Zac
se preguntó en qué estaría pensando. Parecía tan serena, tan calmada... llevaba
un jersey rosa, y el pelo le caía en una cascada reluciente sobre los hombros.
Ese día tampoco se había puesto ninguna joya, nada que pudiera apartar la
atención de ella, ni que pudiera captar atención hacia ella.
Casi
nunca usaba modelos, porque incluso los que conseguían mantenerse en la pose
todo el tiempo que él les exigía, acababan mostrando signos de aburrimiento y
de incomodidad; sin embargo, Vanessa parecía capaz de quedarse allí sentada
indefinidamente, con la misma sonrisa dulce en la cara.
Aquello
era parte de lo que quería captar en el retrato, aquella paciencia interior,
aquella... bueno, Zac supuso que podría considerarse una serena aceptación del
tiempo, tanto del pasado como del que quedaba por llegar. Él nunca había sido
demasiado paciente, ni con los demás, ni con su trabajo, ni consigo mismo, y aunque
era un rasgo que admiraba en ella, no tenía ninguna intención de intentar
adoptarlo.
Pero
había algo más, algo que iba más allá de aquella increíble belleza femenina y
de aquella calma de madona. De vez en cuando vislumbraba una cierta fiereza en
ella, una determinación digna de un guerrero que revelaba que era una mujer capaz
de hacer lo que fuera necesario para proteger lo que era suyo. Y a juzgar por
su historia, lo único que le pertenecía era el niño que llevaba en su vientre.
Mientras
deslizaba el lápiz por el papel, Zac reflexionó sobre el hecho de que ella no
se lo había contado todo; de hecho, sólo le había contado pequeños retazos
incompletos para evitar que él siguiera haciéndole preguntas, y él no había
insistido. Normalmente no se conformaba con una respuesta parcial si quería una
explicación completa de algo, pero había sido incapaz de presionarla al ver que
lo poco que le había contado le resultaba tan doloroso.
Además,
aún quedaba tiempo. La radio seguía anunciando que las carreteras permanecían
cerradas y que aún quedaba nieve por llegar, y teniendo en cuenta lo
imprevisibles que podían resultar las Rocosas en primavera, seguramente
pasarían dos semanas, quizás incluso tres, hasta que se pudiera viajar con
total seguridad. Era extraño, pero, aunque lo más normal habría sido que se
sintiera molesto por aquella compañía obligada, lo cierto era que le gustaba
aquella ruptura en la soledad que él mismo se había impuesto. Hacía mucho
tiempo que no hacía un retrato, quizás demasiado, pero había sido incapaz de
enfrentarse a un sujeto de carne y hueso después de lo de Michael.
En la
cabaña, lejos de todos los recuerdos, había empezado el proceso de curación. En
San Francisco había sido incapaz de levantar un pincel, ya que el dolor había
hecho algo más que debilitarlo, lo había dejado vacío.
Pero
allí, aislado y completamente solo, había pintado paisajes y bodegones, sueños
apenas recordados, y marinas a partir de antiguos bosquejos. Había sido
suficiente, pero sólo con la llegada de Vanessa había sentido la necesidad de
volver a pintar el rostro humano.
En el pasado
había creído en el destino, en una pauta vital que estaba predestinada desde antes
del nacimiento, pero la muerte de Michael lo había cambiado todo. A partir de
aquel momento había tenido que echarle la culpa a alguien, a algo, y lo más
fácil a la vez que doloroso había sido culparse a sí mismo.
Pero
mientras esbozaba el rostro de Vanessa y pensaba en la extraña secuencia de
circunstancias que la habían llevado a su vida, empezó a cuestionarse de nuevo
sus creencias... y no pudo evitar volver a preguntarse lo que estaría pensando
ella.
Zac:
¿Estás cansada?
Ness: No -contestó
sin moverse-.
Zac la
había colocado en una silla junto a la ventana, en un ángulo en el que estaba
de cara a él, pero que le permitía mirar hacia fuera. La luz la iluminaba de
lleno, sin crear la más mínima sombra.
Ness: Me
gusta contemplar la nieve -siguió diciendo-; ahora hay algunas huellas, y me
gusta pensar en los animales que pueden haber pasado sin que los hayamos visto.
También puedo ver las montañas, y la verdad es que parecen muy viejas y
amenazadoras. Hacia el este son más accesibles, más amigables.
