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miércoles, 30 de julio de 2014

Capítulo 6


Vanessa no estaba segura de cómo debía reaccionar ante tan franca declaración. Aunque por lo regular apreciaba la franqueza en los demás, no sabía cómo hacer frente al evidente reto que Zac le estaba lanzando. El hecho era que él también le gustaba.

Pero en aquella ocasión también había conseguido disgustarla. Rápidamente, revivió aquel momento en su memoria, después de que él la besara y murmurara contra su pelo algo así cómo que se alegraba de que la joven se uniera al cuerpo de secretarias.

Ella le dijo que no era secretaria. Él trató de adivinar lo que era: procesadora de datos, supervisora de códigos, perforadora, cocinera de la cafetería, miembro del personal de consejería. Cualquier cosa, excepto lo único que debiera haber supuesto si considerara a las mujeres como sus iguales: una asesora financiera, especializada en asuntos de mercado.

Y luego, cuando ella le había dicho cuál era su puesto, él había mostrado incredulidad. ¡Era imposible! ¿Una dama tan atractiva como ella? ¿Asesora de finanzas? ¿Con quién se había acostado para obtener el puesto?

La furia había comenzado a bullir en su interior y casi explotó cuando él comentó:

«Vaya, lo que necesitábamos ¡Otra frágil y sensible mujer en nuestro departamento!»

Ella le había pedido que la llevara de nuevo a la fiesta. O mejor, que la acompañara a su propia oficina para coger su abrigo y luego le señalara el camino al aparcamiento subterráneo, donde se encontraba su coche. No llevaba tiempo suficiente en la compañía como para conocer el camino.

Zac había aceptado su petición de ayuda como prueba de que era una pobre mujer inútil. Había aceptado su ira como prueba de que era sensible. Y luego había tenido el descaro de abrazarla y decir:

«Pero, qué diantres... es Navidad y este cuarto está lleno de muérdago imaginario. Así que no perdamos la oportunidad…»

Casi le había abofeteado, pero, en lugar de ello, había salido de su despacho y, después de algunos intentos fallidos, había encontrado el suyo.


Ness: Me insultaste -dijo ahora, su voz tan distante como el momento que había revivido en su memoria-.

Zac pareció desconcertado.

Zac: Decirte que me gustas no es un insulto.

Ness: Quiero decir en aquella ocasión. Yo tenía una buena razón para huir, como tú dices. No había nada de ridículo en mi conducta.

Zac: Al diablo con aquella ocasión.

Ness: Ahora también tengo buenas razones para irme -declaró con firmeza-.

Zac avanzó otro paso hacia ella y la agarró del brazo.

Zac: Veamos, quiero saber cuáles son esas razones.

De repente, Vanessa no supo cuáles podían ser las razones que la impulsaban a dejar a Zac. No podía aducir las que la habían impulsado a escapar hacía cuatro años.

Y ahora... al mirarle, solo veía su adorable maraña de pelo ensortijado y el irresistible brillo de sus ojos. Olió la mezcla de colonia y talco infantil. Pensó en el enorme oso de peluche que había comprado y su habilidad para cambiar pañales y su franca admiración por el trabajo que ella había realizado para el asunto Carter.

No obstante, debía haber alguna buena razón para alejarse de él.

Ness: Tenemos que trabajar juntos.

Zac: ¿Y eso qué?

Zac le acarició con el pulgar el pliegue interno del codo. Vanessa nunca había imaginado que aquella pudiera ser una zona erógena. Sintió que su cuerpo se ponía tenso cuando una cálida oleada de deseo la invadió.

Ness: No crees que los hombres y las mujeres son iguales -adujo-

Zac: No lo son. Son muy diferentes, gracias a Dios.

Su declaración reafirmó la resolución de la joven.

Ness: Pues bien, no permitiré que un palurdo con mentalidad paleolítica como tú trate de seducirme, Efron. He ahí una buena razón. No me gusta la opinión que tienes sobre las mujeres. No me gusta tu actitud.

Zac: Pero te gusta besarme.

Vanessa consiguió esbozar una sonrisa.

Ness: No quieres que te tome como objeto sexual, supongo. Creo que te gustaría que te apreciara tanto por tu mente como por tu cuerpo. Y si no respeto tu mente, Zac, no sacaré provecho de tu cuerpo.

Zac la miró con una sonrisa traviesa y divertida en los labios.

Zac: En este momento, Hudgens, creo que no me importa mucho que respetes o no mi mente -confesó-. Si alguna vez deseas tomarme como objeto sexual, estoy más que dispuesto a darte gusto. ¿Quieres café?

Ness: No, gracias -rechazó decidiendo que lo más sensato sería irse en el acto-.

Zac: Es tu café -le recordó-. Tú lo has hecho.

Ness: Tómalo tú. Debe ser agradable tomar café de verdad en lugar del instantáneo.

Zac la miró durante largo rato en silencio y luego la acompañó fuera de la cocina. Hizo una pausa en la sala para reunir todos los papeles relacionados con el asunto de Carter Software, los metió en su carpeta y luego la condujo hasta la puerta, la abrió y preguntó:

Zac: ¿Estás segura de que podrás conducir sin problema hasta tu casa?

Ness: Estoy sobria. Tú mismo te has dado cuenta de que el alcohol tarda mucho en afectarme.

Zac: ¿Podrás encontrar el camino a tu casa desde aquí?

Su interés, en lugar de ser ofensivo, resultaba conmovedor.

Ness: Llegaré bien a casa, Zac, gracias. No te preocupes por mí -descendió un escalón y se volvió para preguntar-: ¿Tú estarás bien? Con el bebé, quiero decir.

Zac: Creo que sobreviviré.

Ness: Bien -ansiosa unos minutos antes por dejar la casa de Zac, ahora permanecía allí en el frío aire de la noche de octubre, sin decidirse a marcharse-. Me ocuparé de poner en marcha el contrato para Carter Software mañana por la mañana y luego empezaré con los preliminares del plan.

Zac: Yo trataré de trabajar un poco aquí -prometió-.

Ness: Bien... -dio un paso por el sendero empedrado hacia la verja del edificio y luego otro-. Buenas noches.

Zac: Gracias, Vanessa.

Ness: ¿Por qué?

Zac: Por todo -la vio dar otro paso por el sendero-. En especial por no preguntar -murmuró antes de que ella desapareciera en la oscuridad-.


El pálido resplandor plateado de la luz del pasillo inundó la habitación de Vanessa a través de la puerta abierta. Aunque siempre dejaba la tenue luz del pasillo encendida toda la noche, rara vez se le olvidaba cerrar la puerta cuando se acostaba. Hacía tiempo que trataba de convencerse de que si dejaba encendida la luz del pasillo era para no tropezar si tenía que ir al cuarto de baño durante la noche.

Pero aquella noche quería que la luz iluminara su habitación, que definiera las sombras de los muebles. Aquella noche necesitaba la luz para tranquilizarse, para convencerse de que no estaba desligada del mundo, de que no estaba sola, desamparada.

En su infancia nunca le había obsesionado la soledad, aunque con frecuencia había deseado tener un hermano o una hermana. Había crecido en una hermosa casa en las afueras de San Francisco, rodeada de juguetes y una serie de amas de llaves. Su padre, ejecutivo de una importante compañía de inversiones, era un hombre reservado y serio. Vanessa tenía la impresión de que nunca le había conocido, pero sospechaba que había heredado de él su propia reticencia y reserva.

Su madre había ejercido una influencia más poderosa en su vida. Abogada de éxito, Grace Hudgens era el tipo de mujer que todo el mundo admiraba, especialmente en aquellos días, cuando pocas mujeres lograban realizar con éxito una carrera profesional y al mismo tiempo cumplir el rol de madres. No había sido una madre muy apegada a Vanessa, pero ésta no podía por menos que venerar a aquella guapa mujer cuya disciplina y dedicación le habían hecho ganarse una envidiable posición en un medio hasta entonces casi exclusivo de los hombres.

«Podrás lograr cualquier cosa si te lo propones y luchas por alcanzarlo -solía decirle su madre-. Fija tu meta, persevera, y el mundo será tuyo».

Hubo ocasiones en las que Vanessa se permitió preguntarse si seguir el ejemplo de su madre era lo que en realidad quería hacer. Una vez pidió a una de las amas de llaves que la enseñara a cocinar y la mujer la había echado de la cocina, diciéndole con impaciencia:

«A tu madre no le gusta que te metas en la cocina, Vanessa. Vete y déjame hacer mi trabajo en paz».

En otra ocasión, cuando el ama de llaves favorita de Vanessa le había enseñado los rudimentos del arte de hacer punto, la madre de la niña había intervenido y le había quitado de las manos las agujas.

«No pierdas el tiempo aprendiendo esas tonterías -le había dicho-. Las mujeres que se pasan la vida haciendo punto jamás llegan a ser dueñas de su propio destino. Los hombres no las tratan como a sus iguales».

De manera que Vanessa nunca había aprendido a cocinar ni a hacer punto. Tampoco había aprendido a cuidar a niños, en parte porque a su madre no le gustaba que jugara con muñecas y en parte porque la niña no tenía ningún ejemplo en ese sentido que imitar. Las pocas veces que trabajó como niñera cuando era adolescente le enseñaron poco, ya que los bebés estaban por lo regular profundamente dormidos cuando ella llegaba a cuidarlos. El trabajo se reducía a ver la televisión, comer patatas fritas y asomarse de vez en cuando al cuarto del bebé para cerciorarse de que seguía durmiendo sin contratiempos.

No obstante, la infancia de Vanessa no había sido mala. Había sido razonablemente feliz. Sabía que muchos niños no tenían tantas ventajas como ella y le agradaba la posibilidad de tener una vida tan emocionante y llena de desafíos como la de su madre. Se aplicó en sus estudios, fijó sus metas y diseñó un plan de acción que la llevaría al mismo tipo de éxito profesional y respeto de que disfrutaba su madre.

Era solo por la noche cuando sucumbía a la soledad. Era cuando el mundo se oscurecía y el sendero tan bien trazado de la muchacha desaparecía de su vista, cuando ella anhelaba algo más, algo diferente, algo cálido y consolador. No sabia con precisión qué quería. De niña, pensaba que quería un hermanito o una hermanita, o una mascota, o simplemente alguien que se sentara a su lado en la cama, la cogiera de la mano y le contara con voz suave cuentos de princesas y magos y castillos maravillosos entre las nubes. Cuando creció, pensó que quizá lo que deseaba era un novio, un amante. Pero ninguno de los muchachos, y más tarde los hombres, con quienes mantuvo relaciones fueron capaces de hacer desaparecer del todo aquella sensación. Ni siquiera en los años en que había estado con Tom se había sentido completamente segura, satisfecha con su vida.

Había aprendido a dormir casi siempre con la luz apagada. Pero aquella noche se sentía dolorosamente sola. Aquella noche necesitaba la luz que venia del pasillo.

Hundiendo a cabeza en la almohada, fijó la mirada en el techo y trató de entender por qué se sentía tan sola. La respuesta que se estaba formando en su mente era que había disfrutado demasiado de la compañía de Zac; su compañía y su beso, sus brazos rodeándola y el excitante calor de su cuerpo contra el de ella. Dejar su casa le había resultado muy difícil. Pero habría sido peor quedarse.

«Ni siquiera me cae bien», se recordó con impaciencia. Zac tenía un criterio muy estrecho respecto a las mujeres.

Quizá ella no fuera menos susceptible al encanto de Zac Efron que el resto de las empleadas de la compañía. Quizá también estuviera fascinada por los hoyuelos de sus mejillas, sus profundos ojos azules y su cuerpo atlético.

Pero el hecho era que durante los últimos cuatro años, solo había sentido irritación en presencia de Zac. Durante casi cuatro años, sus hoyuelos y sus ojos y su cuerpo no habían ejercido en ella el menor efecto. De cualquier manera, ella no había sido nunca el tipo de mujer que presta demasiada atención al aspecto físico de un hombre.

No había sido a su aspecto físico lo que había respondido esa noche, reconoció. En realidad, le había visto menos impecable y garboso que de costumbre. Su pelo estaba revuelto, su ropa desaliñada, su sonrisa era rápida y titubeante. Y sin embargo, le había encontrado irresistible.

