en juego. Sus toques eran nerviosos y rápidos.

Zac permanecía tras ella, con las manos metidas en los bolsillos de atrás, asintiendo mientras ella impulsaba la bola. Le gustaba su modo de inclinarse hacia la máquina, con los labios levemente abiertos y la mirada aguzada y alerta. De vez en cuando, sacaba la punta de la lengua entre los dientes o doblaba el cuerpo hacia delante como si quisiera seguir el curso rápido, errático, de la bola.

La pequeña bola plateada chocaba contra la goma haciendo sonar las campanas y encenderse las luces. Cuando la máquina se tragó su primera bola, ya había conseguido una puntuación notable.

Zac: No está mal para una aficionada -comentó guiñándole un ojo a Michael-.

Ness: Solo estaba calentando -sonriendo, se apartó-.

Zac tomó los mandos. Puesto de puntillas, Michael observaba las evoluciones de la bola. Molaba cuando se quedaba atascada en la parte de arriba de la máquina, vibrando entre los parachoques en un torbellino. Miró hacia atrás y, al ver las filas de máquinas; deseó haber pedido otra moneda antes de que su madre y Zac empezaran a jugar. Aunque, si no podía jugar, al menos podía mirar. Se alejó un poco para echarle un vistazo a una máquina cercana.


Zac: Parece que te gano por cien puntos -dijo apartándose para dejarle sitio a Vanessa-.

Ness: No quería machacarte con la primera bola. Me parecía muy descortés -tiró de la varilla y empujó la bola-.

Esta vez, le pareció haberle tomado de nuevo el tranquillo. No dejaba descansar la bola, mandándola de derecha a izquierda y luego hacia arriba, por el medio, donde pasaba por un túnel y chocaba con un dragón rojo. Aquello la devolvía a su niñez, cuando sus deseos eran sencillos y sus sueños dorados aún. Mientras la máquina se agitaba ruidosamente, se echó a reír, dejándose arrastrar por la partida.

Su puntuación subía y subía con tanto bullicio que a su alrededor se congregó una pequeña multitud. Antes de que se colara su segunda bola, la gente ya había elegido su bando.Zac tomó posición. Él, a diferencia de Vanessa, no bloqueaba sus oídos a las luces y los ruidos, sino que los usaba para bombear adrenalina. Estuvo a punto de perder la bola, causando sobresalto a su alrededor, pero logró mantenerla con la punta del propulsor y la lanzó con fuerza a un rincón. Esa vez, acabó cincuenta puntos por debajo de ella.

La tercera y última partida atrajo a más gente. Vanessa creyó oír que alguien hacía apuestas antes de desconectar y concentrarse en la bola y el toque. Estaba casi exhausta cuando volvió a apartarse.

Ness: Te va a hacer falta un milagro, Zac.

Zac: No te pongas chulita -giró las muñecas como un concertista de piano, cosechando unos cuantos abucheos y ovaciones a su alrededor-.

Observando su técnica, Vanessa tuvo que reconocer que su modo de jugar era brillante. Aceptaba riesgos que podían haberle costado su última bola y los convertía en puntos ganadores. Permanecía con las piernas abiertas, relajado, pero Vanessa veía en sus ojos esa profunda concentración que tan familiar le resultaba en él y a la que, sin embargo, aún no se había acostumbrado. El pelo le caía sobre la frente, descuidado. En su cara había una leve sonrisa que le pareció al mismo tiempo complacida y temeraria.

Se descubrió mirándolo a él en lugar de a la bola mientras jugueteaba con el pequeño corazón de diamantes que llevaba sobre un jersey de cuello vuelto negro. Zac era de esos hombres con los que las mujeres soñaban y a los que convertían en héroes. Uno de esos hombres en los que una mujer podía llegar a confiar si se descuidaba. Con un hombre así, una podía pasarse años riendo. Las defensas de su corazón se debilitaron un poco más y dejó escapar un suspiro.

La bola se perdió en la cueva del dragón con una serie de gruñidos.

**: Te ha ganado por diez puntos -dijo alguien entre la gente-. Diez puntos, colega.

*: Tenéis una partida gratis -dijo otro, dándole a Vanessa una palmadita amistosa en la espalda-.

Zac sacudió la cabeza, pasándose las manos por los vaqueros para secárselas.

Zac: Respecto a esa ventaja...

Ness: Demasiado tarde -ridículamente satisfecha de sí misma, enganchó los pulgares en las presillas de su pantalón y observó el marcador-. Magníficos reflejos. Es todo cuestión de muñeca.

Zac: ¿Echamos la revancha?

Ness: No quiero humillarte otra vez -se dio la vuelta con intención de ofrecerle a Michael la partida gratis-. Mike, ¿por qué no...? ¿Mike? -se abrió paso entre los mirones que aún quedaban-. ¿Michael? -una leve punzada de pánico recorrió su espina dorsal-. No está aquí.

