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miércoles, 31 de mayo de 2017

Capítulo 11


1977

Anne: ¡Leslie, mira ésta! Me gusta esta fotografía, ¿a ti no? -sacó una fotografía del sobre que había ido a buscar a la tienda de revelado-. Me gusta cómo me queda este corte de pelo.

Leslie Tuttle estudió la fotografía con un entusiasmo forzado. Mientras ella se veía obligada a trabajar en el primer turno de la panadería durante todo el verano, su mejor amiga, Anne, estaba disfrutando de una aventura amorosa con un auténtico príncipe azul. Desde entonces, a ella le tocaba jugar un papel secundario en la vida de su amiga y estaba empezando a hartarse. Pero sonrió y admiró la fotografía en la que aparecían una sonriente Anne y un bronceado y maravilloso Philip Hudgens sosteniendo un trofeo de tenis. De fondo las montañas y el lago del campamento Kioga.

Leslie: Sí, me gusta -respondió, disimulando su disgusto-.

Una agradable brisa refrescaba el callejón al que daba la parte trasera de la panadería, en el que se suponía que Anne y ella deberían estar sacando las bandejas vacías de la furgoneta después del reparto. Habían parado para hacer un descanso antes de regresar al calor asfixiante de la panadería.

Anne: Mira, ya sé lo que voy a hacer -dijo sacudiendo la cabeza-. He hecho una copia de esta fotografía. Voy a buscarle un marco. Philip vuelve a Yale dentro de unos días y ésta es la única fotografía en la que aparecemos juntos.

Leslie: Eso es porque se supone que no deberíais estar juntos.

Anne: No empieces otra vez -replicó con un brillo de advertencia en la mirada-.

Pero Leslie sabía cómo enfrentarse al mal genio de su amiga.

Leslie: Está comprometido con otra -le recordó-.

Anne: Sí, con Pamela Lightsey, que le ha dejado solo todo el verano para ir a Italia. Se merece que le deje.

Leslie: Ni siquiera la conoces. No sabes lo que se merece y lo que no.

Anne: Sé cómo es -insistió-. Una niña rica y mimada. Cuando Philip rompa con ella, seguramente se comprará un BMW nuevo para consolarse.

Leslie: Eso no significa que no tenga sentimientos como tú y como yo.

En realidad, no sabía por qué estaba defendiendo a Pamela Lightsey, una completa desconocida para ella.

Anne: Leslie -sacó la última bandeja de la furgoneta-, deberías alegrarte por Philip y por mí. Philip es tan... tan... Lo es todo.

Leslie: Escúchate a ti misma.

Leslie se sentía como la parte más sensata de aquella amistad. Siempre había sido así. Anne era el espíritu libre, la aventurera, trabajaba duro y jugaba arriesgándolo todo. Leslie era la parte práctica, trabajaba duro y no hacía otra cosa que trabajar.

Leslie: ¿Estás enamorada de Hudgens o de su dinero?

Anne: No seas tonta. Las dos cosas no pueden separarse. Philip es Philip porque es un Hudgens.

Leslie: Así que si su familia se arruinara mañana y tuvieras que llevar una vida miserable, no te importaría.

Leslie no pudo evitar hacer esa pregunta porque, en el fondo, conocía la respuesta. Y si Philip también la supiera, a lo mejor no tendría tanto interés en Anne.

Anne se echó a reír con una de esas carcajadas sensuales y brillantes que la habían convertido en la chica más popular del instituto de Avalon. En la fiesta de graduación del mes de junio, había sido elegida la chica que más cosas podía conseguir gracias a su aspecto. No se había ofendido porque sabía que era mucho más que una cara bonita. Tenía una fuerte ética del trabajo, por ejemplo. De hecho, tenía dos empleos: trabajaba en la panadería de sus padres y también como dependienta a tiempo parcial en la joyería que había al lado de la panadería.

Leslie: ¿Y qué vas a hacer cuando seas rica? En serio, creo que una mujer como tú se aburriría.

Anne: Tonterías. Me pasaré la vida viajando y comprando.

Leslie: ¿Y qué hará Philip?

Seguramente, ni siquiera lo sabía, pensó Leslie. ¿Sabría Anne que Philip guardaba la mitad de su pan con chocolate para el final del día? ¿O que había visto actuar a los Allman Brothers en el Fillmore East antes de que Duane Allman muriera asesinado? ¿Se habría fijado siquiera en las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos cuando reía?

Anne: ¿Qué pasa con Philip? -suspiró-. Él es... Leslie, tienes que prometerme que no dirás nada...

Leslie: ¿Sobre qué? -frunció el ceño-. Todavía no me has dicho qué hará Philip mientras tú te pasas la vida viajando y comprando.

Anne: Eso es lo que quería decirte. Que a veces tengo miedo de aburrirme con él.

A Leslie le entraron ganas de sacudirla.

Leslie: Si tienes miedo de aburrirte con él, ¿entonces por qué estás planeando un futuro con ese hombre?

Anne: Dios mío, te juro que eres insoportable -dijo con el ceño fruncido. Se inclinó para mirar su reflejo en el espejo retrovisor de la furgoneta y se arregló el pelo-. No debería haberte hablado nunca de nosotros -sacó el lápiz de labios y se apoyó contra la furgoneta mientras se pintaba-. Pero no, eso habría sido imposible. Tenía que decírselo a alguien. Este secreto es demasiado bueno como para no contárselo a nadie durante todo un verano y tú eres la única persona en la que podía confiar.

A pesar de que sufría por Philip, Leslie se sentía privilegiada al ser la depositaría de todos los detalles de aquella aventura clandestina porque sabía que era lo más cerca que podría estar nunca de una aventura amorosa. Leslie pensaba que tenía la vida más aburrida del planeta. Su única fuente de dramatismo era la propia Anne, que vivía la vida como si fuera una telenovela.

Desgraciadamente, los personajes de las telenovelas terminaban muchas veces solos y con el corazón destrozado, o bien con una terrible amnesia.

Leslie: Escucha -le dijo a Anne-, me gustaría que todo saliera bien.

Anne: ¿Pero?

Leslie: Yo no he dicho ningún «pero».

Anne: No ha hecho falta, lo he oído de todas maneras. ¿Pero qué?

Leslie tomó aire.

Leslie: Me preocupa lo que va a ser de ti cuando termine el verano y Philip vuelva a Yale. Es posible que... Bueno, ya sabes lo que puede pasar. De ahí viene la expresión «amor de verano», cuando se acaba el verano, se acaba el amor.

Anne: A Philip y a mí no nos pasará eso -insistió-.

Leslie tuvo que morderse la lengua. Anne y Philip procedían de dos mundos completamente diferentes y se engañaban si creían que de verdad iban a poder vivir juntos. El cuento de Cenicienta era eso, un cuento de hadas. En la vida real, los príncipes se casaban con princesas, y no con sus criadas.

Anne: Además, tengo una póliza de seguro -añadió-.

Leslie: No me lo creo.

Anne sonrió con aire misterioso y posó la mano en su vientre.

Anne; No se lo he dicho a él. Todavía no se lo he dicho a nadie.

Leslie se sintió como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago y Anne se echó a reír a carcajadas.

Anne: Deberías haberte visto la cara. Pareces más sorprendida que yo, te lo juro.

Seguramente porque ella lo tenía todo planeado, comprendió Leslie con absoluta nitidez. Aunque Anne aseguraba que lo único que Philip y ella necesitaban era amor, había procurado asegurar su relación quedándose embarazada. Y aunque Leslie no sabía gran cosa sobre Philip, sí sabía que, además de ser el hombre más guapo del mundo, era también un hombre extremadamente decente.

Si se enteraba de que Anne estaba embarazada, jamás la abandonaría.

Leslie: Yo no sé qué decir. Me alegro por ti.

Tenía el corazón destrozado, porque estaba convencida de que aquello no iba a funcionar. Anne no era suficientemente madura. Tener un hijo a su edad era un error.

Leslie lo sentía también mucho por los padres de Anne. Habían querido tener más de una hija, pero, según le había contado la madre de Leslie, Helen había tenido tantos problemas para dar a luz que había estado a punto de morir en el parto y no podía volver a ser madre.

A lo mejor por eso Anne estaba tan mimada. Se habían volcado completamente en ella. Y ése era el problema de mimar a la gente, por mucho que le dieras, siempre querían algo más.

Leslie: ¿Y cuándo piensas decírselo a Philip?

Anne: Todavía no he pensado en ello.

Leslie: Anne, tienes que decírselo.

Anne: Y lo haré, te lo juro. Pero acabo de enterarme. Tú eres la primera persona a lo que se lo he dicho, bueno... casi.

Leslie: ¿Casi?

Anne: Cuando me llamaron de la clínica, la impresión fue tan fuerte que se lo conté a unos clientes de la panadería.

Leslie: Oh-oh.

Anne: Desde luego, «oh-oh» -se echó a reír-. No te vas a creer quiénes eran. Nada más y nada menos que el señor y la señora Lightsey.

Leslie sacudió la cabeza. Evidentemente no había soltado aquella información de forma accidental.

Leslie: Los padres de Pamela.

Anne: Philip dice que son los mejores amigos de sus padres. Habían venido a la ceremonia de clausura del campamento. Por lo visto vienen todos los años.

Leslie: Y ahora saben que estás embarazada.

Leslie sentía un frío glacial a pesar del calor del verano. Así era como funcionaba Anne. Estaba manipulándolo todo. Asegurarse de que los padres de Pamela supieran que estaba embarazada formaba parte del as que guardaban bajo la manga.

Leslie: ¿Y saben que Philip es el padre?

Anne: Eso es lo de menos. En cuanto Philip vea a Pamela, cosa que ocurrirá la semana que viene en Yale, le dirá que quiere poner fin a su compromiso. Se casará conmigo antes de que nazca el bebé y todo saldrá maravillosamente.

Leslie: Excepto para Pamela Lightsey.

Anne: Ella se consolará con el BMW.


Dos días después, Leslie estaba plantando unas flores delante de la panadería cuando oyó el silbido del tren y se acordó de que Anne había ido a la estación a despedir a Philip. Minutos después, Anne regresaba a la panadería pálida y con expresión de derrota. Leslie nunca había visto así a su amiga.

Tenía el labio superior empapado en sudor y se mecía ligeramente mientras se llevaba la mano al estómago, como si estuviera a punto de vomitar.

Leslie: ¿Qué ha pasado? -le preguntó dejando las gardenias a un lado-. Tienes un aspecto horrible.

Anne se sentó en una de las sillas de la terraza de la panadería.

Anne: He roto con él.

Leslie: No lo comprendo -la mente le giraba a toda velocidad-. ¿No se lo ha tomado bien? ¿No quiere saber nada del bebé?

Anne: No le he dicho nada del bebé -sus ojos reflejaban su absoluta desesperación-. No puede saberlo nunca. Nunca.

Leslie: No seas tonta. Tiene derecho a saberlo.

Anne: Ya basta, Leslie. Te juro que si dices una sola palabra... -se llevó la mano a la sien-. Ahora necesito pensar.

Leslie: Escucha, hace sólo un par de días, estabas planeando un futuro con él. ¿Philip ha cambiado de opinión?

Anne: No, él me ha suplicado que no rompiéramos.

Leslie: ¿Entonces por qué lo has hecho? -preguntó intentando averiguar qué podía haber pasado-.

Anne tomó aire y miró su reflejo en el espejo de la panadería.

Anne: Tengo una oferta mejor.

Leslie: ¿Qué quiere decir que tienes una oferta mejor? ¿De quién?

Anne no contestó. Rió con amargura, se levantó de la silla y se alejó a grandes zancadas. Aunque Leslie la llamó, continuó caminando por la acera con la cabeza erguida y sin mirar atrás. Sacó un papel del bolso, lo partió en dos, lo tiró a una papelera y continuó caminando.

Leslie no pudo resistir la tentación. Fue a buscar el papel que su amiga acababa de tirar. Era la fotografía que su amiga se había hecho con Philip. La sacó de la papelera sin vacilar. Estaba segura de que Anne entraría de nuevo en razón.




Ya sabemos un poco más de la mamá de Ness 😉

¡Gracias por leer!


sábado, 27 de mayo de 2017

Capítulo 10


El sábado por la mañana, Vanessa y Zac fueron a la panadería. Vanessa tenía trabajo que hacer en la oficina y él iba a sustituir a un policía que estaba enfermo. Cuando entraron en la panadería, tintineó la campanilla de la puerta e inmediatamente les rodeó una dulce fragancia.

Elena Gale, la chica que atendía el mostrador, les recibió con una sonrisa. Era la empleada más joven de la panadería, tenía un sentido del humor casi surrealista y un gran aprecio por su independencia: Ella era la responsable de innovaciones tan deliciosas como las galletas de chocolate con forma de cabeza de alce y las tartas adornadas con violetas escarchadas. Al lado del bizcocho del día había colocado un cartel en el que ponía «sé que quieres probarme».

Elena: Hola, Vanessa. Jefe Efron -no le sorprendió verlos juntos-. ¿Lo de siempre?

Zac: Sí, lo de siempre.

Vanessa sirvió un par de tazas de café.

Ness: Estoy un poco recelosa, ahora que sé lo bien que haces el café.

