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sábado, 31 de julio de 2021

Capítulo 2

En el sueño estaba sola, pero no tenía miedo, ya que se había pasado gran parte de su vida en soledad y se sentía más cómoda así que rodeada de gente. Estaba inmersa en una atmósfera etérea, aterciopelada... como el paisaje marítimo que había visto colgado en una de las paredes de la cabaña de Zac.

Curiosamente, podía oír el murmullo del océano en la distancia, aunque en algún rincón de su mente sabía que estaba en la montaña. Iba caminando por una niebla perlada, con la cálida arena bajo los pies. 

Se sentía a salvo, fuerte y extrañamente despreocupada; hacía mucho que no se sentía tan libre, tan tranquila.

Sabía que estaba soñando; de hecho, eso era lo mejor de todo, y de haber podido se habría quedado para siempre en aquella dulce fantasía. Sería increíblemente fácil mantener los ojos cerrados, y aferrarse a la paz del sueño.

Entonces el niño empezó a llorar, a gritar, y las sienes comenzaron a palpitarle al oír su llanto desesperado. Empezó a sudar, y el puro color blanco de la niebla empezó a oscurecerse hasta convertirse en un gris oscuro y amenazador. El aire perdió toda calidez, y el frío la golpeó y la heló hasta los huesos.

El llanto parecía venir de todas partes y de ninguna, el eco reverberaba a su alrededor mientras buscaba frenética al niño. Jadeante, intentando respirar, luchó por avanzar entre aquella niebla que iba envolviéndola y espesándose. El llanto se fue haciendo más fuerte, más desesperado, y Vanessa sintió que el corazón le martilleaba en la garganta, que su respiración se volvía entrecortada y que sus manos temblaban.

Entonces vio la hermosa cuna blanca, con encajes rosados y volantes color azul, y sintió un alivio tan grande que le flaquearon las rodillas.

Ness: No pasa nada -murmuró al levantar al bebé en sus brazos-. No pasa nada, estoy aquí.

Vanessa sintió el cálido aliento del pequeño en su mejilla, el peso en sus brazos mientras lo acunaba y lo arrullaba. La rodeó el dulce aroma de los polvos de talco mientras lo mecía, murmurando y calmándolo, y empezó a apartar la mantita que ocultaba el pequeño rostro.

Y de repente, descubrió que lo único que sostenía en sus brazos era una manta vacía.


Zac estaba sentado en la mesa donde habían comido, esbozando la cara de Vanessa y pensando en ella, cuando la oyó gritar. El sonido fue tan desgarrado, tan cargado de desesperación, que rompió el lápiz en dos antes de levantarse de un salto y salir corriendo hacia el dormitorio.

Zac: Oye, ya está -la tomó por los hombros sin saber qué hacer, pero cuando ella empezó a sacudirse con fuerza, Zac tuvo que luchar por controlar su propio pánico-. Tranquila, Vanessa, ¿te duele algo?, ¿es el niño?, Vanessa, dime lo que pasa.

Ness: ¡Me han quitado a mi hijo! -su voz rebosaba histeria, pero entrelazada con furia-. ¡Ayúdame!, ¡me han quitado a mi hijo!

Zac: Nadie te ha quitado a tu hijo -ella seguía luchando contra él con una fuerza sorprendente, y de forma instintiva la rodeó con los brazos-. Ha sido un sueño, tu hijo está bien, mira -la agarró por la muñeca, donde el pulso latía desbocado, y la obligó a poner la mano sobre su vientre-. Los dos estáis a salvo, relájate antes de que te hagas daño.

Cuando sintió la vida que latía bajo su mano, Vanessa se derrumbó contra Zac. Su bebé estaba seguro en su interior, donde nadie podía tocarlo.

Ness: Lo siento, he tenido una pesadilla.

Zac: No pasa nada -sin ser consciente de ello, empezó a acariciarle el pelo, a acunarla como ella había hecho con el niño de sus sueños, a mecerla con ternura en un movimiento ancestral de consuelo-. Haznos un favor a los dos, y relájate.

Vanessa asintió, sintiéndose protegida y abrigada, algo que había experimentado en escasas ocasiones a lo largo de sus veinticinco años de vida.

Ness: Estoy bien, de verdad. Supongo que es el trauma del accidente.

Él se apartó de ella, enfadado consigo mismo al darse cuenta de que quería seguir abrazándola, amparándola. Cuando ella le había pedido ayuda, había sabido que haría lo que fuera por protegerla, aunque no había entendido por qué. Era como si hubiera estado inmerso en su propio sueño, o como si de alguna forma hubiera entrado a formar parte del de ella.