¿Qué sentido tenía pensar en eso? Durante cuatro años ella se había resistido al encanto del casanova de la oficina y después de un día con él, oliendo a bebé y discutiendo sobre la forma de preparar el café, todas sus barreras habían caído y ahora suspiraba por él, sin poder conciliar el sueño. Él estaba durmiendo en compañía de un bebé inquieto, y ella se sentía sola y muy desolada.


Molly arrinconó a Vanessa a la siguiente mañana en el lavabo, donde la segunda estaba llenando una jarra de agua para la cafetera del vestíbulo.

Vanessa había encontrado más fácil rechazar a Zac en su mente aquella mañana que la noche anterior. Había dormido mal y se había despertado con un leve dolor de cabeza. El día amenazaba con ser agitado; tenía que realizar bastantes investigaciones sobre el asunto Carter y para colmo Zac no pensaba ir a la oficina para hacer su parte del trabajo. Así que ella lo haría casi todo y Zac se llevaría todos los honores. Esta idea y su dolor de cabeza la ayudaron a borrar toda señal de los sentimientos que la noche anterior habían despertado en ella el recuerdo de su compañero de trabajo.

Pero cuando Molly la abordó para preguntarle:

Molly: Oye ¿Qué hay entre Zac, tú y ese bebé?

Vanessa sintió una oleada de lealtad protectora hacia Zac. No deseaba chismorrear con nadie respecto a él.

La verdad era que ella misma no sabía qué había entre Zac, ella y el bebé. No había averiguado gran cosa respecto a Michael, aparte de que el nombre de su madre era Miley, que ésta se hallaba lo suficientemente lejos de Stamford como para haber puesto a Zac una conferencia y que la peor hora de Michael era de tres y media a cuatro y media por lo regular.

Ante la mirada inexpresiva de Vanessa, Molly la insto:

Molly: Saliste con él de la oficina ayer por la tarde con un bebé. ¿Qué está sucediendo? ¿De quién es el bebé?

Ness: La verdad es que no lo sé -respondió fingiendo estar absorta en la acción de llenar la jarra-.

Molly esperó con impaciencia a que su compañera terminara de medir el agua. En cuanto Vanessa cerró la llave, la curiosa secretaria dijo:

Molly: Vamos, Ness… todo el mundo se hace preguntas sobre eso. Tracy, la del piso de arriba, ha dicho que Zac recibió una llamada ayer por la mañana, canceló su cita para aquella tarde y salió del edificio. Cuando volvió, empujaba un coche de capota. Todas nos morimos de curiosidad por saber si es hijo suyo.

Ness: Te juro que no sé nada al respecto -insistió-.

Se alegraba de no haber presionado a Zac para que le hablara más sobre el bebé. De haberlo hecho, sin duda se habría visto forzada ahora a mentir a Molly y a ella no le gustaba mentir.

Pero Molly no estaba convencida de la ignorancia de Vanessa.

Molly: Entonces… ¿por qué saliste con él de la oficina?

Ness: Los dos estamos trabajando en el mismo asunto -explicó-. Efron no podía quedarse en la oficina, así que fuimos a su casa a trabajar.

Molly: ¿Fuiste a su casa? -la miró con los ojos muy abiertos-. Creía que no podías soportar a Zac Efron.

Ness: No somos grandes amigos. Pero estamos trabajando juntos en un proyecto, de modo que tenemos que pasar cierto tiempo juntos. No hay manera de evitarlo.

Antes de que Molly pudiera continuar con su interrogatorio, la puerta del tocador se abrió y apareció Ellen Garnet, una linda secretaria rubia. Ellen había salido con Zac más de una vez. Vanessa no había prestado especial atención a la vida amorosa o social de Zac, pero Ellen trabajaba en el mismo piso que ella y aquel hecho había sido muy comentado. El anillo que Ellen lucía en la mano anunciaba que había atraído el interés de otro hombre, pero Zac y ella seguían llevándose bien a pesar de su frustrado romance. O quizá debido a ello, pensó Vanessa.

Ellen apenas advirtió la presencia de Molly antes de enfilar sus baterías sobre Vanessa.

Ellen: ¡Oye, Ness! ¿Qué hay entre Zac y tú? ¿Qué hace él con un bebé?

Vanessa tuvo que echarse a reír.

Ness: No tengo la menor idea.

Ellen la miró con suspicacia.

Molly: Lo mismo me acaba de decir a mí -informó-.

Ellen: Pero tú saliste con él del edificio ayer por la tarde -insistió-.

Vanessa se encogió de hombros.

Molly: Están trabajando en el mismo asunto -se encargó de informar-. Ness es muy discreta.

Vanessa sonrió.

Ness: Zac me dijo que no pensaba contestar preguntas de nadie respecto al bebé -declaró-. De manera que no le hice ninguna.

Molly: Estoy segura de que el bebé es suyo. Apuesto que es el resultado de algún descuido.

Ellen sacudió la cabeza, se miró al espejo y se acomodó algunos rizos rebeldes.

Ellen: Conozco muy bien a Zac. Y si de algo estoy segura es de que no es descuidado. Quiero decir, finge ser un pícaro pero en realidad es un tipo muy decente. No creo que sea capaz de engendrar un hijo accidentalmente. Es demasiado precavido para cometer un error semejante.

Molly: La experiencia ha hablado -dijo con retintín-. ¿Verdad?

Vanessa no quiso esperar a oír la replica de Ellen. No quería saber nada respecto a los pasados amoríos de Zac, aun cuando lo que oyera mejorara su reputación. ¿Qué diantre le importaba si era decente y cuidadoso? No le interesaba saber como había descubierto tan nobles atributos la rubia que se arreglaba el pelo ante el espejo.

Aunque eso perteneciera al pasado había cosas que Vanessa simplemente no quería saber.

Ness: Voy a preparar el café -dijo bruscamente, dirigiéndose hacia la puerta-. Siento no poder informaros de todo tipo de sórdidos detalles sobre Zac.

Una vez en su despacho trató de apartar de su mente la conversación que había mantenido con las dos secretarias en el tocador. Si todas las empleadas de P&D eran igual de curiosas, no le extrañaba que Zac hubiera acudido a ella en busca de ayuda. Y que le estuviera tan agradecido por no haber preguntado nada.


Zac la llamó por teléfono aquella tarde, marcando directamente su extensión en lugar de pedir a la telefonista que le pusiera con ella.

Zac: ¿Vanessa? -preguntó con voz gruñona-. Soy yo, Zac.

Ness: Hola, Zac. Pareces cansado.

Zac: Michael me ha dado una noche espantosa, me despertó tres veces -relató-. Lo peor no era que quisiera comer a las tres de la madrugada, sino que solo aceptaba el biberón si se lo calentaba previamente. Así que tuve que calentar agua y medir los cazos de leche varias veces durante la noche, eso sin contar las manchas de leche cortada que han quedado en mi pijama.

Los labios de Vanessa se curvaron en una sonrisa compasiva. Su compasión por Zac se aminoró al reconocer que el hecho de realizar labores tradicionalmente reservadas a la mujer le iría muy bien a su ego masculino.

Ness: Siento que hayas pasado tan mala noche -se limitó a decir-.

Zac: Dado mi lastimoso estado, es asombroso que todavía pueda pensar en el trabajo -declaró-. Pero he prometido ocuparme a fondo del asunto de Carter, así que más vale que me digas si hemos avanzado algo o no.

Ness: El contrato está en el departamento de contabilidad. Ya he hablado por teléfono con las dos compañías importantes de las que hablamos anoche y les he pedido que me manden folletos de su gama de productos. Creo que necesitaré tu ayuda para formular un cuestionario sobre requisitos para clientes potenciales.

Zac: Yo lo redactaré -ofreció-. Si Michael se calla durante diez minutos, lo haré. ¿Por qué no vienes esta tarde después del trabajo? Después de cenar me enseñarás lo que tienes y yo te enseñare lo mío.

Ness: ¿Me estás diciendo obscenidades? -preguntó riendo-.

Zac: ¿A qué te refieres? -contestó-. ¿A lo de la cena o a lo de enseñarnos nuestras cosas?

Ness: Ahora que lo mencionas, lo de la cena también -dijo y rió con más ganas-.

Zac: Y tú te quejabas de que no te contaba chistes picantes -dijo con voz sonriente-. Algún día, cuando estemos de humor, te contaré un chiste genial sobre una pizza congelada -luego añadió más serio-: No cocinaré esta noche. Compraré algo preparado y después de cenar estudiaremos lo que hemos hecho, ¿de acuerdo?

Vanessa sospechó que la invitación de Zac tenía más finalidad que intercambiar información de negocios. No estaba segura de si la razón era para tratar de seducirla otra vez o para endilgarle a Michael mientras él se reponía un poco de su ajetreada noche. Sin duda, era aquello último. Ningún hombre que hubiera dormido tan poco como Zac estaría en condiciones de seducir a nadie.

Ness: Está bien -accedió-. Pero me iré antes a cambiar de ropa a mi apartamento. No confío en ningún bebé cerca de mi ropa de trabajo.

Zac: No te culpo. Si cuando llegues no contesto el timbre, mira por la urbanización. Podría haber llevado a Michael a dar un paseo. Le gustan los paseos.

Ness: Bien -dijo antes de despedirse de Zac y colgar el aparato-.

Le gustaba la idea de que diera paseos al bebé. Era otra actividad maternal y no podía dejar de considerar que a Zac le vendría muy bien realizar tareas materiales. Estaba convencida de que tales faenas le enriquecerían mucho.

Animada por la idea de que él adoptaría una actitud crítica ante el trabajo que ella había realizado aquella tarde, se aplicó con especial esfuerzo a la tarea de acumular y seleccionar información sobre los competidores de Carter y sobre las condiciones del mercado general. Hacia las cinco de la tarde estaba agotada, en parte por lo dificultoso de su trabajo y en parte a causa de que apenas había dormido la noche anterior, pero estaba orgullosa de lo que había logrado. Sabía que Zac también quedaría impresionado, y esto la complacía aún más. Apenas hacía unos días le habría importado un rábano lo que Zac pensara de su trabajo, pero ahora le importaba. Si él la impresionaba con su maña para cambiar pañales, ella le impresionaría con su talento financiero.

Salió de la oficina a las cinco, fue a su apartamento y se puso unos pantalones negros, un jersey de algodón y una rebeca para protegerse del frío aire otoñal. Luego, con el portafolios con toda la información referente a la cuenta Carter, salió del apartamento y se dirigió a la urbanización de su colega.




«Tú me enseñas lo tuyo y yo te enseño lo mío»
Yo el próximo capítulo no me lo pierdo XD

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lunes, 28 de julio de 2014

Capítulo 5


Ness: Hay otros, por supuesto, pero estos son los más importantes -decía-. Entre los dos cerca del cincuenta por ciento del mercado. Creo que Carter debería concentrar toda su atención en él.

Zac revisó las cifras dadas por Vanessa acerca de las dos principales compañías competidoras de Carter Software.

Zac: ¿Crees que seria más seguro tratar de enfrentar a los competidores menores? -sugirió-.

Ness: ¿Para qué perder tiempo? -replicó-. Carter Software tiene un producto tan bueno como el de las dos compañías más fuertes. Creo que podríamos irrumpir fácilmente en su merca¬do.

Zac metió en su carpeta la hoja de estadísticas, y se volvió hacia Vanessa.

Zac: Te gusta pensar en grande -murmuró-.

Ness: Si el cliente puede trabajar en grande, sí, así es como yo pienso.

Su compañero de trabajo la miró durante largo rato, con los ojos iluminados por un extraño resplandor.

Zac: No sabía que eras una jugadora tan arriesgada -comentó con admiración-.

Ness: Hay muchas cosas que no sabes sobre mí, Efron.

Estaban sentados uno al lado del otro en el sofá de cuero de la sala, saboreando el resto del vino y revisando la información que Vanessa había reunido sobre Carter Software y sus competidores. Media hora antes, Zac había dormido al niño mientras Vanessa fregaba los platos. Después de echar el resto del vino en sus vasos, se había retirado a trabajar en la sala.

