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sábado, 31 de julio de 2021

Capítulo 2

En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada... como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Zac.

Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. 

Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.

Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.

Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la niebla empezó a oscurecerse hasta convertirse en un gris oscuro y amenazador. El aire perdió toda calidez, y el frío la golpeó y la heló hasta los huesos.

El llanto parecía venir de todas partes y de ninguna, el eco reverberaba a su alrededor mientras buscaba frenética al niño. Jadeante, intentando respirar, luchó por avanzar entre aquella niebla que iba envolviéndola y espesándose. El llanto se fue haciendo más fuerte, más desesperado, y Vanessa sintió que el corazón le martilleaba en la garganta, que su respiración se volvía entrecortada y que sus manos temblaban.

Entonces vio la hermosa cuna blanca, con encajes rosados y volantes color azul, y sintió un alivio tan grande que le flaquearon las rodillas.

Ness: No pasa nada -murmuró al levantar al bebé en sus brazos-. No pasa nada, estoy aquí.

Vanessa sintió el cálido aliento del pequeño en su mejilla, el peso en sus brazos mientras lo acunaba y lo arrullaba. La rodeó el dulce aroma de los polvos de talco mientras lo mecía, murmurando y calmándolo, y empezó a apartar la mantita que ocultaba el pequeño rostro.

Y de repente, descubrió que lo único que sostenía en sus brazos era una manta vacía.


Zac estaba sentado en la mesa donde habían comido, esbozando la cara de Vanessa y pensando en ella, cuando la oyó gritar. El sonido fue tan desgarrado, tan cargado de desesperación, que rompió el lápiz en dos antes de levantarse de un salto y salir corriendo hacia el dormitorio.

Zac: Oye, ya está -la tomó por los hombros sin saber qué hacer, pero cuando ella empezó a sacudirse con fuerza, Zac tuvo que luchar por controlar su propio pánico-. Tranquila, Vanessa, ¿te duele algo?, ¿es el niño?, Vanessa, dime lo que pasa.

Ness: ¡Me han quitado a mi hijo! -su voz rebosaba histeria, pero entrelazada con furia-. ¡Ayúdame!, ¡me han quitado a mi hijo!

Zac: Nadie te ha quitado a tu hijo -ella seguía luchando contra él con una fuerza sorprendente, y de forma instintiva la rodeó con los brazos-. Ha sido un sueño, tu hijo está bien, mira -la agarró por la muñeca, donde el pulso latía desbocado, y la obligó a poner la mano sobre su vientre-. Los dos estáis a salvo, relájate antes de que te hagas daño.

Cuando sintió la vida que latía bajo su mano, Vanessa se derrumbó contra Zac. Su bebé estaba seguro en su interior, donde nadie podía tocarlo.

Ness: Lo siento, he tenido una pesadilla.

Zac: No pasa nada -sin ser consciente de ello, empezó a acariciarle el pelo, a acunarla como ella había hecho con el niño de sus sueños, a mecerla con ternura en un movimiento ancestral de consuelo-. Haznos un favor a los dos, y relájate.

Vanessa asintió, sintiéndose protegida y abrigada, algo que había experimentado en escasas ocasiones a lo largo de sus veinticinco años de vida.

Ness: Estoy bien, de verdad. Supongo que es el trauma del accidente.

Él se apartó de ella, enfadado consigo mismo al darse cuenta de que quería seguir abrazándola, amparándola. Cuando ella le había pedido ayuda, había sabido que haría lo que fuera por protegerla, aunque no había entendido por qué. Era como si hubiera estado inmerso en su propio sueño, o como si de alguna forma hubiera entrado a formar parte del de ella.

En el exterior seguía cayendo una cortina de nieve, y la única luz en el dormitorio era la que entraba desde la sala de estar. Era tenue y ligeramente amarillenta, pero aun así podía ver a Vanessa con claridad, y sabía que ella también podía verlo. Quería respuestas, y las quería en ese mismo momento.

Zac: No me mientas. En circunstancias normales no me metería en tus asuntos personales, pero sólo Dios sabe por cuánto tiempo vas a tener que estar bajo mi techo.

Ness: No te estoy mintiendo -dijo con voz tan calmada y firme, que habría sido muy fácil creerla-. Perdona si te he alarmado.

Zac: ¿De quién estás huyendo, Vanessa?

Ella se quedó mirándolo con aquellos enormes ojos marrones sin decir palabra. Zac se levantó de golpe y empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación, pero ella permaneció inalterable; sin embargo, cuando él volvió a sentarse en la cama con un gesto brusco y le tomó la barbilla, ella se quedó tan inmóvil que él habría jurado que por unos segundos había dejado de respirar. Aunque la idea era ridícula, tuvo la sensación de que estaba preparándose para recibir un golpe.

Zac: Sé que tienes algún problema, y quiero saber lo grave que es. ¿Quién te persigue, y por qué?

Ella permaneció muda, pero movió una mano instintivamente para proteger al hijo que llevaba en su seno. Como era obvio que el bebé era la clave del asunto, Zac decidió empezar por allí.

Zac: Tu hijo tiene un padre -dijo con lentitud-. ¿Estás escapando de él?

Ella negó con la cabeza.

Zac: Entonces, ¿de quién?

Ness: Es algo complicado.

Él enarcó una ceja, y señaló con la cabeza hacia la ventana.

Zac: Tenemos un montón de tiempo. Si el tiempo sigue así, puede que pase una semana hasta que vuelvan a abrirse las carreteras.

Ness: Me iré en cuanto esté despejado. Cuanto menos sepas, mejor será para los dos.

Zac: No me vengas con ésas -permaneció unos segundos en silencio, mientras intentaba aclararse las ideas-. Creo que el bebé es muy importante para ti.

Ness: No hay nada que sea o pueda serlo más.

Zac: ¿Crees que la ansiedad que llevas encima es buena para él?

Él vio el instantáneo brillo de dolor en sus ojos, la preocupación, y la forma casi imperceptible en que pareció cerrarse en sí misma.

Ness: Algunas cosas no pueden cambiarse -respiró hondo, y añadió-: la verdad es que tienes derecho a preguntarme.

Zac: Pero tú no piensas responderme, ¿verdad?

Ness: No te conozco de nada, pero no tengo más remedio que confiar en ti hasta cierto punto, y sólo puedo pedirte que tú hagas lo mismo conmigo.

Él apartó la mano de su barbilla y dijo:

Zac: ¿Cómo sé que puedo hacerlo?

Vanessa apretó los labios, consciente de que él tenía razón; sin embargo, estar en lo cierto a veces no bastaba.

Ness: No he cometido ningún crimen, y no me persigue la policía. No tengo familia ni marido que me busque. ¿Te parece suficiente?

Zac: No. Lo aceptaré por esta noche porque tienes que dormir, pero hablaremos por la mañana.

Era un respiro... uno corto, pero Vanessa había aprendido a agradecer los pequeños regalos de la vida. 

Asintió y esperó a que él saliera de la habitación, y cuando la puerta se cerró tras él y la envolvió la oscuridad, volvió a tumbarse en la cama. Sin embargo, tardó mucho, mucho tiempo en poder conciliar el sueño.


Vanessa se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. 

Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar.

Entonces lo recordó todo... Zachary Efron, la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse.

Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todo y a salvo. Pero el hijo que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, así que se levantó y abrió su maleta para estar presentable antes de volver a enfrentarse a Zac.

Al salir de la habitación se dio cuenta de que él no estaba en la cabaña, y aunque debería haberse sentido aliviada, el ambiente acogedor hizo que se sintiera sola. Quería sentir su presencia, aunque sólo fuera oyéndolo moverse en otra habitación. Se dijo que no importaba dónde estuviera, ya que no tendría más remedio que volver, así que decidió ir a la cocina para preparar el desayuno.

Sin embargo, en ese momento vio la media docena de bosquejos que había sobre la mesa donde habían comido. Su talento como pintor era innegable, y se reflejaba incluso en unos simples esbozos a lápiz o a carboncillo, y Vanessa sintió nervios y curiosidad por saber cómo la veía otra persona... no, no cualquiera, sino Zachary Efron en concreto.

Sus ojos parecían demasiado grandes, demasiado misteriosos, y su boca excesivamente suave y vulnerable. Vanessa se pasó un dedo por ella, y frunció el ceño. Había visto su propia cara infinidad de veces en fotografías tomadas desde el mejor ángulo posible, imágenes en las que aparecía cubierta de sedas, pieles y joyas. Su rostro y su cuerpo habían vendido litros y litros de perfume, y auténticas fortunas en ropa y joyería.

