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viernes, 7 de enero de 2022

Capítulo 10

 
Cuando se despertó a la mañana siguiente, ya había luz. A través de los cristales de las ventanas podía ver la capa de nieve blanca y brillante, que cubría las laderas de las montañas y los árboles como una sábana de color claro. La nieve brillaba a la luz del sol como mil diamantes. Parecía como si sobre el mundo entero allí afuera una hada madrina hubiera esparcido todas sus joyas para crear un paisaje que parecía un cofre de tesoros.

Tuvo que sonreír. Normalmente nunca habría tenido pensamientos tan cursis. ¿Un hada? ¿Un paisaje encantado? Probablemente era porque había pasado el día de Navidad más bonito de su vida hasta el momento. No era en lo que solía pensar. En todos los años que habían transcurrido desde la muerte de su padre, siempre había relacionado la fiesta con el dolor. Con un acontecimiento que cambió toda su vida de golpe y convirtió la magia de la Navidad en una maldición.

Ahora había redescubierto aquella magia. Y eso solo porque había pasado el día con Vanessa. El ambiente navideño en el chalet, los aromas de las galletas y la carne asada, los regalos que se habían intercambiado y las conversaciones que habían mantenido. Todo aquello era algo especial, algo que lo hacía emocionarse en cuanto pensaba en ello. Le hubiera gustado pasar aun más días con Vanessa en aquella cabaña. Le hubiera gustado que hubiera nevado aun unas semanas más. Entonces habría tenido la oportunidad de superar la distancia que se había establecido entre los dos desde la noche anterior.

Tras aquella conversación, ella se había acostado y había dicho algo así como que estaba fatigada y necesitaba dormir. Pero él sabía exactamente lo que pasaba. Sus palabras le habían hecho darse cuenta de que él solo buscaba una aventura. Pasar un par de horas agradables en una cabaña, alejado de su vida cotidiana. Solo una hora de trayecto en coche, y llegarían a la siguiente gran ciudad. La dejaría allí y no la volvería a ver.

Zac se incorporó para sentarse en la cama y se pasó las manos por la cara, luego, fue al baño a ducharse. Cuando después se dirigió con pasos pesados a la cocina, Vanessa ya estaba de pie junto a la cocinilla. Le llegó un olor a bacon asado y a café.
           
Ness: Buenos días, estoy preparando el desayuno -dijo y le sonrió-.
 
Como si todo fuera bien.
           
Zac: Gracias. Eso es genial.
           
Ness: Siéntate. El café estará listo enseguida.
 
Señaló una silla al lado de la barra americana de la cocina. Obedientemente, se dejó caer en la silla. ¿Trataba de hacerle sentir culpable a base de pura amabilidad? Si era así, su estrategia funcionaba.
           
Zac: Ya no nieva -comentó precavidamente, porque a pesar de que ella sonreía, tenía la sensación de que se movía sobre un terreno plagado de minas-.
           
Ness: Parece que hoy mismo podremos irnos -se acercó a él, colocó una jarra de café sobre la mesa y se sentó frente a él-.
           
Zac: Sí. Yo también lo creo.
           
Ness: Greg nos recogerá por la tarde. Acabo de recibir un mensaje de WhatsApp suyo. Ha parado de nevar y ya están trabajando para despejar las carreteras. Greg espera que lo estén a mediodía.
           
Zac: Eso está bien. Muy bien -dijo, aunque sus sentimientos decían otra cosa-.
 
Le susurraban que debía prolongar su estancia con Vanessa en aquella cabaña.
           
Ness: Me alegro de que por fin vaya a regresar a casa y pueda finalmente entregarle a Lila el dinero.
           
Zac: ¿Qué pasa con Tyrone? ¿Y si te está esperando allí?
           
Vanessa sacudió la cabeza.
           
Ness: No creo que lo haga. En Estados Unidos, las leyes son diferentes a las de Canadá. Aquí puedo meterlo en la cárcel por no pagar durante años la manutención de su hijo. No se atreverá a cruzar la frontera. Además, le enviaré un correo electrónico. Tengo fotos del dinero en su caja fuerte. Había al menos un millón de dólares en efectivo. No creo que quiera arriesgarse a presentar una denuncia ante el IRS. Y eso es exactamente lo que yo haré si no me deja en paz.
           
Zac: ¿De verdad crees que eso será suficiente?
           
Ness: Sí. Confía en mí, conozco a esa clase de hombres.
           
Zac: Sin embargo, tal vez deberíamos quedarnos aquí un poco más. Un par de días. Podrías enviarle este e-mail a Tyrone y esperar a ver cómo reacciona.
           
Ness: Quiero irme a casa.
 
Ella lo miró con aquella tranquila mirada que indicaba que era inútil discutir. Era justo lo que él se había supuesto. Todo había acabado.
 
 
El viaje a Waterville transcurrió la mayor parte del tiempo en silencio. Vanessa encendió la radio. Ya no sonaban apenas canciones de Navidad, en su lugar, se emitían los últimos éxitos musicales. Ella respondía con monosílabos a sus esfuerzos por iniciar una conversación. Al fin se dio cuenta de que era inútil intentarlo.

Llegaron a Waterville más rápido de lo que le habría gustado, la dejó en la parada del autobús. Había descartado su plan de comprar un coche o alquilarlo. Estaba segura de que ya no debía preocuparse por Tyrone.

Zac la acompañó a la estación de autobuses y se quedó con ella hasta que se subió al autobús que la llevaría a Boston. Cuando descubrió adónde iba, se ofreció a llevarla. Pasaría por Boston camino de Miami, pero ella no quiso. Obviamente, no podía esperar a librarse de él.

Y de repente se había quedado solo, se dirigió a su Porsche, se sentó y dejó el motor encendido. El familiar murmullo del motor no lo llenó de felicidad ni despertó en él ninguna otra emoción. La sensación de vacío era demasiado fuerte. En lugar de alegrarse porque pasaría el resto de sus vacaciones tranquila y recogidamente, esta perspectiva solo le hacía sentir rechazo. Sentarse en su apartamento de Miami a ver una película tras otra. ¿Esa era su idea de pasarlo bien?

Sacudió la cabeza. Su vida era más miserable de lo que pensaba, si eso era todo lo que se le ocurría. Tuvo la tentación de dar media vuelta y pasar el resto de la semana en el chalet. Pero tampoco tenía ganas de hacer eso. Quedarse solo en el lugar en el que había vivido días tan bonitos. Eso sonaba más a una tortura que a algo que realmente querría hacer.

Entonces, a Miami, sí.

Introdujo su destino en el GPS y partió. Recorridos un par de metros, apagó la radio. No importaba la canción que sonara, le recordaba a Vanessa. Ya fuera porque la habían escuchado juntos o porque no lo habían hecho.

Pronto se dio cuenta de que no era por las canciones, es que no lograba desterrar a Vanessa de sus pensamientos. Qué obstinada era, maldita sea. Sobre todo porque no quería tener nada que ver con él.

Tras recorrer un centenar de kilómetros, consideró seriamente la posibilidad de parar en Boston.

Siguió conduciendo.

Doscientos kilómetros. Boston se hallaba ante él. Una gran ciudad, como Miami. Realmente no le importaba en qué ciudad recluirse en un apartamento de lujo. Sin embargo, pasó de largo.

