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lunes, 8 de julio de 2019

Capítulo 7


El sol se filtraba entre las cortinas cuando Vanessa se despertó otra vez. Le picaban los ojos de haber llorado, se sentía algo mareada, pero tenía diez años y lo lógico era que pensara primero en comer algo. Se puso el vestido con el que había llegado de París y bajó la escalera.

El piso le pareció mucho más grande que la noche anterior. Una serie de puertas en forma de arco daban al vestíbulo, pero estaba demasiado hambrienta para dedicarse a explorar. Se aventuró, pues, por un pasillo a la espera de encontrar fruta y pan en algún lugar.

Oyó voces: un hombre y una mujer hablaban. Poco después unas risas. Aquellas personas siguieron hablando, discutiendo, la mujer con una voz aguda, persistente, el hombre, en un curioso inglés. Cuanto más hablaban, más reían luego. Intrigada, fue acercándose al lugar de donde venía la animación y se encontró en la cocina de Celeste.

No vio a nadie pero siguió oyendo aquellas voces. Vio entonces que procedían de una cajita, en la que se movían unos personajes. Encantada con el descubrimiento se acercó a la caja y la tocó sin que aquella gente se percatara de su presencia; al contrario, comprobó que seguían discutiendo.

Esbozando una sonrisa comprendió que no se trataba de personas reales. Eran imágenes de personas en movimiento, imágenes con sonido. Y aquello significaba que eran estrellas de la pantalla como su madre. Obvió por un momento el hambre, apoyó los codos en la barra de la cocina y fijó la vista en aquel espectáculo.

Celeste: Dejadlo todo allí. ¡Ah! ¿Ya te has levantado, Vanessa?

Esta se incorporó con gesto rápido, dispuesta a que la reprendieran.

Celeste: Perfecto -esperó a que el chico del reparto colocara las bolsas en la barra-. ¡Qué bien!, ya no tengo tan solo la compañía de Te quiero, Lucy. -Dio unos billetes al muchacho-. Gracias.

**: A usted, señorita Michaels.

Dedicó un guiño a Vanessa y se fue.

Celeste: Tu madre todavía duerme, pero he pensado que a ti tal vez te habría despertado el runrún del estómago. Como no tenía idea de lo que les gusta a las niñas, me he dejado orientar por el de la tienda. -Sacó una caja de copos de arroz tostado de una de las bolsas-. Yo diría que esto puede ser un buen comienzo.

La televisión pasó a la publicidad, con un gran derroche de sonido y color. Vanessa quedó con la boca abierta. Una especie de tornado blanco apareció de pronto para auxiliar a un ama de casa en su lucha contra la suciedad incrustada.

Celeste: Curioso, ¿verdad? -puso una mano en el hombro de Vanessa-. ¿No veis la televisión en Jaquir?

Demasiado impresionada para articular palabra alguna, se limitó a negarlo con la cabeza.

Celeste: Pues a partir de hoy podrás verla tanto como quieras. Hay un aparato más grande en el salón. Puse este aquí para que se distrajera la señora de la limpieza. ¿Te apetece desayunar?

Ness: Sí, gracias.

Celeste: ¿Los copos de arroz?

Vanessa miró la caja, en la que había dibujados unos curiosos personajes con grandes sombreros blancos.

Ness: Me gusta el arroz.

Celeste: Este es un poco diferente. Te enseño cómo se come aquí. -Por indicación de Celeste, Vanessa se sentó. Desde la mesa podía ver la televisión y también a Celeste-. Primero echas los copos en un cuenco. Luego… -Divirtiéndose con la explicación, vertió la leche con gran aparato-. Aguza el oído. -Hizo un gesto con los dedos mirando a la pequeña-. Vamos, acerca la oreja a la mesa.

Ness: Silba.

Celeste: Explotan, crujen y saltan. -La corrigió mientras espolvoreaba los copos con azúcar-. Unos cereales que silbaran no pasarían muy bien. Pruébalos.

No muy convencida, Vanessa hundió la cuchara en el recipiente. No entendía por qué alguien podía elegir una comida sonora, pero era bien educada y nunca habría hecho un comentario grosero. Tomó una cucharada, luego otra y a la tercera dedicó a Celeste una franca sonrisa.

Ness: ¡Está muy bueno! Gracias. Me gusta el arroz americano.

