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martes, 28 de junio de 2016

El primer y último amor - Sinopsis


En la pequeña ciudad de Boonsboro, la familia Efron trabaja contrarreloj para convertir el histórico hotel, casi en ruinas, en un elegante hospedaje lleno de encanto. Los preparativos para la inauguración avanzan a buen ritmo y Zac Efron, el más organizado de los tres hermanos, controla cada detalle del trabajo. Lo único que no podía prever eran los sentimientos que Vanessa Hudgens despertaría en él. Vanessa es la dueña de la pizzería de delante del hotel y está fascinada por el proceso de renovación. Se interesa por el diseño de cada rincón, y Zac está más que dispuesto a enseñarle los progresos diarios. En el colegio, Zac había sido su primer novio y desde entonces siempre ha ocupado un lugar especial en su corazón. Sin embargo, Vanessa no está preparada para volver a enamorarse, y este primer amor tendrá que luchar y esforzarse mucho para reconquistarla.




Escrita por Nora Roberts.



¡Esta es una de mis favoritas!
Hay un dato curioso sobre esta novela que a mi personalmente me parte de risa. Se irá viendo a lo largo de los capítulos. Ya os lo diré si no lo adivináis ;)

Tiene 20 capítulos.

¡Comentad!

¡Besis!


viernes, 24 de junio de 2016

Capítulo 12


Trabajaba hasta que le dolían los músculos y en lo único en lo que podía pensar era en relajarse. Probablemente bebía demasiado. Conducía el ganado, pasaba muchas horas sobre la silla buscando reses extraviadas y tragaba más polvo que alimento. Pasó los largos y trabajosos días del verano en los campamentos, trabajando de sol a sol. A veces, sólo a veces, conseguía quitársela de la cabeza.

Desde hacía tres semanas, estar cerca de él era un infierno, o eso murmuraban sus hombres cuando no podía oírlos. Era por una mujer, se comentaba. Sólo una mujer podía llevar a un hombre al borde del abismo y luego empujarlo amablemente al vacío. Surgió el nombre de la chica de los Hudgens. Bueno, los Efron y los Hudgens nunca habían hecho buenas migas, así que no era de extrañar. Nadie había pensado que de aquello fuera a salir nada bueno.

Si Zac oía las murmuraciones, no les prestaba mayor atención. Había ido al campamento a trabajar, y eso era lo que iba a hacer hasta que se la hubiera quitado de la cabeza. No iba a arrastrarse a los pies de una mujer. Le había dicho que la quería y ella había tomado sus palabras y sus emociones y se las había arrojado en plena cara. No le interesaban.

Zac colocó otro de los postes en la tierra mientras el sudor le caía por la espalda y los costados. Tal vez fuera la primera mujer de la que se había enamorado, pero eso no significaba que fuera a ser la última. Descargó todo el peso de la almádena sobre el poste y dejó escapar un bufido con el esfuerzo.

No tenía intención de decírselo, ni en ese momento ni de ese modo. Sin saber cómo, las palabras habían brotado de sus labios y no había sido capaz de detenerlas. ¿Habría preferido que se lo dijera con un regalo en la mano, una declaración convencional? Soltó unas palabrotas y volvió a descargar con un golpe ruidoso la almádena sobre el poste, que vibró con el impacto. Quizá él fuera más delicado de lo que se había mostrado con ella, y quizá pudiera usar esa delicadeza con otra persona, alguien que no hiciera que sus sentimientos brotaran y lo agarraran por la garganta.

¿De dónde, por Dios bendito, había sacado la idea de que bajo su genio y la frialdad que mostraba a veces era un ser vulnerable? Debía de estar loco, se dijo mientras empezaba a poner alambre nuevo. Vanessa Hudgens era fría, una mujer con un solo objetivo en la vida y a la cual le importaban más los recuentos de cabezas de ganado que sentir una emoción verdadera.

Y él estaba casi enfermo de amor por ella.

Agarró el alambre con tanta fuerza que la punta atravesó el guante de cuero y le pinchó la mano. Dijo más palabrotas. Tenía que superarlo. Tenía sus tierras para mantenerse ocupado.

Hizo una pausa y miro a su alrededor. Ante él se extendían los campos de hierba, muy alta con el verano, verde y ondulada. El cielo era de un azul impenitente y el sol pegaba fuerte. A un hombre podría bastarle con esos miles de acres. El ganado engordaba y gozaba de buena salud, los terneros iban creciendo. Al cabo de unas semanas los reuniría y los llevaría a Miles City. Cuando esos días de trabajo extenuante hubieran pasado, sus hombres lo celebrarían, con todo el derecho del mundo. Y lo mismo haría él, se dijo Zac. Claro que sí.

Habría dado la mitad de lo que tenía a cambio de sacársela de la cabeza un solo día.

Al atardecer se lavó para librarse del sudor y el polvo acumulados durante el día. Por la ventana abierta de la cabaña entraba el olor de la cena de esa noche. Carne roja. Alguien tocaba la guitarra y cantaba la soledad del amor perdido. Zac se dio cuenta de que tenía más necesidad de una cerveza que de su filete. Como sabía que un hombre no podía trabajar si no comía, se sirvió la carne en el plato y la engulló, pero luego se bebió una cerveza, y después otra más mientras los hombres jugaban su partida de póquer de todas las noches. Cuando el tono de los jugadores empezó a subir, agarró un paquete de seis cervezas y salió al estrecho porche de madera.

Las estrellas estaban saliendo en ese momento.  Se oyó el aullido de un coyote y luego, el silencio. El aire estaba en calma, como durante el día, y apenas algo más fresco, pero olía a meliloto y a rosas silvestres. Se apoyó en la barandilla del porche y deseó que su mente se vaciara, pero pensó en ella...

Totalmente vestida y dando vueltas como loca; en la charca; consolando a un ternero huérfano; riéndose, con el pelo suelto en el suelo del corral; llorando en sus brazos junto a los restos de su ganado en el cañón. Tan pronto se mostraba dulce como quisquillosa; no era, desde luego, una mujer moderada, pero era la única a la que amaba. La única por la que había sentido lo bastante como para dejarse herir.

Dio un trago largo de la botella de cerveza. No le gustaba mucho el dolor emocional, que se lo quedaran los poetas. Ella no lo quería. Dijo una palabrota y, en la oscuridad, frunció el entrecejo. Pues claro que lo quería, no era tonto. Quizá las necesidades de Vanessa no fueran iguales que las suyas, pero las tenía. Por primera vez en varias semanas, empezó a pensar con calma.

No había jugado bien sus cartas, se dijo. No era propio de él renunciar tan pronto, claro que no estaba acostumbrado a perder la cabeza por una mujer. Se echó hacia atrás el sombrero con aire pensativo y miró las estrellas. Estaba demasiado empeñada en hacer las cosas a su manera, y era hora de que él le hiciera pasar un mal rato.

No, no iba a volver arrastrándose, pensó con una sonrisa burlona, pero iba a volver. Aunque tuviera que trabarle las patas traseras y ponerle el hierro, Vanessa Hudgens sería para él.

La puerta de la cabaña se abrió y él miró con aire ausente. Su humor había mejorado, podía soportar un poco de compañía.

**: No tengo demasiada suerte.

Jensen, pensó Zac, haciendo un esbozo mental del hombre que tenía delante mientras le ofrecía una cerveza. Un tanto nervioso, reflexionó. Era su primera temporada en el Double E, aunque no era ningún muchacho. Se trataba de un hombre reservado y sin más pasado que los remiendos de sus botas y su silla de montar.

Jensen se sentó en el primer escalón, de modo que su rostro enjuto quedó en las sombras. Zac calculó que debía de tener más de treinta y cinco y menos de cincuenta. Su mirada era vieja, el tipo de mirada de un hombre que durante demasiados años ha visto ponerse el sol en las tierras de otros.

Zac: ¿Las cartas no se han dado bien? -preguntó mientras veía cómo Jensen se liaba un cigarrillo-.

No se le pasó por alto que le temblaban los dedos.

Jensen: Desde hace varias semanas -soltó una carcajada breve y encendió una cerilla-. El problema es que nunca puedo dejar de apostar -miró de reojo un rato a Zac mientras daba otro trago a su cerveza. Llevaba días pensando en cómo abordaría el tema con él y había bebido lo suficiente como para lanzarse-. A usted no suele fallarle la suerte con las cartas.

Zac: Va y viene.

Jensen lo estaba tanteando para pedirle un adelanto o un préstamo, pensó.

Jensen: La suerte es una cosa rara -se limpió la boca con el dorso de la mano-. En el rancho de los Hudgens han tenido mala suerte últimamente, todas esas vacas que han perdido -continuó cuando Zac lo miró-. Alguien ha sacado un buen dinero de esa carne.

Zac captó un rastro de amargura en su voz. Con naturalidad, abrió otra cerveza y se la pasó.

Zac: Es fácil obtener beneficios cuando no has tenido que comprar el animal. Quienquiera que fuera ha hecho un negocio redondo.

Jensen: Y tanto -pasó a la carga. Había oído rumores de que había algo entre Zac Efron y la chica de los Hudgens, pero no parecía haber prosperado. La mayoría de los chismes eran sobre la mala sangre que había entre las dos familias desde hacía años, y que parecía ser que duraría todavía unos años más. En esos momentos, necesitaba creer que así era-. Aunque supongo que a este lado de la cerca no importa mucho cuántas vacas hayan desaparecido del otro lado.

Zac estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. El ala del sombrero dejaba sus ojos en sombra.

Zac: La gente tiene que saber cuidar de sí misma -dijo tranquilamente-.

Jensen se humedeció los labios y se aventuró un poco más lejos.

Jensen: He oído historias de que, en otra época, su abuelo también se benefició del ganado de los Hudgens.

Los ojos de Zac se entrecerraron, pero controló su genio.

Zac: Historias, efectivamente. Ninguna prueba.

Jensen dio otro trago a su cerveza.

Jensen: También he oído que alguien entró en el rancho y se llevó un ternero de mucho valor, una de las crías de ese toro del que todos hablan.

Zac: Fue un trabajo limpio -procuraba que su voz sonara indiferente. Jensen lo estaba tanteando, pero no para pedirle un préstamo-. Sería una pena que lo hicieran filetes -añadió-, ese ternero tiene el aspecto de su progenitor. Claro que, dentro de unos meses, empezará a llamar la atención en un sitio pequeño. Es una pena desperdiciar un buen semental.

Jensen: Uno oye cosas -musitó mientras aceptaba la cerveza fría que Zac le ofrecía-. Que estaba interesado en el toro de los Hudgens.

Zac bebió un trago, se echó hacia atrás el sombrero y esbozó una sonrisa de asentimiento.

Zac: Siempre me interesa el buen material. ¿No sabrás dónde podría hacerme con algo así, verdad?

Jensen estudió su cara y tragó saliva.

Jensen: Tal vez.


Vanessa redujo la velocidad cuando pasó por delante de la casa blanca. Vacía. Pues claro que vacía, se dijo. Incluso en el caso de que Zac hubiera vuelto, no estaría en casa a media mañana. Y ella no debería estar en el rancho de Efron cuando sus propios hombres estaban de trabajo hasta las orejas. No podía ausentarse. Si Zac no volvía pronto, iba a cometer alguna tontería, como ir a buscarlo al campamento y...

¿Y qué?, se preguntó. La mitad del tiempo no sabía qué era lo que quería hacer, cómo se sentía, qué pensaba. Lo único cierto era que habían sido las tres semanas más tristes de su vida. Peligrosamente cerca del dolor.

Algo había muerto en su interior cuando él se había marchado, algo que no sabía que existiera dentro de ella. Se había convencido de que no se enamoraría de él. Incontables veces se había dicho a sí misma que eso no ocurriría, incluso después de que hubiera sucedido. ¿Por qué no se había dado cuenta?

Vanessa se dijo que no siempre era fácil reconocer algo que te ocurría por primera vez, en especial cuando no tenía explicación. Una mujer tan habituada como ella a ir y venir a su aire no tenía nada que hacer con un hombre que era igual de obstinado e independiente.

Enamorarse. Vanessa pensó en una frase adecuada. Cuando sucedía, uno perdía pie y se hundía.

Tal vez Zac lo hubiera dicho en serio, pensó.

Tal vez para él fueran algo más que palabras. Si él también la amaba, ¿no quería eso decir que tenía alguien a quien agarrarse? Dejó escapar lentamente el aire de los pulmones mientras se acercaba a la casa de los padres de Zac. Si lo había dicho en serio, ¿por qué no estaba allí ahora? Un error, se dijo con falsa calma. Siempre era un error depender demasiado de otra persona. La gente se echaba atrás o, simplemente, desaparecía. Pero si pudiera verlo, aunque fuera sólo una vez más...

**: ¿Te vas a quedar toda la mañana sentada en ese Jeep?

Vanessa se sobresaltó y, al volver la cabeza, vio que Paul Efron se aventuraba con precaución por el porche. Bajó del Jeep preguntándose cuál de las excusas que se le habían ocurrido para justificar la visita sería más creíble.

Paul: Siéntate -ordenó antes de que se hubiera decidido por una-. Karen está preparando té.

Ness: Gracias -se sentía incómoda, allí sentada en el balancín del porche e intentó encontrar la manera de romper el silencio-.