Zac: Estaba hace un minuto -le puso una mano en el brazo y escudriñó lo que veía del local-.

Ness: Me he descuidado -se llevó una mano a la garganta, donde el miedo se le había alojado ya, y empezó a caminar rápidamente-. Mira que sé que no debo perderlo de vista en un sitio así...

Zac: Tranquila -dijo con calma, a pesar de que Vanessa había conseguido contagiarle su miedo. Sabía lo fácil que era perder a un niño pequeño entre la multitud. Se oía todos los días en las noticias-. Estará por ahí, mirando las máquinas. Lo encontraremos. Yo iré por este lado, y tú por aquel.

Ella asintió y se dio la vuelta sin decir palabra. Había hasta seis y siete filas de personas en algunas de las máquinas. Vanessa se detuvo en todas ellas, buscando al niño rubio con el jersey azul. Lo llamaba alzando la voz por encima del ruido y el estrépito de las máquinas.

Al pasar junto a las grandes puertas de cristal, miró fuera, hacia las luces y las aceras atestadas de Times Square, y el corazón le dio un vuelco en el pecho. Michael no había salido, se dijo. Él nunca haría algo que le había prohibido expresamente muchas veces. A menos que alguien se lo hubiera llevado o…

Apretándose las manos con fuerza, se alejó de allí. No podía pensar así. Pero el local era tan grande y había tanta gente, tantos extraños... Y el ruido... El ruido era más ensordecedor de lo que recordaba. ¿Cómo iba a oír a Michael si la llamaba?

Se acercó a la siguiente fila, llamándolo. Oyó reír a un niño y se dio la vuelta. Pero no era Michael. Diez minutos después, cuando ya había recorrido la mitad del local, empezó a pensar que tenía que llamar a la policía. Aceleró el paso e intentó mirar a todas partes a la vez mientras iba de fila en fila. Había tanto ruido y las luces eran tan brillantes... Tal vez debiera volver sobre sus pasos. Quizá no lo había visto. Quizá estuviera esperándola junto a la maldita pinball, preguntándose dónde se habrían metido. Tal vez estuviera asustado. Podía estar llamándola. Podía estar...

Entonces lo vio en brazos de Zac. Apartó a dos personas y corrió hacia ellos.

Ness: ¡Michael! -se abrazó a ellos y enterró la cara en el pelo de su hijo-.

Zac: Se había ido a ver jugar a uno -dijo acariciándole la espalda-. Y se ha encontrado con alguien que conocía del colegio.

Mike: Era Ricky Nesbit, mamá. Estaba con su hermano mayor y me han prestado un cuarto de dólar. Hemos ido a echar una partida. No sabía que estaba tan lejos.

Ness: Michael -luchó con las lágrimas y mantuvo firme la voz-. Sabes que no debes alejarte de mí. Este sitio es muy grande y hay mucha gente. Necesito saber que no vas a irte por ahí.

Mike: Yo no quería. Es que Ricky me ha dicho que era solo un momento. Iba a volver enseguida.

Ness: Las normas son las normas, Michael, y no hay más que hablar.

Mike: Pero mamá...

Zac: Mike -movió al niño entre sus brazos-, nos has dado un buen susto a tu madre y a mí.

Mike: Lo siento -sus ojos se empañaron-. No quería asustaros.

Ness: No vuelvas a hacerlo -dijo con voz más suave, y le dio un beso en la mejilla-. La próxima vez, irás a la celda de castigo. Eres lo único que tengo, Mike -lo abrazó otra vez. Tenía los ojos cerrados, de modo que no vio que a Zac le cambiaba de pronto la expresión-. No puedo permitir que te pase nada.

Mike: No lo haré más.

«Lo único que tiene», pensó Zac, dejando al niño en el suelo. ¿Tan cabezota era que no podía admitir, ni siquiera para sí misma, que ya tenía alguien más? Se metió las manos en los bolsillos y procuró sofocar su enojo y su dolor. Pronto Vanessa tendría que hacerle sitio en su vida, o se lo haría él mismo.




Zac se puso triste 😡

¡Gracias por leer!


domingo, 3 de septiembre de 2017

Capítulo 9


Zac: Rick, ya sabes que odio hablar de negocios antes de comer.

Zac estaba sentado en el despacho de Skinner con Tas dormitando a sus pies. Aunque eran más de las diez y llevaba varias horas trabajando, no estaba listo para aventurarse en una charla profesional. Había tenido que dejar a sus personajes en la mesa de dibujo, metidos en un auténtico atolladero, e imaginaba que sufrían tanto por verse abandonados como él por dejarlos.

