Vanessa
no contestó, incapaz de articular palabra, y Zac permaneció sentado en la
chimenea con la mirada fija en su rostro. Su enorme talento se debía en parte a
su capacidad de centrarse en una expresión y captar las emociones que se
ocultaban bajo la superficie, y quizás por eso era capaz de ocultar sus propios
sentimientos a la perfección.
Los
troncos chisporroteaban tras él, y el sol de media mañana entraba por las
ventanas hasta ir a parar a sus pies. Parecía muy tranquilo, como si acabara de
sugerir que podían comerse un plato de sopa al mediodía, y ella no habría
sabido decir si lo que le había propuesto realmente le resultaba tan indiferente.
Vanessa
se apoyó en la mesa, y se levantó con cuidado antes de decir:
Ness:
Estoy cansada, voy a tumbarme un rato.
Zac:
Vale, después hablaremos de esto.
Ella
se giró de golpe hacia él, y Zac no vio ni rastro de angustia ni de miedo en su
cara, sino una furia lívida y fulminante.
Ness:
¿Cómo puedes decirme algo así después de todo lo que te he contado?
Zac:
Puede que lo haya dicho precisamente por eso.
Ness:
Vaya, aquí está otra vez el buen samaritano -notó la amargura en su propia voz,
pero no pudo hacer nada por esconderla-. El caballero en su caballo blanco, que
acude galante y cargado de buenas intenciones para salvar a la inepta mujercita.
¿Crees que debería arrodillarme y sentirme agradecida?, ¿que voy a volver a ponerme
ciegamente en manos de alguien, a entrar en la misma pauta lamentable y destructiva,
porque un hombre me ofrece una vía de escape?
Zac
intentó controlar su genio, pero decidió dejar que ella lo viera y se levantó
de golpe.
Zac:
No quiero controlarte, y no pienso dejar que me compares con un maldito
maltratador alcohólico.
Ness:
Entonces qué quieres, ¿salvar a damiselas en peligro como un caritativo
caballero andante?
Zac
soltó una carcajada, pero aún seguía demasiado enfadado.
Zac:
Nadie me ha acusado nunca de algo parecido. Una de las razones de mi propuesta
es que soy un egoísta. Me conoces lo bastante bien para saber que soy un
gruñón, que tengo mi genio y que puedo enfadarme, pero yo no pego ni utilizo a
las mujeres.
Vanessa
se esforzó por controlar sus emociones, y logró calmarse un poco.
Ness:
Yo no he insinuado eso, ni te he comparado con nadie. Lo único parecido es la
situación.
Zac:
La situación no se parece en nada, el hecho de que yo tenga dinero es una
ventaja para ti.
Ness:
No me casé con Tony por su dinero.
Zac:
Ya lo sé, de eso no tengo ninguna duda -dijo con voz más suave-. Pero en este
caso, estoy dispuesto a aceptar que te cases conmigo por el mío.
Ness:
¿Por qué?
En
los ojos de Zac relampagueó una extraña expresión, pero desapareció antes de
que ella pudiera interpretarla.
Zac:
A lo mejor deberías haber preguntado eso antes de nada.
Ness:
Puede, pero te lo estoy preguntando ahora -dijo arrepintiéndose como siempre de
su arranque de furia y de sus duras palabras-.
Zac:
Siento algo por ti. No sé lo que es, pero es muy fuerte, mucho más que
cualquier otra cosa que haya experimentado en toda mi vida -levantó un dedo
hacia el rostro del lienzo y deseó poder explicarse mejor, pero siempre se
había expresado mejor a través de la pintura-. Me siento atraído por ti, y hace
poco me he dado cuenta de que ya llevo suficiente tiempo solo.
Ness:
Eso puede que sea suficiente, o casi, para algunos matrimonios, pero no lo es
para mí... sobre todo teniendo en cuenta la carga que tendrías que soportar.
Zac:
Tengo que saldar algunas cuentas pendientes -murmuró antes de volverse hacia ella
de nuevo-. A lo mejor ayudaros al niño y a ti me sirve para hacer borrón y cuenta
nueva.
Al
ver la ternura y el dolor en sus ojos, Vanessa sintió que su enfado se
evaporaba por completo.
Ness:
Ya nos has ayudado, y nunca podré llegar a pagártelo.
Zac:
No quiero que me pagues nada -dijo con voz cortante, impaciente-. Lo que quiero
es a ti, ¿cómo quieres que te lo diga?
Ness:
Creo que de ninguna.
Los
nervios empezaron a corroerla de nuevo, y se retorció las manos en un gesto de
ansiedad. Estaba claro que él estaba hablando muy en serio, y la posibilidad de
que la deseara la entusiasmaba y la aterrorizaba a la vez.
Ness:
Ya me equivoqué una vez y fue terrible, ¿es que no lo ves?
Zac
se acercó ella, le separó las manos con ternura y las mantuvo en las suyas.
Zac:
¿No te soy indiferente?
