Había
habido una época de su vida, aunque muy breve, en la que Vanessa se había
vestido con ropa elegante y había asistido a fiestas exclusivas. Había conocido
a gente cuyos nombres aparecían en los titulares de todo tipo de publicaciones,
había bailado con personajes famosos y cenado con los príncipes de la moda.
Después de tanto tiempo, casi parecía un sueño, pero había sido algo muy real.
Lo
cierto era que había disfrutado de su época de modelo; aunque era un trabajo duro,
había sido lo suficientemente joven e ingenua para dejarse deslumbrar por aquel
mundo glamuroso, incluso después de pasarse diez horas seguidas de pie.
Geoffrey
le había enseñado a andar, a permanecer erguida e incluso a aparentar interés
aun estando exhausta. Con él había aprendido a maquillarse para realzar sus
rasgos sutilmente o de forma llamativa, y a elegir un determinado peinado para
reflejar un estado de ánimo en concreto.
Sus
enseñanzas la habían ayudado a mantener una imagen de cara al exterior en los
actos públicos a los que había tenido que asistir con los Eagleton. Había sido
capaz de parecer sofisticada y tranquila, y había aprendido que, a veces, las
apariencias podían ser un gran consuelo.
No
tenía miedo de ponerse en evidencia o de cometer algún error que avergonzara a Zac
en la fiesta que sus padres iban a celebrar en su mansión de Nob Hill, pero
tampoco estaba segura de querer volver de nuevo a ese tipo de vida.
Se
preguntó cómo habrían sido las cosas si Zac fuera un hombre normal, perteneciente
a una familia como cualquier otra. A lo mejor se habrían comprado una casita
con un modesto jardín y se los habría tragado el anonimato, y Vanessa no podía
evitar desear en parte que hubiera sido así. En cierto modo, anhelaba aquella
simplicidad.
Sin
embargo, mientras se abrochaba los pendientes de diseño radial con gemas azules
que había comprado la semana anterior, se dio cuenta de que si Zac procediera
de otra familia y tuviera una vida diferente, no sería el hombre al que ella
amaba.... el hombre que ella empezaba a creer que a lo mejor podría llegar a
quererla también.
Vanessa
no cambiaría nada en él, ni de su apariencia ni de su forma de ser. A veces
deseaba que él se abriera un poco más, que compartiera con ella sus
sentimientos y sus ideas, pero no había perdido la esperanza, y creía que algún
día llegaría a hacerlo.
Quería
formar parte de su vida completamente, como amante, esposa y compañera, pero de
momento sólo había llegado a ser las primeras dos cosas.
En
ese momento se abrió la puerta, y Vanessa se volvió hacia ella.
Zac:
Si estás lista, podemos...
Zac
se paró en seco y se la quedó mirando con la boca abierta. Aquélla era la mujer
de la que Vanessa le había hablado, la que aparecía en las portadas de las
revistas y se ponía delante de una cámara luciendo sedas y abrigos de piel.
Estaba frente al espejo, y su cuerpo esbelto y perfecto estaba cubierto por un
vestido color azul medianoche de corte sencillo, que le dejaba los hombros y el
cuello al descubierto y enmarcaba sus senos de forma cautivadora, antes de
caerle en líneas totalmente rectas hasta los pies.
Se
había recogido el pelo hacia atrás, y sólo un par de mechones le rozaban las sienes.
Era
hermosa, gloriosamente hermosa, pero a pesar de la fascinación que experimentó,
Zac se sintió como si estuviera frente a una desconocida.
Zac:
Estás preciosa -comentó, aunque mantuvo la mano en el pomo de la puerta, y el
ancho de la habitación entre ellos-. Tendré que pintarte así -se dijo que
tendría que titular el cuadro La belleza de hielo... porque parecía fría, distante
e inaccesible-.
Ness:
Decidí seguir tu consejo en lo del color y los lazos.
Agarró
su bolso, y lo abrió y lo cerró nerviosamente mientras se preguntaba por qué la
estaba mirando como si fuera la primera vez que la veía.
Zac:
Sí, ya lo veo -pensó que un collar de zafiros habría sido un complemento perfecto
para el vestido-. Aún hace un poco de frío, ¿tienes un chal o algo para
taparte?