Zac
murmuró distraídamente su conformidad mientras contemplaba el boceto que estaba
haciendo. Era bueno, pero no acababa de reflejar lo que buscaba, y quería
empezar a trabajar pronto en un lienzo. Dejó el cuaderno a un lado, y la
observó con el ceño fruncido mientras ella le devolvía la mirada con expresión
paciente y algo divertida.
Zac: ¿Tienes
otra cosa que ponerte?, ¿algo que te deje los hombros al descubierto?
Ness: Lo
siento, pero mi ropero es un poco limitado en este momento.
Zac se
levantó y empezó a pasearse de la chimenea a la ventana, y de vuelta a la mesa.
Cuando se acercó a ella y le agarró la cara para hacer que la volviera de un
lado a otro, ella obedeció sin rechistar. Después de tres días posando para él,
se había acostumbrado a su actitud; a veces, sentía que la trataba como si fuera
un arreglo floral o un frutero, como si aquel momento tan especial en el porche
no hubiera existido. Se había convencido de que se había imaginado tanto la
mirada en los ojos de él como su propia reacción.
Él era el
artista, y ella la arcilla que había que modelar. Ya había pasado por aquello.
Zac: Tienes
una cara completamente femenina -dijo más para sí que para ella-. Atrayente a la
vez que serena, y suave a pesar de la forma pronunciada de los pómulos. Tus
rasgos no son amenazadores, pero resultan increíblemente impactantes. Esto
habla de sexo -dijo, mientras su dedo recorría con naturalidad su labio
inferior-, pero tus ojos prometen amor y devoción. Y el hecho de que estés
madura...
Ness: ¿Madura?
-dijo, riendo-.
Sus manos,
que había apretado con fuerza en su regazo cuando él había empezado a hablar,
se relajaron un poco.
Zac: Me
refiero a tu embarazo, que aumenta aún más la fascinación que despiertas. Una mujer
en estado refleja una promesa, una plenitud, y a pesar de la educación y del
progreso de hoy día, un misterio irresistible. Igual que un ángel.
Ness: ¿Qué
quieres decir?
Zac
empezó a hacer pruebas con su pelo, se lo echó hacia atrás, lo apiló sobre su
cabeza y finalmente lo dejó caer de nuevo.
Zac: Vemos
a los ángeles como seres etéreos y místicos, por encima de los deseos y los
fallos de las personas, pero la verdad es que fueron humanos en su día.
Sus
palabras hicieron que Vanessa sonriera, y le preguntó:
Ness: ¿Crees
en los ángeles?
La mano
de él permanecía enredada en su pelo, aunque se había olvidado por completo de
que la había puesto allí por una razón práctica.
Zac: Si
no creyera en ellos, la vida no valdría gran cosa -dijo, mientras pensaba que
el pelo de ella, rubio y suave como una nube, parecía el de un ángel-. De
repente, se sintió muy incómodo, y se apresuró a apartar la mano y a meterla en
el bolsillo de los pantalones.
Ness: ¿Quieres
descansar un rato? -le preguntó, con las manos de nuevo fuertemente apretadas
en su regazo-.
Zac: Sí,
lo dejaremos por una hora, tengo que pensar en esto.
Zac
retrocedió automáticamente en cuanto ella se levantó. Cuando no estaba
trabajando, se esforzaba al máximo por no tener ningún contacto físico con
ella, ya que le preocupaba lo mucho que deseaba tocarla.
Zac: Pon
los pies en alto -le dijo. Al verla enarcar una ceja, añadió nervioso-: es lo
que se recomienda en el libro que estás leyendo. Pensé que, dadas las circunstancias,
no estaría de más echarle una ojeada.
Ness: Eres
muy amable.
Zac: Supongo
que es el instinto de supervivencia -cuando ella le sonreía de aquella forma,
sentía unas sensaciones de lo más extrañas, cuya existencia se negaba a
reconocer-. Si me aseguro de que te cuides como debes, hay menos posibilidades
de que te pongas de parto antes de que se abran las carreteras.
Ness: Aún
me queda más de un mes -le recordó-, pero te agradezco que te preocupes por
mí... por nosotros.
Zac: Pon
los pies en alto; iré a buscarte un poco de leche.
Ness: Pero...
Zac: Hoy
sólo te has bebido un vaso -con un gesto impaciente, le indicó que se sentara
en el sofá antes de ir a la cocina-.
Vanessa
se reclinó contra los cojines con un pequeño suspiro de alivio. Levantar los
pies no era tarea fácil, pero consiguió apoyarlos en el borde de la mesita de
café. Al sentir el calor del fuego deseó poder tumbarse delante de la chimenea,
pero pensó con ironía que si lo hacía haría falta una grúa para levantarla.
