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martes, 30 de julio de 2019

Capítulo 15


Lauren: ¡Qué maravilla! -Lauren St. John bordeó a toda prisa la piscina para ir a dar un beso a Vanessa. Se aseguró de que la cámara captara su mejor perfil y se sirvió del cuerpo de su amiga para disimular aquel par de kilos que había engordado desde el día de Acción de Gracias-. Todo va sobre ruedas.

Vanessa levantó su copa de margarita.

Ness: A la perfección. -Habría unas cien personas, que se habían reunido con rigurosa invitación, circulando por aquella gran terraza. Dentro, en el salón de baile, quedaban otras cincuenta, que habían preferido el aire acondicionado a la brisa marina. Echó una rápida y nostálgica mirada al mar antes de decir a Lauren, sonriendo-: El hotel es precioso y estoy segura de que el desfile será un éxito.

Lauren: Lo es ya. Tan solo los reportajes de prensa reportarán un millón de dólares. Por supuesto están los de People, que van a dedicarnos tres páginas enteras. Tenemos asegurada una buena portada. Supongo que sabes que la semana pasada estuve en Good morning America.

Ness: Estuviste genial.

Lauren: Qué amable -giró sobre sus talones para dirigirse a las cámaras-. ¿No prefieres champán? Servimos margaritas más que nada por lo del ambiente.

Vanessa pensó que aquel conjunto que Lauren llevaba estilo campesina mexicana, que le habría costado cinco mil dólares, creaba también ambiente.

Ness: No, gracias, tomaré margarita.

Escudriñó al gentío. Muchísimas amistades, muchísimos conocidos. Los ricos, los poderosos, los famosos. Los periodistas daban vueltas por allí tomando nota de quienes se escondían bajo las gafas de sol de tal o cual diseñador. Las invitadas se habían puesto sus mejores galas veraniegas, que iban del minúsculo bikini al más sofisticado pareo o a la falda de seda con más vuelo. Nadie había dejado las joyas en casa. Los diamantes brillaban y el oro relucía bajo el sol tropical. Por dos días, la pequeña isla de Cozumel se había convertido en un paraíso para los ladrones. Si le hubiera dado la gana, Vanessa se habría movido entre ellos y habría recogido piedras como quien va a por setas.

Tal vez no tanto como hacer ramilletes en un prado, pero sus facilidades habría tenido una vez aceptada en aquel club tan exclusivo. Estaba convencida de que la Interpol había destinado a unos agentes a la isla, pero afortunadamente no había visto por allí a Zachary.

Ness: Según me han dicho, los modelos que se presentan son de ensueño.

Muy en su papel, Vanessa ladeó la cabeza y sonrió al fotógrafo.

Lauren: No tendría que haber trascendido nada. La ropa está más custodiada que las joyas de la corona. Ya se sabe, cuanto mayor es el secreto, mayor la expectativa. ¿Cómo ves lo de instalar la pasarela encima de la piscina?

Ness: Perfecto.

Lauren: Y ya verás el apoteosis final. -Se acercó un poco más a Vanessa, murmurando-: Las modelos con traje de baño van a tirarse al agua.

Ness: ¡Qué buena idea!

Lauren: Yo quería llenar la piscina con champán, pero Charlie dijo que ni hablar. Eso sí, he conseguido que pusieran un distribuidor de champán en el salón de baile. Luego tendrías que participar en la piñata. Es algo tan curioso… Oiga, usted… -Se volvió hacia una camarera. La encantadora sonrisa se desvaneció-. Esta aquí para servir las bebidas, no para pasearse de un lado a otro. -Volvió otra vez la cabeza y en un instante recompuso la sonrisa-. ¿Dónde estábamos? Ah, sí, la piñata. El año  pasado, Charlie y yo estuvimos aquí y fuimos a una fiesta. Todos esos mocosos de manos pringosas blandían sus palos contra un burro de cartón piedra. Cuando se rompe…

Ness: Conozco el juego, Lauren.

Lauren: Pues nada… Se me ha ocurrido adaptar la costumbre a nuestros gustos. He mandado confeccionar un loro monísimo. Está lleno de minúsculas piedras preciosas falsas. Será un número extraordinario para el espectáculo nocturno.

Vanessa tuvo que morderse el labio al imaginar a toda aquella gente tan influyente peleándose por recoger puñados de quincalla.

Ness: Puede ser divertido.

Lauren: Para eso hemos venido. Quiero que todo el mundo recuerde esta fiesta benéfica. El bufete es de lo más recomendable, pero los problemas que he tenido con el personal… -Saludó, animada, a un grupo que se encontraba al otro lado de la piscina-. Claro que… son mexicanos.

Vanessa tomó un sorbo de margarita para calmar sus nervios.

Ness: Estamos en México.

Lauren: Sí, claro, pero no entiendo que sean incapaces de hacer un esfuerzo para aprender la lengua. Todo el rato murmurando entre ellos. ¡Y lo holgazanes que son! No te imaginas el suplicio de tenerlos a raya. Menos mal que trabajan por cuatro chavos. Si tienes algún problema con el servicio, me lo dices. Christie, reina, estás monísima. -Miró con desdén a la rubia de largas piernas que pasaba por allí-. ¿Qué voy a contarte de esa? -añadió-.

Ness: Bastantes quebraderos de cabeza tienes ahora mismo.

Y si no me largo ipso facto de tu lado, empezaré a chillar, pensó Vanessa.

Lauren: No lo sabes tú bien. No tienes ni idea. Cuánto envidio tu tranquila vida. Pero estoy segura de que esta va a ser la inauguración de hotel más sonada y espectacular del año.

Consciente de que Lauren no iba a comprender el juego de palabras que tenía en la mente, Vanessa se limitó a sonreír.

Lauren: Espero no haberme equivocado al haber montado esto por la tarde y no por la noche. Las tardes son tan… informales…

Ness: La propia vida en una isla lo es.

Lauren: Hum… -Lauren observó cómo pasaba un joven actor que estaba en el candelero, en bañador, con el cuerpo brillante de aceite bronceador-. No está tan mal la ropa informal. Cuentan que este tiene un aguante espectacular.

Ness: ¿Qué tal está Charlie?

Lauren: ¿Cómo? -seguía con la vista fija en aquel admirable ejemplar-. Ah, bien, bien. Tengo que confesar que estoy hecha un manojo de nervios. Es tan importante que arrasemos…

Ness: Lo haremos. Sacaremos miles de dólares para la leucemia.

Lauren: ¿Hum? Ah, también. -Encogió uno de sus desnudos hombros-. Pero la gente no ha venido aquí a pensar en una horrible enfermedad. ¡Qué deprimente! Lo importante es que todo el mundo esté aquí. ¿Te he comentado que la duquesa de York ha disculpado su ausencia?

Ness: No.

Lauren: Una lástima, aunque ya tenemos aquí a un miembro de una familia real -dijo, cogiéndola del brazo-. Ah, ahí está Elizabeth. Tengo que ir a saludarla. Que te diviertas, cariño.

Ness: Descuida -murmuró-. Más de lo que imaginas.

La gente como los St. John no cambiaba, pensaba Vanessa mientras iba a sentarse al sol detrás de una bignonia para disfrutar un rato de la música. Un complejo de la envergadura de El Grande sin duda proporcionaba lugares de trabajo, importantes para la economía mexicana, de la misma forma que el desfile de modelos repleto de famosos reuniría fondos para beneficencia. Para Lauren y otros muchos como ella aquellos beneficios eran secundarios. O peor, un trampolín para sus propias ambiciones.

Para los St. John lo primero eran los St. John: el dinero, la posición social, la fama. Vanessa seguía dando sorbos a su cóctel y observando a Lauren, quien daba vueltas por los alrededores de la piscina.

Chuparía cámara, claro que sí. Y mucho más de lo que creía. Vanessa imaginó que el robo de las joyas de diamantes y rubíes de Lauren sería portada.

Ashley: ¿Vas de Greta Garbo o aceptas compañía?

Ness: ¡Ashley! -Desbordada de alegría, se levantó de un brinco. Ashley, la hija del actor Michael Adams, un gran amigo de Phoebe y de ella en Hollywood, se había convertido en amiga suya desde que ambas se habían apartado del mundo del cine-. No pensaba encontrarte aquí.

Ashley: Un impulso.

La esbelta rubia de estilo California le devolvió los besos.

Ness: ¿Ha venido Michael contigo? Hace más de un año que no lo veo.

Ashley: No, no ha podido. Está rodando exteriores, ¡precisamente en Ontario! -Echó una ojeada a todo aquello riendo-. A mí que me den palmeras, la verdad.

Ness: Ese hombre no para, ¿eh? Dale recuerdos cuando lo veas.

Ashley: Pasado mañana me voy. Pasaré las Navidades con él -se arregló el cabello mientras se sentaba-. Un zumo de fruta, por favor -dijo a un camarero que pasaba-. Que sea doble. -Soltó un largo suspiro-. ¡Vaya zoo se ha reunido aquí!

Ness: No empecemos -también se rió-. Pero ¿tú qué haces aquí? No creo que te haya interesado nunca la alta costura.

Ashley: Unas repentinas ganas locas de Caribe… y de Keith Dixon.

Ness: ¿Keith Dixon?

Ashley: Sí, sé que es un actor, todo lo que quieras -dijo levantando la mano-, precisamente por eso he andado con pies de plomo, pero…

Ness: ¿Es algo serio o qué?

Ashley volvió la mano para mostrar un diamante ovalado.

Ashley: ¿A ti qué te parece?

Ness: Comprometida. -Cuando Ashley se llevó un dedo a los labios, Vanessa levantó una ceja, pero bajó la voz-. ¿Es un secreto? ¿Lo sabe Michael?

Ashley: Lo sabe y está encantado. Los dos se llevan tan bien que cuando están juntos siento que sobro. Es curioso.

Ness: ¿Curioso que se lleven bien?

Ashley: Curioso porque me he pasado casi toda la vida buscando amigos y amantes que a papá le caían mal.

Vanessa se relajó.

Ness: Tiene que haber sido agotador.

Ashley: Sí, tienes razón, y en cambio con Keith, la cosa más fácil del mundo.

Ness: ¿Y por qué es un secreto?

Ashley: Son unos días, para evitar el chismorreo de la prensa. De todas formas, queda poco, pues nos casamos en Navidad. Me gustaría que asistieras a la boda. Aunque ya sé que estas fiestas no te gustan mucho. ¿Por qué no cenamos esta noche en el pueblo?

Ness: Me encantaría. Veo que te hace feliz el novio -añadió-. Tienes un aspecto inmejorable, Ashley.

Ashley: Estoy mejor. -Sacó un cigarrillo del bolsillo de su blusa de lino. Era el único vicio que seguía permitiéndose-. A veces pienso en el pasado y me parece increíble lo que ha sufrido mi padre por mí. Ahora mismo peso cincuenta y cinco kilos.

Ness: Me alegro muchísimo por ti.

Ashley: Aún guardo una foto que publicó la prensa cuando salí del hospital, hace tres años: treinta y siete kilos. Parecía un espectro. -Cruzó sus largas y esculturales piernas-. Me recuerda lo afortunada que soy de seguir con vida.

Ness: Estoy segura de que Michael está orgulloso de ti. La última vez que lo vi no hablaba más que de ti.

Ashley: Sin él no habría salido adelante… Evidentemente primero tuve que quitarme de la cabeza que era mi enemigo. -Tomó el vaso de zumo y dio cinco dólares al camarero-. Tú también me ayudaste mucho. Por la segunda generación de niñas mimadas de Hollywood. -Brindó con la copa de Vanessa-. Fuiste a verme al hospital, me hablaste cuando ni siquiera escuchaba a nadie, me contaste lo que sufrías al ver que tu madre se iba abandonando. Nunca he tenido ocasión de agradecerte lo que hiciste por mí, Ness.

Ness: Ni tienes por qué. Michael fue una de las pocas personas que se preocupó por mi madre. No pudo ayudarla, pero lo intentó.

Ashley: Siempre he pensado que estaba un poco enamorado de ella. De ella y de ti. Cuando éramos niñas, yo te odiaba -dijo riendo y sacudiendo el cigarrillo-. Papá no hablaba más que de ti, que si eras una estudiante modelo, que si tan bien educada, tan agradable…

Ness: ¡Qué horror! -exclamó y la hizo reír de nuevo-.

Ashley: Creo que por eso esnifé, fumé, me tragué todas las drogas que cayeron en mis manos. Me casé con un desgraciado aunque sabía que me maltrataría, di el espectáculo mil veces en público e hice lo que pude para destrozar a mi padre… Y estuve a punto de acabar con mi vida. Lo último fue la anorexia.

