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sábado, 7 de agosto de 2021

Capítulo 4

 
Durante la noche nevó un poco más, pero con mucha menos intensidad que en los días precedentes. Los nuevos centímetros que habían caído descansaban en pequeños montoncitos sobre la nieve que ya se había consolidado, y había zonas donde el grosor total alcanzaba la altura de una persona. Los alféizares de las ventanas estaban cubiertos de montañitas en miniatura, que se movían constantemente bajo la acción del viento.

El sol ya había empezado a derretir la nieve más reciente, y al escuchar con atención, Vanessa podía oír el agua descendiendo por los canalones desde el tejado, era un sonido reconfortante, y la hizo pensar en una taza de té caliente junto a la chimenea, en un buen libro durante una tarde tranquila, o en una siesta en el sofá al atardecer.

Pero hacía sólo un par de horas que había amanecido, y como siempre, tenía la cabaña para ella sola.

Zac estaba cortando leña, podía oír el ruido del hacha desde la cocina, donde estaba calentando esperanzada un vaso de leche con una tableta de chocolate. Sabía que la leñera estaba llena, y que el montón de troncos que había detrás de la puerta trasera era enorme, así que tendrían bastantes reservas, aunque la nevada durara hasta junio. Zac era un hombre muy enérgico y físico a pesar de ser un artista, y ella entendía su necesidad de hacer algo manual y cansado.

Pensó que aquella escena parecía algo muy... hogareño. Ella en la cocina, y Zac cortando leña mientras unos largos carámbanos colgaban del tejado. Su pequeño mundo estaba en perfecta armonía, y no le faltaba de nada.

Cada mañana seguían la misma rutina: cuando ella se levantaba, él ya estaba fuera apartando nieve con la pala, o cortando y cargando leña. Ella le preparaba café o calentaba el que él había dejado hecho, mientras la radio informaba de lo que sucedía en el mundo exterior, que nunca parecía demasiado importante. Zac entraba al cabo de un rato, se sacudía la nieve de encima y se bebía la taza de café que ella le daba, y después él ocupaba su sitio tras el caballete y ella junto a la ventana.

A veces hablaban, y a veces ambos permanecían en silencio.

Bajo toda aquella rutina, Vanessa notaba una especie de prisa en él que no acababa de entender. Aunque podía pintar durante horas con movimientos controlados y medidos, Zac parecía impaciente por terminar. El cuadro avanzaba más rápido de lo que ella había anticipado, y estaba tomando forma en el lienzo... o al menos, la mujer que él veía cuando la miraba. Vanessa no entendía por qué había decidido hacerla parecer tan etérea, como un ser de ensueño, ya que ella era una persona completamente terrenal. El niño que llevaba en su vientre hacía que tuviera los pies completamente plantados en la tierra.

Sin embargo, había aprendido a no quejarse, porque él no le hacía el más mínimo caso.

Zac había dibujado otros esbozos, algunos de cuerpo entero y otros sólo de su cara, pero a ella no le había molestado, ya que consideraba que tenía derecho; al fin y al cabo, era la forma en que ella podía pagarle por su alojamiento. Algunos de los esbozos habían hecho que se sintiera un poco incómoda, como uno que Zac había dibujado de ella durmiendo en el sofá una tarde. En él parecía... indefensa, y, de hecho, se había sentido así al darse cuenta de que la había estado observando y dibujando sin que ella se diera cuenta.

Aun así, no le tenía ningún miedo, pensó mientras removía sin demasiado entusiasmo la mezcla de leche en polvo, agua y chocolate. Zac había sido más amable de lo que ella tenía derecho a esperar teniendo en cuenta las circunstancias, y aunque podía ser brusco y parco en palabras, era el hombre más dulce y bueno que jamás había conocido.

Los hombres solían admirar su físico, así que era posible que Zac también se sintiera atraído por ella, pero en todo caso la trataba con respeto y cuidado. Vanessa había aprendido a no esperar ese tipo de trato si existía una atracción.

Se encogió de hombros, y se echó la bebida en un vaso. Ése no era el momento de pensar en los posibles sentimientos de Zac, ya tenía bastantes problemas y sólo se tenía a sí misma para intentar solucionarlos. Imaginándose que era una taza de cremoso chocolate, Vanessa se bebió la mitad del vaso de golpe. Hizo una mueca, soltó un suspiro y volvió a levantarlo, diciéndose que en cuestión de días podría volver a Denver.