Celeste: El arroz hinchado -la corrigió, pasándole la mano por el cabello-. Creo que yo también me tomaré un cuenco.

De todos los recuerdos que iba a guardar Vanessa de su primer día en Nueva York, aquella hora que pasó con Celeste se convirtió en su preferida. No le pareció algo tan alejado del harén. Era una mujer y con ella hablaba de cosas femeninas: compras, la comida que le ayudó a guardar, entre la que descubrió una mantequilla hecha con cacahuetes y una sopa hecha con letras. La tranquilizó encontrar allí también chocolate.

Celeste era una mujer singular, con su cabello rubio, muy corto, y su pantalón. A Vanessa le gustaban las inflexiones de su voz, la forma en que acompañaba las palabras con movimientos hechos con las manos, los brazos, e incluso el resto del cuerpo.

Cuando Phoebe apareció por fin, Vanessa estaba sentada con aire recatado en el sofá del salón, viendo la primera serie televisiva de su vida.

Phoebe: ¡Madre mía, no sé cómo he podido dormir tanto! ¡Hola, peque!

Ness: ¡Mamá! -se levantó de un salto para abrazar a su madre, quien, a pesar de la resaca, la estrechó con fuerza-.

Phoebe: La mejor manera de empezar el día. -Sonriendo, se echó un poco hacia atrás-. ¿Cómo has empezado tú el tuyo?

Ness: Tomando arroz tostado y viendo la televisión.

Entró Celeste, dejando tras ella una estela de humo de tabaco.

Celeste: Ya ves, Ness se está americanizando. ¿Qué tal la cabeza?

Phoebe: He pasado días peores.

Celeste: Te merecías una buena turca. -Echó un vistazo a la tele para cerciorarse de que el programa fuera apto para una cría de diez años. De todas formas, tal como le había comentado Phoebe, probablemente a Vanessa le sorprendería más Barrio Sésamo que Hospital General-. Y ya que has conseguido levantarte, podrías tomarte un café y desayunar algo antes de que decidamos salir.

Phoebe se cubrió el rostro con las manos, intentando quitarse de la cabeza las ganas de meterse de nuevo en la cama y enterrarse bajo las sábanas.

Phoebe: Tienes razón. ¿Por qué no vas a peinarte y arreglarte un poco, Ness? Y saldremos a dar una vuelta por Nueva York.

Ness: ¿A ti te apetece?

Phoebe: Claro -le dio un beso en la punta de la nariz-. Vamos. Cuando estemos a punto, te llamo.

Celeste esperó a que Vanessa se fuera arriba.

Celeste: Esa cría te adora.

Phoebe: Tienes razón. -Prescindiendo de su dolor de cabeza, se sentó-. A veces pienso que ella es el premio por todo lo que he tenido que aguantar.

Celeste: Oye, si no te apetece salir…

Phoebe: No -la interrumpió con un gesto decidido-. No, no, tienes razón, primero hay que abordar lo básico. Además, no quiero que Ness se quede aquí encerrada. Demasiado encerrada ha estado toda su vida. El problema es el dinero.

Celeste: Ah, si no es más que eso…

Phoebe: Ya te he pedido demasiado, Celeste. Aunque me quede poco orgullo creo que debo aferrarme al que conservo.

Celeste: Vale. Te haré un préstamo.

Phoebe: Cuando me fui, tú y yo estábamos más o menos al mismo nivel. -Con un suspiro, miró la casa de Celeste-. Tú has seguido la vía ascendente y yo no he ido a ninguna parte.

Celeste se sentó en el brazo del sofá.

Celeste: Tomaste un camino equivocado, Phoebe. A mucha gente le ocurre.

Phoebe: Sí… -Notaba que le hacía falta una copa. Para quitarse aquella idea de la cabeza pensó en Vanessa y en la vida que deseaba para ella-. Guardo algunas joyas. He tenido que dejar la mayor parte, pero me he traído algo. Voy a venderlas y luego, cuando haya iniciado los trámites del divorcio, la pensión que Adel me  asigne nos permitirá vivir con normalidad. Y como tengo la intención de ponerme a trabajar de nuevo, el dinero no será un problema durante mucho tiempo. -Se volvió hacia la ventana, otra vez, a mirar el monótono cielo-. Quiero ofrecerle a ella lo mejor del mundo. Tengo que hacerlo.