Vanessa Hudgens. Había olvidado casi por completo a aquella mujer, de quien se había dicho que sería el rostro de los noventa, y que había tenido brevemente el control de su propio destino en las manos. 

Pero aquella persona había desaparecido, había sido aniquilada.

La mujer de los esbozos era más suave, redondeada y frágil, pero por otro lado parecía más fuerte. 

Vanessa levantó uno de los dibujos y lo contempló con atención, mientras se preguntaba si sólo se estaba imaginando que veía aquella fuerza porque la necesitaba.

Al oír que la puerta se abría se volvió hacia ella, con el esbozo aún en la mano, y vio entrar a Zac, cubierto de nieve y cargado con un montón de leña.

Ness: Buenos días. Parece que has estado ocupado, ¿no?

Él soltó un gruñido mientras se sacudía la nieve de las botas, y al ir a colocar la leña junto a la chimenea, fue dejando un reguero húmedo a su paso.

Zac: Creía que dormirías hasta más tarde.

Ness: Lo habría hecho, pero él no ha querido -dijo, dándose una suave palmadita en el vientre-. ¿Te preparo algo para desayunar?

Zac se quitó los guantes, y los dejó sobre la repisa de la chimenea.

Zac: Ya he comido, hazte algo para ti.

Vanessa esperó a que se quitara el abrigo. Al parecer, las aguas habían vuelto a un cauce más o menos amigable.

Ness: Parece que ya no nieva tanto -comentó al fin-.

Él se sentó frente al fuego para quitarse las botas. Los cordones estaban prácticamente helados.

Zac: Hay más de un metro de espesor, y no creo que pare en toda la tarde -comentó mientras sacaba un cigarro-. Será mejor que te pongas cómoda.

Ness: Parece que ya lo estoy -levantó el dibujo, y admitió-: me siento halagada.

Zac: Eres muy guapa -dijo con naturalidad, mientras colocaba las botas delante del fuego para que se secaran-. No puedo resistirme a pintar cosas hermosas.

Ness: Tienes suerte -dejó el dibujo sobre la mesa-. Es mucho más gratificante ser capaz de reproducir algo bello, que ser hermoso sin más.

Zac enarcó una ceja al notar la nota casi imperceptible de amargura en su voz.

Ness: Es extraño, pero cuando la gente cree que alguien es hermoso, casi siempre empieza a considerarlo un objeto -le explicó-.

Se metió en la cocina sin añadir nada más, y Zac se quedó sin saber qué decir, con el ceño fruncido.

Vanessa preparó café para él y se pasó la mañana arreglando la cocina, y Zac le dejó espacio para no agobiarla. Antes de que anocheciera conseguiría las respuestas que buscaba, pero de momento se contentó con dejarla entretenerse mientras él trabajaba.

Tenía la impresión de que necesitaba mantenerse ocupada, aunque pensaba que lo lógico para una mujer en su estado habría sido pasarse el día durmiendo, o descansando haciendo punto. Supuso que debía de ser energía nerviosa, o una estrategia para intentar evitar la confrontación que él le había prometido la noche anterior.

Ella no lo bombardeó a preguntas ni se puso a mirar incesantemente sobre su hombro, así que la mañana pasó sin pena ni gloria. En una ocasión, levantó la mirada y la vio sentada en un extremo del sofá, leyendo un libro sobre partos, y más tarde ella se puso a cocinar y preparó un guiso que le hizo la boca agua.

Vanessa no dijo gran cosa en toda la mañana, aunque él sabía que estaba esperando inquieta a que volviera a sacar el tema que había quedado pendiente la noche anterior. A media tarde, decidió que parecía bastante descansada, así que tomó su cuaderno de esbozos y un trozo de carboncillo y empezó a trabajar mientras ella pelaba manzanas sentada frente a él.

Zac: ¿Por qué elegiste Denver?

Lo único que reveló su sorpresa fue un movimiento brusco y casi imperceptible del cuchillo, pero Vanessa no levantó la mirada ni dejó de pelar manzanas.

Ness: Porque nunca había estado allí.

Zac: Dadas las circunstancias, ¿no habrías estado mejor en un sitio que te resultara familiar?

Ness: No.

Zac: ¿Por qué te fuiste de Dallas?   

Ella dejó la manzana que tenía en la mano y agarró otra.

Ness: Porque había llegado el momento.

Zac: ¿Dónde está el padre del bebé, Vanessa?

Ness: Muerto -dijo, sin el más mínimo rastro de emoción en la voz-.

Zac: Mírame.

Sus manos se detuvieron cuando levantó la mirada hacia él, y Zac se dio cuenta de que estaba siendo sincera, al menos en lo que acababa de decirle.

Zac: ¿No tienes ningún familiar que pueda ayudarte? 

Ness: No.

Zac: ¿Y la familia del padre de tu hijo?

Ella se sobresaltó, y se hizo un corte en el dedo con el cuchillo. Zac dejó de inmediato su dibujo y le tomó la mano, y ella pudo ver de nuevo su propio rostro plasmado en el papel.

Zac: Voy a por unas vendas.

Ness: Es sólo un rasguño -empezó a decir, pero Zac se marchó sin darle tiempo a seguir-.

Cuando regresó empezó a limpiarle la herida con antiséptico, y Vanessa volvió a sentirse desconcertada ante la preocupación que mostraba por ella. Sintió el escozor en el dedo, pero Zac la trató en todo momento con gran cuidado y delicadeza.

Zac: Si sigues así, voy a acabar pensando que no paras de tener accidentes. 

Estaba arrodillado ante ella, contemplando con el ceño fruncido la herida.

Ness: Y yo acabaré pensando que eres un buen samaritano -sonrió cuando él levantó la mirada, y añadió-: pero supongo que los dos estaríamos equivocados.

Zac le vendó el dedo, y volvió a sentarse.

Zac: Vuelve la cabeza un poco hacia la izquierda -cuando ella obedeció, él tomó su cuaderno y pasó a una hoja en blanco-. ¿Por qué quieren quitarte a tu hijo?

Ella se volvió bruscamente hacia él, pero Zac siguió dibujando.

Zac: Me gustaría que te pusieras de perfil, Vanessa -dijo con voz tranquila, aunque claramente exigente-. Vuelve la cabeza otra vez, y levanta un poco la barbilla. Sí, perfecto -permaneció en silencio mientras trazaba su boca sobre el papel, y finalmente dijo-: la familia del padre quiere quitarte a tu hijo, y me gustaría saber por qué.

Ness: Yo nunca he dicho eso.

Zac: Claro que sí -dijo, apresurándose para captar el brillo de enfado que ardía en sus ojos-. Déjate de rodeos, Vanessa, y dime lo que pasa.

Ella apretó las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.

Ness: No tengo por qué contarte nada.

Zac: Tienes razón.

Zac siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:

Zac: Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que desembuches de una vez.

Zac era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella. Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.

Zac: ¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.

Zac había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritar, porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su asombro aumentó aún más cuando sintió que los dedos de ella se cerraban instintivamente sobre los suyos. Cuando Vanessa levantó los ojos y lo miró, un sinfín de extrañas emociones que había creído inalcanzables para él inundaron su pecho.

Zac: Anoche me pediste que te ayudara.

Los ojos de ella se suavizaron con gratitud, pero dijo con voz firme:

Ness: No puedes ayudarme.

Zac: Puede que no, y puede que no lo haga -pero quería ayudarla, aunque no entendía el porqué-. No soy ningún samaritano, Vanessa, ni bueno ni de ninguna otra clase, y no me entusiasma la idea de añadir los problemas de otra persona a los míos. Pero estás aquí, y no me gusta estar a oscuras.

Vanessa estaba cansada. Cansada de huir, de esconderse, de intentar arreglárselas completamente sola.

Necesitaba tener a alguien a su lado, y cuando Zac la tomó de la mano y la miró con ojos serenos y decididos, casi pudo creer que ese alguien era él.

Ness: El padre de mi hijo está muerto -empezó a decir, midiendo sus palabras con sumo cuidado. Le diría lo suficiente para satisfacerlo, pero no todo-. Sus padres, los abuelos del niño, quieren quitármelo, supongo que para... no sé, para reemplazar o recuperar algo que han perdido, para asegurarse la continuación de su linaje. Yo lo siento por ellos, pero este bebé no les pertenece -sus ojos se encendieron con un brillo fiero y protector, como el de una tigresa protegiendo a sus cachorros-. Es mío.

