Durante
la noche nevó un poco más, pero con mucha menos intensidad que en los días
precedentes. Los nuevos centímetros que habían caído descansaban en pequeños
montoncitos sobre la nieve que ya se había consolidado, y había zonas donde el
grosor total alcanzaba la altura de una persona. Los alféizares de las ventanas
estaban cubiertos de montañitas en miniatura, que se movían constantemente bajo
la acción del viento.
El sol ya
había empezado a derretir la nieve más reciente, y al escuchar con atención, Vanessa
podía oír el agua descendiendo por los canalones desde el tejado, era un sonido
reconfortante, y la hizo pensar en una taza de té caliente junto a la chimenea,
en un buen libro durante una tarde tranquila, o en una siesta en el sofá al
atardecer.
Pero
hacía sólo un par de horas que había amanecido, y como siempre, tenía la cabaña
para ella sola.
Zac
estaba cortando leña, podía oír el ruido del hacha desde la cocina, donde
estaba calentando esperanzada un vaso de leche con una tableta de chocolate.
Sabía que la leñera estaba llena, y que el montón de troncos que había detrás
de la puerta trasera era enorme, así que tendrían bastantes reservas, aunque la
nevada durara hasta junio. Zac era un hombre muy enérgico y físico a pesar de ser
un artista, y ella entendía su necesidad de hacer algo manual y cansado.
Pensó que
aquella escena parecía algo muy... hogareño. Ella en la cocina, y Zac cortando
leña mientras unos largos carámbanos colgaban del tejado. Su pequeño mundo
estaba en perfecta armonía, y no le faltaba de nada.
Cada
mañana seguían la misma rutina: cuando ella se levantaba, él ya estaba fuera
apartando nieve con la pala, o cortando y cargando leña. Ella le preparaba café
o calentaba el que él había dejado hecho, mientras la radio informaba de lo que
sucedía en el mundo exterior, que nunca parecía demasiado importante. Zac
entraba al cabo de un rato, se sacudía la nieve de encima y se bebía la taza de
café que ella le daba, y después él ocupaba su sitio tras el caballete y ella
junto a la ventana.
A veces
hablaban, y a veces ambos permanecían en silencio.
Bajo toda
aquella rutina, Vanessa notaba una especie de prisa en él que no acababa de
entender. Aunque podía pintar durante horas con movimientos controlados y
medidos, Zac parecía impaciente por terminar. El cuadro avanzaba más rápido de
lo que ella había anticipado, y estaba tomando forma en el lienzo... o al menos,
la mujer que él veía cuando la miraba. Vanessa no entendía por qué había
decidido hacerla parecer tan etérea, como un ser de ensueño, ya que ella era
una persona completamente terrenal. El niño que llevaba en su vientre hacía que
tuviera los pies completamente plantados en la tierra.
Sin
embargo, había aprendido a no quejarse, porque él no le hacía el más mínimo
caso.
Zac había
dibujado otros esbozos, algunos de cuerpo entero y otros sólo de su cara, pero
a ella no le había molestado, ya que consideraba que tenía derecho; al fin y al
cabo, era la forma en que ella podía pagarle por su alojamiento. Algunos de los
esbozos habían hecho que se sintiera un poco incómoda, como uno que Zac había
dibujado de ella durmiendo en el sofá una tarde. En él parecía... indefensa, y,
de hecho, se había sentido así al darse cuenta de que la había estado observando
y dibujando sin que ella se diera cuenta.
Aun así,
no le tenía ningún miedo, pensó mientras removía sin demasiado entusiasmo la
mezcla de leche en polvo, agua y chocolate. Zac había sido más amable de lo que
ella tenía derecho a esperar teniendo en cuenta las circunstancias, y aunque
podía ser brusco y parco en palabras, era el hombre más dulce y bueno que jamás
había conocido.
Los
hombres solían admirar su físico, así que era posible que Zac también se
sintiera atraído por ella, pero en todo caso la trataba con respeto y cuidado. Vanessa
había aprendido a no esperar ese tipo de trato si existía una atracción.
Se
encogió de hombros, y se echó la bebida en un vaso. Ése no era el momento de
pensar en los posibles sentimientos de Zac, ya tenía bastantes problemas y sólo
se tenía a sí misma para intentar solucionarlos. Imaginándose que era una taza
de cremoso chocolate, Vanessa se bebió la mitad del vaso de golpe. Hizo una
mueca, soltó un suspiro y volvió a levantarlo, diciéndose que en cuestión de
días podría volver a Denver.
Al sentir
una punzada repentina de dolor, se agarró a la encimera y aguantó como pudo,
mientras luchaba con la necesidad instintiva de llamar a Zac. Cuando el dolor
empezó a remitir, se dijo que no era nada y fue lentamente a la sala de estar.