En el exterior seguía cayendo una cortina de nieve, y la única luz en el dormitorio era la que entraba desde la sala de estar. Era tenue y ligeramente amarillenta, pero aun así podía ver a Vanessa con claridad, y sabía que ella también podía verlo. Quería respuestas, y las quería en ese mismo momento.

Zac: No me mientas. En circunstancias normales no me metería en tus asuntos personales, pero sólo Dios sabe por cuánto tiempo vas a tener que estar bajo mi techo.

Ness: No te estoy mintiendo -dijo con voz tan calmada y firme, que habría sido muy fácil creerla-. Perdona si te he alarmado.

Zac: ¿De quién estás huyendo, Vanessa?

Ella se quedó mirándolo con aquellos enormes ojos marrones sin decir palabra. Zac se levantó de golpe y empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación, pero ella permaneció inalterable; sin embargo, cuando él volvió a sentarse en la cama con un gesto brusco y le tomó la barbilla, ella se quedó tan inmóvil que él habría jurado que por unos segundos había dejado de respirar. Aunque la idea era ridícula, tuvo la sensación de que estaba preparándose para recibir un golpe.

Zac: Sé que tienes algún problema, y quiero saber lo grave que es. ¿Quién te persigue, y por qué?

Ella permaneció muda, pero movió una mano instintivamente para proteger al hijo que llevaba en su seno. Como era obvio que el bebé era la clave del asunto, Zac decidió empezar por allí.

Zac: Tu hijo tiene un padre -dijo con lentitud-. ¿Estás escapando de él?

Ella negó con la cabeza.

Zac: Entonces, ¿de quién?

Ness: Es algo complicado.

Él enarcó una ceja, y señaló con la cabeza hacia la ventana.

Zac: Tenemos un montón de tiempo. Si el tiempo sigue así, puede que pase una semana hasta que vuelvan a abrirse las carreteras.

Ness: Me iré en cuanto esté despejado. Cuanto menos sepas, mejor será para los dos.

Zac: No me vengas con ésas -permaneció unos segundos en silencio, mientras intentaba aclararse las ideas-. Creo que el bebé es muy importante para ti.

Ness: No hay nada que sea o pueda serlo más.

Zac: ¿Crees que la ansiedad que llevas encima es buena para él?

Él vio el instantáneo brillo de dolor en sus ojos, la preocupación, y la forma casi imperceptible en que pareció cerrarse en sí misma.

Ness: Algunas cosas no pueden cambiarse -respiró hondo, y añadió-: la verdad es que tienes derecho a preguntarme.

Zac: Pero tú no piensas responderme, ¿verdad?

Ness: No te conozco de nada, pero no tengo más remedio que confiar en ti hasta cierto punto, y sólo puedo pedirte que tú hagas lo mismo conmigo.

Él apartó la mano de su barbilla y dijo:

Zac: ¿Cómo sé que puedo hacerlo?

Vanessa apretó los labios, consciente de que él tenía razón; sin embargo, estar en lo cierto a veces no bastaba.

Ness: No he cometido ningún crimen, y no me persigue la policía. No tengo familia ni marido que me busque. ¿Te parece suficiente?

Zac: No. Lo aceptaré por esta noche porque tienes que dormir, pero hablaremos por la mañana.

Era un respiro... uno corto, pero Vanessa había aprendido a agradecer los pequeños regalos de la vida. 

Asintió y esperó a que él saliera de la habitación, y cuando la puerta se cerró tras él y la envolvió la oscuridad, volvió a tumbarse en la cama. Sin embargo, tardó mucho, mucho tiempo en poder conciliar el sueño.


Vanessa se despertó en medio de un silencio absoluto, abrió los ojos y esperó a recordar dónde estaba. 

Había dormido en tantas habitaciones distintas, en tantos sitios, que estaba acostumbrada a sentirse desorientada al despertar.

Entonces lo recordó todo... Zachary Efron, la tormenta, la cabaña, la pesadilla, y la experiencia de despertarse asustada y encontrar la protección de su abrazo; pero sabía que aquella seguridad era temporal, y que sus abrazos no eran para ella. Se volvió hacia la ventana con un suspiro y vio que, por difícil que fuera de creer, la nieve seguía cayendo, aunque no con tanta fuerza. Era obvio que aún no podría marcharse.