Ness:
Sí -molesta por su tono de voz, Vanessa fue hasta la cama y agarró bruscamente
una ancha bufanda de seda estampada en un arco iris de colores-.
Zac
se dio cuenta de que la parte trasera del vestido tenía una raja hasta el
muslo, y dijo con sequedad:
Zac:
Supongo que vas a causar sensación con ese modelito.
Vanessa
se sintió mortificada, pero se esforzó por mantener una apariencia calmada.
Ness:
Si no te gusta el vestido, ¿por qué no lo dices claramente? -se puso la bufanda
alrededor de los hombros en un movimiento rápido, y añadió-: es muy tarde para
cambiarme, pero tranquilo, no volveré a ponérmelo.
Zac:
Vanessa, espera -se apresuró a decir-.
La
agarró de la mano derecha antes de que pudiera salir de la habitación, y en ese
momento sus dedos tocaron la simple alianza que ella llevaba en el índice. Zac
entrelazó los dedos con los suyos al darse cuenta de que seguía siendo su Vanessa;
sólo tenía que mirarla a los ojos para verlo con claridad.
Ness:
Tengo que ir a preparar a Michael -murmuró mientras intentaba apartarse de él-.
Zac:
¿Esperas que me disculpe por ser humano y sentir celos?
El
rostro de Vanessa pareció quedarse helado, y sus ojos se vaciaron de toda
emoción.
Ness:
No me he puesto este vestido para atraer a otros hombres, sino porque me gustó
y pensé que me quedaba bien.
Zac
le acarició la mejilla, y soltó un juramento cuando ella dio un respingo.
Zac:
Mírame. No, maldita sea, a él no, sino a mí -cuando levantó la mirada hacia él,
Zac le dijo-: recuerda quién soy, y que no voy a tolerar que compares cada una de
mis palabras, cada uno de mis gestos y mis estados de ánimo con los de otro hombre.
Ness:
No lo estoy haciendo.
Zac:
Puede que no sea a propósito, pero sí que lo haces.
Ness:
Esperas que le dé un giro a mi vida de la noche a la mañana, y no puedo
hacerlo.
Zac:
Supongo que tienes razón -dijo mientras volvía a recorrer con el dedo la
alianza-. Pero puedes recordar que formo parte de tu nueva vida, no de la vieja.
Ness:
Tú no te pareces a él en nada -admitió. Su mano empezó a relajarse bajo los
dedos de Zac-. De eso no tengo ninguna duda, pero supongo que a veces es más
fácil esperar lo peor que desear conseguir lo mejor.
Zac:
No puedo prometerte lo mejor.
Vanessa
sabía que él nunca le haría promesas que no pudiera cumplir, y era un rasgo que
le encantaba.
Zac:
Pero puedes abrazarme, eso es lo más parecido.
Cuando
la rodeó con los brazos, su rostro quedó apretado contra el hombro de su
chaqueta negra de etiqueta, y al inhalar su aroma Vanessa sintió que los últimos
retazos de tensión se desvanecían.
Ness:
Supongo que yo también me he puesto celosa.
Zac:
¿Qué?
Vanessa
sonrió, y se echó atrás lo justo para poder mirarlo a la cara.
Ness:
Esta noche estás guapísimo.
Zac:
¿De verdad? -dijo a la vez incómodo y divertido-.
Ness:
Nunca te había visto en traje de etiqueta -recorrió con un dedo la solapa oscura,
que descansaba sobre una camisa blanca-. Es como ver a Heathcliff en esmoquin.
Él
se echó a reír, y tomó el rostro de ella entre sus manos.
Zac:
Qué imaginación tienes, ángel. No soy ningún héroe.
Ness:
Estás muy equivocado -dijo con ojos solemnes y muy serios-. Eres mi héroe -cuando
vio que él empezaba a encogerse de hombros, siguió abrazándolo con fuerza y
añadió-: por favor, déjame decirlo sin restarle importancia a mis palabras,
aunque sólo sea esta vez.
Él
le dio un toquecito en la nariz con un dedo, y contestó:
Zac:
No esperes que vaya por mucho tiempo con armadura. Vamos a por el niño, mi
madre nos castigará si llegamos tarde.
Él
no era ningún héroe, y le incomodaba que le consideraran como tal. Se sentía
mucho más cómodo conversando sobre su trabajo, o hablando de cómo les iba a ir
a los Giants en la liga de baloncesto. Prefería las discusiones a las buenas
obras.