Celeste: Ya nos ocuparemos de eso más tarde. Ahora mismo creo que a tu hija le hacen falta unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.

Vanessa se encontraba en la esquina de la Quinta Avenida con la calle Cincuenta y dos una mano en la de su madre y la otra jugueteando, inquieta, con los botones de su nuevo abrigo con cuello de piel. La fugaz visión de París le había dado la idea de una ciudad como otro mundo; ahora, la perspectiva de Nueva York le parecía la de otro universo. Del cual ella formaba parte.

Veía gente por doquier, millones de personas, y todas distintas. A diferencia de Jaquir, no veía ningún parecido en la forma de vestir de la gente. A primera vista resultaba difícil distinguir a un hombre de una mujer. Unos y otras llevaban en general el cabello largo. Algunas mujeres se ponían pantalones. En Nueva York no había leyes que lo prohibieran, ni que estipularan el tipo de vestimenta que tenían que llevar las mujeres; por ejemplo, las minifaldas, que no llegaban ni por asomo a la rodilla. Veía a hombres con collares de cuentas y cintas en el pelo, hombres con traje y corbata y abrigo. Mujeres con abrigo de visón y mujeres con téjanos ceñidos.

Independientemente de lo que llevaran, iban de prisa de un lado para otro. Vanessa cruzó la calle entre su madre y Celeste intentando verlo todo a la vez. La gente llenaba aquella ciudad, hasta su último rincón, y el ruido de su existencia ascendía desde el pavimento como una especie de celebración. Se desplazaban en grupo o en solitario. Se vestían como mendigos o como reyes. En sus oídos resonaban miles de palabras emitidas por miles de voces.

¿Y qué decir de los edificios? Se elevaban hacia el cielo, más altos que cualquier mezquita, más espectaculares que cualquier palacio. Vanessa se preguntaba si los había construido en honor a Alá, pero no había oído ni una sola llamada a la oración. Entraban y salían de ellos las personas, pero aún no había visto un solo edificio en el que no se permitiera la entrada a las mujeres.

Algunos tenderos exponían sus artículos en la acera, pero cuando Vanessa se acercaba a verlos, su madre la apartaba.

Fue entrando en las tiendas con toda la paciencia, pero por una vez comprar no le interesaba. Prefería seguir en la calle, asimilando cuanto ésta le ofrecía. Por ejemplo, algunos olores. El hedor de los tubos de escape de cientos de coches, camiones y autobuses que circulaban por las calles tocando el claxon. Se fijó también en un penetrante olor, que no tardó en asociar a las castañas asadas. Además, ¡cómo no!, el penetrante aroma de tantos seres humanos.

Era una ciudad sucia, sin remisión, pero Vanessa no distinguía en ella las capas de mugre ni los bordes irregulares. Veía allí vida, una vida tan variada y emocionante que nunca había imaginado que pudiera existir. Y no se conformaba, quería más.

Celeste: Las zapatillas. -Agotada pero a gusto, Celeste se dejó caer en uno de los asientos de la sección de zapatos de Lord Taylor. Miró a Vanessa con una sonrisa. El rostro de la pequeña, pensaba, contaba mil historias. Historias maravillosas. Estaba contenta de haber optado por ir paseando, a pesar de que tenía los pies doloridos-. ¿Y qué me dices de nuestra gran ciudad, de esta ciudad tan horrorosa, Ness?

Ness: ¿Podemos verla un poco más?

Celeste: Sí. -Enamorada ya de la pequeña, apartó el cabello de su rostro-. Veremos todo lo que tú quieras. ¿Cómo lo llevas tú, Phoebe?

Phoebe: Muy bien -hizo un esfuerzo por sonreír y se desabrochó el abrigo-.

Tenía los nervios a flor de piel. Demasiado ruido, demasiada gente después de un montón de años de silencio y de soledad. Y las decisiones. Le parecía que tenía que tomar cientos de ellas, cuando había vivido mucho tiempo sin plantearse ninguna. Deseaba una copa. Habría dado cualquier cosa por una, o por una pastilla.

Celeste: ¿Phoebe?

Phoebe: Dime. -Inspirando profundamente, volvió a la realidad y dirigió una tranquila sonrisa a Celeste-. Perdona, tenía la mente en otro sitio.

Celeste: Te decía que pareces cansada. ¿Quieres que lo dejemos por hoy?