Ness: Lo importante es que haya sido lo último.

Ashley: Sí. -Sonrió con aquella expresión irónica que había hecho famoso a su padre-. Bueno, se acabó la película. ¿Sabes que está aquí Althea?

Ness: ¿Althea Gray? No me digas.

Ashley: Pues sí. Allí… -echó un vistazo a los reunidos y la situó-. Ahí está.

Con gesto deliberado, Vanessa se ajustó las gafas de sol antes de mirar. En efecto, allí estaba la actriz, con un ceñido top y una minifalda de un rosa chillón.

Ashley: Un conjunto perfecto para su hija adolescente, si es que tiene alguna.

Ness: A  Althea siempre le ha gustado demostrar su talento.

Ashley: Sus dos últimas películas han sido dos bombas… Nucleares, quería decir.

Ness: Eso he oído.

A Vanessa no le interesaba. Hacía años que se había vengado de Althea. Un juego de ópalos con diamantes en rectángulo especialmente elegante se había convertido en una contribución anónima a la Fundación de Actores Jubilados.

Ashley: Hace unos meses se hizo una liposucción en los muslos.

Ness: ¡Qué mala eres!

Pero no pudo evitar echar un vistazo más detenido a las piernas de aquella mujer.

Ashley: He dejado la bebida, las drogas y los tíos buenos, Ness, deja que me distraiga un poco. Ah, me contaron un chisme del mundillo… sobre el ex agente de tu madre, Larry Curtis.

La sonrisa de Vanessa se desvaneció.

Ashley: Al parecer eran fundados los rumores sobre su inclinación por las niñas. Lo pescaron la semana pasada haciendo una prueba a una posible futura cliente. Tenía quince años.

Una náusea le revolvió el estómago. Dejó con tiento el vaso. Oyó su propia voz distante, casi irreconocible.

Ness: ¿Lo pescaron, dices?

Ashley: El padre de la niña, y en flagrante delito. El cerdo ese acabó con la mandíbula rota. Lástima que alguien no le haya hecho un nudo en esos atributos de los que tanto fanfarronea, pero no creo que vuelva a trabajar. ¡Eh! -Alarmada, se levantó-. Estás blanca como la cera.

Vanessa no tenía ganas de recordar nada. Tragó saliva intentando disolver el nudo del estómago.

Ness: Demasiado sol.

Ashley: Vamos a la sombra antes de que empiece todo esto. ¿Puedes caminar? No soporto los clichés, pero la verdad es que se diría que has visto un fantasma.

Ness: Nada, estoy bien. -No tenía otro remedio. Larry Curtis pertenecía al pasado. Se levantó y se fue con Ashley hacia los asientos situados bajo una lona de un rojo muy intenso-. No me perdería esto por nada del mundo.

Ashley: El espectáculo promete.

Y cumpliría con las expectativas. Observó cómo Lauren subía al podio, adornado con flores tropicales. Al día siguiente el espectáculo sería todo suyo.

Su suite en El Grande estaba decorada en tonos pastel y tenía un balcón lleno de flores. Disponía de nevera con todo lo necesario, mueble bar, bañera de hidromasaje y caja de seguridad particular. Estaba bien, pero ella prefería las habitaciones que había reservado en El Presidente a nombre de Lara O'Conner.

No sin cierto pesar había jubilado a Rose Sparrow.

En esas otras suites, Vanessa guardaba sus pertrechos. Unas horas después del desfile se encontraba sentada ante la mesa que daba a la ventana, comiéndose un kiwi mientras estudiaba los planos de El Grande. Tenía dos sistemas para entrar y aún no había decidido cuál iba a utilizar. Siempre tan perfeccionista, calculó hasta los mínimos detalles de ambos.

Sonó el teléfono a su lado.

Ness: Dígame. Sí. -se echó un poco atrás en la silla. Su contacto estaba nervioso. Sabía por experiencia que los mensajeros procuraban mostrarse duros cuando estaban inquietos-. Estaré ahí tal como hemos quedado. Si no confías en mí, amigo, aún tienes tiempo para dejarlo. Siempre habrá otro comprador. -Esperó, tomando un sorbo de agua de Perrier-. Ya conoces su fama. Cuando la Sombra llega a un acuerdo, hace la entrega. ¿No querrás que le diga que dudas de su capacidad de llevar a cabo la operación? Ya lo imaginaba. Mañana.

Colgó y se levantó para distender los músculos de su espalda y cuello. Nervios. Molesta, cerró los ojos y empezó a volver la cabeza lentamente hacia un lado y otro. No recordaba haberse sentido tan inquieta en años.

El golpe era rutinario, algo casi demasiado sencillo. Sin embargo…

Zachary, pensó. La había cogido desprevenida y aún no se había recuperado. Le extrañaba que no estuviera en la isla. De todas formas sabía que verlo allí la habría puesto furiosa.

No podía demostrar nada, se repitió para tranquilizarse mientras abría el balcón.

Pronto, muy pronto habría concluido lo que se había propuesto.

El sol se mantenía en la zona de poniente, reflejos dorados sobre el agua. En unas horas aparecería la fría y plateada luna.

El Sol y la Luna. Vanessa se apoyó en la barandilla. Los símbolos de la noche y el día, de la continuidad, de la eternidad. Pronto lo recuperaré, mamá, juró en silencio. Una vez lo haya conseguido tal vez tú y yo encontremos la paz.

La brisa le acariciaba el rostro como si fueran unas cálidas manos. Le llegaba un perfume floral que no podía ignorar. Oía el sonido de las olas contra la arena y su retroceso. Sobre ese fondo destacaban las risas, los gritos de quienes paseaban por la playa o buceaban por los arrecifes.

La soledad. Cerró los ojos con fuerza, pero no logró conjurarla. ¿Podía achacarla a las fiestas, a los recuerdos que le traían estas? ¿O a su encuentro con Ashley, a la envidia de ver cómo había sabido recuperar el autocontrol después de tantos años de luchar por mantenerse a flote? Pero no. No era solo aquello. Vanessa no era únicamente una mujer que se encontraba sola mirando por el balcón. Por mucha gente que conociera, por muchos compromisos que contrajera, en todas partes se encontraba sola.

Nadie la conocía. Ni siquiera Celeste captaba del todo los conflictos y los interrogantes que se agolpaban en su interior. Era princesa de un país que ya no era el suyo. Era visitante en una tierra que para ella seguía siendo extraña. Era una mujer a la que daba miedo ser mujer. Y una ladrona a la que perseguía la justicia.

En aquel atardecer, con la brisa en el rostro, el olor del mar y el perfume de las flores que la rodeaban, deseaba tener a alguien en quien apoyarse.

Regresó a la habitación. Puede que no tuviera a nadie, pero tenía algo. La venganza.


sábado, 27 de julio de 2019

Capítulo 14


Vanessa desayunó sin prisas en su habitación. Mientras repasaba los titulares de los periódicos, se tomaba un huevo escalfado y disfrutaba de la segunda taza de café. Su doble vida le planteaba un solo problema: no poder compartir con nadie los mejores momentos. No tenía a nadie con quien hablar, a nadie con quien preparar un golpe complicado, a nadie que comprendiera como ella la emoción, la subida de adrenalina que implicaba el descenso en rappel de un edificio o la neutralización de un complejo sistema de alarma. En su círculo de amistades, nadie había sentido la terrible concentración que implicaba tener que realizar un súbito cambio cuando un guardia de seguridad variaba su rutina. No podía celebrar con nadie sus éxitos ni compartir la euforia de encontrarse con una fortuna entre las manos y de saber que había triunfado.

Al contrario, todo eran comidas solitarias, siempre en distintas habitaciones de hotel.

De todas formas, encontraba la ironía en todo aquello, incluso el humor. ¿Cuál sería la reacción de sus conocidos si en una comida, mientras todo el mundo hablaba de sus últimos pasatiempos o amantes, ella contara que acababa de pasar un fantástico fin de semana en Londres robando un zafiro grande como un huevo de petirrojo?

Era algo así como ser Clark Kent, había dicho en una ocasión a Celeste. Vanessa imaginaba que el obstinado periodista se había sentido en más de una ocasión algo frustrado, tras sus gafas de montura de carey y sus afables modales.

Llevaba sueño atrasado, se dijo. Cuando empezaba a compararse con algún personaje de cómic sabía que había llegado el momento de controlarse. Aunque se sintiera sola, sabía que tenía talento.

En cualquier caso, era hora de vestirse. Se preguntó si Madeline se habría levantado, si alguien se habría fijado en la rotura del cristal. Vanessa había colocado de nuevo el círculo de cristal para evitar corrientes. Si Lucille no quitaba el polvo de los alféizares podían pasar días antes de que detectaran sus rastros.

Fuera como fuera, poco importaba. Rose Sparrow tenía trabajo por hacer aquella mañana, y la princesa Vanessa, un vuelo que tomar a las seis.

Cuando salía del Ritz con una peluca roja, minifalda de cuero y panties rosas, Zachary entraba en el hotel. Se cruzaron en el vestíbulo. Él incluso murmuró unas palabras de disculpa por el leve roce mientras Vanessa quedaba boquiabierta. De haberla mirado bien, a buen seguro la habría reconocido. Reprimiendo una risita, soltó un «tranqui, jefe» en su mejor cockney.

El portero la miró con cierto desdén. Sin duda, la tomó por una profesional que había pasado la noche con algún ricacho de gusto atrofiado. Satisfecha consigo misma, se alejó contoneándose hacia el metro, donde pensaba dirigirse al West End, a ver a un tipo llamado Freddie, dueño de un comercio discreto donde podían negociarse las piedras más difíciles de colocar.

A las dos volvía a su suite con un gordo fajo de billetes de veinte libras. Freddie, quien probablemente tenía entre sus clientes a algún amante de los zafiros, se había mostrado generoso. Solo le quedaba ingresar el dinero en su cuenta Suiza y disponer que su bufete de Londres hiciera la donación anónima a los fondos destinados a viudas y huérfanos.

Una vez descontada su comisión, pensó Vanessa mientras metía la peluca de Rose en la maleta. Diez mil libras le parecía una cifra correcta. Iba en ropa interior, estaba borrando de su rostro los últimos rastros del maquillaje de Rose cuando sonó el timbre. Se puso la bata, se la anudó y fue a abrir la puerta.

Ness: Zachary.

Quedó atónita.

Zac: Esperaba encontrarla. -Dio un par de pasos hacia dentro, pues no quería ofrecerle la oportunidad de darle con la puerta en las narices-. He pasado antes, pero usted había salido.

Ness: Tenía unos recados que hacer. ¿Quería algo?

Él la miró fijamente. Una pregunta algo ridícula en boca de una mujer que no llevaba más que una fina bata de seda de color marfil.

Zac: Pensaba en si podríamos comer juntos.

Ness: Ah, ¡qué detalle! Pero la cuestión es que me voy dentro de unas horas.

Zac: ¿Vuelve a Nueva York?

Ness: Por unos días. Debo presidir un baile benéfico y me quedan un montón de detalles que solucionar.

Zac: Comprendo -se fijó en que no llevaba maquillaje, lo que la hacía parecer más joven, aunque no menos atractiva-. ¿Y después?

Ness: ¿Después?

Zac: Ha dicho por unos días.

Ness: Me voy a México, a Cozumel. Un desfile de modelos benéfico para la Navidad. -No había acabado de decirlo que ya se estaba arrepintiendo de ello. No le gustaba contar a nadie sus planes-. Lo siento, Zachary, pero ha venido en mal momento, pues tengo que hacer el equipaje.

Zac: No se preocupe por mí. ¿Le importa que tome algo?

Ness: Sírvase lo que quiera.

Lo dijo metiéndose en su dormitorio. Ya había escondido la peluca en una bolsa, en el fondo de la maleta. El dinero estaba en el bolso grande, que solía llevar en bandolera. Cuando una rápida ojeada le aseguró que no quedaba nada que la delatara, siguió colocando las cosas.

Zac: Lástima que se vaya tan pronto -dijo desde la puerta-. Se va a perder muchas emociones.

Ness: ¿Ah, sí? -Dobló un jersey con gestos tan rápidos y competentes que Zac decidió que estaba acostumbrada a hacerlo a menudo-.

Zac: Supongo que no se habrá enterado de que anoche hubo un robo.

Cogió otro jersey sin inmutarse.

Ness: No. ¿De verdad? ¿Dónde?

Zac: En casa de Madeline Moreau.

Ness: ¡Dios mío! -Escandalizada como era de esperar, se volvió. Zac estaba apoyado en la jamba de la puerta con un vaso, de whisky por la apariencia, en la mano. Y la observaba tal vez con demasiada atención-. Pobre Madeline. ¿Qué se han llevado?