Paul: Todavía no ha vuelto del campamento -dijo sin rodeos mientras se dejaba caer en una mecedora-. No te devanes los sesos, niña -ordenó mientras se frotaba, impaciente, una mano-. Puede que sea viejo, pero sé qué es lo que tengo delante de las narices. ¿Por qué habéis reñido?

Karen: Paul -apareció con una bandeja cargada con vasos y una jarra de té con hielo-. Vanessa tiene derecho a su intimidad.

Paul: ¡Intimidad! -resopló mientras Karen dejaba la bandeja sobre la mesa-. Es ella la que anda detrás de mi hijo.

Ness: ¡Detrás de su hijo! -se puso en pie como impulsada por un resorte-. Yo no ando detrás de nadie ni de nada. Cuando quiero algo, lo consigo.

Él se rió y se meció adelante y atrás, pero cuando lo miró, Vanessa vio que, como consecuencia del esfuerzo, resollaba.

Paul: Me gustas, chica, no lo puedo negar. Tiene una cara atractiva, ¿verdad, Karen?

Karen: Preciosa -con una sonrisa ofreció a Vanessa una taza de té-.

Ness: Gracias -volvió a sentarse, todavía tensa-. Sólo he venido para que Zac sepa que la yegua está bien. El veterinario vino ayer a hacerle una revisión.

Paul: ¿Eso es todo lo que vas a hacer?

Karen: Paul... -se sentó en uno de los brazos de la mecedora y le puso una mano en el hombro-.

Paul: Para eso no hacía falta venir hasta aquí -farfulló, y luego levantó su bastón y señaló a Vanessa-. ¿Vas a decirme que no quieres a mi hijo?

Ness: Señor Efron -empezó a decir, muy digna-, Zac y yo tenemos un acuerdo.

Paul: A un hombre que se está muriendo no le gusta perder el tiempo -dijo con un ceño amenazador-. Ahora, si mirándome a los ojos me dices que no sientes nada por mi hijo, de acuerdo, charlaremos un poco del tiempo.

Vanessa abrió la boca y volvió a cerrarla. Movió la cabeza con impotencia

Ness: ¿Cuándo va a volver? -preguntó en un murmullo-. Lleva fuera tres semanas.

Paul: Volverá cuando deje de estar tan confundido como lo estás tú -respondió secamente-.

Ness: No sé qué hacer -una vez dicho aquello, se quedó aturdida-.

Nunca en su vida habría dicho en alto esas palabras, a nadie.

Karen: ¿Qué es lo que quieres?

Vanessa los observó: un anciano y su mujer, muy guapa. La mano de Karen reposaba sobre la de su marido encima de la empuñadura del bastón. Los hombros de ambos se rozaban. Pocas veces en su vida había visto esa complicidad perfecta que surgía del amor profundo. Era fácil de reconocer, envidiable. Y daba un poco de miedo. Fue un shock darse cuenta de que eso era lo que deseaba para sí: un hombre para toda la vida. Pero si a fin de cuentas era eso lo que para ella significaba el amor, tenía que ser un sueño compartido por dos personas.

Ness: Todavía estoy intentando averiguarlo -murmuró-.

Paul: Ese Jeep... -lo señaló con un movimiento de cabeza-. Podrías perfectamente llegar hasta el campamento con él.

Vanessa sonrió y dejó su vaso encima de la mesa.

Ness: No puedo hacer eso. Para que las cosas funcionen tenemos que encontrarnos en terreno neutral, no puedo ir a echarme en sus brazos.

Paul: Joven y obstinada -refunfuñó-.

Ness: Exacto -se levantó sonriendo-. Si me quiere para él, eso es lo que va a tener -el ruido de un motor le hizo levantar la vista y mirar a su alrededor-.

Cuando reconoció la ranchera de Bill, frunció el ceño y bajó los escalones.

Bill: Señora... -miró a Karen y se tocó el sombrero en señal de saludo, pero ni siquiera abrió la puerta del camión-. Señor Efron... Tenemos un problema -se limitó a decir desviando la mirada hacia Vanessa-.

Ness: ¿De qué se trata?

Bill: Ha llamado el sheriff. Parece que han encontrado a Baby en un terreno a unas ciento cincuenta millas al sur. Quiere que vayas allí a echar un vistazo.

Vanessa agarró con una mano el borde de la ventanilla bajada.

Ness: ¿Adónde?

Bill: A las tierras que eran de Larraby. Te llevaré yo.

Paul: Deja aquí el Jeep -dijo poniéndose de pie-. Uno de mis hombres te lo llevará a casa.

Ness: Gracias -rápidamente dio la vuelta al camión-. Vamos -ordenó en cuanto la puerta del pasajero se cerró tras ella-. ¿Cómo, Bill? -preguntó mientras salían del patio del rancho de los Efron-. ¿Quién lo ha identificado?

Bill escupió por la ventanilla y se sintió muy complacido consigo mismo.

Bill: Zac Efron.

Ness: Zac...

Bill se sintió aún más complacido cuando vio que ella se quedaba con la boca abierta.

Bill: Eso es.

Cuando llegó al cruce, se dirigió hacia el sur a una velocidad constante que iba devorando las millas que los separaban del ternero.

Ness: Pero ¿cómo? Zac lleva semanas en el campamento y...

Bill: Si te tranquilizas y me dejas, te lo contaré.

Aunque ardiendo de impaciencia, Vanessa se calmó.

Ness: Cuéntamelo.

Bill: Al parecer, uno de los hombres de Efron echó una mano en el robo de las quinientas cabezas, un tipo llamado Jensen. No se quedó muy conforme con su parte y, además, lo perdió todo jugando al póquer, así que pensó que si habían robado quinientos sin que los atraparan, bien podía llevarse uno más para él solo.

Ness: Baby -murmuró, y cruzó los brazos sobre el pecho-.

Bill: Sí. Se dio cuenta de que sería un campeón en cuanto lo vio y se lo llevó y lo dejó en las tierras de Larraby. Solía trabajar allí hasta que a Larraby le fueron mal las cosas. Sea como sea, Jensen empezó a ponerse nervioso cuando el hombre que había organizado el robo de las quinientas cabezas se enteró de la desaparición de Baby, y le pareció que sería mejor desembarazarse cuanto antes del animal. Anoche trató de vendérselo a Zac Efron.

Ness: Ya veo -ya le debía una más, pensó con el ceño fruncido. Resultaba complicado tratarse de igual a igual cuando una acumulaba tantas deudas-. Si es verdad que se trata de Baby y ese Jensen estaba implicado, los demás irán cayendo.

Bill: Vamos a ver si se trata de Baby -dijo y luego la miró con cautela-. El sheriff ya ha echado el guante a los demás. Ha detenido a Brad Davis hace un par de horas.

Ness: ¿Brad? -perpleja, se giró completamente en su asiento y se quedó mirando fijamente a Bill-. ¿Brad Davis?

Bill: Al parecer se había comprado un rancho pequeño en Wyoming. Y lo más probable es que ya tenga doscientas cabezas de tu ganado pastando tranquilamente allí.

Ness: Brad... -cambió de postura y se puso a mirar fijamente al frente-.

Tanto hablar de confianza, pensó, tanto de su habilidad para conocer a las personas... Jack no quería que lo contrataran, recordó, pero ella había insistido. Una de las primeras decisiones que había tomado al hacerse con las riendas de Utopía había sido su primer gran error.

Bill: A mí también me engañó -murmuró después de un rato-. Sabe todo lo que hay que saber de ganado -gruñó, y apretó los dientes-. Debería haberme guardado de confiar en un hombre con las manos tan suaves y el sombrero tan limpio.

Ness: Fui yo la que lo contrató.

Bill: Y yo he trabajado con él -volvió a agitarse-. Hombro con hombro. Y si no sabes lo difícil de tragar que me resulta eso es que no eres muy lista. Me dejé engatusar -gruñó-. ¡Yo!

Se sentía herido en su orgullo, y eso hizo reír a Vanessa. Ésta subió los pies encima del salpicadero. Lo hecho, hecho estaba, se dijo a sí misma. Ella iba a recuperar una buena parte de su ganado y los culpables serían juzgados. Y después del próximo rodeo, se habría recuperado de sus pérdidas. Quizá, después de todo, pudieran comprar el Jeep nuevo.

Ness: ¿Te lo contó todo el sheriff?

Bill: Zac Efron. Ha ido al rancho hace un rato.

Ness: ¿Al rancho? -preguntó con tanta naturalidad que habría engañado a cualquiera-.

Bill: Se pasó un momento para ponerme al corriente de los detalles de lo ocurrido.

Ness: ¿Dijo... eh... dijo algo más?

Bill: Sólo que tenía que ocuparse de un montón de cosas. Es un hombre muy ocupado.

Ness: Ah -volvió la cabeza hacia la ventanilla y se quedó mirando hacia fuera-.

Bill aprovechó la oportunidad y esbozó una amplia sonrisa.


Esperó hasta que se hizo casi de noche. No podía renunciar a la esperanza de que se dejara caer por allí o que llamara, aunque sólo fuera para saber si todo había ido bien. Estuvo pensando en cómo empezar a hablar con él hasta que se le hubieron ocurrido doce maneras distintas de trabar conversación. Daba vueltas sin cesar. Cuando se dio cuenta de que, si seguía encerrada entre cuatro paredes iba a ponerse a gritar, fue a las cuadras y ensilló la yegua.

Ness: Hombres -dijo refunfuñando mientras tiraba de la cincha-. Si esto forma parte del juego, no me interesa.

Lista para cabalgar, Reina olisqueó el aire en cuanto Vanessa la sacó al exterior. Cuando su ama montó en la silla, la yegua se puso a bailar y a tirar de las riendas. Al cabo de unos momentos habían dejado atrás las luces del patio del rancho.

Un paseo a caballo la ayudaría a despejar la mente, se dijo. Un día como ése podía volver loco a cualquiera. Recuperar a Baby había compensado un poco la sensación de traición que había experimentado al enterarse de que Brad Davis le había robado. Y metódicamente, se recordó, mientras le ofrecía apoyo y consejo. Había sido muy listo, desde luego, reflexionó. Había desviado su atención hacia los Efron mientras iba sacando el ganado por las cercas del lado opuesto. Hasta que encontrara un nuevo especialista en cría de bovino, tendría que ocuparse ella de hacer el trabajo de Brad.

Le sentaría bien, se dijo, tener la mente ocupada y lejos de otros asuntos. Zac. Si quisiera verla, sabía dónde encontrarla. Aparentemente, les había hecho un favor a los dos al rechazarlo semanas atrás. De no haberlo hecho, ambos se encontrarían en una situación dolorosa. De ese modo, en cambio, cada uno seguiría su propio camino, exactamente como ella había sabido que sería desde el principio. Quizá hubiera tenido algunos momentos de debilidad, como esa mañana en el Double E, pero no durarían. Durante las semanas siguientes estaría demasiado ocupada para preocuparse de Zac Efron y esas tontas fantasías.

Se dijo que no había tenido la intención de ir a la charca, sino que Reina había tomado ese camino. En todo caso, seguía siendo un lugar que elegiría para estar sola, independientemente de los recuerdos que despertara en ella.

Había luna llena y su resplandor plateado iluminaba la maleza. Se dijo a sí misma que no era infeliz, que estaba cansada después de un día largo en el que había tenido que recorrer muchas millas, hablar con el sheriff, responder preguntas. No podía ser infeliz justo cuando acababa de recuperar lo que era suyo.

Una vez que pasara el cansancio, lo celebraría.

Cuando vio la luna reflejada en el agua, obligó a Reina a ir más despacio. No se oía más ruido que el de los cascos de su caballo. Oyó al semental en cuanto la yegua percibió su olor. Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, consiguió dominarla y la hizo detenerse. La yegua estaba asustada. De pronto, Zac surgió de entre las sombras de un álamo sin decir nada.

Sabía que ella iría, antes o después. Podría haber ido a verla al rancho o haber esperado a que ella fuera a buscarlo, pero se había dado cuenta de que tendrían que encontrarse allí, en un lugar que era de ambos, que les pertenecía a los dos.

Era mejor afrontar aquello de una vez y resolverlo, se dijo Vanessa, y mientras desmontaba se dio cuenta de que sus manos estaban húmedas por el sudor. Nada la habría puesto más en guardia. En absoluto silencio ató a la yegua. Cuando se giró, se encontró con que Zac había avanzado hasta donde ella estaba, tan silenciosamente como el gato montés con el que una vez lo había comparado. Se puso muy rígida y habló con tono impasible.

Ness: Así que has vuelto.

Zac la miró con ojos tranquilos y divertidos al mismo tiempo, y estudió su cara.

Zac: ¿Acaso pensabas que no volvería?

Vanessa alzó la barbilla, exactamente como él esperaba que hiciera.

Ness: No he pensado en el tema, ni poco ni mucho.

Zac: ¿No? -sonrió, eso debería de haber puesto sobre aviso a Vanessa-. ¿Y en esto, has pensado en esto?

La atrajo hacia sí con una mano en su cintura y otra en su nuca, y devoró la boca que tanto ansiaba. Esperaba que forcejeara, e incluso con eso habría disfrutado, pero ella le devolvió el beso con la misma fuerza y el entusiasmo que recordaba.

Cuando apartó la boca de ella, Vanessa enterró la cara en su hombro. Todavía la deseaba, la idea martilleaba una y otra vez en su mente. No lo había perdido, todavía no.

Ness: Abrázame -murmuró-. Por favor, sólo un minuto.