Zac. Nunca he venido aquí por el café. Y yo creía que era evidente.

Vanessa no supo qué contestar a eso, así que se separó de él y se concentró en alinear todas las bandejas que había sobre el mostrador. Estar con Zac le estaba afectando de una forma casi inesperada. Cosas en las que no se había permitido pensar desde hacía años emergían a la superficie y, para su sorpresa, no habían perdido ni un ápice de su intensidad. Además, le preocupaba estar balanceándose en el filo de algo que era, como poco, imprudente. Y, seguramente, también muy peligroso. Sabía que tenía que hacer algo para evitarlo, pero se sentía encadenada por la inercia y la indecisión.

Mientras permanecía en el mostrador, vio que una mujer dejaba caer una servilleta al lado de la mesa en la que Zac estaba sentado y éste se agachaba a recogerla. Por supuesto, era algo que no tenía la menor importancia, pero la mujer iba enfundada en un diminuto jersey de lana color magenta y en un anorak blanco de esquí y no hacía nada por disimular su interés. Desde donde estaba, Vanessa no podía oír lo que estaban diciendo, pero era evidente que la mujer encontraba a Zac muy divertido. Había algo especial en él, y no era sólo su aspecto. Aquel hombre rezumaba una sensualidad que parecía prometer noches de interminable placer. O por lo menos eso le parecía a Vanessa, mientras admitía muy a su pesar que compartía los gustos de aquella rubia descerebrada.

Afortunadamente, Elena interrumpió la conversación llevando los dos platos a la mesa. La esquiadora le sostuvo a Zac la mirada durante unos segundos y se volvió después hacia sus amigos, que parecían ya dispuestos a marcharse.

Cuando Vanessa regresó a la mesa, Zac ya estaba dando cuenta de su habitual hojaldre con queso y miel de naranja.

Zac: Lo siento -dijo con la boca llena-. No he podido esperar. Esto es casi tan bueno como el sexo.

Vanessa miró de reojo a la esquiadora.

Ness: Yo diría que eso depende del sexo. Y voy a cambiar inmediatamente de tema. A nadie le gusta hablar de estas cosas con un jefe de policía.

Zac: Sí, y yo siempre he estado muy preocupado por mi imagen.

La panadería estaba a rebosar. Entraban muchos clientes en busca de pan de centeno o de algún dulce especial para la cena del sábado. Había también esquiadores, especialistas en esquí de fondo y corredores de moto de nieve tomando café y planeando el día en las pistas que rodeaban la estación de Saddle, la estación de esquí de la localidad. Tres ancianos del pueblo desayunaban en su mesa de siempre, después de haber dejado los abrigos, las orejeras y los gorros en el perchero de la puerta.

A pesar del caos en el que se había convertido su vida, Vanessa sentía una fuerte conexión con la comunidad en la que vivía en momentos como aquél. La conversación de los clientes, los olores, las sonrisas de la chica que atendía el mostrador, los ruidos de fondo de la cocina... todo ello creaba una atmósfera familiar en la que se sentía a salvo. Aunque cuidar de aquella panadería había consumido toda su vida de adulta, se alegraba de poder contar con aquel antiguo edificio al que el tiempo no había hecho cambiar. Le habían arrebatado todo lo demás, pero la panadería permanecía en su lugar, sólida, real y segura.

Al mismo tiempo, sentía la presión del peso de la responsabilidad. El duro golpe emocional de haber perdido a su abuela y después la casa, la había dejado consternada, pero tenía un negocio y unos empleados de los que ocuparse. Se decía a sí misma que debería agradecer el poder contar con la familia de la panadería, pero la cuestión era que a veces se preguntaba cómo habría sido su vida si le hubieran permitido elegir. La panadería era el sueño de sus abuelos, no el suyo. Se sentía desleal incluso pensándolo, pero no podía evitarlo.

Zac se reclinó en su silla y la miró con atención.

Zac: Me encantaría saber qué estás pensando.

Ness: A lo mejor no estoy pensando en nada.

Zac se echó a reír.

Zac: No te creo.

Ness: Sólo estaba pensando en los sentimientos contradictorios que me genera este lugar. Me refiero a la panadería.

Zac: ¿Sentimientos contradictorios? Pero si esta panadería es la felicidad en la tierra. Olvídate de Disneyland, mira a toda esta gente.

Vanessa observó los rostros de los clientes, sus sonrisas y el tranquilo placer que reflejaban sus rostros.

Ness: Supongo que eso es algo que ya doy por sentado. Tengo sentimientos contradictorios porque pienso que casi todas mis amigas se fueron de aquí cuando terminaron el instituto. Eso es lo que hace la mayor parte de la gente que vive en un lugar como éste. Se va.

Zac: Algunos hemos venido expresamente a quedarnos -señaló-. Olivia Cyrus, yo, y ahora Greg. Siempre envidié la vida que llevabas aquí.

Dios mío, pensó Vanessa. Zac acababa de volver a abrir la puerta de su vida más íntima.

Ness: ¿De verdad me envidiabas?

Zac: ¿Te parece tan extraño?

Ness: Mi madre se fue de aquí siendo yo muy pequeña y nunca conocí a mi padre. Mis abuelos trabajaban durante todo el día.

Zac: Y siempre me pareciste una de las personas más felices y sensatas que había conocido.

Vanessa asintió, comprendiendo que aunque su infancia no hubiera sido la más heterodoxa, había disfrutado de una vida llena de amor y seguridad, de una riqueza que no tenía nada que ver con el dinero. Zac había crecido rodeado de lujo y sirvientes, estudiando en colegios privados y disfrutando de viajes a Europa y campamentos en verano. Pero Vanessa era consciente de lo que había tenido que soportar. Derek se lo había contado en una ocasión, durante el segundo año de campamento. Vanessa había ido al campamento para ver los combates de boxeo que se celebraban todos los años y Zac parecía ganarlos todos. Aunque todo el mundo le vitoreaba y le animaba, él no parecía disfrutar con sus éxitos. De hecho, en cuanto le habían proclamado campeón, había abandonado el cuadrilátero, había vomitado en un cubo y se había alejado a grandes zancadas de allí, incapaz de saborear su victoria.

Derek se había inclinado hacia Vanessa y le había susurrado al oído:

Derek: Su padre le pega.

Ness: ¿Estás seguro? -había preguntado estupefacta-.

Derek había asentido solemnemente. 

Derek: Yo soy el único que lo sé. Y ahora también lo sabes tú.

Por eso, cuando Zac la miraba a través de la mesa y decía que envidiaba su infancia, le comprendía.

Ness: Lo siento. Me gustaría que tu vida hubiera sido diferente.

Zac: Ahora lo es.

Quizá, pensó Vanessa. Pero había muchas cosas que todavía no habían cambiado. Zac continuaba siendo prisionero del pasado, era rehén de la crueldad de su padre y de la indiferencia de su madre.

Matthew Alger llegó, como todas las mañanas, a tomarse el café, y Vanessa se fijó en que dejaba su mísera propina de siempre. No era la persona favorita de Vanessa, desde luego, y tampoco de Zac. Con su tendencia a recortar presupuestos, estaba dificultando el trabajo del jefe de policía. En más de una ocasión, Zac había tenido que ir a ver a Alger, sombrero en mano, para pedirle fondos para alguna misión especial. Troy salió en aquel momento de la cocina y se acercó a la mesa de su padre. Aunque no podía oír la conversación, Vanessa pudo sentir la tensión que había entre padre e hijo. Se preguntó sobre qué estarían discutiendo. Troy no solía hablar de sus problemas familiares.

El adolescente era uno de los miembros del grupo de jóvenes de Zac. Éste había formado aquel grupo en cuanto le habían nombrado jefe de policía. Había habido algunos incidentes en el instituto y estaba decidido a hacer algo al respecto. El primer paso había sido intentar eliminar las barreras generacionales, visitando el instituto, escuchando a los estudiantes y obteniendo información sobre sus vidas.

Tenía chicos en el grupo de jóvenes que iban con regularidad a la residencia para ancianos de Indian Wells y estaban recogiendo en formato de video la historia oral de los residentes. Había formado otro grupo que se encargaba de ir a buscar a diario el pan sobrante de la panadería y lo llevaba a la iglesia. Otro de los equipos habían hecho un mural en un edificio abandonado que había casi a las afueras del pueblo. Y aquel año, para el día de San Valentín, iban a hacer una escultura de hielo.

Y los chicos le contaban muchas cosas. Quizá ésa fuera una de las razones por las que a Matthew Alger no le gustaba Zac; a lo mejor le preocupaba lo que Troy podía contar sobre él. Troy se separó de su padre con el rostro pálido y expresión sombría y empujó con fuerza las puertas que conducían a la zona de trabajo de la panadería. Su padre tomó un periódico antiguo, lo dobló por la página del crucigrama y se puso a rellenarlo.

Vanessa volvió a mirar a Zac.

Ness: Me pregunto qué estará pasando aquí.

Zac: ¿A qué te refieres?

Ness: A Troy y a Matthew.

Zac se encogió de hombros.

Zac: No me he fijado. Estoy demasiado ocupado con este pastel -mordió un bocado y le dirigió una beatífica sonrisa-.

A Vanessa le dio un vuelco el corazón. Aquello estaba empezando a hacerle sentirse demasiado bien. Demasiado cómoda. Demasiado romántica.

Zac: ¿Qué te pasa? -preguntó al advertir que le estaba mirando fijamente-.

Ness: Necesito encontrar un lugar para vivir.

Zac: Ya tienes un lugar para vivir.

Ness: Mira, has sido muy amable al dejar que me quedara en tu casa, pero creo que ya es hora de que me vaya.

Zac: ¿Quién lo dice?

Ness: Lo digo yo. Entre otras cosas, estoy arruinando tu vida social.

Zac: A lo mejor tú eres mi vida social.

Ness: Sí, una vida social de lo más divertida. Me estoy refiriendo a las chicas con las que sales.

Zac: Eso no es vida social. Eso es... -no fue capaz de encontrar la palabra adecuada-.

Vanessa reprimió las ganas de sugerirle «acostarse con cualquiera».

Zac sacudió la cabeza.

Zac: Tú no estás arruinando nada.

Ness: No has tenido una sola cita desde el día del incendio.

Zac: Eso sólo fue hace una semana.

Ness: ¿Cuánto hacía que no pasabas toda una semana sin tener una cita?

Zac: Yo no llevo la cuenta de ese tipo de cosas, pero es evidente que tú sí. Vaya, señorita Hudgens, no sabía que le importara tanto mi vida privada.

Claro que lo sabía, y se estaba regodeando con aquella confesión.

Ness: No puedo quedarme toda mi vida en tu casa.

Vanessa estudió su rostro en silencio con expresión insondable. ¿Cómo conseguiría afeitarse de una forma tan perfecta? No había una sola señal en su barbilla y, después de vivir en su casa, sabía que tardaba menos de dos minutos en afeitarse.

Zac: No, por supuesto que no.

Vanessa tuvo la sensación de que aquel comentario le había dolido. Algo que, sencillamente, no acertaba a comprender, puesto que había sido él el primero en bromear.

Ness: ¿Sabes? A veces pienso que debería alejarme de todo esto.

Pronunciar aquellas palabras en voz alta le asustaba y emocionaba al mismo tiempo. Le asustaba porque Avalon y la panadería eran el único mundo que conocía. Pero le asustaba todavía más haber vuelto a establecer alguna clase de contacto con Zac después de todos aquellos años. Sí, pensó, eso le daba más miedo que salir corriendo. Si se quedaba, tendría que enfrentare a aquella inquietante colisión entre el pasado y el presente.

Zac se inclinó sobre la mesa.

Zac: No puedes marcharte. Necesitas la panadería para tener algo sobre lo que escribir.

Ésa era una de las cosas que odiaba de él. Su capacidad para leerle el pensamiento.

Ness: Eres muy amable, Zac.

Zac echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Todas las mujeres que había en la panadería se volvieron hacia él. Vanessa no las culpaba. No había nada más sexy que un hombre tan atractivo como aquél riéndose a carcajadas.

Bueno, quizá sí. Un hombre tan atractivo como él, riéndose a carcajadas y desnudo.

Zac continuó sonriendo.

Zac: En serio, Vanessa -se inclinó sobre la mesa como si aquello, más que una cafetería abarrotada, fuera un restaurante romántico-, he estado pensando que podríamos...

**: ¿Vanessa? -dijo entonces una voz masculina-.

«¿Que podríamos qué?», pensó frustrada. Pero recompuso la cara con una sonrisa de bienvenida y se levantó.

Ness: Philip -saludó a su padre con calor-, supongo que has venido en el primer tren de la mañana.

Philip asintió.

Philip: Ya sé que has dicho que no necesitas nada, pero tenía que venir a verte.

Y había elegido el momento perfecto para aparecer, pensó Vanessa.

Ness: Me alegro de que lo hayas hecho. Philip, te presento a Zac Efron. A lo mejor os conocisteis en la celebración del cincuenta aniversario del campamento Kioga. Y, Zac, éste es Philip Hudgens. Mi... padre.

Todavía no era capaz de pronunciar aquella palabra. La palabra «padre» implicaba muchas cosas que Philip Hudgens no era. Implicaba una conexión entre un hombre y su hija que, simplemente, entre ellos no existía.