Zac era
un hombre increíblemente amable, aunque a él no le gustaba que se lo recordara,
se dijo mientras lo oía trastear en la cocina. Nadie la había tratado así...
como a un igual, pero al mismo tiempo necesitado de protección; como a una
amiga, pero sin una lista de obligaciones o de deudas que pagar. Lo quisiera él
o no, algún día encontraría la manera de pagarle todo lo que estaba haciendo
por ella. Sí, lo haría en cuanto pudiera.
Si
cerraba los ojos y apartaba sus miedos, Vanessa podía visualizar su futuro.
Tendría un pisito en alguna ciudad, con una habitación para el niño decorada en
amarillos luminosos, blancos lustrosos y con dibujos de cuentos de hadas en las
paredes. Se sentaría en una mecedora con el bebé, y lo arrullaría en las largas
y silenciosas noches, mientras el resto del mundo dormía.
Y ya no
volvería a estar sola.
Al abrir
los ojos, vio a Zac de pie junto a ella, y deseó con todas sus fuerzas
aferrarse a sus manos para absorber parte de la fuerza y la confianza que
irradiaban de él; sin embargo, deseó aún más que él volviera a recorrer su
labio inferior con el dedo, lentamente, con ternura, que la tratara como a una
mujer y no como a un objeto que quería pintar.
Pero se
limitó a tomar el vaso de leche que él le entregó.
Ness: Cuando
el bebé nazca y deje de darle el pecho, no voy a volver a beber leche en toda
mi vida.
Zac: Esta
es la última fresca que quedaba, a partir de mañana tendrás que tomar en polvo.
Ness: Genial
-con una mueca, se bebió medio vaso de golpe-. Me imagino que es café, fuerte y
delicioso -tomó otro trago, y añadió-: y si me siento algo temeraria, finjo que
es champán francés en una copa.
Zac: Lástima
que no tenga ningún vaso de vino a mano, a lo mejor daría el pego. ¿Tienes
hambre?
Ness: Lo
de comer por dos es sólo un mito, y como engorde más, voy a empezar a mugir
como una vaca -satisfecha, volvió a reclinarse sobre los cojines-. El cuadro
que tienes de París... ¿lo has pintado aquí?
Zac lanzó
una mirada a la obra en cuestión. Era un estudio caprichoso y casi surrealista
del Bois de Boulogne, así que dedujo que ella conocía el lugar.
Zac: Sí,
a partir de viejos esbozos y de mi memoria. ¿Cuándo estuviste allí?
Ness: Yo
no he dicho que haya estado en París.
Zac: No lo
habrías reconocido de no ser así -le quitó el vaso vacío de la mano, y lo dejó
a un lado-. Vanessa, cuanto más reservada te muestras, más ganas tengo de
descubrir tus secretos.
Ness: Estuve
allí hace un año, pasé dos semanas -dijo con rigidez-.
Zac: ¿Te
gustó?
Ness: ¿Que
si me gustó París? -se obligó a relajarse. Había pasado una eternidad desde entonces,
casi lo suficiente para poder imaginar que le había ocurrido a otra persona-.
Es una ciudad preciosa. Las flores estaban en su apogeo, y los olores eran algo
increíble. Llovió sin parar durante tres días, pero uno podía sentarse y ver
pasar los paraguas, o contemplar cómo se iban abriendo los capullos de las
flores.
De forma instintiva,
Zac le cubrió las manos con una de las suyas para intentar calmar el agitado
movimiento de sus dedos.
Zac: No
fuiste feliz allí.
Ness: Estamos
hablando de París en primavera, sólo una tonta no se sentiría feliz de estar en
un sitio así -contestó mientras se concentraba en relajar las manos-.
Zac: El
padre del niño... ¿estaba contigo?
Ness: ¿Qué
importancia tiene eso?
No
debería tener ninguna, pero Zac sabía que a partir de ese momento pensaría en
ella cada vez que mirara el cuadro, y tenía que saberlo.
Zac: ¿Le querías?
Vanessa
fijó la vista en el fuego de la chimenea, pero las respuestas estaban dentro de
sí misma. ¿Había querido a Tony? Sus labios se curvaron ligeramente al darse
cuenta de que sí, había querido al hombre que había pensado que era.
Ness: Mucho.
Le quería mucho.
Zac: ¿Cuánto
tiempo llevas sola?