Ness:
No, pero...
Zac:
¿No me tienes miedo?
Ness:
No -contestó mientras sentía que parte de la tensión se disipaba-.
Zac:
Entonces, deja que te ayude.
Ness:
Voy a tener un hijo de otro hombre.
Zac:
No -tomó su rostro entre las manos porque quería que ella lo mirara a los ojos-.
Si te casas conmigo, el niño es de los dos, tanto en privado como de cara al
público. Totalmente.
Ness:
Vendrán a por él -dijo con lágrimas en los ojos-.
Zac:
Deja que vengan. No volverán a tocarte, y no van a llevarse al niño.
Zac
le estaba ofreciendo seguridad, y Vanessa se preguntó si realmente aquello que
siempre la había eludido podía estar sólo a una promesa de distancia. Abrió la
boca, a punto de aceptar su ofrecimiento, pero entonces sintió un nudo en el
estómago y posó una mano en la mejilla de él.
Ness:
¿Cómo voy a hacerte algo así?
La
respuesta de Zac fue cubrir sus labios con los suyos. Vanessa fue incapaz de
negar el deseo y el anhelo que los unía, ya que lo saboreó cuando su boca la
devoró, y lo sintió cuando la mano de él se deslizó por su pelo para detenerse
posesivamente en su nuca. De forma instintiva, deseosa de dar además de
recibir, Vanessa llevó la otra mano a su rostro en un tierno gesto de consuelo.
Era
obvio que ella no era la única que tenía que luchar contra sus propios
demonios, ni la única que necesitaba amor y comprensión. Zac era una persona fuerte,
y resultaba fácil olvidarse de que él también podía estar pasándolo mal. Vanessa
lo atrajo con más fuerza hacia sí, intentando ofrecerle su calor.
Zac
deseó poder hundirse en ella, en su dulzura, en su generosidad. Eso era lo que
quería captar sobre el lienzo, su calidez y su espíritu, aunque sabía que jamás
sería capaz de plasmarlo. Aquella parte fundamental de su belleza no podía
pintarse, pero podía ser protegida y adorada.
Zac:
Me necesitas -murmuró al apartarse ligeramente-. Y yo te necesito a ti.
Vanessa
asintió y apoyó la cabeza en su hombro, porque aquellas palabras lo habían dicho
todo.
Empezó
a nevar de nuevo, y pasaron tres días hasta que Zac pudo arriesgarse a ir al
pueblo. Vanessa lo observó mientras apuraba su taza de café y se ponía el abrigo.
Zac:
Volveré lo más rápido posible.
Ness:
Prefiero que te tomes tu tiempo y vayas con cuidado.
Zac:
El todoterreno es como un tanque -aceptó los guantes que ella le dio, pero no
se los puso-. No me gusta dejarte sola.
Ness:
Zac, llevo mucho tiempo cuidando de mí misma.
Zac:
Las cosas han cambiado. Seguramente mis abogados ya me han enviado la licencia
de matrimonio.
Ella
empezó a trastear de inmediato con los platos del desayuno, y comentó:
Ness:
Eso sí que sería rapidez.
Zac:
Les pago para que sean eficientes, y ya han pasado tres días desde que me puse
en contacto con ellos. Si puedo arreglarlo, me gustaría traer a un juez de paz.
A
Vanessa se le cayó un vaso de la mano, y fue parar al agua jabonosa.
Ness:
¿Hoy?
Zac:
No has cambiado de idea, ¿verdad?
Ness:
No, pero...
Zac:
Quiero que mi nombre esté en la partida de nacimiento -al verla dudar, sintió
una punzada de pánico-. Sería menos complicado si nos casáramos antes de que
nazca el niño.
Ness:
Sí, supongo que tienes razón.
Sin
embargo, todo parecía muy precipitado... como su primer matrimonio, que había
sido un torbellino de flores, champán y seda blanca.
Zac:
Entiendo que prefieras algo más festivo, pero en estas circunstancias...
Ness:
No, no me importa -se volvió hacia él, y consiguió esbozar una sonrisa-. Si
puedes arreglarlo para celebrar la boda hoy, no hay problema.
Zac:
De acuerdo. Vanessa, me gustaría que descansaras un poco hasta que vuelva, no
has dormido bien.
Ella
volvió a girarse hacia el fregadero. Había vuelto a tener la pesadilla, y no
había conseguido pegar ojo hasta que Zac se había metido en la cama con ella.
Ness:
No te preocupes, procuraré no cansarme.
Zac:
No creo que un beso te quite demasiadas fuerzas, ¿verdad?
Vanessa
sonrió, se volvió con las manos aún chorreando y levantó los labios hacia los
suyos.
Ness:
Aún no estamos casados, y ya me besas como si lleváramos veinte años de
matrimonio.
Zac
cambió el ambiente distendido con sólo mordisquearle juguetonamente el labio
inferior. En cuestión de segundos, Vanessa estaba aferrándose a él, en un
abrazo que no tenía nada de despreocupado.