Zac: Sí, claro que me acuerdo -se levantó y le tendió la mano-. Por favor, siéntese.

Ness: De verdad, no tenías que haber venido -dijo tan nerviosa como siempre que hablaba con Philip-, pero me alegro de que lo hayas hecho.

Vanessa le había conocido el último agosto, cuando un buen día, Philip había aparecido en la puerta de su casa y le había dicho que creía que era su padre.

Así de sencillo. En sólo unos segundos, había resuelto el misterio más grande de su vida. Desde entonces, los dos parecían moverse en una especie de danza torpe, tropezaban el uno contra el otro y retrocedían, intentando averiguar cómo sería su relación.

Parte de ella quería que su relación fuera tan sencilla como una tarjeta de felicitación: ella le abriría su corazón y él pasaría a formar parte de su vida. Pero otra parte de Vanessa albergaba todavía muchas dudas. La única prueba que tenía de que Philip había querido a su madre y estaba dispuesto a casarse con ella era su propio testimonio. Según él, ni siquiera se había enterado de su nacimiento. Y como Vanessa no lo conocía, no podía saber si debía o no fiarse de su palabra.

Ness: Zac ha tenido la amabilidad de alojarme en su casa, temporalmente, claro -le explicó a Philip-. Ahora mismo estábamos hablando de las opciones que tengo.

Philip le dirigió una sonrisa radiante.

Philip: En ese caso, llego justo a tiempo. Yo también quería hablarte de eso.

Vanessa estaba a punto de pedirle que por favor fuera un poco más preciso cuando Leslie bajó de la oficina.

Leslie: Me han dicho que estabas aquí -le dijo a Vanessa-. Hola, Zac -se volvió después hacia Philip-. Hola.

Philip le estrechó educadamente la mano.

Philip: Leslie, cuánto tiempo.

Zac se levantó entonces y se apartó de la mesa.

Zac: Creo que debería marcharme. Tengo asuntos de los que ocuparme.

Quizá sí, o quizá no. Vanessa no podía decir si era verdad o, sencillamente, una excusa para retirarse educadamente.

Zac le sostuvo una silla a Leslie, que se sentó encantada.

«No te vayas», pensó Vanessa, necesitaba que terminara lo que estaba diciendo. ¿De qué quería hablarle cuando les habían interrumpido?

Zac: Hasta luego. Me alegro de verte -añadió mirando a Philip-.

Philip: ¿He dicho algo inconveniente? -preguntó mientras lo veía marcharse-.

Ness: Tiene mucho trabajo -le disculpó-.

Philip: ¿Ya ha averiguado la causa del fuego?

Ness: Hay un equipo de investigadores trabajando en ello. Era una casa antigua y es muy posible que el problema fuera un cortocircuito -se concentró en ordenar la mesa-. ¿Ésta es la primera vez que vienes a la panadería?

Philip y Leslie intercambiaron una mirada.

Philip: La primera vez en mucho tiempo.

Ness: O sea, que habías estado antes aquí -dedujo-.

Sentía un frío helado en la piel.

Philip: No hay nadie que venga a Avalon y no haga una visita a la panadería.

Vanessa se fijó entonces en la expresión de Leslie.

Ness: Entonces, os conocíais.

Leslie se limitó a asentir.

Leslie: Llevo aquí toda mi vida, así que conozco a todos los Hudgens.

Philip miró a su alrededor. Los esquiadores estaban preparándose para marcharse. Matthew Alger había terminado el café y el crucigrama y también parecía dispuesto a irse.

Philip: Dios mío. ¿Es quién yo creo que es?

Ness: ¿También lo conoces?

Philip: Lo conocí hace mucho tiempo -se levantó y se acercó a Alger-. Te he reconocido en cuanto te he visto.

Se estrecharon la mano, pero, evidentemente, no fue un saludo muy cálido. Alger tenía un rostro un tanto aniñado, que le hacía aparentar menos años de los que tenía. Era rubio y llevaba un corte de pelo impecable. No era tan alto como Philip ni estaba tan en forma como él, pero también tenía cierta presencia. Saludó a Philip con fría cordialidad y se volvió después hacia la mesa de Vanessa.

Matthew: ¿Qué tal va la investigación?

Ness: El equipo de recuperación ya ha terminado de sacar los objetos que se han conservado -respondió un tanto sorprendida por su interés-.

Matthew: ¿Tan pronto?

Ness: No había mucho que rescatar.

Matthew: Zachary me ha dicho que estás tomándote unos días libres.

Ness: Es cierto. O, por lo menos, lo estoy intentando. La verdad es que me paso el día atendiendo la panadería y asuntos relacionados con el incendio.

Matthew: Bueno, espero que hayas podido salvar algunos de esos tesoros de la familia que son imposibles de reemplazar.

Aquel comentario la sorprendió todavía más. Le parecía imposible que Matthew Alger se pusiera sentimental.

Cuando se fue, Leslie y Vanessa invitaron a Philip a hacer un recorrido por la panadería.

Ness: Todo empezó con el pan de centeno de mi abuela. Aunque a lo mejor tú ya lo sabes.

Philip negó con la cabeza.

Philip: Anne no me hablaba mucho del negocio de la familia.

¿Y de qué le hablaba?, quiso preguntarle Vanessa. ¿De que odiaba vivir en Avalon? ¿De que quería marcharse de allí? ¿De que ni siquiera una hija era suficiente para retenerla en aquel lugar?

Ness: La abuela comenzó haciendo pan en la cocina de su casa -le explicó en tono neutral, intentando recordarse que Philip no era el culpable de las decisiones que había tomado su madre-. Mi abuelo lo repartía puerta a puerta. Con el tiempo, se trasladaron a este edificio. La cafetería la abrieron hace treinta años. Yo puedo decir que he crecido aquí.

Leslie: Era una niña adorable. Todo el mundo la quería.

Philip: No me sorprende -había tristeza en su expresión-.

Y Vanessa sufrió al verla, pensando en todas las veces que se había preguntado por su padre siendo niña.

Philip: ¿Tú sabías que mi padre era el mejor compañero de pesca de tu abuelo?

Ness: Sí, me lo dijo mi abuelo -sintió una punzada de arrepentimiento-.

El hijo de Charles Cyrus y la hija de Leo Hudgens se habían enamorado y habían tenido una hija. Pero ninguno de los dos hombres lo sabía. Decidió cambiar rápidamente de tema.

Ness: Miley está trabajando en la panadería, ¿lo sabías?

Philip: No, no lo sabía. Supongo que para ella, venir a vivir a Avalon ha supuesto un gran cambio. Me alegro de que esté trabajando con vosotras -vaciló un instante-. Ella... bueno, lo está pasando muy mal con el divorcio de mi hermano.

Vanessa sospechaba que tenía muchas otras cosas que decir sobre aquella adolescente problemática, pero, por supuesto, no lo hizo. Vanessa continuaba siendo una desconocida para él.

Por su parte, esperaba que Miley fuera capaz de adaptarse al ritmo de la panadería. Troy la había llevado esa misma semana y ella parecía tener muchas ganas de trabajar. Vanessa apenas conocía a su prima, pero la compadecía. Sabía que había tenido que ocurrir algo muy grave para que dejara el colegio de Nueva York en el que estudiaba, pero no sabía exactamente qué. La madre de Miley estaba al otro lado del Atlántico y Greg Cyrus había vuelto con sus hijos a Avalon, la ciudad en la que había crecido. Miley había tenido que mudarse en medio del curso. Había algo triste en aquella adolescente. Quizá, cuando la conociera mejor, Vanessa entendería por qué. Regresaron al café.

Ness: Échale un vistazo a esto.

Había una pared cubierta con permisos, certificados, fotografías y recuerdos. Vanessa señaló el primer dólar que se había ganado en la panadería y el primer permiso de su abuelo del departamento de salud.

La mayor parte de las fotografías llevaban tantos años en aquella pared que Vanessa ya no se fijaba en ellas. Desde que había visto aparecer a su padre en la panadería, Vanessa no paraba de pensar en lo gris que parecía aquel lugar. Definitivamente, no le vendría nada mal un cambio. Una capa de pintura, quizá, y algunos cuadros en las paredes.

Ness: En el Avalon Troubadour le hicieron un reportaje el año de la inauguración. En todos estos años, la panadería ha sido mencionada en cinco ocasiones en la sección de Escapadas del New York Times -le enseñó los artículos recortados. Philip leyó el último-. Cada vez que aparece una mención, se multiplica la clientela.

Advirtió entonces que Philip estaba mirando con atención una fotografía en la que aparecía ella sentada en un taburete detrás del mostrador, ayudando a su abuela a colocar las galletas. Vanessa tenía unos ocho años, llevaba trenzas y sonreía mostrando los huecos de sus dientes recién caídos.

Ness: Antes del incendio, podría haberte enseñado muchas más fotografías. De las vacaciones, del primer día de escuela, de la primera comunión...

Philip se aclaró la garganta.

Philip: Vanessa, me habría encantado poder ver todas esas fotografías, pero no es eso lo que más lamento. De lo que de verdad me arrepiento es de haberme perdido tu compañía durante todos estos años.

Vanessa no sabía cómo responder. Aquella tristeza consiguió conmoverla, acariciar los rincones más íntimos y solitarios de su alma.

Ness: Tú no tienes la culpa -musitó con voz ronca. Tragó saliva y forzó una sonrisa-. ¿Por qué crees que nunca te habló de mí?

Philip: No lo sé. Tu madre era... -sacudió la cabeza-. Yo pensaba que la conocía. Pensaba que los dos queríamos las mismas cosas. Y la amaba, Vanessa, pero hubo algo que la hizo cambiar. Y no sé por qué te separó de mí.

Vanessa sintió que Leslie la observaba con atención.

Ness: Estoy segura de que tendría sus razones.

Ness: En cualquier caso, ya no podemos hacer nada -le enseñó a Philip una fotografía de su madre a los dieciocho años. Aparecía sonriendo a la cámara-. Ésta fue la fotografía en la que Olivia se fijó el verano pasado, la que le hizo pensar que podía haber alguna relación entre nuestras familias.

Vanessa nunca se había fijado en que aquella fotografía de su madre era, en realidad, media fotografía. La había partido alguien años atrás. Y, al parecer, la persona que aparecía en la otra mitad era Philip Hudgens. Gracias a que Olivia había encontrado una copia intacta en la que aparecían Anne y Philip, habían averiguado que la fotografía partida escondía toda una historia.

Philip: Me pregunto quién la cortaría. Supongo que lo haría tu abuela.

Ness: Y yo supongo que jamás lo sabremos, a no ser que mi madre aparezca algún día por aquí.

Contempló la fotografía de aquella belleza detenida en el tiempo. ¿Sería esa la mujer que Philip recordaba cuando pensaba en Anne?

Leslie: Bueno -dijo con repentina energía-, yo tengo que ponerme a trabajar -y cruzó las puertas que conducían a la panadería-.




¡Perdón por la tardanza! 🙍
¡Gracias por leer!


sábado, 20 de mayo de 2017

Capítulo 9


Vanessa había acabado en el ayuntamiento después de pasar la que le había parecido una tarde interminable rellenando formularios para reemplazar los objetos perdidos. Afortunadamente, el proceso había sido menos tedioso porque Ashley Tisdale le estaba ayudando a realizar los trámites.

Ness: Sé sincera, ¿cuánta gente está hablando de mí porque estoy viviendo en casa de Zac?

 Ash: ¿Me creerías si te dijera que nadie está hablando de ti?

Ness: ¿En este pueblo? Imposible -firmó un formulario más-.

Ash: Confía en mí, la gente tiene otras muchas preocupaciones -le tendió la mano para que le entregara los formularios-. Te acompaño a llevarlo al registro.

Cruzaron juntas un pasillo que conectaba el vestíbulo con las oficinas municipales.

Ness: ¿Qué clase de preocupaciones?

Ashley hizo un gesto con la mano.

Ash: Problemas relacionados con el presupuesto del Ayuntamiento. Pero no voy a aburrirte ahora con eso. Preferiría que me contaras cómo te va con Zac.

Ness: ¿Lo ves? No debería estar viviendo allí.

Ash: Es una broma. Escucha, todavía no sabemos qué originó el incendio de tu casa. Deberías quedarte con él por lo menos hasta que lo sepamos.

Ness: Oh, Dios mío, ¿una teoría de la conspiración?

Ash: No, sólo pretendo ser práctica. Y si de verdad te resulta tan difícil estar con él, puedes venir a mi casa.

Ness: A lo mejor te tomo la palabra -pero sabía que no lo haría. Ashley y Sarah no tenían una habitación para ella-. Lo que en realidad necesito es conseguir una casa.

Ash: No te precipites. Recuerda lo que te recomendó el hombre del seguro, no tomes decisiones todavía. Lo más importante de todo esto es que a ti no te ha pasado nada, que vas a poder vivir y disfrutar el resto de tu vida.

Pero a Vanessa le bastó oír aquellas palabras para que se le acelerara el corazón, advirtiéndole que siempre había un ataque de pánico dispuesto a salir a la superficie. Era una sensación muy extraña despertarse cada mañana sin saber cómo iba a ser su vida.