Iba a asentir, agradecida, pero captó una ligera expresión desilusionada en el rostro de Vanessa.

Phoebe: No, tengo que recuperar un poco de energía. -Se acercó a su hija y le dio un beso en la mejilla-. ¿Te lo pasas bien?

Ness: Mejor que en una fiesta.

Celeste se echó a reír.

Celeste: Nueva York es la fiesta más espectacular de este país, cielo. -Cruzó las piernas y dirigió una coqueta sonrisa al vendedor-. Queremos zapatos deportivos de niña. He visto unos de color rosa con unas florecitas allí… Y nos enseñará también los blancos lisos que tenga.

**: Enseguida. -Dirigió la vista hacia Vanessa, sonriendo. A esta le pareció que el hombre olía a una crema de menta que había visto comer a July, tenía el pelo grisáceo y llevaba una especie de flequillo-. ¿Qué numero calza, señorita?

Le hablaba a ella. Directamente a ella. Vanessa fijó la vista en el dependiente sin saber qué hacer. No era un miembro de su familia. Se volvió con aire impotente hacia su madre, pero esta tenía la mirada perdida.

Celeste: ¿Por qué no lo mide usted mismo? -sugirió cogiendo la mano de la niña. Luego vio, entre divertida y consternada, cómo abría los ojos Vanessa cuando el hombre le cogió el pie para quitarle el zapato-. Te medirá el pie para ver qué número necesitas.

**: Exactamente. -Con gesto jovial, colocó el pie de la pequeña en la tabla de medir-. Levántate, bonita.

La niña obedeció tragando saliva, mirando más allá de la cabeza del dependiente mientras se ruborizaba. Pensaba si aquel hombre era como un médico.

**: ¡Aja! Vamos a ver qué es lo que tenemos para esta señorita.

Phoebe: ¿Por qué no te quitas el otro zapato, Ness? Así podrás andar un poco con los nuevos y ver si te gustan.

Vanessa se inclinó para desabrocharse la hebilla.

Ness: ¿Puede tocarte el zapatero?

Celeste tuvo que morderse el labio para reprimir una sonrisa.

Celeste: Sí. Tiene por oficio vender zapatos que se ajusten al pie. Y para hacerlo bien, debe medirlo. Además, ha de quitarte los zapatos que llevas y ayudarte a probar los nuevos.

Ness: ¿Es un ritual?

Sin saber qué responder, Celeste se apoyó en el respaldo del asiento. Luego dijo:

Celeste: En cierta forma.

Satisfecha, Vanessa juntó las manos y se sentó, recatada, a la espera de que el dependiente volviera. Cuando regresó con unas cajas, observó cómo el hombre ponía los cordones a las zapatillas con flores de color rosa y se las calzaba.

**: Bueno, a probarlas -dijo, dándole unos toquecitos en el pie-.

Siguiendo lo que Celeste le había indicado con un gesto, Vanessa se levantó y dio unos pasos.

Ness: Son diferentes.

Celeste: ¿Diferentes para mejor o diferentes para peor?

Ness: Diferentes para mejor.

La puso contenta la idea de llevar flores en los pies.

No le importó que el hombre apretara su dedo gordo con el pulgar.

**: Es su número.

Vanessa suspiró profundamente y le sonrió.

Ness: Me gustan mucho. Gracias.

Exhaló el aire con una risita. Por primera vez en su vida había hablado con un hombre que no era de su familia.


Las tres semanas que Vanessa pasó en Nueva York se contaron entre las más felices y las más tristes de su vida. ¡Tantas cosas que ver, tantas cosas que aprender! En cierta manera, al haberse criado siguiendo las estrictas normas de conducta imperantes en su país, veía mal la excesiva desenvoltura que se respiraba en aquella ciudad. Por otra parte, se estaba abriendo a todo aquello y se sentía emocionada. Para Vanessa, Nueva York era América, y lo seguiría siendo siempre, para lo mejor y para lo peor.

Su vida cotidiana había cambiado. Tenía una habitación propia, pero esta era más grande y más luminosa que la suya en el palacio de su padre. Aquí no era princesa, pero se sentía querida y valorada. De noche, a veces se introducía como antes en la cama de su madre para consolarla si lloraba o permanecer tumbada a su lado si dormía. Comprendía que Phoebe albergaba demonios en su interior y aquello la asustaba un poco. Algunos días la veía desbordante de vida y energía, de alegría y optimismo. Era cuando le hablaba de los éxitos del pasado y los proyectos del futuro. Hacía planes y promesas en un torbellino de alegres frases. Luego, un par de días después, Phoebe se quejaba de jaqueca y cansancio y pasaba horas sola en su habitación.