Al sentir una punzada repentina de dolor, se agarró a la encimera y aguantó como pudo, mientras luchaba con la necesidad instintiva de llamar a Zac. Cuando el dolor empezó a remitir, se dijo que no era nada y fue lentamente a la sala de estar. En aquel momento, Zac dejó de cortar madera, y en el súbito silencio Vanessa oyó otro sonido; al darse cuenta de que era un motor, la inundó una oleada de pánico, pero se apresuró a sofocarla. No la habían encontrado, era ridículo pensar que había sido así; sin embargo, se apresuró a ir a la ventana para echar un vistazo.

Era un vehículo de nieve, y su apariencia casi de juguete le habría parecido divertida, de no ser porque lo conducía un agente uniformado. Vanessa fue hasta la puerta y la entreabrió un poco, preparada a mantenerse firme si era necesario.
 
Zac estaba sudando. Le gustaba estar al aire libre, ya que disfrutaba del aire fresco y del ritmo de su trabajo, y aunque el ejercicio no podía quitarle a Vanessa de la cabeza, al menos le ayudaba a poner la situación en perspectiva.

Ella necesitaba ayuda, y él iba a dársela.

Sabía que su decisión habría sorprendido a algunas de las personas que lo conocían, ya que, aunque nadie lo habría acusado de ser insensible... al fin y al cabo, sus cuadros eran prueba palpable de su capacidad para la emoción, la pasión y la compasión... pocos le creían capaz de una generosidad incondicional.

Michael había sido el generoso.

Zac siempre había estado más encerrado en sí mismo, absorto en su arte. Él había estado más interesado en plasmar la vida, con sus alegrías y sus penas, mientras que Michael la había abrazado al máximo.

Pero Michael ya no estaba. Zac bajó el hacha, y su aliento salió entre los dientes para convertirse en una nube blanca bajo el frío. La pérdida de Michael le había dejado un vacío tan enorme, que no sabía si algún día conseguiría llenarlo.

Oyó el ruido del motor a medio golpe, y dejó la hoja enterrada en la madera antes de echar un rápido vistazo hacia la ventana de la cocina y rodear la cabaña para ir a ver quién era el visitante.

No tomó la decisión consciente de proteger a la mujer que había dentro de la casa; no fue necesario, ya que le pareció lo más natural del mundo.
 
**: Hola, ¿qué tal? -el policía, que tenía las mejillas enrojecidas por el viento y el frío, apagó el motor y le hizo un gesto de saludo-.
 
Zac: Bien, gracias -pensó que el agente, que parecía helado de frío, debía de tener unos veinticinco años-. ¿Cómo está la carretera?
 
Con una breve carcajada, el hombre se bajó del vehículo de nieve.
 
**: Digamos que espero que no tenga ningún compromiso que cumplir.
 
Zac: No, nada urgente.
 
**: Entonces, no hay problema. Soy Scott Beecham -dijo, mientras le ofrecía la mano-.
 
Zac: Zac Efron.
 
Scott: Había oído que alguien había comprado la vieja casa de los McCampbell -con las manos en las caderas, Beecham contempló la cabaña-. No ha elegido precisamente el mejor invierno para venirse a vivir aquí. Estamos visitando a todos los residentes de la zona, para ver si alguien está enfermo o necesita provisiones.
 
Zac: Compré de todo el día de la tormenta.
 
Scott: Bien. Tiene suerte de tener el cuatro por cuatro, podría llenar un garaje con todos los coches que se han quedado bloqueados. Estamos comprobando un compacto, un Chevy del ochenta y cuatro que se dio contra la valla de seguridad cerca de aquí. Está abandonado, y el conductor puede haberse perdido en medio de la tormenta.
 
Zac: Es el coche de mi mujer.
 
Al oír aquellas palabras desde la puerta, Vanessa abrió los ojos como platos.
 
Zac: Tenía miedo de que me hubiera pasado algo, y se le ocurrió salir a buscarme en medio de la tormenta -sonrió, y sacó un cigarro-. Estuvimos a punto de chocar, y tal y como estaban las cosas, decidí que era mejor dejar allí el coche y volver a la cabaña. Aún no he podido volver para valorar los daños.
 
Scott: No está tan mal como otros que he visto en estos últimos días. ¿Está bien su mujer?
 
Zac: Sí, aunque los dos nos dimos un buen susto.
 
Scott: Me imagino. Vamos a tener que llevarnos el vehículo, señor Efron -miró hacia la casa, y aunque habló con naturalidad, era obvio que estaba alerta-. Así que están casados, ¿no?
 
Zac: Sí.
 
Scott: El nombre en el registro es Hudgens, Vanessa Hudgens.
 
Zac: Es su nombre de soltera -dijo con calma-.
 
Impulsivamente, Vanessa abrió la puerta.
 
Ness: ¿Zac?
 