Zac: No creo que nadie pueda cuestionar tus derechos como madre, ¿por qué has tenido que huir?

Ness: Tienen mucho poder y dinero.

Zac: ¿Y qué?

Ness: ¿Es que te parece poco? -furiosa, se apartó de él, y se rompió el contacto que les había dado tanta calma a ambos-. Para ti es muy fácil quitarle importancia al tema, porque vienes de un ambiente parecido al de ellos y perteneces a su mundo. Nunca has pasado necesidades ni penurias y nadie se atreve a arrebatarle algo a la gente como tú, así que no entiendes lo que es saber que tu vida está en manos de otras personas.

Fue dolorosamente evidente que estaba hablando por experiencia propia.

Zac: Tener dinero no significa obtener siempre lo que uno quiere.

Ness: ¿De verdad? -se volvió hacia él, y lo miró con expresión rígida y gélida-. Tú deseabas tener un sitio para pintar, donde estar solo y que nadie te molestara. ¿Tuviste muchos problemas para poder conseguirlo?, ¿tuviste que hacer planes, que ahorrar o renunciar a algo?, ¿o simplemente firmaste un cheque y te viniste a vivir aquí?

Zac se levantó y la miró con indignación. 

Zac: Comprar una cabaña no tiene nada que ver con quitarle un niño a su madre.

Ness: Puede que para algunos no, pero al fin y al cabo los objetos no son más que posesiones. 

Zac: Estás siendo ridícula. 

Ness: Y tú ingenuo.

Aquello le pareció divertido, y el enfado de Zac se enfrió un poco.

Zac: Eso si que es una novedad. Anda, siéntate, me pones nervioso cuando te mueves tan bruscamente.

Ness: No voy a romperme -refunfuñó, aunque le hizo caso y se sentó en una silla-. Soy fuerte y puedo cuidar de mí misma; de hecho, antes de irme de Dallas me hice una revisión, y tanto el niño como yo estamos mejor que bien. En un par de semanas ingresaré en un hospital de Denver y daré a luz a mi hijo, y después desapareceré del mapa.

Zac pensó que aquella mujer era muy capaz de hacer lo que estaba diciendo, pero entonces recordó lo perdida y asustada que se había mostrado la noche anterior. Era inútil señalar el estrés al que estaba sometida y sus posibles consecuencias, pero ya había descubierto qué botones eran los que tenía que pulsar.

Zac: ¿Crees que es justo para el bebé seguir huyendo?

Ness: Claro que no. Es terriblemente injusto, pero sería peor detenerme y dejar que me lo quitaran.

Zac: ¿Por qué estás tan segura de que querrían o podrían hacerlo?

Ness: Porque ellos mismos me lo dijeron. Me explicaron lo que creían que sería mejor para el niño y para mí, y me ofrecieron dinero -su voz se llenó de veneno, cáustico y amargo-. Me ofrecieron dinero por mi hijo, y cuando lo rechacé me amenazaron con quitármelo sin más -no quería revivir aquella escena aterradora, y con esfuerzo logró borrarla de su mente-.

Zac sintió una tremenda repugnancia por aquellas personas a las que ni siquiera conocía, pero sacudió la cabeza para intentar aclarársela y poder razonar con Vanessa.

Zac: Sea lo que sea lo que quieran o lo que intenten, no pueden apoderarse por las buenas de algo que no les pertenece. Ningún tribunal le quitaría a una madre la custodia de su hijo sin una buena causa.

Ness: No puedo ganar esta guerra yo sola -cerró los ojos por un momento, luchando contra la necesidad desesperada de echarse a llorar y de expulsar todo el miedo y la angustia que sentía-. No puedo enfrentarme a ellos en su propio terreno, y no pienso exponer a mi hijo a un infierno de pleitos y luchas legales, a la publicidad, a las habladurías y a las especulaciones. Un niño necesita un hogar, amor y seguridad, y voy a hacer lo que haga falta, iré a donde sea, para asegurarme de que mi hijo tiene todas esas cosas.

Zac: No voy a discutir sobre lo que es mejor para ti o para el bebé, pero tarde o temprano vas a tener que enfrentarte a todo esto.

Ness: Lo haré cuando llegue el momento.

Zac se levantó, y fue a la chimenea a encender otro cigarro. Debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Soltó un juramento, porque sabía que, de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, había pasado a ser asunto suyo.

Zac: ¿Tienes dinero?

Ness: Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al niño.

Zac sabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras soltaba una bocanada de humo.

Zac: Quiero pintarte -dijo con tono brusco-. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida.

Ness: No puedo aceptar tu dinero.

Zac: ¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado.

Ness: No he querido decir eso -dijo sonrojada de vergüenza-.

Él hizo un gesto displicente, como si aquello careciera de importancia.

Zac: No importa lo que hayas querido decir, eso no quita que quiera pintarte. Trabajo a mi propio ritmo, así que tendrás que ser paciente; no se me da bien transigir, pero teniendo en cuenta tu condición, estoy dispuesto a hacer algunas concesiones y a parar cuando estés cansada o incómoda.

Era muy tentador, y Vanessa intentó olvidarse de que ya antes había vivido de su apariencia física, y concentrarse en lo que aquel dinero extra significaría para el bebé.

Ness: Me gustaría acceder, pero eres un artista muy famoso y me reconocerían si el retrato saliera a la luz.

Zac: Eso es verdad, pero yo no estaría obligado a decirle a nadie dónde te he conocido o cuándo. Tienes mi palabra de que nadie te encontrará por mi culpa.

Vanessa permaneció en silencio unos segundos, mientras luchaba consigo misma.

Ness: ¿Puedes acercarte un poco? -le preguntó al fin-.

Zac echó el cigarro al fuego, fue hacia ella y se puso en cuclillas delante de la silla.

Ness: ¿Me das tu palabra? -le preguntó, mientras lo observaba con atención-. 

Ella también había aprendido a leer las expresiones de la gente.

Zac: Sí.

Había riesgos que merecía la pena correr. Vanessa extendió las dos manos hacia él, en señal de confianza.


Debido a la continua nevada, el día pasó sin amanecer, atardecer ni puesta de sol. La luz permaneció tenue durante toda la jornada, y la noche llegó sin mayor ceremonia. Y entonces dejó de nevar.

Vanessa no se habría dado cuenta si no hubiera estado mirando por la ventana. No fue escampando gradualmente, sino que pareció que el flujo de copos de nieve se detenía en seco, como si alguien hubiera cerrado un grifo. Sintió una ligera decepción, la misma que recordaba haber sentido de niña cuando terminaba una tormenta, y de forma impulsiva se puso las botas y el abrigo y salió al porche.

La nieve le llegaba a las rodillas a pesar de que Zac había estado despejando la entrada con una pala, y cuando sus botas se hundieron y desaparecieron Vanessa tuvo la sensación de que se la tragaba una suave y esponjosa nube. Se rodeó con los brazos, e inhaló el frío aire de la montaña.

No había ni luna ni estrellas, la luz del porche alcanzaba apenas a un metro de donde estaba, y lo único que se oía era el silencio. Para algunos la enorme sábana de nieve habría sido como una cárcel, un obstáculo, pero para ella era una fortaleza protectora.

Había decidido volver a confiar en alguien de nuevo, y allí de pie, rodeada de aquella oscuridad y de aquella quietud, supo que había hecho lo correcto.

Zac no era un hombre amigable ni afable, pero era una buena persona y además estaba segura de que podía confiar en su palabra. Iban a utilizarse mutuamente, ya que él la quería para su arte y ella para tener un sitio donde cobijarse, pero era un intercambio justo. Necesitaba descansar, aprovechar cualquier tiempo que pudiera conseguir para recuperarse y recobrar las fuerzas.

No le había confesado lo cansada que se sentía, ni el esfuerzo que le había supuesto mantenerse de pie a lo largo del día. El embarazo había sido fácil desde el punto de vista físico, ya que era una mujer fuerte y sana; de no ser así, se habría derrumbado hacía tiempo, porque los últimos meses habían consumido hasta la última gota de sus reservas emocionales y mentales. La cabaña, las montañas y aquel hombre iban a darle tiempo para poder llenar sus reservas de nuevo. Iba a necesitarlas.