Colocó una mano bajo la mejilla, y siguió contemplando la cortina blanca que caía suavemente. Era fácil desear que la nieve no parara nunca y que el tiempo se detuviera para poder quedarse allí cobijada, aislada de todo y a salvo. Pero el hijo que llevaba dentro era prueba inequívoca de que el tiempo nunca se detenía, así que se levantó y abrió su maleta para estar presentable antes de volver a enfrentarse a Zac.

Al salir de la habitación se dio cuenta de que él no estaba en la cabaña, y aunque debería haberse sentido aliviada, el ambiente acogedor hizo que se sintiera sola. Quería sentir su presencia, aunque sólo fuera oyéndolo moverse en otra habitación. Se dijo que no importaba dónde estuviera, ya que no tendría más remedio que volver, así que decidió ir a la cocina para preparar el desayuno.

Sin embargo, en ese momento vio la media docena de bosquejos que había sobre la mesa donde habían comido. Su talento como pintor era innegable, y se reflejaba incluso en unos simples esbozos a lápiz o a carboncillo, y Vanessa sintió nervios y curiosidad por saber cómo la veía otra persona... no, no cualquiera, sino Zachary Efron en concreto.

Sus ojos parecían demasiado grandes, demasiado misteriosos, y su boca excesivamente suave y vulnerable. Vanessa se pasó un dedo por ella, y frunció el ceño. Había visto su propia cara infinidad de veces en fotografías tomadas desde el mejor ángulo posible, imágenes en las que aparecía cubierta de sedas, pieles y joyas. Su rostro y su cuerpo habían vendido litros y litros de perfume, y auténticas fortunas en ropa y joyería.

Vanessa Hudgens. Había olvidado casi por completo a aquella mujer, de quien se había dicho que sería el rostro de los noventa, y que había tenido brevemente el control de su propio destino en las manos. 

Pero aquella persona había desaparecido, había sido aniquilada.

La mujer de los esbozos era más suave, redondeada y frágil, pero por otro lado parecía más fuerte. 

Vanessa levantó uno de los dibujos y lo contempló con atención, mientras se preguntaba si sólo se estaba imaginando que veía aquella fuerza porque la necesitaba.

Al oír que la puerta se abría se volvió hacia ella, con el esbozo aún en la mano, y vio entrar a Zac, cubierto de nieve y cargado con un montón de leña.

Ness: Buenos días. Parece que has estado ocupado, ¿no?

Él soltó un gruñido mientras se sacudía la nieve de las botas, y al ir a colocar la leña junto a la chimenea, fue dejando un reguero húmedo a su paso.

Zac: Creía que dormirías hasta más tarde.

Ness: Lo habría hecho, pero él no ha querido -dijo, dándose una suave palmadita en el vientre-. ¿Te preparo algo para desayunar?

Zac se quitó los guantes, y los dejó sobre la repisa de la chimenea.

Zac: Ya he comido, hazte algo para ti.

Vanessa esperó a que se quitara el abrigo. Al parecer, las aguas habían vuelto a un cauce más o menos amigable.

Ness: Parece que ya no nieva tanto -comentó al fin-.

Él se sentó frente al fuego para quitarse las botas. Los cordones estaban prácticamente helados.

Zac: Hay más de un metro de espesor, y no creo que pare en toda la tarde -comentó mientras sacaba un cigarro-. Será mejor que te pongas cómoda.

Ness: Parece que ya lo estoy -levantó el dibujo, y admitió-: me siento halagada.

Zac: Eres muy guapa -dijo con naturalidad, mientras colocaba las botas delante del fuego para que se secaran-. No puedo resistirme a pintar cosas hermosas.

Ness: Tienes suerte -dejó el dibujo sobre la mesa-. Es mucho más gratificante ser capaz de reproducir algo bello, que ser hermoso sin más.

Zac enarcó una ceja al notar la nota casi imperceptible de amargura en su voz.

Ness: Es extraño, pero cuando la gente cree que alguien es hermoso, casi siempre empieza a considerarlo un objeto -le explicó-.

Se metió en la cocina sin añadir nada más, y Zac se quedó sin saber qué decir, con el ceño fruncido.

Vanessa preparó café para él y se pasó la mañana arreglando la cocina, y Zac le dejó espacio para no agobiarla. Antes de que anocheciera conseguiría las respuestas que buscaba, pero de momento se contentó con dejarla entretenerse mientras él trabajaba.