En aquel momento, Zac dejó de cortar madera, y en el súbito silencio Vanessa
oyó otro sonido; al darse cuenta de que era un motor, la inundó una oleada de
pánico, pero se apresuró a sofocarla. No la habían encontrado, era ridículo
pensar que había sido así; sin embargo, se apresuró a ir a la ventana para
echar un vistazo.
Era un vehículo
de nieve, y su apariencia casi de juguete le habría parecido divertida, de no
ser porque lo conducía un agente uniformado. Vanessa fue hasta la puerta y la
entreabrió un poco, preparada a mantenerse firme si era necesario.
Zac
estaba sudando. Le gustaba estar al aire libre, ya que disfrutaba del aire
fresco y del ritmo de su trabajo, y aunque el ejercicio no podía quitarle a Vanessa
de la cabeza, al menos le ayudaba a poner la situación en perspectiva.
Ella
necesitaba ayuda, y él iba a dársela.
Sabía que
su decisión habría sorprendido a algunas de las personas que lo conocían, ya que,
aunque nadie lo habría acusado de ser insensible... al fin y al cabo, sus
cuadros eran prueba palpable de su capacidad para la emoción, la pasión y la
compasión... pocos le creían capaz de una generosidad incondicional.
Michael
había sido el generoso.
Zac
siempre había estado más encerrado en sí mismo, absorto en su arte. Él había
estado más interesado en plasmar la vida, con sus alegrías y sus penas,
mientras que Michael la había abrazado al máximo.
Pero
Michael ya no estaba. Zac bajó el hacha, y su aliento salió entre los dientes
para convertirse en una nube blanca bajo el frío. La pérdida de Michael le
había dejado un vacío tan enorme, que no sabía si algún día conseguiría
llenarlo.
Oyó el
ruido del motor a medio golpe, y dejó la hoja enterrada en la madera antes de
echar un rápido vistazo hacia la ventana de la cocina y rodear la cabaña para
ir a ver quién era el visitante.
No tomó
la decisión consciente de proteger a la mujer que había dentro de la casa; no
fue necesario, ya que le pareció lo más natural del mundo.
**: Hola,
¿qué tal? -el policía, que tenía las mejillas enrojecidas por el viento y el
frío, apagó el motor y le hizo un gesto de saludo-.
Zac: Bien,
gracias -pensó que el agente, que parecía helado de frío, debía de tener unos
veinticinco años-. ¿Cómo está la carretera?
Con una
breve carcajada, el hombre se bajó del vehículo de nieve.
**: Digamos
que espero que no tenga ningún compromiso que cumplir.
Zac: No,
nada urgente.
**: Entonces,
no hay problema. Soy Scott Beecham -dijo, mientras le ofrecía la mano-.
Zac: Zac Efron.
Scott: Había
oído que alguien había comprado la vieja casa de los McCampbell -con las manos
en las caderas, Beecham contempló la cabaña-. No ha elegido precisamente el
mejor invierno para venirse a vivir aquí. Estamos visitando a todos los residentes
de la zona, para ver si alguien está enfermo o necesita provisiones.
Zac: Compré
de todo el día de la tormenta.
Scott: Bien.
Tiene suerte de tener el cuatro por cuatro, podría llenar un garaje con todos
los coches que se han quedado bloqueados. Estamos comprobando un compacto, un
Chevy del ochenta y cuatro que se dio contra la valla de seguridad cerca de
aquí. Está abandonado, y el conductor puede haberse perdido en medio de la tormenta.
Zac: Es
el coche de mi mujer.
Al oír
aquellas palabras desde la puerta, Vanessa abrió los ojos como platos.
Zac: Tenía
miedo de que me hubiera pasado algo, y se le ocurrió salir a buscarme en medio
de la tormenta -sonrió, y sacó un cigarro-. Estuvimos a punto de chocar, y tal
y como estaban las cosas, decidí que era mejor dejar allí el coche y volver a
la cabaña. Aún no he podido volver para valorar los daños.
Scott: No
está tan mal como otros que he visto en estos últimos días. ¿Está bien su
mujer?
Zac: Sí,
aunque los dos nos dimos un buen susto.
Scott: Me
imagino. Vamos a tener que llevarnos el vehículo, señor Efron -miró hacia la
casa, y aunque habló con naturalidad, era obvio que estaba alerta-. Así que
están casados, ¿no?
Zac: Sí.
Scott: El
nombre en el registro es Hudgens, Vanessa Hudgens.
Zac: Es
su nombre de soltera -dijo con calma-.
Impulsivamente,
Vanessa abrió la puerta.
Ness: ¿Zac?