Aquellos días, Celeste llevaba a Vanessa al parque o al teatro.

Incluso la comida era distinta. La dejaban comer lo que le apetecía y cuando quería. Rápidamente se aficionó a aquel sabor fuerte de la burbujeante Pepsi tomada en una botella fría. Comió su primer perrito caliente sin pensar ni por un instante que estaba hecho con carne de cerdo, algo que los musulmanes tenían prohibido.

La televisión se convirtió para ella en fuente de enseñanza y distracción. Se sentía violenta pero también le seducía ver cómo se abrazaban mujeres y hombres sin tapujos, incluso con violencia. Las historias solían acabar bien, como en los cuentos de hadas, y tenían como argumento el amor. En ellas las mujeres escogían al hombre con el que querían casarse y a veces decidían permanecer solteras. Vio en silencio, pasmada, a Bette Davis en Jezabel, a Katharine Hepbrun en Historias de Filadelfia y, desconcertada, a Phoebe Spring en Noches de pasión. De ahí surgió su admiración por las mujeres fuertes, capaces de afirmar su voluntad en un mundo masculino.

Sin embargo, más que las comedias o los dramas, lo que gustaba a Vanessa eran los anuncios, en los que veía a gente vestida de forma rara, que resolvía sus problemas en cuestión de segundos. A través de estos iba afinando, dando cuerpo a el inglés americano.

Aprendió más en aquellas tres semanas que en tres años de escuela. Su cabeza era como una esponja que lo iba absorbiendo todo.

Pero era su espíritu, tan en sintonía con el de Phoebe, el que sufría más los altibajos.

Luego llegó la carta. Vanessa se enteró de la cuestión del divorcio. Había tomado por costumbre bajar a hurtadillas por la escalera de noche para escuchar lo que decían Celeste y Phoebe cuando creían que ella dormía. De esta forma comprendió que su madre iba a divorciarse de Adel. Aquello la tranquilizó. Si se divorciaban, se habrían terminado las palizas y las violaciones.

El día en que llegó la carta de Jaquir, Phoebe se metió en su habitación y no salió de ella en todo el día, no comió nada y cada vez que Celeste llamó a su puerta respondió que quería estar sola.

Al filo de la medianoche, las risas de su madre la despertaron. Saltó de su cama y se fue de puntillas a la habitación de esta.

Celeste: ¡Cuánto me has hecho sufrir! -iba de un lado a otro de la habitación arrastrando la seda del pijama por el suelo-.

Phoebe: Lo siento muchísimo, cielo. Pero necesitaba tiempo. -Vanessa se pegó a la rendija de la puerta. Veía a Phoebe tumbada en una butaca, con el pelo suelto, los ojos brillantes, tamborileando alguna tonada en el brazo de aquella-. La carta de Adel me ha afectado mucho. Sabía que iba a suceder, pero no pensaba que fuera tan rápido. Felicítame, Celeste, soy una mujer libre.

Celeste: ¿De qué me hablas?

Medio tambaleándose, Phoebe se levantó para llenarse otra vez el vaso. Sonrió, brindó y se terminó el licor de un trago.

Phoebe: Adel me ha concedido el divorcio.

Celeste: ¿En tres semanas?

Phoebe: Lo podía haber resuelto en tres segundos, y es lo que ha hecho en realidad. Evidentemente, yo sigo con las formalidades, pero es como si la cosa hubiera concluido.

Celeste vio cómo había bajado el whisky en la botella.

Celeste: ¿Vamos a tomar un café?

Phoebe: Esto es una celebración. -Con el vaso contra la frente empezó a llorar-. El muy cabrón ni siquiera me ha dado la oportunidad de terminar a mi manera. En todos estos años no he tenido una sola opción, y ya ves, en lo del divorcio tampoco.

Celeste: Vamos a sentarnos.

Celeste quiso detenerla, pero Phoebe se acercaba otra vez a la botella.