Trescientos kilómetros. La idea era completamente absurda. Ni siquiera tenía su dirección.

Cuatrocientos kilómetros y una llamada telefónica al detective que su bufete contrataba habitualmente. Ahora tenía su dirección.

Quinientos kilómetros. Necesitaba café y un plan. Un nuevo plan.

Cuando llegó a Boston, estaba completamente agotado. Había viajado setecientos kilómetros solo para pasar primero de largo por la ciudad y luego dar la vuelta para regresar. Era una idea bastante estúpida, estaba seguro de que lo era. Vanessa no había querido ir hasta allí con él. No. Había preferido subirse a un autobús, que probablemente tardaría el doble de tiempo, antes que pasar más tiempo con él. Si esto no indicaba que no estaba interesada en él, no sabía que otras señales necesitaba. Sin embargo, allí estaba.

Lanzó su maleta sobre la cama y se acercó a la ventana. Entre tanto, ya había oscurecido. El Boston Common, el parque urbano más antiguo de los Estados Unidos, se erguía sumido en la oscuridad ante él. Solo unas cuantas farolas le proporcionaban una débil luz. En algún lugar de aquella enorme ciudad estaba Vanessa. ¿Estaba tan sola como él? ¿O lo primero que había hecho era ir a visitar a sus parientes? ¿O a su cliente para darle el dinero?

Encogiéndose de hombros, se apartó de la ventana. Luego sacó su portátil. Era hora de averiguar dónde estaba la calle en la que vivía Vanessa.

 
Transcurrió un día. Luego otro más.

Mientras tanto, ya había pasado varias veces por el edificio de apartamentos en el que Vanessa tenía alquilado uno de tres habitaciones. Siempre con la esperanza de verla. A esas alturas, se sentía como un acosador. No era una sensación agradable, porque no podía explicar la extraña atracción que ella ejercía sobre él. Solo sabía una cosa, tenía que verla. Tenía que intentar hablar con ella y convencerla de que le diera la oportunidad de comenzar una relación con él. Si no lo lograba, la dejaría en paz. Regresaría a casa, se concentraría en su trabajo y olvidaría aquel episodio de su vida.

Cogió el vaso de papel que tenía en la mesa que se hallaba delante de él y le dio un trago. No lejos del apartamento de Vanessa había una cafetería. Había estado allí sentado durante media hora tratando de averiguar cómo proceder. Trataba de dar con las palabras que emplearía para convencerla.

Todo lo que se le ocurría era una mierda. No iba a caer de rodillas delante de ella ni a confesarle su amor eterno.

No, necesitaba otro plan. Uno que la convenciera de lo en serio que hablaba, sin hacerlo parecer un completo idiota.

Volvió a beber. Mientras la bebida caliente le quemaba la garganta, llegó a la conclusión de que no se requería ningún plan. Solo tenía que seguir adelante. Tocar al timbre y esperar a que se le ocurrieran las palabras adecuadas. Pero, primero, necesitaba un regalo.


Zac: Deberías tener más cuidado. No tuve ningún problema para averiguar tu dirección.

Ness: ¡Zac!

Allí estaba apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándola. Con una expresión sombría en su cara, como si fuera culpa suya que se hallara allí.

Ness: ¿Por qué has tardado tres días? -preguntó y abrió la puerta del apartamento-.

Zac: Porque tenía la impresión de que te estaba acosando.

Sin esperar una invitación, entró en el apartamento detrás de ella.

Ness: Siéntete como en tu propia casa -dijo, tratando de no dejar traslucir la felicidad que la embargaba como una corriente cálida y brillante desde que lo había visto-.

Incluso el corazón le había dado un brinco en el pecho al verlo.

Zac: Qué bonito lo tienes todo.

Estaba de pie, en el salón, con las manos en los bolsillos de sus pantalones, y miraba a su alrededor.

Ness: ¿Realmente te gusta?

Zac: Sí, o no lo habría mencionado.

Ness: Te había tomado más bien por un tipo de muebles de diseño. Al que solo le gustan los muebles cuando son blancos y cuando menos hay de ellos en una habitación.

Zac sonrió.

Zac: Así es mi casa. Eso no significa que no me guste tu decoración. Al contrario, resulta acogedora, en mi casa parece que uno se hubiera perdido en la exposición de una tienda de muebles.

Se sentó en el sofá rojo flanqueado también por sillones rojos. Sobre el suelo de madera marrón claro, había una alfombra marrón oscuro. Zac tenía razón, resultaba acogedor, al menos así lo sentía. Ella también sentía debilidad por los colores, pero él seguramente, ya se había dado cuenta de ello.

Ness: ¿No quieres quitarte la chaqueta? -preguntó cortésmente, aun sin saber a ciencia cierta por qué estaba allí-.

Zac: Sí, por supuesto.

Se quitó la chaqueta y sacó algo de uno de los bolsillos. Luego se lo tendió a ella. Una pequeña caja lacada en rojo con un lazo dorado rodeándola.

Ness: ¿Para mí? ¿Un regalo?

Zac: Sí.

Ness: Pero ya me has regalado algo por Navidad.

Zac: Quería darte otra cosa. Algo especial.

La miró. Había dudas en su mirada, como si no estuviera seguro de que ella fuera a aceptar el regalo.

Ness: Gracias.

Ella le cogió el paquete. Y la chaqueta. Cuando la hubo colgado, regresó a la sala de estar y se sentó frente a él. Vanessa eligió el sillón situado al otro lado de la mesa de centro. No quería sentarse junto a Zac, su cercanía ya era bastante turbadora.

Sus manos temblaron un poco al tirar del lazo. Su corazón latía apresurado por la emoción. ¡Zac estaba allí! Aunque no sabía lo que significaba su presencia, a su mente acudían innumerables pensamientos. Todos ellos demasiado optimistas.

Ness: ¡Qué bonita! -susurró al ver lo que le había traído-.

Sacó con precaución la pequeña bola de nieve de la caja. Una cabaña en las montañas, rodeada de un paisaje invernal. De la chimenea de la cabaña de madera ascendía el humo, que parecía engañosamente real. Sacudió la bola. Inmediatamente comenzó a caer nieve.

Ness: Zac, esto es precioso -lo miró y notó como una lágrima se le escapaba de los ojos-.

Zac: Pensé que sería un buen recuerdo de los días que pasamos en el chalet. -Hizo una pausa. Aparentemente, aquel hombre tan seguro de sí mismo no sabía qué decir-. ¿Te gusta?

Ness: ¡Me encanta!

Zac: Bien.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Zac. El corazón de Vanessa comenzó a latir con más rapidez. Golpeaba su pecho como si estuviera a punto de estallar. Respiró profundamente. Tenía que averiguar qué pretendía. Por qué estaba allí y le había traído un regalo para recordarle el tiempo que habían pasado juntos.

Ness: ¿Por qué estás aquí? -preguntó e intentó sonar lo más tranquila y sosegada posible-.

Zac: No lo sé.

Ness: ¿No lo sabes? Vienes a verme, me traes un precioso regalo, ¿y no sabes por qué?

Zac suspiró.

Zac: No me he expresado bien. Por supuesto que sé por qué estoy aquí. Lo que no sé es si tú... qué pensarás al respecto. O más bien, cómo reaccionarás. -Se pasó la mano por el pelo-. Estoy diciendo tonterías. Lo que quiero saber es si estás dispuesta a darle una oportunidad a una relación conmigo.