Cuando
alguien pensaba que uno era heroico, era imposible estar a la altura de sus
expectativas, ya que se esperaba que tuviera la respuesta para todo, la llave
de la cerradura, la luz en medio de la oscuridad.
Michael
lo había considerado un héroe, y naturalmente, él había acabado fallándole.
Mientras
bebía un sorbo del champán que parecía fluir incesantemente entre los
invitados, Zac recordó que a su hermano pequeño le encantaban las fiestas como
aquélla, la risa, la gente y los rumores. Michael había sido un cotilla
impenitente.
Todo
el mundo le adoraba a los pocos minutos de conocerlo, y era una persona
extrovertida, divertida y cariñosa tanto con los desconocidos como con sus
amigos. Michael había sido el verdadero héroe, ya que siempre estaba haciendo
favores sin pedir nada a cambio, y siempre estaba dispuesto a ayudar o a mostrar
su entusiasmo por un proyecto.
Sin
embargo, tenía una vena de genio y firmeza que le había proporcionado un cierto
equilibrio, y que había impedido que fuera demasiado... demasiado bueno, por
decirlo de alguna manera.
Dios,
aún lo echaba mucho de menos, a veces con una intensidad insoportable.
En
aquella fiesta había personas que habían conocido a su hermano, que habían
conversado y brindado con él. A lo mejor eso era lo que había hecho que su
dolor se intensificara esa noche... estar en la casa de sus padres, donde
Michael y él habían crecido y habían compartido tantas cosas, y saber que nunca
más iba a ver entrar a su hermano por la puerta de aquel salón.
Zac
sabía que, de alguna forma, había que seguir adelante, que unas etapas de la
vida se cerraban para siempre y otras se abrían. De forma instintiva, volvió la
mirada hacia el otro extremo del salón, donde Vanessa estaba hablando con su
padre.
Ella
había bajado la ventanilla de su coche abollado y había acabado poniendo en sus
brazos a un bebé recién nacido, y en algún momento entre esos dos instantes, se
había enamorado de ella. No había sido una revelación acompañada de fanfarrias
y fuegos artificiales, sino un susurro quedo y dulce.
Si
de verdad existían los ángeles, uno de ellos le había enviado a Vanessa cuando
más la necesitaba.
Zac
sabía que ella le estaba agradecida, y que era tan generosa que le ofrecía amor
y afecto para corresponder lo que él le había dado. Había días en que pensaba
que aquello sería suficiente, que le bastaría en ese momento y en todos los
días que compartirían en el futuro... pero otras veces, sabía que no era así.
Entonces
quería agarrarla con fuerza, exigirle una y otra vez que lo mirara, que se
diera cuenta de quién era él y de lo que sentía por ella. Quería que Vanessa se
olvidara de lo que había sucedido en el pasado, y que confiara en lo que existía
entre ellos. Deseaba poder borrar todo lo que le había pasado anteriormente como
habría hecho con un lienzo, eliminar todas las cosas que habían causado las
sombras que le oscurecían los ojos, todo lo que hacía que ella dudara por un
instante antes de sonreír.
Sin
embargo, Zac sabía mejor que nadie que, cuando uno intentaba repintar una vida,
siempre se perdía algo. Las buenas y las malas experiencias por las que Vanessa
había pasado la habían convertido en la mujer que era, en la mujer a la que
amaba.
Egoístamente,
quería que Vanessa le amara tanto como él la amaba a ella, sin ninguna gratitud
ni sombras de vulnerabilidad. Sabía que simplemente con desearlo no iba a conseguir
que fuera así, pero tenía la esperanza de que el tiempo le echara una mano, y
estaba dispuesto a darle el que ella necesitara.
Alguien
se echó a reír al otro lado del salón, y un par de copas tintinearon en un
brindis. En el aire se entremezclaban los aromas del vino, de las flores y de
los perfumes femeninos, la luna llena brillaba más allá de las puertas abiertas
de la terraza, y la sala parecía relucir bajo el resplandor de las lámparas.
De
pronto, Zac sintió la necesidad de alejarse un momento del gentío y del ruido,
y se escabulló al piso de arriba para comprobar cómo estaba Michael.
Cliff:
El niño cada vez se parece más a ti.