Los dos
hombres se volvieron a mirarla. El agente se quitó el sombrero, y Zac se limitó
a fruncir el ceño.
Ness: Perdón
por interrumpir -sonrió, y comentó-: he pensado que a lo mejor al agente le
apetece una taza de café caliente.
El hombre
se puso el sombrero y contestó:
Scott: Es
muy tentador, señora, y se lo agradezco, pero tengo que irme ya. Siento lo de
su coche.
Ness: Fue
culpa mía. ¿Sabe cuándo volverá a abrirse la carretera?
Scott: Seguramente,
su marido podrá bajar al pueblo en uno o dos días, pero le aconsejo que usted
espere un poco más para viajar.
Ness: Sí,
creo que no iré a ninguna parte de momento -le dijo con una sonrisa-.
Scott: Bueno,
será mejor que me vaya -dijo mientras se volvía a subir al vehículo de nieve-.
¿Tiene una radio de onda corta?
Zac: No.
Scott: No
estaría mal que comprara una cuando vaya al pueblo, son más fiables que los
teléfonos. ¿Cuándo está previsto que nazca su hijo?
Zac se quedó
sin palabras por un segundo al oír aquellas palabras.
Zac: De
aquí a cuatro o cinco semanas.
Scott: Entonces
tienen bastante tiempo -sonriente, encendió el motor de su vehículo-. ¿Son
primerizos?
Zac: Sí -murmuró-.
Scott: No
hay nada igual. Yo tengo dos hijas, y la segunda decidió nacer en Acción de
Gracias; apenas había dado dos bocados de pastel de calabaza, cuando tuve que salir
corriendo al hospital. Mi mujer sigue insistiendo en que fue el relleno de salchicha
de mi madre lo que provocó el parto -levantó una mano y la voz, y se despidió
diciendo-: cuídese, señora Efron.
Siguieron
el vehículo con la mirada, y cuando se perdió de vista Zac se aclaró la
garganta y entró en la casa. Vanessa no hizo ningún comentario, se limitó a
apartarse para dejarlo pasar y a cerrar la puerta tras él.
Esperó
hasta que empezó a desatarse los cordones de las botas sentado en el borde de
la chimenea de piedra, y entonces le dijo:
Ness: Gracias.
Zac: ¿Por
qué?
Ness: Por
decirle que soy tu mujer.
Zac: Parecía
la solución más fácil -comentó, aún ceñudo, mientras se quitaba una bota-.
Ness: Más
fácil para mí, no para ti.
Zac se encogió
de hombros, y se levantó para ir a la cocina.
Zac: ¿Hay
café hecho?
Ness: Sí.
Vanessa
lo oyó servirse una taza, y se dio cuenta de que él había mentido para
protegerla, mientras que ella no había hecho más que recibir.
Ness: Zac...
-rogando que sus instintos y su conciencia no se estuvieran equivocando, entró
en la cocina-.
Zac: ¿Qué
demonios es esto? -dijo señalando el cazo donde ella se había preparado la
leche-.
La
tensión se disipó momentáneamente.
Ness: Es
chocolate deshecho... si uno está lo suficientemente desesperado.
Zac: Parece...
bueno, prefiero no decirlo. La leche en polvo está asquerosa, ¿no?
Ness: Más
o menos.
Zac: Intentaré
ir al pueblo mañana.
Ness: Si
puedes, te importaría... -avergonzada, se detuvo a media frase-.
Zac: ¿Qué
quieres?
Ness: Nada,
es una tontería. ¿Puedes venir a sentarte un minuto?
Él le
agarró una mano antes de que pudiera darse la vuelta.
Zac: ¿Qué
es lo que quieres que te traiga?
Ness: Palomitas.
Ya te he dicho que era una tontería -murmuró, mientras intentaba liberar su
mano-.
Zac
sintió una necesidad casi desesperada de abrazarla con fuerza.
Zac: ¿Es
un antojo, o simplemente te apetecen?
Ness: No
sé, pero cada vez que veo la chimenea, pienso en un buen plato de palomitas -sonrió
al ver que Zac no se burlaba de ella-. A veces puedo hasta olerlas.
Zac: Palomitas.
¿Quieres algo para acompañarlas?, ¿pepinillos en vinagre o algo así?
Ness: Eso
es un mito, no todas las mujeres embarazadas comen esas cosas -dijo con una
mueca-.
Zac: Estás
echando por tierra todas mis convicciones -no supo en qué momento había alzado
la mano de ella hasta sus labios, pero tras el primer roce con su piel la soltó
de inmediato-. No te has puesto la camisa.
Aunque ya
no la estaba tocando, le parecía que aún podía sentir la calidez y la suavidad de
su mano.