A pesar del vino, de la tenue iluminación de la sala y la cercanía de Zac, Vanessa no percibía ninguna intención seductora en él. Sus anteriores comentarios sobre su escasa propensión a sonreír habían sido menos románticos que críticos, decidió ella. Según el punto de vista de Zac, las mujeres debían sonreír automáticamente en su presencia.

Y en cuanto a la leve carga erótica que había sentido cuando él la había tocado en el hombro y la había mirado a los ojos, al parecer no había sido compartida por Zac. Sin duda el sistema nervioso de Vanessa estaba un poco alterado. Zac era un hombre atractivo y ningún hombre, aparte del lascivo Frank Carter, la había tocado o mirado con tanta intensidad desde que ella y Tom habían dado por terminada su relación en marzo de aquel año. Vanessa carecía de compañía masculina, eso era todo. Zac era uno de esos hombres que disfrutan tocando y abrazando constantemente a las mujeres. El que la hubiera tocado a ella no tenía nada de particular.

Aunque no hubiera hecho ningún nuevo intento por tocarla, ella le seguía encontrando turbadoramente atractivo. Tenía el pelo un poco en desorden y olía a colonia y talco para bebé, una combinación embriagadora.

Pura soledad, se aseguró la joven. El mero deseo de una mujer normal por reanudar una vida social. Era por eso por lo que estaba tan perceptiva a la atractiva presencia de Zac. Se había recuperado de su ruptura con Tom y era el momento de empezar a salir otra vez con hombres. Sin duda, esa era la única razón por la que encontraba excitante la inocente fragancia del talco infantil.

Extendió la mano para coger su vaso de vino y advirtió que Zac la estaba observando.

Zac: Dime algo, entonces.

Ness: ¿Qué?

Zac: Háblame de ti. Acabas de decir que hay mucho que desconozco sobre ti.

Ness: ¿Por qué quieres que hable de mí? -preguntó riendo-.

Zac apoyó un brazo en el respaldo del sofá y la escudriñó.

Zac: Quizá porque esta es la primera vez que hemos conseguido ser amables el uno con el otro durante más de dos minutos seguidos. Es mi gran oportunidad. Si no averiguo algo sobre ti ahora, creo que no lo haré nunca.

Ness: No sé por qué dices eso, Efron -aseguró-. En general esquivo tu presencia y cuando tratas de atacarme es por lo regular a mis espaldas, como por ejemplo excluyéndome de un proyecto interesante o llamando por teléfono a algún compañero del colegio.

Zac: Ya te he dicho que mi llamada a Carter no tuvo que ver nada contigo a nivel personal. No fue un ataque contra ti.

Ness: ¡Ya! -se llevó una mano a la garganta y fingió asustarse-. ¿Vas a lanzarte ahora sobre mi cuello? Si alguien ha sido demasiado exagerado respecto a este asunto, has sido tú.

Su comentario hizo que Zac hiciera una pausa. Se recostó contra el respaldo del sofá y la observó con atención.

Zac: Tienes razón -admitió-. He tenido un día muy duro y creo que estoy cansado -se pasó una mano por el pelo y suspiró-. Has sido sumamente amable conmigo, Hudgens, y te lo agradezco de verdad.

Vanessa se sintió un poco incómoda por aquella muestra de gratitud. Sabía que había sido muy amable con Zac y  no entendía la razón.

Un gemido procedente del cuarto de arriba le ahorró cualquier comentario.

Zac soltó una leve maldición y se puso de pie.

Zac: El deber me llama -gruñó, mientras se dirigía al cuarto-.

Vanessa también se puso de pie para seguirle. Quería ver que clase de guardería había improvisado Zac y observar en acción su técnica para calmar a un bebé.

Las estanterías llenas de libros de consulta, los archivadores y el escritorio con un ordenador personal denotaban que en circunstancias normales él usaba aquella habitación como despacho. La mayor parte del escritorio estaba llena de objetos para bebé, pañales, frascos de talco y biberones. Zac había colocado la cuna en un rincón. El oso estaba a un lado de la cuna. Una maleta grande estaba abierta sobre el suelo, revelando su contenido: ropa para bebé, baberos y juguetes.

Zac se agachó y sacó al bebé de la cuna. No por primera vez aquel día, a Vanessa le asombró la suavidad y el cuidado con el que un hombre tan grande sostenía a una criatura.

Zac: Bien, jovencito -dijo al pequeño-. ¿Qué te pasa ahora? -La respuesta de Michael fue un sollozo entrecortando-. ¿Tan grave es el problema? -llevó al bebé hasta el escritorio y le tumbó sobre la manta limpia-. ¿Tienes hambre? ¿Sed? ¿Estás mojado? ¿Todo junto? -ante el persistente gimoteo de Michael, Zac masculló algo ininteligible-. Bien. Dame un indicio. ¿De cuántas sílabas?

Ness: Revisa su pañal -sugirió-.

Zac la miró.

Zac: ¿Por qué no se lo revisas tú?

Ness: Yo he fregado los platos.

Zac abrió la toca para replicar algo, pero lo pensó mejor. Desnudó al bebé y le quitó el pañal, evidentemente mojado. Vanessa observó fascinada como Zac deslizaba con eficiencia el pañal limpio debajo del bebé, sacudía un poco de talco entre las piernas oscilantes del pequeño, lo distribuía con los dedos y luego abrochaba el pañal.

Zac: ¿Ves? Es muy sencillo -alardeó, dirigiéndose a Vanessa-.

Ness: Para alguien con instintos maternales -se burló-.

Zac le dirigió otra mirada rápida y sonrió también.

Zac: Si el mundo se entera de esto, mi reputación quedará destrozada.

Ness: Creo que tu reputación mejoraría -apuntó, esta vez en serio-.

Zac se incorporó y se limpió la mano en el muslo, dejando una mancha blanca sobre el pantalón. Estaba a punto de preguntar a su colega qué había querido decir, pero los lamentos de Michael se lo impidieron. Se colocó un trapo sobre el hombro y cogió al bebé.

Zac: ¿Conoces alguna canción de cuna, por casualidad? -preguntó a la joven-. ¿O eso es algo que tampoco te enseñó tu madre?

Ness: Conozco algunas canciones de taberna -ofreció-.

Zac: ¿Tu madre te enseñó canciones de taberna?

Vanessa soltó una carcajada.

Ness: La verdad es que mi madre no es la única persona que me ha enseñado cosas, Zac. Quizá Michael se callara si dejas una luz encendida -sugirió-. Tal vez tenga miedo a la oscuridad. ¿Tienes alguna lámpara de baja intensidad o algo parecido? -Zac movió la cabeza. Vanessa recorrió la habitación con la mirada-. ¿Y si dejamos encendida la luz del pasillo? -sugirió-. Puedes dejar la puerta entornada y así entrara algo de luz en la habitación. Quizá sea eso lo que quiere.

Zac: Bien, podemos intentarlo -asintió-.

El llanto de Michael aumentó cuando él le dejó con cuidado en la cuna, pero cuando, al salir del cuarto, dejaron la puerta entornada para que entrara un poco de luz, el bebé se calmó.

Zac y Vanessa permanecieron en el pasillo un momento, para asegurarse de que Michael se había quedado dormido.

Zac: Has tenido una buena idea -murmuró dirigiéndose hacia las escaleras-. ¿Cómo se te ocurrió?

Ness: Yo también tenía miedo a la oscuridad cuando era niña. Dormí con una luz tenue hasta los diez años de edad.

Zac: ¿De verdad? -pareció sorprendido y conmovido por la revelación. No había la menor burla en su voz cuando preguntó-: ¿Por qué? ¿De qué tenías miedo?

Ness: No estoy segura -contestó con voz suave-. De lo que tienen miedo los niños por lo regular, supongo. De la soledad, de lo desconocido… no sé.

Zac: ¿Todavía tienes miedo a la oscuridad? -preguntó con tono suave-. ¿A la soledad?

Vanessa sonrió.

Ness: Por supuesto que no. Estar solo cuando se es adulto es a veces algo deseable. ¿No crees?

Zac: Por el momento no me ha molestado estar solo -dijo dirigiendo una significativa mirada a la guardería improvisada-.

Vanessa decidió utilizar su comentario como excusa para decir:

Ness: Bien, Efron, entonces te haré un favor dejándote solo. No creo que quieras organizar toda la estrategia para Carter Software esta noche, ¿verdad?

Zac meditó un momento y luego se dirigió hacia el sofá. Observó los dos vasos de vino vacíos y frunció un poco el ceño.

Zac: ¿Crees que podrás conducir?

A Vanessa no le habían hecho mucho efecto los tres vasos de vino que se había tomado. Le pareció divertida la inquietud solícita de su colega, hasta quizá un poco halagadora.

Ness: Me siento bien -le aseguró-.

Zac la miró durante un momento, luego volvió a mirar los vasos.

Zac: Creo que será mejor que te prepare un poco de café.

Su voz tenía un tono definitivo y Vanessa no quiso molestarse en rechazar su ofrecimiento. Después de todo, no le vendría mal una taza de café caliente antes de salir.

Ness: Espero que sepas hacer café -comentó, mientras le seguía a la cocina-.

Zac: Sí, instantáneo -dijo llenando de agua un recipiente-.

Ness: ¿Instantáneo? ¡Vamos! Ni siquiera yo soy tan inepta.

Zac: Entonces prepáralo tú -decidió en el acto-. Allí está la cafetera y tengo por aquí unos filtros -localizó los filtros en el fondo de un cajón y se los entregó. Al notar el ceño reprobador de la joven, soltó una risita divertida-. Este no es un truco, Vanessa. Es verdad que preparo el café más espantoso que te puedas imaginar.

Ness: ¿Qué tomas cuando no hay ninguna tonta que te prepare el café? -preguntó con tono gruñón mientras aceptaba la lata de café que él le ofrecía-.

Zac: Café instantáneo.

La observó con atención mientras ella colocaba el filtro en la cafetera y luego sacaba el café de la lata.

Ness: Es muy sencillo hacer café en una de estas cafeteras eléctricas. Es tan simple como… como...

Zac: ¿Como cambiar el pañal a un bebé? -continuó con una sonrisa juguetona-.

Ness: Más fácil -colocó el filtro en su sitio y comenzó a medir el agua-. En la oficina tenemos una de estas cafeteras. ¿Nunca preparas café cuando encuentras vacía la cafetera?

Zac: Por supuesto que no -respondió-. Eso es asunto de las secretarias.

Ness: Debía haber supuesto que ibas a decir eso -masculló-.

La abierta risa de Zac la hizo esbozar una sonrisa.

Zac: Me gusta que sonrías, Vanessa -murmuró-.

Definitivamente debía haber rechazado el café, pensó ella, presa de una súbita oleada de pánico. Aunque no podía asegurar que hubiera nada especialmente seductor en la conducta de Zac, le resultaba imposible dejar de sentir cierta inquietud por el tono acariciador de su voz y la intensidad de su mirada. Desde que él había tratado de limpiarle la camisa en la oficina, había reaccionado de forma extraña ante él, y esto no le gustaba lo más mínimo. Se sentía más tranquila odiándole, o si no odiándole, aborreciéndole... o sintiendo antipatía por él.

Zac: Y otra cosa, ya que hablamos del tema -continúo avanzando un paso hacia Vanessa-. Deberías dejarte crecer el pelo. Estabas preciosa cuando lo tenías largo.

Ness: Por eso es por lo que me lo corté -dijo con una risa nerviosa-. Quería estar menos bonita.

Zac: ¿Por qué?

Ness: Para que la gente me tome más en serio como asesora financiera. Es obvio que esa táctica no siempre funciona -añadió con ironía, encontrándose con la mirada de su interlocutor-.

Zac: Dios no permita que alguien te tome en serio como mujer, ¿verdad? -dijo acercándose más a ella-.

Vanessa buscó apoyó en la mesa, sintiéndose inexplicablemente acorralada. Vanessa deseaba no percibir el seductor olor del talco infantil en él; deseaba que él retrocediera y le dejara un poco de espacio.

Ness: No creo que mi sexo tenga nada que ver con el asunto -murmuró-.

Zac: No -declaró con voz sedosa-. Incluso con el pelo corto eres una mujer, y muy guapa, además. Sí me permites decirlo, el hecho de cortarte el pelo no te ha quitado la belleza.