Ness:
¿En serio? -preguntó radiante, y pensó que quizás iba a resultar ser un poco
vanidosa después de todo-.
Cliff:
Sí, aunque con lo impresionante que estás esta noche, nadie diría que acabas de
dar a luz.
Le
dio una de aquellas afectuosas palmaditas en la mejilla que siempre hacían que Vanessa
sintiera una mezcla de timidez y felicidad, y añadió:
Cliff:
Mi Zac tiene muy buen gusto.
Marion:
Cliff, deberías avergonzarte de flirtear con una mujer guapa a espaldas de tu
mujer.
Cliff:
Hola, Marion -se inclinó y le dio un beso en la mejilla a la recién llegada-. Ya
veo que llegas tarde, como siempre.
Marion:
Amanda ya me ha regañado -se volvió hacia Vanessa, y la miró de la cabeza a los
pies mientras tomaba un sorbo de champán-. Así que tú eres la misteriosa Vanessa.
Cliff:
Mi nueva hija -dijo antes de rodear los hombros de su nuera con un brazo y
darles un rápido apretón-. Vanessa, te presento a Marion Trussalt, su galería
de arte expone los cuadros de Zac.
Ness:
Sí, ya lo sé. Me alegro de conocerte.
Marion
no era una mujer hermosa, pero su pelo negro y sus ojos oscuros le daban una
apariencia exageradamente impactante. Llevaba un vestido vaporoso y ajustado
muy colorido, que conseguía un efecto tanto extravagante como sofisticado.
Marion:
Yo también, teniendo en cuenta que tenemos a Zac en común -sonrió, pero sus
ojos no mostraron ninguna calidez-.
Vanessa
reconoció de inmediato el desdén cuidadosamente refinado en su expresión.
Marion:
Se podría decir que tú tienes su corazón, y yo su alma -añadió-.
Ness:
Entonces, supongo que las dos deseamos lo mejor para él.
Marion:
Oh, claro -levantó su copa en un breve brindis-. Cliff, Amanda me ha pedido que
te recuerde que los anfitriones tienen que atender a sus invitados.
Cliff:
Es una tirana -comentó con una mueca-. Vanessa, ve a comer algo al bufé, te estás
quedando demasiado delgada -sin más dilación, se fue a cumplir con sus obligaciones-.
Marion:
Sí, la verdad es que es increíble lo delgada que estás, teniendo en cuenta que
has dado a luz... ¿cuánto hace?, ¿un mes?
Ness:
Casi dos meses -se cambió su vaso de agua a la otra mano, un poco nerviosa-.
Nunca
se le había dado bien reaccionar ante ataques velados.
Marion:
El tiempo vuela -se humedeció el labio superior con la lengua-. Es un poco raro
que en todo este tiempo no hayas venido a la galería ni una sola vez, ¿no?
Ness:
Sí, tienes razón. Tendré que ir un día de estos -intentó calmarse. No estaba
dispuesta a permitir que la intimidaran, ni a caer en el error de leer entre
líneas. Si Zac había tenido algún tipo de relación sentimental con Marion,
pertenecía al pasado-. Sé que Zac tiene en cuenta tu opinión, así que espero
que puedas convencerlo de que organice una exposición.
Marion:
Aún no he decidido si eso es una buena idea por el momento -dijo antes de
volverse a sonreír a alguien que la saludaba desde el otro lado del salón-.
Ness:
¿Por qué no?, los cuadros son fantásticos.
Marion:
Ese no es el único factor que hay que tener en cuenta.
Se
volvió hacia Vanessa, y le lanzó una breve mirada centelleante. Jamás había
sido la amante de Zac, y ninguno de los dos había tenido nunca la más mínima inclinación
en ese sentido. Sus sentimientos por Zachary Efron iban mucho más allá de lo
físico. Zac era un gran artista, y ella había sido... y pensaba seguir
siendo... la catalizadora de su éxito.
Si
él se hubiera casado con alguien que perteneciera a su círculo, o hubiera elegido
a una mujer que empujara o promoviera su carrera artística, ella se habría
sentido satisfecha; sin embargo, no podía soportar que hubiera echado por
tierra sus ambiciones, que se hubiera desaprovechado con una cara bonita cuya
reputación estaba en entredicho.
Marion:
¿He mencionado ya que conocía a tu primer marido?