Ness: Vaya
-respiró hondo, al darse cuenta de que él no estaba pensando en ella, sino en
el cuadro. De nuevo era el artista con su modelo-. Iré a cambiarme.
Zac: Vale
-completamente desconcertado por lo mucho que la deseaba, se volvió hacia la
encimera y centró su atención en la taza de café-.
Sin
embargo, Vanessa había tomado una decisión al oír que mentía por ella, para
protegerla, y decidió no aplazar más las cosas.
Ness: Zac,
sé que quieres ponerte a trabajar, pero me gustaría... creo que debería...
quiero contártelo todo, si aún quieres saberlo.
Él se
giró hacia ella, y la miró con una expresión clara y muy intensa.
Zac: ¿Por
qué?
Ness: Porque
no está bien que no confíe en ti, y porque necesito a alguien... los dos
necesitamos a alguien.
Zac: Será
mejor que te sientes -se limitó a decir, antes de llevarla al sofá-.
Ness: No
sé por dónde empezar.
Mientras
ponía otro tronco en la chimenea, Zac pensó que probablemente sería mejor si se
remontaban hasta su infancia.
Zac: ¿De
dónde eres? -le preguntó al sentarse junto a ella-.
Ness: He
vivido en muchos sitios... en Nueva York, en Pensilvania, en Maryland... mi tía
tenía una pequeña granja en la
Costa Este, allí fue donde pasé más tiempo.
Zac: ¿Y
tus padres?
Ness: Mi
madre era muy joven cuando nací, y estaba soltera. Se fue a vivir con mi tía,
hasta que... hasta que empezó a tener problemas de dinero. Entonces tuve que ir
a casas de acogida, pero eso no tiene importancia ahora.
Zac: ¿En
serio?
Ella
respiró hondo para intentar tranquilizarse.
Ness: No
quiero que sientas pena por mí, no te estoy contando esto para darte lástima.
El
orgullo sereno que Zac estaba intentando captar sobre un lienzo era evidente en
la inclinación de su cabeza y en el tono de su voz, y deseó ir a por su
cuaderno de esbozos. Pero deseó aún más acariciar su cara.
Zac: Vale,
no sentiré pena.
Vanessa
asintió, y continuó con su historia.
Ness: Creo
que las cosas se pusieron muy difíciles para mi madre; aunque nadie llegó a
explicarme del todo la situación, es fácil imaginársela. Era hija única, y es
posible que quisiera quedarse conmigo, pero no pudo. Mi tía era mayor que ella,
pero tenía sus propios hijos, así que yo era sólo otra boca que alimentar, y
cuando hacerlo se volvió demasiado difícil, fui a parar a los servicios de
acogida.
Zac: ¿Cuántos
años tenías?
Ness: La
primera vez seis, pero por alguna razón las cosas nunca funcionaron. Me quedé
un año en un lugar, dos en otro... odiaba no pertenecer a ningún sitio, no
llegar a ser nunca una parte real de lo que tenían los demás. A los doce años
volví una temporada con mi tía, pero su marido tenía problemas y me tuve que
marchar al poco tiempo.
Zac notó
un matiz extraño en su voz, algo que hizo que se tensara.
Zac: ¿Qué
clase de problemas?
Ness. Eso
no importa.
Ella
sacudió la cabeza y empezó a levantarse, pero Zac la agarró de la mano con
firmeza.
Zac: Vanessa,
tú has empezado con esto, así que acábalo.
Ness: Bebía,
y entonces se volvía bastante desagradable -admitió-.
Zac: ¿Estás
diciendo que se ponía violento?
Ness: Sí.
Cuando estaba sobrio era malhumorado y crítico, pero borracho podía llegar a
ser... cruel -se frotó el hombro, como si estuviera calmando una vieja herida-.
Normalmente la emprendía contra mi tía, pero a menudo también iba a por los
niños.
Zac: ¿Te
pegó?
Ness: Sí,
cuando no era lo bastante rápida para quitarme a tiempo de en medio -consiguió
esbozar una sonrisa sin humor, y añadió-: y te aseguro que aprendí a ser muy
rápida. Pero suena peor de lo que realmente fue.
Zac lo dudaba,
pero se limitó a decir:
Zac: Sigue.
Ness: Los
servicios sociales me trasladaron a otra casa, pero era como quedarse guardada,
a la espera. Recuerdo que a los dieciséis estaba contando los días que me
quedaban para poder arreglármelas por mí misma, para... no sé, poder tomar mis
propias decisiones. Cuando por fin alcancé la mayoría de edad, me mudé a
Pensilvania y conseguí un trabajo de dependienta en una tienda de Filadelfia.