Tenía la impresión de que necesitaba mantenerse ocupada, aunque pensaba que lo lógico para una mujer en su estado habría sido pasarse el día durmiendo, o descansando haciendo punto. Supuso que debía de ser energía nerviosa, o una estrategia para intentar evitar la confrontación que él le había prometido la noche anterior.

Ella no lo bombardeó a preguntas ni se puso a mirar incesantemente sobre su hombro, así que la mañana pasó sin pena ni gloria. En una ocasión, levantó la mirada y la vio sentada en un extremo del sofá, leyendo un libro sobre partos, y más tarde ella se puso a cocinar y preparó un guiso que le hizo la boca agua.

Vanessa no dijo gran cosa en toda la mañana, aunque él sabía que estaba esperando inquieta a que volviera a sacar el tema que había quedado pendiente la noche anterior. A media tarde, decidió que parecía bastante descansada, así que tomó su cuaderno de esbozos y un trozo de carboncillo y empezó a trabajar mientras ella pelaba manzanas sentada frente a él.

Zac: ¿Por qué elegiste Denver?

Lo único que reveló su sorpresa fue un movimiento brusco y casi imperceptible del cuchillo, pero Vanessa no levantó la mirada ni dejó de pelar manzanas.

Ness: Porque nunca había estado allí.

Zac: Dadas las circunstancias, ¿no habrías estado mejor en un sitio que te resultara familiar?

Ness: No.

Zac: ¿Por qué te fuiste de Dallas?   

Ella dejó la manzana que tenía en la mano y agarró otra.

Ness: Porque había llegado el momento.

Zac: ¿Dónde está el padre del bebé, Vanessa?

Ness: Muerto -dijo, sin el más mínimo rastro de emoción en la voz-.

Zac: Mírame.

Sus manos se detuvieron cuando levantó la mirada hacia él, y Zac se dio cuenta de que estaba siendo sincera, al menos en lo que acababa de decirle.

Zac: ¿No tienes ningún familiar que pueda ayudarte? 

Ness: No.

Zac: ¿Y la familia del padre de tu hijo?

Ella se sobresaltó, y se hizo un corte en el dedo con el cuchillo. Zac dejó de inmediato su dibujo y le tomó la mano, y ella pudo ver de nuevo su propio rostro plasmado en el papel.

Zac: Voy a por unas vendas.

Ness: Es sólo un rasguño -empezó a decir, pero Zac se marchó sin darle tiempo a seguir-.

Cuando regresó empezó a limpiarle la herida con antiséptico, y Vanessa volvió a sentirse desconcertada ante la preocupación que mostraba por ella. Sintió el escozor en el dedo, pero Zac la trató en todo momento con gran cuidado y delicadeza.

Zac: Si sigues así, voy a acabar pensando que no paras de tener accidentes. 

Estaba arrodillado ante ella, contemplando con el ceño fruncido la herida.

Ness: Y yo acabaré pensando que eres un buen samaritano -sonrió cuando él levantó la mirada, y añadió-: pero supongo que los dos estaríamos equivocados.

Zac le vendó el dedo, y volvió a sentarse.

Zac: Vuelve la cabeza un poco hacia la izquierda -cuando ella obedeció, él tomó su cuaderno y pasó a una hoja en blanco-. ¿Por qué quieren quitarte a tu hijo?

Ella se volvió bruscamente hacia él, pero Zac siguió dibujando.

Zac: Me gustaría que te pusieras de perfil, Vanessa -dijo con voz tranquila, aunque claramente exigente-. Vuelve la cabeza otra vez, y levanta un poco la barbilla. Sí, perfecto -permaneció en silencio mientras trazaba su boca sobre el papel, y finalmente dijo-: la familia del padre quiere quitarte a tu hijo, y me gustaría saber por qué.

Ness: Yo nunca he dicho eso.

Zac: Claro que sí -dijo, apresurándose para captar el brillo de enfado que ardía en sus ojos-. Déjate de rodeos, Vanessa, y dime lo que pasa.

Ella apretó las manos con fuerza, pero cuando habló su voz contenía tanto miedo como furia.

Ness: No tengo por qué contarte nada.

Zac: Tienes razón.

Zac siguió dibujando, pero sintió un estremecimiento de agitación y deseo que lo sorprendió y sobre todo le preocupó. Decidido a apartar de su mente la extraña reacción, y a concentrarse en sacarle a aquella mujer las respuestas que quería, añadió:

Zac: Pero como no voy a dejar el tema, será mejor que desembuches de una vez.