Zac:
Eso está mejor -murmuró-. Ve a tumbarte, estaré de vuelta en menos de dos
horas.
Ness:
Ten cuidado.
Zac
cerró la puerta, y al poco tiempo Vanessa oyó el motor del todoterreno. Fue a
la sala de estar, y vio cómo se marchaba.
Por
extraño que pareciera, no se sintió sola a pesar de que en la cabaña se había
hecho un silencio absoluto. Soltó una suave carcajada al admitir para sí que
estaba un poco nerviosa, aunque se dijo que era lo normal para una futura
novia. Si Zac se salía con la suya... y empezaba a sospechar que casi siempre
era así... se casarían esa misma tarde.
Vanessa
se dio cuenta de que su vida iba a volver a cambiar por completo, pero esa vez
sería mejor, porque ella se aseguraría de que fuera así.
Llevaba
toda la mañana sintiendo un ligero dolor en la parte baja de la espalda, y se
llevó una mano a la zona para intentar calmarlo. Pensando que seguramente se
debía al colchón y a la noche inquieta que había pasado, fue a echarle un
vistazo al retrato.
Zac
lo había terminado el día anterior, lo sabía porque él le había advertido que
no lo tocara, porque la pintura tardaría un par de días en secarse del todo. Se
sentó en el taburete que él solía utilizar, y contempló su propio rostro.
De
modo que así era como la veía, pensó. Tenía la piel pálida, con sólo una ligera
sombra de color en los pómulos, y aquella blancura, aquella cualidad
traslúcida, era en parte lo que hacía que pareciera el ángel que él la llamaba
a veces. Parecía como si estuviera atrapada en una ensoñación, una de las muchas
en las que se había sumergido durante las horas en que Zac la pintaba. Como ya
le había dicho, la vulnerabilidad que se reflejaba en sus ojos y alrededor de
su boca era excesiva, y aunque la pose y la inclinación de su cabeza revelaban
fuerza e independencia, la mirada triste de sus ojos negaba aquella firmeza.
Vanessa
decidió que estaba leyendo demasiado en un simple cuadro, y al sentir de nuevo
el dolor, se levantó y empezó a pasearse por la cabaña mientras se frotaba la
base de la espalda.
En
un par de horas, iba a casarse allí mismo. No habría una multitud de conocidos,
ni un pianista tocando canciones románticas, ni un reguero de pétalos de rosa,
pero iba a ser una novia a pesar de no tener toda aquella parafernalia. Quizás
no podía hacer que fuera una ceremonia festiva, pero decidió que al menos se
celebraría en un sitio ordenado y empezó a arreglar un poco la cabaña.
Finalmente,
el dolor en su espalda hizo que se acostara un rato, y dos horas más tarde oyó
que el todoterreno se acercaba. Se quedó allí tumbada un poco más, intentando
aliviar la incomodidad que sentía, y se dijo que más tarde se daría un largo baño
para ver si se le pasaba. Salió a la sala de estar justo cuando Zac entraba con
una pareja bastante mayor.
Zac:
Vanessa, te presento al señor y a la señora Witherby. Él es un juez de paz.
Ness:
Hola, muchas gracias por venir hasta aquí.
**:
No se preocupe, forma parte de mi trabajo -dijo el señor Witherby, ajustándose
las gafas empañadas-. Además, su futuro marido no estaba dispuesto a aceptar un
no por respuesta.
*:
No le haga caso a este viejo cascarrabias, le encanta quejarse -comentó la señora
Witherby, mientras le daba unas palmaditas a su esposo en el brazo y miraba a Vanessa
con atención-.
Ness:
¿Quieren algo?, ¿un café?
*:
No se preocupe, el señor Efron ha traído un montón de provisiones. Usted
siéntese y deje que él se encargue de todo -la mujer tomó del brazo a Vanessa
con una de sus frágiles manos, y la llevó hasta el sofá-. El hombre está tan
nervioso como un pato en Navidad, deje que se mantenga ocupado un rato.
Vanessa
no pudo imaginarse a Zac nervioso por nada, pero supuso que los Witherby
esperaban aquella reacción de un hombre a punto de casarse. Al oírlo trastear
con bolsas y cacharros en la cocina, sugirió:
Ness:
A lo mejor tendría que ir a echarle una mano.
*:
No, es mejor que se quede aquí sentada -la señora Witherby le indicó con un
gesto a su marido que se sentara también, y añadió-: una mujer tiene derecho a
que la mimen cuando está embarazada, Dios sabe que no tendrá demasiado tiempo
para sentarse cuando nazca el niño.
Agradecida,
Vanessa se movió ligeramente para intentar aliviar el dolor de su espalda.
Ness:
¿Tienen hijos?
*:
Seis, además de veintidós nietos y cinco biznietos.
**:
Y otro de camino -anunció el señor Witherby, mientras sacaba una pipa-.