Vanessa
no se habría sentido más conmocionada si la mujer le hubiera tirado su bebida a
la cara, y el impacto directo hizo que surgiera la primera grieta en la burbuja
protectora que había conseguido construir alrededor suyo y de su hijo.
Ness:
No. Si me disculpas...
Marion:
Siempre pensé que era un hombre fascinante. Joven y un poco alocado, pero fascinante.
Fue una tragedia que muriera tan pronto, antes de que pudiera ver a su hijo -apuró
su copa de un trago-.
Ness:
Michael es hijo de Zac -dijo con firmeza-.
Marion:
Eso he oído -volvió a sonreír, y añadió-: hubo algunos rumores justo antes y
después de la muerte de Tony. Hubo quien dijo que estaba a punto de divorciarse
de ti, que ya te había echado de la casa de su familia porque eras... algo
indiscreta -se encogió de hombros, y dejó su copa en una mesa-. Pero todo eso
pertenece al pasado. Dime, ¿cómo están los Eagleton?, hace mucho tiempo que no
hablo con Lorraine.
Vanessa
supo que, si no lograba controlar el súbito ataque de náusea que le revolvió el
estómago, se humillaría vomitando allí mismo.
Ness:
¿Por qué estás haciendo esto? -susurró-. ¿Qué importancia puede tener para ti?
Marion:
Querida, todo lo que tiene que ver con Zac tiene importancia para mí. Voy a
hacer que llegue a la cima, y no pienso dejar que nada impida su ascenso a lo
más alto. Por cierto, me gusta mucho tu vestido -añadió-.
En
ese momento vio que Amanda se acercaba a ellas, y se escabulló sin añadir nada
más.
Amanda:
¿Estás bien, Vanessa? Pareces blanca como la nieve. Ven, siéntate en una silla.
Ness:
No, necesito algo de aire -consiguió decir, antes de ir a toda prisa hacia las
puertas acristaladas que daban a la terraza de piedra-.
Amanda
la siguió, y una vez fuera, la tomó del brazo y la condujo a una silla.
Amanda:
Vamos, siéntate un rato, antes de que Zac nos encuentre. Si te ve así, me
echará la culpa por hacer que salgas y qué empieces a hacer vida social
demasiado pronto.
Ness:
No tiene nada que ver con eso.
Amanda:
Y mucho que ver con Marion -tomó el vaso de agua que Vanessa estaba apretando
con fuerza, y le dijo con voz calmada-: si te ha insinuado que hubo algo... personal
entre Zac y ella, te aseguro que no es cierto.
Ness:
Eso no me importaría.
Amanda
soltó una breve carcajada, y lanzó una mirada hacia el interior del salón.
Amanda:
Si lo dices en serio, eres más comprensiva que yo. Conozco desde hace treinta y
cinco años a uno de los antiguos... intereses de mi marido, y aún me gustaría
escupirle en el ojo.
Vanessa
se echó a reír, disfrutando de la suave y perfumada brisa nocturna.
Ness:
Sé que Zac me es fiel.
Amanda:
Por supuesto que sí, pero también deberías saber que Zac y Marion nunca han
sido amantes. No puedo decir que lo sepa todo sobre las relaciones de mi hijo,
pero tengo muy claro que Marion y él sólo tienen en común el arte. ¿Qué es lo
que te ha dicho para afectarte tanto?
Ness:
No ha sido nada -se llevó los dedos a las sienes, como intentando calmar un
súbito dolor-. De verdad, ha sido culpa mía, he tenido una reacción exagerada.
Sólo ha comentado que conocía a mi primer marido.
Amanda:
Ya veo -indignada, miró con un brillo peligroso en los ojos hacia el interior
del salón-. La verdad es que ha sido muy insensible al sacar el tema en la
fiesta para celebrar tu boda. Una mujer como Marion debería tener un poco más
de educación.
Ness:
El tema está zanjado y olvidado -irguió los hombros, mientras hacía acopio de valor
para volver a entrar en el salón-. Te agradecería que no le mencionaras nada de
todo esto a Zac, no hay razón para molestarle.
Amanda:
Muy bien, yo misma hablaré con Marion.
Ness:
No -volvió a tomar su vaso, y bebió un trago de agua-. Si hay que decir algo,
lo haré yo misma.