Los dos hombres se volvieron a mirarla. El agente se quitó el sombrero, y Zac se limitó a fruncir el ceño.
 
Ness: Perdón por interrumpir -sonrió, y comentó-: he pensado que a lo mejor al agente le apetece una taza de café caliente.
 
El hombre se puso el sombrero y contestó:
 
Scott: Es muy tentador, señora, y se lo agradezco, pero tengo que irme ya. Siento lo de su coche.
 
Ness: Fue culpa mía. ¿Sabe cuándo volverá a abrirse la carretera?
 
Scott: Seguramente, su marido podrá bajar al pueblo en uno o dos días, pero le aconsejo que usted espere un poco más para viajar.
 
Ness: Sí, creo que no iré a ninguna parte de momento -le dijo con una sonrisa-.
 
Scott: Bueno, será mejor que me vaya -dijo mientras se volvía a subir al vehículo de nieve-. ¿Tiene una radio de onda corta?
 
Zac: No.
 
Scott: No estaría mal que comprara una cuando vaya al pueblo, son más fiables que los teléfonos. ¿Cuándo está previsto que nazca su hijo?
 
Zac se quedó sin palabras por un segundo al oír aquellas palabras.
 
Zac: De aquí a cuatro o cinco semanas.
 
Scott: Entonces tienen bastante tiempo -sonriente, encendió el motor de su vehículo-. ¿Son primerizos?
 
Zac: Sí -murmuró-.
 
Scott: No hay nada igual. Yo tengo dos hijas, y la segunda decidió nacer en Acción de Gracias; apenas había dado dos bocados de pastel de calabaza, cuando tuve que salir corriendo al hospital. Mi mujer sigue insistiendo en que fue el relleno de salchicha de mi madre lo que provocó el parto -levantó una mano y la voz, y se despidió diciendo-: cuídese, señora Efron.
 
Siguieron el vehículo con la mirada, y cuando se perdió de vista Zac se aclaró la garganta y entró en la casa. Vanessa no hizo ningún comentario, se limitó a apartarse para dejarlo pasar y a cerrar la puerta tras él.

Esperó hasta que empezó a desatarse los cordones de las botas sentado en el borde de la chimenea de piedra, y entonces le dijo:
 
Ness: Gracias.
 
Zac: ¿Por qué?
 
Ness: Por decirle que soy tu mujer.
 
Zac: Parecía la solución más fácil -comentó, aún ceñudo, mientras se quitaba una bota-.
 
Ness: Más fácil para mí, no para ti.
 
Zac se encogió de hombros, y se levantó para ir a la cocina.
 
Zac: ¿Hay café hecho?
 
Ness: Sí.
 
Vanessa lo oyó servirse una taza, y se dio cuenta de que él había mentido para protegerla, mientras que ella no había hecho más que recibir.
 
Ness: Zac... -rogando que sus instintos y su conciencia no se estuvieran equivocando, entró en la cocina-.
 
Zac: ¿Qué demonios es esto? -dijo señalando el cazo donde ella se había preparado la leche-.
 
La tensión se disipó momentáneamente.
 
Ness: Es chocolate deshecho... si uno está lo suficientemente desesperado.
 
Zac: Parece... bueno, prefiero no decirlo. La leche en polvo está asquerosa, ¿no?
 
Ness: Más o menos.
 
Zac: Intentaré ir al pueblo mañana.
 
Ness: Si puedes, te importaría... -avergonzada, se detuvo a media frase-.
 
Zac: ¿Qué quieres?
 
Ness: Nada, es una tontería. ¿Puedes venir a sentarte un minuto?
 
Él le agarró una mano antes de que pudiera darse la vuelta.
 
Zac: ¿Qué es lo que quieres que te traiga?
 
Ness: Palomitas. Ya te he dicho que era una tontería -murmuró, mientras intentaba liberar su mano-.
 
Zac sintió una necesidad casi desesperada de abrazarla con fuerza.
 
Zac: ¿Es un antojo, o simplemente te apetecen?
 
Ness: No sé, pero cada vez que veo la chimenea, pienso en un buen plato de palomitas -sonrió al ver que Zac no se burlaba de ella-. A veces puedo hasta olerlas.
 
Zac: Palomitas. ¿Quieres algo para acompañarlas?, ¿pepinillos en vinagre o algo así?
 
Ness: Eso es un mito, no todas las mujeres embarazadas comen esas cosas -dijo con una mueca-.
 
Zac: Estás echando por tierra todas mis convicciones -no supo en qué momento había alzado la mano de ella hasta sus labios, pero tras el primer roce con su piel la soltó de inmediato-. No te has puesto la camisa.
 
Aunque ya no la estaba tocando, le parecía que aún podía sentir la calidez y la suavidad de su mano.
 