Phoebe: No, no pasa nada. Necesitaba emborracharme. La salida de los cobardes…

Celeste: No puede llamarse cobarde a nadie que haya hecho lo que tú, Phoebe -le quitó el vaso y la llevó a sentarse en la cama-. Sé que es muy duro, que el divorcio te ha dado la impresión de recuperar la iniciativa y te has encontrado con cierto vacío. Pero pronto volverás a pisar terreno firme, estoy convencida.

Phoebe: No tengo a nadie.

Celeste: No digas estupideces. Eres joven, eres guapa. El divorcio para ti es un comienzo, no un final.

Phoebe: Él me ha robado algo, Celeste. Algo que creo que no podré recuperar. -Se cubrió el rostro con las manos-. Pero no importa. Lo único importante de verdad ahora es Ness.

Celeste: Ness está perfectamente.

Phoebe: Ness necesita muchas cosas, las merece. -Buscó a tientas un pañuelo-. Tengo que saber que no le faltará nada.

Celeste: Tendrá todos los cuidados necesarios.

Phoebe se secó los ojos e inspiró profundamente.

Phoebe: No habrá acuerdo económico.

Celeste: ¿A qué te refieres?

Phoebe: A que no piensa firmar ningún compromiso en cuanto a bienes para su hija. Nada. Ni fideicomiso ni manutención, nada de nada. Todo lo que le queda a ella es un título sin valor alguno, del cual puede incluso despojarla. Él se queda con todo, con lo que yo poseía en el momento del matrimonio y con lo que me regaló. Incluso con el Sol y la Luna, el collar con el que me compró.

Celeste: No es posible. Tienes un buen abogado, Phoebe. Puede que todo requiera tiempo y esfuerzo, pero Adel tiene una responsabilidad respecto a ti y a Vanessa.

Phoebe: No, sus condiciones estaban clarísimas. Si me opongo a algo se queda con Vanessa. -El whisky le había trabado un poco la lengua. Echó otro trago para soltarla-. Puede hacerlo, Celeste. Te lo juro. No desea para nada tener a la niña y a saber lo que haría con ella en caso de recuperarla, pero sería capaz de arrebatármela. No hay nada que valga la pena para llegar a ese extremo, ni el Sol y la Luna, ni nada.

Por segunda vez, Celeste le quitó el vaso de la mano.

Celeste: Estoy de acuerdo contigo en que lo primero es el bienestar de Ness. ¿Qué harás, pues?

Phoebe: Ya lo he hecho. -Se levantó, empezó a caminar y su blanca bata ondeó siguiendo el ritmo del movimiento-. Me he emborrachado, he vomitado y luego he llamado a Larry Curtis.

Celeste: ¿A tu agente?

Phoebe: Exactamente. -Dio media vuelta. Su expresión había vuelto a cobrar vida. Se la veía pálida, pero atractiva-. Viene en el primer avión.

Atractiva -pensó Celeste-, como el fuego cuando arde desatado.

Celeste: ¿Seguro que estás preparada, cariño?

Phoebe: Tengo que estarlo.

Celeste: Bueno… -levantó una mano-. Pero ¿Larry Curtis? He oído comentarios sobre él que no me han gustado mucho.

Phoebe: En Hollywood siempre hay comentarios.

Celeste: Lo sé, pero… oye, ya sé que es un tipo atractivo y hábil, pero también me acuerdo de que antes de marcharte habías pensado en abandonarlo.

Phoebe: Cosas del pasado -señaló de nuevo el vaso. Se sentía eufórica. Y marcadísima-. Larry me ayudó al principio y lo hará de nuevo. Volveré a la escena, Celeste. Seré alguien otra vez.


Vanessa no comprendió por qué su primer contacto con Larry Curtis la hizo sentir incómoda, ni tampoco por qué le recordaba a su padre. Físicamente no se parecían en nada. Curtis era un hombre fornido, algo más bajo que Phoebe. Tenía una mata de pelo rubio y rizado que enmarcaba un rostro más bien cuadrado, bronceado. Nunca dejaba de sonreír ni de mostrar sus blancos dientes, perfectamente alineados.

Lo que le gustó a Vanessa fue su forma de vestir. Llevaba una camisa de color azul añil con mangas anchas, con el cuello sin abrochar para dejar al descubierto una gruesa cadena de oro. El pantalón, de pata de gallo, muy ancho de abajo, ceñido en la cintura por un gran cinturón de cuero negro.