¿Cómo lo lograba?, se preguntó Zac. ¿Cómo conseguía que pasara de la pasión a la ternura en cuestión de segundos? Tal vez todavía no había llegado a entenderla del todo, pero no tenía intención de dejar de estudiar.

Cuando Vanessa se sintió más tranquila, se apartó de él.

Ness: Quiero agradecerte lo que has hecho. El sheriff me ha contado que encontraste las pruebas a través de Jensen y...

Zac: No quiero hablar del ganado, Vanessa.

Ness: No -se agarró las manos y se dio la vuelta. No, debían dejar de lado eso y ocuparse de lo que verdaderamente importaba. De lo que era vital-. He pensado en lo que pasó, lo que dijiste la última vez que nos vimos -¿dónde estaban todos los discursos que había preparado? Tan pausados, tan lúcidos... Se retorció los dedos hasta que le dolieron y luego los separó-. Zac, te dije que no hacía falta que me dijeras esas cosas, e iba en serio. Algunas mujeres sí lo necesitan.

Zac: Yo no se lo estaba diciendo a «algunas mujeres».

Ness: Es fácil decir esas cosas -le dijo con un vibrante suspiro-. Muy fácil.

Zac: Para mí no.

Ella se dio la vuelta lentamente, con cautela, como si se temiera que él pudiera hacer un movimiento para el que no estuviera preparada. Parecía muy tranquilo, pensó. Y, sin embargo, el modo en que la luz de la luna incidía en sus ojos...

Ness: Es duro -murmuró-.

Zac: ¿El qué?

Ness: Quererte.

Zac podría haber ido derecho hasta donde ella estaba en ese instante y haberla abrazado hasta que dejara de hablar, de pensar, pero Vanessa tenía la barbilla levantada y los ojos humedecidos por las lágrimas.

Zac: Quizá así es como tiene que ser -respondió-. No te estoy ofreciendo un camino de rosas.

Ness: Nadie me ha amado como yo quería -tragó saliva y retrocedió un poco-. Nadie excepto Jack, y él nunca me lo dijo. No tenía necesidad de hacerlo.

Zac: Yo no soy Jack, ni tu padre. Y nadie va a quererte nunca tanto como te quiero yo -dio un paso hacia ella y, aunque Vanessa no siguió retrocediendo, todos sus músculos se pusieron en tensión-. ¿De qué tienes miedo?

Ness: ¡No tengo miedo!

Zac: Más miedo que un condenado -se aproximó a ella-.

Ness: De que dejes de amarme -le salió cuando se agarró las manos por detrás de la espalda. Una vez que había empezado, las palabras continuaron saliendo deprisa y sin interrupciones-. De que decidas que en realidad nunca me has querido. Y de permitirme a mí misma empezar a depender de ti y a necesitarte. He pasado la mayor parte de mi vida averiguando la manera de no depender de nadie, para nada.

Zac: Yo no soy nadie -respondió tranquilamente-.

La respiración de Vanessa se alteró.

Ness: Desde que te fuiste, lo único que me importaba era que volvieras.

Él la agarró por los hombros.

Zac: ¿Y ahora que he vuelto?

Ness: No podría soportar que te marcharas de nuevo. Y aunque creo que aguantaría el golpe, lo que no puedo aguantar es vivir con miedo -puso las manos contra su pecho cuando Zac empezó a tirar de ella hacia sí-.

Zac: Vanessa, ¿crees que puedes decirme lo que estaba deseando oír y esperar que me guarde las manos en los bolsillos? ¿Es que no sabes que el peligro es para los dos, que los dos corremos el riesgo de depender; el uno del otro?

Ness: Tal vez -se obligó a respirar hondo para tranquilizarse-, pero las personas no siempre buscan lo mismo.

Zac: ¿A qué te refieres?

Esa vez Vanessa se humedeció los labios.

Ness: ¿Vas a casarte conmigo? -vio que la pregunta lo dejaba sorprendido y se puso rígida de nuevo-.

Zac: ¿Es una proposición de matrimonio?

Vanessa se soltó de su abrazo, enfadada consigo misma por ser tan tonta y con él por reírse de ella.

Ness: Vete a paseo -le dijo mientras se encaminaba hacia su yegua-.

Él la atrapó por la cintura y la levantó en brazos mientras ella pataleaba en el aire.

Zac: Tienes la mecha muy corta, enseguida explotas -murmuró, y volvió a plantarla en el suelo-. Tengo la sensación de que voy a pasarme la mayor parte de mi vida forcejeando contigo -armándose de paciencia, esperó hasta que ella dejó de decir palabrotas y se fue calmando y recobrando el aliento-. Había planeado preguntártelo de otra manera -empezó a decir-, digamos «¿Querrías casarte conmigo?». Pero ya veo que es una pérdida de tiempo -cuando ella levantó la cara y se quedó mirándolo fijamente, él sonrió-. Qué guapa eres. Y no discutas -le advirtió al ver que abría la boca-, pienso decírtelo siempre que me apetezca, así que vete acostumbrándote desde ahora.

Ness: Te estabas riendo de mí -comenzó a decir, pero la interrumpió-.

Zac: De los dos -bajó la cabeza y la besó. Primero con delicadeza, luego con creciente pasión-. Ahora... -con cautela, le fue soltando las muñecas- te doy una semana para que organices las cosas en tu rancho.

Ness: Una semana...

Zac: Cállate -ordenó-. Una semana; y luego los dos vamos a tomarnos la siguiente de vacaciones para casarnos.

Vanessa se quedó pensándolo. Estaba radiante.

Ness: No se necesita una semana entera para casarse.

Zac: De la manera en que quiero yo, sí. Y cuando volvamos...

Ness: ¿Volver?, ¿de dónde?

Zac: De cualquier sitio donde podamos estar solos. Cuando volvamos, empezaremos a hacer planes.

Ella se puso de puntillas y lo miró a los ojos.

Ness: Mientras me gusten... Zac, dilo otra vez mirándome.

Zac: Te quiero, Vanessa. Y la mayor parte del tiempo me gusta cómo eres, aunque tampoco es que me disguste pelear contigo.

Ness: Creo que lo dices en serio -cerró los ojos un momento. Cuando volvió a abrirlos, sonreían-. Es arriesgado creer en la palabra de un Efron, pero me arriesgaré.

Zac: ¿Y qué me dices de los Hudgens?

Ness: La palabra de un Hudgens es sagrada -afirmó levantando la barbilla-. Te quiero, Zac. Voy a ser una esposa desesperante y un desastre como pareja -sonrió y él la besó en los labios-. ¿Qué hay de esos planes?

Zac: Tú tienes un rancho y yo otro -señaló mientras te besaba la palma de la mano-. Me tiene sin cuidado si los administramos por separado o juntos, pero está la cuestión de dónde vamos a vivir. Lo de «tu casa», «mi casa»... no va a funcionar. Así que será mejor que construyamos una casa que sea de los dos, nuestra casa, para criar allí a nuestros hijos.

«Nuestra», «nuestros». Vanessa pensó que eran las palabras más bonitas del idioma. Las iba a usar una docena de veces al día durante el resto de su vida.

Ness: ¿Dónde?

Él miró por encima de la cabeza de Vanessa y observó la charca, la soledad del lugar.

Zac: Justo en el punto por donde tendría que pasar la cerca, en el límite entre tus tierras y las mías.

Con una carcajada, ella giró el cuello para mirar.

Ness: ¿Qué cerca, qué límite?


FIN


¡Qué bonito!
Qué raro que todo saliera bien al final ;) XD

Espero que os haya gustado la novela. Pronto pondré la siguiente.

¡Thank you por los coments y las visitas!
¡Comentad, please!

¡Un besi!


lunes, 20 de junio de 2016

Capítulo 11


Para cuando entraron en el patio del rancho, Vanessa había decidido que probablemente le agradaría dejarse mimar por unas horas. Hasta donde recordaba, nadie le había prodigado nunca demasiadas atenciones. Había sido una niña fuerte, con buena salud. Cuando se ponía enferma, su padre ejercía de médico y le prescribía un tratamiento adecuado. Ella se había dado cuenta enseguida de que, cuanto menos se quejaba una, menos probabilidades tenía la aguja hipodérmica de salir del maletín negro. Jack siempre había considerado que los chichones y la sangre formaban parte de la rutina de cada día. Lavarse bien y volver al trabajo, eso era todo.

Así que, pensó, sería una experiencia muy interesante que sus arañazos y heridas recibieran consuelo. En particular, si Zac la besaba como lo había hecho al borde de la carretera..., de ese modo tan suave y cariñoso que hacía que la cabeza le diera vueltas.

Quizá no tuvieran a su alrededor el ruido, las luces y la música de la feria, pero podían crear sus propios fuegos artificiales, ellos solos, en Utopía.

Todos los edificios estaban tranquilos: los barracones, los establos, las cuadras... En lugar del ruido y el jaleo que eran habituales al final de la tarde, se extendía una paz absoluta en muchos acres a la redonda. Los animales que no se habían llevado a la feria, pastaban a su aire. Pasarían varias horas antes de que alguien regresara a Utopía.

Ness: Creo que nunca había estado aquí sola -murmuró cuando Zac detuvo el camión. Permaneció sentada y absorbió la paz y la tranquilidad del momento. Se le ocurrió que podía poner las manos delante de la boca a modo de megáfono y gritar si le apetecía, nadie la oiría-. Qué raro, incluso una se siente diferente. Siempre sabes que hay gente alrededor -bajó del camión y oyó el eco del ruido que hizo la puerta al cerrarse de golpe-. Alguien en los barracones, o en el comedor o en alguno de los otros edificios. La mujer de algún trabajador tendiendo la colada, trabajando en los jardines... Nunca lo piensas, pero es como una ciudad en miniatura.

Zac: Autosuficiente, independiente -le agarró una mano pensando que esas palabras eran también muy adecuadas para describir a Vanessa-.

Eran dos de las razones de que se hubiera sentido atraído hacia ella.

Ness: Así tiene que ser, ¿no? Es muy fácil quedarse aislado. Una mala tormenta y... Además, eso es lo que lo hace tan especial -aunque no comprendía la sonrisa que le lanzó Zac, también ella sonrió-. Estoy encantada de tener tantos trabajadores que se han instalado aquí -añadió-. Es difícil depender de los que van de paso -examinó el patio del rancho sin entender del todo su reticencia a entrar en casa-.

Era como si echara de menos algo. Se encogió de hombros y achacó su inquietud a la soledad del lugar, pero sin darse cuenta, ya estaba de nuevo examinando otra vez todos los rincones.
Zac la miró y vio que tenía el ceño fruncido y cara de concentración.

Zac: ¿Ocurre algo?

Ness: No sé... Tengo la sensación de que sí -volvió a encogerse de hombros y se giró hacia él-. Quizás me esté volviendo aprensiva -levantó un brazo y le echó un poco hacia atrás el ala del sombrero. Le gustaba cómo le dejaba la cara en sombra, acentuando así el ángulo de la mandíbula y haciendo que sus ojos parecieran aún más azules-. ¿No has dicho antes algo de rascarme la espalda mientras me doy un baño?

Zac: No, pero seguro que podrías convencerme.

Completamente conforme, ella se refugió entre sus brazos. Olía a colofonia y a cuero, pensó.

Ness: ¿Te he dicho ya lo dolorida que estoy?

Zac: No.

Ness: Es que no me gusta quejarme... -se acurrucó contra él-.

Zac: ¿Pero...? -apuntó con una sonrisa-.

Ness: Bueno, ahora que lo dices, hay uno o dos puntos que me escuecen un poco.

Zac: ¿Quieres que les dé un besito para que se pongan mejor?

Vanessa suspiró mientras él le frotaba dulcemente la oreja con los labios.

Ness: Si no es mucho pedir...

Zac: Soy muy compasivo -dijo, y luego la empujó suavemente hacia los escalones del porche. En ese momento Vanessa se acordó. Dio un grito y echó a correr por el patio del rancho-. ¡Vanessa! -la siguió diciendo palabrotas-.

¡Dios santo, cómo podía haberse olvidado! Vanessa corrió en dirección a la cerca del corral y se inclinó sobre ella. Vacío. «Vacío». Contrajo los dedos de las manos hasta cerrar con fuerza los puños mientras contemplaba el biberón que había dejado colgando en una esquina, a la sombra. El agua del abrevadero brillaba bajo la luz del sol. Las escasas paladas de pienso que le había dejado seguían intactas.

Zac: ¿Qué pasa?

Ness: Baby -murmuró, tableteando con la mano en la cerca-. Se han llevado a Baby -había empezado a hablar muy tranquila, pero cada vez se mostraba más agitada-. Han entrado en el patio de mi rancho, directamente, y me lo han robado.

Zac: Tal vez uno de tus hombres lo haya encerrado de nuevo en el establo.

Ella se limitó a negar con la cabeza y continuó tableteando con la mano en la cerca.

Ness: No bastaba con los quinientos -murmuró-. Tenían que venir aquí y robarme en mi propia casa. Debería haber aceptado la oferta de Brad, se ofreció a quedarse. Debería haberme quedado yo.

Zac: Vamos, miraremos dentro del establo.

Ella lo miró con ojos inexpresivos.

Ness: No está en el establo.

Él habría preferido que se pusiera rabiosa, o a llorar a lágrima viva, antes que ver en sus ojos esa mirada tan... resignada.

Zac: Puede que no, pero vamos a asegurarnos. Luego veremos si se han llevado algo más antes de llamar al sheriff.