Ness: No
estoy sola -posó una mano sobre su vientre, y su sonrisa se ensanchó al sentir
un movimiento. Le tomó una mano a Zac, y la apretó contra su cuerpo-. ¿Sientes
eso? Es increíble, ¿verdad? Aquí dentro hay alguien.
Zac
sintió el suave movimiento bajo su mano, y se sorprendió al notar un fuerte golpe.
Sin darse cuenta, se acercó aún más.
Zac: Eso
ha parecido un gancho de derecha, es como si estuviera luchando por salir -conocía
perfectamente bien aquella sensación de impaciencia, la frustración al sentirse
atrapado en un mundo mientras se anhelaba estar en otro-. ¿Qué sientes tú?
Ness: Me
siento viva -riendo, colocó las manos sobre las suyas-. En Dallas me pusieron
un monitor, y pude oír el latido de su corazón. Sonaba rápido, impaciente, y
fue lo mejor del mundo. Creo...
En ese
momento, se dio cuenta de que Zac tenía la vista fija en ella. Sus manos
seguían unidas y sus cuerpos se rozaban, y mientras la vida que llevaba en su
interior le daba otra patada, Vanessa sintió que su pulso se aceleraba. Se
quedó sin aliento ante la calidez y la intimidad de aquel momento.
Zac
deseaba desesperadamente tomarla en sus brazos. La necesidad de apretarla
contra sí y abrazarla era tan intensa, tan aguda, que era un dolor físico.
Soñaba con ella cada noche, mientras intentaba dormir en el suelo de la
habitación libre. En sus sueños, estaban acurrucados juntos en una cama, con el
cálido aliento de ella acariciándole las mejillas y su pelo sedoso enredándose
en sus manos; sin embargo, al despertar se decía que estaba loco, y eso fue lo
que pensó en ese momento antes de apartarse de ella.
Aunque ya
no se tocaban, su cuerpo entero notó el largo y quedo suspiro que escapó de los
labios femeninos.
Zac: Me
gustaría trabajar un poco más, si crees que puedes aguantar.
Ness: Claro
-tuvo ganas de echarse a llorar-.
Se dijo
que era normal, ya que las mujeres embarazadas tenían las emociones a flor de
piel y podían sentirse heridas sin causa alguna.
Zac: Se
me ha ocurrido algo, ahora vuelvo -fue a la habitación donde dormía, y segundos
después volvió con una camisa azul marino-. Póntela, creo que el contraste entre
la camisa de hombre y tu cara puede ser la respuesta.
Ness: Vale.
Vanessa
entró en su dormitorio y se quitó el enorme jersey rosa, y al empezar a meter
un brazo en la manga de la camisa notó el olor de Zac en la gruesa prenda de algodón.
Era un aroma penetrante y descaradamente sexual, muy masculino. Incapaz de resistirse,
restregó la mejilla contra la suave tela. El olor no era nada delicado, pero hacía
que se sintiera segura, y aunque fuera una locura, provocó en ella un profundo
escalofrío de deseo.
No sabía si
estaba bien tener anhelos de mujer, desear a Zac como hombre, cuando estaba
acarreando con una responsabilidad tan enorme, pero se sentía tan cerca de él
que no parecía nada malo. Intuía que él también había sufrido mucho, y quizás
esa similitud y su aislamiento en la cabaña explicaban por qué sentía como si
lo conociera desde siempre.
Acabó de
ponerse la camisa con un suspiro. ¿Qué sabía ella de sus propios sentimientos?,
la primera y única vez que había confiado en ellos por completo, sólo había conseguido
sufrir. No sabía cómo definir las emociones que Zac despertaba en ella, pero lo
mejor sería centrarse sólo en su gratitud hacia él.
Cuando Vanessa
volvió a la sala de estar, Zac estaba repasando los bocetos, desechando unos y
dándole el visto bueno a otros. Al levantar la cabeza y verla allí de pie, se
dio cuenta de que su percepción de ella estaba muy, pero que muy equivocada.
Seguía
pareciendo un ángel dorado y de ensueño, pero en ese momento parecía mucho más
carnal, y él prefería pensar en ella como una ilusión, y no como una mujer de
carne y hueso que lo atraía.
Zac: Sí,
eso se acerca más a la imagen que busco -dijo, luchando por mantener la voz
firme-. El color te sienta bien, y el estilo masculino de líneas sobrias crea
un buen contraste.
Ness: Puede
que tardes en recuperar tu camisa, es muy cómoda.
Zac: Considérala
un préstamo.