Zac: Si vas a subirme el sueldo, me parece muy bien, pero podías haber esperado hasta después de comer.

Rick: No te voy a subir el sueldo -ignoró el teléfono que sonaba encima de su mesa-. Ya te pago más de la cuenta.

Zac: Bueno, pues si vas a despedirme, definitivamente podías haber esperado hasta después de comer.

Rick: No voy a despedirte -frunció el ceño hasta que sus cejas se juntaron encima de la nariz-. Pero, si sigues trayendo a ese chucho, puede que cambie de idea.

Zac: Tas es ahora mi agente. Todo lo que tengas que decirme, puedes decido delante de él.

Skinner se recostó en su silla y juntó las manos.

Rick: ¿Sabes, Efron?, alguien que no te conociera tan bien como yo pensaría que estás bromeando. El problema es que da la casualidad de que yo sé que estás loco.

Zac: Por eso nos llevamos tan bien, ¿no? Mira, Rick, tengo a Mirium atrapada en una habitación llena de rebeldes de Zirial gravemente heridos. Como es telépata, ella tampoco se siente muy bien. Así que, ¿por qué no vas al grano para que pueda volver y llevarla al punto de crisis?

Rick: Rebeldes de Zirial -dijo pensativo-. ¿No estarás pensando en recuperar a Nirnrod el Mago?

Zac: Se me ha pasado por la cabeza, y puede que lo haga si no me dices de una vez por qué me has hecho venir hasta aquí.

Rick: Trabajas aquí.

Zac: Eso no es excusa.

Skinner resopló y dejó pasar el asunto.

Rick: ¿Sabes que Two Moon Pictures lleva algún tiempo negociando con Universal para conseguir los derechos para producir un largometraje sobre Zark?

Zac: Claro. Desde hace año y medio, creo -como los regateos de las negociaciones no le interesaban, Zac estiró las piernas y empezó a acariciar el flanco de Tas con el pie-. Lo último que me dijiste fue que a esos lechuguinos en remojo de Los Ángeles no les apetecía salir de sus jacuzzis para cerrar el trato -sonrió-. Eres un monstruo con las palabras, Rick.

Rick: El trato se cerró ayer -dijo llanamente-. Two Moons quiere a Zark.

La sonrisa de Zac se desvaneció.

Zac: ¿Hablas en serio?

Rick: Yo siempre hablo enserio -dijo observando su reacción-. Pensaba que ibas a mostrar más entusiasmo. Tu bebé va a ser una estrella del celuloide.

Zac: Si te digo la verdad, no sé qué siento -levantándose de la silla, empezó a pasearse por la desordenada oficina de Rick. Al pasar junto a la ventana, subió la persiana para dejar entrar los rayos oblicuos del sol invernal-. Zark siempre ha sido mío. No sé qué pensar de que vaya a Hollywood.

Rick: Pues te pusiste muy contento cuando B. C. Toys sacó los muñecos.

Zac: Los muñecos articulados -lo corrigió automáticamente-. Supongo que eso fue porque eran muy fieles al original -aquello era absurdo y lo sabía. Zark no le pertenecía. Él lo había creado, sí, pero Zark pertenecía a la Universal, igual que los demás superhéroes y villanos de la fértil imaginación de los demás creadores de la plantilla. Si, al igual que Maloney, Zac decidía irse, Zark se quedaría en la Universal, encomendado a la imaginación de otro autor-. ¿Conservamos alguna libertad a nivel creativo?

Rick: ¿Temes que vayan a explotar a tu primogénito?

Zac: Puede ser.

Rick: Escucha, Two Moon ha comprado los derechos de Zark porque tiene potencial de taquilla tal y como es. No sería conveniente para el negocio cambiarlo. Seamos sinceros: los cómics son un gran negocio. Ciento treinta millones al año no son moco de pavo. El negocio está creciendo como no lo hacía desde los años cuarenta, y aunque sin duda pronto alcanzará su tope, seguirá siendo muy rentable. Esos tipos de la costa oeste puede que vistan como payasos, pero reconocen a un ganador en cuanto lo ven. Pero, si aun así te preocupa, puedes aceptar su oferta.

Zac: ¿Qué oferta?

Rick: Quieren que escribas el guión.

Zac se quedó helado.

Zac: ¿Yo? Pero si yo no escribo películas.

Rick: Eres el autor de Zark. Al parecer, los productores se conforman con eso. Nuestros editores tampoco son estúpidos. Tacaños, sí -añadió, mirando el desgastado suelo de linóleo-, pero no estúpidos. Querían a alguien de la casa para el guión, y hay una cláusula en el contrato que dice que tenemos prioridad en ese aspecto. Two Moon aceptó a condición de que el guionista fueras en principio tú. Si la cosa no resulta, quieren que de todos modos actúes como asesor creativo.