Ness: Vaya -respiró hondo, al darse cuenta de que él no estaba pensando en ella, sino en el cuadro. De nuevo era el artista con su modelo-. Iré a cambiarme.
 
Zac: Vale -completamente desconcertado por lo mucho que la deseaba, se volvió hacia la encimera y centró su atención en la taza de café-.
 
Sin embargo, Vanessa había tomado una decisión al oír que mentía por ella, para protegerla, y decidió no aplazar más las cosas.
 
Ness: Zac, sé que quieres ponerte a trabajar, pero me gustaría... creo que debería... quiero contártelo todo, si aún quieres saberlo.
 
Él se giró hacia ella, y la miró con una expresión clara y muy intensa.
 
Zac: ¿Por qué?
 
Ness: Porque no está bien que no confíe en ti, y porque necesito a alguien... los dos necesitamos a alguien.
 
Zac: Será mejor que te sientes -se limitó a decir, antes de llevarla al sofá-.
 
Ness: No sé por dónde empezar.
 
Mientras ponía otro tronco en la chimenea, Zac pensó que probablemente sería mejor si se remontaban hasta su infancia.
 
Zac: ¿De dónde eres? -le preguntó al sentarse junto a ella-.
 
Ness: He vivido en muchos sitios... en Nueva York, en Pensilvania, en Maryland... mi tía tenía una pequeña granja en la Costa Este, allí fue donde pasé más tiempo.
 
Zac: ¿Y tus padres?
 
Ness: Mi madre era muy joven cuando nací, y estaba soltera. Se fue a vivir con mi tía, hasta que... hasta que empezó a tener problemas de dinero. Entonces tuve que ir a casas de acogida, pero eso no tiene importancia ahora.
 
Zac: ¿En serio?
 
Ella respiró hondo para intentar tranquilizarse.
 
Ness: No quiero que sientas pena por mí, no te estoy contando esto para darte lástima.
 
El orgullo sereno que Zac estaba intentando captar sobre un lienzo era evidente en la inclinación de su cabeza y en el tono de su voz, y deseó ir a por su cuaderno de esbozos. Pero deseó aún más acariciar su cara.
 
Zac: Vale, no sentiré pena.
 
Vanessa asintió, y continuó con su historia.
 
Ness: Creo que las cosas se pusieron muy difíciles para mi madre; aunque nadie llegó a explicarme del todo la situación, es fácil imaginársela. Era hija única, y es posible que quisiera quedarse conmigo, pero no pudo. Mi tía era mayor que ella, pero tenía sus propios hijos, así que yo era sólo otra boca que alimentar, y cuando hacerlo se volvió demasiado difícil, fui a parar a los servicios de acogida.
 
Zac: ¿Cuántos años tenías?
 
Ness: La primera vez seis, pero por alguna razón las cosas nunca funcionaron. Me quedé un año en un lugar, dos en otro... odiaba no pertenecer a ningún sitio, no llegar a ser nunca una parte real de lo que tenían los demás. A los doce años volví una temporada con mi tía, pero su marido tenía problemas y me tuve que marchar al poco tiempo.
 
Zac notó un matiz extraño en su voz, algo que hizo que se tensara.
 
Zac: ¿Qué clase de problemas?
 
Ness. Eso no importa.
 
Ella sacudió la cabeza y empezó a levantarse, pero Zac la agarró de la mano con firmeza.
 
Zac: Vanessa, tú has empezado con esto, así que acábalo.
 
Ness: Bebía, y entonces se volvía bastante desagradable -admitió-.
 
Zac: ¿Estás diciendo que se ponía violento?
 
Ness: Sí. Cuando estaba sobrio era malhumorado y crítico, pero borracho podía llegar a ser... cruel -se frotó el hombro, como si estuviera calmando una vieja herida-. Normalmente la emprendía contra mi tía, pero a menudo también iba a por los niños.
 
Zac: ¿Te pegó?
 
Ness: Sí, cuando no era lo bastante rápida para quitarme a tiempo de en medio -consiguió esbozar una sonrisa sin humor, y añadió-: y te aseguro que aprendí a ser muy rápida. Pero suena peor de lo que realmente fue.
 
Zac lo dudaba, pero se limitó a decir:
 
Zac: Sigue.
 