Como en un trance, le vio alzar la mano hacia su cabeza, le apartó con suavidad un mechón de la frente y luego trazó la delicada curva del lóbulo de su oreja. Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de la joven. Cerró los ojos, incapaz ya de mirarle a la cara.

Ness: No me hagas esto, Zac -susurró-.

La mano de Zac se posó en su garganta.

Zac: Tienes miedo de mí, ¿verdad, Vanessa?

Ness: No tiene nada que ver con el miedo -protestó abriendo otra vez los ojos para posarlos en el cuello desabrochado de la camisa masculina-. Pareces olvidar que no me caes muy bien.

Zac ignoró sus palabras.

Zac: No soy la oscuridad, Vanessa -murmuró-, No estás sola -deslizó los brazos por su cintura y la apartó de la mesa para atraerla hacia él. Le rozó la frente con los labios-. No temas.

Vanessa supo que su boca iba a encontrarse con la suya un segundo antes de que sucediera. Lo supo porque ella esperaba anhelante aquel beso. La joven echó atrás la cabeza y sus bocas se fundieron en un beso lleno de sensualidad.

Vanessa ya había sido besada por Zac y, a pesar de que ya habían pasado cuatro años nunca había olvidado el poder avasallador que había ejercido sobre ella. Igual que en aquella lejana ocasión, todo su cuerpo respondió al beso, los músculos de sus muslos y su vientre se pusieron tensos, su pulso se aceleró y su garganta se contrajo en un gemido ahogado. Deslizó las manos entre sus cuerpos y las presionó contra el torso masculino con la vaga idea de apartarle de ella. Su palma detectó el agitado palpitar del corazón masculino bajo la tela de la camisa y la joven descartó la posibilidad de deshacerse del abrazo. La idea de que él pudiera estar tan excitado como ella por el beso, la incitó aún más y terminó por ceñirse con más fuerza contra él.

Zac: ¿Es así como besas a los hombres que no te caen bien? -preguntó cuando sus bocas se apartaron-.

Su brusco comentario bastó para romper el hechizo.

Ness: Suéltame -gruñó controlando con dificultad el deseo de abofetearle-.

Zac mantuvo firmemente sus brazos alrededor de la joven y cuando se apoyó contra el borde de la mesa, sus largas piernas atenazaron las de ella. No podía escapar. Esta vez no era el deseo lo que se lo impedía sino la fuerza de los brazos masculinos y la presión de sus piernas. Estaba furiosa con él por ser tan fuerte.

Zac: Lo que he querido decir, Vanessa, es que no te disgusto tanto como tratas de aparentar -murmuró colocando un dedo bajo la barbilla de la joven para hacerla levantar la cara hacia él-. Quizá incluso te guste un poco -añadió con una sonrisa-.

Ness: No estés tan seguro.

Zac: Puedes decir lo que quieras, Hudgens, pero la reacción de tus labios no ha podido ser más significativa.

Inclinó la cabeza para besarla otra vez y ella se opuso con todas sus fuerzas, sorprendido por su brusco movimiento, Zac la soltó. Vanessa fue hasta la puerta y allí se aferró al quicio para controlar el impulso de salir intempestivamente del apartamento. Hacerlo sería como admitir que le tenía miedo, y no se lo tenía, y aunque así fuera, nunca permitiría que él lo descubriera. Pero no le temía, se juró a si misma. No le temía lo mas mínimo.

La respiración de Zac era todavía más agitada de lo normal mientras la miraba.

Zac: ¿Qué te pasa? ¿Por qué huyes de esa manera? -preguntó con tono frustrado-. ¿Te dolería mucho admitir que te ha gustado mi beso?

Ness: No tengo la menor intención de convertirme en otra más de tu lista, Efron.

Zac alzó los ojos al cielo.

Zac: ¡Por amor de Dios, Vanessa! ¿Eso es lo que crees que está sucediendo aquí?

Ness: No sé ni me importa lo que está sucediendo aquí -dijo con voz severa, pero apacible-. Te he visto tontear con todas las mujeres de P&D y no voy a darte el gusto de completar tu colección de conquistas.

Zac optó por emitir un suspiro y sonreír.

Zac: Al menos eres constante -comentó por fin-. La primera vez que te besé, inventaste toda clase de excusas ridículas para huir de mí. Y ahora estás haciendo lo mismo.

Vanessa tardó un minuto en recobrarse del asombro que le causó saber que Zac no había olvidado aquel beso furtivo de hacía cuatro años. Sintió la tentación de interpretar sus palabras como un elogio cubierto, pero no lo hizo.

Ness: Aquella vez ambos estábamos borrachos -observó con tono seco-.

Zaac: No es cierto -rebatió-. Yo estaba perfectamente sobrio -aventuró un paso hacia ella-. Tú también lo estabas.

Ness: Yo había tomado demasiado ponche y...

Zaa: Esta noche has tomado demasiado vino -observó-. Y sigues sobria. Tienes aguante para la bebida, Hudgens. Las mujeres borrachas no me gustan, tú me gustas. Me gustaste entonces y me gustas ahora.




Muy sutil, Efron XD
Si todavía no habías asustado a Vanessa con tus armas de seducción, con esa declaración lo has conseguido.
No se puede ser más directo XD
Al menos él admite lo que siente, Hudgens (¬_¬)

¡Esto se pone cada vez mejor, chicas!

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jueves, 24 de julio de 2014

Capítulo 4


Miley. La madre del bebé. El primer impulso de Vanessa fue salir de la cocina para que Zac pudiera hablar con confianza, pero una curiosidad inhabitual en ella la hizo permanecer en su asiento. No es que fuese curiosa, pero después de lo que había compartido con Zac, no le parecía irrazonable saber un poco más acerca del bebé que tenía en el regazo. Si Zac le pedía que saliera, por supuesto lo haría. Pero si no se lo pedía, se quedaría allí.

No se lo pidió.

Zac: No, no se lo he dicho a nadie -estaba diciendo-. Por supuesto que no. ¿Tú has...? -se interrumpió para escuchar, con cierta tensión en la cara-. No, está bien. Ha llorado un poco pero ya se ha calmado. Ah sí. Pues me alegro de saberlo. Le he comprado una cuna y... Oh, por el amor de Dios, no iba a acostarle conmigo en la cama.

Claro que no, pensó Vanessa con ironía, ese sitio estaba reservado únicamente para mujeres.

Zac: Hasta el momento no ha sido demasiado pesado -estaba diciendo él al teléfono-. Aprendo sobre la marcha. Pero me esta ayudando alguien -desvió la mirada en dirección a Vanessa y añadió-: Es una amiga. He supuesto que ella sabe más sobre estas cosas que yo. Pero escucha, Miley, no convirtamos esto en algo permanente, ¿quieres? Tengo que vivir mi propia vida y... Está bien, sí... estaremos en contacto.

Se puso de pie y colgó el auricular.

A Vanessa le costó un poco de trabajo asimilar lo último que había oído. Eso de que tenía que vivir su vida le pareció sumamente egoísta... en caso de que él fuera el padre de la criatura. Pero, si no lo era, ¿por qué le estaba cuidando?

Como no podía contestar esa pregunta, la olvidó y se concentró en lo demás que había oído. Una amiga. Se había referido a ella como una amiga. ¿Así era en realidad como la consideraba? ¿O simplemente sentía un poco de simpatía hacia ella ahora que le estaba ayudando en aquel trance?

Zac: ¿Por qué no cojo un momento al bebé mientras nos preparas algo de comer? Yo no sé tú, pero yo me estoy muriendo de hambre.

Ness: No voy a preparar nada -replicó irritada-. Por si no te has dado cuenta, esta es tu casa. Eres el anfitrión. Esta es tu cocina y yo solo he venido a ayudarte porque me lo has suplicado y porque tenemos que trabajar en el contrato Carter. Te he hecho un enorme favor al venir aquí, Efron. ¿Crees de verdad que además voy a cocinar para ti?

La vehemencia de la joven sorprendió a su interlocutor.

Zac: Yo solo quería salvarte de mis espantosos guisos -declaro a modo de defensa-. Todos los que se exponen a mis platos se ofrecen después como voluntarios para preparar la comida.

Ness: Un buen truco -dijo con tono seco-. Si haces algo lo suficientemente mal, nadie te pedirá que lo vuelvas a hacer. Pues olvídalo, colega. Yo también soy una pésima cocinera.

Zac la observó un minuto, luego sus labios se curvaron en una amplia sonrisa.

Zac: Con razón conoces el truco. Sin duda lo has usado también.

Ness: Es verdad que cocino mal -aseguró-.

Zac: ¿Es que no te enseñó tu madre? -preguntó el joven ejecutivo ladeando la cabeza-. ¿Nunca jugaste con muñecas o a las comiditas o cosas por el estilo? Primero me dices que no sabes nada sobre bebés, luego que no sabes cocinar...

Ness: Es cierto -afirmó-. Mi madre me enseñó muchas cosas, pero no a cambiar pañales ni a cocinar.

La sonrisa de su interlocutor se hizo más amplia. Apoyándose contra un mueble se cruzó de brazos y la examinó con atención, con un brillo divertido en los ojos.

Zac: ¿Qué te enseñó? -preguntó por fin-.

Vanessa no estaba segura, pero tenía la impresión de que Zac estaba flirteando con ella. En sus mejillas habían aparecido esos hoyuelos que hacían derretirse a todas sus compañeras de trabajo. Y su postura, a pesar de su aparente desgarbo, le parecía provocativa.

Vanessa se concentró en el bebé por un momento, negándose a contemplar aquel esbelto y vigoroso cuerpo masculino.

Ness: Mi madre me enseñó a ser ambiciosa -dijo en voz baja, pero segura-. A trabajar para conseguir lo que me propusiera y a planear mi futuro. Me enseñó a tener disciplina y sentido práctico -hizo una pausa y luego añadió, con intención-: También me enseñó a esquivar a los hombres que piensan que para lo único que sirve una mujer es para cambiar pañales y hacer la comida.

Zac soltó una carcajada.

Zac: Vamos. Vanessa. Incluso yo pienso que las mujeres sirven para otras cosas.

Vanessa le dirigió una mirada demoledora.

Ness: Pues sí, mi madre también me enseñó que además de como cocineras y niñeras, algunos hombres pensaban que las mujeres eran también objetos sexuales.

Zac volvió a reír, pero había seriedad en sus ojos cuando dijo:

Zac: Te sugiero una cosa, entonces. Yo preparo la comida mientras tú me dices por qué me odias.

Ness: ¿Odiarte? -preguntó entornando los ojos-. ¿Qué te hace pensar que te odio?

Zac: ¿Esa palabra es demasiado fuerte para tu delicada sensibilidad? Bien, busquemos otra mejor. ¿Por qué te soy antipático? ¿Por que me aborreces? ¿Por qué me desprecias?

Vanessa supuso que lo más adecuado seria decir que le era antipático.

Ness: ¿Cuanto tiempo tengo para decirte por qué me eres antipático? -preguntó, con tono sarcástico-. Si piensas preparar una comida formal, quizá tenga tiempo de enumerar todas las razones.

Zac: He pensado sacar esta pizza congelada... -sacó del refrigerador un recipiente plano-... y seguir las instrucciones del dorso del paquete, así que tendrás diez minutos más o menos para enumerar todos mis defectos. ¿Crees que podrás hablar tan deprisa?

Rió y Vanessa le imitó. Incluso el bebé lanzó una risita alborozada. Vanessa lo alzó un poco sobre su regazo para que pudiera ver a Zac. Ver a un hombre preparar la comida le vendría muy bien, decidió. Quizá así olvidarían esa absurda creencia de que la cocina es terreno exclusivo de las mujeres.

Zac sacó la pizza del paquete. La puso en un plato y la metió en el horno.

Zac: ¿Bien? -instó a Vanessa-. La comida ya está en marcha.

Ness: Para empezar, eres muy dado a los flirteos.

Zac: ¿Los flirteos? -sopesó con solemnidad la acusación-. Flirtear implica frivolidad. ¿Qué te hace pensar que soy frívolo?

Ness: La forma en que abordas todas las mujeres que conoces, inmediatamente adoptas un aire de tenorio oficinesco -observó-.

Zac: Eso no es cierto -protestó con firmeza-. No adopto ningún aire de conquistador, simplemente soy amable.