Ness: El sheriff -se rió sin ganas y, con la mirada perdida, se quedó contemplando el corral vacío-. El sheriff.

Zac: Vanessa... -la rodeó con los brazos, pero ella se zafó de inmediato-.

Ness: No, esta vez no me voy a derrumbar -la voz le temblaba un poco, pero sus ojos mostraban resolución-. No lo van a conseguir.

Sería mejor que así fuera, pensó Zac. Estaba pálida, pero él ya conocía esa expresión. No había vuelta atrás.

Zac: Mira tú en el establo -sugirió-, yo revisaré las cuadras.

Vanessa siguió sus instrucciones, aunque sabía que era inútil. El establo de Baby estaba vacío. Miró las motas de heno y polvo que flotaban en el haz de luz que se filtraba por la puerta. Alguien se había llevado a la cría. ¿Quién? De nuevo cerró los puños con fuerza. De alguna manera, de algún modo, averiguaría su nombre. Giró sobre los talones y salió fuera. Aunque ardía de impaciencia, esperó hasta que Zac cruzó el patio y llegó hasta ella. No hacía falta decir nada. Se dirigieron juntos hacia la casa.

No se iba a dejar vencer, pensó Zac con admiración y preocupación. Sí, seguía estando pálida, pero su voz sonó firme y clara cuando llamó a la oficina del sheriff. Resignada, sí, estaba resignada a lo que había pasado, pero no consideraba que el asunto estuviera cerrado todavía.

Zac recordó la forma en que había acariciado al ternero cuando era todavía un recién nacido, la manera en que sus ojos se dulcificaban cuando hablaba con él. Era un error convertir en mascota a uno de los animales del rebaño, pero a veces pasaba. Ahora lo estaba pagando.

Con aire pensativo, empezó a hacer café. Consideraba que quienquiera que hubiera robado el ternero estrella de Utopía había cometido una equivocación. ¿Para hacerlo filetes? Apenas compensaría el riesgo y el esfuerzo. Además, ¿qué ranchero de la zona compraría un Hereford joven tan fácilmente identificable? Quienquiera que lo había robado era o muy codicioso o muy estúpido. En cualquiera de los dos casos, sería fácil atraparlo.

Vanessa se apoyó contra la pared de la cocina y continuó hablando por teléfono con voz tranquila. Él se dio cuenta de que estaba deseando protegerla, defenderla. Ella agarró la taza de café que le ofrecía con un breve asentimiento y continuó hablando. Él meneó la cabeza y se recordó que ya debería saber que Vanessa no aceptaría nada parecido. Bebió de su café mientras miraba hacia fuera por la ventana de la cocina y se preguntaba cómo se las arreglaba un hombre cuando amaba a una mujer que tenía más entereza que la mayoría de los hombres.

Ness: Hará lo que pueda -dijo al tiempo que colgaba el teléfono con brusquedad-. Voy a ofrecer una recompensa exclusivamente por Baby -se bebió la mitad del café que contenía la taza, solo y cargado-. Mañana iré a ver a los de la Asociación de Ganaderos de nuevo. Voy a presionarlos, y a fondo. La gente tiene que darse cuenta de que esto no va a detenerse en Utopía -clavó la mirada dentro de la taza y se terminó el café-. No dejo de repetirme que no es nada personal, incluso cuando encontramos en el cañón los huesos y las pieles, pero esta vez se han pasado de listos, Zac. La arrogancia deja pistas.

Había energía en su voz, determinación, y él la miró y sonrió.

Zac: Tienes razón.

Ness: ¿Por qué sonríes?

Zac: Estaba pensando que si los ladrones te vieran ahora, echarían a correr y no pararían hasta salir de los límites del condado.

Los labios de Vanessa se curvaron. Nunca habría pensado que fuera a sonreír tan pronto.

Ness: Gracias -le hizo un gesto con la taza y luego dejó ésta sobre la cocina-. Me parece que últimamente te digo esta palabra demasiadas veces al día.

Zac: No tienes por qué decirla. ¿Tienes hambre?

Ness: Hmmm -se llevó la mano al estómago y se quedó pensando un momento-. No sé.

Zac: Ve a darte un baño, yo prepararé algo para comer.

Vanessa fue hasta él, deslizó los brazos alrededor de su cintura y apoyó la cabeza en su pecho. ¿Cómo podía conocerla tan bien? ¿Cómo podía saber que necesitaba estar sola un rato para poner orden en sus ideas y sus sentimientos?

Ness: ¿Por qué eres tan bueno conmigo? -murmuró-.

Zac soltó una carcajada breve y enterró la cara en su pelo.

Zac: Dios sabrá. Vete a lavarte esas heridas.

Ness: De acuerdo -pero experimentó la urgente necesidad de darle un abrazo fuerte y apasionado antes de salir de la habitación-.

Habría deseado conocer un método mejor para expresar gratitud. Mientras subía al primer piso, deseó ser más hábil con las palabras. Si lo fuera, podría decirle cuánto significaba para ella que no le hubiera ofrecido más de lo que, con su forma de ser, le resultaba aceptable. Su apoyo ese día había sido firme pero no intrusivo, y le estaba dando tiempo para estar a solas sin dejarla sola. Quizá le había llevado demasiado tiempo descubrir lo especial que era Zac pero ya se había dado cuenta. No era algo que fuera fácil olvidar.

Según se quitaba la ropa, iba descubriendo que tenía más contusiones y heridas de las que creía. Mejor. Abrió el grifo del agua caliente hasta que el agua empezó a salir casi hirviendo. Unas cuantas heridas le darían algo concreto en lo que concentrarse. Prefería a las heridas que notaba en su interior. Sabia que era una tontería pensar que era como si hubiera traicionado a su abuelo, pero no podía librarse de esa sensación. Éste le había confiado algo y ella no había sido capaz de cuidarlo lo bastante bien. Se habría sentido mejor si Jack todavía estuviera allí para reñirla.

Con una mueca de dolor, se introdujo en la bañera. La piel del codo protestó, pero ella hizo caso omiso. ¿Uno de sus hombres?, pensó haciendo una mueca. Era muy posible. Llevar un camión hasta el corral, cargar el ternero y desaparecer.

Empezaría por hacer ella misma algunas averiguaciones, con discreción. Robar el ternero le habría llevado su tiempo. Quizá pudiera descubrir quién se había ausentado de la feria. Tal vez los ladrones fueran lo bastante confiados como para atreverse a hacer gastos extra, si se creían a salvo, y entonces... Entonces verían, pensó al tiempo que se relajaba dentro del agua.

Pobre Baby. Nadie perdería el tiempo rascándole las orejas ni hablando con él. Se hundió más en el agua hasta que su mente se quedó en blanco.

Pasó aproximadamente una hora hasta que bajó de nuevo a la cocina. Se había librado del agarrotamiento muscular y de casi toda la depresión. Deprimida, no podría actuar. Captó un aroma especiado y su estomago empezó a segregar jugos gástricos.

Cuando entró en la cocina, tenía el nombre de Zac en la punta de la lengua, pero la habitación estaba vacía. El contenido de una cacerola que hervía encima del fuego con siseos y escapes de vapor la atrajo irresistiblemente. Levantó la tapa, cerró los ojos y aspiró el olor. Chile, denso, fragante... Se le hizo la boca agua. No se lo tendría que pensar ni dos segundos si él le preguntara en ese momento si tenía hambre.

Agarró una cuchara y empezó a darle vueltas al guiso. Podía probarlo...

Zac: Mi madre solía darme un cachete en la mano si me veía haciendo eso -comentó-.

Vanessa dejó caer la tapa con estrépito.

Ness: ¡Maldita sea, Efron! Me has dado un susto de... -se giró y vio el ramillete de flores silvestres que sujetaba en la mano-.

Algunos hombres habrían parecido tontos, allí parados, con unas flores de colores vivos entre las manos curtidas por el trabajo y los elementos. Otros habrían tenido un aspecto ridículo. Zac no parecía ninguna de las dos cosas. Cuando le sonrió, algo dio un brinco en el pecho de Vanessa.

Parecía perpleja. No era que eso le importara, pero no era muy habitual sorprender a una mujer como Vanessa Hudgens. Mientras la miraba, Vanessa cruzó las manos detrás de la espalda. Él levantó una ceja. Si hubiera sabido antes que podía ponerla nerviosa con un ramillete de flores silvestres, habría arrancado un campo entero mucho antes.

Zac: ¿Te sientes mejor? -preguntó, y fue lentamente hacia ella-.

Vanessa se encontró apoyada contra la encimera antes de haberse dado cuenta de que había realizado ese movimiento defensivo.

Ness: Sí, gracias.

Él la miró fijamente, muy serio, pero sus ojos sonreían.

Zac: ¿Ocurre algo?

Ness: No. El chile huele de maravilla.

Zac: Aprendí a prepararlo en uno de los campamentos hace unos años -inclinó la cabeza y le besó las comisuras de los labios-. ¿No quieres las flores, Vanessa?

Ness: Sí, yo... -se dio cuenta de que estaba apretando tan fuerte los dedos de las manos que empezaba a dolerle. Enojada consigo misma, relajó éstas y agarró las flores que Zac le ofrecía-. Son muy bonitas.

Zac: Así huele tu pelo -murmuró, y vio que ella lo miraba con cautela. Inclinó la cabeza hacia un lado y la estudió-. ¿Nunca te habían regalado flores?

No desde hacía años, se percató Vanessa. Desde... los ramos de floristería con lazos vistosos y palabras dulces. Se dio cuenta de que se estaba poniendo en ridículo y se encogió de hombros.

Ness: Rosas -dijo despreocupadamente-. Rosas rojas.

Algo en su tono de voz lo puso sobre aviso. Enroscó la punta de un rizo alrededor de sus dedos con delicadeza. Tenía el color de la noche y el tacto de la seda.

Zac: Muy convencional -se limitó a decir-. Demasiado.

Algo parpadeó en el interior de Vanessa: certeza, precaución, necesidad... Con un suspiro, miró las flores que tenía en la mano.

Ness: En otra época, hace mucho, yo pensaba que también podría ser convencional.

Él le tiró del pelo hacia abajo hasta que ella levantó la cara para mirarlo.

Zac: ¿Era eso lo que deseabas?

Ness: En esa época yo... -se interrumpió, pero había algo en los ojos de Zac que exigía una respuesta-. Sí, lo habría intentado.

Zac: ¿Estabas enamorada de él? -no estaba seguro de por qué estaba hurgando en la herida, pero no podía evitarlo-.

Ness: Zac...

Zac: ¿Estabas enamorada?

Ella dejó escapar el aire lentamente. Mecánicamente, empezó a llenar de agua un jarrón para poner las flores.

Ness: Era muy joven. Se parecía muchísimo a mi padre: firme, tranquilo, dedicado a su profesión. Mi padre me quería porque ése era su deber como padre, no porque lo sintiera así. Hay una gran diferencia -el olor fresco y delicado de las flores subió hasta ella-. Tal vez, de alguna manera, pensaba que si él me aceptaba, sería como si me aceptara mi padre. No sé, era bastante tonta.

Zac: Eso no es una respuesta -descubrió que los celos podían ser muy amargos-.

Ness: Supongo que no estoy segura de cuál es la respuesta a tu pregunta -movió los hombros y esponjó las flores en el jarrón de cristal-. ¿Podríamos comer? -se quedó muy tranquila cuando él le puso las manos sobre los hombros, pero no pudo resistirse cuando le hizo darse la vuelta-.

Por un momento temió que dijera algo amable, dulce, que la socavara por completo. Vio algo de eso en su mirada, de igual modo que él vio que los ojos de Vanessa mostraban aprensión. Tiró de ella hacia sí y la besó.

Ella comprendió la turbulencia de sus sentimientos y se dejó llevar. Podía aceptar el deseo y la pasión sin miedo a contravenir sus propias reglas. Lo rodeó con los brazos y lo abrazó con fuerza. Sus labios lo buscaron. Si con el alivio venía mezclado un sentimiento más profundo, podía convencerse de que no era nada más complicado que la pasión.

Zac: Come deprisa. Estoy pensando en pasar cuatro horas haciendo el amor.

Ness: ¿No habíamos comido ya?

Él chasqueó la lengua y frotó la nariz contra el cuello de Vanessa.

Zac: No, tú no. Cuando le preparo la cena a una mujer, espero que, por lo menos, coma -le dio un palmada en el trasero para animarla a hacer lo que le decía y se apartó un poco-. Saca los tazones.

Vanessa se los pasó y contempló cómo los llenaba con raciones muy generosas.

Ness: Huele fenomenal. ¿Quieres una cerveza?

Zac: Sí.

Ella sacó dos del frigorífico y vertió el contenido en sendos vasos.

Ness: ¿Sabes?, si alguna vez te cansas de ser ranchero, podrías trabajar de cocinero en Utopía.

Zac: Siempre es un alivio saber que uno tiene un respaldo.

Ness: Ahora tenemos a una mujer de cocinera -continuó mientras tomaba asiento-. Los hombres la llaman Tía Sally. Se los ha ganado con sus galletas... -se calló para dar el primer bocado. Una oleada de calor se extendió desde la lengua por todo su cuerpo. Tragó y vio que Zac sonreía burlonamente-. Eres generoso con la pimienta, ¿eh?

Zac: Es lo que distingue a un hombre de un crío -llenó el tenedor hasta arriba-. ¿Te resulta demasiado picante?