Ness: ¿Qué?

Zac: Lo que has oído. ¿Debo repetir las palabras?

Ness: No, no. Estoy un poco sorprendida.

Zac: ¿Y? ¿Cuál es tu respuesta?

Ness: No lo sé, no estoy segura...

Zac: De acuerdo, sabía que no debía haber venido.

Zac se incorporó de un salto y se dirigió al pasillo a grandes pasos.

Ness: Zac, espera -
corrió tras él-.

Zac: ¿Por qué? Obviamente has tomado una decisión y no quieres tener nada que ver conmigo.

Ness: ¿No puedes concederme un tiempo? Me pillas por sorpresa, me propones algo que no me esperaba en absoluto y esperas que te dé una respuesta en cuestión de segundos.

Zac: Si supieras lo que quieres, tendrías una.

Ness: ¿Cómo puedo estar segura? Desde el principio dijiste que no querías una relación. Nada más que sexo sin compromiso. Nada de llamadas una vez nos separáramos. Ni mensajes de texto. Nada. Eso es lo que querías.

Zac: Estaba equivocado, ¿de acuerdo?

Ness: Así que ahora quieres algo más que sexo sin compromiso.

Zac: Yo no he dicho eso. Te he preguntado si le darías una oportunidad a una relación conmigo.

Ness: ¿Una auténtica relación?

Zac: Sí, por supuesto.

Por un instante, se quedaron mirándose el uno al otro. Poco a poco se desvaneció el enfado de Vanessa. Veía que a Zac le ocurría lo mismo, porque su mirada se enternecía y era suave, como una caricia.

Zac: Ven aquí.

La voz de Zac sonaba ronca. Ella, vacilando, dio un paso hacia él, luego otro. Hasta que estuvo cerca. Él colocó sus brazos alrededor de los hombros de Vanessa y la atrajo hacia sí. Tan cerca que Vanessa podía sentir los latidos de su corazón.

Zac: Te he echado de menos -le susurró en el pelo-. Apenas habías subido en aquel autobús cuando tuve que luchar contra el deseo de sacarte de allí a rastras. Y luego seguí conduciendo y pasé por Boston preguntándome si debía parar y esperarte. Sin embargo, seguí conduciendo. Cada kilómetro que recorría alejándome de ti, se libraba una batalla en mi interior. Quería volver contigo, pero al mismo tiempo era demasiado cobarde para admitirlo. Sin embargo, se impuso la nostalgia que sentía por tu causa.

Ness: Me alegro -dijo en voz baja-. Me alegro de que hayas dado la vuelta.

Zac: ¿En serio?

La apartó suavemente de él para poder mirarla a los ojos.

Ness: Sí, en serio.

Él bajó la cabeza y la besó. Fue un beso cauto, un ligero roce de sus labios sobre los de ella. Vanessa se apretó contra él, se puso de puntillas y profundizó el beso. El deseo la arrollaba como una ola. Quería más. Mucho más.

En algún momento se separaron el uno del otro. Vanessa colocó la cabeza en el pecho de Zac. Este le acarició suavemente el pelo. Por primera vez en mucho tiempo, Vanessa sentía que estaba exactamente donde debía estar. En sus brazos. Levantó la cabeza y lo miró. Tenía que decirle cómo se sentía, si él sentía lo mismo, aunque ella ya sabía la respuesta.

Ness: Me enamoré de ti en Eustis -le confesó. Luego sonrió-. Para ser sincera, mucho antes. Creo que fue cuando viste el árbol de Navidad en el salpicadero y hubieras preferido derribarlo, pero solo por mí, lo dejaste donde estaba.

Zac: Yo me enamoré de ti mucho antes incluso. Exactamente en el momento en que vi tus ojos bajo aquel enorme gorro rojo de Navidad. En ese preciso instante me ocurrió.

Ness: ¿En serio?

Zac: Sí.

Ella se echó a reír.

Ness: Sabía que te gustaba la Navidad.

Zac: Ahora sí. -Volvió a atraerla hacia sí-. Pero tú aun me gustas más.


FIN


Aquí damos por concluida la temporada navideña.
Espero que hayáis disfrutado de las novelas y que hayáis pasado unas felices fiestas.
Os deseo lo mejor para este nuevo año 😊



martes, 4 de enero de 2022

Capítulo 9

 
No era tan fácil levantar los párpados. Una fuerza invisible parecía empujarlos hacia abajo, pero en algún momento Vanessa lo consiguió. Por un instante no supo dónde se hallaba. Entonces se acordó. El chalet. La habitación principal que le había cedido a Zac. La noche anterior, sin embargo, no había habido ninguna diferencia. En algún momento, mucho después de quitarse el sujetador navideño, Zac la había llevado a la habitación. Luego la había depositado cuidadosamente sobre la cama y habían practicado sexo. Maravilloso, impresionante, sensual sexo.

Ahora ya había pasado todo. La fría luz de la mañana le atravesó los ojos y se preguntó si aquella noche había sido un error o no. No tenía respuesta para aquella pregunta. Sencillamente no lo sabía. Así que se dio la vuelta y miró a Zac. Aun dormía, su respiración era profunda y regular. Cuidadosamente, levantó la mano, para acariciar el contorno de su rostro. Zac abrió los ojos lentamente y sonrió adormilado.
           
Ness: Feliz Navidad -susurró-.
           
Zac: Feliz Navidad. -Estaba apoyado sobre un brazo y se frotaba los ojos. Entonces, la miró, con una tierna expresión en sus ojos-. ¿Has dormido bien?
           
Ness: Sí. Tal vez poco, pero eso no importa.
           
Zac: Esta noche ha sido maravillosa.
 
Una cálida sensación la embargó y la envolvió como si fuera una manta calentita.
           
Ness: Sí, ha sido maravillosa. Todavía está nevando -dijo tratando de encontrar otro tema antes de hacer el ridículo y terminar pronunciando palabras tales como «amor»-.
 
Porque ese era el problema. Se estaba enamorando de Zac. Del hombre que no quería otra cosa que sexo sin compromiso y que, a pesar de todo, era tan cariñoso y estaba tan atento a su bienestar que le dolía solo de pensarlo.

Zac desvío la mirada de ella hacia la ventana.
           
Zac: Parece que tendremos que pasar juntos las fiestas.
           
Ness: ¿Te parece bien?
           
Zac: No puedo pensar en nada más bonito que en pasar la Navidad contigo.
           
Ness: Es la cosa más bonita que me has dicho hasta ahora.
           
Zac: ¿Estás segura? Recuerdo haberte colmado de cumplidos esta noche. -Alargó la mano y le acarició la cara. Sus dedos se deslizaron sobre su piel, bajando del rostro al cuello y de allí a sus pechos. Aquel roce le provocó un hormigueó que se extendió a su vientre-. Todos eran ciertos -dijo en voz baja-.
           
Ness: ¿Lo eran?
           
Zac: Sí.
 
Zac se inclinó sobre ella y la besó. Su mano se deslizó más abajo, hasta su ombligo. Allí lo detuvo Vanessa, poniendo sus dedos encima de los de Zac.
           
Ness: ¿Qué tal si primero nos duchamos?
           