Zac se
acercó a la silla, y al verla asumir la pose exacta de antes del descanso, volvió
a preguntarse si ella ya habría hecho de modelo con anterioridad. Ésa era otra
pregunta más que tendría que plantearle en el momento oportuno.
Zac: Vamos
a intentar algo diferente.
La hizo
moverse ligeramente mientras murmuraba para sí, y Vanessa estuvo a punto de
sonreír al verse relegada de nuevo al papel de jarrón.
Zac: Maldición,
ojalá tuviéramos flores... rosas, una sola rosa.
Ness: Podrías
imaginártela.
Zac: Puede
que lo haga -ladeó la cabeza hacia la izquierda, y retrocedió un poco-. Esto es
lo que buscaba, así que voy a pintarte directamente sobre un lienzo. Ya he perdido
bastante tiempo en bocetos.
Ness: Tres
días.
Zac: He
acabado cuadros en la mitad de tiempo cuando las cosas encajaban.
Vanessa
podía imaginárselo perfectamente sentado en un taburete alto con su caballete,
trabajando febrilmente con los ojos entornados y con aquellas manos largas y
poderosas en plena creación.
Ness: He
visto que has dejado algunas pinturas sin terminar -comentó-.
Zac: Perdí
el interés -dijo mientras empezaba a dibujar largos trazos en el lienzo con un
pincel-. ¿Tú acabas todo lo que empiezas?
Ella
reflexionó brevemente, y contestó:
Ness: Supongo
que no, pero siempre se ha dicho que debería hacerse.
Zac: ¿Por
qué arrastrar con algo hasta el amargo final, si no funciona?
Ness: A
veces hay que cumplir con lo prometido -murmuró pensando en sus votos
matrimoniales-.
Zac la
estaba observando con atención, y pudo vislumbrar el brillo de dolor que
relampagueó en sus ojos. Como siempre, a pesar de que intentaba evitarlo, las
emociones de ella le llegaron muy hondo.
Zac: A
veces es imposible mantener una promesa.
Ness: No,
pero eso no quiere decir que esté bien -se limitó a decir ella con voz suave-.
Zac
trabajó durante casi una hora, definiendo, refinando y perfeccionando cada
trazo. Ella tenía la expresión exacta que él quería, pensativa, paciente y
sensual, e incluso antes de trazar la primera línea había sabido que aquélla
sería una de sus mejores obras, quizás incluso la mejor de todas. Y también
sabía que necesitaría pintarla de nuevo, en otros estados de ánimo y en otras
poses.
Pero eso
era para más adelante; en ese momento, necesitaba captar la esencia, la simplicidad
de aquella mujer. Eso podía hacerlo trazando líneas y curvas, con blanco y
negro y unas cuantas sombras de gris, pero al día siguiente empezaría a rellenar
el conjunto, a añadir color y todas las complejidades. Al acabar, la tendría
por completo en el lienzo y la conocería perfectamente, como nadie lo había
hecho o lo haría jamás.
Ness: ¿Me
dejarás verlo antes de que esté acabado?
Zac: ¿Qué?
Ness: Que
si me dejarás ver el cuadro -no se movió, pero volvió los ojos de la ventana
hacia él-. Se supone que los artistas sois temperamentales, y que no os gusta
enseñar vuestro trabajo antes de que esté listo.
Zac: No
soy temperamental -la miró a los ojos, como retándola a que le llevara la
contraria-.
Ness: Sí,
eso es obvio -aunque la expresión de ella se mantuvo impasible, no consiguió
ocultar el tono de diversión en su voz-. Entonces, ¿me dejarás verlo?
Zac: No
me importa, mientras tengas claro que no pienso cambiar nada, aunque no te
guste.
Esa vez, Vanessa
no pudo contenerse y se echó a reír, y el sonido libre y profundo hizo que los
dedos de Zac se tensaran.
Ness: ¿Te
refieres a si veo algo que hiera mi vanidad? No te preocupes por eso, no soy
presumida.
Zac: Todas
las mujeres hermosas son presumidas, es normal.
Ness: Una
persona sólo es presumida si le importa su apariencia.
Entonces
fue Zac quien se echó a reír, aunque con cinismo. Dejó el lápiz, y dijo con
incredulidad:
Zac: ¿Me
estás diciendo que a ti te trae sin cuidado tu aspecto físico?
Ness: No
he hecho nada para ganármelo, ¿no? Fue un accidente del destino, o un golpe de
suerte. Si fuera increíblemente inteligente o tuviera talento para algo,
supongo que me molestaría mi apariencia, porque la gente no suele ver nada más
allá -se encogió de hombros, y volvió a colocarse en la pose perfecta-, pero como
no tengo nada más, he aprendido a aceptar que mi imagen es... no sé, una
especie de regalo que suple otras carencias.