Zac no entendía lo que los Eagleton podían llegar a conseguir con su dinero y su poder, pero ella había visto de lo que eran capaces. Habían pagado y maniobrado para ocultar los errores de su hijo, y con unas pocas llamadas a las personas adecuadas habían conseguido que su muerte y la de la mujer que lo acompañaba pasara de ser un incidente escabroso a un accidente trágico.

La prensa no había mencionado ni una sola vez el alcohol ni el adulterio, y la versión pública era que Anthony Eagleton, el heredero de la fortuna de su familia, había muerto a causa de una carretera resbaladiza y de un fallo en el coche, no por su conducción criminal y temeraria estando bebido. Y la mujer que lo acompañaba había pasado a ser su secretaria, en vez de su amante.

El proceso de divorcio que Vanessa había iniciado había quedado borrado, completamente erradicado, ya que ninguna sombra de escándalo podía recaer sobre la memoria de Anthony Eagleton o sobre su ilustre apellido, y Vanessa había sido presionada para que interpretara el papel de viuda conmocionada y desconsolada.

Y era cierto que se había sentido conmocionada y desconsolada, pero no por lo que se había perdido en una solitaria carretera a las afueras de Boston, sino por lo que había desaparecido tan pronto después de su noche de bodas.

Se recordó que no servía de nada mirar atrás, sobre todo en ese momento, en el que tenía que mirar hacia delante. Sin importar lo que había pasado entre Tony y ella, habían creado una vida juntos, una vida que estaba a su cargo, a la que debía amar y proteger.

Al contemplar la nieve primaveral, que llegaba hasta donde le alcanzaba la vista resplandeciente e inmaculada, fue capaz de creer que todo saldría bien,

Zac: ¿En qué estás pensando?

Sobresaltada, se volvió hacia Zac con una suave risita.

Ness: No te he oído llegar.

Zac: No estabas escuchando -dijo mientras cerraba la puerta tras de sí-. Aquí fuera hace bastante frío.

Ness: Se está de maravilla. ¿Qué espesor crees que tiene la nieve?

Zac: Yo diría que un metro más o menos.

Ness: Nunca había visto algo así, es difícil imaginar que pueda llegar a derretirse y que vaya a crecer la hierba.

Zac no se había puesto los guantes, así que optó por meterse las manos en los bolsillos de la chaqueta.

Zac: Llegué aquí en noviembre, y para entonces ya estaba nevado. No he visto el paisaje de otra manera.

Vanessa intentó imaginarse cómo sería vivir en un sitio donde la nieve no se derretía nunca, pero decidió que ella necesitaba la primavera, el florecer de las plantas, el color verde, la promesa en el aire.

Ness: ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

Zac: No lo sé, no me lo he planteado.

Vanessa le sonrió, aunque sintió algo de envidia ante su actitud tan despreocupada.

Ness: Tendrás que montar una exposición con todas esas pinturas.

Zac: Sí, supongo que tendré que hacerlo tarde o temprano, pero no hay prisa -movió los hombros, inquieto de repente-. 

San Francisco, su familia y sus recuerdos parecían muy lejanos.

Ness: El arte tiene que ser contemplado y admirado -murmuró pensando en voz alta-. No debería estar aquí escondido.

Zac: ¿Pero las personas sí?

Ness: ¿Te refieres a mí, o es que tú también estás escondiéndote de algo?

Zac: Estoy trabajando -contestó con calma-.

Ness: Un hombre como tú puede trabajar en cualquier parte, supongo que no tienes más que apartar a los demás con un par de codazos y ponerte manos a la obra.

Zac no pudo evitar sonreír.

Zac: A lo mejor, pero de vez en cuando me gusta tener algo de espacio. Cuando uno logra hacerse un nombre, la gente tiende a mirar por encima de tu hombro.

Ness: Bueno, yo me alegro de que vinieras a vivir aquí, fuera cual fuese la razón -se apartó el pelo de la cara, se apoyó contra un poste y admitió sonriente-: debería entrar, pero no me apetece.

Zac entornó los ojos, y le enmarcó la cara con manos frías y firmes.

Zac: Tus ojos tienen algo... -murmuró, mientras la hacía volverse hacia la luz-, dicen todo lo que un hombre desea escuchar de una mujer, pero también muchas cosas que no quiere oír. Tienes unos ojos sabios, Vanessa. Unos ojos sabios y tristes.

Ella no contestó, pero no fue porque su mente se hubiera quedado en blanco, sino porque se había llenado de repente de tantas cosas, de tantos pensamientos y deseos... había creído que no podría volver a sentir algo así de nuevo, y jamás se habría imaginado capaz de aquel deseo por un hombre. Su piel se acaloró, a pesar de que él la tocaba con manos frías y casi con desinterés.

La atracción sexual que sentía la sorprendió, e incluso la avergonzó un poco; sin embargo, fue la atracción emocional, su fuerza intensa y persistente, la que la silenció.

Zac: Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida -añadió-.

Los dedos de Zac le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Vanessa se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.

Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.

Ness: Estoy un poco cansada -dijo, mientras intentaba mantener la voz firme-. Creo que me iré a dormir.

Zac no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.

Ness: Buenas noches, Zac.

Zac: Buenas noches.

Él se quedó allí, a la intemperie, preguntándose qué demonios le estaba pasando. Por un momento... no, había durado mucho más que un momento... la había deseado. Sacó un cigarro, furioso consigo mismo. 

Había que estar cayendo muy bajo, para pensar en hacer el amor con una mujer que estaba embarazada de más de siete meses con el hijo de otro hombre.

Sin embargo, tardó mucho en lograr convencerse de que sólo habían sido imaginaciones suyas.


domingo, 25 de julio de 2021

Capítulo 1


Maldita nieve. Zac redujo a segunda, aminoró la velocidad del todoterreno a veinticuatro kilómetros por hora, soltó un juramento y forzó la vista al máximo; sin embargo, lo único que podía verse más allá del frenético vaivén de los limpiaparabrisas era una pared blanca. Aquélla no era una ventisca invernal de cuento de hadas, y los copos de nieve que caían parecían tan grandes y amenazadores como un puño.

Sería inútil pararse a esperar a que la tormenta escampara, se dijo mientras tomaba la siguiente curva lentamente. Después de seis meses conocía a la perfección aquella angosta y serpenteante carretera y podía conducir por ella casi con los ojos cerrados, así que podía considerarse afortunado, pero un recién llegado se habría encontrado indefenso. Incluso con aquella ventaja, tenía los hombros y la parte posterior del cuello completamente tensos. Las nevadas en Colorado podían ser tan peligrosas en primavera como en pleno invierno, y durar una hora o un día; además, aquélla había tomado por sorpresa a todo el mundo... tanto a los residentes como a los turistas y al Servicio Nacional de Meteorología.

Sólo ocho kilómetros más y podría descargar las provisiones, encender el fuego y disfrutar de la ventisca de abril en el acogedor interior de su cabaña, con una taza de café caliente o una cerveza fría.

El todoterreno fue ascendiendo por la cuesta como un tanque, y Zachary se sintió agradecido por su resistencia y su solidez. Aunque tardara tres veces más en recorrer los treinta y dos kilómetros hasta su casa, por lo menos conseguiría llegar.

Los limpiaparabrisas trabajaban incansables, pero lo único que se apreciaba entre los segundos de falta de visibilidad total era una cortina blanca. Si no amainaba, al anochecer la nieve tendría más de medio metro de altura. Zac intentó animarse diciéndose que para entonces ya habría llegado a casa, pero sus imprecaciones resonaron en el interior del vehículo. Si no hubiera perdido la noción del tiempo el día anterior, habría podido comprar antes las provisiones y el mal tiempo no le habría afectado lo más mínimo.

La carretera serpenteó en una curva perezosa, y Zac la tomó con sumo cuidado. Le resultaba muy difícil conducir lentamente, pero a lo largo del invierno había adquirido un sano respeto por las montañas y por las carreteras que las atravesaban. La valla de seguridad era muy sólida, pero al otro lado esperaban unos barrancos escarpados que no perdonaban un error. Aunque tenía confianza en sí mismo y en la fiabilidad del todoterreno, tenía que tener en cuenta la posibilidad de que hubiera algún coche a un lado o en medio de la carretera.

Necesitaba fumar. Apretó las manos en el volante, deseando encender un cigarro, pero sabía que tendría que esperar para poder permitirse ese lujo. Sólo cuatro kilómetros y medio más.