Con desdén, ella tomó un segundo bocado.

Ness: No hay nada que no pueda tomar de todo lo que eres capaz de preparar, Efron.

Él se rió y siguió comiendo. Vanessa pensó que el primer bocado le había abrasado la boca hasta las cuerdas vocales. Comió con tanto entusiasmo como él, refrescándose de vez en cuando con un sorbo de cerveza.

Ness: La gente que vive en ciudades no sabe lo que se pierde -comentó mientras rascaba el fondo del tazón-.

Zac: ¿Quieres más? -le ofreció al ver cómo devoraba el último resto que le quedaba-.

Ness: No quiero morir. Dios santo, Zac, una dieta a base de esto y tienes asegurada una perforación de estómago. Está buenísimo.

Zac: Cuando era pequeño teníamos un capataz mexicano -le contó-. No he conocido a ningún hombre que supiera más de ganado que él. Pasamos juntos casi un verano entero en el campamento. Tienes que probar mis tortillas de harina de maíz.

Ese hombre era una caja de sorpresas, se dijo Vanessa al tiempo que apoyaba los codos en la mesa y dejaba descansar la barbilla entre las manos.

Ness: ¿Qué fue de él?

Zac: Ahorró lo suficiente, volvió a México y creó su propia ganadería.

Ness: El sueño inalcanzable -murmuró-.

Zac: Es muy fácil jugarse la paga del mes en una partida de póquer... y perder.

Vanessa asintió, pero sus labios esbozaron una sonrisa.

Ness: ¿Tú juegas?

Zac: Aguanto algunas manos. ¿Y tú?

Ness: Jack me enseñó. Tenemos que quedar para jugar un día de estos.

Zac: Cuando quieras.

Ness: Confío en mis habilidades como jugadora de póquer para conseguir resolver este asunto de los robos.

Zac vio que se levantaba y empezaba a recoger la mesa.

Zac: ¿Cómo?

Ness: La gente se vuelve descuidada cuando cree que estás dispuesta a darte por vencida. Han cometido un error llevándose a Baby, Zac. Los voy a atrapar, sobre todo si nadie sabe que ando tras ellos. He estado pensando en contratar a un detective privado, cueste lo que cueste. Prefiero pagar que permitir que sigan produciéndose robos.

Él se quedó sentado un rato oyendo el correr de agua en el fregadero, un ruido cotidiano, hogareño.

Zac: ¿Cómo va a repercutir todo esto en tus beneficios, Vanessa?

Ella giró la cabeza y lo miró por encima del hombro. Una mirada tranquila, fría.

Ness: Todavía puedo asumir el riesgo.

Él se guardó mucho de ofrecerle ayuda económica, aunque le fastidiaba. Se levantó y dio varias vueltas en torno a la cocina hasta situarse detrás de ella.

Zac: La Asociación de Ganaderos te respaldará.

Ness: Pero para eso tendría que contárselo todo y, cuanta menos gente esté al corriente, más eficaz será la labor del detective.

Zac: Quiero ayudarte.

Conmovida, Vanessa se dio la vuelta y lo abrazó.

Ness: Ya me has ayudado. Nunca lo olvidaré.

Zac: Para aceptar mi ayuda antes tienes que verte atada de pies y manos.

Ella se rió y levantó la cara hacia él.

Ness: No soy tan mala.

Zac: Peor. Si te ofreciera algunos hombres para patrullar tus tierras...

Ness: Zac...

Zac: ¿Ves? -la besó antes de que ella pudiera seguir protestando-. Yo mismo puedo trabajar para ti hasta que todo esté resuelto.

Ness: No puedo permitírtelo...

Él la besó de nuevo con fuerza.

Zac: Yo soy el que va a tener que verte preocupada y luchando -dijo mientras sus manos empezaban a bajar-. ¿Sabes cómo me afecta eso?

Ella intentaba concentrase en lo que le decía, pero la boca de Zac reclamaba toda su atención. El beso, picante, con sabor a especias, la dejó sin respiración, pero se aferró a él pidiendo más. Cada vez que la tocaba, en cuestión de segundos el deseo la dominaba. Nunca había conocido nada tan liberador, o que la hiciera prisionera con tanta facilidad. Habría luchado contra esto último si hubiera sabido cómo. No le quedaba más remedio que aceptar aquella prisión, igual que aceptaba el cielo abierto y el viento. Era el único hombre que podía conseguirlo.

Había algo que sí podía hacer por ella, pensó Zac. Hacerle olvidar los problemas y las penas, aunque fuera temporalmente. Incluso así, él lo sabía bien, si hubiera tenido elección, Vanessa habría mantenido cierta distancia, también en ese aspecto. Le habían hecho daño una vez, y todavía no confiaba del todo en él. La frustración que le produjo esa idea hizo que su boca se comportara con mayor rudeza y sus manos se mostraran apremiantes. Sólo en un aspecto Vanessa era completamente suya. La alzó en brazos y silenció sus protestas.

Vanessa era consciente de que la estaba llevando. Algo en su interior se rebelaba, y sin embargo... No la llevaba a ningún lugar donde ella no quisiera ir de buen grado. Quizá él necesitaba aquello, «romanticismo» lo había llamado en una ocasión. El romanticismo la asustaba, igual que las flores. Era muy fácil mentir a la luz de las velas, muy fácil engañar con flores y palabras dulces. Y ya no estaba segura de que las defensas que la protegían siguieran existiendo. Al menos frente a él.

Ness: Te deseo -las palabras surgieron de sus labios trémulos pegados a los de Zac-.

Éste la habría llevado a la cama, pero estaba demasiado lejos. La habría amado despacio, lentamente, como se merecía esa mujer, pero estaba demasiado ansioso por hacerla suya. Con su boca todavía unida a la de Vanessa, se dejó caer con ella encima del sofá y dejó que la pasión los devorara.

Ella entendió su desesperación. Era sincera y real. No podía caber duda del frenesí que dominaba su boca y el apremio que mostraban sus dedos al tocarla. El deseo no tenía sombras. Podía sentirlo latiendo en él tanto como en ella. Las palabrotas de Zac cuando la ropa se resistía la hacían reír. Ella lo volvía así de torpe, era el mayor cumplido que podían hacerle.

Él se mostraba despiadado y, cuando por fin logró tocarla sin la barrera de la tela interponiéndose entre los dos, la cabeza de Vanessa empezó a dar vueltas y más vueltas. Se dejó ir. Con cada caricia frenética y cada beso insaciable, se alejaba más y más del mundo estricto y práctico que ella había creado a su alrededor. En una época había buscado soledad, y recurría a la velocidad cuando deseaba sentirse libre. Es ese instante, Zac era todo lo que necesitaba.

Sintió el roce de su pelo en el hombro desnudo y saboreó incluso esa sensación tan simple. Le procuraba una dulzura que fluyó dentro de ella hasta que el ardor de la boca de Zac despertó de nuevo la pasión. Con él se había dado cuenta de que era posible tener las dos cosas. Sólo con él había reconocido su propia necesidad de tenerlas ambas. Esa revelación, al igual que la pasión que la dominaba, la hizo gemir.

¿Sabía lo entregada que estaba, tenía idea de lo increíblemente excitante que era? Zac tenía que luchar contra la necesidad de poseerla rápidamente, implacablemente, así como estaban, a medio desvestir. Ninguna mujer le había hecho perder el control de ese modo. Una mirada, un roce... y lo hacía suyo por completo. ¿Cómo era posible que ella no se diera cuenta?

El cuerpo de Vanessa discurría bajo sus manos fluido como el agua, embriagador como el vino. Sus labios tenían el tacto de la seda y la descarga de una corriente eléctrica. ¿Cómo era posible que una mujer no fuera consciente de esa combinación mortal?

Para recuperar el aliento, él llevó los labios a su garganta y se escondió allí. Aspiró el olor del baño que se había dado, un sutil aroma femenino que subsistía allí, en espera de seducir al amante. Entonces se acordó de las heridas. Meneó la cabeza para tratar de aclarar su mente.

Zac: Te estoy haciendo daño.

Ness: No -lo atrajo de nuevo hacia sí-. No, de verdad. No soy tan frágil, Zac.

Zac: ¿No? -levantó la cabeza para poder ver su cara-.

El delicado perfil, la piel de terciopelo que seguía siendo suave incluso después de una jornada al sol. La fragilidad que surgía y desaparecía en su mirada con la palabra indicada, la caricia apropiada.

Zac: Algunas veces sí -murmuró-. Deja que te lo demuestre.

Ness: No...

A pesar de sus protestas, la besó suavemente en los labios, con mucha dulzura y de manera tranquilizadora. Eso no hizo disminuir la pasión, tan sólo la retuvo mientras le mostraba la magia de un simple beso. Como si sus ojos no fueran a verla nunca más, le pasó los dedos por el rostro y estos trazaron la curva del pómulo y bajaron por el delgado perfil de la mandíbula.

Paciente, dulce, entre murmullos, sedujo a quien no necesitaba ser seducida. Tierno, minucioso, tranquilo, sus labios le mostraron lo que todavía no le habían dicho. La mano que Vanessa tenía en su hombro se deslizó hasta su cintura. Él le tocó la punta de la lengua con la suya y, lentamente, fue profundizando el beso hasta que ambos quedaron exangües. Luego prosiguió en la veneración cuidadosa de su cuerpo. Ella flotaba.

¿Había algún tipo de placer que él no pudiera mostrarle?, se preguntó Vanessa. ¿Este mundo de zumbidos sería otro aspecto de la pasión? Deseaba desesperadamente darle algo a cambio, sin embargo, su cuerpo se hundía, abrumado por el peso de tantas sensaciones. Sándalo y cuero, esos olores siempre le recordarían al él. El borde calloso de sus manos, resultado del roce diario de las riendas... Nada le gustaba tanto sobre su piel. Zac se movió, ella se hundió más en los cojines y él también.

Podía identificar su sabor, y otro que, se dio cuenta, debía de ser un resto del suyo en los labios de Zac. Su mejilla rozó la de él, no demasiado suave, pero Vanessa deseaba frotarse contra ella. Él susurró su nombre y ella volvió a sentir una calidez que la envolvía.

Incluso cuando sus manos empezaron a recorrerla, la excitación siguió siendo indefinida. No lograba salir de la nebulosa que la envolvía, y ya no lo intentaba. Su piel palpitaba y el temblor le llegaba hasta la sangre, hasta los huesos. La boca de Zac era toda suavidad en su pecho y, con la lengua, hábilmente, la hacía estremecerse; luego se relajaba y, a continuación, le provocaba un nuevo estremecimiento.

Él mantuvo aquel ritmo lento, a pesar de que bajo su cuerpo, Vanessa empezaba a retorcerse. El tiempo iba pasando mientras él se daba el gusto de mostrarle cada nueva delicia. Sabía que la tarde estaba acabando por el modo en que la luz incidía en rostro de Vanessa. Únicamente los murmullos y suspiros quebraban la paz que los rodeaba. Nunca se había sentido tan a solas con ella.

La poseyó lentamente, saboreando todos y cada uno de los momentos, de los movimientos, hasta que todo acabó.

Echada bajo él, Vanessa contempló cómo la luz se iba extinguiendo. Había sido como un sueño, pensó, como algo por lo que suspirarías a mitad de la noche, cuando los deseos se hacen con el control de la mente. ¿La conmovería más que la pasión con la que habitualmente se entregaban el uno al otro? De algún modo sabía que lo que acababa de experimentar era más peligroso.

Zac se movió y, aunque ella no se había quejado de su peso, se sentó y la atrajo hacia sí.

Zac: Me gusta cómo te quedas, suave y cálida, después de hacer el amor.

Ness: Nunca antes había sido así -murmuró-.

Las palabras lo emocionaron, no pudo evitarlo.

Zac: No -echó hacia atrás la cabeza de Vanessa y la besó de nuevo-. Pero volverá a ser igual.

Quizá porque ella deseaba más que nada agarrarse a algo, quedarse, depender, precisamente por eso se alejó de él.

Ness: Nunca estoy segura de cómo interpretarte.

Algo indicaba a Vanessa que era hora de ir con tiento.

Estaba perdiendo pie, no comprendía absolutamente nada.

Zac: ¿En qué sentido?

Cedió ante la necesidad de abrazarlo de nuevo y notó cómo una mano le acariciaba arriba y abajo la espalda desnuda con naturalidad. Con renuencia, se escabulló entre sus brazos y se puso la camisa.

Ness: Eres muchas personas diferentes a la vez, Zac Efron. Cada vez que pienso que por fin sé quién eres, te transformas en alguien distinto.

Zac: No -antes de que ella pudiera abotonarse, tiró de la pechera de la camisa para atraerla de nuevo hacia sí-. Distintos estados de ánimo no significan que sea otra persona.

Ness: Quizá no -lo desconcertó besándole la palma de la mano-, pero sigo sin poder entenderte.

Zac: ¿Eso es lo que quieres, entender?

Ness: Soy una persona simple.

Él se quedó mirándola fijamente mientras ella continuaba vistiéndose.

Zac: ¿Estás de broma?

A Vanessa le pareció que en su voz asomaba la risa y lo miró entre seria y avergonzada.

Ness: No. Yo necesito saber dónde piso, qué opciones tengo, qué se espera de mí. En tanto sepa que puedo hacer bien mi trabajo y cuidar de lo que me pertenece, estoy satisfecha.

Él la miró pensativamente mientras se ponía los pantalones.