Amanda
sonrió de oreja a oreja, y dijo encantada:
Amanda:
De acuerdo, si eso es lo que quieres...
Ness:
Sí. Amanda, ¿podrías quedarte con Michael un día de la semana que viene?, me
gustaría ir a la galería a ver los cuadros de Zac -le dijo con determinación-.
A
veces, las decisiones apresuradas eran las mejores.
Vanessa
se despertó sin aliento y temblando. Luchó por salir de la pesadilla, y se
encontró en los brazos de Zac.
Zac:
Relájate, no pasa nada.
Ella
tomó una bocanada de aire, y la soltó lentamente.
Ness:
Lo siento -susurró, mientras se pasaba una mano por el pelo-.
Zac:
¿Quieres algo?, ¿un vaso de agua?
Ness:No.
Conforme
el miedo se fue desvaneciendo, la irritación fue ocupando su lugar. El
despertador indicaba que eran las cuatro y cuarto de la madrugada; se habían acostado
hacía tres horas, pero estaba completamente despierta e inquieta.
Sin
dejar de rodearla con un brazo, Zac se recostó en la almohada.
Zac:
No habías tenido una pesadilla desde que nació Michael, ¿es que ha pasado algo
esta noche en la fiesta?
Vanessa
pensó en Marion, y apretó los dientes.
Ness:
¿Por qué lo preguntas?
Zac:
Me di cuenta de que parecías alterada, y mi madre enfadada.
Ness:
¿Crees que me he peleado con tu madre? -sonrió, y se colocó más cómodamente
contra él-. No, la verdad es que nos llevamos muy bien.
Zac:
Pareces sorprendida.
Ness:
Me ha tomado por sorpresa que nos hayamos hecho amigas, aún sigo esperando a
que saque la escoba y el sombrero de punta.
Zac
se echó a reír, y le besó el hombro.
Zac:
Intenta criticar mi trabajo delante de ella, y ya verás.
Ness:
No me atrevería -de forma inconsciente, empezó a acariciarle el pelo. Cuando
estaba allí, con él, estaba convencida de que podría con cualquier cosa que amenazara
a su nueva familia-. Me ha enseñado el mural que pintaste en una de las
paredes, el de las criaturas míticas.
Zac:
Tenía veinte años, y era un romántico -y le había pedido una docena de veces a
su madre que lo cubriera con una capa de pintura-.
Ness:
A mí me gusta.
Zac:
No me extraña que te lleves tan bien con ella.
Vanessa
se movió hasta apoyar los brazos en el pecho de él; a pesar de que la luz de la
luna era muy tenue, podía verlo con claridad. No se dio cuenta de que aquél era
el primer movimiento completamente inconsciente y natural que hacía para
acercarse a él, pero Zac sí.
Ness:
Hablo en serio, me gusta. ¿Qué tienen de malo los unicornios, los centauros y
las hadas?
Zac:
Supongo que nada -admitió, aunque lo único que le interesaba en ese momento era
hacer el amor con ella-.
Ness:
Perfecto. ¿Qué te parece la idea de pintar un mural en una de las paredes de la
habitación de Michael?
Zac
estiró de un rizo que le caía sobre la mejilla.
Zac:
¿Me estás ofreciendo un encargo?
Ness:
Bueno, he visto algunas muestras de tu trabajo, y no están mal.
Él
estiró del rizo con un poco más de fuerza.
Zac:
¿Que no están mal?
Ness:
Parecen prometedoras -soltó una carcajada, y apartó la cara antes de que él
pudiera volver a agarrar el rizo-. Mándame unos cuantos esbozos de muestra,
para que decida si voy a contratarte.
Zac:
¿Y qué me dices de mis honorarios? -le preguntó con una sonrisa-.
Cuando
la calidez en su interior fue en aumento, Vanessa empezó a pensar que la pesadilla
que la había despertado podía tener un aspecto positivo después de todo.
Ness:
Son negociables.
Zac:
Muy bien, haré el mural con una condición.
Ness:
¿Cuál?
Zac:
Que dejes que vuelva a pintarte, pero desnuda.
Los
ojos de ella se agrandaron, pero se echó a reír, convencida de que estaba
bromeando.
Ness:
Al menos, podrías dejar que me ponga una boina.