Ness: ¿De verdad quieres que continuemos con esto, Zac? -preguntó, irritada de repente con él-.

Todavía no estaba segura de por qué había accedido a ayudarle con Michael, por qué había aceptado salir antes del trabajo para acompañarle a comprar cosas para el bebé y luego ir con él a su apartamento. Su desesperada suplica de ayuda había tenido algo que ver con su aceptación, pero sin duda no era la única razón.

Vanessa no quería pensar en que sentía alguna debilidad sentimental por Zac. Sin embargo, sabía que no podría irse de su casa en aquel momento. O quizá si pudiera, pero no lo deseaba.

Ness: No tengo ganas de analizarte -añadió con voz tranquila-. Podrás ser tu tema favorito de conversación, Zac, pero no el mío.

Toda traza de humor había desaparecido de la cara de Zac cuando dijo:

Zac: No me estoy portando como un seductor contigo, Vanessa. Es obvio que te molestaría y no lo hago. La forma como me comporto con las otras mujeres no debería importarte lo más mínimo. Presumo de llevarme bien con la gente, pero contigo... ¿Por qué eres tan hostil conmigo, Hudgens?

Vanessa estaba demasiado absorta en reflexionar sobre lo que él le había dicho respecto a su comportamiento con otras mujeres para contestar en el acto. Era cierto, ¿qué le importaba a ella que Zac flirteara o no con las demás empleadas de la compañía? El hecho de que la respetara lo suficiente para no galantear con ella debía complacerla, no molestarla.

Turbada por la exasperante posibilidad de que en el fondo quizá lo que deseaba era que Zac flirteara también con ella, apartó de su mente aquel pensamiento.

Ness: ¿No han terminado los diez minutos? -preguntó mirando hacia el horno-.

Zac sonrió.

Zac: Creí que tenías una larga lista de reproches que hacerme.

Vanessa se negó a caer en la trampa.

Ness: Si sientes alguna hostilidad en mi, quizá se deba a que no me gusta ser tratada como un ser inferior.

Zac: No te trato como a un ser inferior -arguyó-.

Ness: Entonces, ¿por qué me excluiste de los proyectos Bachman y Drake? ¿Por qué aprovechaste a mis espaldas tu amistad con Carter para firmar el contrato cuando yo casi le tenía convencido? ¿Por qué?

Zac: No he hecho nada a tus espaldas -se defendió con cierto azoro ante el ataque-. Simplemente me pareció un buen cliente para la compañía y he querido asegurarle. Yo solo estaba pensando en el bien de la compañía, no en mi propio prestigio.

Ness: Yo podía haber afianzado ese cliente -insistió-. Pero no tenías confianza en mí y por eso le llamaste por teléfono.

Zac reflexionó un momento, luego apagó el horno y se volvió hacia Vanessa.

Zac: Está bien. Hace tiempo que conozco a Carter y sé cómo trabaja su mente. Es el tipo de hombre que desconfía de las mujeres de negocios.

Vanessa lanzó un bufido de indignación.

Ness: Carter desconfía de las mujeres de negocios pero no le molesta aprovechar las comidas de negocios para tratar de agarrarles las rodillas por debajo de la mesa.

Zac: ¿Hace eso? ¿Te agarró las rodillas? -giró los ojos y sacudió la cabeza-. ¿Lo ves, Vanessa? Estás en desventaja cuando se trata de esas cuestiones. Frank Carter no le habría agarrado las rodillas a un hombre por debajo del mantel.

Zac tenía un punto a su favor, pero un punto muy débil. El hecho de que Frank Carter fuera un zorro mañoso no ponía a Vanessa en desventaja. Ella le había manejado con discreción y habilidad, sin herir su ego.

Ness: No veo por qué el hecho de tener que lidiar a veces con imbéciles como Frank Carter me puede convertir en un asesor de inferior calidad -dijo con lentitud-.

Zac: No te hace de inferior calidad -aclaró-. Pero debes admitir que los clientes se comportan contigo de un modo diferente a como lo hacen con los asesores masculinos de la compañía. He conocido algunos clientes que no quieren aceptar recomendaciones de una mujer. No les gusta que una mujer los asesore. Fue eso lo que le sucedió a Ronda Cooper, y estoy seguro de que te ha sucedido a ti también o te sucederá -sacó el plato con la pizza del horno y lo dejó en la mesa-. Las mujeres se toman las cosas muy a pecho. Nunca se te ocurrió que mi llamada a Carter fuera una cuestión de simple sentido común. Lo has interpretado como si yo estuviera tratando de perjudicar tu trabajo, de eclipsarte dando un mensaje indirecto sobre tu capacidad. Estás muy equivocada. Solo estaba tratando de asegurarme de que Carter iba a contratar nuestros servicios. Las mujeres siempre se toman todo de un modo personal -concluyó-.

Ness: No es cierto -replicó con voz más calmada-. No me tomo la mano de Frank Carter sobre mi rodilla de manera personal te lo aseguro.

Zac rió divertido.

Zac: Pues eso era algo que tenía una intención muy personal, Hudgens -dijo, y sin dejar de reír salió de la cocina para volver poco después empujando el cochecito del bebé-.

Cogió a Michael del regazo de Vanessa y le dejó en el cochecito, luego lo llevó al lado de la mesa. Lo dejó allí y fue a sacar una botella de vino blanco del frigorífico. El bebé empezó a chillar.

Zac: Oye, oye nada de llantos, muchachito -le reprendió-. Tu madre dice que solo das la lata de las tres y media a las cuatro y media de la tarde y se supone que debes ser un ángel el resto de la tarde y noche. Ya son más de las cinco, así que a sonreír.

Michael miró a Zac con ojos suspicaces y luego continuó gimoteando. Vanessa le entregó su anilla de plástico y el bebé dejó de llorar.

Zac: ¿Lo ves? No importa lo que tu madre no te haya enseñado, tienes intuición. Siempre consigues tranquilizarle.

Ness: Le tranquiliza su juguete.

Zac rió entre dientes y descorchó la botella. Llenó dos copas largas y las llevó a la mesa, luego sacó dos platos y se sentó enfrente de Vanessa.

Zac: Tu dirás lo que quieras, Hudgens, pero es un hecho irrefutable que las mujeres son mejores madres que los hombres.

Ness: Esa no es la cuestión -replicó incapaz de reprimir una sonrisa-.

Zac: ¿Cuál es entonces? Las mujeres se convierten en madres. Ese es otro hecho que deben aceptar. No estoy diciendo que eso las vuelva inferiores, pero debes aceptar los hechos. La mayoría de las mujeres se quedan embarazadas a la larga y abandonan el trabajo, como hizo Ronda Cooper.

Ness: Yo no soy Ronda Cooper -aclaró sin preocuparse en añadir que dentro de algunos años quizá se encontrara en la misma situación que Ronda, es decir, tratando de compaginar la maternidad con la carrera profesional-.

La madre de Vanessa había decidido continuar trabajando después deque naciera su hija y aunque ésta podía entender la decisión de su madre, esta decisión había dejado su marca en la niña. Las cosas eran diferentes ahora, no obstante. Era más aceptable valerse del servicio de guarderías y había muchas más instituciones de ese tipo disponibles. Los padres también participaban más activamente en el cuidado de los hijos.

¿Por qué su mente no dejaba de desviarse en esa dirección?, se preguntó Vanessa. Desde que había oído los lamentos de un bebé en su despacho, no había dejado de pensar en la maternidad. Todavía no quería ser madre, ni siquiera quería pensar en la posibilidad de ser madre.

Pero parecía que el niño que estaba sentado en su cochecito apretando con una mano la anilla mientras intentaba al mismo tiempo meterse los cinco dedos de la otra manita a la boca, estaba ejerciendo un influjo mágico en ella. El tenerle en su regazo no la había llenado de sabiduría maternal, pero sí de ternura.

Zac: ¿Tú que vas a hacer cuando te quedes embarazada? Es muy posible que también dejes el trabajo.

Ness: ¿Quién dice que voy a quedarme embarazada? -replicó después de dar un sorbo a su vino-. En realidad, eres tú quien debiera estarse haciendo esa pregunta. ¿Qué vas a hacer con tu trabajo mientras tengas aquí a Michael?

Zac contempló al aludido y reflexionó un momento.

Zac: Hoy es jueves. Supongo que me tomare el día libre mañana y luego viene el fin de semana.

Ness: Y luego vendrá el lunes y, ¿qué vas a hacer? Más vale que empieces a buscar información sobre guarderías o niñeras. No querrás que todo mundo en P&D piense que eres inferior porque tienes que quedarte en casa con un bebé en lugar de ser un emprendedor y activo asesor financiero.

Los ojos de Zac lanzaron chispas al mirar a Vanessa con una mezcla de indignación e inquietud.

Zac: Ya pensaré en algo -murmuró-. Espero que para el lunes ya haya regresado Miley.

La tentación de preguntarle algo acerca de la madre del pequeño era muy grande, pero Vanessa la reprimió dando un mordisco a su pizza. Masticó, tragó y torció el gesto.

Ness: La pizza helada está horrible -declaró-.

Zac: La pizza helada es mi máximo logro culinario. La próxima vez prepara tú la cena.

Ness: ¿Quién ha dicho que va a haber una próxima vez? -dio un largo sorbo a su vino y sonrió-. Al menos el vino no está malo -dio otro sorbo y miró a Zac por encima del borde de su vaso-. Entonces, mientras estés con Michael en casa, yo tendré que hacer todo el trabajo del asunto Carter, ¿no es así?

Zac: Podremos trabajar juntos -mantuvo-. Podrías tenerme informado por teléfono y…

Ness: ¿Tenerte informado sobre qué? ¿Sobre cuánto he hecho mientras tú estás aquí haciendo de niñera?

Zac se metió en la boca un trozo de pizza y reflexionó mientras masticaba.

Zac: Los dos podríamos trabajar aquí, si estás dispuesta -sugirió-. Tengo teléfono y ordenador. Podríamos diseñar un plan de trabajo para llevarlo al departamento de investigación de mercado el lunes.

Vanessa le miró con expresión de burla.

Ness: Si te quedas encerrado aquí con Michael conmigo los próximos días, ¿a quién le contarás tus chistes verdes?

Zac cogió su vaso y lo alzó, pero sus ojos se quedaron fijos en Vanessa. Sabía que le estaba desafiando y los hoyuelos de su sonrisa eran la señal de que le gustaba el reto. Dio un trago a su vino, dejó el vaso y pregunto:

Zac: ¿Has oído ya el de la vendedora ambulante y el hijo del granjero?

Vanessa le miró con los ojos muy abiertos.

Ness: ¿Realmente hay un chiste sobre una vendedora y un hijo de granjero? -Zac asintió y su sonrisa se hizo más amplia-. Vaya, parece que hemos progresado mucho -observó evidentemente divertida-. Una vendedora y el hijo del granjero… uf…

Zac: Si friegas los platos te lo contaré -prometió-.

Ness: Vaya con el progreso -masculló-. ¿Por qué debo ser yo quien los friegue?

Zac: No tienes que fregarlos, solo enjuagarlos y meterlos en agua con jabón -ante la mirada de la joven, añadió-: Después de todo, yo he preparado la cena.

Ness: ¿Le llamas preparar la cena a calentar una pizza?

Zac rió de buena gana.

Zac: Toma otro trozo, Vanessa -ofreció-. Y bebe más vino. Me temo que la mayoría de mis chistes no son muy graciosos, pero si bebes un poco más, podría hasta hacerte sonreír -volvió a llenar el vaso de la joven y el suyo-. Espero que no me juzgues frívolo si te digo que deberías sonreír más a menudo.

Vanessa adoptó una actitud defensiva.

Ness: Sonrío con la frecuencia suficiente.

Zac: No es cierto -rebatió con expresión seria-. Y si tengo que atiborrarte de vino y contarte todos los chistes verdes de mi repertorio para conseguir que sonrías un poco más, lo haré.

Ness: Creí que no ibas a flirtear conmigo -observó con expresión recelosa y los labios apretados-.

Zac: No estoy flirteando contigo -le aseguró-. Solo estaba diciendo la verdad. Ya me odias, así que no tengo mucho que perder siendo sincero contigo.