Zac: ¿Tan vital es para ti el trabajo?

Ness: Es lo que sé hacer. A la tierra la entiendo.

Zac: ¿Y a la gente?

Ness: No soy muy buena con las personas. A menos que las comprenda.

Zac se puso la camisa pero la dejó abierta, sin abrocharse los botones, y fue hasta ella.

Zac: ¿Y a mí no me comprendes?

Ness: Sólo a veces -murmuró-. Creo que cuando mejor te entiendo es cuando estoy enfadada contigo. Otras veces... -se estaba hundiendo en aguas aún más profundas, así que optó por alejarse-.

Zac: «Otras veces...» -repitió, sujetándola por los brazos-.

Ness: Otras veces no sé. Nunca me imaginé que acabaríamos juntos... de este modo.

Él le pasó los pulgares por la cara interior de los codos, allí donde le latía el pulso. Ya no era firme y regular.

Zac: ¿Qué significa «de este modo», Vanessa?

Ness: Pues nunca se me ocurrió que nos haríamos amantes. Nunca pensé que... -¿por qué le latía de nuevo el corazón con tanta fuerza?- que te desearía así -concluyó-.

Zac: ¿Ah, no? -hubo algo en la manera en que ella lo miró, como si no estuviera segura de sí misma, cuando él sabía que se esforzaba por estarlo, que lo volvió temerario-. Yo te deseé desde el primer momento en que te vi montada en tu yegua. Aunque había otras cosas que no me imaginaba, como encontrar esos puntos tan suaves en tu piel... y debajo de tu piel.

Ness: Zac...

Él movió la cabeza cuando ella trató de detenerlo y continuó hablando.

Zac: Ponerme a pensar en ti de repente, en mitad del día, en mitad de la noche; recordar la manera que tienes de pronunciar mi nombre.

Ness: No sigas.

Él notó cómo ella empezaba a temblar antes de intentar apartarse.

Zac: Maldita sea, ya es hora de que oigas lo que siento. Te quiero, Vanessa.

Lo primero que ella sintió fue pánico, incluso después de haber empezado a recurrir a sus reservas mentales.

Ness: No, no tienes por qué decirme eso -hablaba deprisa, con voz firme-. No espero que me digas ese tipo de cosas.

Zac: ¿Se puede saber de qué estás hablando? -la zarandeó, primero con frustración y luego con enfado-. Yo sé qué es lo que tengo que decir y lo que no. Y no importa si no es lo que esperas oír, porque vas a tener que oírlo de todas formas.

Vanessa recurrió a su mal genio porque sabía que, si se dejaba llevar por la emoción, ésta podría traicionarla. Si no tuviera su orgullo, le habría dicho cuánto la hería esa frase dicha tan a la ligera.

Ness: Zac, ya te he dicho que no necesito que me acaricies el oído con palabras tiernas. Ni siquiera me gusta. Sea lo que sea esto que hay entre nosotros...

Zac: ¿Y qué hay entre nosotros? -No sabía que alguien pudiera herirlo de esa forma, no tanto como para sentir que la sangre abandonaba sus venas allí mismo donde estaba. Acababa de decirle que la amaba. Era la primera vez que le decía eso a una mujer, y ella le respondía con hielo-. Dime qué hay entre nosotros. ¿Sólo esto? -señaló con una mano el sofá, que todavía guardaba la huella de sus cuerpos-. ¿Para ti es sólo esto, Vanessa?

Ness: Yo no... -dentro de ella se libraba una batalla tan feroz que apenas podía respirar-. Yo creía que para ti... -asustada se llevó las dos manos a la cabeza y se echó el pelo hacia atrás. ¿Por qué le hacía eso, justo cuando ella estaba empezando a entender lo que quería de ella y lo que ella buscaba en él?-. No sé qué es lo que quieres, pero yo... yo no puedo darte más de lo que ya te he dado. Es mucho más de lo que nunca le he dado a nadie.

Zac aflojó la presión con la que retenía sus brazos hasta que retiró las manos. Eran iguales en muchas cosas, y una de ellas era el orgullo. Mientras se abotonaba la camisa, le dirigió una mirada desapasionada.

Zac: Has dejado que algo se congele en tu interior, chica. Si todo lo que quieres es un poco de calor en las noches frías, no creo que te resulte difícil encontrarlo. Yo, personalmente, aspiro a algo más.

Ella vio cómo salía por la puerta y oyó el ruido del motor del camión, que quebró el silencio, mientras el sol se ocultaba en el horizonte.




Ay Ness, con lo que Zac te quiere y tú le dejas escapar (¬_¬)
Espero que no tarde mucho en ir tras él.
Y Baby seguro que aparece ^_^

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¡Un besi!


viernes, 17 de junio de 2016

Capítulo 10


Ni el camino largo y polvoriento hasta la ciudad, ni las altas temperaturas habían hecho mella en su ánimo. Era Cuatro de Julio y la jornada, que sería estridente y prolongada, no había hecho más que empezar.

A primera hora de la mañana, el área de expositores estaba a rebosar: rancheros, cowboys, esposas, novias... y los que buscaban novia para pasar el día. Había animales de primera categoría expuestos a la mirada del público, sobre los que se podía charlar, alardear y a lo cuales también se podía estudiar con detenimiento.

Los cowboys lucían sus mejores galas. Camisas almidonadas y tejanos apretados, las botas y los sombreros que se guardaban para las ocasiones, cinturones con vistosas hebillas. Los niños iban endomingados, y su ropa prometía acabar cubierta de polvo y manchada de verdín al final del día.

Para Vanessa aquél era el primer día libre de preocupaciones de la temporada, y estaba decidida a disfrutarlo precisamente para compensar todo lo que había sufrido en los últimos tiempos. Durante las siguientes veinticuatro horas iba a dejar a un lado las preocupaciones, las cifras de los libros de cuentas y a olvidarse de que era la jefa, una posición que tantos sacrificios le costaba. Ese día cálido y soleado, iba a limitarse a disfrutar de formar parte de un grupo de hombres y mujeres que vivían por y para la tierra.

Cerca del corral y de la zona de establos, había un murmullo alegre de voces. El olor fuerte de los animales impregnaba el aire. Desde alguna parte sonaba ya la música de un violín. Al atardecer habría más música, y baile. Antes se celebrarían juegos para pequeños y mayores, se entregarían los premios y se ofrecería comida suficiente como para dar de comer dos veces a todo el país. Su nariz detectó el olor especiado de una tarta de manzana todavía caliente cuando alguien pasó a su lado con una cesta muy llena. Se le hizo la boca agua.

Lo primero era lo primero, se recordó mientras se daba una vuelta para comprobar cuáles eran las posibilidades de su toro.

Participaban seis competidores en total, todos muy musculosos y de apariencia feroz. Los cuernos eran puntiagudos y peligrosos; la piel, lustrosa y bien cuidada. Los estudió todos con objetividad, fijándose en cuáles eran sus virtudes y defectos. No había duda de que su mayor competidor era el toro que presentaba el Double E. Le habían dado el lazo azul tres años seguidos.

Pero ese año no, se dijo en silencio mientras lo recorría con la vista. En peso quizá venciera al suyo, pero le parecía que su toro era un poco más ancho de hombros. Y no cabía duda de que su color y sus manchas de Hereford eran perfectas, además de que el perfil de su cabeza era superior.

«Ha llegado la hora de que dejes paso a sangre nueva», dijo al campeón. Complacida consigo misma, enganchó los pulgares en los bolsillos traseros de sus tejanos. Un primer puesto y ese lazo azul servirían para compensar todo lo que había padecido las semanas anteriores.

Paul: Sabes reconocer a un campeón cuando lo tienes ante tus ojos...

Vanessa se giró al oír esa voz amenazadora, que todavía conservaba un resto de firmeza. Paul Efron iba vestido a la perfección, pero su cara de halcón estaba muy pálida debajo del Stetson. Su bastón era elegante y con empuñadura dorada, pero no le quedaba más remedio que apoyarse en él con todo su peso. Cuando sus ojos se cruzaron con los de ella, sin embargo, Vanessa vio que eran retadores y retenían más vida que el resto de su anatomía.

Ness: Sé reconocer a un campeón en cuanto lo veo -acordó, y desvió la mirada hacia su propio toro-.

Él soltó una carcajada y balanceó su peso sobre la otra pierna.

Paul: He oído hablar mucho de tu nuevo chico -estudió al toro con el ceño ligeramente fruncido y no pudo evitar sentir una punzada de envidia-.

Él también sabía reconocer a un campeón en cuanto lo veía.

Sintió el calor del sol en la espalda y, por un instante, sólo por un instante, deseó desesperadamente ser joven otra vez. Los años devoraban la fuerza. Si pudiera tener cincuenta años de nuevo y fuera el propietario de ese animal... Pero no era un hombre al que le gustaran las lamentaciones.

Paul: Tiene posibilidades -se limitó a decir-.

Ella supo reconocer algo de envidia y sonrió. Nada podría haberla complacido más.

Ness: Un segundo puesto tampoco está mal -replicó sutilmente-.

Efron le lanzó una mirada penetrante, se quedó con la vista clavada en sus ojos y luego se echó a reír al ver que ella no titubeaba.

Paul: Vaya, eres toda una mujer, ¿verdad, Vanessa Hudgens? El viejo te enseñó bien.

La sonrisa de Vanessa mostraba un ánimo más desafiante que divertido.

Ness: Bueno, lo suficiente como para dirigir Utopía.

Paul: Pudiera ser -reconoció-. Los tiempos cambian. -No cabía duda de que había cierto rencor en sus palabras, pero ella podía entenderlo. Y hasta darle su comprensión-. Lo de tu ganado... -la miró y vio que la expresión de Vanessa era tranquila, impasible. Experimentó el súbito deseo de estar sentado frente a ella en una mesa de póquer y con un buen montón de dinero en juego- es abominable -dijo con una rabia que le robó momentáneamente la respiración-. En otra época a los ladrones de ganado se los ahorcaba.

Ness: Ahorcarlos no serviría para recuperar mi ganado -afirmó con calma-.

Paul: Zac me contó lo que encontrasteis en el cañón -miraba fijamente los dos toros. Eran la savia vital de los ranchos; proporcionaban los beneficios e indicaban su posición en el sector-. Muy duro para ti, y para todos nosotros -añadió, y volvió a mirarla-. Quiero que comprendas que tu abuelo y yo tuvimos nuestros problemas. Era un terco y un testarudo.

Ness: Cierto -se mostró de acuerdo con tanta rapidez que Efron se rió-. Usted podría comprender sin problema a un hombre así.

Efron dejó de reírse y le lanzó un mirada relampagueante que ella le devolvió.

Paul: Comprendo a un hombre así -reconoció-. Y quiero que sepas que si le hubiera ocurrido a él, lo habría apoyado, igual que habría esperado su apoyo si hubiera sido a la inversa. Los enfrentamientos personales no tienen cabida en estos casos. Somos rancheros.

Había un dejo de orgullo en su voz al pronunciar aquellas palabras que hizo que la propia Vanessa levantara la barbilla.

Ness: Lo sé muy bien.

Paul: Sería fácil decir que al ganado pudieron sacarlo por mis tierras.

Ness: Sería fácil -repitió con un asentimiento de cabeza-. Si me conociera mejor, señor Efron, sabría que no soy tonta. Si creyera que usted se está comiendo mis filetes, ya lo estaría pagando.

Los labios de Efron se curvaron en una sonrisa admirativa.

Paul: El viejo te enseñó bien -repitió tras un momento de silencio-. Aunque continúo creyendo que una mujer que dirige un rancho necesita tener un hombre a su lado.

Ness: Tenga cuidado, señor Efron, estaba empezando a pensar que podía llegar a tolerarlo.

Él se rió de nuevo, tan complacido que Vanessa sonrió abiertamente.

Paul: Soy demasiado viejo para cambiar, niña -sus ojos se entrecerraron levemente, como Vanessa había visto que se entrecerraban los de Zac. Se le ocurrió que, dentro de cuarenta años, éste tendría el mismo aspecto de su padre, esa misma fuerza algo mermada. La fuerza que uno quería que lo respaldara cuando había dificultades-. He oído que mi hijo te ha echado el ojo... No puedo acusarlo de mal gusto.

Ness: ¿Eso ha oído? -replicó con calma-. ¿Y se cree todo lo que oye?

Paul: Si no se ha fijado en ti -contraatacó-, es que no es tan listo como pensaba. Los hombres necesitan una mujer que les haga sentar la cabeza.

Ness: ¿Ah, sí? -dijo secamente-.

Paul: No te alborotes, niña -ordenó-. En otra época le habría arrancado el pellejo por dedicarle más de una mirada a una Hudgens. Los tiempos cambian -repitió con evidente falta de entusiasmo-. Somos vecinos desde hace al menos un siglo, nos guste o no.

Vanessa se sacudió un momento la manga.

Ness: No estoy pensando en hacer sentar la cabeza a nadie. Ni en una fusión.

Paul: A veces nos encontramos con cosas que no andábamos buscando -sonrió mientras ella lo miraba fijamente-. Ahí tienes a mi Karen, nunca me figuré que acabaría con una belleza que siempre me hace sentir como si debiera ir a limpiarme los pies en el felpudo de la entrada, incluso aunque no haya salido a trabajar al campo.

A su pesar, Vanessa se rió, y luego se sorprendió a sí misma tomando a Efron del brazo para alejarse de allí.