Hice amistad con una clienta habitual, y un día se presentó con un hombre bajito
y medio calvo, que parecía un bulldog. Él le dijo a la mujer que tenía razón,
me dio una tarjeta profesional y me dijo que fuera a su estudio al día
siguiente. Yo no pensaba ir, claro, pensé que quería... me había acostumbrado a
que los hombres...
Zac: Eso
no lo dudo -dijo con sequedad-.
Era algo
que aún la hacía sentirse incómoda, pero como él no pareció sorprendido, decidió
dejar el tema.
Ness: En
fin, dejé a un lado la tarjeta y seguramente no habría vuelto a acordarme de
ella, pero una de mis compañeras la vio y se puso como loca. Me dijo que era
Geoffrey Wright, a lo mejor te suena.
Zac
enarcó una ceja, porque Wright era uno de los fotógrafos de moda más respetados
en el negocio... no, el más respetado; aunque no sabía demasiado del negocio de
la moda, un nombre como el de Geoffrey cruzaba fronteras.
Zac: Sí,
he oído hablar de él.
Ness: Cuando
me enteré de que era un fotógrafo profesional de prestigio, decidí ir a verlo,
y todo pareció suceder de repente. Me encontré maquillada y bajo los focos
antes de poder darme cuenta, y aunque estaba pasando una vergüenza increíble,
él pareció no darse cuenta y empezó a soltar órdenes a diestro y siniestro...
que si tenía que sentarme, que si quería que me levantara, que me volviera, que
me inclinara... me colocó una pelliza de marta sobre los hombros, y yo creí que
estaba soñando. Supongo que hice el comentario en voz alta, porque mientras seguía
tomando fotos se echó a reír y me dijo que en un año podría vestir pieles hasta
en el desayuno.
Zac se
reclinó en el respaldo del sofá sin decir nada, mientras se la imaginaba
envuelta en pieles. Se le retorcieron las entrañas al imaginársela convirtiéndose
en una de las jóvenes y temporales amantes de Wright.
Ness: En
un mes, ya había hecho una sesión de fotos para la revista Mode; después
hice otra para Her, y otra para Charm. Fue algo increíble, un día
estaba vendiendo ropa, y al siguiente cenaba con diseñadores.
Zac: ¿Y
qué pasó con Wright?
Ness: Nadie
me había tratado en toda mi vida tan bien como Geoffrey. Sabía que él me
consideraba casi siempre un simple producto, pero se convirtió en una especie
de perro guardián. Me dijo que tenía planes para mí, que quería que empezara
poco a poco, y que en un par de años no habría una sola persona en el mundo
occidental que no reconociera mi cara. A mí me parecía increíblemente
emocionante, porque durante toda mi vida había sido completamente anónima. A él
le gustaba que yo hubiera salido de la nada, y aunque algunas de sus otras
modelos lo consideraban una persona fría, fue lo más parecido a un padre para
mí.
Zac: ¿Lo
veías como una figura paterna?
Ness: Sí,
supongo que sí. Pero después de todo lo que hizo por mí, de todo el tiempo que
invirtió en mí, yo lo decepcioné.
Empezó a
levantarse de nuevo, pero Zac volvió a detenerla.
Zac: ¿Adónde
vas?
Ness: A
por un poco de agua.
Zac: Quédate
aquí, voy a buscarla.
Vanessa aprovechó
para tranquilizarse. Sólo le había contado la mitad de la historia, y lo peor y
más doloroso aún estaba por llegar. Cuando Zac volvió con un vaso de agua con hielo,
tomó un par de tragos y retomó su relato.
Ness: Fuimos
a París, y me sentía como si fuera Cenicienta, pero sin el miedo a que llegara
la media noche, íbamos a quedarnos un mes, y como Geoffrey quería darles un
aire muy francés a las fotos, trabajamos por toda la ciudad. Un día asistimos a
una fiesta, era una de esas increíbles noches de primavera en que todas las mujeres
parecen hermosas y los hombres guapísimos. Allí conocí a Tony.
Zac notó
que su voz se quebraba ligeramente y que sus ojos se ensombrecían de dolor, y
supo de inmediato que estaba hablando del padre de su hijo.
Ness: Se
mostró galante y encantador, como el perfecto príncipe azul, y en las dos
semanas siguientes fue a verme trabajar cada día. Salimos a bailar, comimos en
pequeñas cafeterías y dimos paseos por los parques, y pensé que él era todo lo
que siempre había soñado pero que nunca creí que podría tener. Me trataba como
si fuera algo único y valioso, como un collar de diamantes, y hubo un tiempo en
el que creí que eso era amor.
Vanessa
permaneció en silencio durante unos segundos, pensando que aquél había sido su
error, su pecado, su vanidad. Incluso un año después, aún le dolía.