*:
Guarda ahora mismo esa cosa apestosa -le ordenó su mujer-. No quiero que fumes
en una habitación donde hay una mujer embarazada.
**:
No iba a encenderla -le contestó el hombre, antes de empezar a mordisquear la
boquilla-.
Satisfecha
al ver que su marido se comportaba, la señora Witherby se volvió hacia Vanessa.
*:
Qué cuadro tan bonito, ¿es que su futuro esposo es un artista? -comentó,
señalando un paisaje que podría venderse por una cantidad de seis cifras-.
Su
futuro esposo. Vanessa sintió una punzada mezcla de pánico y placer al oír
aquellas palabras.
Ness:
Sí, Zac es un artista.
**:
Me gustan los cuadros, tengo uno de una playa encima de mi sofá -dijo la mujer-.
Zac
entró en la habitación con un montón de flores en los brazos, y se aclaró la
garganta al sentirse un poco incómodo.
Zac:
Las vendían en el mercado -dijo-.
*:
Y él las compró todas -dijo la señora Witherby, divertida, mientras se levantaba
del sofá-. ¿Tiene un jarrón?, su prometida no puede acarrearlas todas.
Zac:
No, creo que... no lo sé.
*:
Hombres -la mujer suspiró, y le guiñó el ojo a Vanessa-. Démelas, yo me ocupo
de ellas. Usted vaya a hacer algo útil, como poner algo más de leña en el
fuego. No quiero que su futura esposa se resfríe.
Zac:
Ahora mismo, señora.
Zac
no recordaba haberse sentido tan inútil en toda su vida. Fue a la chimenea, deseando
ocuparse con algo.
**:
No deje que le intimide, muchacho. Se ha pasado cincuenta y dos años dándome la
tabarra -le dijo el señor Witherby, que seguía cómodamente sentado en una silla-.
*:
Alguien tenía que hacerlo -exclamó la señora Witherby desde la cocina-.
El
hombre soltó una carcajada, y comentó:
**:
¿Está seguro de que sabe dónde se está metiendo?
Zac
se limpió las manos en los pantalones y sonrió.
Zac:
No.
**:
Muy bien, de eso se trata -Witherby se echó a reír, y apoyó la cabeza en el respaldo
de la silla-. Essie, ¿quieres acabar de una vez? A estos señores les gustaría
casarse un día de estos.
Essie:
Mantén la lengua en la boca, ya has perdido los dientes que te quedaban -dijo
la mujer, al entrar en la sala de estar con una regadera llena de flores-.
La
colocó en el centro de la mesita de café, asintió con aprobación, y le dio a Vanessa
un único clavel.
Ness:
Gracias, son preciosas -empezó a levantarse, y estuvo a punto de soltar un
gemido al sentir otra punzada de dolor en la espalda-.
Zac
se acercó a ella y se colocaron juntos frente al fuego, mientras la leña
crepitaba y el aroma de las flores se mezclaba con el del humo. Las palabras
que pronunciaron fueron simples y ancestrales, y a pesar de la cantidad de
bodas a las que había asistido, la señora Witherby se secó las lágrimas de los
ojos.
«Para
amarte, honrarte y respetarte».
«En
la riqueza y en la pobreza».
«Y
prometo serte fiel».
Zac
le colocó un anillo muy sencillo, una simple banda de oro que le quedaba
demasiado grande, y al mirarlo Vanessa sintió que algo crecía en su interior,
algo cálido, dulce y trémulo. Entrelazó los dedos con los suyos, y repitió las
mismas palabras con una sinceridad que provenía directa del corazón.
Puede
besar a la novia -dijo Witherby-.
Zac
ni siquiera lo oyó. Ya estaba, era irrevocable, y hasta ese momento no se había
dado cuenta de cuánto significaba para él.
Con
la mano de Vanessa aún en la suya, la besó y selló la promesa.
Essie:
Felicidades -la señora Witherby posó sus labios resecos en la mejilla de Zac, y
después en la de Vanessa-. Señora Efron, ahora siéntese mientras yo le preparo
una taza de té, antes de que su marido nos lleve de vuelta a casa.
Ness:
Gracias, pero no tenemos té.
Zac:
He comprado un paquete.
Essie:
Sí, y todo lo que se le ponía por delante. Venga, Ethan, ven a echarme una
mano.
Ethan:
¿Es que no puedes preparar una taza de té tú sola?
La
señora Witherby puso los ojos en blanco.
Essie:
Ha casado a más de quinientas parejas, y no entiende nada de romanticismo.
Ethan, ven a la cocina y deja cinco minutos de intimidad a estos jóvenes.
El
hombre refunfuñó que quería irse a cenar, pero obedeció a su mujer.
Ness:
Son muy amables -murmuró-.
Zac:
No creo que hubiera conseguido apartarlo de la tele, si ella no lo hubiera sacado
de la casa.
Permanecieron
en silencio durante unos segundos, sin saber qué hacer.