Ashley debió de reconocer la preocupación en su rostro, porque le dio una palmada en el brazo, intentando tranquilizarla.

Ash: De lo último que tienes que preocuparte es de lo que pueda pensar la gente. Tómate las cosas con calma, ¿de acuerdo?

Vanessa asintió, se puso el anorak y se dirigió de nuevo a casa de Zac. Salieron los tres perros a recibirla y Vanessa entró en la casa con una bolsa del supermercado y varios libros que había sacado de la biblioteca. Con el tiempo, por supuesto, tendría que comprarse todos aquellos volúmenes que había perdido en el fuego. Estaban sus libros de cuentos favoritos, Las aventuras de Wilbur y Charlotte, Los Borrowers, Harriet la espía... Otros, le habían advertido en la biblioteca, quizá estarían descatalogados, pero le habían prometido localizarle La última vez eras una princesa, un cuento sobre dos hermanas que Vanessa había leído una y otra vez cuando era una niña. Después estaban los libros a los que volvía repetidas veces, como una colección de ensayos escritos por Ray Bradury. Historias de fugas y de inicios de vidas completamente nuevas, como Bajo el sol de la Toscana, y los libros sobre gastronomía y literatura de Ruth Reichl. Pero esos eran los libros cuyos títulos recordaba. Una de las cosas de las que más se arrepentía era de no tener un registro de libros, pensando en todos aquéllos que no podía recordar.

Se quitó lentamente los guantes y el anorak, se acercó al cuarto de estar y miró los libros de las estanterías. Era algo que se descubría haciendo a menudo: buscar en casa de Zac alguna prueba de quién era realmente él. A lo mejor, admitió para sí, estaba buscando al hombre que era en el pasado. Los libros decían mucho de las personas que los poseían, pero las opciones de Zac eran tan impenetrables como él: libros sobre casos policiales, libros de texto y manuales. Había una colección de libros de acción y aventuras con títulos como Asalto a la comisaría o Asesinato en plena calle, que, probablemente, hablaban de un tipo de trabajo policial que tenía muy poco que ver con el que Zac llevaba a cabo en Avalon. Algunos libros, probablemente regalos de ex novias frustradas, no parecían haber sido abiertos nunca: eran libros sobre las relaciones sentimentales con los que, sin lugar a dudas, habían querido aleccionarle y mostrarle los errores que cometía. Pudo contar por lo menos tres ediciones distintas de Salvar una relación. El cuaderno de trabajo que acompañaba a ese libro estaba todavía envuelto en celofán.

Un imposible, les dijo Vanessa en silencio a todas las mujeres que le habían regalado aquellos libros. Dudaba seriamente que ningún hombre fuera capaz de leer un libro de aquéllos y aplicarse su contenido.

Se dirigió a la cocina para vaciar la bolsa del supermercado. No había vivido nunca con un hombre, así que no sabía si Zac se ajustaba a los tópicos o no. Ella estaba acostumbrada a cuidar de su abuela, a levantarse pronto y a arreglarse para recibir a la enfermera. Para Vanessa, era toda una novedad despertarse y no tener que planificar el día alrededor de las necesidades de una anciana. Al cabo de unos días en casa de Zac, ya se había establecido un ritmo de actividad. Zac se levantaba temprano y preparaba su maravilloso café. Mientras él se duchaba, Vanessa se tomaba una taza y después se giraban las tornas. Una vez arreglada Vanessa, desayunaban juntos y se marchaban después al trabajo.

Y por la noche, invariablemente, Vanessa se descubría a sí misma preparando los sándwiches de atún y preguntándole a Zac cómo le había ido el día.

No podía evitarlo. Le parecía algo completamente natural. Al igual que le parecía natural el vuelco que le daba el corazón cuando le oía llegar por la puerta de atrás, limpiarse la nieve de las botas y silbar a los perros antes de entrar al calor de la cocina.

Ness: Hola, ¿cómo ha...? -oh, Dios, lo estaba haciendo otra vez-. ¿Cómo ha ido el día?

Zac: Ha sido un día muy ajetreado -no pareció molestarle el tono familiar y casi íntimo de la pregunta-. Hemos tenido trece incidentes relacionados con el tráfico, siete en los que ha intervenido el alcohol, y todos ellos relacionados con el hielo en las carreteras. Una pelea doméstica, una pintada de unos niños en el colegio y una mujer que ha dejado solo a su hijo pequeño mientras ella se ha ido a trabajar.

Ness: ¿Y cómo lo soportas? Siempre te toca ver lo peor del ser humano. Tiene que ser deprimente.

Zac: Supongo que lo que me gusta de mi trabajo es intentar mejorar las cosas. Aunque no siempre lo consigo.

Ness: ¿Quieres decir que a veces tienes que dejar suelto al malo?

Zac: Sí, a veces. Puede ser por falta de pruebas, o porque andamos detrás de un pez gordo y no tenemos personal suficiente para otras cosas. Pueden ser muchas las razones -antes de que Vanessa pudiera hacerle alguna pregunta, hizo un gesto con la mano-. Pero ésas son las cosas a las que me dedico durante el día. No creo que sean un buen tema de conversación para la cena.

Ness: Nuestras vidas son muy diferentes. Tú cuando vas al trabajo, te enfrentas siempre a lo peor de la gente.

Zac se echó a reír.

Zac: Yo no lo habría dicho nunca de ese modo.

Ness: Sin embargo, en la panadería, yo sólo veo a gente que viene a disfrutar de una taza de café y un dulce, y todos parecen felices.

Zac: Debería retirarme y comprarme un gorro para trabajar en la panadería.

Se comió agradecido el sándwich que le había preparado Vanessa y ésta advirtió que se relajaba visiblemente. ¿Sería por su presencia?, se preguntó, ¿o solamente porque había terminado la jornada de trabajo?

Sospechaba que conocía la respuesta. Miró hacia él y le descubrió mirándola con la más inquietante y ardiente de las miradas.

Ness: ¿Qué ocurre?

Zac: Nada, no he dicho una sola palabra.

Ness: Pero me estás mirando fijamente.

Zac: Me gusta mirar a las mujeres.

Vanessa inclinó la cabeza para disimular una sonrisa. Poco a poco, iban acercándose el uno al otro, pero los dos procedían con mucha precaución. Para cuando terminó la cena, y después de que Zac hubiera despejado la mesa y cargado el lavavajillas, Vanessa ya estaba dispuesta a admitirlo: estaba loca por él.

Afortunadamente, Zac no era consciente del inquietante rumbo que estaban tomando sus pensamientos.

Zac: Esta noche tengo que salir.

Y, afortunadamente una vez más, tampoco pudo oír el ruido sordo de su corazón al caérsele a los pies.

Ness: Eh, muy bien.

¿Qué otra cosa podía decir? Era una invitada en casa de Zac, estaba allí temporalmente. Zac no tenía por qué darle ninguna explicación.

Zac tomó el teléfono móvil y se lo guardó en la pistolera. Vanessa fingió no mirar, pero no pudo evitarlo. Le resultaba intrigante la idea de que llevara un arma escondida.

Zac volvió a descubrirla mirándolo y sonrió:

Zac: ¿Quieres venir?

Ness: ¿Adónde?

Zac: Al campo de tiro. Tengo que practicar.

Ness: Jamás en mi vida he disparado una pistola.

Zac: Yo te enseñaré -la animó-.

Vanessa continuaba indecisa. ¿De verdad quería aprender o sólo estaba dispuesta a ir porque estaba aburrida? ¿Y Zac quería enseñarle porque tenía ganas de estar con ella o porque pensaba que debería aprender a defenderse?

Ness: Iré a por mis cosas.


El camino hacia el campo de tiro era muy corto. La instalación disponía de dos edificios: uno en el que estaba la zona de tiro y otro que albergaba el aula en la que se impartían las clases. Fue allí donde Zac la enseñó a cargar el arma y a disparar.

Zac: Esta es una pistola de calibre cuarenta -le explicó, y le mostró cómo funcionaba-. La clave para hacer un buen disparo está en la postura -alzó la pistola con las dos manos, con un movimiento que en él resultaba completamente natural-. Ahora, inténtalo tú.

Muy bien, pensó Vanessa, sintiendo el peso de la pistola entre sus manos.

Zac: Vigila la inclinación cuando la sostengas. ¿Cómo te sientes con la pistola entre las manos?

Ness: Vas a pensar que soy una pervertida, pero me siento... sexy.

Zac sonrió.

Zac: Ésa es una buena señal. Es bueno para que te sientas segura.

Pero cuando se puso la sudadera del departamento de policía, las gafas protectoras para los ojos y los protectores de los oídos ya no estaba tan sexy como ella se sentía.

Zac: Cierra los ojos y levanta la pistola.

Ness: ¿Qué?

Zac: No te preocupes, no está cargada. Tienes que levantar la pistola con los ojos cerrados para que aprendas cuál es la posición natural de tus brazos.

Vanessa alzó la pistola, abrió los ojos y se descubrió a sí misma mirando hacia una enorme X pintada en una de las paredes del aula. Zac le daba una importancia a todo lo relacionado con la postura que a Vanessa le pareció exagerada. Le hizo corregir la posición de los brazos, el ángulo de la barbilla, la colocación de los pies y la forma de agarrar la pistola. Al final, Vanessa gimió frustrada.

Ness: Me siento como si fuera una muñeca Barbie.

Zac se echó a reír mientras volvía a hacerle cambiar de postura.

Zac: La Barbie pistolera, la típica muñeca americana. Me gusta.

Continuó enseñándole el manejo de la pistola, en aquella ocasión concentrándose en la presión del gatillo y en el momento en el que se paraba la respiración que, por lo visto, era el ideal para apretar el gatillo, porque era el momento en el que uno estaba más relajado. Vanessa intentaba acordarse de todo lo que le decía. Tenía la sensación de que para disparar una pistola había que tener en cuenta docenas de cosas al mismo tiempo.

Ness: Nunca he tenido que esforzarme tanto para satisfacer a un hombre -bromeó-.

Zac: Me alegro de saber que estás dispuesta a esforzarte. Ahora, deja de coquetear conmigo y concéntrate.

Ness: No estoy coqueteando contigo -protestó-.

Zac: Pues yo tengo la sensación de que sí.

Ness: Eso son imaginaciones tuyas. Tengo cosas mejores que hacer que coquetear contigo. Ahora, enséñame a disparar a algo.

Zac: Muy bien. Regla número uno, tienes que ser un poco más específica. Eso de «disparar a algo» es demasiado vago.

Ness: Como tú digas. En ese caso, quiero disparar a una de esas siluetas que supuestamente hay en los campos de tiro.

Zac: Muy bien. Entonces, vayamos directamente a la zona de tiro.

La zona de tiro estaba dividida en diferentes compartimentos en los que la gente no necesitaba la supervisión de nadie para practicar. Dos de ellos estaban ocupados por policías, le explicó Zac mientras les saludaba, y había también algunos habitantes del pueblo. A Vanessa le sorprendió ver a Troy Alger y a su padre. Matthew era un hombre alto, de pecho ancho, cuyas facciones nórdicas le hacían parecer más joven de lo que realmente era. Padre e hijo ocupaban pistas adyacentes, ajenos a cualquier cosa que no fuera disparar. Cada vez que disparaban, Vanessa esbozaba una mueca ante aquel ruido ensordecedor. Zac le explicó que aquellas paredes podían detener una bala disparada por cualquier revólver.

Zac: Una bala del calibre cuarenta puede traspasar una docena de paredes de una casa normal.

Ness: Es bueno saberlo. Si alguna vez me dispara alguien, no me esconderé detrás de una pared.


Zac: La mejor defensa en cualquier situación es luchar. Luchar y no rendirse nunca. Pero tienes que saber lo que haces.

Señaló una silueta situada al final del callejón. Utilizó un dispositivo para hacer que la silueta se moviera y se desplazara hasta el final del callejón. Vanessa se colocó exactamente tal y como Zac le había enseñado, con los brazos extendidos, los pies alineados y el arma apuntando a la silueta. Respiró y apretó el gatillo.

Zac le había dicho que lo hiciera con decisión, y así lo hizo.

La pistola retrocedió violentamente en su mano, causándola una reverberación en todo el brazo.

Zac: Vuelve a colocarte -le recordó moviendo los labios-. No te olvides de volver a colocarte.

Después de disparar, se suponía que uno tenía que volver a alinearse con el objetivo para mejorar la firmeza de las manos. Así lo hizo Vanessa, oliendo al hacerlo el olor del explosivo quemado. Pero la silueta continuaba colgando burlona al final del callejón, sin que la hubiera rozado siquiera.

Ness: Eh -protestó quitándose los protectores de los oídos-. Debería haber sido un tiro perfecto.

Zac: Qué va -replicó moviendo la mano con un gesto de desprecio-. Sabía que fallarías.

Ness: ¿Qué?

Zac: La postura y la forma de agarrar la pistola son excelentes. Pero no darás a nada si no lo ves primero -se llevó la mano a la sien-.

Ness: ¿Qué quieres decir?

Zac: Tienes que verlo. Y después, dispara.

Vanessa no lo entendía, pero estaba decidida a aprender. Disparó unas cuantas veces más, y en todas ellas le sorprendió la fuerza del retroceso. Al final, consiguió rozar el borde de la silueta. «Tienes que verlo y después dispara».