Zac: El collar con el zafiro -murmuró-, solo el collar.

Ness: ¿Solo? -Como si las piernas le fallaran, se sentó en la cama-. ¡Qué horror! Y pensar que no hace ni dos días todos estuvimos allí, en su casa. Además llevaba el zafiro aquella noche, ¿verdad?

Zac: Sí. -Tomó un trago. ¡Qué gran actriz!, pensaba- Sí, lo llevaba.

Ness: Debe de estar destrozada. No sé si no tendría que llamarla. O mejor no. Seguro que no le apetece hablar con nadie.

Zac: Veo que es algo que la preocupa.

Ness: Creo que en momentos así tenemos que apoyarnos. Es probable que la pieza estuviera asegurada, pero las joyas de una mujer son cosas personales. Creo que yo también voy a tomarme una copa, así me cuenta lo que sabe.

Cuando Vanessa salió de la habitación, él tomó asiento en la cama. Echó otro trago arrugando la nariz. La sirvienta debe de tener un gusto pésimo en materia de perfume, pensó, aspirando el olorcillo que aún quedaba de Rose. Se fijó también en la minifalda de cuero que Vanessa aún no había metido en la maleta y se dijo que no casaba con su estilo, mientras no dejaba de pensar que la había visto en alguna parte.

Ness: ¿Tiene alguna pista la policía? -preguntó de vuelta con un vaso de vermut con hielo-.

Zac: Ni idea. Al parecer alguien entró por la ventana de la segunda planta e hizo saltar la caja de la habitación principal. Madeline estaba fuera de Londres, casualmente había ido a cenar al sitio donde estuvimos nosotros.

Ness: ¡No me diga! ¡Qué raro que no la viéramos!

Zac: Llegó más tarde. En busca de una fantasía, podría decirse. Al parecer, el ladrón tuvo la vista de alejarla de la casa con la promesa de una cena romántica a medianoche con un admirador secreto.

Ness. ¡Me toma el pelo! -Sonrió, y al ver que él no respondía, cambió de expresión-. ¡Qué horror!

Zac: ¡Qué humillante!

Ness: También. -Afectó cierto estremecimiento-. Menos mal que no se encontraba en casa cuando entraron a robar. Podrían haberla asesinado.

Zachary tomó un sorbo de whisky. Le pareció suave. Casi tan suave como la Sombra. No podía por menos de admirar a los dos.

Zac: No creo.

Vanessa no se fijó en cómo dijo aquello ni en la forma en que la miró. Dejó su vermut para seguir haciendo la maleta.

Ness: ¿Ha dicho que solo se llevó un collar? ¿No le parece raro? Seguro que tenía muchas joyas de valor en la caja fuerte.

Zac: Seguro que lo único que le interesaba era ese collar.

Ness: ¿Un ladrón excéntrico? -Se acercó al armario, sonriendo-. Me sabe mal por Madeline, pero seguro que la policía acabará por dar con el culpable.

Zac: Sí, tarde o temprano. -Apuró el vaso-. Están buscando a un joven con barba. Según parece, había hecho un reconocimiento en la casa con el pretexto de llevar a cabo una desratización. Scotland Yard opina que hizo la investigación desde dentro, que probablemente manipuló el sistema de alarma para que él o su cómplice pudieran entrar más tarde.

Ness. Complicado -ladeó la cabeza-. Parece dominar el tema.

Zac: Tengo mis conexiones. -Iba paseando el vaso de una mano a la otra-. El tipo es digno de admiración.

Ness: ¿El ladrón? ¿Por qué?

Zac: Habilidad, estilo. La artimaña de alejar a Madeline de Londres demuestra creatividad. Talento. Son cosas que admiro. -Dejó el vaso-. ¿Ha dormido bien esta noche, Vanessa?

Ella le lanzó una mirada por encima del hombro. Aquella pregunta tenía algo, o más bien debajo de ella se escondía algo.

Ness: ¿Tenía alguna razón para dormir mal?

Zachary cogió la minifalda y la observó frunciendo el ceño.

Zac: Pues yo no. Curiosamente, salí a dar un paseo y no sé cómo me encontré muy cerca de aquí. Sería la una, una y cuarto.

A Vanessa le hizo falta un trago de vermut.

Ness: ¿Sí? Sería el champán. A mí me hace dormir como un tronco.

Sus ojos se cruzaron y los dos mantuvieron la mirada.

Zac: Yo diría que ese no es su estilo.

Vanessa le cogió la falda de las manos y la metió en la maleta.

Ness: Un capricho. Todo un detalle que haya pasado a informarme.

Zac: A su disposición.

Ness: Lamento tener que echarle, Zachary, pero tengo que organizar todo esto. Mi avión sale a las seis.

Zac: Hasta pronto, pues.

Vanessa arqueó la ceja imitando a Celeste.

Ness: Eso nunca se sabe.

Zac: Nos veremos -dijo levantándose-.

Sabía cómo actuar con rapidez y sin avisar. Vanessa tuvo tiempo de levantar la barbilla cuando la mano de Zac se deslizó en su cuello, pero no pudo evitar que sus labios se pegaran a los de ella.

Todo habría cambiado. Necesitaba creer que todo habría cambiado de haber dispuesto de un instante para prepararse. Pero ¿cómo saber que aquellos labios eran tan cálidos, tan hábiles?

Los dedos de él le apretaron la nuca. Con aquello, ella podía librarse, pero al contrario, se apretó contra él. No fue más que un leve indicio de aceptación, pero ni eso había concedido ella a nadie hasta aquel día.

Por parte de él se había tratado de un impulso, de algo imprevisto, con consecuencias imposibles de calcular. Lo único que quiso fue notar el sabor de sus labios, dejarle un recuerdo. Otras mujeres habrían respondido con soltura o apartándolo con una negativa. Vanessa se quedó allí plantada, como si aquel contacto elemental entre hombre y mujer la hubiera dejado pasmada. La indecisión, la confusión que él captó en su mirada contrastaba tremendamente con la pasión de sus labios. Unos labios suaves, acogedores que le transmitieron muy a su pesar un débil gemido de pasión. A Zachary aquello lo trastornó mucho más que cualquier experiencia sexual que hubiera vivido.

Vanessa palideció y al apartarse él vio de nuevo en sus ojos aquel brillo de terror. Aquello detuvo su impulso de revolcarse con ella por encima de aquella ropa perfectamente doblada. Seguía guardando sus secretos, unos secretos qué él cada vez deseaba más desentrañar.

Ness: Vete.

Zac: De acuerdo -tomó su mano y notó cómo temblaba. Aquí no hay teatro, no hay juego ni simulación, pensó-. Pero esto no acaba aquí. -Pese a notar sus dedos agarrotados, los llevó hasta sus labios-. Esto no acaba aquí, los dos lo sabemos. Que tengas un viaje agradable, Vanessa.

Esperó a quedarse sola para sentarse de nuevo. No deseaba aquellas sensaciones, aquel ansia. Ni en aquellos momentos ni nunca.

Celeste: No me lo has contado todo, Vanessa. Se nota.

Ness: ¿Todo sobre qué? -examinaba el salón de baile del Plaza-.

La orquesta estaba afinando, había flores por doquier. Contra una de las paredes se alineaba el personal, los uniformes impecables, los hombros erguidos como marines dispuestos a pasar por la última inspección del mando.

En breves momentos se abrirían las puertas a la flor y nata de la sociedad. Irían allí a bailar, a beber y a salir en la foto. A Vanessa le parecía perfecto. Los mil dólares que pagaba cada cual por figurar entre los privilegiados financiarían una buena parte del nuevo departamento de pediatría que ella patrocinaba en un hospital del norte del estado.

Ness: Quizá tenía que haber elegido ponsetias -murmuró-. Son tan festivas… Además, Navidad está a la vuelta de la esquina.

Celeste: ¡Vanessa!

La impaciencia en el tono de Celeste la hizo sonreír.

Ness: Dime, cariño.

Celeste: ¿Qué ocurrió exactamente en Londres?

Ness: Ya te lo he contado.

Fue pasando entre las mesas. No. Había acertado con los asters. Aquel tono violáceo contrastaba con los manteles de un verde pastel. Además, festivas o no, las ponsetias se veían en todas partes en esa época del año.

Celeste: ¿Qué es lo que has dejado a un lado, Ness?

Ness: Perdona, Celeste, pero me estás distrayendo y no me queda mucho tiempo.

Celeste: Todo está perfecto, como siempre. -Pasando a la ofensiva, Celeste cogió a Vanessa del brazo y la apartó de aquellos hombres con esmoquin que seguían afinando-. ¿Pasó algo?

Ness: No, nada.

Celeste: Desde que has vuelto estás con los nervios a flor de piel.

Ness: Desde que he vuelto no he parado -replicó dándole un beso-. Sabes lo importante que es para mí el acto de hoy.

Celeste: Lo sé. -Transigiendo, tomó su mano-. Nadie lo haría mejor que tú, te juro que a nadie le importa tanto como a ti. Mira, Ness, si te concentraras en esta actividad y le dedicaras la misma energía y el talento que a la otra, no haría falta…

Ness: Esta noche no, por favor. -La mejor forma de terminar la conversación, decidió, era la de dar la señal para que se abrieran las puertas-. Se abre el telón, bonita.

Celeste: Si tuvieras problemas, ¿me lo contarías?

Ness: Serías la primera en saberlo.

Con una gran sonrisa, Vanessa se acercó a saludar a los primeros invitados.

Era fácil complacer a los asistentes. Solo había que asegurar que se sirviera comida de categoría, que la música fuera atronadora y que corriera el vino. La velada iba siguiendo su curso y Vanessa iba de mesa en mesa, de grupo en grupo, paseaba entre sedas, tafetanes y terciopelos, entre modelos de Saint Laurent, de Dior y de Óscar de la Renta.

En ninguna parte se quedaba el tiempo suficiente para comer, pero bailaba cuando la invitaban, flirteaba y halagaba a quien convenía. Vio a Lauren St. John, la deplorable segunda esposa de un magnate de la hostelería, con un nuevo juego de diamantes y rubíes. Vanessa aguardó su oportunidad. Cuando la mujer se fue al tocador de señoras, la siguió.

Allí se encontró con dos actrices que discutían a muerte, aunque manteniendo un tono discreto. Por un hombre, comprendió Vanessa mientras se metía en un compartimiento. Típico. Tenían suerte de que People hubiera mandado a un periodista, quien, por ser hombre, no podía acceder al chismorreo del tocador femenino. Claro que si la encargada de aquel tocador tenía memoria, podría sacarse cincuenta de más haciendo circular la historia. Vanessa oyó a Lauren echando maldiciones en el compartimiento de al lado y supuso que se las veía y se las deseaba para tirar de su ceñida falda. En el momento adecuado, salió hacia los lavabos a esperar. Cuando Lauren se juntó con ella, las actrices salieron primero una y luego otra dando un portazo.

Lauren: ¿Estaban discutiendo por quien creo que discutían? -preguntó mientras se lavaba las manos-.

Ness; Eso parece.

Lauren: Un cabrón que las lleva de calle. ¿Crees que se divorciará?

Cogió un frasco de perfume, lo probó y se echó sin mesura.

Ness: Puede -se acercó al tocador y sacó la polvera del bolso-. La pregunta más bien es: ¿Por qué se agarra tanto a él?

Lauren. Porque, según dicen, tiene un polvo… -se sentó en uno de los cómodos taburetes blancos y empezó a jugar con el lápiz de labios-. Vamos a ver su gran… talento en la última película que ha rodado. Tampoco me importaría tanto ponerlo a prueba yo misma, la verdad.

Sacó el cepillo de plata con sus iniciales grabadas y se lo pasó por aquel pelo rubio tan corto y lacio.

Ness: Una mujer puede tener relaciones sin que la humillen -dijo con aire despreocupado, aunque nunca había estado muy segura de ello-.

Lauren: Claro, pero con algunos merece incluso la pena humillarse un poquitín… -se inclinó hacia delante para escrutar sus propios ojos y tranquilizarse pensando que lo del lifting aún podía esperar años-. ¿Y tú, preciosa, qué corazón estás rompiendo esta semana?

Ness: Ahora mismo descanso -se ahuecó el pelo con los dedos antes de sacar un pequeño frasco de perfume del bolso-. Ese collar que llevas, Lauren, es una maravilla. ¿Lo estrenas?

Sabía cuándo lo había comprado y lo que le había costado. Y casi había acabado de calcular cuánto tiempo más iba a llevarlo.

Lauren: Sí. -Se volvió hacia un lado y otro para que las piedras brillaran bajo la luz-. Charlie me lo regaló el día de nuestro aniversario. La semana pasada hizo un año.