Ness:
Gracias por pensar en las flores... y en el anillo -dijo al fin-.
Zac
le levantó la mano, y contempló la joya.
Zac:
En Lonesome Ridge no hay ninguna joyería, pero en la ferretería venden estos en
una caja junto a un montón de clavos. Puede que el dedo se te ponga verde.
Ella
se echó a reír, consciente de que iba a atesorarlo aún más.
Ness:
Aunque no te lo creas, puede que me hayas salvado la vida al comprarme el té.
Zac:
También te he traído palomitas.
Vanessa
se enfadó consigo misma por no poder controlarse, pero se echó a llorar.
Ness:
Lo siento, no puedo evitarlo.
Zac
no supo cómo reaccionar. Estaba un poco nervioso, y las lágrimas de ella no
ayudaron a que se tranquilizara.
Zac:
Mira, ya sé que no ha sido la boda del siglo exactamente, podríamos organizar
una fiesta o un banquete cuando volvamos a San Francisco.
Ness:
No, no es eso -se pasó las manos por la cara, pero las lágrimas siguieron
cayendo-. Ha sido preciosa, maravillosa... no sé cómo darte las gracias.
Zac:
Para empezar, podrías dejar de llorar -se sacó un pañuelo enorme del bolsillo,
que la mayoría de las veces solía usar como trapo cuando pintaba, y se lo
ofreció-. Vanessa, estamos legalmente casados, así que no tienes que
agradecerme cada puñado de flores que te dé.
Ella
se sorbió las lágrimas, e intentó sonreír.
Ness:
Creo que han sido las palomitas.
Zac:
Si sigues así, no voy a comprarte más.
Ness:
Quiero que sepas... -se secó la cara, mientras intentaba recomponerse-. Quiero
que sepas que voy a hacer todo lo que pueda por hacerte feliz, para que nunca
te arrepientas de esto.
Zac:
Voy a arrepentirme si sigues haciendo que parezca que le he dado a alguien mi
salvavidas cuando el barco se hunde -dijo, súbitamente impaciente-. Me he
casado contigo porque he querido, no por nobleza.
Ness:
Sí, pero...
Zac:
Vanessa, cállate.
Para
asegurarse de que ella le hacía caso, Zac cerró la boca sobre la suya, y por
primera vez Vanessa se dio cuenta de la verdadera fuerza del deseo y la pasión
de aquel hombre. Con un murmullo de sorpresa, lo apretó con más fuerza contra su
cuerpo.
Aquello
era lo único que Zac necesitaba para tranquilizarse, pero cuando la tensión
empezó a desvanecerse, empezó a surgir en él un deseo irrefrenable.
Zac:
Pronto vamos a llegar hasta el final -susurró contra su boca-. Quiero hacer el
amor contigo, y te aseguro que después no te quedarán fuerzas para darme las
gracias.
Antes
de que ella pudiera pensar en una respuesta adecuada, la señora Witherby
apareció con el té.
Ellie:
Ahora, deje que la pobrecilla descanse un poco y que se lo tome antes de que se
enfríe -dejó la taza sobre la mesa que había frente a Vanessa-. Siento hacer
que tenga que salir en el día de su boda, señor Efron, pero cuanto antes nos
lleve de vuelta, antes podrá volver y prepararle a su mujer ese suculento filete
que compró para la cena.
La
señora Witherby fue a recoger su abrigo, y siguiendo un impulso, Vanessa sacó
una de las flores de la regadera y se la dio.
Ness:
Nunca la olvidaré, señora Witherby.
Ellie:
Gracias -emocionada, la mujer olió la flor-. Cuídese, espero que todo vaya bien
con el niño. Ethan, vámonos.
Zac:
Volveré en una hora más o menos, las carreteras no están demasiado mal. Vanessa,
creo que deberías descansar, pareces exhausta.
Ness:
Se supone que debería estar resplandeciente, pero te prometo que no levantaré nada
más pesado que mi taza de té hasta que vuelvas.
Contempló
cómo se alejaba el todo terreno, pasando el dedo una y otra vez por su anillo
de casada. Era increíble lo poco que hacía falta para cambiar tanto, se dijo
mientras se frotaba la espalda dolorida.
Cruzó
la habitación para acabarse el té, y se dio cuenta de que nunca le había dolido
tanto, ni siquiera después de un día entero de trabajo en la granja de su tía.
El dolor era constante y profundo, y empezó a estirarse y a encogerse una y otra
vez. Se impacientó e intentó ignorarlo, pensar en palomitas y en té caliente,
pero todo fue en vano.
Llevaba
sola menos de diez minutos, cuando tuvo la primera contracción.
No
fue la ligera advertencia que mencionaban los libros, sino un dolor agudo y prolongado.
Como la tomó desprevenida, no tuvo tiempo de emplear la técnica de respiración
para soportarla, así que se tensó y luchó contra el dolor, y se desplomó contra
los cojines cuando remitió.