Después de incontables rondas, mejoró algo. Pero eran demasiadas las cosas que tenía que recordar: todos los mecanismos de la pistola, la postura, apretar el gatillo justo en el momento en el que dejaba de respirar... Y Zac tenía toda la razón. Aprendió a visualizar el lugar en el que quería que diera la bala antes de apuntar. Después, apretaba el gatillo.

Cuando por fin consiguió alcanzar las zonas vitales de la silueta, bajó la pistola y se volvió hacia Zac sonriendo.

Zac: Buen trabajo -la felicitó moviendo los labios y alzando el pulgar-.

Después, le enseñó a limpiar el arma.

Zac: Un arma limpia es un arma segura -y después, le enseñó a asegurarla-. Estoy orgulloso de ti.

Era una frase muy sencilla pero consiguió emocionarla. Vanessa desvió la mirada y se ahuecó el pelo allí donde los protectores de los oídos lo habían aplastado.

Zac: Eso pretendía ser un cumplido -le advirtió-.

Ness: Lo sé, y lo agradezco -tomó aire. ¿Cómo podía explicárselo?-. Estaba pensando que ya soy suficientemente mayor como para no necesitar la aprobación de nadie.

Zac: Todo el mundo necesita la aprobación de los demás. Desde luego, el cielo sabe que es algo que me pasé buscando durante toda mi infancia.

Una información interesante, pensó Vanessa. Además, era raro que Zac hablara del pasado.

Ness: Hasta que al final renunciaste a intentar llevarte bien con tu padre y decidiste huir -recordó-.

Zac: ¿Qué te hace pensar que huí? A lo mejor iba en busca de algo.

Ness: ¿Algo como qué?

Zac: Como la clase de vida que quería, y no la vida que mis padres querían para mí -se limitó a contestar-.

Ness: ¿Y lo conseguiste? ¿Ésta es la clase de vida que querías?

Zac: Es la única que tengo. Y me gusta tanto como cualquier otra.

Dio media vuelta entonces, poniendo fin a la conversación. Vanessa también se alegró de poder dejar el tema. Se estaba volviendo demasiado personal.

Colocaron el seguro de la pistola. Después, Vanessa la limpió paso a paso, tal y como Zac le había enseñado y bajo su atenta mirada.

Zac: ¿Vas a escribir todo lo que ha pasado hoy?

La pilló completamente desprevenida. En aquel momento, Vanessa sólo era capaz de pensar en lo que había sentido cuando Zac la había rodeado con los brazos para ayudarla a colocarse. Seguramente tardaría mucho tiempo en poder escribir sobre todo aquello.

Ness: No sé si voy a poder encajar una sesión de tiro en una columna sobre comida.

Zac: Podrías escribir sobre esto en tu diario.

Vanessa se quitó los protectores de los oídos, que todavía llevaba colgando alrededor del cuello.

Ness: Ojalá no te hubiera hablado nunca de mi diario.

Zac: ¿Por qué no? Tengo muchas ganas de leerlo.

¿De la misma forma que había leído todos aquellos libros que tenía en su casa sin abrir?, se preguntó.

Ness: ¿Por qué vas a querer leer las memorias de una familia propietaria de una panadería?

Zac: A lo mejor porque quiero conocer el final.

Ness: Todavía no he planeado ningún final.

Zac: Me estás engañando. Todo el mundo tiene alguna idea de cómo quiere que termine una historia.

Ness: ¿Ah, sí? ¿Tú también? -preguntó mientras se subía la cremallera del anorak.

Zac: Sí.

Ness: ¿Y...?

Zac: Y a lo mejor te lo cuento algún día.

En algún momento, sin que Vanessa se hubiera dado cuenta de cuándo, se habían detenido y estaban hablando a muy poca distancia, bañados por las luces amarillentas del aparcamiento. Vanessa podía sentir el calor de su cuerpo y cuando inclinó la cabeza, vio que Zac estaba estudiando su boca con un interés inconfundible. Le bastó pensar que iba a besarla para sentir que se le derretían los huesos. Lo deseaba, lo añoraba, se moría de ganas de probar sus labios.

La indecisión, también el deseo, debieron reflejarse en su rostro, porque Zac la agarró del brazo y susurró con voz ronca:

Zac: Vanessa...

Vanessa estudió su rostro bajo aquella pálida luz y entonces reparó en algo terrible. Se estaba enamorando de él. Casi podía oír el susurro del viento a través de su pelo mientras ella se entregaba a aquel sentimiento. Y era terrible, porque ellos no tenían derecho al amor. Vanessa siempre lo había sabido. Terminarían haciéndose daño el uno al otro, Zac se marcharía y ella continuaría encerrada en aquel pueblo eternamente.

Pero estando allí, tan cerca de él y mirándole a los ojos, le resultaba imposible pensar.

Ness: Creo qué, antes... -no quería expresar aquello con palabras-, tenemos que hablar, Zac.

Zac esbozó una mueca que reflejaba una sombra de amargura.

Zac: Ya hemos hablado bastante.

Parecía pensarlo de verdad.

Realmente parecía creer que no había nada más que decir.

Ness: No voy a terminar en tu cama, como las chicas con las que sales habitualmente.

Zac: No te lo he pedido -señaló-. Y, de hecho, ya has terminado en mi cama.

Ness: Sola.

Zac: Como tú digas.

Y sin más, se volvió hacia el coche y le abrió la puerta.

Vanessa le fulminó con la mirada, entró en el coche y se ató el cinturón de seguridad antes de que Zac pudiera recordarle que lo hiciera. La noche era terriblemente fría. En medio de aquellos días tan fríos y oscuros, resultaba difícil imaginar que la estación cambiaría en algún momento, o que el sol continuaba brillando en alguna parte del mundo.

Ness: Voy a recordar esa promesa -le dijo a Zac mientras éste se sentaba tras el asiento del conductor y ponía el motor en marcha-.

Zac. ¿Qué promesa?

Vanessa estuvo a punto de echarse a reír al ver el pánico que reflejaba su rostro. «Zac Efron» y «promesa», eran dos términos antagónicos.

Ness: Antes me has dicho que algún día me contarías cómo te imaginas tú el final -le recordó-. Personalmente, creo que planificar demasiado las cosas no es una buena idea.

Se interrumpió y decidió abordar el tema. Al fin y al cabo había estado flotando entre ellos desde que Zac le había llevado a su casa después del incendio. Había llegado la hora de sacarlo a la luz.

Ness: Míranos a Derek y a mí. Cualquier plan puede irse al garete en un solo instante.

Esperó la reacción de Zac. Esperó que le dijera que, a lo mejor, lo que había pasado era la prueba de que la mentira y la traición podían destruirlo todo. Vanessa sabía que era eso lo que los dos pensaban.

Pero la única reacción de Zac fue encender la calefacción, haciendo que inundara el coche una ráfaga de aire caliente.




¿¡Por qué no se dicen lo que sienten!? ¿¡Por qué no tienen derecho al amor!?
¡Son muy cabezones! 😒

¡Gracias por leer!


sábado, 13 de mayo de 2017

Capítulo 8


Todas las posesiones de Vanessa cabían en la parte posterior de la furgoneta que había alquilado. Pero la verdad era que le sorprendía que hubieran conseguido recuperar tantas cosas en la operación de rescate. Todo lo habían limpiado y guardado en contenedores marcados que después habían cargado en la camioneta. Se suponía que tenía que revisar su contenido y decidir qué quería conservar y de qué quería deshacerse, pero de momento, al menos, no tenía intención de hacerlo, se limitaría a guardar las cajas hasta que se sintiera con fuerzas para ello. En aquel momento permanecía junto a las puertas traseras de la furgoneta, temblando y dando pataditas en el suelo para entrar en calor. Había perdido en el incendio sus guantes favoritos, unos guantes de cuero forrados de lana.

Zac aparcó en el que antes era el camino de entrada a la casa de Vanessa, detrás de la furgoneta. Aquel día, como parte de su iniciativa para la prevención del crimen, había visitado el juzgado de menores y se había vestido de forma adecuada para la ocasión. Pensaba que el uniforme de policía, o incluso un traje, era una barrera para la comunicación con los chicos, de modo que había optado por unos pantalones cargo, unas botas, una cazadora y una gorra. Más que un jefe de policía parecía un practicante del snowboard.

Zac: ¿Ya habéis terminado? -le preguntó al verla-.

Ness: Sí, ya lo han cargado todo -contestó señalando hacia la furgoneta-. ¿Qué tal te ha ido con los chicos?

Zac: Creo que bien. Por lo menos una docena se han comprometido a realizar servicios para la comunidad.

A Vanessa le costaba imaginar que alguien, ya fuera niño o adulto, pudiera resistírsele. Los niños y los jóvenes reconocían a un farsante a distancia y Zac parecía saberlo. Con aquel atuendo informal, se sentía absolutamente cómodo. No era sólo una forma de ganarse a los más jóvenes.

Ness: ¿Cómo es posible que consigas tan buenos resultados con los chicos, jefe?

Zac: Les escucho y les respeto. Después, todo es mucho más fácil. Me estás mirando de una forma muy extraña, ¿es por la ropa?

Ness: No, no es por la ropa -vaciló un instante, pero, qué demonios, se dijo casi inmediatamente, y le hizo la pregunta que le estaba rondando—. ¿Alguna vez has pensado en tener hijos?

Zac se la quedó mirando fijamente, y después soltó una carcajada.

Ness: No estoy intentando hacerme la graciosa. Pero no puedo dejar de preguntarme qué tipo de padre habrías sido, qué clase de cabeza de familia.

Zac: Pues yo no he pensado en ser ni padre ni cabeza de familia, gracias.

Ness: Oh, vamos, Efron. No eres el primero que ha tenido una infancia terrible. Eso no es excusa.

Zac: Pero está también el pequeño detalle de cómo conseguir esos niños que estás tan convencida de que quiero. Siendo hombre no es nada fácil.

La mirada de Zac se estaba haciendo demasiado íntima, así que Vanessa decidió dar un giro a la conversación.

Ness: Escucha, en realidad hay otro tema más importante del que deberíamos hablar, que es el de mi vivienda. Es una locura que siga viviendo en tu casa.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Porque ahora mismo no tenemos ninguna clase de relación.

Zac: A lo mejor deberíamos replanteárnoslo. Podríamos ser compañeros de piso -se volvió bruscamente y se dirigió hacia la furgoneta para revisar el trabajo hecho por la compañía de seguros.

Compañeros de piso, pensó Vanessa. ¿Qué demonios significaba eso? No se le ocurría la manera más adecuada de preguntárselo, así que decidió cambiar de tema.

Ness: Todo lo que tengo cabe en una furgoneta. Es patético, ¿verdad?

Zac: No, no es patético. Sencillamente, es algo que te ha pasado.

Ness: Patético. ¿Es que nunca me vas a dejar quejarme?

Zac: Quéjate, si eso te hace sentirte mejor.

Ness: No, no me hace sentirme mejor, pero te hará sentirte a ti peor y eso sí que me hace sentirme un poco mejor. Al fin y al cabo, vives gracias a mis impuestos. Es lo menos que puedes hacer.

Zac: Muy bien -se cruzó de brazos-. Pues quiero que sepas que ver que esto es lo único que ha quedado de tu casa me hace sentirme fatal, ¿estás contenta?

Justo en aquel momento paró delante de la camioneta una enorme quitanieves. Salieron de ella Charlie Davis y Greg Cyrus. Greg era el hermano pequeño de Philip Hudgens, lo que le convertía en el tío de Vanessa, aunque sólo tuviera unos cuantos años más que ella. Recién divorciado, se había trasladado a Avalon con sus dos hijos, Miley y Max. Miley iba a empezar a trabajar en la panadería y Max estaba todavía en quinto grado. Al igual que todos los Cyrus que Vanessa había conocido, Greg era un hombre afable, con un encanto natural que realzaba un físico atractivo y una estupenda educación. Por supuesto, ella no se sentía como una Cyrus y, definitivamente, no había heredado nada de ellos. Todos los que habían conocido a su madre le decían que era idéntica a Anne que, por supuesto, era una mujer atractiva, pero de una forma completamente diferente; su belleza era la de una mujer de pelo oscuro y mucho más terrenal.

Ness: Hola, gracias por venir.

Greg: De nada.

Mientras les presentaba a Zac, Vanessa pensó que aquellos tres hombres juntos, Zac, Charlie y Greg, eran la fantasía de cualquier mujer hecha realidad. Todos ellos eran altos, fuertes y atractivos.

Ness: Os agradezco mucho lo que estáis haciendo por mí -insistió-. ¿De verdad no os importa llevar todo esto al campamento Kioga?

Charlie: Claro que no -le aseguró-. Si algo no falta en el campamento es espacio, sobre todo ahora, en invierno.

Ness: De acuerdo, os estoy muy agradecida -repitió-. Pensaba dejarlo todo en el garaje, pero también está destrozado y habrá que tirarlo.

Todavía le costaba asimilar el hecho de no tener casa, de no tener un lugar en el que dejar sus cosas, o lo que quedaba de ellas. Habían quedado en que Charlie les abriría el paso hasta el campamento y Zac y Vanessa le seguirían hasta allí. Tuvieron que conducir muy despacio; hasta la máquina quitanieves iba lanzando abanicos de nieve a lo largo de la carretera mientras iba despejando el camino.