Ness: Los servicios sociales me trasladaron a otra casa, pero era como quedarse guardada, a la espera. Recuerdo que a los dieciséis estaba contando los días que me quedaban para poder arreglármelas por mí misma, para... no sé, poder tomar mis propias decisiones. Cuando por fin alcancé la mayoría de edad, me mudé a Pensilvania y conseguí un trabajo de dependienta en una tienda de Filadelfia. Hice amistad con una clienta habitual, y un día se presentó con un hombre bajito y medio calvo, que parecía un bulldog. Él le dijo a la mujer que tenía razón, me dio una tarjeta profesional y me dijo que fuera a su estudio al día siguiente. Yo no pensaba ir, claro, pensé que quería... me había acostumbrado a que los hombres...
 
Zac: Eso no lo dudo -dijo con sequedad-.
 
Era algo que aún la hacía sentirse incómoda, pero como él no pareció sorprendido, decidió dejar el tema.
 
Ness: En fin, dejé a un lado la tarjeta y seguramente no habría vuelto a acordarme de ella, pero una de mis compañeras la vio y se puso como loca. Me dijo que era Geoffrey Wright, a lo mejor te suena.
 
Zac enarcó una ceja, porque Wright era uno de los fotógrafos de moda más respetados en el negocio... no, el más respetado; aunque no sabía demasiado del negocio de la moda, un nombre como el de Geoffrey cruzaba fronteras.
 
Zac: Sí, he oído hablar de él.
 
Ness: Cuando me enteré de que era un fotógrafo profesional de prestigio, decidí ir a verlo, y todo pareció suceder de repente. Me encontré maquillada y bajo los focos antes de poder darme cuenta, y aunque estaba pasando una vergüenza increíble, él pareció no darse cuenta y empezó a soltar órdenes a diestro y siniestro... que si tenía que sentarme, que si quería que me levantara, que me volviera, que me inclinara... me colocó una pelliza de marta sobre los hombros, y yo creí que estaba soñando. Supongo que hice el comentario en voz alta, porque mientras seguía tomando fotos se echó a reír y me dijo que en un año podría vestir pieles hasta en el desayuno.
 
Zac se reclinó en el respaldo del sofá sin decir nada, mientras se la imaginaba envuelta en pieles. Se le retorcieron las entrañas al imaginársela convirtiéndose en una de las jóvenes y temporales amantes de Wright.
 
Ness: En un mes, ya había hecho una sesión de fotos para la revista Mode; después hice otra para Her, y otra para Charm. Fue algo increíble, un día estaba vendiendo ropa, y al siguiente cenaba con diseñadores.
 
Zac: ¿Y qué pasó con Wright?
 
Ness: Nadie me había tratado en toda mi vida tan bien como Geoffrey. Sabía que él me consideraba casi siempre un simple producto, pero se convirtió en una especie de perro guardián. Me dijo que tenía planes para mí, que quería que empezara poco a poco, y que en un par de años no habría una sola persona en el mundo occidental que no reconociera mi cara. A mí me parecía increíblemente emocionante, porque durante toda mi vida había sido completamente anónima. A él le gustaba que yo hubiera salido de la nada, y aunque algunas de sus otras modelos lo consideraban una persona fría, fue lo más parecido a un padre para mí.
 
Zac: ¿Lo veías como una figura paterna?
 
Ness: Sí, supongo que sí. Pero después de todo lo que hizo por mí, de todo el tiempo que invirtió en mí, yo lo decepcioné.
 
Empezó a levantarse de nuevo, pero Zac volvió a detenerla.
 
Zac: ¿Adónde vas?
 
Ness: A por un poco de agua.
 
Zac: Quédate aquí, voy a buscarla.
 
Vanessa aprovechó para tranquilizarse. Sólo le había contado la mitad de la historia, y lo peor y más doloroso aún estaba por llegar. Cuando Zac volvió con un vaso de agua con hielo, tomó un par de tragos y retomó su relato.
 
Ness: Fuimos a París, y me sentía como si fuera Cenicienta, pero sin el miedo a que llegara la media noche, íbamos a quedarnos un mes, y como Geoffrey quería darles un aire muy francés a las fotos, trabajamos por toda la ciudad. Un día asistimos a una fiesta, era una de esas increíbles noches de primavera en que todas las mujeres parecen hermosas y los hombres guapísimos. Allí conocí a Tony.
 
Zac notó que su voz se quebraba ligeramente y que sus ojos se ensombrecían de dolor, y supo de inmediato que estaba hablando del padre de su hijo.
 
Ness: Se mostró galante y encantador, como el perfecto príncipe azul, y en las dos semanas siguientes fue a verme trabajar cada día. Salimos a bailar, comimos en pequeñas cafeterías y dimos paseos por los parques, y pensé que él era todo lo que siempre había soñado pero que nunca creí que podría tener. Me trataba como si fuera algo único y valioso, como un collar de diamantes, y hubo un tiempo en el que creí que eso era amor.
 