Zac: ¿Cambiarías
tu belleza por algo?
Ness: Por
un montón de cosas, pero si cambiara una cosa por otra tampoco me la habría
ganado, así que seguiría sin tener importancia. ¿Puedo preguntarte algo?
Zac: Supongo
-sacó un trapo del bolsillo trasero del pantalón, y se limpió las manos-.
Ness: ¿De
qué te sientes más orgulloso, de tu apariencia física o de tu trabajo?
Él echó a
un lado el trapo. Era extraño que ella pareciera tan triste y seria, y que aun
así fuera capaz de hacerle reír.
Zac: Nadie
me ha considerado nunca guapísimo, así que no hay duda posible -empezó a girar
el caballete, pero cuando ella hizo ademán de levantarse, le hizo un gesto para
que no se moviera-. No, relájate. Échale un vistazo desde ahí, y dame tu
opinión.
Vanessa
contempló el dibujo. Era sólo un esbozo, y menos detallado que muchos de los
que él había hecho hasta el momento; aparecían su cara y su torso, y su mano
derecha posada justo debajo de su hombro izquierdo. Por alguna razón, parecía
una pose protectora... cautelosa, sin llegar a ser defensiva.
Pensó que
Zac había acertado de lleno con la camisa, ya que acentuaba su feminidad más
que un montón de encaje o de seda. Tenía el pelo suelto, y le caía sobre los
hombros en ondas desordenadas y atrevidas que contrastaban con aquella pose
serena. No había esperado encontrar ninguna sorpresa en su propio rostro, pero al
contemplar la imagen que Zac tenía de ella, se removió incómoda en la silla.
Ness: No
estoy tan triste como haces que parezca.
Zac: Ya
te he avisado de que no pienso cambiar nada.
Ness: Puedes
pintar lo que te dé la gana, sólo te estoy diciendo que estás equivocado conmigo.
Divertido
por la nota de altivez en su voz, Zac volvió a girar el caballete, pero no se
molestó en mirar su trabajo.
Zac: No
lo creo.
Ness: Yo
no soy patética.
Zac: ¿Patética?
La mujer del dibujo no tiene nada de patética, yo diría que la palabra que la
describe es «valiente».
Vanessa
sonrió, y se levantó de la silla.
Ness: Tampoco
soy valiente, pero es tu cuadro, así que puedes hacer lo que te dé la gana.
Zac: En
eso estamos de acuerdo.
Ness: ¡Zac!
Vanessa
hizo un gesto brusco, y su tono apremiante hizo que se apresurara a ir hasta
ella y la tomara de la mano.
Zac: ¿Qué
pasa?
Ness: ¡Mira!,
¡mira lo que hay ahí fuera! -dijo, señalando con la mano que tenía libre-.
Zac sintió
la tentación de estrangularla al darse cuenta de que lo que resonaba en su voz
no era apremio, sino entusiasmo al ver un ciervo a menos de dos metros de la
ventana. El animal tenía la cabeza alzada mientras olisqueaba el aire, y
arrogantemente, sin rastro de miedo alguno, los observó a través del cristal.
Ness: ¡Es
precioso! Nunca había visto uno tan grande, ni tan de cerca.
Zac
compartió su entusiasmo. Un ciervo, un zorro, un halcón volando en círculos...
ver a aquellos animales había sido una de las cosas que le habían ayudado a
superar su dolor.
Zac: Hace
un par de semanas fui andando hasta un riachuelo que hay a un kilómetro y medio
de aquí, y me encontré a la familia entera. Estaba en la dirección del viento,
así que conseguí hacer tres esbozos antes de que me vieran.
Ness: Este
sitio le pertenece, ¿te lo imaginas? Acres y acres de terreno. Él debe de
saberlo, y por eso parece tan seguro de sí mismo -se echó a reír, y apoyó la
mano libre en el vidrio helado-. Es como si estuviéramos expuestos, y él hubiera
venido a echar una ojeada al zoo.
El ciervo
bajó el morro hasta la nieve, buscando la hierba que había debajo o quizás
oliendo el rastro de otro animal. Se movía sin prisa, seguro en su soledad
mientras a su alrededor los árboles goteaban hielo y nieve.
De
repente, el animal levantó la cabeza y se fue a toda prisa hasta desaparecer en
el bosque.