Ness: Me parece increíble lo bueno que está siendo todo el mundo conmigo.

Zac: No es difícil ser bueno contigo.

Ness: ¿Por eso me estás ayudando tú también? ¿Porque quieres ser bueno conmigo?

Zac: Yo no soy un hombre bondadoso. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.

Los dos habían cometido errores en el pasado. Vanessa se sentía perseguida por el arrepentimiento, mientras que Zac continuaba sufriendo por culpa de una vieja culpa que le corroía por dentro. Ese era el motivo de que se hubieran distanciado, pero como últimamente pasaban tanto tiempo juntos, Vanessa sintió que tenía derecho a hablar de aquel viejo asunto.

Ness: Nunca te has perdonado lo de Derek -dijo, sacando a la luz un tema durante mucho tiempo enterrado-. ¿Pero crees que eso va a servir de algo, Zac?

Zac mantuvo los ojos fijos en la carretera.

Zac: Una pregunta interesante, viniendo de ti.

Ness: Ésa no es una respuesta.

Zac: Muy bien, a ver qué te parece ésta. A lo mejor no me he perdonado nunca lo que le pasó a Derek porque hay cosas que son... imperdonables. Lo único que puedes hacer es intentar continuar adelante y vivir con ello.

«Y pasar el resto de tu vida pagando una penitencia», reflexionó Vanessa. Por alguna razón, se acordó entonces de la Bella y la Bestia, pero pensó en la clásica y violenta versión francesa, no en la edulcorada película de Disney. En el original, el amor incondicional de la protagonista calmaba la furia de la fiera, pero la redención llegaba después de tanto dolor y sacrificio por ambas partes, que siempre se había preguntado si realmente merecería la pena luchar tanto.

Permanecieron en silencio durante el resto del trayecto. La zona sur del lago estaba cerca de la ciudad, rodeada de casitas, casi todas ellas cerradas en invierno. Sobre los muelles helados se acumulaba la nieve. Pasaron por delante de la Posada del Lago Willow, una mansión del siglo XIX que se rumoreaba estaba encantada. Cuando eran adolescentes, Vanessa y Zac solían ir hasta allí en bicicleta y especulaban sobre quién la habría encantado. Ashley siempre había dicho que algún día le gustaría ser propietaria de aquel lugar, pero después de quedarse embarazada y tener a Sarah, su vida había tomado un rumbo muy diferente.

El lago se adentraba en un profundo valle, cuyo aspecto cambiaba muy rápidamente, dando paso a una zona de naturaleza más salvaje. Pronto estuvieron cruzando los bosques. Aquella perfección, que parecía de otro mundo, y aquella serenidad, la fascinaban. Los árboles desnudos se dibujaban contra un fondo de nieve marcado por las huellas de animales salvajes. Los carboneros y los cardenales rojos saltaban y volaban de rama en rama. Los lechos de los riachuelos se cubrían de témpanos y glaciares diminutos. Para cuando llegaron al campamento Kioga, Vanessa se sentía como si estuvieran en el otro extremo del mundo, y no a sólo varios kilómetros de Avalon.

Como centro de vacaciones histórico que era, el campamento reflejaba el estilo de los grandes campamentos de los años veinte. La entrada, marcada por un rústico letrero en hierro forjado, estaba cubierta de nieve, al igual que el camino que conducía hacia el pabellón principal. Las canchas y las pistas de deportes estaban también cubiertas de nieve, los equipos a resguardo. Todo parecía estar en estado de hibernación. La nieve cubría también los tejados de los pabellones y las cabañas. Del cenador de la isla del lago colgaban carámbanos. Vanessa se descubrió atrapada por la impenetrable quietud de aquel paisaje que parecía hecho de azúcar. Nunca había estado en el campamento en invierno y le pareció un lugar mágico.

Charlie detuvo su vehículo en frente del cobertizo en el que almacenaban gran parte del material. Greg lo abrió y, en cuestión de minutos, ya habían descargado todo en el interior de aquel edificio de madera.

Ness: Está todo precioso. Me alegro de que Olivia y tú hayáis decidido reabrir el campamento.

Charlie: Algún día estará abierto durante todo el año.

Vanessa advirtió que Zac permanecía al margen, con la mirada fija en el lago, absorto quizá en los recuerdos. Derek y él habían pasado muchos veranos allí. Habían jugado a lanzar piedras sobre la superficie de aquel lago de agua helada y habían hecho infinidad de carreras desde el muelle. Habían saltado aferrados a una cuerda desde un árbol y se habían desafiado una y otra vez a nadar más rápido, a bucear más profundo, a adentrarse más lejos. Para ellos la vida siempre había sido una competición.

Vanessa intentó recordar el momento en el que había empezado, el momento en el que la rivalidad se había convertido en una grieta de la que nadie hablaba. ¿Habría sido el momento en el que los tres se habían conocido? ¿Habría estado presente desde siempre, como un magma subterráneo que al final había terminado emergiendo a la superficie?

Greg volvió a examinar las cajas etiquetadas que acababan de guardar.

Greg: Ya está todo.

Ness: Gracias otra vez.

Vanessa se negaba a pensar en el hecho de que todo lo que poseía estaba en el interior de aquellas cajas. A pensar que algún día, quizá cuando llegara la primavera, tendría que abrirlas y elegir el destino de cada uno de aquellos objetos. ¿Debería guardar la batidora de huevos de su abuela? ¿La caja de pesca de su abuelo? ¿El cenicero de arcilla que había hecho su madre en el campamento para chicas?

Comenzó a nevar ligeramente y Vanessa elevó el rostro hacia el cielo, sintiendo cómo le acariciaban los copos la frente y las mejillas. Todo iba a salir bien, se dijo a sí misma. El mundo era un lugar maravilloso y estaba lleno de opciones para ella.

Charlie: Será mejor que nos vayamos -dijo dirigiéndose hacia la furgoneta-.

Ness: Nos veremos en la panadería -sugirió-. Tengo papeleo pendiente en la oficina. Así os podré invitar a un café y a cualquier dulce que os apetezca.

Charlie: Me temo que tendré que dejarlo para otro día. Tengo que volver al trabajo.

Greg: Lo mismo digo. Pero te veremos en la cena del sábado, ¿verdad?

Ness: Por supuesto.

Philip, su padre, iba expresamente a Avalon para verla. Ella le había dicho que no necesitaba nada, que se las arreglaría sola, pero él había insistido.

Charlie y Greg se marcharon y Vanessa y Zac les siguieron más lentamente, deteniéndose a contemplar el lago por última vez.

Ness: Es un lugar precioso. Me siento... nostálgica, ¿tú no?

Zac: Un poco, quizá.

Aceleró el paso y Vanessa sintió que se cerraba a ella. Probablemente era lo mejor, decidió. Nunca se les había dado bien hablar de las cosas que realmente importaban.




Ness, pasa de Zac. Es evidente que es un insensible 😒

¡Gracias por lees!


martes, 9 de mayo de 2017

Capítulo 7


3 de julio de 1988

Querida mamá, esta mañana he estado trabajando en el mostrador, para que Leslie pudiera poner al día la contabilidad. Cuando era pequeña, me sentía muy importante subida al taburete detrás de esos exhibidores de cristal mientras la gente intentaba decidir lo que quería. ¿Un donuts o un kolache? ¿Un pastel de crema o uno de chocolate? Supongo que podría decirse que me daba cierta sensación de poder tener algo que la gente parecía desear tanto.

Esta mañana ha pasado por la panadería la familia Alger. El señor y la señora Alger y su hijo, Troy, que es tan guapo como los niños que salen en los anuncios. Tienen una casa enorme en la carretera del río y cambian de coche cada año.

Me han hecho sentirme incómoda por varias razones. Las tres primeras son: Son una familia totalmente normal y tan tradicional que me hacen sentirme como un monstruo porque nuestra familia no es nada tradicional.

El señor Alger siempre me está preguntando que si me acuerdo de ti, aunque en el pueblo todo el mundo sabe que yo era muy pequeña cuando te marchaste. Probablemente me encerrarían en un psiquiátrico si la gente se enterara de todo lo que hablo de ti en el diario y de todas las cartas que te escribo. Aunque a lo mejor no. Al fin y al cabo, Anna Frank le llamaba a su diario «mi querido gatito», así que a lo mejor no es tan raro que yo le llame al mío «querida mamá».

A la señora Alger le doy pena y ni siquiera intenta disimularlo. Yo lo odio. Odio que la gente me vea como una pobre huérfana y se compadezca de mí.

En cuanto se han ido, les he dicho a la abuela y a Leslie que quería acompañar al abuelo a hacer el reparto de la tarde. Tenía que salir de la panadería. Porque a veces el calor y el olor a dulce de la panadería me hace sentirme segura. Pero otras veces, como hoy, ese mismo olor me parece tan agobiante que me resulta difícil respirar.

Leslie: Qué bonito día de verano. Deberías salir a tomar un poco de aire fresco.

Leslie siempre me comprende. Dice que para mí es como una segunda mamá, pero eso no es verdad. Para tener una segunda mamá, necesitaría tener antes una primera, y no la tengo. Le digo a la gente que trabajas como espía para el gobierno y que por eso tienes que estar escondida. Cuando era pequeña pensaba que me creían, pero ahora sé que piensan que te marchaste para no volver nunca porque no querías criar tu sola a una niña. ¿Pero sabes? No soy una niña que dé muchos problemas. Eso puedes preguntárselo a cualquiera.

Como hoy. Al abuelo le ha hecho mucha ilusión que le acompañara a hacer el reparto. Ya ha dejado de trabajar en la fábrica de cristales de Kingston. Por culpa del ruido que había en esa fábrica ahora es un poco duro de oído. Desde que se ha jubilado ayuda en la panadería y cada vez que tiene oportunidad va a pescar al lago Willow. Es amigo del señor Cyrus, el propietario del lago y del campamento Kioga.

La pesca es la gran pasión del abuelo y la disfruta durante todo el año, incluso en medio del invierno, cuando tiene que caminar sobre la superficie helada del lago y hacer un agujero en esa capa de hielo de más de treinta centímetros para poder pescar. A veces tiene que pedir prestada una moto de nieve porque las carreteras están cortadas. Pero dice que le gusta sentir que está solo en medio de ninguna parte.

A veces le acompaño, pero para mí pescar es ABURRIDO, así con letras mayúsculas. Tienes que sentarte, esperar a que un pez muerda el anzuelo, sacarlo del agua, llevarlo a casa, filetearlo y comértelo. ¿Pero para qué tomarse tantas molestias cuando bastaría con sacar una lata de atún de la despensa y comértela cuando te apetezca?

Cuando le digo eso al abuelo, se echa a reír y me dice mon ours, que supongo ya sabes que significa «mi osito» en francés. Él dice que pescar no es sólo sacar un pez del agua. Dice que es algo que te ayuda a disfrutar del silencio, o algo así. En francés suena mejor. Ésa es una de las cosas más curiosas del abuelo. Cuando habla en inglés, suena como Yoda. De verdad. Y con esa cabeza que tiene, a la que sólo le quedan cuatro pelos, parece Yoda de verdad.

Así que intento no hablar mucho cuando me lleva a pescar. La mayor parte del tiempo lo dedico a soñar despierta. Me gusta imaginarme que me voy a una gran ciudad, me convierto en una famosa escritora y un buen día, mientras estoy firmando los libros a mis lectores, como si fuera Judy Blume o R.L. Stine, levanto la mirada y descubro que estás tú allí, con la misma cara con la que apareces en las fotografías. Y sonríes de una forma que me demuestra que estás muy orgullosa de mí.

Yo ni siquiera tengo que preguntarte que dónde has estado durante todos estos años, porque, al fin y al cabo, es como un sueño y como sé que en realidad no hay ninguna explicación ni ninguna excusa, no tengo por qué sacar el tema. Después nos vamos a tomar un refresco o un batido, nos vamos de compras y disfrutamos de un día perfecto.

Cuando estamos pescando, el abuelo también piensa en ti, pero no como yo. Él piensa en el pasado, en cuando vivías con ellos. Me cuenta que te gustaba pescar tanto como a él y que incluso cuando ya eras mayor y yo había nacido, continuabas acompañándole a pescar.

Un día me dijo que tú te preparabas tus propios plomos en la cocina, fundiendo el plomo en la cocina, que tiene un punto de ebullición bajo, eso lo sé porque lo hemos estudiado en clase de Química, y echándolo después en unos moldes con forma de pirámide mientras oías la radio.

Y fue entonces cuando empecé a acordarme de ti. En realidad, no era un verdadero recuerdo, a lo mejor sólo me acuerdo de eso porque el abuelo me lo ha contado muchas veces. El caso es que estoy en la cocina, sentada en la mesa de madera de pino y tú estás cerca de los fogones, cantando una canción que suena en la radio. Sé incluso qué canción es porque es la canción de Jenny, en realidad se titula 867-5390/Jenny, una canción de Tommy Tutone.

Jenny es un nombre que me gusta, aunque sé que el hombre que escribió esa canción lo encontró en la pared de un cuarto de baño.