Ness: Tengo la sensación de que está intentando enterrar el hacha de guerra -al notar que su acompañante daba un respingo, Vanessa chasqueó la lengua y continuó hablando-. No se alborote -pidió con calma-. Mi deseo también es que declaremos una tregua. Zac y yo... nos entendemos bien -dijo finalmente-. Me gusta su esposa y a usted, digamos que lo soporto.

Paul: Eres igual que tu abuela -murmuró-.

Ness: Gracias.

Mientras caminaban Vanessa notó que algunas personas los miraban con curiosidad. Un Hudgens y un Efron del brazo...; realmente los tiempos habían cambiado. Se preguntó cómo se sentiría Jack y decidió que, a su modo gruñón, lo habría aprobado. En especial si levantaba comentarios.

Cuando Zac la vio dirigirse lentamente hacia el ruedo, interrumpió la conversación que mantenía con un cowboy. Vanessa se estaba retirando el pelo detrás de las orejas; luego movió levemente la cabeza hacia su padre y las palabras que salieron de sus labios hicieron que éste se echara a reír. Si no estuviera ya loco por ella, Zac se habría enamorado en ese instante.

**: Oye, ¿esa que va con tu padre no es Vanessa Hudgens?

Zac: ¿Eh...? Sí -no perdió el tiempo en volver la vista hacia su interlocutor cuando podía mirar a Vanessa-.

**: Es muy guapa -señaló el cowboy con cierta melancolía-. Se dice que ella y tú... -se detuvo, helado por la mirada que le dirigió Zac, fría, inexpresiva, y carraspeó con la mano cerrada delante de los labios-. Sólo decía que la gente lo comenta; como los Efron y los Hudgens nunca han tenido mucho trato...

Zac: ¿Ah, no? -alivió el malestar de su interlocutor con una sonrisa antes de alejarse-.

Uno nunca podía estar seguro de lo que pensaba un Efron, se dijo el cowboy meneando la cabeza.

Zac: La vida te da sorpresas -comentó cuando se acercó a ellos-. ¿No ha corrido la sangre?

Ness: Tu padre y yo hemos llegado a un cierto entendimiento.

Vanessa le sonrió y, a pesar de que no se tocaron, Paul Efron confirmó que los rumores que había oído eran ciertos. La intimidad entre dos personas era difícil de disimular.

Paul: Tu madre me ha hecho prometer que haría de juez en el concurso de empanadas de carne picada -refunfuñó. Ya no se sentía tan melancólico pensando en lo que había perdido. Más bien experimentó una gran satisfacción al darse cuenta de que se perpetuaría a través de su hijo-. Luego iremos a los establos para veros -dirigió una mirada penetrante a Vanessa-. A los dos.

Se alejó lentamente. Vanessa tuvo que hundir las manos en los bolsillos de los pantalones para abstenerse de ayudarlo a caminar. Sabía que el gesto no sería bien recibido.

Ness: Vino a ver a los toros -informó a Zac cuando su padre ya no podía oírlos-. Creo que para poder hablar conmigo, muy amable de su parte.

Zac: Poca gente lo llamaría «amable».

Ness: Y poca gente ha tenido un abuelo como Jack Hudgens -se volvió hacia Zac y sonrió-.

Zac: Y tú ¿cómo estás?

Aunque hubiera querido, no habría podido evitar tocarla. Sus dedos le acariciaron la mejilla.

Ness: ¿A ti cómo te parece?

Zac: No te gusta que te diga que estás muy guapa.

Ella se rió y le dedicó una mirada coqueta, con aleteo de pestañas incluido. Era el primer gesto premeditadamente seductor que él le veía hacer desde que la conocía.

Ness: Hoy es un día especial.

Zac: ¿Y vas a pasarlo conmigo? -le tendió una mano-.

Sabía que si ella le daba la suya en público, en un lugar lleno de ojos curiosos y bocas deseosas de encontrar algún cotilleo sabroso, sería una señal de compromiso.

Los dedos de Vanessa se entrelazaron con los suyos.

Ness: Creía que nunca me lo ibas a pedir.

Pasaron la mañana como solían hacerlo las parejas en las ferias del condado desde hacía décadas. Había limonada para calmar la sed y concursos para divertirse. Era fácil reírse cuando el cielo estaba despejado y el sol prometía un día soleado.

Los niños corrían de un lado a otro con globos que sujetaban con dedos pringosos. Los adolescentes ligaban con el desenfado propio de su edad. Los viejos mascaban tabaco y se contaban historias de otras épocas. El aire olía a comida y animales.

Con el brazo de Zac alrededor de la cintura, Vanessa se mezcló entre la multitud que contemplaba un concurso en el que varios hombres trataban de atrapar a un cerdo resbaladizo. El suelo había sido inundado y luego removido para que el barro estuviera en perfecto estado. Al cerdo lo embadurnaban con grasa para que fuera aún más escurridizo y, además, era muy rápido, así que conseguía escapar al asedio de sus cinco perseguidores. La gente gritaba sugerencias, abucheaba, jaleaba y se reía a carcajadas. El cerdo chillaba y salía disparado, como una bala, fuera del alcance de las manos que pretendían atraparlo, cuyos dueños caían de bruces diciendo palabrotas.

Vanessa miró a Zac y luego, con una ligera inclinación de cabeza, señaló la pocilga, donde continuaban los gritos y el jaleo.

Ness: ¿No te gustan los juegos, Efron?

Zac: Me gusta inventarme los míos -la apretó contra sí-. Conozco un pajar muy tranquilo.

Ella evitó contestar con una risa. Zac nunca la había visto mostrarse deliberadamente provocativa y no sabía bien cómo comportarse, pero el brillo que percibió en los ojos de Vanessa lo hizo decidirse. Con un movimiento suave, la atrajo más hacia sí y le dio un sonoro beso. Un grupo de cowboys que había tras ellos los vitoreó. Cuando Vanessa consiguió recobrarse vio que dos de sus hombres la estaban mirando y sonreían.

Zac: Es un día especial -le recordó cuando ella dejó escapar un bufido-.

Vanessa echó la cabeza hacia atrás para mirarlo. Estaba muy orgulloso de ella, decidió; y se merecía un segundo. Su sonrisa hizo que él se preguntara qué escondía debajo de la manga.

Ness: ¿Quieres fuegos artificiales? -preguntó, y a continuación le echó los brazos al cuello y lo calló antes de que él pudiera contestar-.

Él la había besado de forma firme pero amistosa. El beso que ella le dio, en cambio, susurraba secretos que sólo ellos dos conocían. Zac no llegó a oír la segunda aclamación que les dedicaron, pero no le habría sorprendido notar que la tierra se movía bajo sus pies.

Ness: Te eché de menos anoche, Efron -susurró, y luego volvió a poner la planta completa del pie en el suelo, de modo que los labios de ambos se separaron-.

Dio un paso atrás antes de ofrecerle la mano y una sonrisa descarada.

Zac respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente.

Zac: Luego tendrás que terminar esto último, Vanessa.

Ella se rió de nuevo.

Ness: Eso espero. Vamos a ver si Bill gana también este año el premio al que más trozos de empanada pueda comer.

Él la siguió donde ella quiso. Se sentía como un chaval que saliera con una chica por primera vez. De pronto la veía rodeada de un aura de despreocupación. Por una vez se había descargado de todas las preocupaciones y responsabilidades y se había concedido permiso para divertirse. Y tal vez porque eso la hacía sentirse un poco culpable, como a una colegiala que hace novillos, el día resultaba todavía más especial.

Vanessa habría jurado que ese día el sol brillaba más que nunca y que el cielo nunca había estado tan azul. No recordaba haber estado tan dispuesta a pasárselo bien en toda su vida. Un trozo de tarta de cerezas le pareció ambrosia. Si hubiera podido, habría concentrado el día, cada momento, y lo habría metido dentro de una caja de donde pudiera sacar una hora de vez en cuando, cuando se sentía sola y cansada. Como eso era imposible, Vanessa decidió vivir plenamente cada instante.

A la hora en que comenzó el rodeo, estaba casi borracha de libertad. Cuando la Reina del Cuatro de Julio y su corte desfilaron alrededor del ruedo, todavía apretaba entre sus dedos el lazo azul.

Ness: Me debes cincuenta -le recordó a Zac con una sonrisa-.

Éste se hallaba sentado en el suelo cambiándose de botas. Se quitó las de paseo y se puso unas de diario.

Zac: ¿Por qué no esperamos a ver qué pasa con la otra apuesta?

Ness: Como quieras.

Vanessa se apoyó en un barril y oyó el regocijo de la multitud en las gradas. Estaba en forma y era consciente de ello. Había cambiado su suerte y no había problema que no pudiera afrontar.

Muchos cowboys y otros competidores estaban ya reunidos detrás de la rampa. Aunque todo parecía muy natural, la emoción flotaba en el ambiente. El aroma del tabaco escapaba de las cajitas metálicas que los hombres guardaban, invariablemente, en el bolsillo trasero derecho de los tejanos, y olía también al aceite de visón con el que se engrasaba el cuero. En seguida oyó el tintineo metálico de espuelas y arneses que indicaba que todos estaban revisando el equipo. Primero se celebraría la carrera de caballos con jinetes que montaban a pelo. Cuando oyó que la anunciaban, Vanessa se levantó y fue hasta la cerca para mirar.

Zac: Qué raro que no participes -comentó-.

Ella movió la cabeza con el propósito de frotarla contra su brazo. Esa era una de las escasas muestras de afecto que lo desarmaban por completo.

Ness: Demasiada energía -contestó riéndose-. Estoy dedicando el día a holgazanear. Me fijé antes en que te apuntabas en la lista de monta de potros salvajes -se echó el sombrero hacia atrás y levantó la vista hacia él-. ¿Es que sigues teniendo más arrestos que cerebro?

Él sonrió y se encogió de hombros.

Zac: ¿Estás preocupada por mí?

Vanessa soltó una carcajada.

Ness: Tengo un buen linimento para bajar la inflamación de los moratones que te van a salir.

Él le recorrió la columna con la yema de un dedo.

Zac: La idea es tentadora. Me encargaré de hacerme unos cuantos, pero ya sabes -la estrechó entre sus brazos con un gesto que era a la vez cariñoso y posesivo- que no me costaría nada olvidarme de todo esto -bajó la cabeza y le mordisqueó los labios, ajeno a lo que sucedía a su alrededor-. El rancho no está tan lejos, y allí no hay un alma. En un día tan bonito... estoy empezando a pensar en darme un chapuzón.

Ness: ¿En serio? -echó hacia atrás la cabeza para poder mirarlo a los ojos-.

Zac: Mmm. El agua debe de estar fresquita...

Ella chasqueó la lengua y puso los labios sobre los de él.

Ness: Después de la captura de novillo con lazo -dijo, y se escabulló-.

Vanessa prefería las gradas a los establos. Allí oía hablar a los hombres de otros rodeos y otras carreras mientras revisaba su equipo. Vio a una niña pequeña vestida con un traje de ante que se ponía muy nerviosa antes de la carrera de barriles. Un viejo amasaba un trozo de colofonia en la palma del guante con infinita paciencia. Una ligera brisa llevó hasta ella el olor de la carne a la parrilla.

No, pensó, su familia nunca podría entender el atractivo de aquello. Olores simples, conversaciones simples. Se habrían encontrado fuera de su ambiente, igual que siempre le pasaba a ella antes, cuando iba a la ópera con su madre. Era en ocasiones como ésa, cuando los demás la aceptaban tal y como era, cuando podía olvidarse de los momentos de pánico que había experimentado hasta hacerse mayor. No, no era que careciera de algo, como siempre había creído. Sencillamente era diferente.

Vio el concurso de monta de toros, estremecida por el peligro y animando a los participantes, que se medían contra bichos de una tonelada. Había caídas, toques de silbato y payasos que hacían divertido aquel espectáculo terrorífico. Medio soñando, se inclinó sobre una cerca en el momento en que un toro sin jinete bufaba y embestía en el ruedo, para finalmente descargar su mal genio contra un payaso que se protegía dentro de un barril. La gente hablaba muy alto, pero ella distinguía perfectamente la voz de Zac, que charlaba con Bill por allí cerca. Captaba trozos de la conversación sobre el potro alazán que le había correspondido a Zac. Muy agresivo. Le gustaba tratar de descabalgar al jinete corcoveando en círculos. Relajada, Vanessa pensó que disfrutaría viendo a Zac agarrado con uñas y dientes al alazán; y le ganaría otros cincuenta dólares.

Pensó que el día estaba hecho para ella, para disfrutarlo, cálido, soleado y sin exigencias. Tal vez se hubiera sentido así de relajada alguna vez, así de feliz, pero le costaba trabajo recordar cuándo había experimentado ambas sensaciones con tanta intensidad, y se propuso saborearlas.

Entonces todo pasó tan deprisa que no le dio tiempo a pensar, sólo a reaccionar.

Oyó la risa infantil cuando estaba estirando los músculos de la espalda. Sin saber muy bien qué pasaba, vio algo rojo que cruzaba como una bala, se introducía bajo las tablas de la cerca y caía al otro lado. Pero luego vio al niño dentro del ruedo. Estaba tan cerca de ella que le rozaba los tejanos mientras ganaba detrás de su pelota. Antes de que la madre tuviera tiempo de gritar, Vanessa ya había saltado la cerca. Le pareció oír la voz de Zac, entre furioso y aterrorizado, que pronunciaba su nombre.