Zac: Asesor creativo -dijo paladeando aquel título-.

Rick: Si yo fuera tú, Efron, me buscaría un agente bípedo.

Zac: Puede que lo haga. Mira, voy a tener que pensarlo despacio. ¿Cuánto tiempo tengo?

Rick: Nadie ha dicho nada de plazos. No creo que se les haya ocurrido la posibilidad de que digas que no. Pero, claro, ellos no te conocen como yo.

Zac: Necesito un par de días. Hay alguien con quien tengo que hablar.

Skinner aguardó un momento.

Rick: Zac, una oportunidad como esta no se presenta todos los días ante tu puerta.

Zac: Primero tengo que asegurarme de estar en casa cuando llame. Estaremos en contacto.

Cuando llueve, arrecia, pensó Zac caminando junto a Tas. Aquel año había empezado como otro cualquiera, más bien anodino. Había planeado sentar la cabeza un poco y entregar el trabajo antes de plazo para tomarse tres o cuatro semanas de vacaciones para esquiar, beber brandy y quitar un poco de nieve en la granja de su tío. Había previsto conocer a una o dos mujeres atractivas en las pistas de esquí para hacer sus noches más interesantes. Había pensando en dibujar un poco, dormir mucho y deslizarse por las laderas. Todo muy sencillo.

Luego, en cuestión de semanas, todo había cambiado. En Vanessa había hallado todo lo que perseguía en su vida privada, pero aún no la había convencido de que él era todo cuanto ella buscaba en un hombre. Ahora le ofrecían la mayor oportunidad de su vida profesional, pero no podía pensar en la una sin pensar en la otra.

En realidad, nunca había podido trazar una línea clara entre su vida profesional y su vida privada. Era el mismo hombre cuando se tomaba unas copas con los amigos que cuando consumía las horas de la madrugada con Zark. Si había cambiado en algo, era por culpa de Vanessa y Mike. Desde que se había enamorado de ellos, echaba en falta las ataduras que siempre había evitado, las responsabilidades que siempre se había quitado de encima sin contemplaciones.

Así pues, antes que nada fue a hablar con ella. Entró en el banco con las orejas heladas por el frío. El largo paseo le había dado tiempo para pensar en todo lo que Skinner le había dicho, y ya empezaba a sentir una punzada de emoción. Zark en la gran pantalla, en Technicolor, con sonido estereofónico.

Se detuvo frente a la mesa de Kira.

Zac: ¿Ha comido ya?

Kira se apartó del ordenador.

Kira: Qué va.

Zac: ¿Hay alguien con ella?

Kira: Ni un alma.

Zac: Bien. ¿A qué hora es su próxima cita?

Kira pasó un dedo por la hoja de la agenda.

Kira: A las dos y cuarto.

Zac: Estará de vuelta a esa hora. Si Rasen pasa por aquí, dile que me he llevado a comer a la señora Hudgens para discutir unos temas de financiación.

Zac: Sí, señor.

Vanessa estaba revisando una larga columna de números cuando Zac abrió la puerta. Sus dedos se movían velozmente sobre la calculadora, que repiqueteaba expeliendo una larga tira de papel.

Ness: Kira, voy a necesitar la estimación de Construcciones Lorimar. ¿Y te importaría pedirme un sándwich? Me da igual de lo que sea, con tal de que me lo traigan rápido. Quiero entregar arriba estas cuentas antes de irme. Ah, y me hacen falta las transacciones de divisas de la cuenta Duberry. Mira el 1099.

Zac cerró la puerta a su espalda.

Zac: Dios mío, cómo me excitan estas cosas de los bancos.

Ness: ¡Zac! -levantó la mirada mientras las últimas cifras aún atravesaban su cabeza-. ¿Qué estás haciendo aquí?

Zac: Voy a sacarte de aquí. Tendremos que hacerlo rápido. Tas distraerá a los guardias -descolgó su abrigo de la percha de detrás de la puerta-. Vamos. Mantén la cabeza baja y actúa con naturalidad.

Ness: Zac, tengo que...

Zac: Comer comida china y hacer el amor conmigo. En el orden que prefieras. Vamos, abróchate.

Ness: Pero si no he acabado con estas cifras...

Zac: No te preocupes, no saldrán corriendo -le abrochó el abrigo y agarró las solapas-. Vanessa, ¿sabes cuánto tiempo hace que no pasamos una hora solos? Cuatro días.

Ness: Lo sé. Lo siento; es que he tenido mucho lío.

Zac: Mucho lío -señaló la mesa con la cabeza-. Eso nadie te lo discute, pero también has estado evitándome.