Zac era un experto en observar y leer las expresiones de los demás, así que consiguió captar el sutil juego de emociones que se sucedieron en el rostro de ella. Enfado, frustración, y aquel extraño miedo que seguía sacándolo de quicio.

Zac: ¿Crees que te llevaré a rastras hasta ellos? Piensa un poco, no tengo ninguna razón para hacerlo.

Zac había creído que no podría contenerse y que empezaría a gritar, porque lo estaba sacando de quicio, pero se sorprendió tanto como ella cuando la tomó de la mano, y su asombro aumentó aún más cuando sintió que los dedos de ella se cerraban instintivamente sobre los suyos. Cuando Vanessa levantó los ojos y lo miró, un sinfín de extrañas emociones que había creído inalcanzables para él inundaron su pecho.

Zac: Anoche me pediste que te ayudara.

Los ojos de ella se suavizaron con gratitud, pero dijo con voz firme:

Ness: No puedes ayudarme.

Zac: Puede que no, y puede que no lo haga -pero quería ayudarla, aunque no entendía el porqué-. No soy ningún samaritano, Vanessa, ni bueno ni de ninguna otra clase, y no me entusiasma la idea de añadir los problemas de otra persona a los míos. Pero estás aquí, y no me gusta estar a oscuras.

Vanessa estaba cansada. Cansada de huir, de esconderse, de intentar arreglárselas completamente sola.

Necesitaba tener a alguien a su lado, y cuando Zac la tomó de la mano y la miró con ojos serenos y decididos, casi pudo creer que ese alguien era él.

Ness: El padre de mi hijo está muerto -empezó a decir, midiendo sus palabras con sumo cuidado. Le diría lo suficiente para satisfacerlo, pero no todo-. Sus padres, los abuelos del niño, quieren quitármelo, supongo que para... no sé, para reemplazar o recuperar algo que han perdido, para asegurarse la continuación de su linaje. Yo lo siento por ellos, pero este bebé no les pertenece -sus ojos se encendieron con un brillo fiero y protector, como el de una tigresa protegiendo a sus cachorros-. Es mío.

Zac: No creo que nadie pueda cuestionar tus derechos como madre, ¿por qué has tenido que huir?

Ness: Tienen mucho poder y dinero.

Zac: ¿Y qué?

Ness: ¿Es que te parece poco? -furiosa, se apartó de él, y se rompió el contacto que les había dado tanta calma a ambos-. Para ti es muy fácil quitarle importancia al tema, porque vienes de un ambiente parecido al de ellos y perteneces a su mundo. Nunca has pasado necesidades ni penurias y nadie se atreve a arrebatarle algo a la gente como tú, así que no entiendes lo que es saber que tu vida está en manos de otras personas.

Fue dolorosamente evidente que estaba hablando por experiencia propia.

Zac: Tener dinero no significa obtener siempre lo que uno quiere.

Ness: ¿De verdad? -se volvió hacia él, y lo miró con expresión rígida y gélida-. Tú deseabas tener un sitio para pintar, donde estar solo y que nadie te molestara. ¿Tuviste muchos problemas para poder conseguirlo?, ¿tuviste que hacer planes, que ahorrar o renunciar a algo?, ¿o simplemente firmaste un cheque y te viniste a vivir aquí?

Zac se levantó y la miró con indignación. 

Zac: Comprar una cabaña no tiene nada que ver con quitarle un niño a su madre.

Ness: Puede que para algunos no, pero al fin y al cabo los objetos no son más que posesiones. 

Zac: Estás siendo ridícula. 

Ness: Y tú ingenuo.

Aquello le pareció divertido, y el enfado de Zac se enfrió un poco.

Zac: Eso si que es una novedad. Anda, siéntate, me pones nervioso cuando te mueves tan bruscamente.

Ness: No voy a romperme -refunfuñó, aunque le hizo caso y se sentó en una silla-. Soy fuerte y puedo cuidar de mí misma; de hecho, antes de irme de Dallas me hice una revisión, y tanto el niño como yo estamos mejor que bien. En un par de semanas ingresaré en un hospital de Denver y daré a luz a mi hijo, y después desapareceré del mapa.

Zac pensó que aquella mujer era muy capaz de hacer lo que estaba diciendo, pero entonces recordó lo perdida y asustada que se había mostrado la noche anterior. Era inútil señalar el estrés al que estaba sometida y sus posibles consecuencias, pero ya había descubierto qué botones eran los que tenía que pulsar.