Vanessa permaneció en silencio durante unos segundos, pensando que aquél había sido su error, su pecado, su vanidad. Incluso un año después, aún le dolía.
 
Ness: Geoffrey refunfuñaba y decía que era sólo un niño rico intentando ligar con una modelo, pero yo no quise escucharlo. Quería sentirme amada, necesitaba desesperadamente importarle a alguien, que me quisieran, así que cuando Tony me pidió que me casara con él, no me lo pensé dos veces.
 
Zac: ¿Te casaste con él?
 
Ness: Sí -lo miró, y admitió-: sé que te hice creer que no estaba casada con el padre de mi hijo, me pareció lo más fácil.
 
Zac: No llevas anillo.
 
Vanessa se sonrojó, avergonzada.
 
Ness: Lo vendí.
 
Zac: Ya veo.
 
El tono de Zac no contenía condena ninguna, pero aun así Vanessa se sintió mortificada.
 
Ness: Nos quedamos en París a pasar la luna de miel. Yo quería volver a Estados Unidos para conocer a su familia, pero Tony dijo que prefería que nos quedáramos donde estábamos siendo tan felices, y a mí me pareció bien. Geoffrey se puso furioso conmigo, me sermoneó y me gritó diciéndome que me estaba echando a perder, pero en aquel momento creí que se refería a mi carrera profesional y lo ignoré. Mucho después, me di cuenta de que estaba hablando de mi vida.
 
Vanessa se sobresaltó cuando un tronco se movió en la chimenea, y descubrió que le resultaba más fácil continuar si miraba hacia el fuego.
 
Ness: Creía que había encontrado todo lo que siempre había deseado, y al mirar atrás me doy cuenta de que aquellas semanas en París fueron como algo mágico, algo que no es completamente real, pero que lo parece porque uno no alcanza a darse cuenta de que todo es un espejismo. Entonces llegó el momento de volver a casa.
 
Vanessa entrelazó las manos y empezó a moverlas nerviosamente, un signo seguro de la ansiedad que sentía. Zac quiso agarrárselas para tranquilizarla, pero se contuvo.
 
Ness: La noche antes de marcharnos, Tony me dijo que tenía que solucionar un asunto de negocios, y salió. Yo me quedé esperándolo, un poco decepcionada porque mi marido me había dejado sola en nuestra última noche en París, pero conforme se fue haciendo tarde empecé a asustarme, y cuando él llegó a las tres de la madrugada estaba enfadada y molesta.
 
Volvió a quedarse callada, y Zac tomó un cubrecama que había en el respaldo del sofá y se lo colocó sobre el regazo.
 
Zac: Tuvisteis una pelea, ¿no?
 
Ness: Sí. Él estaba muy borracho y violento, y aunque aquélla fue la primera vez que lo vi así, no sería la última. Le pregunté dónde había estado, y él me contestó... bueno, básicamente me dijo que no era asunto mío. Empezamos a gritarnos, y me confesó que había estado con otra mujer. Al principio creí que lo decía sólo para herirme, pero entonces me di cuenta de que era verdad y empecé a llorar.
 
Aquello era lo peor de todo, mirar atrás y recordar cómo se había derrumbado.
 
Ness: Eso hizo que se enfadara aún más, y empezó a lanzar objetos por la suite, como un niño con una pataleta. Gritó muchas cosas, pero en resumen me dijo que tendría que acostumbrarme a su modo de vida, y que no tenía derecho a ofenderme, porque yo había sido la zorra de Geoffrey.
 
Su voz se quebró con aquellas últimas palabras, y bebió un trago de agua para calmar su garganta.
 
Ness: Eso fue lo que más me dolió -consiguió decir al fin-. Geoffrey había sido casi como un padre para mí, pero nunca, jamás fue ninguna otra cosa. Y Tony lo sabía, porque yo era virgen en nuestra noche de bodas. Me enfadé tanto que me levanté y empecé a gritarle, ni siquiera sé lo que le dije, pero él se puso hecho una furia, y...
 
Zac vio que sus dedos se tensaban en la suave tela del cubrecama, y que después los relajaba de nuevo con deliberación. Con un esfuerzo sobrehumano, consiguió mantener la calma al preguntarle:
 
Zac: ¿Te pegó?
 
Ella no le contestó, incapaz de pronunciar palabra, y cuando Zac posó una mano en su mejilla y volvió suavemente su cara para que lo mirara, vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.
 
Ness: Fue mucho peor que con mi tío, porque no conseguí escapar. Tony era mucho más fuerte y rápido. Mi tío simplemente pegaba a cualquiera que no se apartara de su camino a tiempo, pero en el caso de Tony había algo cruel y deliberado, quería hacerme daño. Y entonces, él me...
 