Ness: No, no es cierto -la verdad era que había estado refrenándose, intentando demostrarse a sí misma que no necesitaba tanto a Zac como parecía. Pero no le había servido de nada. La prueba era que allí estaba, delante de él, con el corazón acelerado-. Zac, ya te expliqué cómo me sentía porque... estuviéramos juntos con Mike en mi casa.

Zac: Eso tampoco te lo discuto -aunque habría querido hacerlo-. Pero Mike está en el colegio y tú tienes derecho constitucional a una hora para comer. Ven conmigo, Vanessa -apoyó su frente en la de ella-. Te necesito.

Ella no podía negar, ni fingir que no quería estar con él. Sabiendo que tal vez se arrepintiera más tarde, decidió dejar de lado el trabajo.

Ness: Me conformo con un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada. No tengo mucha hambre.

Zac: Eso está hecho.

Quince minutos después, entraron en el apartamento de Zac. Como de costumbre, las cortinas estaban descorridas para que el sol entrara a raudales. Hacía calor, pensó Vanessa quitándose el abrigo. Imaginaba que Zac mantenía el termostato algo alto para estar a gusto descalzado y en camiseta de manga corta. Permaneció con el abrigo en las manos, preguntándose qué hacer.

Zac: Trae, dame eso -tiró el abrigo descuidadamente sobre una silla-. Bonito traje, señora Hudgens -murmuró, acariciando las solapas de la chaqueta de rayas azul oscuro-.

Ella puso una mano sobre la de él, temiendo de nuevo que las cosas fueran demasiado rápido.

Ness: Me siento...

Zac: ¿Una depravada?

Al ver el brillo de humor en sus ojos, ella se relajó un poco.

Ness: Más bien como si acabara de escaparme por la ventana de mi cuarto a media noche.

Zac. ¿Lo hiciste alguna vez?

Ness: No. Lo pensé muchas, pero nunca se me ocurría qué hacer después de escaparme.

Zac: Por eso estoy loco por ti -besó su cautelosa sonrisa y sintió que sus labios se distendían-. Escápate por la ventana conmigo, Vanessa. Yo te enseñaré qué hacer -hundió las manos entre su pelo, y Vanessa sintió que su dominio de sí misma volaba por los aires junto con sus horquillas-.

Deseaba a Zac. Tal vez fuera una locura, pero ¡cuánto lo deseaba! En las largas noches que habían pasado desde la última vez, había pensado sin cesar en él, en su forma de tocarla, y ahora sus manos estaban allí de nuevo, como recordaba. Esta vez, ella fue más rápida que él y, quitándole el jersey por la cabeza, disfrutó de la carne prieta y cálida que se escondía debajo. Le mordió suavemente el labio, incitándolo, hasta que él le arrancó la chaqueta y le desabrochó precipitadamente los botones de la blusa.

Cuando al fin tocó su piel, no había suavidad ni paciencia en sus caricias. Pero ella ya no tenía miedo. Apretada contra él, agarró la pasión con ambas manos. Ya no importaba que fuera de día o de noche. Estaba donde quería estar, donde necesitaba estar, por más que intentara fingir lo contrario.

Sí, aquello era una locura. Pero se preguntaba cómo había podido vivir tanto tiempo sin ella.

Él le desabrochó la falda y esta resbaló por sus caderas y cayó al suelo. Con un gemido de satisfacción, Zac apretó la boca contra su garganta. ¿Cuatro días? ¿Solo hacía cuatro días? Parecían haber pasado siglos desde la última vez que habían estado juntos a solas. Ella se mostraba tan ardiente y fogosa como soñaba. Podía sentir su sabor mientras el deseo hacía presa en sus entrañas y giraba como un torbellino en su cabeza.

Quería que pasaran horas tocándose el uno al otro, pero la intensidad del momento, la falta de tiempo y los urgentes murmullos de Vanessa lo hacían imposible.

Ness: El dormitorio -logró decir mientras Zac le bajaba los finos tirantes del sujetador por los hombros-.

Zac: No, aquí. Aquí -atrapó su boca y la tumbó en el suelo-.

Zac le habría dado mucho más. Aunque su cuerpo estaba alcanzando el límite de su resistencia, le habría dado más, pero ella lo envolvió y, antes de que pudiera recuperar el aliento, sintió sus manos en las caderas, guiándolo hacia ella. Vanessa hundió los dedos en su carne mientras murmuraba su nombre, y dentro de ella parecieron estallar galaxias.

Cuando recobró de nuevo la razón, su mirada se fijó en las motas de polvo que ondulaban en un rayo de sol. Estaba tumbada en una alfombra Aubusson de incalculable valor, con la cabeza de Zac apoyada entre sus pechos. Era mediodía, el trabajo se acumulaba sobre su mesa, y acababa de pasar la mayor parte de su hora de comida haciendo el amor en el suelo. No recordaba haberse sentido nunca tan feliz.