Ness: Y decían que no iba a durar -murmuró acercándose para mirarlo-. Una factura exquisita.

Lauren: Setenta quilates en diamantes. Cincuenta y ocho en rubíes. Birmanos.

Ness: Por supuesto.

Así funcionaba la cabeza de Lauren. Era algo que Vanessa desdeñaba y valoraba al mismo tiempo.

Lauren: Sin hablar de los pendientes -se volvió para estar segura de que pudiera verlos desde la mejor perspectiva-. Tengo la suerte de ser alta. No hay nada tan chabacano como esos retacos cargados de joyas que casi les impiden andar. Y cuantos más años cumplen, más piedras añaden, para que no puedas ver cuántas papadas van acumulando. En cambio tú… -echó un vistazo al collar de Vanessa con incrustaciones de zafiros y diamantes-. Tú siempre sabes qué es lo que hay que llevar y cómo llevarlo. Una maravilla de collar.

Vanessa se limitó a sonreír. Si las piedras hubieran sido auténticas, aquel collar valdría unos cien mil dólares. Pero ella había pagado menos de un uno por ciento de esa cifra por aquellas piedras de vistosos colores.

Ness: Gracias. -Se levantó y se alisó la falda. Aquel tono plateado casaba bien con el ceñido top de terciopelo azul violáceo-. Tengo que seguir con mis obligaciones. Un día de estos podemos comer juntas, para hablar del desfile.

Lauren: Me encantaría.

Lauren clavó la vista en el dólar que Vanessa había dejado para la mujer del servicio. Decidió que con él pagaba para las dos y en un gesto rápido se metió la botella de perfume en el bolso.

Ness: Charles y Lauren St. John -murmuró-.

El desfile con todas las estrellas de la pantalla tendría lugar en su nuevo hotel, en Cozumel. ¡De lo más práctico! Allí se reuniría lo mejor de lo mejor. Y algo más atractivo: robar en medio de una multitud. Sonriendo pensó en el regalo de aniversario de Lauren. Tendría que recordar lo de la comida con ella.

Zac: ¿Era para mí esa sonrisa?

Cuando se encontró entre los brazos de Zachary, no solo desapareció su sonrisa, sino que se quedó boquiabierta. Antes de que Vanessa pudiera reaccionar, él la besó, con un poco más de empeño, deteniéndose demasiado para que aquello pudiera pasar por una expresión amistosa. Cuando se apartó, Zachary mantuvo las manos de Vanessa en las suyas.

Zac: ¿Me ha echado de menos?

Ness: No.

Zac: Menos mal que sé que suele mentir. -Paseó la mirada por sus desnudos hombros, por las piedras azules que llevaba en el cuello y acabó el repaso en el rostro-. Está preciosa.

Tenía que hacer algo y con la máxima rapidez. Bastante vergüenza le daba que todo el mundo los estuviera mirando para aguantar encima aquellos latidos de su corazón.

Ness: Lo siento, Zachary, pero es una fiesta con rigurosa invitación. Juraría que no ha comprado el tíquet.

Zac: Yo soy de los que van de gorra con un buen regalo. -Sacó un cheque del bolsillo interior de su esmoquin-. Para su legitimísima causa, Vanessa.

Le había entregado el doble de lo que costaba el tíquet. A pesar de que le había molestado que alterara su rutina no podía por menos de admirar su generosidad.

Ness: Gracias.

Dobló el cheque y lo metió en su bolso.

A Zachary le alegró que Vanessa se hubiera dejado el cabello suelto, pues le intrigaba la sensación de meter los dedos en él.

Zac: Vamos a bailar.

Ness: No.

Zac: ¿Le da miedo que le ponga de nuevo la mano encima?

Entornó los ojos, que ya proyectaban destellos de genio. Él se reía y aquello era algo que no toleraba a nadie.

Ness: ¿De nuevo?

Pero el tono no le salió tan gélido como habría deseado. Entonces Zac soltó una carcajada.

Zac: Es un encanto, Vanessa. He sido incapaz de apartarla de mi mente, lo juro.

Ness: Será porque tiene poco que hacer. Y ahora, si me dispensa, yo sí tengo trabajo.

Celeste: Ness. -Con el instintivo sentido de la oportunidad de un veterano, apareció Celeste a su lado-. No me has presentado a tu amigo.

Ness: Zachary Efron -dijo entre dientes-. Celeste Michaels.

Zac: He visto un montón de veces a Celeste Michaels en el escenario. -Tomó la mano de esta y la besó-. ¡Cuántas emociones ha despertado en mí!

Celeste: Lástima que haya tardado tanto en enterarme. -Con un breve vistazo, se hizo una idea de Zachary y también de la situación. He aquí a un hombre capaz de poner los nervios de punta a una mujer, pensó-. ¿Conoció a Ness en Londres?

Zac: Sí. Por desgracia ella no pudo quedarse más tiempo. -Con un gesto desenvuelto, acarició el hombro y la nuca de Vanessa-. Y ahora se niega a bailar conmigo. ¿Aceptaría usted un baile?

Celeste: Encantada. -Tomándolo del brazo, dirigió a su amiga una breve y maliciosa sonrisa por encima del hombro-. La ha puesto furiosa.

Zac. Eso espero.

Celeste apoyó su mano en el hombro de Zachary.

Celeste: No es fácil hacerle perder la calma.

Zac: Ya me he dado cuenta de ello. Usted la aprecia mucho, ¿verdad?

Celeste: La quiero más que a nada en el mundo. Y por ello procuraré no perderle de vista, señor Efron.

Zac: Zachary. -Procuró hacer girar a Celeste al ritmo de la música y así pudo observar a Vanessa, que se acercaba a una señorona arrugada como una pasa-. Es una persona fascinante, siempre más y siempre menos de lo que aparenta.

Celeste notó cierto punto de alarma al observar su expresión.

Celeste: Es usted muy sagaz. La cuestión es que Vanessa es una mujer muy sensible y vulnerable. Me sabría mal que alguien le hiciera daño. Y yo tengo poco de sensible, Zachary. Lo mío es más maldad, créame.

Él le dirigió una sonrisa.

Zac: ¿Se ha planteado alguna vez una relación con un hombre más joven que usted?

Celeste se echó a reír, aceptando el cumplido.

Celeste: Es usted un encanto. Pero ya que me divierte, le daré un consejo. Con Vanessa no le funcionará lo de usar el encanto para la conquista. La paciencia, tal vez.

Zac: Se lo agradezco.

Vio que Vanessa se llevaba la mano al cuello y descubría que no llevaba collar. Observó aquel instante de sorpresa y confusión que se dibujó en su semblante, seguido por la cólera controlada al centrar la atención en él y descubrir que le dirigía una sonrisa y un gesto de asentimiento. Su collar de falsos diamantes y zafiros se encontraba en su bolsillo.

¡El muy cabrón! ¡El infame y repugnante cabrón! Le había robado el collar. Se lo había quitado del cuello para que allí no notara más que su acelerado pulso. Y luego la había provocado, mirándola fijamente con aquella sonrisa.

Iba a pagarlo, pensaba Vanessa mientras guardaba sus guantes en el bolso. Y lo pagaría aquella misma noche.

Ella sabía que era algo insensato. No había tenido tiempo de trazar un plan con la cabeza fría. Pero él le había robado algo, se había reído de ella y le había planteado un desafío. Celeste, con toda su inocencia, le había informado de que Zachary tenía habitación en el Carlyle. No necesitaba más.

Había tenido una hora para quitarse el vestido de fiesta y ponerse el de trabajo. Había rechazado la idea de sobornar al portero de noche. Todo el mundo sabía que el personal del Carlyle era gente honrada. Tendría que entrar en su habitación.

Vanessa avanzaba por el vestíbulo, donde, casualmente, vio a un solo recepcionista, un hombre joven. Celebrando su suerte, se acercó a él con paso vacilante.

Ness: Por favor -empezó, eligiendo un buen acento francés-. Dos hombres, fuera. Han intentado… -Se llevó la mano a la cabeza, temblando-. Tengo que llamar a un taxi. ¡Qué tonta he sido al pensar que podía ir a pie! Agua, s'il vousplait. ¿Podría darme un poco de agua?

El joven salía ya del mostrador para ayudarla a sentarse.

**: ¿Le han hecho daño?

Volvió la cabeza hacia él, procurando poner un aire desvalido.

Ness: No, solo estoy asustada. Querían meterme en un coche, por allí no había nadie, ni…

**: Tranquila, aquí está usted a salvo.

Lo vio tan joven al acercarse a ella… Y era tan fácil conseguir que la compadeciera…

Ness: Se lo agradezco. Es muy amable, una buena persona. ¿Me haría el favor de llamar a un taxi? Pero primero el agua, o un poco de brandy.

**: Claro. De todas formas, tranquilícese. En un minuto estoy aquí.

Un minuto era todo lo que le hacía falta. En cuanto el recepcionista desapareció, saltó el mostrador y consultó el ordenador. Zachary estaba en el vigésimo piso, pero a pesar de todo, Vanessa sonrió. Dormiría como un angelito, seguro, a la espera de su próximo golpe. Pero no imaginaría que este llegaría tan pronto.

Cuando volvió el recepcionista con una copita de brandy la encontró despatarrada en una butaca, con los ojos cerrados y una mano sobre el corazón.

Ness: ¡Qué amable! -Procuró que la mano le temblara levemente al beber-. Tengo que volver a casa. -Se secó una lágrima de las pestañas-. Me sentiré muchísimo mejor cuando me encuentre allí.

**: ¿Quiere que llame a la policía?

Ness: No -dijo con una valiente sonrisa-. No los he visto. Estaba oscuro. Menos mal que he podido librarme de ellos y correr hasta aquí. -Le devolvió la copa y se incorporó con parsimonia-. Nunca olvidaré lo amable que ha sido usted.

**: No tiene importancia.

El joven se sintió halagado en su orgullo masculino.

Ness: Ha sido la salvación para mí -se apoyó en él dirigiéndose afuera. El taxi al que había contratado para que le esperara a media manzana de allí se acercaba-. Merci bien. -Dio un beso en la mejilla al recepcionista antes de meterse en el coche. En cuanto se hubieron alejado un poco, se incorporó en el asiento para hablar con el taxista-. Déjeme en la esquina.

*: ¿La espero otra vez?

Ness: No. -Le entregó un billete de veinte dólares-. Gracias.

*: A su disposición, señora.

Quince minutos más tarde, Vanessa se encontraba frente a la puerta de Zachary. La entrada por la puerta de servicio y el ascensor habían sido cuestión de rutina. Forzar la puerta y hacer saltar la cadena de seguridad ya no era tan sencillo. Maldijo su impaciencia y su malhumor por el tiempo que le llevó conseguirlo.

En el interior de la suite reinaba el silencio. Las cortinas del salón no estaban corridas y entraba suficiente luz para poderse orientar. En menos de cinco minutos decidió que Zachary no había dejado nada de valor allí.

La habitación estaba a oscuras. Echó mano de la pequeña linterna, con cuidado de no enfocarla hacía la cama, a pesar de que habría disfrutado dirigiéndola directamente al rostro de Zachary y dándole un susto de muerte. Tendría que contentarse con la recuperación del collar y con llevarse al mismo tiempo los gemelos de diamantes que había lucido él aquella noche.

Inició un registro exhaustivo en el dormitorio. Esperaba que no lo hubiera guardado todo en la caja de seguridad del hotel. Algo le decía que no tenía costumbre de hacerlo. Además, habría llegado tarde, casi a las tres. Probablemente era víctima del desfase horario. Se lo imaginaba llegando al hotel, dejándolo todo en un cajón y metiéndose en la cama enseguida.

Bajo unas cuantas camisas de Turnbull descubrió que no andaba desencaminada. La luz hizo brillar su collar. Junto a este, se encontraba un joyero masculino con un monograma en el que se veía un caimán, y en él descubrió que no solo guardaba los gemelos de diamantes, sino otros de oro, un alfiler de corbata con un delicado topacio, así como otros detalles de vanidad masculina, todos de gran valor y de un gusto refinado.

Encantada con el hallazgo, metió en su bolsa el joyero y su collar. Pensó que era una lástima no poder ver la cara que Zachary iba a poner por la mañana. Se incorporó, se dio la vuelta y… topó con él.

Sin darle tiempo a respirar, la levantó, la colocó sobre su hombro y la lanzó sobre la cama. Vanessa aterrizó sobre el colchón sin aliento y aún le quedó fuerza para soltar una maldición al notar que Zachary le inmovilizaba los brazos y se dejaba caer sobre ella.

Zac: Buenos días, amor mío -acto seguido pegó sus labios a los de ella-.