Sintió que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. No había visto un solo coche en más de veinte minutos, y era dudoso que se encontrara con alguno a aquellas alturas, ya que cualquiera con la más mínima sensatez habría buscado refugio. A su lado, la radio no dejaba de hablar de carreteras cortadas y eventos cancelados.

Siempre lo había sorprendido que la gente planeara tantas fiestas, cenas, recitales y representaciones para un mismo día, aunque suponía que ésa era la naturaleza humana. Siempre planeando reuniones para juntarse unos con otros, aunque sólo fuera para vender un puñado de pasteles y galletas. Él prefería estar solo, al menos de momento; de no ser así, no habría comprado la cabaña ni habría permanecido enclaustrado en ella durante los últimos seis meses.

La soledad le proporcionaba libertad para pensar, para trabajar, para curarse, y había logrado las tres cosas en cierta medida.

Estuvo a punto de suspirar aliviado al ver... bueno, al notar... que el coche volvía a tomar una pendiente, ya que sabía que aquélla era la última cuesta antes de su desviación. Ya sólo quedaba un kilómetro y medio. Su cara, que había estado tensa de concentración, empezó a relajarse. Era un rostro delgado, atractivo; tenía la nariz ligeramente desviada a causa de un acalorado desacuerdo que había tenido con su hermano menor en la adolescencia, pero Zac no le había guardado rencor por ello.

Se le había olvidado ponerse un sombrero, y su pelo castaño oscuro lucía un aspecto desgreñado, ya que se lo había peinado con dedos apresurados horas antes. Sus ojos, de un cristalino tono azul, empezaban a escocerle después de estar tanto tiempo fijos en la nieve.

Mientras los neumáticos se deslizaban por el asfalto acolchado, echó un vistazo al cuentakilómetros, y levantó la vista de nuevo tras comprobar que sólo faltaba medio kilómetro. Entonces fue cuando vio el coche que se acercaba hacia él fuera de control. 

Sin tiempo ni para soltar una palabrota, viró bruscamente hacia la derecha justo cuando el otro coche pareció derrapar. El todoterreno patinó en la nieve, y se balanceó peligrosamente antes de que las ruedas consiguieran aferrarse a la carretera para obtener algo de tracción. Por un instante Zac creyó que iba a dar una vuelta de campana, pero cuando su vehículo se estabilizó no pudo hacer otra cosa que permanecer allí sentado, mirando con la esperanza de que el otro conductor tuviera tanta suerte como él.

El coche descendía ladeado a toda velocidad, y aunque todo estaba ocurriendo en cuestión de segundos, Zac tuvo tiempo de pensar en lo fuerte que sería el impacto cuando diera de lleno contra el todoterreno; sin embargo, en el último momento el conductor consiguió enderezar el vehículo, viró bruscamente para evitar la colisión, y empezó a deslizarse sin remedio hacia la valla de seguridad. Zac puso el freno de mano, y salió del todoterreno justo cuando el otro coche chocaba contra el metal.

Estuvo a punto de caerse de cabeza, pero gracias a sus botas de montaña consiguió mantener el equilibrio mientras corría por la nieve hacia el vehículo accidentado. Era un coche pequeño y compacto... aún más después del impacto, ya que la parte derecha había quedado metida hacia dentro y el capó parecía un acordeón por el lado del pasajero. En un instante de lucidez, se horrorizó al pensar en lo que podría haber pasado si el coche hubiera golpeado por el lado del conductor.

Cuando consiguió llegar al coche a través de la nieve, vio una figura desplomada sobre el volante e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Con el corazón en la garganta, empezó a aporrear la ventanilla.

La figura se movió, y al ver la espesa cabellera negra que caía sobre los hombros de un abrigo claro se dio cuenta de que era una mujer. En ese momento, ella se quitó el gorro de esquí que llevaba, se volvió hacia la ventanilla y fijó la vista en él.

Estaba muy pálida, blanca como el mármol, e incluso sus labios parecían demacrados. Tenía unos ojos enormes y oscuros, con los iris casi negros debido a la conmoción... y era hermosa, tan increíblemente hermosa que quitaba el aliento. Como artista vio las posibilidades en aquel rostro con forma de diamante, en los pómulos prominentes y en el carnoso labio inferior, pero como hombre apartó de su mente aquellos pensamientos y volvió a golpear en la ventanilla.

Ella parpadeó y sacudió la cabeza, como si estuviera intentando despejársela, y Zac vio que sus ojos eran de un tono marrón chocolate cuando la conmoción en ellos empezó a desvanecerse y dejó paso a una expresión preocupada.

La mujer se apresuró a bajar la ventanilla, y le preguntó antes de que él pudiera articular palabra:

Ness: ¿Está herido?, ¿le he dado?

Zac: No, ha dado contra la valla de seguridad.

Ness: Gracias a Dios -dijo antes de apoyar la cabeza en el respaldo de su asiento por unos segundos. 

Tenía la boca seca, y aunque luchaba por controlarlo, el corazón parecía martillearle en la garganta-. El coche empezó a resbalar al empezar a bajar por la cuesta, y creí que a lo mejor podría recuperar el control, pero entonces vi su todoterreno y pensé que iba a darle de lleno.

Zac. Lo habría hecho, si no hubiera girado hacia la valla.

Zac miró de nuevo el capó del coche, consciente de que el daño podría haber sido mucho mayor. Si ella hubiera ido a más velocidad... pero no tenía sentido perderse en especulaciones inútiles, así que se volvió hacia ella de nuevo e intentó ver algún signo de trauma en su rostro.

Zac: ¿Se encuentra bien?

Ness: Sí, creo que sí -volvió a abrir los ojos, mientras intentaba esbozar una sonrisa-. Lo siento, debo de haberle dado un buen susto.

Zac: Y que lo diga -pero el sobresalto ya había pasado, y estaba a menos de medio kilómetro de su casa, varado en la nieve con una desconocida que no iba a poder sacar su coche de allí en varios días-. ¿Qué demonios está haciendo aquí?

Ella ignoró la brusquedad de sus palabras mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad; había estado respirando hondo para intentar serenarse, y ya se encontraba mucho mejor.

Ness: Debo de haberme equivocado de dirección por la tormenta, porque estaba intentando llegar a Lonesome Ridge para esperar a que amainara. Según el mapa, es la población más cercana, y tenía miedo de pararme en el arcén... bueno, en el pequeño margen que hay -miró hacia la valla de seguridad, y se estremeció-. Supongo que no voy a poder sacar mi coche de aquí.

Zac: No, esta noche no.

Con expresión ceñuda, Zac se metió las manos en los bolsillos. La nieve seguía cayendo y la carretera estaba desierta, así que si la dejaba sola era posible que muriera congelada antes de que apareciera por allí un vehículo de emergencia o una máquina quitanieves. Por mucho que quisiera desentenderse de aquella responsabilidad, no podía dejar a una mujer varada en medio de aquella tormenta.

Zac: Lo único que puedo hacer por usted es llevarla a mi casa.

Su voz era seca, carente de amabilidad, pero ella no se sorprendió por ello. Era normal que estuviera enfadado e impaciente, ya que casi había chocado con él y además iba a tener que seguir ayudándola.

Ness: Lo siento.

Él movió ligeramente los hombros, consciente de que había sido muy grosero.

Zac: El desvío que lleva a mi casa está en la cima de la colina, tendrá que dejar aquí su coche y venir conmigo en el todoterreno.

Ness: Muchas gracias -con el motor apagado y la ventanilla abierta, el frío estaba empezando a calar en su ropa-. Perdone las molestias, señor...

Zac: Efron, Zac Efron.

Ness: Yo me llamo Vanessa -acabó de quitarse el cinturón de seguridad que había evitado que sufriera alguna herida grave, y añadió-: llevo una maleta en la parte de atrás, ¿le importaría echarme una mano con ella?

Zac agarró las llaves y fue a regañadientes a buscarla, pensando que si se hubiera puesto en marcha una hora antes ya estaría en casa, y solo.

La maleta no era muy grande, y distaba mucho de estar nueva; al parecer, la mujer sin apellido viajaba ligera de equipaje. Mientras la sacaba del coche, se dijo que no era justo enfadarse ni mostrarse tan descortés; al fin y al cabo, si ella no hubiera conseguido virar y lo hubiera esquivado, a esas alturas necesitarían un médico en vez de una taza de café y de algo para calentarse los pies.