Ness: No te odio -arguyó con creciente nerviosismo-.

Zac: ¿Me aborreces? ¿Me detestas? ¿Te soy antipático? ¿Qué término has elegido?

Vanessa apretó los labios. Apartó su silla y se puso de pie.

Ness: Me voy -anunció-.

Zac también se levantó y le puso una mano en el hombro para retenerla en su sitio.

Zac: ¿Tienes miedo?

Ness: Claro que no.

Zac: Entonces quédate. Friega los platos mientras yo cambio el pañal a Michael, luego trataremos de dormirle para poder planear la estrategia de Carter Software. Prometo que no trataré más de hacerte sonreír.

Vanessa le miró por un momento, y, sin saber por qué, quiso sonreír para él.

Ness: Fregaré los platos -accedió, con voz apenas audible pero más firme de lo que deseaba-. Y terminaré mi vino y luego me podrás contar tu estúpido chiste. Y ya te haré saber si vale una sonrisa. No te tengo miedo, Efron, pero no suelo sonreír a menos que sienta deseos de hacerlo.

Zac: Dios me libre de una mujer tozuda -gruñó-.

Pero estaba sonriendo. No era su habitual sonrisa seductora, sino una sonrisa amistosa, franca. Los labios de Vanessa se curvaron en las comisuras y no hizo ningún esfuerzo por resistir el reflejo.

No, no era un reflejo. Su sonrisa era real, tan sincera como la de Zac. No tenía miedo de él, ni siquiera cuando la tocaba o cuando sus ojos se clavaban en los de ella, profundos e intensos.

Simplemente deseaba compartir con él una sonrisa. Una sonrisa sincera casi amistosa.




Pobre niño, lo han dejado con dos ineptos que su única preocupación es ocultar lo que sienten el uno por el otro XD XD XD
Ya veréis que divertida se pone la novela

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lunes, 21 de julio de 2014

Capítulo 3


Lo había conocido un viernes frío y ventoso a mediados de diciembre, cuando ella acababa de entrar a trabajar en P&D y Molly, una de las secretarias que trabajaban en el mismo piso que Vanessa, había ido a buscarla para acompañarla al comedor de empleados de la compañía donde iba a tener lugar una pequeña fiesta para celebrar las navidades. Habían adornado el recinto con globos, serpentinas y un árbol de navidad y en medio de la estancia había una mesa langa llena de toda suerte de canapés y bebidas. Vanessa se sirvió un vaso de ponche. El sabor de las frutas se mezclaba deliciosamente con ron y quién sabe qué otro licor. Vanessa no había tomado ponche desde hacía mucho tiempo y después de beber con entusiasmo un vaso, se sirvió otro.

Molly le presentó a algunos de los compañeros de trabajo y señaló a otros, haciendo algún comentario pertinente al respecto.

Ness: ¿Quién es ese? -preguntó al ver al rubio alto de ojos color azul, guapo y elegante, que charlaba animadamente con otros hombres junto al árbol de navidad-.

Molly suspiró con nostalgia.

Molly: Es Zac Efron. ¿No es un sueño? Todas las empleadas de P&D estamos locas por él.

Vanessa le observó mientras se dirigía con increíble gracia felina hacia la mesa para llenarse un vaso de ponche. Al acercarse, capto la mirada de Vanessa, dudó un momento y luego le dedicó una amplia sonrisa. Molly sacudió el brazo de su amiga.

Molly: ¿Quieres que te lo presente? -susurró-.

Ness: Si tú no lo haces, yo misma me presentaré -declaró con una pícara sonrisa-.

Por lo visto a él le interesaba tanto conocer a la recién llegada muchacha de sedosa cabellera negra y ojos soñadores, como a ella conocerle a él. Se deslizó con su gracia de tigre hacia las dos empleadas, saludó a Molly con una inclinación de cabeza y luego se volvió hacia Vanessa, con una radiante sonrisa.

Zac: Eres nueva por aquí, ¿verdad? -murmuró con voz profunda y resonante-.

Molly: Zac -intervino en su papel de relaciones públicas-. Te presento a Vanessa Hudgens. Vanessa, él es Zac Efron.

Zac: Gracias, Molly -dijo sin despegar los ojos de Vanessa-. Desde ahora en adelante yo me encargare del resto.

Molly reprimió una risita y se escabulló, para ir a reunirse con otro grupo de secretarias.

Vanessa consiguió conservar la calma mientras intercambiaba con Zac una serie de frases de contesta. En general los hombres no la intimidaban, pero había algo en Zac Efron que le impedía hablar con naturalidad. O quizá se debiera a la cantidad de ponche que había ingerido.

En todo caso, cuando Zac le preguntó si quería dar un paseo con él, Vanessa aceptó. Después de dejar encima de la mesa su vaso y el de ella, Zac la agarró del brazo y la condujo fuera del comedor, charlando sobre trivialidades, subieron en el ascensor todavía hasta el piso superior y luego avanzaron por un pasillo hasta llegar a un despacho. Zac abrió la puerta y empujo dentro a la joven.

Zac: Por fin, el muérdago -anunció-.

Vanessa miró a su alrededor y comento:

Ness: No veo ningún muérdago por aquí.

Zac la cogió por los hombros y la hizo volverse hacia él.

Zac: Usa tu imaginación -había dicho antes de atrapar su boca con los labios-.


Zac: Aquí está el agua.

La voz de Zac la hizo volver al presente. Vanessa movió la cabeza para desechar aquel recuerdo y aceptó el vaso que Zac le estaba ofreciendo. Ni siquiera le había oído entrar y cerrar la puerta.

Demasiado turbada para hablar, Vanessa mojó una punta del trapo con el agua y se limpió la camisa.

Zac: Tengo entendido que se debe usar un babero para protegerse la ropa.

Ness: ¿Un babero?

Zac se sentó en el suelo a un lado de la joven y le enseñó el babero que había cogido del sillón.

Zac: Si, esto se llama así.

Ness: Vaya -dijo con indiferencia-.

Zac: Realmente siento lo de tu camisa, Vanessa.

Vanessa asintió y, quizá a causa del turbador recuerdo de su primer encuentro, sintió el impulso de enfrascarse en una discusión con él.

Ness: Es curioso que me hayas pedido que te ayude a cuidar del bebé, cuando sabes más de ese asunto que yo. ¿Es que saber cuidar a un niño resulta una amenaza para tu masculinidad?

Zac la miró con fijeza y soltó una risotada, como si esperara un comentario semejante de Vanessa.

Zac: Tú sabes cuándo es hambre lo que tiene el bebé. Yo sé que este trapo se llama babero, creo que mi masculinidad puede sobrevivir a este conocimiento.

Ness: ¿Y cómo te has enterado de que existen los baberos?

Zac: Me lo ha dicho Miley.

Ness: ¿Miley?

Zac miró al niño dormido.

Zac: La madre de Michael -respondió por fin-.

Era evidente que no quería que Vanessa supiera que tipo de relación existía entre la madre de Michael y él. Vanessa miro a la criatura y luego a Zac y volvió a pensar en la posibilidad de que el pequeño fuera hijo suyo. Pero aunque debería condenarle por su irresponsabilidad, se descubrió sintiendo por él una extraña conmiseración. Cada vez que miraba a Michael, la actitud de Zac parecía cambiar. Ver sus ojos brillar con esa mezcla de pesar, temor y ternura hacía que algo se fundiera dentro de Vanessa. No podía enfadarse con él, hubiera hecho lo que fuese, sin importar cuál fuera su relación con el pequeño que dormía plácidamente.

Zac: ¿Me ayudarás a llevarle a casa?

Ness: ¿Qué quieres decir?

Zac: Tengo que llevarle a casa. Y tengo que comprar algunas cosas para él; por ejemplo, una cuna. Podrías ayudarme a elegir una.

Ness: ¿Yo? -farfulló perpleja-. ¿Por qué yo?

Zac: En cuanto que le dejemos bien dormido podremos revisar el contrato Carter -explicó-.

Ness: Podríamos hablar del documento por teléfono -protestó-. ¿Qué diantre tiene que ver el contrato con mi ayuda para comprar la cuna?

Zac: Porque las mujeres...

Ness: Yo no sé nada sobre cunas -le interrumpió-. Cualquier otra mujer en esta compañía estaría más que dispuesta a acompañarte a comprar la cuna. ¿Por qué no se lo pides a una de ellas?

Zac la miró a los ojos sin parpadear. El tierno amor que había visto en aquellos ojos cuando se posaban en el bebé no estaba allí, pero había otras emociones igualmente interesantes: confianza, necesidad y firmeza.

Zac: Cualquiera de las mujeres que trabajan en esta compañía me pediría algo a cambio de su ayuda -declaró sin rodeos-. Lo cual no estoy dispuesto a ofrecerles. -Vanessa asintió en callado entendimiento-. ¿Me ayudarás? -insistió-.

Ella suspiró.

Ness: Bien -aceptó y empezó a ponerse de pie-.

Zac le extendió una mano y ella aceptó con naturalidad aquella muestra de caballerosidad. Antes de salir del despacho de su compañero de trabajo, preguntó:

Ness: Solo quiero saben una cosa, Efron. ¿Debo guardar el secreto?

Zac: No, por supuesto que no. Me vieron entrar con el bebé en el despacho y me verán salir con él -arropó al niño dormido con una manta y se incorporó-. Pero me gustaría que nuestra salida juntos fuera lo más discreta posible. No quiero contestar ahora un montón de preguntas indiscretas. ¿De acuerdo?

Ness: De acuerdo.

Vanessa siguió mirándole mientras él recogía el resto de las cosas del bebé y las metía en una bolsa. Se puso la chaqueta y entregó la bolsa a la joven, mientras él empujaba el carrito. Una vez fuera del despacho, Zac cerró la puerta con llave.

De repente, Vanessa se preguntó por qué había aceptado ayudarle. Quizá se hubiera vuelto un poco loca, después de todo.

Ness: Se parece a ti -observó-.

Zac alzó la mirada del documento que estaba leyendo y miro a través de la mesa. Vanessa estaba sentada en el otro extremo con el bebé sobre el regazo. La joven había supuesto que la anilla de plástico amarilla que había visto en el suelo del despacho de Zac era uno de esos juguetes que se da a los bebés para que muerdan y desarrollen la fuerza de sus maxilares. Cada vez que lo metía entre los labios del pequeño, él lo apretaba con las encías, sonreía y movía las manitas con entusiasmo.

Y cuando sonreía y sus ojos color azul se posaban en ella, Michael adquiría un enorme parecido con Zac. Quizá no debiera haber mencionado el parecido; quizá Zac pensara que era una forma indirecta de interrogarle respecto al bebé. Pero la observación se le había escapado y ya no podía retractarse.

De hecho, Zac pareció más extrañado que molesto.

Zac: ¿Tú crees?

Ness: Un poco -subrayó-. Cuando sonríe.

Zac observó un momento al bebé y luego se encogió de hombros.

Zac: Más vale que se me parezca cuando sonríe y no cuando se enfada -echó una ojeada a la carpeta que estaba sobre la mesa entre él y Vanessa-. Has hecho un gran trabajo acerca de lo de Carter, ¿eh? -observó con una mezcla de asombro y admiración-.

La atención de Vanessa se desvió del bebé a la carpeta. Antes de salir de las oficinas de P&D aquella tarde, había sacado del archivo todos los documentos relacionados con el contrato Carter para trabajar en su casa. Quizá Zac pensara hacer de papá soltero el resto del día, pero ella tenía la esperanza de trabajar sobre aquel asunto cuando el pequeño se calmara un poco. Antes de ir al apartamento de Zac, se habían pasado por la casa de Vanessa, donde ella se había cambiado de ropa.

Desde la casa de Vanessa habían ido a una tienda especializada en bebés. Finalmente habían elegido, al cabo de un breve debate sobre sus pros y sus contras, una cuna de madera.

Después de meter en el coche la cuna, algunas bolsas de pañales, algunos biberones y un oso de peluche que debía ser el doble del tamaño de Michael, se dirigieron hacia el apartamento de Zac. El lugar era como Vanessa había supuesto: grande, con elegante mobiliario, luces indirectas y un complejo equipo de música. Justamente el tipo de decoración impersonal y elegante que un joven y triunfal ejecutivo como Zac elegiría, pensó Vanessa con cierta indiferencia.