Los brazos de Vanessa hicieron presión en la espalda de Zachary, su cuerpo se arqueó y opuso resistencia a pesar de que la boca se ablandaba y se abría con gran calidez. Incitado por aquel contraste, él prolongó el beso.

Se incorporó un poco, le inmovilizó las muñecas con una mano y con la otra encendió la luz. Con esta, quedó enamorado de la imagen de Vanessa en su cama.

Ella era consciente de su situación. Mientras se debatía entre sentimientos de amargura y despecho, pensaba que había sido culpa suya. Había pasado casi diez años robando las mejores joyas, gracias a su sangre fría y a su lógica. Y ahora por un collar insignificante, y por haber sentido herido su amor propio, la habían pescado. No le quedaba más remedio que negar descaradamente la evidencia.

Ness: Suélteme.

Zac: Ni hablar. -Sujetó los brazos de Vanessa por encima de su cabeza y le apartó un mechón de la mejilla-. He de admitir que ha sido un sistema de lo más ingenioso para meterse en mi cama.

Ness: He venido a recuperar mi collar, no para meterme en su cama.

Zac: Una cosa no quita la otra. -Se echó a reír. No estaba preparado para el súbito ataque de ella y perdió el agarre. Durante los treinta segundos que siguieron se desarrolló una silenciosa y acalorada lucha por la supremacía. Ella demostró ser ágil y muchísimo más fuerte de lo que aparentaba. Zachary se dio cuenta de ello al recibir un solemne puñetazo en el estómago. A partir de ahí, inmovilizó sus manos y acercó su rostro al de ella, casi rozándolo-. Muy bien, hablaremos de ello más tarde.

No era la fría princesa Vanessa la que lo fulminaba con la mirada, sino la mujer apasionada, imprevisible… y complicada que él sospechaba que se escondía en su interior.

Ness: Me ha montado una trampa, cabrón.

Zac: Me declaro culpable de todos los cargos. De todas formas, me extraña que se haya arriesgado tanto para recuperar el collar. Algo que vale unos cientos de libras. ¿Tiene tal vez un valor sentimental, Ness?

Jadeando, intentó poner en orden sus ideas. O tenía un ojo excelente o una lupa de joyero.

Ness: ¿Por qué me lo quitó?

Zac: Por curiosidad. ¿Por qué llevaría la princesa Vanessa unas piedras de colorines?

Ness: Prefiero gastar el dinero en otras cosas. -Él llevaba el torso desnudo y Vanessa notaba en sus dedos los latidos de su corazón-. Suélteme, me lo llevo y olvidemos lo ocurrido. No voy a denunciarle.

Zac: Será mejor.

Había recuperado el aliento, o eso esperaba.

Ness: ¿Qué es lo que quiere?

Zachary puso cara de extrañeza y la observó con gran detención.

Zac: Vamos a dejarlo. Demasiado fácil.

Ness: No pienso disculparme por entrar en su habitación a recuperar lo que es mío.

Zac: ¿Y qué me dice de mi estuche?

Ness: Una venganza. -En sus ojos apareció la chispa, viva e intensa, de la pasión-. Yo creo firmemente en la venganza.

Zac: Me parece bien. ¿Le apetece tomar algo?

Ness: Sí.

Él le sonrió otra vez.

Zac: Pero tiene que darme su palabra de que no se moverá de aquí -dijo casi leyendo aquellos pensamientos que iban tomando forma en la mente de ella-.  Puede huir, Vanessa, y como no voy vestido para salir a la calle, no podré perseguirla. Es decir, hoy. Pero siempre quedará el mañana.

Ness: Palabra. Me apetece tomar algo.

Zachary se levantó y le dio la oportunidad de salir de la cama y sentarse en una butaca. Él iba desnudo de cintura para arriba y el pantalón del pijama le había bajado mucho más allá de la cintura. Ya más tranquila, Vanessa se quitó los guantes mientras oía el sonido del líquido que se vertía en el vaso.

Zac: ¿Le parece bien un whisky?

Ness: Perfecto.

Vanessa aceptó el vaso y tomó con calma un sorbo mientras él se instalaba en el borde de la cama.

Zac: Espero una explicación.

Ness: Pues quedará decepcionado. No le debo ninguna.

Zac: Cada vez me excita más la curiosidad. -Buscó un paquete de tabaco en la mesilla-. ¿Sabe una cosa? Esto lo había dejado hasta que la conocí.

Ness: Lo siento. -Sonrió-. En definitiva es cuestión de voluntad.

Zac: Yo tengo voluntad. -Sus ojos la siguieron en sentido descendente y luego ascendente-. Pero la uso para otras cosas. Mi pregunta es: ¿Por qué una mujer como usted se dedica a robar?

Ness: Recuperar lo que es de uno no es robar.

Zac: El colgante de Madeline Moreau no era suyo.

Si no hubiera sido tan dueña de sí misma en aquellos momentos, se habría atragantado con el whisky.

Ness: ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?

Zachary soltó una bocanada de humo con aire pensativo mientras la observaba. No era una aficionada, pensó, y hacía mucho que había superado la fase de principiante.

Zac: Lo robó usted, Ness. O conoce a quien lo hizo. ¿Le suena el nombre de Rose Sparrow?

Vanessa siguió con el whisky, pero sus manos estaban ya empapadas de sudor.

Ness: ¿Tendría que sonarme?

Zac: Ha sido la falda -murmuró-. Me ha costado un poco atar cabos. Siempre me distrae. Pero cuando fui a ver a Freddie, nuestro amigo común, me habló de Rose y me dio su descripción. Entonces me he acordado de la faldita de cuero que usted estaba guardando. La que no tenía nada que ver con su estilo.

Ness: Si lo que pretende es marear la perdiz, yo me voy. Esta noche no he dormido.

Zac: Siéntese.

No habría obedecido, pero la sequedad del tono le advirtió que sería mejor hacerlo.

Ness: Si le he entendido bien, se le ha metido en la cabeza que tengo algo que ver con el robo en casa de Madeline. -Dejó el whisky e hizo un esfuerzo por relajar sus hombros-. Solo puedo responderle con una pregunta: ¿Por qué habría hecho algo así? No necesito el dinero.

Zac: No es cuestión de dinero sino de motivación.

Se sentía incómoda al notar los latidos del corazón en su cuello. Procuró no hacerles caso y no perder el contacto visual con él.

Ness: ¿Trabaja para Scotland Yard?

Con una carcajada, Zachary apagó el cigarrillo.

Zac: Pues no. ¿No ha oído nunca el dicho de «nada mejor que un ladrón para atrapar a otro ladrón»?

Cuando ató cabos lo vio todo mucho más claro. Había oído hablar del famoso ladrón conocido solo por la iniciales P. C. Tenía fama de seductor, de implacable y de especialista en escalada. Era un lince con las joyas. Se contaba que había robado el diamante Wellingford, una piedra única de setenta y cinco quilates. También se decía que después de esta se había retirado. Vanessa siempre se lo había imaginado como un hombre mayor, un atractivo veterano. Tomó de nuevo el vaso.

Era curioso encontrarse por fin con un colega, con el mejor en la especialidad, y no poder hablar del trabajo.

Ness: ¿Me está diciendo que es un ladrón?

Zac: Lo era.

Ness: Fantástico. Entonces debo suponer que robó el colgante de Madeline.

Zac: Unos años atrás podría haberlo hecho. Pero la cuestión, Ness, es que usted ha tenido parte en eso y quiero saber por qué.

Ella se levantó haciendo girar el whisky que quedaba en el fondo de su vaso.

Ness: Si por alguna estrambótica razón hubiera tenido parte en ello, no sería de su incumbencia, Zachary.

Zac: Aquí, entre nosotros, su título importa un pimiento, lo mismo que la cortesía social. De modo que o responde a mi pregunta o hablo de ello a mis superiores.

Ness: ¿Superiores?

Zac: Trabajo para la Interpol. -Observó cómo se llevaba el vaso a los labios y apuraba el whisky-. Desde hace unos diez años han atribuido una serie de robos a un hombre, a un hombre terriblemente escurridizo. Los zafiros de Moreau no son más que los últimos en una larga lista.

Ness: Muy interesante. Pero ¿qué tengo que ver yo con esto?

Zac: Podemos concretar una reunión. Creo que seré capaz de llegar a un acuerdo y dejarla fuera de la historia.

Ness: Muy galante por su parte -respondió dejando el vaso-. Mejor dicho, lo sería si estuviera en lo cierto. -Sabía que se encontraba en terreno resbaladizo, pero sonrió con seguridad-. ¿Se imagina cómo iban a divertirse mis amigos si les dijera que me han acusado de ser cómplice de un ladrón? Me pasaría meses cenando a costa del tema.

Zac: ¡Por el amor de Dios! ¿Pero no ve que intento ayudarla? -Se había levantado y la estaba zarandeando-. Conmigo no necesita disimular. Estamos solos. El disimulo no tiene ningún sentido. La noche del robo la vi volver al hotel, vestida de negro, entrando con disimulo por la puerta de servicio. Sé que se ocupó de la venta de las joyas. Está metida en esto hasta el cuello, Ness. ¡He estado mucho tiempo en el ajo para saber cómo funciona todo!

Ness: No tiene nada concreto de que informar a sus superiores.

Zac: Todavía no, pero es cuestión de tiempo. Nadie sabe mejor que yo cómo se va cerrando el círculo en unos años. Si tiene problemas, si ha tenido que vender algo para guardar las apariencias, yo no voy a comprometerla sacándolo a la luz. Cuéntemelo, Ness, quiero ayudarla.

Era ridículo, pero a Vanessa le parecía que hablaba en serio. Una parte de ella, amordazada durante años, deseaba creerlo.

Ness: ¿Por qué?

Zac: No diga tonterías -murmuró besándola de nuevo en los labios-.

La resistencia de ella se desvaneció en un gemido. La pasión que captó en él era tan poderosa como la que ella sentía. Notó sus manos en su cabello, ásperas, posesivas, que inclinaban su cabeza hacia atrás en busca de libertad de movimientos. Por primera vez en su vida dejó que sus propias manos surcaran la piel de un hombre, buscaran, se entretuvieran en ella. El ansia empezó con una sensación ardiente en el estómago, que enseguida se convirtió en llama y más tarde en incendio.

Zachary sabía que era una locura desear a aquella mujer hasta el punto de olvidar sus prioridades. Pero ¿qué podía hacer ante tanta dulzura y fuerza, semejante temblor y exigencia? El perfume que aspiró en la piel de su cuello le dio una especie de vértigo al rodar los dos sobre la cama.

En una explosión de deseo, dejó a un lado el refinamiento y el estilo. Fuera quien fuera aquella mujer, la deseaba más de lo que había deseado nunca a nadie. El, que había codiciado los diamantes por su fuego interior, los rubíes por su arrogante llama, los zafiros por sus destellos de luz azul, encontró en Vanessa todo lo que hasta entonces solo había admirado en las piedras robadas.

Su cuerpo era menudo y grácil y su cabello lo envolvía al dar vueltas en la cama como una fragante cascada. Lo embriagaba el sabor a whisky que encontraba aún en su lengua. La desesperación que notaba en sus respuestas le arrebató todo control.

Cuando pasó la mano por debajo de su jersey y acarició aquellos senos redondeados, suaves, notó los latidos de su corazón bajo la palma.

Vanessa nunca había vivido algo como aquello. Habían ido pasando los años y se había convencido de que nunca sería así. De que para ella no podía ser así. Pero por primera vez en su vida sentía un deseo global, como mujer. El deseo de recibir y dar. Sin embargo, a medida que su cuerpo fue respondiendo, mientras buscaba acrecentar el placer, llegar a la cumbre, el miedo la iba apuñalando.

Vio el rostro de su madre inundado de lágrimas. Oyó los gruñidos de satisfacción de su padre, amortiguados, pues con las manitas se tapaba los oídos.

Ness: ¡No! -El grito salió automático mientras apartaba a Zachary-. No me toques. En un gesto instintivo, él le agarró las muñecas antes de que lo golpeara.

Zac: Por favor, Vanessa.

La furia lo llevó a atraerla hacia sí; unas amargas acusaciones estuvieron a punto de salir de su boca. Pero no llegó a articularlas. Las lágrimas que temblaban en los ojos de ella eran auténticas: Zachary vio el terror detrás de ellas.

Zac: Está bien, tranquila. -La soltó con suavidad y procuró hablar con calma. Era como una montaña rusa en la que no estaba seguro de querer montar-. Basta -le ordenó al ver que seguía luchando-. No voy a hacerte daño.

Ness: Déjame. -Tenía la garganta tan tensa que incluso el murmullo le dolió-. Quítame las manos de encima.