Zac decidió mostrarse un poco más civilizado, y se volvió hacia ella para decirle que fuera al todoterreno. La mujer había salido de su coche y estaba de pie mirándolo, con la nieve cayéndole sobre el pelo suelto, y fue entonces cuando se dio cuenta de que no sólo era muy hermosa, sino que además estaba muy embarazada.

Zac: Madre de Dios -consiguió decir-.

Ness: De verdad que siento causarle tantos problemas, y le agradezco muchísimo que quiera ayudarme -empezó a decir-. Si puedo llamar desde su casa y conseguir que venga alguien a remolcar mi coche, a lo mejor arreglaremos esto rápidamente.

Zac no oyó ni una palabra de lo que le estaba diciendo, incapaz de apartar la vista del bulto cubierto por su abrigo oscuro.

Zac: ¿Está segura de que está bien?, no sabía que estaba... ¿necesita un médico?

Ness: No, no hay problema -su rostro, que había recuperado el color gracias al frío, se iluminó con una amplia sonrisa-. El niño está perfectamente, aunque por las patadas que me está dando, yo diría que se ha molestado un poco con todo este revuelo. No hemos chocado con la valla, más bien nos hemos deslizado contra ella, así que apenas hemos notado el impacto.

Zac: Puede que haya... -sin saber demasiado bien cómo seguir, optó por decir-: que la sacudida le haya... dañado algo.

Ness: Estoy bien. Tenía puesto el cinturón de seguridad, y la nieve amortiguó el golpe -al darse cuenta de que él no parecía demasiado convencido, se echó atrás el pelo con algo de impaciencia. Aunque llevaba unos guantes de cuero ribeteados en seda, los dedos estaban empezando a entumecérsele-. Le prometo que no voy a ponerme de parto aquí en medio... a menos que nos quedemos aquí plantados durante las próximas semanas.

La mujer tenía razón... o al menos, eso esperaba Zac; además, empezaba a sentirse como un idiota bajo el peso de la sonrisa con que lo miraba. Tras unos segundos se dio por vencido, y alargó una mano hacia ella.

Zac: Deje que la ayude.

Vanessa sintió que aquellas palabras tan sencillas le daban de lleno en el corazón, ya que podía contar con los dedos de una mano las veces en que alguien le había dicho algo así.

Zac no sabía cómo había que comportarse con las mujeres embarazadas, y se preguntó si serían muy frágiles. Siempre había pensado que debía de ser todo lo contrario, teniendo en cuenta por lo que tenían que pasar, pero en ese momento en que se encontraba frente a frente con una, tenía miedo de que se rompiera en mil pedazos al tocarla.

Temerosa de resbalarse en la nieve, Vanessa se aferró con fuerza a su brazo mientras iban hacia el todo terreno.

Ness: Este sitio es precioso, pero la verdad es que voy a disfrutar más de la nieve cuando esté a cubierto -comentó cuando llegaron al vehículo. Al ver el escalón bastante alto que había bajo la puerta, añadió-: me parece que va a tener que ayudarme a entrar, no estoy tan ágil como antes.

Zac metió la maleta primero, mientras se planteaba por dónde podía agarrarla. Mascullando entre dientes, le puso una mano bajo el codo y otra en la cadera, y Vanessa consiguió entrar en el todoterreno con una facilidad que lo sorprendió.

Ness: Gracias.

El gruñó su respuesta mientras cerraba la puerta de golpe. Tras rodear el vehículo, se puso al volante y consiguió reincorporarse a la carretera sin demasiado esfuerzo.

Mientras el sólido vehículo subía lentamente la cuesta, Vanessa estiró las manos y vio que por fin habían dejado de temblar.

Ness: Si hubiera sabido que había casas por la zona, habría pedido cobijo hace rato. No me esperaba que hubiera una nevada en abril.

Zac: Por aquí puede nevar en cualquier fecha -se quedó callado por un largo momento. Respetaba la privacidad ajena tanto como la suya propia, pero las circunstancias en que se encontraban se salían de lo común-. ¿Viaja sola?

Ness: Sí.

Zac: ¿No es un poco peligroso en su condición?

Ness: Había planeado estar en Denver en un par de días -posó una mano sobre su vientre, y afirmó-: no salgo de cuentas hasta dentro de seis semanas -respiró hondo, consciente de que no tenía otra opción que confiar en él, aunque fuera arriesgado-. ¿Vive solo, señor Efron?

Zac. Sí...

Se volvió un poco para poder verlo con claridad mientras él enfilaba por un camino lateral bastante estrecho... o lo que ella supuso que sería un camino, ya que estaba totalmente enterrado bajo la nieve. Su rostro tenía una cierta dureza, aunque era demasiado fino para resultar tosco. Era un rostro esculpido con frialdad, como el de algún mítico jefe guerrero de antaño.

Vanessa recordó su expresión de asombrada impotencia al darse cuenta de que estaba embarazada, y supo instintivamente que estaba segura con él. Y de todos modos tenía que creer que era así, ya que no le quedaba otra opción.

Él notó su mirada y pareció leerle el pensamiento, porque dijo con voz calmada:

Zac: No soy un maníaco peligroso.

Ness: Me alegro -esbozó una sonrisa, y se volvió de nuevo hacia delante-.

La cabaña era apenas visible a través de la nieve, incluso cuando se detuvieron justo delante de ella; sin embargo, a Vanessa le encantó lo poco que consiguió vislumbrar. Era un rectángulo achaparrado de madera con un porche cubierto, ventanas de paneles cuadrados y humo saliendo por la chimenea.

Aunque estaba casi totalmente enterrado bajo la nieve, había un camino de piedras planas que llevaba hasta los escalones de entrada, y los lados de la casa estaban flanqueados por árboles de hoja perenne. Nada le había dado en su vida la sensación de calidez y seguridad que le transmitió aquella pequeña cabaña en medio de las montañas.

Ness: Es preciosa, debe de ser muy feliz viviendo aquí.

Zac: Es práctico.

Zac rodeó el todoterreno para ayudarla a bajar, y al inhalar su aroma pensó que olía a nieve... o a agua, aquel agua pura y virginal que descendía por las montañas en primavera. Consciente de que tanto su reacción como sus comparaciones eran absurdas, le dijo con voz algo brusca:

Zac: Yo la entraré, dentro de nada podrá calentarse frente a la chimenea -la llevó hasta la casa, y al llegar a la puerta la dejó con cuidado de pie y abrió para que entrara-. Pase, yo traeré sus cosas.

Y sin más regresó al todoterreno y la dejó allí sola, con la nieve derretida de su abrigo mojando la alfombra del recibidor.

Vanessa levantó la mirada, y se quedó boquiabierta al ver los cuadros. Cubrían las paredes, estaban amontonados en cada rincón y sobre las mesas, y aunque sólo unos cuantos estaban enmarcados, lo cierto era que no necesitaban ningún tipo de adorno. Algunos estaban a medio acabar, como si el artista hubiera perdido el interés o la motivación. Había óleos de colores vividos y llamativos, y acuarelas en tonos suaves y etéreos que parecían sacados de un sueño. Vanessa se quitó el abrigo y se acercó para verlos más de cerca.

Uno mostraba una escena de París, el Bois de Boulogne, un parque que reconoció porque lo había visitado en su luna de miel. Al contemplarlo se le inundaron los ojos de lágrimas y todo su cuerpo se tensó, pero respiró hondo y se obligó a mirarlo hasta que sus emociones se estabilizaron.

Había un caballete debajo de una ventana, donde la luz podía dar de lleno sobre el lienzo, y aunque tuvo la tentación de ir a echar un vistazo, se contuvo porque ya tenía la sensación de estar invadiendo la intimidad de aquel hombre.

Sintiéndose perdida, enlazó las manos con fuerza mientras la invadía un profundo desespero. Se había metido en un atolladero, tenía el coche destrozado, apenas le quedaba dinero, y el bebé... el bebé no iba a esperar hasta que las cosas se solucionaran.

Si la encontraban en ese momento...

No, no iban a encontrarla, se dijo mientras separaba las manos con un gesto decidido. Había llegado hasta allí y nadie iba a quitarle a su hijo, ni en ese momento ni nunca.

Se volvió cuando sintió que la puerta de la cabaña se abría, y vio que Zac dejaba un montón de bolsas apiladas en el suelo antes de quitarse el abrigo y colgarlo en una percha que había junto a la entrada.