El baño estaba cubierto de una espesa bruma cuando salieron de la ducha. Vanessa se envolvió en un albornoz. Su cuerpo brillaba literalmente, y eso no a causa del agua caliente, sino por lo que Zac le había hecho en la ducha.

Él se colocó a su lado, la atrajo hacia así y la besó en la boca.
           
Zac: No me canso de ti -murmuró-.
           
Ness: Qué pena -le sonrió descaradamente-. Tengo mucha hambre.
           
Zac: De mí, espero -dijo, aun con aquella voz grave que dejaba traslucir su deseo-.
           
Ness: También. Pero primero necesito otra cosa.
           
Zac: ¡Mujeres! -suspiró y dio un paso atrás-. Nunca sacian su apetito.
           
Ness: Es culpa tuya.
           
Zac: Eso es lo que todas dicen -le cogió la mano-. Ven. Cuanto antes comas algo, antes podremos ir a la cama.
           
Ness: Para. -Colocándole una mano en el pecho, lo detuvo-. Tengo que coger una cosa.
           
Zac: ¿El qué? Todo lo que necesitamos está en la cocina. Mallory ha comprado provisiones para alimentar a un ejército hasta las próximas fiestas.
           
Ness: Deja que te sorprenda. Me vestiré y nos reuniremos en la cocina.
 
Vanessa entró en su habitación, se puso un par de pantalones vaqueros y una camiseta que se ató en la cintura. Luego rebuscó en la bolsa que Greg había traído al chalet en la motonieve. No le llevó mucho tiempo encontrar lo que quería regalarle a Zac. Lo metió en un calcetín rojo de Navidad, fue hasta la chimenea y lo colgó allí. Después cruzó la habitación hacia la cocina y se dispuso a preparar el desayuno. Podía ver a Zac por encima de la barra americana. Parecía que hubiera echado raíces en el salón, se había quedado mirando la chimenea.
 
Zac: ¿Me compraste un calcetín de Navidad?
           
Ness: Cuando lo compré, no sabía que era para ti.
           
Zac: Guau. -Se pasó la mano por el pelo con un gesto nervioso-. Ya sabes que no tengo nada para ti.
           
Ness: Oye, no es gran cosa. En esencia, ni siquiera es un regalo de verdad. Espero que te guste. Un poco, al menos.
           
Zac: Claro. Solo porque viene de ti.
 
Zac retiró cuidadosamente el calcetín del clavo. Luego se dirigió a la cocina aproximándose a ella, se sentó y desató el lazo. Al poco tiempo había liberado el árbol de Navidad en miniatura que Vanessa había comprado poco después de cruzar la frontera. Se lo quedó mirando con una sonrisa.
           
Zac: ¿Me regalas el árbol de Navidad?
           
Ness: Sí, porque estoy segura de que en Miami no habrá ni un solo adorno de Navidad, al menos no donde vives. Y eso es una pena.
 
Puso las manos en sus caderas y lo miró desafiante.
           
Zac: Tienes razón.
           
Ness: ¿Te gusta?
           
Zac: Mucho.
           
Ness: ¿De verdad? Sé que no te gusta la Navidad.
           
Zac: Si todas las fiestas fueran como esta, me encantaría. -Se levantó, se acercó a ella y la abrazó-. Gracias.
           
Tenía que regalarle algo. Quería regalarle algo. ¿Pero qué? Pensativamente, miró a Vanessa por encima del borde de su taza de café. Ambos se habían abalanzado sobre el desayuno. Huevos fritos con bacon y tostadas. Después de aquella larga noche, ambos estaban hambrientos y por lo tanto no les llevó mucho tiempo dar cuenta de todo.

Vanessa se levantó y alzó su taza en un gesto interrogativo.
 
Zac: ¿Quieres más café?
           
Ness: No, gracias.
           
Se dio la vuelta y se alejó de él, fue hasta la máquina y cogió la jarra que estaba sobre el calientaplatos. Él la miró mientras se servía, dejó que su mirada recorriera su cuerpo. Un cuerpo que conocía muy bien desde anoche. No sabía mucho de ella, pero al menos había descubierto lo que le gustaba en la cama. Como sonaba cuando tenía un orgasmo. Y luego estaba su profesión. Era algo más que un trabajo, eso era seguro, lo había comprendido mientras ella le contaba cómo había llegado a elegirla. La pasión en su voz. Su sentido de la justicia, que probablemente también provenía del hecho de que su madre había sido madre soltera. Después de que naciera, su padre había abandonado su casa y nunca más volvió a dejarse ver por la familia. Aun menos le había prestado ayuda económica a su madre.

Vanessa no solo era apasionada en la cama, sino también en su profesión. Y había algo más que le entusiasmaba. Algo más que la llenaba de pasión. La Navidad. Le encantaba aquella fiesta, y por eso también intentaba «convertirlo», para que albergara de nuevo esos días en su corazón. Una sonrisa se dibujó en sus labios al pensar en el pequeño árbol de Navidad que ella le había regalado. De alguna manera ella había logrado despojarle de su aversión por aquella fiesta. Y de repente supo lo que iba a darle.
           
Ness: ¿Qué es lo que es tan gracioso? -le preguntó y se sentó a la mesa con su taza-.
           
Zac: Nada. Solo estaba pensando que te las has arreglado para convertir a un empecinado detractor de la Navidad en alguien que puede disfrutar de este día por primera vez en mucho tiempo.
           
Ness: Espera a ver el menú que tengo planeado para hoy. Después de eso, desearás que haya Navidades todos los meses.
           
Zac: ¿Tan bueno es?
           
Ness: ¡Desde luego! Mi pechuga de pavo glaseada con jarabe de arce es famosa más allá de nuestras fronteras.
           
Zac: Guau. Ya se me hace la boca agua.
           
Ness: A mí también. Por eso empecemos ahora mismo a prepararla.
           
Zac: ¿En serio?
 
Miró su reloj de pulsera. Eran las diez de la mañana.
           
Ness: La dejo en el horno cinco horas a temperatura baja. Con los preparativos, son unas cinco horas y media. La cena estará lista por la tarde. Para entonces tendremos hambre de nuevo.
           
Zac: Estoy seguro de eso. -Se inclinó sobre ella, rozándole suavemente los labios con la boca preguntándole sin pronunciar palabra. Ella respondió abriendo sus labios. El beso se hizo intenso, tan intenso que él se levantó y le tendió la mano-. Creo que tendremos que aplazar la cena.
           
Ella colocó su mano en la de él y también se levantó.
           
Ness: Buena idea.
           
Por alguna razón, no se saciaba de Vanessa. Esta yacía durmiendo acurrucada a su lado. Entre tanto no solo habían tenido un sexo fenomenal, sino que también habían preparado la pechuga de pavo y la habían puesto en el horno. Luego, se habían metido en la cama para ver La mujer del obispo. Una vieja película de Navidad que incluso Zac conocía porque la había visto cuando era un niño. A Vanessa no le costó mucho quedarse dormida. Su respiración regular hacía que su pecho subiera y bajara. Su pelo le hacía cosquillas a Zac debajo de la barbilla. Sin embargo, no se movió. Por el contrario, disfrutaba de su cercanía. La cálida sensación de su piel contra la suya. La confianza que había surgido entre los dos.