El genio volvió a apoderarse de él y tuvo que combatirlo.

Zac: No tengo por costumbre atacar a las mujeres -dijo sin alterarse-. Te pido disculpas si te he interpretado mal, pero creo que los dos sabemos que no.

Ness: Ya te he dicho que no había venido aquí para acostarme contigo. -De un tirón liberó una mano y luego la otra del agarre de él-. Si creías que caería de espaldas para distracción tuya, te equivocabas.

Zachary se apartó lentamente de ella. Con ello demostró su autocontrol.

Zac: Alguien te ha hecho daño, ¿verdad?

Ness: La cuestión es que no me interesa.

Antes de que pudiera tocarla de nuevo, Vanessa saltó de la cama y cogió su bolsa.

Zac: La cuestión es que tienes miedo -también se levantó. Lo que no supo hasta mucho más tarde era que en sus sábanas había quedado el perfume de ella y que aquello lo obsesionaría el resto de la noche-. ¿De mí o de ti misma?

Todavía le temblaban las manos cuando se cargó la bolsa en el hombro.

Ness: Nunca acabaré de entender el orgullo masculino. Adiós, Zachary.

Zac: Una última pregunta, Vanessa -ya había llegado a la puerta, pero se detuvo, ladeando la cabeza-. Aquí estamos solos, no hay grabadoras. Querría saber la verdad de una vez, pero por mí, por algo personal. ¿Te has implicado en todo esto por un hombre?

Podía haberse ido sin hacerle caso. Dirigirle su más fría sonrisa y dejarlo con la intriga. ¡Cuántas veces iba a preguntarse por qué no lo hizo!

Ness: Sí. -Recordó a su padre circulando por aquellos amplios corredores iluminados por el sol, a su padre que no hacía el menor caso de las lágrimas de su madre ni de su silencioso llanto-. Sí, por un hombre.

La decepción fue tan profunda y contundente como su enojo.

Zac: ¿Te amenaza? ¿Te chantajea?

Ness: Ya me has hecho tres preguntas. -Aún encontró fuerzas para sonreír-. Pero te voy a decir algo que es la pura verdad: He hecho lo que he hecho por decisión propia. -De pronto se acordó, metió la mano en la bolsa y sacó el estuche. Lo lanzó hacia él-. Honradez entre ladrones, Zachary. Como mínimo de momento.


jueves, 25 de julio de 2019

Capítulo 13


Lo de planificar de nuevo el golpe a las joyas de Madeline Moreau obligó a Vanessa a acostarse tarde y a levantarse pronto. La inclusión en sus cálculos del parámetro Zachary Efron había cambiado sus planes respecto a los Fume, pero aquello no significaba que la Sombra tuviera que abandonar Londres con las manos vacías.

Vanessa tenía éxito en sus golpes. En parte se debía a su prudencia, pero también contaba para ello, y mucho, su flexibilidad. Los planos y las especificaciones que habían viajado con ella desde Nueva York tendrían que esperar, pero los fondos de ayuda a viudas y huérfanos no tenían por qué hacerlo.

A las nueve menos cuarto, Lucille, la doncella de Madeline, abrió la puerta a un atractivo joven con barba y mono gris.

Lucille: ¿Qué se le ofrece?

Ness: Control de plagas -sonrió bajo aquella barba rubia mientras guiñaba el ojo a Lucille. Bajo una gorra bastante usada, llevaba una peluca rubia desgreñada, cuyos mechones medio cubrían sus ojos-. Tengo que hacer seis pisos esta mañana y este es el primero.

Lucille: ¿Plagas? -vaciló un momento y se puso colorada al ver que el muchacho la miraba de arriba abajo-. La señora no me ha dicho nada de esto.

Ness: Ordenes del encargado de mantenimiento del edificio -le mostró un papel de color rosa. Llevaba unos guantes de trabajo desgastados que le tapaban incluso las muñecas-. Ha tenido unas cuantas quejas. Aquí hay ratones.

Lucille: ¿Ratones? -Soltando un apagado chillido, apartó la mano-. Es que mi señora duerme.

Ness: A mí eso me tiene sin cuidado. Si usted no quiere que Jimmy mate a esos granujillas, yo me largo a seguir con la lista y santas pascuas. -Intentó pasarle de nuevo la hoja-. ¿Me firma aquí? Dice que rechaza el servicio. Pero el encargado de mantenimiento ya no tendrá nada que ver si alguno de esos roedores le sube pierna arriba.

Lucille: Pero no… -se acercó una mano a los labios y empezó a morderse las uñas. Ratones. La sola idea la hacía estremecer-. Espere un momento. Voy a despertar a mi señora.

Ness: No corra, guapa, que a mí me pagan por horas.

Vanessa vio cómo Lucille entraba deprisa. Dejó el depósito que llevaba y empezó el reconocimiento del lugar: levantar cuadros, mover libros. Rió para sus adentros al oír la voz de Madeline, molesta porque le habían interrumpido el sueño. Cuando volvió Lucille, Vanessa estaba apoyada en la puerta, silbando.

Lucille: Si no le importa, empezará por la cocina. La señora quiere salir antes de que haga las habitaciones.

Ness: Como usted mande, preciosidad -levantó el depósito-. ¿Quiere hacerme compañía?

Lucille le dedicó una caída de ojos. Le pareció un muchacho más bien canijo pero guapo.

Lucille: Tal vez, cuando la señora se haya marchado.

Ness: Ahí estaré.

Silbando de nuevo, Vanessa siguió a Lucille hacia la cocina. Trabajando a marchas forzadas, se metió en el lavadero. Allí vio que el sistema de alarma era una especie de juguete, lo que le hizo soltar un suspiro de alivio. A toda prisa, con el oído alerta por si las moscas, destornilló la chapa. De uno de los profundos bolsillos del mono sacó un miniordenador del tamaño de una tarjeta de crédito y dos placas tensoras de muelle. Sin prisas, sujetó los hilos y desconectó la corriente.

Cuando oyó el clic-clac de unos tacones corrió de nuevo a la cocina y echó una nube de perfume a rosas en la estancia.

Ness: Un minuto, preciosidad -dijo a Lucille cuando esta asomó la cabeza por la puerta-. Esto tiene que asentarse. No vayan a enrojecerse esos ojos tan bonitos que tiene usted.

La muchacha agitó la mano delante de ella, tosiendo.

Lucille: La señora quiere saber cuándo habrá terminado.

Ness: Una hora, como mucho.

Volvió a rociar la cocina, lo que aceleró la retirada de Lucille. Contó hasta cinco, regresó al lavadero y sacó las tenazas. En dos minutos aplicó los hilos al ordenador y cambió el código de seguridad. Entraría a la casa sin problemas, pensó mientras atornillaba de nuevo la placa. Ahora solo le quedaba encontrar la caja fuerte. Con el depósito al hombro, se fue a buscar a Lucille.

Ness: ¿Por dónde sigo?

Lucille: La habitación de los invitados -le indicó el camino, pero la paró en seco una sarta de maldiciones en francés-.

Madeline: Por Dios, Lucille, ¿dónde demonios ha puesto mi bolso rojo? ¿Todo tengo que hacerlo yo sola?

Ness: Un encanto de mujer.

Lucille se limitó a poner los ojos en blanco y a salir pitando. Si montaba aquel cirio por un bolso, cuando viera que le había desaparecido el zafiro le daría un ataque. La avaricia es mala consejera, pensó Vanessa mientras se dedicaba a buscar la habitación de los invitados.

Veinte minutos más tarde, oyó el portazo. No habían pasado ni diez más y ya había localizado la caja fuerte en el recargado dormitorio decorado en tonos rojos y blancos. Se ocultaba tras una falsa pieza de un tocador repleto de tarros y tubos.

La combinación estándar, murmuró Vanessa con un chasquido de la lengua. Cualquiera habría imaginado que Madeline había invertido tanto en seguridad como en ropa. Levantó de nuevo el pulverizador y se fue en busca de Lucille.

La doncella se había puesto su mejor perfume.

Lucille: ¿Ya ha terminado?

Ness: El ratón que se aventure aquí está ya sentenciado. -Tendría que ingeniárselas para esquivar a Lucille, pensó mientras esta le sonreía-. ¿Ya se ha marchado la señora?

Lucille: No volverá como mínimo en una hora.

La invitación estaba clara; Lucille se le acercó un poco más.

A Vanessa le entraron ganas de reír y tuvo que recordarse a sí misma que todo aquello no era para tomárselo a risa.

Ness: Ya me gustaría disponer de tiempo ahora… pero más tarde sí tendré. ¿A qué hora sales?

Lucille: Según le dé. -Con un mohín, empezó a jugar con el cuello del mono de Vanessa. Nunca la había besado un hombre con barba-. A veces me tiene ocupada hasta las tantas.

Ness: A alguna hora se acostará. -Ya que tenía planes para Madeline aquella noche, pensó que lo mejor sería hacer también alguno para Lucille-. ¿Quieres que quedemos, por ejemplo, a las doce de la noche? Te espero en el Bester's del Soho. Podemos tomarnos una copa allí.

Lucille: ¿Solo una copa?

Ness: Ya se verá -dijo riendo-. Yo vivo en la esquina del club. Podrías venir y darme… una clase de francés. A las doce.

Pasó un dedo por la mejilla de Lucille y se fue hacia la puerta.

Lucille: Tal vez.

Vanessa se volvió para guiñarle el ojo.

Una hora más tarde, con una peluca rubia y un conjunto de color rosa, Vanessa pagó al contado dos docenas de rosas rojas y una elegante cena con champán para dos en un comedor privado de un hotel situado a una hora de coche de Londres.

Ness: Mi jefe quiere que no falle nada -explicó con un claro acento británico mientras entregaba un puñado de billetes de cinco libras al encargado-, y por supuesto discreción.

**: Descuide. -El hombre inclinó la cabeza, procurando no mostrar un entusiasmo excesivo-. ¿Y el nombre?

Vanessa arqueó una ceja al estilo Celeste.

Ness: Señor Smythe. Procure que el champán esté helado a medianoche.

Mientras se lo decía, le añadió un billete de veinte.

**: Me ocuparé de ello personalmente.

Recta como un palo, con la cabeza alta, Vanessa se fue hacia el coche que había alquilado para salir de Londres. No pudo evitar una breve sonrisa. Para entonces, Madeline ya habría recibido la primera entrega de las rosas y la romántica y misteriosa invitación a una cena de medianoche fuera de Londres con un admirador secreto.

La naturaleza humana era una herramienta tan importante como la agilidad en los dedos. Madeline Moreau era muy francesa, y muy vanidosa. Vanessa no dudó un instante de que aquella mujer se metería en la limusina que tendría a punto y dejaría el piso libre. Sentiría una decepción, por supuesto, al comprobar que no aparecía el anónimo admirador. Pero el Dom Pérignon y su propia curiosidad la tendrían distraída un buen rato. Lo más seguro era que no volviera a Londres hasta pasadas las dos. Para entonces, Vanessa habría conseguido el zafiro, y Madeline, un ataque de campeonato.

Cuando volvió a su suite comprobó un momento en sus notas la programación. La segunda entrega de rosas, junto con un estúpido poema de alguien perdidamente enamorado y la petición de pasar una velada íntima llegarían a la puerta de Madeline en una hora.

No podría resistirse a aquello. Vanessa aplicó una cerilla a los papeles y comprobó que quedaban reducidos a ceniza. Se dijo que en ese sentido su instinto no le fallaba. La intrusión de Zachary Efron podía haber sido una simple coincidencia, pero la Sombra siempre se inclinaba por un cálculo perfecto. Sonrió para sus adentros. Precisamente Zachary le proporcionaba la mejor coartada del mundo. La verían cenando con él y luego volviendo al hotel. Ya procuraría que nadie se percatara de que abandonaba su suite a medianoche.

Seguía de buen humor cuando empezó a prepararse para la cena. El vestido negro, clásico, que escogió tenía su detalle en la explosión de colores del adorno de uno de los hombros. Se puso también unos pendientes con piedras de un tono azul muy vivo montadas en oro que cualquiera salvo un experto habría tomado por zafiros. Robaba las mejores joyas, pero en contadísimas ocasiones llevaba encima objetos de gran valor. No le interesaban más piedras preciosas que el Sol y la Luna.

Se plantó ante el espejo para echar una última ojeada a su aspecto. Aquella imagen, al igual que la de Rose Sparrow, tenía una gran importancia para ella. Decidió que había acertado con el impulso que la llevó a rizarse un poco el pelo, pero cambió de parecer en cuando al lápiz de labios y se aplicó un tono más oscuro. Exactamente, pensaba, aquel le daba un ligero toque de autoridad. Zachary Efron podía ser un hombre peligroso, pero no se encontraría con una presa fácil.