Vanessa no pudo contarle lo que había ocurrido después.

Tardó unos segundos en lograr continuar, y Zac permaneció en silencio, mientras en su interior la furia crecía y crecía hasta que pensó que iba a explotar. Entendía que una persona podía tener su genio, él mismo era bastante temperamental, pero nunca, jamás podría entender o perdonar a una persona que maltratara a alguien más débil e indefenso.
 
Ness: Cuando terminó, él se quedó dormido y yo me quedé allí tumbada, sin saber qué hacer -continuó diciendo, un poco más calmada-. Es gracioso, pero tiempo después, cuando hablé con otras mujeres que habían sufrido experiencias parecidas, supe que es normal sentir que la culpa ha sido tuya. A la mañana siguiente, me pidió perdón llorando, y me prometió que nunca volvería a pasar. Esa fue la pauta durante el tiempo que estuvimos juntos.
 
Zac: ¿Te quedaste con él?
 
Avergonzada, Vanessa se sonrojó y después palideció de golpe.
 
Ness: Estábamos casados, y pensé que podía hacer que funcionara. Cuando llegamos a la casa de sus padres, me odiaron nada más verme. Su hijo, el gran heredero al trono, se había casado a sus espaldas con una mujer insignificante. Vivíamos con ellos, y aunque hablamos varias veces de mudarnos, nunca lo hicimos. Eran increíbles, podías estar sentada a la mesa con ellos hablando de naderías y sentir que te estaban ignorando por completo. Tony fue a peor, empezó a verse con otras mujeres y casi alardeaba de ello delante de mí. Sus padres sabían lo que hacía y lo que me estaba pasando, pero el ciclo no hizo más que ir empeorando cada vez más, hasta que supe que tenía que salir de allí. Le dije que quería el divorcio.
 
Vanessa se detuvo y respiró hondo antes de continuar.
 
Ness: Eso pareció hacer que reaccionara por un tiempo. Me hizo todo tipo de promesas, me juró que iría a terapia, que acudiría a un consejero matrimonial, que haría todo lo que yo le pidiera, y hasta empezó a buscar una casa para nosotros dos. A aquellas alturas yo ya había dejado de quererlo, y sé que me equivoqué de lleno al acceder a quedarme con él, al engañarme a mí misma. No me di cuenta de que sus padres estaban presionándolo, dificultando que pudiera mudarse, porque ellos tenían el control financiero. Entonces descubrí que estaba embarazada.
 
Vanessa apoyó una mano sobre su vientre, con los dedos extendidos.
 
Ness: Tony se mostró un poco... ambivalente ante la idea de tener un hijo, pero sus padres se entusiasmaron. Su madre empezó a redecorar un cuarto para el niño, compró cunas de época, cucharas de plata, lino irlandés. Aunque no acababa de gustarme la forma en que se estaba haciendo cargo de todo, pensé que quizás el niño podría ayudarnos a mejorar nuestra relación, pero la verdad es que no me veían como la madre del niño, igual que no me consideraban la esposa de Tony. Era su nieto, su legado, su inmortalidad. Tony y yo dejamos de buscar casa, y él empezó a beber otra vez. Me marché la noche que llegó borracho y me pegó.
 
Inhaló profundamente, intentando calmarse, mientras continuaba con la mirada fija en el fuego.
 
Ness: Ya no me estaba pegando sólo a mí, también le estaba haciendo daño al niño, y eso lo cambiaba todo; de hecho, hizo que me resultara increíblemente fácil marcharme. Enterré mi orgullo y llamé a Geoffrey para pedirle un préstamo. Me dejó dos mil dólares, y con ellos conseguí un piso, encontré trabajo y empecé los trámites del divorcio. Diez días después, Tony murió.
 
Al sentir la inevitable oleada de dolor, Vanessa cerró los ojos.
 
Ness: Su madre vino a verme, me suplicó que ocultara lo del proceso de divorcio y que asistiera al funeral como la viuda de Tony. Su reputación y su recuerdo eran lo único que importaba, y accedí porque... porque aún recordaba aquellos primeros días en París. Después del funeral, me pidieron que fuera a su casa porque teníamos que hablar de un par de cosas, y fue entonces cuando me dijeron lo que querían, lo que pensaban conseguir. Dijeron que me pagarían todos los gastos médicos, que tendría los mejores cuidados, y que cuando el niño naciera me darían cien mil dólares para que me hiciera a un lado. Cuando me negué, cuando me enfadé por lo que estaban sugiriendo, me explicaron que se limitarían a quitarme a mi bebé si no cooperaba. Era el hijo de Tony, y me dejaron claro que tenían bastante dinero para poder conseguir su custodia. Me amenazaron con sacar a la luz el «hecho» de que había sido la amante de Geoffrey y que había aceptado su dinero, y me dijeron que habían investigado mi pasado y que demostrarían que no era una persona estable para criar a un niño. Dijeron que dejarían claro que, corno abuelos del bebé, podían darle una educación mejor. Me dieron veinticuatro horas para que me lo pensara, y lo que hice fue huir.
 