Estar de pie junto a ella en la cocina y preparar la cena era casi tan agradable como aterrizar con ella en la cama. Solo porque le hacía compañía, se reía con él, le contaba historias sobre su vida. Ahora sería un buen momento para ocuparse de su regalo, pero simplemente no podía desprenderse de ella. Solo unos minutos más y se levantaría, se sentaría frente a su portátil y crearía la lista de reproducción que quería regalarle.

Los minutos se convirtieron en una hora. Y, entonces, al fin, logró separarse, y solo porque Vanessa se había apartado de él al darse la vuelta mientras dormía. Ahora podía levantarse sin despertarla, caminar tranquilamente por la habitación y sacar el portátil de su maleta. Luego se dirigió a la sala de estar. Allí lo recibió un irresistible aroma a vino tinto, canela y naranja. Vanessa había preparado un ponche de Navidad. Zac se sirvió un poco en una taza, calentó la bebida en el microondas y se la llevó a la mesa de café donde había colocado su portátil. Luego se puso a trabajar.
           
El amanecer se cernía sobre el paisaje nevado que se observaba delante de sus ventanas. El fuego crepitaba en la chimenea. En el gran árbol de Navidad lucía la guirnalda luminosa, las bolas de colores brillaban en la tenue luz. Silent Night, cantada por Beyoncé, se propagó por la habitación. La mesa de comedor, que no habían utilizado antes, porque siempre habían comido en la cocina, estaba puesta para la fiesta con un mantel blanco, copas de vino relucientes, porcelana fina y velas. Y luego cómo olía. Si la Navidad se pudiera vender como perfume, aquella sería la fragancia elegida. Un olor a canela, pavo, manzana y especias de pan de jengibre, se extendía por toda la casa y hacía que a Zac se le hiciera la boca agua.
           
Ness: Por una feliz Navidad.
 
Vanessa levantó su copa de vino y brindó. Una sonrisa se dibujaba en su hermoso rostro.
           
Zac: Por unas felices fiestas.
 
Brindaron, bebieron del caro vino y dejaron sus copas sobre la mesa. Luego se centraron en la comida. Estaba deliciosa. Vanessa probablemente sentía lo mismo, porque se recostó en la silla con los ojos cerrados.
           
Ness: Esto sabe tan bien -dijo abriendo los ojos y enderezándose-. Es simplemente perfecto. No solo la comida, sino todo. Creo que esta es la Navidad más romántica que he vivido.
           
Zac: La mía también -respondió con una sonrisa-.
           
Ness: Eso lo tenía claro -respondió secamente-. No creo que tus fiestas navideñas de los últimos años hayan sido muy difíciles de superar. Pero las mías sí.
           
Zac: Me alegro por ti. -Se dio cuenta de lo frío que había sonado-. Toma, tengo algo para ti -dijo rápidamente y le puso el regalo envuelto en papel rojo delante-.
           
Ness: ¿Tienes un regalo para mí?
           
Zac: Sí. He estado preparándolo mientras dormías.
           
Ness: No me lo esperaba. Gracias -dejó sus cubiertos en un lado y desenvolvió el paquete. Al poco tiempo tenía un pendrive en la mano-. ¿Qué hay en él?
           
Zac: Una lista de reproducción.
           
Ness: Tengo que averiguar de inmediato qué canciones me has grabado -se incorporó de un salto, se acercó al equipo de estéreo e introdujo el pendrive en la ranura correspondiente, luego subió el volumen. Sonó Jingle Bells-. ¿Canciones de Navidad?
 
Zac: No es que se escuchen muy a menudo estas canciones -dijo sonriendo-. Por eso pensé que te gustaría. Elegí las canciones que escuchamos por el camino.
           
Ness: ¡Gracias!
 
Dando unos pocos pasos se puso a su lado y le dio un beso en la frente, luego se sentó. Su rostro estaba radiante, sus ojos brillaban. Zac la miró. Qué contenta se había puesto con aquel simple gesto. Por primera vez en su vida se dio cuenta de lo mucho que nos emocionamos cuando hacemos feliz a alguien que realmente nos gusta.

Después de cenar, cogieron sus copas de vino y se sentaron juntos frente a la chimenea. Vanessa se acurrucó junto a Zac. Observaron cómo bailaban las llamas delante de ellos, cambiando de forma y trazando nuevos patrones una y otra vez.
           
Ness: Nunca me habría imaginado que iba a estar tan a gusto -murmuró-.
           
Zac: Yo tampoco.
 
Zac le imprimió un beso en el pelo, la abrazó y la atrajo hacia sí.
           
Ness: Me encanta tu regalo -le susurró al oído-.
 
El sonido de una canción navideña seguía flotando en el aire. Esta vez era White Christmas.
           
Zac: A mí también me encanta tu regalo.
 
Una extraña sensación lo embargó, era casi como si no estuvieran hablando de regalos, sino de otra cosa.
           
Ness: Me alegro -reclinó su cabeza en el hombro de Zac-. Cuéntame más cosas sobre ti. No sé mucho, solo que no te gusta la Navidad. ¿A qué te dedicas?
           
Zac: Soy abogado.
           
Ness: Oh, ¿entonces eres uno de esos?
           
Zac: Sí, uno de esos malvados abogados que no hace otra cosa más que sacarle el dinero a sus clientes.
           
Ness: Eso no es verdad. Apostaría a que eres honesto y no quieres perjudicar financieramente a tus clientes.
           
Zac: Tienes razón. No es así. Desgraciadamente, mi profesión ya no tiene muy buena reputación. -Dudaba, dudaba si debía decirle cuál era su especialidad. Pero luego recapacitó, ella podía aceptarlo o no-. Soy abogado especialista en divorcios -admitió-.
           
Ness: ¿Así que no tienes muy buena opinión del matrimonio?
           
Zac: Al contrario. Tengo una buenísima opinión de esta institución, pero ayudo a aquellos que, por cualquier razón, ya no quieren vivir juntos.
           
Ness: ¿No te ha hecho ser más cínico con el tiempo?
           
Zac: Un poco.
           
Ness: ¿Te casarías? -se apartó de él y le miró a los ojos. Lo miraba con una expresión seria-. ¿U opinas que no hay que darle oportunidades al amor?
           
Zac: No lo sé. Aun no he conocido a una mujer con la que quiera casarme.
 
Tan pronto como hubo concluido de hablar, comprendió su error. Una sombra cubrió el rostro de Vanessa. Pero, luego, sin embargo, le sonrió.
           
Ness: A mí me pasa lo mismo -dijo, pero algo en sus palabras sonaba como si no estuviera diciendo la verdad-.
           
Zac: Tal vez sea por tu trabajo. Te enfrentas a los aspectos negativos de una relación, como yo.
           
Ness: Eso es cierto. Aun así, creo que el matrimonio puede ser algo maravilloso.
           
Zac: Brindo por eso.
 
Zac levantó su copa, luego le dio un trago. Mientras el vino tinto corría por su garganta, supo que Vanessa se estaba alejando interiormente de él. No se notaba físicamente, pero él percibió que ella ponía interiormente distancia entre ellos. Como si tuviera que protegerse de él. Y probablemente tenía razón.


sábado, 1 de enero de 2022

Capítulo 8

 
Tenía las manos húmedas. Estaba nerviosa, aunque no había razón para ello. Después de todo, no tenía que decirle nada que no quisiera revelar. Podía mentirle porque Zac nunca sabría la verdad. Tan pronto como parara de nevar, seguirían caminos diferentes. O un poco más tarde, tan pronto como llegara a Waterville.