Cuando llamó el recepcionista, Vanessa estaba a punto, incluso dispuesta a pasar una agradable velada. Insistió en bajar al vestíbulo a encontrarse con Zachary.

Él no iba tan elegante como la noche anterior. Llevaba un traje gris, italiano, de corte informal, de un tono algo más pálido que el de sus ojos. En lugar de camisa y corbata había optado por un jersey de cuello alto negro, con el que destacaba su pelo castaño. No está nada mal, pensó Vanessa mientras le sonreía con frialdad.

Ness: ¡Qué puntual!

Zac: ¡Qué guapa!

Le ofreció una rosa roja.

Conocía demasiado bien a los hombres para que una rosa pudiera seducirla, pero no pudo evitar sonreír ante aquella.

Zachary tomó el abrigo de marta cibelina que ella tenía en el brazo, se lo puso sobre los hombros con gesto delicado, con cuidado de que el cabello no quedara por debajo del cuello. Al tocar aquella cabellera se fijó en que era suave y espesa como la piel del abrigo.

Ella notó de improviso la calidez. Decidida a no hacerle caso, volvió la cabeza. Tenía el rostro de él a unos centímetros. Cuando sus miradas se cruzaron, sus labios dibujaron algo parecido a una sonrisa.
Zachary se dio cuenta de que aquella mujer conocía la forma de turbar a un hombre con una mirada, con un movimiento. Se preguntaba cómo podía haber adquirido aquella fama de inaccesible con aquellos ojos.

Zac: Conozco un sitio a unos cuarenta kilómetros de Londres. Un lugar tranquilo, un ambiente acogedor y una comida deliciosa.

Ella había esperado que le propusiera un restaurante de moda en pleno centro de la ciudad. ¿Sería posible que hubiera escogido aquel en el que Madeline iba a esperar a su misterioso admirador a medianoche? Zachary captó la súbita expresión en los ojos de ella y se preguntó a qué respondería.

Ness: Es usted un romántico. -Con tiento, se apartó de sus brazos-. De todas formas, me atrae la idea de ese lugar de las afueras. De camino, puede hablarme de Zachary Efron.

Con una sonrisa, la tomó del brazo.

Zac: Con cuarenta kilómetros no haremos más que empezar.

Cuando Vanessa se sentó en el Rolls, dejó resbalar de sus hombros las pieles. El fresco aire otoñal resultaba agradable en contraste con aquella calidez interior. En cuanto el chófer puso el coche en marcha, Zachary sacó una botella de Dom Pérignon de una cubitera.

Vanessa siguió pensando que todo era demasiado perfecto y reprimió otra sonrisa. Rosas rojas, champán, un coche de lujo y una velada en un lugar encantador. Pobre Madeline, se dijo, animada, mientras observaba el perfil de Zachary.

Zac: ¿Se lo ha pasado bien estos días en Londres?

El tapón salió con un ruido sordo. En aquella quietud, Vanessa oyó incluso el burbujeo en el cuello de la botella.

Ness: Sí, siempre me ha gustado esta ciudad.

Zac: ¿Y qué es lo que hace en ella?

Ness: ¿Hacer? -Aceptó la copa que le ofrecía-. Ir de compras, ver amigos, pasear. -Dejó que le untara una galleta salada con caviar-. ¿Y usted?

La observó mordisquear el caviar antes de tomar un sorbo de champán.

Zac: ¿Y yo, qué?

Vanessa cruzó las piernas y se instaló cómodamente en un rincón. Ofrecía la imagen que deseaba proyectar: pieles de lujo, medias de seda, joyas relumbrantes.

Zac: Trabajo, ocio, lo que sea. Hago lo que más me apetece en cada momento.

Le extrañó que no precisara nada. En general, los hombres, a la más mínima pregunta empezaban a hablar de sus negocios, de sus aficiones, de su ego.

Ness: ¿No me habló el otro día del juego?

Zac: ¿Lo hice?

La estaba observando de aquella forma tranquila y desconcertante, como había hecho en la fiesta. Como si considerara que el Rolls fuera un escenario y ellos los protagonistas.

Ness: Sí. ¿Cuáles prefiere?

Zachary sonrió, con la misma expresión que le había visto ella a través de las lamas del armario en casa de los Fume.

Zac: Los de gran riesgo. ¿Más caviar?

Ness: Gracias -vio que se había iniciado un juego, del que no conocía las reglas ni la recompensa. Tomó el caviar, Beluga, el mejor, al igual que el champán y que aquel coche con el que se iban alejando poco a poco de Londres. Pasó un dedo por el borde de la tapicería que los separaba-. El riesgo debe de compensarle.

Zac: En general, sí. -Contaba que con ella sería así-. ¿Y usted qué hace cuando no se pasea por Londres?

Ness: Paseo por otros lugares, voy de compras en otros lugares. Cuando me canso de una ciudad, me voy a otra.

La habría podido creer de no haber detectado aquellos destellos de pasión que aparecían de vez en cuando en sus ojos. Vanessa no era una muchacha acabada de presentar en sociedad a la que le sobraba el tiempo y el dinero.

Zac: ¿Después de Londres se irá a Nueva York?

Ness: Aún no lo sé. -¡Qué vida tan deprimente llevaría si hiciera lo que aparentaba!, se dijo-. Pensaba en algún lugar cálido para pasar las fiestas.

Ahí había colado una broma, constató él. Podía detectarse en un brillo en sus ojos o en un deje en su tono. Zachary se preguntaba si le divertiría el remate.

Zac: En Jaquir hace calor.

En aquel instante lo que vio en sus ojos no fue algo gracioso sino una chispa de pasión, veloz, vital y disimulada casi en el acto.

Ness: Sí -dijo en tono monótono, falto de interés-, pero prefiero los trópicos al desierto.

Zachary sabía que podía pincharla y había decidido hacerlo cuando el teléfono le interrumpió.

Zac: Dispense -dijo antes de levantar el auricular-. Aquí Efron. -Exhaló un levísimo suspiro-. ¿Qué tal, mamá?

Vanessa arqueó una ceja. De no haber sido por aquella tímida expresión, en su vida habría creído que tenía una madre, y mucho menos una que lo llamaba al teléfono del coche. Divirtiéndose con ello, Vanessa llenó primero la copa de él y luego la suya.

Zac: No, no lo he olvidado. Mañana, de acuerdo. Lo que quieras, seguro que estarás preciosa. Claro que no me molestas. Ahora voy a cenar. -Miró hacia Vanessa-. Sí, claro. No, mamá, de verdad… -De nuevo el suspiro-. No creo que sea… Sí, de acuerdo. -Apretó el auricular contra su rodilla-. Mi madre. Quiere saludarla.

Ness: ¡Oh!

Perpleja, Vanessa miró el teléfono sin moverse.

Zac: Es inofensiva.

Sintiéndose como una idiota, cogió el aparato.

Ness: Dígame.

Mary: Hola, preciosa. ¿A que tiene un coche maravilloso?

Aquella voz no tenía la suavidad de la de Zachary y su acento tiraba más al cockney. Vanessa echó una ojeada al interior del Rolls sonriendo.

Ness: Pues sí, maravilloso.

Mary: A mí me hace sentir como una reina. ¿Cómo se llama usted?

Ness: Vanessa. Vanessa Spring.

Ni se dio cuenta de que había obviado su título y se había presentado con el apellido de soltera de su madre, como hacía con quienes se sentía cómoda, pero Zachary tomó buena nota de ello.

Mary: Bonito nombre. Que lo paséis muy bien. Mi hijo es una buena persona, además de guapo, ¿verdad?

Con los ojos iluminados por el ánimo, Vanessa sonrió a Zachary. Era la primera vez que le dirigía una mirada afectuosa.

Ness: Sí lo es, y mucho.

Mary: Pero no se deje encandilar demasiado deprisa, guapa. También es un poco pillo.

Ness: ¿En serio? -miró a Zachary por encima del borde de la copa-. Lo tendré en cuenta. Encantada de haber hablado con usted, señora Efron.

Mary: Puede llamarme Mary, como todo el mundo. Dígale a Zac que la lleve a casa algún día. Podemos tomar un té y charlar un poco.

Ness: Se lo agradezco mucho. Buenas noches.

Sonriendo, pasó de nuevo el teléfono a Zac.

Zac: Hasta mañana, mamá. No, no es guapa. Es bizca, tiene el labio leporino y verrugas. Hale, a ver la tele. Yo también te quiero. -Colgó y tomó un buen trago de champán-. Lo siento.

Ness: Tranquilo. -Aquella llamada había cambiado sus sentimientos hacia él. Le habría resultado difícil mostrarse fría con un hombre que trataba a su madre con tanto cariño-. Parece una mujer encantadora.

Zac: Lo es. Es el amor de mi vida.

Vanessa permaneció un momento en silencio, reflexionando.

Ness: Estoy convencida de que lo dice en serio.

Zac: Es así.

Ness: ¿Y su padre? ¿También es un hombre encantador?

Zac: No lo sé.

Con aquello, Vanessa comprendió que era mejor no insistir en los asuntos familiares.

Ness: ¿Por qué le ha dicho que yo era bizca?

Con una carcajada, Zac le tomó una mano y la llevó hasta sus labios.

Zac: Por su bien, Vanessa. -No apartó los labios de la mano mientras se miraban a los ojos-. Se muere de ganas de encontrar a una nuera.

Ness: Comprendo.

Zac: Y tener nietos.

Ness: Comprendo -repitió apartando la mano-.

El lugar al que la llevó estaba a la altura de las promesas de Zac. Precisamente ella misma lo había elegido para Madeline porque era un sitio tranquilo, apartado y de lo más romántico. El encargado con el que había hablado aquella misma tarde la saludó con una inclinación de cabeza, sin mostrar la más mínima señal de reconocimiento.

En aquel comedor había una enorme chimenea de aquellas en las que se asaban bueyes, con unos troncos robustos como el cuerpo de un hombre por detrás de una mampara metálica con bordes dorados. El fuego, además de calentar, soltaba un agradable zumbido rítmico. Unas ventanas con parteluz impedían el paso del viento otoñal procedente del mar. El mobiliario Victoriano y los aparadores repletos de piezas de plata y cristal daban un ambiente acogedor a la gran sala.

Tomaron el buey Wellington, la especialidad de la casa, a la luz de unos candelabros de peltre, con música de fondo: un violín que tocaba un viejecito.

En su vida habría imaginado que podía sentirse relajada con Zachary, al menos de aquella forma, con ganas de reír, de escuchar y pasar las horas con una copa de brandy en la mano. Estaba al corriente de todas las películas antiguas que tanto le apasionaban a ella, si bien tuvo el tacto de eludir la cuestión de su madre y de la tragedia que la había envuelto. Se centraron en otra generación, la de Hepburn, Bacall, Gable y Tracy.

La desarmó totalmente comprobar que Zac recordaba al pie de la letra los diálogos e imitaba a muchos actores. Ella misma había perfeccionado el inglés y aprendido los distintos acentos a partir de la pantalla. Puesto que había aprendido de Phoebe a admirar la fantasía, no podía evitar pensar que ella y Zac eran almas gemelas.

Descubrió también la pasión de él por la jardinería, que practicaba tanto en su casa de campo como en el invernadero que tenía al lado de la casa de Londres.

Ness: Cuesta imaginarle trasteando por el jardín y arrancando malas hierbas. Pero ahora veo de dónde salen esos callos.

Zac: ¿Callos?

Ness: En las manos -enseguida lamentó el resbalón. Un comentario que tenía que haber sido intrascendente resultaba demasiado personal e íntimo allí, a la luz de las velas, con los violines-. No van con el resto de su persona.

Zac: Más de lo que se imagina -murmuró-. Todos tenemos nuestras imágenes e ilusiones, ¿no es cierto?

Vanessa creyó captar en aquello un doble sentido y rápidamente eludió el tema con un comentario sobre los jardines de Buckingham Palace.

Descubrieron que en sus viajes habían conocido los mismos lugares. Tomando unos sorbos de brandy llegaron a la conclusión de que los dos habían estado en Roma, en el Excelsior durante la misma semana cinco años atrás. Lo que no se mencionó fue que Vanessa se encontraba allí precisamente para birlar unas joyas de diamantes y rubíes a una condesa, y que Zachary, por su parte, había llevado a cabo allí uno de sus últimos golpes, del que sacó una bolsa de piedras preciosas pertenecientes a un magnate de la industria cinematográfica. Los dos sonrieron con nostalgia, cada cual con su recuerdo particular.