Ignoraba que la vida pudiera ser así: una aventura, un carnaval. Durante años había creído que no había sitio para la locura del amor y el sexo en un mundo que orbitaba en torno a las responsabilidades. Pero en ese momento empezó a darse cuenta de que podía tener ambas cosas. No sabía por cuánto tiempo. Quizá con un día fuera suficiente. Pasó los dedos por el pelo de Zac.

Ness: Me alegro de que me hayas invitado a comer.

Zac: Creo que habrá que convertirlo en costumbre, a juzgar por el resultado. ¿Todavía quieres ese sándwich?

Ness: No. No necesito nada -«salvo a ti». Suspiró, dándose cuenta de que tendría que aceptar ese hecho-. Tengo que volver.

Zac: No tienes otra cita hasta las dos. Lo he comprobado. Tus cambios de divisas pueden esperar unos minutos más, ¿no crees?

Ness: Supongo que sí.

Zac: Vamos -se levantó y tiró de ella-.

Ness: ¿Dónde?

Zac: A darnos una ducha rápida. Luego, quiero hablar contigo.


Vanessa aceptó el albornoz que le ofreció y procuró no preocuparse por lo que iba a decirle. Conocía a Zac lo suficiente para saber que estaba lleno de sorpresas. El problema era que no sabía si estaba preparada para otra más. Con los hombros tensos, se sentó a su lado en el sofá y aguardó.

Zac: Tienes cara de estar esperando que te venden los ojos y te den el último pitillo.

Vanessa se echó hacia atrás el pelo mojado e intentó sonreír.

Ness: No, pero es que estás tan serio...

Zac: Ya te lo he dicho, también yo tengo mis momentos de seriedad -apartó las revistas de la mesa con el pie-. Hoy me han dado una noticia, y aún no sé qué pensar al respecto. Quería saber qué piensas tú.

Ness: ¿Se trata de tu familia? -preguntó preocupada-.

Zac: No -la tomó de la mano-. Supongo que por cómo lo digo parecen malas noticias, pero no lo son. Por lo menos, eso creo. Una productora de Hollywood acaba de firmar con la Universal para hacer una película sobre Zark.

Vanessa se quedó mirándolo un momento y luego parpadeó.

Ness: ¿Una película? Pero eso es maravilloso, ¿no? Ya sé que Zark es un personaje de cómics muy popular, pero con una película sería aún más famoso. Deberías estar encantado, y orgulloso de que tu trabajo se traduzca a ese medio.

Zac: No sé si lo lograrán, si conseguirán darle vida en la pantalla con el mismo tono y la misma emoción. No me mires así.

Ness: Zac, sé lo que sientes por Zark. Por lo menos, eso creo. Es tu creación. Es importante para ti.

Zac: Para mí, es real -la corrigió-. Lo es aquí - dijo, tocándose la sien-. Y, aunque parezca absurdo, también aquí -se llevó una mano al corazón-. Zark cambió mi vida, cambió el modo en que me veía a mí mismo y a mi trabajo. No quiero que lo estropeen, que lo conviertan en una especie de héroe de cartón piedra o, peor aún, en alguien infalible y perfecto.

Vanessa guardó silencio un momento. Empezaba a comprender que dar vida a una idea podía alterar una vida tanto como tener un hijo.

Ness: Déjame preguntarte algo. ¿Por qué lo creaste?

Zac: Porque quería crear un héroe, un héroe muy humano, con defectos y debilidades, y supongo que también con sólidos principios. Alguien en quien los críos pudieran identificarse porque fuera de carne y hueso, pero lo suficientemente poderoso como para defenderse y luchar por salir adelante. Los niños no tienen apenas capacidad de elección, ¿sabes? Recuerdo que, cuando era niño, deseaba poder decir «no, no quiero, no me gusta eso». Cuando leía, veía sobre todo que había posibilidades de escapar. Eso quería que fuera Zark.

Ness: ¿Crees haberlo conseguido?

Zac: Sí. A nivel personal, conseguí lo que buscaba el día que salió el primer número. Profesionalmente, Zark ha llevado a la Universal a lo más alto. Produce millones de dólares al año.

Ness: ¿Y lo lamentas?

Zac: No, claro que no.

Ness: Entonces, no deberías lamentar que dé el siguiente paso.

Zac se quedó pensando en silencio. Debería haber imaginado que Vanessa vería las cosas más claramente y atajaría hasta llegar al punto de vista más práctico de enfocar el asunto.

Zac: Me han ofrecido encargarme del guión.

Ness: ¿Qué? -se irguió, con los ojos como platos-. Oh, Zac, eso es maravilloso. Qué orgullosa estoy de ti.