Ness: Geoffrey
refunfuñaba y decía que era sólo un niño rico intentando ligar con una modelo,
pero yo no quise escucharlo. Quería sentirme amada, necesitaba desesperadamente
importarle a alguien, que me quisieran, así que cuando Tony me pidió que me
casara con él, no me lo pensé dos veces.
Zac: ¿Te
casaste con él?
Ness: Sí -lo
miró, y admitió-: sé que te hice creer que no estaba casada con el padre de mi
hijo, me pareció lo más fácil.
Zac: No
llevas anillo.
Vanessa
se sonrojó, avergonzada.
Ness: Lo
vendí.
Zac: Ya
veo.
El tono
de Zac no contenía condena ninguna, pero aun así Vanessa se sintió mortificada.
Ness: Nos
quedamos en París a pasar la luna de miel. Yo quería volver a Estados Unidos
para conocer a su familia, pero Tony dijo que prefería que nos quedáramos donde
estábamos siendo tan felices, y a mí me pareció bien. Geoffrey se puso furioso
conmigo, me sermoneó y me gritó diciéndome que me estaba echando a perder, pero
en aquel momento creí que se refería a mi carrera profesional y lo ignoré.
Mucho después, me di cuenta de que estaba hablando de mi vida.
Vanessa
se sobresaltó cuando un tronco se movió en la chimenea, y descubrió que le resultaba
más fácil continuar si miraba hacia el fuego.
Ness: Creía
que había encontrado todo lo que siempre había deseado, y al mirar atrás me doy
cuenta de que aquellas semanas en París fueron como algo mágico, algo que no es
completamente real, pero que lo parece porque uno no alcanza a darse cuenta de
que todo es un espejismo. Entonces llegó el momento de volver a casa.
Vanessa
entrelazó las manos y empezó a moverlas nerviosamente, un signo seguro de la ansiedad
que sentía. Zac quiso agarrárselas para tranquilizarla, pero se contuvo.
Ness: La
noche antes de marcharnos, Tony me dijo que tenía que solucionar un asunto de
negocios, y salió. Yo me quedé esperándolo, un poco decepcionada porque mi
marido me había dejado sola en nuestra última noche en París, pero conforme se
fue haciendo tarde empecé a asustarme, y cuando él llegó a las tres de la
madrugada estaba enfadada y molesta.
Volvió a quedarse
callada, y Zac tomó un cubrecama que había en el respaldo del sofá y se lo
colocó sobre el regazo.
Zac: Tuvisteis
una pelea, ¿no?
Ness: Sí.
Él estaba muy borracho y violento, y aunque aquélla fue la primera vez que lo
vi así, no sería la última. Le pregunté dónde había estado, y él me contestó...
bueno, básicamente me dijo que no era asunto mío. Empezamos a gritarnos, y me
confesó que había estado con otra mujer. Al principio creí que lo decía sólo
para herirme, pero entonces me di cuenta de que era verdad y empecé a llorar.
Aquello
era lo peor de todo, mirar atrás y recordar cómo se había derrumbado.
Ness: Eso
hizo que se enfadara aún más, y empezó a lanzar objetos por la suite, como un
niño con una pataleta. Gritó muchas cosas, pero en resumen me dijo que tendría
que acostumbrarme a su modo de vida, y que no tenía derecho a ofenderme, porque
yo había sido la zorra de Geoffrey.
Su voz se
quebró con aquellas últimas palabras, y bebió un trago de agua para calmar su
garganta.
Ness: Eso
fue lo que más me dolió -consiguió decir al fin-. Geoffrey había sido casi como
un padre para mí, pero nunca, jamás fue ninguna otra cosa. Y Tony lo sabía,
porque yo era virgen en nuestra noche de bodas. Me enfadé tanto que me levanté
y empecé a gritarle, ni siquiera sé lo que le dije, pero él se puso hecho una
furia, y...
Zac vio
que sus dedos se tensaban en la suave tela del cubrecama, y que después los
relajaba de nuevo con deliberación. Con un esfuerzo sobrehumano, consiguió
mantener la calma al preguntarle:
Zac: ¿Te
pegó?
Ella no
le contestó, incapaz de pronunciar palabra, y cuando Zac posó una mano en su
mejilla y volvió suavemente su cara para que lo mirara, vio que tenía los ojos
llenos de lágrimas.
Ness: Fue
mucho peor que con mi tío, porque no conseguí escapar. Tony era mucho más
fuerte y rápido. Mi tío simplemente pegaba a cualquiera que no se apartara de
su camino a tiempo, pero en el caso de Tony había algo cruel y deliberado,
quería hacerme daño. Y entonces, él me...