Zac: ¿Crees que es justo para el bebé seguir huyendo?

Ness: Claro que no. Es terriblemente injusto, pero sería peor detenerme y dejar que me lo quitaran.

Zac: ¿Por qué estás tan segura de que querrían o podrían hacerlo?

Ness: Porque ellos mismos me lo dijeron. Me explicaron lo que creían que sería mejor para el niño y para mí, y me ofrecieron dinero -su voz se llenó de veneno, cáustico y amargo-. Me ofrecieron dinero por mi hijo, y cuando lo rechacé me amenazaron con quitármelo sin más -no quería revivir aquella escena aterradora, y con esfuerzo logró borrarla de su mente-.

Zac sintió una tremenda repugnancia por aquellas personas a las que ni siquiera conocía, pero sacudió la cabeza para intentar aclarársela y poder razonar con Vanessa.

Zac: Sea lo que sea lo que quieran o lo que intenten, no pueden apoderarse por las buenas de algo que no les pertenece. Ningún tribunal le quitaría a una madre la custodia de su hijo sin una buena causa.

Ness: No puedo ganar esta guerra yo sola -cerró los ojos por un momento, luchando contra la necesidad desesperada de echarse a llorar y de expulsar todo el miedo y la angustia que sentía-. No puedo enfrentarme a ellos en su propio terreno, y no pienso exponer a mi hijo a un infierno de pleitos y luchas legales, a la publicidad, a las habladurías y a las especulaciones. Un niño necesita un hogar, amor y seguridad, y voy a hacer lo que haga falta, iré a donde sea, para asegurarme de que mi hijo tiene todas esas cosas.

Zac: No voy a discutir sobre lo que es mejor para ti o para el bebé, pero tarde o temprano vas a tener que enfrentarte a todo esto.

Ness: Lo haré cuando llegue el momento.

Zac se levantó, y fue a la chimenea a encender otro cigarro. Debería olvidarse del tema, dejarla tranquila para que siguiera su propio camino, ya que todo aquello no era de su incumbencia. No era su problema. Soltó un juramento, porque sabía que, de algún modo, cuando ella se había aferrado a su brazo para poder cruzar la carretera, había pasado a ser asunto suyo.

Zac: ¿Tienes dinero?

Ness: Un poco. Bastante para pagar la factura del médico, y para comprarle algunas cosas al niño.

Zac sabía que se estaba buscando problemas, pero por primera vez en casi un año sentía que algo era realmente importante. Se sentó en el borde de la chimenea, y la contempló mientras soltaba una bocanada de humo.

Zac: Quiero pintarte -dijo con tono brusco-. Te pagaré el sueldo de una modelo, además de darte cama y comida.

Ness: No puedo aceptar tu dinero.

Zac: ¿Por qué no? Después de todo, parece que crees que tengo demasiado.

Ness: No he querido decir eso -dijo sonrojada de vergüenza-.

Él hizo un gesto displicente, como si aquello careciera de importancia.

Zac: No importa lo que hayas querido decir, eso no quita que quiera pintarte. Trabajo a mi propio ritmo, así que tendrás que ser paciente; no se me da bien transigir, pero teniendo en cuenta tu condición, estoy dispuesto a hacer algunas concesiones y a parar cuando estés cansada o incómoda.

Era muy tentador, y Vanessa intentó olvidarse de que ya antes había vivido de su apariencia física, y concentrarse en lo que aquel dinero extra significaría para el bebé.

Ness: Me gustaría acceder, pero eres un artista muy famoso y me reconocerían si el retrato saliera a la luz.

Zac: Eso es verdad, pero yo no estaría obligado a decirle a nadie dónde te he conocido o cuándo. Tienes mi palabra de que nadie te encontrará por mi culpa.

Vanessa permaneció en silencio unos segundos, mientras luchaba consigo misma.

Ness: ¿Puedes acercarte un poco? -le preguntó al fin-.

Zac echó el cigarro al fuego, fue hacia ella y se puso en cuclillas delante de la silla.

Ness: ¿Me das tu palabra? -le preguntó, mientras lo observaba con atención-. 

Ella también había aprendido a leer las expresiones de la gente.

Zac: Sí.

Había riesgos que merecía la pena correr. Vanessa extendió las dos manos hacia él, en señal de confianza.