Estaba tan delgado como había supuesto por su cara, y aunque debía de medir poco menos de un metro ochenta, gracias a su complexión fuerte y poderosa parecía mucho más alto. Mientras veía cómo se sacudía la nieve de las botas, pensó que tenía más pinta de boxeador que de artista, que aquel hombre parecía encajar mejor al aire libre que en suntuosas mansiones.

A pesar de la ascendencia aristocrática que sabía que él tenía, la ropa de franela y pana que llevaba conjuntaba a la perfección con aquella rústica cabaña. Ella provenía de un ambiente mucho más modesto, y sin embargo se sentía fuera de lugar en su voluminoso jersey de punto irlandés y su falda de lana hecha a medida.

Ness: Zachary Efron -dijo, mientras señalaba con un gesto las paredes-. El golpe debe de haberme dejado confundida antes, porque no he hecho la conexión hasta ahora. Me encanta su trabajo.

Zac: Gracias -dijo antes de levantar dos de las bolsas que había entrado en la casa-.

Ness: Deje que le ayu…

Zac: No.

Zac fue a la cocina sin añadir nada más, y ella se quedó mordiéndose el labio. Sabía que él no estaba precisamente encantado de tener compañía, pero no había nada que ella pudiera hacer al respecto, y se iría en cuanto fuera razonablemente seguro hacerlo. Hasta entonces... bueno, hasta entonces Zachary Efron, el artista más importante de la década, tendría que aguantarse.

Estuvo tentada de sentarse y mantenerse apartada de su camino pasivamente, y en el pasado eso era lo que habría hecho, pero las circunstancias la habían cambiado. Lo siguió hasta la cocina, que era tan diminuta que pareció quedar abarrotada.

Ness: Al menos deje que le prepare algo para beber -la vieja cocina con dos fogones no parecía demasiado fiable, pero Vanessa estaba decidida a ser útil-.

Zac se volvió, y cuando el movimiento hizo que rozara el abultado vientre de la mujer, se sorprendió por la oleada de incomodidad que lo recorrió... y por la punzada de fascinación que sintió.

Zac: Aquí tiene el café -masculló, mientras le daba un paquete aún sin empezar-.

Ness: ¿Tiene una cafetera?

El chisme estaba en el fregadero, que estaba lleno de un agua que en su momento había sido espumosa. Lo había dejado en remojo, para intentar quitar las manchas que habían quedado la última vez que lo había usado. Fue a sacarlo, pero al volver a toparse con Vanessa retrocedió un paso.

Ness: ¿Por qué no deja que me ocupe yo? Colocaré la compra y pondré la cafetera, y mientras usted puede llamar para que venga alguien a remolcar mi coche.

Zac: Vale. También hay leche fresca.

Ness: Supongo que no tiene té, ¿no? -sonrió-.

Zac: No.

Ness: Entonces tomaré un poco de leche, gracias.

Cuando él salió de la habitación, Vanessa empezó a colocar la comida. El espacio era muy reducido, así que no tuvo problemas para decidir dónde iba cada cosa; de hecho, pudo utilizar su propio sistema de organización, ya que al parecer Zac no tenía ninguno.

El apareció en la puerta cuando sólo había vaciado una de las bolsas, y comentó:

Zac: No hay teléfono.

Ness: ¿Qué?

Zac: No hay línea, suele pasar cuando hay tormenta.

Ness: Vaya. ¿Suele tardar mucho en arreglarse? -se había quedado inmóvil con una lata de sopa en la mano-.

Zac: Depende. A veces tarda horas, y a veces una semana.

Vanessa enarcó una ceja, pero entonces se dio cuenta de que él estaba hablando en serio.

Ness: Supongo que eso me deja en sus manos, señor Efron.

El metió los pulgares en los bolsillos delanteros de sus pantalones, y dijo con calma:

Zac: Entonces, será mejor que me llames Zac.

Vanessa frunció el ceño y bajó la mirada hacia la lata que seguía sosteniendo; cuando las cosas se torcían, uno tenía que intentar mirar el lado positivo.

Ness: ¿Quieres un poco de sopa?

Zac: Sí. Iré a... dejar tus cosas en el dormitorio.

Aquella mujer era de armas tomar, decidió Zac mientras llevaba la maleta de ella a su habitación. Aunque él no era ningún experto en el sexo femenino, tampoco podía considerarse un completo novato, y había notado que ella ni siquiera había parpadeado al saber que no había teléfono y que se había quedado incomunicada del resto del mundo junto a él.

Zac se miró en el espejo que había sobre su viejo tocador. Que él supiera, nadie lo había considerado inofensivo hasta ese momento. Esbozó una sonrisa traviesa; de hecho, no siempre había sido exactamente inofensivo.

Pero aquella situación era por completo diferente, claro.

Bajo otras circunstancias, seguramente habría disfrutado de algunas saludables fantasías sobre su inesperada invitada. Aquella cara... había algo especial e indefinible en su increíble belleza, y cuando un hombre la miraba, automáticamente empezaba a imaginarse cosas; sin embargo, aunque no hubiera estado embarazada, las fantasías no habrían ido más allá. Nunca había sido hombre de aventuras ni de líos de una noche, y en ese momento no estaba preparado para tener una relación. Se había mantenido célibe durante los últimos meses, ya que el deseo de pintar lo había vuelto a seducir por fin y no necesitaba nada más.

Pero desde un punto de vista práctico, lo cierto era que tenía una invitada, una mujer sola y embarazada, además de muy enigmática. No se le había escapado el hecho de que no había mencionado su apellido, ni le había dado información alguna sobre su identidad o las razones por las que viajaba. Como dudaba que hubiera atracado un banco o que fuera una espía internacional, decidió no presionarla demasiado de momento para conseguir información.

Pero teniendo en cuenta la virulencia de la tormenta y lo aislada que estaba la cabaña, lo más probable era que tuvieran que pasar varios días juntos, así que se prometió descubrir más cosas sobre la serena y misteriosa Vanessa.

Mientras contemplaba su propio reflejo difuso en el plato que sostenía en la mano, Vanessa se preguntó de nuevo qué iba a hacer en aquellas circunstancias. Estaba atrapada sin poder llegar a Denver, Los Ángeles o a alguna enorme ciudad lo suficientemente lejos de Boston donde poder desaparecer. Si no hubiera sentido la necesidad imperiosa de ponerse en marcha esa mañana, si se hubiera quedado en la habitación de aquel pequeño motel otro día más, quizás a esas horas seguiría teniendo algo de control sobre la situación.

Pero no había sido así, y en ese momento se encontraba en aquella cabaña, con un perfecto desconocido. Y además no era un hombre cualquiera, sino Zachary Efron, un artista adinerado y respetado que provenía de una familia igualmente adinerada y respetada. Estaba segura de que no la había reconocido, al menos de momento, y se preguntó lo que pasaría cuando él se diera cuenta de quién era ella, y de quién estaba huyendo. Era posible que los Eagleton fueran amigos de los Efron, y la sola idea hizo que su mano se posara sobre su vientre en un gesto instintivo y protector.

No le quitarían a su hijo. Sin importar el dinero que tuvieran ni lo poderosos que fueran, no iban a poder arrebatárselo, y si estaba en sus manos, jamás lograrían encontrarlos, ni a ella ni a su bebé.

Vanessa dejó el plato y se volvió hacia la ventana. Era extraño mirar hacia fuera y no ver nada, y la reconfortaba la idea de que nadie pudiera verla desde el exterior. Estaba escondida tras una cortina de nieve del mundo entero... o casi, se corrigió al pensar de nuevo en Zac.

Siempre prefería buscar el lado bueno de las cosas cuando no le quedaba otro remedio, así que le dio vueltas a la idea de que a lo mejor la tormenta había sido una bendición. Nadie podría seguirle la pista con aquel tiempo, y dudaba que a alguien se le pasara por la cabeza buscarla en una pequeña cabaña perdida en medio de las montañas. Allí podía sentirse más o menos segura, y decidió aferrarse a ello.

Oyó a Zac moverse en la habitación de al lado, el ruido de sus pasos en el suelo de madera, y el sonido de un tronco en la chimenea. Después de tantos meses de soledad, incluso el mero sonido de otro ser humano la reconfortaba.

Ness: Señor Efron... ¿Zac? -se asomó por la puerta, y lo vio colocando bien la pantalla protectora que había delante del fuego-. ¿Podrías despejar una mesa?