Su
frente se cubrió de sudor mientras intentaba convencerse de que era imposible
que estuviera de parto. Era demasiado pronto, un mes antes de lo previsto.
Seguramente era una falsa alarma, causada por los nervios y por la emoción de
aquel día.
Pero
el dolor de espalda... luchando por mantener la calma, consiguió sentarse. ¿Era
posible que llevara toda la mañana con dolores de parto?
No,
tenía que ser una falsa alarma. Tenía que serlo.
Pero
cuando tuvo la segunda contracción, empezó a cronometrar.
Cuando
Zac volvió estaba en la cama, pero no pudo llamarlo porque estaba en medio de
una dolorosa contracción; sin embargo, el miedo de la última hora se desvaneció
un poco. Él estaba allí, y de alguna forma eso significaba que todo iría bien.
Oyó que ponía un tronco en el fuego, respiró hondo cuando pasó el dolor, y entonces
lo llamó.
Zac
cruzó la sala de estar en tres zancadas al oír el apremio en su voz, pero al llegar
a la puerta del dormitorio se paró en seco y sintió que el corazón se le subía
a la garganta.
Vanessa
estaba apoyada contra las almohadas, medio tumbada y medio sentada, con el
rostro bañado en sudor y los ojos húmedos y casi negros.
Ness:
Me parece que no voy a poder cumplir con lo que acordamos -consiguió decir. Al
ver el mismo terror que ella sentía reflejado en el rostro de Zac, intentó
esbozar una sonrisa tranquilizadora-. El niño ha decidido adelantarse un poco.
Él
no le preguntó si estaba segura, ni empezó a protestar enloquecido que aquello
no era una buena idea. Quiso hacerlo, pero en un santiamén estuvo junto a ella,
aferrándole la mano.
Zac:
Tranquila. Aguanta un poco, voy a llamar para que venga un médico.
Ness:
Zac, no hay línea -dijo con voz nerviosa-. Intenté llamar cuando me di cuenta
de que esto iba muy deprisa.
Zac:
Vale -luchando por conservar la calma, Zac le apartó el pelo húmedo de la
frente-. Ha habido un accidente, la línea debe de haberse cortado. Iré a por
unas cuantas mantas más, y te llevaré en el todo terreno.
Vanessa
apretó los labios con fuerza.
Ness:
Es demasiado tarde, no aguantaría el viaje -intentó tragar, pero el miedo le
había secado la boca y la garganta-. Llevo horas de parto, toda la mañana, pero
no me he dado cuenta. Me dolía la espalda, pero no le di importancia porque
pensé que era culpa de los nervios y de lo mal que había dormido.
Zac:
Hace horas -murmuró al sentarse en el borde de la cama. Por un momento se le
quedó la mente en blanco, pero entonces sintió que los dedos de ella se tensaban
sobre los suyos-. ¿Cuánto tiempo hay entre contracciones?
Ness:
Unos cinco minutos, he estado... -echó la cabeza hacia atrás y empezó a
respirar con jadeos cortos y profundos-.
Zac
le pasó la mano sobre el abdomen, y notó que se tensaba. Había estado leyendo
los libros sobre parto y cuidado de bebés que ella había llevado, y aunque en su
momento se había dicho que sólo era para pasar el rato, algo muy dentro le había
llevado a intentar entender por lo que estaba pasando. A lo mejor había sido el
instinto lo que había hecho que asimilara los consejos, los detalles y las
instrucciones, pero al verla sufriendo se olvidó de todo.
Cuando
pasó la contracción, Vanessa tenía la cara aún más sudorosa.
Ness:
Cada vez son más frecuentes, no queda mucho tiempo -susurró. Aunque se mordió
los labios, no pudo evitar que se le escapara un sollozo-. No puedo perder a mi
bebé.
Zac:
Al bebé no le va a pasar nada, y a ti tampoco -dijo mientras le apretaba la
mano tranquilizadoramente-.
Iban
a necesitar montones de toallas, había que esterilizar unas tijeras y también
algo de hilo. Si uno lo pensaba con calma, la verdad era que resultaba bastante
simple... Zac esperaba que fuera tan fácil en la práctica.
Zac:
Aguanta, voy a por un par de cosas -vio el brillo de duda en sus ojos, y se
inclinó sobre ella-. Vanessa, no voy a dejarte sola. Voy a cuidarte, confía en
mí.
Ella
asintió, dejó caer la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.
Cuando
Zac volvió, tenía los ojos fijos en el techo y estaba jadeando. Él dejó unas
toallas limpias en el pie de la cama, y la cubrió con otra manta.
Zac:
¿Tienes frío?
Ella
negó con la cabeza.
Ness:
Habrá que mantener caliente al niño, es un poco prematuro.
Zac:
He puesto más leña en el fuego, y tenemos un montón de mantas -le limpió la cara
tiernamente con un trapo húmedo, y añadió-: has hablado con médicos y has leído
un montón de libros, así que sabes lo que va a pasar.