Aun así no quería hacerlo. Sentía que estaba mal. Sin embargo, había dicho que jugaría. Así que diría la verdad aunque tuviera miedo de la reacción que pudiera tener Zac. Pero quizás tuviera suerte. Tal vez no le planteara la pregunta que temía que le planteara. Respiró hondo y se sentó frente a él. Delante de ellos, en el suelo de madera, una botella vacía con su corcho. La persona a quien la botella señalara cuando parara de girar podría hacer la primera pregunta o exigir que se realizara una acción determinada. Dependiendo de lo que el otro escogiera.
           
Zac: ¿Estás lista?
 
Zac la miró. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Y, ¿por qué no? Él no tenía secretos. No estaba huyendo de un hombre a quien le había robado treinta mil dólares.
           
Ness: Sí.
 
Esforzándose por que su expresión fuera neutra, le devolvió la mirada y trató de ocultar su nerviosismo.
           
Zac: Bien.
 
Zac alargó la mano, agarró la botella y la hizo girar.

Aquella maldita cosa, por supuesto, lo señaló. Lo sabía. Casi tenía la impresión de que Zac lo había manipulado todo para resultar elegido. Solo que no sabía cómo lo había hecho ante sus ojos. Así que no había sido otra cosa que su habitual mala suerte.
           
Zac: ¡He ganado!
 
Zac le sonrió. Un brillo feliz destellaba en sus ojos.
           
Ness: Bueno, bien.
 
Vanessa apoyó su espalda contra el sofá que estaba detrás de ella, cruzó sus brazos delante de su pecho y esperó a que pronunciara las conocidas palabras.
           
Zac: ¿Verdad o atrevimiento?
           
Ness: Atrevimiento -contestó sintiendo náuseas en el estómago-.
 
Quizá debería haber respondido con «verdad», pero aun no estaba preparada.
           
Zac: Toma. -Le sirvió un whisky y sostuvo el vaso en alto-. Bebe esto.
           
Ness: ¿Quieres emborracharme y luego seducirme?
           
Zac: Ese era el plan. Pero como me has descubierto, me conformo con que te relajes.
           
Ness: Si alguien necesita relajarse, eres tú -refunfuñó, cogió el vaso y se sentó-.
           
Zac: ¡Para! Espera.
           
Ness: ¿Qué pasa ahora?
           
Zac: No pretenderás tomarte una malta de ochenta años de un solo trago, ¿verdad?
           
Ness: Claro que pretendía eso.
           
Él puso en blanco los ojos.
           
Zac: Bébetelo despacio. Disfrútalo. Deja que el sabor se funda en tu boca.
           
Ness: Eso no formaba parte de tu «atrevimiento»
           
Zac: Es cierto. Pero quiero que saques algo bueno de beber whisky.
           
Ness: De acuerdo -le dio un cauteloso trago al whisky-.
 
Aquella cosa le quemaba la garganta. Ahora sabía por qué los indios lo llamaban aguardiente. Pero entonces percibió el sabor ahumado del whisky. Sabía a fuego, a hombres partiendo leña con el torso desnudo. Sabía a... Interrumpió sus pensamientos.
           
Ness: Interesante.
 
Volvió a tomar otro trago. Esta vez estaba preparada para ello, sabía, cuáles iban a ser los sentimientos que la bebida le despertaría.
           
Zac: ¿Sabe bien?
           
Ness: Sí. Sorprendentemente bien.
           
Zac: Calienta la copa entre tus manos y el sabor variará.
           
Vanessa hizo lo que él le dijo. Con el vaso en su mano derecha, señaló con su mano izquierda a Zac.
           
Ness: Ahora me toca a mí. ¿Verdad o atrevimiento?
           
Zac vaciló, la miró fijamente a los ojos como si quisiera saber si era mejor decir la verdad o esperar que el «atrevimiento» al que le sometiera no fuera tan malo.
           
Zac: Atrevimiento -dijo sin apartar la mirada-.
           
Ness: De acuerdo. Te lo pondré fácil. Porque soy buena y creo que deberíamos estar igualados.
 
Alcanzó la botella y le sirvió una copa. Luego sostuvo el vaso en alto.
           
Zac: Eso es el doble de lo que yo te serví.
           
Ness: Eres un hombre. Puedes beber más.
           
Zac: Se diría que quieres emborracharme y luego seducirme.
 
Luego le dio un trago. Vanessa lo observaba. Quería saber si él reaccionaba igual que ella con el whisky. Si él también pensaba en tener sexo delante de la chimenea cuando la bebida atravesaba su garganta. Desafortunadamente, ponía mejor cara de póquer que ella, porque su expresión no reveló nada. Nada en absoluto. Pero tal vez ella era la única a la que le excitaba la perspectiva de una voluptuosa noche.

El vaso de Zac aun estaba medio lleno cuando preguntó «¿verdad o atrevimiento?».
           
Ness: Verdad.
 
La sensación de náuseas en su estómago se intensificó. Decir la verdad le asustaba más que cualquier cosa que Zac pudiera pedirle que se «atreviera» a hacer.
           
Zac: Verdad entonces.
 
Él la miró pensativo. Esta vez no como si quisiera mirar en su interior, quizás porque ya lo había hecho, pues Vanessa sentía que era un libro abierto para él. Zac sonrió como si hubiera adivinado sus pensamientos.
           
Zac: No estás embarazada -afirmó-.
           
Ness: ¿Esa era tu pregunta?
           
Zac: No, eso ha sido una afirmación. Y si no estás embarazada, podrías haber mentido en lo que se refiere a tu novio.
           
Ness: Nunca te dije que estaba embarazada.
           
Zac: Así es, pero actuaste como si lo estuvieras y no quisieras admitirlo.
           
Ness: Eso es hilar demasiado fino.
           
Zac: Como quieras -le dio un trago a su whisky-. ¿Estás soltera?
           
Ness: Sí -se le escapó, tan aliviada por la pregunta que no se lo pensó-.
 
Había temido que le preguntara por Tyrone, intentando averiguar qué hacía realmente en Lac-Mégantic. Vale, no era un verdadero secreto, pero hablar de su trabajo podría destruir el cordial ambiente que se había creado entre ellos más rápido que un misil con detonador atómico.
           
Zac: Bien.
           
Esta vez su mirada hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. De nuevo, acudieron a ella imágenes de Zac. Este de pie, afuera, con aquel frío y su torso desnudo. Sus músculos, que se marcaban con cada golpe de hacha. Se preguntaba cómo sería pasarle la mano por la piel, besarle, tener sus cálidas manos sobre su.... Ya bastaba. Aquello tenía que ser el maldito whisky que confundía sus pensamientos y la hacía ir en una dirección que podía volverse peligrosa.
           
Ness: ¿Qué hay de ti? -preguntó e intentó poner en orden sus pensamientos de nuevo-.
           
Zac: Soltero.
           
Ness: Hm.
           
Zac: ¿Qué quieres decir con «hm»?
           
Ness: Nada.
           
Zac: Nada. No me digas. Bueno, entonces, ¿verdad o atrevimiento?
 