Él siguió jugueteando con sus dedos.

Zac: Aún no lo he hecho.

Ness: ¿Crees que no puedes?

Zac: No estoy seguro.

Ella fue a decir algo, pero se detuvo. Al cabo de un momento, dijo cautelosamente:

Ness: Es extraño, pero, si alguien me lo hubiera preguntado, habría dicho que tú eras el hombre más seguro de sí mismo que nunca he conocido. Además, pensaba que respecto a Zark eras demasiado susceptible como para dejar que otro hiciera el guión.

Zac: Hay una pequeña diferencia entre escribir una historieta para un cómic y escribir el guión de un largometraje.

Ness: ¿Y?

Él se echó a reír.

Zac: Conque aplicándome mi propia medicina, ¿eh?

Ness: Tú sabes escribir, yo soy la primera en admitir que tienes una imaginación portentosa, y conoces mejor que nadie a tu personaje. No veo cuál es el problema.

Zac: El problema es fastidiarlo. De todos modos, si no hago el guión, quieren que haga de asesor creativo.

Ness: Yo no puedo decirte qué debes hacer, Zac.

Zac: ¿Pero?

Ella se inclinó hacia él y le puso las manos sobre los hombros.

Ness: Escribe el guión, Zac. Te odiarás si no lo haces. No hay garantías, pero, si no aceptas el riesgo, tampoco hay recompensa.

Él la tomó de la mano y la miró fijamente.

Zac: ¿De veras lo crees?

Ness: Sí, lo creo. Y también creo en ti -se acercó a él y lo besó en la boca-.

Zac: Cásate conmigo, Vanessa.

Ella se quedó helada un instante y luego, muy despacio, se apartó.

Ness: ¿Qué?

Zac: Cásate conmigo -la agarró de ambas manos-. Te quiero.

Ness: No, por favor, no hagas esto.

Zac: ¿Hacer qué? ¿Quererte? -la agarró con más fuerza al ver que ella intentaba desasirse-. Ya es tarde para eso, y creo que lo sabes. No miento cuando te digo que nunca he sentido por nadie lo que siento por ti. Quiero pasar mi vida contigo.

Ness: No puedo -dijo casi sin aliento-. No puedo casarme contigo. No quiero casarme con nadie. No sabes lo que me estás pidiendo.

Zac: El hecho de que no me haya casado no significa que no sepa lo que es el matrimonio -esperaba su sorpresa y hasta su resistencia. Pero al mirarla vio que había errado por completo. Lo que había en sus ojos era miedo-. Vanessa, yo no soy Andrew y los dos sabemos que tú no eres la misma que eras cuando te casaste con él.

Ness: Eso no importa. No pienso pasar por eso otra vez. Y no permitiré que Mike pase por lo mismo de nuevo -se apartó y empezó a vestirse-. Eres un insensato.

Zac: ¿Yo? -intentando mantener la calma, se acercó a ella y empezó a abrocharle los botones de la camisa. Ella se quedó rígida-. Eres tú la que intenta justificarse basándose en cosas que ocurrieron hace años.

Ness: No quiero hablar más de este asunto.

Zac: Puede que no quieras, y puede que este no sea el mejor momento, pero tendrás que hablar de ello -aunque ella se resistía, la retuvo a su lado-. Tendremos que hablar de ello.

Ella deseaba huir y enterrar todo lo que habían dicho. Pero, por el momento, tenía que encararlo.

Ness: Zac, solo nos conocemos desde hace unas semanas y todavía nos cuesta acostumbrarnos a lo que está pasando entre nosotros.

Zac: ¿Y qué está pasando? ¿No eres tú quien dijo desde el principio que no quería un rollo pasajero?

Ella palideció y, dándose la vuelta, recogió la chaqueta del traje.

Ness: Para mí no lo es.

Zac: No, claro, ni para ti, ni para mí tampoco. ¿Es que no lo entiendes?

Ness: Sí, pero...

Zac: Vanessa, he dicho que te quiero. Ahora quiero saber qué sientes por mí.

Ness: No lo sé -dejó escapar un gemido cuando la agarró de los hombros-. Te digo que no lo sé. Creo que te quiero. Hoy. Pero me estás pidiendo que arriesgue todo lo que he conseguido, la vida que he construido para Mike y para mí, por un sentimiento que puede cambiar de la noche a la mañana.

Zac: El amor no cambia de la noche a la mañana. Puede languidecer hasta morir o ser alimentado. Eso depende de la gente. Yo quiero que te comprometas, quiero una familia, y quiero darte lo mismo a cambio.

Ness: Zac, todo esto va muy deprisa, demasiado deprisa para los dos.