Vanessa
lo miró, mientras intentaba tragar con dificultad. Sí, sabía lo que iba a
pasar, pero leer sobre ello, imaginárselo, era muy diferente a la experiencia
real.
Ness:
Todos mienten -esbozó una débil sonrisa al verlo fruncir el ceño-. Te dicen que
no duele tanto si intentas acompañar al dolor.
Zac
se llevó la mano de ella a sus labios, y la mantuvo allí.
Zac:
Grita todo lo que quieras, haz que el techo se venga abajo con tus alaridos.
Nadie va a oírte.
Ness:
No voy a traer este niño al mundo en medio de gritos -soltó un jadeo, y apretó
con fuerza su mano-. No puedo...
Zac:
Sí, claro que puedes. Jadea, apriétame la mano. Con más fuerza. Vamos,
concéntrate en eso -mantuvo sus ojos fijos en los de ella, mientras Vanessa
expulsaba el aire-. Lo estás haciendo bien, mejor que bien -cuando el cuerpo de
ella se relajó, Zac fue hasta los pies de la cama-. Cada vez hay menos tiempo
entre contracciones, ¿verdad? -mientras hablaba, se arrodilló en el colchón y
levantó la manta-.
Ness:
Ya casi se van sucediendo sin apenas descanso.
Zac:
Eso significa que ya se está acabando, aférrate a eso.
Vanessa
intentó humedecerse sus labios resecos, pero sentía la lengua hinchada.
Ness:
Prométeme que, si me pasa algo...
Zac:
No te va a pasar nada -dijo con brusquedad-.
Sus
miradas volvieron a encontrarse, la de ella cargada de dolor, la de él de
decisión.
Zac:
Maldita sea, no voy a perderos a ninguno de los dos, ¿está claro? Los tres
vamos a sacar esto adelante. Ahora tienes trabajo que hacer, ángel.
Zac
se estremeció con cada contracción que sacudió su cuerpo. El tiempo parecía
ralentizarse mientras ella sufría, y acelerarse cuando descansaba. Él iba de un
lado para otro, colocándole bien las almohadas, secándole la cara y arrodillándose
a sus pies para comprobar el progreso del parto.
Aunque
Zac oía el fuego crepitando con fuerza en la sala de estar, le preocupaba que la
cabaña estuviera demasiado fría. Después empezó a preocuparse por el calor, ya
que el cuerpo de Vanessa parecía una estufa.
Jamás
se habría imaginado que el parto podía ser tan duro para una mujer. Sabía que
ella estaba exhausta, pero aun así conseguía superar el dolor una y otra vez, y
parecía recargar las fuerzas de alguna forma en los breves momentos de respiro
entre contracciones. El dolor parecía sacudirla de forma implacable con una
dureza terrorífica, y con su propia camisa empapada de sudor, él soltó un juramento
en silencio mientras la animaba a que respirara, a que jadeara, a que se
concentrara. Todas sus ambiciones, sus alegrías y sus penas se desvanecieron, y
sólo existía aquella habitación, aquel momento y aquella mujer.
Zac
creyó que ella se iría debilitando con el cuerpo tan castigado por la nueva
vida que luchaba por nacer, pero conforme fueron pasando los minutos, Vanessa
pareció llenarse de energía renovada. Con expresión fiera y valerosa, se echó
hacia delante y se preparó para lo que estaba por llegar.
Zac:
¿Has pensado en el nombre? -le preguntó, para intentar distraerla-.
Ness:
He hecho unas listas. Algunas noches, intentaba imaginarme su apariencia, y...
oh, Dios.
Zac:
Aguanta. Respira, ángel, respira.
Ness:
No puedo, tengo que empujar.
Zac:
Aún no, aún no. Dentro de poco -desde su posición a los pies de la cama, la
acarició- Vanessa, jadea.
Ella
intentó mantener la concentración, consciente de que, si lo miraba a los ojos y
sacaba fuerza de ellos, conseguiría salir adelante.
Ness:
No puedo aguantar mucho más.
Zac:
No hace falta, ya veo la cabeza -dijo con voz maravillada, al volver a mirarla-.
Puedo verla. Empuja en la próxima.
Mareada,
Vanessa empujó con todas sus fuerzas, y al oír un largo y profundo gemido
gutural, no se dio cuenta de que había salido de su propia boca. Zac le lanzó gritos
de ánimo, y ella empezó a jadear de nuevo.
Zac:
Bien, muy bien -apenas reconoció su propia voz, ni sus propias manos. Ambas
cosas le temblaban-. Ya tengo la cabeza, tienes un hijo precioso. Ahora los
hombros.
Ella
se preparó, desesperada por ver algo.
Ness:
Oh, Dios -las lágrimas se mezclaron con el sudor, y se cubrió la boca con las
manos-. Es tan pequeño...
Zac:
Y fuerte como un toro. Tienes que empujar para que salgan los hombros -con la
frente cubierta de sudor, colocó la mano bajo la cabeza del niño y se inclinó
hacia delante-. Venga, Vanessa, vamos a verlo de pies a cabeza.