Hablaba con suavidad, como con una caricia, con una voz tan grave como el terciopelo rozando la piel desnuda.
           
Ness: Verdad.
           
Zac: ¿Quién es ese tal Tyrone?
 
Zac había formulado finalmente la pregunta que no quería contestar.
           
Ness: Tyrone no es mi ex novio. Apenas conocía a ese tipo cuando llegué a Lac-Mégantic -admitió con la esperanza de que Zac se quedara satisfecho con ello-.
 
Por supuesto que no fue así, como demostró su siguiente pregunta.
 
Zac: ¿Así que aquello fue una mentira? ¿Que querías celebrar la Navidad con él y os peleasteis?
           
Ness: Sí, eso era mentira -suspiró. Parecía que había llegado el momento en que tendría que hablarle de su profesión. Temía su reacción, que de repente la mirara con desprecio porque desempeñaba un trabajo que no le gustaba a muchos hombres-. Mi trabajo consiste en localizar a padres que se niegan a mantener a sus hijos. Padres que han abandonado a sus mujeres.
 
Miró a Zac y lo desafió con la mirada a decir algo al respecto. A que le dijera que lo que hacía estaba mal, simplemente porque los hombres se apoyan entre sí y porque había muchos idiotas que engendraban hijos y dejaban que las mujeres se las arreglaran solas.
           
Zac: ¿Y Tyrone es uno de esos padres?
           
Ness: Sí. Había investigado previamente y averigüé dónde estaba y que había acumulado una fortuna. Cuando le pregunté, negó tener dinero. Como tantos otros padres, el pobre cretino solo tenía lo suficiente para sobrevivir, pero se las arreglaba para vivir en una mansión, con ama de llaves y un Mercedes aparcado en la puerta principal. Mientras que la madre de su hijo de trece años tenía tres trabajos y aun así no podía pagar el alquiler de su pequeño apartamento de dos habitaciones, donde dormía en el sofá para que su hijo pudiera tener su propio cuarto.
           
Zac: Es decir, un auténtico imbécil.
           
Ness: Exacto. Por eso cometí un error.
           
Zac alzó las cejas.
           
Zac: Eso suena interesante.
           
Ness: Lo es, pero también es bastante estúpido. Quería darle a Lila, el nombre de mi cliente, el dinero al que tenía derecho antes de Año Nuevo. Treinta mil dólares, la pensión alimenticia de trece años que nunca había recibido.
 
Vanessa hizo una pausa. Para lo que seguía a continuación necesitaba valor.
           
Zac: ¿Qué hiciste? Vamos, Vanessa, no me dejes con la intriga.
           
Ness: Cuando hablé con él, vi la caja fuerte detrás de su escritorio, estaba un poco abierta, probablemente porque cogí por sorpresa a Tyrone en la a la oficina que tenía en su casa presentándome sin previo aviso.
           
Zac: Déjame adivinar. Robaste el dinero de la caja fuerte. ¿Esa es una forma normal de proceder en tu profesión?
           
Ness: No. Pero no sabía cómo iba a conseguir arrebatarle los treinta mil. Dado que Tyrone tiene su residencia principal en Canadá, habría sido mucho más costoso y laborioso que se le reconocieran a Lila sus derechos por medios legales. Tyrone lo sabía muy bien.
           
Zac: ¿Cómo te hiciste con el dinero?
           
Ness: Tuve suerte, mientras hablábamos tuvo que salir de su despacho. Para cuando regresó, ya había desaparecido con lo que le correspondía a Lila.
           
Zac: Apuesto a que el tipo te persigue.
           
Ness: Posiblemente. Sin embargo, no creo que pueda ser peligroso para mí estando en suelo americano. De acuerdo a nuestras leyes, podría ponerlo tras las rejas ahora.
           
Zac: Cuando te recogí en la autopista, huías de él. Te estaba pisando los talones. ¿Verdad? Eso explica tu disfraz de Papá Noel.
           
Ness: Sí. Había enviado a sus hombres tras mi pista. No quería averiguar qué harían si me atrapaban.
           
Zac: Es un trabajo arriesgado el tuyo.
 
Zac se sirvió un whisky. Vanessa comprendía cómo se sentía. Ahora, después de haber contado la historia, se puso nerviosa de nuevo.
           
Ness: Normalmente no. Normalmente amenazo con penas de cárcel, multas y cualquier otra cosa que me venga a la mente. Pero Lila necesitaba dinero con urgencia. Así que puse la nota en la que reclamaba sus derechos en la caja fuerte y saqué lo que le correspondía.
           
Zac: ¿Estás segura de que no te va a seguir más?
           
Ness: Espero que ya se haya dado por vencido. Sus hombres, al igual que nosotros, tampoco pueden atravesar la nieve. Además, no creo que sospeche que estoy aquí, en el fin del mundo, alejada de los aeropuertos, de la civilización y de todo lo demás. Pero si tienes miedo, encontraré otro medio para proseguir mi viaje. Alguien me llevará.
           
Zac: ¿Estás loca?
 
Zac la miró indignado. Por alguna razón, el corazón de Vanessa se enterneció. Había temido que, después de aquella historia, él la abandonara o, peor aun, se mostrara solidario con Tyrone. Que la acusara de que Lila mentía y que Tyrone no era el padre de su hijo. O que Lila trataba de obligar a Tyrone a casarse con ella por su hijo. Se había temido que le saliera con todos los argumentos que tan a menudo escuchaba.
           
Ness: Basta ya de hablar de mí.
 
Era hora de descubrir los secretos de Zac. Él le intrigaba. Por ejemplo, se preguntaba por qué un hombre como él era soltero. Por qué prefería pasar el día antes de Navidad en la autopista en vez de con su familia.
           
Ness: ¿Por qué no soportas la Navidad?
           
Zac: Simplemente no me gusta la fiesta.
 
Intentó poner como pretexto.
           
Ness: A todo el mundo le gusta la Navidad, y si no, hay un motivo. Un buen motivo. Entonces, ¿cuál es el tuyo?
           
Zac: Mi padre murió el día de Navidad. De un ataque cardíaco. Tenía nueve años.
 
Hizo una pausa. Hacía siglos que no hablaba de lo que había pasado aquel día. Básicamente, no podía recordar haber hablado de ello nunca. Solo pensar en cómo su padre se había puesto blanco de repente y había dicho que tenía que acostarse un momento porque no se sentía bien, le provocaba una sensación de malestar.

Al final, su padre le pidió a la madre de Zac que llamara una ambulancia. Llegaron los sanitarios y se desarrolló una frenética actividad. Transportaron a su padre a la ambulancia, cuyas brillantes luces rojas iluminaban la pared de la casa. Su madre, él y su hermana los siguieron en su propio coche. Poco después, llegaron al hospital. Allí no podían hacer nada más que esperar y confiar en que se recuperara. Recordaba el sucio linóleo blanco que había tenido bajo los pies y que se quedó observando como si hubiera algo que descubrir en él. Simplemente porque ya no podía soportar la preocupación que se atisbaba en los ojos de su madre. En algún momento, salió un médico por las puertas que los separaban de la unidad de cuidados intensivos. Hubo un intercambio de palabras pronunciadas en voz baja. Entonces escuchó llorar a su madre y supo que su padre había muerto.
           
Ness: Oh. Lo… lo siento mucho.
 