Su madre se había alegrado de verlo y lo había abrazado en cuanto entró. Vanessa no supo dónde meterse, apartó la vista, avergonzada, al ver que aquel hombre daba unas palmaditas a Phoebe en el trasero.

Larry: Bienvenida, cariño.

Phoebe: ¡Qué contenta estoy de verte, Larry!

Rió para dulcificar el tono, pero él detectó la desesperación que escondía y pensó que podría aprovecharla.

Larry: A mí también me alegra verte, cielo. Deja que te admire. -Se situó a un metro de ella y la miró de arriba abajo de una forma que hizo sonrojar de nuevo a Vanessa-. Guapísima. Un poco más delgada, pero es lo que se lleva ahora.

Pensó que eran una lástima las patas de gallo de los ojos y las arruguitas de alrededor de los labios, pero decidió que un lifting aquí o allí y unos focos suaves podían solucionarlo. Ante de marcharse de Hollywood, Phoebe había sido para él una mina de oro. Con un poco de esfuerzo y una buena dosis de habilidad, volvería a serlo.

Larry: Vaya, Celeste. -Con el brazo en los hombros de Phoebe se volvió-. ¡Bonita casa!

Celeste: Gracias -tuvo que dominarse pensando que Phoebe tenía necesidad de aquel hombre. Todo el mundo sabía que tocaba las teclas adecuadas. Además, los cotilleos, sobre todo los más sórdidos, normalmente no eran más que eso, cotilleos-. ¿Qué tal el viaje?

Larry: Como una seda. -Riendo, acarició el brazo de Phoebe-. Aunque no me vendría mal un trago.

Phoebe: Ahora mismo -se ofreció con tal presteza que Celeste no pudo reprimir una mueca de desagrado-. Sigues con el bourbon, ¿verdad, Larry?

Larry: Sí, cielo. -Se instaló como en su casa en el gran sofá blanco de Celeste-. ¿Y de quién es esta preciosidad?

Dirigió una sonrisa a Vanessa, que estaba sentada con aire formal en una butaca junto a la ventana.

Phoebe: Mi hija -le ofreció el vaso y se sentó a su lado-. Vanessa, ven a saludar al señor Curtis, un amigo al que aprecio mucho.

A regañadientes aunque con aire regio, Vanessa se levantó para acercarse a él.

Ness: Encantada de conocerle, señor Curtis.

Riendo, Curtis tomó su mano antes de que ella pudiera evitarlo.

Larry: Nada de señor Curtis, ni cumplidos, bonita. Somos como de la familia. Puedes llamarme tío Larry.

Vanessa frunció el ceño. No le había gustado que la tocara. Su mano no era como la del vendedor de zapatos, pues Larry agarró con fuerza la suya y le pareció que quemaba.

Ness: ¿Es usted hermano de mi madre?

Larry se sentó de nuevo y soltó carcajada, como si acabara de oír el chiste más gracioso.

Larry: ¡Qué simpática!

Phoebe: Ness se lo toma todo al pie de letra -explicó dirigiendo a Vanessa una sonrisa de inquietud-.

Larry: Nos entenderemos muy bien.

Tomó un sorbo de whisky, observando a la pequeña por encima del borde del vaso, como habría hecho con un coche nuevo o un traje muy caro. Pensó que con unos años más y unas curvas añadidas, podía convertirse en algo interesante.

Celeste: Creo que Vanessa y yo saldremos para acabar con nuestras compras de Navidad -extendió el brazo y Vanessa aprovechó para cogerle la mano-. Os dejaremos para que podáis hablar de negocios.

Phoebe: Gracias, Celeste. Diviértete, peque.

Larry: No olvides el abrigo, bonita -dijo a Vanessa guiñándole el ojo-. En la calle hace frío. -Esperó a que se hubiera cerrado la puerta y se apoyó contra los cojines-. Pues como te decía, cielo, me ha alegrado tu vuelta, pero no creo que Nueva York sea lo que más te consiga.

Phoebe: Necesitaba algo de tiempo -iba moviendo los dedos-. Celeste se ha portado de maravilla. No sé qué habría hecho sin ella.

Larry: Para eso están los amigos. -Le dio unas palmadas en el muslo, constatando que no le importa tener aquella mano encima. Phoebe no era exactamente su tipo, pero no había nada como el contacto sensual para mantener al hombre en el puesto de mando de la situación-. Dime, ¿cuánto tiempo piensas quedarte?