Vanessa
se echó a reír y se volvió hacia Zac, pero entonces se olvidó de todo.
Ninguno
de los dos se había dado cuenta de que se habían acercado tanto el uno al otro.
Seguían con las manos entrelazadas, y el sol que entraba por la ventana iba
perdiendo fuerza conforme la tarde daba paso a la noche. La cabaña, igual que
el bosque que la rodeaba, estaba inmersa en un silencio absoluto.
Zac alzó
una mano, y acarició su rostro. Ni siquiera se había dado cuenta de que ésa
había sido su intención, pero cuando sus dedos rozaron aquella tersa mejilla,
supo que había necesitado hacerlo.
Vanessa
no se alejó de él. Zac quería creer que habría acatado su decisión si ella hubiera
decidido apartarse, pero Vanessa no se movió.
Notó que
la mano de ella temblaba, y se dio cuenta de que él también estaba nervioso.
Otra nueva experiencia. Sabía que no debía acercarse a ella, se lo decía el
sentido común, pero no sabía si podría resistir la tentación.
Su piel
era cálida al tacto, real. No era un retrato, sino una mujer de carne y hueso.
Fuera lo que fuese lo que había pasado en su vida, lo que la había convertido
en la mujer que había llegado a ser, pertenecía al pasado. Ese momento era el
presente.
Ella
siguió mirándolo con ojos enormes y un tanto asustados, esperando sin moverse,
y Zac soltó un juramento para sus adentros mientras bajaba los labios hasta los
suyos.
Permitir
aquello era una locura, y desearlo aún peor, pero incluso antes de que la boca
de Zac se posara sobre la suya, Vanessa sintió que se rendía ante él. Hizo
acopio de valor, preguntándose adonde iba a conducirles todo aquello.
Su primer
y único pensamiento cuando la boca de él se posó sobre la suya fue que parecía el
primer beso de toda su vida. Nadie la había besado así. Había experimentado
pasión, el rápido y casi doloroso deseo derivado del frenesí ardiente; había
experimentado exigencias que había podido satisfacer, y otras que no; había
experimentado el deseo hambriento y la furia que un hombre podía sentir por una
mujer, pero jamás había experimentado, ni siquiera había podido imaginar, aquel
tipo de devoción.
Y sin
embargo, a pesar de todo, intuía en él necesidades más desenfrenadas firmemente
reprimidas, que hacían que aquel abrazo fuera más excitante, más avasallador
que ningún otro. Las manos de Zac estaban enterradas en su pelo, explorando,
acariciando, mientras sus labios se movían insaciables sobre los suyos. Vanessa
sintió que el mundo se movía bajo sus pies, y supo instintivamente que él estaría
allí para afianzarla.
Zac sabía
que debía detenerse, pero era incapaz de hacerlo. Probar el sabor de sus labios
había hecho que necesitara saborearla más y más, era como si hubiera estado
vacío sin saberlo, y en ese momento, de forma increíble, fulminante y
aterradora, estuviera lleno y completo.
Vacilantes,
incluso inocentes, las manos de Vanessa recorrieron sus brazos hasta posarse en
sus hombros, y cuando abrió los labios, Zac notó aquella misma curiosa timidez
en su invitación. A pesar de que en el exterior aún estaba enterrado bajo la
nieve, podía oler el aroma de la primavera en su pelo y en su piel, por encima
incluso del olor de la leña ardiendo. Los troncos se movieron en la chimenea, el
viento del anochecer empezó a ulular contra la ventana, y Vanessa suspiró.
Zac
quería seguir con la fantasía, levantarla en sus brazos y llevarla a la cama.
Necesitaba tumbarse junto a ella, quitarle la camisa y sentir su piel contra la
suya, que ella lo acariciara y lo abrazara, que confiara en él.
Sin embargo,
en su interior se estaba librando una auténtica batalla, ya que ella no era una
mujer sin más. Estaba embarazada y dentro de ella crecía el hijo de otro
hombre, uno al que ella había amado.
No tenía
derecho a quererla, y ella no podía confiar en él; aun así, se sentía
irresistiblemente atraído por ella, por sus secretos, por aquellos ojos que
decían mucho más que sus palabras... y por su belleza, que iba mucho más allá de
la forma y la textura de su cara, aunque ella no pareciera saberlo.
Tenía que
parar hasta que supiera exactamente lo que quería, y hasta que ella confiara lo
suficiente en él para contarle la verdad.
Hizo
ademán de apartarse de ella, pero Vanessa enterró el rostro en su hombro.