La voz de Vanessa interrumpió sus pensamientos. El efecto de sus palabras, aunque vacías, era semejante al de lanzarle un salvavidas. Porque, ¿qué más se podía decir?

Se encogió de hombros, intentó recuperar la compostura en su interior y sacarse aquellas imágenes de la cabeza.
           
Zac: Como bien has dicho. Siempre hay un motivo. Al año siguiente, mi madre intentó organizar una fiesta normal. Invitó a nuestros parientes, como siempre. Teníamos el árbol decorado, una fiesta, regalos. Todo aquello solo me recordaba cómo había muerto mi padre. Ni siquiera podía disfrutar de los regalos. Al contrario, mi único deseo era que no me volvieran a regalar nada por Navidad. ¿Cómo podía sentirme feliz el día que mi padre nos había dejado? No podía hacerlo. Al año siguiente no teníamos un árbol y tampoco invitamos a ningún pariente. Mi madre cocinó algo especial, pero no muy laborioso. No era como una comida típica de las fiestas. Nos quedamos juntos, vimos la televisión, jugamos al Gin rummy y respiramos aliviados cuando la fiesta hubo terminado. Desde entonces, no he vuelto a celebrar la Navidad.
           
Ness: Qué pena -tragó saliva. Se había esperado muchas cosas, pero con aquella respuesta no había contado-. Debe haber sido terrible. Todos los niños quieren que llegue ese día, por los regalos, y tú ya no querías.
           
Zac: Sentía que traicionaba a mi padre si recibía algún regalo. -Volvió a encogerse de hombros-. Simplemente no podía. Mi madre se ha vuelto a casar. Se va de crucero con su marido cada Navidad. Todavía no tiene corazón para celebrar ese día. Mi hermana fue probablemente la que mejor lo manejó. Tal vez porque ahora tiene hijos propios y cada año organiza una gran fiesta familiar.
           
Ness: Lo siento mucho. Si lo hubiera sabido, no habría escuchado todas esas canciones navideñas durante el viaje. Debe haber sido terrible para ti. ¡Y el árbol de Navidad en el salpicadero!
           
Zac: Por extraño que parezca, estuvo bien. -Hizo una pausa-. Transcurrido un tiempo.
           
Ness: ¿Y ahora? -señaló a su alrededor-. El enorme abeto, el olor a galletas, el paisaje cubierto de nieve ante las ventanas. ¿No aborreces cada instante que tienes que pasar aquí?
           
Zac: No. Tal vez sea porque crecí en Arizona. Allí no hay nieve, ni siquiera en invierno. Y, por lo que respecta al árbol. Creo que tu árbol en miniatura me endureció. Al igual que todas las canciones que tuve que soportar. Además, ya soy lo suficientemente mayor como para saber que mi padre no me culparía si disfrutara de estos instantes. A nadie le sirve de nada que ande por ahí despotricando de la Navidad. -Se volvió un poco hacia ella-. Tengo que tomarme la revancha, por supuesto, después de haber padecido tantos tormentos. -Sus ojos brillaban de alegría-. Bueno, ¿qué va a ser? ¿Verdad o atrevimiento?
           
Ness: Atrevimiento.
           
Por un instante reinó el silencio. Zac no dijo nada, como si tuviera que pensar en lo que iba a pedirle.
           
Zac: Quiero un beso. Un beso de verdad.
 
El corazón de Vanessa dio un brinco en el pecho. A causa de la alegría y porque se puso nerviosa.
           
Ness: Un beso -repitió lentamente-.
           
Zac: ¿No te atreves?
           
Ness: Por supuesto que me atrevo. Es solo que... Apenas te conozco, y me siento rara al besar a un desconocido. Simplemente eso.
           
Zac: Ya no soy un desconocido. Ya sabes todos mis secretos.
           
Ness: Como si la aversión a la Navidad fuera tu único secreto.
           
Zac: Eres la única mujer a la que se lo he contado.
           
Ness: ¿No se lo has dicho nunca a otra? ¿No han querido saber qué se escondía detrás de tu aversión? ¿Nunca te han preguntado por qué no te gusta la Navidad?
           
Zac: No. Nunca he estado junto a alguien tanto tiempo.
           
Nuevamente, el silencio se cernió sobre ellos. Sus últimas palabras flotaban en el aire como un eco. Confirmaba lo que había dicho acerca de que no importaba lo que pasara entre ellos, no sería más que una breve aventura.
           
Zac: Puedes cambiar de opinión. No quiero obligarte a hacer nada.
 
Levantó su mano y le retiró un mechón de la frente. Aunque solo le rozó la piel por muy poco tiempo y retiró la mano de inmediato, el gesto fue extrañamente íntimo, tierno, casi como si le hubiera susurrado unas palabras amorosas al oído.
           
Ness: No me estás forzando a nada. Además, es solo un beso.
 
Ella se inclinó hacia él. Su corazón latía más rápido que antes. Solo quería besar a un hombre. No es que fuera su primera vez.      

Zac no se movió, como si no quisiera asustarla, esperó a ver qué hacía ella. Si realmente se atrevería.

Ella se le acercó lentamente. Sus labios solo estaban a unos pocos centímetros de los de Zac. Y entonces ella lo rozó. Y él, con su boca, con sus labios, que se abrieron levemente, permitió que le introdujera la lengua. Su vacilante tanteo se incrementó. Se convirtió en exploración, descubrimiento.

Zac sabía a whisky. Un sabor ahumado y masculino que se mezclaba con su aroma. Vanessa le puso los brazos alrededor del cuello, apretándose contra él hasta que sus cuerpos se fundieron. La lengua de Zac se entrelazaba con la de Vanessa, sus manos recorrían su cuerpo. Le quitó la camiseta, le acarició la piel. Con suaves movimientos que la hacían temblar. El mundo a su alrededor se volvió menos importante. Lo único que Vanessa percibía era a Zac. Su cuerpo, sus manos. Su boca.

Sus ropas volaban en todas direcciones, desvistiéndose con impaciencia, las lanzaban a un lado. En algún momento ella se había colocado debajo de él, cubierta solo con su ropa interior navideña, ese nombre le había asignado a las bragas rojas y el sujetador a juego que llevaba. Gracias a un ribete blanco, aquella lencería parecía diseñada especialmente para aquellas fechas tan especiales.

Zac se apoyó en una mano y contempló a Vanessa. En su boca se dibujaba una sonrisa. Durante unos instantes, Vanessa disfrutó de la vista de su musculoso torso. Sus marcados abdominales se prolongaban hacia abajo, allí en donde la cosa se ponía interesante, conformando una «V». Su piel brillaba en la oscuridad a la luz del fuego.
           
Zac: Me gusta tu ropa interior -observó con un brillo en los ojos-.
 
Ness: Me alegra que te guste. Pensé que un poco de espíritu navideño no podía hacer ningún daño.
           
Zac: Eso es cierto. Al fin y al cabo, de eso tenemos tan poco aquí.
           
Sin apartar la mirada de la de Zac, Vanessa levantó lentamente la mano y se desabrochó el sujetador, que se abría por delante.
           
Zac: Me encanta la Navidad -murmuró-.
 
Luego se inclinó sobre ella y la besó. 




🎆🎇HAPPY NEW YEAR 2022!!🎇🎆


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