Phoebe: No tengo intención de marcharme.

En cuanto vio que había terminado el bourbon, se levantó y le ofreció un poco más. Esta vez se sirvió también ella. Larry arqueó una ceja. La Phoebe que él recordaba nunca había probado nada que no fuera una copita de vino.

Larry: ¿Y el jeque?

Phoebe: Le he pedido el divorcio. -Se humedeció los labios y echó una ojeada a su alrededor como si temiera que alguien pudiera atacarla por aquella afirmación-. Ya no puedo vivir con él. -Tomó un sorbo de whisky, pensando, temerosa, que tal vez tampoco sabría vivir sin él-. Ha cambiado, Larry. No te imaginas hasta qué punto. Si viene a buscarme…

Larry: Ahora estás en Estados Unidos de América, cielo. -La atrajo hacia él, dándole un exhaustivo repaso. Calculó que rondaría los treinta y cinco. Un poco mayor que las que escogía normalmente, pero más vulnerable. Así era como él prefería a sus mujeres, y a sus clientes, vulnerables-. ¿No me he ocupado siempre de ti?

Phoebe: Sí, Larry. -Esperó un momento, a punto de llorar, aliviada. Era consciente de que su belleza había perdido algo de brillo. Pero no importaba, iba pensando mientras Larry le acariciaba la espalda. Él la cuidaría-. Necesito un papel, Larry. Lo que sea para empezar. Debo pensar en Vanessa. Tengo una hija que criar.

Larry: Déjalo todo en mis manos. Empezaremos con una entrevista antes de que te vayas a la costa Oeste. «La reina ha vuelto», o algo así. -Como quien no quiere la cosa, rozó uno de sus senos al coger de nuevo el vaso-. Que te hagan una foto con la princesita. Los críos venden mucho. Yo prepararé el terreno, hablaré con unos y con otros. Confía en mí. En un mes y medio los tendremos en el bolsillo.

Phoebe: Eso espero -cerró los ojos-. He pasado tanto tiempo fuera, las cosas han cambiado tanto…

Larry: Haz tu equipaje a finales de semana y yo empezaré mi campaña a partir de aquí.

Su nombre bastaría para abrir mil puertas, decidió. Aunque se estrellara, él podía conseguir un dineral. Además estaba la niña. Tenía la impresión de que en poco tiempo le sería de utilidad.

Phoebe: No tengo mucho dinero -apretó la mandíbula, dispuesta a tragarse la vergüenza-. He vendido unas joyas, y con ello podremos subsistir un tiempo, pero necesito una parte para pagar una buena escuela a Vanessa. Además, sé lo caro que es vivir en Los Ángeles.

En efecto, seguía pensando Larry, la pequeña sería útil. Mientras estuviera allí, Phoebe estaría dispuesta a hacer lo que fuera.

Larry: ¿No te he dicho que me ocuparía de todo? -dijo bajándole la cremallera del vestido-.

Phoebe: Larry…

Larry: Vamos, mi vida. Demuéstrame que confías en mí. Te conseguiré un papel, una casa y una buena escuela para la niña. La mejor. ¿No es eso lo que querías?

Phoebe: Sí, quiero lo mejor para Ness.

Larry: Y también para ti. Dentro de nada serás el gran centro de atención. Pero para ello tienes que colaborar.

Al fin y al cabo, ¿por qué no?, se preguntó ella mientras Larry la desnudaba. Adel lo había hecho cuando le había dado la gana sin contrapartida, ni para ella, ni para Vanessa. Con Larry como mínimo tenía la esperanza de una protección, y tal vez un poco de afecto.

Larry: Sigues con unas tetas de campeonato, preciosa.

Phoebe cerró los ojos y le dejó hacer.


2 comentarios:

Carolina dijo...

Ay, tan bien que estaban yendo las cosas x. X
Justo tiene que llegar ese imbecil
Y Pheobe no se da cuenta que ese tipo es una rata x. X
Esta muy interesante la nove, aunque aun no veo nada Zanessa xD
Pública pronto please

Maria jose dijo...

Que animal es larry
Pobre la mama de vanessa todo lo que le hacen pasar en muy triste
Lo bueno que esta vez vanessa no lo sabe
Ya quiero saber que mas pasara
Y se que en algun momento vanessa va a crecer y querrá venganza.
Siguela pronto Saludos

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