Zac: Maldita sea, Vanessa, tengo treinta y cinco años, no soy un adolescente con un calentón y sin dos dedos de frente. No quiero casarme contigo para tener sexo asegurado y el desayuno caliente, sino porque sé que entre nosotros puede haber algo, algo real, algo importante.

Ness: Tú no sabes lo que es el matrimonio, solo estás fantaseando.

Zac: Y tú solo recuerdas una mala experiencia. Vanessa, mírame. Mírame -le pidió otra vez-. ¿Cuándo demonios vas a dejar de utilizar al padre de Michael como vara de medir?

Ness: Es la única que tengo -se apartó de él otra vez e intentó recobrar el aliento-. Zac, me siento halagada porque me desees...

Zac: Al diablo con eso.

Ness: Por favor -se pasó una mano por el pelo-. Tú me importas. De lo único que estoy segura en este momento es de que no quiero perderte.

Zac: El matrimonio no es el final de una relación, Vanessa.

Ness: Yo no puedo pensar en el matrimonio. Lo siento -el miedo fluctuaba en su voz hasta que se detuvo e intentó calmarse-. Si no quieres que nos veamos más, intentaré entenderlo. Pero preferiría... Espero que podamos dejar las cosas como están.

Él metió las manos en los bolsillos. Tenía la costumbre de forzar las cosas, y lo sabía. Pero detestaba perder el tiempo que podían pasar juntos.

Zac: ¿Cuánto tiempo más, Vanessa?

Ness: ¡Mientras dure! -cerró los ojos-. Sé que suena duro, y no es esa mi intención. Tú significas mucho para mí, más de lo que pensaba que volvería a significar un hombre.

Zac le pasó un dedo por la mejilla y lo retiró húmedo.

Zac: Un golpe bajo -murmuró, observando aquella lágrima-.

Ness: Lo siento. No quiero que las cosas sean así. No sabía que estuvieras pensando en eso.

Zac: Ya lo veo -se rió con sorna-. En tres dimensiones.

Ness: Te he hecho daño. No sabes cuánto lo siento.

Zac: Déjalo. Me lo merecía. La verdad es que no pensaba pedirte que te casaras conmigo por lo menos hasta la semana que viene.

Ella fue a acariciarle la mano, pero se detuvo.

Ness: Zac, ¿podemos olvidamos de todo esto y seguir como hasta ahora?

Él extendió la mano y enderezó el cuello de su chaqueta.

Zac: Me temo que no. Ya he tomado una decisión, Vanessa. Y procuro no tomar más que una o dos al año. Pero, cuando la tomo, no hay marcha atrás -la miró a los ojos con tal intensidad que Vanessa sintió que su mirada le llegaba a los huesos-. Voy a casarme contigo, tarde o temprano. Si tiene que ser tarde, no importa. Te daré algún tiempo para que te vayas acostumbrando a la idea.

Ness: Zac, no voy a cambiar de opinión. No sería justo que te dejara pensar lo contrario. No es un capricho. Es una promesa que me hice a mí misma hace mucho tiempo.

Zac: Algunas promesas es mejor romperlas.

Ella sacudió la cabeza.

Ness: No sé qué más decir. Ojalá...

Él le acercó un dedo a los labios para hacerla callar.

Zac: Hablaremos en otro momento. Ahora, te llevaré al trabajo.

Ness: No, no te molestes. De veras. De todos modos necesito tiempo para pensar. Y me resulta más difícil estando contigo.

Zac: Eso es un buen comienzo -le puso la mano en la barbilla y observó su cara-. Estás guapa, pero la próxima vez no llores cuando te pida que te cases conmigo. Es malísimo para mi ego -la besó antes de que pudiera decir nada-. Hasta luego, señora Hudgens. Gracias por la comida.

Un poco aturdida, ella salió al pasillo.

Ness: Te llamaré luego.

Zac: De acuerdo. Estaré por aquí.

Zac cerró la puerta y, dándose la vuelta, se apoyó contra ella. ¿Dolido? Se rascó un punto debajo del corazón. Sí, estaba dolido. Si alguien le hubiera dicho que enamorarse hacía que el corazón se retorciera de aquel modo, habría seguido evitándolo. Había sentido una punzada de dolor cuando su amor de Nueva Orleáns lo dejó plantado. Pero aquello no lo había preparado para aquel mazazo.

Sin embargo, no pensaba tirar la toalla. Lo que tenía que hacer era diseñar un plan de ataque. Sutil, ingenioso e infalible. Miró a Tas pensativamente.

Zac: ¿Dónde crees que le gustaría ir de luna de miel a Vanessa? -el perro resopló y se puso panza arriba-. No -decidió-. Las Bermudas están muy vistas. Da igual, ya se me ocurrirá algo.




¿De luna de miel? ¡Pero si no se quiere casar! 😆

¡Gracias por leer!


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