Pero en realidad es una canción muy alegre, y me acuerdo muy bien de ti, con el pelo sujeto por una pinza, con uno de los delantales del abuelo y cantando mientras preparas los plomos.

En mi recuerdo, de pronto aparece la abuela y te regaña por estar utilizando una de sus cazuelas nuevas. Dice que ya no va a poder utilizarla porque la has contaminado con el plomo.

Te recuerdo riéndote, recuerdo las chispas de alegría de tus ojos mientras le contestas a la abuela que tiene un montón de cazuelas, pero que de todas formas, le comprarás otra. Después, recuerdo que me levantaste en brazos y te pusiste a bailar conmigo alrededor de la cocina mientras continuaba sonando esa canción en la radio.

Creo que ése es el último recuerdo que tengo de ti. No sé si es del todo real o si me lo he inventado, pero sí sé que los plomos están todavía en el cesto de pesca del abuelo. Nunca los utiliza. Prefiere usar perdigones porque dice que los que tú hiciste pesan demasiado y además, no quiere perderlos.

Como si al conservar algo que tú hiciste fuera más fácil que volvieras.

Hoy el abuelo ha tenido que ir a hacer el reparto al campamento Kioga, En verano son nuestros mejores clientes porque tienen cientos de niños. Hoy ha hecho uno de esos días de cielo azul, perfecto, y yo estaba encantada de poder ir a hacer el reparto con el abuelo, en vez de tener que quedarme encerrada en la cafetería. En el campamento, mientras él ha entrado a llevar las bandejas, yo me he quedado escuchando la radio. El abuelo había sintonizado una emisora en la que se pueden escuchar canciones antiguas. ¿Y sabes la que han puesto? 867-5309/Jenny. Yo lo he interpretado como una señal.

Pero debía ser una señal negativa porque de pronto han aparecido tres chicos y se han puesto a robar en la parte de atrás de la furgoneta. Al principio, cuando los he visto, no sabía cómo reaccionar. Nunca me habían robado. Me ha parecido repugnante. Era como si estuvieran haciéndome algo directamente a mí. Hasta pensarlo me asquea.

También siento tener que decirte que me he asustado mucho. He estado a punto de deslizarme hasta el suelo de la furgoneta y esperar a que terminaran de robarlo todo y se marcharan.

Sí, lo admito, he pasado mucho miedo. Qué ridículo.

En la asignatura de Ciencias Sociales hice un trabajo sobre Eleonor Roosvelt en el que incluí algunas de sus citas más famosas. Una de ellas decía: «ganamos fuerza, valor y confianza en nosotros mismos con las experiencias que nos obligan a mirar al miedo de frente».

Y cuando estaba ahí sentada, completamente paralizada mientras esos niños me robaban todo lo que llevaba en la furgoneta, me acordé de esas palabras. Y me he dicho algo así como, «sí, Eleanor, puede que tengas razón, pero no creo que salga muy bien parada de ésta».

A punto he estado de tener razón. Estos matones, que eran los típicos niños ricos de pelo rubio y dientes perfectos, han empezado a hacer algo que... algo que no esperaba. Se han reído de mí porque tenía que trabajar para una panadería. Después me han rodeado, pidiéndome que les diera un beso y diciéndome que estaban seguros de que podía hacer algo más que besarles.

El que llevaba la voz cantante me ha empujado contra la furgoneta para intentar besarme. Y aquí viene lo más extraño. Yo pienso constantemente en lo que se sentirá al besar a un chico. Mis amigas y yo hablamos constantemente de eso y practicamos dándonos besos con la almohada, así que para mí tampoco es que tenga mucho misterio.

Pero no ha sido un beso romántico, ni divertido, ni se ha parecido nada a todo lo que yo había imaginado. Preferiría que me hubiera dado una patada en el trasero. Me gusta pensar que me he resistido, pero la verdad es que no ha sido eso exactamente lo que ha pasado. Lo que ha pasado ha sido que... ha venido alguien a rescatarme. Y la verdad es que yo odio que hayan tenido que rescatarme.

En realidad, es otra forma de sentirme impotente. Primero, me he sentido impotente porque ese estúpido estaba intentando besarme, y después me he sentido impotente cuando ha aparecido ese otro chico y ha empezado a pegar a esos tres idiotas. En medio minuto les tenía suplicando. Y yo, durante la pelea, lo único que he hecho ha sido mirar, como esas chicas estúpidas que aparecen en las películas para adolescentes. Mirar y morderme las uñas. No sé cómo he podido ser tan estúpida.

Si me hubiera visto a mí misma en una película, me habría gritado: «¡No te quedes ahí sin hacer nada! ¡Ayúdale, haz algo!».

Ha sido lamentable, yo sin hacer nada y ese pobre chico peleando como una fiera. Me resulta difícil describirlo, pero ha sido como si me quedara completamente paralizada al verle pelear. Ha tirado al más grande de los tres chicos como si fuera un pedazo de carne. Cuando he bajado la mirada, he visto gotas de sangre en mis piernas y en mis pies.

Al final, he conseguido decir algo: «ya basta», y después otras dos palabras: «ya es suficiente».

No debería haber funcionado, pero lo ha hecho. El chico ha levantado las manos y se ha apartado del otro que estaba intentando besarme. Después, los tres ladrones han salido corriendo como gatos escaldados.

Yo me he quedado mirando al chico que me había rescatado. He dicho rescatado, pero no sé si es eso lo que ha hecho de verdad. He seguido mirándolo como si fuera algo que pudiera explotar nada más tocarlo. Estaba sudando, tenía el rostro sonrojado, pero casi como por arte de magia, ha descendido la calma sobre él. El azul de sus ojos ha perdido el fuego y también ha desaparecido su sonrojo.

Yo me he quedado mirándolo fijamente, moviendo la boca como si fuera una trucha fuera del agua. Porque al verlo quieto, he podido darme cuenta de que ese chico no era un chico vulgar y corriente. Era un chico increíblemente guapo, como un actor de cine de esos que aparecen en las portadas de las revistas. Parecía totalmente diferente a aquel chico furioso que se había deshecho de los otros.

Él también me miraba fijamente. Me miraba a los ojos, y creo que también a la boca. A los dos nos ha entrado vergüenza al mismo tiempo y hemos empezado a movernos nerviosos. Y cuando por fin ha comenzado a funcionar de nuevo mi cerebro, he sacado el botiquín de primeros auxilios.

Entonces me he enterado de que se llama Zac Efron. Probablemente crea que no volveré a hacer el reparto con el abuelo, pero se equivoca de medio a medio. Pienso volver cada vez que tenga oportunidad. Porque él está allí. Me gustaría que estuvieras aquí, mamá, porque de estas cosas no puedo hablar con la abuela. Al hablar con ese chico, me he sentido extraña. Estaba nerviosa, pero era una sensación agradable. A lo mejor debería haber seguido hablando con él para intentar averiguar a qué se debía esa sensación, pero entonces ha aparecido ese otro chico, Derek Morgan, el mejor amigo de Zac.

Y mientras los miraba, tenía la sensación de que aquello no podía estar sucediéndome a mí. Los dos eran guapísimos, sobre todo Derek, que tiene los ojos más grandes, más oscuros y más bonitos que he visto en mi vida. Ha empezado a contar historias para impresionarme, y a mí me ha parecido un gesto de lo más dulce. Zac no es dulce en absoluto, pero, por alguna razón, es él el que me hace sentirme como si tuviera mariposas en el estómago.

En cualquier caso, estoy deseando contárselo a Ashley. Se va a morir de envidia cuando se entere de que acabo de conocer a los dos chicos más guapos del campamento Kioga. Mejor dicho, a los dos chicos más guapos del planeta.


La mejor amiga de Vanessa era Ashley Tisdale. Se habían conocido en el primer curso del colegio. Ashley era casi un año mayor que Vanessa, pero iban al mismo curso. Según Ashley, porque su madre se había olvidado de matricularla un año en preescolar; eran una familia de nueve hermanos y se le había pasado el plazo. La cuestión era que Ashley se esforzaba mucho en el colegio y al ser de una familia tan numerosa, nadie le ayudaba con los deberes. La señora Tisdale solía aparecer en la panadería a última hora del día, quince minutos antes de que cerraran. Sabía exactamente el momento en el que rebajaban a mitad de precio el pan sobrante del día.

A Vanessa le había bastado mirar a los ojos amables e inquisitivos de Ashley para darse cuenta de que eran almas gemelas. Se habían hecho amigas íntimas y pasaban mucho tiempo la una en casa de la otra. A Ashley le encantaba la tranquilidad de la casa de Vanessa. Cuando estaban jugando, se paraba de pronto y decía «puedo oír el tic-tac del reloj», en tono de reverenciado asombro.

Vanessa, en cambio, disfrutaba del ruido y el caos de la casa de los Tisdale. Cuanto más crecían los hermanos, más ruidosos y bulliciosos eran. Siempre había alguien gritándole al otro. Vanessa adoraba la pasión y la vida que encontraba en aquella casa. Le fascinaba la capacidad de los hermanos para discutir por cualquier cosa.

Ness: Daría cualquier cosa por tener una hermana.

Ash: Tienes suerte de no tenerla -respondía frotándose la cabeza porque su hermana mayor acababa de tirarle del pelo-, y de no tener hermanos tampoco.

En una ocasión, Col, su hermano mayor, le había robado el diario y lo había leído por la megafonía del colegio, aprovechando que era el encargado de leer los recados de la mañana. En realidad, a Vanessa le encantaría que su diario secreto fuera divulgado por los altavoces del colegio, pero, por supuesto, no lo decía.

Un verano, en uno de esos días que los adultos decían que eran abrasadores, Ashley y Vanessa se habían encontrado sin nada que hacer. Habían ido entonces a la panadería, algo que a Ashley le gustaba tanto que a Vanessa también le hacía sentirse especial, aunque en realidad, para ella la panadería era algo tan normal como su propio dormitorio. Para sorpresa de Vanessa, habían encontrado a media docena de niñas en la cocina, todas ellas alineadas frente a uno de los mostradores. Leslie Tuttle les había explicado que aquél era el día de la familia en el campamento Kioga. Los padres de todos los niños iban de visita y el campamento organizaba salidas especiales, como visitas a la panadería. Al parecer, a la gente le resultaba fascinante el proceso de la creación del pan.

Todas las niñas iban vestidas con pantalones cortos de color rojo y camisetas grises. Las madres, todas ellas con blusas de un blanco inmaculado, sin mangas, y los padres con camisetas de golf y pantalones bermudas. Cada una de las niñas llevaba una tarjeta en el pecho en la que ponía: «hola, me llamo...», seguido de lo que para Vanessa eran nombres de niñas ricas: Ondine, Jacqueline, Brook, Blythe, Garamond, Dare y Lolly.

**: Hola, somos Los polluelos -le estaba diciendo la alegre monitora «mi nombre es... Buffy» a Leslie-. Eso significa que estamos en el grupo de ocho a once años. Y también que hemos hecho las excursiones más divertidas de todo el campamento, ¿verdad, polluelos?

Las niñas rieron en respuesta.

Vanessa y Ashley tuvieron que llevarse la mano a la boca para no estallar en carcajadas. Una niña gordita y rubia se quedó cerca de Vanessa mientras el resto del grupo inspeccionaba la panadería.

Ness: Hola, Olivia -la saludó, aunque observó que en la tarjeta decía llamarse Lolly-.

Alzó la mirada hacia el hombre de aspecto serio que permanecía junto al resto de visitantes. Tenía el pelo rubio, los ojos claros y parecía estar deseando salir inmediatamente de allí. La niña miró a su padre de reojo y le susurró a Vanessa:

Lolly: Mis padres se van a divorciar.

Ness: Lo siento mucho -contestó sin saber qué decir. A veces, los niños eran capaces de contar sus secretos a perfectos desconocidos, al igual que ella los escribía en su diario-. Toma una galleta, Olivia.

Leslie dio un par de palmadas para reclamar la atención de todo el mundo.

Leslie: Yo soy la señora Tuttle, ahora os enseñaré la panadería y después podréis probar nuestras galletas.

Aburridas, Vanessa y Ashley se sirvieron una limonada, salieron a la puerta de la panadería y desde allí estuvieron observando a los padres de los niños del campamento. Ellos no llevaban uniformes, como sus hijos, pero todos iban vestidos con ropa de aspecto muy caro, aunque ligeramente arrugada, como si hubieran pasado horas intentando conseguir aquel aspecto informal. Por todo el pueblo se veían niños acompañados por sus padres.

Vanessa vio inmediatamente a Zac Efron, estaba solo, y estaba mirándola directamente a ella.

Muy bien, se dijo Vanessa. ¿Qué tenía que hacer? Había llegado el momento de tomar una decisión. Podía fingir que no le había visto. O podía comportarse como si fuera su amiga.

Ness: Ven -le dijo a Ashley-. Hay alguien a quien quiero que conozcas.

A lo mejor podía salir ella con Zac y Ashley con Derek y ser los cuatro amigos para siempre. Sería maravilloso. Pero seguramente Ashley no tenía ningún interés en aquella propuesta. Tenía un novio secreto que estudiaba en un instituto del pueblo de al lado. Tenía que mantenerlo en secreto porque sus hermanos le arreglarían la cara si se enteraran, puesto que la consideraban demasiado pequeña como para tener un novio.