Vanessa
no pudo contarle lo que había ocurrido después.
Tardó
unos segundos en lograr continuar, y Zac permaneció en silencio, mientras en su
interior la furia crecía y crecía hasta que pensó que iba a explotar. Entendía
que una persona podía tener su genio, él mismo era bastante temperamental, pero
nunca, jamás podría entender o perdonar a una persona que maltratara a alguien
más débil e indefenso.
Ness: Cuando
terminó, él se quedó dormido y yo me quedé allí tumbada, sin saber qué hacer -continuó
diciendo, un poco más calmada-. Es gracioso, pero tiempo después, cuando hablé
con otras mujeres que habían sufrido experiencias parecidas, supe que es normal
sentir que la culpa ha sido tuya. A la mañana siguiente, me pidió perdón
llorando, y me prometió que nunca volvería a pasar. Esa fue la pauta durante el
tiempo que estuvimos juntos.
Zac: ¿Te
quedaste con él?
Avergonzada,
Vanessa se sonrojó y después palideció de golpe.
Ness: Estábamos
casados, y pensé que podía hacer que funcionara. Cuando llegamos a la casa de
sus padres, me odiaron nada más verme. Su hijo, el gran heredero al trono, se
había casado a sus espaldas con una mujer insignificante. Vivíamos con ellos, y
aunque hablamos varias veces de mudarnos, nunca lo hicimos. Eran increíbles,
podías estar sentada a la mesa con ellos hablando de naderías y sentir que te
estaban ignorando por completo. Tony fue a peor, empezó a verse con otras
mujeres y casi alardeaba de ello delante de mí. Sus padres sabían lo que hacía
y lo que me estaba pasando, pero el ciclo no hizo más que ir empeorando cada
vez más, hasta que supe que tenía que salir de allí. Le dije que quería el
divorcio.
Vanessa se
detuvo y respiró hondo antes de continuar.
Ness: Eso
pareció hacer que reaccionara por un tiempo. Me hizo todo tipo de promesas, me
juró que iría a terapia, que acudiría a un consejero matrimonial, que haría
todo lo que yo le pidiera, y hasta empezó a buscar una casa para nosotros dos. A
aquellas alturas yo ya había dejado de quererlo, y sé que me equivoqué de lleno
al acceder a quedarme con él, al engañarme a mí misma. No me di cuenta de que
sus padres estaban presionándolo, dificultando que pudiera mudarse, porque
ellos tenían el control financiero. Entonces descubrí que estaba embarazada.
Vanessa
apoyó una mano sobre su vientre, con los dedos extendidos.
Ness: Tony
se mostró un poco... ambivalente ante la idea de tener un hijo, pero sus padres
se entusiasmaron. Su madre empezó a redecorar un cuarto para el niño, compró
cunas de época, cucharas de plata, lino irlandés. Aunque no acababa de gustarme
la forma en que se estaba haciendo cargo de todo, pensé que quizás el niño
podría ayudarnos a mejorar nuestra relación, pero la verdad es que no me veían
como la madre del niño, igual que no me consideraban la esposa de Tony. Era su
nieto, su legado, su inmortalidad. Tony y yo dejamos de buscar casa, y él empezó
a beber otra vez. Me marché la noche que llegó borracho y me pegó.
Inhaló
profundamente, intentando calmarse, mientras continuaba con la mirada fija en
el fuego.
Ness: Ya
no me estaba pegando sólo a mí, también le estaba haciendo daño al niño, y eso lo
cambiaba todo; de hecho, hizo que me resultara increíblemente fácil marcharme.
Enterré mi orgullo y llamé a Geoffrey para pedirle un préstamo. Me dejó dos mil
dólares, y con ellos conseguí un piso, encontré trabajo y empecé los trámites
del divorcio. Diez días después, Tony murió.
Al sentir
la inevitable oleada de dolor, Vanessa cerró los ojos.
Ness: Su
madre vino a verme, me suplicó que ocultara lo del proceso de divorcio y que
asistiera al funeral como la viuda de Tony. Su reputación y su recuerdo eran lo
único que importaba, y accedí porque... porque aún recordaba aquellos primeros
días en París. Después del funeral, me pidieron que fuera a su casa porque teníamos
que hablar de un par de cosas, y fue entonces cuando me dijeron lo que querían,
lo que pensaban conseguir. Dijeron que me pagarían todos los gastos médicos,
que tendría los mejores cuidados, y que cuando el niño naciera me darían cien
mil dólares para que me hiciera a un lado. Cuando me negué, cuando me enfadé
por lo que estaban sugiriendo, me explicaron que se limitarían a quitarme a mi
bebé si no cooperaba. Era el hijo de Tony, y me dejaron claro que tenían
bastante dinero para poder conseguir su custodia. Me amenazaron con sacar a la
luz el «hecho» de que había sido la amante de Geoffrey y que había aceptado su
dinero, y me dijeron que habían investigado mi pasado y que demostrarían que no
era una persona estable para criar a un niño. Dijeron que dejarían claro que,
corno abuelos del bebé, podían darle una educación mejor. Me dieron veinticuatro
horas para que me lo pensara, y lo que hice fue huir.