Zac:
Has visto demasiadas películas antiguas, pero puedes ponerte una boina si quieres...
y nada más.
Ness:
No puedo hacerlo.
Zac:
Vale, entonces sin boina.
Ness:
Zac, no puedes estar hablando en serio.
Zac:
Claro que sí -para probarlo, y porque llevaba un rato deseando hacerlo, la
recorrió con la mano-. Tienes un cuerpo increíblemente precioso... unas extremidades
largas como de bailarina, una piel suave y cremosa, y una cintura estrecha.
Ness:
Zac... -dijo, no para intentar detener su mano, sino la conversación-.
Sin
embargo, no consiguió ninguna de las dos cosas.
Zac:
He querido pintarte desnuda desde la primera vez que hicimos el amor. Aún puedo
verte tal y como estabas cuando te quité el camisón, y captar esa feminidad,
esa sexualidad sutil, sería todo un triunfo para mí.
Ella
posó la mejilla sobre su pecho, y admitió:
Ness:
Me daría vergüenza.
Zac:
¿Por qué?, te he visto desnuda de los pies a la cabeza, conozco cada centímetro
de tu cuerpo -tomó sus senos en las manos, y rozó sus pezones con los pulgares-.
Al
ver la respuesta inmediata de ella, se estremeció de placer.
Ness:
Pero eres el único -dijo con voz ronca-.
Sin
apenas darse cuenta, empezó a recorrerlo con las manos lentamente.
Aquel
hecho era increíblemente excitante para Zac. Nadie más conocía los secretos del
cuerpo de Vanessa, sus curvas y sus valles, él era el único que sabía dónde
tocarla y acariciarla para conseguir que su timidez se disolviera en una corriente
de pasión. Quería plasmar sobre el lienzo la belleza de su persona, la dulzura de
sus inhibiciones, el fuego apasionado recién descubierto, pero podía esperar.
Zac:
Supongo que podría contratar a una modelo.
Ella
levantó la cabeza de golpe.
Ness:
¿Qué...? -la oleada de celos fue tan súbita y poderosa, que Vanessa se quedó
sin palabras-.
Zac:
Es arte, ángel, no un póster de una revista picante -dijo divertido y encantado
con su reacción-.
Ness:
Estás intentando chantajearme.
Zac:
Y tú eres muy lista.
Vanessa
entornó los ojos, y en un intento de seducción que los sorprendió a ambos, se
movió de modo que su cuerpo se rozara tentadoramente sobre el de Zac.
Ness:
Accedería sólo si yo pudiera elegir a la modelo.
Zac
sintió que el corazón le martilleaba, y cuando ella bajó la cabeza para
cubrirle el pecho de besos, cerró los ojos.
Zac:
Vanessa...
Ness:
No, la señora Drumberry. La he conocido esta noche.
El
abrió los ojos, pero cuando ella tiró de uno de sus pezones con los dientes, su
cuerpo se arqueó de golpe.
Zac:
Mabel Drumberry tiene ciento cinco años -consiguió decir-.
Ness:
Exacto -soltó una risita, pero siguió explorando y descubriendo, con una
creciente sensación de poder-. No quiero que estés metido en tu estudio con una
sexy y curvilínea pelirroja.
Zac
empezó a reír, pero el sonido se convirtió en un gemido cuando la mano de ella
se deslizó hacia abajo.
Zac:
¿No crees que pueda resistirme a una sexy y curvilínea pelirroja?
Ness:
Claro que sí, pero ella no podría resistirse a ti -frotó la mejilla a lo largo
de su mandíbula, que ya estaba un poco áspera con la barba incipiente de la
mañana-. Eres tan guapo, Zac... si supiera pintar, podría mostrártelo.
Zac:
Me estás enloqueciendo.
Ness:
Eso espero -murmuró, antes de bajar la cabeza y besarlo en la boca-.
Vanessa
nunca había tenido la confianza suficiente para llevar la iniciativa, nunca se
había sentido lo bastante segura de su habilidad o de su atractivo, pero con Zac
parecía natural e increíblemente satisfactorio provocar y excitar a su hombre
en un juego apasionado.
Él
permaneció con las manos enredadas en su pelo, y sus dedos se tensaron aún más
cuando la lengua de ella entró en su boca y empezó a explorar. Sus dedos eran
más instintivos que experimentados, y eso los hacía mucho más seductores.