Vanessa intentó averiguar quiénes podían ser los padres de Zac. A diferencia de los otros niños del campamento, él no estaba haciendo de guía de nadie. A lo mejor sus padres no habían ido y se alegraba de ver un rostro conocido. Con Ashley tras ella, se acercó a él y le saludó. Era increíble, pero no se sentía capaz de decir nada. Zac le pareció incluso más guapo que la primera vez. Tenía el rostro bronceado y el pelo más rubio todavía. Aunque ya casi había sanado, todavía se notaba la cicatriz de la mejilla.

Zac: Hola. Sólo estaba...

Derek: ¡Zac, eh, Zac! -se unió a ellos sonriendo de oreja a oreja, a diferencia de Zac, que lo hacía con recelo-. Hola, Vanessa -la saludó sin ningún rastro de timidez-. Éste es mi padre, Bruno Morgan.

Vanessa le saludó y le presentó a Ashley. El señor Morgan no parecía como los otros padres. Era un hombre alto y fuerte, de pelo oscuro, y miraba a Derek con un inmenso cariño. Al verlos, Vanessa sintió una punzada de envidia.

Bruno: Así que habéis hecho amigos -dijo apretando el hombro con cariño a su hijo-. Buen trabajo, hijo.

Derek: Esa es la panadería de la familia de Vanessa. Y la madre de Ashley dirige la cocina del comedor.

Bruno: Y hay que reconocer que te están alimentando muy bien -contestó sonriendo de oreja a oreja-. Mi madre solía decir que una buena comida es más importante que una vida larga.

Zac estaba muy callado, manteniéndose ligeramente al margen. Él miraba a Derek no con envidia, sino con un afecto sincero. Vanessa sabía que apreciaba a Derek tanto como ella a Ashley. Pero de pronto, bajo la atenta mirada de Vanessa, la expresión de Zac cambió, sus ojos se tornaron duros y fríos. Siguió la dirección de su mirada y se fijó en la atractiva pareja que se dirigía hacia ellos. Eran sus padres, seguro. Su padre era un hombre alto y delgado, con el pelo ligeramente canoso a la altura de las sienes. La madre llevaba un vestido de color caqui y unos zapatos inconfundiblemente caros. Zac tenía el pelo y los ojos idénticos a los de su madre.

Hicieron las presentaciones, mucho más formales en aquella ocasión. Vanessa apenas abrió la boca, pero Ashley bombardeó a los Efron con todo tipo de preguntas. Así era ella, una chica curiosa y valiente. Quiso saber dónde vivían y en qué trabajaban el señor Morgan y el señor Efron. Cuando el padre de Zac contestó que en la asamblea estatal, Ashley se llevó la mano a la frente.

Ash: Pero si es el senador David Efron, ¡claro! -exclamó-.

Vanessa jamás había oído hablar de David Efron. ¿Quién, sino Ashley, podía saber una cosa así? Ashley estaba obsesionada con la política y aspiraba a convertirse ella misma en política algún día. Conocía a todos los cargos del gobierno, desde el último funcionario al presidente de los Estados Unidos.

Pero era evidente que a Zac no le hacía ninguna gracia la perspectiva de ser hijo de un senador.

Zac: Será mejor que nos vayamos.

Vanessa y Derek intercambiaron una mirada y no hizo falta que se dijeran nada más. Los dos eran iguales, los dos

descendían de una familia de inmigrantes. Los ojos de Derek brillaron al despedirse de ella. Después de que aquellos chicos hubieran intentando besarla, Vanessa se había jurado no querer saber nada de besos, pero al mirar a Derek y a Zac, estaba dispuesta a reconsiderar su decisión.

Uno de los monitores tocó un silbato y Zac le dio un codazo a su amigo.

Zac: Vamos.

Derek: Nos veremos por aquí.

Cuando sus padres se los llevaron, Ashley soltó un grito de alegría y se llevó la mano al corazón.

Ash: Dios mío, tenías razón. Es guapísimo.

Ness: ¿Cuál de los dos?

Ash: Buena pregunta. Los dos son muy guapos, pero Derek se parece demasiado a mis hermanos.

Era verdad. Derek podría haberse hecho pasar por un miembro de la familia Tisdale. En cambio, Zac era tan rubio y aristocrático como un príncipe encantado.

Ash: De todas formas no importa -añadió-, porque la que le gustas eres tú.

Vanessa se puso roja como la grana.

Ness: Estás loca.

Ash: No lo niegues, ya sé que lo sabes. Y a eso habría que añadir que también Derek está loco por ti.

Vanessa sentía una inmensa alegría por dentro, pero estaba avergonzada. Todo ese asunto de los chicos era maravilloso y terrible a la vez.

Ness: En primer lugar, te equivocas. Y, en segundo lugar, como les digas una sola palabra a cualquiera de ellos, diré en la panadería que eres diabética y jamás en tu vida volverán a darte nada.

Ash: No te atreverías -replicó muy digna-.

Vanessa puso los brazos en jarras.

Ness: Ponme a prueba.

Ash: Ese chico está loco por ti -insistió-.

Vanessa volvió a ruborizarse. Le gustaban los dos, Zac y Derek. Derek porque era guapo y sociable y se parecía mucho a ella, y Zac porque era un chico atractivo, misterioso y quizá también un poco problemático.

Cuando lo miraba sentía que algo le apretaba en el corazón. Todo ese asunto de los chicos era bastante complejo, decidió. A lo mejor era hasta una suerte que los dos vivieran en otra parte. En cuanto se acabara el verano, se marcharían y ya no tendría que preocuparse por cuál de ellos le gustaba.

Después de aquel verano, Vanessa esperaba ansiosa la llegada de los campistas cada año, para ver si Zac Efron iba al campamento una vez más. Y Zac repetía cada año su visita, siempre más alto y rubio que el año anterior. Derek apenas cambiaba. Siempre estaba riéndose y miraba a Vanessa de una forma que, aunque le resultaba un tanto embarazosa, también le hacía sentirse muy especial. Zac era más callado y cuando la miraba, Vanessa no se sentía especial, sino que se sentía... inquieta.

El tercer verano, Zac le dijo que aquél sería el último que irían Derek y él al campamento. Era la víspera del Cuatro de Julio. Ella había ido a repartir el pan al campamento y se había escapado con Zac al verlo. Cuando éste le dio la noticia, Vanessa reaccionó de una forma extraña. Por una parte, sentía una inmensa desilusión al saber que no volvería a verlo, pero, por otra, el corazón le dio un vuelco porque lo primero que pensó fue que si quería que Zac le diera un beso, sería mejor que actuara rápido porque se le estaba acabando el tiempo.

Llevaba dos veranos esperando aquel momento.

Miró a su alrededor. Estaban solos porque estaba lloviendo y la mayor parte de los campistas estaban en las cabañas o en el pabellón principal, haciendo trabajos manuales o jugando a juegos de mesa. Ellos se refugiaron de la lluvia bajo la terraza del pabellón.

Ness: No me puedo creer que éste sea el último verano que vienes al campamento.

Dio un paso hacia él y fijó la mirada en su boca, utilizando el lenguaje no verbal que explicaban en la revista Adolescente.

Zac se movió incómodo sobre sus pies. Sí, pensó Vanessa, lo sabía. Vanessa dio otro paso, cerrando el espacio que los separaba. Intentó algo más: se humedeció los labios con la punta de la lengua, otra de las pistas que daban en la revista.

Zac: Sí -dijo, adorablemente sonrojado-, pero volveremos. Como monitores. El señor Cyrus nos ha invitado a trabajar en el campamento el verano que viene.

Oh. A lo mejor había llegado el momento de retroceder. No lo hizo, pero Zac parecía tan ajeno a sus intenciones que no sabía cómo proceder, así que se limitó a darle un abrazo.

Ness: Me alegro mucho, Zac. Me alegro mucho de saber que vas a volver.

Durante un instante mágico, que duró menos incluso que un latido del corazón, Zac le devolvió el abrazo y durante esa décima de segundo, Vanessa se sintió como si estuviera tocando el cielo. Zac se separó rápidamente de ella.

Zac: De todas formas -continuó diciendo en un tono que indicaba que no le había afectado en absoluto el abrazo-, estoy seguro de que mi padre se pondrá hecho una furia y no me dejará venir. Querrá que dedique mi tiempo a algo más productivo, como le gusta decir a él.

Ness: ¿Eso significa que no vas a volver?

Zac: No, eso significa que tendré que pelearme con él para salirme con la mía. Siempre es igual -fijó la mirada en la cortina de lluvia que caía sobre el lago-.

Ness: ¿Discutís mucho?

Zac se encogió de hombros.

Zac: Intento plantarle cara. Es un hombre muy mezquino.

Vanessa intentó adaptar aquella respuesta a la imagen que tenía de la familia Efron. Al igual que todo el mundo, consideraba que encarnaba la imagen perfecta del sueño americano.

Ness: Tienes suerte de tener padre.

Zac: Sí, claro -se burló-.

Ness: A veces, yo deseo tener un padre con todas mis fuerzas, aunque sea un hombre mezquino.

Zac: Entonces es que estás loca.

Ness: No, no es verdad. Una vez me mordió un perro, y la razón por la que era tan agresivo era que lo maltrataban.

Zac: Un perro no sabe lo que hace.

Ness: Lo único que estoy diciendo es que a lo mejor hay alguna razón para que tu padre sea como es. Cuando a la gente le hacen daño, a veces se vuelve mala.

O, sencillamente, se asusta y sale corriendo. Ella pensaba que quizá era eso lo que le había pasado a su madre.

Zac la miró y Vanessa vio en sus ojos la llama del genio que a veces exhibía. Era una pena, pensó. Así no iba a conseguir nada.

Ness: ¿Cómo hemos llegado a este tema? Yo, lo único que quería era... -vaciló. ¿Podría decirlo? ¿Sería capaz de decírselo?-. Quiero que me beses. Sigo queriendo que me beses.

De la garganta de Zac escapó una especie de gemido.

Zac: No, no quieres que te bese -y se alejó de allí a grandes zancadas, caminando bajo la lluvia sin inclinar siquiera la cabeza-.

Vanessa se sintió estúpida. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Odiaba a Zac Efron. Lo odiaría siempre. Con aquella idea en la cabeza, esperó a que cesara la lluvia y fue después a ayudar a su abuelo. Cuando terminaron el reparto, el sol había vuelto a salir y un arco iris cruzaba el lago Willow. Vanessa regresó a la furgoneta y encontró a Derek esperándola con una sonrisa. Pasaron unos minutos hablando y riendo de nada en concreto y Vanessa le presentó a su abuelo.

Su abuelo sonrió mostrando su aprobación y Derek le estrechó la mano y dijo todo tipo de cosas que podían gustarle a su abuelo, como que le encantaban los dulces de sirope.

Vanessa agradeció inmensamente su actitud. Derek le hacía sentirse feliz, valorada, y jamás parecía a punto de explotar. Se sentía muy cómoda a su lado. Cuando estaba con él, no se sentía torpe o estúpida, nunca le entraban ganas de llorar. A la noche siguiente, Ashley fue al campamento Kioga para ver los fuegos artificiales sobre el lago. Y Derek hizo el primer movimiento. Estaban sentados un grupo de chicos sobre una manta, en la orilla del lago y él presionó su hombro contra el suyo y le susurró al oído:

Derek: Quiero que seas mi novia.

Vanessa no supo qué decir. No sabía si quería ser la novia de Derek o no. Y mientras Derek continuaba acercándose a ella, volvió la mirada hacia Zac. Éste permanecía con los pulgares en las presillas del pantalón, mirándola de forma extraña. Vanessa intentó preguntarle con la mirada si había alguna oportunidad para ellos. Pero, o bien Zac no entendió el mensaje, o no le importó. Entonces, Vanessa vio que deslizaba el brazo por la cintura de una chica y le susurraba algo al oído.

Zac esperaba que hubiera funcionado. Había pasado casi toda la noche con aquella risitas. No podía recordar su nombre, pero la necesitaba. No sabía qué otra cosa podía hacer. Vanessa estaba empezando a enamorarse de él. Él se había enamorado de ella mucho tiempo atrás, pero no podía permitir que eso ocurriera. Sabía que a Derek también le gustaba, le había gustado desde el primer día, y Zac no pensaba hacerle a su amigo una jugada. Así que quería que Vanessa pensara que era un mal nacido, algo en lo que su propio padre estaría de acuerdo. De esa forma conseguiría dejar de gustarle y comenzaría a hacer caso a Derek, que era lo que se suponía que tenía que ocurrir. Derek se la merecía, todo lo contrario que él. Él sí sabía cómo tratar a una chica como Vanessa, sin embargo, estaba seguro de que Derek no se sentía como si alguien hubiera encendido un fuego dentro de él, un fuego tan intenso que podría consumirlos a los dos.

Durante el resto del verano, se aseguró de que Vanessa le viera siempre con alguna chica. Sólo para recordarle que era un auténtico canalla, y que estaría mucho mejor con Derek.




Bueno, pues ya sabemos un poco más del pasado de estos dos.
Zac, como siempre, haciendo las cosas al revés 😒

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