Ness: Aquel verano pasé unos días especialmente agradables en Roma -comentó mientras volvían hacia el coche-.

Unos días agradables que le habían reportado alrededor de trescientos cincuenta millones de liras.

Zac: Yo también. -El monto del trabajo de Zachary había supuesto casi el doble de aquella cifra después del trueque hecho en Zurich-. Lástima que no nos conocimos.

Vanessa se instaló en el mullido asiento.

Ness: Sí.

Le habría encantado tomar unas copas de vino tinto de aquel tan fuerte y pasear con él por las húmedas calles de Roma. Pero se alegraba de no haberlo conocido en aquellas circunstancias. La habría distraído de la misma forma que, por desgracia, la estaba distrayendo ahora. El coche se puso en marcha y la pierna de él rozó de manera fortuita la de ella. Menos mal que el golpe en casa de Madeline entrañaba tan poca dificultad.

Zac: Estuve en un bar en el que servían el helado más extraordinario que he comido jamás.

Ness: El San Filippo -dijo riendo-. Cada vez que me siento allí engordo un par de kilos.

Zac: Puede que algún día nos encontremos allí.

Su dedo tocó levemente la mejilla de Vanessa, algo que le recordó el juego al que jugaban y al que no tenía que lanzarse ni por asomo. Con cierto pesar se apartó.

Ness: Puede.

Había puesto entre ellos una mínima distancia pero a él le pareció un abismo. Una mujer extraña, pensó. Su aspecto exótico, sus labios insinuantes, los destellos de pasión que aparecían de vez en cuando en sus ojos… todo era completamente real pero engañoso. No era el tipo de mujer que se abandona en los brazos de un hombre, sino más bien de las que con una palabra o una mirada son capaces de dejarlo helado. Él siempre había preferido las mujeres que disfrutaban abiertamente del contacto físico, de una relación sexual sin ambages. Sin embargo, aquellos contrastes no solo lo intrigaban sino que lo atraían.

En cualquier caso, Zachary conocía igual que ella el valor del momento oportuno.

Esperó a que llegaran a Londres.

Zac: ¿Qué hacía en el dormitorio de los Fume anoche?

Vanessa casi pegó un salto del susto y estuvo a punto de soltar una maldición. La velada, la compañía y el brandy la habían relajado hasta el punto de hacerle bajar la guardia. Afortunadamente, los años de entreno le permitieron dirigirle una mirada con apenas un punto de curiosidad.

Ness: ¿Perdón?

Zac: Le preguntaba qué hacía en el dormitorio de los Fume en la fiesta de ayer.

Con gesto despreocupado ella empezó a enrollar con el dedo uno de sus mechones.

Un hombre podría perderse en una cabellera como aquella -pensaba Zachary-, ahogarse en ella.

Ness: ¿Qué le hace pensar que estaba allí?

Zac: No lo pienso, lo sé. Su perfume es muy característico, Vanessa. Inconfundible. Lo noté en cuanto abrí la puerta.

Ness: ¿De verdad? -Se echó el abrigo por encima de los hombros mientras se devanaba los sesos pensando en la respuesta adecuada-. También podría preguntarle yo qué hacía usted fisgoneando.

Zac: Sí, podría.

El silencio empezaba a hacerse insoportable y ella decidió que si no respondía, el misterio iría en aumento.

Ness: Resulta que iba en busca de aguja e hilo para dar unas puntadas al dobladillo, que se me había soltado. ¿Tendría que halagarme el que reconociera mi perfume?

Zac: Más bien tendría que halagarle que no la llame mentirosa -dijo quitándole importancia-. Pero ya se sabe que las mujeres guapas pueden mentir en casi todo.

Acercó su mano al rostro de ella, pero no con aire incitador o insinuante, como había hecho antes, sino con un gesto casi posesivo. Apoyando la palma de la mano en su barbilla, extendió los dedos sobre su mejilla de forma que entre el índice y el pulgar enmarcó su boca. ¡Qué suavidad, qué delicia!, fue su primer pensamiento. Luego algo lo dejó perplejo. No vio enojo en su mirada, tampoco humor o actitud distante: lo que detectó con toda claridad fue una sensación fugaz de terror.

Ness: Yo suelo escoger mis mentiras con más discernimiento, Zachary. -Parecía imposible que un roce pudiera hacerla sentir de aquella forma: temblorosa, insegura, desprotegida. Su espalda se puso rígida contra el asiento. Era incapaz de controlar la sensación. Apenas consiguió dibujar una fría sonrisa-. Parece que hemos llegado.

Zac: ¿Por qué teme que la bese, Vanessa?

¿Cómo había podido ver de una forma tan clara lo que había escondido a tantos hombres?

Ness: Se equivoca -dijo sin alterar el tono-. Simplemente no quiero.

Zac: Ahora sí que puedo llamarla mentirosa.

Vanessa soltó el aire muy lentamente, consciente de lo que hacía. Nadie sabía mejor que ella hasta dónde podía llegar su genio.

Ness: Piense lo que quiera, Zachary. Ha sido una velada encantadora. Buenas noches.

Zac: La acompaño hasta la suite.

Ness: No se moleste.

El chófer les abría ya la puerta. Vanessa salió y, sin mirar hacia atrás, se dirigió hacia el hotel haciendo ondear sus pieles.

Vanessa esperó a que sonara la última campanada de las doce antes de salir sigilosamente por la puerta de servicio del hotel. Seguía vistiendo de negro, pero en esta ocasión era un jersey de cuello alto, unas cómodas mallas y una chaqueta de cuero. Llevaba el pasamontañas en el cuello y con él se recogía el cabello. Calzaba botas de cuero de suela blanda y llevaba al hombro una gran bolsa.

Anduvo casi un kilómetro antes de parar un taxi. Dejó el primero y cogió otros dos, siguiendo las rutas menos directas que iban a acercarla a la casa de Madeline. Agradeció la protección que le ofrecía la niebla, que le llegaba a las rodillas. Era como cruzar un río poco profundo, pues al partir la bruma a su paso las botas se le iban calando. Apenas se oían sus pasos. Al acercarse al edificio vio la luz de las farolas, que poco después desapareció, neutralizada por la niebla.

En la calle no se oía nada. En las casas reinaba la oscuridad.

De un salto escaló el muro de la parte trasera del edificio, cruzó aquel minúsculo jardín y se situó en la cara que daba a poniente. Estaba cubierta de hiedra, oscura, con olor a humedad. Se situó contra la pared para explorar hacia la derecha y luego hacia la izquierda.

Un vecino con insomnio que mirara hacia allí podría detectarla, pero se encontraba a cubierto de los coches que pasaban por la calle. Con gesto profesional, casi maquinal, desenrolló la cuerda.

En unos minutos escaló hasta la planta superior, donde se encontraba la ventana del dormitorio de Madeline. Vio una tenue luz sobre el tocador, que le permitió examinar la estancia. Por el desorden reinante decidió que a Madeline le había costado decidir el vestido para la cita.

¡Pobre Lucille!, pensó mientras sacaba el cortavidrios. Sin duda a la muchacha le tocaría aguantar el malhumor de la señora por la mañana.

Solo necesitaba un pequeño orificio. Su mano era estrecha. Se sirvió de la cinta adhesiva para trazar el círculo. Protegida con los guantes, metió la mano para accionar la cerradura. Ocho minutos después de su llegada entraba ya por la ventana.

Esperó un momento, aguzando el oído. Notó el murmullo, el chirriar de los viejos edificios de noche. Sus pisadas no se oían sobre la alfombra persa situada al pie de la cama.

Se acercó al tocador y accionó el resorte que controlaba la falsa pieza. Se puso cómoda, sacó el estetoscopio y ¡manos a la obra!

Era un trabajo aburrido y, al igual que muchos aspectos de aquella profesión, no podía llevarse adelante con prisas. La primera vez que entró a robar en una casa se encontró con gente en su interior. En aquella ocasión, las manos le quedaron empapadas de sudor y le temblaban tanto que tuvo que emplear doble tiempo en hacer saltar la caja fuerte. Ahora tenía el pulso estable, ni una pizca de sudor.

El clic de la primera gacheta.

Oyó un coche que pasaba por la calle, se detuvo, paciente, cautelosa. Espiró levemente, controló el reloj. Cinco segundos, diez, y centró la mente en la caja.

Pensó en el zafiro principal del collar; en su engarce actual, se veía algo exagerado. Era una lástima montar una piedra de aquel calibre con unas filigranas tan escandalosamente extravagantes. Y también era una pena que luciera aquella joya alguien tan egoísta e interesado como Madeline Moreau. Aparte sería una historia muy distinta. Ya había calculado que aquella piedra, junto con los zafiros que la acompañaban, tendría como mínimo un valor de unas doscientas mil libras, y quizá llegaría a las doscientas cincuenta mil. Le iría bien conseguir la mitad contra reembolso.

Cedió la segunda gacheta.

Vanessa no miró el reloj, pero estaba convencida de que seguía el horario previsto. Un cosquilleo en los dedos le indicó que estaba a punto de concluir la tarea. Con la chaqueta puesta tenía calor, pero no tuvo en cuenta la incomodidad pensando que en cuestión de segundos tendría en la mano la refrescante suma de un cuarto de millón de libras en zafiros.

Saltó la última gacheta.

Vanessa era demasiado hábil para precipitarse. Colocó el estetoscopio en su sitio antes de abrir la portezuela. Con la ayuda de la linterna escudriñó el contenido de la caja. Dejó a un lado los papeles y sobres, así como los tres primeros estuches de joyas que abrió. Las amatistas eran bonitas, los pendientes con perlas y diamantes, elegantes, pero ella había entrado allí por los zafiros, que emitían sus destellos desde el terciopelo de color beis que los protegía, con un azul intenso, tal como relucían las auténticas piedras siamesas. La piedra principal se situaría alrededor de los veinte quilates y estaba rodeada por otros zafiros y diamantes de menor tamaño.

No era el momento ni el lugar más adecuados para usar la lupa. Tendría que esperar a llegar a su habitación. A aquellas horas, Lucille habría perdido ya la paciencia. Vanessa quería estar fuera de allí antes de que la doncella volviera. Claro que si las joyas eran de imitación, habría perdido el tiempo. Volvió a sostenerlas bajo la luz. No podían ser falsas.

Se metió el estuche en la bolsita, cerró la caja fuerte e hizo girar el dial. No quería que Madeline tuviera la sorpresa antes de haberse tomado el café.

Cruzó el piso a oscuras y volvió al lavadero. Con cuidado, desconectó los hilos de su miniordenador y los dejó colgando.

Salió tan silenciosamente como había entrado.

Fuera, respiró profundamente el aire fresco y húmedo, esforzándose por no echarse a reír. ¡Se sentía tan bien! El logro lo era todo. Jamás supo explicar a Celeste aquella emoción entre sexual e intelectual que le provocaba el haber llevado a cabo un trabajo perfecto. En aquellos momentos los músculos que habían estado en tensión se relajaban y el corazón podía latir al ritmo que deseara. Era entonces, durante unos pocos segundos, un minuto como mucho, cuando se sentía invulnerable. Nada en su vida podía compararse con ello.

Se permitió treinta segundos de gratificación, cruzó el césped, escaló el muro y siguió su camino entre la niebla.

Zachary no sabía qué lo había movido a salir. ¿Un presentimiento, una comezón? Incapaz de conciliar el sueño, decidió volver al lugar donde había visto por primera vez a Vanessa. Y no a causa de ella, se iba repitiendo, sino porque tenía una corazonada en cuanto a los Fume. Una noche perfecta para el robo.

Aquello era cierto pero no del todo. También había salido a causa de Vanessa. Solo en su casa, inquieto, insatisfecho, no podía dejar de pensar en ella. Sabía que un paseo solitario por aquellas calles que conocía tan bien lo despejaría. O eso creía.

Se sentía, como habría dicho su madre, «tocado». Y no era una cosa tan insólita. Había conocido a una mujer esquiva, exótica y misteriosa. También mentirosa. Venciendo el ansia súbita de fumar se dijo que era difícil resistir ante una mujer con esas cualidades.

Tal vez aquello fue lo que lo encaminó hacia su hotel. Y al doblar la esquina la vio. Bajó de la acera y cruzó la calle desierta. Iba de negro otra vez, pero no con la romántica capa, sino con unas mallas, una chaqueta de cuero y el pelo recogido en un gorro. La reconoció por su aire. Estuvo a punto de llamarla, pero su instinto se lo impidió. Vio cómo cruzaba una de las puertas de servicio y desaparecía hacia el interior del edificio.

Se quedó mirando hacia sus ventanas. Es ridículo, pensaba. Es absurdo. No obstante, pasó un buen rato allí dándole vueltas, especulando.


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