Debido a la continua nevada, el día pasó sin amanecer, atardecer ni puesta de sol. La luz permaneció tenue durante toda la jornada, y la noche llegó sin mayor ceremonia. Y entonces dejó de nevar.

Vanessa no se habría dado cuenta si no hubiera estado mirando por la ventana. No fue escampando gradualmente, sino que pareció que el flujo de copos de nieve se detenía en seco, como si alguien hubiera cerrado un grifo. Sintió una ligera decepción, la misma que recordaba haber sentido de niña cuando terminaba una tormenta, y de forma impulsiva se puso las botas y el abrigo y salió al porche.

La nieve le llegaba a las rodillas a pesar de que Zac había estado despejando la entrada con una pala, y cuando sus botas se hundieron y desaparecieron Vanessa tuvo la sensación de que se la tragaba una suave y esponjosa nube. Se rodeó con los brazos, e inhaló el frío aire de la montaña.

No había ni luna ni estrellas, la luz del porche alcanzaba apenas a un metro de donde estaba, y lo único que se oía era el silencio. Para algunos la enorme sábana de nieve habría sido como una cárcel, un obstáculo, pero para ella era una fortaleza protectora.

Había decidido volver a confiar en alguien de nuevo, y allí de pie, rodeada de aquella oscuridad y de aquella quietud, supo que había hecho lo correcto.

Zac no era un hombre amigable ni afable, pero era una buena persona y además estaba segura de que podía confiar en su palabra. Iban a utilizarse mutuamente, ya que él la quería para su arte y ella para tener un sitio donde cobijarse, pero era un intercambio justo. Necesitaba descansar, aprovechar cualquier tiempo que pudiera conseguir para recuperarse y recobrar las fuerzas.

No le había confesado lo cansada que se sentía, ni el esfuerzo que le había supuesto mantenerse de pie a lo largo del día. El embarazo había sido fácil desde el punto de vista físico, ya que era una mujer fuerte y sana; de no ser así, se habría derrumbado hacía tiempo, porque los últimos meses habían consumido hasta la última gota de sus reservas emocionales y mentales. La cabaña, las montañas y aquel hombre iban a darle tiempo para poder llenar sus reservas de nuevo. Iba a necesitarlas.

Zac no entendía lo que los Eagleton podían llegar a conseguir con su dinero y su poder, pero ella había visto de lo que eran capaces. Habían pagado y maniobrado para ocultar los errores de su hijo, y con unas pocas llamadas a las personas adecuadas habían conseguido que su muerte y la de la mujer que lo acompañaba pasara de ser un incidente escabroso a un accidente trágico.

La prensa no había mencionado ni una sola vez el alcohol ni el adulterio, y la versión pública era que Anthony Eagleton, el heredero de la fortuna de su familia, había muerto a causa de una carretera resbaladiza y de un fallo en el coche, no por su conducción criminal y temeraria estando bebido. Y la mujer que lo acompañaba había pasado a ser su secretaria, en vez de su amante.

El proceso de divorcio que Vanessa había iniciado había quedado borrado, completamente erradicado, ya que ninguna sombra de escándalo podía recaer sobre la memoria de Anthony Eagleton o sobre su ilustre apellido, y Vanessa había sido presionada para que interpretara el papel de viuda conmocionada y desconsolada.

Y era cierto que se había sentido conmocionada y desconsolada, pero no por lo que se había perdido en una solitaria carretera a las afueras de Boston, sino por lo que había desaparecido tan pronto después de su noche de bodas.

Se recordó que no servía de nada mirar atrás, sobre todo en ese momento, en el que tenía que mirar hacia delante. Sin importar lo que había pasado entre Tony y ella, habían creado una vida juntos, una vida que estaba a su cargo, a la que debía amar y proteger.

Al contemplar la nieve primaveral, que llegaba hasta donde le alcanzaba la vista resplandeciente e inmaculada, fue capaz de creer que todo saldría bien,

Zac: ¿En qué estás pensando?

Sobresaltada, se volvió hacia Zac con una suave risita.

Ness: No te he oído llegar.

Zac: No estabas escuchando -dijo mientras cerraba la puerta tras de sí-. Aquí fuera hace bastante frío.

Ness: Se está de maravilla. ¿Qué espesor crees que tiene la nieve?

Zac: Yo diría que un metro más o menos.

Ness: Nunca había visto algo así, es difícil imaginar que pueda llegar a derretirse y que vaya a crecer la hierba.

Zac no se había puesto los guantes, así que optó por meterse las manos en los bolsillos de la chaqueta.