Zac llevó los artículos comprados al piso superior y montó la cuna mientras Vanessa daba a Michael un biberón. Ella hubiera preferido pasar el tiempo curioseando en la sala, leyendo los títulos de los libros acomodados con cuidado en los estantes que abarcaban una de las paredes o buscando entre los sillones de cuero algún pendiente olvidado. Le incitaba la curiosidad sobre Zac. Hasta ese momento no se había ocupado de preguntarse dónde o cómo viviría. Pero eso se debía, sin duda, a que no habían tenido un contacto personal desde aquella tarde hacia ya cuatro años.

Recordó que la única razón por la que Zac le había pedido ayuda era que confiaba en su discreción. Sentada a la mesa en la confortable y bien equipada cocina, Vanessa acomodó la cabeza del bebé sobre su regazo y el cuerpo sobre sus rodillas y mientras él se tomaba el biberón, meditó sobre la situación.

No podía haber otra razón por la solicitud de ayuda de Zac aparte de su falta de curiosidad. No podía haberle pedido su ayuda por amistad, ya que la relación que habían mantenido desde aquella celebración navideña había sido todo menos amistosa.

Sin embargo, ahora se sentía más unida que nunca a él. Quizá más que amistad o simpatía, lo que sentía ahora por él era una especie de compasión solidaria. Zac no era precisamente el tipo de hombre que podía suscitar compasión en una mujer como Vanessa. Sin embargo, verle tan inseguro y vulnerable no dejaba de ser conmovedor. Y su insistencia en comprar ese absurdo oso de peluche monumental…, nunca habría imaginado Vanessa que Zac pudiera ser tan poco práctico. Pero más que poco práctico, el hecho de comprar el oso había sido enternecedor. Algo en Michael hacía brotar la ternura escondida en Zac. Esa dulzura desconocida, inusitada, más que otra cosa, era la que despertaba la curiosidad de Vanessa.

Cuando el bebé dejó de comer, ella siguió jugando con él, mientras Zac ojeaba el contrato de Carter Software. Se había puesto unos pantalones vaqueros y una camisa deportiva a rayas. El atuendo informal le sentaba bien, pensó Vanessa, con la mitad de su atención concentrada en el bebé que tenía en el regazo y la otra mitad en el apuesto hombre que se encontraba enfrente de ella.

Zac: Me sorprende que hayas realizado tanto trabajo preliminar sobre la cuenta incluso antes de que Carter aceptara nuestros servicios -observó, colocando los papeles en un ordenado montón antes de volver a meterlos en la carpeta-. ¿Y si hubiera decidido contratar los servicios de otra asesora?

Ness: Pues habría perdido mucho tiempo y esfuerzo -respondió encogiéndose de hombros-. Siempre hago mucho trabajo preliminar cuando estoy cortejando a un nuevo cliente. Después de todo, no quiero que piensen que solo por ser mujer no sé nada sobre sus negocios.

Zac no podía haber dejado de notar su tono irónico, pero respondió con seriedad:

Zac: Debe ser muy molesto para ti encontrarte con clientes que no te tomen en serio, ¿verdad?

Ness: Clientes y colegas.

Zac esbozó una sonrisa enigmática.

Zac: ¿Te refieres a mí?

Ness: A quien se de por aludido, Efron…

Bajó la mirada y procuró no alterarse.

Aquel era un tema que podía irritarla con facilidad.

La sonrisa de Zac se suavizo.

Zac: Siempre te he tomado en serio, Hudgens.

Ness: Ja, ja -se burló-. Sin duda es por eso por lo que hiciste todo lo posible para que no me incluyeran en el contrato Bachman y por lo que pasaste a Bob Glickman el asunto de Drake y Compañía en lugar de a mí y por lo que ni siquiera cuentas ningún chiste verde en mi presencia, ¿verdad?

Zac: ¿Te gustan los chistes picantes? -preguntó arqueando las cejas-.

Ella le miró fijamente.

Ness: Sí, si son graciosos -declaró-. Pero no si son misóginos.

Zac sonrió y dijo:

Zac: Me extraña que manifiestes tus opiniones feministas cuando en este momento pareces una abnegada madre.

Ness: ¿Madre abnegada? -explotó-. ¡Este bebé es problema tuyo, Efron, no mío!

Zac: En ningún momento he dicho que sea tuyo -dijo con calma-. De hecho, no he dicho que sea un problema -sonrió-. Lo que he querido decir es que cuando le coges así y juegas con él, estás muy... muy femenina.

¡Como si una mujer solo estuviera femenina cuando cuidaba un bebé y no cuando se ocupaba de negocios y analizaba datos financieros!, pensó ella con irritación.

Ness: Si tu intención ha sido halagarme. Efron, has fracasado entre dientes -dijo mientras volvía a colocar la anilla de plástico en la boca de Michael-.

Zac parecía a punto de replicar algo, pero sus palabras fueron interrumpidas por el timbre del teléfono. Se echó un poco hacia atrás y descolgó el aparato.

Zac: Hola -permaneció en silencio un momento y su cara adquirió una repentina expresión de seriedad. Apretó el auricular-. Sí, está bien, acepto la llamada... ¿Miley? ¿Miley, dónde estás?




Osea que entre Zac y Ness hubo "algo" hace un tiempo...
Pero se nota que Ness no tiene ninguna simpatía hacia Zac. Pero en el fondo seguro que está loca por él XD
Si no porque iba a aceptar ayudarle XD XD

Bueno, vamos a ver quien es Miley y qué pasa con ella.

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viernes, 18 de julio de 2014

Capítulo 2


Zac: Pasa -dijo, y cogió a Vanessa del codo para hacerla entrar con rapidez-.

Echó una rápida ojeada al pasillo vacío y luego cerró la puerta.

Vanessa contempló con expresión de extrañeza la cara del bebé. No parecía tener más de dos meses. Vanessa no sabía mucho sobre bebés, pero éste le parecía muy pequeño, sobre todo en comparación con el ancho torso de Zac.

Desvió la mirada del niño al hombre. La corbata de éste estaba floja, su pelo desordenado y en su expresión había una mezcla de agotamiento y pánico. Tenía las mangas subidas hasta los codos y su siempre impecable camisa azul tenía una mancha sospechosa encima del bolsillo.

Vanessa se volvió para mirar el despacho del asesor financiero que, debido a la posición de éste en la compañía, era más grande y estaba mejor amueblado que el suyo. El trémulo sollozo del bebé volvió a atraer la atención de la joven hacia Zac, que estaba tratando en vano de calmar al pequeño balanceándolo sobre su hombro. El espectáculo del señor Macho Efron, de Don Juan Casanova Efron, tratando de consolar a un niño que berreaba era tan incoherente que Vanessa soltó una carcajada.

Zac: ¿Qué tiene esto de gracioso? -gruñó-.

Ness: Creía que... -tosió y trató de ponerse seria-. He estado oyendo el llanto de un bebé durante toda la tarde y creía que eran imaginaciones mías. Me alegra darme cuenta de que no estoy loca, después de todo.

Una oleada de risas la sacudió y el ceño de Zac se frunció más.

Zac: Cuando puedas controlar tu histeria, hazme el favor de hacérmelo saber.

Vanessa aspiró hondo y asintió. Zac dejó al bebé en el sofá y le metió el chupete en la boca.

Ness: Hm... supongo que no querrás hablar del contrato Carter en este momento, ¿verdad? -dijo con una significativa sonrisa. La respuesta de Zac fue una mirada severa-. Entonces, ¿por qué me has pedido que suba?

Zac: ¡Es obvio! -espetó-. Necesito tu ayuda aquí.

Ness: ¿Mi ayuda? -miró al bebé-. ¿Qué clase de ayuda?

Zac: Eres mujer, ¿no? Se supone que debes saber como tratar a los bebés.

Vanessa se tragó el deseo de rebatir aquel comentario evidentemente machista. Sí, parecía desesperado y Vanessa sintió una extraña conmiseración.

Ness: Me temo que no sé absolutamente nada sobre bebés -confesó-.

Zac: Pues debes saber más sobre bebés que yo.

Vanessa observó durante un momento al inconsolable niño.

Ness: No creo que sea un chupete lo que quiere. Quizá tenga hambre.

Dejó el contrato en la mesa, buscó el biberón y se lo ofreció al bebé.

Inmediatamente el pequeño se apoderó de la tetina y empezó a chupar con voracidad.

Zac: ¿Ves? -declaró como quien ve demostrado su argumento-. Las mujeres saben más sobre bebés.

Vanessa cogió al bebé en brazos y le acunó con torpeza. No había tenido en sus brazos un bebé desde que era una adolescente y cuidaba niños para ganar un poco de dinero. Era evidente qué Zac era uno de esos hombres que consideran que el instinto maternal es innato en todas las mujeres y que con solo coger a un bebé en brazos se despierta en ellas.

Pero Vanessa no opinaba lo mismo.

Ness: En serio, Efron, no tengo la menor experiencia en este tipo de cosas. ¿No podrías buscar a otra persona que te ayude?

Zac: Las secretarias harían demasiadas preguntas -dijo como única explicación-.

Vanessa sonrió complacida, a pesar de que consideró el comentario de Zac como un velado insulto a las mujeres en general, como si las secretarias fueran más chismosas que los asesores.

Ness: No tiene que ser una secretaria -señaló-. Estoy segura de que los empleados que son padres sabrán más que yo acerca de cómo tratar a un bebé.

Zac: No seas tonta -replicó-.

Vanessa no veía nada de tonto en su comentario. Muchos hombres en la actualidad participan en el cuidado de sus hijos desde su nacimiento. P&D contaba en su nómina con un gran número de hombres de ideas anticuadas, pero sin duda habría uno o dos que hubiera tenido alguna vez un niño pequeño en los brazos. Sin embargo no quiso discutir con Zac.

El bebé estaba inmóvil en sus brazos y advirtió que sus párpados se cerraban.

Ness: Creo que se está quedando dormido -susurró-.

Zac suspiró.

Zac: Gracias a Dios. Me vendrán bien algunos minutos de paz.

Se puso de pie, se pasó una mano por el pelo y miró a la criatura adormilada en brazos de Vanessa, con gesto pensativo.

Ness: ¿Es niña o niño?

Zac: Cámbiale el pañal y lo sabrás.

Vanessa metió el dedo índice dentro del pañal. No parecía estar muy mojado.

Ness: No creo que supiera cambiar uno de esos pañales modernos.

Zac: Te asombrarías de lo pronto que puedes aprender -comentó y alzó la papelera para que la joven pudiera ver su contenido; tres pañales usados-.

Ness: ¿Cómo se llama?

Zac: Michael.

Fue hacia la ventana, miró hacia fuera y luego se volvió hacia Vanessa.

La joven estudió la cara del bebé. Le quitó el biberón de la boca y lo dejó en el suelo. El niño no se movió.

Ness: Bien. Creo que ya no me necesitas.

Zac: ¿Estás bromeando? -exclamó-.

Ness: Me necesitabas para calmarle y ya está tranquilo -señaló-.

Zac miró a la joven, luego al bebé y otra vez a Vanessa.

Zac: Nunca había necesitado tanta ayuda como ahora -declaró-.

Vanessa le miró con asombro. El hecho de que admitiera ante ella que necesitaba ayuda era inusitado. Fijó la mirada en la cara de su compañero de trabajo. Nunca había negado el hecho de que era guapo, pero aquella tarde lo encontraba más atractivo que nunca. Le gustaba el desorden de su pelo, su expresión vulnerable y esa mirada un poco asustada de sus profundos ojos. Le gustaba el ángulo desafiante de su mandíbula cuadrada como si estuviera retando al bebé. La mirada de la joven se desvió hacia el antebrazo masculino, fuerte, musculoso y bronceado. Sus manos eran grandes y vigorosas pero poseían una agilidad sorprendente. Incluso después de cuatro años, ella no había olvidado el contacto de aquellas manos sobre su piel.

No recordaba con frecuencia aquel breve momento de intimidad entre Zac y ella y la súbita rememoración encendió sus mejillas. Bajó la mirada hacia el bebé y le vio dar un respingo. Un instante después empezó a llorar otra vez.