Ella
enterró los dedos en las sábanas, echó la cabeza hacia atrás y dio a luz. Por
encima de su propia respiración jadeante, oyó el primer llanto del bebé.
Zac:
Es un niño -con ojos húmedos, sostuvo a la nueva vida que se retorcía en sus
manos-. Tienes un hijo.
Mientras
las lágrimas le caían por las mejillas, Vanessa se echó a reír. El terror y el
dolor quedaron olvidados al instante.
Ness:
Un niño, un niño pequeñito.
Zac:
Con unos buenos pulmones, cinco dedos en cada mano y cinco en cada pie -la
agarró de la mano, y se la apretó con fuerza-. Es perfecto, ángel.
Con
los dedos entrelazados, sonrieron mientras la cabaña se llenaba con el
ensordecedor e indignado llanto del recién nacido.
No
podía descansar. A pesar de que Zac quería que durmiera un poco, Vanessa era incapaz
de cerrar los ojos. El niño, que ya casi había cumplido una hora de vida,
estaba envuelto en sábanas y acurrucado en la curva de su brazo, y aunque
estaba durmiendo, ella no pudo contenerse y trazó su carita con la yema de un
dedo.
Era
tan pequeño... pesaba dos kilos y medio según la balanza de cocina que Zac había
sacado y limpiado a conciencia, medía cuarenta y cinco centímetros, y tenía un
poco de pelusilla rubia en la cabeza. Vanessa no podía apartar los ojos de él.
Zac:
Supongo que sabes que no va a desaparecer de repente, ¿no?
Ella
levantó la mirada hacia la puerta y sonrió. Tenía la piel casi traslúcida a
causa de la fatiga, y sus ojos resplandecían con un brillo triunfal.
Ness:
Ya lo sé -extendió la mano hacia Zac para que se acercara, y cuando él se sentó
en el borde de la cama, le dijo-: sé que debes de estar muy cansado, pero me
gustaría que te quedaras un rato.
Zac:
Tú has hecho todo el trabajo -murmuró mientras acariciaba con un dedo la
mejilla del niño-.
Ness:
Eso no es verdad, y es lo primero que quería decirte. No lo habríamos
conseguido sin ti.
Zac:
Claro que sí, yo sólo te he dado ánimos.
Ness:
No -le dio un ligero apretón en la mano, para hacer que la mirara a la cara-.
Eres tan responsable por esta nueva vida como yo. Sé lo que dijiste sobre lo de
poner tu nombre en la partida de nacimiento y sobre lo de ayudarnos, pero
quiero que sepas que es mucho más que eso. Tú lo has traído al mundo, y jamás
podré decir o hacer bastante. Y no me mires así -soltó una suave carcajada, y
se acomodó entre las almohadas-. Ya sé que no te gusta nada que te dé las
gracias, y no es lo que estoy haciendo.
Zac:
¿De verdad?
Ness:
Claro que no -le puso al niño en los brazos, en un gesto más elocuente que las
palabras-. Te estoy diciendo que hoy no sólo has conseguido una mujer.
El
bebé siguió durmiendo tranquilamente, acurrucado entre ellos.
Sin
saber qué decir, Zac acarició una pequeña manita y la vio cerrarse. Como
artista, había creído que entendía lo que era la belleza... hasta ese momento.
Zac:
He estado leyendo sobre los bebés prematuros -comentó-. Tiene un peso correcto,
y según el libro, un niño que nace después de treinta y cuatro semanas de
gestación no tiene por qué tener ningún problema. Aun así, quiero llevaros al
hospital. ¿Crees que estarás lo bastante fuerte para ir a Colorado Springs
mañana?
Ness:
Sí, los dos lo estaremos.
Zac:
Entonces, nos iremos por la mañana. ¿Quieres comer algo?
Ness:
Me comería un caballo.
Zac
sonrió, pero fue incapaz de devolverle el niño.
Zac:
Tendrás que conformarte con un filete de ternera. Y él, ¿no tiene hambre?
Ness:
Supongo que cuando la tenga nos lo hará saber.
Igual
que Vanessa antes que él, Zac sintió la necesidad de trazar la forma de su carita.
Zac:
¿Qué me dices del nombre?, no podemos seguir llamándolo «él».
Ness:
No, no podemos -acarició la suave pelusilla que le cubría la cabeza, y comentó-:
he pensado que a lo mejor te gustaría elegirlo tú.
Zac:
¿Yo?
Ness:
Sí. Supongo que tienes algún nombre preferido, o de alguien importante para ti,
y me gustaría que lo eligieras tú.
Zac:
Michael -murmuró al contemplar al pequeño dormido-.
2 comentarios:
Me encantó el capiiiiiiiiii . Saludos :)
Amy
Me encanto!!
He llorando un poquito jaja
Es tan tierna y romantica esta novela.
Sube proto :)
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