Por el rabillo del ojo, vio que el toro se daba la vuelta hacia ellos. El animal, excitado y nervioso por la carrera, la miró, pero ella no se detuvo. Conservó la sangre fría.

No oía el caos de los espectadores, que se pusieron en pie de un salto, ni la confusión que se creó en las gradas cuando echó a correr detrás del niño. Notó cómo temblaba la tierra cuando el toro cargó en dirección a ellos. No podía perder tiempo llamando al niño. Guiada por el instinto, se lanzó sobre éste y dejó que el impulso la proyectara hacia delante. Cayó con un golpe seco, cuan larga era, encima del niño y el golpe los dejó a ambos sin respiración. Cuando el toro los rozó, Vanessa sintió una bocanada de aire caliente.

«No te muevas», se ordenó a sí misma, aplastando al niño sin piedad bajo ella cuando éste empezó a retorcerse. No respires. Podía oír gritos cerca de ella, pero no se atrevía a levantar la cabeza para mirar. No la había corneado. Tragó saliva al pensarlo; no, si le hubiera dado una cornada, ya lo notaría. Y no la había pisoteado. Todavía.

Alguien estaba repartiendo insultos y palabrotas airadamente. Vanessa cerró los ojos y se preguntó si sería capaz de ponerse en pie de nuevo. El niño estaba empezando a llorar y ella trató de amortiguar el sonido del llanto con su cuerpo.

Cuando sintió que unas manos se introducían bajo sus axilas, se revolvió y empezó a forcejear.

Zac: ¡Serás idiota!

Vanessa reconoció la voz y se relajó. Dejó que la alzara y la pusiera de pie. Habría trastabillado si él no la hubiera sujetado con tanta firmeza.

Zac: ¿Qué pretendías?

Miró a Zac, que estaba muy pálido y la zarandeaba.

Zac: ¿Estás bien?, ¿tienes heridas?

Ness: ¿Qué?

Él volvió a zarandearla porque las manos no dejaban de temblarle.

Zac: ¡Maldita sea, Vanessa!

A Vanessa, la cabeza todavía le daba vueltas, un poco como cuando había intentado mascar tabaco aquella vez. Le llevó un rato darse cuenta de que alguien le estaba agarrando una mano. Abstraída, oyó cómo la madre le expresaba una gratitud envuelta en lágrimas mientras el niño sollozaba a gritos con la cara enterrada en la camisa del padre. El niño de los Simmon, pensó mareada. El niño que solía jugar en el patio del rancho mientras su madre tendía la ropa y su padre trabajaba.

Ness: Está bien, Joleen -consiguió decir, aunque su boca no quería obedecer la orden de su cerebro-. Quizá un poco magullado.

Zac la hizo callar y la arrastró para sacarla de allí. Ella tenía la impresión difusa de un mar de caras y la rabia de Zac, que bullía.

Zac: ...te llevo al puesto de primeros auxilios.

Ness: ¿Qué? -volvió a decir al escuchar la voz de Zac, que penetraba por fin en su mente-.

Zac: Digo que te voy a llevar al puesto de primeros auxilios -escupió, más que pronunciar, las palabras mientras se aproximaban a la cerca-.

Ness: No, estoy bien -la luz se volvió gris por un instante y meneó la cabeza-.

Zac: En cuanto esté seguro, pienso estrangularte.

Ella retiró la mano de un tirón y enderezó los hombros.

Ness: He dicho que estoy bien -repitió-.

Luego la tierra se inclinó y la levantó en el aire.

Lo primero que notó fue el cosquilleo de la hierba en la palma de la mano. Luego, una tela fría, más que húmeda, mojada, sobre la cara. Gimió con enfado cuando el agua empezó a resbalarle por el cuello. Abrió los ojos, pero lo veía todo borroso, luces y sombras. Los cerró y trató de enfocar.

Primero vio a Zac, horrorizado y pálido. La ayudó a incorporarse un poco y llevó a sus labios un vaso. Luego Bill, que cambiaba continuamente el peso de pierna y hacía girar el sombrero entre las manos.

Bill: No le ha pasado nada -le decía a Zac con un tono de voz que trataba de convencerlos a todos, incluido él-. Ha sido un desvanecimiento, nada más. A las mujeres les pasan estas cosas.

Ness: Qué sabrás tú de mujeres -murmuró, y a continuación descubrió que lo que Zac sujetaba en sus labios no era un vaso sino una botella de brandy que despejaba con eficacia la nebulosa que la rodeaba-. No me he desmayado.

Zac: Pues ha sido una imitación perfecta -le espetó-.

Karen: Dejad respirar a la chica -su tranquilidad, su voz elegante, tuvieron el efecto mágico de hacer que la gente que se arremolinaba en torno a ella retrocediera. Karen se escurrió entre el gentío y se arrodilló a su lado. Chasqueó la lengua, le retiró el paño mojado de la frente y lo retorció para escurrir el exceso de agua-. Los hombres siempre exagerando. Bueno, Vanessa, has causado sensación.

Haciendo una mueca, Vanessa se sentó.

Ness: ¿En serio? -apretó la frente contra las rodillas un momento hasta que estuvo segura de que el mundo no iba a ponerse a dar vueltas de nuevo-. Me cuesta creer que me he desmayado -farfulló-.

Zac soltó una palabrota y dio un trago de la botella de brandy.

Zac: Casi la mata ese toro y ella, preocupada por si desmayarse puede afectar a su imagen.

Ness: Mira, Efron...

Zac: Yo en tu lugar, lo dejaría estar -le advirtió y, con meticulosidad, tapó la botella-. Si puedes mantenerte en pie, té llevaré a casa.

Ness: Claro que puedo ponerme de pie. Y no pienso irme a casa.

Karen: Estoy segura de que ya te encuentras bien -empezó a decir, y lanzó una mirada de advertencia a su hijo. Para tratarse de un hombre inteligente, reflexionó Karen, Zac mostraba una considerable falta de sentido común. Cuando aparecía el amor, la sensatez se esfumaba-. Lo malo es que, si te quedas, vas a tener que soportar que todo el mundo desfile ante ti para felicitarte personalmente -lanzó una mirada a la multitud que los rodeaba-. Eres la heroína de la semana -sonrió al ver que sus palabras hacían efecto-.

Refunfuñando, Vanessa se levantó.

Ness: Está bien -los golpes empezaban a dolerle. En lugar de admitirlo, se sacudió el polvo de los pantalones-. No hace falta que te marches tú también -le dijo a Zac muy tensa-. Soy perfectamente capaz de... -Los dedos de Zac se cerraron sobre su brazo y tiró de ella para sacarla de allí-. No sé qué te pasa, Efron -dijo entre dientes-, pero no pienso aguantarlo.

Zac: Yo que tú dejaría las cosas tranquilas de momento.

La gente se retiraba a medida que avanzaban. Si alguien había tenido la intención de dirigirse a Vanessa, la mirada retadora de Zac lo disuadía inmediatamente.

Tras abrir de un tirón la puerta de su camión, Zac la empujó al interior de manera no demasiado cariñosa. Vanessa tiró del cordón del sombrero, que colgaba a su espalda, lo agarró del ala con ambas manos y se lo caló. Luego se cruzó de brazos y se dispuso a aguantar la hora de trayecto en absoluto silencio. Cuando Zac se sentó al volante, se dio cuenta de que no sólo se perdería la captura de novillo con lazo, sino también su derecho a pavonearse de la victoria de su toro durante la barbacoa que se celebraría por la noche. Lo injusto de la situación la indignó.

¿Y por qué estaba tan enfadado?, se preguntó con toda justificación. No era él quien se había muerto de miedo, quien se había torcido la rodilla y luego había sufrido la humillación de desmayarse en público. Se tocó el codo, los arañazos se lo habían dejado en carne viva. Al fin y al cabo, probablemente le había salvado la vida al niño. Levantó la barbilla mientras el brazo empezaba a dolerle con entusiasmo. Entonces ¿por qué se comportaba como si ella hubiera cometido un crimen?

Zac: Un día vas a levantar la barbilla así y alguien te va agarrar de ella.

Ella giró la cabeza lentamente para mirarlo.

Ness: ¿Se puede saber qué te pasa, Efron?

Zac: No me tientes -pisó el acelerador hasta que el velocímetro alcanzó los ciento veinte kilómetros por hora-.

Ness: Mira, no sé cuál es tu problema -dijo con firmeza-, pero dado que tienes uno, ¿por qué no lo sueltas de una vez? No estoy de humor para aguantar más comentarios desagradables.

Desvió el camión hacia el arcén tan bruscamente que ella se vio lanzada contra la puerta. Cuando se estaba reponiendo del empujón, él ya había salido del vehículo y caminaba a grandes zancadas por un campo cubierto de malas hierbas. Vanessa bajó del camión frotándose el brazo dolorido y fue tras él.

Ness: ¿Qué demonios pasa? -lo agarró de una manga, el enfado le dificultaba la respiración-. Si quieres conducir como un loco, buscaré a alguien que me lleve al rancho.

Zac: Haz el favor de callarte -se alejó de ella-.

Distancia, se dijo a sí mismo. Necesitaba algo de distancia para recobrar la calma. En su mente, todavía veía esos cuernos rozando el cuerpo de Vanessa. Si hubiera fallado con el lazo, el toro... No era capaz de pensar en lo que podría haber sucedido. Habían sido necesarios tres lazos y la fuerza de varios hombres para alejar al animal de los cuerpos tendidos en el suelo. Había estado a punto de perderla. En un segundo podría haberla perdido.

Ness: No me mandes callar -apareció delante de él y lo agarró de la pechera de la camisa. El sombrero se cayó hacia atrás cuando levantó la cara hacia él y empezó a descargar su rabia-. Se acabó, no pienso seguir aguantándote. No sé cómo te he dejado llegar tan lejos, pero ya basta. Vuelve a subirte en el camión y vete por donde quieras. Por mí, como si te vas al infierno.

Dio media vuelta para marcharse, pero antes de que pudiera hacerlo, él la atrapó y la estrechó entre sus brazos. Ella se debatió y se puso a gritar, pero él la agarró aún más fuerte. Cuando dejó de resistirse, Vanessa se dio cuenta de que él estaba temblando y que su respiración era acelerada y dificultosa. Estaba dominado por la emoción, no por el enfado. Ella se apaciguó y esperó. Sin estar muy segura de por qué necesitaba que lo consolara, le acarició la espalda.

Ness: ¿Zac?

Él sacudió la cabeza y hundió la cara en su pelo. Nunca había estado tan cerca de derrumbarse. No era distancia lo que necesitaba, descubrió, sino aquello. Sentirla entre sus brazos, sana y salva.

Zac: Dios mío, Vanessa, ¿sabes qué me has hecho?

Desconcertada, apoyó una mejilla en su pecho, allí donde el latido de su corazón era más fuerte, y siguió acariciándole la espalda.

Ness: Lo siento.

Esperaba que fuera suficiente, aunque todavía no sabía qué había hecho.

Zac: Estaba muy cerca, muy cerca. Unos centímetros más y... Al principio no estaba seguro de que no te hubiera dado una cornada.

El toro, se dijo Vanessa de pronto. Así que no era que estuviera enfadado, sino que había pasado miedo, mucho miedo. La embargó una sensación cálida y dulce.

Ness: No -murmuró-. No me ha hecho daño. De cerca no era tan terrible como seguramente parecía desde fuera.

Zac: ¿Cómo que no? -le sujetó la cara entre ambas manos y la obligó a mirarlo-. Yo estaba a sólo unos pasos cuando le tiré el primer lazo. Estaba ya medio loco. Un par de segundos más y te habría levantado del suelo de una embestida.

Vanessa se quedó mirándolo fijamente y finalmente tragó saliva.

Ness: No... no  lo sabía.

Zac vio que sus mejillas perdían el color que habían recuperado con el enfado. «Y tenía que decírtelo», pensó con furia. Le tomó ambas manos, se las llevó a los labios y enterró la boca en una de las palmas y luego en la otra.

Zac: Ya ha pasado -dijo con más dominio de sí mismo-. Supongo que mi reacción ha sido exagerada. No es fácil ver una cosa así -sonrió porque vio que ella lo necesitaba-. No me habría gustado que hubieras terminado llena de agujeros.

Vanessa se relajó un poco y sonrió.

Ness: Ni a mí tampoco. En realidad he terminado con algunos golpes de los que no me siento para nada orgullosa.

Todavía sujetándole las manos, él se inclinó hacia delante y la besó con tanta delicadeza que ella sintió que la tierra se movía de nuevo bajo sus pies. Vanessa se dio cuenta vagamente de que había algo distinto, algo..., pero se le escapó antes de ser capaz de precisar qué era.

Zac se apartó y se alejó de ella. Sabía que estaba llegando la hora en que tendría que decirle cuáles eran sus sentimientos, aunque ella no estuviera preparada para oírlo. Mientras se dirigía hacia el camión decidió que, dado que sólo iba a desnudar su corazón ante una mujer una vez en su vida, lo haría como es debido.

Zac: Vas a darte un baño caliente -dijo a Vanessa mientras la ayudaba a subir al camión-. Y luego te prepararé la cena.

Vanessa se recostó en el asiento.

Ness: Después de todo, esto de desmayarse no está tan mal.




Awwww!
¡Pero qué tierno, Zac!
Al principio parecía medio loco XD
Pero luego ya se ve que es que estaba preocupado ^_^

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