Ness: Por
favor, no digas nada, dame un minuto.
Las
lágrimas que oyó en su voz lo sacudieron aún más que el beso. El tira y afloja
en su interior se intensificó, y finalmente levantó una mano y le acarició el
pelo. Al sentir el movimiento del niño, Zac se preguntó qué era lo que iba a
hacer.
Ness: Lo
siento, no quiero ser pesada.
Su voz
sonó controlada de nuevo, pero aun así no lo soltó. A lo largo de su vida,
habían sido muy pocas las veces que alguien se había molestado en abrazarla, y
hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo necesitaba.
Zac: No eres
pesada.
Ness: Gracias
-retrocedió un poco, con los ojos brillantes de lágrimas contenidas-. Supongo
que ibas a decir que lo que ha pasado no ha sido algo premeditado, pero no hace
falta.
Zac: No, no
ha sido algo premeditado, pero no pienso disculparme por ello -dijo con calma-.
Ness: Ya
veo -apoyó una mano en el respaldo de la silla, un poco desconcertada-. Supongo
que lo que he querido decir es que... no quiero que creas que yo... maldición -se
dio por vencida, y volvió a sentarse-. He querido decir que no estoy enfadada
por el beso, y que lo entiendo.
Zac: Bien
-se sentía mucho mejor de lo que esperaba, y con tranquilidad agarró otra silla
y se sentó a horcajadas-. ¿Qué es lo que entiendes?
Ella
había creído que dejaría el tema, que optaría por el camino más fácil, y se
esforzó por explicarle cómo se sentía sin revelar demasiado.
Ness: Que
te doy un poco de pena, y te sientes un poco responsable por la situación y por
el cuadro -se preguntó por qué no podía relajarse, y por qué él la estaba
mirando con una expresión tan extraña-. No quiero que creas que te he
malinterpretado, no espero que...
La
explicación se estaba embrollando cada vez más, y cuando estaba a punto de abandonar
el intento y callarse, Zac enarcó una ceja y le hizo un gesto casi desafiante
para que acabara de hablar.
Ness: Sé
que nunca podrías sentirte atraído por mí físicamente... en estas
circunstancias, y no quiero que creas que he interpretado lo que ha pasado como
algo más que... que una especie de amabilidad tuya.
Zac: Eso
sí que tiene gracia -se rascó la barbilla, como si estuviera pensando en lo que
ella le acababa de decir-. Vanessa, no tienes pinta de ser tonta. Me siento
atraído por ti, y parte de esa atracción es muy física. Puede que hacer el amor
contigo no sea posible en este momento, pero eso no significa que el deseo no
exista.
Ella
abrió la boca para decir algo, pero acabó levantando las manos y dejándolas
caer de nuevo.
Zac: Tu
embarazo no es lo único que me impide hacer el amor contigo, hay una razón no
tan obvia, pero igual de importante. Necesito saber toda tu historia, Vanessa.
Ness: No
puedo contártela.
Zac: ¿Tienes
miedo?
Ella
sacudió la cabeza. Tenía los ojos brillantes de lágrimas, pero levantó la barbilla
en un gesto decidido.
Ness: Tengo
vergüenza.
Aquella
respuesta lo tomó totalmente por sorpresa.
Zac: ¿Por
qué?, ¿porque no estabas casada con el padre del niño?
Ness: No,
no es eso. Por favor, no insistas.
Zac quiso
protestar, pero se mordió la lengua porque ella estaba muy pálida, y parecía
cansada y demasiado frágil.
Zac: De
acuerdo, lo dejaré por ahora, pero quiero que sepas una cosa: siento algo por
ti, y va ganando fuerza cada vez más rápidamente, nos guste o no. En este
momento, no tengo ni idea de lo que voy a hacer con mis emociones.
Cuando él
se levantó de la silla, Vanessa alargó una mano y la posó en su brazo.
Ness: Zac,
no hay nada que puedas hacer, y no sabes lo mucho que me gustaría que las cosas
fueran diferentes.
Zac: La
vida es algo que uno va construyéndose, ángel -le acarició el pelo, y después
se apartó-. Necesitamos más leña.
Vanessa
permaneció sentada en la cabaña vacía, y deseó con todas sus fuerzas haberse
construido una vida mejor.
2 comentarios:
guauuuu!! cuantos cap tiene? ya quiero saber como sigue... no dejes de subir
ME ENCANTO!!
Me da mucho misterio la historia de Ness y ya quiero saberla!!
Sube pronto :)
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