Zac
permaneció en silencio, ya que se había quedado con un amargo sabor de boca. Le
había pedido que se lo contara todo, casi se lo había exigido, pero al conocer
por fin su historia no sabía si sería capaz de soportarlo.
Zac: Vanessa,
a pesar de lo que te dijeron y de sus amenazas, no creo que pudieran quitarte
al niño.
Ness: Eso
no me basta, ¿es que no lo ves?, no puedo arriesgarme mientras haya la más
mínima posibilidad. Nunca podría enfrentarme a ellos de igual a igual, no tengo
ni el dinero ni los contactos.
Zac: ¿Quiénes
son? -al verla dudar, volvió a tomarle la mano-. Has confiado en mí hasta
ahora.
Ness: Su
apellido es Eagleton. Son Thomas y Lorraine Eagleton, de Boston.
Al oír
aquello, Zac frunció el ceño. Todo el mundo sabía quiénes eran, pero a causa de
la posición social de su propia familia, aquel apellido representaba más que un
simple nombre, que una imagen.
Zac: ¿Estabas
casada con Anthony Eagleton?
Ness: Sí -se
volvió hacia él antes de decir con voz calmada-: le conocías, ¿verdad?
Zac: La
verdad es que muy poco, era más... -se detuvo al darse cuenta de que había
estado a punto de decir que era más de la edad de Michael, y optó por decir-:
más joven. Me encontré con él una o dos veces cuando fue a la costa -y lo que
había visto no le había gustado lo más mínimo, así que ni siquiera se había
molestado en formarse una opinión sobre él-. Leí que había muerto en un accidente
de tráfico, y supongo que se mencionó que estaba casado, pero este año ha sido
bastante difícil y no le presté demasiada atención al asunto. Mi familia y los
Eagleton han coincidido en algunas ocasiones, pero no hay demasiada relación.
Ness: Entonces,
sabes que es una familia con mucho dinero. Consideran al niño una más de sus...
propiedades, y me han estado siguiendo la pista por todo el país. Cada vez que
me asiento en un sitio y empiezo a relajarme, me entero de que hay detectives
husmeando. No puedo... no voy a dejar que me encuentren.
Zac se
levantó para pasearse por la habitación, para encender un cigarro, para
intentar organizar sus ideas y, sobre todo, sus sentimientos.
Zac: Quiero
preguntarte algo.
Ness: Dime
-dijo con un suspiro cansado-.
Zac: Cuando
te pregunté si tenías miedo, me contestaste que no, que tenías vergüenza.
Quiero saber por qué.
Ness: Porque
no luché ni intenté arreglar las cosas con la fuerza necesaria, y simplemente
dejé que sucediera. No tienes ni idea de lo difícil que es para mí estar aquí
sentada y admitir que permití que me utilizaran, que me pegaran, que llegué tan
bajo como para aceptarlo sin más.
Zac: ¿Aún
te sientes así?
Ness: No -dijo
mientras levantaba la barbilla-. Nadie va a volver a controlar mi vida.
Zac: Bien
-se sentó en el borde de la chimenea-. Ángel, creo que has pasado por un
infierno, por algo peor de lo que nadie se merece. No importa que tú tuvieras
parte de culpa, como pareces creer, o que fuera sólo cuestión de circunstancias.
Todo eso pertenece al pasado.
Ness: Zac,
no es tan fácil. Ahora también tengo que tener en cuenta a mi hijo.
Zac: ¿Hasta
dónde estás dispuesta a llegar para enfrentarte a ellos?
Ness: Ya
te he dicho que no puedo...
Él la
interrumpió con un gesto de la mano.
Zac: Si
tuvieras los medios, ¿hasta dónde?
Ness: Hasta
el final, hasta donde hiciera falta. Pero eso no importa, porque no tengo los
medios.
Zac tomó
una calada del cigarro, lo contempló con aparente interés y lo echó al fuego.
Zac: Los
tendrías, si estuvieras casada conmigo.
4 comentarios:
����me encanta sube pronto!!
Me encanto el capi
Me encanta la novela sube pronto
Amy
QUEEEE??
No puedo creer toda la historia de Ness y lo que Zac le dijo al final!!
Me encanta demasiado esta nove!!
Sube pronto :)
Publicar un comentario