Zac: ¿Para qué?

Ness: Para que podamos comer... sentados.

Zac: Ah, sí.

Ella volvió a meterse en la cocina, mientras él intentaba pensar en lo que iba a hacer con las pinturas, los pinceles y demás artilugios que cubrían en total desorden la mesa que en su día se había utilizado para comer. Irritado por tener que renunciar a su espacio, fue dejando las cosas por la habitación.

Ness: También he preparado unos bocadillos -dijo al volver de la cocina con platos, vasos y cubiertos sobre una bandeja metálica de horno un poco torcida-.

Avergonzado y algo nervioso, Zac fue hacia ella y se la quitó de las manos.

Zac: No deberías cargar tanto peso -dijo con tono brusco-.

Ella enarcó las cejas. Primero sintió sorpresa, ya que nadie la había mimado nunca, y aunque su vida nunca había sido fácil, en los últimos siete meses se había vuelto bastante dura. Después sintió gratitud, y lo miró con una sonrisa.

Ness: Gracias, pero soy muy cuidadosa.

Zac: Si eso fuera verdad, estarías en tu cama con las piernas en alto, y no atrapada en la nieve conmigo.

Ness: Es importante hacer ejercicio -dijo, aunque se sentó y dejó que él pusiera la mesa-. Y también lo es comer -cerró los ojos, y disfrutó del aroma simple y fortificante de la comida-. Espero no haber gastado demasiadas cosas, pero una vez que he empezado, no he podido parar.

Zac: No pasa nada -dijo al agarrar medio bocadillo de queso, beicon y rodajas de tomate-. 

La verdad era que se había acostumbrado a comer de pie en la cocina, y aquella comida caliente preparada sin prisas se saboreaba más sentado y con un plato.

Ness: Quiero pagarte por la comida y el alojamiento.

Zac: No hace falta -tomó una cucharada de sopa de pescado mientras la observaba-. 

La forma en que ella levantaba la barbilla revelaba su orgullo y su fuerza de voluntad, y creaba un interesante contraste con su piel cremosa y su cuello esbelto.

Ness: Te lo agradezco, pero prefiero pagar por lo que recibo.

Zac: Esto no es el Hilton -se dio cuenta de que ella no llevaba ninguna joya, ni siquiera un anillo-. Tú has cocinado, así que estamos en paz.

Vanessa quiso protestar, su orgullo se lo exigía, pero lo cierto era que tenía poco dinero, aparte de los ahorros para el cuidado del bebé que había guardado en el forro de la maleta.

Ness: Muchas gracias -tomó un sorbo de leche, aunque no le gustaba nada, mientras inhalaba el delicioso y prohibido aroma del café-. ¿Llevas mucho tiempo aquí, en Colorado?

Zac: Unos seis meses... no, siete.

Aquello le dio algo de esperanza. Por el aspecto de la cabaña, no creía que él pasara demasiado tiempo leyendo el periódico, y no había visto ninguna televisión.

Ness: Debe de ser un sitio fantástico para pintar.

Zac: De momento sí.

Ness: Cuando he entrado no podía creerlo, he reconocido tu trabajo enseguida. Siempre lo he admirado, de hecho mi… un conocido mío compró varias obras tuyas. Una de ellas era una enorme selva, parecía como si uno pudiera perderse en ella y estar completamente solo.

Zac recordaba el cuadro, y por extraño que pareciera, le había transmitido la misma sensación. No estaba seguro, pero creía que lo había comprado alguien del este... de Nueva York o Boston, quizás de Washington. Si la curiosidad que sentía por aquella mujer no se desvanecía, una simple llamada a su agente bastaría para refrescarle la memoria.

Zac: No has mencionado de dónde vienes.

Ness: No -se limitó a contestar-.

Aunque su apetito había desaparecido, siguió comiendo. ¿Cómo había podido ser tan tonta como para describirle el cuadro? El comprador había sido Tony, que simplemente había chasqueado los dedos y había hecho que sus abogados lo compraran en su nombre, porque a ella le había gustado.

Ness: Llevo un tiempo en Dallas -admitió al fin-.

Había vivido allí dos meses, hasta que se había enterado de que los detectives contratados por los Eagleton estaban investigando discretamente sobre su paradero.

Zac: No tienes acento tejano.

Ness: No, supongo que no. Debe de ser porque he vivido por todo el país -aquello era cierto, y consiguió sonreír de nuevo-. Tú no eres de Colorado.

Zac: San Francisco.

Ness: Sí, recuerdo haberlo leído en un artículo sobre tu trabajo y tu vida -decidió hablar sobre él. Por experiencia, sabía que los hombres se distraían fácilmente si eran el centro de la conversación-. Siempre he querido visitar San Francisco, parece un sitio precioso con la bahía, las casas antiguas... -soltó un grito sofocado, y se tocó el vientre-.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Nada, el niño está un poco inquieto.

Aunque ella volvió a sonreír, Zac notó que sus ojos tenían sombras de cansancio y que había palidecido otra vez.

Zac: Mira, no tengo ni idea de embarazos, pero el sentido común me dice que deberías estar tumbada.

Ness: La verdad es que estoy cansada. Si no te importa, me gustaría estirarme un rato.

Zac: La cama está allí -se levantó, y como no sabía si ella podría hacerlo por sí sola, le ofreció una mano-.

Ness: Lavaré los platos después, si... -su voz se apagó cuando le flaquearon las piernas-.

Zac: Espera -la rodeó con los brazos, y experimentó la extraña y apabullante sensación de notar cómo el bebé se movía contra él-.

Ness: Lo siento. Ha sido un día muy largo, y supongo que me he excedido un poco -sabía que debería apartarse de él, pero había algo delicioso en poder apoyarse en el duro y sólido cuerpo de un hombre-. Estaré bien después de una siesta.

No se rompió en mil pedazos, como él había creído al principio, pero parecía tan suave y delicada que Zac se la imaginó disolviéndose en sus manos. Habría querido reconfortarla, seguir abrazándola y sentirla apoyada contra él, confiando en él, necesitándolo. Se dijo que era un tonto por pensar así, y la alzó en brazos.

Vanessa empezó a protestar, pero se sintió aliviada al poder descansar los pies.

Ness: Debo de pesar una tonelada.

Zac: Eso esperaba, pero la verdad es que no.

Ella se echó a reír, a pesar de lo exhausta que estaba.

Ness: Eres todo un galán, Zac.

Él sintió que su incomodidad se iba desvaneciendo mientras la llevaba al dormitorio.

Zac: No suelo flirtear con mujeres embarazadas.

Ness: No te preocupes, te has redimido al salvar a ésta de una tormenta de nieve -con los ojos cerrados, sintió que la dejaba sobre una cama. Quizás no fuera más que un colchón y una sábana arrugada, pero se sintió en el paraíso-. Zac, muchas gracias.

Zac: Estás diciendo eso cada cinco minutos -la cubrió con un edredón que había visto tiempos mejores, y añadió-: si de verdad quieres darme las gracias, duérmete y no te pongas de parto.

Ness: Vale. ¿Zac...?

Zac: ¿Qué? 

Ness: ¿Seguirás comprobando si ha vuelto la línea del teléfono?

Zac: Sí -ella estaba casi dormida, y Zac sintió una punzada de culpabilidad por presionarla estando tan vulnerable, ya que en ese momento no parecía capaz ni de espantar a una mosca, pero aun así no pudo evitar preguntarle-: ¿quieres que llame a alguien por ti?, ¿a tu marido?

Vanessa abrió los ojos. Aunque estaban nublados de cansancio, lo miró con expresión seria y él se dio cuenta de que aún seguía más que alerta.

Ness: No estoy casada -dijo con claridad diáfana-. No hay nadie a quien llamar.


jueves, 22 de julio de 2021

Luz en la tormenta - Sinopsis


Embarazada, sola y en plena huida para proteger al hijo que llevaba en el vientre, Vanessa Hudgens se quedó atrapada en una carretera nevada de Colorado, y a merced de un desconocido. Afortunadamente, el único propósito de Zachary Efron era darle cobijo. Ella era un ángel de ojos marrón chocolate, y Zac habría pensado que había surgido de la noche nevada para salvarlo... si creyera en ese tipo de cosas; sin embargo, había perdido toda esperanza desde la muerte de su hermano, y ya sólo hallaba consuelo en su soledad.




Escrita por Nora Roberts.

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