Zac permaneció en silencio, ya que se había quedado con un amargo sabor de boca. Le había pedido que se lo contara todo, casi se lo había exigido, pero al conocer por fin su historia no sabía si sería capaz de soportarlo.
 
Zac: Vanessa, a pesar de lo que te dijeron y de sus amenazas, no creo que pudieran quitarte al niño.
 
Ness: Eso no me basta, ¿es que no lo ves?, no puedo arriesgarme mientras haya la más mínima posibilidad. Nunca podría enfrentarme a ellos de igual a igual, no tengo ni el dinero ni los contactos.
 
Zac: ¿Quiénes son? -al verla dudar, volvió a tomarle la mano-. Has confiado en mí hasta ahora.
 
Ness: Su apellido es Eagleton. Son Thomas y Lorraine Eagleton, de Boston.
 
Al oír aquello, Zac frunció el ceño. Todo el mundo sabía quiénes eran, pero a causa de la posición social de su propia familia, aquel apellido representaba más que un simple nombre, que una imagen.
 
Zac: ¿Estabas casada con Anthony Eagleton?
 
Ness: Sí -se volvió hacia él antes de decir con voz calmada-: le conocías, ¿verdad?
 
Zac: La verdad es que muy poco, era más... -se detuvo al darse cuenta de que había estado a punto de decir que era más de la edad de Michael, y optó por decir-: más joven. Me encontré con él una o dos veces cuando fue a la costa -y lo que había visto no le había gustado lo más mínimo, así que ni siquiera se había molestado en formarse una opinión sobre él-. Leí que había muerto en un accidente de tráfico, y supongo que se mencionó que estaba casado, pero este año ha sido bastante difícil y no le presté demasiada atención al asunto. Mi familia y los Eagleton han coincidido en algunas ocasiones, pero no hay demasiada relación.
 
Ness: Entonces, sabes que es una familia con mucho dinero. Consideran al niño una más de sus... propiedades, y me han estado siguiendo la pista por todo el país. Cada vez que me asiento en un sitio y empiezo a relajarme, me entero de que hay detectives husmeando. No puedo... no voy a dejar que me encuentren.
 
Zac se levantó para pasearse por la habitación, para encender un cigarro, para intentar organizar sus ideas y, sobre todo, sus sentimientos.
 
Zac: Quiero preguntarte algo.
 
Ness: Dime -dijo con un suspiro cansado-.
 
Zac: Cuando te pregunté si tenías miedo, me contestaste que no, que tenías vergüenza. Quiero saber por qué.
 
Ness: Porque no luché ni intenté arreglar las cosas con la fuerza necesaria, y simplemente dejé que sucediera. No tienes ni idea de lo difícil que es para mí estar aquí sentada y admitir que permití que me utilizaran, que me pegaran, que llegué tan bajo como para aceptarlo sin más.
 
Zac: ¿Aún te sientes así?
 
Ness: No -dijo mientras levantaba la barbilla-. Nadie va a volver a controlar mi vida.
 
Zac: Bien -se sentó en el borde de la chimenea-. Ángel, creo que has pasado por un infierno, por algo peor de lo que nadie se merece. No importa que tú tuvieras parte de culpa, como pareces creer, o que fuera sólo cuestión de circunstancias. Todo eso pertenece al pasado.
 
Ness: Zac, no es tan fácil. Ahora también tengo que tener en cuenta a mi hijo.
 
Zac: ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para enfrentarte a ellos?
 
Ness: Ya te he dicho que no puedo...
 
Él la interrumpió con un gesto de la mano.
 
Zac: Si tuvieras los medios, ¿hasta dónde?
 
Ness: Hasta el final, hasta donde hiciera falta. Pero eso no importa, porque no tengo los medios.
 
Zac tomó una calada del cigarro, lo contempló con aparente interés y lo echó al fuego.
 
Zac: Los tendrías, si estuvieras casada conmigo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

����me encanta sube pronto!!

Anónimo dijo...

Me encanto el capi

Anónimo dijo...

Me encanta la novela sube pronto

Amy

Lu dijo...

QUEEEE??
No puedo creer toda la historia de Ness y lo que Zac le dijo al final!!
Me encanta demasiado esta nove!!


Sube pronto :)

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