Zac: Llegué aquí en noviembre, y para entonces ya estaba nevado. No he visto el paisaje de otra manera.

Vanessa intentó imaginarse cómo sería vivir en un sitio donde la nieve no se derretía nunca, pero decidió que ella necesitaba la primavera, el florecer de las plantas, el color verde, la promesa en el aire.

Ness: ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

Zac: No lo sé, no me lo he planteado.

Vanessa le sonrió, aunque sintió algo de envidia ante su actitud tan despreocupada.

Ness: Tendrás que montar una exposición con todas esas pinturas.

Zac: Sí, supongo que tendré que hacerlo tarde o temprano, pero no hay prisa -movió los hombros, inquieto de repente-. 

San Francisco, su familia y sus recuerdos parecían muy lejanos.

Ness: El arte tiene que ser contemplado y admirado -murmuró pensando en voz alta-. No debería estar aquí escondido.

Zac: ¿Pero las personas sí?

Ness: ¿Te refieres a mí, o es que tú también estás escondiéndote de algo?

Zac: Estoy trabajando -contestó con calma-.

Ness: Un hombre como tú puede trabajar en cualquier parte, supongo que no tienes más que apartar a los demás con un par de codazos y ponerte manos a la obra.

Zac no pudo evitar sonreír.

Zac: A lo mejor, pero de vez en cuando me gusta tener algo de espacio. Cuando uno logra hacerse un nombre, la gente tiende a mirar por encima de tu hombro.

Ness: Bueno, yo me alegro de que vinieras a vivir aquí, fuera cual fuese la razón -se apartó el pelo de la cara, se apoyó contra un poste y admitió sonriente-: debería entrar, pero no me apetece.

Zac entornó los ojos, y le enmarcó la cara con manos frías y firmes.

Zac: Tus ojos tienen algo... -murmuró, mientras la hacía volverse hacia la luz-, dicen todo lo que un hombre desea escuchar de una mujer, pero también muchas cosas que no quiere oír. Tienes unos ojos sabios, Vanessa. Unos ojos sabios y tristes.

Ella no contestó, pero no fue porque su mente se hubiera quedado en blanco, sino porque se había llenado de repente de tantas cosas, de tantos pensamientos y deseos... había creído que no podría volver a sentir algo así de nuevo, y jamás se habría imaginado capaz de aquel deseo por un hombre. Su piel se acaloró, a pesar de que él la tocaba con manos frías y casi con desinterés.

La atracción sexual que sentía la sorprendió, e incluso la avergonzó un poco; sin embargo, fue la atracción emocional, su fuerza intensa y persistente, la que la silenció.

Zac: Me pregunto lo que has visto a lo largo de tu vida -añadió-.

Los dedos de Zac le acariciaron la mejilla como por voluntad propia. Eran largos y delgados, ideales para un artista, pero también duros y poderosos. Vanessa se dijo que, como iba a pintarla, era posible que él sólo estuviera familiarizándose con sus facciones, con la textura de su piel.

Sintió un intenso anhelo en su interior, el deseo absurdo e inalcanzable de ser amada, abrazada y deseada por la mujer que era en su interior, y no por su cara ni la imagen que podía verse desde el exterior.

Ness: Estoy un poco cansada -dijo, mientras intentaba mantener la voz firme-. Creo que me iré a dormir.

Zac no se apartó de ella de inmediato, y su mano permaneció en su rostro unos segundos más. No habría sabido decir qué fue lo que lo mantuvo allí, contemplándola, intentando ahondar en aquellos ojos que tanto lo fascinaban, pero finalmente retrocedió un paso y le abrió la puerta.

Ness: Buenas noches, Zac.

Zac: Buenas noches.

Él se quedó allí, a la intemperie, preguntándose qué demonios le estaba pasando. Por un momento... no, había durado mucho más que un momento... la había deseado. Sacó un cigarro, furioso consigo mismo. 

Había que estar cayendo muy bajo, para pensar en hacer el amor con una mujer que estaba embarazada de más de siete meses con el hijo de otro hombre.

Sin embargo, tardó mucho en lograr convencerse de que sólo habían sido imaginaciones suyas.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

se pone cada vez mas interesante... sube pronto...

Lu dijo...

Holaa!!
Que bueno que hayas vuelto a subir novelas, siempre entraba y me fijaba si habia algun cap nuevo.
Desde ya te digo que amo esta novela, me encanta!!!


Sube pronto :)

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