Lentamente,
Vanessa se fue convenciendo del poder que tenía como mujer, y supo que podía
ser su compañera plenamente, de igual a igual. Era fácil mostrar su amor, casi
tanto como sentirlo.
Conforme
fue descubriéndolo a él, fue descubriéndose a sí misma. Ella no tenía tanta
paciencia como Zac, al menos en aquel aspecto; curiosamente, a la luz del día
se invertían los papeles. Zac era un hombre que necesitaba actuar con rapidez,
con decisión, y que parecía considerar que, si se cometían errores por culpa de
las prisas, podían corregirse o ignorarse sin más. Ella era más cauta, más dada
a pensar en las diferentes alternativas y en sus posibles consecuencias antes
de actuar.
Sin
embargo, Vanessa se dio cuenta de que en la cama, en el papel de seductora,
tenía muy poca paciencia.
Zac
intentó tomarla en sus brazos, pero ella se había convertido en una hechicera salvaje
y atrevida, y las sensaciones que estaba despertando en él lo arrastraron sin
que pudiera evitarlo. Era como tener a una mujer completamente diferente en la
cama, una que olía como Vanessa, que tenía una piel tan tersa como la suya y a
la que deseaba con tanta desesperación como a ella.
Cuando
la boca de ella cubrió la suya, el sabor era el de Vanessa, pero en cierto modo
más maduro, más intenso. Y el cuerpo de ella parecía abrasar su piel mientras
se movía sobre él.
Zac
intentó recordar que aquélla era su tímida y aún inocente mujer, a la que tenía
que tratar con infinita ternura y con extremo cuidado. Aún no había desatado
toda la fuerza de su pasión con ella. Con Vanessa se había tomado su tiempo, y
había utilizado hasta la última gota de sensibilidad que tenía.
Pero
en ese momento, ella lo estaba despojando de todo su control.
Vanessa
disfrutó de la gloriosa sensación de poder. A pesar de lo excitada que estaba,
su mente estaba completamente despejada. Podía debilitar a Zac, hacer que
enloqueciera de deseo, que se estremeciera. Sin aliento, encontró con los
labios de forma instintiva los puntos donde latía su pulso, y comprobó que su
corazón latía a un ritmo frenético... por ella. Sintió cómo su cuerpo temblaba
y se estremecía bajo sus caricias, y oyó cómo gemía enfebrecido su nombre.
Vanessa
oyó el sonido de su propia risa, cargado de sensualidad y de triunfo femenino.
El reloj del pasillo tocó las cinco, y el eco resonó una y otra vez en su
cabeza.
De
repente, con un largo sonido gutural y primitivo, Zac la rodeó con los brazos.
Su control se rompió como una goma al estirarse demasiado, y los deseos a medio
satisfacer que había contenido durante tanto tiempo se desbordaron.
Cuando
él se apoderó de su boca con una pasión desatada, Vanessa no se sintió aterrada,
sino victoriosa.
Atrapados
en aquella especie de locura, rodaron por la cama buscando, tomando, exigiendo,
con un frenesí que secaba la boca y sacudía el alma. Zac rasgó las costuras y
el encaje del recatado camisón que ella llevaba hasta lograr arrancárselo, y sus
manos recorrieron su cuerpo con ardientes caricias.
Vanessa
no sintió vergüenza ni timidez, sino una libertad completa, y en cierto modo diferente
a la que Zac ya le había enseñado. Tan desesperada como él, se abrió para
recibirlo, y cuando la penetró, ambos parecieron sacudirse en vibrantes oleadas
de placer.
Se
sumergieron en su propio ritmo, rápido y furioso, el uno impulsando al otro a ir
más allá. El placer parecía no tener límites, y el deseo insaciable se extendió
como un fuego arrasador.
Mientras
se entregaba a él, mientras pedía y recibía más, Vanessa se dio cuenta de que
el tiempo podía llegar a detenerse para los que eran lo suficientemente
afortunados.
¡Gracias por leer y comentar! 😊
Amy, gracias por decirme el nombre de aquella novela. Al parecer ya la había leído, solo que no me acordaba 😆
Ya te felicitaré el 31😉
2 comentarios:
Graciaaaas
Me ENCANTOO el capitulo xd
Amy
Me encanto!!!
Sube pronto :)
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