Ness: Por lo visto no es muy aficionado a las siestas largas -observo con voz inusualmente ronca-.

Zac: Quizá no este cómodo -dijo estudiando al bebé-.

Ness: ¿lnsinúas que no tengo un regazo confortable? -preguntó con ironía-.

Zac: Me gustaría averiguarlo -dijo, y cuando Vanessa le dirigió una minrada de reproche, sonrió con su habitual encanto y aclaró-. Tengo entendido que después de comer debe eructar.

Ness: Es obvio que sabes más de esto que yo -señaló, y se colocó al bebé sobre el hombro para darle unas palmaditas en la espalda-.

El bebé eructó y al hacerlo arrojó un poco de leche cortada sobre la camisa de la joven. Zac le quitó al bebé de los brazos.

Zac: Lo siento. Debí advertirte de que hace eso. A mi me ha manchado también.

Vanessa vio una mancha en la camisa de su compañero. Frunció el ceño y ahogó una maldición.

Zac cogió un pañuelo de papel y trató de limpiar la blusa de su compañera.

Zac: Pagaré la lavandería -prometió-. Lo siento de verdad, Vanessa.

El uso de su nombre de pila desconcertó a la joven. Al igual que el inesperado calor que la recorrió desde el hombro hasta el pecho cuando las manos masculinas se movieron sobre su camisa con frotes firmes aunque gentiles. De nuevo se encontró recordando aquella tarde de invierno hacía casi cuatro años, cuando la había tomado por los hombros, la había hecho volverse hacia él y había murmurado:

Zac: Usa tu imaginación

Turbada por el recuerdo, así como por la nueva oleada de calor despertada por el contacto de su mano, le apartó con suavidad pero también con firmeza.

Ness: Pagarás la lavandería Efron -dijo, usando con deliberación el apellido de su colega para disipar la intimidad que sus acciones habían creado entre ambos por un instante. Cogió el pañuelo de manos de Zac y se frotó la mancha-. ¿Me podrías traer un poco de agua?

Zac: Sí, por supuesto -dijo, y salió del despacho, después de quitar al bebé de brazos de la joven para dejarle sobre una manta limpia en el sofá-.

Vanessa suspiró aliviada cuando él salió. ¿Por qué después de tantos años, de repente la acometían los recuerdos de aquella absurda ocurrencia? Había sido al poco tiempo de conocerse y ambos habían bebido un poco más de la cuenta. Lo que había empezado como una comunicación sensual pero básicamente sin importancia había terminado con una especie de declaración de hostilidades. Ella casi lo había olvidado y estaba segura de que Zac lo habría olvidado por completo. No había ninguna razón para que el ridículo incidente volviera a revivirse en su mente.

Pero había sucedido. Quizá fuera debido a que sentía un poco mas de simpatía por Zac en su situación actual o porque le parecía más atractivo cuando estaba un poco desaliñado. O quizá se debiera a que, cuando Zac había dicho su nombre o cuando le había mirado mientras el bebé dormía en el regazo de Vanessa, sus ojos se habían impregnado de una ternura que ella no le creía capaz de sentir.




La orgullosa Vanessa cubierta por vómito de bebé XD
Se va poniendo más divertida la situación.
No os imagináis la que les espera a estos dos...

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miércoles, 16 de julio de 2014

Capítulo 1


Volvió a oírlo; en efecto, era el llanto de un bebé.

Cerrando los ojos, Vanessa Hudgens se frotó las sienes con los dedos. El llanto cesó.

Estaba imaginando cosas, se dijo. ¿Existían las alucinaciones auditivas? Si no, ¿de qué otra forma podía explicarse el llanto de un bebé dentro de su oficina? PoweIl & Decker y Asociados era una compañía comercial, no una guardería. P&D era un lugar austero, un recinto de trabajo serio, no un lugar para algo tan frívolo como la presencia de niños.

Y debía realizar una importante tarea, se reprochó mientras bajaba la mirada hacia el escritorio, donde se encontraba el contrato que había estado revisando.

Aquel papel representaba la culminación de sus esfuerzos por conseguir trabajar con Carter Software, una importante compañía de ordenadores que necesitaba ayuda para organizar su lanzamiento al mercado. Vanessa había cortejado a Frank Carter durante casi un mes, había preparado todo tipo de folletos informativos para él, aceptando llamadas telefónicas en su casa para contestar sus preguntas, le había acompañado a conocer las instalaciones de P&D y había sonreído con los dientes apretados mientras le apartaba la mano furtiva que se deslizaba por una de sus rodillas mientras comían juntos para tratar de negocios. Cuando él la había llamado la mañana anterior para decirle que había decidido firmar el contrato con P&D, Vanessa se había sentido muy orgullosa de sí misma.

Hasta que Frank había añadido:

Frank: Oye, Ness, no sabía que trabajabas para Zac Efron. Él y yo nos conocemos desde hace... mmm... como unos quince años. Fuimos compañeros en Harvard. ¡Qué pequeño es el mundo! ¿Verdad? Acabo de hablar con él. Me ha dicho que gracias a las estrategias de P&D, mi compañía conseguirá salir en las páginas del Fortune. Por tanto, Ness, estoy dispuesto a firmar ese contrato. Poro escucha, preciosa, quiero que colabores con Zac. Quiero que mi viejo amigo vele por mis intereses.

¡Un mes! Durante un mes había peleado por convencer a Carter de que aceptara los servicios de P&D, durante todo un mes había estado soportando sus inoportunas llamadas telefónicas, sus manoseos por debajo de la mesa… y todo, ¿para qué? Para que le saliera ahora con que aceptaba el contrato porque un viejo amigote le había llamado por teléfono.

Había conseguido conservar el tono impasible cuando contestó a Frank:

Ness: No trabajo para Zac Efron. Él lleva más tiempo en esta compañía que yo, pero no es mi jefe.

Frank: Pero trabajará contigo para mí, ¿verdad?

Ness: Si eso es lo que quieres, Frank -había dicho con sequedad-, no tengo ningún inconveniente.

Hasta que colgó el aparato no se permitió lanzar un gruñido de fastidio. Sí tenía inconveniente en trabajar con Zac Efron. Odiaba a aquel hombre. Era engreído y arrogante, y tenía una actitud machista que irritaba a la joven. Incluso los compañeros de más edad en la compañía la trataban con un mínimo de respeto, aunque era evidente que no se sentían muy felices de tener una mujer entre sus filas. A pesar de su aparente liberalidad, en el fondo conservaban esos ancestrales prejuicios respecto a la habilidad de la mujer para determinados trabajos. Sin embargo, aceptaban a Vanessa porque era inteligente y estaba dispuesta a trabajar con más empeño que todos los demás. El haber conseguido un cliente como Carter Software habría sido una prueba más de que, a pesar de ser mujer, constituía una buena oportunidad para P&D.

Pero cuando estaba a punto de cantar victoria por aquel nuevo cliente, Zac Efron había intervenido y le había robado la gloria. La tarde anterior había sido él y no Vanessa quien había recibido la enhorabuena de todo el mundo por conseguir el contrato de Carter Software.

Vanessa volvió a sufrir un acceso de furia al clavar la mirada en el contrato que tenía ante ella. No soportaba la idea de trabajar con Zac Efron.

Cualquier otra mujer de la compañía habría saltado de gusto ante la posibilidad de trabajar con él, se dijo Vanessa mientras repasaba las líneas del contrato. Todas las empleadas de P&D habían sucumbido ante el encanto de Zac Efron, ante su atractivo, su sedoso pelo rubio y los hoyuelos que aparecían en sus mejillas al sonreír.

A Vanessa no le impresionaba mucho. Zac Efron no era su tipo. Admitía que era guapo, pero no le gustaba su engreimiento, ni la forma en que la trataba. Aunque él hubiera estado más tiempo en la compañía, sus actividades eran del mismo nivel y en lo único que la aventajaba era en experiencia.

A Vanessa no le gustaba la forma en que Zac le explicaba las cosas, como si ella fuera una ignorante. La sentaba fatal que guardara silencio cuando ella se acercaba en el momento en que él estaba tratando algún asunto de negocios con alguien y después de dirigirle su boba sonrisa de conquistador de oficina dijera:

Zac: Esto no debe ser oído por una dama, Hudgens.

Y, sobre todo, no le perdonaba que tratara siempre de quitarle los proyectos más ambiciosos y difíciles. Las pocas ocasiones en que ella se había quejado de aquella costumbre de su compañero de trabajo, Zac había dicho:

Zac: ¿Por qué te pones así, Hudgens? ¿Por qué quieres echarte encima la carga de un proyecto que podría alargarse durante años y años? Deja que alguien con más energía y aguante lo haga. Seamos realistas, no permanecerás aquí el tiempo suficiente para ver concluido el proyecto. Las mujeres nunca duran mucho en estos trabajos.

Otra vez. Era el llanto de un bebé, sin duda. Vanessa apartó el contrato y concentró su atención en el distante lamento, tratando de localizar su procedencia. ¿Quizá proviniera de fuera del edificio?

Se puso de pie y fue hacia las ventanas que abarcaban todo un lado de la oficina. No había nadie en los jardines que rodeaban el edificio y le habría sido imposible oír el llanto infantil a través del cristal sellado del ventanal.

Extrañada se pasó los dedos por el pelo. ¿Por qué oía el llanto de un bebé cuando debía concentrarse en el contrato de Carter?

Pero el sonido era real, tan real como el timbre del teléfono. Cruzó la oficina hasta su escritorio y levantó el auricular.

Zac: ¿Hudgens? -la saludó con su profunda voz de barítono-. Habla Efron. ¿Puedes subir un momento?

Vanessa tuvo por un momento la impresión de que el chillido aumentaba en intensidad y luego cesaba por completo.

Ness: ¿Quieres que revisemos el contrato Carter? -preguntó arremangándose automáticamente la camisa-.

Zac: Solo quiero que subas para que hablemos -dijo con tono gruñón-.

¡Vaya! se dijo Vanessa frunciendo el ceño, después de que Zac cortara bruscamente la comunicación. Efron nunca había sido grosero con ella. No era su estilo. Zac era siempre amable y encantador, en especial con las mujeres de la oficina.

Cogió el contrato y salió de su despacho. El de Zac estaba solo un piso más arriba y Vanessa prefirió subir por las escaleras a esperar al ascensor. El ejercicio la relajaría y quería estar lo más tranquila posible cuando entrara en la oficina de su compañero.

Al llegar al piso superior del edificio, atravesó el pasillo alfombrado y llegó hasta la puerta del despacho de Zac. Llamó con suavidad. Nadie contestó. Llamó con un poco más de fuerza y esta vez se abrió la puerta. La escena que vio la joven fue tan sorprendente que se quedó en el umbral con la boca abierta y como paralizada.

Zac estaba en mangas de camisa y llevaba a un bebé en sus brazos. El bebé gimoteaba y pataleaba con todas sus fuerzas.




Awww! Zac con un baby en brazos. ¿Será suyo?
Bueno, Zac y Vanessa se odian, para variar XD
Mejor, así es más diver XD

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Esta nove os gustará mucho, estoy segura.
Ya sé que queréis que publique en la mía. Yo también, pero no es tan fácil =S
Pero en cuanto pueda, pongo capi.

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lunes, 14 de julio de 2014

Sin planes para amar - Sinopsis


La joven ejecutiva Vanessa Hudgens no sentía la menor simpatía por Zac Efron, su atractivo compañero de trabajo, ya que su actitud condescendiente con ella la exasperaba. Debido a ello, no supo si explotar o echarse a reír cuando él le pidió consejo para hacer callar al bebé que tenía en brazos. Vanessa sabía menos de bebes que el mismo Zac, sin embargo, la expresión vulnerable y asustada que vio en sus ojos la impulsó a ofrecerle su ayuda. Al representar el papel de padre y madre durante todo un fin de semana vieron el uno en el otro facetas que nunca habían imaginado: él era un hombre tierno y responsable. Ella, lo bastante sincera como para admitir su candente deseo por él.




Escrita por Ariel Berk.




¡Esta nove promete! ¡Os lo aseguro!
Tiene 15 capítulos

¡Thank you por los coments de la otra nove!
Me alegro de que os gustara.

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